Está en la página 1de 59

CAPÍTULO SEGUNDO. EL PROBLEMA FISCAL.1296-1300.

“Nosotros sostenemos las dos espadas”. Papa Bonifacio VIII.


Es cierto, Santo Padre; mas vuestras espadas son solo una frase, y las nuestras una
realidad”. Pierre Flote, consejero y canciller del rey Felipe IV.

Antecedentes.
Entre 1288 y 1290, a los pocos años de iniciar su reinado, Felipe IV enfrentó una
controversia con la Iglesia siendo Papa Adriano IV y cuyo resultado fue un
compromiso favorable al rey. Vale la pena detenerse en ella por dos razones.
Primero, porque en este primer enfrentamiento se perciben las tácticas y los
principios jurídicos de que se va a valer la monarquía en sus posteriores
enfrentamientos con el papado; en segunda instancia, porque allí intervino como
delegado papal el entonces cardenal Benedicto Caetani.
El problema central tuvo que ver con los alcances de la jurisdicción real en las
diócesis de Chartres y de Poitiers. En Chartres un funcionario real, el preboste,
arrestó a alguien perteneciente al capítulo catedralicio. Se trataba de saber si un
juez laico podía tomar ese tipo de medidas contra quienes dependían del señorío
eclesiástico de la catedral1. En Poitiers, su obispo consideraba que, durante una
vacancia, era al arzobispo de Bordeaux y no al parlamento real a quien
correspondía la investidura de un feudo, ya que este había sido recibido de la
autoridad eclesiástica y no del rey. Así mismo se oponía a que sus vasallos, los del
obispo, apelaran ante el rey las decisiones de las cortes episcopales, por tal motivo
el obispo se negó a presentarse ante la corte de Felipe para responder por un
reclamo de uno de sus vasallos a quien se había negado a otorgar la investidura de
un feudo. La corte real decidió en contra del obispo y ordenó al senescal de
Poitou, Philippe de Beaumanoir, que hiciera cumplir las ordenes reales y de esta
manera obligar al obispo a otorgar la investidura 2. Los capítulos catedralicios de
Chartres y de Poitiers acudieron entonces al papa de quien obtuvieron apoyo.
Nicolás designó al arzobispo de Sens y al obispo de Auxerre para que se

1
Jean Favier, Philippe le Bel, página 257.
2
Investidura en la práctica feudal era aquella ceremonia en la que se hacía entrega simbólica de un
feudo.
1
encargaran de investigar las quejas de Chartres; los obispos de Evreux y Senlis se
ocuparían de averiguar lo ocurrido en Poitiers. Otorgaba a estos investigadores
amplios poderes espirituales que podían ser usados contra los funcionarios del rey.
Felipe y su consejo respondieron con una carta dirigida al arzobispo de Sens y al
obispo de Auxerre. En ella se ofrecían argumentos jurídicos para justificar la
intervención del poder real. Como lo anota Joseph Strayer, el punto básico era
que ningún territorio en el reino está exento de la jurisdicción real; quienes
administran justicia han recibido ese derecho del rey ya sea en forma directa o
indirecta3. El monopolio de la administración de justicia constituye una de las
prerrogativas propias del estado moderno. En esa misma carta el rey se queja de
los abusos cometidos por los eclesiásticos: quieren disfrutar de privilegios sin que
vivan la vida propia de un clérigo. El rey se refiere a comerciantes y usureros que
por el sólo hecho de haber sido tonsurados pretenden que sean los tribunales
eclesiásticos quienes los juzguen. Los clérigos además se ocupan de asuntos que
no les conciernen: los casos de herencia deben ser de jurisdicción de las cortes
laicas y no de las eclesiásticas. Se abusa de la excomunión con el fin de intimidar
a los funcionarios para que no defiendan los intereses de su rey. La misiva real
considera que es creciente la codicia de los clérigos lo cual hace que los fieles
desconfíen de los sacerdotes y pierdan la devoción. De continuar la situación tal
como está pronto el rey tendrá menor poder que el de un conde y el reino de
extinguirá4.
El rey no se limitó a escribir esta carta. Consideró conveniente enviar a Roma
sus propios delegados: Felipe de Beaumanoir, funcionario del rey como quiera
que era senescal en Poitou; y Guillermo, obispo de Auxerre. Ellos también
llevaban una carta para el papa y en la cual se repetían las consideraciones de la
misiva que se acaba de mencionar. Se agregaba una queja vehemente porque el
sumo pontífice había permitido que el obispo de Poitiers estableciera la
interdicción antes de que se escucharan los argumentos del rey. Esta carta recoge
puntos de vista jurídicos que venían circulando en la corte del rey y que como se
verá más adelante van a conformar un grupo de opinión a favor de la
3
Joseph Strayer, The reign of Philip the Fair, página 243.
4
Ibidem, página 244.
2
consolidación de la jurisdicción real. Estos planteamientos se puede conocer no
sólo en la obras de notables filósofos y escritores sino en los informes de
funcionarios. Según el análisis que de esta carta hace Jean Favier, la idea según la
cual los clérigos en asuntos temporales no podían estar exentos de la jurisdicción
real fue tomada casi textualmente de Jean de Poully, procurador real en la ciudad
de Macon. Este escribía:
La jurisdicción temporal de los cuerpos eclesiásticos
no es sino una usurpación a menos que haya sido
objeto de una concesión del príncipe...

La misma Iglesia Romana hace derivar la soberanía que


ella ejerce sobre el Patrimonio de San Pedro de la donación de
Constantino. La disposición del derecho canónico que se invoca y
que atribuye al arzobispo la apelación de los jueces del obispo no
puede aplicarse a los asuntos temporales5. (Subrayado mío).

En la Edad Media, en los distintos episodios del enfrentamientos entre papas por
una parte y emperadores y reyes por otra, la llamada DONACIÓN DE
CONSTANTINO fue argumento preferido tanto por los representantes del poder
temporal como los del espiritual para defender cada uno según sus intereses la
autonomía cuando no supremacía del uno frente al otro. Y lo será en el conflicto
entre Felipe y Bonifacio. Por tal razón merece cierta atención.
Se trató de una leyenda según la cual el emperador Constantino en el año 326
habría hecho entrega al papa Silvestre I de sus insignias imperiales y de la
soberanía en la parte Occidental del Imperio. Hoy se sabe que no existió tal
donación. El documento en que se informaba sobre el asunto fue pues una
invención y fue redactado según algunos historiadores en la corte papal de
Esteban II, o en la de su sucesor Pablo I (757-67); otros, en fin creen, que se
escribió en el año 7746. En el documento se dice que Constantino en
agradecimiento por haber sido curado milagrosamente de la lepra abandonó el
paganismo y entregó al representante de Cristo en la tierra sus insignias y
símbolos imperiales, como reconocimiento a que todo poder viene de dios y el
papa es su legítimo representante. La lanza, el cetro, el orbe, la túnica de púrpura
5
Citado por Jean Favier, Philippe le Bel, página 259.
6
Geoffrey Barraclough, The Medieval Papacy, London, 1968, página 40.
3
pasaron a ser propiedad del papa, es decir de Dios. En un gesto de humildad y
obediencia el emperador se proclamó escudero del papa llevando las riendas de su
cabalgadura. Por esta donación el papa Silvestre y sus sucesores se convertían en
suprema autoridad de las sedes episcopales de Antioquía, Alejandría, Jerusalén y
Constantinopla, y de “todas las iglesias del universo entero” 7; recibía el gobierno
de Roma y de las provincias de Italia y de Occidente; y, se le regalaba el palacio
de Letrán, y la iglesia de San Pedro en Roma. En efecto en el mencionado
documento se lee:

Donamos al bienaventurado pontífice, nuestro Santo Padre Silvestre,


Papa universal, y le entregamos, tanto a él como a sus sucesores, no
solo nuestro palacio citado (el de Letrán), sino la ciudad de Roma,
y con ella todas las provincias, todas las localidades, todas las ciuda
des, tanto de toda Italia como de todas las regiones occidentales y,
por una firme decisión de nuestra autoridad imperial, en virtud de
este edicto sagrado y de esta pragmática, las reconocemos como de
plena propiedad de la iglesia romana para que disponga de ellas
a perpetuidad. También hemos juzgado conveniente transferir nues
tro imperio y el ejercicio de nuestra autoridad a las regiones
orientales, erigir en la provincia de Bizancio una ciudad que llevará
nuestro nombre y establecer allí nuestro imperio. Pues donde el
principado de los sacerdotes y la capital de la religión cristiana
han sido instituidos por el Emperador celestial, no es justo que el
emperador terrenal ejerza su poderío8.

Allí también se agrega que Silvestre I rechazó la corona imperial que


Constantino quiso colocar sobre su cabeza. En opinión de Walter Ullman tal
rechazo resulta significativo. La negativa del papa significó que la corona imperial
se trasladase a Constantinopla. Según la donación la corona era de propiedad del
sumo pontífice quien permitía que el emperador la usase. Esto, agrega Ullman,
tendrá importantes repercusiones posteriores en la Edad Media. En efecto, como
resultado de ese gesto, los papas reclamarían su derecho a coronar a los

7
Citado por Louis Halphen, Carlomagno y el imperio carolingio, México, UTHEA, colección La
Evolución de la Humanidad, 1955, página 19.
8
Citado por Ibid, página 20.
4
emperadores medievales9, si estos querían seguir denominándose, como e efecto
lo pretendían, emperadores romanos.
No sobra agregar que la segunda mitad del siglo VIII es la época en que por una
parte se funda una nueva dinastía en el reino franco y por otra el papado logra
librarse de la tutela del emperador de Bizancio. Uno y otro proceso tuvieron como
efecto el establecimiento entre los francos de una monarquía cristiana cuyo poder
legítimo era garantizada mediante la unción sagrada, y en Roma la consolidación
del poder territorial del Papa. La unción, en el año 754, por parte de Silvestre I
del rey Pipino fue el reconocimiento sagrado de su legitimidad a cambio de lo
cual el primer monarca carolingio defendía al papa contra las agresiones de los
lombardos y le otorgaba la soberanía sobre el ducado de Roma, lo que entonces se
denominó el patrimonio de San Pedro. Nacía así en el reino franco el rey por
gracia de Dios. De suerte que la DONACIÓN DE CONSTANTINO, servía de
fundamento jurídico para la acción papal y para su reclamo de restitución del
gobierno de Roma.
A la Donación se habrá de recurrir en varias ocasiones durante la Edad Media.
Fue ese el título que le sirvió a León III para coronar, en la Navidad del año 800, a
Carlomagno como emperador; en el 850 Luis II antes de ser ungido y coronado
como emperador de los romanos tiró las riendas del caballo en el que papa iba
montado, tal como lo había hecho Constantino; cuando el 962, Juan XII coronó a
Otón I, el primer emperador del sacro imperio romano germánico, tenía una copia
de la Donación preparada para ser entregada a Otón; con base en las conclusiones
de un diácono de nombre Juan, Otón III alcanzó a darse cuenta de que la
Donación era un texto espúreo, y al parecer fue esta la primera y única vez que en
la Edad Media se declaró la falsedad de ese documento10. En el primer cuarto del
siglo XII Honorio de Augsburgo, también conocido como Honorio de Canterbury,
usò La Donación de Constantino como prueba de que el poder secular cristiano
había entregado la espada material, es decir la autoridad secular, al poder
sacerdotal de quien a su vez la había vuelto a recibir para utilizarla bajo la
9
Walter Ullman, Historiaa del pensamiento político en la Edad Media, Barcelona, 1983,
páginas 60-61.
10
Ibid, páginas 65, 74, 91, 94.
5
supervisión eclesiástica11. También los papas justificaban su supremacía
recurriendo a la Donación. Gregorio IX (1227-1241), en carta al emperador
Federico II, de octubre de 1236, citó la Donación como prueba del reconocimiento
por parte del poder secular de que si el príncipe de los apóstoles gobernaba el
imperio del sacerdocio y de las almas en todo el mundo entonces su soberanía
debía extenderse a los asuntos materiales y corporales. Inocencio IV (1243-1254)
declaró que Constantino no hizo otra cosa que entregar al papado de hecho lo qu
ya este poseía de derecho12.
Pero lo que para los papas servía de argumento a favor de su intervención en
asuntos temporales, para los defensores de la monarquía era prueba de que el
poder temporal que reclamaba la iglesia se derivaba precisamente de un
emperador, es decir que no lo había recibido directamente de Dios. Este es el
sentido que tiene la afirmación de Jean de Poully arriba citada. No sobra recordar
que la expresión patrimonio de San Pedro fue la que se utilizó por parte del rey
Pipino a mediados del siglo VIII para referirse al ducado de Roma que el rey
franco entregaba al Papa. De manera que Poully se vale de la Donación de
Constantino para negar toda pretensión papal de inmiscuirse en asuntos
temporales en el reino de Francia. El papa sólo podía ejercer funciones temporales
en Roma y ello gracias al favor que había otorgado Constantino.

Pero regresemos al conflicto de jurisdicción a propósito de Chartres y de


Poitiers. Inocencio IV al enterarse de la misiva regia y de la disposición del rey
Felipe a no hacer concesiones, prefirió entrar a negociar. No estaba interesado en
mantener por mucho tiempo un enfrentamiento con Francia. Prefirió adoptar
medidas que allanasen el camino para un arreglo. Nombró como obispo de Verdún
a Jacques de Revigny, un antiguo profesor de derecho civil en Orleans y cercano a
la corte de los capetos. Recordó a los obispos de las diócesis situadas en los
límites del reino de Aragón su obligación de contribuir con la décima a favor de
Francia, pues ocurría que no estaban cumpliendo con este deber. Felipe aprovechó
11
John B. Morral, Political Thought in Medieval Times, London, Hutchinson University Library,
1971, página 55.
12
Ibid páginas 84 y 85.
6
esta situación para tomar la iniciativa y plantear el problema general de las
relaciones del clero con la monarquía. Para ello, a finales de 1289, envió una
nueva embajada a cuya cabeza esta un famoso jurista: Gerardo de Maumont. Iban,
según ellos mismos decían, en nombre de los nobles y de la comunidad del reino.
En el documento que presentaron ante el papa se formulaban quejas contra el
clero francés. El rey reclamaba una supremacía con fundamento en las relaciones
feudales de lealtad entre el rey los prelados franceses. No es todavía el derecho de
superioridad territorial de lo que se vale el monarca para exigir obediencia.
Según lo que allí se expresaba obispos y abades, eran vasallos del rey, a él habían
prestado juramento de fidelidad y por lo tanto era su deber defender los derechos
y franquicias del rey y del reino. Como lo advierte Jean Favier, con esta
declaración se hacía tabla rasa de las pretensiones clericales a las exenciones
fiscales y jurídicas. Como los prelados eran vasallos del rey, entonces en asuntos
temporales dependían de este último y no del papa 13. Nicolás IV no podía dejar sin
respuesta este discurso real, pero entendía también que no era conveniente
indisponerse con el rey, necesitaba de su ayuda ante el creciente peligro de los
gibelinos en la propia Italia y para afianzar los intereses en el Mediterráneo
Occidental. El Papa estaba interesado en recuperar Sicilia entonces en poder de
Aragón. Contra los aragoneses había predicado una cruzada cuyo éxito dependía
del apoyo francés. Decidió entonces enviar a Francia dos cardenales: Gerado
Bianchi de Parma y Benedito Gaetani. Su misión era negociar con Felipe.
El primer resultado fue un tratado en Senlis, el 19 de agosto de 1290. Fue este
un arreglo favorable a Nicolás y a Felipe pero a costa del clero francés. En efecto
allí se acordó que, a cambio de ayuda militar y diplomática contra Aragón, el
papa otorgaba al monarca francés el derecho a cobrar por varios años la décima,
es decir la décima parte de los ingresos del clero. De esta suerte los delegados
papales habían comprado la alianza francesa con dinero del clero francés14.
Quedaba por resolver el asunto de las relaciones entre la jurisdicción del rey y
la de los clérigos. Como primer paso fueron revocadas las medidas que el obispo
de Poitiers y el cabildo catedralicio de Chartres habían adoptado contra
13
Jean Favier, Philippe Le Bel, páginas 260-261.
14
Ibidem, página 261.
7
funcionarios reales. Luego tuvo lugar una reunión de obispos y abades en la
abadía de Sainte Genevieve, entre el 11 y el 29 de octubre, en la que, como se
recordará, participó activamente el cardenal Gaetani. La disputa terminó con un
decreto real. En él se reconocía a los clérigos ciertos privilegios jurídicos. Por
ejemplo se mantuvo la jurisdicción eclesiástica en asuntos relacionados con
recaudo de diezmos, testamentos y arreglos matrimoniales, siempre y cuando no
se relacionaran con tenencias feudales; todos los clérigos estaban exentos del
cobro de la talla, aunque sí se cobraba a los tonsurados que vivían del comercio o
de la artesanía; se prohibió a funcionarios de menor rango llevar a cabo procesos
judiciales u otros actos oficiales dentro de las tierras de los prelados.
Pero en lo que había constituido el centro de la polémica el rey no cedió. Todos
los prelados podían ser juzgados por el parlamento; en asuntos temporales las
decisiones adoptadas en los tribunales de abades y obispos podían ser apeladas
ante el rey y su máximo tribunal de justicia, el parlamento de París. El rey se
reservaba el privilegio de incautar bienes en caso de abierta desobediencia.
Como juzga Joseph Strayer, en síntesis se puede hablar de un triunfo de la
monarquía. Así lo demuestra el hecho de que se hubiera puesto fin a la disputa por
medio de un decreto real y no por un acto de la curia papal. La iglesia echó para
atrás las sanciones impuestas; al rey francés le fueron reconocidos sus derechos al
menos en asuntos judiciales. En esta confrontación Felipe utilizó algunas de las
tácticas de las que más se valdrá en su enfrentamiento con Bonifacio: la firmeza y
determinación en defensa de soberanía regia; responder con argumentos jurídicos,
invectivas y propaganda a las amenazas de excomunión. En los años siguientes se
mantuvieron los principios básicos del acuerdo de 1290: en los asuntos temporales
el rey es juez supremo en el reino y por lo tanto en estos casos las decisiones de
los tribunales eclesiásticos podían ser apeladas ante el parlamento; por orden del
rey, los bienes de obispos y abades podían ser incautados para presionar la
obediencia.
En conclusión, en este primer conflicto entre papado y monarquía durante el
reinado de Felipe se muestra lo que Jeffrey Denton ha considerado como
característica central de los desacuerdos entre Felipe y Bonifacio: una crisis de la
8
posición política del clero. Así se tratase del alto o del bajo clero, del secular o del
regular, los privilegios eclesiásticos estaban en juego. A cada paso se ponía en
duda el alcance de gobierno en territorios que el monarca mismo les había
concedido como beneficios, y los límites a la inmunidad jurídica clerical. Pero,
agrega, Denton, el tema más importante fue el de establecimiento de impuestos al
clero. Un asunto que no era exclusivo del Papa o del rey 15. Y fue precisamente a
propósito de un impuesto establecido por Felipe, en 1296, a lo clérigos lo que
suscitó el primer enfrentamiento con Bonifacio.
La autonomía fiscal del clero. Asambleas eclesiásticas de 1294.
En el mes de enero de 1296, el rey Felipe decidió, tras una asamblea de nobles y
prelados del reino, establecer un impuesto, el cual sería cobrado sobre bienes tanto
de los laicos como del clero. El rey en este caso no consultó al Papa. Prefirió
como lo venía haciendo en los dos últimos años, discutir el asunto con los
prelados franceses. Lo que produjera el nuevo impuesto se destinaría a financiar la
guerra contra Flandes e Inglaterra. Pero la decisión no sólo suscitó el rechazo de
ciertos prelados sino la respuesta enérgica del Papa. ¿Podía un soberano establecer
impuestos sobre el clero, sin consultar al sumo pontífice?. ¿Acaso el clero no
debía lealtad y obediencia primero al Papa y luego al rey?. En todo caso, el rey
podía argumentar que no estaba quebrantado derecho alguno, pues había
consultado los clérigos en el cobro de impuestos. Para ello se había valido de las
asambleas eclesiásticas. En este conflicto eran tres los actores: el papa, el rey y el
propio clero francés.
Los papas de finales del XV no se habían opuesto a autorizar a los monarcas el
cobro de impuestos. Al contrario, lo habían hecho con el fin de destinar los
recursos obtenidos al financiamiento de la guerra que Francia libraba contra el
reino de Aragón.. Tras la caída de Acre, último reducto cristiano en tierra santa, el
papado exigió la ayuda económica de la iglesia francesa, para llevar a cabo su
proyecto de reiniciar la cruzada. En 1291 Nicolás IV convocó concilios
eclesiásticos en la cristiandad occidental con el fin de discutir el asunto de ayuda
económica para tal empresa. En Francia hubo se reunieron varios concilios en la
15
DENTON, Jeffrey, “Taxation and the Conflict between Philip the Fair and Boniface VIII”, en
French History, vol. 11, n.3, 1997, p. 241.
9
provincias. En sus conclusiones invitaban a la unidad cristiana y se manifestaban
estar dispuestos a contribuir con ayuda económica para financiar la cruzada;
consideraban esencial la ayuda militar francesa a cuya cabeza debía estar el
ejército cruzado y la paz con Aragón como requisito previo de cualquier empresa
de recuperación de territorio en poder de los musulmanes. Pero otras eran las
prioridades de Francia. El rey Felipe aprovechó la ocasión para obtener del
papado la renovación de una ayuda consistente en una décima por un período de
seis años. Es decir que durante seis años la décima parte de los ingresos clericales
se destinarían al fisco real y cuyo destino sería sufragar los gastos de la guerra
contra el rey de Aragón. Sin embargo, no se llegó a un acuerdo. Todo quedó
interrumpido con la muerte de Nicolás IV y la prolongada vacancia papal. En el
año 1289 el papa había otorgado décima por tres años, plazo que se cumplía
precisamente en junio de 1292.
La guerra contra Inglaterra y Flandes devoraba los ingresos. Había que acudir
de nuevo al clero. Pero a comienzos de 1294 no había papa a quién solicitar la
ayuda eclesiástica. Entonces Felipe decidió recurrir directamente al clero francés,
para lo cual acudió a las asambleas eclesiásticas16. Había antecedentes para esa
petición. En ocasiones anteriores prelados, capítulos catedralicios y abadías
habían concedido subsidios al monarca. Así se hizo en 1242 y 1266. Pero eran
ayudas que provenían de dominios territoriales eclesiásticos, es decir de las
llamadas temporalidades, y no de la totalidad de los ingresos del clero, ya fueran
ellos de orden espiritual o temporal. No faltaron debates sobre el particular.
Sectores del clero se oponían a cualquier obligación financiera con la monarquía;
su argumento central era la salvaguardia de la libertad y autonomía de la iglesia.
Otros teólogos y juristas, en cambio, defendían la ayuda al rey, siempre y cuando
se tratase de una decisión libre y voluntaria. Es esto lo que pensaba Bertahud de
Saint Denis, profesor de teología de la Universidad de París. En un escrito de
1282, Berthaud consideró que el rey no tenía derecho de cobrar impuestos al
clero, aunque este podía brindarle ayuda en caso de necesidad. Opinión similar
16
Lo que a continuación se dice sobre las asambleas eclesiásticas es una síntesis de lo escrito por
DENTON, Jeffrey, en “Philip the Fair and the Ecclessiastical Assemblies of 1294-1295”, en
Transactions of the American Philosophical Society, vol. 81, part. 1, 1991, pp 11 a 27.
10
expresó el teólogo franciscano Ricardo de Mediavilla: defendía el principio de
inmunidad eclesiástica pero reconocía que era justo que el clero contribuyera con
los gastos habida cuenta de las ventajas que de esos gastos derivaba. Un principio
central defendía el clero: no se podían establecer impuestos sin el necesario
consentimiento de los afectados. En un principio el rey Felipe prefirió la
convocatoria de un concilio en el que participasen obispos y abades del reino, así
como los rectores de las parroquias. Con esta propuesta el rey estaba reconociendo
que para la obtención de la ayuda económica era necesaria el beneplácito de todo
el clero. Por el gran número de asistentes esta asamblea sería una demostración
sin precedentes del control que el rey francés ejercía sobre el clero. Pronto se
comprobó que esta propuesta no era viable. No era fácil que tan alto número de
clérigos se reunieran en París; algunos clérigos se negaban a presentarse ante la
corte real en París, al fin de cuentas se trataba de una corte secular. Con ello el rey
estaba poniendo en peligro la concesión de ayuda económica. Era tarea difícil
obtener el consentimiento de todo el clero en un reino en el que para efectos de
impuestos, había por lo menos nueve provincias eclesiásticas y ochenta diócesis.
De manera que se prefirió el método de concilios provinciales. Estos concilios
reunieron características tanto de asambleas eclesiásticas como reales. Tal como
lo expresa un funcionario del arzobispo de Bourges se reunían por solicitud del
rey y para atender las necesidades del reino.
Jeffrey Denton en su detallado estudio sobre estas asambleas de 1294-1295,
distingue entre concilios del clero no exento y los del clero exento. En el primer
caso se trata del clero diocesano que dependía de la autoridad de los obispos. El
clero de las provincias de Bourges, Tours, Rheims, Narbonne, Bordeaux, Lyons, y
Rouen, Sens y Auch fue convocado por sus respectivos arzobispos
metropolitanos. Se sabe, sin embargo de un caso en el que la convocatoria a
concilio provincial fue hecha por el rey. En un documento de la corte regia se le
pide al arzobispo de Uzés que asista al concilio provincial y que convoque al clero
de su diócesis. Es una orden real que atenta contra los derechos del clero. No era
una sugerencia amable. Con esta disposición se anunciaba las intenciones políticas
del rey: el clero tenía que contribuir con las necesidades del reino.
11
Los concilios provinciales se reunieron en su mayoría durante el otoño de 1994.
Los de Lyon y Rouen lo hicieron a comienzos del 95. Estas asambleas sirvieron
también para la reforma de las propias diócesis y para que el clero presentara
quejas contra abusos de los representantes del rey en las provincias y contra las
propias autoridades eclesiásticas. El arzobispo de Tours, por ejemplo, presentó
canon de reforma eclesiástica. En uno de esos cánones estaba dirigido contra las
críticas que laicos solían hacer de los diezmos eclesiásticos. Se recordaba que el
subsidio que se le brindaba al rey provenía precisamente de los sectores más
pobres del clero y del cobro de diezmos. En el concilio de la provincia de Bourges
se presentaron quejas por los términos de convocatoria hecha por el arzobispo.
Abades, arcedianos, capellanes pusieron en duda el procedimiento. Según ellos la
convocatoria debió ser hecha por el superior inmediato, pues el arzobispo no tenía
jurisdicción en otras diócesis así estas hicieran parte de la provincia. Dicho en
otros términos, se ponía en duda el alcance de la autoridad del arzobispo. En la
provincia de Reims, los procuradores de la catedral expresaron su preocupación
por los efectos posteriores de una ayuda al rey. Consideraron que era conveniente
presentar una apelación a Roma como precaución contra cualquier acción de
arzobispos y obispos en contra de los intereses del bajo clero. El temor de los
procuradores en este caso, como se puede observar, no era tanto contra la ayuda
al rey cuanto contra los propios líderes eclesiásticos. Al poner sus iglesias bajo la
protección papal, los arcedianos, los miembros de los capítulos catedralicios
buscaban protegerse contra las intervenciones futuras de sus respectivos obispos.
El clero exento era aquel que no dependía de la jurisdicción arzobispal o
episcopal; estaba subordinado directamente a Roma. Se incluían ahí los
dominicos, franciscanos, cistercienses y cluniacenses. Para efectos fiscales estaba
más sometido a la autoridad del rey de lo que ocurría con el clero no exento, pues
a diferencias de este, aquel era convocado mediante orden real y sus asambleas
fueron presididas por funcionarios del rey. El clero exento no estaba habituado a
reunirse en concilios o asambleas con fines fiscales. Se trató de un hecho nuevo.
El resultado de las asambleas fue otorgar décimas al rey por un período de dos
años. Eso sí bajo ciertas condiciones. Una de ellas era que el clero se encargara
12
del cobro. En los concilios provinciales esa tarea se confiaba a los obispos y en el
caso del clero exento a los abades. En el momento en que surgió el primer
conflicto abierto entre Bonifacio y Felipe no se había acabado de recoger las
décimas otorgadas en las asambleas eclesiásticas francesas.
Una segunda condición consistía en que el clero se reservaba las sanciones de
censura eclesiástica para quienes se negaran a pagar. No se admitía intervención
secular en estos casos. En tercer lugar, al clero no se le podía exigir otro tipo de
subsidio ya fuera para rey o para otro señor. Si se firmaba la paz o se establecía
una tregua se dejaba de pagar la décima lo que igualmente ocurriría si el Papa
decidía exigir su propia contribución para la cruzada. Se advertía que el al brindar
esta ayuda al rey no debiera convertirse en antecedente que perjudicara en el
futuro al clero francés. Con ello se que quería reafirmar el principio según el cual
las imposiciones fiscales deben ser consultadas. Por otra parte, en los documentos
reales en los que ordenaba el cobro de las décimas debía quedar claro que no se
trataba de una exigencia real sino de una concesión gratuita y libre. (ex sola gratia
et mera liberalite).
Todo indica pues que en las asambleas eclesiásticas de 1294 y 1295 se respetó el
principio del consentimiento, sin tener que recurrir a la autoridad papal. Celestino
V no fue propiamente un papa dispuesto a exigir su autorización y hacerse
obedecer de Felipe. Por lo demás en las asambleas se esgrimió el principio de
extrema urgencia del reino En el concilio de la Provincia de Bourges se sugirió la
necesidad de una licencia papal, pero se desestimó la propuesta pues esperar el
permiso podría causar gran daño al reino. El rey y sus agentes se encargaban de
persuadir a los eclesiásticos del inminente peligro en que se encontraba el reino.
No sobra llamar la atención sobre el hecho siguiente: dos años y medio antes el
papa Nicolás IV no había logrado convencer a los franceses de que la cruzada
contra los musulmanes era una necesidad urgente (urgens necesitas) Felipe IV, en
cambio, en 1294 logra que el clero acepte que la defensa del reino de Francia
contra el avance inglés constituye un peligro inminente y por lo tanto se puede
acudir al derecho de necesidad.

13
En el examen que Jefrrey Denton hace de las cartas en las que se concedieron
los subsidios concluye que es difícil saber hasta qué punto el clero fue
presionado, pero poca duda cabe que se trató de un éxito del rey. Los prólogos de
esas cartas son las justificaciones de las necesidades del rey; varios de ellos están
escritos en términos idénticos lo que hace pensar que se trata de la voz del rey y
sus consejeros y no la del clero. Allí se recuerda que son concesiones a un rey
cuyos ancestros fueron siempre defensores de la pureza de la fe católica, a un
reino en el que el florecimiento del cristianismo debe mucho a la realeza. Se ataca
con vehemencia al rey inglés; de él se dice que ha cometido crímenes y excesos y
que obra aconsejado por el demonio (suadente diabolo). La guerra contra
Inglaterra tiene características de una guerra santa, pero en la que no se cuenta con
el respaldo del papa. Es vehemente ferviente el apoyo que se brinda al rey. El
clero de Tours dice que el poder real era el pilar y escudo de la iglesia, el protector
de la fe, fuente de sabiduría que irriga todo el mundo y que por tal razón dios le
otorgó ventajas sobre los demás reinos y facilitó el triunfo sobre sus enemigos.
Los abades de Cluny, por su parte, estimaron que cualquier daño que se causara al
rey de Francia y a su reino debía verse como un daño a toda la iglesia universal.
La causa del rey de Francia era la causa de la iglesia y ayudarlo significaba
preservar la paz y el bienestar de toda la cristiandad.
Pero, como concluye Denton, en el otoño de 1294, se vivía una fiebre de
guerra. Y una fiebre no suele durar mucho. Más temprano que tarde, salieron a la
luz las diferencias con los funcionarios reales y las dudas sobre los planes del rey.
Fue lo que se puso en evidencia en las quejas del obispo de Angers. Según él, los
monasterios e iglesias que otros tiempos habían sido fundados por los más
sagrados príncipes franceses estaban siendo objeto de destrucción y saqueo; la
devoción y ayuda de antaño estaban siendo reemplazadas por la opresión. Estas
quejas muestran que no era unánime el punto de vista del clero con respecto al
monarca francés. En la concesión de décimas de 1294 no se obtuvo el
consentimiento papal y no fue por falta de contacto con la curia romana. En
septiembre, cuando ya era papa Celestino V, varios prelados franceses fueron
elegidos cardenales, entre ellos Simón de Beaulieu, arzobispo de Bourges,
14
Beraldo de Got, arzobispo de Lyons y John de Monk, obispo electo de Arras. Sin
embargo, las acciones del clero francés tuvieron implicaciones profundas en las
futuras relaciones entre la Corona y el Papado. Al ser elegido papa Benedicto
Gaetani la situación iba a cambiar. El nuevo pontífice no estaba dispuesto a
consentir impuestos sin previa consulta.

La quincuagésima de 1296. La bula Clericis laicos.


El impuesto establecido por Felipe en enero de 1296 motivó la primera
intervención del Papa Bonifacio. El rey exigía el pago de la quincuagésima parte
de los ingresos del clero. Y como se dijo, no consultó al Papa. Para el clero este
impuesto se agregaba a las décimas otorgadas en las asambleas eclesiásticas de
1294. El rey trató de persuadir a varios prelados para que convocasen a nuevos
concilios provinciales con cierto éxito. Hubo concilios en Bezies; el clero de la
provincia de Narbona se mostró partidario de negociar un nuevo subsidio por dos
o tres años17. Pero en esta ocasión hubo también enérgica oposición a nuevas
contribuciones. Los capítulos catedralicios de la provincia de Reims apelaron a la
santa sede18. El superior de los cistercienses protestó en nombre de la inmunidad
eclesiástica. La iglesia no debía pagar impuesto. Los subsidios que ella había
otorgado eran a título voluntario y gratuito. En un manifiesto dirigido al papa, y
que se presentaba como la opinión general del clero francés, su autor anónimo se
quejaba de que los agentes del rey “se hubieran apoderado de los bienes
destinados a los servidores del señor y a los pobres del crucificado”; se
preguntaba cómo era posible bajo un rey cristiano se viviera en condiciones de
más duras de las que se había vivido en la época de los faraones; invitaba a una
intervención papal ya que “nadie se atreve a defender la iglesia contra los poderes
de este mundo”19. Bonifacio reaccionó de inmediato. No podía aceptar que la
iglesia francesa financiase la guerra al tiempo que predicaba la paz. El que se
consideraba campeón de la independencia de la Iglesia no iba a desaprovechar la
ocasión de intervenir. Convenía recordar a los monarcas que el clero debía
17
DENTON, J. “Taxation and the conflict between Philip the Fair and Boniface VIII”, p. 244.
18
FAVIER, J. Philippe Le Bel, p. 273.
19
Citado por POIREL, Dominique, Philippe Le Bel, pp. 104-105.
15
obediencia en primer lugar al soberano pontífice, pues no sólo en Francia la
situación se complicaba. También el rey inglés había obtenido del parlamento, en
septiembre de 1295, un subsidio en el que el clero contribuía con una décima sin
el consentimiento del papa. La política de los reyes de consultar al clero local sin
recurrir al pontífice ponía en peligro la autoridad de la curia20.
Esta era pues la situación cuando los obispos de Beziers y de Carcasonne que
habían sido enviados por el concilio provincial de Narbona a negociar con el
Consejo Real presentaron un documento papal fechado el 24 de febrero de 1296.
Se trata de una decretal o bula conocido con el nombre de Clericis laicos. Los
documentos papales se suelen identificar con sus dos primeras palabras. El papa
recordaba las normas canónicas establecidas en el concilio de Letrán según las
cuales toda contribución de los clérigos a los príncipes temporales debía
subordinarse al consentimiento del sumo pontífice.
En esta decretal Bonifacio en primer lugar condenaba la pretensión de los laicos
de intervenir en los asuntos de la iglesia. El clero constituía un orden aparte,
diferente al de los nobles y los trabajadores. El conflicto entre laicos y clérigos es
histórico.
El tiempo nos ha mostrado que los laicos han sido siempre hostiles
en exceso para con el clero; y esto lo expresa claramente la experien
cia de los tiempos presentes, pues, no contentos con sus limitaciones
los laicos desean cosas prohibidos y dan rienda suelta a la búsqueda
de la ganancia ilícita21.

El clero no debía estar sometido al poder de los laicos. Incluso los bienes
patrimoniales de los eclesiásticos estaban exentos de cualquier control por parte
de los poderes temporales. Establecer impuestos a los clérigos equivalía a
someterlos a la servidumbre:
Pasan (los laicos) prudentemente por alto que les está negado todo do
minio sobre el clero así como sobre todas las personas eclesiásticas

20
FAVIER, J., Philippe Le Bel, p. 273.
21
BONIFACIO VIII, Bula Clericis Laicos, publicada por GALLEGO BLANCO, Enrique
Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Madrid, editorial Revista de
Occidente, 1973, p. En este libro se ofrece la versión latina y la española. En esta última hay
algunas imprecisiones en la traducción. Por ejemplo el término collecta lo traduce por alcabala, lo
que es inexacto. La alcabala era un impuesto a las ventas, en Castilla del siglo Xiv y, por supuesto,
no es a esto a lo que se refiere el papa.
16
y sus posesiones, pero imponen pesadas cargas a los prelados de las
iglesias mismas y al clero, tanto regular como secular, los obligan a pagar
contribuciones. Requieren de tales personas el pago de una mitad, un
décimo un vigésimo o alguna otra cuota de su propiedad o renta, y se es
fuerzan de muchas maneras por someter a los clérigos a la servidumbre
ponerlos bajo su jurisdicción.22
El papa establecía severos castigos a quienes desacatasen sus órdenes. Se
prohibió bajo pena de excomunión a todos los príncipes exigir subsidios del clero.
Los clérigos que pagasen sin autorización de la curia serían excomulgados, los
prelados y dignatarios que no hiciesen cumplir las órdenes serían depuestos.
Los prelados o personas eclesiásticas, ya regulares o seculares, de
cualquier orden, condición o estado, que paguen, prometan o con
sientan en pagar a los laicos contribuciones, diezmos, vigésimos
o centésimos de su propio patrimonio o de las rentas y posesiones
de sus iglesias, o pagar una suma, porción o parte de sus ingresos
y bienes , o de su valor aproximado en forma de ayuda, préstamo
subsidio o presente o bajo cualquier otro pretexto sin la autoridad
de esta mi Sede Apostólica, también emperadores, reyes y prínci
pes , duques, condes, barones, podestás, capitanes, oficiales, rectores
cualquiera que sea su título, de ciudades castillos o de otros lugares
el que imponga , demande o reciba tales pagos, o el que se atreva
a violar, tomar u ocupar las propiedades de las iglesias o los bienes
de las personas eclesiásticas depositados en los edificios sagrados
o el que ordene que sean tomados o confiscados, o reciba tales
cosas según fueren tomadas o confiscadas; igualmente todos los
que a sabiendas presten ayuda, consejo o apoyo a tal empresa, en
público como en privado, incurrirá en el mismo acto en la pena de
excomunión pero ponemos en entredicho a las corporaciones culpa
bles
Ordenamos a todos los prelados y personas eclesiásticas, en virtud
de obediencia y bajo la pena de deposición que en adelante no con
sientan a tales demandas sin el permiso expreso de la dicha Sede.

Nadie será absuelto de las dichas penas de excomunión o entredicho,


exceptuando en la hora de la muerte, sin autoridad y permiso especial
de la Sede apostólica23.

Como se puede observar de este fragmento un propósito central del documento


papal era exigir el permiso de la Sede apostólica para el cobro de impuestos a los
eclesiásticos. En este sentido se puede decir que la bula no se escribió contra el
rey Felipe. También el rey de Inglaterra había establecidos impuestos a la iglesia
22
Ibid.
23
Ibid.
17
sin consentimiento del Papa. En Italia y un poco en toda Europa el principio de
inmunidad eclesiástica comenzaba a quedar en el olvido. Y había pues que
reafirmarlo con determinación. Pero no se puede pasar por alto el contexto
político. Quizás tengan razón quienes sostienen que el papa buscaba presionar una
solución a la guerra entre Francia e Inglaterra y para ello reducía los ingresos
fiscales de los dos monarcas. La bula fue escrita el 24 de febrero pero sólo fue
publicada unos meses más tarde: el 21 de abril. Pero la publicación completa y
oficial diócesis por diócesis de un documento tan controvertido tomó cierto
tiempo. A Francia e Inglaterra llegó en el mes de mayo 24. Sin duda que este
documento iba a traer rápidas repercusiones políticas y a causar nuevas disputas.
Mientras ciertos sectores del clero estaban ansiosos de poner en práctica las
determinaciones papales otros temían por las consecuencias de oponerse a los
deseos del rey.
Se sabe que el rey Eduardo de Inglaterra, al recibir clericis laicos se disgustó. Se
opuso a que el obispo de Canterbury pusiera en práctica las instrucciones
pontificias, conminó al clero a pagar las sumas convenidas y amenazó a clérigos y
sacerdotes con ponerlos fuera de la ley y con despojarlos de sus feudos. El 3 de
noviembre decretó nuevos impuestos para financiar la guerra contra Inglaterra y
contra Escocia. Las derrotas militares a manos de ejércitos franceses forzaron a
Eduardo a ceder y a negociar. Restituyó bienes confiscados, prometió respetar la
inmunidad del clero con lo que logró que éste le ofreciera subsidios con la debida
aprobación de Roma25.
En Francia, la bula puso fin a las negociaciones entre el clero y la monarquía
para la concesión de subsidios al rey. Su efecto fue tanto nacional como local.
Los eclesiásticos de la diócesis de Agen cuyos bienes habían sido embargados al
negarse a pagar un impuesto municipal, se valieron de Clericis laicos para
defender su inmunidad y fijaron copias de la bula en las puertas de las iglesias 26.
En Beziers, las autoridades municipales fueron excomulgadas y la ciudad puesta
24
DENTON, J., “taxation, Philip the Fair and Boniface VIII “, P. 245.
25
POIREL, D. Philippe Le Bel, p. 106; GARCÍA VILLOSLADA, Historiaa de la Iglesia, p.
575.
26
BARRERE, J. , Histoire religieuse et monumentale du diocese d´Agen, Paris, 1855, ii, p. 70-
75. Citado por DENTON, J, “Taxation, Philip the Fair and Boniface VIII”, p. 246.
18
en entredicho por atreverse a desobedecer la bula 27. Los cónsules desafiaron la
medida, organizaron por su cuenta el entierro de los muertos, cantaban las
oraciones en público, el Kirye Eleison, Kriste Eleyson y el Padre Nuestro. La
reacción del Papa no se hizo esperar: ordenó al inquisidor de Carcassonne que
actuara contra los cónsules de Beziers28.
Esta bula era un reto para la monarquía francesa. Según los teóricos al servicio
del rey, el clero formaba parte de la comunidad del reino y como tal debía
contribuir con los gastos en la medida en que los eclesiásticos se iban a beneficiar,
como todos los demás miembros del reino, de los beneficios de la paz y la justicia
cuyo disfrute era garantizado por el Rey. Los legistas reales fundamentaban su
punto de vista en lo que Cristo había dicho: Dad al Cesar lo que es del Cesar 29. La
reacción inicial de Felipe el Hermoso al enterarse de la bula fue, por lo que se
sabe, serena. Agradeció a los obispos que le dieron a conocer el texto; trató de
convencerlos de una nueva negociación con el argumento de los daños que se
causarían al reino de no contar con la ayuda del clero y prometiéndoles
franquicias y garantías. Los obispos se negaron a desobedecer al papa. El rey,
entonces, les permitió partir, “sin agregar palabra”30.
Simón de Beaulieu, nuncio del papa en Francia, comprendió que la bula podía
interferir en su tarea de lograr una tregua entre Francia en Inglaterra. Entonces,
promovió con el apoyo de los arzobispos de Reims, Sens y Rouen una asamblea
de prelados de las nueve provincias eclesiásticas. Este concilio de reunió en París
el 21 de junio. Es poco lo que se conoce sobre esta asamblea. Uno de sus
resultados fue enviar a Roma una misión para debatir el asunto. Los comisionados
fueron John de Savigny y Berengar Fredo, obispos de Nevers y Beziers,
respectivamente. Ellos debían explicar al papa los graves inconvenientes que
resultarían para la iglesia de Francia de aplicar al pie de la letra Clericis Laicos.
Los clérigos se verían privados de la protección real; quienes eran vasallos del rey
podían ser despejados sus feudos al no cumplir con los deberes de ayuda a su
27
DIGARD, G. (Ed), Les registres de Boniface VIII, Rome, 1907, nos 2140-2142. Citado por
DENTON, J. “Taxation, Philipe the Fair and Boniface VIII, p. 246.
28
DENTON, J, “Taxation, Philipe...”, p. 246.
29
FAVIER, J., Philippe Le Bel, p. 275.
30
Ibid.; POIREL, Philippe Le Bel, p. 106.
19
señor, el rey31. El arzobispo de Reims, Pedro Barbette y sus sufragáneos enviaron
una carta al Papa, en la que le decían:
El rey y sus barones nos censuran porque no contribuimos a la
defensa del reino, aunque hay prelados que sí lo hacen; algunos,
por la obligación que les imponen sus feudos, pero casi todos,
por acatar el juramento de fidelidad; el Rey nos amenaza con
retirarnos el apoyo que necesitamos para vivir libres de asechanzas;
esto es la ruina de la iglesia32.

Esta misiva muestra que había división dentro del clero francés. Y que no era
unánime la actitud pro monarquía lo muestra el hecho de que los cistercienses
hubiesen enviado sus propios representantes.
El 17 de agosto el rey Felipe prohibió “ a toda persona cualquiera fuese su
condición, estado nación o dignidad, sacar del reino, por tierra o por mar,
personalmente o por intermediarios, oro, plata, armas, caballos y toda suerte de
equipo militar”33. Además ningún extranjero podía permanecer en Francia sin
autorización del rey y por tanto los delegados del papa y los encargados de llevar
los diezmos debían abandonar el reino34 Tales embargos eran comunes en época
de guerra. Cuando, para atender gastos, el rey ajustaba la moneda el efecto era la
salida de metales preciosos. En 1295 cuando por primera vez se consideró alterar
la moneda, Felipe prohibió la exportación de oro y plata35. Se podría decir
entonces que esta ordenanza no estaba expresamente dirigida a Bonifacio. Así
como Clericis Laicos no mencionaba a Felipe tampoco este último en su decisión
de agosto se refería expresamente a aquel. Pero no se podía negar que la
prohibición golpeaba al papa. Este había solicitado a banqueros florentinos en
París que le transfirieran una suma fuerte de dinero de Montpellier a Barcelona,
con ello pretendía atender asuntos en Aragón. Recuérdese que el papa estaba
interesado en recuperar para la casa de Anjou el gobierno de Sicilia, ahora en
poder de los aragoneses. Los funcionarios del rey prohibieron transferir esa suma.
A corto plazo, se comprometían las maniobras diplomáticas de la Santa Sede en
31
FAVIER, J., Philippe..., pp. 275-276.
32
Citada por LANGLOIS, Charles, en el capítulo “Francia: su política relativa al poder”. En el
libro dirigido por WOOD, Charles, Felipe el Hermoso y Bonifacio VIII, p. 49.
33
Citado por POIRIEL, Philippe Le Bel, p. 107.
34
GARCÍA VILLOSLADA, historia de la iglesia, p. 575.
35
STRAYER, J., The reign of Philip..., p. 251.
20
Aragón, posponiendo cualquier alianza entre Aragón y Roma. Pero, a largo plazo,
las consecuencias podrían ser más graves. Toda renta que los eclesiásticos debían
pagar al papa quedaría en Francia, no podría llegar a Roma. Bonifacio no dejó de
sorprenderse pues él estaba planeando una reconciliación. Sus delegados
preparaban una tregua entre Francia e Inglaterra y promovían la neutralidad del
emperador Adolfo de Nassau; él mismo se preparaba para presidir en Roma una
conferencia de paz36. El 18 de agosto había enviado a Felipe una carta en
términos algo misteriosos, misiva que se cruzó en el camino con el edicto real, en
la cual le solicitaba que en secreto enviara a Roma a su hermano Carlos para
darle a conocer un proyecto que se relacionaba “con la grandeza del rey de
Francia, la consolidación de su honor y el de su reino” 37. El historiador Jean
Favier sugiere que el plan del papa era valerse de las ambiciones de Carlos de
Valois en Italia ofreciéndole un papel que no iba más allá de simple peón. No
sobra olvidar que Carlos quería ser rey de Sicilia. En estas circunstancias el papa
interpretó la ordenanza real como un ataque a las libertades de la iglesia a los
principios formulados en Clericis laicos. El arzobispo de Viviers a su regreso a
Francia trajo una carta para Felipe. Se trataba de una nueva bula, Inefabilis amor,
con fecha del 20 de septiembre38. En ella se denunciaba la conducta de Felipe, se
criticaban las exacciones fiscales, se amenazaba con apoyar al reino de Inglaterra
y al imperio alemán que justamente se venían quejando de la agresión francesa.
El papa recuerda que los eclesiásticos no dependen de poder temporal alguno.
¿Es que alguien osa asumir postura semejante contra el papa
y los cardenales sus hermanos? Qué . Poner audaces manos
sobre quienes no dependen de ningún poder seglar.

Reivindica con vehemencia las libertades de la iglesia.


Todo ataque contra la libertad de la Iglesia es una injuria contra Dios
mismo. El reciente edicto del rey, atenta contra esta libertad y parece
querer violarla en un reino en el que ella siempre ha gozado de honor.

36
FAVIER, J., Philippe Le..Bel, p. 276.
37
Citado por POIREL, D., Philippe Le Bel, p. 108.
38
Las citas que acá se transcriben de la bula inefabilis amor se encuentran en: POIREL, Philippe
Le Bel, pp. 108-109; LANGLOIS, Ch., “Francia su política relativa al poder2, pp. 49-50; FAVIER,
J., Philippe Le Bel, pp. 277-278.
21
En esta bula estaba dirigida a Felipe. Se le recuerda que sin el apoyo papal el rey
no podrá hacer frente a sus enemigos. Felipe es ingrato.
No debierais olvidar que bastaría con que retiráramos nuestro apoyo
para que vos y los vuestros queden tan débiles que no podréis resistir
los ataques del extranjero. Desde el momento en que seamos vuestros
principales enemigos, el peso de esta enemistad y la de vuestros
enemigos sería tal que tus hombros no podrían soportarla.

Bonifacio iba más allá de lo que había dicho en las bulas anteriores. Recuerda al
rey capeto que los príncipes temporales deben someterse al juicio del sucesor del
apóstol Pedro. Hace un juicio del comportamiento del rey y se inmiscuye en los
asuntos internos del reino.
Los súbditos del rey no pueden sino sufrir estas exigencias
agobiados como se encuentran por tan variadas cargas
que su obediencia y devoción se enfrían y enfriarán en la
medida en que se les agobie más. No es cualquier cosa perder
él corazón de los súbditos.

Y como en casos anteriores el papa amenaza con la excomunión.


Una violación como esta de las franquicias eclesiásticas
podrá tener como castigo la excomunión prevista en los
cánones.
Como concluye el historiador Jean Favier Ineffabilis amor defiende la
superioridad del poder espiritual. La iglesia en virtud de su magisterio espiritual
tiene la facultad de convertirse en juez de los conflictos entre los soberanos.
Bonifacio se proclama guía y juez de la cristiandad39.
Averiguad querido hijo, quién es el rey, quién es el príncipe que atacó
Vuestro reino sin antes haber sido atacado u ofendido por vos. ¿Acaso el
rey de los romanos no se queja de que vuestros predecesores y vos hayáis
ocupado ciudades, países y tierras que pertenecen al imperio, en particular
condado de Borgoña que es notoriamente un feudo del imperio?.
Nuestro querido hijo de Inglaterra acaso no presenta las mismas
acusaciones con respecto a ciertas tierras de Gascuña? Acaso ambos
rechazaron el juicio y la decisión de la Sede Apostólica, que tiene
autoridad sobre todos los cristianos?

39
FAVIER, J., Philippe Le Bel, pp. 277-278.
22
Finalmente Ineffabilis amor precisa los alcances de la bula Clericis Laicos. Esta
a juicio del papa ha sido mal interpretada por los consejeros reales. No se niega la
ayuda del clero al rey pero se ratifica que es necesaria la aprobación de Roma.
No hemos declarado, mi querido hijo, que los clérigos de vuestro reino
no pueden ofreceros subsidio de dinero en el futuro para la defensa
de vuestro reino, sino sólo que, en razón de los excesos cometidos por
vuestros funcionarios, tales exacciones no pueden ser hechas sin
nuestro permiso.

Dos libelos de propaganda monárquica.


En 1296 se escribieron varios panfletos en defensa de los derechos del rey y como
respuesta a las dos bulas de Bonifacio. Sus autores fueron en algunas ocasiones
funcionarios del rey, y, en otras, maestros universitarios. En uno y otro caso fue
notable la participación de intelectuales laicos 40. Son estos escritores ejemplo de
un nuevo tipo de intelectual que se venía forjando en Europa: seglares educados y
con preparación profesional41. En esos escritos se enunciaron principios propios
del estado moderno: la separación entre el poder temporal y es espiritual; la
autonomía de la monarquía para establecer impuestos a todos los súbditos,
incluyendo los clérigos en defensa del interés común; los clérigos hacen parte del
estado y por lo tanto están sometidos a su autoridad.
Uno de esos panfletos, quizás el más famoso, se redactó a finales de 1296. Es
de autor anónimo; su título es Diálogo entre un clérigo y un caballero (disputatio
inter clericum et militem)42. En él se niega al papa todo poder en asuntos
temporales; se insiste en que la propiedad de la iglesia para defender al país contra
los enemigos de la monarquía. El texto está construido en forma de diálogo. El
clérigo defiende la teoría hierocrática, valiéndose para ello de argumentos sacados
de la Escritura. El caballero argumenta a favor de la autonomía del poder del rey;
sus razonamientos son más detallados y mejor sustentados que los del clérigo. En

40
ULLMAN, W., Historia del pensamiento político en la Edad Media, p. 149.
41
SABINE, George, Historiaa de la teoría política, México, Fondo de Cultura Económica, 1992,
p. 202.
42
Los apartes de este diálogo que se citan se pueden leer en: LANGLOIS, Ch, “Francia: su política
relativa al poder”, p. 50; FAVIER, J., Philippe Le Bel, pp. 279-280; ULLMAN, Historia del
pensamiento político en la Edad Media, p. 149.
23
un texto de San Pablo se encuentra razones para demostrar que los clérigos en
general no deben ocuparse de asuntos propios de este mundo:
San Pablo ha dicho: Todo pontífice es escogido entre los hombres
para ocuparse de nuestras relaciones con Dios; no para gobernar el
dominio temporal sino para ofrecer los dones y los sacrificios por
estos pecados.
Y San Pablo ha escrito a Timoteo: los que se consagran al servicio de
Dios no deben inmiscuirse en asuntos del siglo.

Pero no sólo San Pablo, Cristo mismo nunca fue rey ni ejerció poder temporal
alguno.
Cristo no ejerció ningún poder. Rechazó tal idea. Instituyó a Pedro como
su vicario para los asuntos que conciernen a nuestra salvación, y no
para lo demás. Cristo no coronó a Pedro ni lo armó caballero. Lo con
sagró sacerdote y obispo.

En cuanto a los bienes temporales que la iglesia ha recibido, el caballero,


defensor del rey argumentaba que ella no tenía esos bienes como resultado de
soberanía alguna sino como concesión de los laicos. Además Cristo había
entregado a Pedro las llaves del reino de los cielos y no de los reinos de este
mundo. En virtud de estas dos consideraciones, el rey podía revocar las
franquicias eclesiásticas por razones de bien público. “La inmunidad eclesiástica,
acordada por las cartas de privilegio de los príncipes, puede ser revocada o
suspendida por ellos en interés público”. Como anota Jean Favier estas palabras
formulaban, en el lenguaje de su tiempo, la noción misma de estado. El clero no
era la iglesia, el clero pertenecía al estado43..
Otro documento escrito en 1296 es también de autor anónimo, aunque
comentaristas modernos suelen atribuirlo a Pierre Flotte, uno de los más notables
consejeros del rey Felipe. En todo caso todo parece indicar que fue redactado en el
círculo de legistas y funcionarios del rey. Llegó a conocimiento de la corte papal,
aunque no fue enviada de forma oficial. No se le conoce título. Ha pasado a la
historia con el nombre de la frase inicial: Antes de que existiesen clérigos.
(antequam essente clerici..)44. La oración inicial completa dice:
Antes de que existiesen clérigos, el rey de Francia tenía la guardia
43
FAVIER, J., Philippe Le Bel, p. 280.
44
Apartes que acá se citan se encuentran en: POIRIEL, Philippe.., p. 109; FAVIER, pp. 281-282.
24
de su reino y podía promulgar edictos para mantener la seguridad.

Esta afirmación ha sido interpretada como la respuesta a la primera frase de


Clericis Laicos45. Recuérdese que en esta última se afirmaba que los laicos
siempre habían sido hostiles con el clero. Con esta afirmación el autor anónimo
pretende entonces contraponer a la presunta superioridad ideológica del clero la
prioridad cronológica del rey46.
Este escrito se refería explícitamente al edicto de prohibición de la salida de
metales preciosos del reino. No se perseguía en él a toda la Iglesia sino a los
enemigos del reino. Además se habían otorgado excepciones: bastaba con
demostrar que no se exportaban bienes destinados a los adversarios del rey de
Francia. La excepción no dependía de que se fuese o no clérigo, porque clérigos y
laicos por igual debían obedecer las determinaciones del monarca.
Se acusaba al Papa de haber tomado partido en la guerra. Bonifacio no
condenaba con la misma severidad al rey Eduardo a pesar de que éste había
desobedecido las órdenes del papa, se hubiese apropiado de bienes de la iglesia y
más aún hubiese hecho detener a algunos clérigos.
El autor del anónimo polemizaba en el terreno de la teología y la política. Según
él, Cristo había muerto tanto por clérigos como por los laicos y estos hacen parte
de la iglesia.
Nuestra madre la Santa iglesia, esposa de Cristo, no se compone
tan sólo de clérigos ., sino también de laicos. La Escritura es prueba
de ello: pues así como no hay sino un solo Señor, una sola fe y un
solo bautismo, así mismo hay una sola iglesia, desde el primero de
los justos hasta el último de los fieles.
Con su muerte Cristo no ha liberado a todos del pecado, del yugo de
la antigua ley. Ha querido que todos disfrutemos de esta libertad,
clérigos y laicos. ¿Acaso Cristo murió y resucitó solo por los clérigos?.

No es lo mismo la Iglesia que sus ministros. Las inmunidades y libertades han


sido otorgadas por los príncipes a los ministros de la iglesia quienes no pueden
aprovecharse de ellas para impedir la defensa del reino. De manera que la iglesia
hace parte del reino. Y sus ministros están en la obligación de contribuir a su

45
POIRIEL, Philippe Le Bel, p. 109.
46
ULLMAN, Walter, Historia del pensamiento político.., p. 150.
25
defensa. Además la guerra contra Inglaterra es legítima. Eduardo se había negado
a comparecer ante su señor, y en cuanto a Adolfo de Nassau, este había declarado
la guerra a Felipe. El clero no podía negarse a pagar impuestos so pena de ser
acusado de alta traición, de crimen de lesa majestad.
Clérigos y laicos, nobles y no nobles, todos los que se niegan a dar
ayuda al rey y al reino se reconocen como partes en desacuerdo,
como miembros inútiles y paralizados.
Si se les solicita una ayuda financiera, no deben calificarla de exacción
o de extorsión o abuso, más bien deben verla como ayuda a su propia
cabeza, a su propio cuerpo, a sus propios miembros. A quienes no
pueden combatir es el medio de remunerar a los defensores , a los
combatientes.

Los clérigos forman parte de una comunidad que es el reino y de la cual el


monarca es la cabeza. Las contribuciones económicas que el clero entrega
redundan es su propio beneficio. Gracias a ellas el rey puede garantizar la
seguridad ante la agresión de un enemigo externo. Oponerse a cualquier
contribución es una falta contra el derecho natural. Esta consideración expresa una
opinión de filosofía política inspirada en la idea aristotélica de las funciones
sociales a través de Tomás de Aquino.47
Si la ira de los enemigos se desencadena contra el reino, los bienes
de los clérigos serán evidentemente destruidos en su totalidad. Y deben
ser protegidos de la violencia de los enemigos.
Es una falta contra el derecho natural prohibir a cualquiera
ya sea siervo o libre, clérigo o laico, noble o no noble a que
levante el escudo protector contra la espada enemiga o a que
pague porque se le defienda.

Causa estupor que el papa permita que el clero derroche los bienes en lujos
y en cambio sí se oponga a que presten ayuda a su soberano:
¿No es sorprendente que el vicario de Cristo pueda llegar a prohibir
el pago de tributos al César y que lance fulminante anatema contra
el clero para que este no aporte la ayuda contra inicuas empresas?.
En cambio les permite dar dinero a impostores. Les permite gastos
Superfluos: vestidos, caballos, fiestas, banquetes, lujos del mundo.
Es esto un falso ejemplo.

47
FAVIER, J.Philippe Le Bel., p. 281.
26
Este libelo termina con un reconocimiento a la iglesia y a la vez declarando que
no teme a las amenazas. Acá de nuevo se percibe que se establece una diferencia
entre la iglesia como institución y sus ministros individualmente considerados. A
la iglesia se respeta. No se está obligado a temer a los injustos así sea éste la
suprema autoridad de la Iglesia.
Rendimos a Dios un culto de fe y adoración. Honramos a la Iglesia
y a sus ministros. Pero no tememos a las amenazas de hombres que
no razonan y que son injustos.

El historiador Walter Ullaman encuentra en este texto la ilustración de una “nueva


filosofía de la ley y del estado” la cual consiste en que se considera que los
clérigos son “ciudadanos del estado” y que como tales deben colaborar en el
sostenimiento del estado con el pago de impuestos48.

La conciliación de 1297.

a. Inglaterra y Flandes contra Francia.


Esta propaganda buscaba, además de defender las prerrogativas políticas de
Felipe, presionar al papa valiéndose para ello del clero francés, de suerte que éste
lograse de parte de aquel levantar las prohibiciones de otorgar subsidios a una
necesitada monarquía. Esta ahora tenía que enfrentar la alianza entre Inglaterra y
el condado de Flandes. En efecto, el 7 de enero de 1297 Guy Dampierre, conde
de Flandes, rompió el homenaje que debía a Felipe; sus delegados en la abadía de
Welsingham en Inglaterra firmaron un tratado de alianza con el rey Eduardo. El
conde justificaba su conducta diciendo que su señor le había negado justicia al no
atender una solicitud de convocar el Tribunal de los Pares de Francia.
En el mes de julio de 1296, el conde había sido convocado ante la corte real con
el fin de explicar la anexión de la ciudad de Valenciennes que, como quedó dicho,
pertenecía a Jean de Avesnes. Dampierre asistió a París. Allí fue castigado con una
multa en garantía de la cual debió dejar en la corte francesa a uno de sus hijos.
Debió entregar Valenciennes a Avesnes y ceder al rey el gobierno de la ciudad de
Gante. Guy Dampierre respondió apelando a la corte de los pares puesto que

48
ULLMAN, W. Historia del pensamiento político.., p. 150.
27
consideraba que era este el tribunal con jurisdicción sobre los vasallos de la
corona. Felipe negó esa solicitud con el argumento de que la corte de los pares no
era competente, pues como rey se había limitado a ejercer el gobierno sobre una
de las ciudades del condado y no había confiscado el feudo a su vasallo. Sólo la
traición y la confiscación del feudo justificaban la convocatoria de los pares. El
tribunal competente era el parlamento de París al cual Dampierre debía
presentarse el 20 de septiembre con el fin de sustentar sus reclamos. Pero esta vez
no asistió. En vez de hacerlo, inició conversaciones con la corte inglesa. Antes de
llegar a acuerdo con Eduardo, buscó ganar el apoyo de algunas ciudades. Para ello
reconoció privilegios antiguos y otorgó nuevos. El condado de Flandes se dividió
entonces en dos campos: los partidarios del rey, conocidos con el nombre de
leliarts, gentes de la flor de lis; y, los liewaerts o gentes del león, partidarios del
conde49.
La alianza entre Inglaterra y Flandes establecía que Eduardo, hijo del rey, se
casaría con Filipina de Flandes. El rey de Inglaterra se comprometía a entregar
trescientas mil libras para sostener la guerra. Sesenta mil a la firma de la alianza,
cuarenta mil en un plazo de un año, y las doscientas mil restantes a la celebración
del matrimonio. Se acordó, además, la reapertura del comercio entre Flandes e
Inglaterra, la devolución de la lana que había sido confiscada; se prohibieron
ataques a navíos flamencos o ingleses. Para el conde, tan escaso en recursos, era
irresistible la tentación de una alianza con Inglaterra 50. Estas estipulaciones
prometían a Flandes prosperidad económica al abrirle los mercados del Mar del
Norte.
Guy Dampierre dio a conocer su decisión al rey Felipe. Los abades de Floreffe y
de Gemblaux fueron los portadores de la misiva. El hecho de que los emisarios
fuesen dos clérigos y no un clérigo y un laico como era lo usual en casos de
misiones diplomáticas, significaba de por sí una declaración de guerra 51. Además
de no haber sido escuchado por la corte de los pares, el conde mencionaba otras
quejas: la alianza francesa con del conde de Hainault, el cierre del comercio con
49
POIREL, D., Philippe, Le Bel, pp. 111 -113.
50
FAVIER, J.,Philippe Le Bel, p. 220.
51
Ibidem, p. 221.
28
Inglaterra, el establecimiento de la quincuagésima. Estos reclamos, según el
conde, mostraban que el rey no era leal señor; también iban dirigidos a poner en
duda el poder mismo del rey. Como advierte Dominique Poirel, más que acusarlo
de ser mal señor, lo reprochaba querer ser rey, lo que en el fondo significaba
reclamar para sí mismo la soberanía 52. Este mismo alcance puede atribuírsele a la
medida adoptada por el conde de prohibir a sus procuradores comparecer ante la
justicia del rey. Con ello se quería afirmar que el condado se tenía gracias a la
herencia de los ancestros y que el conde de Flandes sólo tenía por juez a Dios
mismo53. El 25 de enero de 1297, Dampierre presentó un informe al papa.
Pretendía tal vez anticiparse a los efectos de una posible excomunión por
incumplir el juramento de fidelidad. 54. Sin embargo, no lo pudo evitar. Por
petición del rey, el obispo de Reims lo excomulgó.
Felipe respondió con el envío de una carta cuyos emisarios, ambos clérigos, eran
los obispos de Amiens y de Puy. La carta de credenciales estaba dirigida al
Marqués de Namur “quien se hace llamar conde de Flandes”55. Los dos obispos,
tras cerciorarse de que efectivamente el remitente de la carta del 18 de febrero era
Guy Dampierre, ofrecieron a éste un juicio a cargo de la Corte de los Pares. El
conde no aceptó. Al habérsele negado varias veces la apelación ante los pares, “él
se consideraba liberado del juramento de fidelidad”, y además “en la carta que
viene del rey éste ya no me llama conde de Flandes” 56. Haber aceptado el juicio
por los pares podría significar que ahora sí se le iba a condenar ante sus iguales
por deslealtad y a confiscarle el feudo. También podría querer decirse que se le
brindaba la oportunidad de defenderse e impedir así una alianza con Inglaterra. De
todas maneras era demasiado tarde. El conde expulsó de su feudo a todos los
representantes de Francia. Su hijo Roberto se apoderó del castillo de Mortagne,
perteneciente a la corona francesa. La guerra contra Flandes era inevitable. Pero
hacía falta dinero; para obtenerlo sin duda que la Iglesia podía contribuir.

52
POIREL, D.Philippe Le Bel,p. 115.
53
FAVIER, J.,Philippe, p. 222.
54
Ibid
55
FAVIER,Philippe, p. 222; POIREL, D., Philippe, p. 115.
56
POIREL,Philippe.., p. 116.
29
b. Las bulas de 1296 y 1297.

El papa también estaba urgido de dinero. Tenía sus propios proyectos, vivía sus
propias dificultades en Roma, y sabía que no podía llevar a cabo los primeros y
resolver los segundos sin el apoyo de Francia. Estaba dispuesto a desalojar de
Sicilia a Federico de Aragón; soñaba con una paz universal en Europa occidental,
lo que le permitiría proclamar y promover una nueva cruzada57.
En Roma las cosas no eran fáciles. Bonifacio enfrentaba una creciente
oposición. La familia Colonna, en 1297, rompió con el Papa, pues éste había
tratado de consolidar las posesiones de su propia familia a expensas de los
Colonna quienes reaccionaron declarando que la abdicación de Celestino había
sido ilegal y que por lo tanto la elección de Bonifacio era nula. Por otra parte,
Carlos de Anjou, quien pretendía recuperar Sicilia para Francia, temía que el papa
pudiese llegar a un acuerdo con el rey de Aragón. Así que el Papa y Felipe se
necesitaban.
El 7 de febrero de 1297 el Papa mostró los primeros signos hacia una
reconciliación. En la bula De temporum spatiis, se pidió la derogatoria del
decreto del 17 de agosto. Se protestaba contra las interpretaciones demasiado
rigurosas que se habían hecho de la bula Clericis Laicos, pues aunque es cierto
que ningún soberano temporal tiene el derecho de exigir impuestos a la Iglesia,
esta puede “gratuitamente contribuir a los gastos urgentes de los reinos, con la
condición de que esta ayuda no sea reclamada como un deber”. Si el rey deja de
ser hostil “su madre la Iglesia le abrirá los brazos como a u hijo queridísimo y le
concederá de buena gana los subsidios que necesite”58. En esa misma fecha se
escribió la bula Romana mater eclessia. En ella se insistía en la voluntad de
conciliación; se aceptaba que el rey podía obtener de los clérigos subsidios
individuales; se reconocía que las inmunidades eclesiásticas no cobijaban a los
feudos recibidos del rey, ni a bienes de falsos clérigos. La bula se refería a
clérigos casados o que se dedicaban al comercio, y para quienes la tonsura era
apenas un medio de eludir responsabilidades fiscales. Se permitía, además, e
57
STRAYER, J., The reign of Philip the Fair, pp. 253-254.
58
Apartes de la bula The temporum spatiis, citados por GARCÍA, Historiaa de la Iglesia, p. 576.
30
casos de urgente necesidad ( urgens necesitas )establecer impuestos generales
sobre el clero sin tener que recurrir a la autorización papal. Correspondía al rey
decidir la circunstancia de necesidad urgente59.
Pocos días antes de que se redactaran estas bulas y antes de que se conociesen
en Francia, tuvo lugar, en París, con la presencia del rey, una gran asamblea
eclesiástica. A ella asistieron los arzobispos de las cuatro más importantes
provincias: Reims, Sens, Rouen, y Narbonne. La asamblea decidió enviar una
carta al Papa solicitando autorización para otorgar ayuda al rey de Francia, con el
argumento de que el reino estaba en peligro debido a la rebelión de Flandes.
Según los firmantes de la carta, otorgar subsidios al rey era preferible al riesgo de
que los laicos se apoderasen de los bienes de la Iglesia con el fin de defender el
reino:
Os encarecemos con presteza nos otorguéis el permiso para
proveer al rey con la subvención que solicita, porque tenemos
motivos para temer que la zozobra en que está sumido el reino
y, entre algunos, las malignas intenciones sirvan para impulsar
a los seglares a saquear los bienes de la Iglesia, si no nos unimos
a ellos en la defensa común60

Jeffrey Denton observa que haber enviado esta solicitud era admitir la validez de
la pretensión papal de ejercer el control sobre las posesiones eclesiásticas. Esto era
precisamente lo que se planteaba en Clericis laicos. Felipe permitió que se
solicitase el permiso, lo que debió haber causado gran regocijo en los círculos
cercanos al rey61.
El Papa respondió el 28 de febrero en la bula Coram illo fatemur. Buscaba la
reconciliación con Francia:
Desde nuestra juventud ha sido siempre el ilustre reino de
Francia objeto especial de nuestro afecto sincero y manifiesto.

Concedía el permiso solicitado, autorizando un subsidio a favor del rey de


Francia:

59
POIREL, D. Philippe Le bel, p. 124; GARCÍA, Historia de la iglesia, p. 577; FAVIER,
Philippe, Le Bel, p. 284.
60
Carta citada por LANGLOIS, Charles, “Francia: su política relativa al poder”, p. 52.
61
DENTON, J. “Taxation, Philip The Fair and boniface VIII”, p. 247.
31
Así pues, si este reino o sus iglesias padecen turbaciones y
ataques de enemigos exteriores y amenazas de vasallos
rebeldes en el interior, nuestro corazón se llena de amargura
y permite a los obispos el pagar la congrua subvención al monarca62

Con esta bula, como concluye J. Favier, se establece un equilibrio. El rey


obtenía una ayuda sin haberla solicitado. Los obispos quedaban bien con el rey y
con la Iglesia: a salvo estaba su fidelidad con el primero y su lealtad con la
segunda. El Papa veía ratificadas sus pretensiones: es indispensable obtener su
permiso para establecer exigencias fiscales al clero63.
Así pues que Bonifacio autorizó una ayuda del clero al rey de Francia. Ahora
bien, para instituir un nuevo impuesto hacía falta, a su vez, el beneplácito por los
menos de los grandes prelados del reino. Para tal efecto se llevaron a cabo, entre
marzo y abril de 1297, asambleas eclesiásticas en París y sus alrededores. El 3 de
abril, cuarenta y siete obispos y arzobispos otorgaron al rey dos décimas pagables
en dos fechas: el 2 de junio y el primero de octubre. Se calcula que el total de
ingresos por este concepto estuvo entre cien mil y ciento veinticinco mil libras
esterlinas, cifra significativa comparada con las cuarenta mil libras de
contribución del clero inglés en ese año 64. En síntesis, el clero francés entregó
con destino a la guerra el veinte por ciento de sus ingresos de 1297 65. No sobra
agregar que, conocida la decisión del papa, pronto se hizo pública en Roma una
queja proveniente del condado de Flandes, en especial de los monasterios
cistercienses allí establecidos66.
De todas maneras la concesión del papa, si bien generosa, se ajustaba todavía a
lo estipulado en la bula Clericis laicos; es decir, que se había acudido al permiso
del pontífice. Felipe, por su parte, no estaba del todo satisfecho. Una embajada en
cabezada por el consejero real PIERRE FLOTTE, llegó a Orvieto, lugar donde se
encontraba el papa. Su resultado fue obtener nuevas concesiones. Primero fue la
bula Ab olim, del 27 de julio. Se declaraba permitido todo subsidio que se
62
Citas tomadas de GARCÍA, Historiaa de la Iglesia,, p. 577.
63
FAVIER, J., Phiilippe, p. 284.
64
DENTON, J. ·Taxation, Philip..”, p. 248.
65
FAVIER, J Philippe.., pp. 284-285.
66
DENTON, J., “Taxation...”, p. 249.
32
destinase al rescate del rey o de sus hijos. Como lo anota Jean Favier, en esta
ocasión el papa iba más allá de lo previsto en el derecho feudal consuetudinario
pues este sólo se refería al caso del rescate del rey67.
En segundo lugar, la bula Etsi de statu, firmada el 31 de julio. De este
documento se ha afirmado que fue una pública derogación de la constitución
apostólica Clericis laicos68. En efecto, en la nueva bula se dice que no tendrá
vigor el decreto que el mismo papa promulgó en defensa de las libertades de la
Iglesia en caso de que “una emergencia amenace al dicho rey”69. El rey podía fijar
contribuciones sin que para ello hiciese falta el permiso del pontífice.
El dicho rey y sus sucesores pueden pedir y recibir de esos prelados
y eclesiásticos un subsidio o contribución para la tal defensa, y los
dichos prelados y personas pueden y deben pagarlo a dicho rey y
sus sucesores ya sea con el nombre de cuotas o con otro nombre,
incluso aunque el romano pontífice no haya sido consultado.
(subrayado mío).

Tampoco era necesaria la autorización de los clérigos, cuyos privilegios podían


desconocerse:
Y no obstante el ya mencionado decreto o cualquier privilegio
o franquicia otorgados por la Santa Sede en cualquier forma
que estén redactados.

Correspondía al rey decidir sobre la circunstancia de ayuda urgente:


Y la declaración de necesidad sea dejada a las conciencias
del dicho rey y sus sucesores.

De esta manera el clero perdía toda injerencia en determinar la emergencia.


Bonifacio ordenó, además, al arzobispo de Rouen, al obispo de Auxerre y al abad
de san Dionisio que obligaran a los clérigos a pagar subsidios. Así que la nueva
bula equivalía a permitir una nueva ayuda del clero apenas cuatro meses después
de haberse otorgado una doble décima. Sin duda que la embajada a Orvieto había
tenido éxito.

67
FAVIER, j., Philippe Le Bel, p. 285.
68
GARCÍA V. R, Historia de la iglesia, p. 577.
69
Estas y las siguientes citas se encuentran en , Bonifacio VIII, Estsi de statu, Publicada por
GALLEGO BLANCO, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, p.277.
33
El 18 de agosto Bonifacio otorgó al rey de Francia una parte del producto de la
ANNATA. La Annata era el producido del primer año de ingresos proveniente de
beneficios o cargos eclesiásticos de reciente creación. Felipe recibió también la
mitad de las donaciones de los últimos diez años y que habían sido hechas para
ayudar a tierra santa70.
El rey por su parte, declaró nula la ordenanza que prohibía exportar bienes del
reino.
Hubo reacción de parte del clero. Se sabe de un documento en que se decía que,
si bien según Etsi de statu el rey podía decidir lo que constituye una emergencia y
aquellos que desearan otorgar ayuda lo pudiesen hacer sin consulta previa al papa;
sin embargo, el rey no podía obligar a pagar puesto que todo impuesto al clero es
asunto que sólo compete al papa y su cobro a los obispos71 .
En este conflicto entre el papado y la monarquía el perdedor fue el clero francés
ya que quedó expuesto a un control más riguroso por parte del rey. No obstante
esto, Etsi de statu no acabó con las exenciones fiscales. Los impuestos
municipales que eran diferentes a los del rey, no se vieron afectados. Clericis
laicos continuó sirviendo de fundamento para exigir inmunidades fiscales; era
reconocida por los canonistas como instrumento de defensa contra lo que se
consideraba la intromisión seglar en los asuntos de la Iglesia. De otro lado, el rey
era conciente de que necesitaba el apoyo al menos de los grandes prelados y trató
de adelantarse a cualquier oposición. No abandonó la práctica de convocar a
asambleas eclesiásticas. Una de ellas tuvo lugar en París a finales del año noventa
y siete. Allí se concedió una doble décima con el argumento de extrema urgencia
(necesitas periculosa pro defensione regni). Una de las décimas debía pagarse el
10 de marzo de 1298 y la otra el quince de agosto de ese mismo año. El arzobispo
de Rouen fue el encargado del cobro. De inmediato hubo una protesta de parte de
los cistercienses flamencos. Alegaban que no estaban obligados a pagar ese

70
LANGLOIS, Ch., “Francia y su política relativa al poder”, p. 53; FAVIER, J., Philippe Le Bel,
pp. 285-286.
71
Ibid.
34
impuesto. Las monjas cistercienses declararon que ningún verdadero Papa podría
entregar a manos laicas las libertades de la iglesia del reino72.
c. La canonización de Luis IX.
El 11 de agosto de 1297, Bonifacio proclamó la canonización de Luis IX, abuelo
de Felipe. Se trató de un hecho político, como lo reconoce Jacques Le Goff, en su
biografía de San Luis. Después de más de dos siglos de esfuerzos por parte de la
dinastía capeta y tras veintisiete años de iniciado el proceso de canonización, el
reino de Francia tenía un santo laico y rey. Porque, agrega Le Goff, Luis es un
santo dinástico. En cierta forma toda canonización era un instrumento de poder.
Para llegar a ser santo, además de disponer de un buen expediente, hacían falta
efectivas circunstancias y grupos de presión. Tres de estos actuaron a favor de
Luis IX: la fama construida por los hagiógrafos, la iglesia de Francia y la casa
capeta73 . Felipe venía solicitando la canonización de su abuelo. Al lograrlo se
hacía a un poderoso medio de propaganda. Todo el linaje se sentía honrado. Varios
de sus reyes y príncipes habían muerto en las cruzadas. Luis VII, Felipe III, Juan
Tristán de Nevers, Roberto de Francia. Blanca de Castilla, Margarita de Provenza,
Isabel (hermana del rey Luis) habían terminado sus días en un convento. Con el
nuevo santo, la dinastía confirmaba su pretensión de ser “la flor de la caballería y
la santidad”74. Nicolás de Freauville , confesor del rey, recordaría más tarde que
Felipe reaccionó con entusiasmo cuando, dos meses después, llegaron a la corte
las noticias de la canonización. Los sermones que Bonifacio pronunció en esta
ocasión fueron copiados en varias ediciones en francés. No sobra recordar que en
Orvieto se encontraba por entonces el canciller Pierre Flotte, quien había sido uno
de los arquitectos contra la política papal. Precisamente encabezaba la delegación
encargada de obtener las concesiones papales que se incluyeron en la bula etsi de
statu, como quedó dicho. El rey Felipe, además, pronto sacó provecho de la
nueva situación. Como lo recuerda la historiadora Cecilia Gaposchkin, el
monarca que no se había acordado de su abuelo en los conflictos de 1296 y 1297,
comenzó a mencionarlo en documentos legislativos con el argumento de “querer
72
DENTON, J. “Taxation...”, pp. 250-251.
73
LE GOFF, Jacques, Saint Louis, Paris, Editions Gallimard, 1996, pp 301, 367, 842.
74
POIREL, D., Philippe Le Bel, p. 125.
35
seguir las huellas de nuestros ancestros y en particular las de Luis, nuestro
antepasado, en aquellas cosas que hicieron para promover la verdad, abolir el
vicio, y garantizar la tranquilidad y paz de nuestros súbditos”75
El 25 de octubre en Saint Denis se llevó a cabo una solemne ceremonia con la
presencia del rey Felipe, los prelados, barones, clérigos, caballeros, burgueses y
gentes del pueblo, para celebrar la canonización. Los huesos del santo fueron
colocados en una caja, detrás del altar de la basílica 76. De este honor se hizo
partícipe a distintos sectores de la sociedad francesa. Un rey francés santo servía
de propaganda a la consolidación del poder monárquico. Por todo el reino
circulaban relatos orales y escritos del difunto rey, de su justicia, su amor por los
pobres, leprosos y miserables77. Durante el mismo reinado de Felipe se adoptó la
celebración litúrgica de la fiesta de San Luís.
El mismo Bonifacio parecía hacer eco del interés monárquico al invitar “al muy
devoto pueblo francés” a que se regocijara con la canonización “de un príncipe de
tal calidad y tanta grandeza, sólido, de la ilustre casa de Francia” y en quien sus
contemporáneos vieron más que un hombre, un superhombre 78. Procuraba seducir
al nieto para que se mantuviera dentro de la obediencia. Más aún, como lo
demuestra Cecilia Gaposchkin, la canonización no sólo fue una capitulación ante
el rey y una concesión pontificia. Fue también una advertencia para Felipe. Así se
deduce de tres textos que el Papa escribió con motivo de la canonización. El papa
recalcaba las calidades de buen gobernante y rey ideal, En la bula de
canonización, Gloria laus, además de exaltar las virtudes cristianas del nuevo
santo, la profundidad de su fe , la piedad, su empeño en la cruzada contra el infiel,
la retórica de Bonifacio iba dirigida a contrastar la conducta de Felipe. Por eso se
refería a Luis como monarca comprometido con la justicia, la paz, la concordia,
promotor de la unidad y del castigo contra los malhechores. Se trata de tropos de
la literatura sobre las monarquías, sobre lo que se juzgaba era el tipo ideal del

75
Ibidem, p. 22.
76
LE GOFF, J, Saint Louis, p. 304.
77
POIREL, D., Philippe Le Bel, p. 125.
78
LE GOFF, J.Saint Louis, pp. 644 y 619. Así dice la bula: Et sicut nos in parte vidimus et per
probata audivimus et scimus, vita ejus non fuit solum vita hominis se superhominem”.
36
buen gobierno79. En el primer sermón de canonización que se conoce con el título
Reddite quae sunt Caesaris Caesari (Dad al César lo que es del César) afirmaba
que Luis había sido un buen monarca por haber administrado justicia, y traído al
reino la paz, fuente de tranquilidad. En un segundo sermón , Rex pacificus
magnifcatus est (el rey pacífico ha sido engrandecido) se trató de forma más
explícita el tema del rey ideal.. Se enuncian los principios del monarca ideal. Es
aquel que es capaz de controlarse a sí mismo para controlar luego a sus súbditos.
Aquel que preserva los derechos y libertades de la Iglesia y si no obra así entonces
no puede considerársele buen rey. Así obró Luis : garantizó y preservó los
derechos y libertades de la Iglesia80. En ese mismo sermón, Bonifacio comparó al
rey santo con Samuel cuyo nombre significa obediens deo (obediente a Dios); lo
recuerda como un rey humilde de quien se puede decir que sigue el precepto de
San Lucas : el que se humilla será ensalzado.81.
No es equivocado pensar que en este elogio se sugiere un contraste con la
conducta del nieto. En efecto, Felipe ha sido poco obediente con las bulas papales,
se ha negado a emprender una cruzada a tierra santa y mantiene una guerra contra
príncipes cristianos. En el elogio que Bonifacio hace hay pues una intención
política Por eso exagera las virtudes del santo y desconoce que esté no se sometió
del todo a la Iglesia. Luis IX, en efecto, no toleró que los clérigos usurparan el
poder legítimo del rey, se opuso a cualquier abuso que los eclesiásticos pudieran
hacer de la excomunión. Fue severo crítico del papado y de la curia. En 1247
denunció las exenciones financieras del papado y defendió con vehemencia los
intereses de la iglesia francesa. Así se lo hizo saber el rey Luis al papa Inocencio
IV:
Es inaudito ver la Santa Sede, cada vez que tiene necesidad,
imponer a la Iglesia de Francia subsidios, contribuciones sobre
los bienes temporales, mientras que el Rey no puede establecer
impuestos sobre los bienes de la Iglesia82.

79
GAPOSCHKIN, C. “Boniface VIII, Philip the Fair and the Sanctity of Luis IX, op- cit., p. 2
80
GAPOSSCHKIN, Boniface viii, pp. 12 y siguientes. Véase también “Notes and documents”.
Apéndice del libro de TOSTI, D, LOUIS history of the Pope Boniface VIII and his times, New
York Press Asociation, s. f., página 508.
81
TOSTI, op. Cit., página 508.
82
Citado en Ibid.
37
Luis se opuso también a que la curia nombrara extranjeros en la provisión de
cargos eclesiásticos. Para él la iglesia de Roma era apenas la primera de las
iglesias en el seno de la iglesia universal. Como concluye Jean Favier, fue
precisamente san Luis el monarca que hizo evidentes las incompatibilidades
fundamentales entre una monarquía de derecho divino que tiene en su reino una
autoridad diferente a las demás por su naturaleza – y no sólo como el soberano
feudal por su nivel superior- y una sede apostólica que pretende el imperio
universal y no se contenta con el gobierno de las almas83 .
Al asociar a Luís con el rey ideal, Bonifacio buscaba establecer un parámetro de
conducta regia que le permitiera reprender a Felipe. El papa aludía a una época en
que los reyes franceses defendían las libertades de la Iglesia. Quería fortalecer sus
propias pretensiones retóricas en su disputa con el rey de Francia y lo hacía
vinculando la santidad del rey Luís y su buen reinado con la protección de las
libertades eclesiásticas84. Una retórica que, por otra parte, tomaba prestados
tropos basados en la tradición de los specula principum (espejos de los
príncipes). Se trataba de textos destinados a la lectura de los príncipes y reyes.
Los más antiguos datan del siglo IX. .. En ellos se postulaban los principios de lo
que se consideraba debía ser el gobierno ideal y afirmaban que el buen gobierno
consiste en la defensa de la justicia y la promoción de las virtudes cristianas.
Ilustran la pretensión de los clérigos de imponer sus puntos de vista al poder
secular. Insisten en la obligación de proteger las Iglesias. Se ordenan en torno a
una idea central: el príncipe que quiere regir a otros, debe ante todo disciplinarse
a sí mismo 85
Así que la canonización tenía un doble significado. Primero como crítica a Felipe
por parte del papa. En sus discursos el papa procuró evitar que su elogio a Luis
fuera entendido como un elogio a la monarquía. Así en el sermón Reddite quae
sunt Caesaris, aunque Bonifacio consideraba que Luis representaba a César, a
continuación aclara que al rendirle homenaje al hombre, se da homenaje a Dios,

83
Ibidem, p. 250
84
GAPOSCHKIN, Boniface VIII, pp. 19 y 20
85
KRYNEN, jacques, l´empire du roi. Idées et croyances politiques en France, XIII- XV siècle,
Paris, edition Gallimard, 1993, pp 167-168.
38
quien es elogiado en sus santos como se dice en el salmo: Dios es admirable en
sus santos. Alabad a Dios en sus santos86. Con razón Gaposchkin concluye que
desde el punto de vista del papa la canonización era “para mayor gloria de Dios y
no para mayor gloria de la monarquía capeta” 87. En segundo lugar, y como ya se
dijo, la canonización beneficiaba a la monarca El nuevo santo se convirtió en uno
de los más poderosos símbolos de que Felipe se valió para legitimar su
pretensiones regias. Así que Bonifacio y Felipe exaltaron a Luís. Cada uno de
ellos destacaba aquellas cualidades del rey santo que servían a sus propios
intereses “Para ambos el reinado de Luís representó una edad de oro, cuyo
reflejo idealizado buscaba justificar las pretensiones ideológicas y políticas que
tanto el papa como el Rey estaban planteando alrededor de los años 1300”88
d El pleito con los Colonna.
De manera que el enérgico Bonifacio se mostraba ahora dispuesto a hacer
concesiones al rey de Francia. No tenía muchas opciones. Como arriba se dijo,
tenía sus propias dificultades. El clero de Francia no le brindó el apoyo esperado.
El papa temía no poder recuperar Sicilia ahora en manos de los aragoneses.
Enfrentaba en la misma Roma la oposición , cuando no agresión, de los Colonnna,
sus más temibles rivales. Bonifacio temía una alianza entre sus enemigos en
Roma y el rey de Francia. Los Colonnna comenzaron por poner en duda la
legitimidad del papa invitando a que se convocara una reunión de cardenales para
elegir un papa legítimo, pues consideraban que la renuncia de Celestino carecía de
fundamento jurídico.
Como se recordará, los dos cardenales Colonnna Jacobo y Pedro, tío y sobrino
respectivamente, habían apoyado con su voto la elección de Bonifacio. Lo
hospedaron en el castillo de Zagarolo y lo acompañaron a su entronización
reconociéndolo como papa y señor. (sicut papam et dominum).89. Pronto, sin
embargo, hubo discrepancias. Los Colonna defendían las pretensiones del
aragonés Don Fradique sobre la isla de Sicilia; el papa, en cambio, apoyaba a

86
TOSTI, “notes and documents, op. cit., p. 509.
87
GAPOSCHKIN, “Boniface VIII”, p. 21.
88
Ibid. Pp. 25-26.
89
GARCÍA V. R., Historiaa de la Iglesia.., p. 582.
39
Carlos de Anjou. Bonifacio fue acusado de no consultar a los cardenales en los
asuntos relacionados con el gobierno de la Iglesia y se le atribuía haber declarado
que era preferible deponer que nombrar cardenales90.
Los Colonna pretendían un feudo situado en los alrededores de Roma. Si lo
conseguían se convertían en dueños de los montes albanos, frente a la ciudad de
Roma, lo que les facilitaba desafiar al soberano pontífice. Este último quiso
adelantarse comprando el feudo. El 2 de mayo de 1297, Esteban Colonna, sobrino
de Jacobo y hermano de Pedro, asaltó la caravana en la que se transportaba un
tesoro perteneciente al papa y a su sobrino Pedro Caetani. Con ese dinero
Bonifacio pretendía comprar las tierras codiciadas por sus adversarios. Esteban se
apoderó del tesoro y lo llevó al castillo de Palestrina. Bonifacio reaccionó de
inmediato. Convocó el consistorio del Sacro Colegio. Los cardenales Jacobo y
Pedro Colonna se negaron a asistir. El Papa los amenazó con condenarlos por
rebeldía. El 6 de mayo se hicieron presentes. El sumo pontífice exigió entonces la
inmediata devolución del tesoro, la entrega del culpable y que las fortalezas de
Palestrina, Zagarolo y Colonna pasaran a poder de la Iglesia romana. Eran
exigencias difíciles de cumplir. El tesoro fue devuelto. Esteban fue hecho
prisionero y las fortalezas no fueron entregadas. El Papa buscó el apoyo de los
habitantes de Roma, a quienes se dirigió en estos términos:
La Iglesia ha fomentado su insolencia (de los Colonna)
Qué crimen el de ellos. Se ha hecho violencia contra el Papa.
¿Qué esperáis? Dios es nuestro testigo, y por eso no deploramos
el dinero robado, pero si extendemos nuestra paciencia, o más
bien nuestra negligencia hasta el punto de que un hecho tan
escandaloso quede impune, quién titubeará en afirmar: pretendéis
juzgar a reyes y no osáis, sin embargo, atacar a unas cuantas sabandijas”91.

Los Colonna también encontraron sus propios aliados: los franciscanos


espirituales y los ermitaños celestinos estos últimos formaban una orden religiosa
fundada precisamente por Pedro Morrone. Revisar libro sobre los espirituales)
Ambos grupos propugnaban porque la Iglesia se reformara conforme a los
principios de la pobreza evangélica; es decir, que las jerarquías católicas
90
El papa habría dicho: “aliqui dicunt et credunt, quod nos debeamus creare cardinales. Nobis
videtur magis tempus aliquos deponendi quam creandi”. Ibid.
91
Citado por LANGLOIS, Ch., “Francia: su política relativa al poder”., pp. 54-55.
40
abandonaran el boato y la riqueza. Según los franciscanos espirituales y los
celestinos, Bonifacio era el anticristo, el usurpador del trono de Pedro. No deja de
ser paradójico que los defensores de la pobreza absoluta terminaran del lado de la
familia más rica y ambiciosa de toda Italia92.
El 9 de mayo de 1297, Jacobo y Pedro, con la colaboración de dos frailes
franciscanos, redactaron una proclama contra el papa. En ella declaraban que la
elección de Bonifacio era ilegítima, pues su antecesor no tenía derecho a abdicar;
invitaban a la convocatoria de un concilio: “ no sois el papa legítimo, y rogamos
al sacro colegio que entre a deliberar y ponga coto a esta irregularidad. Debemos
esforzarnos para que se convoque un concilio que habrá de proveer la salvación de
la Iglesia, amenazada por la usurpación de un tirano”93.
Este manifiesto era una invitación al cisma. Fue distribuido por toda la ciudad
de Roma y fijado en las puertas de las grandes iglesias. Un ejemplar fue dejado en
la Basílica de san Pedro encima del altar principal. Bonifacio respondió con la
bula In excelso trono en la cual anunciaba que los rebeldes y sus parientes hasta
la cuarta generación serán despojados de todos los beneficios eclesiásticos y si
persisten en su rebeldía serán excomulgados. Pero esta amenaza no detuvo a los
Colonna. Escribieron otro manifiesto en el que se agravaban las quejas contra el
papa. Se le consideraba antipapa, vulgar asesino pues había hecho que Celestino
muriera en la cárcel y por lo tanto todas sus decisiones y actos incluyendo la
condena de los cardenales Colonna, eran nulos94.
Bonifacio no se detuvo. El jueves 23 de mayo, día de la ascensión, escribió una
nueva bula, LAPIS ABSCISUS. En ella afirma que los Colonna son cismáticos,
blasfemos y por lo tanto los excomulga y confisca sus bienes. La condena
expresamente menciona a los cardenales Jacobo y Pedro y a los cinco hermanos
de este último: Agapito, Esteban, Sciarra, Otón, y Juan 95. Los acusaba de mala fe.
Se preguntaba cómo podían sindicarlo de usurpador cuando ellos mismos, tras la
dimisión de Celestino, le habían otorgado su voto contribuyendo con ello a su

92
POIREL, D., Philippe, Le Bel, p. 127.
93
Citado por LANGLOIS, “ Francia, su política.....”, p. 55.
94
POIREL, D. Philippe Le Bel, p. 127.
95
GARCÍA V., Historia de la Iglesia, p. 584.
41
elección. Además, durante tres años lo habían respaldado, sin poner en duda la
calidad de papa legítimo. De pronto prefirieron la desobediencia y promovieron la
desunión de la Iglesia96.
Los rebeldes insistieron. El 15 de junio escribieron una nueva declaración, esta
vez para ser enviada a gobernantes cristianos, a maestros y doctores de la
Universidad de París. El rey de Francia era uno de los destinatarios. A Bonifacio
lo llamaban tirano, lobo rapaz, injusto con abades y clérigos, venal en la
asignación de cargos. Solicitan que se “reúna un concilio universal lo más pronto
posible (ut cito congregetur universale concilium)97. El papa podía temer una
alianza entre los Colonna y el rey de Francia, con el apoyo de los universitarios de
París. Recuérdese las ásperas relaciones del cardenal Gaetani con los maestros
parisienses. En Francia pronto se supo de las dificultades que vivía Bonifacio.
Según se rumoró, el archidiácono de Ruan, Tomás de Montenero, le habría
informado a Felipe que los Colonna habrían actuado por consejo de los maestros
de París y que los cardenales habrían sido víctimas del odio del papa,
precisamente por defender los intereses del rey de Francia. En todo caso
Montenero se encontró en Toscana con Pierre Flotte, jefe de la misión francesa98
Fue esta embajada a la que, como quedó dicho, el Papa otorgó las concesiones del
mes de julio. Con ello se neutralizaba a Felipe.
Dos medidas adicionales adoptó Bonifacio. La primera fue reunir a los diecisiete
cardenales, doce de los cuales habían participado en la elección de Caetani, para
que se pronunciasen y le brindaran apoyo. Así lo hicieron. Se pronunciaron a
favor de la legitimidad de la elección; reiteraron que la renuncia de Celestino
había sido voluntaria y no bajo presión; acusaron a los Colonna de romper la
unidad de la Iglesia. Se les llamaba cismáticos y locos (non tam chismaticos
quam insani). (ver implicaciones de acusaciones de locura) La segunda medida
fue predicar y promover una cruzada contra los rebeldes. En noviembre otorgó a
quienes se vincularon a esta expedición contra los enemigos del papa las mismas
indulgencias que se ofrecían a los que iban a luchar a tierra santa. Organizó un
96
POIREL, D., Philippe Le Bel, pp. 127-128.
97
GARCÍA, V., Historia de la Iglesia, p. 584.
98
LANGLOIS, CH., “Francia, su política...”.pp. 55-56.
42
ejército para asaltar las fortalezas de los Colonna. Nepi fue asediada y se rindió;
Bonifacio la entregó a los Orsini en calidad de feudo. En junio de1298 fue
asaltado e incendiado el castillo Colonna. Zagardi corrió con una suerte similar.
Finalmente cayó Palestrina. Allí se habían refugiado los dos cardenales. El 15 de
octubre fueron hechos prisioneros junto con Agapito, Esteban y Sciarra. Bonifacio
ordenó que Palestrina fuera arrasada y su terreno cubierto de sal, símbolo de la
esterilidad. Alos prisioneros los confinó en Tivoli, de donde se fugaron el 3 de
julio de 1299. Los cardenales se trasladaron a Francia. Esteban, a quien se le
impuso la penitencia de ir en peregrinación a Santiago de Compostela, se refugió
en Sicilia y luego en Francia. En 1303, Esteban y Sciarra serán huéspedes de
Guillermo de Nogaret, ministro del rey Felipe IV 99. Serán protagonistas de un
nuevo enfrentamiento entre Bonifacio y Felipe, como se verá más adelante.
Por otra parte, el papa no había abandonado su pretensión de controlar la isla de
Sicilia. Por el tratado de Avignon de junio de 1295, había llegado a un acuerdo
con Jacobo II, rey de Aragón. Este se reconciliaba con la Iglesia y se comprometía
a no inmiscuirse en los asuntos de Sicilia 100. Federico II, hermano de Jacobo y
heredero del trono de la isla, debía restituirla al papa quien a su vez la entregaría
en homenaje a Carlos II, rey de Nápoles. Este tratado, empero, fue un éxito
aparente. En un acuerdo secreto, los reyes de Francia y de Aragón sellaron un
pacto de alianza contra Inglaterra. Jacobo II se comprometía a construir para
Felipe una flota de cuarenta galeras para ser utilizadas contra Inglaterra 101. Con
ello se neutralizaba cualquier acción en contra de Aragón. Los sicilianos, por su
parte, no estaban dispuestos a retornar al imperio angevino102. Así que, a pesar del
tratado de Anagni, Sicilia siguió en poder de Federico de Aragón. Si el papa
quería recuperar su control, debía continuar la guerra, y como antes, con el
argumento de que se trataba de una cruzada. Para financiarla hacía falta la ayuda
del clero y por lo menos la neutralidad de Felipe. En octubre de 1298, el papa
solicitó al obispo de la ciudad de Viennes que obtuviera subsidios del clero de

99
Ibidem, pp. 585-587.
100
FAVIER, J. Philippe.., p. 294.
101
POIREL, D. Philippe..., p. 97.
102
Ibidem, pp. 96-97.
43
Francia como “precio para establecer la autoridad de la Iglesia en Sicilia,
condición necesaria para una cruzada en ultramar”103 . En los años siguientes
Bonifacio continuará en su empeño de desalojar a los aragoneses. En 1300
encargó a Carlos de Valois, hermano del rey Felipe IV, la organización y dirección
de una expedición militar contra Sicilia, para lo cual, en cartas del 30 de
noviembre de 1301, Bonifacio solicitaba una vez más la ayuda del clero francés.
Bonifacio, árbitro.
El Papa, en medio de sus dificultades, no cesaba de intervenir en los asuntos de las
monarquías. Era una manera de mantener su prestigio y de ganar reputación como
constructor de la paz. En esta ocasión su intervención habrá de favorecer los
intereses del rey francés, a pesar de que la petición de una intervención papal
provino del conde de Flandes. Guy Dampierre, al tiempo que se preparaba para
combatir a Felipe IV, solicitaba el arbitraje de Bonifacio. Con ello buscaba evitar
una posible excomunión que cualquier obispo o el mismo sumo pontífice
pudieran decretar en su contra por el delito de perjurio: haber incumplido su
juramento de fidelidad a su señor el rey. En agosto de 1297, precisamente cuando
acababa de aceptar que los monarcas exigiesen ayuda al clero, Bonifacio envió
dos emisarios a Inglaterra. Nada más y nada menos que a los jefes máximos de las
órdenes franciscana y dominica. Su misión era lograr que el rey Eduardo de
Inglaterra enviase sus representantes para negociar una paz con Francia. Eduardo
aceptó sin mayores objeciones. Mantener una guerra y apoyar al conde de
Flandes podía resultar más costoso de lo que Eduardo inicialmente previó. Por
atender una guerra en el continente, había abandonado su propio reino donde los
escoceses se rebelaron. Como concluye Dominique Poirel, Eduardo abandonó
Inglaterra muy pronto, antes de lograr la pacificación de Escocia y llegó a Flandes
demasiado tarde para impedir que Felipe conquistara el condado104. En cuanto a
Felipe, tal como quedó explicado, acababa de obtener subsidios del clero.
Aprovechó esta situación para ganar tiempo, consolidar las conquistas militares en
la Aquitania y avanzar sobre Flandes. Una vez conseguidos estos propósitos,
aceptó la propuesta de una tregua. Con ello daba muestras de buena voluntad para
103
Citado por LANGLOIS, “Francia: su política relativa al poder”, p. 56.
104
POIREL, D. Philippe..., p. 122.
44
con Bonifacio. Felipe también sabía de los costos fiscales que le acarrearía
sostener un ejército permanente en el condado de Flandes, por lo que una tregua
no era despreciable. Así que los reyes de Francia e Inglaterra firmaron una tregua
la cual se publicó el 9 de octubre de 1297. A ella se unió, no sin reticencias, Guy
Dampierre. Para esta fecha el conde había perdido a manos de las tropas francesas
buena parte del condado. Su poder se reducía a algunas ciudades: Douai, Gante,
Thourout, Ardenbourg y Damme. La tregua se renovó en San Martín de Tournai,
en enero de 1298. Debía durar hasta enero del año 1300. Al papa se le reconocía
como árbitro, pero Pierre Flotte, delegado de Felipe, presentó una declaración en
la que advertía que se aceptaba la intervención de Bonifacio no como soberano
pontífice, sino como Benedicto Caetani, persona privada. Es decir que como
árbitro carecía de poder105 y para que luego no se dijera que actuaba en virtud de
su plenitudo potestatis (plenitud del poder). Ver artículo sobre la noción plenitudo
potestatis
Durante la tregua, las negociaciones continuaron en Roma. En la primavera de
1298, Felipe de Francia y Eduardo de Inglaterra enviaron sus embajadores ante
el papa. Los delegados franceses Gilles de Aycelin (arzobispo de Narbona), el
canciller Pierre Flotte, el duque Roberto de Borgoña y el conde Guy de Saint Pol,
convencieron al pontífice de excluir de las negociaciones a los representantes
flamencos. Admitirlos era aceptar la rebeldía, cuando el sumo pontífice tenía sus
propios rebeldes en Roma. También la delegación inglesa de la cual hacían parte
el arzobispo de Dublín y el obispo de Winchester aceptó la propuesta francesa No
fue difícil convencerlos de que los flamencos eran al rey de Francia lo que los
escoceses al de Inglaterra. Eduardo se daba cuenta de que su alianza con Flandes
era un obstáculo en sus nuevos planes.Pensaba en reconciliarse con Felipe con el
fin de recuperar los territorios perdidos en Francia. Los escoceses seguían en
rebelión. Derrotarlos sería más fácil si se lograba que el rey de Francia ya no les
brindara apoyo. A Eduardo, la alianza con Flandes le impedía firmar una paz por
separado: tenía que consultar a su aliado. Por tal motivo, los embajadores ingleses
aceptaron la propuesta de Pierre Flotte.

105
FAVIER, Philippe.., p. 227.
45
Guy Dampierre se hizo representar por sus hijos Roberto de Bethune, Felipe de
Thiette y Juan Namur. Ellos propusieron la devolución del condado, la liberación
de su hermana Filipina y la autorización para que esta última se casase con
Eduardo el Joven, hijo del rey de Inglaterra.
Bonifacio, por su parte, no se opuso a que los flamencos quedaran al margen de
la negociación. Para él era claro que se trataba de un conflicto entre príncipes e
independientemente de que a su intervención sólo se le reconociese carácter
privado, el arbitraje era parte de una antigua tradición de mediaciones de la santa
sede. Una de las funciones del papa era reconciliar a los príncipes cristianos en el
interés de la cristiandad106. Los hijos de Guy Dampierre terminaron por aceptar
que en las discusiones de los asuntos flamencos quedasen en manos del Papa.
Fueron realistas. Sabían del poco apoyo que podían esperar de Inglaterra 107. Las
derrotas militares habían debilitado su posición negociadora. Roberto de Bethune
quiso jugarse otra carta: poner al papa en contra del rey Felipe, invocando para
ello la suprema autoridad del romano pontífice. Así se puede interpretar la carta en
la que Roberto llama a Bonifacio “teniente de Dios y soberano del rey de Francia,
tanto en el dominio espiritual como en el temporal”108. No tuvo éxito. Bonifacio
hizo caso omiso de este elogio. En vez de ponerse del lado del conde, conminó a
éste a que rompiera su alianza con Inglaterra, por considerar que se estaba
violando el juramento de fidelidad de un vasallo a su señor, el rey de Francia.
El 27 de junio de 1298, se pronunció la sentencia arbitral. Según lo allí
estipulado se abría “una paz perpetua entre Francia e Inglaterra” 109. Las
conquistas que Felipe había logrado en Aquitania quedaban bajo la custodia del
Papa. Este muy pronto, a su vez, las pondría bajo custodia de barones franceses.
Los navíos y bienes que hubiesen sido capturados desde el comienzo de la guerra,
deberían ser devueltos. Dos matrimonios debían sellar esta propuesta: el rey
Eduardo, viudo entonces, se casaría con Margarita, hermana de Felipe el
Hermoso; Isabella, hija de este último, contraería nupcias con Eduardo el Joven,

106
FAVIER, J. Philippe ., p. 228.
107
POIREL, Philippe., p. 129.
108
Citado en ibidem, p. 130
109
Ibid.
46
hijo del rey de Inglaterra. El nuevo matrimonio de Eduardo III se celebró en
septiembre de 1299; el de Isabella y Eduardo el Joven, sólo hasta 1308. De esta
unión nació Eduardo III, cuyas pretensiones al trono francés, por ser nieto de
Felipe el Hermoso, habrán de ser una de las causas de la guerra de los cien años,
después de la tercera década del siglo XIV.
En el momento en que en la misma Roma los Colonna y los franciscanos
espirituales ponían en duda la legitimidad de Bonifacio, este pretendía consolidar
el prestigio del papado interviniendo como constructor de la paz. Pero su débil
posición política lo obligó a ponerse al lado del entonces más fuerte: Felipe, a
quien además favoreció con la sentencia arbitral de 1298. Bonifacio fue un
árbitro parcial. Con razón Favier estima que Eduardo I y Guy Dampierre pudieron
sentirse engañados110. El conde de Flandes fue sacrificado gracias a la rebelión de
los escoceses y de los Colonna. El tratado entre Flandes e Inglaterra firmado
dieciocho meses antes y por el cual el rey inglés se comprometía a no firmar una
paz por separado, se convirtió en letra muerta. La decisión del Papa causó
desazón. Así se deduce de la carta que los hijos le escribieron su padre el conde:
El papa una vez que escuchó nuestras palabras, nos respondió duro y dijo
que estábamos mal aconsejados, que lo mejor para el condado de Flandes
era que se hiciese la paz entre los dos reyes. Que las otras cosas que tenía
que decir las diría en otra oportunidad que sobre vuestros asuntos no se
pronunciaría por ahora y que os ayudaría por otra vía. Dijo, además, que
si nos arrepentíamos de haber confiado los asuntos del condado al Papa, él
se retiraría voluntariamente111

El rey Eduardo no recuperó las tierras de Aquitania. El lograrlo dependía de la


buena voluntad de Felipe de quien era ahora cuñado, además de vasallo.
Bonifacio pretendía convertirse en juez de los conflictos en Europa. Pero no
satisfizo las expectativas de los protagonistas. Su éxito fue pasajero. Sus
preferencias por Felipe minaban la credibilidad. En Flandes, blanco de abusivas
intervenciones del rey y sus funcionarios, no hubo paz. Al contrario, el resultado
fue el descontento, la rebelión y la guerra, como se verá.

110
FAVIER, J., philippe, pp. 229-230
111
Ibid.
47
El Papa había cedido en el asunto de las décimas y había traicionado la
confianza de los flamencos. No pudo evitar, tampoco, la alianza entre los capetos
y los habsburgo.
Adolfo de Nassau, elegido en 1292 rey de los romanos, había integrado la
alianza inglesa contra Felipe. Su poder en el imperio no pudo consolidarse. No
alcanzó a ser coronado emperador por el papa. La Dieta, organismo que
representaba a la nobleza, el clero y las ciudades imperiales, reunida en Maguncia,
en junio de 1298, lo depuso. En su lugar proclamó a Alberto de Habsburgo.
Adolfo murió un mes después en una batalla en la que enfrentaba a un ejército de
Alberto. Bonifacio se opuso al nuevo rey de los romanos a quien excomulgó bajo
el cargo de felonía contra su señor Adolfo de Nassau. Según el Papa, aceptar el
nuevo rey era equivalente a reconocer al asesino de aquel 112. Alberto decidió
entonces aproximarse al rey de Francia. Esta reacción era apenas una evidencia de
lo que un historiador ha llamado el hundimiento mismo del poder imperial frente,
por una parte, a las pretensiones del papado por dirigir el mundo; y por otra, al
robustecimiento de los estados monárquicos que ahora se repartían Europa 113. El
18 de diciembre de 1299 Felipe de Francia y Alberto de Habsburgo se encontraron
para concluir un acuerdo. A pesar de la oposición del papa, Felipe reconoció a
Alberto como legítimo rey de los romanos. Se acordaron dos matrimonios: Blanca
de Navarra, hermana de Felipe, debía casarse con Rodolfo, quien era hijo mayor
de Alberto y había sido investido por su padre de los ducados de Austria y Estiria.
Este matrimonio se celebró dos meses después, en febrero de 1300. Así mismo
Alberto aceptó que su hija Juana, heredera del condado de Borgoña, se casara con
Felipe, hijo segundo de Felipe el Hermoso. Con este matrimonio el franco
condado pasaba al dominio de la familia real francesa.
Con esta alianza, Alberto esperaba que el rey de Francia intercediera ante el
papa para que éste lo coronara como emperador, lo que no logró de inmediato. El
acuerdo entre el capeto y el habsburgo duró poco. El escaso interés que mostraba
la corte francesa por presionar a favor de la coronación y la posterior derrota de
112
POIREL, D. Philippe.., p. 135.
113
PERROY, Edouard, La Edad Media, vol. III de la obra dirigida por CROUZET, Maurice,
Historiaa general de las civilizaciones, Barcelona, ediciones Destino, 1969, pp. 414-415.
48
Felipe a manos de los flamencos en Courtrai, en 1302, convencieron a Alberto de
romper la alianza y buscar por su cuenta el reconocimiento del papa. Lo que
efectivamente ocurrió en la primavera de 1303. Como se verá, por entonces se
habían roto las relaciones entre Felipe y Bonifacio y habían empeorado como
nunca antes. En estas circunstancias el Papa necesitaba del apoyo de Alberto.

1300, el año del jubileo.


El 22 de febrero de 1300, fiesta de la cátedra de san Pedro, desde la antigua
basílica vaticana, el papa Bonifacio anunció solemnemente la indulgencia del
jubileo. Se otorgaba plena remisión de todos los pecados a aquellos fieles
cristianos que en el año de 1300 visitaran las tumbas de los apóstoles en Roma.
Para obtener la indulgencia había que visitar las basílicas de san Pedro en el
Vaticano y san Pablo extramuros, durante un mes si se era romano y quince días si
extranjero. La concesión de indulgencias no era una práctica nueva. Durante los
siglos XII y XIII, la Iglesia se valió de ellas para estimular la participación de los
cristianos en las cruzadas. Era una especie de rebaja del tiempo que se habría que
pasar en el purgatorio. Los teólogos consideraban que, a pesar de la absolución de
sacerdote en el confesionario, el cristiano no adquiere el perdón total pues queda
aún algo por indultar: los pecados olvidados o pecados veniales. Pero estos
pecados se podían expiar después de la muerte. Había dos clases de indulgencias:
parciales que sólo remitían cierto número de años en el purgatorio; y, plenarias
que otorgaban perdón total, es decir, que, una vez cumplidos todos los requisitos,
los fieles irían directo al cielo. Así que las indulgencias permitían abreviar o
anular el tiempo del purgatorio114.
Jean Delumeau se ha referido a las indulgencias como bonos a la cuenta de los
méritos de Jesús, la virgen y los santos. Esos bonos permiten presentarse ante el
juez supremo. Los pueblos de Occidente medieval que en algunos casos vivían al
borde de la desesperación creían que podían comprar su salvación, o al menos
tratarían de creer que tal trueque era posible115.

114
DELUMEAU, Jean, La confesión y el perdón, Madrid, Alianza editorial, 1992, p. 15.
115
DELUMEAU, J., La Reforma protestante, Barcelona, edit. Labor, 1973, pp. 10-11.
49
El fin de un siglo, pues entonces se creía que el siglo terminaba en 1300 116, era
ocasión para promover anhelos milenaristas, temores y entusiasmos a la vez,
porque se lo asociaba con la inminencia del fin del mundo, o con una nueva era.
El mismo cardenal Pedro Colonna, desde su exilio, habría exclamado: “¿por qué
tanta gente está esperando el fin del mundo?”117.Predicadores hablaban de signos y
portentos que así lo anunciarían, lo que confirmaron con la aparición de un
cometa, en 1299. Invitaban a la penitencia, al arrepentimiento, y a la
peregrinación como medio para obtener el perdón. Roma era lugar preferido de
peregrinaciones por haber sido allí donde fue martirizado el apóstol Pedro y por
ser la sede del papado.
La iniciativa pues no partió del papa. Según lo cuenta uno de los testigos, el
cardenal Stefaneschi, el primero de enero de 1300 circuló en Roma un rumor
según el cual durante ese año aquellos que visitaran la basílica de San Pedro,
obtendrían una remisión completa de sus pecados. No se sabe quién lo difundió.
Stefaneschi observa con admiración que durante la mañana no hubo mayor
movimiento alrededor de la basílica, pero que al atardecer “ese misterio se reveló
a los romanos y estos acudieron en grupo hacia la basílica de San Pedro,
presentándose alrededor del altar, empujándose afanosamente como si después de
ese día ya no tuvieran la gracia de la indulgencia118. Se sabe también que el mismo
primero de enero un clérigo anónimo predicó en la misma basílica sobre el tema
del jubileo del centésimo año.
Este era el ambiente en que Bonifacio decidió proclamar, el 16 de febrero la bula
del jubileo. Así respondía a un movimiento popular que nació de la tradición del
año centésimo. Era esta la primera vez esta en la que el sumo pontífice proclamó
un jubileo con indulgencia plena Ni para el año 1200, ni para los siglos anteriores
se sabe de indulgencia plenaria con ocasión del año centenario. Se sabe que
Bonifacio consulto a teólogos sobre la conveniencia de otorgar una indulgencia
que la multitud reclamaba. Los teólogos recordaron que la concesión de
116
PARAVICINI, Agostino, Boniface VIII. Un pape héretique?, Paris, Payot, 2003, página 263.
117
DICKSON, “The Crowd at the feet of Pope Boniface VIII: pilgrimage, crusade and the first
Roman Jubilee (1300), Journal of Medieval Studies, vol. 25, No. 4, 1999, página 290
118
STEFANESCHI, Jacopus, La storia del primo giubileo (1300), edición de C. Leonardi,
Florencia, 2001. Citado por PARAVICINI, A., Boniface VIII, página 264.
50
indulgencias tenía su fundamento en la comunión de los santos. Todos los
cristianos forman un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo. Cada miembro es
solidario con los demás, la salud o la enfermedad de uno de ellos repercute en los
otros. De esta manera cada cristiano puede ofrecer sus méritos por la salvación del
prójimo. Especialmente con ocasión de las peregrinaciones se había adoptado la
costumbre de aliviar las penitencias que se imponían a los fieles para lo cual la
iglesia se apoyaba en el tesoro inagotable de los meritos de Cristo y de los
santos119. De ese tesoro ella se proclamaba legítima y única depositaria. En esta
pretensión se fundamenta el monopolio espiritual de la iglesia católica en La Edad
Media.
1300 fue pues el primer año santo que ofrecía una indulgencia no sólo plena
(plenam) sino muy completa (plenissimam), como se lee en la bula de
proclamación120.
La decisión de Bonifacio suscitó un entusiasmo sin precedentes. De todas partes
de Europa llegaron peregrinos a Roma. Según el testimonio de Guillermo Ventura,
a la ciudad de Roma llegaron más de doscientos mil peregrinos.
Espectáculo sorprendente ver desplazarse en todos los sentidos
hombres y mujeres que aquel año llegaron a Roma. Yo mismo
me quedé allí durante quince días. Había buen mercado de pan
de pescado, de avena, pero el heno era muy caro, lo mismo que el hospedaje.
Al salir de Roma la víspera de navidad, vi una
multitud enorme, que nadie podía contar, y los romanos decían
que allí había más de doscientas mil personas entre hombres y mujeres.
El papa recibió sumas incontables porque día y noche dos clérigos
estaban cerca del altar y recibían sumas sin fin y yo, Guillermo, cuando
estuve en Roma tenía cincuenta años121.

La cifra mencionada por este cronista es imposible de verificar. Con ella se quiere
llamar la atención acerca del impacto que causó el gran número de visitantes. Los
contemporáneos se sentían abrumados. El florentino Giovanni Villani, de quien se

119
POIREL, Philippe.., p. 142.
120
Bonifacio VIII, Antiquorum habet fide “, Publicada por TOSTI, Louis, History of Pope
BONIFACE VIII and His Times: With Notes and Documentary Evidence in six Books. Document
2c
121
Citado por PARAVICINI, B. Agostino. Le cour des papes au XIII siecle. Paris, Hachette, 1995.,
p. 242.
51
sabe fue peregrino en Roma durante el año santo 122 , hablaba de una cifra similar a
la propuesta por Ventura123 Jacobo Stefaneschi, explicó la abundancia de pan para
alimentar a tanta gente recurriendo al expediente del milagro evangélico: la
multiplicación de los panes124 . El poeta Dante Alighieri dice que se puso en
práctica un control en el puente del río Tíber en el castillo del Santo Ángel. En su
viaje al infierno que él describió tuvo lugar en 1300. Las alcahuetas y seductores
caminaban en direcciones opuestas y se movían gracias a los azotes de los
demonios ( El Infierno, canto 18). Según una interpretación reciente se trata de
una analogía con la Roma de Bonifacio.
Cronistas y escritores partidarios del papa destacaron el éxito de la respuesta
popular y el hecho de que a Roma acudieran gentes de todas partes, de todas las
edades y condiciones sociales. . Giovanni Villani se refirió al jubileo como “la
cosa más maravillosa jamás vista”, Bernardo Gui, autor de un famoso manual
inquisitorial, escribió: “una inmensa multitud procedente de todo el mundo, de
todos los estatus, géneros, sexo y orden”. Gilles de li Muisit dijo: “hombres y
mujeres, nobles y no nobles, regulares y seculares, ancianos y jóvenes”. El
cronista anónimo de Parma : “ hombres, mujeres, clérigos, laicos, monjes,
monjas”. Este mismo cronista destaca los orígenes geográficos y sociales: “ de
Lombardía, de Francia, de Alemania, de todas las partes de la cristiandad,
barones, caballeros, grandes damas, así como innumerables personas de ambos
sexos, y de cualquier condición social, status, orden y dignidad”125. En esta
iniciativa popular y papal no hubo intervención de los monarcas: ninguno de ellos
asistió a Roma. Fue una oportunidad excepcional de reunir al pueblo cristiano
alrededor del papa. Pero un pueblo segregado, fraccionado, como bien dan cuenta
los cronistas que se acaban de citar. Precisamente ese fraccionamiento habría de
servir a los intereses de la monarquía francesa para minar el poder papal y limitar
los éxitos transitorios de Bonifacio, tal como se verá más adelante.

122
DICKSON, Gary, “The Crowd at the Feet of Pope Boniface VIII: pilgrimage, crusade and the
First Roman Jubilee (1300), p. 288
123
BRENTANO, R. Rome before Avignon, p. 55.
124
Ibid.
125
Citas de DICKSON, “The Crowd at the Feet of Pope Boniface VIII, p. 295
52
En el jubileo el espíritu milenarista sin duda que estuvo presente gracias al
entusiasmo propiciado por el espíritu profético que significaba la iniciación de un
nuevo siglo. Los predicadores hablaban de la aproximación de una nueva era.
Signos y portentos se esperaban. Lo que se confirmó con la aparición de un
cometa en 1299. Diversas corrientes milenaristas, la de los joaquinistas, la de
Pierre de Olivi, la de Fra Dolcino, anunciaban la coincidencia entre el nuevo siglo
y los últimos días. El mismo cardenal Pedro Colonna, desde su exilio, habría
exclamado:: “¿por qué tanta gente está esperando el fin del mundo?” 126. Lo que
entonces hizo el Papa fue responder a un movimiento popular que nacía de la
cercanía del centenario.
Si bien no se conocen cifras precisas, sin duda que el jubileo atrajo a Roma dinero
de toda la cristiandad. Obtener recursos fue uno de los motivos que indujo al Papa
a instituir el año santo. También lo animó el propósito de fortalecer la fe
reanimándola con un espíritu de magnificencia. Aunque esta mezcla de idealismo
milenarista y de intereses económicos contribuyera a pregonaba el declive del
papado medieval127.
Hubo también intenciones políticas. En una bula privada se exceptuaron de los
beneficios de la indulgencia plenaria a los opositores del Papa: a Federico, rey de
Sicilia, a los cardenales Colonna, y “a todos los enemigos presentes y futuros de la
iglesia romana”128. Al primero porque ocupaba de manera ilegítima el gobierno de
Sicilia, feudo de la Santa Sede. A los segundos porque estaban excomulgados. La
proclamación del jubileo coincidió con la huida de los Colonna. El Papa pudo
temer que sus enemigos reiniciaran maniobras hostiles. Al aparecer ante el mundo
cristiano con todo el esplendor de su dignidad esperaba disipar los temores que
sus enemigos difundían sobre la legitimidad de la elección papal. El jubileo fue
proclamado en un momento difícil para la imagen del papado. Su legitimidad
había sido puesta en duda por una opinión pública que no comprendía la violenta
reacción contra los Colonna. El cardenal Pedro Colonna, en 1306, habría de
126
DICKSON, “The Crowd at the Feet.. “, página 290
127
BROOK, Rosalind, Popular Religion in the Middle Ages, London, Thames and Hudson, 1984,
pp. 154-155.
128
Bonifacio VIII, Nuper per alias nostras literas. Publicada en TOSTI, History of Pope Boniface
VIII, document 2 D.
53
reconocer que el jubileo fue promulgado para consolidar su situación, en duda
aún en el plano jurídico. Aunque, como lo advierte el historiador italiano
Agostino Paravicini, era esta una manera de lanzar una sospecha sobre el
acontecimiento más importante del pontificado. Como lo fue también la versión
según la cual hombres armados, al servicio del papa, habían dado muerte a
cincuenta personas, en una procesión encabezada por el papa. Y que este mismo
estimuló con el grito: golpéenlos129.
En Roma el jubileo fue uno de los más poderosos actos de propaganda en la Edad
Media130. El esplendor y la fastuosidad de las ceremonias contribuían a afianzar el
poder papal. En la ceremonia de inauguración del año santo, Bonifacio sostenía en
sus manos las dos espadas y un heraldo gritaba: He aquí las dos espadas, Pedro
reconoced a vuestro sucesor y vos, Oh Cristo, contemplad a vuestro vicario.
Como se verá más adelante al examinar la bula Unam Sanctam de 1302, la
imagen de las dos espadas simbolizaba los dos poderes: el espiritual y el temporal.
De ambos el Papa se creía depositario de manera que el poder de príncipes y
monarcas era derivado del ejercido por el vicario de Cristo. Así lo había
planteado el cardenal Acquasparta en un sermón del 6 de febrero, días antes de la
promulgado el jubileo, y en presencia del papa. Dijo que el papa está por encima
de todos los soberanos temporales y espirituales, que cualquiera que se opusiese,
ya fuese grande o pequeño, la iglesia lo enfrentaría como solía hacerlo con los
herejes, valiéndose de la espada espiritual y de la temporal, gracias a la autoridad
y al poder de Dios131.
Así lo ratificó el mismo soberano pontífice en una carta, también de 1300:

El sumo pontífice romano, establecido por Dios sobre los monarcas y


reinos, es el soberano supremo de la jerarquía en la iglesia militante,
sentado en el trono de la justicia y colocado por su dignidad por encima
de todos los mortales, pronuncia su sentencia con el alma tranquila y
disipa todos los males con su mirada132.

129
PARAVICINI, A., Boniface VIII, p . 273.
130
BROOK, R. Popular Religion, p. 154.
131
Citado por PARAVICINI, Boniface VIII, p. 265
132
Citada por ROCQUAIN, F., “Dos soberanos hostiles..”, p. 66.
54
Era costumbre que en una de las ceremonias del jueves santo se condenara a los
rebeldes contra la Iglesia. Bonifacio aprovechó esa oportunidad y su creciente
prestigio para poner por escrito las sanciones contra Federico de Aragón y los
sicilianos, reprobar de nuevo a los Colonna y reprochar a los aragoneses por
haberlos acogido. En el verano se prosiguió la repartición de bienes confiscados a
la familia Colonna, a favor de los Orsini133
El jubileo de 1300 fue, por sobre todo, una acción de consolidación del poder del
papa. Del de Bonifacio, en especial. Como dice un historiador moderno fue “su
jubileo”. El haber determinado que, a partir de entonces, debía de haber un
jubileo cada cien años, el año centésimo, ha sido interpretado como la voluntad
de diferenciarse de su predecesor, Celestino V. En efecto, este último promulgó
una indulgencia plenaria a favor de quienes estuviesen presentes el 29 de agosto,
día de su coronación, en la iglesia de Aquila134.
Bonifacio respondió a las expectativas escatológicas con lo que un historiador
denomina “la centralidad romana”. Esto es, convertir a Roma en la capital sin
rival de la cristiandad occidental, lugar de penitencia y nueva Jerusalén latina 135.
Durante las cruzadas, Jerusalén fue sitio preferido de peregrinación y de esperanza
escatológica. Cuando, nueve años antes de 1300, cayó la última fortaleza cristiana
en tierra santa, Roma ocupó su lugar. Es la ciudad santa. Los peregrinos que a ella
llegaban, con motivo del jubileo, veneraban la tumba del apóstol Pedro, príncipe
de los apóstoles, y a la vez rendían homenaje a la sede del papa. Todo lo cual
fortaleció su autoridad del pontífice en la cristiandad. El uso del superlativo
plenísima (muy completa) en la bula de promulgación puede considerarse como
la afirmación de la plenitud de su poder. Así lo dio a entender ante un consistorio:
su indulgencia era tan completa como su autoridad la cual se fundamentaba en el
hecho de ser sucesor de Pedro136

133
PARAVICINI, A., Boniface VIII, pp 270 y 275.
134
Ibidem, pp. 273 y 271.
135
DICKSON, “The crowd at the feet of Pope Boniface VIII”, pp 281 y 288.
136
PARAVICINI, A., Boniface VIII, p. 273.
55
En Francia, mientras tanto, el rey obtenía la concesión de décimas por parte del
clero. El 9 de febrero de 1300 tuvo lugar un concilio en París. A él asistieron
prelados, abades, capítulos y clérigos de todo el reino. Concedieron una décima
por dos años, la cual se destinaría a atender las necesidades de la guerra con
Flandes137. En efecto, la tregua había expirado el 6 de febrero. Los cistercienses
se opusieron con vehemencia a esta nueva concesión. El abad de Claraval, en
carta a sus hermanos de comunidad religiosa, se quejaba con amargura por lo que
él consideraba un abuso que los ponía en “intolerable situación de
servidumbre”138.
El rey obtuvo la décima con base en las concesiones papales de 1297. El clero,
además, no estaba en condiciones de resistir. Un concilio reunido en Lyon
confirmó las ayudas. En febrero de 1301, el papa mismo concedió un beneficio a
Felipe. Tal como concluye Jeffrey Danton, la concesión del clero francés no
debilitó la autoridad del pontífice. Este en últimas mantuvo su autoridad sobre el
clero. Aun imperaba el espíritu de la bula Clericis laicos, según la cual para exigir
contribuciones al clero era preciso consultar primero al papa. Las décimas
establecidas entre 1297 y 1301 fueron ordenadas por el Bonifacio.139 .

Así que en el 1300 las relaciones entre el rey francés y el sumo pontífice habían
mejorado, o por lo menos se encontraban en un cierto equilibrio. En el año del
jubileo llegó a Roma una embajada conjunta de parte de Felipe y de Alberto de
Habsburgo. Bonifacio dio a conocer al embajador francés las quejas provenientes
de Francia sobre los ataques contra el fuero del clero. Fue lo que hizo en la
epístola Recordare Rex Inclyte del 18 de junio. En esta carta se recordaba que era
pecaminosa la usurpación del fuero eclesiástico; se advertía que, si bien hasta
ahora se había mostrado paciente, el pontífice no podía permanecer mudo y de
continuar el rey con sus iniquidades tendría que castigarlo; finalmente, se refería a
los consejeros de Felipe como profetas falsos140

137
DENTON, G. “Taxation, Philip...”p. 251.
138
Ibid.
139
Ibidem, p. 252.
140
HUGHES, Philip, “El papado renueva su fuerza”. Capítulo del libro editado por WOOD,
Charles, Felipe El hermoso y Bonifacio VIII, p. 73.
56
Mientras tanto en Florencia tenía lugar una rebelión anti-papal. El papa logró
conjurarla gracias al apoyo de un príncipe francés: Carlos de Valois, hermano de
Felipe IV.
En los años noventa del siglo XIII, Florencia había sido escenario de cruentos
enfrentamientos entre familias agrupadas en bandos. Se trataba de conflictos que
eran a la vez sociales y políticos y que expresaban las alianzas con los poderes
papal o imperial. Desde mediados del siglo XIII, dos bandos se enfrentaban por el
control político de la ciudad: los güelfos y los gibelinos. La palabra güelfo
proviene del alemán Welf con la que se designaba la familia a la que pertenecía
el emperador Otón IV. Gibelino (waiblingen) era el nombre de un castillo
propiedad de los Hohenstaufen, familia de Federico II (1220-1250). Así que en
un principio estos dos términos designaban a los partidarios en Florencia de cada
uno de los candidatos al trono imperial: Otón IV (güelfos), Federico II (gibelinos).
A raíz del enfrentamiento entre Inocencio IV y el emperador Federico II, el
término güelfo sirvió para calificar a los partidarios del papado y el de gibelino a
los seguidores del emperador. Florencia, hacia el año 1300 se había convertido en
un importante bastión papal. Capital en Italia del güelfismo la denomina un
historiador francés141. A mediados de 1300 el partido güelfo se dividió entre:
Negros y Blancos. Los negros eran güelfos convencidos, banqueros de la santa
sede; querían sofocar a Pisa, rival de Florencia y estaban dispuestos a apoyar a la
santa sede y a Francia. Se agruparon alrededor de Corso Donati. Los blancos, de
los que hacía parte el poeta Dante Alighieri, eran güelfos moderados, prestamistas
del emperador; querían la independencia, tanto del imperio como del papado,
aunque se mostraban más proclives a un acuerdo con el emperador; se agruparon
alrededor de la familia Cerchi , cuyo líder era Vieri. El Papa tenía intereses en la
región. Quería integrar a Toscana como parte de un gran estado pontificio 142. Por
tal motivo, intervino en los asuntos de Florencia. Hizo caso omiso de una solicitud
que le presentó el poeta Dante quien había llegado a Roma en el mes de junio para
que se mantuviera al margen. Bonifacio, decidió brindar apoyo a los negros y a
141
POIREL, Philippe , Le bel, p. 177.
142
ANTONETTI, Pierre. Historia de Florencia , México, Breviarios del Fondo de Cultura
Económica, 1985, p. 32.
57
Donati por ser los mejores apoyos a la causa pontificia. Con el fin de garantizar el
éxito, envió a Carlos de Valois con la doble misión de pacificar Florencia y de
afianzar el poder de la casa de Anjou en el reino de Sicilia. Así que por ahora los
intereses que el papado y miembros de la dinastía capeta tenían en Italia al
parecer coincidían. Como lo ha mostrado Joseph Strayer, en realidad Felipe no
tenía ambiciones en Italia, más bien había heredado allí problemas que venían
desde el reinado de su padre o que habían sido creados por su hermano Carlos 143.
Con Aragón y en Sicilia, como ya quedó explicado. En todo caso el pacificador
francés dejó claro que él actuaba en nombre de la monarquía francesa y por
llamado del Papa. Así lo expresó Guillermo de Belleperche, canciller del príncipe
Carlos. “ante la llamada de la Santa Sede, la sangre del rey de Francia ha venido a
Toscana para establecer la paz. Que se le deje entrar: Carlos será en Florencia un
príncipe imparcial y justo”.144. Pero no fue imparcial. Pues los miembros del
partido negro le habían ofrecido una importante suma de dinero a cambio de
apoyo militar. También buscaron el apoyo de Carlos. Le ofrecieron una importante
suma de dinero a cambio de su apoyo militar. El primero de noviembre de 1301 el
príncipe Valois entró a Florencia. A pesar de las reiteradas promesas de respetar
los fueros de la ciudad, no cumplió. Facilitó el ingreso de Donati y no impidió la
carnicería que entonces llevaron a cabo los negros. Dante jamás perdonará al
Valois esta conducta cómplice. En vano Bonifacio invitaba a su vicario a que
moderara el ardor del partido güelfo. Muchos ciudadanos fueron proscritos.
Fueron arrasadas las viviendas de los vencidos, después de ser saqueadas. Entre
los exilados blancos, en 1302, se encontraba el autor de la Divina Comedia quien
regresaba de una misión diplomática en Roma.
La ayuda que un príncipe francés pudiera prestar a la Santa Sede no fue
obstáculo para que el papa olvidara ratificar su supremacía frente al rey. Así se lo
hizo saber al canciller Pierre Flotte cuando este viajó a Roma en noviembre de
1300. “Nosotros tenemos las dos espadas”, afirmó el Papa. A lo que el consejero
francés replicó: Es cierto, Santo Padre; mas vuestras espadas son sólo una frase, y

143
STRAYER, J., The Reign of Philip The Fair, p.
144
Citado por POIREL, Philippe, Le Bel, p. 180.
58
las nuestras, una realidad”145. No hubo, sin embargo, ruptura de relaciones y
como vimos, los franceses enviaron a Carlos de Valois a pacificar Florencia.

145
Citado por HUGHES, PH. “Dos soberanos hostiles..”, en WOOD, Felipe el Hermoso y
Bonifacio VIII, p. 74.
59

También podría gustarte