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Parveen Adams

Desocupar el falo1

¿Por qué el falo? Para los seres humanos, el falo se sitúa como una respuesta a
dos enigmas, uno del tener y uno del ser. ¿Tengo o no tengo el falo? ¿Soy yo el
falo? Por supuesto que nadie lo tiene; nadie lo es. Es una cuestión que despliega
el Imaginario, el espacio donde las fórmulas subjetivas incluyen tales registros
impares como "tener" o "ser". Los humanos no "son" algo, tampoco ellos
"tienen" o "carecen" de algo, sin embargo, estas son categorías de experiencia
dentro de las que los seres humanos se representan a sí mismos para sí mismos.
Por supuesto que éste es el registro a través del cual es experimentada la
diferencia sexual. Tener y no tener trae junta la cuestión del falo y la castración.
La castración y la amenaza de castración son la forma imaginaria de la
experiencia de la diferencia. Otra vez, por supuesto que nadie tiene el falo y
nadie es el falo, pero la experiencia de "tener" eso o "ser" eso es una defensa
contra la castración.

La categoría del falo es el nudo gordiano de lo Imaginario, lo Simbólico y lo


Real. Significa diferencia, diferencia en el nivel de lo Imaginario. Es el término
privilegiado dentro del orden de lo Simbólico. Y es el significante del orden de
lo Real. Esta última dimensión quiere decir que el significante provee una serie
de sustitutos que cubren la ausencia del objeto, la falta o carencia. Esto puede
elucidar lo que significa ser el falo. Ser el falo significa que estoy identificada
con el falo. Ya sea que yo tenga o yo sea el falo indica dos modos de
identificación, que diferencialmente cubren por encima la falta del objeto.
Desde el punto de vista de la teoría psicoanalítica, los dos casos representan una

1
Waving the phallus, publicado en The Emptiness of the Image. Psychoanalysis and Sexual Differences ("El
vacío de la imagen. Psicoanálisis y diferencias sexuales"). Routledge: London and New York, 1996, pp. 49-56.
defensa. Sólo cuando se abandona el supuesto de tener o ser el falo es cuando la
sujeto efectúa la separación del objeto con que se ha hecho la identificación.
Para Lacan, únicamente puede ser en este punto donde brote el deseo desde la
identificación que la sujeto hizo para defenderse a sí misma de la castración. "A
sí misma", pues, aunque las identificaciones pueden ser diferentes entre los dos
sexos, la castración influye sobre los dos sexos dentro de los registros de lo
Simbólico, lo Imaginario y lo Real.

Esto perturba el relato usual que muchas feministas encuentran inaceptable – de


que un órgano es privilegiado en forma arbitraria de manera que es la mujer la
que está castrada y por tanto es inferior. Este es un relato en donde la teoría
psicoanalítica se convierte en una forma de biología aristotélica donde la mujer
es un ser deforme e incompleto. Tal vez sea esta la lectura de la teoría
psicoanalítica que más mueva a buscar un rescate de la mujer, al demostrar que
no les falta nada a las mujeres. O que tal vez la mujer posee un "eso" (pechos,
capacidad de reproducción, etc.) que voltea las cosas de cabeza en la guerra de
los sexos, y que le permite celebrar así la superioridad de un "órgano". Desde
mi perspectiva, esta posición pierde el punto y se equivoca. La experiencia de
"tener" o "no tener", tal como la experiencia de "ser" o "no ser" con respecto a
un órgano, existe en el nivel de la identificación, de lo Imaginario. La
experiencia de "tener" eso, sea el órgano que sea – pene, pechos o útero --, es lo
que se experimenta como satisfacción fálica. La ironía, ya entonces, es que la
contra-celebración de otros órganos candidatos para ser el modelo de la
completitud femenil es en sí misma un acto de identificación fálica, y es una
defensa contra el brote del deseo. Ambos sexos se defienden conta la castración
por modos de defensa que son ofrecidos como "tener" y "ser", con sus infinitas
permutaciones y su capacidad de ser fálicamente invertidos en cualquier objeto.
El impulso de "completitud", lejos de demostrar la falta de una falta, demuestra
la defensa contra una falta.
Este "rescate" de la mujer sólo pone, de hecho, un obstáculo en la senda del
reconocimiento de sus deseos, porque tal reconocimiento no llega desde la
experiencia de la "completitud", sino de la separación. En tanto que somos
sujetos del significante, nuestro deseo viene del orden de la significación. Si no
se establece una distancia, actuamos una identificación fluida con el orden,
obedecemos como si éste fuera la expresión de nuestros más íntimos deseos.
Para Lacan esta distancia es el efecto del desprendimiento, de la separación del
objeto que la ha dejado exhausta en sus identificaciones. Una vez lograda la
separación, la sujeto tiene el espacio de los deseos. Esta separación implica el
reconocimiento de dos faltas o carencias, una falta en la sujeto y otra falta en el
objeto. Yo no lo tengo; el analista tampoco lo tiene. Lo que aquí se reconoce es
que los objetos de identificación mismos "faltan", o que los objetos son muchas
cubiertas de la falta. Así que el falo es el significante de la falta y de ese modo
es la cubierta de la falta par excellence. El falo es de hecho un velo. Esta
deliberada contaminación de las metáforas libera la senda para permitir el
acceso a la visión de que la separación del objeto ideal es la condición para la
expresión de los deseos.

Después de todo, el objeto del deseo no es un objeto de satisfacción posible, no


es un objeto de placer. El objeto es un objeto faltante; es un objeto perdido. El
deseo por el objeto está fundado en su pérdida; ésta no puede satisfacer el
deseo. La separación del sujeto con respecto a este objeto no es una privación
para la sujeto, pues el objeto sostiene el deseo únicamente por su pérdida
constitutiva. La separación implica el reconocimiento de esta pérdida y esto
implica un gran cambio que puede parecer un cambio pequeño, lo que
corresponde al sentimiento público de que el psicoanálisis produce cambios
pequeños, y un sentimiento privado de que el psicoanálisis produce cambios
enormes. Lo que está en juego es la asimetría de medidas del espacio interno y
externo. No importa que tan pequeña pueda ser la medida externa del cambio, el
espacio interno podrá ser liberado para producir nuevas cosas en lugar de los
objetos de las identificaciones y fantasías que hayan sido fijadas con
anterioridad. Hasta en los casos más estáticos donde los mismos objetos son
retenidos, la relación con ellos habrá cambiado, ya que habrá sido renovada por
un deseo liberado de la rigidez de las identificaciones fijas.

Ya he planteado que en términos de Lacan no tiene ningún sentido construir a la


mujer afuera del orden fálico, porque el orden significante es el orden fálico.
Por eso el proyecto de construir a La Mujer con mucha facilidad recae sobre lo
Imaginario, La Mujer como el objeto de las identificaciones fijas, de todos esos
objetos ideales que llenan la función de cubrir la falta – la Iglesia, la Nación, la
Maternidad, etc. Ahora, por supuesto, la disolución de las identificaciones fijas
puede ser sustituida con proveer al/a sujeto con otro conjunto de objetos ideales
que suplanten una generación previa de objetos. Estos objetos sustitutos pueden
ser juzgados, de acuerdo al cálculo político, por ser "mejores". Pero no habrá
cambiado la relación con estos objetos, sin importar qué tan estimables sean; en
este caso, sin importar que tan "feministas" puedan llegar a ser, de todos modos,
permanecerán del lado de lo fálico, significando identificaciones, y no del lado
de un deseo que, no importa qué tan parcialmente, se ha separado de tales
identificaciones. Este punto puede iluminar un problema histórico acerca de la
forma peculiar en que los grupos, los partidos, etc., pueden hacer cambiar
radicalmente los puntos de vista, los objetivos, las amistades y las enemistades.
Los científicos liberales que estudian la política muy seguido sienten que esto
del cambio es una función de "cinismo"; pero de hecho ésta es una función de la
sinceridad. El punto es que no importa mucho qué cosa sea el significado de un
objeto; lo que sí importa es la relación con el objeto.

Quiero demostrar esto considerando dos artículos tempranos de Hélène


Deutsch: "The Psychology of Women in Relation to the Functions of
Reproduction" (1925) y "The Significance of Masochism in the Mental Life of
Women" (1930). Ella propone un argumento atípico a propósito de la
completitud y satisfacción de La Mujer, un argumento que no rechaza el falo
pero que integra juntos todos estos temas. Su solución al problema de la
castración de las mujeres consiste en sostener que la mujer sí lo tiene. Si la
solución feminista usual para este problema de la falta es negar tanto la
castración como el falo, Deutsch interviene para imponer el falo y negar la
castración. La Mujer puede existir, y puede ser gratificada, al convertirse en
Madre. Teleológicamente, un sexo, el de la mujer, alcanza su identidad al
convertirse en La Madre, dentro de cuya aura el falo es subsumido por una
elaborada tabla de equivalencias.2 Pero este punto de vista de la identidad
oscurece la pregunta propuesta por Freud, "¿Qué es lo que quiere una mujer?",

2
Ya podemos sospechar que las equivalencias serán extensas en el recuento que hace Deutsch desde el
comienzo mismo donde es puesta una equivalencia en la fase oral entre el pecho de la madre y el pene del
padre, una equivalencia establecida sobre la base de chupar o succionar. Tanto el pecho como el pene serán
involucrados simultáneamente en un coito por medio de la acción de chupar, con la vagina de la madre
chupando el pene del padre. Tanto el pecho como el pene son activos, mientras que la membrana mucosa de
la boca es pasiva. En la fase sádico-anal el pene es el equivalente de las heces y así la ecuación pecho-pene-
heces puede ser establecida. Todos estos son fuentes de estimulación y el pene es en donde recae la tarea de
estimular a la vagina. Nada sorprendentemente, a la vagina se le asigna la función de la boca que chupa, un rol
que se concibe como pasivo. Pero al mismo tiempo la vagina también es activa, desde que se le identifica con
el pene de la pareja – porque toma el control del clítoris en el sentido de que éste secreta y se contrae. Así el
pene es parte es parte del cuerpo femenino.
Nótese que todo está muy lejos de ser sólo cosa del coito, que para la mujer es meramente la primera parte de
un acto sexual que alcanza la gratificación únicamente a través del embarazo y el parto. El rol pasivo de la
vagina en esta primera parte del acto sexual implica la repetición y la maestría del destete y la repetición y la
maestría de la castración. En el coito hay la fantasía de chupar el pene paterno y "ultimadamente el coito
representa para la mujer la incorporación del padre (por la boca)" (Deutsch 1925: 410).
Deutsch procede entonces con una "serie de identificaciones" que ella reconoce pueden parecer "algo traídas
por los pelos"; y de veras que resulta difícil seguir sus pasos durante una argumentación que conduce a la
conclusión de que en el coito la mujer interpreta los papeles tanto de la madre como de la criatura y que el
compañero también interpreta el papel de la criatura.
Parecería que la mujer, habiendo superado el destete y la castración, está llena con el pene, con el padre y con
el hijo en el acto final de esta obra que comenzó con el coito.
La fusión que hace Deutsch de la mujer y la madre es ilustrada mejor por una cita del mismo artículo:

En su papel de chupar e incorporar, la vagina se convierte en el receptáculo no del pene sino de la criatura... La
vagina misma ahora representa a la criatura, y así recibe las catexias de libido narcisista que fluyen hacia la
criatura en la "extensión" del acto sexual. Se convierte en el "segundo ego", el ego en miniatura, como hace el
pene para el varón. Una mujer que tiene éxito al establecer esta función maternal de la vagina... ha alcanzado
la meta del desarrollo femenino, se ha convertido en una mujer.
(1925: 411)

Si algunos de los procesos que conducen a las equivalencias no son muy claros; no obstante, lo que tenemos
con claridad asombrosa es una imagen de La Madre.
al reducir la respuesta a un sencillo "ser la Madre". Porque es a la cuestión de la
mujer, más que la de la dinámica de la maternidad, lo que Freud quiere aludir.
La consecuencia del argumento de Deutsch es que la madre lo "tiene"; la madre
es el nombre para la mujer en tanto quien, cuando, donde, ella lo tiene. Así, la
mujer, o es la madre embrionaria o está afuera de la condición de mujer. Pero el
telos de la condición de mujer, de la maternidad, es invertido en la idea de la
completez, de la totalidad implicada en el acto sexual completamente extendido
que para las personas del sexo femenino termina con el parto. Mi objeción a
esto no se refiere a nada fálico, sino a la insistencia en equivalencias
imaginarias, originarias y repetitivas.

Nicole Kress Rosen, en un artículo sobre Deutsch, publicado en Ornicar?


(1978), rudamente dice que "las feministas" deberían estar encantadas con
Deutsch. Pero luego de modo abrupto ataca el argumento de Deutsch – mientras
anota que las normas sociales son conservadas, lo que es más importante es la
denegación de la castración. Y esto último es lo que a "las feministas" debería
encantarles. Pero es evidente que el argumento de Deutsch, acerca de que a las
mujeres no les falta nada, sólo es una confirmación paradójica de la falta de
objeto, en tanto que la mujer real es la madre más la criatura. Tal vez esto haga
ver que, como feministas, debemos ser más cuidadosas con las teorías que
parecen aplacarnos "muy rápido" a las feministas. El enunciado de que "no nos
falta nada" muy seguido apunta hacia un objeto que nos diferencia. La
reducción de la mujer al ser-madre, es un recurso favorito del padre virtuoso,
una regresión salvaje a la pregunta "¿Qué es lo que quieren las mujeres?"

El artículo de Nicole Kress Rosen demuestra cómo la obra temprana de Deutsch


dota a la mujer con el falo. Sin embargo, es la falta de pene de la mujer la que
abre la posibilidad de dotarla con el falo. La diferencia entre el pene y el falo es
lo que hace posible está dotación. En el recuento de Deutsch toda la secuencia
del coito, la preñez, la formación de la criatura y el parto se acumula dentro de
la mujer que no carece de nada, la mujer como Madre. Como insiste Kress
Rosen, esta no es una cuestión de ser socializada dentro de la norma de la
maternidad. El recuento de Deutsch es en efecto un recuento de cómo la mujer
se escuda de la castración por medio de la fantasía y la realidad de la
maternidad. Pero en los hechos el mecanismo de esto última puede estar al
servicio de lo primero. Nadie se opondrá a esta idea de la maternidad, pero del
mismo modo su experiencia psíquica puede tomar la forma de cumplir una
norma como medio de negar una falta, al identificarse con la Maternidad como
denegación de la castración. El aspecto de triunfo aquí resulta revelador. Las
satisfacciones que fluyen de las identificaciones imaginarias pueden ser muy
bien descritas por Deutsch en un correcto nivel fenomenológico. Pero esto no
muestra cómo operan estas identificaciones, ya sea al nivel de reforzar normas
sociales o en términos de bloquear el deseo potencial de la sujeto. ¿Quién sabe?
Lo que se puede ver en el nivel de la psicología de grupo es la forma en que la
denegación de la castración da a las normas sociales un poderoso
apalancamiento sobre las identificaciones de la sujeto. La obediencia de la
persona "entera" es lo más poderoso que hay para ser representado como una
consecuencia incontaminada de los deseos.

Deutsch no permite ninguna castración dentro de la mujer-como-madre. Es


cierto que ella se refiere a la castración y considera la identificación con el
padre que establece el ego ideal, pero la fuerza de esto es disipada en la
multiplicación interminable de equivalencias imaginarias que desplazan la
significancia del padre y que equivalen a una superación de la castración,
mientras mantienen la significancia del ego ideal. Pero el ego ideal es la misma
estructura de los significantes maestros en términos de Lacan. Deutsch supone
que los significantes maestros pueden ser dejados sin molestar. Por tanto, ella
considera estos significantes maestros como apropiados para la sujeto; es decir,
que una sujeto puede ser identificada dentro del significante. El círculo ha dado
vuelta completa hasta aquí, porque lo que Deutsche está demostrando no es,
como ella cree, el triunfo de la mujer sobre la castración por medio de la
maternidad, sino el poder repetitivo de la identificación fálica. Por contraste,
dentro de la aproximación lacaniana al análisis, estos significantes maestros son
descubiertos y esto permite a la sujeto poder tocar algo de lo Real, algo de esa
jouissance que excede lo Imaginario y lo Simbólico, algo del deseo de una
mujer.

Deutsch produce un recuento de la Madre fálica sin carencia. Ella reina sobre el
mundo de la concepción, el embarazo y el parto de la mujer; un mundo dado la
vuelta hacia un territorio de auto-encierro en la satisfacción sin diferencia.
Especialmente la diferencia sexual. Este mundo lo posee La Madre que de
verdad existe, en donde La Mujer no lo hace. Ella es de hecho el falo, ella es el
objeto que cubre la falta. Ella es el objeto que producirá a la hija como falo, a
través del relevo de la identificación significante. Al presentarse ella misma
como La Madre, la madre evita el reconocimiento de la castración en la hija. El
deseo en ambas generaciones puede ser corto-circuitado por la identificación
fálica. Tal vez es aquí donde se puede aprender algo sobre la dificultad de
separación de la madre y la hija, una cuestión ampliamente debatida en
contextos analíticos y feministas. Es una cuestión de la complicidad de la madre
con La Madre como falo, una complicidad reforzada por las normas sociales
dominantes. Esta cuestión es reconocida de hecho pero en forma oscurecida por
Deutsch. Ella parece sentir el lazo entre La Madre y la imposición sobre las
mujeres de las normas patriarcales dominantes:

Las mujeres nunca hubieran soportado sufrir, a través de las épocas de la


historia, el haber sido contenidas por las ordenanzas sociales; por un lado, en
las posibilidades de sublimación, y por el otro lado, en las gratificaciones
sexuales; si no hubiera sido porque es en la función de reproducción donde
ellas han encontrado una magnífica satisfacción para tales impulsos.
(Deutsch 1930: 60; las itálicas son de ella)

No es cuestión de estar de acuerdo o en desacuerdo con este análisis. Lo que


resulta revelador es que esto es planteado por Deutsch en una forma que parece
descubrir una función de su propio discurso como caso normativo. La
maternidad es el valor del ser mujer, pero esto también es admitido como el
"precio" del ser mujer. La seguridad que trae la figura de La Madre que no ha
sido tocada por la castración es pagada por la "renuncia" a las sublimaciones de
la sexualidad y las gratificaciones sexuales directas que de otra forma hubieran
estado abiertas para la mujer. La Madre / Mujer está tan completamente
satisfecha que a ese deseo no le falta nada para su cumplimiento. ¿De veras?
¿Qué ha ocurrido con el dicterio de Freud acerca de que algo en la naturaleza de
la sexualidad se resiste a la satisfacción? ¿Cómo se puede reconciliar esto con la
posición de Lacan acerca de que dentro de la sexualidad hay un exceso que está
afuera del alcance de la cadena significante?

Porque es de veras muy fácil para la mujer encontrar su "cumplimiento", esa


consistencia nada problemática que es producto de las identificaciones
idealizadoras que le encuentran un lugar bajo el sol del orden fálico. Lo que
aquí está en juego es poder entender cómo este proceso de identificación tan
fluido la pone a ella en su lugar, porque el lugar de una mujer está en la cadena
significante. Lo que sostiene Lacan es que hay un orden de lo Real con respecto
al que la misma "existencia" falta. Si la analizante logra aprehender la falta
alrededor de la que tod@s estamos organizados, entonces aparece una brecha
tan amplia que el orden fálico es menos que nada. Esta brecha puede permitir a
la analizante justo el alcance suficiente para aflojar los lazos de la identificación
y alcanzar una cierta libertad de movimiento. La analizante puede encontrar el
espacio para respirar. A fin de conceptualizar esto en términos lacanianos
tenemos que dejar atrás la dicotomía simple falo/castración, la dicotomía de lo
positivo y lo negativo. Se convierte en una cuestión de objet petit a, un sobrante
de jouissance. Ni el falo como significante ni el objet petit a tienen un negativo,
pues ellos están afuera de la dicotomía. Así el falo también es el significante de
la jouissance y apunta al campo más allá de la castración y la negación que
implica. El concepto del falo pone en juego los tres órdenes, lo Imaginario, lo
Simbólico y lo Real, y ésta es su complejidad como concepto, una complejidad
rara vez reconocida.

La negación de la castración que es la negación de la diferencia trae


satisfacciones que imponen costos muy altos. La "completitud" triunfante deja a
la mujer a merced de la cadena significante. Dentro de ésta su relación con las
normas será cumplirlas y encontrar cumplimiento en ellas. Esto convierte a las
normas en un arma de dos filos para las feministas. Seguro que puede haber
normas mejores y peores; seguro que puede haber normas feministas. Siempre
habrá una lucha sobre las normas en un plano social. Pero en un plano físico, la
identificación con las normas produce a la sujeto del significante y no a la sujeto
del deseo. Esto conduce a resultados paradójicos en el campo de la cultura: lo
que sea que sea "políticamente correcto" automáticamente es fálico. No vale ni
un ápice que el contenido de la proposición sea feminista, transgresivo o lo que
sea; una vez que es correcto es fálico. Es fálico en el sentido de apoyar el
mismo modo de identificación que apoya todas las normas, la identificación
fálica. Por supuesto que es necesario que esto vaya avanzand – el remplazo de
unas normas con otras normas. Pero es importante ver que la articulación de
normas feministas no subvierte el orden fálico, porque es parte del orden fálico.
Lo que induce cierta libertad respecto de ese orden, lo que permite la
emergencia del deseo, yace en el polo opuesto al de las normas. Es la separación
de la sujeto de los objetos del deseo que han sido puestos a través de las
identificaciones significantes. Esto ya no demanda normas, ni roles modelo, ni
definiciones de la nueva Mujer, sino el trabajo de la separación. Una entiende
entonces por qué esta senda carece -- ¿cómo debo ponerlo aquí? -- de un cierto
encanto.

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