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Ver “Los muertos” de Huston es una buena cura.

Cualquier
manifestación cultural, desde un tapete de ganchillo a una instalación
alternativa en un antiguo matadero, puede servir de guía, de soporte, de
consuelo. El arte, cualquier objeto creado por un ser humano, aunque esté
hecho para matar, nos explica y nos eleva. Una pistola mata, pero ella no tiene
la culpa.
Anoche vi “Dublineses”, de John Huston, basado en el cuento “Los
muertos” de James Joyce. Ver está película me ha servido para aceptar la
fatalidad de la enfermedad; no la mía, pero que me duelo mucho más que si
fuera yo. Es una película, un cuento que conozco bien porque resume es
amezcla de lo cotidiano y lo extraordinario, mezclados, agitados, donde no hay
posibilidad de aislarle, de negar alguno de ellos.
Las hermanas Morgan reciben a sus invitados asiduos a su fiesta anual
de Epifanía. Primero, una recepción con baile, luego una cena íntima para un
grupo de familiares y amigos cercanos. Su sobrino ejerce de anfitrión, aunque
vive a cierta distancia en carruaje, y ese año va a quedarse a pasar la noche en
un hotel junto a su esposa, GREta, para no cruzar las carreteras en plena
nevada de enero.
Un acto social, alegre, entre amigos, relajados, donde todo el mundo se
conoce bien, todo el mundo recuerda. Y todos sabemos que los recuerdos
terribles suelen ser más poderosos que los triviales. O más bien que los
segundos ocultan a los primeros. Las canciones y las anécdotas, el homenaje
sentido del sobrino a sus tías y su prima, profesoras de piano, las
confesiones… se suceden y al ir adelgazando el público, al ir extendiéndose la
noche, esa línea rígida entre la alegría festiva y los recuerdos devastadores se
va cuarteando.
Y llega el momento en que que me agarré para aceptar la fatalidad:
Greta, una esposa y madre ejemplar, amable y encantadora, se queda sola
mientras espera su coche y sale a la escalera. Uno de los invitados entona “La
doncella de Aunghrym”. LA realidad estalla. Incluso su marido, el sobrino, el
anfitrión, el niño preferido de las señoras de la casa, se da cuenta que su
mujer ya no está ahí, está en un mundo distinto al cual no puede acceder.
No contaré lo que viene después, sólo decir que hay que aceptar a los
muertos porque forman parte de nuestra vida, parte de nosotros mimos,
queramos o no. No es una excusa para lamentarse, es un hecho para disfrutar
de todo lo que tenemos. Aceptar la mortalidad. Greta tiene que enfrentarse al
pasado que oculta esa canción, algo que ha querida olvidar. Pero nunca se
olvida, se aparte, se obvia, pero todo permanece. Es más hermoso aceptar la
muerte, no arrinconarla, y aceptar con ello la vida.

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