Está en la página 1de 1

Beulah, When your heartstrings break, Sugarfree Records, 1999.

A finales de los noventas, sin la posibilidad de que todo aquel que tuviese un mínimo de
curiosidad amplíe su horizonte escuchando más y mejores bandas en cuestión de segundos, el
músico promedio solía ir a las entrevistas con otro músico armado con su instrumento y varios
compactos apretujados dentro de la funda, como balas de plata para armonizar gustos.
Juntarse a escuchar discos era el rito iniciático, y la mayoría de las veces el final. La esperanza y
los nervios preliminares se desvanecían cuando apenas comenzado el primer track del CD la
otra parte, que apenas te conocía por el aviso de un diario o fanzine, repasaba los primeros
compases de Score from Augusta y, arqueando una ceja en señal de confusión, te preguntaba:
"¿Esto querés hacer? Yo pensaba en algo distinto", ante lo cual vomitaba el verde disquito de
la bandeja, y le daba Play a Welcome to Sky Valley de Kyuss.
Así es, era imposible encontrar bateristas que no quisieran aporrear su instrumento como
Dave, bajistas que se calzaran una remera y no slappearan como Flea, o cantantes que no
estirasen las vocales en aullido como Layne.
Pero, aún consciente del paisaje, era una obligación, con un When your hearthstrings break
importado durante el 1 a 1 bajo el brazo, arrancar con ese disco, y luego ir bajando de nivel,
hasta llegar a la sentencia "si, si, Jane's Addiction zafa" para respetar los tratados
internacionales de cortesía melómana.
Nunca llegué a conocer a ese atrevido que escapara del falso nihilismo de época y haya
querido fundar una banda con la fuerza que Beulah mostró en este disco, con su lírica
disparatada de Big Sur sobre ice cream truck, y su desfachatez para robar de lo mejor del
tiempo pasado refugiándose detrás de esa pared de sonido típica de Elephant 6, el sello que
los vio nacer.
Bandas, todos los días, nacen y se deshacen. Necios conjurados contra genios, como siempre,
se encuentran a la vuelta de la esquina. Pero como intituló el líder del grupo, Mike Kurosky, al
documental sobre Beulah, A Good band is easy to kill. Y tanto el amigo invisible Mike, como
aquel músico frustrado que portaba este disco como escudo a finales de los noventas, saben
que una buena banda es fácil de matar, pero un gran disco, cuando los alaridos y las
distorsiones rabiosas dejan de hacer arquear cejas en señal de admiración, permanece.

También podría gustarte