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El fin de la Unión Soviética:

El derrumbe de los socialismos reales


La crisis económica de los años 70 va a poner de manifiesto la debilidad económica de la
Unión Soviética. Los enormes gastos militares, el sobrestock de armamentos, reflejo de la
superioridad e importancia que había alcanzado la industria armamentista, el aislamiento
económico y la crisis del modelo de producción basado en la industria pesada, hacían
imposible mejorar o al menos mantener las condiciones de vida de su población y su rol como
gran potencia mundial.
Así, la década de 1980 fue para la URSS y sus socios europeos un período de
desmoronamiento de los socialismos reales o burocráticos. En la medida que la URSS se
debilitaba, iba perdiendo su capacidad de alinear a los países que controlaba especialmente
en la zona eurocomunista, los que paulatinamente fueron adquiriendo mayores grados de
autonomía y hacían ver su descontento y deseos de independencia con mayor fuerza.
La Perestroika en la URSS
Cuando Mijail Gorbachov asumió en 1985 la jefatura del PCUS (Partido Comunista de la
Unión Soviética), las reformas que implementó no pretendían terminar con el régimen
soviético, sino que, por el contrario, buscaban salvarlo; sin embargo, está claro que la
Perestroika no hizo más que acelerar el colapso de dicho régimen.
Al asumir, Gorbachov emprendió de inmediato un ambicioso programa de descentralización
económica y política, que incluía los siguientes aspectos:
a) Plan de reforma económica, concepto que en Occidente fue conocido como
Perestroika, que consistió en un plan de incentivos a la producción, fortalecimiento de la
industria liviana e incorporación de las nociones de mercado e iniciativa personal, con lo cual
se pretendía ampliar los niveles de consumo y promover una lenta apertura a la inversión
extranjera.
b) Apertura política, orientada a lograr una paulatina democratización, acompañada de la
Glasnost, un plan de apertura o transparencia comunicacional y de mayor pluralismo que
permitió el retorno de una serie de intelectuales disidentes.
Abandonando la competencia militar, los recursos disponibles fueron destinados a reactivar la
economía rusa. Estas políticas fueron saludadas con beneplácito desde el exterior, y la figura
de Gorbachov se transformó en un icono del cambio y la renovación. Lamentablemente, este
plan de reformas económicas generó una serie de desajustes al interior del país, lo que
ahondó aún más su crisis. El paso acelerado de una economía socialista a una de mercado
tuvo efectos catastróficos para la mayor parte de la población soviética; mientras que unos
pocos se convertían rápidamente en multimillonarios gracias al nacimiento de mafias que
controlaban el mercado negro y la privatización de empresas estatales, gran cantidad de
familias debían vivir hacinadas en los komulka, habitaciones en las que los inquilinos deben
compartir la cocina y los servicios.
La crisis desatada dio paso libre a una serie de aspiraciones libertarias reprimidas que
permanecían latentes en gran parte de la población. Más que una nación, la URSS era un
imperio, en cuyo territorio vivían naciones diferentes. Los grandes rusos constituían el núcleo
histórico forjador de Rusia, correspondiente a la actual Rusia. A su alrededor se encontraban
distintas repúblicas, conformadas por etnias diferentes, las cuales formaban parte de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Entre ellas destacan: Letonia, Lituania, Estonia,
Ucrania, Moldavia, Georgia, Azerbaiyán. Con la apertura económica y política, se reactivan
viejos conflictos étnicos, los nacionalismos se renuevan y las repúblicas periféricas comienzan
a luchar por su independencia. Lituania se transforma en la primera de las repúblicas
soviéticas que proclamaría su independencia. La certeza de que se estaba en la senda directa
al colapso, se expandió por el resto de las repúblicas de la URSS y el movimiento de
desintegración prosiguió con la independencia de las repúblicas de Ucrania, Moldavia,
Letonia, Azerbaiyán y otras.
Una oleada de revoluciones produjo, en 1989, el derrumbamiento en cadena de los regímenes
comunistas en los países de Europa del Este. El gobierno soviético permitió que se
manifestaran libremente las fuerzas sociales en lugar de movilizar las unidades militares de
ocupación, como se había hecho en protestas y conatos revolucionarios en épocas anteriores,
como en Praga (Checoslovaquia) en 1968.
Los sectores conservadores del partido, ante el desmoronamiento de la URSS, realizaron en
1991, un golpe de estado fallido. El pueblo se movilizó para impedir el retorno al pasado. Tras
el golpe, se suprimió el Partido Comunista y se firmó el nacimiento de la CEI (Comunidad de
Estados Independientes), conformado por Rusia y la mayoría de las repúblicas que habían
pertenecido a la Unión Soviética, todas ellas, ahora independientes, constituidas en estados
autónomos. A fines de 1991, Gorbachov dimitía de un Estado que ya no existía. El sucesor de
Gorbachov, Boris Yeltsin, implantó en Rusia un severo programa de reformas neoliberales,
que lentamente fueron imponiéndose en el país.
El nuevo orden internacional
La caída de la URSS modificó el orden y las relaciones de poder internacionales, basadas en el
bipolarismo o política de bloques, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin el contrapeso
de esta última, Estados Unidos quedaría como la única superpotencia mundial, formando
junto con la Unión Europea y Japón, el grupo de potencias dominantes a nivel planetario.
Cada una de estas potencias establece una red de relaciones políticas, económicas y
culturales a escala regional con potencias de menor envergadura, las cuales se encuentran
bajo su área o esfera de influencia. Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente
militar, Estados Unidos, a partir de los años 90, se erigió en la principal potencia militar del
mundo.
La Guerra del Golfo marcó un hito importante en este aspecto. En 1990, el presidente de
Irak, Sadam Hussein, invadió Kuwait, pequeño país vecino, poseedor de grandes reservas de
petróleo, con lo cual Irak se aseguraba el control del 20 % de la producción mundial de crudo.
La respuesta de Estados Unidos no se hace esperar, y con el apoyo del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas, que condenó la invasión, declara la guerra a Irak. En pocos días, las
tropas americanas, con la ayuda de tropas aliadas de algunos países europeos, liberaron
Kuwait y bombardearon objetivos militares y estratégicos en Irak, obligando a dicho país a
destruir sus armas químicas y a permitir la revisión de todas sus instalaciones civiles y
militares; y de aceptar, además, el control de inspectores de las Naciones Unidas.
A partir de entonces, Estados Unidos se convirtió en el gendarme o guardián del mundo,
amenazando e interviniendo cualquier país o región donde sus intereses se vieran
amenazados y marcando la pauta de los lugares en que las Naciones Unidas debían actuar. Ya
no se intervino más en lugares que vivían situaciones dramáticas de guerras internas y de
hambre si estas no representaban una amenaza a sus intereses.
El trauma provocado por los atentados de Nueva York y Washington en el año 2001, agudizó
el poder y el sentimiento hegemónico de Estados Unidos.
Sin embargo, en la actualidad, este papel hegemónico, está siendo cuestionado a nivel
internacional. La decisión de invadir Irak con escaso apoyo de la comunidad internacional,
que llevó a cabo la administración del Presidente George W. Bush (2000/2009), junto con
prácticas de guerra no aceptadas internacionalmente y de los escasos logros y resultados
obtenidos no solo en Irak, sino que también en Afganistán, terminaron por dañar el papel de
país rector que Estados Unidos buscaba cumplir en el orden mundial actual.
Así, sin la Guerra Fría de por medio, y sin ningún país capaz de encarnar un proyecto de
sociedad alternativo que compitiera con el estadounidense, daba la sensación de que la
hegemonía del país del norte era incuestionable. Sin embargo, a pesar de sus importantes
recursos tecnológicos y militares, cada vez es más fuerte la sensación de que los países de
Occidente buscan definir por sí mismos los parámetros del bien o del mal en las relaciones
internacionales.
Potencias asiáticas emergentes
El acelerado crecimiento económico de Asia en las últimas décadas, especialmente de sus
países más grandes y emblemáticos –China e India–, plantea una interrogante: ¿qué peso
tendrán ambas potencias emergentes en las relaciones internacionales en un futuro próximo?
Ambos países presentan un sostenido crecimiento económico, de entre un 8 y un 10% anual.
China es el segundo país consumidor de energía en el mundo, e India; el sexto.
Ambos países participan de la carrera nuclear: China tiene 410 cabezas nucleares y dispone
de misiles de más de 10.000 km de alcance; India tiene entre 30 y 35 cabezas nucleares y
dispone de misiles de 2.500 km de alcance.
China cuenta con casi 1.300 millones de habitantes, más de la quinta parte de la población
mundial. En la actualidad, es el cuarto productor mundial de bienes industriales, después de
EEUU, Japón y Alemania. Produce el 50% de las cámaras fotográficas, el 30% de los equipos
de aire acondicionado, el 25% de las lavadoras y el 20% de las refrigeradoras del mundo. Es
el más grande mercado de celulares, con más de 200 millones de usuarios.
En la actualidad, China presenta una postura proactiva en la región, la cual se refleja en todos
los ámbitos: económico, político, militar. Mantiene excelentes relaciones bilaterales con sus
vecinos, desarrollando un rol activo en las relaciones multilaterales. Para muchos expertos en
relaciones internacionales, China está reemplazando a Japón como potencia hegemónica en
Asia. India, con casi 1.200 millones de habitantes, ha logrado importantes éxitos económicos,
impulsada por sus grandes éxitos en el sector de las tecnologías de información y las
comunicaciones (TICs). Otros sectores de elevado crecimiento incluyen el hardware y la
telefonía móvil. Por otro lado, también las industrias de servicios a empresas que apoyan a
corporaciones en Estados Unidos y otras economías avanzadas, han presentado gran
desarrollo.
Los enfrentamientos armados dentro del nuevo orden internacional
El fin de la Guerra Fría y el advenimiento de un nuevo orden internacional dieron paso a
conflictos bélicos con características diferentes, no fundados ya en diferencias ideológicas,
como fue el caso de las guerras de Vietnam y Corea, sino en antagonismos nacionalistas,
étnicos y religiosos. En este marco se desarrollaron los conflictos de los Balcanes, Afganistán
e Irak. Incluso el conflicto árabe-israelita, ha perdido su dinámica de conflicto regional,
transformándose en uno que enfrenta a palestinos e israelitas, en una dinámica diferente de
lucha: intifadas palestinas y hostigamiento de la población civil por parte de los israelíes.
1. El caso de los Balcanes. La zona de los Balcanes fue, durante el siglo XX, una zona de
tensión permanente, donde los nacionalismos pugnaban tenazmente por la autonomía y la
independencia. Recordemos que fue en esa región donde tuvieron lugar los conflictos
nacionalistas de comienzos del siglo XX y que terminaron con el asesinato del príncipe
heredero de Austria en Sarajevo, hecho que dio inicio a la Primera Guerra Mundial.
Más tarde, la creación de Yugoslavia, un Estado supranacional en la zona, tras la Primera
Guerra Mundial, resolvió parcialmente el conflicto. La Guerra Fría y el gobierno de Josip Broz
Tito, hicieron olvidar por un largo tiempo las profundas tensiones étnicas no resueltas. Muerto
Tito en 1980, y acabados los socialismos reales, se produce finalmente el estallido de dichas
tensiones. A partir de ese momento, en los Balcanes se suceden, sin cesar, divisiones y
guerras.
El primero de tales conflictos estalló el año 1991, cuando Yugoslavia, dominada por la mayoría
étnica serbia, comienza a desintegrarse como consecuencia de la declaración de
independencia de las minorías étnicas croatas y eslovenas.
El problema fue que los habitantes serbios de Croacia y Eslovenia resistieron esta
independencia. El gobierno yugoslavo, dirigido por Slobadan Milosevic, envió el ejército a
esa zona, lo que hizo estallar la guerra civil, que tuvo como rasgo central, prácticas de
limpieza étnica y donde los bandos en disputa se acusaron mutuamente de prácticas
genocidas.
En 1992, estalló el conflicto en Bosnia-Herzegovina, región en el cual vivía cerca de 1/5 de la
población total del país que tenía un carácter multiétnico más marcado que el de otras
regiones, puesto que allí convivían serbios, croatas y una mayoría de musulmanes. En 1992,
los bosnios declaran su autonomía con la oposición de los serbios que habitaban la zona.
Yugoslavia, una vez más ataca militarmente a los bosnios. Al igual que en Croacia, las
milicias bosnias expulsaron a la población serbia, empleando prácticas de terror, mientras la
población resistía los persistentes bombardeos servios sobre la ciudad de Sarajevo, símbolo
de la resistencia bosnia.
Solo la presión militar de Estados Unidos y de la ONU sobre los serbios logró pacificar la zona.
En 1995, tras una embestida conjunta del ejército croata y de la resistencia musulmana-
bosnia, los serbios retrocedieron. Ese mismo año mediante el acuerdo de paz de Dayton, las
autoridades serbias reconocieron la independencia de Bosnia-Herzegovina.
En el año 2006, Montenegro, que había sido parte de la Federación Serbia, proclamó su
independencia, tras un plebiscito, en el cual el 55,5% de la población apoyó la creación de
una república independiente.
Por otra parte, Kosovo, cuyos habitantes son mayoritariamente albaneses, declaró su
independencia en 1996, la que fue fuertemente reprimida por Serbia.
El conflicto terminó por involucrar a la Organización para el Tratado del Atlántico Norte
(OTAN), dirigida por Estados Unidos, y a la ONU. La guerra desplazó a más de 300 mil
refugiados kosovares a la frontera con Macedonia, y el gobierno de Slobodan Milosevic fue
acusado nuevamente de llevar a cabo la estrategia de limpieza étnica. Finalmente, en el año
2008 la ex provincia yugoslava se autoproclamó independiente.
El 5 de octubre de 2000, miles de manifestantes se lanzaron a la calle en Belgrado,
protestando contra Milosevic, acusándolo de fraude electoral. Caos en la ciudad, pero un logro
del pueblo: Yugoslavia giró hacia la democracia con el presidente Kostunica.
Un año después, Milosevic fue inculpado por el Tribunal Penal Internacional de crímenes de
guerra y crímenes contra la humanidad en Croacia, Bosnia y Kosovo. A cambio de la
extradición, Yugoslavia recibió la ayuda económica de la Unión Europea y se reintegró en la
comunidad internacional. El juicio contra el ex líder serbio comenzó el 12 de febrero de 2002.
Su muerte, ocurrida el 11 de marzo de 2006, obligó a cerrar el proceso antes de que se
dictara sentencia.
2. El caso de Afganistán. En el contexto de la Guerra Fría, bajo la influencia de la Unión
Soviética, se instaló en Afganistán en 1978, un gobierno comunista. El país presenta un árido
territorio montañoso, poblado por pastores y aldeanos de religión musulmana, generalmente
sometidos a autoridades locales, quienes ejercen el poder político y militar, con escasas
injerencias de la autoridad central o nacional. El centralismo del régimen socialista soviético
despertó la resistencia interior, dando origen a una guerrilla islámica y anticomunista.
Estados Unidos intervino, prestando ayuda y capacitación militar a las guerrillas que luchaban
contra los soviéticos. En 1989, tras la salida del ejército rojo, se inicia en el país una seguidilla
de guerras civiles, que concluyen en 1996, con la llegada al poder de los talibanes, grupo
integrista musulmán, de extremado rigor religioso, quienes instauran un régimen político
según estos postulados religiosos fundamentalistas.
La llegada de los talibanes al poder no desató ninguna reacción contraria en Occidente, hasta
que se produjo el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono en Estados Unidos, en el año
2001, debido a la protección dada por el régimen talibán a Osama Bin Laden, autor
intelectual del mencionado atentado terrorista. Esto provocó la invasión de Estados Unidos y
sus aliados a ese territorio, iniciando una larga ocupación en la zona, la cual se
mantienehasta la actualidad. En efecto, la situación de Afganistán es altamente compleja,
debido a la fuerza adquirida por la guerrilla integrista talibana que lucha por derrocar al
Presidente Hamid Karzai y, además, expulsar a las fuerzas internacionales de ocupación que
protegen su gestión. Gran parte de la economía de Afganistán se sustenta en la producción y
exportación de opio, la cual se apoya en los poderes locales de los llamados “Señores de la
Guerra”.
3. El caso de Irak. Desde la Guerra del Golfo, luego de la invasión de Irak a Kuwait, el país
estuvo sometido a vigilancia y control por las Naciones Unidas y especialmente por Estados
Unidos. Sin embargo, tras el atentado a las Torres Gemelas, Irak nuevamente entró de lleno
en el escenario internacional.
El gobierno estadounidense acusó a Saddam Hussein de almacenar armas de destrucción
masiva y de integrar el denominado “Eje del Mal”, junto con Irán y Corea del Norte, países
decididos a acabar con Occidente. En el 2003, con la oposición de la gran mayoría de la
comunidad internacional y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Estados Unidos
nuevamente invade el país mesopotámico, y Saddam Hussein, su presidente, fue capturado,
enjuiciado y condenado a la horca por los crímenes cometidos contra la población de Irak.
El móvil y justificación del gobierno del Presidente George W. Bush para invadir el país, fue la
existencia de armas de destrucción masiva en distintos arsenales en el país, no atendiendo ni
aceptando las declaraciones e informes de los observadores de Naciones Unidas que
declaraban su inexistencia. Estas armas nunca se encontraron y la invasión a Irak provocó
una larga y sangrienta guerra que se mantiene hasta hoy, con enormes e irreparables
pérdidas en vidas humanas, no solo de la población iraquí, sino también entre las tropas
norteamericanas, inglesas y canadienses. El recién asumido Presidente de Estados Unidos,
Barak Obama, ha señalado su disposición de retirar las tropas estadounidenses de Irak, a
mediados del año 2011.
4. El caso de África. En medio de los conflictos, las desigualdades y los problemas que
presenta el mundo en el nuevo siglo, el continente africano exhibe su cara más inhumana. Los
efectos del proceso de colonización, y la forma en que las metrópolis europeas abandonaron
África, desarticularon la organización económica y social de carácter tribal del continente. En
la actualidad, millones de africanos ven sus vidas amenazadas por el hambre, las
enfermedades y la guerra, sobre todo en la región subsahariana.
Tras el fin de la Guerra Fría, dos han sido los principales problemas políticos que ha debido
enfrentar la Región: los genocidios, y las guerras civiles.
En el corazón de África, en la zona de los Grandes Lagos, durante la década de los años 90, se
vivieron enormes matanzas. En Ruanda murieron más de un millón de personas, producto del
genocidio que la etnia Hutu practicó sobre la Tutsi. En las guerras de la ex Zaire, actual
República Democrática del Congo, murieron más de 3.5 millones de personas; y en Burundi,
más de 300 mil. En el noreste del continente, en Sudán, en la región de Darfur, tuvo lugar
otra guerra civil de carácter étnico que provocó más de 400 mil muertos y más de 2 millones
de personas desplazadas. También en el África Occidental existen una serie de guerras civiles,
que se arrastran por varios años y que desangran a miles de jóvenes, entre ellas se
encuentran el conflicto de Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil.
Pero, ¿qué explica esta situación de conflictos y rivalidades tribales? La escasa
gobernabilidad, las rencillas políticas entre grupos políticos opositores y la corrupción
administrativa, podrían explicar, en parte, esta situación. Además del colonialismo y
neocolonialismo, implantado tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética, es
necesario destacar la sed depredadora de las empresas multinacionales que explotan los
recursos naturales de la zona, corrompiendo a la población, organizando pequeños ejércitos y
evadiendo impuestos.
Esta situación ha llevado a miles de africanos a emigrar, especialmente desde África Central o
África Subsahariana. El objetivo final es la “desarrollada” Europa, la cual ha cerrado sus
fronteras y denegado visas y permisos de entrada a la mayoría de la población africana, salvo
los grupos instruidos que puedan constituir aportes intelectuales o profesionales. El resto de
la población debe acceder a vías ilegales para poder ingresar. Allí los espera la posibilidad de
realizar trabajos informales o escasamente cualificados, principalmente en el sector agrícola,
con lo cual podrán enviar remesas de dinero a sus familias en sus lugares de origen. Pero
también los espera la discriminación, y el riesgo permanente de ser descubiertos y
regresados a su país.
Las largas distancias que deben cubrir los emigrantes africanos en su camino al norte, ha
llevado a que muchos de ellos ingresen al Magreb, como antesala de su destino final, donde
también deben enfrentar la xenofobia y las actividades de la policía contra ellos, ya que gran
parte de la población magrebí también ansía emigrar a Europa. Aún así, existen importantes
comunidades subsaharianas en Marruecos y Túnez.
El tráfico ilegal de inmigrantes a Europa ha permitido el desarrollo de potentes mafias
dedicadas a su transporte y paso ilegal al continente, los cuales cobran enormes cifras de
dinero y los traslados, los realizan en “pateras” o “lanchones”, embarcaciones livianas que
han causado gran cantidad de muertes en el cruce del mar Mediterráneo, o del Atlántico,
frente a las Islas Canarias (España).
La mundialización del terrorismo
El terror ha sido utilizado por el Estado desde tiempos lejanos. Lo ha empleado como práctica
bélica, pero también contra la población civil, especialmente en regímenes dictatoriales y
totalitarios. Sin embargo, fue en el siglo XX, que el terror, sistemáticamente se desmarcó del
dominio del Estado y de la guerra propiamente tal, y pasó a ser utilizado con fines políticos
por diversos grupos, que operan de forma autónoma.
En el año 2004, el informe final del grupo de expertos de alto nivel sobre “Las amenazas, los
desafíos y los cambios”, nombrado por el Secretario General de Naciones Unidas, definió
terrorismo como “cualquier acto, destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a
un civil o a un no combatiente, cuando el propósito de dicho acto, por su naturaleza o
contexto, sea intimidara una población u obligar a un gobierno o a una organización
internacional a realizar una acción o abstenerse de hacerla”.
El empleo del terrorismo con distintos fines –políticos, ideológicos, étnicos, religiosos, etc.–, se
ha transformado en una constante en la actualidad, especialmente tras finalizar la Guerra Fría
y cada día mueren más personas inocentes víctimas del terror.
El auge de este acto como instrumento de lucha y como medio para intimidar al enemigo, se
remonta a los comienzos del siglo XX, a las acciones de los grupos nacionalistas y
anarquistas. Más tarde, en los años 50, grupos religiosos islámicos, llevaron a cabo asesinatos
selectivos contra oponentes políticos o intelectuales laicos, pero constituían acciones aisladas.
El terrorismo como instrumento de lucha es un fenómeno moderno, producto del conflicto
entre los Estados modernos y sus sociedades descontentas. El atentado a las Torres Gemelas
en Nueva York, Estados Unidos, perpetrado el 11 de septiembre del 2001, pareció darle a este
fenómeno una nueva dimensión.
Adquirió un carácter mediático insospechado, ya que fue televisado en directo para todo el
mundo y dejó más de 2 mil víctimas. Se lo atribuyó un grupo integrista islámico, llamado Al
Qaeda, dirigido por el ex magnate saudita Osama Bin Laden. El atentado generó una
conmoción inédita en todo el mundo y despertó la inquietud de prácticamente todos los
gobiernos. El terrorismo pasó a ser tema central en la agenda internacional y en la ONU, más
que nunca, se debatió el tema. En el año 2004, el Consejo de Seguridad, en conformidad con
la Carta de las Naciones Unidas y con el derecho internacional, reafirmó “la necesidad
imperiosa de combatir por todos los medios, contra el terrorismo en todas sus formas y
manifestaciones” y del mismo modo “condena en los términos más enérgicos todos los actos
de terrorismo, cualquiera que sea su motivación y cuando quiera y por quienquiera sean
cometidos, que constituyen una de las más graves amenazas a la paz y la seguridad”.
La comunidad internacional tiene claro que los actos de terrorismo constituyen un grave
obstáculo para el logro de los derechos humanos y una amenaza para el desarrollo económico
y social de todos los Estados.
La invasión de Estados Unidos y sus aliados a países islámicos como Afganistán e Irak, podría
dar una pequeña pista para entender los siguientes ataques terroristas de Al Qaeda, esta vez
en Europa, a dos países que no solo habían dado su apoyo a la invasión de Irak, sino que
además habían comprometido tropas para tal efecto.
El 11 de marzo de 2004, cuatro trenes abarrotados de pasajeros estallaron en Madrid. Aquella
trágica mañana murieron casi 200 personas y más de mil resultaron heridas.
El 7 de julio de 2005, Londres vivió un ataque terrorista en cadena que produjo más de 50
muertos y 700 heridos. Un día después de su designación como sede olímpica, cuatro bombas
sacudieron la capital británica. El objetivo fueron tres vagones de metro y un autobús de dos
pisos.
El avance de las telecomunicaciones ha permitido que los grupos terroristas extiendan su
radio de acción accediendo a información instantánea y privilegiada.
Además, como has podido observar, existe una fuerte tendencia a utilizar medios de
transportes, que congregan muchas personas como objetivos de ataques, incluso aviones,
como fue el caso de las Torres Gemelas.

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