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Nodaléctica y uso de los saberes: filosofía,

psicoanálisis, política1

La filosofía que me gustaría proponer –y busco ejercitar– no tiene


nada que ver con la búsqueda de una lengua pura, de una decibilidad
integral, de una lengua liberada, mucho menos con la idea anacrónica
de un sistema acabado; sino que es más bien un artefacto de escritura,
un entrelazamiento impuro de dispositivos, prácticas y modos de
escribir, que desea cultivar una disposición atenta para leer lo real,
para captarlo en su contingencia e imposibilidad constitutivas, para
transformarse en ese mismo acto. No tributo así ni a la magna historia
de la filosofía (modestia académica de grisáceos profesores
subordinados a la eterna nota al pie) ni me trenzo tampoco en disputas
terminológicas sobre el principio último de inteligibilidad de todo
(soberbia de los nuevos filósofos a la moda elevados a príncipes de
Perogrullo); la filosofía que propongo, como práctica material accesible
a cualquiera, se juega más bien en el desplazamiento tópico y
anudamiento temporal entre prácticas diversas, con sus coacciones
propias y posibilidades abiertas de juego o liberación puntual;
ejemplarmente: psicoanálisis y política. En fin, una filosofía materialista
impura, transida de múltiples escrituras, prácticas y temporalidades,
dispuesta para quien se anime a entrar en un riguroso juego de
transformación subjetiva, ética y política.

1
El título se desprende de dos libros de mi autoría de inminente publicación:
Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, Buenos
Aires, 2018) y El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde
Perdido, Córdoba, 2018). Cuyos antecedentes en la vinculación entre filosofía,
psicoanálisis y política, también se remontan a otros dos anteriores: Nodal.
Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, Buenos Aires, 2016) y Badiou y
Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, Buenos Aires, 2014, 2º
reimpresión 2018).
No se trata pues de enredarse en debates intelectuales sobre qué
es la política, o qué es la revolución, o qué es la filosofía, ni de un hacer
llano que no se cuestiona nada y solo hace lo que hay que hacer:
obediencia ciega o pragmatismo, porque “pensar es al vicio”; se trata
de pensar y hacer, pensar en el hacer, hacer en el pensar, cuerpo-alma-
pensamiento: infinitud real, gesto liberado, goce circunscrito, saber de
uso y, como se lee en el título, uso de los saberes.

Una perspectiva materialista, que asume la práctica teórica en


serio, no habla entonces de interpretaciones, ni de explicaciones, ni
siquiera de aplicaciones o performances, sino de uso. El uso, como ha
mostrado Foucault recientemente, y luego también Agamben, es una
noción compleja, con múltiples matices, que de ninguna manera
remiten a la simple utilidad. El uso, sobre todo, atañe para mí a la
implicación material, lógica y afectiva, de quién así se relaciona con los
otros, las palabras y las cosas, en tanto y en cuanto se pone en juego en
ello su misma transformación y constitución de sí. El uso implica el
cuidado de sí y éste se enlaza con un modo de plegar las relaciones de
poder y espiritualizar o erotizar los saberes. Ese es mi modo de
entender la práctica y apropiación de la teoría y de la tradición, la
producción o invención conceptual; su índice de eficacia, el modo de
circunscribir lo real en juego, se evalúa entonces en un proceso de
transformación acotado en sus términos pero infinito en sus
consecuencias, siempre pasibles de ser retomadas, reapropiadas y
transformadas por otros.

Quisiera comenzar por propiciar el despeje de un lugar de


enunciación donde se produzcan enunciados-conceptos que, allende las
diferencias irreductibles entre prácticas, puedan mostrar un uso
singular tanto de la filosofía, como de la política y el psicoanálisis.
Composibilidad, como le llama Badiou, que no supone identidad ni
simple contradicción. Considero que, en este tiempo de dispersiones y
homogeneizaciones varias, es clave sostener un trabajo conjunto de
composibilidad de las prácticas. Mi propuesta, a través del término
nodaléctica, es mostrar que se pueden pensar las prácticas en
inmanencia sin reducir o subordinar unas a otras.
El anudamiento de filosofía, política y psicoanálisis, supone que en
cada una de estas prácticas las otras se encuentran implicadas, aunque
sean irreductibles. Es decir, sin que sean lo mismo ni respondan a
iguales procedimientos, la inmixión entre ellas hace que en ciertos
puntos nodales aparezcan sobredeterminando (condensando y
desplazando) los contenidos y formas respectivas de cada una. Así, la
filosofía encuentra en su práctica aspectos irreductibles que la detienen
en su deriva conceptual, puramente teórica, para abocarse a la
constitución efectiva del sujeto que (se) piensa. En este sentido, la
recalificación de la filosofía antigua como práctica de sí o ejercicio
espiritual, llevada a cabo por Hadot o Foucault, resulta clave pero no
suficiente; el psicoanálisis muestra un modo de proceder singular que
ha atravesado la modernidad y el desafío que la ciencia moderna arroja
como saldo de saber sobre el sujeto: el indestructible deseo
inconsciente cifrado en letras de goce. Por tanto, no basta tampoco con
identificar allí el efecto general de la ideología, como se ha intentado
desde la tradición althusseriana; es decir, el tratamiento político y el
psicoanalítico no se confunden. A su vez, el marxismo también ha
mostrado que existe un plusvalor irreductible al mecanismo por el cual
se instaura el lazo social alienante, y Foucault que las relaciones de
poder son constitutivas y pueden ser invertidas. Por otra parte, el
psicoanálisis mismo recibe iluminación retroactiva de estas genealogías
filosóficas que le muestran que su modo singular de circunscribir al
sujeto del deseo participa de antiguas tradiciones de pensamiento y su
rigurosidad no le debe nada a teorías cognoscitivas actuales. También
se entiende que el psicoanálisis toque la dimensión irreductiblemente
política que atañe al sujeto; de allí el apotegma lacaniano: el
inconsciente es la política. Porque en torno al deseo del Otro las
posiciones subjetivas pueden defeccionar, quedar horrorizadas ante la
angustia, inmovilizadas ante la inhibición, o girando en círculos viciosos
ante el síntoma; nada garantiza que ante el agujero abierto en lo real, la
grieta ontológica, se responda decidida y sosegadamente con un acto
implacable. Por último, la política entendida como práctica de
organización colectiva no puede soslayar los procedimientos que hacen
al sujeto, es más, encuentra allí mismo el modo más efectivo de
producir verdaderos enlaces que respeten la singularidad irreductible y
su potencia común, junto a los modos más rigurosos de practicar
cognitiva y afectivamente la reflexividad.
Cuando afirmo que el pensamiento nodaléctico es ante todo
ontológico, esto involucra pues una serie de cuestiones en la
constitución discursiva y práctica del ser: simultaneidad (temporal), co-
implicación (lógica), solidaridad (estructural), alternancia (movimiento),
heterogeneidad e irreductibilidad (de sus componentes). Algunas de
ellas serán expuestas y desarrolladas.

Dr. Roque Farrán


Investigador Adjunto de Conicet
Miembro del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-
Conicet)

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