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mi ex esposa, que ya no sé desde hace cuántos años no veo. La primera vez que entré a este
cuarto mis piernas temblorosas apenas pudieron arrastrarme por el pasillo y me concedieron la
gracia de desplomarse a orillas de la silla de caoba. Mi agitada respiración cortaba en mi pecho
cada palabra sílaba a sílaba y mi mirada intranquila y nerviosa vagamente pudo enfocar aquel día
los carnosos labios de Amalia.
Aún ahora me es difícil decir de qué color es el pelo de Amalia. Tal vez por la luz, o yo que sé, su
pelo genera tonos ya rubios, ya pelirojos, que inclusive en la sombra se me antojan de un negro
oscurísimo.