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PROLOGO A Carl Schmitt Teoria Del Partis PDF
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interpretación que el régimen de Franco tenía de sí mismo como bastión de una cultura
católica atenazada entre dos formas antagónicas de pretensión de dominio mundial: el
liberalismo y el comunismo. En el elogioso discurso pronunciado en Madrid el 21 de
marzo de 1962 con motivo de la investidura de Schmitt como Miembro de Honor del
Instituto de Estudios Políticos, Manuel Fraga subrayaba la importancia de la idea
schmittiana de los “grandes órdenes espaciales” contra “el intento equivocado del
comunismo y de los anglosajones” de fundar un orden político y económico mundial.3
Y en una entrevista concedida al diario falangista Arriba, que ABC reproducía el 24 de
marzo de ese año y comentaba nuevamente en un editorial de fecha tan simbólica como
el 1 de abril, Schmitt afirmaba que la situación de España era “ideológicamente,
superior a la de Europa. Ustedes son los únicos que han vencido al comunismo. (...) Es
posible que todos los países europeos tengan que acreditarse frente a España; porque
todavía no existe una posición común frente al comunismo.”
El libro de Carl Schmitt sobre la figura del partisano es indisociable de la teoría
del derecho internacional que subyace a este elogio de la España franquista. Dicha
teoría parte de una constatación básica: tras la Primera Guerra Mundial queda
históricamente liquidado lo que Schmitt llama el Ius Publicum Europaeum, es decir, el
orden internacional de los Estados soberanos europeos que surge de las guerras de
religión de los siglos XVI y XVII, y que queda fijado en la Paz de Westfalia. Según este
derecho internacional clásico, las relaciones entre Estados soberanos consisten
básicamente en relaciones estratégicas: cada Estado persigue sus intereses en
competencia con otros Estados. Si así lo exige el logro de sus objetivos, los Estados
pueden firmar tratados y alianzas entre sí, pero también les está reservado un ius ad
bellum, un derecho irrestricto a declarar la guerra. Este derecho es imprescindible,
puesto que no existen las instituciones internacionales y los Estados no disponen de
ningún otro medio de solución de conflictos. Puede decirse, por tanto, que según el Ius
Publicum Europaeum los Estados permanecen en sus relaciones mutuas en el estado de
naturaleza hobbesiano que han sabido suprimir dentro de sus fronteras.
Este sistema de los Estados europeos no pacificó las relaciones internacionales.
La prueba de ello son las innumerables “guerras de gabinete” del siglo XVIII y las
guerras nacionalistas del XIX. No obstante, Carl Schmitt subraya que el orden
internacional centrado en el ius ad bellum tenía una contrapartida decisiva: el
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M. Fraga, “Carl Schmitt: el hombre y la obra”, en Revista de Estudios Políticos, 122 (1962), p. 13.
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acotamiento de la guerra. En efecto, el derecho ilimitado a declarar la guerra no
desencadenaba una violencia ilimitada, sino que convertía el conflicto bélico en algo
similar a un duelo entre caballeros: los combatientes eran siempre reconocidos como
iusti hostes, y nunca eran tratados como criminales; y las reglas de la guerra (ius in
bello) mantenían escrupulosamente algunas distinciones fundamentales, como la
distinción entre militares y civiles, entre combatientes y criminales, entre guerra y paz.
En último término, eran estas acotaciones caballerescas las que permitían poner fin a los
conflictos bélicos mediante verdaderos tratados de paz. Todo lo cual contrasta
enormemente con las guerras de exterminio medievales, verdaderas carnicerías llevadas
a cabo en nombre de principios teológicos contra enemigos criminalizados como
infieles o como herejes. Para Schmitt, el derecho internacional clásico, el Ius Publicum
Europaeum, logró acotar la violencia bélica porque tuvo precisamente la virtud de
prescindir de la criminalización del adversario, “y es algo muy raro, – leemos en la
Teoría del partisano – humanamente casi inverosímil, que los hombres consientan en
prescindir de una discriminación y difamación de sus enemigos.”
El siglo XX impone un nuevo “nómos de la tierra”, esto es, una nueva
organización del espacio y, como consecuencia de ella, una nueva estructuración de las
relaciones internacionales. La soberanía de los Estados europeos cede ante un orden
mundial dominado por instituciones supranacionales, como la Sociedad de Naciones o
la ONU. Y aunque este cambio estructural del orden internacional obedece a factores
tecnológicos (la conquista definitiva del globo terrestre, el control de la tierra y el
océano pero también del espacio aéreo), Schmitt lo interpreta ante todo como un
momento del conflicto filosófico-histórico entre la Tierra y el Mar, entre el elemento
oceánico y los poderes telúricos. El nuevo nómos es el resultado del triunfo del Mar
sobre la Tierra, o de las potencias marítimas sobre el viejo ordenamiento de las
potencias continentales. Pero el Mar, a diferencia de la Tierra, es refractario a las
regulaciones jurídicas, porque en él no es posible el acto de toma y repartición de
territorios que, según Schmitt, funda todo derecho, toda juridificación de las relaciones
humanas. Por eso el triunfo de las potencias marítimas tenía que acarrear forzosamente
no sólo la ruina del antiguo nómos continental, sino también algo más grave: la
supresión del acotamiento de la violencia bélica.
Indudablemente, la dialéctica de la Tierra y el Mar es una estilización del
conflicto político, mucho más concreto, que enfrenta al liberalismo de Inglaterra o
Estados Unidos con el nacionalismo de las viejas potencias Europeas, como Alemania.
3
Pero la idea de que el Mar es de suyo un espacio franco y desregulado, en el que
termina el derecho y comienza el estado de naturaleza hobbesiano, sirve a Schmitt para
sostener que el triunfo del internacionalismo, el legalismo y el pacifismo de las
potencias “marítimas” no ha servido para eliminar los conflictos bélicos, sino para
multiplicarlos y recrudecerlos. Al reconocer a los Estados soberanos el ius ad bellum, el
derecho internacional clásico justificaba toda guerra, pero al mismo tiempo obligaba a
los contendientes a tratarse mutuamente como iusti hostes, nunca como criminales. Por
el contrario, en el nuevo nómos de la tierra, en el orden internacional de la Sociedad de
Naciones o la ONU, toda guerra de agresión es injusta, y las únicas acciones bélicas
justificadas son las que se presentan como intervenciones puntuales, casi policiales,
orientadas a restablecer el orden quebrantado por un Estado criminal. Ahora bien, esta
juridificación de las relaciones interestatales conduce a la potencial transformación de
todo conflicto en un conflicto global, en una guerra mundial, puesto que la
“discriminación” o criminalización del adversario hace imposible la neutralidad: así
como sería inadmisible la pretensión de mantenerse neutral en el conflicto entre la
policía y un delincuente, así también una posición de neutralidad en el conflicto entre la
comunidad internacional y un Estado criminal equivale a hacerse cómplice de éste.4
Schmitt sostiene, pues, la sorprendente tesis de que lo esencial del orden internacional
surgido de la Primera Guerra Mundial no es la juridificación y la pacificación de las
relaciones interestatales, sino el giro hacia un concepto “discriminatorio” de la guerra y
la consiguiente intensificación de la hostilidad y la guerra. Pero no sólo el liberalismo
de las potencias marítimas afianza esta concepción de la guerra que “discrimina” al
adversario. El comunismo concibe de este mismo modo discriminatorio los
antagonismos de clase, la guerra civil entre clases sociales que se libra de forma más o
menos explícita, más o menos violenta, en el interior de cada Estado y a lo largo de un
frente que se extiende internacionalmente. Para el comunismo de Marx y Lenin no es
posible ningún compromiso con la burguesía. El burgués no es un iustus hostis, sino un
criminal, y como tal debe ser exterminado. Por eso el comunismo, al transformarse en
un movimiento revolucionario mundial, extiende también internacionalmente el
concepto “discriminatorio” de la guerra.
4
Cf. C. Schmitt, Die Wendung zum diskriminierenden Kriegsbegriff (1938), Berlin, Duncker & Humblot,
2003, p. 41; C. Schmitt, “Das neue Vae Neutris!” (1938), en Positionen und Begriffe im Kampf mit
Weimar – Genf – Versailles, Berlin, Duncker & Humblot, 1994.
4
La figura del partisano cobra el rango de una “figura clave de la Historia
universal” en este contexto. Pues la concepción discriminatoria de la guerra no sólo
multiplica los conflictos, sino que también los recrudece al suprimir los acotamientos
del antiguo ius in bello, y el partisano es precisamente el combatiente que criminaliza a
su adversario y se propone exterminarlo por todos los medios. Es el combatiente
irregular que se confunde con la población civil y ataca por sorpresa a las tropas
regulares en la retaguardia. No porta sus armas a la vista, no se identifica como
combatiente, y su lucha imprevisible no renuncia a nada que pueda dañar al enemigo,
siguiendo la lógica de “una guerra que reclama la justa causa sin reconocer un justus
hostis.” De acuerdo con Schmitt, la figura del partisano aparece por primera vez en la
lucha irregular de los españoles contra las tropas de Napoleón durante la Guerra de
Independencia. El origen del partisanismo no debe buscarse, por tanto, en el liberalismo
ni en el comunismo, sino más bien en el nacionalismo: es la forma de resistencia contra
el invasor extranjero por parte de una población que cuenta ya con una clara identidad
política nacional, inexistente hasta la Revolución francesa. No obstante, a lo largo de los
siglos XIX y XX el partisano adquiere una relevancia universal, porque sus métodos
reaparecen en otros movimientos políticos. El comunismo es quizás el más importante
de ellos (“Lenin – escribe Schmitt – destruyó sin miramientos todos los acotamientos
tradicionales de la guerra”), pero no es el único: durante los años del nazismo, Schmitt
alude en sus escritos a la guerra civil que también el liberalismo desencadena en el
interior de los Estados totalitarios al criminalizar a los gobiernos y movilizar contra
ellos a la propia población, introduciendo así una “escisión discriminatoria” en la
“cerrada unidad” que forman el Estado y el Pueblo.5 Tras la Segunda Guerra Mundial,
el fenómeno de partisanismo más importante lo ofrece la fusión del comunismo
revolucionario con los movimientos de liberación nacional: Stalin estableció un
precedente durante la guerra al promover la lucha partisana contra el ejército alemán, y
el comunismo chino consuma el proceso al combinar un partisanismo anticolonial con
la lucha específicamente revolucionaria. Y Schmitt subraya también la importancia
histórica de la OAS (Organisation Armée Secrète), el grupo terrorista ultraderechista
surgido durante la guerra de Argelia. La OAS surgió cuando algunos oficiales del
5
C. Schmitt, Die Wendung zum diskriminierenden Kriegsbegriff, op. cit., p. 45. En una conferencia
pronunciada en Madrid en 1943 (Cambio de estructura del derecho internacional, Madrid, Instituto de
Estudios Políticos, 1943), Schmitt se refiere a los resistentes enfrentados a los Estados totalitarios como
agentes de una “guerra civil mundial”, que sin embargo no están necesariamente al servicio del
“bolchevismo oriental”, sino al del “capitalismo occidental”.
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ejército francés sucumbieron a la permanente tentación de las tropas regulares de
adoptar a su vez los métodos terroristas en los conflictos que el partisanismo convierte
en luchas irregulares. Este giro de las tropas regulares hacia el partisanismo consumaría
definitivamente la transformación de los conflictos bélicos en guerras discriminatorias,
ilimitadas y bárbaras.
La Teoría del partisano presenta una visión más bien apocalíptica del orden
internacional de la guerra fría, en el que el afianzamiento del internacionalismo (liberal
o comunista), la supresión de los acotamientos de la violencia bélica y el auge del
partisanismo conducen inequívocamente a la proliferación y el recrudecimiento de la
violencia política. Medio siglo después debemos preguntarnos cuántas de las tesis de
Schmitt son indisociables de su origen nacionalsocialista o de un orden internacional
bipolar surgido en 1945 y abolido después de 1989, y cuántas han sobrevivido a su
contexto y pueden iluminar nuestro propio presente. Ante todo, llama la atención la
desconfianza de Carl Schmitt hacia el pacifismo jurídico liberal. 6 Schmitt no se limita a
declarar ingenua la expectativa de que la juridificación de las relaciones internacionales
elimine definitivamente la guerra, sino que considera los organismos internacionales
como meros instrumentos de lo que en 1943 llamaba “imperialismo capitalista.” Y sin
duda es difícilmente admisible la alternativa schmittiana a este orden mundial sometido
a las instituciones internacionales, a este “nómos de la tierra” universalista. Según
Schmitt el universalismo no era la única alternativa históricamente posible al Ius
Publicum Europaeum: en su lugar pudo haber surgido tras la Primera Guerra Mundial
un sistema de “grandes espacios”, es decir, de bloques heterogéneos desde el punto de
vista cultural y político. Cada bloque estaría dominado por un Estado o un pueblo
hegemónico, y todos ellos deberían atenerse en sus relaciones mutuas a una estricta
norma del antiguo Ius Publicum Europaeum: el principio de no intervención en los
asuntos internos de los otros espacios. Carl Schmitt formuló ya en 1939 este modelo,7
que en 1943 presentaba como alternativa al “imperialismo planetario (capitalista o
bolchevique)”,8 y que seguiría defendiendo en El Nómos de la tierra (1950), su obra
más importante del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero originalmente
el objetivo de esta teoría era justificar la política expansionista de Hitler hacia el este,
6
Sobre la doctrina del pacifismo jurídico en contraste con la posición de Schmitt, cf. R. Campderrich, La
palabra de Behemoth: derecho, política y orden internacional en la obra de Carl Schmitt, Madrid, Trotta,
2005.
7
C. Schmitt, Völkerrechtliche Grossraumordnung (1941), Berlín, Duncker & Humblot, 1991. Este texto
procede de una conferencia pronunciada en Kiel en 1939.
8
C. Schmitt, “Cambio de estructura del derecho internacional”, op. cit.
6
así como la prohibición de una intervención de las potencias democráticas. 9 La teoría de
los “grandes espacios” es indisociable de ese contexto totalitario. Tras la derrota de
Hitler, la España nacionalcatólica parece suceder al Reich como esperanzador punto de
partida de este nómos de los “grandes espacios” truncado por el “imperialismo
planetario” de la ONU. Seguramente esto sonaba muy halagador en la España de 1962,
pero apenas puede interesarnos hoy.
No obstante, la Teoría del partisano contiene también elementos muy
interesantes para analizar nuestra propia época. Schmitt identifica algunos importantes
indicios del recrudecimiento actual de la violencia bélica y política. El desarrollo
tecnológico permite emplear en la guerra un armamento tan mortífero, tan brutalmente
destructivo, que sólo la criminalización absoluta del adversario permite justificar su
empleo: “semejantes medios de destrucción absolutos – escribe Schmitt – exigen que
haya un enemigo absoluto, porque de otra forma resultarían absolutamente
inhumanos.” Además de esto, debido a la propia generalización del partisanismo las
tropas regulares se enfrentan, quizás hoy más que nunca, a la tentación de adoptar
también los métodos más sucios de la lucha irregular. Si a estas observaciones de
Schmitt añadimos la constatación de que el partisanismo ha derivado fatalmente hacia el
terrorismo en los conflictos políticos de nuestro propio tiempo, descubrimos que la
Teoría del partisano es una obra sorprendentemente actual. La indistinción partisana de
combatientes y no combatientes se exacerba, y se vuelve trágicamente contra la propia
población civil, en las ya innumerables matanzas terroristas de los últimos años, pero
también en las muertes más o menos “accidentales” que las tropas regulares han
causado constantemente entre la población civil en los últimos conflictos bélicos. Las
torturas a los prisioneros de guerra muestran hoy que la tentación de traspasar la línea
que separa el ius in bello de la guerra sucia no sedujo solamente a algún oficial francés
durante la guerra de Argelia. La distinción entre guerra y paz, que el Ius Publicum
Europaeum establecía nítidamente, también ha quedado abolida en conflictos que se
prolongan durante años o décadas, como sucedió durante la guerra fría, o como sucede
hoy en Oriente Medio. Por último, podemos añadir también que el fundamentalismo
religioso contrario al mundo occidental, pero también su réplica mesiánica en occidente,
exhiben un poder de “discriminación” y criminalización del adversario que ha devuelto
a las guerras del siglo XXI una retórica extrañamente medieval, similar en ocasiones a
9
Cf. sobre esto H. Hofmann, Legitimität gegen Legalität: der Weg der politischen Philosophie Carl
Schmitts, Berlin, Duncker & Humblot, 1995, pp. 206 y sigs.
7
la de la época de las Cruzadas. En todos estos aspectos la Teoría del partisano de Carl
Schmitt ha sobrevivido a su contexto. Algunas de sus páginas pueden leerse como una
descripción inquietantemente acertada de la guerra y la violencia política en nuestra
propia época.