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deran que son la cultura y el lenguaje los que modelan la realidad. Entien-
den que la mayor parte de los caracteres o fenómenos de la realidad que
contemplamos como naturales son meras construcciones sociales. Desde la
diferenciación sexual a la propia naturaleza.
El postestructuralismo se perfila como una crítica a la racionalidad
de la Ilustración. Alimenta una corriente intelectual en la que destacan au-
tores como J. Baudrillard y J. F. Lyotard, de acentuado antirracionalismo.
Se distinguen por la denuncia del discurso científico. Rechazan las teo-
rías estructurales, las concepciones de carácter universal. Denuncian los
presupuestos sobre los que se ha construido el mundo moderno, es decir,
el sujeto racional, la razón y el conocimiento científico, identificado con
la verdad.
Esta cultura, surgida en la proximidad o dentro de los círculos ideoló-
gicos de izquierda, como una crítica al capitalismo y al racionalismo posi-
tivo y tecnocrático en que se apoya el sistema social capitalista se transfor-
ma, de forma progresiva, en una crítica ideológica y política, a las filoso-
fías, ideologías y prácticas de los movimientos de izquierda. Se convierte en
una crítica a la izquierda, a sus discursos y a sus fundamentos teóricos,
en particular al marxismo, identificados con la modernidad. La crítica de-
riva hacia la modernidad como cultura racionalista y científica. Por extensión,
hacia el racionalismo y la ciencia.

2. La condición posmoderna: de la teoría postestructuralista


al posmodernismo
Las propuestas críticas de estos autores dan forma a lo que uno de
ellos denominará «la condición posmoderna» (Lyotard, 1984). La condición
posmoderna es para Lyotard «la condición del saber en las sociedades más
desarrolladas». Estado cultural que asocia al resultado de las «transforma-
ciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura
y de las artes a partir del siglo XIX» .
La consecuencia principal de esas transformaciones es, para el filóso-
fo francés, la crisis de la ciencia -entendida como discurso verdadero, im-
puesto sobre el simple relato precientífico-. Crisis por cuanto la ciencia se
legitima en lo que él llama un metarrelato, que asocia a una filosofía de la
historia. El rasgo definitorio de lo posmoderno es precisamente «la incre-
dulidad con respecto a los metarrelatos».

2.1. LA NEGACIÓN DE LO UNIVERSAL

La crítica es frontal a cualquier pretensión de carácter teórico con va-


lor universal. Se produce una negación de los relatos totalizadores, deno-
minados metarrelatos. El rechazo se produce por igual respecto de los de ca-
rácter social e histórico, como el marxista, o del tipo del psicoanálisis. Se
generaliza la crítica a los universales sociales -como las clases sociales y

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la lucha de clases-. Se une al rechazo de las metodologías de carácter úni-


co o excluyente. Como consecuencia, deriva hacia el rechazo de la ciencia
y su pretensión de ser una forma superior de conocimiento.
El criticismo se define frente a las filosofías racionalistas. Se pone en
cuestión sus concepciones totalizadoras y sus pretensiones de identificarse
como el saber absoluto. Se trata de la negación de la cultura única y del im-
perio del conocimiento científico. Se le achaca el carácter unidimensional
impuesto por la razón científica.
Se instaura la desconfianza respecto de la objetividad que distingue el
racionalismo. Se proclama incluso la inexistencia del conocimiento objeti-
vo. Se niega por tanto uno de los fundamentos del conocimiento científico.
Se reivindica la subjetividad y la consideración de los factores subjetivos
que acompañan la producción del conocimiento objetivo. Frente a la idea
de la objetividad, se plantea una llamada de atención relativista. La con-
ciencia de los límites de la objetividad racionalista y la percepción del
contexto constituyen componentes relevantes en una nueva visión del pro-
ceso de conocimiento y de la objetividad.
Son los rasgos básicos del pensamiento posmoderno. El posmodernis-
mo se presenta como una propuesta cultural liberadora frente a la imposi-
ción de modelos de ciencia, modelos sociales o modelos de pensamiento. Se
propone frente al mundo estructurado y controlado de la razón y del capi-
talismo, que se identifica con la modernidad. El reclamo de la libertad fren-
te a una concepción sacralizada de la ciencia, que ha dominado la cultura
occidental, aparece como un elemento central del posmodernismo.
Es la reivindicación del individuo, de un individualismo, que se pre-
senta como espacio de la libertad y de un pensamiento abierto y no re-
primido. Reivindica, frente al sujeto racional de la Ilustración, de rango
universal, o frente al sujeto social marxista, el sujeto particular, el indivi-
duo, definido por la diferencia, por la identidad. Proclaman lo que se co-
noce como la muerte del sujeto.
La muerte del sujeto pensante, propio de la Ilustración, arraigado en
Descartes constituye uno de los rasgos sobresalientes del postestructuralis-
mo como teoría crítica. Es decir, el individuo con autonomía capaz de jui-
cio racional sobre el mundo, que puede tomar decisiones racionales, iden-
tificado con el ego. Es este sujeto el que sustentaba la relación racional con
el exterior, y que permitía considerar la subjetividad como un rasgo del in-
dividuo, fundamento del estilo en el sentido artístico del término.
Lyotard destaca que el «sujeto social se disuelve». El poder, las institu-
ciones, imponen en cada segmento social e institucional un área de expre-
sión que marca lo que se puede decir y lo que no y de qué modo. Cada uno
de estos segmentos -militar, policiaco, electoral, académico, legal, por
ejemplo- produce y consume un tipo particular de conocimientos. Cada
uno opera al margen de la totalidad social. Representa la apertura hacia los
márgenes de la sociedad. La cárcel, el hospital, el manicomio, la escuela,
aparecen como puntos del poder, como espacios distintos. Cada uno de ellos
con su propio discurso particular. Este discurso particular se impone por
encima de las teorías totalizadoras.

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Se trata de argumentos que había adelantado M. Foucault en la bús-


queda de los pilares del poder y sus mecanismos de dominio, así como de
los resortes de resistencia que se generan frente a él. Resaltaba Foucault la
importancia de las micropolfticas del poder a través de muy diversas locali-
dades -o espacios- y situaciones sociales. Operan al margen de estrate-
gias globales, como construcciones locales, autónomas.
Supone la apertura hacia las situaciones y los lugares concretos: los es-
pacios de la mujer, de las minorías, de los movimientos locales, de los ho-
mosexuales, entre otros. Supone el desplazamiento hacia las prácticas con-
cretas, los discursos específicos, de estos microespacios. Perspectivas que
habían proporcionado especial relevancia a la obra de Foucault a finales del
decenio de 1960 y en el de 1970.
Como consecuencia, el posmodernismo sostiene una propuesta de
apertura hacia componentes sociales que el racionalismo positivo y sus si-
métricas formas de pensamiento, habían desconsiderado. Desde la diversi-
dad a la marginalidad. Perspectivas con las que alimenta, durante estos de-
cenios, la reflexión y la práctica dentro de las ciencias sociales

2.2. LA FRAGMENTACIÓN DEL SABER

La posmodernidad, como señala Lyotard, significa lo diferente, el pe-


queño relato vinculado con la vivencia. Es la reivindicación de lo parcial,
de lo singular, de lo individual. La experiencia queda reducida al presente
y a una suma de presentes inconexos y fragmentados. La memoria carece
de sentido y la Historia también. Se niega la continuidad histórica y la his-
toria queda reducida a arqueología del saber, donde lo que importa es el
discurso, sus reglas, sus enunciados, más que sus contenidos. Frente a la
historia total, frente a la historia como globalidad, frente a la historia uni-
taria, frente a la historia con sentido, que distingue las concepciones domi-
nantes durante la modernidad, la reivindicación de las historias, como sim-
ples fragmentos históricos, historias parciales o locales.
El posmodernismo predica el final de la Historia como discurso tota-
lizador, como devenir universal. Se sitúa frente a la tendencia racionalista
del metarrelato, de la gran estructura, que ha sido el núcleo de la com-
prensión social del devenir humano. Proclama la reducción a relatos par-
cializados, relatos singulares, microhistorias o biografías. El posmodernis-
mo rompe con, y denuncia, los grandes sistemas o esquemas de interpre-
tación histórica.
El posmodernismo aparece, para Lyotard, como el estado de crisis de
la legitimidad del conocimiento y como un proceso de desestabilización
de las teorías del gobierno social (Lyotard, 1984). Crisis por tanto del mar-
xismo, de la sociología funcionalista, de la teoría de sistemas, del modelo
orgánico de la sociedad y del psicoanálisis.
Una reivindicación que afecta también al mundo de los comporta-
mientos y relaciones sociales. Las grandes organizaciones son presentadas
como producto de esa racionalización modernista. Las grandes estructuras

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organizativas de carácter social, sean partidos, sean sindicatos, entre otras,


quedan en entredicho. Con ellas las grandes adhesiones, la militancia como
una forma de adscripción social. Es decir, lo que ha sido una de las carac-
terísticas del mundo moderno, en la política, en el mundo sindical, bajo el
signo de las organizaciones de masa.
Postula el posmodernismo la preeminencia del discurso parcial, de los
conceptos particulares, frente a los universales que han caracterizado el
pensamiento moderno. Se asienta sobre la negación de tales universales. Se
constituye sobre lo particular, lo individual, lo contingente, lo circunstan-
cial. Siempre en el contexto de un pensamiento «débil», no formalizado ni
teorizado. El posmodernismo resulta así una filosofía de la individualidad,
del individuo como isla, que convierte la sociedad en un archipiélago social.
Todo ello en el marco de un cierto hibridismo de pensamientos, en un mar-
co general de encrucijada de filosofías, en una situación en la que la inde-
finición forma parte de la vida social.
Lo que el posmodernismo viene a proclamar es la imposibilidad de es-
tablecer una imagen única del mundo, una representación unificada. Re-
duce la capacidad de acción sobre un mundo fragmentado, que se nos pre-
senta, además, en fragmentos, a un simple pragmatismo. Pragmatismo vin-
culado al relativismo y, en cierto modo, al derrotismo, y por tanto, a la inac-
ción, en el marco de una situación personal y social caracterizada por la es-
quizofrenia, que aparece como el producto directo de la sociedad. La acción
queda circunscrita a cada personal entorno.

3. Las raíces de la posmodernidad: las filosofías del sujeto


La filosofía del posmodernismo, como actitud crítica respecto del ra-
cionalismo positivo y de la cultura racionalista de la burguesía industrial,
tiene antecedentes que arraigan en el pasado. El pensamiento posmoderno
no es, en este sentido, nuevo. Rezuma elementos conocidos, como destaca-
ba Lain Entralgo en un artículo periodístico.
El pensamiento posmoderno se sostiene sobre un legado que, bajo di-
versas formulaciones, acompaña al propio desarrollo de la cultura moder-
na. El movimiento posmoderno no deja de ser un rebrote del gran movi-
miento irracionalista de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Se
inscribe en esta tradición irracionalista. Lo que le hace distinto, sin embar-
go, es su inscripción en coordenadas históricas radicalmente nuevas.
La modernidad se presentaba como el tiempo nuevo de la Razón y de
la ciencia. Tiempo de progreso y de liberación respecto del conjunto de ser-
vidumbres y ataduras que distinguían el mundo antiguo. El discurso mo-
derno se formulaba, desde sus orígenes, bajo apariencias de progreso, en
términos de confianza y optimismo hacia el futuro. La experiencia poste-
rior ha resultado ser contradictoria. El avance científico y la racionalidad,
apuntan los críticos, no han servido para liberar a la humanidad y a cada
ser humano de las viejas cadenas. Han introducido a la humanidad en una
dramática aventura de destrucción, opresión y envilecimiento.

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La historia de los dos últimos siglos aparece como una experiencia dra-
mática que ha roto la esperanza en la ciencia y la razón y ha generado des-
confianza y angustia ante el futuro. Resaltar las contradicciones del desa-
rrollo moderno y del discurso de la modernidad constituye una constante
de una parte del pensamiento occidental desde finales del siglo pasado. Se
convierte en una crítica global a las concepciones históricas progresistas, al
primado de la ciencia y de la razón: «Hemos podido comprobar -nuestro
siglo ha sido pródigo en demostraciones- que la Historia progresiva en la
que tantas veces se ha confiado no es más que una superstición que arras-
tra consigo un número elevado de equívocos y desatinos; entre éstos se en-
cuentran los que se refieren al indiscutible primado de la ciencia -con sus
consabidos y extremosos apremios teóricos y metodológicos- y la bene-
factora mediación de la técnica, al rendido tributo reclamado para el cam-
bio y el futuro y a la indisimulada exaltación del profetismo revoluciona-
rio» (Ortega Cantero, 1987).
De acuerdo con esta perspectiva crítica, la modernidad descansa, bajo
el discurso progresista y optimista ilustrado, sobre un dinámico tigre que
utiliza ciencia y razón para su propio desenvolvimiento. Es el capitalismo
industrial. La razón deviene instrumental como la ciencia, al servicio de un
sistema social cuyo eje es la producción de mercancías y beneficio, en el
marco de una competencia feroz entre sus agentes.
Se presentaron como necesarias y obligadas servidumbres del pro-
greso, como la franquicia a pagar en la vía de la liberación. Eran el lado
oscuro de la modernidad que acompañaba la instauración de la sociedad
moderna. Es lo que se ha denominado destrucción creativa. Sin embargo,
para estos críticos, la explotación, la opresión, la desigualdad, la miseria,
la violencia, la guerra, acompañan el excepcional proceso de construc-
ción de las sociedades capitalistas, como una necesidad, no como un ac-
cidente.
El dominio de la naturaleza por el Hombre ha adquirido dimensiones
totales, en el ámbito del conocimiento y de la técnica. El avance científico
no se ha detenido. No obstante, sus beneficios, ni alcanzan a todos ni ase-
guran el bienestar general, ni han roto las cadenas del sufrimiento huma-
no. Por el contrario, han supuesto la aparición de nuevos riesgos derivados
de ese mismo dominio técnico sobre la naturaleza, cuyo equilibrio se ve
amenazado, cuyos recursos desaparecen. Las desgarraduras derivadas del
proyecto modernista en su encarnación capitalista se traducen en aliena-
ción, individualismo, fragmentación, contradicciones entre producción y
consumo. Acompañan el desarrollo capitalista como criatura suya. Argu-
mentos que forman parte del pensamiento crítico desde la Escuela de
Frankfurt.
El postestructuralismo viene a retomar o impulsar una vieja corriente
crítica y reacción social frente a las desmesuras del desarrollo capitalista.
Los nuevos brotes de una vieja corriente se asientan, no obstante, en un
nuevo contexto social.

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4. Posmodernismo: la cultura de la sociedad de consumo

El posmodernismo evoca, como se ha dicho recientemente, una «expe-


riencia histórica particular, que arraiga en un contexto histórico específico»
(Benko, 1997). Una experiencia vinculada con un cambio intelectual que
afecta al conjunto de lo que había sido la cultura humanista occidental. El
posmodernismo combina una «lógica cultural» que favorece el relativismo y
la diversidad.
Constituye un conjunto de «procesos intelectuales» que proveen al
mundo de estructuras fluidas y dinámicas de pensamiento. Supone el de-
sarrollo de un movimiento de cambio fundamental dentro de la condición
moderna -crisis de los sistemas productivos, incremento del desempleo,
abandono de la historicidad ante la atemporalidad de lo efímero, crisis del
individualismo moderno, omnipresencia de una cultura de masas narcisis-
ta, entre otros- (Benko, 1997).
Al mismo tiempo, la posmodernidad se esboza como una reivindica-
ción de nuevos valores y actitudes, y se presenta como la cultura de una
nueva época, de la sociedad de consumo, de los nuevos medios de comuni-
cación de masas, la del mundo de la cibernética y la información. La cul-
tura de la sociedad de la información.
Tras las propuestas posmodernas subyace una justificación histórica y
social. Se trata de la vinculación con un cambio social profundo, con la apa-
rición de una nueva sociedad, con el desarrollo de nuevas posibilidades, con
una verdadera revolución científico y técnica, que tiene especial relevancia
en el mundo de la información y en la esfera del consumo.
Para todos los autores implicados, el posmodernismo se vincula a una
sociedad de la información, a las posibilidades de producción, análisis y
transmisión que permiten las nuevas técnicas. J. Lyotard y A. Touraine lo
denominaron la sociedad postindustrial. Se resaltaba la primacía de la in-
formación, «principal fuerza de producción» de la sociedad moderna. La
era de la información que perfila la sociedad del presente y, sobre todo, la
del futuro (Castells, 1996). La sociedad de la información es otro término ha-
bitual para identificar esta nueva etapa.
Sociedad postindustrial o sociedad de la información se presentan
como una sociedad de consumo. Éste moldea y modifica los comporta-
mientos, los valores, los conceptos, la producción, hasta convertirse en el
eje de la organización social. El consumo modifica el valor de los obje-
tos, que aparecen como signos, y altera las relaciones sociales. Éstas apa-
recen sometidas al influjo de las percepciones que los individuos poseen,
en relación con los valores introducidos por este nuevo elemento que es
el consumo, en una sociedad de la información. Ésta ha alterado la rela-
ción entre significado y signo, entre mensaje y medio, manipulados y re-
combinados de forma permanente.
Consumo e información definen las nuevas coordenadas sociales. La
sociedad de consumo adquiere nuevas dimensiones y caracteres, mediati-
zada por el hecho mismo del consumo, según Baudrillard, principal teóri-
co de este tipo de sociedad.

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Sociedad de consumo que reduce el valor de los productos cultura-


les a simple valor de cambio, a mercancía. La cultura pierde los caracte-
res diferenciados del pasado. El valor mercantil absorbe los valores his-
tóricos y sociales de la cultura. La sociedad posmoderna reduce la cultu-
ra a mero producto de consumo, como resaltaba A. Touraine. En este
marco social, la figura del creador queda desdibujada; la autoridad del
experto y del productor se difuminan. Su discurso se rompe o desapare-
ce. Se impone el consumidor. Su elección, sus motivaciones, sus códigos
marcan la nueva cultura, la de la posmodernidad, sustentada en el nue-
vo marco postindustrial, cibernético, de comunicación de masas y de téc-
nicas audiovisuales.
Se trata, según el planteamiento posmoderno, de un nuevo tipo de so-
ciedad. El rasgo relevante de la misma es que el consumo y la actitud con-
sumista «se convierten en el núcleo moral de la vida, el vínculo integrador
de la sociedad y el centro de gestión del sistema» (Rodríguez y África, 1998).
El sometimiento al mercado del conjunto de la vida social adquiere carác-
ter determinante.
De acuerdo con las propuestas de E. Mandel, representa la incorpora-
ción de la cultura a «la producción general de mercancías», a través de lo
que ha venido a llamarse industria cultural. El capitalismo tardío aparece
abocado a producir deseos, a crear necesidades, a estimular anhelos, a pro-
mover comportamientos y actitudes de consumidor, en orden a sostener sus
mercados. Es decir, a seducir, en orden a facilitar el control social y la in-
tegración del individuo en el sistema social. Seducción apoyada en la reali-
dad virtual, en los signos.
El mundo de los signos sustituye al mundo real. Los signos sustituyen,
gracias a los nuevos medios de comunicación de masas y a las nuevas téc-
nicas, a los objetos reales. Éstos son sustituidos por los códigos que esta-
blecen los medios de comunicación. Una hiperrealidad construida, cuyo
soporte es la televisión, se impone a la realidad material, según Baudri-
llard. Códigos y modelos de esta hiperrealidad se imponen a las conductas,
modelan la sociedad y sus relaciones. Introducen un nuevo tipo de socie-
dad y realidad, basada en la simulación, que limita la capacidad de res-
puesta de las conductas individuales. Son la representación o encarnación
del poder real.
La posmodernidad se identifica con la hipermodernidad, como la eta-
pa en que la aceleración de los procesos productivos, incluso en la cultura,
les condena al consumo frenético. La modernidad se reduce a un proceso
de producción justificado en la novedad que condena los productos a una
inmediata vejez.
La posmodernidad se presenta como la cultura nueva de una nueva
época histórica, como la alternativa a la modernidad, como el resultado de
la propia razón histórica. Para Lyotard, el posmodernismo no es sino el
fundamento de una nueva época. Se parte de la hipótesis de que «el saber
cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad
llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada posmoderna»
(Lyotard, 1994).

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Para este representante destacado del posmodernismo se sitúa este


proceso en la segunda mitad del siglo XX, en el momento en que termina la
reconstrucción europea. Las múltiples expresiones que buscan sintetizar
este cambio social, como sociedad industrial, sociedad de la información,
sociedad de consumo, o sociedad de masas, confluyen en la misma idea de
un corte histórico que supondría un cambio radical de época.

5. Posmodernidad y capitalismo

Explicar el fenómeno posmoderno, comprender sus raíces y condicio-


nes, desborda el análisis del discurso posmodernista. Se trata de ubicarlo
desde una perspectiva histórica de entender la lógica profunda de este mo-
vimiento y su alcance. La diversidad de enfoques e interpretaciones consti-
tuye un rasgo notable del pensamiento actual. Se trata de dilucidar si esta-
mos ante una nueva época, la posmodernidad, fruto de un corte radical con
el pasado y sus fundamentos, es decir, la modernidad, o si sólo se trata de
un nuevo ajuste en el desarrollo de la propia modernidad o del capitalismo.
El posmodernismo puede considerarse desde estas dos perspectivas o
plataformas distintas. Como el final de una trayectoria, enfoque que predo-
mina entre los más destacados representantes del movimiento, que resaltan
la discontinuidad con el pasado y establecen la ruptura con el mismo y el
inicio de una nueva época. O como una etapa del desarrollo de la moder-
nidad, o más aún, como la expresión de la evolución del propio capitalis-
mo. Del capitalismo tardío, como lo planteaba F. Jameson, o del posfordis-
mo, como lo ubica el geógrafo D. Harvey, uno y otro desde postulados crí-
ticos, de raíz marxista.
El análisis del posmodernismo desde posiciones críticas con sus pos-
tulados se orienta a ubicar el fenómeno cultural y sus premisas en el mar-
co histórico. En unos casos, desde planteamientos que reducen su signifi-
cado al de un epifenómeno cultural. En otros como un producto de aco-
modación del capitalismo avanzado a la crisis del modelo fordista. Para al-
gunos, desde una perspectiva reivindicativa del legado ilustrado y crítica
con los principios irracionalistas posmodernos. Sin embargo, en general se
tiende a contemplar la posmodernidad como una etapa histórica que res-
ponde a nuevas condiciones. El espíritu posmoderno ha penetrado en mu-
chos de sus críticos.
Como apunta un destacado pensador alemán actual, los términos de
posmodernidad y posmoderno, en el marco de las ciencias sociales, adole-
cen de una notable opacidad. Como otros equiparables, forman parte de
una red de conceptos que formulan o insinúan la ruptura con un pasado, a
través del prefijo post: postindustrial, postestructuralismo, posracionalismo,
posmoderno.
Lo que les caracteriza, de forma más destacada es la coincidencia en
la idea del final del proyecto histórico moderno, es decir, el proyecto his-
tórico de la Ilustración. Incluso, el final definitivo del «proyecto de la ci-
vilización occidental» (Wellmer, 1992). El carácter equívoco de lo pos-

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moderno, permite, también, contemplarlo como «el perfil de una moder-
nidad radicalizada», es decir, como la realización del proyecto moderno
o ilustrado.
De forma creciente, se observa también una tendencia a resaltar el ago-
tamiento del discurso posmoderno. Aumentan las voces críticas que seña-
lan la pérdida de impulso de los postulados postestructuralistas y la persis-
tencia de los valores de la modernidad.
La interpretación histórica del posmodernismo se produce pronto, en
los inicios del decenio de 1980. Los esfuerzos más destacados de desentra-
ñar su significado surgen desde el ámbito de la cultura. La reflexión más
consistente y continuada es la de Jameson.
Para Jameson, el posmodernismo constituye la cultura dominante del
capitalismo tardío. Ubica el fenómeno cultural en el marco teórico de la tra-
dición económica marxista y del pensamiento de la Escuela de Frankfurt. El
concepto de capitalismo tardío fue elaborado para diferenciar el capitalismo
contemporáneo del capitalismo monopolista, propio de finales del siglo XIX .
El capitalismo tardío abarca los fenómenos más significativos de los
cambios de la segunda mitad del siglo XX . Identifica la nueva división in-
ternacional del trabajo, las nuevas dimensiones del capitalismo financiero,
la aparición y desarrollo de los modernos medios de transporte y comuni-
cación, así como la informática e implantación de una economía mundial.
El rasgo significativo, para Jameson, es que estos fenómenos sustentan
una teoría social de la nueva época. En ella subyace la pretensión de que se
ha acabado el primado de la producción y la lucha de clases. Como conse-
cuencia, es el final de las ideologías, del arte, de las clases sociales, del Es-
tado del bienestar, del leninismo, de la socialdemocracia. Un final vincula-
do con el declive del modernismo o modernidad.
Jameson entiende que el nuevo concepto de posmodernismo respon-
de a la necesidad de «coordinar nuevas formas de práctica y hábitos so-
ciales y mentales -lo que se denomina estructura de sentimiento- con las
nuevas formas de producción y organización económicas que produjo la
modificación del capitalismo -la nueva división global del trabajo- en
años recientes».
En consecuencia, se caracteriza por la crítica de lo que han sido los
grandes modelos del pensamiento occidental. Por un lado, el dialéctico mar-
xista, que opone esencia y apariencia con sus conceptos de ideología y fal-
sa conciencia. Por otro, el existencialista, basado en la autenticidad y en los
conceptos de alienación y desalienación. Por último, el semiótico, centrado
en la oposición entre significado y signo.
Frente a tales modelos, el posmodernismo propugnaría lo que denomi-
na modelos de superficie. En éstos prima la ilusión, la desaparición del sen-
tido de la historia, la primacía del instante, transportado por redes infor-
máticas y por el flujo de imágenes de las modernas comunicaciones, en re-
lación con la expansión del capital transnacional.
El posmodernismo, para Jameson, refuerza la lógica capitalista. No se
trataría de una alternativa sino de una adaptación. «La posmodernidad no
es la dominante cultural de un orden social completamente nuevo (que con

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el nombre de sociedad post-industrial ha circulado como un rumor en los


medios de comunicación) sino sólo el reflejo y la parte concomitante de una
modificación sistémica más del propio capitalismo» (Jameson, 1996).
En el ámbito de la geografía y con alcance cultural amplio, la reflexión
más elaborada la realiza D. Harvey. Para D. Harvey, el posmodernismo iden-
tifica un cambio en las prácticas económicas, políticas y culturales, que se
manifiesta a partir de la década de 1970. Destaca cómo las nuevas condi-
ciones o patrones en la organización espacio-temporal del capitalismo, se-
rían caracteres 'determinantes de la extensión de la «filosofía» posmoder-
nista. Relaciona ésta con la aparición de nuevas perspectivas en la expe-
riencia del tiempo y el espacio (Harvey, 1989).
Resalta la coincidencia de este ascenso de formas culturales posmo-
dernistas con el desarrollo de formas más flexibles en los modos de acu-
mulación del capital. Según Harvey, el posmodernismo expresa el campo
ideológico del capitalismo posfordista. El fordismo representaba, desde su
implantación en 1914 en Michigan, en las plantas de montaje de automó-
viles, el nuevo capitalismo industrial basado en la producción en masa. Con
su regulación del tiempo de trabajo y de las relaciones laborales, con el sis-
tema de cinco dólares-hora y ocho horas diarias, H. Ford introducía un nue-
vo sistema de organización industrial, de economía y de equilibrio social.
Suponía «el reconocimiento explícito de que la producción en masa
exige consumo en masa, un nuevo sistema de reproducción de la fuerza de
trabajo, nuevas políticas de control y gestión del trabajo, una nueva estéti-
ca y psicología, en resumen, un nuevo tipo de sociedad democrática, popu-
lista, modernista y racionalizada» (Harvey, 1989). Su contrapartida social
era el equilibrio entre diversos poderes institucionales, desde las grandes
corporaciones empresariales a los sindicatos y al Estado. Hizo posible el es-
tablecimiento y reconocimiento de un sistema de reglas o compromisos que
garantizaron, durante estas décadas, un estable proceso de acumulación ca-
pitalista, basado en un cierto consenso social.
Se reconocía a los sindicatos de clase en los grandes países capitalis-
tas un protagonismo social en ciertas esferas. Este protagonismo en la ne-
gociación de salarios mínimos y seguridad social, y en la promoción labo-
ral, entre otras cuestiones, significó, en contrapartida, una actitud colabo-
radora con el capital. Se rompía la resistencia obrera mantenida con ante-
rioridad a la segunda guerra mundial, sobre todo en los Estados Unidos.
Los sindicatos se convertían en instrumentos de educación de los trabaja-
dores en la disciplina del trabajo en serie y respecto de las nuevas formas
de gestión y control del trabajo.
Diversos factores determinan, a partir de finales de la década de 1960, en
que aparecen los primeros componentes de desequilibrio, y sobre todo, con la
crisis de la energía de 1973, la quiebra del sistema fordista keynesiano. Las
nuevas condiciones económicas obligan a una reestructuración rápida, econó-
mica, en las empresas, a severos y continuados reajustes políticos y sociales.
Las empresas industriales se ven forzadas a ajustar sus capacidades
productivas, afectadas por el exceso de capacidad productiva, en un marco
de competencia agudizada. Deben racionalizar los procesos de producción

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y gestión. Tienen que reestructurar e intensificar el control de la fuerza de


trabajo, con drásticas reducciones de empleo. Han de incorporar nuevas
tecnologías, con la automatización, y buscar nuevos productos, nuevos mer-
cados. Diversifican su implantación geográfica, en busca de mercados de
trabajo más favorables. Han de acelerar el período de circulación del capi-
tal, en una lucha continuada por sobrevivir en condiciones económicas des-
favorables. El consenso fordista se quiebra. Se impone e instaura un nuevo
régimen de acumulación. Éste va «acompañado por nuevos sistemas de re-
gulación social y política».
El nuevo sistema de acumulación flexible significó la implantación de
un complejo sistema cara al mercado de trabajo, a los productos, a los ti-
pos de consumo. Significa la aparición de nuevos sectores de producción,
nuevas vías de financiación, nuevos mercados. Supone, sobre todo, mayo-
res y crecientes tasas de innovación comercial, técnica y organizativa. En
este contexto estructural, para Harvey, siguiendo a Jameson y Newman, «el
posmodernismo no es sino la lógica cultural del capitalismo tardío». Un
análisis y conclusiones que colocan el movimiento posmoderno en el cauce
de la modernidad, en el seno del propio capitalismo, como un producto de
su desarrollo.
Desde otras perspectivas, el posmodernismo aparece como la cultura
que surge de la quiebra del pensamiento moderno, sea en su versión posi-
tiva o en su versión crítica o revolucionaria. Constituye por ello, tanto una
cultura alternativa como la consagración cultural del pensamiento y los
postulados ideológicos del capitalismo triunfante, como lo sugiere A. Tou-
raine, que sintetiza algunos de los componentes significativos del movi-
miento posmoderno.

6. El posmodernismo: interregno y moda cultural


El decenio final del siglo XX no ha significado la imposición definitiva
del posmodernismo, aunque ésta fuera la imagen dominante unos años an-
tes (García Ramón, 1989). La cultura posmodernista parece decaer en su
fortaleza inicial. Se aprecia un proceso múltiple de reacción crítica.
La presunta muerte del modernismo no ha supuesto la sustitución
por un modelo cultural contrapuesto. Se trata más bien de un «interreg-
no», de una situación transitoria, en la que se esbozan algunas líneas bá-
sicas de evolución. Aparecen voces críticas, que dudan del final del mo-
dernismo (Friedman, 1989). Otras constatan, avanzado el último decenio
del siglo XX, el agotamiento del modelo posmoderno y la quiebra de sus
postulados. La nueva cuestión sería: «Y después del modernismo, ¿qué?»
( Rodríguez y África, 1998). Se plantea, en definitiva, el significado histó-
rico del movimiento, su aportación teórica y crítica y su legado al pensa-
miento crítico moderno.
La crítica aborda la cuestión esencial de la concepción textual y de la
de-construcción como horizonte epistemológico. La puesta en cuestión de
la lógica de-constructiva aparece en el decenio de 1990, desde diversos plan-

258 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

teamientos. Se trata de críticas también a la concepción interpretativa que


subyace en el postestructuralismo desde el punto de vista del conocimien-
to. En gran medida, esta crítica surge del propio estímulo o revulsivo que
los teóricos postestructuralistas han generado con su abordaje de los prin-
cipios de la lustración, la racionalidad positiva y el racionalismo dialéctico.
Desde otros frentes, en este caso el científico, surgen las críticas de fon-
do al pensamiento posmoderno. Desde el campo científico se denuncia que
los grandes postulados del posmodernismo se sostienen sobre «una amplia
y profunda ignorancia de la ciencia» y sobre un lenguaje oscuro e irrelevan-
te que permite ocultar la vaciedad de su discurso. Se le descubre falto de ri-
gor, críptico e incluso ignorante (Sokal, 1997). Se le acusa de un relativismo
que pone en entredicho el propio conocimiento, al igualar el saber empírico
y científico con cualquier otro, mágico, religioso, o de otra estirpe.

6.1. LA REIVINDICACIÓN DE LA HERENCIA ILUSTRADA

El esbozo de un movimiento de reacción frente a las propuestas pos-


modernas y de una reivindicación del pensamiento racionalista parece
asentarse en la perspectiva de finales del siglo XX . Una reivindicación del
conocimiento científico, que surge desde las ciencias naturales y desde las
ciencias sociales. El rasgo más significativo de estas reacciones es la con-
fluencia en ellas de las dos grandes corrientes del racionalismo moderno,
positivista y dialéctico; y la doble componente, científica y política -o ideo-
lógica- que presenta (Epstein, 1997).
La reacción frente al movimiento posmoderno se asienta frente a la
progresiva confusión ideológica que tiende a identificar posmodernismo
con pensamiento progresista. Desde posiciones de izquierda, en Estados
Unidos, surge el rechazo hacia un tipo de cultura irracionalista extendida
entre los movimientos sociales y políticos americanos. La confusión exis-
tente en estos movimientos sociales, respecto de los planteamientos pos-
modernos, permite el desarrollo de propuestas en las que el irracionalismo
domina por completo. Los críticos señalan, de forma destacada, el caso de
los movimientos feministas, el ámbito de la identidad étnica, las minorías
culturales. La adopción y defensa de postulados anticientíficos, de argu-
mentaciones de índole irracional, ha venido a ser uno de los detonantes de

y Bricmont, 1997).
esta creciente reacción y distanciamiento frente al posmodernismo (Sokal

El rasgo más destacado es la coincidencia en reivindicar el legado de


la Ilustración. Se pone de manifiesto que «el proyecto ilustrado y el con-
cepto de razón crítica sobre el que pivota contiene en sí mismo los medios
para llevar a cabo su propia autocrítica» (Amorós, 1999). Significa recono-
cer que los principios críticos de la razón, elaborados por la Ilustración, si-
guen siendo el fundamento para la crítica e interpretación de la realidad, y
del propio legado moderno.
Una formulación que sirve para reivindicar como «conquista cultural,
el sujeto racional construido por la Ilustración». Se resalta que «es en la

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 259

tradición ilustrada en la que encontramos las bases para generalizar un


tipo humano construido en torno a los saberes que hacen posible el con-
trol sobre sí mismo y sobre la sociedad... los únicos que permiten la emer-
gencia de la razón crítica, único baluarte contra las diversas formas de bar-
barie (todas de carácter colectivo) que han asolado la historia occidental»
(Ortega, 1999).
La idea de que el proyecto ilustrado permanece como un instrumento
válido es compartida, del mismo modo que la que su potencial de desarro-
llo futuro. Se resalta lo que tiene de no realizado, de acuerdo con las refle-
xiones más recientes de Habermas. En palabras de Gitlin, que «los años do-

Reivindicar la Ilustración, y con ella la modernidad, desde la pers-


rados de la Ilustración... están todavía por venir» (Gitlin, 1999).

pectiva crítica significa entender que el mismo postestructuralismo se


apoya en el legado ilustrado. Significa resaltar qué elementos significati-
vos del posmodernismo, como la reivindicación de la diferencia, los dere-
chos universales, entre otros valores, proceden del ámbito intelectual ilus-
trado. En éste se incuba el sentido critico frente a la destrucción de la Na-
turaleza. Es decir, que los cimientos de la crítica postestructuralista son
racionalistas.
La quiebra de la confianza en el progreso y en los benéficos efectos de
la racionalidad es un rasgo característico de la evolución histórica de la mo-
dernidad. Quiebra que arranca, en algunos casos, de la resistencia inicial a
admitir sus bondades, o sus presupuestos, como sucede en R. Malthus,
compartida por otros sectores que, de forma análoga, defienden el orden so-
cial anterior; pero que se produce, sobre todo, como una reacción crítica a
sus consecuencias.
La modernidad engendra a sus detractores y alimenta a sus críticos,
tanto en el campo de la filosofía como en el social y cultural. Las raíces del
movimiento «conservacionista» penetran en plena vorágine del desarrollo
capitalista en el siglo XIX, tanto en Europa como en América. En ésta como
reacción ante la épica cristiana de la conquista del Oeste, que arrasaba una
naturaleza exuberante, en que el impulso colonizador capitalista se susten-
ta sobre la ideología religiosa.
Ésta hacía de la naturaleza silvestre la expresión de lo demoniaco,
mientras identificaba la tierra colonizada, de uso agrario, con el jardín del
Edén; el colono se siente impulsado y amparado por el mandato divino de
extenderse y multiplicarse y contempla la Tierra como la posesión puesta a
su disposición por designio divino. En el viejo continente, como rechazo de
la épica progresista que arrolla el legado urbano de siglos bajo el ardor
de la piqueta, que encarna el capitalismo inmobiliario.
Las voces en Estados Unidos, de procedencia urbana, en defensa de la
Naturaleza y las de V. Hugo y P. Merimée, en Francia, en defensa del viejo
París, respondían a esa misma lógica y actitud (Kain, 1981; Ortega Valcár-
cel, 1998). Nietzsche representa, en el ámbito de la filosofía y de la cultura,
la misma actitud radical. La que descubre la entraña oculta de la moderni-
dad, su ferocidad y agresividad natural, en el marco de una lucha de todos
contra todos.

260 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA I


Esta perspectiva crítica con el postestructuralismo, respecto de la pro-
clamada invalidez de la racionalidad ilustrada, se percibe también en di-
versas vías del feminismo crítico. Éste contempla cómo se reduce a un sim-
ple objeto cultural, y pierde la dimensión de teoría social alternativa y de
sujeto social, en el marco posmoderno. La vinculación crítica del feminis-
mo con la racionalidad ilustrada constituye una tendencia perceptible que
considera útil y válida la racionalidad y que diferencia ésta de sus elabora-
ciones concretas, como puedan ser la patriarcal. Es un feminismo que rei-
vindica la consideración de que «se constituye en la coherente radicaliza-
ción del proyecto ilustrado» (Amorós, 1999).
La crítica al posmodernismo desde postulados racionalistas viene a
mostrar la constancia del debate intelectual y epistemológico que subyace
en el desarrollo de la teoría del conocimiento desde el siglo XIX . Las distin-
tas corrientes filosóficas aparecen como el telón de fondo de las orienta-
ciones dominantes en el campo de las ciencias modernas, en particular en
las ciencias sociales. La geografía no ha estado al margen de este movi-
miento intelectual, cuyas huellas son visibles en la geografía actual.
El desarrollo de la geografía como una disciplina moderna muestra, en
sus planteamientos y enfoques, a lo largo del siglo XX , la vitalidad de las dis-
tintas filosofías del conocimiento y su incidencia, más o menos directa, en
la construcción y evolución del propio discurso geográfico.

7. Las tradiciones geográficas: filosofía y geografía


La geografía moderna se ha desarrollado desde propuestas y enfoques
muy diversos. La diversidad es un rasgo notorio de la práctica geográfica a
lo largo del siglo XX y desde el último cuarto del siglo XIX. Diversidad que
se enmarca, no obstante, en algunas constantes, que podemos calificar
como tradiciones intelectuales de la geografía moderna. Algunos autores
han resaltado la existencia de estas constantes que definen los grandes cen-
tros de interés y los principales enfoques o concepciones geográficas.
La variedad de propuestas y prácticas es un rasgo distintivo de estas
tradiciones que contemplamos como acabadas construcciones homogéneas.
La variedad deriva de la propia evolución temporal, que motiva nuevas lec-
turas e interpretaciones de los viejos principios, de acuerdo con el nuevo
contexto social y cultural. La variedad surge de la diversidad de ópticas y
enfoques que conviven bajo una misma tradición.
En general, estas diversas propuestas se han articulado sobre presu-
puestos epistemológicos distintos. La adscripción positivista de algunos de
esos enfoques, la raíz kantiana de otros, muestran la estrecha implicación
de la práctica geográfica con la cultura dominante. Desde esta perspectiva
podemos contemplar estas prácticas, sean hegemónicas o no, en el contexto
de las grandes tradiciones del pensamiento geográfico, como propuestas y al-
ternativas en la configuración de la geografía como una disciplina moderna.
Las filosofías positivas, que distinguen el racionalismo científico mo-
derno, dan forma a una buena parte del desarrollo geográfico moderno. Ah-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 261

mentaron el nacimiento o fundación de la geografía como disciplina aca-


démica y como patrón de conocimiento científico, identificado con la geo-
grafía de las influencias del Medio en el Hombre. Esas mismas filosofías,
renovadas, impulsaron el desarrollo de una autoproclamada geografía cien-
tífica, en la segunda mitad del siglo XX, que conocemos como geografía ana-
lítica. Dos etapas clave en la evolución de la geografía moderna, que cubren
la mayor parte de la historia reciente de la disciplina tal y como la conce-
bimos en la actualidad.
El otro período fundamental del siglo XX está marcado por el ascenso
y hegemonía de las geografías inspiradas en las filosofías del sujeto. Se tra-
ta de las geografías del regionalismo y paisaje, así como de las geografías
humanísticas. En dos etapas distintas, una en la primera mitad del siglo y
otra en los últimos decenios del mismo, las geografías de inspiración idea-
lista configuran una tradición esencial de la geografía moderna. De tal ma-
nera que para muchos geógrafos constituye, la primera de estas etapas, la
«geografía clásica», en la medida en que se asocia al que se valora como el
patrón definitivo y más conseguido de la disciplina geográfica moderna. Las
geografías posmodernas representan la continuidad, por una parte, con esta
tradición y la incorporación de nuevas perspectivas relacionadas con los
postulados del postestructuralismo.
En el último tercio del siglo XX , una destacada corriente de la geogra-
fía moderna se ha asentado sobre las filosofías dialécticas. Las modernas
tendencias denominadas radicales, se han sustentado en las distintas filoso-
fías de carácter materialista y en las ideologías políticas asociadas con ellas.
Las ideologías libertarias, recuperadas, en parte, en los geógrafos anarquis-
tas de principio de siglo, los recientes estructuralismos han servido como
soportes para nuevos enfoques geográficos. Enfoques significativos o cons-
trucciones destacadas de la geografía actual, en el marco de la posmoder-
nidad, se asientan en esta tradición dialéctica y, en muchos casos, marxis-
ta o neomarxista.
Se configuran de esta manera las tres grandes corrientes de pensa-
miento de la geografía moderna. Se inscriben en los tres grandes troncos fi-
losóficos de la modernidad: el racionalista positivo, el racionalista dialécti-
co y el idealista. El posmodernismo, con su significado de puesta en entre-
dicho de las seguridades teóricas y su acento en lo local e individual, en la
diferencia, ha venido a replantear el discurso geográfico. Sin embargo, se
inserta en estas tradiciones. No ha significado ruptura, aunque sí ha obli-
gado a la reflexión y revisión. En parte como una posibilidad de renovación
y como un impulso; en parte, como una interrogante. Viene a plantear el
valor de la geografía en el mundo actual. Una cuestión permanente desde
los inicios de la geografía moderna.

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