¿EL ELEMENTO HUMANO SEGUIRA SIENDO INDISPENSABLE CON TANTOS
AVANCES TECNOLÓGICOS?
Es ya un hecho que el desarrollo tecnológico nos ofrece amplias
posibilidades de innovar en un mundo globalizado que supera la dimensión del propio entorno. Gracias a la robotización, aumenta la productividad y la eficiencia al tiempo que se reduce el coste de los productos, lo cual permite a las empresas ganar en dimensión y competitividad.
La tecnología nos ofrece un nuevo modelo de intercambio que elimina
el mercado local. El comercio físico se sustituye por el comercio digital, cada vez más accesible, rápido y capaz de responder a las demandas y preferencias individuales.
Con la aparición de la economía colaborativa se pasa de la posesión de
los bienes al uso de los mismos, y el hecho de compartir ofrece la posibilidad de que varias personas utilicen un mismo coche o una misma casa, por no hablar de libros, ropa o herramientas. Sin embargo, detrás de los loables principios que se arguyen, en ocasiones se oculta el propósito de eludir las normas y la fiscalidad establecida, lo cual plantea dudas sobre la excelencia del modelo. El impacto es rápido y contundente, como han demostrado Uber (y la consiguiente protesta de los taxistas) o Airbnb, que gestiona la mayoría de los pisos turísticos de Barcelona, legalizados o no. La actividad, en cualquier caso, se prevé que crezca hasta alcanzar un volumen equivalente al de la economía tradicional en diez años.
Tecnologías como los robots, la inteligencia artificial y el aprendizaje de
las máquinas evolucionan a paso veloz. Estos avances pueden mejorar la rapidez, la calidad y los costes de bienes y servicios, pero también dejar sin empleo a un gran número de trabajadores. Dicha posibilidad pone en tela de juicio el modelo tradicional de prestaciones, según el cual la cobertura sanitaria y las pensiones están ligadas al empleo. En una economía que requiere muchos menos trabajadores, necesitamos pensar en cómo garantizar prestaciones a los desempleados. Si en el futuro la automatización va a restar seguridad laboral, tienen que existir prestaciones no ligadas al empleo. La «flexiguridad» o seguridad flexible es una de las vías posibles para garantizar el acceso a la sanidad, la educación y la vivienda a personas sin un empleo fijo. Además, las cuentas de producción por ramas de actividad pueden costear la formación continuada y el reciclaje profesional. Da igual cómo elijan los individuos emplear su tiempo, tienen que poder llevar vidas plenas aun cuando la sociedad precise menos trabajadores.