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Siete pruebas de la existencia de Dios

La primera contradicción que yo veo en tu ateísmo es tu propia negación.


Juan Antonio Monroy 24 DE ABRIL DE 2012

Estimado amigo: Dialogo contigo sobre la existencia de Dios sin conocer las causas de tu
ateísmo, pero parto del supuesto de que tú eres ateo. En el fondo, puede que el no creer
en Dios no sea más que la causa de tu frustración al buscarle por caminos equivocados y no
encontrarle. O puede que hayas desembocado en el ateísmo como consecuencia del
desengaño religioso, porque hayan querido confinarte a Dios en los límites estrechos
de una religión en particular o, tal vez, en los postulados de un partido político. No sé.
De todas formas, tú eres ateo. Y la primera contradicción que yo veo en tu ateísmo es tu
propia negación. Cuando dices que Dios no existe ya estás pensando en un Ser concreto. Es
decir, que en tu mente ya tienes definido al Dios que niegas. Te ocurre lo que a esos famosos
escritores ateos que se pasaron la vida escribiendo contra Dios, como Voltaire, como Paine,
como Ingersoll, como Ibarreta, como Vargas Vila y como tantísimos otros. Pregunto: si Dios no
existe, ¿por qué combatirle? ¿Se pueden emplear vidas y talentos contra un ser inexistente?
Si se cree que Dios no existe, ¿se le puede concebir tan bien en la mente y luego rechazarle?
¿No te parece todo esto un poco… ¿cómo diría yo para no emplear la palabra absurdo? Un
poco… fuera de lugar. Por supuesto, yo no pienso demostrarte aquí la existencia de Dios. A
Dios no se le demuestra, se le siente, eso es todo, se le vive. Lo que voy a hacer es esto:
Entre las muchas, muchísimas pruebas racionales que se han aducido para probar la
existencia de Dios, yo voy a considerar contigo siete, que es el número perfecto. Nada más
que siete. Y fíjate que hablo de pruebas racionales y no de fe, porque parto del supuesto de
que tú careces de fe. Son argumentos que ya expuso Tomás de Aquino, entre otros autores
religiosos y filosóficos. La primera prueba es la del sentido común. La Bruyere decía: “Siento
que hay un Dios, y jamás siento lo contrario; esto me basta para deducir de aquí que Dios
existe”. Unamuno, con ser más violento que el francés en sus razonamientos, no era menos
lógico. “No es nuestra razón –grita desde el fondo de su “Sentimiento trágico de la vida”- la
que puede probarnos la existencia de una Razón Suprema… El Dios vivo, tu Dios, nuestro
Dios, está en mí, está en ti, vive en nosotros, y nosotros vivimos, nos movemos y somos en
Él”. Si estudias despacio el tema llegarás a la conclusión que te pone ante los ojos Van
Steenberghen cuando habla de “Dios oculto”. Los hombres no se rebelan contra Dios, porque
eso va contra toda razón, sino contra el abuso que se ha hecho del nombre de Dios. Averroes
le llamó Espíritu creador; Aristóteles, Inteligencia que organiza; Espinoza, Principio inmanente;
Materlinck, Fuerza instintiva; Marx, Energía material; Fitchte, Yo absoluto. Para Schelling, Dios
se llama Naturaleza; para Hegel, también Espíritu; para Schopenhauer, Voluntad; para ti, tal
vez, Algo. Todos esos nombres, amigo, valen para Dios y son, de hecho, el reconocimiento de
su existencia. La segunda prueba que te ofrezco es la que se deduce por la jerarquía de las
causas, que ya la expuso Aristóteles.El razonamiento es sencillo: No hay efecto sin causa. La
silla en la que estoy sentado la hizo un carpintero, usando la madera que sacó de un árbol.
Esta tesis se considera un tanto anticuada, pero la verdad es que su argumentación es
contundente. Si hay causas creadas que producen efectos, forzosamente tuvo que haber una
Causa increada que diera origen a todas las demás causas y estas a los efectos. Nerée
Boubée, en su libro MANUAL DE GEOLOGÍA, dice con todo acierto: “Nada hay eterno en la
tierra; y todo, tanto en las entrañas del globo como en su superficie exterior, atestigua un
principio e indica un fin”. Ese Principio, esta Causa Primera, es lo que llamamos Dios. Mi
tercera prueba es también aristotélica. En el mundo hay cambio, hay movimiento, y este
movimiento nos conduce indefectiblemente a una primera Causa no movida, a un Primer
Motor. Las ciencias físicas nos dicen que la materia es inerte. Luego si la materia es inerte y el
mundo material se mueve continuamente, es que hay un Principio fuera de la materia que da
vida al movimiento. Cuando Newton dio con las leyes de atracción se limitó a sentar el hecho
de la potencia atractiva, pero sin decir que esta potencia estaba en la materia. Newton era
creyente, y con toda su ciencia dijo que no reconocía otra potencia que la de Dios. Dios
explica la existencia del movimiento y el movimiento es, a su vez, una prueba más de la
realidad de Dios. Ese Primer Motor que puso en marcha el movimiento del Universo es
también Creador y Ser Personal. Otra prueba de la existencia de Dios es la idea que tenemos
de lo infinito.Resulta curioso comprobar que la mayoría de los ateos, especialmente los ateos
teóricos, afirman que creen en “algo”. Niegan a Dios, pero no pueden sustraerse a la idea de
un Ser superior al hombre. Cuando tú dices, usando un vocabulario de todos los días, que
eres un ser finito, estás dando a entender que hay otro infinito; cuando proclamas que eres un
hombre imperfecto, desordenado, injusto, defectuoso, impotente, etcétera, estás admitiendo
que hay Alguien que es perfecto, ordenado, justo, sin defecto y potente. Ese Alguien no figura
entre los hombres finitos, porque en el ser finito ni se ha dado ni se dará jamás la perfección ni
el poder absolutos, luego hay que buscarlo forzosamente fuera de nuestro espacio,
precisamente en ese infinito que constituye una prueba más, de carácter metafísico, de la
existencia de Dios. “Este Ser –dice Newton- es eterno e infinito, existe desde la eternidad y
durará por toda la eternidad”. Una prueba más de que Dios existe la veo yo en la realidad
espiritual del hombre. Lee este razonamiento de Cicerón: “El espíritu humano debe
remontarnos a otra inteligencia superior que sea divina. ¿De dónde hubiera sacado el hombre
el entendimiento de que está dotado?, dice Sócrates. Sabemos que a un poco de tierra, de
fuego, de agua y de aire debemos las partes sólidas de nuestro cuerpo, el calor y la humedad
que en él se hallan y el mismo soplo que nos anima; pero, ¿dónde hemos encontrado, de
dónde hemos tomado la razón, el espíritu, el juicio, el pensamiento, la prudencia y todo cuanto
en nosotros es superior a la materia?”. La vida espiritual que manda sobre tu cuerpo material
te dice a gritos que hay Dios. Porque esa vida espiritual procede de Él. Tú podrás negar a
Dios todo lo fuerte que quieras, pero al pensar en Él, al pronunciar su Nombre, le estás
reconociendo sin darte cuenta. Si quieres otra prueba de que Dios existe fíjate en la armonía
del Universo.Hay movimiento, pero es un movimiento regular, uniforme, inteligente. Hay
belleza en el cielo azul, en la puesta del sol dorada, en los Alpes blancos, en las praderas
verdes, en la aurora rosada, en la mar hermosa. Hasta el demoledor Voltaire, abrumado por la
evidencia en contra de lo que pretendía negar, dice en NOTES SUR LES CABALES: “Si un
reloj presupone un relojero, si un palacio indica un arquitecto, ¿por qué el Universo no ha de
demostrar una inteligencia suprema? ¿Cuál es la planta, el animal, el elemento o el astro que
no lleve grabado el sello de Aquél a quien Platón llamaba el eterno geómetra?”. En una
encuesta “Gallup” celebrada en los Estados Unidos para determinar la religiosidad del pueblo
americano, el 98 por ciento contestó que creía en Dios, y la primera razón que dieron los
encuestados para justificar su creencia fue el orden y la armonía del Universo. “Estas obras
visibles –dice San Pablo- revelan al invisible Dios” (Romanos 1:20). Todavía me queda una
prueba más a favor de la existencia de Dios. Naturalmente, podría aducir cincuenta, cien más,
pero no caben en esta carta. Me resta espacio sólo para una, y luego he de terminar. Es la
que se ha llamado prueba de la finalidad o por la finalidady se ilustra preferentemente con el
ejemplo de la flecha. Tú disparas una flecha y ésta se dirige invariablemente al blanco que tú
le has propuesto. La flecha es un objeto desprovisto de conocimiento, pero cumple su
cometido porque tras ella hay un ser inteligente, en este caso el arquero que la ha lanzado. En
este mundo en el cual tú y yo vivimos hay objetos y seres desprovistos de inteligencia, pero
tienden, cosa curiosa, a la realización de un fin concreto. ¿Te has preguntado alguna vez por
qué? ¿Quién controla la dirección del viento, quién orienta las olas del mar, quién pone a las
hormigas en fila para que trabajen en busca de alimento, quién sostiene las bridas que guían
sabiamente a la naturaleza? ¿Quién, amigo, quién sino Dios? He comentado contigo siete
pruebas que, a mi juicio, demuestran la existencia de Dios. Te habrás dado cuenta que no he
usado la Biblia para nada. He querido hablarte con sabiduría de este mundo. Pero eso no
significa que carezca de argumentos bíblicos para apoyar el tema de esta carta. Aunque los
autores de la Biblia no se entretienen en probar la existencia de Dios, porque ellos dan a Dios
por existente, te decía en mi carta anterior que la Biblia tiene respuesta para todas nuestras
inquietudes. Y ahora quiero, con tu permiso, desandar el camino y plantearte otra vez las
mismas pruebas, pero con palabras de la Biblia.
Nuestra prueba primera tenía que ver con el sentido común. Es inútil decir que Dios no
existe, porque Su presencia nos desborda. “¿A dónde me iré de tu espíritu? –se pregunta el
salmista-. ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en
abismo hiciere mi estrado, he aquí allí tú estás. Si tomare las alas del alba, y habitare en el
extremo de la mar, aún allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra” (Salmo 139:7-10).
La segunda prueba tenía que ver con la Causa Primera que dio origen a las demás
causas y a todos los efectos. El más importante efecto de la Gran Causa es el hombre, tú yo.
Lee lo que dice Job: “Tus manos me formaron y me compusieron todo en contorno…; como a
lodo me diste forma… Me vestiste de piel y carne, y me cubriste de huesos y nervios. Vida y
misericordia me concediste, y tu visitación guardó mi espíritu” (Job 10:8-12).

Para mostrarte bíblicamente la realidad de la tercera prueba sobre las leyes sabias
que controlan y dirigen el movimiento del Universo tendría que transcribirte casi todo el Salmo
104. Pero me limitaré a unos pasajes: “Él –exclama el salmista, refiriéndose a Dios- fundó la
tierra sobre sus bases …Subieron los montes, descendieron los valles al lugar que tú les
fundaste… Tú eres el que envías las fuentes por los arroyos… El que riega los montes desde
sus aposentos… El que hace producir el heno para las bestias y la hierba para el servicio del
hombre… Hizo la luna para los tiempos, el sol conoce su ocaso. Pone las tinieblas, y es la
noche…” (Salmo 104:5-19).
La cuarta prueba, sobre una conciencia de lo infinito, está admirablemente contenida
en esta exclamación de Salomón con motivo de la dedicación del templo: “¿Es verdad que
Dios haya de morar sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos no te
pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (1ª de Reyes 8:27).
Sobre la realidad espiritual del ser humano, que es el tema de la quinta prueba, lee
este pasaje del patriarca Job, donde afirma con profunda convicción la supervivencia de un
ser espiritual: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo. Y después de
deshecha esta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios; al cual yo tengo de ver por mí, y mis
ojos lo verán, y no otro, aunque mis riñones se consuman dentro de mi” (Job 19:25-27).

Para la sexta prueba, sobre la armonía del Universo, la Biblia está llena de respuestas,
de interrogaciones y de exclamaciones, como esta del salmista, que, extasiado ante la belleza
de la Creación, dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú
formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?” (Salmo 8:3-4). Y la última
prueba, la que demuestra la existencia de Dios por la finalidad de los seres y las cosas sin
conocimiento, fue propuesta por Salomón hace más de tres mil años. Lee este pasaje
antiquísimo, que parece escrito por uno de nuestros más famosos científicos de hoy, y luego
medita su contenido: “Generación va y generación viene –dice el autor bíblico-, mas la tierra
siempre permanece. Y sale el sol, y pónese el sol, y con deseo vuelve a su lugar, donde torna
a nacer. El viento tira hacia el mediodía y rodea el norte; va girando de continuo, y a sus giros
torna el viento de nuevo. Los ríos van a la mar, y la mar no se hinche; al lugar de donde los
ríos vinieron, allí tornan para correr de nuevo” (Eclesiastés 1:4-7).
Nada más por hoy, pásalo bien.

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