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La “Cuarta Transformación” en su laberinto:

¿De la esperanza al desencanto?


Alfredo Velarde
Si queremos poner al descubierto la esencia del fenómeno
socioeconómico y político mexicano, tal como éste se pre-
senta ante nuestro examen, es preciso subrayar con todo el
énfasis necesario, el papel que desempeña la ideología den-
tro del complejo del poder, pues es precisamente en las
“regiones nebulosas” de lo ideológico, donde se agazapa y
disimula la manipulación real que constituye una de las ba-
ses primordiales en que se sustenta el sistema de dominio
al cual se encuentra enajenada la sociedad mexicana en su
conjunto
(José Revueltas1)

I. Introducción sobre aritmética e historia

Desde el primero de diciembre de 2018 en que Andrés Manuel López Obrador


asumió la titularidad del poder ejecutivo, merced a una inédita y copiosa votación sin
precedentes históricos en su favor, muchas de las más trascendentales y emancipadoras
aspiraciones de la escarnecida sociedad mexicana del presente, parecían a punto de entrar en
curso de materialización. Envilecidos sus habitantes por la más reciente historia de abusos
inauditos a manos de su clase política y víctimas de múltiples despojos, así como del ominoso
latrocinio económico capitalista neoliberal, en México pareció cundir en la mayoría de la
ciudadanía del país, y por sobrados motivos, una positiva sensación de haber arribado, a una
nueva etapa reconstructiva para su vida económica, política y social, pletórica de esperanzas y
expectativas de cambio generoso por lo que AMLO había venido representado -con razón o
sin ella- en el imaginario subjetivo de los inconformes con el lamentable estado de cosas
prevaleciente.
Al menos, esto parecía serlo así, para los 30 millones de mexicanos que sufragaron
por él, en lo que todavía parecía quedar en pie en medio de escombros y grandes
descalabros para la gente común, en especial para el conjunto de los explotados y oprimidos
del abajo-social dentro de nuestro derruido y menoscabado estado-nación que parecía haber
perdido toda viabilidad de subsistencia material, que no fuera otra que la propia condición
de los “estados fallidos” con los que México parecía condenado a emparentarse.2

1
Afirmación de Pepe en el Prólogo a la segunda edición de su aún pertinente México: una democracia bárbara
publicado por primera vez en 1958 en Ediciones Anteo y cuyo nuevo prólogo fue escrito durante marzo de
1975. En sus Obras Completas, Tomo 16 y reeditado por Editorial Era, México 1983, pág. 15.
2
Ver al respecto, el lúcido alegato sobre este particular de Noam Chomsky. Estados fallidos. Biblioteca
Pensamiento Crítico, Barcelona 2010.

1
La compartida sensación en muchos connacionales indignados por el balance y el
convencimiento histórico de que el capitalismo salvaje de fe neoliberal nos ha legado es
calamitosa, amén de trágica, parecía arribar a un definitorio punto de quiebre histórico
democrático capaz de propulsar un enérgico y correctivo cambio de rumbo rehabilitador
para la república que no debiera demorarse más. Esto era y es, sin duda, algo más que
evidente. Se logró desactivar, por ejemplo, la persistente tentación de los poderes instituidos
y de los fácticos por acudir a la reedición de un enésimo y nuevo fraude electoral que -como
aquellos dramáticos del pasado-, hubiera obliterado por la vía de los hechos el nuevo intento
de urgentes cambios y profundas transformaciones largamente diferidas y que el nuevo
poder ejecutivo y su gobierno, también mayoritario en el ámbito de los poderes legislativo y
judicial, hoy afirma querer alentar del modo “más resuelto”, emprendiéndolo de modo
comprometido con prisa y sin pausas.
No podría ser de otra manera -muchos se dirán a sí mismos-, si se repara en el
conjunto de dramáticos factores causales que detonaron la ominosa suma monumental de
desgracias que padece la nación y sus clases y estratos de clase subalternos, a resultas de la
irracional mezcla envenenada que combinó de manera funesta a las múltiples privatizaciones
sin medida de los principales medios de la producción y el cambio; con la inaudita
explotación de los asalariados, quienes han sufrido la inhumana precarización de sus tan
disminuidas remuneraciones pecuniarias; y la violencia generalizada sin fin ni medida, como
un efecto directo de la torpe y más formal que real “guerra contra el narcotráfico”, con
muchos miles de víctimas que enlutan los hogares mexicanos; y todo ello, sin duda,
acompañado de una intolerable corrupción que ha concluido por minar al conjunto de los
poros de la vida institucional del país, e, inclusive, los que conforman la vida cotidiana de su
gente. Todo lo cual ha ocurrido en forma paralela a muchos otros fenómenos adicionales, en
un estado-nación en ruinas, incendiado y nadando en sangre. Así, se ha terminado por hacer
ostensiblemente claro el agotamiento terminal no sólo del truculento patrón de acumulación
de capital que los mexicanos han padecido durante las últimas cuatro décadas de culto
irresponsable por la economía de mercado; sino también, del mismo pacto social en agudo
estado de descomposición, además inmerso en un franco y peligroso riesgo de violentas
rupturas sociales, ocasionadas por una cleptocracia rapaz e incapaz de contener su inevitable
voracidad por el latrocinio rampante tan propio de ese “capitalismo de compadres” que
singularizó al pasado sexenio de la más inmoderada corrupción ejemplarmente representada
por el delincuente Enrique Peña Nieto, hoy ex presidente e incomprensiblemente en
libertad, merced a ese raro desplante de “perdonavidas” de parte del contradictorio y nuevo
Tlatoani de la política nacional, en quien tantos mexicanos han cifrado sus profundas
esperanzas -fundadas o no-, en favor de un real cambio alternativo para la nación, como
aquel que tanto se precisa y que no puede ni debe demorarse ya más tiempo.
¿Podrá el nuevo grupo gobernante colmar esas expectativas materializándolas?
¿Estará habilitado, con su nueva mayoría en el poder ejecutivo, legislativo y judicial para la
compleja y demandante tarea que le aguarda hacia adelante? ¿Detenta la capacidad y una

2
genuina voluntad para dar cima esforzada, sin dobleces, a lo pregonado durante la tercera
campaña de AMLO en pos de la presidencia de la república? ¿Representa en fin el proyecto
que Morena encabeza como partido hegemónico, el tipo de alternativas que la nación y sus
sectores explotados y oprimidos demandan, esperan y reclaman con urgencia para sí?
Es en ese contexto en el cual se inscribe la propuesta general de cambio y
transformación que AMLO y su mayoritario partido proponen y prometen para el México
de hoy y a la cual han convenido en denominar grandilocuentemente como la “Cuarta
Transformación” para la vida económica, política y social, en lo queda de nación hundida
por sus múltiples vulnerabilidades económico-financieras y su inconmensurable
endeudamiento externo. En tal dirección para el curso de los acontecimientos políticos
recientes del país, es indudable que el nuevo gobierno, justo cuando apenas han transcurrido
los primeros cien días de su pesada responsabilidad ante los mexicanos, goza de una
“legitimidad” que proviene y se sustenta en el elevado monto de los comicios en su favor,
pero que lógicamente no le convendría dilapidar, como ya parece estarlo haciendo en forma
notoria, como veremos, con ciertas de sus más controvertibles medidas gubernamentales que
ya han detonado crispadas controversias y enconados debates. En tal sentido, muchas cosas
no parecen embonar en las propuestas generales del nuevo gobierno declarativamente auto
presentado como “de izquierda” y “anti-neoliberal”, si se establece una necesaria
comparación entre lo que el nuevo gobierno afirma ser y lo que está realizando o realizará,
con el tropezado e inicio caótico de algunas de sus más recientes medidas tomadas y que
parecen caminar -se vea esto o aún no sea del todo claro para muchos- en un sentido
claramente contrario a sus más importantes propuestas de campaña y que fueron decisivas
para su éxito inicial y que hoy parecen dormir “el sueño de los justos”.
Y por si lo anteriormente enunciado fuera poco, para nuestra crítica exposición
ulterior, agreguemos aquí que la aritmética histórica a través de la cual el nuevo gobierno
federal comunica en qué fase de la compleja evolución secular del Estado mexicano se ubica
(en tanto arquitecto edificador de la autodefinida como “Cuarta Transformación” de la
sociedad mexicana), parece desquiciarse desde el momento mismo en que dicho proceso de
cambio vendría a ser, en rigor, no “la cuarta”, sino más bien “la quinta transformación”
afincada en la cinco veces centenaria historia de cambios y sustantivas transformaciones
vividas en esta parte del mundo, a partir de la caída de la gran Tenochtitlán, capital del
entonces imperio mexica de Anáhuac acontecida en 1521. Desde tal perspectiva, el joven
México entonces denominado Nueva España a partir de La Conquista y durante los tres
siglos de la larga dominación colonial de los peninsulares ibéricos, constituyó la “primera
transformación”. A ella, le sucedió el Movimiento de Independencia, como “segunda
transformación” iniciada en 1810 por el cura Hidalgo, después seguida por Morelos, y, al
final concluida en 1821 con la agridulce “solución” representada por el controvertido Agustín
de Iturbide, y, emblemáticamente, por la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de
México, una vez derrotada la reaccionaria causa realista. De ese modo, la Guerra de
Reforma acontecida entre los años de 1858 y 1861 y el triunfo de la causa liberal encabezada

3
por Benito Juárez que posibilitó conferirle realidad a las Leyes de Reforma -y en forma
resaltada la promulgación de la ley que separó Iglesia y Estado para postular la laicidad de
sus gobiernos-, constituyó la “tercera transformación”, a la cual hubo de sucederle la
Revolución Mexicana de 1910-1917, concebida como la verdadera “cuarta transformación”
materializada, como se sabe bien, con la promulgación en Querétaro de la Constitución
Política que actualmente, en medio de múltiples adiciones que han terminado por
desfigurarla del todo, aún nos rige.3
De manera que de ese anterior y brevísimo recuento histórico obligado, tendríamos
que colegir que la transformación que AMLO y la fuerza política mayoritaria que hoy
representa Morena dentro del sistema político mexicano en crisis, se comulgue o no con el
contenido y la forma misma de su actual proyecto hegemónico, vendría a ser la “quinta” y no
la “cuarta transformación” aludida como lo señalan de manera falible sus olvidadizos
promotores. Acaso tal dislate histórico, nos preguntamos, ¿es portador o detenta una
inconfesada razón de fondo, colocada más allá de una simple imprecisión historiográfica o
de un craso error de elemental aritmética? Esa es una cuestión en ningún sentido carente de
interés y algo que iremos desgranando en el cuerpo del siguiente apartado segundo y de los
sucesivos en que nos interrogamos tanto por la forma como por el contenido del tipo de
Estado mexicano y su gobierno, del cual el nuevo grupo gobernante es abierto partidario, en
modo alguno exento -como se verá- de contradicciones y graves dislates teórico-prácticos.
II. El gobierno de AMLO y Morena: ¿versión contemporánea del viejo
populismo latinoamericano a la mexicana?
No debiera sorprender demasiado la gran dificultad con que los estudios
politológicos convencionales de factura demo-liberal capitalista chocan, cuando
interesadamente persiguen la ubicación caracterizadora de un común denominador más o
menos homogéneo para definir a los gobiernos populistas en el mundo capitalista maduro en
que hoy se opera la transición posmoderna del modo de producción y del conjunto de sus
formaciones económico-sociales correspondientes del tiempo histórico globalizador. La
enorme mayoría de los estudios en materia de política comparada, por ejemplo, avocados al
análisis tanto de movimientos cuanto de regímenes que han sido en el pasado
descalificatoriamente tildados de antemano como “populistas”, de parte de la derecha cínica,
resaltan por la gran incoherencia analítica que los singulariza desde el momento mismo en
que destacan por pretender incomprensiblemente colocar en un mismo cuadro tipológico a
expresiones tan disímiles del “populismo histórico”, como lo han sido el populismo de

3
Sobre esto, es probable que los puristas de la falible aritmética historiográfica obradorista, aduzcan que,
cuando se refieren a la “Cuarta Transformación” que se afanan y ufanan por encabezar, se hace referencia sólo
a la “cuarta transformación republicana del Estado nacional mexicano” bajo su acepción moderna, razón por la
cual soslayan, en su errático recuento histórico, la violenta transformación que trajo la etnocida invasión
europea sobre el “nuevo mundo” que por Vespucio se denominó América. Empero, en tal justificación, está
presente un inconsciente giro racista, que ni siquiera considera como algo relevante, ese cambio radical en la
forma de vida impuesta contra nuestros autóctonos originarios y a los que hoy, el Estado mexicano de cualquier
temporalidad y color, sigue sin ver ni oír. ¿Repetirá López Obrador ése mismo soslayo histórico anti indígena?

4
factura rusa del siglo XIX -que tanto interesó, por ejemplo, a Lenin criticar-, al nasserismo
egipcio, al peronismo argentino o al gobierno del ya desaparecido Hugo Chávez en la
revuelta Venezuela del presente (cuando la ignorancia supina y el autoritarismo extremo de
Nicolás Maduro terminó por corromper del todo a su régimen populista y nacional-
estatista4), por sólo ofrecer aquí, apenas, cuatro botones de muestra heterogéneamente
emblemáticos y que parecen portar entre ellos, por cierto, bastantes más diferencias entre sí,
que las similitudes comunes pregonadas por los comparatistas y transitólogos demo-liberales.
El asunto se complica, todavía más, para la anfibológica perspectiva demo-liberal
capitalista antedicha, si al listado provisional que aquí se ofrece, se le agregan con calzador y
desmesura, adicionales ejemplos históricos también propios del siglo XX que concluyó, al
incorporar ciertos “ejemplos-límite” como el del fascismo mussoliniano –¡y aún del nazismo!-
o hasta el del socialismo revolucionario (¿?) que son del todo in-atingentes por desbordar en
forma por demás burda el fallido intento por agruparlos en un mismo “rubro analítico”
como presuntos o reales “regímenes populistas”. Sobre este particular, el conocido
intelectual, Roger Bartra, ofrece una diferente propuesta de definición general del populismo
que nos resulta útil por aquello en lo que acierta, así como por contener también elementos
de su propio yerro sobre la materia, cuando este mismo autor afirma lo siguiente:
Me parece que podemos considerar al populismo como una forma de cultura
política, más que como la cristalización de un proceso ideológico. En el centro de
esta cultura política hay ciertamente una identidad popular, que no es un mero
significante vacío, sino un conjunto articulado de hábitos, tradiciones, símbolos,
valores, mediaciones, actitudes, personajes e instituciones. Por ello, podemos trazar
genealogías y tradiciones en las culturas populistas, mostrar influencias y conexiones
entre ellas, pero resulta imposible definir un catálogo de rasgos comunes a todas. En
cambio, sí podemos reconocer la existencia de una especie de árbol genealógico del
populismo latinoamericano que, si bien tiene algunos rasgos comunes con las
tradiciones europeas y norteamericanas, constituye un tronco de cultura política
peculiar que podemos reconocer, aunque no encerrar en la jaula de una definición.
En esta cultura política podemos reconocer hábitos autoritarios, mediaciones
clientelares, valores anticapitalistas, símbolos nacionalistas, personajes carismáticos,
instituciones estatistas y, muy especialmente, actitudes que exaltan a los de abajo, a la
gente sencilla y humilde, al pueblo. 5

4
Sobre el candente tema actualísimo de Venezuela, que se nos lea bien y sin las antiparras de una interesada
“lectura” interpretativa torcida de lo que no decimos. Y esto implica que nuestra crítica radical desde el
socialismo libertario, autogestionario y confederal al régimen populista autoritario de Maduro, no niega nuestro
repudio al ingerencismo de una OEA vergonzosamente plegada al unilateralismo halcón de gran potencia y
neo-imperialista de Trump y sus secuaces. Uno tendría que ser ciego o sordo, o ambas cosas a la vez, para
suponer con falibilidad extrema que los EUA pretenden “restaurar la democracia” en Venezuela, cuando es por
demás evidente que van, junto al muñeco de ventrílocuo autoimpuesto y su pantomima de “presidente
encargado”, Juan Guaidó, por su petróleo tal y como ya ocurrió en Irak con cientos de miles de muertos.
5
Roger Bartra. “Populismo y autoritarismo”. Revista Encuentros 2050 de la Coordinación de Humanidades de
la UNAM, # 24, diciembre de 2018, págs. 30-31 (cursivas nuestras).

5
Sobre esta cita y más allá de sus virtudes o defectos -algo que no podemos tratar con
detalle aquí-, la anterior definición nos resulta útil en la medida que posibilita asir el hecho
de que, cuando se apela al populismo, ni qué decir tiene que, con él, se alude a una suerte de
peculiar “cultura política” que nutre a sus pretensiones y desplantes por conectar de modo
político y masivamente con la gente vulnerable, vía el empleo ideológico-instrumental de las
pulsiones e inquietudes presentes al seno de los movimientos sociales y cuya ubicuidad se
encuentra enraizada, de manera especial, en las expresiones y espacios más atrasados de lo
social para movilizarlos en favor del poder y no de los explotados y oprimidos, los cuales
ordinariamente reaccionan de un modo refractario contra la imposición de “lo moderno” en
el plano de lo económico y lo político-social.6
Máxime, si por ello han de comprenderse fenómenos tales como la imposición,
desde arriba y contra la gente, de políticas económicas como aquellas propias del ajuste
estructural explicables tras la crisis fiscal de los estados nacionales durante la segunda
posguerra mundial y que, en el plano de la globalización económica, detonada durante la
década de los ochenta del siglo XX que periclitó, hicieron posible el advenimiento de
gobiernos ultramontanos tan reaccionarios como los de Ronald Reagan y Margaret Tatcher
en los Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente; y, en el plano mexicano, posibilitaron el
golpe de timón generacional que supuso el desplazamiento del régimen presidencialista
autoritario y corrupto representado por el PRI, de gente cuyo perfil desarrollista y
económico-interventor al modo keynesiano y/o cepalino -como el de los previos presidentes
priistas-, nada tenían ya que hacer durante la contrarrevolución monetarista conservadora tras
el arribo de Miguel de la Madrid Hurtado y luego, sobre todo, de Carlos Salinas de Gortari
al autoritario poder presidencialista y tecnocrático para imponer el patrón de acumulación
capitalista salvaje y neoliberal, de la mano de las privatizaciones y sus inauditos despojos; el
asimétrico “libre comercio” con el caso ejemplar del TLC y hoy T-MEC; y la desregulación
financiera, hechos estos que tanta indignación produjo en el país desde el fraude electoral de
1988 para detonar la sostenida “réplica populista” opositora contra el statu quo, durante tres
sexenios con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza de dicho movimiento opositor al canon
neoliberal; y luego, con el AMLO que contendería posteriormente por la presidencia en tres
ocasiones sucesivas, hasta su reciente victoria electoral del primero de julio de 2018.
En el anterior sentido no sobra afirmar el hecho de que, en Latinoamérica, lejos se
está de haber finiquitado con las culturas políticas autoritarias. Las cuales, pese a que
carezcan de homogeneidad y sean portadoras de diferencias importantes entre ellas mismas

6
En el inicio de su larga definición del “populismo”, por ejemplo, el Diccionario de Política coordinado por
Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, se afirma: “pueden ser definidas como populistas aquellas fórmulas
políticas por las cuales el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo
de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante de
referencia”. ¿No recuerda esa definición parcial -nos preguntamos-, diversas afirmaciones del máximo líder de
Morena y actual presidente de la república? Sin duda. Tal vez, un marxista irónico y opositor de izquierda al
nuevo poder, respondería con filo crítico y contra todo populismo, lo siguiente: “¡Se habla tanto de pueblo, que
algo se trama contra el proletariado!”. ¿No es así? Vid. Editorial Siglo XXI, México 1988, págs. 1280 y 1281.

6
que no conviene desestimar, resulta pertinente y posible el caracterizarlas en general como
“populistas”. Al efecto, entre la ejemplificación histórica concreta de algunos de sus
expresiones más viejas y recalcitrantes, inevitablemente aparecen el priismo propio del
nacionalismo-histórico a la mexicana, así como el conspicuo caso del peronismo argentino.
¿Qué los hace destacar entre otros populismos en América Latina? Indudablemente, la
circunstancia de que, ambos casos, constituyeron potentes manifestaciones estatalistas
íntimamente relacionados a su condición inextricablemente vinculada al ejercicio del poder
gubernamental y en los que emerge la persistente figura invariada de un “líder carismático” o
un “caudillo providencial” soportado por una extendida y reconocible base social que lo
aplaude sin chistar, haciendo abstracción de si sus políticas públicas sirven o no a la gente
que lo apoya y a un genuino desarrollo económico, y el cual, frecuentemente, el populismo
fue incapaz de materializar como resultado de sus controvertibles políticas económicas.
De manera que no son infundados los motivos que hacen necesaria la pregunta con
que se intitula el presente apartado y que nos impele a ponderar la pertinencia analítica por
rediscutir al populismo latinoamericano de hoy y nuestra propia interrogante que se inquiere
respecto a si el nuevo poder presidencial representado por AMLO, constituye una suerte de
reactualización del populismo a través de su peculiar modalidad dentro de las especificidades
propias de la formación económica y político-social mexicana. Por lo demás, los ecos del
histórico populismo latinoamericano, a todo lo largo y ancho del aún joven siglo XXI, no
han dejado de resonar. Al punto que han constituido un tópico erigido en factor de
incertidumbre para las arrogantes élites tecno-burocráticas de inconfundible tufo capitalista
neoliberal, claramente conscientes de haber sido un determinante factor causal detonante de
su réplica populista, frecuentemente disfrazada de “socialista” -no obstante su gran pobreza
programática y la sustantiva diferencia radical entre las finalidades reales de aquel y éste, y
que, en varios estados nacionales latinoamericanos, han sido capaces de desalojar al
neoliberalismo del poder político instituido, pese a que sus más poderosas oligarquías hayan
sido lo suficientemente resilientes para conservarse como los poderes fácticos que por la vía
de los hechos nunca dejaron de ser, y al punto de haber sido, también ellas, capaces en
algunos casos hasta de recuperar su viejo poder político de antaño, tras perderlo por su
corrupción, excesos privatizadores y los múltiples despojos contra los bienes comunes de la
gente, detonando -como decimos-, múltiples resistencias, un enorme descontento y la
desobediencia generalizada contra ellos, expresada con la pérdida del previo consenso
político social que esas mismas oligarquías detentaron para sostenerse como hegemonías
políticas, en medio de amplios cuestionamientos desde el abajo-social opositor que las ha
confrontado en el Cono Sur.
Además, resulta indudable que esas mismas tensiones que aquí se refieren, han
recorrido con amplitud a toda la inestable y volátil geopolítica latinoamericana. Las
evidencias detentan múltiples registros de ello, como en los notorios y conspicuos casos que,
sin ánimo exhaustivo, se enumeran en orden alfabético aquí a través de sus ejemplos

7
recientes más visibles: Bolivia y Brasil, Ecuador y Nicaragua, Perú7 y Venezuela, para
trastocar el prexistente paisaje del espectro político latinoamericano hasta antes de la revuelta
y catártica historia de enfrentamientos entre neoliberales y nacional-populistas reciente.
¿Debemos adicionar a dicha lista -nos preguntamos-, el caso mexicano desde el momento
mismo en que ha ocurrido la llegada de López Obrador a la silla presidencial? Muchos
acontecimientos recientes así parecen acreditarlo, aunque muchos otros más, convocan a la
mesura para ir con más tiento profundizando dicha línea de indagación caracterizadora, al
lado del también pendiente asunto adicional alusivo a sí, con dicho gobierno de AMLO,
estamos -o no- ante ¿una suerte de nuevo régimen?
Empero y cualesquiera que sean nuestras iniciales respuestas caracterizadoras
referidas al nuevo poder presidencial de AMLO, en cuyo análisis está presente la fundada
sospecha de muchos en que su sola existencia podría nutrir al balance contemporáneo y la
experiencia histórica del populismo latinoamericano, con un nuevo ejemplo histórico-
concreto -y distinto al de Lázaro Cárdenas durante los años 30 y 40-, existe algo que resulta
útil señalar aquí: la difusión y recurrente ubicuidad del populismo en la historia política
latinoamericana, ha generado una muy grave deformación en el imaginario subjetivo
politológico y en el de muchas de las izquierdas militantes que actúan en la región, respecto a
lo que constituye un auténtico proyecto de izquierda revolucionaria, como ése que tanta falta
histórica hace y que, en México, en su versión alternativa desarrollada está representado por
el EZLN -guste esto al obradorismo o no-, y que, se distancia de posturas populistas como la
que AMLO representa, de un lado: pero también de las socialdemócratas, de otro lado, al
modo en que este deslinde que aquí se hace desde el anticapitalismo autonomista libertario y
confederal, lo fuerzan acontecimientos y procesos como los previamente acontecidos en
Brasil, Chile o Uruguay, por ejemplo, los cuales se han visto potentemente imantados por el
arraigado y añoso populismo y sus reconocidas taras, sin dejar por ello de recibir el raro
influjo e incomprensiblemente todavía “atrayente” para ellos, de la cultura dictatorial
representado por el tan osificado como falso dizque “socialismo cubano”.8

7
Un riguroso estudio de caso referido al más reciente proceso histórico del populismo en el Perú, bien podría
mostrar con gran elocuencia cómo, los sistémicos y fácticos poderes más retrógrados en la nación andina,
pudieron desactivar la en principio explosiva furia antineoliberal del nacionalismo populista larvado desde el
tiempo de Alberto Fujimori, a través de la fabricación artificial de sus modalidades y expresiones más blandas e
insustanciales del mismo posicionamiento político en los casos tanto del lamentable Alan García como del
oportunismo sumamente contradictorio de Ollanta Humala. ¿Podría AMLO, en México, con su moderado
proyecto reformista, desbarrancarse por un atolladero parecido al del rampante cretinismo de los dos más
recientes presidentes peruanos y que concluyeron siendo perfectamente inofensivos para el rapaz
neoliberalismo que prometieron desterrar, al modo que hoy lo hace López Obrador en el país, mientras afianza
su alianza con la burguesía nacional y desoye la crítica y movilización indígena contra los megaproyectos
capitalistas ecocidas?
8
Aquí se alude no a la esperanza general que consigo trajo la revolución cubana casi al amanecer de la década
de los 60, sino de la exhausta Cuba de hoy tras la intrascendente presidencia heredada a Raúl Castro y como si
de una monarquía se hubiera tratado, por su ya desaparecido hermano Fidel, y que, con Miguel Díaz-Canel en
la presidencia y el más reciente Congreso del desfigurado PCC, incluso podaron la palabra “socialismo” de su
ya ilegible Constitución Política, sin protesta de alguien en un día, al parecer, soleado para los ignorantes.
¿Signo de los tiempos? Por triste que eso suene a muchos, efectivamente.

8
Sobre esto último, afirma el ya citado con anterioridad Roger Bartra, lo siguiente que
muestra y demuestra un dato inquietante: lejos de romper con el neoliberalismo, algunas
modalidades blandas del populismo latinoamericano han terminado por convertirse en una
opción remedial y de emergencia para la alicaída gobernabilidad sistémico-capitalista, cuando
irrumpen fuerzas anti-sistémicas y contra-estatales amenazando con soluciones de fuerza
revolucionaria y que se proponen ir a fondo en el diseño de genuinas alternativas
anticapitalistas siempre diferidas y de ordinario portando un inevitable componente de
violencia que habría que valorar como el derecho a la autodefensa de los subalternos, justo
cuando cualquier otra vía de cambio real ha sido obliterada del todo con la abierta
complicidad de los mismos “opositores” formales -populistas y socialdemócratas, por
ejemplo- que son incapaces de tocar ni con el pétalo de una duda epistemológica, las
explotadoras y asimétricas relaciones sociales de producción capitalistas vigentes en todo el
mundo. Así, Bartra afirma, en su ensayo “Populismo y autoritarismo” ya referido, lo
siguiente que aquí nos interesa por lo que en la presente sede más adelante se sostendrá:
El populismo peronista [en tanto ejemplo adicional de “populismo moderado” en la
historia de aquel estado nacional, agrego yo] no parece muy virulento en Argentina
(pero sí muy corrupto) y en México las actitudes agresivas y conservadoras de López
Obrador lo llevaron a dos derrotas electorales en 2006 (por un margen muy estrecho)
y en 2012. Pero en 2018, gracias a un giro a la derecha y el apoyo del PRI llegó a la
presidencia.9

Y más adelante, agrega Bartra sobre la derrota de AMLO en 2006, que:


La derrota de López Obrador se inscribe en la línea de retorno al viejo nacionalismo
revolucionario y al estilo priista que tantos estragos había causado. Fue incapaz de
inscribir su campaña electoral en la nueva cultura democrática. Se lanzó frontalmente
contra la cultura gerencial, a la que en sus arranques de exageración calificó de
fascista, y a pesar de tener un programa tibio y contradictorio, dejó la impresión de
que era un agresivo revolucionario que no permitiría que los ricos se siguiesen
enriqueciendo. Fue también muy ofensivo con la clase media. La misma
incoherencia de su programa hizo que pocos creyeran que se disponía a apegarse a
sus lineamientos. Pero después de su segunda derrota en 2012, el populismo de
Obrador dio un espectacular giro a la derecha y logró limar su actitud agresiva. En

9
Roger Bartra, Op. cit., pág. 31. En el presente texto se cita a éste mismo Bartra de atrás -no a su pariente
Armando-, conocido éste también por su ominoso olvido de todo marxismo o crítica de la economía política
alguna que antes alegó suscribir, desde el tiempo ido del “circo maya”, para convertirse en un porrista más de
AMLO, infatuado por su populismo moderado y sus lamentables implicaciones. Pero ello no supone,
tampoco, que exista alguna convergencia política de fondo con Roger. Es decir, ni con un Bartra, ni con el otro.
Si aquí se cita a Roger, es por el sentido de pertinencia que les confiere a algunos aspectos del populismo
histórico y del latinoamericano en particular. No se coincide con Roger, en la cita anterior, por ejemplo, con
que silencie el fraude electoral contra AMLO y a favor de Felipe Calderón en 2006, al señalar que “perdió por
un margen muy estrecho” (¡sic!); tampoco, cuando calla la asimetría de recursos e intervención del Estado de
urgencia neoliberal, con todo su aparato y guerra sucia, para imponer al inefable Peña Nieto en la presidencia
de la semi república mexicana con los dramáticos resultados conocidos; ni tampoco se coincide, con lo que él
denomina preso de la ingenuidad o la mala fe, como “la nueva cultura democrática” (¿?) (cursivas nuestras).

9
2018 gana las elecciones e inicia un gobierno claramente derechista. Con ello el
populismo conservador llega al poder en México.
10

A reserva, pues, de que ulteriores desarrollos sean capaces de conducir a incorporar


de una manera plenamente integrada nuevos elementos imprescindible para una pertinente
caracterización científico-crítica completa, alusiva tanto al tipo de Estado como de gobierno
que con López Obrador se va delineando en el horizonte, resulta necesario afirmar aquí
que, el hecho de que su gobierno se encuentre potentemente imbuido de la contradictoria y
contraproducente cultura populista latinoamericana tradicional de la cual es en alguna
medida heredero, junto con sus correligionarios, valida la pertinencia analítica de ese que
vendría a ser un nuevo estudio de caso, bajo propósitos críticos y de deslinde desde una
izquierda verdadera con todas sus implicaciones. Y si esto es así, es muy posible que lo que
cristalizará como efecto de su gestión en la administración pública del país, configure una
versión y modalidad contemporánea del populismo que, por sus eclécticos componentes que
ya se insinúan de manera recurrente hoy, concluyan por revestir la atípica modalidad de
populismo que se estará gestando en México y que deberá seguirse estudiando con un grado
de atención mayor, tanto en sus acentos cuanto en sus falencias y claros déficits democráticos
que muchos no desean que se muestren y denuncien. Por de pronto, digamos aquí que una
factible razón de su ecléctico constructo-empírico en lo que al estilo particular de gobernar
de AMLO y de Morena se refiere, dimana de su en parte muy estrecho y unilateral
conocimiento de las teorías del Estado en general y las del mexicano en particular, así como
de todas sus nervaduras gubernamentales; y en parte, también, del recurrente uso
demagógico y retórico que en conjunto, el máximo dirigente y su aparato gubernamental, así
como el mismo partido-movimiento representado por Morena, sostienen, por cuanto
afirman ser y representar los intereses de “todos los mexicanos” y no los de la facción que,
aunque mayoritaria, no representa los intereses del amplio conjunto social. Especialmente -lo
queremos decir así-, los de la clase trabajadora asalariada de la ciudad y el campo.
III. El gobierno de AMLO y su contradictoria concepción del Estado
Si lo que aquí se emprende, entonces, es una indagatoria teórico-política inicial capaz
de develar el tipo peculiar de Estado y gobierno que con AMLO y Morena empiezan a
perfilarse para el México de hoy, resulta preciso colocar en el tapete de nuestra exposición
algunas reflexiones alusivas a las distintas modalidades concretas que la forma-Estado ha
adoptado en el zigzag de su elongado y complejo tránsito histórico, una vez emplazada la
modernidad capitalista en la escena de la lucha de clases, con sus giros y vaivenes por los
complejos vericuetos del modelo de sociedad industrial capitalista en el panorama
internacional y por los cuales, sin duda, ha transitado la modernidad burguesa -con más pena
que gloria- y nunca exenta de problemas, algo que incluye, por cierto, al México del siglo XX
hoy inmerso en la actual crisis de civilización y que, con el emplazamiento del todavía muy
joven y globalizado siglo XXI, ya parece habitarlo todo tanto aquí, como allá y acullá.

10
R. Bartra, Ibid. pág. 32 (cursivas nuestras).

10
Inclusive, parece inescapable amén de obligada la necesidad porque aquí nos
interroguemos con seriedad si resulta propio de una genuina cultura política democrática de
izquierda, la presentación de una línea de defensa argumental en favor de la forma-Estado
capitalista contemporánea en la nación, del modo tan tosco, maniqueo y frágil en sus pilares
de sustentación, como hoy lo hacen AMLO y Morena para negar por la vía de los hechos la
existencia de toda una rica, compleja y plural batería argumental de estudios que han
sustanciado la necesaria crítica radical del Estado capitalista, por ende de clase, en el
contradictorio y complejo mundo que nos ha tocado vivir.
Lo que en todo caso parece explicar el modo tan inconsistente en que los nuevos
gobernantes del México de hoy se atrincheran en una implícita defensa recuperadora del rol
protagónico del Estado capitalista en la economía, señalándolo como “plural” y “al servicio
de todos” en el ejercicio del poder, tras la larga pesadilla sufrida por la inmensa mayoría de
mexicanos a manos del neoliberalismo, ello tiene que ver con nuestra hipótesis de partida,
según la cual lo que AMLO y Morena representan en la abigarrada geometría política
nacional, nada tiene que ver con los principios, los valores o la ética de la izquierda anti
sistémica y contra estatal, razón por la cual, López Obrador y su partido-movimiento, en
rigor, no representan a la izquierda verdadera. O, en última instancia, podemos esgrimir el
argumento según el cual, la nueva hegemonía política que ellos representan, sólo es posible
considerarla “izquierda”, si acto seguido aducimos que, de serlo de algún modo, ello significa
que AMLO y Morena apenas alcanzan a representar a la “izquierda del capital”.11 Pero nos
preguntamos: ¿qué significa ser de izquierda en la más inmediata realidad contemporánea
del envilecido México del presente por sus actuales gobernantes? En una medida
importante, tras una larga historia de renuncias y defecciones, traiciones y distorsiones de sus
reales connotaciones de fondo, lo mismo que la izquierda siempre representó desde sus
orígenes y sin que ello conduzca a soslayar que la propia palabra ha vivido transformaciones
dentro del avatar correspondiente a su propia evolución histórica. Y sin embargo, “ser de
izquierda” sigue suponiendo una denominación apelativa de las cosas por su nombre, mal
que les pese a quienes hoy están en el poder y ello implique que incurramos en lo
“políticamente incorrecto” por no renunciar a ejercer la crítica, si lo que de criticar se trata
es, precisamente, el principio de autoridad incluso de parte de quienes apenas la víspera se
acomodaron en él, ¿acaso para reeditar lo que antes ellos mismos cuestionaban?12 Por ello,
diremos algo sobre las diferentes teorías históricas alusivas al Estado de clase capitalista,
comparadas con la ambigua visión de AMLO sobre el mismo aparato.

11
Así lo consigna en un pertinente y esclarecedor ensayo suyo reciente, nuestro compañero de múltiples luchas
y amigo de siempre Rubén Trejo e intitulado así: “AMLO: la izquierda del capital”. Versión impresa aún
inédita y de próxima publicación del autor y que obra en nuestro poder.
12
Véase, el acertado encuadre que adopta Andrea Bárcena en su artículo: “Ser de izquierda”. La Jornada,
sábado 2 de marzo de 2019, pág. 30. En ese texto, dice: “…ser de izquierda es tener claro que seguiremos
siendo país capitalista y que la pobreza de la infancia no es falla, sino estrategia capitalista para reproducir la
sociedad de clases y la mano de obra barata; no aceptar como normal y lógico los negocios de ‘la democracia’;
ser de izquierda es tener la certeza de que nunca el capitalismo va a dar justicia ni igualdad, porque el
capitalismo es en sí mismo inmoral y perverso”.

11
¿Cuántas y cuáles son, vistas la cuestión en una resumida perspectiva general, las
distintas y principales concepciones referidas al moderno Estado de la clase dominante en el
capitalismo, a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo y evolución histórica?
Básicamente son seis las líneas argumentales claramente diferenciadas entre sí. Veamos en
qué se diferencia cada una de ellas con respecto a las demás, a partir de lo que cada una
reivindica como su propia postura a partir de sus respectivos enfoques particulares:
a. El “Estado policía” en el liberalismo clásico.
Esta primera conceptualización, que es la tesis burguesa original, corresponde con la
época del capitalismo temprano y resulta convergente con las teoréticas tanto del liberalismo
político como del económico clásicas. En ambos cuerpos doctrinales, aparece como implícita
la definición del Estado, como una suerte de “policía-guardián” y garante de los capitalistas
en defensa del controvertible derecho a la propiedad privada (vale decir, invariablemente
colocado en defensa de la nueva clase histórica emergente y sus específicos intereses
particulares adquiridos). Si algo singulariza a esta primera definición del liberalismo
económico-político, en favor del naciente capitalismo y sus propietarios privados, es la de ser
portadora de una unilateral definición abiertamente proclive a una intervención mínima del
Estado en la economía, postura ésta que configura el núcleo esencial del liberalismo,
entonces antagonizado con las tesis mercantilistas en boga, para proponer su “nueva filosofía”
consistente en la defensa de la “libertad económica” y del “individualismo capitalista”.13 De
este modo, desde la filosofía, la economía o la política, el unido coro de los clásicos liberales
-Locke, Montesquieu, Kant, Adam Smith, David Ricardo, Humboldt, Benjamín Constant,
John Stuart Mill, Tocqueville, etc.-, convergen en la misma sintonía fustigadora del Estado
absolutista de linaje nobiliario, para sustentar una postura histórica en favor de una formal
“emancipación económica” -para unos cuantos-, respecto al viejo poder político de antaño y
que era portador de rancias fragancias feudales. Así, al tiempo que se defendía al
individualismo capitalista y la protección de la propiedad, se combatía la persistencia del
Estado absolutista, en una era en que sólo votaban los propietarios a favor del “dejar hacer y
dejar pasar”, soportando la resbaladiza noción de la “libertad económica” de ese primer
capitalismo. No obstante, ¿era todo eso ético, justo, correcto o equilibrado para todos?
Evidentemente no. Por ello, su réplica radical, no tardaría en hacer sonar su atronadora voz
que habría de configurar, por ejemplo, al naciente movimiento obrero anticapitalista.

13
Esto fue así, a partir de 1689, cuando el padre ideológico del liberalismo político, John Locke, publicó sus
Tratados sobre el gobierno civil en directa controversia con el absolutista texto monárquico de su adversario
natural, el también inglés Robert Filmer, y quien, en 1680, había dado a conocer su libro Patriarca o el poder
natural de los reyes. Tal controversia, quedó saldada en Inglaterra a favor de Locke, muy poco después de sus
Tratados, con la publicación de La Carta de los Derechos (Bill of Rights), el mismo año que aquellos. Más
tarde, ese mismo debate resurgió en el caso del absolutismo francés encarnado en la figura del rey Luis XIV -el
mismo gobernante entre 1643 y 1715 y que había postulado “El Estado soy yo”-, un ominoso apotegma cuando
Jaques Bénigne Bousset editó La política a partir de las sagradas escrituras, tardía apologética insustancial ésta
del absolutismo monárquico que sería derrotada de modo elocuente y definitivo por el barón de Montesquieu
en 1789 con la aparición de El espíritu de las leyes, y más tarde, refrendada esa misma postura por Benjamin
Constant a través de sus Principios de Política aplicables a todos los gobiernos representativos (1815).

12
b. La crítica marxista radical del Estado capitalista
La segunda postura en el presente recuento del Estado capitalista, está representada
por la implícita y natural réplica económico-política radical a la primera conceptualización
burguesa-liberal expuesta con anterioridad, a través de la potente crítica que, contra el Estado
de clase capitalista, se esgrime como una fundada acta de acusación en regla desde la
perspectiva marxista revolucionaria radical. En tal sentido, la crítica marxista del Estado
capitalista se encuentra sustentada, explícitamente, como una crítica que es histórica y
estructural, en tanto parte componente y muy relevante de toda su crítica general al conjunto
de un modo de producción que -como ése en que aún vivimos-, resulta imposible de
embellecer, en razón a que su sistema económico y su Estado político son, simultáneamente,
explotadores, opresivos y enajenantes. En tal dirección e independientemente de si su crítica
se emprende a través de sus connotaciones instrumentales, o de aquellas de base estructural,
e incluso a través de aquellas otras de extracción hegeliano-marxistas, en cualquier caso,
resulta evidente que dicha crítica se encuentra abocada al cuestionamiento total de ese
estratégico instrumento del cual la clase capitalista se sirve, representado por su Estado de
clase y la plétora de sus nervaduras gubernamentales. En tal labor, el Estado y los gobiernos
de la clase capitalista expresan, en el plano de la superestructura política, el propio poder y el
dominio que, de facto, los capitalistas de antemano ya detentan y ejercen desde la base
económica misma, hasta su ampliación capaz de abarcar hasta su cúspide burocrática y
funcionarial.
En la caracterización marxista del Estado, éste es claramente un aparato que funciona
como dispositivo instrumental de los propietarios puesto a sus órdenes, dado que no sólo
suscribe su ejercicio del poder; sino que, a la vez, los defiende frente a los desafíos a su
estabilidad que le representan sus opositores, incluso coercitivamente; a la vez que representa
a la clase de los propietarios en la arena ideológica, inmerso como el Estado y sus gobiernos
están, afanados en la compleja tarea de sintetizar los intereses generales de los capitalistas
frente a los desposeídos y los rebeldes activos, tanto en el poder económico -por ser los
propietario privados de los medios de producción-, cuanto en el poder político -puesto que
burocracia y funcionariado en el mismo modo de producción labora en las instituciones de la
administración pública bajo el comando del capital-. No andaban desencaminados en su
caracterización del Estado capitalista moderno, los entonces jóvenes Marx y Engels, cuando
sostenían en un célebre texto suyo de 1848, que: “El gobierno del Estado moderno no es
más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.14

14
Karl Marx y Federico Engels. Manifiesto del partido comunista. Editorial Progreso, Moscú 1979, pág. 32. Así,
si antes el Estado fue visto como la “forma racional de la existencia social del hombre” (Hobbes); como “árbitro
imparcial” que impide la “degeneración social” (Locke); o como “expresión de la voluntad general” (Bonnin),
en la crítica anti burguesa de Marx, se contrapone su teoría del Estado, como una expresión de la forma de
organización de la sociedad y órgano del poder. Lejos de ser independiente de la sociedad civil, cumple la tarea
de representarla, dado que deviene de su división en clases antagónicas para amortiguar y aparentemente
reconciliar sus antagonismos. Ello supone, pues, que el Estado capitalista es el representante oficial de toda la
sociedad y su síntesis en un cuerpo social visible, pero que sólo lo es, como Estado de la clase dominante.

13
c. La concepción keynesiana: ¿un “Estado-benefactor” de regulación interventora?
En tercer lugar y por orden histórico, aparece una teoría burguesa diferenciada de las
conocidas posturas convencionales del enfoque liberal capitalista clásico o neoclásico: la del
economista británico John Maynard Keynes, por cuanto la suya resultó ser -con su Teoría
general- una definición capitalista orientada a la directa intervención económica del Estado
bajo propósitos reguladores de las disfunciones que el mercado inevitablemente presenta,
con vistas a generar un presunto “Estado providencia” o también denominado “de
bienestar”, para la ciudadanía de todas las clases y estamentos. Esto último, que pareciera ser
un exotismo puesto que nunca los economistas clásicos o neoclásicos mostraron una
preocupación por representar o encabezar a través de su Estado los intereses del conjunto de
la sociedad, precisa de su contextualización histórica. Para ello, resulta preciso retrotraernos
a los devastadores efectos contra la estabilidad económico-política del crack bursátil que, en
1929, demolió muchas de las certezas que la burguesía estadounidense había abrigado
respecto a la “infalibilidad” de su propio Estado de clase histórico. Mayormente esto se hizo
comprensible por la larga onda deflagradora que alcanzaron sus efectos más perniciosos en
medio de su vorágine, al generarse la Gran Depresión durante los años de 1929-1933. A lo
largo de todo ese intervalo histórico, el capitalismo norteamericano se vio destructivamente
azotado por una prolongada crisis económica estructural, que después alcanzó al conjunto de
los estados-nacionales capitalistas en el panorama internacional para invalidar las teorías que
antes, con el predominio del Estado liberal, se habían postulado como “inamovibles” de
parte de aquellos quienes predicaron la presunta “capacidad autorreguladora” del mercado, y
que, con la crisis desencadenadora de la Gran Depresión, se dislocarían por completo.
De manera que, para Keynes, el Estado es el único mecanismo que puede suplir las
deficiencias congénitas del mercado, a la hora de restablecer la estabilidad de la economía en
el corto plazo. En ese sentido, la intervención estatal -afirma el economista británico- es una
“excepción necesaria” para “el buen funcionamiento de la economía”. Empero, señalado lo
anterior, vale preguntar lo siguiente: ¿buen funcionamiento para quién? No hay ni qué
dudarlo: para la clase capitalista que, una vez que amplifica las funciones del Estado a un rol
protagónico de sus gobiernos, también en la esfera económica, lo hace devenir un capitalista
más. Pero ello no significa otro capitalista cualquiera, sino un capitalista especial que sin
renunciar al repertorio general de todas las otras tareas abocadas a la administración de la
“cosa pública”, simultáneamente diagnostica y prescribe tanto la política-económica como la
política-política, a través de una relación de asociación y competencia con las otras facciones
más influyentes con las que amalgama una influyente hegemonía para la gestión general del
interés colectivo de la clase capitalista de cada economía desarrollada y en el vínculo
internacional que ese mismo Estado de intervención en la cosa económica, establece con el
resto de las naciones capitalistas.15

15
La corriente keynesiana, lo mismo que la teoría liberal, por cierto, expresan los intereses de la burguesía
industrial, pero cada una correspondiendo a peculiares momentos históricos claramente diferenciados entre sí.

14
d. El desarrollo para la CEPAL y sus Estados promotores en Latinoamérica
Una cuarta perspectiva, en parte parecida y en parte diferente a la anterior, estuvo
representada por ese producto específicamente latinoamericano a través del cual la CEPAL16,
habría de surgir a la palestra de nuestra realidad económica para imponerse la tarea del
diseño de instituciones y políticas públicas en los estados nacionales de la región, decantadas
por concebir al Estado en nuestros países subdesarrollados, como un aparato promotor de
medidas que se presentaron como “aptas” para fomentar el diferido desarrollo económico.
Así, las tesis desarrollistas de raigambre cepalina, ubicadas en el momento en que
galvanizaron su propio planteamiento referido a la intervención del Estado en labores de
fomento al desarrollo para América Latina, aparece para erigirse como un activo agente
elaborador de las imprescindibles herramientas teóricas correctivas que tanto se han
precisado para el conocimiento de nuestros conocidos males endémicos y para las estrategias
nativas resolutoras de ellos. Al respecto, debe recordarse que, hacia el inicio de la década de
los años 40 del siglo XX, solo se contaba con las herramientas de los enfoques clásico y
neoclásico de la economía y que eran, en lo fundamental, exógenas y ajenas, en razón a que
fueron concebidas para realidades harto diferentes a las nuestras, hecho éste que ya había
probado que su adopción, concurrió como factor agravante -entre otros- incidiendo en la
perversa dialéctica reproductiva que sólo desarrolló la reproducción del subdesarrollo y la
dependencia económica estructural-periférica, con respecto a las economías de los centros
económicos capitalistas industriales desarrollados. Poco a poco, se fue haciendo claro, que la
persistente condición subalterna de las economías latinoamericanas del sur planetario, con
respecto al norte industrial del mundo, no resultaba explicable por nuestra condición de
economías de capitalismo tardío sin más, sino que, la propia división internacional del
trabajo dominante, había impuesto a la región tras nuestra inefable herencia colonial
marcada por la explotación, el saqueo e inauditos despojos, un papel histórico que mostraba
y demostraba cómo, América Latina, fue deliberadamente subdesarrollada, para financiar,
vía el intercambio desigual, el desarrollo de las economías europeas y del mundo anglosajón.
Así lo mostro, la ruta investigadora de Raúl Prebisch, quien cumplió un potente rol
cuestionador del esquema librecambista de las ventajas comparativas, según el cual, lo que
procedía era circunscribirnos y quedar ceñidos al mero papel productor de bienes
alimentarios y/o de materias primas, para los centros industriales desarrollados.17 El
resultado, se sabe bien, fue entendido críticamente por la teoría marxista de la dependencia,
puesto que la CEPAL nunca logró dar cima a los fines que se había planteado, terminando
por hacer evidente que, en América Latina, el Estado fue, más parte de los problemas y
males endémicos, que de las aún pendientes y diferidas soluciones alternativas.

16
Departamento de Investigaciones delegado por la ONU y denominada Comisión Económica Para América
Latina (CEPAL), a fin de ubicar las políticas económicas y los programas y proyectos adecuados para fomentar
el desarrollo en nuestro subcontinente.
17
Sobre este particular, ver de Raúl Prebisch. “El desarrollo de la América y algunos de sus principales
problemas”. Boletín Económico de América Latina. New York, CEPAL, febrero de 1962 y marzo de 1961.

15
e. El Estado mínimo neoliberal y su apuesta liquidadora de todo Estado social
En cualquier balance referido a la suma de factores concurrentes que, como
elementos causales, dieron lugar a la teoría y la práctica del Estado mínimo neoliberal que
emergió con la contrarrevolución conservadora, resulta insoslayable el derrotero por el cual
el Estado interventor se desbarrancó, desencadenando crisis fiscales de los estados del
mundo industrial desarrollado, un fenómeno que, por lo demás, también aconteció en el
mundo subdesarrollado, incluso, con efectos aún más perniciosos. Y aunque en sus orígenes
la dinámica crecientemente expansionista del sector público que coadyuvó al desarrollo del
“Estado de bienestar” en las economías más desarrolladas, auxiliando a posibilitar una firme
base de partida para la acumulación del capital, su duración quedó acotada a las
denominadas “tres décadas gloriosas” posteriores a la segunda guerra mundial. De manera
que, con la década de los 70, esas mismas políticas invirtieron sus iniciales efectos de
estabilidad y crecimiento, para devenir en factores que obstaculizaron el funcionamiento
dinámico del capitalismo. Irrumpieron crisis fiscales recurrentes y estancamientos
económicos con inflación, que concluyeron mostrando la naturaleza contradictoria del
también caótico intervencionismo estatal. Esas pautas, apenas arriba insinuadas, actuaron
como el combustible que alimentó el resurgimiento de una nueva doctrina adversaria del
intervencionismo estatal, aunque ya no de factura clásica liberal, sino de neoclásico
posicionamiento neoliberal. La economía mundial había arribado al crepúsculo terminal del
otrora auge económico vivido durante la segunda posguerra mundial, montada en ancas del
Plan Marshall que sirvió para la reconstrucción de las infraestructuras económicas devastadas
por la guerra y que ofrecieron, al mundo desarrollado y al Tercer Mundo, una etapa de
estabilidad que de pronto se derrumbaría por doquier. La nueva contrarrevolución
monetarista y neoliberal, auspiciada por lo nuevos gurús de entonces a la moda, Milton
Friedman y Friedrich A. von Hayek, retomarían su énfasis volcado al retorno del mercado y
el desmantelamiento del Estado. Al respecto, en apretada síntesis, José Ayala Espino refiere
el perfil general de la propuesta de estos economistas de la derecha explícita, al afirmar que:
“…el mercado es el mecanismo disponible más eficiente para procesar el cúmulo de
información necesaria para coordinar el proceso de intercambio y asignación de
recursos entre los agentes económicos. A partir de ello Hayek propuso que la
intervención del estado en las economías capitalistas y/o en las llamadas economías
mixtas es un mecanismo altamente ineficiente, en comparación con el mercado para
realizar la coordinación económica de sus agentes. La planeación económica en los
países capitalistas y socialistas, cancela la libertad individual, la competencia
económica y la transmisión de información a través de los precios; todos ellos,
aspectos esenciales para la eficiencia económica y el bienestar social…”18

Así, llegaron, en mala hora, privatizaciones, liberalización comercial y desregulación


financiera, con los funestos resultados conocidos para la amplia colectividad social explotada.

18
José Ayala Espino. Mercado, elección pública e instituciones. Una revisión de las teorías modernas del
Estado. Coedición entre Porrúa y la DEP de la FE-UNAM, México 1996, pág.110.

16
f. Estado y gobierno para el anarquismo autonomista y autogestionario-confederal
Más profunda en su crítica revolucionaria de todo Estado de clase capitalista, incluso
que el constructo teórico marxista; y más radicalmente anti estatal que cualquier otra de las
anteriores posturas político-burguesas clásica y neoclásica, enunciadas –y que desean un
“Estado mínimo” como fiel perro policía guardián suyo e instrumento represivo contra los
desposeídos y los insumisos activos que cuestionan por igual tanto al Estado, cuanto al capital
y sus gobiernos-; el anarquismo no acepta a ningún tipo de Estado devenido en instrumento
de clase, sector social o estamento alguno de la clase social que fuere -incluso el denominado
por los marxistas como su “Estado de los trabajadores” y que condujo a la pesadilla
estalinista-, en razón de que, para él, todo Estado o gobierno de cualquier signo o color,
desencadena una ineludible y ancilar contradicción de términos, propósitos y finalidades,
opuestos entre gobernantes autoritarios y gobernados subalternos a quienes se les confina a la
subordinación, el sometimiento opresivo y la insultante obediencia coactiva. Una razón
esencial ésta para combatir sin descanso ni desmayo cualquier construcción estatal -aún
aquellas que se presentan no exentas de demagogia extrema como un supuesto Estado “de
bienestar” o incluso “desarrollista” al modo keynesiano y/o de la CEPAL-; el anarquismo es
anticapitalista por definición, decantándose del modo más explícito a favor de la más
autónoma emancipación social del amplio colectivo social, por fuerza autogobernado por la
gente común y opuesto a todo régimen de competencia y activo practicante del apoyo mutuo,
ubicado al margen de cualquier aparato burocrático-funcionarial y/o de represión que
deberían abolirse sin ambages.
En lo económico, los anarquistas son comunistas libertarios, radical y directamente
democráticos por cuanto proponen la completa y descentralizada socialización federada de
los medios de la producción y el cambio, a través de la efectiva autogestión técnico-
productiva horizontalmente administrada por parte de los productores directos, del conjunto
de los principales y estratégicos medios de la producción material e inmaterial, colocados al
servicio del conjunto de la gente a través de sus comunas, cantones y cooperativas asociativas
de interés colectivo, las cuales, al tiempo que cuestionan la caótica y desordenada
concurrencia mercantil capitalista, proponen en su lugar una planificación descentralizada
desde las unidades productivas, pasando por las ramas y sectores económicos, hasta el plano
más general representado por la más amplia confederación nacional e incluso internacional.19
Y aunque sepamos que la real posibilidad para la inmediata superación histórico-
revolucionaria de la forma-Estado, no parece para muchos estar en la orden del día al seno

19
Contra la supina ignorancia o el miope señalamiento que asocia al anarquismo (vocablo que significa “sin
gobierno”), como sinónimo de caos, debe objetarse que dicha creencia carece de cualquier asidero lógico o
sentido fidedigno -y aún etimológico- de la noción, aunque sabemos que se trata de una derivación hija del
reaccionario prejuicio interesado que concibe a la función de gobierno, como algo que subjetivamente se
considera propio de un “órgano imprescindible” de la vida social y que, según critica tales despropósitos el
anarquista Malatesta: “una sociedad sin gobierno, no está fatalmente condenada a un desorden permanente que
oscilaría entre la prepotencia desenfrenada de unos y la venganza ciega de otros” . Enrico Malatesta. La anarquía
y el método del anarquismo. Premia Editora, Colección La nave de los locos, México 1980, págs. 11 y 12.

17
de las luchas que todavía tendrán que librarse por doquier para depositar al Estado capitalista
en el basurero de la historia, junto a todas sus perniciosas expresiones gubernamentales, se
trata de una lucha que tendrá que irrumpir del modo más radicalmente revolucionario, si es
que aspiramos a la emancipación integral del explotado, oprimido y alienado existente
humano en general y del específicamente mexicano del presente.
Flaco favor se le hace a los movimientos contestatarios de la actualidad y que se
manifiestan a través de las múltiples organizaciones sociales, civiles y populares -estamos
convencidos de ello-, si se silencia a la autoritaria y heterónoma forma estatal, como en
última instancia lo hacen todos aquellos quienes, como por ejemplo hacen los partidarios
tanto de la forma clásica liberal del Estado capitalista, cuanto de la neoclásica expresivamente
manifiesta en la actualidad con el capitalismo salvaje de los neoliberales; pero también, de
aquellos otros, como en el caso del actual titular del poder ejecutivo en México, López
Obrador (¿keynesiano sin más? ¿desarrollista-cepalino a la mexicana? ¿nacional-populista de
nuevo cuño?), para quien parece resultar suficiente con que, al Estado mexicano de la clase
capitalista, se le pode su consabida e incorregible propensión a la corrupción e ilimitado
autoritarismo, para hacer devenir a la forma-Estado mexicano al frente de la cual se
encuentra, en una suerte de “Estado bueno” explícitamente afanado en la salvaguarda del
“interés público del conjunto de la ciudadanía”.20 Máxime si no se toca, ni por accidente, la
naturaleza explotadora del tipo peculiar de relaciones sociales de producción inherentes a la
forma capitalista de producir, tal y como AMLO, al parecer de manera deliberada, no lo
hace ni quiere hacerlo. Sobre esto versará nuestro siguiente capítulo final, preparatorio de un
conjunto de conclusiones económicas, políticas y sociales de alcance provisional, tras los
primeros cien días de su polémico y controversial “gobierno para todos”.
En el anterior recuento teórico, pero que es también histórico, en la medida en que
cada una de las anteriores teorizaciones, alusivas tanto al carácter cuanto a la forma que el
Estado debe adoptar ahí donde impera la propiedad privada de los medios de la producción,
existe el trabajo asalariado, rige la ley del valor, así como el conjunto de sus relaciones
sociales que le resultan inmanentes, a partir de un determinado nivel de desarrollo científico-
técnico alcanzado por sus fuerzas productivas sociales, hacen referencia a explicaciones que
pretenden sustentar un determinado tipo de Estado, así como de gobiernos concretos que,
en cada etapa de ese mismo desarrollo económico-político, le resultan correspondientes.
¿Cuál es el tipo de Estado de AMLO y cuales sus contradicciones? Lo veremos adelante.

20
No es infrecuente, que en sus largas peroratas matutinas, en parte explicables por su crónico desvelo y
denominadas eufemistamente “Conferencias de Prensa” en Palacio Nacional, que AMLO exhiba una remisa
visión del Estado y su gobierno, más próximo a concepciones propias de la sociología burguesa del tipo de Max
Weber o Durkheim -¡y en ocasiones hasta propias del funcionalismo a lo Talcott Parsons!-, tan potentemente
influenciado como AMLO parece estar por su presunta aunque realmente inexistente “neutralidad valorativa”,
desde el momento en que parece convencido de que una relevante función del Estado mexicano y su gobierno
de la “Cuarta Transformación”, consiste en erigirse por encima del complejo y abigarrado plexo social para, por
la vía de los hechos, fungir como una suerte de sapiente y omnicomprensivo “árbitro imparcial” encargado de
una muy conveniente función sistémico-mediadora al seno de los múltiples e inevitables diferendos sociales.
Desplantes así, ¿no parecen haberlo instalado ya, en una suerte de declarativo barroco pseudo político?

18
IV. Contradicciones referidas al Estado y gobierno de AMLO: ejemplos de
extravío en el titular del poder ejecutivo
Al arribar al presente capítulo preparatorio de nuestras conclusiones provisionales,
creemos haber logrado ilustrar -así sea ello de manera parcial e incompleta-, algunos de los
más notorios e importantes problemas comprensivos que exhibe el nuevo gobierno de
AMLO y sus adláteres, respecto a la inevitablemente explotadora y opresiva forma-estatal de
clase, la cual, bajo sus conocidas formas histórico-concretas modernas y capitalistas, la han
singularizo siempre a través de sus más variadas modalidades gubernamentales adoptadas.
¿Acaso AMLO y su nuevo gobierno ignoran, por ejemplo, la correcta definición que
citaremos respecto al Estado que un relevante autor de alcances clásicos, como Federico
Engels, legara a la posteridad y que aún hoy sigue siendo de utilidad? Por sus acciones
recientes en los primeros cien días de su gobierno, todo parece indicar que indudablemente
esto es así. O, al menos, en el tráfago de sus múltiples e innumerables tareas
proempresariales, la han ignorado por completo. ¿Qué decía respecto al Estado éste
relevante clásico? Lo siguiente:
Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como,
al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el
Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con
ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo
con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida.21

No es suficiente, por ello, el supuesto demagógico según el cual, una vez despojado
de toda corrupción –según lo afirma la contradictoria narrativa de AMLO-, el Estado que
tras de ello quedaría, una vez desprendido de ella -¡sin además decirnos cómo efectivamente
lo hará!-, podría el Estado capitalista, después, en tanto que instrumento coactivo de la clase
dominante, renunciar a sus particulares intereses de clase, para adoptar de manera pluralista
los intereses generales del amplio, muy complejo y abigarrado conjunto social plagado de
evidentes antagonismos que operan como fuente de incontables conflictos. En mayor
medida, cuando de antemano se sabe que existe en la sociedad mexicana de hoy, una
inconmensurable plétora de claros intereses antagónicos que resulta prácticamente imposible
reconciliar al seno de un Estado que no es “neutral”. En tal sentido, resulta obvio que la
estatolatría de AMLO, en menos del tiempo imaginado, ya lo condujo a graves disonancias
entre sus grandilocuentes promesas y la obligatoriedad de la toma unipersonal de decisiones
complejas y que, lo mismo que beneficia a unos, perjudica irremediablemente a otros.

21
Federico Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado . Editorial Progreso, Moscú 1976,
Capítulo IX, pág. 172. Otro autor, tan diferente e incluso más importante y radical que él mismo en la crítica
profunda del Estado, señaló: “El Estado moderno es necesariamente, por su esencia y objetivo, un Estado
militar; por su parte, el Estado militar se convierte también, necesariamente, en un Estado conquistador; porque
si no conquista él, será conquistado, por la simple razón de que donde reina la fuerza, no puede pasarse sin que
esa fuerza obre y se muestre. Por consiguiente, el Estado moderno debe ser un Estado enorme y poderoso: es
la condición fundamental de su existencia”. Miguel Bakunin. Estatismo y anarquía. Ediciones Júcar, Madrid
1976, Tomo 5, pág. 69.

19
Un ejemplo de ello, está representado por la Guardia Nacional y que hoy está más
lejos que nunca de la promesa de sacar a los militares de tareas policiales –actividades éstas
para las cuales no están habilitados-, en medio del crecimiento exponencial de la
delincuencia y el narcotráfico. Por ello, el acuerdo “consensual” que el gobierno de AMLO
obtuvo con la oportunista partidocracia cómplice de ocasión y el hecho de que objetivamente
serán militares quienes vigilen la seguridad pública y que tampoco en cien días se percibe que
la delincuencia descienda en alguna medida, podría ofrecer datos duros en materia de haber
logrado revertir, a la baja, el flagelo de la grave violencia asociada al combate de la
delincuencia y el narcotráfico padecidas. En ese rubro, la nota roja y su grave dimensión
durante los primeros cien días, es prácticamente idéntica a los tiempos políticos de Calderón
y Peña Nieto. Pero, además, y si al olvido de promesas de campaña vamos, resulta
indignante de modo simultáneo la manera en que AMLO trocó su promesa de campaña de
que no permitiría los más lesivos megaproyectos capitalistas, como en el caso de la
termoeléctrica en Huexca, para que, una vez investido con el poder ejecutivo, procediera a
su más grosera aceptación incuestionada, en medio del rechazo generalizado de los
opositores al Proyecto Integral Morelos (PIM). Y, a la vez, con el agravante, ominoso e
impune asesinato hasta hoy sin esclarecer del activista Samir Flores de Amilcingo e integrante
del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, el Agua y la Vida (FPDTAV) de los estados
de Morelos, Puebla y Tlaxcala. ¿Cómo respondió AMLO a los cuestionadores de su
inconsecuente cambio de opinión tan radical, respecto a la termoeléctrica de Huexca?
Simplemente así, para olvidarse del tema: “¡Escuchen, radicales de izquierda que, para mí,
ustedes no son más que conservadores!” (¿?)
No es en modo alguno un hecho accidental, pues, la correcta y necesaria denuncia
que tanto los compañeros del EZLN como del CNI y múltiples colectivos activistas
integrantes de una constelación de organizaciones sociales, civiles y populares, han
formulado para responsabilizar al nuevo gobierno del asesinato político de Samir Flores,
debido al flagrante contubernio que de manera fáctica el nuevo gobierno ha establecido –se
reconozca o no-, con las empresas constructoras de la termoeléctrica y el gasoducto, en tanto
expresiones del controversial PIM -e, implícitamente, con sus grupos paramilitares, que han
operado en la región del conflicto para sembrar el terror en la zona-, a fin de perpetrar el
despojo y la contaminación del agua.22 El colmo de estos inadmisibles acontecimientos, se dio
con la imposición de una amañada “consulta” a modo y que el joven gobierno de AMLO
empleó bajo presuntos propósitos “legitimadores”, algo en lo que se exhibió ante su fracaso
estrepitoso, si se atiende al hecho de que, entre los aproximadamente 400 mil ciudadanos
habitantes de las regiones afectadas y que potencialmente podían opinar en el remedo de
“consulta”, apenas participaron alrededor de 55 mil y, entre éstos electores, el 40% se
manifestó en contra –un alto guarismo opositor si se ponderan las reales condiciones en que
22
Ver al respecto, la nota de Emir Olivares, Carolina Gómez y Elio Enríquez: “Responsabilizan EZLN y CNI al
‘mal gobierno’ del asesinato de Samir Flores”, en La Jornada del viernes 22 de febrero de 2019. Y también, la
del corresponsal en Morelos, del mismo diario, Rubicel Morelos Cruz. “‘No a la termo’, ratifican en Huexca
tras oír a funcionarios” del jueves 7 de marzo.

20
la susodicha “consulta” se impuso-, mientras múltiples pueblos y comunidades no acudieron
al ejercicio por saber de antemano la manipulación que entrañaba y negarse a convalidarla
con su participación. De manera que indigna de modo superlativo que, quien fue víctima de
elecciones amañadas y hasta de fraudes electorales, es decir, el propio AMLO, ahora se valga
de “consultas a modo” colocadas en las antípodas de cualquier sufragio democrático genuino
elementalmente concebido y pulcramente ejecutado.
Podríamos seguir enumerando otras contradicciones más del presidente y Morena,
pero aquí se opta por señalar que, estos casos, no reflejan una curva de aprendizaje alguno
por parte del nuevo gobierno. ¿Por qué? Porque el gobierno de AMLO, ignora del todo que
mantener el actual sistema de explotación capitalista, no es portador de una real
transformación progresista y avanzada, y sí es, en sentido radicalmente contrario, una
chocante muestra de la más antidemocrática conservación neoliberal, portadora además de
una ilógica claramente depredadora del grave estado de cosas existente en el frente ecológico
y medioambiental, al punto tal de poner en cuestión, gravemente, los delicados equilibrios
bióticos de los cuales depende la vida misma. Así pues, ¿de cuál “cuarta transformación” se
hace referencia desde el joven poder ejecutivo al frente del cual se encuentra López
Obrador?23 Y si bien es cierta la gran popularidad de que goza en los meses que lleva al
frente del poder ejecutivo el nuevo presidente, según los escrutinios demoscópicos ya
efectuados y que lo ubican en los “cuernos de la luna”, colocándolo en un elevado 80% de la
desinformada aprobación real de su mandato, ello no lo convierte en acreedor de una suerte
de infalible “patente de corso” para que las genuinas izquierdas que ya lo están cuestionando
con plena razón ante la falibilidad, la naturaleza polémica o el contenido claramente
conservador y hasta reaccionario de algunas de sus más polémicas propuestas a ejecutar
desde su gobierno, mal haríamos en callar, como lo hacen tantos otros que actúan movidos
por el interés de infiltrarse en el “círculo selecto” de los favoritos del nuevo Tlatoani de la
política nacional. En mayor medida, cuando el nuevo gobierno pareciera estar moviendo ya
lo hilos de su hegemonía política para usufructuar su gran aprobación en favor de la
rehabilitación de un nuevo pacto corporativo que tanto recuerda y se parece al de antaño, y
que fue una manufactura del añejo régimen presidencialista autoritario del priato en que
AMLO se formó para la contienda en las lides políticas.24

23
La reciente “consulta” vergonzosa respecto a la termoeléctrica de Huexca, por lo demás, no es un simple
dislate accidental o involuntario propio de la inevitable imperfección humana. Es, en todo caso, el primer error
que amenaza con repetirse y amplificarse, por ejemplo, en el caso tanto del Tren Maya como en el del
Corredor Transístmico, puesto que implican, éstos también, una deliberada postura miope que, en el mejor de
los casos se parece, como dos gotas de agua, a las posturas sistémico-capitalistas que acostumbran atrincherarse
en una presunta “sustentabilidad medioambiental” que está a una gran distancia muy lejana –lo tenemos que
decir así-, de cualquier ecologismo auténtico y consecuente, la cual finge desconocer que no hay ni existe una tal
cosa así como una suerte “capitalismo sustentable”.
24
Y en ello hay que diferenciar entre la oposición de derechas que hoy aúlla y dolorida gime de indignación
ante el nuevo poder presidencial de AMLO, desde una postura en que se da por sentada su nostálgica y
derechista aceptación incuestionada al viejo patrón de acumulación capitalista de fe neoliberal, que tanto daño
inflingió a la mayoría pobre y depauperada de los mexicanos empobrecidos, a lo largo de las últimas cuatro
décadas; y la izquierda verdadera, alternativa y consecuente en cuyas filas no está ni cabe, realmente, un AMLO

21
Y si lo que con anterioridad aquí se afirma, resulta cierto, verdaderamente también lo
es nuestra conjetura de que sus medidas políticas, en general, y de política económica en
particular, difícilmente le alcanzarán para que su proyecto de formal “cuarta transformación”
devenga en la cristalización objetiva de un proyecto de reformas nítidamente contrastado con
respecto al neoliberalismo económico –ésa “bestia negra” de todas sus obsesivas
delimitaciones programáticas-, para hacer caminar las cosas hacia un régimen “post-
neoliberal” y que aún no se alcanza a otear, por ningún lado, en el horizonte de sus
definiciones. En tal dirección, le asiste plenamente la razón a Gustavo Esteva cuando señala
esclarecido que:
La política por la que mucha gente lo clasifica aún en la “izquierda” es la que apela al
Estado, más que a las fuerzas del mercado, para conducir la economía y atender
necesidades sociales. Lo inspira una especie de dirigismo cardenista, que estaría
devolviendo a los aparatos estatales la dignidad de un compromiso social y político
con las clases populares y la justicia. En realidad no está rompiendo con la ortodoxia
ni puede regresar al pasado. En la sociedad capitalista, el Estado tiene como función
principal crear y administrar los mercados y corregir los errores y excesos del capital.
Por corrupción y por incompetencia, los gobiernos recientes dejaron de cumplir esa
tarea y crearon el actual desastre. López Obrador está evitando el naufragio… pero en
el mismo barco. Nada de lo que ha hecho o dicho puede considerarse anticapitalista.
Al contrario.25

¿Qué es, entonces, lo que el nuevo gobierno de AMLO pretende dejar de soslayo, si
no es que lo desconoce por completo? Sin duda, las inexcusables e inevitables propensiones
del capitalismo maduro del presente por perpetuar la explotación del mundo del trabajo y
ampliar sus ciclos de despojo de los bienes comunes contra el interés de la gente –en favor
de los intereses tanto de capitalistas privados-neoliberales, cuanto de los bienes públicos del
Estado-gobierno-, a la vez que profundizando la forma claramente destructiva de interactuar
con la naturaleza, ya gravemente menoscabada por los lesivos y contraproducentes
megaproyectos infraestructurales y que suponen, de hecho, un pacto del nuevo gobierno con
los grupos capitalistas, nacionales y extranjeros más voraces y destructivos.
Y tal vez sea la anterior, la causa de fondo de que esos mismos compromisos están
condenando al gobierno de AMLO en el poder al enfrentamiento, que será cada vez más
exacerbado, con un amplio conjunto extendido de sectores en México y, en forma resaltada,
con el México profundo representado por los indígenas. Los motivos aducidos por el
presidente, ante las muestras de resistencia colectiva a los megaproyectos capitalistas, es que
tales sectores refractarios al destructivo continuismo neoliberal que viene suscribiendo, son
“enemigos del progreso”. No obstante, la réplica que acaso sea el motivo toral por el cual
Samir Flores fue arteramente asesinado, clama pletórico de razón: ¿progreso para quién?

que pareciera más empeñado en “salvar al capitalismo de los capitalistas”, que en tomar una suficiente y
saludable distancia con respecto a dicho modo de producción que es una causal esencial de muchos de
nuestros más profundos problemas económicos, políticos y sociales.
25
Gustavo Esteva. “Cien días de claridad”. En el diario La Jornada del 11 de marzo de 2019.

22
¿Progreso para qué? Samir, como también lo saben el EZLN y el CNI, así como diversas
expresiones del movimiento social, civil y popular, e inclusive ciertas y muy comprometidas
expresiones importantes de la comunidad científica que saben, todas estas oposiciones, la
gravedad que entraña para la vida, la destrucción de nuestros recursos naturales y que,
además, están siendo despojados y destruidos por el capital y contra la naturaleza.26
En mala hora un gobierno que jura y perjura “ser de izquierda”, de manera
incomprensible se comporta ciego y sordo a esos trascendentales reclamos que, al mismo
tiempo, son afirmativos de la vida, la convivencia comunitaria armónica y una apuesta en
favor de la instauración de una auténtica vida democrática como ésa que en rigor no ha
existido a lo largo de la historia nacional y que sería propia de un sistema político en el cual,
quien mande, lo haga obedeciendo a los justos reclamos populares y no reaccionando,
conservadoramente, a las ideas osificadas del titular del poder ejecutivo, más propias del
tiempo estatista remiso de la época de Ruiz Cortínes o del dictado dogmático de Ortiz Mena
con los que AMLO se identifica y que son propias de un tiempo histórico ido, que no
tendrían por qué reactualizarse y que están demasiado distantes del presunto progresismo
que, cual creencia fanática, López Obrador tiene inoculada monotemáticamente como
presunto “proyecto de gobierno”. Mal haría, nos parece, desoír a sus cuestionadores, dado
que, al hacerlo así, se estaría hipotecando no sólo la suerte de su polémico gobierno, sino
también, del conjunto del país. La sociedad mexicana y sus sectores más vulnerables no lo
merecen. Las alternativas genuinas no están en esa visión programática tan pobre y errada.
V. A manera de una conclusión provisional
Llegamos a una conclusión en la presente sede que no puede ser sino provisional,
alusiva a un gobierno que prometió depositar al neoliberalismo en el basurero de la historia.
Y, sin embargo, en asuntos claves, parece más cercano a haber pactado con sus camarillas
decisorias, que a una clara apuesta desmarcada de un amplio repertorio de cuestiones que
podrían traer como indeseable efecto una trivial y contraproducente re funcionalización del
neoliberalismo con todos los inefables ingredientes característicos del capitalismo salvaje que
la amplia mayoría social, perjudicada por él, han repudiado de cabo a rabo. Si el joven
gobierno de AMLO, no persigue hacer de la autodefinida “Cuarta Transformación”, una
vulgar simulación más de los graves problemas de todo tipo que padece México, la hora de
un golpe de timón ha llegado, en el sentido y la dirección de un cambio generoso y su
transformación correcta. No hacerlo así, implicará que su fracaso estrepitoso estará
asegurado, y, con ello, en México, perderían sus sectores explotados y oprimidos.

26
La siempre atingente y mordaz periodista Gloria Muñoz Ramírez, tiene plenamente ubicados cuántos y
quiénes están al frente de esos mismos megaproyectos capitalistas a que hace referencia: “Minas, carreteras,
hidroeléctricas, acueductos, trenes, gasoductos, centros turísticos, aeropuertos y un largo etcétera atropellan el
tejido comunitario, la flora y fauna, cultivos, ríos, manantiales y mares, zonas arqueológicas y bosques. Se trata
de la continuidad de un plan neoliberal que se instaló en México hace tres décadas, y que tiene hoy uno de sus
momentos más álgidos”. En su columna Los de abajo, en el diario La Jornada del sábado 16 de marzo de 2019,
pág. 9.

23
En un escenario así, ni qué decir tiene que, con mucha celeridad, la enorme mayoría
electoral que apoyó la tercera candidatura de AMLO a la presidencia, y desengañada
transitaría de la esperanza -que nunca es un activo vitalicio de la política-, a un desencanto de
pronóstico reservado por la cruda realidad que se impondría y que no se podría esconder
durante demasiado tiempo sin las cristalizaciones capaces de materializar la real
metamorfosis que la nación de abajo reclama para sí y que desembocaría, bajo esos términos,
en una execrable re funcionalización del viejo poder de antaño, pero que, en cualquier caso,
seguirá haciendo ostensiblemente claro, que deberá demolerse. Pero esa, precisamente esa,
sería otra historia que reconfirmaría que, para los humillados y ofendidos de siempre, nadie
hará por ellos, lo que ellos mismos no hagan para sí mismos. ¿Acaso es ésa -preguntamos-,
otra forma de apelar a la revolución necesaria, cuando la vía de la reforma se desfonda y deja
inane a la sociedad de todo cambio real?

24

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