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Literatura apocalíptica

DJN

SUMARIO: 1. Orígenes. -2. Características del género


apocalíptico: a) Una revelación centrada en el porvenir. b)
Visión esquemática de la historia. c) Pseudonimia y carácter
esotérico. d) Simbolismo y ambigüedad del lenguaje. - 3. Obras
más importantes: a) Los libros de Henoc. b) El libro IV de
Esdras. c) Los apocalipsis de Baruc. d) Apocalipsis de
Abrahán. - 4. Valoración global de la literatura apocalíptica: a)
Apocalíptica y mesianismo. b) Jesús y los movimientos
apocalípticos. c) Presencia e importancia de la Apocalíptica en
el NT. d) El ocaso de la apocalíptica.

Literatura apocalíptica es la expresión con que se designa en el


judaísmo tardío y en el cristianismo naciente (150 a. C. - 100 d.
C) a un tipo de literatura importante y original.

Conviene advertir que ni los escritores se denominaron a sí


mismos apocalípticos ni titularon como apocalípticas a sus
obras. El término fue adoptado más tarde, dentro del mundo
cristiano, habida cuenta de los puntos de contacto entre estos
escritos y el libro neotestamentario del Apocalipsis. En la
actualidad existe una cierta diferencia de criterios por lo que se
refiere a la definición de la naturaleza propia de la apocalíptica:
¿Se trata de un simple género literario o estamos ante una
corriente de pensamiento religioso específico?

Creo que no es necesario contraponer ambas posibilidades. La


apocalíptica es un modo peculiar de «decir» y «sentir» y
«pensar» típico de una época del judaísmo.

De acuerdo con su etimología (apocalipsis = revelación)


estamos ante una literatura de «revelación» de misterios. Su
objeto viene perfectamente descrito en el texto paulino de 1 Co
2,9. Pero que se trate de una literatura de revelación no
significa que sea fácil determinar los contenidos propios y
precisos de una obra apocalíptica. Con frecuencia se constata
la existencia de temas y motivos característicos de los escritos
apocalípticos en otros escritos que no lo son específicamente
y, al revés, obras claramente apocalípticas no presentan todas
las peculiaridades propias del género. Algún autor ha tratado
de concentrar los elementos temáticos fundamentales de toda
apocalíptica en estos dos:

 La creencia en la vida ultraterrena, bien a través de la


resurrección o de la inmortalidad del alma.

 El convencimiento de que el mal tiene su origen en una


esfera superior al hombre.

Además, hay que tener en cuenta que la temática de la


literatura apocalíptica extrabíblica no fue uniforme. Así, por
ejemplo, la apocalíptica más antigua (cf. Henoc 1, 6-3)
desconoce la angustiosa espera del final de los tiempos, muy
presente en obras posteriores.

1. Orígenes

Los orígenes de la literatura apocalíptica judía hay que


situarlos muchos años antes de la composición de los libros
estrictamente apocalípticos. En realidad la apocalíptica surge
en el corazón mismo de la historia judía, no como una simple
moda literaria, sino como una verdadera necesidad vital para
superar la grave crisis de desesperanza por la que pasó la
sociedad israelita posterior al destierro babilónico.

En efecto, la desilusión nacional que siguió a la vuelta del exilio


a Babilonia produjo una profunda modificación en las
perspectivas proféticas de salvación y en la manera de
entender la realización de las promesas en torno al futuro reino
mesiánico nacional de acuerdo con los sueños de la época
monárquica.

En tales circunstancias las antiguas promesas de salvación


fueron consideradas desde un nuevo ángulo. Con los profetas,
las esperanzas de alcanzar un futuro glorioso y feliz, aunque se
habían desplazando hasta situarse en el final de los tiempos,
se mantenían dentro del plano de la presente historia terrena.
La aportación de la apocalíptica consistirá, precisamente, en
desgajarlas de este plano terrestre y situarlas en un mundo
transcendente, más allá de este mundo y de esta historia. De
esta forma, las promesas salvíficas de los antiguos profetas
fueron sometidas a un proceso de reinterpretación, con el fin
de revitalizarlas y ponerlas al día. Para ello, los autores de
apocalipsis utilizaron materiales heterogéneos procedentes de
distintas fuentes, pero siempre con una fidelidad fundamental a
la tradición, lo que imponía a los escritores judíos una severa
selección y una cuidadosa interpretación de los materiales
acumulados.

En tal sentido, cabría decir que la literatura apocalíptica es un


gigantesco «midrash» (= comentario) de la literatura profética.
Es cierto que las apocalipsis no pertenecientes a la Biblia (que
son la mayoría) han sido, con frecuencia, bastante permeables
a infiltraciones ideológicas extrañas, pero esto no destruye la
originalidad fundamental de la apocalíptica judía que, al igual
que en su día el profetismo, supo mantener viva la esperanza
israelita seriamente amenazada.

Tres momentos históricos pueden establecerse como


determinantes en la configuración de la época dorada de esta
literatura: la persecución de Antíoco IV Epífanes (años 168-165
a. C.), la conquista de Jerusalén y asalto al templo por las
tropas de Pompeyo (año 63 a. C.) y, por fin, el aniquilamiento
total del pueblo, llevado a cabo por Vespasiano y Tito (años 66-
70 d. C). Pero los primeros vestigios literarios deben y pueden
identificarse, como ya hemos indicado, con anterioridad al s. II
a. C. Algunas secciones de libros bíblicos exílicos y
posexílicos; en concreto, pasajes como ls 24-27 y 34-35,
conocidos también como «grande y pequeño apocalipsis»
respectivamente, y 65-66; Zac 9-14 y JI 3-4 contemplan ya el
fin de la historia en una perspectiva nueva y claramente distinta
del resto de los escritos proféticos y constituyen el comienzo de
un nuevo género literario en la Biblia: el género apocalíptico.

Precisamente esta presencia de gérmenes apocalípticos en


algunos libros proféticos ha llevado a algunos a considerar a la
apocalíptica como una derivación de la profecía. Y es verdad
que existen algunas coincidencias entre ambas, pero en
conjunto son más determinantes las diferencias. Otros
consideran al movimiento apocalíptico vinculado con las
tradiciones sapienciales. Valga, quizá, como exponente del
estado de la opinión científica al respecto la de un eminente
conocedor del tema: «Los orígenes de la apocalíptica son muy
complicados. La tradición apocalíptica israelita tiene dentro y
tras de sí variedad de tradiciones. Tuvo contactos no sólo con
la sabiduría de Israel sino también con los círculos sapienciales
del Oriente Medio» (M. McNamara).

2. Características del género apocalíptico

Aunque cada obra presente características peculiares, tal vez


ninguna otra corriente ideológico-literana presente notas
distintivas tan acusadas y estereotipadas como ésta en lo que
se refiere al lenguaje, elementos estructurales y doctrinales.

Señalemos las principales:

a) Una revelación centrada en el porvenir

No es que los autores de apocalipsis se despreocupen del


presente o del pasado. Pero el centro de gravedad de sus
consideraciones es el futuro, y en función del porvenir
describen e interpretan el presente y el pasado. La realización
de los designios divinos en el pasado constituye el cimiento de
la fe inquebrantable en la liberación futura; el presente, por su
parte, contiene ya en germen los signos precursores de un
mundo nuevo. Un mundo donde los judíos fieles verán
cumplidas sus esperanzas y donde los impíos sentirán el peso
implacable del juicio y la justicia divina. En este sentido uno de
los elementos de mayor relieve lo constituye la figura del
elegido de Dios —el Mesías-, una figura no uniformemente
tratada y en la que, junto a su función religiosa, se destaca la
connotación política.

b) Visión esquemática de la historia

Para los autores de apocalipsis, la historia se desarrolla en dos


grandes planos: el humano y el divino. Vistas las cosas desde
el plano del hombre, desde el plano terrestre, parece que todo
acontece al azar, al margen de la justicia y sabiduría divinas.
Pero no es verdad. Mirado desde el plano de Dios, todo el
decurso histórico se explica y se ilumina. Todo está previsto y
querido por Dios. La historia avanza inexorablemente hacia el
fin prefijado por Dios. Los actores protagonistas de este drama
de la historia son libres y responsables de sus actos, como lo
prueban los reproches que los escritores dirigen a los
enemigos de Israel, pero, en realidad, tenemos la impresión de
que una secreta maquinaria pone en movimiento toda la
representación y lo hace en una dirección determinada, tal
como Dios, señor de la historia, lo tiene prefijado.

c) Pseudonimia y carácter esotérico

Los escritores apocalípticos necesitaban que se valorase


positivamente su mensaje, que era fundamentalmente un
mensaje de esperanza. Pero conscientes de que sus nombres
no tenían, tal vez, mucho prestigio ante los lectores y,
consecuentemente, sus revelaciones tendrían poco éxito y
causarían poco impacto, buscan una solución. Y la encuentran
presentando sus reflexiones sobre la historia como
revelaciones escritas en el pasado por personajes célebres del
pueblo de Israel: Adán, Henoc, Noé, Abrahán, Moisés, Esdras,
Daniel... (pseudonimia). Nadie mejor que estos personajes
para conocer los secretos celestiales, puesto que ellos habían
sido los amigos de Dios y los portadores de su espíritu.

Si estas revelaciones tan venerables habían sido ignoradas


durante tanto tiempo, fue porque se trataba de revelaciones
que sólo en el momento oportuno podían ver la luz. Esto es lo
que llamamos carácter esotérico de los escritos apocalípticos.
Hay que decir al respecto que los autores de apocalipsis eran,
en cierto modo prisioneros del género literario que utilizaban y,
una vez metidos en el engranaje, debían llevar hasta el fin la
lógica de su ficción.

d) Simbolismo y ambigüedad del lenguaje

El simbolismo pertenece al corazón de la expresión literaria


semita. Los profetas lo habían empleado con profusión, pero
para los autores de escritos apocalípticos el símbolo se
convierte en necesidad. Al tener que hablar de cosas
pertenecientes a la órbita de lo misterioso, de lo no conocido
experimentalmente, nada como el lenguaje simbólico se adapta
a las exigencias de este género. La dificultad para el intérprete
y el lector moderno, sobre todo occidental, dificultad que a
veces se convierte en una verdadera cruz, reside en la gran
cantidad de símbolos y en la no rara incoherencia de los
mismos. Pero hay más: las realidades apocalípticas son tan
inefables que ni los mismos símbolos son adecuados para
expresarlas, de ahí que los escritores recurran con frecuencia
al lenguaje aproximativo, al uso de palabras de contornos
imprecisos, al empleo masivo de términos de comparación:
«como, «semejante a" (cf. Dn 10,6; Henoc 14, 10-13).

3. Obras más importantes

a) Los libros de Henoc

El nombre del patriarca Henoc sirvió para dar cobertura a dos


obras importantes: Henoc 1, conocido como Henoc etíope por
haberse conservado sólo en el canon etíope, y Henoc II o
eslavo, por haberse conservado sólo en esa lengua.

Henoc etíope gozó de gran popularidad en los primeros


tiempos de la Iglesia; su composición se remonta a los siglos II-
1 a. C. y consta de cinco libros (pentateuco henóquico): el de
los vigilantes (cps. 1-36), el de las parábolas (37-71), el de la
astronomía (72-82), el de los sueños-visiones (83-90) y las
admoniciones (91-107). Su influencia alcanzó tanto al judaísmo
como al cristianismo primitivo; la Carta de Bernabé y Tertuliano
lo citan como «Escritura» y se perciben puntos de contacto con
el NT.

Henoc eslavo, cronológicamente posterior a Henoc etíope, es


una obra completamente distinta. Debió componerse antes del
70 d. C. Sobre su posible influencia en el judaísmo y
cristianismo no existe unanimidad. Orígenes conoció y citó un
«libro de Henoc» cuyas doctrinas cosmológicas nos son
conocidas sólo por el Henoc eslavo.

b) El libro IV de Esdras

La designación proviene del orden en que los diversos


«Esdras» aparecen en la Vulgata: Esdras 1 (= Esdras
canónico), II (= Nehemías canónico) III (un apócrifo que
describe la historia de la Pascua desde Josías hasta Esdras) y
el IV, nuestro texto. Escrito entre los años 70-100 d. C., puede
dividirse en dos secciones: la de los diálogos (caps. 3,1- 9,26)
y la de las visiones (caps. 9,27-14,47). Los capítulos 1-2 y 15-
16 son adiciones cristianas.

En la primera, Esdras expone a Dios su angustia y estupor del


modo divino de proceder respecto de Israel y del mundo en
general. Tras evidenciar la incapacidad congénita del hombre
para escrutar el designio divino, se le garantiza a Esdras que al
final se desvelará el misterio. La segunda sección incluye tres
visiones (la mujer desconsolada, el águila y el ángel, y el Hijo
del hombre) y un epílogo en el que Esdras aparece como el
Nuevo Moisés. El nivel teológico de la obra es notable, sobre
todo en su reflexión respecto de la soteriología, el mesianismo
y el más allá.

c) Los apocalipsis de Baruc

Como en el caso de Henoc, también el personaje de Baruc


sirvió para dar legitimidad a algunos escritos apocalípticos:
Baruc siríaco y Baruc griego.

Baruc siriaco es una obra muy relacionada con el IV Esdras,


aunque un poco posterior; su lengua original fue semita
(hebreo o arameo), aunque a nosotros ha llegado en siríaco,
de ahí su denominación. Como en IV Esdras, el tema
fundamental es la pregunta por el sorprendente gobierno de
Dios respecto del mundo: por qué permite el éxito de los
malvados mientras el justo es marginado y humillado. Habrá un
juicio en el que se superarán las contradiciones de esta vida,
es la respuesta de Dios. En el tema mesiánico distingue dos
momentos: el reino mesiánico (en este mundo), en el que la
distinción entre buenos y malos es sólo parcial, y el reino de
Dios (en el más allá) que tendrá lugar tras la vuelta del Mesías
al cielo y la resurrección de los muertos; entonces la distinción
entre buenos y malos será absoluta.

Baruc griego, escrito a finales del s. 1 d. C., probablemente en


Egipto, es una obra inspirada en la destrucción de Jerusalén.
Se inicia con una lamentación por tan lamentable suceso; sigue
la interrogación por tal desgracia y se concluye con la alabanza
a Dios, quien, con sus respuestas, tranquiliza al vidente. El
argumento se desarrolla a través de un viaje por los cinco
cielos, donde contempla cómo Dios ejerce la justicia. En esta
obra no se habla del más allá, y la retribución a la que se alude
parece ser intramundana.

d) Apocalipsis de Abrahán

Esta obra parece haber surgido en círculos esenios no mucho


antes de la caída de Jerusalén (70 d. C.). Su contexto es el
mismo que el del IV Esdras y los Apocalipsis de Baruc.
Conservado sólo en lengua eslava, la obra consta de dos
partes netamente diferenciadas. La primera (caps. 1-8 es un
midrash haggádico sobre Gn 11, 31 ss y 15, 9-17). La segunda
(caps. 9-32) es la sección propiamente apocalíptica. Elevado al
séptimo cielo, Abrahán contempla el trono de Dios y el decurso
de la historia. El futuro final es presentado con caracteres
lúgubres. Al final, sonará la trompeta y el elegido de Dios -el
Mesías- reunirá a su pueblo y condenará a sus enemigos al
fuego.

4. Valoración global de la literatura apocalíptica

a) Apocalíptica y mesianismo

Una de las constantes de la corriente apocalíptica es la figura


del elegido de Dios para conducir la historia a un final donde se
reivindique la causa de Dios mediante un juicio que sancione
los comportamientos humanos, individuales y comunitarios. La
figura de este elegido -Mesías- no es tratada uniformemente en
todos los escritos, pero siempre aparece como un personaje
cercano a Dios. Junto a su perfil religioso, el mesianismo
apocalíptico aparece revestido de una fuerte connotación
político-nacionalista.

b) Jesús y los movimientos apocalípticos

La situación histórica de Jesús es contemporánea al


florecimiento de esta corriente político-religiosa. Aunque marca
las distancias respecto de sus representantes más cualificados
-celotes y esenios-, no cabe duda de que participaba de
algunas de sus convicciones: el restablecimiento de la justicia
de Dios mediante la instauración de su reino y la existencia de
un juicio definitivo.
c) Presencia e importancia de la Apocalíptica en el NT.

Los escritos neotestamentarios no son ajenos a la mentalidad y


el lenguaje apocalípticos. A modo de ejemplo, además del libro
del Apocalipsis, pueden citarse: Mc 132; Mt 24; Lc 17,22-37;
21,5-26; 11 Tes 1,7-10; 2,3-12; 1 Co 15,2328. 35-37. Es
precisamente en estos «momentos» apocalípticos del NT
donde es más necesaria la desmitologización del lenguaje para
llegar a la percepción del mensaje. De todas formas, estas
afinidades muestran cómo la literatura bíblica neotestamentaria
no es algo desconectado de los movimientos culturales y
religiosos del entorno, aunque tampoco se identifique con ellos.
Analizando estos temas afines se percibe la singularidad que el
NT supone respecto del judaísmo.

d) El ocaso de la apocalíptica

La ideología y literatura apocalíptica perdieron progresivamente


fuerza hasta desaparecer en el mundo judaico. Algunos
factores pueden sugerirse como determinantes de su ocaso: el
eclipse del exacerbado nacionalismo que condujo a la
destrucción total, su fanatismo, el peligro de animar un
dualismo teológico y el uso que de ella hacían los grupos
cristianos. -> apocalíptica; Qumrán.

Domingo Montero

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