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Universidad de la Salle

Facultad de filosofía y humanidades.


Letras III
Juan Sebastián Camargo Cifuentes.
La voluntad del guerreo o de cómo eludir los límites de lo posible en Aquiles o
el guerrillero y el asesino
Puedo […] degustar diversos tipos de existencia; constituir eso que sueño,
primero en el orden del sueño, luego en de la existencia
física y concreta. Puedo deshacerme del hombre viejo y ensayar,
bajo mi propio riesgo una vida nueva
en un mundo todavía no intentado por mí
[Pero] no se anda con subterfugios ante esta deidad, la existencia […]
Ser y no ser tal, no vale. Tállate en la estofa de la existencia que quieras,
pero hace falta tallar, y así haber elegido ser de seda o de sayal
Étinne Souriau, Los diferentes modos de existencia

¿A dónde nos llevan nuestros pies, por qué nos llevan a donde ni
nuestra cabeza ni nuestro corazón quieren llevarnos?
Carlos Fuentes, en Aquiles o el guerrillero y el asesino
En un intento por mostrar los azarosos momentos de la guerra y las peripecias a las que están
sometidos los combatientes en la espesura de la selva, Cortázar narra en Reunión, quizá el
más político de todos sus cuentos, a través de la conciencia de un hombre de revolución, un
suceso que se deslinda de lo real para captar lo maravilloso: la mirada de los árboles, en un
trance alucinatorio, se convierte en el espectáculo de una sinfonía de Mozart. Repetir esa
melodía “es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol
no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe
guerra a un orden que le dé sentido” (Cortázar, Todos 61). Aquella restitución melódica
anuncia dos cosas en principio paradójicas: la alucinación como imposición de las males
causados por la guerra, pero también, la posibilidad de romper con las cadenas de lo
necesario, de lo que se esperaría imposible de ser pensado primero, por un combatiente, y
segundo, en los albores de la guerra, a saber, una melodía que restituye el valor y el
sentimiento propio, una línea de vida, aliento que permite encontrar alguna justificación.
Crearse una voluntad, pensarse por fuera de los límites de lo posible y de lo dado,
pensarse de otro modo, en últimas, llegar a ser lo que se quiere ser: he aquí el elemento de la
ficción moderna o novelesco del guerrero épico en Aquiles o el guerrillero y el asesino. Esto
es lo que grita la cólera de Aquiles: «ustedes son esto y esto otro, no más que restos de la

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borrasca violenta» «pero, ¿han llegado acaso a pensarse de otro modo?» «¡no me
confundáis!». Como el guerrero de Cortázar, Aquiles y su grupo guerrillero subvierten el
orden de lo sensible. Para conseguir el anhelo de la revolución social, de un estado de
igualdad, primero tienen que pasar por remover las formas sensibles de las que hacen parte,
necesitan reconfigurar su ethos, y esto solo se hace sobre la presuposición de una revolución
más profunda, a saber, de una revolución sensible. O bien eluden el destino de la Violencia,
es decir, las cadenas de la necesidad que les impiden ver, sentir, pensar distinto, o sólo lo
asumen reproduciéndolo, esto es, con más violencia. ¿Acaso no es la Violencia una forma de
incapacidad para pensarnos de otro modo, por fuera de los límites de ese Real? ¿Acaso ese
Real no encubre seres ficcionales, seres que no están dentro de la constitución simbólica de
lo que se entiende por política por el hecho de pensarse y sentirse diferentes, como Aquiles?
Dos son los elementos que se relacionan para subvertir el orden de lo Real, de la
Violencia en la novela, y que configuran ese destino del guerrero épico como un ser que
rompe con lo pensable y posible. Primero la necesidad de crear una subjetividad política. Si
seguimos a Rancière esta subjetividad puede entenderse como
un cruce de identidades que descansan sobre un cruce de nombres: nombres que ligan
el nombre de un grupo o de una clase en nombre de lo que está fuera de cuenta, que
ligan un ser a un no-ser o a un ser-por-venir (Rancière, Política 22)
A Aquiles y su grupo los une la violencia y el recuerdo, pero los distingue su coraje por ser
distintos, por querer romper con los límites mismos de la Violencia, los partidos, van al monte
y se adhieren a un grupo desconocido, impensable para la política, no están dentro de lo
simbólico de ella, son los que no tienen voz, a los que no se les escucha. Como lo dice
Rancière, un grupo de desidentificación se prepara para formar un ser-por-venir, ahora
Aquiles y su grupo son anónimos, una ficción no solo literaria, sino también social, son la
voz de los sin voz. De esta manera, esta desidentificación que se funda sobre la base de una
nueva subjetividad, violenta el aparato simbólico de lo político, los llama a nombrar lo que
no tiene nombre, lo que está por fuera.
En segundo lugar habría que decir que esta nueva forma de subjetividad se da sobre
el presupuesto de una revolución sensible, muy presente a lo largo de la novela. Esta, se diría,
no puede dejar el elemento de viaje, regreso al origen, que constituye el elemento del orden
épico. Pero aquí el viaje es una sucesión de escenas fragmentadas, no por ello desordenadas,
pero sí al menos sin un orden lineal. Cada escena contiene una nueva repartición de lo

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sensible, una apropiación de lugares que son negados en ese Real de la Violencia, pero que
en la novela se trastocan, se subvierten y reapropian:
¿Qué les damos de comer a ellos? ¿Qué les traemos de las ciudades? ¿Un discurso
nacionalista y democrático? ¿Una práctica terrorista? ¿No nos enseñaron nada más,
Pelayo? Sí, poemas de Neruda y Vallejo, que eran revolucionarios pero no tenían
lengua de madera […]No iban a fundar la revolución. Ésa ya estaba aquí, desde
siempre. Los niños que los rodearon al pie de la montaña se lo dijeron sin abrir la
boca. Ustedes no nos van a enseñar nada. Nosotros vamos a enseñarles a ustedes.
(Fuentes, Aquiles 97).
Aquí se da esa revolución sensible: grupo guerrillero aprendiendo poemas; niños instruyendo
para la guerra; Aquiles y su grupo adaptándose al monte, a la oscuridad, al agua, al lodo, a la
vida sin mujeres. Este es tal vez el elemento épico de los personajes de la novela: la irrupción
de distintas escenas en que se subvierte un orden sensible, en que hay una reordenación de
lugares. Lo que implica, entre otras cosas, que siempre haya un movimiento de los límites:
mujer enseñando a niños pobres, el cura Filopáter dispuesto a perder la castidad en un burdel,
niño pobre del trópico irrumpiendo en el mar, antes vedado por su condición, etc. La proeza
de pensar sus formas de vida de otro modo suponía su retorno al origen, es decir, su condición
de personas renovadas, dispuestas a cambiar el orden de lo necesario, la Violencia. El retorno
a la vida no era más que afirmar su capacidad de querer salir de las cosas impuestas, del orden
natural, pero para ello tenían que construir cada uno una voluntad, porque como dice Étinne
Souriau citado por Lapoujade “[Si] es preciso tener un alma […] hay que hacerla”
(Lapoujade, Las existencias 61).
A lo largo de toda la novela resuena la pregunta «¿qué iban a hacer?» «¿Qué les
aguardaba allá en Santiago?» Pues de eso se trataba, de la pregunta, de forjarse el destino, de
instaurar una voluntad de guerreros distintos, ya no en clave de la Violencia, pues esta era su
condena, el orden que habría que subvertir, ¿acaso no era labrar la paz?
“—A las ciudades—dijo Diomedes.
—Al campo—dijo Cástor.
—Esperar — dijo Pelayo.
— Atacar —ordenó Aquiles.
Cástor:
— Aquí se empieza. No seas impaciente.” (Aquiles 162).

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Aquí se empieza dijo Cástor, en el monte, primero hay que ser de tierra, primero hay que
modificar nuestras costumbres y vivir en carne propia la guerra. En la soledad, ser seres de
dos mundos. Esta es la condición de una subjetividad política, de un grupo subversivo: la
unión de dos mundos en uno solo. ¿Quién de nosotros vive entre dos mundos? ¿Quién se ha
pensado en dos? ¿Quién puede ser doble? ¿No es acaso una condición para ser distinto y
pensarse distinto, querer ser parte de dos, tres, muchos mundos?
Aquiles y su grupo “pensaron o soñaron”, como dice el narrador, con crear una
sociedad igualitaria, esa era la fuerza para eludir el destino, el virtual que pensaban concretar,
la idea que traerían a la existencia. Pero la fuerza inexorable del destino épico y trágico se
impone: “ignorante de los límites– dice Fuentes–, el héroe épico es entregado atado de pies
y manos al azar, que lo transforma en héroe trágico: las cosas dejan de obedecerle y el héroe
se presenta desnudo ante la desgracia” (Fuentes, La lectura 33). El tránsito, o más bien el
círculo, de la inexistencia a la existencia y vuelve, abate al hombre. Pero es preciso pensar
esa inexistencia, ese virtual de pensarse de otra forma y hacer que exista, darle realidad. ¿No
es una apuesta, una forma de lucha, crearse un alma, una forma de vida propia, una voluntad?
¿No nos falta para superar la Violencia aquella instauración de vida?
Bibliografía
Fuentes, Carlos. “La lectura épica del poder”. Diálogos: Artes, Letras, Ciencias humanas,15
(2) (1979), pp. 32-34. Digital
Cortázar, Julio. Todos los fuegos el fuego. Bogotá: Norma, 1991. Impreso.
Rancière, Jacques. Política, policía, democracia. Santiago de chile: LOM, 2006. Impreso.
Fuentes, Carlos. Aquiles o el guerrillero y el asesino. Bogotá: Pengüin Random House, 2016.
Impreso
Lapoujade, David. Las existencias menores. Buenos aires: Cactus, 2017. Impreso

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