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David Montaño

Gotas para arriba


Dos experiancias agroecológicas en la
coyuntura agraria colombiana
Indice

El Campo en el ojo de la tormenta 7

Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la


tierra. I 15

Como el salmón. I 49

Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la


tierra. II 81

Como el salmón. II 111

La vida crece, si se le da el espacio 131

Bibliografía 137
El campo en el ojo de la tormenta

El campo en el ojo de la tormenta

Ahora mismo cuando usted lee estas líneas, mil millo-


nes de personas alrededor del mundo padecen hambre. Sin
embargo, en el mismo instante, miles de toneladas de co-
mida son arrojadas a la basura. Este panorama tan desalen-
tador cobra mayor trascendencia en países como el nues-
tro, en el cual los directos productores de los alimentos, los
campesinos, no pueden acceder efectivamente a ellos. Del
total de la población rural que habita en Colombia, más de
la mitad vive en condiciones de pobreza y una cuarta parte
al menos, vive en la más absoluta miseria. Miles de hectá-
reas de las más fecundas y fértiles tierras están destinadas
a la explotación intensiva del ganado y de cultivos comer-
ciales como la palma africana o de variedades transgénicas
de granos como el maíz, que al lado de las carreteras, se
pierden a la vista en el infinito. La carne y la leche, produc-
tos del ganado, sólo pueden ser consumidos por quien
tiene la capacidad adquisitiva para ello y de la producción
comercial de granos o de palma, su destino está en los estó-
magos del ganado y de las máquinas, respectivamente. Fer-
nando Monzote, Ingeniero Agrícola cubano y un experto

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Gotas para arriba

en la materia, ha afirmado con vehemencia que los 236 mi-


llones de toneladas de granos producidos a nivel mundial,
para la alimentación de ciertos animales, serían suficientes
para alimentar 800 millones de seres humanos en el mundo
(Monzote, 2010). En nuestro país, con las tierras destinadas
a estos fines, sería posible producir muchos de los alimen-
tos que actualmente importamos y a los que acceden con
dificultad ese gran porcentaje del campesinado pobre.

Sin embargo de entre este abyecto panorama, han sur-


gido en nuestro país como en otros varios lugares del mun-
do, diversas propuestas que avocan por un cambio drásti-
co, no solo en la manera en la que se produce el alimento,
sino además en el papel mismo que desarrolla el productor
en el proceso, retomando en el camino, los procesos que
milenariamente se habían desarrollado con paciencia des-
medida en tierras americanas y en otras latitudes, antes del
boom de la Revolución Verde. Estas tecnologías han sido
recogidas en lo que se ha llamado como “agroecología”
un movimiento que ha venido consolidándose poco a poco,
como un efectivo medio de producción en el que se retoma
la importancia de la pequeña unidad agrícola familiar, aplas-
tada por los gigantes agroindustriales, y se intenta sostener
una soberanía alimentaria real y efectiva. Así, de la mano de
la recuperación de medios tradicionales de cultivar la tie-
rra, nuevas maneras asociativas entre las comunidades les
permiten afrontar en aparente contravía, al modelo impe-
rante. Entender cómo se configuran estos procesos y qué
alcance tienen, es de vital importancia a la hora de propo-
ner opciones para combatir uno de los tantos problemas
de cuyo resultado son la pobreza y el hambre en el campo.

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El campo en el ojo de la tormenta

En aras de una comprensión global y fiel a la verdad,


de ese complejo panorama rural de nuestro país y de su
problemática, es necesario tener en cuenta entre muchos
factores, tres en especial que oportunamente han sido se-
ñalados por Jaime Forero. Él afirma que: (1) el acceso a la
tierra está limitado por el latifundismo; (2) las comunidades
rurales se ven constreñidas por el monopolio del poder tan-
to local, como regional; y que (3) existe un ámbito colectivo
al interior de las comunidades que se ve potenciado en la
medida en que son ellas mismas quienes regulan autóno-
mamente sus territorios. En este ámbito afirma el mismo
autor, “son esenciales tanto la adecuada gestión de los re-
cursos naturales en los ecosistemas circundantes, como el
uso del territorio y su planificación” (Forero, 2002: 12).

Este estudio pretende dar cuenta de ciertos aspectos


que se le escapan a otros acercamientos a este fenómeno y
en ellos espera contribuir. Aspectos como la inquietud por
la relación de las tecnologías con procesos de identidad y
autonomía por parte de las personas practicantes. O de las
implicaciones socioculturales de la práctica de una deter-
minada tecnología agrícola, o los aspectos simbólicos de la
agroecología y del alimento ecológico, que pueden llegar
a ser, no sólo de enorme utilidad para el debate académico,
sino además y con mayor importancia, una efectiva radio-
grafía sociocultural que esclarezca tanto las ventajas, como
las desventajas de esta práctica en particular y de sus impli-
caciones en el campesinado.

Entonces, la pregunta que esta investigación intenta


responder es: ¿Qué tipo de relación existe, entre las dos

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Gotas para arriba

experiencias agroecológicas aquí retratadas, y la coyuntura


agraria colombiana? Parto para su solución de reconocer y
reafirmar la postura de otros investigadores que nos dicen,
cómo la sustitución de una lógica de subsistencia (en las
economías campesinas)1 , por una de beneficio monetario y
consumismo, ha sido el resultado de la mercantilización de
cada vez más aspectos de la vida social de los agentes en la
agricultura (Sevilla & Molina, 1993).

Entonces, se propone reconstruir históricamente la


coyuntura rural nacional para que de esta manera sea po-
sible tanto contextualizar las experiencias, como deducir
la relación que se establece entre experiencias singulares y
la situación estructural del campo en Colombia, dentro de
una perspectiva más amplia. Esta reconstrucción se llevara
a cabo a través de una revisión de las principales políticas
agrarias que se han implementado desde la Revolución Ver-
de. Empieza por este suceso por considerarlo clave para
entender la configuración actual de las mentalidades cam-
pesinas y la agroindustrial.

El primer capituló versa sobre ello y sobre el modelo de


desarrollo conocido como Industrialización por Sustitución
de Importaciones, aplicado conjuntamente al factor ante-
rior y que junto a otros determinantes, definiría las condi-

1. En gracia de discusión partiremos del supuesto de que las economías


campesinas son: “las actividades destinadas a garantizar parcial o total-
mente la subsistencia del trabajador rural, mediante la utilización de la
fuerza de trabajo propia o familiar, en el cultivo de la tierra o la cría de
del ganado. Incluso cuando los productores emplean como mano de obra
subsidiaria a trabajadores asalariados”. (Múnera. 1998: 239)

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El campo en el ojo de la tormenta

ciones rurales en nuestro país. Los capítulos II y IV están


escritos a manera de relato etnográfico y dan cuenta de
las dos experiencias agrícolas sobre las que trata este tex-
to. Están basados en una serie de entrevistas etnográficas
realizadas entre junio de 2009 y julio de 2010, al interior de
dos experiencias agroecológicas encabezadas una por una
reconocida líder social, Rosa Poveda, ubicada en el barrio
de La Perseverancia en Bogotá; la otra por Carlos Ramirez,
científico egresado de la Universidad Nacional y quien diri-
ge una experiencia de Agricultura Alternativa, como el mis-
mo la llama. Los capítulos que versan sobre las experien-
cias intentan deliberadamente, darles una voz activa a los
protagonistas, a través de la narración en primera persona,
producto de las entrevistas ya mencionadas, para que sean
ellos mismos quienes nos cuenten sus realidades y como las
perciben, cuáles son sus objetivos. Fueron estas dos, entre
las muchas que existen, las que brindaron la posibilidad de
mostrar las particularidades que se difuminan en el análi-
sis a organizaciones mayores y en las cuales se deja entre-
ver la estructura que condiciona este tipo de fenómenos.
Claro que la definición de un modelo mayor que explique
este tipo de experiencias a nivel social y cultural, depende
en gran medida, de la posibilidad de hacer análisis compa-
rativos con los resultados de otras investigaciones sobre el
tema y contrastar, como lo intenta esta investigación, unas
experiencias con otras.

El capítulo III vuelve a encargarse de la reconstrucción


de las políticas agrarias y de los fenómenos de índole políti-
ca, económica y cultural que han configurado el panorama
rural actual. Para ello parto de la aplicación del modelo neo-

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Gotas para arriba

liberal en Colombia y de sus consecuencias a nivel rural, con


un énfasis especial en la consolidación del fenómeno del
narcotráfico junto con el del paramilitarismo, para terminar
haciendo un análisis de la situación actual del campo en Co-
lombia y de los resultados que en ese nivel tuvo el Gobier-
no de Álvaro Uribe. Así, pretendo trazar las rutas que me
permitan relacionar la revisión bibliográfica, con el registro
etnográfico, a través de identificar las consecuencias inme-
diatas de los modelos de desarrollo que se han implantado
a través de las políticas agrarias en el país, en la mentalidad
y en la lógica de los protagonistas, que este texto explora.

De cierta manera, las pregunta que se plantea esta in-


vestigación y que se descubre a lo largo del texto podría
enmarcarse dentro del campo de acción de la categoría de
Nueva Ruralidad; categoría que según Hubert Grammont,
plantea una nueva relación entre el campo y la ciudad, en la
cual los límites entre ambos ámbitos de la sociedad de des-
dibujan, sus interconexiones se multiplican, se confunden
y se complejizan (Grammont, 2008: 36). Esta nueva inter-
pretación aboga por abandonar la vieja conceptualización
oriunda de los análisis marxistas en la cual, los campesinos
pobres, medianos y ricos mantienen la misma lógica pro-
ductiva y los mismos intereses; visión que tiende a homoge-
neizar un sujeto social tan complejo como el campesinado.
Una pregunta por ejemplo, queda abierta con esta inves-
tigación y se enmarca de buena manera en este nuevo pa-
radigma: ¿es posible hablar de la emergencia de un sujeto
campesino urbano? Sólo la investigación más profunda en
ese particular podrá echar luces sobre el tema, pues no es
la intención de estas líneas responderla.

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El campo en el ojo de la tormenta

La intención más allá de responder la pregunta que me


planteó es por sobre todo, visibilizar los procesos aquí re-
tratados y someter los mismos a un análisis desde la pers-
pectiva antropológica, que dar claridad sobre aspectos
ignorados u olvidados por otras disciplinas. También pre-
tende este estudio que el lector comprenda en términos
significativos de sus directos protagonistas, el sentido que
para ellos tiene, el empeño en sacar adelante las empresas
que se proponen. Así como que se comprendan a cabali-
dad, las maneras a través de las cuales intentan obtener los
resultados deseados y si se cumplen o no las expectativas.
Si quien me lee logra entender porque nuestros protago-
nistas hacen lo que hacen, estaré satisfecho.

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan


jamás la tierra. I

El surgimiento de la Revolución Verde.

“El agro no es rentable”, repetía incesantemente


aquel otrora campesino hoy convertido en guía turístico
de Viotá, mientras buscábamos refugio del inclemente sol
bajo la sombra proyectada por un antiguo beneficiadero
de café. “La única salida que yo le veo –sentenciaba- es
convertir esto en un sitio turístico”, porque, una vez más,
consideraba que el agro no era rentable. Ubicada en el pie-
demonte de la cordillera oriental, a escasos 86 kilómetros
de la capital del país, Viotá había sido históricamente es-
cenario de una larga tradición de lucha campesina -y aún
cuando hoy día existen asociaciones campesinas que con-
gregan a buena parte de la población- el sentimiento más
generalizado, el que se podía respirar, era que la mirada
habría de volcarse hacia el turismo, que cultivar la tierra no
era ganancia. ¿Qué había sucedido entonces, en la mentali-
dad de aquellos sujetos, para considerar convertir cientos
y cientos de hectáreas de las más fértiles y fecundas tie-
rras del país en casas quintas de recreo? ¿Cómo y por qué

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Gotas para arriba

se había modificado una lógica que en tiempos que parecie-


ran remotos, veía en el agro no sólo su sustento alimenticio
sino además su modo de vida y que hoy no consideraba, ni
por error, destinarla al cultivo, a menos que fuera para ob-
tener grandes ganancias en corto tiempo? Para poder res-
ponder estas preguntas hay que hacer primero, una recons-
trucción de la coyuntura que hizo posible la consolidación
de esta lógica al interior de una gran parte del campesina-
do, a partir de la década de 1950.

Esta coyuntura, junto con el posterior afianzamiento


de los factores políticos, había empezado hacía ya casi 60
años con un proceso que recibió el metafórico nombre de
“revolución verde”, para nombrar aquel cambio de menta-
lidad en la población campesina y que consistió, tal y como
lo asegura Luis Javier Jaramillo, en una serie de programas
que “incrementaron repentina y dramáticamente la pro-
ducción de arroz, maíz y trigo, a través de la adopción de
nuevas semillas de alta productividad que junto con la apli-
cación de diversos fertilizantes y pesticidas lograban tripli-
car la producción de dichos cereales” (Jaramillo, 1971: 12).
Hoy día son pocos los campesinos que consideran posible
prescindir en sus cultivos de fertilizantes venenosos o culti-
var para algo más que no sea para vender lo producido en
cortas y efímeras oleadas de “bonanza”. De esta manera, el
campesino de la provincia del Tequendama ha tenido que ir
desde el café, hasta los más extraños ornamentales como
el trifer2 . En este tipo de cultivos, luego de que la demanda

2.El trifer es una planta destinada a los arreglos florales. Hoy en día, al-
gunas tardes el olor al trifer quemado perfuma grandes extensiones de
tierra entra Cachipay y Anolaima, dos municipios de la provincia del Te-

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

en el mercado ha disminuido, sólo se encuentran pérdidas


económicas significativas para quien invierte en ellos.

En plena época de la posguerra, el fantasma del ham-


bre recorría Europa y sus gobiernos preocupados, buscaban
una manera efectiva para aumentar la producción agrícola.
Su desasosiego estaba dado por la incapacidad de proveer
a sus ciudadanos de una seguridad alimentaría real y con
esto en mente, la Organización de las Naciones Unidas para
la Agricultura y la Alimentación, FAO (Food and Agricultu-
re Organization of the United Nations), promulgó un plan
mundial para el desarrollo agrícola, cuya intención expe-
dita era propiciar el aumento de la producción alimentaria
no sólo de los países europeos sino muy especialmente de
aquellas naciones en “vías de desarrollo”.

De esta manera y siendo su cuartel general el Centro


Internacional del Mejoramiento de Maíz y Trigo, con sede
en México, se iniciaron una serie de esfuerzos investigati-
vos por desarrollar variedades de plantas con un alto nivel
productivo; y en cabeza de los científicos agrícolas Edwin J.
Wellhausen y Norman E. Bourlag (premio Nobel de la paz
en 1970) se logró finalmente producir unas variedades de
estos cereales que tenían remarcables características (Ibid:
16)

• Absorbían una gran cantidad de fertilizantes sin do-


blarse en la parte superior por tener un tallo más cor-

quendama que volcaron sus esfuerzos hacia el cultivo de esta planta y que
luego de que la demanda en el mercado disminuyo no tuvieron más alter-
nativa que prenderle fuego a inmensas cantidades de la misma.

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Gotas para arriba

to y robusto, de ahí el nombre que recibieron como


variedades “enanas”.
• Eran más reactivas a los fertilizantes.
• Podían producir más de tres cosechas anuales siem-
pre y cuando fueran acompañadas con las debidas
condiciones de clima, fertilización e irrigación.
• Se adaptaban a un amplio margen de latitudes.

Estas nuevas variedades, cuyas semillas fueron llama-


das en su tiempo. “Milagrosas” prometían solventar el pro-
blema de hambre en el mundo y de cierta manera, los resul-
tados indudablemente asombrosos que su implementación
tuvo en países como la India, Pakistán, México, Filipinas
o China, en donde la producción de cereales en especial
de arroz se multiplicó ostensiblemente; dieron lugar para
pensar que ese fantasma del hambre que recorría ahora no
sólo Europa, sino el mundo entero, tenía sus días contados.
Leslie Brown da unas cifras no menos dicientes: México,
bajo el impulso de la Revolución Verde pasó de importador
crónico de maíz a exportar, para 1968, más de un millón de
toneladas de maíz y 72ooo toneladas de trigo. Filipinas por
primera vez desde 1903 consiguió autoabastecerse del prin-
cipal alimento de su población: el arroz. En India, Pakistán
y Turquía, las cosechas de trigo subieron de 15 a 30% sobre
los promedios, incluso algunos de ellos, tímidamente, em-
pezaron a exportar (Ibid: 23). Empezaba así la era de la Re-
volución Verde.

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

Una visión excluyente del progreso: “goticas para abajo”

Los requisitos de la nueva tecnología, sin embargo,


eran complicados y de entrada suponían un rasero de tipo
económico de las personas que podrían, eventualmente,
acceder a esta tecnología. Aquellas semillas milagrosas, de
nada servían si no estaban acompañadas de tres factores
elementales: la irrigación, la fertilización y el control quími-
co de las malezas e insectos a través de los pesticidas. Uno
de los más férreos críticos de la Revolución Verde, el eco-
nomista norteamericano Clifton Wharton Jr. sugería desde
1969 que esta revolución era “demasiado buena para ser
cierta” e identificaba algunas condiciones adicionales que
afectaban el éxito tecnológico de la propuesta. Entre ellas,
vale la pena recordar la existencia de una infraestructura
agrícola adecuada; un aprendizaje por parte de los agri-
cultores de nuevas habilidades que suponían la necesidad
de servicios de capacitación técnica para aprenderlas y un
secamiento mecánico, ya que tres cosechas al año difícil-
mente podrían ser secadas al natural. Estos requerimientos
iniciales suponían que los tempranos adoptantes de esta
nueva tecnología agrícola, serían los más “pudientes y mo-
dernos agricultores”, que en regiones “avanzadas, con me-
jor nivel educativo, progresivas y de mejor reacción” (Whar-
ton, 1969) serían capaces de implementar exitosamente las
mejoras y así mismo disfrutar de sus beneficios.

Otro estudio publicado para la misma época, Difusión


de Innovaciones en Brasil, Nigeria e India, sustenta que es-
tas innovaciones estaban relacionadas con distintas varia-
bles agrupadas en cuatro categorías a saber: (1) de tipo so-

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Gotas para arriba

cial que contenía variables como el alfabetismo o el nivel de


vida; (2) económica, en la cual se tenía en cuenta el tamaño
de la finca así como, si quien aplicaba la tecnología era o
no propietario de la finca; (3) de comunicación, es decir, el
grado de contacto que se tenía con el mundo exterior y con
los “agentes de cambio”; y por último, (4) una categoría
referente a la modernización, que tenía en cuenta la empa-
tía con estas innovaciones y el conocimiento de las mismas
(Cfr. Jaramillo, 1971).

Todas las variables que se identificaban en este estu-


dio planteaban una relación con la innovación en términos
altamente selectivos y en las cuales los requisitos que pri-
maban para acceder a la tecnología estaban dados por las
condiciones económicas de quienes la adoptarían eventual-
mente. Otra de las implicaciones que suponía este estudio
era que los “agentes de cambio” habrían de ser “aldeas
blanco”, elegidas por los organismos competentes de cada
estado y cuya pauta de selección sería que la ayuda esta-
ría destinada a quienes ya tenían la capacidad de adoptar-
la (Ibid.). Este era pues el espíritu general de la Revolución
Verde, unos avances destinados a irradiarse desde el centro
hacia la periferia y que esparcirían con el tiempo el progre-
so, como si fuese una mancha de aceite. Nada más lejos del
sueño de acabar con el hambre.

Según algunos de sus proponentes, afirma Jaramillo,


los trabajadores rurales se beneficiarían a la larga de las
crecientes ganancias de los empresarios agrícolas más pu-
dientes. Para este autor la modernización de la vida rural es
la versión de la teoría de las “goticas para abajo” según la

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

cual, las clases rurales trabajadoras se verían beneficiadas,


a la postre, del mejoramiento de las condiciones de quienes
ya estaban bien. Pensar entonces, nos sugiere Jaramillo,
“que un cambio social sería posible gracias a la introduc-
ción de tecnología en un sector privilegiado, sustentado en
el hecho de que la riqueza se vería redistribuida en el ingre-
so per cápita de los menos favorecidos, no solo es una pre-
misa difícil de comprobar empíricamente sino que además
suponía una concepción profundamente inequitativa de la
tecnología” (Jaramillo, 1971: 32) premisa que además sigue
permeando el lineamiento de las políticas agrícolas que se
plantean hoy en día .3

Hace 40 años ya se reconocía que la Revolución Verde,


podría pasar de ser –por utilizar la feliz metáfora del mismo
autor- “el cuerno de la abundancia a ser una caja de pando-
ra” y se identificaban entre muchas de las consecuencias,
por ejemplo, que la introducción de mejoras tecnológicas
no estaban produciendo los frutos que se habían presu-
puestado en términos del progresivo aumento tanto del
ingreso de la población, como de su bienestar.

Se hablaba por un lado, de que la tecnología implícita


de la Revolución Verde, causaría desempleo y afianzaría las
migraciones rurales hacia los centros urbanos, además de
fortalecer el proceso de concentración de poder y de ingre-

3. No olvidemos aquella frase ya célebre del ex Ministro de Agricultura,


Andres Felipe Arias: “Los subsidios a los ricos sí ayudan a reducir la des-
igualdad” (En semana.com, jueves 24 de septiembre de 2009), que con-
densa el carácter mismo de la visión del Gobierno en torno al agro y que
será tema de discusión en otros apartes de este mismo texto.

21
Gotas para arriba

so en las élites. Por otro lado, se reconocía que finalmen-


te, se generaría una competencia desigual entre las tecno-
logías nuevas y tradicionales lo que implicaría una mayor
vulnerabilidad, o en el peor de los casos, la desintegración
de los modos de vida tradicionales. Esta revolución, concor-
daban varios estudiosos, terminaría por acumularse en un
número limitado de receptores y dejaría por fuera a la gran
mayoría de agricultores de subsistencia. Entonces, ¿qué
pasó en Colombia?

El caso colombiano y el poder transnacional

Latinoamérica a nivel general, a falta de reformas agra-


rias reales, lo que hizo fue introducir mejoras en el sector
agrícola en términos productivos sin tocar su estructura bá-
sica; aclarando que Colombia no fue la excepción a esta re-
gla. Se trazó un común denominador en las intenciones de
los países latinoamericanos hacia la implementación de po-
líticas de corte modernizante y si bien no fueron definidas
de manera clara, sí intentaban en mayor o menor medida
crear programas para impulsar y mejorar las empresas agrí-
colas a través de la introducción de tecnología en el ámbito
rural.

En Colombia, el paso a la adopción siempre parcial de


la Revolución Verde, supuso la introducción del maíz opaco.
Se creía que su alto contenido proteínico aliviaría sustan-
cialmente el problema de desnutrición latinoamericano y se
esperaba llegar a ofrecer un “supergrano” capaz de ofrecer
por si solo una nutrición casi completa al ser humano. Las
mismas esperanzas reposaban en una variedad “enana” de

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

arroz conocida como IR-8 al que se consideraba como mi-


lagroso4 . La prudencia del tiempo demostró que una vez
que eran sembradas grandes extensiones de tierra con una
misma especie, la susceptibilidad a enfermedades y plagas
aumentaba ostensiblemente, porque, al desaparecer la di-
versidad de especies sobre un mismo espacio, disminuía la
protección natural, lo que hacía aún más complicado llevar
a cabo la producción deseada.

Para Tomas León Sicard el modelo se difundió rápida-


mente, merced a sus éxitos en producción, pero de manera
asimétrica: muchos agricultores lo adoptaron completa-
mente y otros, especialmente los campesinos, no lograron
introducir más que algunas prácticas de mecanización o de
uso de insumos, especialmente plaguicidas. El modelo mis-
mo dejaba por fuera a los productores que no llenaran, en-
tre otros, los requerimientos de calidad de sitio, propiedad
de la tierra y disponibilidad de capital. Para que existiera
una rápida y exitosa transferencia en los países tropicales,
se requerían propietarios de empresas agrícolas con carac-
terísticas semejantes a las que exigía la reproducción de las
tecnologías empleadas (Sicard, 2001).

En Colombia es posible rastrear la introducción de lo


más básico de la Revolución Verde a través del incremen-
to en el uso de los insumos agrícolas de origen químico.
Santiago Perry analiza cómo es visible este incremento a
partir del uso de plaguicidas, fertilizantes y semillas mejo-

4. Así lo asevera Luis Ramiro Beltrán en su estudio sobre la Revolución


Verde y el Desarrollo Rural en Latinoamérica.

23
Gotas para arriba

radas. En cuanto a los plaguicidas, el aumento en el consu-


mo de aquellos que controlan las plagas a través de medios
químicos, estuvo circunscrito especialmente a los cultivos
de la agricultura comercial, muy acorde con la idea de po-
tenciación de la capacidad productiva y mercantil del agro.
Para 1975, los cultivos de algodón, maíz y papa utilizaban el
90.9% de los insecticidas, el 81% de los fungicidas y el 59.1%
de los herbicidas que se consumían en el país (Perry, 1983).

Con los fertilizantes su uso se inicia en cantidades apre-


ciables para 1948, pero nunca alcanzó niveles altos por lo
restringido del área en la que eran usados y las insuficientes
cantidades que eran aplicadas. Para esa época, el consu-
mo nacional era de 42 kilogramos por hectárea, cifra consi-
derada por el Ministerio de Agricultura como baja y su uso
no aumentó lo suficiente, excepto en ciertos cultivos. Para
1976 sólo dos de aquellos cultivos (arroz y papa) consumían
el 46% del total de los fertilizantes que eran importados al
país, el 60% restante era destinado a no más de cuatro cul-
tivos.

En cuanto a las semillas mejoradas, la investigación


que se dio en países del “primer mundo” permitió descu-
brir una serie de híbridos y variedades que, acompañadas
con los requisitos mencionados anteriormente, resultaban
más resistentes a las plagas e incrementaban notablemen-
te los rendimientos respecto a las semillas tradicionales.

Según Perry, el uso de semillas mejoradas comienza


en las etapas tempranas de la década del los cincuenta y
ha disminuido notablemente desde 1965, pasando de ser el

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Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

67% en 1965 a ser tan sólo 29% para finales de 1975, y sucede
lo mismo que con las otras mejoras. Su uso no fue genera-
lizado sino que se concentró en cultivos como el arroz, el
algodón y el sorgo, que representaron en su momento más
del 80% del consumo de semillas. Curioso es entonces que
estas mejoras, pensadas en un primer momento como la
salida milagrosa al problema del hambre terminaran por ser
utilizadas en cultivos destinados, no a la alimentación de los
millones de ciudadanos con hambre, sino a la comercializa-
ción y mercantilización de estos productos.

Curioso también es, sin duda alguna, que la implemen-


tación efectiva de estas mejoras hubiese sido posible gra-
cias a la importación de las mismas, merced no a las necesi-
dades de los propios adoptantes, sino a la disponibilidad y
beneficio de quienes las producían. Así, hasta 1962 la tota-
lidad de los plaguicidas usados en Colombia eran importa-
dos de Estados Unidos y Alemania. Para 1964 comienza la
“producción” de plaguicidas en Colombia, que se limitaba
a sintetizar en el país, “sobre la base de las materias primas
importadas, el ingrediente activo usado para la fabricación
del fertilizante” (Perry, 1983). Muchos de los productos pro-
hibidos en Europa y Norteamérica, por sus comprobados
efectos nefastos en la salud animal y vegetal fueron usados
masivamente en nuestro país y en otros tantos de América
Latina, siendo esa la salida para las existencias acumuladas
dentro de los monopolios transnacionales, como es el caso
de algunos insecticidas altamente tóxicos.

El caso de los pesticidas y las semillas no fue muy dis-


tante. Según cifras del Ministerio de Agricultura, citadas

25
Gotas para arriba

por Perry, hasta 1963 el total de fertilizantes utilizados en


el país eran importados. En este mismo año inició la pro-
ducción nacional con Ferticol y Abocol, quienes comenza-
ron a producir Urea y Nitrón 26. Hasta inicios de la década
del setenta su importación disminuyó sólo para aumentar
drástica y desaforadamente para mediados de esta década,
creciendo sus importaciones casi al 200% anual.

Para esa misma época los precios internacionales au-


mentaron un 600%, lo que significó que el valor de las im-
portaciones de fertilizantes creciera en 4100% en sólo tres
años. Este escandaloso incremento significó para el país,
cuantiosas pérdidas que fueron asumidas por la Caja Agra-
ria y por algunos importadores del sector privado. Estados
Unidos se ha apropiado históricamente de los mejores híbri-
dos de las semillas y ha impulsado o restringido, a su antojo
y dependiendo de los intereses de sus industrias, algunas
de ellas. El mismo autor concluye que, la gran dependen-
cia que muestran estos insumos del mercado internacional
y particularmente de los monopolios norteamericanos, ha
sido una de las causas de su progresivo encarecimiento y
dificultosa propagación, lo cual incide en el estancamiento
productivo y en la baja tecnificación del agro (Ibid.).

Cifras más recientes aportadas por Nivia no nos brin-


dan un panorama algo más alentador. Esta autora reportó
para abril de 1995, el registro ante el Instituto Colombiano
Agropecuario de 747 plaguicidas comerciales simples o en
mezclas, formulados con base en 307 Ingredientes Activos
(I.A). Para ese año, de los 307 I.A., 52 (17%) estaban cues-
tionados en el ámbito internacional, considerándose como

26
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

prohibidos, severamente restringidos o de alto riesgo. No


obstante, estos 32 ingredientes activos hacían parte de 156
productos formulados individualmente y de 36 mezclas,
que se vendían sin ningún tipo de restricción en el país. Para
1997 la cantidad de productos comerciales inscritos había
aumentado a 918 formulaciones entre insecticidas, fungi-
cidas, herbicidas y otras categorías, cifra equivalente a un
aumento del 23% en comparación a la cantidad de agrotóxi-
cos registrados en 1995. En 1999 el ICA registraba más de
1200 formulaciones, 95% de las cuales estaba constituida
por productos químicos y 5% por biológicos o naturales (Cfr.
Sicard, 2001: 11).

A todo esto subyace una cuestión que merece especial


atención en este punto y es la mencionada dependencia de
provisión de estos insumos por parte de las transnacionales
que monopolizan el negocio y que como ya vimos, no solo
dictan los pasos a seguir a nivel político, sino, tal vez más
decididamente, a nivel económico. Al respecto la misma
autora menciona que estas compañías se han apoderado
del negocio de venta de agroquímicos y semillas, constitu-
yendo verdaderos monopolios con un enorme poder eco-
nómico. Afirma Nivia de igual manera que en 1994 las ven-
tas globales de plaguicidas químicos superaban los 27 mil
millones de dólares y en 1998 esta cifra superó los 31 mil
millones de dólares (Ibid.).

Más de una decena (13) de empresas multinacionales


norteamericanas y europeas dominaban en 1994 el 75% de
este multimillonario mercado y en 1999 eran dueñas del 91%
del mismo. A partir de movimientos de fusión para cubrir el

27
Gotas para arriba

mercado global, estas 13 empresas se convirtieron en 10 en


1996 por la fusión entre Ciba – Geigy y Sandoz para crear
Novartis y en 9 empresas en 1999 con la fusión de AgrEVO
y Rhone Poulenc en la compañía Aventis. En el año 2000 se
estaba preparando la unión entre Novartis y Zeneca por un
lado; y Basf y Cyanamid por otro; para reducir el monopolio
a sólo siete gigantes de la industria agroquímica (Ibid: 12).

Las líneas que acabo de esbozar recurriendo a uno y


otro autor, las palabras, los números, la ideas, no valen de
nada si no se comprende que del gran festín del progreso
y el beneficio, el campesino pobre, el que es mayoría, está
sistemáticamente excluido. Alrededor de esto, progresiva-
mente, no sólo se vulnera su capacidad de acceso al alimen-
to sino además toda una cantidad de acervos culturales
que giran en torno a la comida, pues no olvidemos que el
alimento, tiene una dimensión cultural y un valor simbólico
significativo que se ve afectado cuando se convierte sim-
plemente en una mercancía. Hoy día, niños que estudian
en colegios rurales privados, creen que las papas crecen en
árboles y preguntan con inocencia ¿cómo es el árbol de ce-
bollas? Bien se podría pensar que no tendrían por qué saber
que ni las papas ni las cebollas crecen en los árboles. Se nos
ha confundido sobre la fuente de la comida y creemos, fú-
tilmente, que la comida sale del supermercado.

Pero curiosamente, eso no sólo sucede con los habi-


tantes de la ciudad, sino que ocurre, y con fuerza, en el cam-
po. El hecho de que el campesino hoy día tenga que adqui-
rir los productos básicos de la canasta familiar en la plaza o
en el supermercado, con el salario adquirido por vender los

28
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

productos cultivados en su tierra, no es más que un círculo


vicioso que le sirve al gran capital y termina por esclavizar
al pequeño agricultor, lo esclaviza a las leyes del mercado,
a la oferta que el mismo proponga y lo esclaviza al salario
mismo.

El fracaso previsible

Además del profundo y complejo conflicto por la tierra


en nuestro país, la fe depositada en el modelo de la RV -que
vendría a cobrar caras implicaciones y sólo la prudencia del
tiempo así lo mostraría- junto con el desconocimiento de
lo importante que resulta la ubicación de nuestro territorio
en la franja ecuatorial, nos conduciría irremediablemente a
la penosa situación agrícola de la que hoy somos testigos.
El modelo que se implementó pudo ser útil para la zona
templada de los Estados Unidos o de Europa, pero las con-
diciones medioambientales de nuestro entorno requerían
otro tipo de agricultura que no vulnerara los recursos de
los que disponíamos. Roberto Forero Baez afirma que este
modelo “condujo al monocultivo, sistema que en la zona
templada es menos grave por la poca vida del suelo, pero
es un gran error en el medio ecuatorial de alta diversidad.
Las explosiones de plaga se presentaron. En pocos años se
vio la degradación de los suelos y el fracaso”. Agrega como
prueba fehaciente de su argumento como “El río Magdale-
na, a causa de los residuos agroquímicos de sus tributarios,
es un cadáver. Hoy los pescadores sacan un 2% de la pesca
que existía antes de la revolución agroquímica” (Forero
Baez, 1974: 11)

29
Gotas para arriba

Como lo anoté unas líneas atrás, la vocación del mo-


delo implementado, estaba focalizada en aquellos produc-
tos que se conocen en el mercado global como commodi-
ties, es decir, cultivos de demanda mundial como granos
y cereales, de esos que abundan, de esos con los que se
especula, de los que prefieren tirar antes de regalar. Estos
cultivos, tienen un precio mínimo y mínima es su utilidad
por hectárea también, y de esta manera, sólo generan ga-
nancias cuando se conjugan grandes extensiones con un
volumen adecuado. La adopción de este modelo con sus
requerimientos agroquímicos, junto con la escogencia de
cultivos de poco valor, representó la paulatina muerte de
los suelos y fueron el resultado que asumieron quienes
volcaron sus esfuerzos en la Revolución Verde. Pero qui-
zá el mayor costo lo representa la incapacidad, largamente
incubada, de comprender que somos capaces de producir
nuestro propio alimento, representado por productos pro-
pios, ahora hechos a un lado, y que además esos mismos
bienes representan a nivel económico, una opción promi-
soria puesto que traen consigo mayores utilidades y con un
costo de inversión mucho menor.

Acertadamente habría de anotar Fals Borda y Mora-


Osejo cuando afirmaban en una suerte de manifiesto cien-
tífico que: “Se requiere un conocimiento contextualizado
que tenga en cuenta la interrelación sistémica de las carac-
terísticas del medio tropical. Así como las complejas inte-
rrelaciones entre las comunidades multiétnicas y multicul-
turales de la sociedad”. Y añaden que “estas limitaciones
impuestas, de paradigmas ajenos, son fuente de anomia
que llevan a tensiones expresadas en violencias y abusos

30
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

del medio ambiente” anomias que son posibles de revertir


si somos conscientes de que “la reconstrucción de la armo-
nía entre el hombre y la naturaleza en nuestro país, implica
empezar por reconocer las peculiaridades del medio en que
nos correspondió vivir” (Fals Borda & Mora-Osejo, 2001).

Entonces, ¿qué sistema agrícola de producción requie-


re el ecosistema ecuatorial? ¿Cuáles son las características
que hacen a este ecosistema vulnerable frente a modelos
agroquímicos y de monocultivo? Forero Báez señala varias
de las condiciones que configuran este medio. La posición
ecuatorial, por ejemplo, brinda ciertas características úni-
cas, porque al estar expuesto a la radiación del sol de ma-
nera casi directa, las plantas que allí viven tienen una mayor
fotosíntesis. Esto explica la tendencia natural de nuestro
medio a cubrirse con selvas y bosques, para de esta manera
proteger el suelo del sol, la lluvia y el viento, lo que además
supone, con un cierto criterio lógico, que los sistemas agrí-
colas deben ser cubiertos efectivamente por vegetación
boscosa, tratando de emular un sistema natural y altamen-
te funcional.

Por otro lado, a nivel del suelo, las diferencias son sus-
tanciales entre las latitudes templadas y las ecuatoriales. En
nuestra latitud uno de los factores más importantes es la
inmensa biodiversidad que se desarrolla bajo la superficie
y es allí donde radica el éxito de un sistema agrícola ade-
cuado. Un modelo en que sistemáticamente se elimina esa
biodiversidad y se sustituye por venenos de procedencia
química, está condenado inexorablemente al fracaso. Es-
tos abonos, pesticidas y fungicidas acaban con la vida en el

31
Gotas para arriba

suelo y privan a las plantas de los nutrientes naturales que


pueden ser estimulados con abonos naturales, de produc-
ción local y evidentemente más baratos.

El monocultivo, modo preferido para la producción


agrícola en el modelo impuesto, también tiene sus conse-
cuencias para la tierra y en particular, para la de esta latitud.
Al sembrar una sola especie, tiene lugar la inevitable explo-
sión de la población de unos cuantos organismos que, im-
pulsados por tan abundante presencia de una sola especie
cultivada y ante la inferioridad numérica de sus predadores,
se transforman rápidamente en una plaga y así se empie-
zan a ver afectadas las distintas partes de la planta, desde
su raíz, hasta el fruto; transformando lo que en un siste-
ma adecuado sería solo uno de los elementos que juega a
favor del desarrollo del cultivo, en una amenaza que ade-
más tiene que ser tratada siempre que aparezca, a través
de costosos y nefastos venenos. De aquí se colige que un
sistema agrícola efectivo y adecuado para el sistema ecua-
torial debe tener en cuenta, no sólo estos aspectos, sino
además procurar sostener un sistema de sombra apoyado
en la existencia de vegetación alta.

El desarrollo a través de un modelo proteccionista

La comprensión de la coyuntura agraria de nuestro


país, escenario en el cual tienen lugar las experiencias que
este relato intenta retratar, ha sido no solo el resultado del
largo devenir histórico y de los dictámenes que las grandes
multinacionales imponen en nuestro país; sino también, de
las tensiones surgidas entre los diversos factores que han

32
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

sido protagonistas durante aquel devenir y al interior del


país. El panorama actual del mundo rural y agrícola colom-
biano responde entonces no sólo a las dinámicas propias
de aquel espacio, sino a momentos específicos ocurridos a
lo largo del siglo XX. Para comprenderlos, hay que analizar
los lineamientos generales de las políticas agrarias conce-
bidas desde el gobierno central, así como la respuesta que
las mismas han generado por parte de la población rural.
Estas políticas, vale la pena anotar, han tenido indistinta-
mente de su lineación u origen, el fin último de llevar la mo-
dernización al sector, y como lo afirma Absalón Machado,
se han caracterizado por un manejo coyuntural, por hacer
parte del modelo de desarrollo de turno y porque no son
ajenas a las reglas de juego que define el concierto interna-
cional (Machado, 2004).

Así, se han implantado sucesivamente sobre el cam-


po, distintos imaginarios que rara vez corresponden con la
realidad del campesino y de esta manera, se ha mantenido
una visión impulsada por el poder de turno en la que es-
tos espacios, no sólo se consideran “atrasados”, sino que
también requieren de la ayuda de la “adelantada” ciudad y
de sus gobernantes, para que pueda subirse efectivamente
en el tren con destino al progreso, del cual, los citadinos
son pasajeros desde hace mucho. Se impone así, un juego
dicotómico en el que por contraposición, en un lado se en-
cuentra el campesino y su hábitat; y en el otro el ciudadano
y su ciudad. Pero veamos cómo esta lógica se ha traducido
en políticas públicas.

Uno de los paradigmas que habría de definir la situa-

33
Gotas para arriba

ción agraria nacional, en el siglo XX, fue lo que en la historio-


grafía tradicional se conoce como La industrialización por
sustitución de importaciones (en adelante ISI) y su aplica-
ción apenas lógica en el campo: la política proteccionista.
Impulsada por las distintas burguesías urbanas de los paí-
ses “en vías de desarrollo” se pretendía que este modelo
fuera el camino correcto hacia el progreso de dichas nacio-
nes, al convertir a la industria en el eje de transformación y
adjudicándole un papel subsidiario a la agricultura, con lo
paradójico que vendría a ser tal decisión en un país de voca-
ción eminentemente agrícola como el nuestro. La intención
última no era otra sino la de “reforzar el mercado interno
y acelerar la industrialización a través de la intervención
del Estado, la planeación y medidas de protección” (Ibid:
36). A mediados de la década de los cincuenta, el director
de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe,
CEPAL, Raúl Prebisch, sostenía que “la caída de los precios
en productos de exportación primarios era una tendencia
inevitable” y que “los esfuerzos por alcanzar el desarrollo
económico, vía dichas exportaciones, estaban condenadas
al fracaso” (Cfr. Jaramillo, 2002: 18). Parecía entonces que
la salida única e inevitable para el estancamiento de aque-
llas economías incipientes, no era otro sino la ISI. Pero en
términos prácticos ¿qué implicaciones tenía?

El modelo conducía a la protección de la industria de la


competencia internacional, cerrando así toda posibilidad de
comercio libre en aras del desarrollo del propio patrimonio,
a través de aranceles altos sobre las importaciones; pero
además, requería “otorgar subsidios directos a las indus-
trias nacionales así como el establecimiento de industrias

34
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

de propiedad estatal o mixta” (Machado, 2004: 19) con el


fin de tener el máximo control por parte del Estado sobre
la economía. Estas medidas tuvieron particular alcance en
el agro de los países adoptantes, surgiendo como efecto
práctico, la paulatina aceleración de la producción de recur-
sos agrícolas para suplir la demanda creciente del sector
industrial y manufacturero, consolidando de esta manera
su papel subsidiario. También se promovió la producción a
nivel local de insumos agrícolas a través de restricciones a
su importación, proceso que se vería truncado, como ya lo
vimos, con la llegada de la llamada Revolución Verde, que
impuso sus propias demandas y reglas.

Los defensores de la industrialización estaban influen-


ciados por la tendencia global comandada por las esferas
de poder, que en alianza con las grandes multinacionales y
protegiendo sus propios intereses, decidían qué era lo me-
jor para las comarcas pobres del planeta. Así definían a la
agricultura como de importancia secundaria y no veían en
ella más que una suerte de reserva de recursos destinada a
proporcionar mano de obra y de alimentos a precios eco-
nómicos. Está misma historia se repetiría como un perverso
mantra hasta el sol de hoy.

El mismo esquema fracasa en el sur, pero triunfa en el nor-


te

En el caso colombiano, la política agrícola se enfocó en


el desarrollo de la oferta de productos y de materias pri-
mas, intentando acumular la mayor cantidad de capital po-
sible en el camino, pero lo hizo en detrimento de factores

35
Gotas para arriba

cruciales como la tierra, el trabajo, o el desarrollo tecnológi-


co y haciendo uso intensivo de los recursos de los que care-
cíamos, al intentar desarrollar cultivos no tropicales, como
los cereales y las oleaginosas de ciclo corto, e implantando
el sistema de monocultivo -tan defendido por algunos sec-
tores todavía- perpetuando así el uso inadecuado del sue-
lo que habían impuesto los colonizadores españoles siglos
atrás.

La producción agrícola nacional mereció una atención


que hasta ese momento no había sido brindada y un espe-
cial amparo frente a la producción extranjera, limitando
las importaciones a través de licencias previas y permisos,
todo sustentado en el concepto implícito de autosuficien-
cia alimentaria, basada en la oferta, que le brindaba la posi-
bilidad a las personas del común de acceder a los productos
básicos necesarios para su alimentación -producidos ade-
más en su propio país- pero sin tener en cuenta ni las condi-
ciones ecológicas ni geográficas del trópico, destinando las
mejores tierras a la ganadería y cultivando las laderas de las
cordilleras.

Aquí se afianza el poder terrateniente en nuestro país,


la concentración de la propiedad rural y la posesión bimo-
dal de la tierra (minifundios y latifundios). Gracias a las nu-
merosas prebendas ofrecidas por el modelo proteccionis-
ta, impulsado por el Estado colombiano, a los propietarios
de grandes extensiones de tierra -por demás improducti-
vas- se les permitió establecer el estupendo negocio de la
especulación, como la forma preferida de acumulación de
capital. Miles de hectáreas fértiles fueron –y paradójica-

36
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

mente, aún lo son- destinadas, bien sea a la más irracional


improductividad, o al pastoreo de ganado, acentuando de
esta manera los males que aquejaban a la realidad rural.
Esto produjo una concentración mayor de la riqueza en un
grupo de privilegiados, al mismo tiempo que aumentaba la
pobreza y la exclusión. Porque, cabe anotar que los mode-
los de desarrollo, los antiguos y los de ahora, pareciera que
se les escapara, de manera intencional, el pequeño y me-
diano productor agrícola, dejados a la deriva en busca de su
propia suerte, invisibilizados intento tras intento; aún así, a
ellos se les canta en los himnos de la nacionalidad y se habla
con orgullo del alma campesina de nuestra nación.

¿Quiénes fueron los ganadores y los perdedores con


este modelo? Machado nos da un buen resumen de ambas
partes, pues junto con los ya mencionados campesinos,
perdedores por el lado productivo, perdieron también “los
consumidores por el lado de la demanda, ya que estos úl-
timos tenían que pagar altos precios por bienes agrope-
cuarios que consumían sin importar su calidad y son mu-
cha opción para elegir en el mercado” (Ibid: 21). Ganaron
además de los industriales agrícolas, los terratenientes y los
latifundistas, “los productores protegidos, los proveedores
de insumos y los comerciantes”. Perdió también “el país y
la sociedad” puesto que este modelo no logró ni la moder-
nización, ni la democratización de una anquilosada estruc-
tura agraria, aún cuando permitió su mediano crecimiento.
Por sobretodo desarrolló la idea y garantizó la autosuficien-
cia alimentaria a nivel de la oferta, dejando de importar los
principales productos de la dieta básica, para producirlo en
las tierras disponibles para tal fin.

37
Gotas para arriba

Sin embargo, este modelo no fue un fracaso per se sino


que la aplicación errónea en nuestro país, lo condujo al tris-
te destino. Un análisis en perspectiva nos permite entrever
cómo el mismo modelo aplicado, ha resultado exitoso en
otros países, en donde, si bien las condiciones ecológicas
son distintas y por ende la aptitud y vocación de los culti-
vos, la esencia del modelo permanece: proteger la produc-
ción agrícola frente a la extranjera, a través de altas trabas
a la importación y la creación de crédito de fácil acceso para
los industriales y agricultores locales. El caso norteamerica-
no, ejemplifica cómo un modelo proteccionista bien ejecu-
tado, asegura el desarrollo para el sector tanto rural, como
industrial. Desde los albores del siglo XX, cuando estalló la
Primera Guerra Mundial, fue este país quien se encargó de
suplir las necesidades de cereales del continente europeo
cuando vino la escasez, aprovechando la buena cantidad de
producción resultado de innovaciones tecnológicas impor-
tantes como el arado impulsado por animales, no sin antes
poner altísimos impuestos a la exportación en aras de no
descuidar su propia oferta alimentaria.

A lo largo de ese siglo, la agricultura se consolidó como


el segundo reglón de la economía norteamericana -después
de la defensa- y lo hizo a partir de medidas que protegían
su producción agrícola. Medidas como la Ley Agrícola de
1985 aseguraban por ejemplo, que cuando los precios in-
ternacionales del mercado de granos cayeran por debajo
de un tope fijado con anterioridad, los granjeros recibían
un pago compensatorio a favor de sus economías. Esta
junto con otras medidas como préstamos entre cosecha y

38
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

cosecha, permitió. Asegura Santiago Perry “financiar a los


agricultores para retener la cosecha y venderla en una co-
yuntura favorable de precios, configurando un mecanismo
que garantizó el ingreso de los granjeros y los hizo inde-
pendientes a los precios siempre fluctuantes del mercado”
(Perry, 1988: 57).

Para esa misma época cabe anotar cómo instituciones


bajo el comando de Washington, como el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial pregonaban a los cuatro
vientos las ventajas del libre comercio en los países que se-
guían y siguen eternamente en vías de desarrollo al mismo
tiempo que protegen, casi que blindaban sus propias eco-
nomías de las de los países extranjeros. El proteccionismo
era bueno para ellos, pero terriblemente malo para sus po-
tenciales compradores.

El contexto nacional y el movimiento campesino

Si bien el modelo de la ISI fue aplicado de manera par-


cial y siempre tuvo piedras en el camino, también buscó
apoyo en diferentes iniciativas legislativas promulgadas
como una base legal y jurídica para llevar a buen puerto
esta empresa. Una de esas iniciativas fue la Ley 135 de 1961,
impulsada por quien, algunos años después sería elegido
como presidente: Carlos Lleras Restrepo. Esta ley pretendía
una transformación radical en la estructura agraria, al impe-
dir la extensión de los latifundios sobre las tierras llamadas
baldías o incultas y además abogaba por una ampliación de
la propiedad de los pequeños y medianos productores con
base en la expropiación o la extinción de dominio de las

39
Gotas para arriba

tierras inadecuadamente explotadas (Múnera, 1998: 242).


Una iniciativa de tamaña resonancia, era de esperarse, se
vería truncada por las negociaciones y las decisiones toma-
das en conjunto entre la élite económica, latifundistas y te-
rratenientes molestos por la insolente propuesta, y la clase
política que puso a disposición toda la ineptidud e ineficacia
del complejo aparato burocrático.

Una vez elegido presidente Lleras, fiel al propósito fun-


damental de lograr una Reforma Agraria efectiva y sin per-
der la guía trazada por la Alianza para el Progreso, una es-
trategia impulsada por el gobierno Kennedy que intentaba
atajar la “amenaza comunista”, decidió, como uno de los
primeros mandatos de su gobierno, crear los instrumentos
jurídicos y sociales que le permitieran hacer realidad una re-
distribución de la propiedad rural en beneficio de los cam-
pesinos sin tierra. Para tal propósito y aún antes de asumir
como presidente, había encargado la conformación de un
Comité Operativo cuya principal función sería la de “definir
un plan concreto para organizar a los usuarios de los servi-
cios estatales rurales, en una asociación capaz de respaldar
la aplicación de la reforma agraria” (Ibid: 243).

Al respecto León Zamosc nos comenta: “la Asociación


Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, (resultado de ta-
les iniciativas) fue concebida como un elemento de presión
que permitiría desbordar el poder terrateniente y llevar a
la práctica una política de reforma agraria más radical. Sin
embargo para establecer el significado de dicho proyecto
deben también tomarse sus implicaciones objetivas con
respecto a los intereses de los distintos sectores de la clase

40
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

campesina” (Zamosc, 1987: 61) y es que lejos de ser sólo un


contrapeso político, el hecho de que la asociación se fun-
damentara en las aspiraciones básicas de las “capas cam-
pesinas” hacía que la misma se configuraba como un pacto
entre el campesinado y sectores reformistas del poder. En
palabras del mismo autor “la ANUC surgía como parte de
un proyecto de alianza de clases en el cual tanto la iniciativa
como el control hegemónico del proceso corresponderían
al reformismo burgués”.

Legislativamente, sería la Resolución 061 de 1968, la


que habría de reglamentar los requisitos y condiciones de
afiliación a la Asociación y establecería la estructura orga-
nizativa de la misma, desde los Comités Veredales hasta
el Comité Ejecutivo Nacional. Múnera afirma que la ANUC
nace oficialmente entre el 7 y el 9 de Julio de 1970, durante
el primer Congreso de Usuarios Campesinos de Colombia,
celebrado en Bogotá. Señala también, cómo en el discurso
de instalación del Congreso pronunciado por Lleras, se de-
jaban claras sus intenciones: vincular a los campesinos de
manera activa a la Reforma Agraria como actores sociales
protagonistas de la transformación, y de paso, impedir “la
infiltración comunista” y de “manzanillos de todos los pe-
lambres” (Cfr. Múnera, 1998: 246).

Este intento por organizar al campesinado había toma-


do fuerza rápidamente, si se tiene en cuenta que un año
antes de que tuviese lugar el mencionado congreso se ha-
bía convocado a una gran marcha nacional a la cual, se su-
marían campesinos, estudiantes y obreros por cientos de
miles. Tendrían lugar distintas y multitudinarias concentra-

41
Gotas para arriba

ciones en las principales ciudades del país que contaron con


la participación del mismo Lleras Restrepo quien se turnó,
para poder estar en cuatro de los puntos de concentración
y quién se dirigiría a las mismas expresando que “la ANUC
marca los comienzos del cogobierno campesino” y que “ la
afluencia masiva del pueblo, sin precedentes en la historia
política del país, debe interpretarse como el surgimiento
de una clase campesina organizada y consciente que está
dispuesta a apoyar los programas que la benefician” (Cfr.
Zamosc, 1987: 89)

La segunda junta nacional, realizada en Bogotá en 1971


tendría lugar en el marco de un nuevo Gobierno encabe-
zado por Misael Pastrana, conservador de corte anti refor-
mista y con el cual, la Asociación en consecuencia con las
conclusiones de aquella junta, rompería relaciones definiti-
vamente. Se declaró entonces la necesidad de una autono-
mía política frente al Estado y se permitiría la participación
activa de la Izquierda colombiana en varios de los niveles
de la estructura organizativa. Así se impondría el criterio
de un sector adscrito al partido comunista y de tendencias
trotskistas definiéndose el propósito de “elaborar una pla-
taforma de acción que subrayara la autonomía y la indepen-
dencia política, ideológica y orgánica del movimiento con
relación al Estado y a los partidos tradicionales” (Ibid: 119).

Luego se dieron varios enfrentamientos con funciona-


rios del Ministerio de Agricultura y de INCORA (Instituto Co-
lombiano para la Reforma Agraria) a los que la Asociación
acusaba de desconocer las necesidades reales y las deman-
das del movimiento campesino. Para febrero de ese año,

42
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

se organizó una toma simultánea de tierras, a raíz por un


lado, de los desalojos masivos de campesinos habitantes y
trabajadores de latifundios; y por el otro, de la lejanía, cada
vez mayor para acceder a tierras propias. Dicha situación
desembocó en la mayor ola de invasiones que se hayan re-
gistrado jamás en el país. Camacho y Menjivar comentan al
respecto: “La movilización de Febrero se extendió por 13
departamentos y contó con la participación de 16000 fami-
lias. Los preparativos incluyeron la conformación de comi-
tés de invasión entre los interesados en una ocupación (…)
la selección del predio a invadir; la creación de un fondo
común para la adquisición de semillas (…); la siembra de
matas de yuca, plátano o maíz para trasplantar; la conse-
cución de material para levantar los ranchos en el lugar y
la coordinación de las tomas simultáneas que se efectua-
ban a altas horas de la noche” (Camacho & Menjivar, 1989:
157). El Gobierno Conservador no vio en dichas tomas, la
reacción de los usuarios ante el ineficaz cumplimiento de
lo pactado en relación con la redistribución de tierras, sino
una perturbación al orden público, un completo desconoci-
miento del sagrado principio de la propiedad privada, que
además estaba auspiciada por los comunistas y tenía un
marcado tinte de conspiración. La respuesta sería obvia y
poco ingeniosa: represión militar.

La cuarta Junta Nacional promulgó el mandato cam-


pesino y definió el lema de la Asociación: “Tierra sin patro-
nos”. El mandato definía tácitamente cómo la tarea funda-
mental del movimiento campesino, sería decididamente,
lograr la transformación de la estructura agraria del país. Se
crearon los Consejos Ejecutivos de Reforma Agraria –CERA-

43
Gotas para arriba

al interior de la organización, como un desconocimiento a


los órganos estatales destinados a solucionar el conflicto
cada vez mayor con la ANUC.

El 9 de enero de 1972 en el municipio de Chicoral, To-


lima, el Gobierno se reunió con los representantes de los
principales gremios empresariales con intereses en el cam-
po, con emisarios de los partidos tradicionales y con los
principales funcionarios encargados de las políticas agra-
rias. De aquella reunión surgió la Declaración de Chicoral
en la cual, de manera tajante, se puso fin a los elementos
redistributivos de la ley 135 y se estableció un nuevo énfasis
en la productividad de los latifundios, como medio efectivo
de generación de empleo y reducción de desigualdad. Tam-
bién se hizo lo posible para retrasar y complicar la compra,
venta y expropiación de tierras. A partir de este pacto en-
tre terratenientes, latifundistas y políticos, se criminalizó la
Asociación y se fortaleció la represión y la militarización del
conflicto.

El mismo año y siguiendo la corriente de las nuevas


políticas, el Gobierno desautorizó la inscripción de las listas
de la ANUC para la elección de representantes a las Corpo-
raciones Públicas. En respuesta la Asociación llamó al abs-
tencionismo masivo. Para el II Congreso se empieza a ma-
nifestar el resquebrajamiento de la misma y se escindirían
dos líneas definidas. Una con menor cantidad de asociados,
la de Armenia, perteneciente a una línea moderada y que
funcionaba en alianza y reconocida por el Ministerio de
Agricultura. La otra, de línea radical y con sede en Sincelejo,
contaba con la mayor cantidad de asociados y era capaz de

44
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra I

movilizar a cientos de miles de campesinos, se fundamen-


taba en el poder de la protesta campesina y su lema era
“¡tierra para el que la trabaja!”. El III Congreso marcó el fin
de la organización como un ente multitudinario, allí se refle-
jó una profunda e insalvable fractura dentro de la misma y
entre peleas por el poder y la dirigencia de la Asociación, el
problema campesino pasó a un segundo lugar. Como resul-
tado de aquel Congreso, la ANUC perdió a más del 80% de
sus afiliados y la reforma agraria quedaría inevitablemente
enterrada (Múnera, 1998: 259).

El mismo autor señala cómo, en la mayoría de las re-


construcciones de la ANUC se comete un pecado elemental
y es tomar al campesino como una masa homogénea y pa-
siva, a merced de las decisiones tomadas por el Estado, por
los partidos políticos tradicionales o por la influencia de la
Izquierda del país. En todas estas lecturas se desconocía el
carácter heterogéneo del movimiento campesino. Se hace
además, la distinción entre lo que era la ANUC como orga-
nización gremial, en la cual, la tarea era reunir a los usuarios
campesinos en torno al impulso de una reforma agraria de
carácter redistributivo y la ANUC como movimiento social,
que pretendía controlar y orientar las relaciones produc-
tivas en el campo. Se impuso entonces, el carácter social
por sobre el gremial y afirma Múnera: “Al entrar a la ANUC
los campesinos aceptaban la dominación estatal y de los
sectores sociales representados por el Gobierno de Lleras
Restrepo. No obstante, la dinámica propia del movimiento
desbordó el marco de la organización. Los usuarios pasa-
ron a ser fundamentalmente campesinos y entraron direc-
tamente en conflicto con las clases dominantes, producto

45
Gotas para arriba

de ello buscaron alianzas exteriores, que terminaron en la


participación de la Izquierda como un actor articulado al
movimiento” (Ibid: 268).

Esté es pues, el panorama que se forjó desde la segun-


da mitad del siglo XX y que trazó las condiciones actuales
del agro colombiano, en donde confluyen tanto las políti-
cas gubernamentales, como su respuesta por parte de la
población, así como los lineamientos técnicos sobre las ma-
neras “correctas” y adecuadas para cultivar, que como ya
lo vimos, desconocen por completo las condiciones ecoló-
gicas apropiadas para nuestro entorno y resultan siendo los
derroteros para la actividad agrícola en nuestro país. Estos
elementos, al parecer inconexos, mantienen una relación
estrecha que gira en torno a la acumulación del capital en
detrimento de la vida misma, pues estos modelos, tanto el
de la revolución verde como el de la ISI persiguen el mismo
objetivo, la modernización y el progreso.

De aquí es de donde surge el punto de inflexión en la


mentalidad del agricultor que este texto explora. En ade-
lante, el campo de cultivo empezó a ser visto no como una
despensa de comida, como una tradicional huerta, sino
como una inversión, en la cual, dependiendo de lo que se
sembrase y de la fluctuación de la demanda del mercado,
se podrían obtener sendas ganancias que le permitirían no
solo, comprar su alimento, sino además y llamativamente,
acumular ganancias, tener plata. Este cambio en la men-
talidad campesina, supondría a primera vista el empode-
ramiento del modelo que lo motivo: el triunfo de la exal-
tación a la muerte y el capital. Dinero, pesticidas, billetes,

46
fertilizantes, muerte. ¿Cómo puede revertirse esta lógica,
que cuenta con la palmadita en el hombro que le da el po-
der? ¿Cómo explicarle a aquel otrora campesino de Viotá,
que con la tierra se puede especular, pero que cultivarla
también y es más fácil, y mejor? La vida solo necesita un
pequeño espacio, pequeñísimo, para abrirse paso. Como la
higuerilla en los caminos más inhóspitos, la vida crece, con
un buen empujoncito, hasta en un basurero.
Como él salmón. I

Como el salmón. I

Paréntesis. Una opción alternativa al Progreso

El cambio de la agricultura tradicional a la moderna,


adoptada por los países en desarrollo después de la Revo-
lución Verde, junto con las prácticas ambientales inadecua-
das, han generado terribles consecuencias no sólo en la
naturaleza con la tala indiscriminada de bosques, la extin-
ción de la fauna, el acaparamiento de aguas para riego, o la
contaminación de aguas y suelos con los venenos agroquí-
micos; sino además y con igual importancia, en la manera
en que se establece la relación entre el cultivador y la tierra,
así como en la mentalidad del mismo, en la vida campesina.

Toda la construcción cultural alrededor de la actividad


del cultivo, largamente incubada por los pueblos y comu-
nidades, es la que se enfrenta a aquella que cuenta con
los insuperables beneficios que brinda la mano extendida
del poder estatal. Un modelo genera vida, el otro produce
muerte. ¿Qué lugar pueden ocupar entonces, los pedido-
res de lluvias tlapanecos, en una sociedad cuya agricultu-

49
Gotas para arriba

ra hace de su principal preocupación, la productividad y la


competitividad? A través del largo transitar de la historia,
los pueblos lograron con paciencia desmedida desarrollar
rituales ricos en símbolos, verdaderas fuentes de identidad
y arraigo cultural, pero que carecen de utilidad en un siste-
ma como el propuesto por los gigantes de los agroquímicos
y por los gobiernos que van de la mano con esos gigantes.

Sin embargo, desde la década del setenta y en ínti-


ma relación con el proceso impulsado por Bourlag, sur-
gieron también iniciativas por recuperar los métodos
tradicionales de cultivar. Se ha establecido un diálogo de
saberes entre las formas ancestrales y la ciencia moder-
na, articulando un enfoque más ligado al medioambien-
te y más sensible socialmente. La Agroecología –para-
fraseando a Susanna Hecht- más allá de este enfoque,
se configura como una manera de cultivar que se centra
no sólo en la producción, sino además en la sostenibili-
dad ecológica del sistema de producción (Hecht, 1998).

Podríamos entonces definir este tipo de prácticas


agroecológicas, diversas entre sí, caracterizando algunos
de sus componentes comunes: la ausencia de abonos de
síntesis artificial o de plaguicidas tóxicos, por ejemplo;
una marcada preocupación por la concepción del sistema
agrícola como un todo complejo e interrelacionado en el
cual, el campo de cultivo es un ecosistema total, y así pro-
cesos que ocurren en otras coyunturas naturales como
el ciclo de nutrientes o las relaciones entre depredador y
presa, también se dan. De esta manera, la finca termina
por convertirse en un ecosistema total, en el que el éxi-

50
Como él salmón. I

to depende de la manera en que se conjuguen adecuada-


mente los diversos factores naturales de la misma. Si por
un lado, esta agricultura entiende y respeta las leyes de
la ecología y de esta manera, trabaja con la naturaleza y
no contra ella; por el otro, su espíritu la hace socialmente
justa al trabajar a través de las unidades culturales, esti-
mulando la autogestión y permitiendo el dominio tecno-
lógico de la finca, o terreno de cultivo, con los recursos
disponibles y sin necesitar en demasía insumos externos.

La agroecología se asume como una protectora del


conocimiento cultural y ancestral de las comunidades,
sin desechar los avances científicos tradicionales, pero se
distingue y se representa con una orientación distinta de
desarrollo, porque se basa en un paradigma científico dis-
tinto al de las ciencias agrícolas hegemónicas. En este caso
se opta por un paradigma holístico en el cual los sistemas
socio-culturales y agroecológicos están en íntima relación
y se reflejan recíprocamente al haber evolucionado juntos.
Así, el equilibrio y la armonía dependen de ambos conjun-
tos. Este redescubrimiento de la Agroecología, sostiene
Hecht “es un ejemplo poco común del impacto que tienen
las tecnologías pre – existentes sobre las ciencias, donde,
adelantos que tuvieron una importancia crítica en la com-
prensión de la naturaleza”, terminaron por ser una moti-
vación para la comunidad científica para “estudiar lo que
los campesinos ya habían descubierto” (Hecht, 1998: 24).
Esta categoría de Agroecología, recoge diversas maneras
de cultivar que si bien poseen un mínimo común, divergen
en los enfoques y las formas de llevar a cabo sus objeti-
vos y van desde la simple ausencia de productos tóxicos,

51
Gotas para arriba

hasta aquellas que consideran como definitorio para el


desarrollo de la planta el que se trabaje o no con amor.5

En la formación y consolidación de estas maneras de


cultivar han tenido enorme influencia posturas y prácticas
que muchas veces se alejan de las preocupaciones eminen-
temente agrícolas. Por ejemplo, el movimiento ambien-
talista de las décadas de 1960 y 1970, influyó de manera
notable en los lineamientos que la agricultura ecológica
seguiría con posterioridad. Más allá de una simple coinci-
dencia de asuntos y de la actitud crítica de este movimien-
to frente a la agricultura de tipo comercial. Por ejemplo,
La primavera Silenciosa de Rachel Carson (1964) plantea
serias inquietudes sobre los daños colaterales que el uso
de las sustancias tóxicas de la agricultura, sobre todo los
plaguicidas, le generan al ambiente y al ser humano. Parte
de la respuesta a esas inquietudes sería efectivamente, el
desarrollo del enfoque aquí expuesto que propendía por
un control natural y ecológico de las plagas. Pero no solo la
preocupación ambientalista por el impacto de esas sustan-
cias tóxicas fue retomada y trabajada por este movimiento.
También la evaluación de los costos energéticos de ciertos
sistemas de producción, demostró que el alto rendimien-
to de la agricultura comercial se obtenía a costa de gas-
tos costosos que incluían el uso de recursos no renovables.

Ahora bien, la adopción de este modelo ha sido dis-


tinta, en Europa y en América. En el continente europeo

5.Una considerable tipificación de estas agriculturas está consignada en


el estudio hecho por Clara González (Gonzales, 1999).

52
Como él salmón. I

la reflexión consciente se había iniciado desde finales del


siglo XIX y principios del siglo XX y a lo largo de ese mismo
siglo y al mismo tiempo que se llevaba a cabo la Revolución
Verde, surgió un interés en varios países de la comunidad
europea por procurarse un alimento sano, libre de tóxicos,
distinto -si se quiere- al que tenían que comer los habitan-
tes de los países en “vías de desarrollo”. Así emergieron
con sorprendente rapidez organizaciones de consumido-
res informados de los beneficios de una agricultura sana,
así como agricultores dispuestos a satisfacer la demanda
de esos consumidores. Contaban estos agricultores ade-
más con los beneficios de ser en su mayoría dueños de
sus tierras y de contar con la infraestructura y los recur-
sos necesarios como para emprender tamaña empresa.

Para 1976 y luego de que se empezara a usar desde prin-


cipios de esa década -aunque de forma difusa- el término de
agroecología se refirió a “las necesidades sociales de pro-
ducción agropecuaria con los imperativos éticos de la con-
servación ambiental”. En épocas más recientes, el gobierno
nacional ha emprendido una serie de acciones destinadas a
la reglamentación de los productos agroecológicos. Una de
las más definitorias es la resolución 00074/02, “por la cual
se establece el reglamento para la producción primaria,
procesamiento, empacado, etiquetado, almacenamiento,
certificación, importación y comercialización de productos
agropecuarios ecológicos”. Allí se define un sistema de pro-
ducción agropecuario ecológico como: “Sistema holístico,
de gestión de la producción que promueve y realza la bio-
diversidad, los ciclos biológicos y la actividad biológica de

53
Gotas para arriba

suelo. Esta producción se basa en la reducción de insumos


externos y la exclusión de insumos de síntesis química”.6

Esta resolución reglamenta de igual manera, no sólo la


producción, sino además el procesamiento, empacado, eti-
quetado, almacenamiento, certificación, importación y co-
mercialización de los productos agropecuarios ecológicos,
para que así, como ellos mismos lo explican, puedan “pro-
teger a los productores y garantizar a los consumidores la
calidad del producto final”. Muchas de estas especificacio-
nes y requisitos son inalcanzables para el cultivador del co-
mún, quien difícilmente cuenta con la infraestructura nece-
saria para certificarse como productor orgánico y además
deja entrever que la intención misma de esta resolución,
lejos de preocuparse por el sustento de las familias que
conforman estas pequeñas unidades agrícolas, es sobre
todo, convertirlos en empresarios agrícolas. Así continúa
su andar la rueda viciosa que envuelve al campesino hace
décadas; que le impide ver las posibilidades reales de un au-
téntico sustento alimentario con lo producido dentro de su
finca y a través del intercambio con sus pueblos vecinos.

La vida crece, si se le da el espacio.

Subo por la calle 32 en el centro de Bogotá y atravie-


so el popular barrio de La Perseverancia con dirección a los
cerros. El camino, cada vez más empinado me llevará a la

6.Resolución numero 00074 de 2002. Diario Oficial, No. 44.767, 13 de abril


de 2002

54
Como él salmón. I

granja agroecológica de Doña Rosa, reconocida líder co-


munitaria que ha puesto en marcha ya hace varios años, el
proyecto que intentaré retratar. Desde donde estoy, en la
carrera primera, la vista de la ciudad es fantástica. Golpeo
el portón de un frente adornado por un extenso mural que
muestra la cara de un anciano, de un niño y varias matas de
maíz y luce en tipografía hecha por aerosol el nombre or-
gulloso “Granja Escuela Agroecológica”. Me abre la puer-
ta un niño, Mauricio, uno de los hijos de Rosa, y me invita
a seguir. En la cocina, sentados en las banquitas dispues-
tas para ello, se respira un ambiente ajeno al de la ciudad,
como si por un momento y de manera milagrosa al atrave-
sar aquella puerta, hubiera sido sacado de la urbe. Si bien
a lo lejos los ruidos de algunos carros y sus pitos se dejan
aún escuchar, acá dentro lo que se oyen son graznidos y
el ladrar esporádico de alguno de los perros, pero no son
sólo los sonidos, los olores también son distintos a los de
cualquiera de las casas del mismo barrio. El inconfundible
olor a tierra fértil, abono, matas. Esta casa huele a cam-
po. Sin embargo el inamovible fondo capital sigue ahí. El
panorama visual no es común tampoco, los tres ranchos
construidos con restos de diversos paneles de maderas y
techados con materiales reciclados también, se imponen
entre la diversidad de plantas que crecen sin el orden casi
fastidioso, de precisión métrica de los cultivos que se ven
a las afueras de la ciudad. El caos es un orden por descifrar
diría con razón Saramago. Estos ranchos son sus habita-
ciones, su cocina, su hogar. Lo que para otros es un caos,
para ellos es su sueño (Diario de campo, Agosto de 2009).

55
Gotas para arriba

Desde hace ya algún tiempo, esa línea que se había inten-


tando trazar desde la academia distinguiendo tajantemen-
te el mundo rural del urbano, parece cada vez más difusa. El
avance del capital en el campo ha resultado en un eventual
proceso de industrialización del mundo agrícola y con este,
la transformación de aquel sujeto que llamamos campesino
y sobre el cual han sido vertidos tantos y tan diversos imagi-
narios. Desde aquella concepción que lo dibujaba como un
ser sumiso y abnegado, incapaz de afrontar los cambios que
traían consigo las nuevas tecnologías y que encajaba como
por arte de magia, en el modelo marxista que todo lo expli-
caba, que los definía como un ente social a medio camino
de conformarse como clase e incapaz además de imponer
sus intereses o de representarse a sí mismo (Marx, 2005);
hasta visiones en las que aparece definido por su capacidad
adaptativa, en constante contacto con el mundo urbano y
lejos del aldeano abstraído de la realidad global, como fue-
ran por tanto tiempo dibujados. Pero no sólo ha mutado la
percepción del campo con la entrada del capital. La idea de
la ciudad como ente ajeno al mundo rural se ha ido poco
a poco desvaneciendo. Hoy por hoy y cada vez con mayor
visibilidad, gentes cansadas del ritmo frenético de la ciudad
han vuelto sus miradas al mundo rural, en una especie de
añoranza por un sitio mejor y más calmado, se han preocu-
pado por su alimentación y por el origen de sus alimentos.

Pero va mas allá de el interés neo hippie, es más com-


plejo y eso salta a la vista, pues al mismo tiempo, cientos
de campesinos han tenido que abandonar sus tierras por
culpa de la violencia que desangra al país desde tiem-
pos ya remotos, recrudecida en los últimos años, y han

56
Como él salmón. I

llegado a la ciudad en busca de un futuro más promiso-


rio que raramente les llega. La gran mayoría, sin más op-
ción, se apostan en las calles de la ciudad esperando ma-
nos caritativas que regalen un par de monedas, o en el
mejor de los casos alimentos, o tal vez una oportunidad.
Son desplazados, pero algunos les llaman, cínicamente,
migrantes. Ahora la ciudad está en el campo y el campo
en la ciudad. Ahora hay granjas en pleno barrio popular.

El sitio en el que estoy es un lote, que más o menos


debe tener unos 60 metros de fondo por 30 de ancho. En
un tiempo abandonado, terminó convertido por la gracia
del tiempo, del descuido de sus propietarios, de la nece-
sidad y la pereza de sus vecinos, en un enorme basure-
ro; hoy rescatado, adecuado y transformado en el hogar
de la familia cuya cabeza es Rosa. Fue ella y su equipo de
trabajo, es decir sus amigos y sus hijos, quienes limpiaron
el lugar y ahora, en donde se depositaban los desperdi-
cios, lo que no era más necesario, crece por la gracia del
trabajo y el esfuerzo, feliz la vida. Aquí viven los dos hi-
jos de ella, un niño y una niña, una nietecita de escasos
dos años y de viveza sorprendente y Harold, quien desde
hace un tiempo le ayuda con los quehaceres de la granja.

¿Qué hace una granja en medio de la ciudad? ¿Qué im-


pulsó este proyecto? ¿Qué lo motiva? Para responder estas
preguntas y conocer qué relación existe entre esta granja
y la Revolución Verde o el modelo de protección, o más
importante aún, la relación con la coyuntura agraria actual
-que fue forjada con el papel definitorio de estos sucesos-
hay que conocer primero la historia de Doña Rosa y su de-

57
Gotas para arriba

seo furioso e implacable por cultivar donde sea, por defen-


der el principio sagrado de la vida por sobre cualquier cosa.

La historia de doña Rosa. El Salmón.

Traída a Bogotá por una familia adinerada en los


primeros años de su vida desde su natal Moniquirá y an-
tes de que cumpliera diez, Rosa recuerda hasta el día de
hoy las palabras de su madre que eventualmente le da-
rían el sustento a su alma campesina. Así me lo explica:

A mí me gusta el agro, porque lo llevo en la sangre, no por-


que yo haya sido criada en el campo, porque yo duro en el
campo únicamente hasta los seis años, entonces pues como
lo que dice mi mamá, el amor a la tierra, quiera a la tierra.
Mi mamá dice, el que niega la tierra niega la madre, hay que
querer tanto a la tierra como a la madre. (…) son como co-
sas que van quedando, el amor a la tierra. Toda la vida don-
de yo he estado, siempre he tenido, aunque sea una mata y
me gusta todo lo que tiene que ver con la tierra. (Entrevis-
ta realizada por el autor en Bogotá, en octubre de 2009).

Los primeros años de su vida transcurrieron entre la


paradoja de sentirse humilde y vivir con gente adinera-
da. De autodenominarse “pobre” pero en apariencia ser
“rica”. Vivía con todas las comodidades que se le podían
brindar, aquellas que su madre no hubiese podido aún
cuando quisiera, brindarle. Retumbarían como un man-
tra en su joven cabeza las palabras de aquella mujer que
le indicaban “no se junte con los ricos”, por no inspirarle
la más mínima confianza, por ser ante los ojos de aque-
lla mujer, seres mezquinos y dados a la humillación como
manera para divertirse. “Para ser rico le falta mucho, para

58
Como él salmón. I

ser pobre lo tiene todo, ¿Por qué no me quedo donde lo


tengo todo?... son cosas que van quedando”, recuerda
Rosa aquel prejuicio hondamente cultivado en su espíri-
tu. Este fue su principal compañero en los años de juven-
tud y llegó a ser la directriz para sus primeras relaciones.

En su juventud y con su compañero de aquel enton-


ces, el primero, habría retomado casi de manera didáctica,
las labores del campo. Sus suegros tenían una finca en La
Calera, municipio cercano a la capital. Allí cultivaban papa
y cebolla, también criaban vacas. De esta época recuerda:

Entonces cuando yo ya era novia del papá de mis hijos, para


ellos era terrible ver que una mujer coge un azadón, allá no
se coge, pero empiezo a sembrar papas con ellos. (…) Al
sembrar la papa ya se le echaba el triple 15, se le echaba ya el
veneno, pero no tan extenso, pero sí se fumiga con veneno.
En aquel tiempo se le echaba cuando la papa tenía 10 centí-
metros y a los tres meses otro fumigo y así, eran como tres
o cuatro veces que se le echaba el fumigo a la papa y me
decían que no había otra forma porque es que la tierra está
cansada y yo decía sí, la tierra está cansada, pero ¿por qué
la tierra se cansa? Si nosotros somos parte de la tierra, no se
puede cansar, la estamos dañando de pronto, es mal uso, y yo
les decía: ¿por qué no recogen el abono de las vacas y se lo
echaban? Que yo veía que mi mamá sacaba muy buena yuca.

En mi casa es diferente, porque en la calera se da la papa, la


cebolla, en Moniquira no, en Moniquira es plátano, yuca, es
más abajo. Pero yo si veía que mi mamá nunca compraba un
veneno, nunca compraba un abono. Mi mamá cogía la cacota
del café y la revolvía con estiércol de vaca y eso le echaba a
las matas, tanto al café, como a la yuca, como a la caña. No
era de pronto un abono muy tecnificado, sino era con lo que
había, entonces mi mamá picaba los residuos de la cocina y eso
le echaba a la vaca, le echaba salecita y ya, esa era la comida

59
Gotas para arriba

de las vacas. Entonces todo eso yo lo aprendo antes de los seis


años y eso es muy poco tiempo para aprender una agricultura,
pero igualmente aprendo todo eso, yo lo que vi de mi mamá
no lo olvido, yo sé todo del café: cómo cogerlo, cómo cortar-
lo, todo. Y cuando yo llego a un clima frío intento aprenderlo
todo también, porque allí siembran cubios, siembran batatas
y empiezo a ver otra serie de cultivos y ya viendo tanta cosa
empiezo a tener una visión sobre hacia donde quiero caminar
y sabía que no tenía los medios. (…) yo le dije a él, si algún
día usted y yo llegamos a tener algo, yo quiero tener una finca.
Entonces de ahí, después de eso, terminamos un buen tiem-
po en el campo, viene el otro niño, entonces yo permanecía
mucho tiempo en el campo trabajando, sembrando maíz,
haba, arveja, el cuidado del ganado, volverme a familiarizar
con el campo, pero ya en un clima mucho más frío. Me decían,
“no salga”, “se puede resfriar”. Más sin embargo, cuando
yo estaba ahí, salía a ordeñar a las 3 de la mañana y todo el
mundo se reía. Mire, usted no me va a creer, pero yo apren-
dí a ordeñar a los tres años y no se me ha olvidado, yo pue-
do ordeñar. De pronto algunos nudos me quedaran regulares,
pero yo lo sé hacer. Y ahí ya empezamos a salir, a conocer
otros sitios, íbamos a Guasca, Chaguaní, Choachí, el clima no
es tan frio como en Bogotá entonces ya habíamos consegui-
do hartos amigos y ya íbamos era a la finca y ya llegábamos y
yo no me quedaba quieta, sino que miraba cómo hacia el otro
lado y preguntaba: ¿qué podemos sembrar? y empiezo a ad-
quirir todo un poco de conocimiento en agricultura. Eso fue
a través de ir visitando fincas y hablando con la gente (Ibid).

Mucho tiempo habría de esperar Rosa para poder dar-


le rienda suelta a su sueño cultivador y entre tanto, la vida
fue siguiendo su curso y ella siempre intentando ser dueña
de su destino. Así, fiel a su instinto, intentó siempre procu-
rarse sus propios alimentos y muy a pesar de la voluntad de
su compañero en ese entonces, empezó a trabajar a escon-
didas. ¡A escondidas! porque él no permitía que “su” mujer

60
Como él salmón. I

mancillara el honor masculino yendo a laborar cuando él


mismo, estaba en plena condición para mantener al hogar
y a ella, quien no quería por demás, ser mantenida. Un día,
en vista de que una enfermedad le impedía al carpintero de
profesión llevar a cabo sus tareas cabalmente, envió a Rosa
con el recado para su jefe. En el camino y de repente, cons-
ciente del desenlace que tendría su decisión, cambió el con-
tenido del mensaje y le dijo al dueño de la carpintería que se-
ría ella quien por ese día, hiciera las labores encomendadas
a su marido. No sin sorpresa fue aceptada. Así empezaría su
fugaz paso como carpintera, empresa obstinada en un ám-
bito eminentemente masculino y machista además, en el
cual habría de enfrentar un sinfín de afrentas por ser mujer.

Luego incursionó en la zapatería. Con los pesos aho-


rrados compró un negocio y aprendió mirando a su her-
mano, se hizo entonces zapatera. Curiosos oficios para
una mujer hace 25 años y aún hoy, cuando son pocas las
zapateras y menos aún las carpinteras. Ella lo explica:

Yo me creía igual a los hombres. No hallaba la diferencia en-


tre una mujer y un hombre. El feminismo y el machismo, es
de igualdad y punto. Siempre lo he visto muy sencillo, es
que si el hombre tiene, físicamente tenemos una diferen-
cia, ambos tenemos dos manos, dos piernas y una cabe-
za y el pensamiento es ese, se enfoca y ya. Pero realmen-
te no es tan sencillo, sino que viene otro pocotón de cosas
y entonces yo peleo es por la igualdad y para ser yo igual al
otro, yo tengo que aprender las labores del hombre porque
yo no me voy a quedar toda la vida cocinándole al hombre,
ah no, eso si yo no lo voy hacer. (Ibíd, septiembre de 2009)

Rosa seguía siendo presa de esa irredimible manía de


nadar contra la corriente, de querer hacer precisamente lo

61
Gotas para arriba

que le decían que no se podía hacer, fue carpintera y za-


patera con relativo éxito. También incursionó en la marro-
quinería. Justamente sería el fruto de su trabajo en estos
dos últimos oficios lo que le permitiría hacerse a un lote
en el que por fin podría empezar una primera experien-
cia agrícola netamente impulsada por ella y que definiría
enormemente su quehacer posterior, no sólo en torno a
la agricultura, sino además en lo que sería el otro motor
de su vida: la labor social. El lote ubicado en Suba, sería la
puerta de entrada a un mundo totalmente distinto y nuevo
para ella, puesto que aquella localidad y frente a sus ojos,
se mostraba como una herida abierta, como un dedo acu-
sador que la cuestionaba sobre su papel frente a la proble-
mática social y frente a un estado al que, pareciera, se le
había olvidado la suerte que corrían los habitantes de esta
localidad. Un censo realizado por ella misma en varios lu-
gares de la localidad le mostró cómo existía una ineludible
cantidad de personas en condición de discapacidad y sin
la posibilidad real de la más mínima atención por no estar
afiliados a un sistema de seguridad social que los atendie-
ra como su circunstancia lo requería. Aprendería entonces
en una Universidad Privada los cuidados básicos y míni-
mos que esa población requería, sin recibirse como profe-
sional gracias a un convenio con el rector de aquella insti-
tución, pondría al servicio de la comunidad lo aprendido.

El turno luego sería para los adultos mayores -sofisti-


cado eufemismo usado cuando la palabra anciano se con-
virtió en peyorativa, como peyorativa se convirtió su con-
dición en una sociedad en la que son prescindibles- con
quienes iniciaría una actividad destinada a la organización

62
Como él salmón. I

y la ocupación del tiempo libre del que disponían. Empeza-


ron entonces a construir pequeñas huertas en las terrazas
de sus casas y a producir en pequeña escala algunas hor-
talizas que luego destinaban a su consumo o a la comer-
cialización, siendo el primero el fin perseguido. También
reciclaron y consolidaron un programa llamado Reciclar
Paga, mediante el cual y en colaboración entre los parti-
cipantes, sacaban de sus hogares los materiales suscepti-
bles a ese tratamiento y los vendían a una empresa intere-
sada en ellos. Estos programas serían la semilla de nuevos
proyectos mejorados, e impulsados por la Alcaldía Local
y por los cuales –según me cuenta- nunca hubo un gesto
de agradecimiento o reconocimiento para con ella, todo
lo contrario, sería cuestionado su papel en el desarrollo de
estos grupos, cuando personas ajenas a ellos y con interés
de lucrarse pusieron en duda la transparencia de sus accio-
nes respecto al dinero. A lo cual ella me responde tajante
que jamás habría tomado un sólo peso de los ancianos.

Empezaba a aflorar, imparable, el alma campesina


que había permanecido en calma durante tanto tiem-
po, a la espera de aquel momento. Recordando, Rosa
hace una evaluación de aquella primera experiencia:

Con la producción de las huertas se hicieron varias ollas comu-


nitarias, se vendían en algunos puntos lechugas, coliflor, va-
rias cosas porque ya era el excedente, lo otro era puro auto
consumo. En las huertas había papa, zanahoria, remolacha,
acelga, espinaca, haba, arveja, frijol, maíz, algunas aromá-
ticas, todos cultivaban un poquito de todo, era biodiverso,
porque a nosotros nos parece que una sola de remolacha,
eso ya es monocultivo, así sea en pequeño y eso no lo que-
ríamos, para poder manejar la alelopatía y que las maticas

63
Gotas para arriba

se cuiden entre ellas (…) Todos los abuelos iban a todas las
huertas, era muy comunitario, haga de cuenta cinco traba-
jan esta semana, los otros cinco la otra semana, ¿sí? Haga de
cuenta usted es el dueño de esta huerta y dice, “yo trabajo
con fulano, fulano y fulano”. Y así… (Ibíd, octubre de 2009)

Para esa misma época e invitada por una organiza-


ción social, iría becada, a Venezuela a recibir formación en
mutualismo en la Universidad de los Trabajadores. Aquel
periodo de formación sería definitorio para su proyecto de
vida. De ahora en adelante serían dos los ejes motores de
su vida, los que siempre habían estado ahí, pacientemente
aguardando por atención, el cultivo de la tierra y la lucha
por la igualdad social, materializados en el mutualismo y la
Agricultura Ecológica como resistencia.

“Esto yo lo soñé, a mi esto me vino en un sueño”7 . La


agricultura como resistencia.

Los dos hijos pequeños de Rosa estudian en el colegio


Camilo Torres, en el centro de Bogotá. Una de sus sedes se
situaba muy cerca a donde actualmente viven. Fue precísa-
mente esa cercanía gracias a la cual Rosa habría reconoci-
do por primera vez, en un colosal basurero, una oportuni-
dad del mismo tamaño. En el colegio había impulsado un
proyecto de agroecología como parte de una experiencia
pedagógica enfocada hacia la transformación de los ima-
ginarios culturales en las edades tempranas. Lo que inten-
taban era que los niños comprendieran que no hay árbo-

7.Palabras de doña Rosa, en entrevista con el autor, Bogotá, Junio de


2010.

64
Como él salmón. I

les de cebolla, que la comida no viene del supermercado


y que además es posible procurarse la comida cultivándo-
la. Noble ideal. El proyecto prosperó de manera relativa,
porque tiempo después y en vista de un inminente cierre
de la sede en la que encontraba la huerta, se decide parar.

Es ahí donde Rosa toma la determinación de hallar


al dueño del predio abandonado. Esperaba que de esta
manera pudiese negociar el arrendamiento del mismo y
comenzar a limpiarlo. Existían múltiples demandas instau-
radas por los vecinos del sector a causa de que al fondo
del lote, unas aguas estancadas estaban provocando ma-
lestares a los habitantes de la cuadra. Gracias a esas de-
mandas se enteró que el hombre al que buscaba era Car-
los Manrique, a quien efectivamente buscó y logró que,
sin firmar papeles, le cediera el lote bajo la figura del co-
modato, una forma de contrato mediante el cual el predio
es ocupado por una especie de arrendatario, que puede
vivir en el espacio y usufructuarlo además, a cambio de
realizar mejoras en el mismo, mejoras que al final de la
ocupación quedan para el beneficio del legítimo dueño.

Realmente el acuerdo nunca estuvo, en la práctica nunca es-


tuvo. Yo hablé con el hombre y él me dijo entre, lúcheselo
allá y los papeles son secundarios. Luego lo arreglamos. (…)
entonces yo en eso empiezo a buscar el certificado de liber-
tad y empiezo a preguntar sobre una persona que aparece
en los papeles, un señor Segundo, la cédula de él tiene como
tres números no más. Imagínese y una señora que no es co-
lombiana. Ninguno de los dos está y yo llevo en ese proceso
tres años. Descubro que él no es el dueño (Carlos Manrique)
y tengo que pedir la legalización. Y hace dos años me cae la
DIAN, por impuestos, tenía que pagar 4 millones 800 mil pe-
sos. Cuando me cae el IDU que van a rematar el predio, por

65
Gotas para arriba

impuestos. En todo este tiempo que ha pasado ha venido


gente y me han ofrecido mucho dinero. Uno ofreció 1000 mi-
llones. Una señora casi me pega, porque llega y me dice acá
esto, no, esto vale es el predio, esto no es nada, esto está un
mierdero y a mi q me digan eso de entrada, pues choca mu-
cho. Yo todos los días durante tres años dándole de sol a sol.

Y sobre la monumental tarea de limpieza nos cuenta:

Para limpiar un lote de 1800 metros cuadrados. ¡Eso era mu-


cha basura! En el 2007 convocamos una minga, hagamos una
convocatoria por internet yo tengo unos 300 contactos, mas
los contactos de ellos suman por ahí unos 500, con las redes
y eso. Hablé con los amigos y les dije, yo les voy a enviar un
correo para que ustedes lo reenvíen, claro doña rosa, no hay
lio. “limpieza de lote para gran escuela agroecológica” y listo.
Entonces yo dije, no eso llegan por ahí 20 personas… no tenía
mucha plata y esperé 20 personas. Además abajo decía: “las
personas que lleguen antes de las 9 de la mañana tienen dere-
cho a un desayuno orgánico” entonces claro, dicen orgánico
y no lo van a regalar. A las 9 de la mañana tenía 250 personas.

Llegaba gente, llegaba gente. Pero esto (el sitio en el que es-
tamos, un cuarto cuyas paredes son paneles de madera y está
techado por gruesos plásticos) no existía, eso no existía, la
cocina no existía, apenas habían unos palos. Además yo vivía
en una carpa, cubierta por unos plásticos. Eso fue en el 2006,
cuando hicimos la primera minga. Antes de eso lo que estaba
haciendo era trabajando con niños del colegio, venían 15, 20
niños, hacíamos almuercito y los chiquitos ayudaban a recoger
bultos de basura. Eran niños de primaria y ya venía Carlos, venía
Camilo, y yo. Así amigos. (…) los chicos de allá venían a trabajar
acá y se recogía basura, 50, 80, 20, 30 bultos de basura y cada
vez que pasaba la basura se sacaba eso, hasta que dijeron, no,
nosotros no le llevamos eso, tocaba ayudarla a subir al carro,
nos ponían mil peros. Pero no importaba, yo la subía. Pero ya
después de eso, ya empezamos a verla como grave. Cuando
llegan las 250 personas ¿Qué hacemos? Las mandamos de una
vez afuera, eso equivalía a más o menos 500 bultos de basura,

66
Como él salmón. I

todo el día estuvimos sacando y una volquetada de esas gran-


dotas, entonces yo pedí un servicio especial, pero llegó como
hasta los 20 días. Todos los vecinos se me vinieron encima. Me
insultaban, de todo, el señor que vive acá (señala firme con su
mano hacia el norte) y la hermana de allá.” (Ibid, Junio de 2010)

Aquella monumental tarea de limpieza del lote no era


sino el inicio del proyecto que desde ese mismo momen-
to, generó cierto malestar al resto de la comunidad. En un
primer momento por lo que representaba la cantidad de
basura que se sacaba del lote, después por la confronta-
ción directa de Rosa con la comunidad, que pretendía que
después de limpio, el lote se convirtiera en una cancha de
basquetbol. El proyecto inició formalmente para el 2007 y
en el mismo jugó un papel definitorio el hijo mayor de Rosa,
quien le fuese violentamente arrebatado por la violencia,
en una situación aún no esclarecida. A ese suceso se refiere:

Aquí está el sudor de mi hijo, de un ser muy querido, porque


él estuvo acá ayudándome, sacando la basura, si él estuviera
aquí, otro sería el gallo, porque él era un muchacho que le me-
tía, hombro a hombro trabajábamos los dos, esto seguramente
lo hubiéramos sacado, tendríamos más cosas, porque éramos
dos personas trabajando, pero cuando me lo matan a él, muere
el, obviamente se le baja a uno la moral, ya no hay con quien
trabajar, la tristeza se lo lleva a uno, saber que uno como mamá
luchó para sacar a su hijo adelante y cuando el hijo está gran-
de, ya cuando el chico está ayudando ya como si fuera el papá,
el hombre de la casa, me lo arrebatan miserablemente como
me lo quitaron. Todo baja. Se le murió la moral. Germán Andrés
Cinfuentes, se llamaba el. Ahí queda uno como en el limbo, sigo
o no sigo. Reniega uno. Mil preguntas sin respuesta. Ahora yo
como mamá, procuro ver a mis hijos como mis hijos, pero tam-
bién como actores, como sujetos de una sociedad. El no era un
santo, era un muchacho normal como cualquier otro. No toma-
ba, no fumaba. Siempre llegaba a la casa, tenía 21 años y su no-

67
Gotas para arriba

via, así que el día que no llega, paso algo. Entonces yo creo que
acá esto, este espacio hubiera avanzado muchísimo más. (Ibid)

Sin embargo, Rosa no se dejó hundir por ello y de aquel


dolor insoportable surgió la fuerza misma que le permitió
sacar a sus otros dos hijos adelante, tres si contamos a su
nietecita, cuatro si contamos la granja. Aún se pueden en-
contrar restos de basura en una parte mínima del terreno,
pero para mí resulta casi imposible de creer, sino es por el
testimonio brindado por quien me inspira confianza y por
algunas fotos que tuve oportunidad de ver, de la transfor-
mación monumental de este espacio. Donde antes reinaba
la muerte, hoy lo hace la vida y no sólo materialmente, tam-
bién lo hace de manera simbólica y con enorme fuerza. Este
proyecto se ha consolidado como una efectiva apuesta por
realizar un cultivo que además de justo con el medio am-
biente, lo sea social y culturalmente. Aquí se han intenta-
do no sólo rescatar cultivos que otrora fuesen alimento de
quienes habitaban estas tierras, como la quinua o el amaran-
to, sino además las maneras de cultivarlos. Miren ustedes,
con cuanta terquedad y determinación hoy crecen ayuda-
dos por la mano campesina de esta mujer, los más diversos
productos, en una granja en la mitad de un barrio popular.

Pero si por un lado, se intentan rescatar los cultivos,


que ya en un tiempo que pareciera ajeno fueron nuestros;
por el otro, se intenta de la misma forma y con el mismo
empeño, rescatar los acervos culturales que giraban en
torno a esos mismos cultivos, representados, por ejemplo,
en una inmensa variedad de platos de origen amerindio y
de los que Rosa hace uso eventual en su baraja culinaria.

68
Como él salmón. I

Este antiguo basurero convertido en nueva granja ha


dado gracias al esfuerzo de quien trabaja la tierra, rábanos,
remolachas y papas, quinua, amaranto, arracacha, arveja y
maíz, ha dado frijol, haba, cilantro, espinaca, albahaca, ce-
bolla, cuando obstinado el suelo lo permitió, se cosecho
pepino dulce, también calabaza, brócoli, calabacín, uchu-
va y yacón, se sacó guatila y cubios. El lector acucioso po-
drá anotar justamente, que si bien este diverso inventa-
rio es un logro enorme para las condiciones en las que ha
visto la luz, dista mucho de configurarse como una dieta
sostenida para una familia, para esa pequeña unidad agrí-
cola familiar, no sólo por la falta de proteína, sino por la
dependencia que se tiene de los ciclos naturales de los cul-
tivos; que a su vez, impide que sea la huerta tan efectiva
como lo es el dinero y una nevera. Y en efecto así sucede.

¿Si la granja no facilita con su producción, la tan an-


siada soberanía alimentaria, motor auténtico del pro-
yecto, entonces como se sortea ese ineludible detalle?

Esto es más experimental ¿no? Y funciona por el trueque, esto


de acá no se vende, se comparte. Al compartir significa que
la otra persona recibe y va a compartir su cosecha conmigo
también. Esto es más de trueque, pero si yo no tengo nada,
si no cosecho, estoy muerta. Difícilmente podré compartir.
Entonces yo veo un mercado campesino y puedo llevar el ya-
cón por ejemplo y lo puedo cambiar por naranja o mandarina
o yuca o plátano. Yo lo hago y queremos seguir caminando
los mercados mutuales, que son mercados diferentes. Ya para
construir entre todos la soberanía alimentaria. ¿Qué decimos?
La gente tiene que saber que es la soberanía. Es autonomía.
¿Qué es autonomía? La gente escucha el término, escucha la
palabra pero no sabe. Entonces para mí –y no sé si esté equi-
vocada- la autonomía es la capacidad de pensar y decidir. Si yo

69
Gotas para arriba

tengo la capacidad de pensarme la vida y de tomar la decisión


de hacia donde la quiero enrumbar, eso es ser autónomo y la
soberanía, cuando uno tiene la capacidad de pensar y de deci-
dir, es igual, la soberanía sobre los bienes y medios de produc-
ción, que yo pueda decidir cuando quiero cultivar, que quiero
cultivar y para que lo quiero cultivar y como. Que no sea obli-
gado, que me digan tiene que sembrar esto porque es lo que
está de moda, es lo que está dando dinero. (Ibíd, julio de 2010)

Esto es, en términos coloquiales, llevar la contraria. Si


Rosa dice que quiere cultivar lo que ella quiere, como quie-
re y cuando ella quiere, decidídamente se escapa al modelo
agrícola que dicta “lo-que-hay-que-hacer” sólo para intentar
conseguir el mismo objetivo, alimentarse, pero a su manera.
Su convencimiento por la causa que ella considera la justa,
entre la infinita cantidad de causas que se han considerado
justas en algún momento, la lleva a enfrentarse ineludible-
mente a aquella sentencia que dictamina sin dudarlo, “debe-
rás sembrar aquello que puedas vender”. La propuesta de
Rosa y la de don Carlos Ramirez, protagonista del último capí-
tulo es entonces sustituir la palabra vender, por la de comer.

Quisiera acá detenerme antes de finalizar, para refe-


rirme a los mercados mutuales, para que podamos com-
prender la lógica que opera en ellos y la valiosa fuente
cultural y de identidad que en caso de prosperar, pueden
llegar a convertirse. Impulsados como una propuesta que
busca la anhelada soberanía alimentaria, estos mercados
han venido tomando una fuerza cada vez mayor y se han
definido como de carácter itinerante, intentando de esta
manera, llevar la propuesta a la mayor cantidad de luga-
res de la ciudad, sin adscribirse a un sector en particular.

70
Como él salmón. I

Rosa nos describe el funcionamiento de uno de ellos:

Realmente el acuerdo nunca estuvo, en la práctica nunca es-


tuvo. Yo hablé con el hombre y él me dijo entre, lúcheselo
allá y los papeles son secundarios. Luego lo arreglamos. (…)
entonces yo en eso empiezo a buscar el certificado de liber-
tad y empiezo a preguntar sobre una persona que aparece
en los papeles, un señor Segundo, la cédula de él tiene como
tres números no más. Imagínese y una señora que no es co-
lombiana. Ninguno de los dos está y yo llevo en ese proceso
tres años. Descubro que él no es el dueño (Carlos Manrique)
y tengo que pedir la legalización. Y hace dos años me cae la
DIAN, por impuestos, tenía que pagar 4 millones 800 mil pe-
sos. Cuando me cae el IDU que van a rematar el predio, por
impuestos. En todo este tiempo que ha pasado ha venido
gente y me han ofrecido mucho dinero. Uno ofreció 1000 mi-
llones. Una señora casi me pega, porque llega y me dice acá
esto, no, esto vale es el predio, esto no es nada, esto está un
mierdero y a mi q me digan eso de entrada, pues choca mu-
cho. Yo todos los días durante tres años dándole de sol a sol.

Y sobre la monumental tarea de limpieza nos cuenta:

Para limpiar un lote de 1800 metros cuadrados. ¡Eso era mu-


cha basura! En el 2007 convocamos una minga, hagamos una
convocatoria por internet yo tengo unos 300 contactos, mas
los contactos de ellos suman por ahí unos 500, con las redes
y eso. Hablé con los amigos y les dije, yo les voy a enviar un
correo para que ustedes lo reenvíen, claro doña rosa, no hay
lio. “limpieza de lote para gran escuela agroecológica” y listo.
Entonces yo dije, no eso llegan por ahí 20 personas… no tenía
mucha plata y esperé 20 personas. Además abajo decía: “las
personas que lleguen antes de las 9 de la mañana tienen dere-
cho a un desayuno orgánico” entonces claro, dicen orgánico
y no lo van a regalar. A las 9 de la mañana tenía 250 personas.
Llegaba gente, llegaba gente. Pero esto (el sitio en el que es-
tamos, un cuarto cuyas paredes son paneles de madera y está
techado por gruesos plásticos) no existía, eso no existía, la

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Gotas para arriba

cocina no existía, apenas habían unos palos. Además yo vivía


en una carpa, cubierta por unos plásticos. Eso fue en el 2006,
cuando hicimos la primera minga. Antes de eso lo que estaba
haciendo era trabajando con niños del colegio, venían 15, 20
niños, hacíamos almuercito y los chiquitos ayudaban a recoger
bultos de basura. Eran niños de primaria y ya venía Carlos, venía
Camilo, y yo. Así amigos. (…) los chicos de allá venían a trabajar
acá y se recogía basura, 50, 80, 20, 30 bultos de basura y cada
vez que pasaba la basura se sacaba eso, hasta que dijeron, no,
nosotros no le llevamos eso, tocaba ayudarla a subir al carro,
nos ponían mil peros. Pero no importaba, yo la subía. Pero ya
después de eso, ya empezamos a verla como grave. Cuando
llegan las 250 personas ¿Qué hacemos? Las mandamos de una
vez afuera, eso equivalía a más o menos 500 bultos de basura,
todo el día estuvimos sacando y una volquetada de esas gran-
dotas, entonces yo pedí un servicio especial, pero llegó como
hasta los 20 días. Todos los vecinos se me vinieron encima. Me
insultaban, de todo, el señor que vive acá (señala firme con su
mano hacia el norte) y la hermana de allá.” (Ibid, Junio de 2010)

Aquella monumental tarea de limpieza del lote no era


sino el inicio del proyecto que desde ese mismo momen-
to, generó cierto malestar al resto de la comunidad. En un
primer momento por lo que representaba la cantidad de
basura que se sacaba del lote, después por la confronta-
ción directa de Rosa con la comunidad, que pretendía que
después de limpio, el lote se convirtiera en una cancha de
basquetbol. El proyecto inició formalmente para el 2007 y
en el mismo jugó un papel definitorio el hijo mayor de Rosa,
quien le fuese violentamente arrebatado por la violencia,
en una situación aún no esclarecida. A ese suceso se refiere:

Aquí está el sudor de mi hijo, de un ser muy querido, porque


él estuvo acá ayudándome, sacando la basura, si él estuviera
aquí, otro sería el gallo, porque él era un muchacho que le me-
tía, hombro a hombro trabajábamos los dos, esto seguramente

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Como él salmón. I

lo hubiéramos sacado, tendríamos más cosas, porque éramos


dos personas trabajando, pero cuando me lo matan a él, muere
el, obviamente se le baja a uno la moral, ya no hay con quien
trabajar, la tristeza se lo lleva a uno, saber que uno como mamá
luchó para sacar a su hijo adelante y cuando el hijo está gran-
de, ya cuando el chico está ayudando ya como si fuera el papá,
el hombre de la casa, me lo arrebatan miserablemente como
me lo quitaron. Todo baja. Se le murió la moral. Germán Andrés
Cinfuentes, se llamaba el. Ahí queda uno como en el limbo, sigo
o no sigo. Reniega uno. Mil preguntas sin respuesta. Ahora yo
como mamá, procuro ver a mis hijos como mis hijos, pero tam-
bién como actores, como sujetos de una sociedad. El no era un
santo, era un muchacho normal como cualquier otro. No toma-
ba, no fumaba. Siempre llegaba a la casa, tenía 21 años y su no-
via, así que el día que no llega, paso algo. Entonces yo creo que
acá esto, este espacio hubiera avanzado muchísimo más. (Ibid)

Sin embargo, Rosa no se dejó hundir por ello y de aquel


dolor insoportable surgió la fuerza misma que le permitió
sacar a sus otros dos hijos adelante, tres si contamos a su
nietecita, cuatro si contamos la granja. Aún se pueden en-
contrar restos de basura en una parte mínima del terreno,
pero para mí resulta casi imposible de creer, sino es por el
testimonio brindado por quien me inspira confianza y por
algunas fotos que tuve oportunidad de ver, de la transfor-
mación monumental de este espacio. Donde antes reinaba
la muerte, hoy lo hace la vida y no sólo materialmente, tam-
bién lo hace de manera simbólica y con enorme fuerza. Este
proyecto se ha consolidado como una efectiva apuesta por
realizar un cultivo que además de justo con el medio am-
biente, lo sea social y culturalmente. Aquí se han intenta-
do no sólo rescatar cultivos que otrora fuesen alimento de
quienes habitaban estas tierras, como la quinua o el amaran-
to, sino además las maneras de cultivarlos. Miren ustedes,
con cuanta terquedad y determinación hoy crecen ayuda-

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Gotas para arriba

dos por la mano campesina de esta mujer, los más diversos


productos, en una granja en la mitad de un barrio popular.

Pero si por un lado, se intentan rescatar los cultivos,


que ya en un tiempo que pareciera ajeno fueron nuestros;
por el otro, se intenta de la misma forma y con el mismo
empeño, rescatar los acervos culturales que giraban en
torno a esos mismos cultivos, representados, por ejemplo,
en una inmensa variedad de platos de origen amerindio y
de los que Rosa hace uso eventual en su baraja culinaria.

Este antiguo basurero convertido en nueva granja ha


dado gracias al esfuerzo de quien trabaja la tierra, rábanos,
remolachas y papas, quinua, amaranto, arracacha, arveja y
maíz, ha dado frijol, haba, cilantro, espinaca, albahaca, ce-
bolla, cuando obstinado el suelo lo permitió, se cosecho
pepino dulce, también calabaza, brócoli, calabacín, uchu-
va y yacón, se sacó guatila y cubios. El lector acucioso po-
drá anotar justamente, que si bien este diverso inventa-
rio es un logro enorme para las condiciones en las que ha
visto la luz, dista mucho de configurarse como una dieta
sostenida para una familia, para esa pequeña unidad agrí-
cola familiar, no sólo por la falta de proteína, sino por la
dependencia que se tiene de los ciclos naturales de los cul-
tivos; que a su vez, impide que sea la huerta tan efectiva
como lo es el dinero y una nevera. Y en efecto así sucede.

¿Si la granja no facilita con su producción, la tan an-


siada soberanía alimentaria, motor auténtico del pro-
yecto, entonces como se sortea ese ineludible detalle?

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Como él salmón. I

Esto es más experimental ¿no? Y funciona por el trueque, esto


de acá no se vende, se comparte. Al compartir significa que
la otra persona recibe y va a compartir su cosecha conmigo
también. Esto es más de trueque, pero si yo no tengo nada,
si no cosecho, estoy muerta. Difícilmente podré compartir.
Entonces yo veo un mercado campesino y puedo llevar el ya-
cón por ejemplo y lo puedo cambiar por naranja o mandarina
o yuca o plátano. Yo lo hago y queremos seguir caminando
los mercados mutuales, que son mercados diferentes. Ya para
construir entre todos la soberanía alimentaria. ¿Qué decimos?
La gente tiene que saber que es la soberanía. Es autonomía.
¿Qué es autonomía? La gente escucha el término, escucha la
palabra pero no sabe. Entonces para mí –y no sé si esté equi-
vocada- la autonomía es la capacidad de pensar y decidir. Si yo
tengo la capacidad de pensarme la vida y de tomar la decisión
de hacia donde la quiero enrumbar, eso es ser autónomo y la
soberanía, cuando uno tiene la capacidad de pensar y de deci-
dir, es igual, la soberanía sobre los bienes y medios de produc-
ción, que yo pueda decidir cuando quiero cultivar, que quiero
cultivar y para que lo quiero cultivar y como. Que no sea obli-
gado, que me digan tiene que sembrar esto porque es lo que
está de moda, es lo que está dando dinero. (Ibíd, julio de 2010)

Esto es, en términos coloquiales, llevar la contraria. Si


Rosa dice que quiere cultivar lo que ella quiere, como quie-
re y cuando ella quiere, decidídamente se escapa al modelo
agrícola que dicta “lo-que-hay-que-hacer” sólo para intentar
conseguir el mismo objetivo, alimentarse, pero a su manera.
Su convencimiento por la causa que ella considera la justa,
entre la infinita cantidad de causas que se han considerado
justas en algún momento, la lleva a enfrentarse ineludible-
mente a aquella sentencia que dictamina sin dudarlo, “debe-
rás sembrar aquello que puedas vender”. La propuesta de
Rosa y la de don Carlos Ramirez, protagonista del último capí-
tulo es entonces sustituir la palabra vender, por la de comer.

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Gotas para arriba

Quisiera acá detenerme antes de finalizar, para refe-


rirme a los mercados mutuales, para que podamos com-
prender la lógica que opera en ellos y la valiosa fuente
cultural y de identidad que en caso de prosperar, pueden
llegar a convertirse. Impulsados como una propuesta que
busca la anhelada soberanía alimentaria, estos mercados
han venido tomando una fuerza cada vez mayor y se han
definido como de carácter itinerante, intentando de esta
manera, llevar la propuesta a la mayor cantidad de luga-
res de la ciudad, sin adscribirse a un sector en particular.

Rosa nos describe el funcionamiento de uno de ellos:

El mercado mutual funciona al traer a los campesinos que se


han formado a través de la agricultura orgánica. Es una gente
con la que hemos venido trabajando hace unos 8 o 10 años, cam-
biando los hábitos de cultivo y están cultivando sino orgánico,
limpio. Se tiene la certeza de que no se ha aplicado ningún tipo
de veneno. Ellos vienen al mercado, se adecuan unos espacios,
públicos, no puede ser en una plaza, porque es un error. La otra
vez lo hicimos y fue un desastre, se nos vino toda la gente de la
plaza de una. El mercado no está enfocado en traer los campe-
sinos y ponerles un puestico para que vendan, sino que es más
bien una dinámica política, para que el estado y las administra-
ciones locales y distritales se den cuenta que hay productores
que sacan comida de muy buena calidad y nos pueden abaste-
cer. Entonces que desde el nivel central, deben ir unos subsidios
al mejoramiento de las condiciones de cultivo. Ahora, lo otro
que se tiene en cuenta es el banco de semillas. Hay una carpa
que es para el banco de semillas, otra de comunicación y se les
dice mire, traigan sus productos, vamos a hacer trueque, la gen-
te puede ir dejando sus productos y de 3 a 4 de la tarde se deja
una hora exclusivamente para truequear. (Ibíd, agosto de 2010)

76
Como él salmón. I

El carácter público de este mercado, al que nues-


tra protagonista le imprime un marcado énfasis, supo-
ne la naturaleza misma del evento. Es esa misma la que
se ve reflejada cuando en medio del mismo mercado,
se coloca una olla de gran capacidad en la que se coci-
naran los alimentos que cada campesino, de acuerdo
con su capacidad y preferencia, ha entregado volun-
tariamente. Rosa pone su parte como le corresponde.

Esta, la olla comunitaria, es simbólica. Es un símbolo. Dentro


del mercado no puede haber hambre y tampoco nos vamos a ir
al primer restaurante a comprar, sino que dentro del mercado,
con nuestros alimentos, los vamos a preparar y a consumir. La
gente que quiera compartir un plato de sopa, también se le da,
el aporte es voluntario, si no tienen también se le da. La olla co-
munitaria es una olla que séllenla con productos del mismo mer-
cado. El caso del viernes como habían muy pocos productores lo
que dieron fue poco. Yuca, papa, guatila, plátano, habichuelas,
el resto era artesanía y daban lo que podían. Pero es muy poco
lo que dan. Entonces nosotros compramos los productos den-
tro del mismo mercado y ahí está lo mutual, ayuda mutua. (ibíd)

La locación del mercado, junto con la escogencia de la


olla comunitaria y del alimento allí cocido como símbolo,
conjugan una identidad en permanente construcción, una
identidad dinámica y en contacto con la ciudad. Se forja a
través del reconocimiento del mercado como un evento
excepcional que es importante para ellos mismos, más allá
del dinero que le representa su participación, porque aquí
también juegan factores determinantes como la posibili-
dad de hacerse visibles en un barrio concurrido en medio
de la ciudad (el evento preciso al que se refiere Rosa tuvo
lugar un viernes en la mañana y tarde frente a la plaza de La

77
Gotas para arriba

Concordia, a una cuadra del concurrido Chorro de Queve-


do, en el centro de Bogotá), o de reafirmar la certeza sobre
las posibilidades de una agricultura limpia. Además como
ella misma afirma: “La plaza de mercado se debe concebir
no solamente como un encuentro de mercancía sino un en-
cuentro cultural”, para que los intentos de recuperar “los
platos ancestrales como la mazamorra chiquita, el cocido
boyacense y la sopa de siete granos”, encuentren su lugar
de difusión en un espacio abierto y accesible para quien
quiera acercarse a probar un plato de sopa, tenga o no ten-
ga dinero para comprarlo. Este medio resulta útil entonces
para más allá de lo evidente, vender mercancía, sino que
funciona como medio de comunicación y como mecanismo
de reconocimiento al interior de este grupo de personas.

Es este entonces el proyecto de Rosa: La Granja Es-


cuela Agroecológica. Como ella misma reconoce, si bien ha
avanzado considerablemente, de basurero a cultivo, aún se
encuentra en una fase experimental y de inicio. Su alcance
y perspectiva sólo el tiempo podrá dictaminarlas, pero sin
lugar a dudas y en términos significativos para sus directos
participantes, no es solo el gustito por cultivar, esta expe-
riencia se configura para ellos mismos como una actividad
política, que además no es cerrada, depende de su interac-
ción con otros cultivadores para su existencia. Es política en-
tre otras cosas, por actuar en contra de un modelo como el
que opera en nuestro país, con claras políticas en relación a
la posesión y uso de la tierra en las cuales -y hace ya un buen
tiempo- es frecuente el uso de las palabras competitividad y
productividad. Por otro lado, el cultivar diversos alimentos
y hacerlo sin usar los venenos sin los cuales dicen “la matica

78
Como él salmón. I

no le crece” y además llevarlo a cabo dentro de la ciudad, le


ha demostrado no sólo la posibilidad real de hacerlo como lo
hacían sus abuelos, también le ha mostrado como su lucha,
es la defensa de la vida. Es inculcarles a sus hijos y a quie-
nes trabajan con ella, como la vida está por encima de todo.

79
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan


jamás la tierra. II

Exportar para importar, el modelo neoliberal en


Colombia.

A principios de la década de los noventa el país experi-


mento un cambio en relación a las políticas económicas que
habían sido propuestas por los gobiernos anteriores. Este
cambio se tradujo a nivel del mercado, en la diversificación
de la oferta al consumidor, como resultado de la puesta en
marcha del plan de desarrollo propuesto por el gobierno
de Cesar Gaviria, que obedecía enteramente a una tenden-
cia global. Como siempre, la vida cotidiana de la gente del
común, se veía modificada al menos en ciertos aspectos
tan elementales como sus gustos mínimos, gracias a las
decisiones que se tomaban muy lejos de ellos. Se propuso
entonces un nuevo modelo en el cual el estado interven-
cionista que se encargaba de regular y controlar los aspec-
tos más relevantes de la economía, quedaría para siempre
enterrado en el olvido. Pregonaba orgulloso el mandata-
rio como en su gobierno sería, como en la mayoría de los
países de nuestro primo rico, el primer mundo8 , la mano

81
Gotas para arriba

invisible del mercado la que regularía las reglas del juego


económico que movía a nuestro país. En términos prácti-
cos se trataba de una economía más abierta y menos pro-
tegida, que terminaría por suplir las necesidades que había
dejado el modelo proteccionista, erróneamente aplicado9.
Era la llegada triunfal del neoliberalismo a nuestro país.

Si bien los primeros pasos, tímidos, los hubo dio el


gobierno anterior, no fue sino hasta la administración de
Gaviria, que se intento decididamente que aquella mano
regulará la política económica del país. Sostuvieron y sos-
tienen sus defensores y así lo aseguran algunos investiga-
dores, que el principal defecto del estado, en el modelo
anterior era el estrangulamiento de la actividad privada,
por la fuerte intervención en la economía y por parte de
una burocracia que generaba más desequilibrios de los

8.En apariencia, porque si bien los organismos internacionales con sede


en Washington, pregonan los beneficios de la mano invisible que regularía
las reglas del mercado, en países como los Estados Unidos, de donde ma-
naban los consejos, sus políticas siguieron y siguen siendo abiertamente
proteccionistas. Galeano había profetizado: “El Fondo Monetario Interna-
cional y el Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subde-
sarrollados, el derecho de proteger sus industrias nacionales, y para des-
alentar en ellos la acción del Estado. Se atribuirán propiedades curativas
infalibles a la iniciativa privada.” (Galeano, 1985: 336)
9.Como lo fueron en su momento, los otros tantos modelos de pensa-
miento ajenos a nuestras realidades, por usar términos de Fals Borda y
Mora-Osejo. De este fenómeno también daría cuenta Hernando Agudelo
Villa al afirmar como, en el caso del neoliberalismo, el fracaso no se dio
por el modelo en sí, o por causas coyunturales, sino por ser “un mode-
lo mal copiado, mal aplicado y sin viabilidad para un país de estructuras
económicas y sociales distintas a la de las naciones el que se dice que ha
operado con éxito” (Villa, 1998: 100)

82
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

que corregía (Rodríguez, 2003). Este nuevo esquema esta-


ba dictaminado en sus bases, por lo que luego se conoció
como el Consenso de Washington. Una suerte de manifies-
to promulgado desde aquella ciudad, en la que se intenta-
ba formular una serie de medidas que orientarían, en ma-
teria de políticas económicas, a los países “en desarrollo”
y a los organismos destinados a prestarles ayudas (Banco
Mundial, BM y el Fondo Monetario Internacional, FMI). Su
más temprana expedición se debe a Jhon Williamson, eco-
nomista inglés y miembro del Banco Mundial en el momen-
to de la redacción de las pautas. Este documento estaba
compuesto por diez enunciados de cuyo planteamiento
general se concluyen tres de las directrices que, posterior-
mente, habrían de operar en los lineamientos políticos de
la mayoría de países latinoamericanos, que vieron en las
propuestas, un aire de renovación a sus vetustas econo-
mías. (1) Que el Mercado Internacional era de suma impor-
tancia para el éxito de un plan de desarrollo y que el cami-
no hacia el era la apertura, (2) que en adelante habría una
mínima intervención por parte del Estado en asuntos eco-
nómicos y (3) que existiría como nunca antes, una máxi-
ma libertad para los agentes del mercado (Bejar, 2004: 3).

Con los objetivos ya delineados, empezaron las me-


didas a funcionar. La intención era una sola: la internacio-
nalización de la Economía. Un plazo de cuatro años fue
fijado como tiempo límite, para que toda barrera que se
le quisiera imponer al comercio internacional, fuese defi-
nitivamente derribada. No hubo de pasar mucho tiempo
para que se abrieran sin restricciones todas las puertas que
permanecían cerradas al comercio exterior, dejando a mer-

83
Gotas para arriba

ced de la competencia internacional, las manufacturas de


una industria incapaz de competir con los precios de sus
competidores y sin la suficiente fortaleza. La producción
agropecuaria en adelante fue encausada a los productos
exportables. Esa fijación en los mercados de exportación
trajo consigo una inevitable consecuencia: el mercado do-
méstico se vio nutrido por la creciente importación de bie-
nes y servicios de todo el mundo. Un nuevo rumbo en el
cual, el acceso preferencial que otrora fuese otorgado a la
industria nacional y a la agricultura, al mercado nacional,
fue sustituido “sin que ese despojo fuera compensado con
una capacidad efectiva para aumentar las exportaciones”
(Agudelo, 1998: 102). Así se impuso una lógica que permea
hasta el día de hoy todos los rincones de la economía na-
cional, la de que el sistema funciona en la medida en que se
exporte, que es mejor comprar la comida que producirla.

Pero si en las ciudades el resultado se tradujo en


esa sobreoferta, maravilla para el consumidor con dine-
ro, en el campo las cosas fueron distintas. La agricultura
que hasta ese momento había jugado un papel subsidia-
rio en pro del fortalecimiento de la industria, se transfor-
mó en una importante fuente de acumulación de capital.
El avance del capitalismo en el campo tuvo, como nunca
antes, una mirada por parte de los grandes empresarios
que vieron en él una oportunidad inmejorable. Fueron en
adelante estos, los empresarios, los sujetos de importan-
cia para el gobierno de turno en el campo, ya no los cam-
pesinos. Absalón Machado sostiene cómo, en este nue-
vo modelo, “ya no se trataba de sustituir importaciones,
sino de producir aquellos bienes en los que el país tenía

84
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

ventajas competitivas y podía hacer uso de ellas en los


mercados internacionales. Así, se reforzaron las exporta-
ciones como eje de la acumulación en el sector.” (Macha-
do, 2005: 20) Esto significó que se dejaron de privilegiar
los mercados internos para darle prelación a los externos.

El resultado apenas lógico en el campo fue la dismi-


nución paulatina de casi todos los cultivos de sustitución
(trigo, cebada, o maíz, entre otros), que habían gozado de
incentivos en el pasado reciente, y el aumento significativo
de los cultivos de plantación de tipo tropical. Los abandera-
dos de la agricultura comercial (flores y banano de tradición
exportadora y palma, más que cualquier otro), se configu-
raron como la promesa empresarial en el campo. El mismo
autor señala como se expandió la superficie destinada a la
ganadería, “pasando de 25 millones a finales de la década
de los ochenta, a 29 millones al finalizar la década posterior”
(Ibid.). Eso, afianzado por otros procesos que tratare más
adelante, como la adquisición de tierras por vías non sanctas
entre la perversa alianza de narcotraficantes, políticos, pa-
ramilitares y terratenientes que definiría, en conjunción con
los factores acá expuestos, el panorama actual del agro. Co-
nocedores del tema sostienen que la ambición del gobierno
de Cesar Gaviria era “sepultar el modelo intervencionista e
instaurar un modelo abierto, sujeto a la competencia”. Así
mismo, se dice que la agricultura fue incluida en el plan de
apertura, en un reglón principal al “desmontar la interven-
ción tradicional del gobierno a través del control de importa-
ciones y de exportaciones” (Kalmanovitz, López. 2006: 6).
Las cada vez más sofisticadas y últimas tecnologías
agroindustriales, hicieron su aparición, en un país al que se

85
Gotas para arriba

le prometió un éxito nunca antes experimentado. La condi-


ción de adopción, al igual que en los sesenta, era disp oner
del capital, la adecuación y el conocimiento. Los agriculto-
res que no pudieron o no quisieron adaptarse a los nuevos
paradigmas del modelo (competitividad y desarrollo de
mercado), y a sus normas de eficiencia, fueron excluidos.
El rasero entonces seleccionó de tajo a los privilegiados, y
marginó del festín del progreso, aquella promesa tan pu-
blicitada, a la gran mayoría de habitantes del campo, su-
midos, al igual que en los sesenta, en el ojo de la tormenta.
No todos eran bienvenidos al futuro. Se impuso un modelo
aún más excluyente que el anterior. La concentración del
poder y la riqueza, facilitó el crecimiento y afianzamiento
de ciertos círculos de poder con intereses definidos, pues-
tos en el campo. El modelo agroindustrial, y “la producción
de cultivos tropicales de plantación”, traía intrínseco en sus
reglamentos y requerimientos, un esquema empresarial
de trabajo, una baja intensidad en el mismo, altas dosis de
capital y una marcada capacidad empresarial. La Shagra o
la huerta, no tenían que hacer en este modelo, ni tampoco
mucho más, cientos de campesinos que quedaron a la es-
pera de una oportunidad. Machado señala como “si bien ya
existe la mención, apenas vaga de una agricultura limpia, el
patrón tecnológico seguiría más o menos igual. El país no se
encausa hacia el uso de tecnologías más autónomas que uti-
licen de manera más equilibrada los factores disponibles”
(Machado, 2005: 24). Seguiríamos condenados a desapro-
vechar las condiciones naturales de nuestro medio, sacri-
ficándolas en benefició de las oportunidades comerciales.
La completa libertad comercial, junto con el accionar
omnipotente de una mano invisible, desembocaron en el

86
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

desmonte de instituciones que habían prestado sus servi-


cios al agro colombiano, con relativo éxito. La Caja de Cré-
dito Agrario, el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA o
el Instituto de Mercadeo Agropecuario Idema, fueron con-
denados a una inminente clausura. Los programas también
cambiaron, se desmonto en Plan Nacional de Rehabilita-
ción y el Desarrollo Rural Integrado y en su lugar se adop-
to el Plante (Plan de Desarrollo Alternativo, en el Gobier-
no de Samper, creado con el documento Conpes 2734 del
94) y el Plan Colombia (bandera del Gobierno de Pastrana).
Ambos fomentaban la criminalización del campesino, en
pos de la guerra contra la droga declarada por el Gobier-
no Norteamericano y acatada sumisamente por el nuestro.
Del modelo serían los grandes ganadores aquellos que ya
estaban bien, y terminaría por sumir aún más a los cam-
pesinos y pequeños productores en una difícil situación.

El desacierto del modelo neoliberal y de apertura en


nuestro país, fue tema del discurso del ex presidente Al-
fonso López Michelsen, en un homenaje al maestro Darío
Echandía, celebrado el 16 de octubre de 1997, en la Uni-
versidad del Rosario, en Bogotá. En aquella ocasión López
anotaría cómo: “la apertura, a la que se le atribuye una im-
portancia más inmediata que a la reforma constitucional,
bien vale la pena relacionarla con el tema de la paz y la sub-
versión, porque abonó el terreno para el reclutamiento de
los campesinos por la guerrilla y el narcotráfico”. Añadía
como: “actualmente se están importando alrededor de 5
millones de toneladas de alimentos que antes se producían
en Colombia. De la tierra cultivada, un millón de hectáreas
han sido abandonadas y entre 800.000 a 1.200.000 cam-

87
Gotas para arriba

pesinos se quedaron sin empleo y sin fuentes de ingreso.


Quienes fueron desplazados del campo por la apertura,
para sobrevivir se acogieron a la lucha armada bajo sus dis-
tintas formas: unos se matricularon en las guerrillas, otros
en autodefensas, menos en el ejército o la policía y muchos
se sumaron a los cocaleros que practican sus conocimien-
tos campesinos en el único campo en que es remunerativa
la agricultura”. Finalizaría concluyendo tajantemente: “de
diabólico calificaría yo este mecanismo que al desproteger
la agricultura tradicional arroja una parte considerable de
la población rural en brazos de la subversión y el narco-
tráfico. Así no existieran otros reparos contra la apertura
indiscriminada el solo hecho de ir sustituyendo la sobera-
nía alimentaria del país por la importación de productos
de otros continentes, abonando el terreno para el reclu-
tamiento de los campesinos por la guerrilla, sería suficien-
te razón para revisar un modelo de desarrollo que apare-
ja semejantes consecuencias” (Cfr. Agudelo, 1998: 104).

La continuidad del plan para hacernos ricos

Los gobiernos posteriores al de Gaviria, los de Samper


y Pastrana se acogieron al modelo ya implantado. Ambos
a su manera, tomaron decisiones encaminadas a poten-
cializar la competitividad y la productividad. Samper por
ejemplo, orientó sus políticas a la reactivación sectorial y al
desarrollo rural, entendiendo este último como la atención
efectiva a la población con necesidades básicas insatisfe-
chas (Machado, 2005: 109). El documento que contenía los
lineamientos de la política sectorial, el Programa de Moder-
nización Agropecuaria y Rural10 tenía como objetivo explí-

88
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

cito, el “promover la modernización de la sociedad rural y


de la actividad agropecuaria y pesquera, en un marco de in-
ternacionalización de la economía y de perfeccionamiento
de las herramientas de defensa de la producción nacional
frente a mercados internacionales altamente distorsiona-
dos” (DNP-Minagricultura, 1994 a: 148). Se pretendía con
este plan, lograr no solo un desarrollo tecnológico en un
país necesitado de él, sino además, una adecuación de tie-
rras para las siempre nuevas exigencias y una inyección ca-
pital a la agroindustria. Respecto a la atención propiamente
al campesino, se emitió otro documento: “Política de Mo-
dernización Rural y Desarrollo Empresarial Campesino”11
en cual se definió, cómo “las cualidades del recurso huma-
no y su capacidad para apropiar y dominar los nuevos co-
nocimientos tecnológicos y renovar sus instituciones, eran
el principal determinante del progreso de las actividades
económicas” y por tal razón “se debía hacer un esfuerzo
decidido para transformar la situación del campesinado
y permitir que participe de los beneficios del progreso”.

El noble objetivo se llevaría a cabo a través de tres


instrumentos bien definidos: (1) el acceso a los recursos
productivos y a los servicios básicos; (2) la dotación de in-
fraestructura y (3) el desarrollo institucional. Se intentó en-
tonces, de manera tímida, aplicar la ley 160 de 1994 sobre
la reforma agraria. La acción estatal se concentró en darles
subsidios a quienes quisieran acceder al mercado de tierras,
a través del INCORA. Otro esfuerzo se oriento hacia un nue-

10.Documento CONPES 2723, del 17 de Agosto de 1994a.


11.Documento CONPES 2745 del 7 de diciembre de 1994b.

89
Gotas para arriba

vo ordenamiento territorial que terminó por racionalizar el


proceso de colonización. También se establecieron metas
en cuanto a los campos irrigados a través de más subsidios
(Ibíd). Sin embargo, antes de que fuesen aplicadas las leyes
con éxito, estalló el escándalo del ingreso de dineros pro-
venientes del narcotráfico a la campaña del entonces presi-
dente Samper, y la atención mediática olvido de inmediato,
como otras tantas veces, al campesino y sus demandas.

Pastrana aprovechando la coyuntura, se mostró como


acérrimo opositor de Samper y con el beneplácito del go-
bierno estadounidense, ganó las elecciones. En su campa-
ña presidencial, el mandatario había sido enfático: “El gran
cambio que estoy proponiendo es crear las condiciones
para retomar el campo. Durante los últimos años aban-
donamos al campesino a su propia suerte y lo obligamos
a competir con productos importados subsidiados cerrán-
dole con ello el camino al trabajo honesto. Quiero plan-
tearlo claramente: No necesitamos más helicópteros para
fumigar nuestros campos, sino tractores para ararlos. No
necesitamos armar a nuestros campesinos con pistolas
o fusiles sino con semillas para sembrar y con agua para
regar sus tierras” (Pastrana, 1998: 45). Loable intención.
Más del dicho al hecho hay mucho trecho y esta no sería
la excepción, pues sería el mismo presidente que clamaba
por la ausencia de fumigaciones y por no darles fusiles a
los campesinos, quien impulsaría en Plan Colombia, que
como ya se verá, tuvo un impacto decisivo en la vida cam-
pesina y en la relación con la tierra y el medio ambiente.

La política agraria no modificaba en mucho la vieja in-

90
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

tención de los dos gobiernos anteriores, la de “integrar al


sector rural mediante políticas que ofrezcan condiciones
para el desarrollo competitivo, equitativo y sostenible del
campo en su diversidad y complejidad” (DNP, 1999: 269).
Seguía permeando las directrices de los planes de desarro-
llo, la visión paternalista sobre el campesino en la cual se
seguía construyendo un actor social, no solo excluido del
festín del progreso, sino incapaz de ser protagonista de
su propio destino y de adaptarse a las nuevas condiciones
de producción por sí mismo. Cobijado por ese paradigma,
vio la luz el apartado referente a las políticas agrarias, den-
tro del plan de gobierno de Pastrana. Se plantearon cua-
tro ejes estratégicos: (1) inversión y financiamiento; (2)
desarrollo tecnológico; (3) comercialización para la com-
petitividad y (4) desarrollo rural. Cada uno de estos ejes
tuvo sus implicaciones puntuales en la legislación y en el
accionar del poder. El primero por ejemplo, significó entre
otras cosas, la liquidación de la Caja Agraria y la creación
del Banco Agrario, pretendiendo con ello, subsanar las fa-
llas en cuanto a la rentabilidad de la primera institución.

De igual manera, a través del Decreto 967 de 2000


se aprobó la creación del Programa Nacional de Reacti-
vación Agropecuaria, PRAN, cuyo objetivo fue la reacti-
vación comercial de los productores a través de crédito
de fácil acceso. También se promovió la asociación de pe-
queños productores con gremios, buscando que estos
últimos fuesen quienes al estar “mejor preparados”, tra-
mitaran los créditos ante las entidades bancarias. A nivel
tecnológico y ambiental, se formuló el Plan Nacional de
Agricultura Ecológica, uno de los primeros intentos por

91
Gotas para arriba

legislar y regular la producción y comercialización de pro-


ductos agroecológicos. A través de la resolución 0074 de
2002, se establecieron las pautas para tal fin, brindándo-
le un sentido marcadamente comercial al destinar los es-
fuerzos a satisfacer la creciente demanda mundial y a pro-
mover la competitividad exportadora (Nuñez, 2005: 159).

Para acabar la referencia a este Gobierno, quisiera co-


mentar brevemente lo que fue el Plan Colombia por ser este
de indudable repercusión en el mundo agrícola y que, al igual
que el programa PLANTE, han ayudado a la estigmatización
de una parte del campesinado, desconociendo su situación
real y las circunstancias que los condujeron a trabajar en los
cultivos ilícitos. Surgió como una iniciativa de la administra-
ción Pastrana para solicitar la ayuda de los Estados Unidos
en la lucha contra el narcotráfico y fue puesto en marcha a
pesar de que fue declarado inexequible por no haber sido
ni consultado, ni aprobado en el Congreso y menos por ha-
ber consultado a las comunidades que se ponían en riesgo
con la aplicación del plan. Digo se ponían en riesgo, porque
uno de los objetivos era el de erradicar los monocultivos de
grandes extensiones a través de la fumigación, olvidando
al parecer, ese bonito discurso en el que abogaba cambiar
avionetas por tractores. Así, fumigando a diestra y siniestra
se contaminaron todo tipo de cultivos, fuentes de agua, flo-
ra y fauna que nada tenían que ver con la cocaína, pero de
paso, se sembró el temor en un campesinado ya bastante
atribulado. Liliana Nuñez afirma cómo, refiriéndose a ellos,
“no sienten la presencia del Estado y sólo algunos se atre-
ven a hacer denuncias a la Defensoría del Pueblo. El mapa
del Plan Colombia muestra que el 70% de los departamentos

92
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

será intervenido con fumigaciones, de lo que se deduce que


el 66% de la población puede resultar afectada” (Ibíd. 179).

Cabe anotar que lejos de ser el campo, un receptáculo


vacío de órdenes, es un escenario tremendo para la movi-
lización social. Este mismo periodo, el de la adopción del
nuevo modelo, fue el escenario en el cual diversos actores
confluyeron en distintas protestas, a través de distintos
medios y haciendo valer diferentes demandas. Tobasura
y Rincón identifican aparte del campesinado tradicional
(categoría que aloja a los cocaleros y a los colonos), a los
medianos productores (paneleros, pequeños caficultores
y productores de hortalizas), a los empresarios agrícolas y
a las comunidades étnicas, representadas por afrodescen-
dientes y comunidades originarias. Todos dinamizadores y
participantes de las protestas. (Tobasura, Rincón, 2007: 4).
Si bien en el periodo inmediatamente anterior, el
de la ISI, fue testigo de una gran cantidad de moviliza-
ciones de los tradicionales actores sociales del campo
(campesinado y trabajadores rurales) intentando con
pasión desmedida, buscar una redistribución justa de
las tierras y una titulación favorable de las mismas, este
nuevo periodo fue el escenario para que actores que his-
tóricamente se habían mantenido al margen de las pro-
testas, decidieran manifestarse para demandar atención
por parte del gobierno de turno ante su problemática.

Sobre este fenómeno, los mismos autores señalan


cómo: “existió una variedad de alianzas entre los acto-
res mencionados, que reflejaron las consecuencias que
tuvieron las reformas aplicadas en el sector (la elimina-

93
Gotas para arriba

ción de los aranceles para importar, la eliminación de


subsidios a la protección y la liquidación de agencias es-
tatales dedicada a prestar distintos servicios en el cam-
po) tales medidas llevarían a los productores nacionales
a condiciones desventajosas. Las reformas neoliberales
y su aplicación en el campo afectarían a distintos agen-
tes productivos para los cuales el libre comercio, más allá
que una oportunidad fue el inicio de una crisis” (Ibid).

Una macabra alianza se consolida en el campo

Junto con lo ya expuesto hasta aquí, el panorama ac-


tual del agro terminó por forjarse gracias al afianzamiento
de nuevas fuerzas al margen de la ley. El negocio del nar-
cotráfico, con las inmensas fortunas que producía, fue una
de ellas. La adicción más grande que jamás conoció la so-
ciedad norteamericana fue suplida en un primer momen-
to por inmigrantes latinos, entre los que estaban algunos
colombianos y quienes conseguían marihuana en un primer
momento y cocaína después, en Chile, Bolivia o Perú, a un
precio irrisorio. De a poco se empezó a producir en nuestro
país. Se inició el reinado de algunos compatriotas, como Jai-
me Caicedo “el Grillo” o Benjamín Herrera “el Papa negro
de la cocaína”, abuelos de los que después serían llamados
Los Capos, en el mundo de la mafia de la droga, llegando a
controlar la totalidad del mercado, para los primeros años
de la década de los ochenta (Atehortúa y Rojas, sin fecha
de publicación). Para 1976 y según cifras citadas por los mis-
mos autores, la DEA (Drug Enforcement Agency) calculaba
entre 14 y 19 toneladas métricas que de cocaína, nuestro
país enviaba al de ellos. Tres años más tarde la cifra llegaría

94
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

a rondar entre las 25 y 31 toneladas y para cuando se conso-


lido el control de los coterráneos en el negocio, ya se envia-
ban cerca de cincuenta toneladas de la droga, a mediados
de la década de los ochenta. Cincuenta toneladas de co-
caína para ser consumidas por el ávido parrandero gringo.

Existe aquí una relación indisoluble, que termina siendo


la razón por la cual hablamos de esta droga y de su tráfico en
una reconstrucción de la coyuntura agraria de nuestro país.
La relación entre la porción de cocaína inhalada por un yupi
ejecutivo en una de las ya legendarias fiestas del Studio 54
de New York y los miles de campesinos que fueron converti-
dos en cocaleros y que a falta de una mejor oportunidad en
el mundo agrario12 , terminaron así por ser la fuerza de tra-
bajo necesaria para producir la droga. Juntos sujetos, pese
a la distancia espacial y temporal y a lo distinto de cada una
de las realidades que habitan, están conectados de manera
inescindible. Por no hablar de los miles de muertos, des-
plazados y desaparecidos que, producto de la guerra que
recrudeció gracias al nuevo factor, terminaron en convertir-
se en uno de los ingredientes necesarios para llevar a cabo
el alquímico proceso de transformación de la madre coca,
alimento milenario, en la señorita clorhidrato de cocaína.

Así, a medida que consolidaron las grandes fortunas

12. Sobre este fenómeno el Sociologo y Periodista Alfredo Molano, su-


giere como fueron los logros del sistema neoliberal (el desarrollo de em-
presas agropecuarias, la concentración de la tierra, la ausencia de vías de
comunicación en las regiones periféricas, el desempleo en las ciudades y la
miseria en el campo) los que llevaron a volcar las esperanzas del campesi-
nado en los cultivos ilegales, al ser estos los únicos rentables, primero con
la marihuana y después con la cocaína. (Molano, 2010)

95
Gotas para arriba

producto del negocio, surgieron los Carteles de la droga.


Encabezados por sus dirigentes, flamantes capos de la
mafia que encarnaban cada uno a su manera un arquetipo
del colombiano (el altruista con Escobar, el ejecutivo con
los hermanos Orejuela, el advenedizo, que era Gacha) y
plantearon un acercamiento progresivo entre el creciente
poder económico que les otorgaba su negocio y el poder
político dominante. De aquel coqueteo, afirma Molano,
surgiría el paramilitarismo (Molano, 2010). Se suele se-
ñalar un suceso específico como el inicio de las funciones
de un ejército paramilitar al servicio de los capos. La cada
vez mayor presión guerrillera sobre los narcotraficantes,
amparada en su desarrollo militar y materializada en el co-
bro sistemático de impuestos, tuvo su punto álgido con el
secuestro de María Nieves Ochoa, hermana de los Ochoa
(Jorge Luis Ochoa Vásquez y sus hermanos Juan David y
Fabio), quienes en aquel momento y en alianza con Pablo
Escobar hacían parte del cartel de Medellín, por parte de
la guerrilla del M-19. Villamizar nos cuenta como entonces
se reunieron “223 jefes de la mafia para hacer frente al se-
cuestro” y oficializaron el nacimiento de un nuevo grupo ar-
mado bautizado con el nombre de MAS, Muerte a Secues-
tradores (Cfr. Artehortúa), sosteniendo que si pagaban un
solo peso en la extorsión, la guerrilla usaría este método
para despojarlos, de a poco, de todas sus riquezas. Quince
días más tarde el MAS había capturado a 25 personas, por
pertenecer presuntamente al M-19. El hecho fue esclareci-
do y la hermana de los Ochoa puesta en libertad sin haber
cancelado un solo peso. En el camino, varios de los presun-
tos guerrilleros fueron entregados a las autoridades. Fue
el pretexto para iniciar una colaboración entre las fuerzas

96
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

militares y las paramilitares, frente a un enemigo común.

Otro narcotraficante que también aportaría su grano


de arena en la conformación de estos grupos sería Gonzalo
Rodríguez Gacha, más conocido como el Mexicano, quien
llevo a cabo una guerra sin cuartel contra la guerrilla de las
FARC y fijo como objetivos militares, no a los guerrilleros
como tal, sino a los miembros y simpatizantes del partido
político Unión Patriótica, que era considerado por una par-
te de la opinión pública como vitrina de ese ejército (Ibíd.,
19). El mismo también tuvo cierta influencia a través de una
organización política conocida como Grupo Morena impul-
sada por lideres liberales y paramilitares del Magdalena Me-
dio. En adelante serían las organizaciones paramilitares las
que cobrarían un papel cada vez más protagónico en el cam-
po. Si bien para la primera parte de la década de los noven-
ta, las autodefensas habían crecido de la mano con el nar-
cotráfico y ya había tenido lugar un primer intento, insípido,
de dejar las armas13 , fueron estos años los que vieron como
se consolido el poder paramilitar en conjunción con el terra-
teniente y el narcotraficante, hasta llegar a conformar una
poderosa organización, que vino de menos a más desde la
muerte de Pablo Escobar. Las Autodefensas Campesinas de
Córdoba y Urabá (ACCU) lideradas por los hermanos Fidel y

13. Aprovechando el espacio que se creaba con los decretos 3030 de 1990
y 303 de 199, mediante los cuales el gobierno ofrecía garantías a los des-
movilizados, “se sometieron a la justicia: un reducto compuesto por cerca
de 200 hombres del grupo de Rodríguez Gacha en Pacho (Cundinamarca),
el que actuó en Puerto Boyacá, al mando de Ariel Otero, con cerca de 400
integrantes y el de Fidel Castaño que entregó 600 fusiles, así como va-
rias haciendas en su zona de influencia en Córdoba y Urabá.” Tomado de:
http://verdadabierta.com/la-historia/periodo2

97
Gotas para arriba

Carlos Castaño y que serían el germen de constitución de una


organización mucho más poderosa y de carácter nacional.

En el año de 1997, las ACCU, las autodefensas del Mag-


dalena Medio (que habían sido impulsadas por el Mexi-
cano) y las de los Llanos Orientales conforman juntas las
Autodefensas Unidas de Colombia, AUC. El propósito en-
tonces, fue presentarse como una organización con un
mando unificado, un plan de alcance nacional con una
coordinación de acciones a nivel regional y una agenda
programática. Esto con el fin de lograr un espacio de ne-
gociación con el estado y de que de la misma manera, les
fuesen atribuidas un estatus político. Mientras tanto, las
masacres y los desplazamientos a cientos de comunidades
campesinas siguieron teniendo lugar, sino eran amigos de
las FARC y los cortaban con motosierras, eran amigos de
los paras, y los mataban en las plazas, frente a sus hijos.
La meta entonces, fue atajar la expansión de las guerrillas
a través del control territorial y el miedo, a lo largo y an-
cho del país y bajo órdenes de un mismo estado central.
Los métodos guerrilleros no distaron mucho y la ejecución
de asesinatos y masacres, se convirtieron en las principa-
les armas de ambos ejércitos. Fruto de esta alianza entre
los narcotraficantes y los paramilitares, fue la agudiza-
ción de la ya desmedida concentración de la tierra. Entre
ambos llegaron a poseer el 48% de las más fértiles tierras,
mientras que el 68% de propietarios tendrían que conten-
tarse con el 5,2% de la misma (Rodríguez, en publicación).

“Los subsidios a lor ricos si ayudan a reducir la desigual-


dad”14

98
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

Para el año 2002 el antioqueño Álvaro Uribe Velez, fue


elegido como presidente. Había en un primer momento,
representado al Partido Liberal, pero por diferencias ideo-
lógicas con el contrincante de su partido y alegando falta
de garantías, ganó el silo de Bolívar de manera “indepen-
diente” y sin estar afiliado a ningún partido tradicional. Con
una popularidad inusitada y proclamado como un verdade-
ro salvador, anunció el fin de la guerrilla narcoterrorista y
una vez más, la gente celebró el fin de la guerra. En el inicio
de su mandato se abrió el espacio a una negociación con
las fuerzas paramilitares, que condujo a la expedición de
la cuestionada Ley de Justicia y Paz15 , una suerte de con-
validación política del fenómeno. Convalidación que ten-
dría su materialización económica y sus consecuencias en
el campo, desde luego. La adquisición de miles y miles de
hectáreas por parte de estas fuerzas fue el método pre-
ciso que encontraron para efectuar el lavado del dinero
proveniente de la mafia, haciendo del mercado de tierras
no solo su escondite sino su fortaleza. “Esta concentra-
ción de tierras contribuyó decididamente a la larga crisis
productiva y social que en el campo tenía lugar y además
agudizo el carácter señorial y dominante de la gran pro-
piedad rural”. Como solución se propuso que el Estado
entregaría 150.000 hectáreas a población campesina des-
plazada, de las cuales solo fueron entregadas 5000, es

14.Palabras del ex Ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, en decla-


ración a la emisora La FM y publicadas por la revista Semana el Jueves 24
de Septiembre de 2009.
15.Una breve pero completa relación del fenómeno del paramilitarismo
en Colombia se puede encontrar en línea en: www.verdadabierta.com

99
Gotas para arriba

decir, menos del 5%. La venía había sido dada para el gran
propietario, y “las demandas agraristas desaparecieron
de la agenda del gobierno y permanecieron en la de las
guerrillas; por tanto, la cuestión agraria fue interpretada
por los publicistas del establecimiento, como una bande-
ra insólita y decadente, sino subversiva” (Molano, ibíd.).

Mas no serían estás las únicas decisiones que pesarían


sobre el campo en los ocho años de mandato del antioque-
ño. Existe un modelo implícito en este Gobierno en relación
a lo que debería ser el campo, que se hace visible a través
de las diversas medidas que fueron adoptadas a lo largo del
periodo. Tres iniciativas legislativas tuvieron especial reso-
nancia, por estar estas directamente relacionadas con el
mundo agrícola. El Estatuto de Desarrollo Rural; la Ley Fo-
restal y la Ley de Aguas. Todas tres, declaradas inexequibles
por la Corte Constitucional y pensadas enteramente como
medios efectivos para consolidar la estructura agraria de
la gran propiedad, o en términos de Molano, lo que llama-
ríamos la Vía Terrateniente de Desarrollo en el Campo. El
Estatuto de Desarrollo Rural, por ejemplo proponía la lega-
lización de las tierras cuyos títulos no fueran originarios o
expedidos por el Estado. Esto supondría además, que miles
de hectáreas que habían sido arrebatadas a sus legítimos
dueños, campesinos muertos o desplazados, pasarían a os-
tentar un título de propiedad enteramente legal. También
definía quienes eran sujetos de acceder a los millonarios re-
cursos destinados a la modernización e industrialización del
campo. Obviamente y acorde al modelo, no serían estos los
más necesitados, sino aquellos que presentaran los mejores
proyectos de acuerdo con criterios de productividad, ren-

100
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

tabilidad y competitividad, criterios que no eran aplicables


a la economía campesina. La ley fue declarada inexequible
por la Corte Constitucional al concluir que, para su aproba-
ción, no se tuvieron en cuenta las consultas con los pueblos
indígenas y afros, tal y como lo dictamina la carta magna; y
el convenio 169 de la OIT para tales decisiones16. Por la mis-
ma razón fue tumbada la Ley Forestal que vulneraba a las
mismas comunidades, propietarias de más del 50% de los
bosques naturales del país y los cuales, bajo la ley que pre-
tendía la privatización extensiva de los bosques húmedos,
podrían ser convertidos en plantaciones forestales, si la tie-
rra mostraba vocación para ello. La Ley de Aguas por su par-
te y a nivel general, derogaba las normas expedidas en 1959
destinadas a la protección de los Glaciares y ponía a merced
del mejor postor, las riquezas hídricas de la nación. De los

16. “Las modalidades por medio de los cuales los miembros de los referi-
dos pueblos suelen transmitir entre sí los derechos sobre la tierra deben
de respetarse según el artículo 17, 1 – del Convenio 169 de la OIT-. Cada vez
que los gobiernos contemplen adoptar medidas que afecten la capacidad
de dichos pueblos para enajenar o transmitir sus derechos sobre sus tie-
rras fuera de su comunidad, deben realizarse consultas previamente con
ellos. Este último es un principio vital, sobre todo en consideración del
hecho que muchos países en desarrollo están enmendando sus leyes de
tierras y las disposiciones constitucionales correspondientes como parte
integrante de los planes de modernización y liberalización económicos. El
principal objetivo de dichas enmiendas, es eliminar las restricciones
Introducidas por las leyes de reforma agraria en materia de propiedad, ta-
maño, y uso de las tierras agrícolas, inclusive las tierras que pertenecen a
los pueblos indígenas y tribales. “En estos casos, el gobierno, de conformi-
dad con el artículo 17, tiene que consultar a dichos pueblos sobre el alcance
e implicaciones de estas enmiendas antes de proceder a su aplicación”. En
línea en: http://www.indepaz.org.co/index.php?view=article&id=188:se-
declaro-inexequible-el-estatuto-de-desarrollo-rural&option=com_
content&Itemid=87

101
Gotas para arriba

programas a nivel agrario del gobierno de Uribe, los efectos


habrían de ser siempre los mismos: concentración de la pro-
piedad y desplazamiento de los campesinos (Molano, Ibíd.).

Las propuestas agrarias del gobierno Uribe fueron


definidas por ellos mismos a la luz de dos acontecimien-
tos de trascendencia en el ámbito nacional. Por un lado el
suceso y todo lo que ocasionó la adjudicación del predio
conocido como Carimagua, ubicado en la población de
Puerto Gaitán, departamento del Meta. Destinado en un
primer momento a los desplazados, víctimas de la violen-
cia, el entonces Ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias,
intentó por todos los medios cambiar los destinatarios de
la adjudicación para ponerlos en manos de inversionistas
privados que sembrarían palma africana, para obtener
Bio-combustibles, llevando así el progreso y el desarrollo a
toda la región. El segundo suceso fue protagonizado por
el mismo personaje y consistió en la entrega de millona-
rios subsidios, destinados a ayudar en la modernización del
campo, a reconocidas familias terratenientes o a reinas de
belleza o hijos de políticos, ignorando por completo los mi-
les de campesinos que clamaban por ayuda ante el Estado.

El primer texto que determinaba la función y el desti-


natario del predio, fue el acuerdo del ICA Nº. 05 del 30 de
Septiembre de 2004 en donde se ponía en escrito, el trasla-
do del predio de manos de esa entidad, al Instituto Colom-
biano de Desarrollo Rural, INCODER. La idea era desarrollar
un programa de agricultura verde que vinculara a familias
desplazadas. En apartes de este mismo documento, publi-
cados en una investigación de la Senadora Cecilia Lopez,

102
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

se afirma que: “en virtud de dicho programa, CORPOICA


y la Gobernación del Meta han propuesto un proyecto de
asentamiento en el marco del desarrollo de la altillanura, en
aplicación de los avances tecnológicos logrados en los pro-
cesos de investigación, especialmente en lo que hace refe-
rencia a mejoramiento de suelos con alta acidez y presencia
de niveles tóxicos de aluminio, para dar paso a sistemas de
producción forestal, agroforestal y de praderas mejoradas
con alta capacidad de carga en beneficio de cerca de 1000
familias, principalmente de desplazados por la violencia
que hoy en día constituyen uno de los grandes problemas
sociales y humanitarios que afronta el departamento”.

También sostiene el mismo documento, firmado ade-


más por Arias en calidad de Viceministro que: “el inmueble
que se transfiere al Instituto Colombiano de Desarrollo Ru-
ral INCODER, por parte del ICA se destinará para (el) pro-
grama de asentamiento de desplazados reincorporados
orientado a brindar opciones productivas y de futuro a
familias afectadas por la violencia” (Cfr. López, 2008: 15).

La suerte del predio cambiaría radicalmente y quedó de-


finida por el Acuerdo 006 del 6 de Julio de 2007. “Los miem-
bros del Consejo Directivo del ICA aprueban el cambio de
destinación del uso del inmueble solicitado por el represen-
tante del INCODER, debido a su nueva estructura” decisión
que es justificada en el acuerdo 115 del INCODER, fechado
para el mismo año, en el que se afirma que: “a la fecha no se
ha desarrollado ningún programa de asentamiento de des-
plazados o reincorporados, orientados a brindar opciones
productivas y de futuro a familias afectadas por la violencia

103
Gotas para arriba

en el predio Carimagua” (Ibíd.18) Es decir, la incompetencia


de la entidad la pagaron las familias desplazadas y fue por
su culpa que se les quitó el predio a las mismas, nada más
incoherente. Se lee aquí la mentalidad que obraba desde el
gobierno en relación a la problemáticva rural. Las tierras,
es mejor entregarlas a inversionistas y grandes empresa-
rios que sabrán cómo aprovecharla mejor, que a los cam-
pesinos desplazados, incompetentes por su naturaleza.

El segundo caso, el de Agro Ingreso Seguro, AIS, esta-


llaría como escándalo cuando la Revista Cambio denuncio
como:

“La Señorita Colombia 2005, Valerie Domínguez, modelo, actriz


y diseñadora de joyas, figura como beneficiaria de un millonario
subsidio no reembolsable de Agro Ingreso Seguro, el programa
del Gobierno que tiene entre sus objetivos principales “promo-
ver la productividad y competitividad, reducir la desigualdad en
el campo y preparar al sector agropecuario para enfrentar el
reto de la internacionalización de la economía”. De los 376 pro-
yectos presentados este año para repartir 72.500 millones de
pesos en subsidios, solo 100 fueron favorecidos, uno de ellos
para “riego y drenaje” por 306 millones de pesos cuya afortu-
nada beneficiaria fue Domínguez. Pero ella no es la única reina
y modelo premiada. También Ana María Dávila, Reina Nacional
del Mar 1999, a quien el año pasado le giraron del programa
Agro Ingreso Seguro 448 millones de pesos también para “rie-
go y drenaje”. Curiosamente, las dos reinas tienen el mismo
comisionista de bolsa, Juan Manuel Dávila Fernández de Soto,
que es novio de Valerie y hermano de Ana María, y quien ade-
más recibió un subsidio por más de 435 millones de pesos para
lo mismo: riego y drenaje. Todo indica que la familia Dávila es
una de las grandes beneficiadas del drenaje y la irrigación de
los recursos públicos, pues el padre Juan Manuel Dávila Jimeno
recibió un subsidio de 445 millones, y su esposa María Clara Fer-
nández otro por 440 millones. En total, la familia Dávila, una de

104
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

las más ricas e influyentes de Santa Marta, recibió en el último


año más de 2.200 millones de pesos en subsidios para “riego
y drenaje” en Algarrobo, Magdalena” (Publicado en Cambio.
com.co el 23 de Septiembre de 2009. Disponible en línea).

De esta manera el dinero de los contribuyentes, nues-


tro dinero, iría a parar a manos de las más ricas y pode-
rosas familias de la costa norte del país. Estas a su vez en
época electoral, devolvían el favor prestado al aportar una
cuantiosa masa electoral y poniendo a disposición de las
campañas, a través de desinteresadas donaciones, dine-
ros de sus fortunas. Un negocio redondo absolutamente
macabro, si se tiene en cuenta el drama humano del des-
plazamiento, un verdadero dedo acusador que día a día
vemos en las ciudades y que algunos quisieran, fuesen
invisibles. El ministro Arias, respondería cínico y sereno
ante una entrevista efectuada por una reconocida perio-
dista, Vicky Dávila, refiriéndose al incentivo otorgado por
AIS: “Vicky es que no… no-es-un-incentivo-para darle un
alivio a una persona pobre que se está muriendo… ¡es un
incentivo para generar empleo!” y remataría semejante
intervención, resumen de una época, epitome de todo un
modelo, afirmando con vehemencia: “la desigualdad se
reduce, o dando un apoyo directo cuando la persona está
en un problema, que se le inundo… y eso se le hace… o
generando la posibilidad que haya empleo e inversión en
el campo, si no hay empleo, si no hay inversión… ¡nunca la
gente podrá trabajar en el campo! Y si no trabaja… ¡nun-
ca se va a reducir la desigualdad! Y tan exitoso fue el pro-
grama, que cuando yo estuve en el Ministerio, el desem-
pleo rural se cayó al 7%, ¡eso SI es reducir la desigualdad!”

105
Gotas para arriba

En esta afirmación se encuentra implícita, primero, la


creencia en un campesino que necesita la ayuda paternalis-
ta del Estado, y segundo y aún más grave, que la culpa de
la desigualdad no está en la acumulación exacerbada de la
riqueza por aquellos que tienen más, sino en la gente pobre
del campo, que a falta de trabajo, se convierten en un lastre
para el progreso. En la misma entrevista, ágil y preparado,
con el acento tan característico del paisa de ciudad, educa-
do, le respondería a los señalamientos sobre los múltiples
beneficios otorgados a los poderosos: “Cuando una organi-
zación grande, no pongamos nombres, utiliza un beneficio
tributario, utiliza una zona franca, para montar una empre-
sa, para montar una fábrica grande, ¡le deja de pagar al Es-
tado una gran cantidad de recursos! ¡Se los deja de pagar!
Entonces usted dice: ¡ah! ¡Son ricos!... ¿Por qué el Estado les
perdona esos impuestos? Porque es el mismo objetivo. Por-
que gracias a ese objetivo, (sic) se animen a invertir y ge-
neren el empleo que nosotros todos tenemos que buscar,
que se genere en Colombia…” Si se lo hubiera propues-
to, no hubiese logrado una ejemplificación tan ajustada a
lo que es el modelo neoliberal, en su máxima expresión.

¿Qué queda hoy después de 20 años de la aplica-


ción a nivel agrario, de ese modelo? ¿Qué queda des-
pués de la aquella administración, tan querida por unos
y odiada por otros, la del gobierno Uribe? Salomón Kal-
manovitz, en una conferencia celebrada a mediados de
Julio en la Universidad Nacional, en la que se hizo una
evaluación en los aspectos más relevantes de esa admi-
nistración, fue el encargado de analizar el aspecto agrario.

En su exposición comentó, cómo se había favorecido


el desarrollo empresarial con énfasis en la gran propiedad
106
Quienes imponen las reglas en el campo, no tocan jamás la tierra. II

y los sectores terratenientes tradicionales; como existía


una marcada exclusión de las economías campesinas y
una indiferencia absoluta al desplazamiento, una suerte
de tolerancia a la legalización del despojo; persistían en
el campo condiciones laborales deplorables y no habían
tampoco, mayores opciones, mientras más del 65% de la
gente vivía en la pobreza, la población más joven fijaba
como su meta primera, la de abandonar el campo y mi-
grar a la ciudad; también menciono como existía un atra-
so tecnológico importante en las unidades agrícolas más
pequeñas; y como la concentración de la tierra en manos
de terratenientes superaba el 90% de la escala del GINI en
donde el 0% lo representa una distribución de tierras, igual
para todos, y 100% la más desigual de todas las posibles.

Aclaró como seguía existiendo un uso inadecuado del


suelo, en el cual, la ganadería usaba tierra de vocación emi-
nentemente agrícola; como se auspició la destrucción de
bosques y de paramos, como se acabaron y contaminaron
cientos de fuentes de agua gracias al uso excesivo de agro-
tóxicos; los recursos de crédito se concentraron aún más
en medianos y grandes productores y la investigación se
enfocó hacía los cultivos importables, meramente comer-
ciales, dejando por fuera a aquellos que hacían parte de la
dieta campesina, apoyado además, en una desconexión
total entre el gobierno y la academia; concluyó afirmando
como, no se desarrolló mayormente la infraestructura y se
descuidó la floricultura y la horticultura, así como se per-
mitió, como en ninguna otra administración, que prospera-
ra el negocio de la especulación en el mercado de tierras;
tres millones y medio de campesinos fueron desplazados

107
Gotas para arriba

y dejaron atrás, aproximadamente, 700.000 hectáreas. Sin


embargo, no todo fue malo, crecieron los biocombustibles,
la palma y la caña (Kalmanovitz, 2010. Notas del autor).

Esté resulta el panorama en el cual, las experiencias


agroecológicas que en este texto retrato, buscan coexistir,
resistir. Si bien existe toda una legislación en relación a la
producción y comercialización de los alimentos ecológicos,
que mana desde el Gobierno, de lo que aquí se trata, más
allá de la conveniencia circunstancial que motiva al Estado,
es de la resistencia por la vida en un modelo que exalta de
manera desmedida el capital y la muerte. Doña Rosa existe
en este mismo modelo, en contravía y a su manera. Existe,
como también lo hace, en contravía y a su manera, Don Car-
los Ramirez, el protagonista del siguiente capítulo.

108
Como el salmón. II

Como el salmón. II

Acá no huele a Trifer quemado

Un olor entre dulzón y avinagrado permea el ambiente.


La primera vez que estuve en estas tierras, la frontera imagi-
naria entre los municipios de Cachipay y Anolaima en la an-
tigua provincia del Tequendama, no lo noté. Debió ser segu-
ramente porque en aquel momento su fuente, la quema del
trifer, aquella plantita ornamental, no tenía lugar. Hoy el olor
es casi insoportable. En aquella ocasión tuve la oportunidad
de conocer Cachilaima, la granja que intento retratar aquí,
de la mano de una salida de campo en una clase en la que
participaba como asistente. El profesor de la clase, Julián Vi-
vas, nos había comentado que íbamos a conocer una Granja
Agroecológica. Era la primera vez que escuchaba el término.

En esa primera visita y mientras Don Carlos Ramírez


nos hablaba con paciencia sobre su proyecto, una compa-
ñera le hizo una pregunta que sería la razón que me llevaría
a escribir estas líneas: “¿Cuál es el papel de la “agricultura
alternativa” –como él la llama- en la cuestión agraria?” Sor-
prendido, Don Carlos había intentado demostrar como su
propuesta se preocupaba por aspectos más allá de los me-
ramente económicos así como por los costos y beneficios

111
Gotas para arriba

a nivel social y ambiental. También habría de mencionar,


cómo su mayor preocupación desde el inicio mismo del pro-
yecto había sido la de procurarse, para él y su señora, una
alimentación sana, libre de tóxicos. Sabía muy bien a qué se
refería pues desde que había salido de la Universidad hasta
el momento en que decidió abandonar las prácticas de las
que vivía, había sido un propagador y promotor de los pro-
ductos agrotóxicos. Frecuentemente, en aquella época, era
consultado por los agricultores con problemas en sus culti-
vos y don Carlos sabía de memoria qué producto aplicar en
cada caso. En sus palabras, “no era sino un empleado de las
grandes corporaciones productoras de los venenos”. Aún
no sabía qué habría de romper drásticamente con la idea que
impulsaba su trabajo reconsiderando no solo, lo racional y
lo justo en su hacer, sino además, la supremacía implícita del
conocimiento que había adquirido dentro de la academia.

Algún tiempo después habría de volver a Cachilaima


para comprender lo que hoy escribo. La finca hace parte de
la vereda Tocarema Baja y para llegar a ella hay que caminar
unos quince minutos desde un punto de la vía que de Bogo-
tá conduce al municipio de Cachipay, ya muy cerca a este
último. El camino, enmarcado por el paisaje típico rural de
esta parte del departamento de Cundinamarca está com-
puesto por vegetación de pie de monte, pero uniformado
de manera tal, que las fincas dejan ver un orden casi en-
fermizo, caracterizado por innumerables cultivos en líneas
rectas y numerosos parasombras destinados a la protec-
ción de algunas plantaciones que requieren esa condición.

Después de tomar un pequeño camino que se des-

112
Como el salmón. II

prende de la vía principal, destapada además, se llega a


Cachilaima. Buena parte de la extensión total de este te-
rritorio esta notoriamente inclinada, siguiendo la mor-
fología propia de la montaña sobre la cual se asienta.

A diferencia de la mayoría de fincas de la vereda, el si-


tio está altamente forestado, arboles de distintas alturas,
formas y tonalidades, crecen tranquilos e impasibles, testi-
gos inmóviles del sueño de quienes le apuestan y trabajan
día a día en este proyecto. Un paseo por el lugar guiado de
la palabra de Don José me permite notar como aquí crecen
de manera aparentemente desordenada los más diversos
cultivos, entre los que puedo reconocer algunas plantas
de yuca, frutales y variadas hortalizas. La mayoría a la som-
bra de los cafetales y de los arboles que antes mencioné.

En un punto y luego de descender hasta una plani-


cie, llegamos al lugar en el que germinan las semillas. El
sitio es una pirámide de unos tres metros y medio de al-
tura y cuatro caras, cuyas aristas son sendos guaduales y
esta forrada en tela sombra. Del ápice cuelga una cuerda
en cuyo extremo está amarrada una roca que oscila tran-
quilamente guiada por el leve viento que circula acá aden-
tro, supongo que mi rostro refleja inconfundible, mi igno-
rancia, porque pronto Don Carlos se apresta a explicarme
como la oscilación de este péndulo está directamente
relacionada con la ubicación misma de la pirámide y con
la rotación del planeta. Este péndulo es el que regula la
energía de la granja, es el sincronizador de su universo.

Luego, de nuevo arriba y ya sentados con calma me

113
Gotas para arriba

ofrecen un café negro y una arepa de maíz. Según me con-


firma orgullosa la mujer que me los ofrece, ha sido cien-
to por ciento producido por ellos. El sabor del café dista
mucho del que comúnmente consumo y está marcado
por su aroma profundo y su sabor concentrado, como si
en la taza hubieran 50 de ellas, comprimidas. Así empe-
zamos una charla tranquila con Don Carlos y Don José.
De esas primeras conversaciones, mucho más persona-
les, surge este testimonio sobre el inicio del proyecto:

Inicialmente la cosa no tenía un cariz tan marcadamente polí-


tico, lo que nosotros buscábamos era producir comida limpia
para nosotros, porque es que en la práctica y hace 25 años no
era tan fuerte como en este momento, la contaminación de los
productos básicos de la canasta familiar era tremenda, para la
vida humana -y ese es uno de los instintos más arraigados que
uno tiene ¿no? El defender la vida, ¿Por qué uno cuando lo pisan
quita la pata? Pues porque le duele, entonces uno defiende el
organismo- y en ese tiempo buscábamos como y donde con-
seguir comida limpia y no había mucha y uno veía la situación
en Europa y allá si habían ecotiendas. Uno en Bogotá no en-
contraba una sola. Entonces la solución era conseguir un pe-
dacito de tierra y meterse uno a producir, a ver si es posible
esa cosa, a ver si toda esta carreta, esta teoría se puede lle-
var a la práctica. Ese fue, en el camino de los alimentos, la vía.
En cierta medida era una aplicación de lo que yo venía haciendo
con mis estudiantes, tanto en la Universidad Pedagógica, como
en la Universidad Nacional, respecto a romper un esquema, el
de la teoría y la práctica, por lo que yo he peleado desde hace
muchísimo tiempo y se daba aquí una situación muy propicia,
que era el trabajo de la microbiología, ¿Por qué razón? La mi-
crobiología es algo que a los chinos que están estudiando les
parece muy fascinante, porque es algo que le permite a uno
mucho manejo, mucho conocimiento es decir, extasiarse ante
la realidad de esas cosas. Pero es algo que está en los libros
o en el laboratorio, sobretodo porque el sistema ha sido muy
hábil en construir una definición de práctica que se adecua a

114
Como el salmón. II

lo que ellos buscan y entonces la práctica en la microbiología


es en el laboratorio. Pero el hecho de que una persona esté
comiendo comida contaminada es un problema de otros, no
de la microbiología, entonces lo que nosotros buscamos fue
llevarnos esa ciencia tan aséptica, tan pura, a la situación real
de la gente, hasta llegar más o menos, a construir un cuento,
hablando con la gente, para llegar a afirmar que la ciencia no
está en los libros, sino que la ciencia esta en nuestra cabeza
y en el medio en el que nosotros vivimos y para los estudian-
tes fue un cuento muy motivador. Muchos lograron compren-
der que independientemente de su situación económica ellos
podían llegar a ser profesionales importantes haciendo labo-
res que le servían a la gente y eso es una labor revolucionaria.
Cuando esas dos cosas se juntan empezamos este cuento.

Aquí fue una oportunidad para abrir un universo, porque no


estaba previsto que esas cosas se hicieran, después de unos
cuatro años en los que estuvimos tratando de organizar nues-
tro equipo de trabajo, dimos con Jose Forero y Yolanda, dos
agricultores de aquí, de Anolaima, con historia aquí, y con
historia de agricultura tóxica, eran aplicadores de pesticidas
en cantidades porque eran cultivadores de tomate, eran cul-
tivadores de habichuelas y sembraron papa en la sabana, una
historia campesina muy linda. Una mujer que está esperando a
sus hijos, embarazada, y está aplicando furadan y demás tóxi-
cos, vivían una situación terrible. Mucha gente no piensa que
existe. Ese es el origen del cuento y se fue desarrollando, aho-
ra paralelamente en la búsqueda de que agricultura era la más
adecuada, porque al principio uno dice, no una agricultura sin
químicos, pero ese cuento hay que desbaratarlo, entenderlo,
materializarlo e implementarlo, probar por un lado y decir, no,
por ahí no es, entonces fuimos llegando a un cuento, que es
el que tenemos hoy en día, que son una serie de tecnologías,
muchas de ellas totalmente desarrolladas aquí, por ese tipo
que tienen ustedes al frente ( don José, de quien hablaremos
mas tarde) que es una mano derecha muy clave y entonces
hemos podido organizar la cosa y ya no es solamente produ-
cir el alimento para nosotros, sino producir un alimento que
se pueda vender en pequeñas proporciones, no queremos ser

115
Gotas para arriba

Carulla ni nada de eso, y por otro lado algo mas intangible que
es enseñarle a los campesinos y enseñarle a quienes estén dis-
puestos a aprender, porque tan estúpido sería no enseñarle a
los campesinos, como no enseñarle a quien no sea campesino
y quiera aprender. Aquí nosotros desarrollamos cursos, no
permanentemente pues no somos una institución educativa,
de vez en cuando dictamos cursos que duran según la necesi-
dad de los grupos. (Entrevista del autor, septiembre de 2009).

La motivación que dio vida al proyecto, la de procurar-


se una comida limpia y sana mediante los propios medios,
aun hoy veinticinco años después, sigue intacta. Es este el
motivo de la lucha del equipo de Cachilaima. El paso del
tiempo ha terminado por enseñarles cómo -y de manera
similar con el proceso de Doña Rosa- su actividad y su que-
hacer los envuelve casi sin ellos así quererlo, en una serie
de relaciones de poder y políticas de las cuales, el proyec-
to no es ajeno. Así, esa simple motivación ha tenido que
ser defendida frente a una situación, un modelo, en el que
ese deseo no es solo prescindible, desechable sino además
incomodo. Si en el modelo agrario colombiano, patrocina-
do por sus gobernantes, lo que prima es la acumulación
del capital y al pequeño productor o a la Unidad Agrícola
Familiar se les quiere convertir en obreros agrícolas y pe-
queñas industrias respectivamente, en este proyecto es-
pecífico, para bien o para mal, el dinero tan básico y tan
necesario, pasa a un segundo plano. Esto forzosamente
conlleva a un enfrentamiento con el modelo de pensamien-
to y a la lógica que opera a la economía agrícola que ha
sido adoptada por la mayoría de productores campesinos.
Alguna vez a Don Carlos le decía un habitante de la vere-
da, que para que quería sembrar el arracacha si podía com-
prarla con las ganancias que le representaba la producción

116
Como el salmón. II

de su finca. Jamás se le paso por la cabeza la utilidad econó-


mica que le representaba el saltarse el paso de la transacción
mercantil y es más, veía en la propuesta de Don Carlos, cier-
to tinte de irracionalidad. Revertir está lógica es una difícil
empresa que requiere, más que nada, acciones que corro-
boren las palabras, que demuestren como efectivamente es
posible y viable la propuesta. La finca, con todos sus proble-
mas y sus virtudes, intenta ser la prueba viviente de que el
modelo funciona. De que es posible procurarse una buena
parte de la dieta básica a través de la producción de la finca:

“De nuestra dieta entre el 70% y el 80% lo satisface la


finca. Si nosotros lográramos otras cositas en las que esta-
mos camellando sería casi el 90%, esa es nuestra propues-
ta, reivindicar la importancia de la pequeña unidad agrícola
familiar y para eso nosotros tenemos que decirle a la gen-
te, mire hermano usted puede satisfacer mínimo el 70% de
las necesidades de su familia, con lo que usted produce”

La relación con los practicantes de la “otra” agricul-


tura y con la tierra

Este inevitable enfrentamiento, de maneras dis-


tintas de hacer las cosas, ha significado eventualmen-
te todo un reto para Cachilaima, puesto que una de
sus intenciones es la de compartir el conocimiento que
allí se genera. Don Carlos se refiere a esta situación:

Evidentemente nosotros somos muy raros para ellos (los ve-


cinos de otras fincas, practicantes de agricultura tóxica), no-
sotros no aplicamos ni pesticidas, ni fungicidas, no hacemos
quemas. No tumbamos los arboles y de hecho para ellos esta

117
Gotas para arriba

finca es muy peligrosa y a José siempre le dicen ¿a usted no


le da miedo vivir entre tanto monte, entre tanto árbol? Y so-
bre todo porque nosotros tenemos una clara conciencia sobre
la conservación de la naturaleza que hay que dejarla que viva,
pa’ que nos deje vivir a nosotros también. Nosotros entende-
mos que estos suelos con un grado de inclinación tan alto y
con unas condiciones geológicas tan propicias a los derrum-
bes, eso es muy importante entenderlo porque la gente está
acostumbrada a pisar el suelo pero no suele pensar que allá
debajo hay algo y algo que es un universo. Nosotros si nos
distinguimos del resto porque nosotros hacemos cosas muy
raras y eso que no nos ven cuando estamos preparando los
preparados (sic) biodinámicos porque si no dirían que esta-
mos haciendo ceremonias de vudú… es interesante que cuan-
do ellos tienen problemas muy graves, nos buscan, así ellos
estén conscientes de que ellos están trabajando en una línea
equivocada, para mí eso es lo mejor del caso, el hecho de que
estemos aquí haciendo lo que hacemos y seamos sinceros
con ellos y les digamos, están locos, van a terminar comien-
do helechos o trifer. Ese es como un síntoma de la situación.

En el caso Cachipay la situación es difícil porque fue el gobierno


municipal el que optó por eso y eso ya es el absurdo llevado al
caso extremo (el cultivo de ornamentales) porque es que los
cultivadores de esas cosas tienen el suficiente poder econó-
mico como para poder poner un alcalde; o sea que la cosa es
un circulo vicioso. De pronto aquí aparece el carro del señor
alcalde a ver si de pronto le vendemos unas lombrices… uno
aprovecha y le dice, alcalde están arrancando todos los naran-
jos con tractor y queman las naranjas, eso es ser ya muy irracio-
nal, ¡eso no lo hacen ni los animalitos! Sí, pero lo que pasa es
que los follajes son los que más impuestos nos pagan, enton-
ces la vida del municipio son los follajes y uno se pregunta cuál
es la sostenibilidad de esos proyectos… inclusive las respues-
tas que ellos te dan son: “no doctor, trifer hay para cincuenta
años” y resulta que no les duró ni diez. Es algo muy complica-
do porque eso ha degradado mucho la vida de la vereda, por-
que hasta la gente más pobre se metió a sembrar esa vaina.

118
Como el salmón. II

Nuestro punto de vista es que si nosotros fortalecemos al


campesino para que pueda producir allá su comida y eso im-
plica no solamente sembrar la matica sino entender que él
puede hacerlo y que esa puede ser su comida, ahora, que si
él quiere comer arroz con coco pues va a tener que comprar
el coco, obvio, y el arroz también, pero de pronto si le quiere
meter arvejitas y esas si las puede cultivar él. Para nosotros es
una revolución de las pequeñas cosas porque es que la gente
deje de pensar en la desgraciada plata, porque en el momento
en que yo tenga desayuno, almuerzo y comida, prácticamente
sin necesidad de comprar vainas, pues el valor real del dine-
ro va a comenzar a perderse. La idea no es que la gente coja
los billetes y los rompa, no es eso, es que los rompa aquí en
la cabeza, que eso, tener unos en el bolsillo, está bien, pero
que yo no puedo transformar mi vida en la búsqueda de eso,
con desperdicio del resto de cosas que mi vida puede hacer
por mi y por los demás. Si nosotros logramos enseñarle a la
gente algo de ese cuento, cuando la gente nos dice ¡ah! Pero
y que hacemos con la urea y el súper 15 y nosotros le decimos
usted puede producir su propio fertilizante a partir de la ba-
sura que tiene en su casa y es fácil, vamos por ese camino y
esa es nuestra propuesta desde el punto de vista social, es vol-
ver a darle esa importancia a los valores que se han perdido.

En otro momento señalaba Don Carlos, sobre la mis-


ma cuestión, como:

Todo este estado de cosas, surge de la ignorancia de dos perso-


nas, del agricultor y del consumidor, porque el agricultor pien-
sa que no es posible producir cosechas agrícolas si no es utili-
zando agrotóxicos y por eso se mete en esto, le hemos hecho
creer en esa mentira y le hemos hecho olvidar lo que fueron sus
ancestros indígenas y campesinos que podían cultivar sin esas
porquerías y el segundo error es la ignorancia del consumidor
pues como cree que no es posible que haya comida limpia, no
la busca. En este momento, 25 años después de que nosotros
comenzamos la pelea por la agricultura orgánica ya hay mucha
gente que produce grandes cantidades de cultivos y los aban-

119
Gotas para arriba

dona simplemente porque no encuentra quien se lo compre,


entonces uno dice acá tenemos que romper un cuello de bo-
tella porque primero, convencer al agricultor de que es posi-
ble, es un camello pero también convencer a la señora de que
ellos pueden acceder a una comida limpia es otro problema.

Nuestro trabajo es ese, es decirle a la gente no es necesario


usar agrotóxicos y está demostrado, no se necesita ningu-
no, si se presenta un bicho como resultado del desequilibrio,
tu lo puedes trabajar desde las trincheras biológicas si nece-
sidad de tirarse el suelo, el agua, la planta y los hombres, es
totalmente posible y el mundo lo ha demostrado. (Ibíd.)

Cabe anotar por otro lado, que esa intención de com-


partir el conocimiento que de esta finca surge, no es gratui-
ta. Los avances tecnológicos que se desarrollan aquí son im-
partidos en curso que pueden llegar a valer desde 200 mil, a
400 mil pesos, dependiendo de la duración, de la intensidad
y de si se toman en Cachilaima o a domicilio. Los recursos
que de aquí se generan son invertidos en infraestructura
y adecuación del lugar, según me confirma Don Carlos.

Si se leen entre líneas las palabras de Don Carlos, se


ponen de manifiesto varias de las relaciones que se mo-
difican gracias a esta práctica agrícola. En primer lugar la
relación con los practicantes de lo que él llama “la otra”
agricultura. Para ellos existe en Cachilaima, un sutil hálito
de irracionalidad. No les parece correcto ni lógico, que esta
familia viva entre tanto palo, que no cultive lo que la alcal-
día les recomienda y que además se la pasen hablando del
cuento ese de la biodinámica. Que gente más loca. Antes
de continuar, quisiera acá detenerme para referirme bre-
vemente a este último concepto, en gracia de ir aclaran-
do que es y qué significa para Cachilaima esta tecnología.

120
Como el salmón. II

La Agricultura Biodinámica nace hacia la década del


30 cuando un grupo de agricultores europeos, en vista del
bajo rendimiento de sus semillas y preocupados por la falta
de soluciones en sus cultivos y del cada vez menor valor
nutricional, que otrora fuera altísimo como prolija era la
producción, consultaron al filósofo croata Rudolf Steiner
conocido por su visión del mundo llamada Antroposofía.
Steiner habría de explicar cómo no era la planta en sí mis-
ma la que se encontraba enferma, sino que la planta hacía
de un todo mayor y más complejo “Es el conjunto de con-
diciones del medio y particularmente en la constitución de
la tierra, donde se deben buscar las pretendidas enferme-
dades de las plantas”17 . Así y basados en su sugerencia, se
crearía el primer preparado biodinámico, una mezcla con-
junta entre estiércol de vaca y algunos elementos químicos
de síntesis natural de fácil acceso como el basalto. La idea
era suplir entonces las deficiencias nutricionales de la plan-
ta, a través de mezclas sencillas que eran depositadas en el
suelo en el que crecía la paciente, con el fin de reactivar la
vida en el mismo e incentivar el equilibrio natural perdido.

Algunos de los principios básicos del método sostienen


como más allá de proponer un sistema de abonado particu-
lar, la agricultura biodinámica se concentra hacer uso cons-
ciente y juicioso de la totalidad de los factores que determi-
nan la suerte de un ser vivo. Así, parten de un principio bajo
el cual en el desarrollo y la protección de la vida están im-
plícitos no solo factores que llamaríamos físicos, hasta cier-

17. En Introducción al Método Agrícola Biodinámico de Ehrenfried E.


Pfeiffer. Disponible en línea en: http://asoc-biodinamica.es/Introduccion-
BiodinamicaPfeifer.pdf

121
Gotas para arriba

to punto tangibles, sino además y con la misma incidencia,


factores de una naturaleza, hasta el momento ajena al mun-
do agrícola, como por ejemplo el flujo energético entre los
astros celestes y el suelo donde se planta, lo que se traduce
como una compresión del fenómeno del cultivo mucho más
complejo y abarcador. Así entonces, en Cachilaima las activi-
dades agrícolas comunes, como la germinación, la siembra,
la poda o la cosecha, están íntimamente ligadas al posicio-
namiento de los astros, que deben corresponderse con las
actividades. El resultado es no menos que sorprendente,
pues, salvo los problemas que se pueden dar eventualmen-
te, como las sequías, la producción es constante y efectiva.

Volviendo al tema por el que surgió la aclaración y te-


niendo en cuenta lo mencionado, podríamos afirmar que la
transformación de la lógica cultural que opera en la actividad
agrícola es más compleja de lo que parece y sus consecuen-
cias son más profundas. Así por ejemplo suponen también
un cambio en la relación misma de quien cultiva con la tierra.

Nosotros partimos de una relación espontanea con la tierra,


aunque yo soy profesional agrícola y desde ese punto de vista
tuve un manejo de la agricultura tóxica, inclusive yo fui asisten-
te técnico en problemas de pesticidas, conocí esa realidad des-
de adentro. Luego uno comienza a ver los daños que eso hace,
por otro lado un cariño, un amor hacia los seres vivos, hacia
los animalitos, entonces uno dice, no es justo hacer todo este
daño, no es este el camino, comienza la búsqueda y va uno en-
contrando cosas, ahora, hay que entender que ese campo inte-
lectual de las agriculturas que llamamos nosotros alternativas
está altamente minado porque al sistema capitalista no les in-
teresa que nosotros existamos, pero les toca soportarnos por
ahora, porque el también está en crisis, y lo vemos en las mul-
tinacionales mas horrendas y vemos como ellos tienen unas di-

122
Como el salmón. II

visiones en su organización destinadas a la producción e inves-


tigación en agricultura orgánica o agricultura biológica o verde.
Entonces, uno no entiende eso, uno dice pero como es que es-
tos manes por un lado producen el glifosato y por el otro están
pagando a investigadores muy serios para producción de or-
gánicos y es pues porque si le fracasa esto, esto otro lo tienen.

Uno se encuentra con sorpresas muchas veces y a partir de


ese movernos, nosotros no nos quedamos quietos nunca, lle-
gamos a una concepción de la agricultura alternativa porque
nuestra propia capacidad de trabajo y de hacer las cosas no
nos ha permitido inscribirnos en una escuela, ustedes saben
que existen muchas escuelas y a nosotros nos dicen que noso-
tros somos agricultura biológica, si un poquito, orgánica, si un
poquito, por eso no llamamos agricultura alternativa, porque
estudiamos todas las agriculturas no tóxicas que nos lleguen
y experimentamos, porque entendemos que solamente con la
experimentación y con la comprensión de los procesos pode-
mos decir esto es o no compatibles con lo que hacemos. Eso
ha armado una agricultura bastante ecléctica que mezcla la
biológica, la orgánica, la mesiánica, la biodinámica y cada vez
tendemos mas a esta ultima porque es la que más nos satis-
face, porque nos parece desde el punto de vista científico, la
más solida, la que da respuesta más coherentes porque arranca
de entender que el planeta está en medio de una vaina mucho
más grande y que eso no es que ah! Eso está ahí y ya, entonces
en ese camino estamos y fíjense como se han ido modifican-
do nuestra relación con las cosas. (Ibid, noviembre de 2009)

Cachilaima entonces, supone un entendimiento de


la actividad agrícola en el cual, la tierra, más allá de ser el
sustrato para que la planta crezca, es un ente vivo, es la
madre de la cual surge la vida. Por eso el cuidado no se en-
foca solo en la plantita misma sino en todo el ambiente,
por eso y por tener los medios para hacerlo, trabajan con
un software (EZ Cosmos) que les indica con sorprenden-
te exactitud, que estrellas están en el firmamento, sobre

123
Gotas para arriba

sus cabezas en el momento mismo de la consulta, lo que


les permite llevar cabo una u otra labor, según las condi-
ciones energéticas y la disposición de los astros así lo per-
mitan. Ahora bien, el comprender a través de la agricul-
tura, como el universo es un sistema en el cual todo está
conectado con todo, es, a mi parecer y con el perdón de
Don Carlos y Don Rudolf Steiner, un descubrimiento que
la población amerindia había hecho mucho tiempo an-
tes de que el hombre blanco llegara a estas tierras, o de
que lo antoposofístas, si existe el término, así lo notaran.

Esto significa en términos prácticos que este tipo de


agriculturas abogan por métodos que no solo son más
justos ambientalmente sino que además terminan por re-
generar esos acervos culturales, otrora importantísimos
en la suerte de una cosecha y que hoy en día no pueden
tener cabida en un modelo que los desecha en aras del
rendimiento económico. Este tipo de concepciones su-
ponen además en una modificación sustancial de la con-
cepción del tiempo en el agricultor, pues de esta mane-
ra, tienen que volver a adaptarse a los ciclos propios de
cada mata sembrada, la paciencia vuelve a ser entonces
una de las cualidades requeridas, no se le zampan cien-
tos y cientos de kilos de los más diversos venenos solo
para acelerar el proceso, pues la motivación cambia.

Dialogo entre conocimientos

El paradigma científico sobre el que se asienta el pro-


yecto y la construcción del mismo, son distintos también.
La experiencia en Cachilaima surgió como una inquietud

124
Como el salmón. II

académica por llevar el conocimiento científico producido


en el laboratorio, a un medio práctico agrícola en el que los
avances en la microbiología fueran puestos al servicio de
un cultivo ecológicamente responsable; sin embargo en
ese primer momento, no habrían de escucharse las voces
campesinas de las cuales, otro conocimiento igual de útil
definiría la suerte de la granja. En ese entonces, el debate se
dio precisamente con la academia y pretendió Don Carlos,
demostrar cómo era posible revertir el círculo vicioso en
el que lo que de conocimiento se producía estaba inexora-
blemente condenado a ser repetido, como si fuese rezado,
por otros aprendices que a su vez lo enseñarían cuando el
tiempo así se los permitiese. Un conocimiento estéril, inútil,
un conocimiento que además rectificaba un carácter exclu-
yente a la Universidad y que legitimaba su posición de elite.

Este enfrentamiento supuso -junto con el deseo de echar


a andar el proyecto- el desplome del concepto de práctica,
destinado solo a ver la luz al interior del laboratorio. Don
Carlos tuvo entonces que “desaprender” ciertas cosas de la
academia y “reaprender” otras tantas de la vida campesina,
cuestiones que había olvidado a sugerencia de los profeso-
res que lo educaron en la facultad y que se convertirían en
principios básicos de su particular tecnología agrícola con el
pasar del tiempo. La incidencia de los astros mayores y me-
nores, por ejemplo, en la suerte de un cultivo, catalogados
a lo sumo como supersticiones infructuosas cuando existen
las milagrosas ayuditas de la síntesis artificial. Este nuevo y
siempre constante proceso de aprendizaje tendría un mo-
mento de importante trascendencia cuando, apenas unos
años de iniciado el proceso, se sumaría al proyecto una pa-

125
Gotas para arriba

reja campesina oriunda de esas tierras y que jugaría hasta el


día de hoy, un papel definitorio en el avance de Cachilaima.

Don Jose y Doña Yolanda nos relatan ellos


mismos su historia y su vinculación a la granja:

“Los dos somos de acá, de Anolaima. Duramos trabajando mu-


chos años con los Castañeda. Mi historia es relativamente di-
ferente (habla Yolanda) a pesar de que yo viví toda mi vida en
el campo o la mayor parte de mi vida, los primero años, yo no
tenía relación con el campo, mi mamá era la que iba y trabajaba
y pues yo no sabía sembrar una mata, vivía en el campo, pero
no tenía ninguna relación con el, ni cuidábamos matas ni nada,
a pesar de que estábamos ahí. Ya cuando viajamos a la Sabana,
ya nos conocimos con José y formamos la relación, conforma-
mos una familia y nos fuimos para la sabana, ahí empecé yo a
tener contacto con los cultivos, con sembrar papa, si no la sem-
braba directamente veía como la sembraban, los abonos que
le echaban, pero lo que si hacía directamente era fumigar con
agrotóxicos, furadan, Andracol (menciona algunos otros que
no se entienden N. de T.) la proporción es kilo a kilo y lo que
acá llamamos una bomba orgánica, allá la hacíamos agrotóxica.

En la Sabana pues nos fuimos a vivir juntos, ya nos hicimos car-


go de una finca y en donde se ordeñaban vacas, dijéramos, la
producción, el fuerte eran las vacas y los cultivos de arvejas, ce-
bada, papa, fundamentalmente eran esos tres cultivos, enton-
ces yo, ahí fue donde aprendí y veía como era que sembraban
la papa, lo que le echaban al principio dentro de la tierra, pero
después cuando la papa estaba ya grandecita y necesitaba fu-
migarse, yo era la que iba y ayudaba a quitar las fumigadoras,
porque allá se fumigaba en burro o a espalda, se ponían unos
timbos a unos burritos y entonces a mí me gustaba equipar la
fumigadora (equipar quiere decir preparar las mezclas, anota-
ción de Don Carlos) a las canecas se les ponía una manguera y,
¿ustedes no han visto? Se llenaban los tanques con las mezclas,
entonces a mí me gustaba hacer eso con las mezclas y fumigar,
sin tener conocimiento de que era eso. Uno no se da cuenta

126
Como el salmón. II

de eso y dicen pero como es que van a ser tan brutos, pero
para mí eso era completamente normal, a pesar de que ahí de-
cía peligro, yo no le veía nada, tal vez la convicción de uno era
como que lo manejaba uno y no le pasaba nada, sigue vivo, ¿en-
tonces? No pasa nada. Diez años después vine a entender acá.
(…)

Nosotros manejamos siete años ese tipo de químicos en la sa-


bana. Después nos vinimos para una finca que hay allí arriba,
una grande, cuando nosotros llegamos a esa finca era pare-
cida, tenía mandarinos, plátanos, café, aguacates, yuca, bue-
no tenía todo lo que da en la región, pero entonces nosotros
seguíamos con el pensamiento de los agrotóxicos y nosotros
sembrábamos tomate, habichuela y le zampábamos fura-
dan, andracol en iguales condiciones, incluso en embarazo
yo no le veía problema a eso, no le veía problema porque tal
vez no sabía. Uno después los lavaba y se los comía y sale.”

Sobre su vinculación al proyecto, Don José nos cuenta:

Haber llegado acá y conocer a los doctores fue una maravilla,


yo, como les digo a ellos, mejor que haberme ganado muchos
millones de pesos, porque, pa’ que los quiero, nos ganamos
la lotería con ellos. ¿Por qué? Por su enseñanza muy diferen-
te los dos, yo le agradezco a mi Dios, profesionales los dos en
distintas ramas, afortunadamente hemos sabido apreciar la
enseñanza de los dos y yo siempre le digo a los dos, más que
cualquier costalada de plata, usted pa’ que quiere tanta plata,
lo que estábamos hablando ahora, la gente siempre es la-pla-
ta, es necesaria pero no es fundamental ¡lo fundamental es
apreciar esto! Porque este par de patrones que no socorrió mi
Dios, porque hemos aprendido un montón de cosas distintas
a la-pla-ta. Es saber apreciar las cosas que nos rodean, todas
las que nos rodean, porque uno ve una matica y dice si, una
matica, pero, ¿si yo la aprecio? Para mi hasta un pajarito, fíjese
usted, acá tenemos más de treinta especies distintas de pajari-
tos, algunos inclusive solo vienen acá, usted no los encuentra
en ningún lado más del municipio y eso es como los palitos,
35 especies distintas de palitos, nativos todos, en ningún lado

127
Gotas para arriba

pasa eso porque hay mucho espacio entre palito y palito, acá
no pasa eso, usted tiene que tener cuidado porque va y se es-
trella (risas). Ninguna granja esta tan forestada como esta. (…)

Eso fue un cambio total, después de estar usted metido en la


química resultar en esto, es un cambio ciento por ciento, yo
que yo (sic) le decía ahora ratico a usted, hace 40 años esto
era completamente diferente a como es hoy, completamen-
te diferente, todo, hasta ustedes cambian, la juventud de
nosotros era completamente diferente, lo que yo le decía no
era vaya tráigame el furadan, sino vaya tráigame unas papas
para el almuerzo y yo nunca le echaba ningún fertilizante, lo
que la tierrita tenía, ahorita que toca meterle cosas. (Ibíd).

El relato de esta pareja campesina retrata el cambio


que en ellos produjo la vinculación al proyecto, en pri-
mer lugar, lo más visible y práctico, pasaron de ser agri-
cultores tóxicos a cultivadores ecológicos, pero esto su-
puso por otro lado, cambios en su mentalidad y en sus
juicios éticos, cosas que antes creían como buenas, ya no
lo son más. El dinero como eje motor, por ejemplo. Claro
lo afirma Don José, no todo en la vida es “la desgraciada
pla-ta” y que un campesino en pleno siglo en el que esta-
mos afirme con vehemencia que le importan más sus ma-
ticas, o la enseñanza, que el mismo dinero, es un punto a
resaltar. La conciencia además no solo de que es posible
cultivar sin agro tóxicos, que resulta más barato y que
además se pude conseguir un alto porcentaje de la dieta
básica a través de ello, es otro cambio importantísimo.

Mas si esto es cierto, también lo es el hecho de que en


esta granja, las relaciones sociales que se establecen me-
diante el contrato laboral no son modificadas. Don Jose y
Doña Yolanda siguen siendo empleados por Don Carlos, el

128
Como el salmón. II

sigue siendo su patrón y no estamos acá frente a una socie-


dad de ganancias conjuntas o a una comuna carente de una
figura de autoridad y en este sentido, las cosas no cambian
significativamente. Pero habrá que hacer una salvedad en
este sentido y es que si bien esa suerte de horizontalidad
de las relaciones laborales presentes en Cachilaima, es in-
negable, el hecho de que la producción sea la sumatoria del
esfuerzo mancomunado entre unos y otros, que la comida
producía por las ocho manos, sea comida por las cuatro bo-
cas, termina por desarrollar un sentido de identidad y per-
tenencia en Don José y su señora Doña Yolanda. Reafirman-
do también su identidad campesina y lo importante que es
su papel en el desarrollo de un proyecto tan complejo como
el que aquí se describió. De esta manera, el éxito de la em-
presa que se proponen depende en gran medida del que
la comunicación entre esos conocimientos, sea efectiva.

Este es a grandes rasgos el proyecto Cachilaima, pro-


yecto que tiene lugar en la configuración rural que ya ob-
servamos y que supone, espera otra cosa de los campesi-
nos. Es este modelo con sus derroteros, el que termina por
albergar experiencias como las de Don Carlos o Doña Rosa,
que en contravía demuestran que la tierra puede tener otro
uso y que se suman a quienes comparten la misma idea,
que es mejor cultivar para comer, que cultivar para vender.

129
La vida crece, si se le dá el espacio

La vida crece, si se le dá espacio

Hemos expuesto hasta acá dos maneras de trabajar la


tierra, opuestas a un modelo que reglamenta y orienta el
quehacer y el cómo actuar a nivel agrario en nuestro país.
Este modelo podría ser descrito a grandes rasgos por varias
características presentes tanto en sus primeras modalida-
des de la ISI o la Revolución Verde, como en las más recien-
tes. Podríamos mencionar entonces, como existe dentro
de esta propuesta de quienes imponen las reglas en el cam-
po, pero que no tocan jamás la tierra, una subvaloración y
un desconocimiento parcial (saben que es, pero no les in-
teresa su alcance) de los métodos tradicionales de cultivo
inspirados en costumbre milenarias de quienes trabajan la
tierra. Por otro lado esas pequeñas Unidades Agrícolas Fa-
miliares pasan a un segundo plano, en función de la empre-
sa agrícola. Esa preferencia en torno a la unidad productiva,
termina por convertir al campesino en un obrero agrícola,
desconociendo así la identidad de las distintas poblacio-
nes y el profundo arraigo que existe entre estas y su tie-
rra, logrando en el camino, homogeneizar al campesinado.
Sevilla y González mencionan como también caracte-

131
Gotas para arriba

riza esta forma de producción agroindustrial, el conflic-


to que se plantea en términos ecológicos con las caracterís-
ticas propias de estas latitudes, vulnerando la renovación y
la capacidad de los suelos, la diversidad orgánica e inorgá-
nica de los ecosistemas, el equilibrio de los sistemas hidro-
lógicos y desconociendo la escala adecuada a la cual debe
efectuarse toda producción ambientalmente responsable.
Sugieren de igual forma como además supedita la produc-
ción a la racionalidad de la ganancia y a la acumulación del
capital, de manera tal que se genera un deterioro progresi-
vo en el medio ambiente. La raíz de este deterioro obedece
a la misma naturaleza que la que causa de la degradación,
cada vez mayor, de una sociedad en decadencia (Sevilla y
Gonzales, 1993: 14). Elevar en un altar al todopoderoso di-
nero y no tener el más mínimo respeto por la vida. Vemos
entonces cómo uno de los resultados del avance del capita-
lismo en el campo, y el que nos atañe con mayor urgencia,
es la sustitución en la mentalidad campesina de la lógica de
subsistencia por la del beneficio monetario y el consumis-
mo, obedeciendo a la mercantilización de aspectos neta-
mente culturales y obligándolos a creer en la imposibilidad
o lo inviable que resulta el trabajo agrícola de subsistencia.
Precisamente es aquí donde radica la relación entre las
experiencias de Doña Rosa y Don Carlos, con la coyuntura
agraria nacional. Cachilaima y la Granja Escuela, cada una
con sus particularidades, les devuelve a sus protagonistas,
la certeza de que cultivar su propia comida no solo es po-
sible, sino además rentable. Es decir, la agroecología en las
formas de las que tuvimos razón en esta investigación, re-
vierte esa transformación de la lógica en la mentalidad del
trabajador del campo que ha sido propiciada por los mode-

132
La vida crece, si se le dá el espacio

los de desarrollo de los distintos Gobiernos y les devuel-


ve certezas de antaño, como realidades y verdades actuales.
Valga la pena recordar lo distintas entre sí que resul-
tan las dos experiencias aquí retratadas. La de Doña Rosa,
por ejemplo, una experiencia hacia lo popular y lo público,
con un marcado tinte político y de carácter social y Cachi-
laima, un proyecto que cuenta con los beneficios de un
científico que lo lidera y que si bien vincula directamente
la sabiduría campesina, lo hace partiendo desde la cien-
cia. Es en ese dialogo de conocimientos desde donde Don
Carlos construye su empresa. Ambas por ejemplo, tienen
entre sus objetivos inmediatos, el constituirse como ver-
daderos centros de enseñanza en los cuales, sus conoci-
mientos puedan ser aprendidos por otros, ambas obvia-
mente respondiendo a las necesidades y los objetivos que
cada una tienen. De ambas podemos deducir que el cam-
bio de tecnología agrícola, de una tóxica a una ecológica
supone de manera intrínseca un enriquecimiento a nivel
cultural y una regeneración del tejido social, perdido en
las montañas de dinero que se ofrecen como recompensa
a quienes elijan el modelo de desarrollo agroindustrial del
cual, muchos ni siquiera tienen la oportunidad de elegir.
La agroecología entonces es guiada y motivada, no en
estos casos, por la acumulación de capital como el fin mismo
de las experiencias, sino solo como un medio útil en la con-
secución de un objetivo mucho mayor, una verdadera sobe-
ranía alimentaria, una autonomía a la hora de escoger que
cultivar, de qué manera y como llevarlo a cabo. Son ambos
conscientes de que es posible cultivar sin aplicarle venenos
a la tierra, que la misma hace parte de un todo más comple-
jo e interrelacionado y en el que se tiene que buscar un equi-

133
Gotas para arriba

librio entre los elementos que componen ese todo, que es


mucho más complejo que depositar semillas y aplicar abono,
fertilizante y pesticida, para obtener la producción deseada.

Es esta la riqueza y la particularidad de estas experien-


cias. La creación de verdaderos bastiones de identidad
cultural a través de la recuperación de tecnologías agríco-
las casi que olvidadas y en conjunción y dando respuesta
a las realidades que cada uno tiene que enfrentar. Estas
experiencias son, por decirlo de alguna manera, toleradas
por el Estado, coexisten y ninguno quiere deshacerse del
otro. Es decir, si bien es cierto que ambas están en contra-
vía del modelo, no son sujetos de ataques por parte del
Establecimiento, pero tampoco son sujetos de atención
o a los cuales se destine ayudas o incentivos a sus causas.

Ambas experiencias son la prueba empírica de que la


vida solo necesita un empujoncito y una inyección suficien-
te de trabajo y perseverancia para aflorar en donde sea.
Que si bien, las opciones que propone el Gobierno como
alternativas en la vida rural, pueden llegar a suplir las ne-
cesidades básicas de quienes trabajan la tierra, lo hacen
por el camino que menos beneficios le generan a estas
personas y mayores representan a quienes tienen el capi-
tal. Considera a la tierra, no ya como a una madre dadora
de vida, sino como un campo perfecto para la inversión y
no digo que no sea así, sino que de esta manera se des-
plazan y se desconocen las dinámicas culturales propias
de ese espacio, para imponer en su lugar otras que, como
se ha demostrado, traen más problemas que beneficios.

134
La vida crece, si se le dá el espacio

La inquietud que motivo la investigación queda de esta


manera parcialmente saldada, por lo menos en lo que atañe
a las experiencias específicas que fueron sujeto de estudio
en la presente investigación, a la espera que se adelante la
tarea de establecer una mayor cantidad de resultados, ca-
racterísticas, de este tipo de experiencias que permitan la
construcción de un modelo sociocultural de funcionamien-
to de las prácticas agroecológicas para que de esta manera
podamos tener un marco comparativo, mediante el cual sea
posible determinar los alcances, las posibilidades y los ries-
gos de estas, a un nivel más general, siempre recordando
las inmensas posibilidades de estas tecnologías en un mun-
do como el nuestro. Recuerde que ahora mismo que usted
lee estas líneas, mil millones de personas padecen hambre.

135
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Gotas para arriba

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