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Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 1

MARTIN CRUZ SMITH

EL PARQUE GORKI
ARKADY RENKO 01
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La historia protagonizada por Arcady Renko un investigador


de la milicia de Moscú, hijo de un héroe de la Segunda Guerra
mundial, con un matrimonio resentido y con la KGB
entrometiéndose en su trabajo. Trascurre a principio de los 80
en Moscú. La URSS en aquellos tiempos gobernada por
Breznev, un integrante de la vieja guardia que había deshecho
todas las tímidas reformas liberalizadores de Kruschev. Por lo
tanto la cuidad se muestra sin un ápice de libertad, los
ciudadanos intentar sobrevivir como buenamente pueden, los
funcionarios se aprovechan de su puesto para medrar o
mejorar al mínimo resquicio. Y con una dirigencia corrupta y
enriquecida dispuesta a segar cualquier tipo de iniciativa
individual, más si proviene de sus propias filas.
La aparición de tres cadáveres en el Parque Gorki de Moscú
será el detonante que cambiará la vida de Renko. Tres
cadáveres desfigurados y sin huellas dactilares, imposibles de
identificar en un tiempo en el que cualquier descubrimiento
que incomode al gobierno cerrará la investigación...
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Para Em

AGRADECIMIENTOS
Doy las gracias a Anthony Astrachan, al doctor
Michael Baden, a Anthony Bouza, Knox Burger, William
Caunitz, Nancy Forbes, al doctor Paul Kagansky, Anatol
Milstein, John Romano, Kitty Sprague y Richard Woodley
por su ayuda generosa y por su aliento durante la
elaboración de este libro. Estoy especialmente
reconocido a Alex Levin, Yuri y Ala Gendler y a Anatoli
Davydov. Sin ellos el parque Gorki sería un lugar sin
gente.
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PLANO DE MOSCÚ
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Moscú

1
Todas las noches deberían ser así de oscuras, todos los
inviernos así de tibios, todos los faros así de deslumbrantes.
El coche se zarandeó y se detuvo ante un montón de nieve.
El grupo de homicidios descendió del vehículo: eran milicianos
de brazos cortos y frentes estrechas, envueltos en gruesos
abrigos forrados de piel de borrego. El que no portaba uniforme
era el investigador principal, un hombre delgado y pálido.
Escuchó con paciencia al oficial que había encontrado los
cadáveres en la nieve: al apartarse un poco del sendero del
parque en medio de la noche con objeto de aliviar el cuerpo,
los vio, y la impresión que experimentó le dejó medio
congelado. El grupo siguió el haz de luz de los faros del coche.
El investigador pensó que los pobres diablos eran sólo unos
borrachos que habían muerto congelados mientras se
embriagaban. El vodka equivalía a un impuesto líquido cuyo
precio iba siempre en aumento. De acuerdo con esto, tres era
el número apropiado para consumir una botella sin gastar
excesivamente. Era un ejemplo perfecto de comunismo
primitivo.
Al otro lado del claro aparecieron unas luces, haciendo que
las sombras de los árboles barrieran la nieve, mientras de la
oscuridad surgían dos Volgas negros. Un escuadrón de agentes
del KGB descendió de los vehículos encabezado por un
comandante rechoncho y fuerte llamado Pribluda. Milicianos y
agentes del KGB golpeaban el suelo con los pies para entrar en
calor, exhalando chorros de vaho. Los cristales de hielo que se
formaban en sus gorras y cuellos lanzaban destellos.
La milicia —el brazo armado del la MVD— dirigía el tránsito,
perseguía a los borrachos y recogía los cadáveres de cada día.
El Comité para la Seguridad del Estado —el KGB— tenía a su
cargo mayores responsabilidades, más sutiles, como combatir
a los conspiradores extranjeros, a los contrabandistas y a los
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descontentos; aunque los agentes tenían uniformes preferían


usar la anónima ropa de civil. El comandante Pribluda tenía un
humor rudo y tempranero; se esforzaba por suavizar el
antagonismo profesional que agriaba las relaciones cordiales
entre la Milicia del Pueblo y el Comité para la Seguridad del
Estado; fue todo sonrisas hasta que reconoció al investigador.
—¡Renko!
—El mismo —Arkady Renko se dirigió de inmediato a los
cadáveres dejando que Pribluda lo siguiera.
Las pisadas del miliciano que las había encontrado conducían
sobre la nieve a los reveladores bultos ubicados en el centro
del claro. Un investigador principal debería fumar un cigarrillo
de buena clase, pero Arkady encendió un Prima barato y se
llenó la boca con su fuerte sabor: un hábito que tenía siempre
que trataba con la muerte.
Había tres cuerpos, como dijo el miliciano. Yacían estáticos,
dispuestos cuidadosamente bajo la capa de hielo que se
deshacía, el del centro sobre la espalda con los brazos
doblados como si fuera a un funeral religioso, los otros dos
boca abajo, con los brazos extendidos bajo el hielo, parecían
figuras en relieve impresas sobre papel de escribir. Los tres
llevaban puestos patines de hielo.
Pribluda empujó a Arkady a un lado con el hombro.
—Una vez que me convenza de que no hay de por medio
cuestiones de seguridad del Estado, podrás empezar tú —dijo.
—¿Seguridad? Sí, son tres ebrios en un parque público.
El comandante había llamado a uno de sus agentes que
llevaba una cámara. Con cada destello la nieve se tornaba azul
y los cadáveres parecían elevarse sobre el suelo. Era una
cámara extranjera que revelaba las fotos casi al instante. Con
orgullo, el fotógrafo mostró una foto a Arkady. La imagen de los
cuerpos había quedado perdida con el reflejo del destello sobre
la nieve.
—¿Qué opina?
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Arkady le devolvió la foto enseguida.


La nieve alrededor de los cadáveres estaba siendo pisoteada.
Fumaba exasperado, y se pasaba sus largos dedos por su
cabello lacio. Advirtió que ni el mayor ni su fotógrafo pensaron
en ponerse botas. Tal vez el tener los pies mojados haría que el
KGB dejara correr el asunto. En cuanto a los cadáveres,
esperaba encontrar una o dos botellas de licor vacías cerca,
bajo la nieve. Por encima de su hombro, más allá del
monasterio Donskoy, la noche se desvanecía. Vio a Levin, el
patólogo de la milicia, que observaba la escena con desprecio
desde la orilla del claro.
—Parece que los cadáveres llevan aquí mucho tiempo
comentó Arkady—. Dentro de media hora nuestros
especialistas podrán destaparlos y examinarlos a la luz del día.
—Algún día te verás así —al decir esto Pribluda señaló el
cadáver más cercano.
Arkady no estaba seguro de que Pribluda le hubiera dicho
eso. Partículas de hielo relucían en el aire. Prefirió pensar que
no lo había dicho. El rostro de Pribluda entraba y salía del haz
de luz proyectado por los faros, con sus pequeños ojos negros
como puntos. Tenía algo en mente. De pronto se quitó los
guantes.
—No hemos venido a que nos enseñes a trabajar —al decir
esto Pribluda se colocó a horcajadas sobre los cuerpos y
empezó a cavar como lo hacen los perros, arrojando nieve a un
lado y a otro.
Un hombre cree que la muerte ya no le impresiona; ha visto
cocinas cubiertas de sangre del suelo al techo, es un experto,
sabe que en verano la gente parece dispuesta a cometer
asesinatos; incluso prefiere los cadáveres del invierno.
Entonces brota de entre la nieve una nueva máscara de
muerte. El investigador principal nunca antes había visto una
cabeza parecida a ésa; pensó que jamás la olvidaría. Aún no
sabía que se trataba del momento crucial de su vida.
—Han sido asesinados —dijo Arkady.
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Pribluda permaneció impávido. Quitaba la nieve de las


cabezas de los otros muertos. Estaban igual que la del primero.
Entonces se puso a horcajadas sobre el cadáver de en medio y
golpeó su abrigo congelado hasta que se resquebrajó y pudo
abrirlo; luego dejó al descubierto el vestido que estaba debajo.
—Se ve que es una mujer —comentó riendo.
—Le dispararon —dijo Arkady. Entre los senos, que estaban
blancos, incluyendo los pezones, había una herida negra—.
Estás destruyendo evidencias.
Pribluda abrió, tras romper el hielo, los abrigos de los otros
dos cadáveres.
—¡Les dispararon a todos! —exclamó entusiasmado como si
fuera un ladrón de tumbas.
El fotógrafo de Pribluda iluminaba con los destellos de su
cámara las manos del comandante que levantaba un mechón
de pelo y extraía la bala de una boca. Arkady notó que,
además de la mutilación de las cabezas, a las tres víctimas les
faltaba también la última falange de los dedos, las huellas
digitales.
—También dispararon a los hombres en la cabeza —Pribluda
se lavó las manos en la nieve—. Tres cadáveres, es un número
de suerte, investigador. Ahora que hice el trabajo sucio por ti,
estamos en paz. Basta —ordenó al fotógrafo—, nos vamos.
—Tú siempre haces el trabajo sucio, comandante —dijo
Arkady después de que se alejara el fotógrafo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Tres personas asesinadas y mutiladas en la nieve? Ése es
trabajo para ti, comandante. No querrás que yo lo investigue.
¿Quién sabe a dónde podría llevarnos?
—¿A dónde?
—Las cosas salen de nuestro control. ¿Recuerdas? ¿Por qué
no os hacéis cargo de la investigación tú y tus hombres? Así yo
y mi gente nos iremos a casa.
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—No veo evidencias de que se trate de un crimen contra el


Estado. De modo que tienes un caso un poco más complicado
que de costumbre, eso es todo.
—Complicado por alguien que ha destruido las pruebas.
—Enviaré a tu oficina mi informe y las fotografías —dijo
Pribluda mientras se ponía los guantes—, de modo que te
beneficiarás de mi trabajo —elevó la voz para que pudieran
oírle los que se hallaban alrededor del claro—. Desde luego, si
descubres cualquier cosa relacionada con un posible delito
concerniente al Comité para la Seguridad del Estado harás que
el fiscal me informe de inmediato. ¿Entendido, investigador
Renko? Da igual que pasen uno o diez años, en cuanto sepas
algo, me lo comunicas.
—Entendido —contestó Arkady con igual volumen de voz—.
Cuenta con nuestra absoluta cooperación.
Hienas, cuervos, moscardas, gusanos, pensó el investigador
mientras veía alejarse del claro los automóviles de Pribluda. El
amanecer se aproximaba; casi podía sentir acelerarse la
rotación de la tierra hacia el sol naciente. Encendió otro
cigarrillo para quitarse el mal sabor de boca que le había
dejado Pribluda. Era un hábito sucio, como el beber, otra
industria del listado. Todo era industria del Estado, incluyéndolo
a él. Con el amanecer hasta las flores empezaban a surgir de
entre la nieve. En la orilla del claro los milicianos seguían
mirando la escena, y veían aparecer esas máscaras.
—El caso es nuestro —anunció Arkady a sus hombres—. ¿No
creen que debemos hacer algo al respecto?
Hizo que por lo menos acordonaran la zona y que el sargento
pidiera por radio desde el camión más hombres, palas y
detectores de metal. «La simulación de un poco de
organización nunca deja de reanimar a las tropas», pensó.
—De modo que...
—Seguimos adelante, sargento, hasta nuevo aviso.
—Linda mañana —dijo Levin sarcásticamente.
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El patólogo era el miembro de más edad del grupo, una


caricatura de judío disfrazado de capitán de la milicia. No
simpatizaba con Tanya, la especialista in situ del grupo, que no
podía apartar sus ojos de los rostros sin vida. Arkady la condujo
aparte para sugerirle que empezara a trazar un dibujo general
del claro, y que luego tratara de ubicar en él la posición de los
cuerpos.
—¿Antes o después de que fueran asaltados por el
bondadoso comandante? —inquirió Levin.
—Antes —contestó Arkady—. Háganse la idea de que él no
estuvo aquí.
El biólogo del grupo, un doctor, empezó a buscar muestras
de sangre en la nieve alrededor de los cadáveres. Arkady
pensó que iba a ser un bonito día. En la ribera, al otro lado del
río Moskva, vio el primer rayo de luz en los edificios del
Ministerio de la Defensa, en el único momento del día en que
esas interminables paredes grises adquirían un soplo de vida.
En todo el derredor del claro los árboles emergieron en el
amanecer al igual que cervatos asustados. Las flores de la
nieve ya empezaban a mostrarse rojas y azules, brillantes
como si fueran listones. Era un día en el que todo el invierno
parecía estar listo para empezar a derretirse.
—¡Maldita sea! —comentó mirando otra vez los cadáveres.
El fotógrafo del grupo preguntó si el KGB no había tomado ya
fotos.
—Sí, y serán buenas para guardarlas como recuerdo, estoy
seguro —dijo Arkady—, pero no para el trabajo policíaco.
Halagado, el fotógrafo rió.
«Bravo —pensó Arkady—, ríe con ganas.»Un detective
vestido de civil de nombre Pasha Pavlovich se presentó en el
automóvil del investigador, un Moskovich modelo de hace
cinco años, y no el esbelto Volga, como el de Pribluda. Pasha
era medio tártaro, un musculoso romántico que lucía un
elevado copete oscuro.
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—Son tres cadáveres, dos hombres y una mujer —Arkady se


metió en el coche—. Congelados. Llevan en ese estado una
semana, tal vez un mes, cinco meses. No se les ha encontrado
documentos de identificación ni efectos personales, nada.
Todos recibieron un balazo en el corazón, y dos fueron heridos
en la cabeza. Ve a dar un vistazo a sus rostros.
Arkady esperó en el automóvil. Era difícil creer que el
invierno hubiera pasado a mediados de abril; por lo general se
aferraba penosamente hasta junio. Se podían haber alargado
un poco más estos horrores. De no haber sido por el deshielo
de ayer, la vejiga llena de un miliciano y la forma en que la
Luna iluminaba la nieve, Arkady estaría en la cama, durmiendo.
Pasha regresó furioso.
—¿Qué clase de loco pudo hacer eso? —dijo.
Arkady le hizo señas de que se metiera en el coche.
—Pribluda estuvo aquí —dijo una vez que Pasha hubo
entrado.
Observó el sutil cambio que sus palabras produjeron en el
semblante del detective, el pequeño encogimiento, el vistazo
al claro y el retorno de la vista a Arkady. Los tres muertos que
estaban allí no constituían tanto un crimen terrible como un
problema peliagudo. O ambas cosas, porque Pasha era un buen
demento al que se veía ya más preocupado que a los otros.
—No es el tipo de caso que nos corresponde —agregó Arkady
—. Trabajaremos un poco y luego nos lo quitarán, no te
preocupes.
—Pero sucedió en el parque Gorki —Pasha estaba molesto.
—Es muy extraño. Limítate a hacer lo que yo te diga y no
tendremos problemas. Ve al puesto de vigilancia del parque y
consigue algunos mapas de las pistas de patinaje. Consigue
listas de todos los milicianos y vendedores de alimentos que
estuvieron en esta parte del parque este invierno, también de
cualquier voluntario del orden público que pudiera haber
andado husmeando por aquí. Lo importante es hacer mucho
teatro —Arkady descendió del automóvil y metió la cabeza por
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la ventanilla para preguntar—: A propósito, ¿se me ha asignado


otro detective?
—A Fet.
—No lo conozco.
Pasha escupió en el suelo y dijo:
—Me limito a repetir lo que oí.
—Está bien —era probable que en este tipo de casos hubiera
un informador; el investigador no sólo aceptaba el hecho, sino
que le agradaba—. Saldremos de este embrollo pronto con la
cooperación de todos.
Después de que Pasha se marchó llegaron dos camiones con
reclutas de la milicia y palas. Tanya hizo que se cuadriculara el
claro de modo que se pudiera quitar la nieve metro a metro sin
perder de vista el sitio donde se encontraban las pruebas,
aunque Arkady no esperaba hallar ninguna después del tiempo
transcurrido desde el momento en que se cometieron los
homicidios. Su idea era guardar las apariencias. Si se
representaba una farsa lo suficientemente espectacular, quizá
Pribluda telefoneara antes de que terminara el día. De
cualquier modo la actividad animaba a los milicianos. Eran
básicamente agentes de paso y estaban contentos de serlo, ya
que de lo contrario su vida no presentaba demasiados
alicientes.
La milicia reclutaba muchachos campesinos de entre las filas
del ejército, atrayéndolos con la increíble promesa de vivir en
Moscú, lugar de residencia negado aun a los científicos
nucleares. ¡Era algo estupendo! Como resultado de esta
política, los moscovitas consideraban a los milicianos una
especie de ejército de ocupación compuesto de bravucones y
pendencieros. Por su parte, los milicianos veían a sus
conciudadanos como gente decadente, depravada y
probablemente judíos. Sin embargo, ninguno regresaba nunca
a la granja.
Para entonces el sol estaba bastante alto, vivo,, no como el
disco fantasmal que nos había perseguido todo el invierno. Los
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reclutas haraganeaban bajo el cálido aliento del viento,


apartando la vista del centro del claro.
¿Por qué escogieron el parque Gorki? La ciudad contaba con
parques más grandes donde dejar cadáveres: Izmailovo,
Dzerzhinsky, Sokolniki. El parque Gorki tenía sólo dos
kilómetros de largo y menos de un kilómetro de ancho. Sin
embargo, era el primer parque de la Revolución, el parque
favorito de todos. Al sur su extremo angosto casi llegaba hasta
la universidad. Al norte, se podía contemplar una vista del
Kremlin desde la curva del río. Era el sitio al que todos acudían:
los empleados de oficina iban allí a comer su almuerzo; las
abuelas, a pasear a los bebés; los novios, quedaban para
verse. Había una rueda de la fortuna, fuentes, teatros
infantiles, caminillos y pabellones ocultos en el terreno. En
invierno había también cuatro campos y pistas de patinaje.
El detective Fet llegó. Era casi tan joven como los reclutas,
llevaba unos anteojos de armazón de acero y tenía los ojos
azules.
—Encárguese de la nieve —dijo Arkady señalando los
montones que se acumulaban—. Fúndala y vea qué hay en
ella.
—¿En qué laboratorio desea que se lleve a cabo este
proceso? —preguntó Fet.
—Oh, creo que con un poco de agua caliente aquí mismo
podrá realizar el trabajo —como estas palabras podrían no
parecer lo suficientemente impresionantes, Arkady agregó—:
No quiero que quede sin revisar ni un solo copo.
Arkady tomó el automóvil de Fet, de la milicia, de color
marrón y rojo, y cruzó el puente Krimsky para ir al lado norte
de la ciudad. La capa de hielo que cubría el río estaba a punto
de romperse. Eran las nueve de la mañana, hacía ya dos horas
que se había levantado de la cama; no había desayunado y
sólo había fumado. Al salir del puente mostró, agitándola, su
credencial roja a los milicianos que dirigían el tránsito, y
aceleró entre los vehículos parados. Un privilegio de su rango.
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Arkady se hacía pocas ilusiones acerca de su trabajo. Era


investigador superior de homicidios, un especialista en
asesinatos en un país en que el crimen organizado era escaso
y no había talento para sutilezas. La víctima habitual del ruso
ordinario era la mujer con quien dormía, y eso cuando estaba
borracho y le golpeaba en la cabeza con una hacha,
probablemente diez veces antes de que le acertara. Para
decirlo sin ambages, los criminales que arrestaba Arkady eran
primero borrachos y luego asesinos. Además, eran mejores
borrachos que asesinos. La experiencia le había enseñado que
no había nada más peligroso que ser amigo de un ebrio o estar
casado con él, y todo el país estaba borracho la mitad del
tiempo.
En la cuneta se veían carámbanos mojados. Los transeúntes
trataban de apartarse del paso del automóvil del investigador.
Pero dos días antes la situación fue mejor, cuando el tránsito y
la gente fueron sombras que se movían pesadamente entre
una nube de neblina. Rodeó el Kremlin siguiendo el Mark
Prospekt y dio la vuelta en la calle Petrovka, a unos ciento
veinticinco metros del complejo amarillo de seis pisos que era
el cuartel general de la milicia de Moscú; allí aparcó el vehículo
en el garaje del sótano y luego subió en ascensor al tercer piso.
La sala de operaciones de la milicia era descrita
regularmente por los periódicos como «el centro mismo de la
inteligencia moscovita, listo para responder en cosa de
segundos a los informes sobre accidentes o crímenes en la
ciudad más segura del mundo». En una pared había un enorme
mapa de Moscú dividido en treinta y dos distritos y plagado de
luces que representaban ciento treinta y cinco delegaciones
policiacas. Hileras de interruptores de transmisión por radio
rodeaban una sección de comunicaciones donde unos oficiales
establecían contacto con automóviles de patrulla («Aquí Volga
llama al cincuenta y nueve») o por nombre clave, delegaciones
(«Aquí Volga llama a Omsk»). No había otra sala en Moscú tan
ordenada y apacible, tan bien planeada, creación de la
electrónica y de un elaborado proceso de selección. Se
esperaba que un miliciano en servicio informara oficialmente
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sólo de un determinado número de delitos; de lo contrario


obligaría a sus colegas a no poder dar parte de ningún crimen.
(Todo el mundo aceptaba que tenía que haber algunos
asesinatos.) Así pues, las delegaciones ajustaban sus
estadísticas para conseguir un número adecuado de
homicidios, asaltos y violaciones. Era un sistema efectivo y
optimista que proporcionaba tranquilidad. En el gran mapa
únicamente había encendida la luz de una delegación, lo que
indicaba que en la ciudad, una capital de siete millones de
habitantes, sólo se había producido un acto de violencia
significativo en veinticuatro horas. La luz señalaba el parque
Gorki. Desde el centro de la sala de operaciones el
comisionado de la milicia, un hombre fornido, de cara chata
con numerosos listones de servicio en su uniforme gris de
general con galones dorados miraba la luz. Le acompañaban
un par de coroneles, vicecomisionados. Con sus ropas de civil
Arkady se veía desaliñado.
—Camarada general, el investigador principal Renko informa
—Arkady habló de acuerdo con el ritual. ¿Se tendría que haber
afeitado?, se dijo a sí mismo. Logró resistir la tentación de
pasarse la mano por la barbilla.
El general hizo un movimiento apenas perceptible con la
cabeza. Un coronel intervino:
—El coronel sabe que usted es especialista en homicidios. Él
es partidario de la especialización y la modernización.
—El general quiere conocer cuál es su opinión acerca de este
asunto —dijo otro coronel—. ¿Qué posibilidades hay de que el
caso se resuelva pronto?
—Contando como contamos con la mejor milicia del mundo y
con el apoyo del pueblo, confío que conseguiremos identificar y
aprehender a los culpables —contestó Arkady con vehemencia.
—Entonces, ¿por qué —preguntó el primer coronel— ni
siquiera se ha pasado una circular a todas las delegaciones
requiriendo información acerca de las víctimas?
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—Los cadáveres no tenían documentos, y como estaban


congelados es difícil determinar cuándo se produjo la muerte.
Además, están mutilados. No habrá una identificación
ordinaria.
Tras mirar al general, el otro coronel preguntó:
—¿Se presentó en el lugar de los hechos un representante de
la Seguridad del Estado?
—Sí.
Finalmente, el general habló:
—En el parque Gorki. No lo entiendo.
En la comisaría, Arkady desayunó un suizo y café; luego
depositó dos kopeks en un teléfono público y llamó:
—¿Está la camarada maestra Renko?
—La camarada Renko está ocupada en una conferencia con
una comisión de distrito del partido.
—Íbamos a comer juntos. Dígale a la camarada Renko...
dígale que su esposo la verá esta noche.
Durante la hora siguiente revisó los antecedentes del joven
detective Fet, complaciéndole que sólo hubiera trabajado en
casos de interés especial para el KGB. Arkady se retiró del
cuartel general cruzando el patio que daba a la calle Petrovka.
Los oficinistas de la milicia que regresaban de largas
expediciones de compras rodeaban las limusinas estacionadas
ante el edificio. Saludó agitando la mano al guardia de la
entrada y se dirigió a los laboratorios forenses.
Al llegar a la puerta de la sala de autopsias Arkady se detuvo
a encender un cigarrillo.
—¿Vas a vomitar? —dijo Levin, levantando la vista al oírle
encender la cerilla.
—No si eso interfiere tu trabajo. Recuerda que yo no percibo
salario extra como algunas personas —Arkady le recordaba así
a Levin que los patólogos recibían un 25 por ciento de paga
más que los doctores ordinarios que trabajaban con los vivos.
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Era una «compensación por riesgo» ya que nada podía tener


tanta flora tóxica viva como un cadáver.
—Siempre hay riesgo de contraer una infección —dijo Levin
—. Basta un rasguño con el bisturí.
—Los cuerpos están congelados. Lo único que te pueden
contagiar es un resfriado. Además, tú nunca te equivocas. A ti,
la muerte te beneficia —Arkady inhaló hasta que su nariz y sus
pulmones estuvieron llenos de humo.
Ya dispuesto, adoptó una postura más formal. Las tres
víctimas pudieron tener personalidades muy diferentes. Como
cadáveres eran únicamente tres objetos iguales. Estaban
blancos como si fueran albinos, con un rastro de lividez
alrededor de las posaderas y hombros, la piel como de gallina;
por encima del corazón en cada cuerpo había un agujero, dos
dedos despuntados y las cabezas sin caras. Desde la línea del
cuero cabelludo hasta el mentón, y de oreja a oreja, toda la
carne había sido arrancada, dejando sólo máscaras de hueso y
sangre negra. También les habían sacado los ojos. Así es cómo
se los había encontrado en la nieve. El ayudante de Levin, un
uzbeko desaliñado, aumentaba los daños al cortar la cavidad
torácica con una sierra giratoria. A menudo el uzbeko dejaba a
un lado la sierra para calentarse las manos. Un cadáver de
cierto tamaño podía permanecer helado durante una semana.
—¿Cómo es que puedes resolver asesinatos si no eres capaz
de soportar ver gente muerta? —preguntó Levin a Arkady. —
Arresto a gente viva.
—¿Eso es algo de lo que se pueda estar orgulloso? Arkady
recogió de las mesas los informes preliminares y los leyó:

Masculino. Europoide. Cabello castaño. Ojos


desconocidos. Edad aproximada, 20 a 25 años. Fecha de
la muerte, de dos semanas a 6 meses. Congelación
producida antes de que se iniciara el proceso de
descomposición.
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Causa de la muerte: heridas de bala producidas por


arma de fuego. Falta de los tejidos faciales blandos y las
terceras falanges de cada mano por mutilación. Son dos
las posibles heridas mortales. La herida «A» causada
por contacto de arma con la boca, fracturó el maxilar
superior, viajando la bala en ángulo de 45 grados a
través del cerebro y saliendo por la parte posterior del
cráneo. La herida «B», causada por un balazo disparado
2 centímetros a la izquierda del esternón en el corazón,
que destrozó la aorta. La bala, marcada GP1-B fue
recobrada en la cavidad del pecho.

Masculino. Europoide. Cabello castaño. Ojos


desconocidos. Edad aproximada, 20 a 30 años. Fecha de
la muerte, aproximadamente de 2 semanas a 6 meses.
Faltan los tejidos faciales blandos y las terceras falanges
por mutilación. Son dos las posibles heridas mortales.
La herida «A», causada por un balazo disparado en la
boca, fracturó el maxilar superior y rompió los incisivos;
la bala viajó en ángulo desviado por el cerebro y
alcanzando la parte posterior del cráneo, 5 centímetros
por encima de la canal meníngea. La bala marcada GP 2-
A fue recobrada en la cavidad craneana. (La GP 2-A fue el
proyectil que extrajo Pribluda.) La segunda herida está a
3 centímetros a la izquierda y atraviesa la región del
corazón. La bala marcada GP2-B fue recobrada del
interior del omoplato izquierdo.

Femenino. Europoide. Cabello castaño. Ojos


desconocidos. Edad aproximada, 20 a 23 años. Fecha de
la muerte, aproximadamente de 2 semanas a 6 meses.
Causa de la muerte, herida de bala a 3 centímetros a la
izquierda del esternón que penetró en el corazón,
rompiendo el ventrículo derecho y la vena cava
superior, y saliendo por la espalda entre la tercera y
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cuarta costillas, 2 centímetros a la izquierda de la


espina dorsal. La cabeza y las manos mutiladas al igual
que en los varones GP1 y GP2. La bala marcada GP5 fue
hallada entre la ropa a la altura del orificio de salida. No
hay indicios de embarazo.

Arkady se apoyó en la pared, fumando hasta que estuvo casi


mareado, concentrando su atención en los documentos que
tenía en la mano.
—¿Cómo determinaste las edades?
—Por la falta de desgaste de los dientes.
—Entonces, trazaste una carta dental.
—Lo hice, pero no servirá de mucho. El segundo varón tenía
una placa molar de acero —dijo Levin encogiéndose de
hombros.
El uzbeco le entregó las cartas odontológicas acompañadas
de una caja que contenía los incisivos rotos con anotaciones
iguales a las puestas en las balas.
—Falta uno —dijo Arkady después de contar los dientes.
—Se pulverizó. Lo que queda de él está en otro recipiente.
Percibió entonces por primera vez el color gris de las paredes,
las manchas alrededor de los desagües en el suelo, las luces
fluorescentes, la carne blanca y el vello púbico. Lo importante
para un investigador era ver y no ver, pero había tres muertos.
Mírenos, decían las máscaras, ¿quién nos mató?
—Como ves —dijo Levin—, el primer hombre muestra una
pesada estructura ósea con una musculatura bien desarrollada.
El segundo tiene un físico endeble y una vieja fractura múltiple
en la espinilla izquierda. Y lo más interesante —Levin le mostró
un mechón de cabello entre sus dedos—. El segundo varón se
teñía el pelo. Su color natural era rojo. Todo quedará incluido
en el informe completo.
—Así lo espero.
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Arkady se marchó enseguida. Levin lo alcanzó en el ascensor


y se metió en el coche con él. Fue cirujano jefe en Moscú hasta
que Stalin se deshizo de los doctores judíos. Reservaba sus
emociones como si fueran oro en paño; en él una expresión de
simpatía estaba fuera de lugar.
—Se debería encargar de esto otro investigador —le dijo a
Arkady—. Cualquier otro. Quien cortara esas caras y manos
sabía lo que hacía. Lo ha hecho antes. Es un caso similar al del
río Kliazma.
—Si no te equivocas, el comandante se hará cargo del caso
mañana. Esta vez no dejarán que se les vaya de las manos,
eso es todo. ¿Por qué estás tan preocupado?
—¿Por qué no lo estás tú? —Levin abrió la puerta. Antes de
cerrarla, repitió—: igual que el caso del río Kliazma.
La mayor parte del departamento de balística estaba
ocupado por un tanque de agua de cuatro metros de largo.
Arkady dejó las balas y se dirigió al laboratorio forense central,
un salón con suelo de parqué, mesas de mármol, pizarrones
verdes y ceniceros de pie, decorados con ninfas de plomo.
Había mesas separadas con la ropa de cada una de las
víctimas; distintos equipos trabajaban con los despojos
mojados. Estaba a cargo un coronel de la milicia de cabello
lacio y manos regordetas, de nombre Lyudin.
—No hemos hallado gran cosa salvo sangre —comentó
Lyudin.
Los técnicos miraron al investigador recién llegado. Uno de
los hombres de Lyudin con una aspiradora limpiaba los
bolsillos; otro quitaba cepillando el hielo de los patines. Detrás
de ellos había una farmacia colorida como los dulces en frascos
de vidrio: reactivos, cristales de yodo, soluciones de nitrato de
plata, gels de agar.
—¿Qué me dicen sobre la procedencia de la ropa? —preguntó
Arkady. Deseaba ver mercancía extranjera de buena calidad,
indicios de que el trío de muertos fueron criminales
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 21

involucrados en la clase de contrabando del mercado negro


que tendría que investigar el KGB.
—Mira —Lyudin señaló a Arkady una etiqueta de uno de los
abrigos. Decía «jeans»—. Manufactura doméstica. Todo
corriente, lo que se puede comprar en cualquier tienda de aquí.
Mira el sostén —indicó otra mesa—. No es francés, ni siquiera
alemán.
Arkady notó que Lyudin llevaba puesta una corbata ancha
pintada a mano dentro de su bata. Lo notó porque el público en
general no tenía acceso a las corbatas anchas. Al coronel le
complació la frustración de Arkady en lo que respecta a las
ropas de las víctimas; la importancia de los técnicos forenses
aumentaba en proporción directa con la frustración del
investigador.
—Naturalmente, todavía tenemos que utilizar la
cromatografía de gas, el espectrómetro, el muestreo con
activación neutrónica, pero esa clase de pruebas es muy
costosa para tres juegos separados de ropas —Lyudin levantó
las manos desconsolado—. Y eso sin mencionar el tiempo de
funcionamiento de la computadora.
«Una actuación espectacular», recordó para sí Arkady.
—Para servir a la justicia no hay que reparar en gastos —dijo.
—Es cierto, pero si tuviera una autorización firmada para
llevar a cabo toda una serie de pruebas, ¿comprendes?
Arkady acabó por firmar una autorización en blanco. El
coronel Lyudin la llenaría con pruebas innecesarias que no
llevaría a cabo y luego vendería en privado las sustancias
químicas no utilizadas. Sin embargo, era un técnico experto.
Arkady no tenía derecho a quejarse.
El encargado del departamento de balística colocaba balas
en el microscopio para comparar.
—Mire.
Arkady se inclinó sobre el instrumento. Una bala de las
halladas en el parque Gorki estaba bajo el ocular izquierdo,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 22

otra, bajo el derecho; los dos campos de visión se unían. Un


proyectil estaba muy dañado por haber atravesado el hueso,
pero ambos tenían el mismo rayado inverso, y al hacerlos girar
Arkady advirtió una docena de puntos similares en planos y
canales.
—Se usó el mismo arma.
—Todas las balas salieron del mismo arma —convino el
técnico—. Las cinco. No estoy familiarizado con el calibre 7.65.
Arkady llevó sólo las cuatro balas que le dio Levin. La que
estaba a la derecha no tenía ninguna marca. Sacó los
proyectiles del microscopio.
—Esta bala la acaban de traer del parque —dijo el técnico—.
La encontraron con los detectores de metal.
Se había matado a tres personas en un área abierta,
disparándoles de frente, a quemarropa y con una sola pistola.
Primero les dispararon y después los mutilaron.
Pribluda. El río Kliazma.

La oficina de fiscal de la ciudad de Moscú estaba al sur del


río, sobre la calle Novokuznetskaya, un sector lleno de tiendas
del siglo diecinueve. El edificio estaba dividido por la mitad en
un bloque amarillo de dos pisos y en uno gris de tres pisos.
Ante la mitad amarilla había un triste y pequeño parque donde
esperaban angustiados los ciudadanos llamados a declarar.
Tenía un parterre ajardinado del tamaño de una tumba y
floreros vacíos. Frente al otro bloque del edificio, el más
grande, ocupado por el fiscal, había un campo de juego.
Arkady entró en la sección de los investigadores y subió los
peldaños de la escalera de dos en dos hasta el segundo piso.
Los investigadores principales Chuchin (casos especiales) y
Belov (industria) estaban en el pasillo.
—Iamskoy quiere verte —le advirtió Chuchin.
Arkady lo ignoró y continuó caminando hacia su oficina
situada en la parte de detrás. Belov lo siguió. Belov era el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 23

investigador más antiguo y sentía lo que llamaba «un afecto


inconmovible» por Arkady. Su oficina tenía una superficie de
tres por cuatro metros, paredes color café, mobiliario de pino y
una ventana de dos hojas, mapas de calles y rutas de
transportes además de una fotografía inusitada de Lenin
sentada en una silla de jardín.
—Eres duro con Chunchin —dijo Belov.
—Es un cerdo.
—Realiza un trabajo necesario —Belov se rascó la cabeza,
llevaba el pelo corto—. Todos nos especializamos.
—No digo que los cerdos sean necesarios.
—A eso me refiero. Trata con basura social.
Vsevolod Belov poseía innumerables trajes holgados. Su
mente estaba marcada por la Gran Guerra Patriótica como una
pared desportillada por el fuego de ametralladora; sus dedos
venosos por la edad. Era bondadoso y un reaccionario por
instinto. Cuando Belov murmuraba acerca de los «bandidos
chinos», Arkady sabía que había movilización en la frontera.
Cuando Belov mencionaba «patadas», cerraban sinagogas.
Cuando Arkady tenía dudas acerca de algún asunto social,
podía acudir con confianza a Belov.
—¿Quién se tiñe el pelo y usa una chaqueta deportiva con
una falsa etiqueta extranjera?
—Mala suerte —se condolió Belov—. Eso suena a música o
truhanes. Punk rock. Jazz. Algo por el estilo. No obtendrás de
ellos ninguna cooperación.
—Asombroso. Entonces opinas que son truhanes.
—Siendo inteligente como eres deberías saberlo ya. Sí, eso
de teñirse el cabello y usar etiquetas falsas indica truhanería, o
alguien con marcada tendencia musical o a la truhanería.
—Tres de ellos muertos con el mismo arma. Rebanados con
un cuchillo. Ningún documento y Pribluda fue el primero en
esculcar los cadáveres. ¿Te recuerda eso algo?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 24

Belov metió el mentón y su rostro se arrugó como si fuera un


abanico.
—Las diferencias personales entre los órganos de la justicia
no deberían interferir el trabajo principal —dijo.
—¿Te acuerdas?
—Me parece —Belov arrastraba las palabras— que en el caso
de los truhanes hubo de por medio una guerra entre pandillas.
—¿Qué guerra de pandillas? Ha habido guerras de ese tipo en
otras partes de Moscú, en Siberia o Armenia, quizá, pero ¿en el
parque Gorki?
—Sé —insistió Belov— que un investigador que evita las
especulaciones y mantiene los ojos en los hechos, nunca se
desorienta.
Arkady dejó caer sus manos abiertas sobre el escritorio y
sonrió. Dijo:
—Gracias. Sabes que aprecio tu opinión.
—Así es mejor. —Reanimado Belov se encaminó a la puerta
—. ¿Has hablado con tu padre últimamente?
—No —Arkady colocó los informes preliminares de la autopsia
sobre su escritorio y acercó la máquina de escribir.
—Salúdalo de mi parte cuando lo veas. No lo olvides.
—No lo olvidaré.
Al quedarse solo, Arkady escribió a máquina su informe
preliminar de la investigación:

Oficina del fiscal de la ciudad de Moscú, Moscú,


RSFSR.
Crimen: Homicidio. Víctimas: 2 hombres no
identificados, 1 mujer no identificada. Ubicación: parque
recreativo y cultural Gorki, región de Octobryskaya.
Parte informante: milicia.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 25

A las 06:30, un miliciano que hacía su ronda por el


extremo suroeste del parque Gorki encontró lo que
parecían ser tres cadáveres en un claro de
aproximadamente cuarenta metros al norte del sendero
paralelo a la calle Donskoy y el rio. A las 07:30, oficiales
de la milicia, oficiales de la Seguridad del Estado y el
investigador abajo firmante examinaron los tres
cadáveres congelados.
El hecho de que estuvieran congelados, sólo permite
especificar que las víctimas murieron en el curso de
este invierno. Los tres recibieron balazos en el corazón.
Los dos hombres recibieron también balazos en la
cabeza.
Las cinco balas recuperadas procedían del mismo
arma de calibre 7.65 mm. No se recuperaron cartuchos.
Todas las víctimas llevaban patines de hielo. En sus
ropas no se encontraron documentos de identificación,
u otros objetos. Imposibilita la identificación la
mutilación que eliminó la carne de la cara y las puntas
de los dedos. Se preparan informes —de suerología,
odontología, balística, cromatografía, autopsia y nuevos
exámenes in situ—; se ha iniciado una búsqueda de
personas que puedan haber conocido a las víctimas o el
lugar de los hechos.
Puede suponerse que se trata de un crimen
premeditado. Tres personas fueron asesinadas con
rapidez y por el mismo arma, se recogieron todos los
efectos personales en medio del parque más concurrido
de la ciudad, y se tomaron medidas extremas para
impedir su identificación.
Nota: Uno de los hombres muertos se teñía el cabello
y otro portaba una chaqueta con una etiqueta
extranjera falsa, posibles indicaciones de actividad
antisocial.
Renko, AV.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 26

Investigador principal

Mientras Arkady leía este informe superficial de


familiarización, los detectives Pavlovich y Fet llamaron a la
puerta y entraron, el primero llevaba un portafolios.
—Regresaré en un minuto —Arkady se puso de nuevo su
chaqueta—. Ya sabes qué hacer, Pasha.
Arkady tenía que bajar a la calle para entrar en el edificio
ocupado por la fiscalía. Un fiscal era un funcionario dotado de
autoridad extraordinaria. Supervisaba todas las investigaciones
Criminales, representaba tanto al Estado como al acusado. El
fiscal tenía que aprobar los arrestos, revisar las sentencias de
los tribunales e iniciar las apelaciones.
Aceptaba las demandas civiles según su criterio, determinaba
la legalidad de las directrices del gobierno local y, al mismo
tiempo, decidía las demandas y contrademandas por millones
de rublos, cuando una fábrica entregaba tuercas, en voz de
pernos, a otra.
No importaba la magnitud que tuviera el caso, criminales,
jueces, alcaldes y gerentes industriales tenían que comparecer
ante él. Sólo dependía del procurador general.
El fiscal Andrei Iamskoy estaba sentado ante su escritorio. Su
cabeza rapada y sonrosada contrastaba de manera notable con
su uniforme, azul oscuro con una estrella dorada de general,
hecho a la medida para dar cabida a su pecho y brazos
excesivamente grandes. Se le había acumulado carnosidad
sobre el puente de su nariz y sus pómulos, y los labios eran
bastante gruesos.
—Espere.
—Continuó leyendo un papel que estaba sobre un escritorio.
Arkady permaneció de pie sobre una alfombra verde a tres
metros del escritorio. En las paredes cubiertas de paneles de
madera había fotografías de Iamskoy encabezando una
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 27

delegación de fiscales en una junta ceremonial con el


secretario general Brezhnev, estrechando la mano del
secretario general, hablando en una conferencia internacional
de fiscales en París, nadando en Silver Grove, y —cosa
extraordinaria— la notable fotografía de él publicada por el
periódico Pravda haciendo una apelación ante el Tribunal
Supremo a favor de un trabajador convicto, por error, de
asesinato. Detrás del fiscal había una ventana cubierta por
cortinas de terciopelo italiano color marrón. La luz del sol que
se desvanecía tras ellas hacía brillar la cabeza rapada de
Iamskoy, que tenía grandes pecas de color café.
—¿Sí? —Iamskoy giró el papel y levantó la vista. Sus ojos
eran pálidos, como diamantes acuosos. Como siempre,
hablaba con tanta suavidad que había que concentrarse para
oír lo que decía. Arkady había decidido, hace tiempo, que la
concentración era importante para tratar con él.
Arkady dio un largo paso adelante para depositar su informe
sobre el escritorio y se retiró. Había que concentrarse:
¿exactamente quién es usted y qué tiene que decir?, definir
precisamente cómo beneficia usted a la sociedad.
—El comandante Pribluda estuvo allí. No menciona su
nombre.
—Hizo allí todo menos orinarse sobre los cadáveres, y luego
se retiró. ¿Acaso llamó para que me quitaran el caso?
Iamskoy se quedó mirando a Arkady.
—Usted es un investigador principal de homicidios, Arkady
Vasilevich. ¿Por qué quiere usted que le quiten el caso?
—Hace poco tuvimos un problema con el comandante.
—¿Qué problema? El KGB determinó su jurisdicción, así que
el asunto quedó satisfactoriamente resuelto.
—Discúlpeme, pero hoy encontramos a tres jóvenes
ejecutados en un parque público por un pistolero competente
que usó una pistola de 7,65 mm de calibre. Las únicas armas
que los moscovitas pueden conseguir son de calibre de 7,62
mm o de 9 mm, nada igual al arma usada en los homicidios.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 28

También las víctimas sufrieron mutilación. Hasta el momento,


mi informe no sugiere conclusiones.
—¿Qué conclusiones? —al decir esto Iamskoy levantó las
cejas.
—Cualesquiera —contestó Arkady al cabo de un momento.
—Gracias —dijo Iamskoy.
Era su manera de despedir a la gente.
Ya estaba Arkady en la puerta cuando el fiscal le dijo:
—Se observarán todas las legalidades. Usted debe pasar por
alto las excepciones, las que sólo confirman la regla.
Arkady hizo una inclinación con la cabeza y se retiró.
Fet y Pasha habían elaborado un mapa del parque Gorki con
el dibujo hecho por Levin del lugar del crimen, las fotos de los
muertos y los informes de las autopsias. Arkady se dejó caer en
su asiento y abrió una nueva cajetilla de cigarrillos. Dos cerillas
le fallaron antes de conseguir que se encendiera la tercera.
Puso las cerillas rotas y la quemada en el centro de su
escritorio. Luego colocó las fotografías en un cajón. No le
agradaba ver esas caras. A continuación se entretuvo jugando
con las cerillas.
—¿Han entrevistado a alguien ya? —preguntó.
—A diez oficiales de la milicia que no saben nada —contestó
Pasha abriendo una libreta de notas—. Por mi parte,
probablemente patiné cerca de ese claro unas cincuenta veces
este verano.
—Bien, procuren hablar con los vendedores de golosinas;
observan muchas cosas que los milicianos no advierten.
Fet francamente no estaba de acuerdo. Arkady se dio cuenta
de ello. Sin el sombrero puesto, las orejas de Fet sobresalían en
lo que Arkady consideró el ángulo arquitectónico preciso para
sostener los anteojos de armazón de acero.
—¿Estabas allí cuando se encontró la última bala? —le
preguntó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 29

—Sí, señor. Se recuperó la GP-A justo en el lugar donde había


estado el cráneo del primer hombre, GP.
—¡Maldita sea! Tendremos algo cuando conozcamos los
nombres de esos cadáveres, en vez de los números Uno, Dos y
Tres.
Pasha pidió un cigarrillo a Arkady.
—¿Como cuáles? —preguntó Arkady.
—¿Tienes una cerilla? —preguntó Pasha.
—Parque Gorki Uno, parque Gorki Dos —empezó a decir Fet.
—¡Ah, vamos! —exclamó Pasha moviendo la cabeza—.
Gracias —dijo a Arkady exhalando el humo—. ¿Parque Gorki
Uno? ¿Es el más importante? Llamémosle «músculos».
—Ese nombre no es lo bastante expresivo —dijo Arkady—.
Bestia es mejor, «belleza» para la mujer, «Bestia» para el
fornido y «flacucho» para el pequeño.
—Realmente tenía el cabello rojo —dijo Pasha—. Entonces le
corresponde el nombre de «rojo».
—«Belleza», «bestia» y «rojo», nuestra primera decisión
importante, detective Fet —dijo Arkady—. ¿Han sabido qué
progresos ha hecho el laboratorio forense con los patines de
hielo?
—Los patines podrían ser una estratagema —sugirió Fet—. Es
difícil creer que tres personas pudieran ser tiroteadas en el
parque Gorki sin que nadie se enterara. Los jóvenes podrían
haber muerto en otra parte, luego les pusieron los patines, y
después los llevaron de noche al parque.
—Estoy de acuerdo en que es difícil creer que se pudiera
matar a tres personas en el parque Gorki sin que nadie oyera
las detonaciones —dijo Arkady—. Pero es imposible poner
patines de hielo en los pies de gente muerta. Trata de hacerlo
alguna vez. Asimismo, el único lugar al que no llevarían
subrepticiamente tres cadáveres a cualquier hora del día es el
parque Gorki.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 30

—Sólo quería conocer tu opinión acerca de esa posibilidad —


dijo Fet.
—Excelente trabajo —le aseguró Arkady—. Ahora, veamos
qué ha logrado Lyudin.
Marcó el número de teléfono del laboratorio de la calle
Kiselny. A la vigésima llamada contestó el conmutador y lo
comunicó con Lyudin.
—Coronel, yo... —eso fue todo lo que pudo decir antes de que
desconectaran la línea. Volvió a marcar, pero no obtuvo
respuesta. Miró su reloj. Eran las cuatro y veinte, hora en que
las operadoras cerraban el conmutador para poder salir del
trabajo a las cinco de la tarde. Pronto se marcharían también
los detectives. Pasha, a levantar pesas. ¿Y Fet? A casa, con su
madre, ¿o acaso primero iría a ver Pribluda?
—Tal vez los mataron en otra parte y después los llevaron al
parque por la noche. —El investigador hizo a un lado las
cerillas.
—Acaba de decir que no fue así —dijo Fet—, También
recuerdo que hallamos la última bala en el suelo, lo que
demuestra que fueron muertos allí.
—Lo que prueba que la víctima, viva o muerta, recibió el tiro
en la cabeza —Arkady colocó una cerilla en el centro del
escritorio—. No se hallaron casquillos. Si se hubiera usado una
pistola automática éstos habrían caído al suelo al ser
expulsados del arma.
—El asesino quizá los recogió —advirtió de inmediato Fet.
—¿Para qué? Las balas identifican las armas de fuego tan
bien como los casquillos.
—Pudo haber disparado desde lejos.
—No lo hizo —dijo Arkady.
—Quizá los recogió pensando que si alguien los encontraba
buscaría también un cadáver.
—Lleva el arma en su chaqueta, no la anda enseñando —dijo
Arkady mirando a un lado—. Para comenzar, el arma y las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 31

balas en el cargador están calientes. Los casquillos expulsados,


algo más calientes por los gases de la explosión, se hundirían
en la nieve mucho antes de que los cadáveres quedaran
cubiertos por ella. Sin embargo, tengo curiosidad —miró
entonces a Fet—. ¿Por qué crees que fue un solo asesino?
—Sólo se usó una pistola.
—Lo que sabemos es que sólo se usó una pistola. ¿Te
imaginas lo difícil que hubiera sido para un solo asesino obligar
a las tres víctimas a mantenerse cerca de él mientras los
mataba, a menos que hubiera habido otras personas con él?
¿Por qué consideraron las víctimas que su situación era tan
desesperada que ni siquiera corrieron para salvarse? Bueno,
atraparemos a ese asesino. Apenas hemos empezado, y
quedan tantas cosas por resolver. Capturaremos a ese gordo
hijo de su madre.
Fet no preguntó por qué era gordo.
—Sea como fuere —concluyó Arkady—, ha sido un día
pesado. Sus turnos terminaron.
Fet fue el primero en marcharse.
—Ahí va nuestro pequeño pájaro —dijo Pasha mientras le
seguía.
—Espero que sea una cotorra.
Arkady llamó al cuartel general para que enviara un boletín a
toda la república al oeste de los Urales solicitando informes
sobre crímenes cometidos con armas de fuego, sólo para tener
contento al comisionado de la milicia. Luego, trató de llamar de
nuevo a la escuela. La camarada maestra Renko, se le dijo,
presidía una sesión de críticas a padres de familia y no podía
acudir al teléfono.
Los otros investigadores se retiraban también. En sus caras
se reflejaba las ganas que tenían de llegar a casa. Se ponían
las chaquetas. Arkady los observaba desde lo alto de la
escalera, fijándose en sus ropas de mejor calidad que las del
promedio de los trabajadores soviéticos. No tenía hambre, pero
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 32

le atraía la idea de comer. Sintió deseos de dar un paseo, así


que se puso su chaqueta y salió a la calle.
Caminó hasta la estación Paveletsky del tren antes de que
sus piernas lo llevaran a una cafetería donde se servía un
refrigerio de pescado blanco y ensalada de patatas. Arkady se
dirigió al bar y pidió una cerveza. Los otros bancos estaban
ocupados por trabajadores del ferrocarril y soldados jóvenes
algo borrachos de champaña: rostros adustos entre botellas de
malaquita.
Le sirvieron una rebanada de pan con mantequilla y caviar
gris pegajoso para acompañar la cerveza.
—¿Qué es esto?
—Lo manda el cielo —dijo el propietario de la cafetería.
—El cielo no existe.
—Ahora estamos en él —al sonreír le mostró un juego
completo de dientes de acero. Se apresuró a acercarle con la
mano el caviar de Arkady.
—Está bien, todavía no he leído el periódico de hoy —aceptó
Arkady.
La esposa del propietario, un gnomo en uniforme blanco,
salió de la cocina. Al ver a Arkady sonrió tan exageradamente
que el brillo de sus ojos la hizo parecer hermosa. Su esposo se
quedó de pie orgulloso a su lado.
Eran Viskov, F. N., y Viskova, I. L. En 1946 se les acusó de
crear un «centro de actividad antisoviética» por vender en la
tienda libros raros, obras de Montaigne, Apollinaire y
Hemingway. El interrogatorio a que fueron sometidos dejó
tullido a Viskov y muda a su esposa (intentó suicidarse
ingiriendo lejía). Se les dio lo que en broma se llamaba billetes
de 25 rublos: sentencias de veinticinco años de trabajos
forzados (un chiste del tiempo en que la seguridad y la milicia
eran una sola institución). En 1956 los Viskov fueron liberados
y hasta se les ofreció la oportunidad de tener otra librería,
propuesta que declinaron.
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—Averiguaron que mi esposa y yo trabajábamos allí contra


los reglamentos. Ella me viene a ayudar sólo en su tiempo libre
—Viskov guiñó un ojo—. A veces también viene el muchacho.
—Gracias a usted —indicó con señas la camarada Viskova.
«Dios mío —pensó Arkady—, un sistema acusa a dos
personas inocentes, las recluye en campos de esclavos, las
tortura, destruye sus vidas, y luego, cuando un miembro del
sistema los trata con decencia, se alegran y se sienten
agradecidos. ¿Qué derecho tenía a que fueran amables con
él?». Comió el caviar, bebió la cerveza y salió de la cafetería
tan aprisa como le permitió la cortesía.
La gratitud le molestaba. Después de andar .un trecho aflojó
el paso porque era una de sus horas favoritas; para pasear, la
noche era de una negrura maternal, las ventanas pequeñas y
brillantes, los rostros en la calle alegres como las ventanas. A
esa hora consideraba que podía hallarse en el Moscú de
cualesquiera de los pasados cinco siglos, y no le habría
sorprendido oír el golpeteo de los cascos de los caballos en el
lodo. En el escaparate de una tienda se exhibían unas muñecas
desaliñadas, unas perfectas pioneras; un Sputnik impulsado
por baterías giraba en derredor de una lámpara en forma de
Luna que exhortaba a «¡Mirar al Futuro!».
De regreso a la oficina Arkady se sentó frente a su armario
para revisar sus archivos. Empezó con los crímenes cometidos
con armas de fuego.
Asesinato. Un operador de torno al regresar a su casa
encontró a su esposa con un oficial naval. En la pelea el
trabajador usó la pistola del oficial para matarlo. El tribunal
tuvo en cuenta que el oficial no debía portar arma, que el
acusado, según lo atestiguaron los miembros de su sindicato
obrero, era un trabajador diligente, y que se arrepentía de su
acto. Sentencia: diez años de privación de libertad.
Asesinato con agravantes. Dos traficantes del mercado negro
disputaron al repartirse las mercancías. Uno fue muerto con
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 34

una vieja pistola Nagurin. El lucro fue una circunstancia


agravante. Sentencia de muerte.
Asalto a mano armada. (¡Vaya asalto!) Un muchacho robó
dos rublos de un borracho amenazándole con una pistola de
madera. Sentencia: cinco años de prisión.
Arkady revisó sus archivos sobre homicidios en busca de
crímenes que pudiera haber olvidado, asesinatos que
mostraran premeditación o sangre fría. Sin embargo, el uso de
cuchillos, hachas, cachiporras o la estrangulación no exigían
demasiado aplomo o astucia. En los tres años que fue vice
investigador y en los dos que llevaba de investigador principal,
se había topado con menos de cinco homicidios que se
elevaron por encima de la estupidez infantil; generalmente el
asesino o asesina se presentaba ebrio a la milicia jactándose
de su hazaña, o apesadumbrado. El asesino ruso tenía gran fe
en la inevitabilidad de su captara, todo lo que quería era
disfrutar del momento de su gran actuación. Los rusos ganan
guerras porque se arrojan bajo los tanques, y hay que
reconocer que ésta no es la mentalidad propia del criminal
experto.
Arkady abandonó su empeño y cerró el archivo.
—Boychik —llamó y Nikitin abrió la puerta sin llamar.
Introdujo la cabeza, seguida de su cuerpo, y se sentó en el
escritorio de Arkady. El investigador principal para el enlace
gubernamental tenía cara redonda y el cabello ralo. Cuando
estaba ebrio los ojos se le cerraban al sonreír como si fuera
oriental—. ¿Por qué trabajas hasta tan tarde?
¿Esa expresión significaba que Arkady trabajaba duro,
demasiado duro, fútilmente, con éxito, que era listo o un tonto?
Nikitin sugería todas esas cosas.
—Al igual que tú —dijo Arkady.
—Yo no estoy trabajando; te estoy supervisando. A veces
pienso que nunca aprendiste nada de mí.
Ilya Nikitin era investigador de homicidios en jefe, y superior
de Arkady; cuando estaba sobrio, el mejor investigador que
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 35

había conocido. De no ser por su afición al vodka, habría


llegado a procurador. Pero decir vodka en el caso de Nikitin,
equivalía a decir «agua y comida». Una vez al año, amarillo por
la ictericia, se le enviaba a un balneario en Sochi.
—Sabes, siempre sé qué es lo que pretendes, Vasilevich.
Siempre estoy pendiente de ti y de Zoya.
Un fin de semana en que Arkady estuvo ausente, Nikitin
había tratado de acostarse con Zoya. Al regresar Arkady,
Nikitin se hizo enviar a Sochi, desde donde todos los días le
envió cartas expresándole su arrepentimiento.
—¿Quieres un poco de café, Ilya?
—Alguien tiene que protegerte de ti mismo. Perdóname,
Vasilevich (Nikitin insistía en usar el apellido de una manera
condescendiente) pero tal vez yo soy (sé que no estás de
acuerdo) un poco más inteligente o experimentado, o cuando
menos estoy un poco más cerca de algunas fuentes elevadas,
que tú. No estoy criticando tu historial porque es bien conocido
y difícilmente podría ser mejorado —la cabeza de Nikitin se
inclinó a un lado, sonriendo, mientras un mechón de pelo
mojado se le pegaba a la mejilla, transpirando hipocresía con
olor animal—. Sólo es que tú no ves el panorama.
—Buenas noches, Ilya —Arkady se puso su abrigo.
—Sólo digo que hay cabezas más sagaces que la tuya.
Nuestro propósito es el de reconciliar. Todos los días reconcilio
la política gubernamental con la legalidad socialista. Se expide
la orden de arrasar casas de trabajadores para construir
departamentos en cooperativa que no pueden pagar los
trabajadores, lo cual constituye aparentemente una violación
de los derechos de estas personas. Iamskoy me consulta, el
partido me consulta, el alcalde Promislov me consulta, porque
yo sé cómo reconciliar esta aparente contradicción.
—¿No hay contradicción? —Arkady salió al pasillo delante de
Nikitin.
—¿Entre los trabajadores y el Estado? Éste es el Estado de los
trabajadores. Lo que beneficia al Estado les beneficia a ellos. Al
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 36

arrasar sus casas protegemos sus derechos. ¿Ves? Asunto


reconciliado.
—No lo veo —insistió Arkady.
—Desde el punto de vista correcto no hay contradicción —
susurró Nikitin con voz áspera al bajar las escaleras—. Eso es lo
que nunca comprenderás.
Arkady subió a un coche de la oficina para tomar la carretera
del circuito interior y dirigirse al norte. El Moskvich era un
automóvil torpe, sin potencia, pero no le habría importado
tener uno. A esa hora la circulación estaba casi totalmente
dominada por los taxis. Pensaba en el comandante Pribluda,
quien no había interrumpido aún la investigación. El hielo caía
de las salpicaderas y chocaba contra las farolas.
Los taxis daban la vuelta hacia la estación del ferrocarril en la
plaza Kimsomol. Arkady siguió adelante hacia la calle
Kalanchevskaya número 43, donde estaba el tribunal de la
ciudad de Moscú, un viejo edificio con muros de ladrillo en el
que se reflejaba la luz de las farolas, por lo que parecía que se
estuviera fundiendo. Había diecisiete Tribunales del Pueblo en
toda la ciudad, pero los crímenes graves se resolvían en el
tribunal de la ciudad, por lo que estaba vigilado por el Ejército
Rojo. Arkady mostró su credencial a dos soldados en la
escalera. Cuando entró en el sótano despertó de un sobresalto
al cabo que dormía apoyado sobre la mesa.
—Voy a la jaula —dijo.
—¿Ahora? —El cabo se puso en pie y se abotonó su gabán.
—Cuando usted guste —Arkady le entregó el anillo con las
llaves y la pistola automática que éste dejó sobre la mesa.
La jaula era un enrejado metálico que cerraba el área del
sótano del tribunal donde se guardaban los registros. Arkady
tiró de los cajones asignados a diciembre y enero, en tanto que
el cabo le observaba en posición de firme desde el otro lado de
la reja; de hecho un investigador principal poseía un grado
equivalente al de un capitán.
—¿Por qué no prepara un té para los dos? —sugirió Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 37

Buscaba algo con qué incriminar a Pribluda. Pero una cosa


era tener tres cadáveres y sospechar del comandante, y otra,
encontrar tres convictos que hubieran sido trasladados del
tribunal de la ciudad a la custodia del KGB. Examinó una ficha
tras otra, descartando a las personas demasiado jóvenes o
demasiado viejas, verificando los historiales de trabajo y el
estado marital. Nadie había echado de menos a las víctimas —
ningún sindicato obrero, fábrica o familia— durante meses.
Teniendo ya a su lado una taza de té caliente continuó con
los registros de febrero. Un problema era que si bien los
crímenes mayores —asesinatos, asaltos y robos— se resolvían
en el tribunal de la ciudad, ciertos casos en los que el KGB
tenía mucho interés —los de disidencia política y parasitismo
social— eran atendidos a veces en el tribunal del pueblo,
donde la asistencia del público era controlada más fácilmente.
El vapor de agua condensado hacía brillar las paredes del
sótano. La ciudad estaba atravesada por varios ríos: Moskva,
Setun, Kamenka, Sosenka, Yauza y, bordeando la orilla
septentrional, ya a las afueras, el Kliazma.
Seis semanas antes habían encontrado dos cadáveres en una
ribera del Kliazma doscientos kilómetros al este de Moscú,
cerca de Bugolubovo, una aldea de cultivadores de patatas. El
pueblo más cercano era Vladimir, pero ningún integrante del
personal del fiscal de este lugar quiso hacerse cargo de la
investigación; todos se pusieron enfermos. El procurador
general asignó el caso al investigador principal de Moscú.
Hacía frío. Las víctimas fueron dos jóvenes de tez blanca y
pestañas escarchadas, con los puños helados sobre la ribera
del río. Tenían la boca extrañamente abierta y sus chaquetas y
pechos estaban acuchillados, heridas terribles que apenas
habían sangrado. La autopsia efectuada por Levin determinó
que el asesino había extraído de los cuerpos las balas que los
habían matado. Levin encontró también restos de hule y
pintura roja en los dientes de los muertos, y aminato de sodio
en su sangre; al llegar a este punto Arkady comprendió la
enfermedad que había aquejado a todos los investigadores
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 38

locales. Fuera de la aldea de Bugolubovo, invisible en los


mapas aunque con un índice de población elevado, estaba la
aisladora de Vladimir, una prisión para convictos políticos
cuyas ideas eran demasiado peligrosas como para reducirlos
en los campamentos de trabajo. El aminato de sodio era el
narcótico usado en la aisladora para tranquilizar a esas almas
conflictivas.
Arkady había llegado a la conclusión de que las víctimas
habían sido reclusos a los que, después de ser liberados de la
aisladora, los habían asesinado miembros de alguna banda.
Cuando las autoridades de la prisión rehusaron aceptar sus
llamadas telefónicas, pudo haber dado el caso por «pendiente»
bajo la jurisdicción de Vladimir. Su historial no se habría visto
afectado, y todos habrían comprendido que quisiera volver a
casa. En vez de hacer esto, se puso su uniforme de
investigador principal, se presentó en la prisión, solicitó y leyó
la lista de liberaciones y descubrió que si bien ningún preso
había sido puesto en libertad recientemente, un día antes de
que se hallaran los cadáveres dos hombres habían quedado
bajo la custodia de un tal comandante Pribluda para ser
interrogados por el KGB. Arkady telefoneó a Pribluda, quien
negó enfáticamente haber recibido a los prisioneros.
De nuevo la investigación podría haber concluido en este
punto, pero Arkady regresó a Moscú, se presentó en la oficina
del comandante en la destartalada filial del KGB, en la calle
Petrovka, y encontró sobre su escritorio dos pelotas de hule
rojas con marcas elípticas. Le dejó un vale por ellas y se las
llevó al laboratorio forense, donde vio que las marcas
encajaban perfectamente en la dentadura de las víctimas.
Pribluda debió de llevar a los dos prisioneros drogados
directamente a la orilla del río, metió en su boca las pelotas de
goma para sofocar cualquier grito, les disparó, recogió los
casquillos usados y, con un cuchillo de hoja larga, extrajo las
balas de los cuerpos. Tal vez pensó que parecería que habían
sido apuñalados. Muertos, sangrarían poco. Además los
cadáveres acuchillados se congelarían con rapidez.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 39

El fiscal tenía que aprobar las detenciones. Arkady se


presentó ante Iamskoy con el cargo de homicidio contra
Pribluda y una solicitud para registrar la oficina y su casa para
buscar armas de fuego y un cuchillo. Arkady estaba con el
fiscal cuando una llamada anunció que, por razones de
seguridad, el KGB se hacía cargo de la investigación
relacionada con los cadáveres hallados junto al río Kliazma.
Todos los informes y evidencias tenían que entregarse al
comandante Pribluda.
Las paredes lloraban. Además de los ríos de la superficie,
antiguas corrientes subterráneas cruzaban la ciudad, corrientes
invisibles con rumbos perdidos. A veces en invierno la mitad de
los sótanos de Moscú gemían.
Arkady volvió a colocar en su sitio los archivos.
—¿Encontró lo que buscaba? —preguntó el cabo.
—No.
Le saludó con optimismo y agregó:
—Las cosas se ven siempre mejor por la mañana, dicen.
Según el reglamento, debía conducir el automóvil de vuelta
al aparcamiento de la oficina. Pero se fue a su casa. Pasaba ya
de la medianoche cuando llegó a Taganskaya. Del segundo piso
sobresalían balcones de madera. Su departamento estaba
oscuro. Arkady se dirigió a la entrada, subió la escalera y abrió
la puerta lo más silenciosamente que pudo.
Se desvistió en el baño, se lavó los dientes y se llevó consigo
la ropa. La recámara era el cuarto más grande del
departamento. Sobre el escritorio había un aparato
estereofónico. Levantó el disco que estaba encima de la mesa
y leyó la etiqueta a la débil luz que entraba por la ventana.
«Aznavour a l'Olympia.» Junto al tocadiscos había dos vasos y
una botella de vino vacía.
Zoya dormía, su largo cabello dorado recogido en una sola
trenza caía sobre su hombro. El perfume «Noche de Moscú»
cubría las sábanas. Al deslizarse en la cama ella abrió los ojos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 40

—Ya es tarde.
—Lo siento, hubo un asesinato. Tres asesinatos.
Vio cómo sus ojos revelaban haber captado el significado de
su información.
—Truhanes —murmuró ella—. Por eso aconsejo a los niños
que no mastiquen chicle. Primero es el chicle, luego la música
de rock, en seguida la marihuana y...
—¿Y? —Él esperaba que ella dijera, «el sexo».
—El asesinato. —Su voz se fue desvaneciendo, cerró los ojos
y el cerebro apenas quedó animado para enunciar el último
principio; otra vez a salvo sumido en la inconsciencia...
En un minuto la fatiga venció al investigador, que también se
durmió. Soñaba que nadaba en agua negra, sumergiéndose
rumbo a aguas todavía más negras, con brazadas rítmicas pero
poderosas. Precisamente cuando intentaba subir a la superficie
se le unió una hermosa mujer de largo cabello negro y tez
pálida. Parecía estar volando hacia abajo con su blanco vestido.
Como siempre, ella lo tomó de la mano. Soñaba con el enigma.

2
Desnuda, Zoya pelaba una naranja. Tenía la cara ancha,
infantil, inocentes ojos azules, cintura angosta y senos
pequeños con pezones tan diminutos como cicatrices de
vacunas. El vello púbico estaba rasurado en una angosta franja
rubia para disimularlo debajo del equipo de gimnasia. Sus
piernas eran musculosas y la voz aguda y fuerte.
—Los expertos dicen que la individualidad y la originalidad
serán las características de la ciencia soviética del futuro. Los
padres deben aceptar el nuevo curriculum y las nuevas
matemáticas, que constituyen pasos progresistas en la
construcción de una sociedad más grande. —Hizo una pausa
para mirar a Arkady, quien la contemplaba bebiendo su café en
el antepecho de la ventana—. Al menos podías hacer algún
ejercicio.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 41

Aunque era alto y delgado, un pliegue de gordura salía por


debajo de su camiseta cuando adoptaba una postura
desgarbada. Su cabello sin peinar caía desaliñado. Era
descuidado como su dueño, pensó ella.
—Me conservo para formar parte de sociedades aún más
grandes —dijo él.
Ella se inclinó sobre la mesa para leer los párrafos
subrayados en la Gaceta de los Maestros, acumulando los
restos de naranja y las cáscaras en la mano, sin dejar de mover
los labios todo el tiempo.
—Pero la individualidad no debe conducir al egoísmo o ala
«ambición» —interrumpió la frase para mirar a Arkady—. ¿Te
suena bien eso?
—No menciones la «ambición». Habrá demasiados
«ambiciosos» en el auditorio que tendrás en Moscú.
Ella frunció el ceño y volvió la cara hacia otro lado, Arkady le
pasó la mano por la honda grieta de su espina dorsal.
—No hagas eso. Tengo que terminar este discurso.
—¿Cuándo tienes que pronunciarlo?
—Esta noche. La comisión del Partido de Distrito elegirá a
uno de sus miembros para que hable en el mitin de la semana
entrante. De todas maneras tú eres el menos indicado para
criticar a los «ambiciosos».
—¿Como Schmidt?
—Sí —ella contestó al cabo de un momento de reflexión—.
Como Schmidt.
Zoya entró en el baño. A través de la puerta abierta él la veía
lavarse la boca, darse palmaditas en su vientre plano, pintarse
la boca con lápiz labial. Hablaba al espejo.
—¡Padres de familia! Sus responsabilidades no terminan al
concluir sus turnos de trabajo. ¿El egoísmo trastorna el
carácter del estudiante en su hogar? ¿Han leído últimamente
las estadísticas concernientes al egoísmo y al hijo único?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 42

Arkady se apartó del antepecho de la ventana para ver el


artículo que había subrayado. Se titulaba «Es necesario que las
familias sean más numerosas». En el baño, Zoya hacía girar un
disco de píldoras anticonceptivas. Eran píldoras polacas. No
quería participar en la «tarea» social.
«¡Rusos, procreen!, —decía el artículo—. Fertilicen los
gloriosos óvulos con jóvenes rusas para que las nacionalidades
inferiores, los morenos turcos y armenios, los astutos
georgianos y judíos, los traidores estonianos y letones, las
nutridas hordas de ignorantes kazakos amarillos, tártaros y
mongoles, los retrasados y malagradecidos uzbecos, osetas,
circasianos, calmucos y chukches no trastornen con sus
órganos erectos el necesario equilibrio de población entre los
rusos educados y los morenos...» «Por lo tanto queda
demostrado que las familias sin hijos o con un hijo, que se
constituyen entre los trabajadores de los centros urbanos de la
Rusia europea, no favorecen el interés de la sociedad ya que
pueden ocasionar que en un futuro se carezca de líderes
rusos.» ¡Escasez futura de rusos! Increíble, pensó Arkady
mientras Zoya se estiraba en su barra de hacer ejercicios.
—El estudiante debe ser adiestrado ideológicamente con
rigurosidad —levantó su pierna derecha al nivel de la barra—.
Rigurosa, vigorosamente.
Imaginó hordas de olvidados asiáticos corriendo por las calles
hacia el palacio pionero gritando con los brazos extendidos:
«Tenemos hambre de rusos». Un hombre contestaría desde el
vacío palacio: «Lo siento. Ya no tenemos rusos».
—Cuatro, uno, dos, tres, cuatro. —La frente de Zoya tocó su
rodilla.
En la pared de detrás de la cama había un póster, varias
veces reparado, que mostraba a tres niños —un africano, una
pequeña rusa y un chino— y que rezaba el lema «¡Un pionero
es amigo de los niños de todas las naciones!». Zoya había
posado para representar a la niña rusa, y al hacerse famoso el
póster otro tanto había ocurrido con su bonita cara rusa. La
primera vez que alguien le llamó la atención en la universidad
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 43

sobre Zoya lo hizo recordándole que era la pequeña del


«póster pionero». Todavía parecía una niña.
—Del conflicto se deriva la síntesis —Zoya inhalaba
profundamente—. La originalidad combinada con la ideología.
—¿Para qué quieres dar un discurso?
—Uno de nosotros tiene que pensar en su carrera.
—¿Estamos tan mal? —Arkady se le acercó.
—Tú ganas ciento ochenta rublos al mes y yo ciento veinte.
Un capataz de fábrica gana el doble. Un técnico percibe tres
veces esa suma. No tenemos aparato de televisión, máquina
lavadora, ni siquiera tengo ropa nueva. Podríamos haber
conseguido uno de los automóviles usados del KGB, eso se
podría haber arreglado.
—No me gustaba el modelo.
—Podrías ser investigador del Comité Central ahora mismo si
fueras un miembro más activo del Partido.
Al tocarse ella su cadera la carne se contrajo simulando
mármol. Sus pechos eran blancos y duros, sus extremos
sonrosados, tensos. Esta combinación de sexo y Partido era
una ilustración gráfica de su matrimonio.
—¿Para qué te molestas en tomar esas píldoras? No hemos
fornicado en meses.
—Por si me violan —dijo.
Los niños, de pie junto a la jirafa de madera del patio,
abrigados con sus capas y gorras para la nieve miraban cómo
Arkady y Zoya se metían en el coche. El vehículo arrancó al
tercer intento y Arkady se dirigió a Taganskaya.
—Natasha nos ha invitado a ir al campo mañana —dijo Zoya
mirando el parabrisas—. Le he dicho que aceptábamos.
—Hace una semana ya te hablé de esa invitación y no
quisiste ir.
Zoya se tapó con la bufanda la boca. Hacía más frío dentro
del automóvil que afuera, pero no le gustaba abrir las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 44

ventanillas. Llevaba puesto su abrigo grueso, su gorro de piel


de conejo, bufanda, botas, y permanecía en silencio. Al llegar a
un semáforo en rojo limpió el agua condensada en el
parabrisas.
—Lamento mucho no haber acudido a almorzar ayer —dijo él
—. ¿Hoy comemos juntos?
Al mirarlo entrecerró los ojos. Hubo un tiempo, recordó él, en
que pasaban horas enteras bajo las tibias sábanas mientras
que en la ventana se veía una simpática escarcha. Admitía que
ya no recordaba de lo que habían hablado entonces. ¿Él había
cambiado? ¿Ella había cambiado? ¿A quién de los dos se podía
creer?
—Tenemos una reunión —contestó ella finalmente.
—¿Todos los maestros, todo el día?
—El doctor Schmidt y yo, para planear la participación del
club de gimnasia en el desfile.
Ah, Schmidt. Bueno, ellos tenían tantas cosas en común.
Después de todo, él era secretario del comité de distrito del
Partido, asesor del Consejo del Komsomol de Zoya, gimnasta.
El trabajo en común tendía a engendrar mutuo afecto. Arkady
contuvo el impulso de fumar un cigarrillo porque habría
acabado por completar el cuadro de esposo celoso.
Al llegar Arkady a la escuela 457 ya desfilaban los
estudiantes. Aunque se suponía que los escolares debían estar
uniformados la mayoría llevaban pañuelos rojos de pioneros
con trajes mal hechos.
—Llegaré tarde —Zoya salió precipitadamente del vehículo.
—Está bien.
Hizo una pausa antes de cerrar la puerta para decirle:
—Schmidt me aconseja que me divorcie de ti mientras pueda
—después cerró la puerta de golpe.
Al entrar en la escuela los escolares la llamaron por su
nombre. Ella se giró una vez más hacia el automóvil donde
Arkady se disponía a encender un cigarrillo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 45

Se trataba claramente de lo contrario de la teoría soviética,


de la síntesis del conflicto.
El investigador se concentró de nuevo en los tres asesinatos
cometidos en el parque Gorki. Los estudió desde el punto de
vista de la justicia soviética. La justicia, al igual que cualquier
escuela, era instructiva.
Por ejemplo: cada día se detenía por la noche a los
borrachos, después se los enviaba a casa. Cuando el número
de ebrios resultaba excesivo —pese al creciente costo del
vodka— se emprendía una campaña educativa concerniente a
los horrores del alcohol, es decir, se los metía en la cárcel. Los
robos en las fábricas eran constantes y numerosos; era uno de
los aspectos de la industria soviética. Siguiendo el mismo
criterio, a un gerente de fábrica que se dejaba sorprender
robando se le condenaba, por lo general, a cinco años de
cárcel, pero durante una campaña contra los hurtos se le
fusilaba de forma ejemplar.
El KGB no actuaba de manera diferente. La aisladora de
Vladimir desempeñaba una función educativa para los
disidentes empecinados, «pero sólo la tumba puede enderezar
a un jorobado». Y así, para los peores enemigos del Estado
había una última lección. Finalmente Arkady se enteró de que
los dos cadáveres encontrados en el río Kliazma eran un par de
agitadores reincidentes, fanáticos de la especie más peligrosa,
miembros de la secta Testigos de Jehová.
Había algo acerca de la religión que transformaba al Estado
en un perro rabioso. Dios lloraba, Dios lloraba, dijo Arkady para
sí aunque no recordaba dónde había oído esa expresión. El
resurgimiento de la religiosidad, el mercado de iconos, la
restauración de las iglesias tenía al Gobierno loco. Encarcelar a
los misioneros suponía aumentar el número de creyentes. Era
mejor darles una seria lección, una pelota roja de hule que los
ahogara, la clase de final anónimo que mejor generaba
rumores, incluso el río helado favorecía el propósito
educacional.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 46

El parque Gorki, empero, no estaba lejos de la ribera del río;


se hallaba en el corazón mismo de la ciudad. Incluso Pribluda
debió de ir a pasear por él cuando tan sólo era un niño gordo, o
un simple transeúnte, o un enamorado gruñón, y debía de
saber que este parque estaba destinado a la recreación, no a la
«educación». Además, los cadáveres tenían meses, no días.
La lección fue fría, muy antigua, sin objeto. No se trataba del
tipo de justicia que Arkady ya conocía y detestaba.
Lyudin le esperaba sentado detrás de un escritorio lleno de
transparencias y fotografías, acicalado como si fuera un mago
rodeado de aros y pañoletas.
—El departamento forense ha hecho un gran esfuerzo por
servirte, investigador principal. Los detalles son fascinantes.
Y además lucrativos, pensó Arkady. Lyudin había adquirido las
suficientes sustancias químicas como para surtir un almacén
privado, y probablemente lo había hecho.
—¿Qué se averiguó?
—Conoces el principio de la cromatografía del gas, el efecto
de un gas en movimiento y un material solvente estacionario...
—De verdad —interrumpió Arkady—, quiero saber qué se ha
averiguado.
—Bien —continuó el director del laboratorio tras exhalar un
suspiro—, para acabar pronto, te diré que el cromatógrafo
encontró en las ropas de las tres víctimas granos muy finos de
yeso y aserrín, y en los pantalones de GP 2 un diminuto rastro
de oro. Rociamos las ropas con luminol, las llevamos a un
cuarto oscuro y observamos la fluorescencia, que indicaba la
presencia de sangre. La mayor parte de ésta, como se
esperaba, era de las víctimas. Sin embargo, las manchas más
pequeñas no eran de sangre humana, sino de pollo y pescado.
Hallamos también un elemento muy interesante en la ropa —
Lyudin mostró un dibujo de los cuerpos vestidos en las
posiciones que habían sido hallados. Había un área sombreada
sobre la mujer encontrada en posición supina, y en los brazos y
muslos de los hombres que la flanqueaban—. En el área ocurra,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 47

y sólo allí, encontramos rastros de carbón, grasas animales y


ácido tánico. En otras palabras, después de que los cadáveres
quedaran cubiertos parcialmente por la nieve, probablemente
dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes, se depositó
sobre ellos también una capa de cenizas de algún fuego
cercano.
—El incendio de la curtiduría Gorki —dijo Arkady.
—Es obvio —Lyudin no pudo reprimir una sonrisa—. El 3 de
febrero, un incendio en la curtiduría Gorki cubrió una gran área
del distrito de Octobryskaya con ceniza. Del primero al 2 de
febrero cayeron treinta centímetros de nieve. Del 3 al 5 de
febrero cayeron veinte centímetros de nieve. De haber podido
mantener intacta la nieve en el claro, podríamos haber
encontrado una capa de ceniza. De todas maneras, esto
parece fijar la fecha del crimen.
—Excelente trabajo —dijo Arkady—. Dudo que tengamos que
analizar la nieve ahora.
—También analizamos las balas. Empotradas en ellas había
diversas cantidades de tejidos del cuerpo y de las ropas de las
víctimas. En la bala marcada GP1-B también se encontraron
rastros de cuero curtido no pertenecientes a las vestiduras de
la víctima.
—¿Y pólvora?
—No se encontró nada de ella en la ropa de GP 1, pero sí se
hallaron rastros en los abrigos de GP2 y GP3, lo que indica que
les dispararon a quemarropa —agregó Lyudin.
—No, indica que fueron disparados después de GP 1 —dijo
Arkady—. ¿Se halló algo en los patines?
—Ni sangre, ni yeso ni aserrín. Eran patines de poca calidad.
—Me refiero a que si no tenían ninguna identificación. La
gente acostumbra poner sus nombres en los patines, coronel.
¿Limpiaste y examinaste los patines?
De vuelta a su oficina de Novokuznetskaya, Arkady dijo:
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 48

—Éste es el claro del parque Gorki. Tú —señaló a Pasha—,


eres bestia. El detective Fet es rojo, el flacucho. Esto —puso
una silla entre ellos— es belleza. Yo soy el asesino.
—Dijiste que podía haber habido más de un asesino —le dijo
Fet.
—Sí, pero en esta ocasión reconstruiremos los hechos de
principio a fin en vez de tratar de adaptarlos a la teoría.
—Bien. En lo que respecta a teoría no soy muy competente —
dijo Pasha.
—Es invierno. Hemos estado patinando juntos. Somos
amigos, o cuando menos conocidos. Nos apartamos de la pista
de patinaje para dirigirnos al claro, cercano, pero oculto de la
pista por los árboles. ¿Por qué lo hacemos?
—Para hablar —sugirió Fet.
—¡Para comer! —exclamó Pasha—. Por esta razón patinaría
cualquiera, así puedes detenerte y comer un pastel de carne,
algo de queso, pan y jamón, y ciertamente, pasar a los demás
un poco de vodka o brandy.
—Yo soy el anfitrión —continuó Arkady—. Yo escogí este
lugar. Yo traje la comida. Estamos descansando, tenemos algo
de vodka entre pecho y espalda y nos sentimos a gusto.
—¿Entonces nos matas? ¿Nos disparas con una pistola desde
el bolsillo de tu abrigo? —preguntó Fet.
—Es probable que te pegaras un tiro en el pie si intentaras
hacer semejante cosa —contestó Pasha—. Estás pensando en
el cuero que había en la bala, Arkady. Mira, tú trajiste la
comida. No podías haber acarreado tantas provisiones en tus
bolsillos. Lo hiciste en una bolsa de cuero.
—Saco los víveres de la bolsa.
—Yo no sospecho nada cuando levantas la bolsa hasta la
altura de mi pecho. Yo primero, porque soy el más grande y
fuerte —añadió Pasha. Tenía el hábito de asentir con la cabeza
cuando se esforzaba en pensar—, ¡Pum!
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 49

—Correcto. Por esa razón hay cuero en la primera bala, pero


no hay pólvora en el abrigo de bestia. La pólvora se dispersó
por el agujero de la bolsa cuando hizo los siguientes disparos.
—El ruido —objetó Fet, pero con un gesto lo callaron
inmediatamente.
—Rojo y belleza no vieron ningún arma —Pasha estaba
excitado, asintiendo con la cabeza furiosamente—. No saben
qué es lo que está ocurriendo.
—Especialmente si se supone que somos amigos. Vuelvo la
bolsa a rojo —Arkady apuntó con el dedo a Fet—. ¡Pum! —
Luego apuntó a la silla—. A estas alturas, belleza ha tenido
tiempo de gritar. De alguna manera sé que no lo hará, sé que
no tratará siquiera de correr —recordó el cadáver de la joven
ubicado entre los de los dos hombres—. La mato. A
continuación le pego un tiro a cada uno de ustedes en la
cabeza.
—El tiro de gracia. Muy eficiente —aprobó Pasha.
—Pero hay mucho ruido —intervino Fet—. No me importa lo
que digan, hay demasiado ruido. Disparar a alguien en la boca
no es ningún tiro de gracia.
—Detective —Arkady hizo girar su dedo—, tienes razón. Así
que les disparó por otra razón; debe de ser muy importante
para arriesgarse a hacer fuego dos veces más.
—¿Cuál es esa razón? —preguntó Pasha.
—Ojalá lo supiera. En seguida saco mi cuchillo y les corto las
caras. Probablemente usé tijeras para arrancarles las puntas
de los dedos. Vuelvo a meterlo todo en la bolsa.
—Utilizaste una automática —Pasha estaba inspirado—.
Hacen menos ruido que los revólveres, y los casquillos siempre
caerían dentro de la bolsa. Por eso no encontramos ninguno en
la nieve.
—¿Qué hora sería? —preguntó Arkady.
—Tarde —dijo Pasha—. De ese modo hay menos posibilidades
de que otros patinadores acudan al claro. Tal vez estaba
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 50

nevando... eso amortiguaría aún más el ruido de los disparos.


¿Y cuándo no nevó este invierno? Así que estaba oscuro y
nevando cuando saliste del parque.
—Es poco probable que alguien me haya visto arrojar la bolsa
al río.
—¡Correcto! —Pasha aplaudió.
—El río estaba congelado —intervino Fet, sentándose en la
silla.
—¡Diantre! —Pasha dejó caer las manos.
—Vamos a comer —dijo Arkady. Por primera vez en dos días
tenía apetito.
La cafetería de la parada del metro al otro lado de la calle
tenía una mesa disponible para los investigadores. Arkady
pidió pescado blanco, pepinos en crema agria, ensalada de
patatas, pan y cerveza. El viejo Belov se unió al grupo y
empezó a contar historias de la guerra relacionadas con el
padre de Arkady.
—Ocurrió antes de que nos reagrupáramos —Belov guiñó un
ojo—. Yo era chófer del general en un BA-20.
Arkady recordaba la historia. El BA-20 era un antiguo vehículo
blindado provisto de una torreta de ametralladora a la manera
de un minarete montado sobre un bastidor Ford. El comando
de su padre que constaba de tres BA-20 quedó atrapado cien
kilómetros por detrás de las líneas alemanas durante los
primeros meses de la guerra y se escapó con las orejas y
charreteras de un comandante de la SS.
Fue un detalle curioso, el de las orejas. Los rusos aceptaban
la violación y la matanza como consecuencias lógicas de la
guerra. Creían que los norteamericanos arrancaban el cuero
cabelludo y que los alemanes se comían a los niños. Pero lo
que podía hacer que toda una nación de revolucionarios
capaces de sacudir al mundo retrocediera horrorizada, era la
idea de que un ruso pudiera tomar como trofeo alguna parte
del cuerpo humano. Era horrible. Para el invencible aunque
ligeramente ansioso proletariado la mancha más abominable:
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 51

la falta de cultura. El rumor acerca de las orejas perjudicó la


carrera del general después de la guerra.
—Era falso —aseguró Belov a los presentes.
Arkady recordaba las orejas. Pendían como pastas arrugadas
de la pared del estudio de su padre.
—¿Realmente quieres que hable con todas esas vendedoras?
—Pasha enrolló un trozo de carne fría en su tenedor—. Todo lo
que dicen es que quieren que expulsemos del parque a los
gitanos.
—También habla con los gitanos. Tenemos tiempo ahora.
Apenas empieza febrero —dijo Arkady—. E investiga acerca de
la música que tocan por los altavoces de la pista de patinaje.
—¿Ves a menudo a tu padre el general? —interrumpió Fet.
—No demasiado.
—Pienso en esos pobres diablos del puesto de vigilancia de la
milicia en el parque —dijo Pasha—. Es un lugar acogedor: una
cabina de troncos de tamaño regular, una estufa para
calefacción, todo. No es de extrañar que no se hayan dado
cuenta de que la arboleda estaba llena de cadáveres. En su
próximo destino verán muchos árboles, osos polares y también
esquimales.
La discusión que sostenían Belov y Fet llamó la atención de
Arkady. Para su sorpresa, sus amigos desacreditaban
vigorosamente el culto a la personalidad.
—¿Se refieren al camarada Stalin? —inquirió.
Fet palideció.
—Nos referimos a Olga Korbut.
En ese momento llegó Chuchin. El investigador principal para
casos especiales reunía en su persona los rasgos más
ordinarios. Le dijo a Arkady que Lyudin había hallado un
hombre en los patines.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 52

Aislados de la monótona ciudad, en la cumbre de las colinas


Lenin, estaban los estudios Mosfilm. Había otros estudios en el
país: Lenfilm, Tadjikfilm, Uzbekfilm, pero ninguno era tan
grande y prestigioso como Mosfilm. Los dignatarios eran
conducidos en limusina siguiendo la pared anaranjada del
recinto. Una vez superada la verja de entrada, llegaban con el
vehículo, a la izquierda, a un jardín y en seguida, a la derecha,
al pabellón central del estudio donde los administradores,
directores famosos (siempre con pesados anteojos y cigarrillos)
y simpáticas actrices, con flores, se alineaban para recibirle.
Este estudio estaba rodeado de enormes pabellones en cada
uno de los cuales había estudios, departamentos de selección,
de escritores, de administradores, escenarios, laboratorios de
revelado, almacenes y secciones de material con carretas
tártaras, tanques panzer y naves espaciales. Era una ciudad en
sí, con una creciente población de técnicos, artistas, censores y
un gran número de extras debido a la tendencia de las
películas soviéticas de tomar escenas de multitudes. Al no
tener restricciones presupuestarias, podía utilizar grandes
muchedumbres; para muchos jóvenes obtener un pase a
Mosfilm como actor, aunque fuera como extra, equivalía a
nacer otra vez.
No siendo dignatario ni invitado, Arkady encontró como pudo
el camino entre el pabellón central y los montones de nieve
acumulados frente al edificio de la administración. Una joven
ceñuda elevó un pizarrón que decía: «¡Silencio!». Encontró que
había llegado a un escenario al aire libre, un jardín creado con
manzanos plantados en macetas hundidas en la tierra e
iluminadas por luces intensivas filtradas que daban la
impresión de un cálido ocaso otoñal. Un hombre ataviado con
ropas elegantes del siglo diecinueve leía con atención un libro
junto a una mesa blanca de hierro forjado en el jardín. Detrás
de él había una pared falsa con una ventana abierta, que
dejaba ver una lámpara de gas y un piano. Otro hombre mal
vestido y con casaca se acercaba de puntillas siguiendo la
pared; sacó de entre sus ropas un revólver de cañón largo y
apuntó.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 53

—¡Dios mío! —exclamó el petimetre levantándose de un


salto.
Algo salió mal, siempre parecía andar algo mal y
continuamente repitiendo la escena. El director y el cámara, de
pésimo humor y ataviados con estilizadas chaquetas de cuero,
lanzaban juramentos contra las ayudantes de producción, unas
lindas chicas con abrigos afganos. Todos mostraban una
mezcla de aburrimiento y tensión. Los espectadores estaban
interesados. Cualquiera que estuviera en las cercanías sin nada
mejor que hacer (electricistas, chóferes, mongoles con el
cuerpo pintado, pequeñas bailarinas tímidas como perros
mimados) observaba embelesado en silencio el drama de la
filmación, que era mucho más interesante que el drama que
estaba siendo filmado.
—¡Dios mío! ¡Me asustó usted! —El lector hizo otro nuevo
intento.
De pie cerca del camión generador que proporcionaba la
energía eléctrica, Arkady tuvo tiempo de sobra para encontrar
a la encargada del guardarropa. Era una mujer de ojos oscuros,
piel blanca y cabello castaño enrollado en un moño. Su abrigo
afgano estaba más estropeado que los de las otras chicas,
además era más corto, dejando al descubierto sus muñecas.
Parada e inmóvil, sosteniendo un guión, tenía la quietud de una
fotografía. Como si sintiera la mirada de Arkady, se volvió para
mirarlo; los ojos de la joven le produjeron la sensación de
haberle iluminado momentáneamente. Volvió a poner su
atención en la escena del jardín, pero no antes de que hubiera
visto la marca en su mejilla derecha. En la foto de la milicia la
marca era gris. Él advirtió ahora que era una decoloración azul,
pequeña pero notable, porque era hermosa.
—¡Dios mío! ¡Me asustó usted! —El hombre que leía pestañeó
mirando al revólver—. ¡Estoy de por sí nervioso y usted sale
con una treta tonta como ésa!
—¡Hora de almorzar! —gritó el director y salió del escenario.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 54

Esta escena también había sido ejecutada antes, pues los


miembros del reparto y el personal se retiraron con rapidez,
dejando que los mirones se dispersaran paulatinamente.
Arkady vio a la encargada del guardarropa colocar cubrepolvos
sobre la mesa y sillas del jardín, enderezar una flor caída y
apagar la lámpara de gas puesta sobre el piano. Su abrigo
estaba andrajoso; los parches habían convertido el bordado
afgano en una vieja colcha. Tenía una bufanda anaranjada
barata enrollada al cuello. Sus botas eran de vinil rojo. Era un
conjunto notable, empero lo llevaba ella con tanta confianza
que otra mujer podría decir al verla: «Sí, así es como debo
vestirme, con prendas sacadas de la basura». Sin la luz
intensiva el jardín estaba nublado. La joven sonreía.
—¿Es usted Irina Asanova? —preguntó Arkady.
—Y usted, ¿quién es? —redondeaba su voz un acento
siberiano—. Conozco a todos mis amigos, y sin duda a usted no
le conozco.
—Según parece ya sabe que es usted la persona con quien
vine a hablar.
—No es usted el primero que viene a molestarme mientras
trabajo —dijo esto sonriente, como si no pudiera ofenderse—.
No podré ir a almorzar, de modo que me pondré a dieta —
exhaló un suspiro—. ¿Tiene un cigarrillo?
Unos cuantos rizos se le habían escapado del moño. Irina
Asanova tenía veintiún años, según había visto Arkady en el
archivo de la milicia. Cuando le encendió el cigarrillo ella cubrió
la llama con sus largos y fríos dedos. El contacto sexual fue tan
obvio que él quedó desengañado, hasta que en sus ojos vio
que se estaba riendo de él. Eran ojos tan expresivos que
habrían hecho interesante a la más hogareña de las chicas.
—Los hombres de casos especiales por lo general tienen
mejores cigarrillos, se lo aseguro —dijo la joven a la vez que
inhalaba con ansia—. ¿Se trata de una campaña para quitarme
el empleo? Si me echan de aquí, conseguiré otro trabajo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 55

—No pertenezco a casos especiales ni al KGB. Mira —Arkady


le mostró su credencial.
—Es diferente, pero no mucho —dijo ella al devolverle la
credencial—. ¿Qué quiere de mí el investigador principal
Renko?
—Encontramos sus patines de hielo.
Le tomó un momento entender lo que había oído.
—¡Mis patines! —rió—. ¿De veras los encontraron? Los perdí
hace meses.
—Los encontramos en una persona muerta.
—¡Bien! Se lo merece. Hay justicia, después de todo. Espero
que haya muerto congelada. Por favor, no lo tome a mal. ¿Sabe
cuánto tardé en ahorrar para comprar esos patines? Mire mis
botas, ande, véalas.
Notó que sus botas rojas se estaban partiendo por el cierre.
De pronto Irina Asanova se inclinó sobre su hombro y se quitó
una bota. Tenía las piernas bonitas y largas.
—Ni siquiera tiene una plantilla —se frotó los dedos desnudos
del pie—. ¿Vio al director de la película? Me prometió un par de
botas italianas forradas de piel si me acostaba con él. ¿Cree
usted que debo hacerlo?
Era una pregunta peliaguda.
—El invierno ya casi ha pasado —le dijo.
—Exactamente —Irina se volvió a poner la bota.
Lo que impresionó a Arkady, aparte de sus piernas, era la
forma en que actuaba, su aplomo, como si no le importara lo
que hiciera o dijera.
—Muerto —comentó Irina—. Ya me siento mejor. Informé del
robo de los patines, sabe, en la pista y a la milicia.
—En realidad, informó de la pérdida el 4 de febrero, aunque
dijo haberlos extraviado el 31 de enero. ¿Durante cuatro días
no se percató de que ya no los tenía?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 56

—¿No es normal que alguien se dé cuenta de que ha perdido


algo cuando lo quiere usar de nuevo? ¿Incluso usted,
investigador? Tardé un poco en acordarme dónde los había
perdido... luego corrí a la pista a ver si los encontraba. Pero era
demasiado tarde.
—Tal vez, mientras tanto, ha recordado algo o a alguien en la
pista que no hubiera mencionado a la milicia cuando informó
del robo de los patines. ¿Tiene usted alguna idea de quién
pudo haberse llevado sus patines?
—Sospecho —hizo una pausa para acrecentar el efecto
cómico— de todo el mundo.
—Lo mismo yo —agregó Arkady en tono serio.
—¡Vaya! ¡Tenemos algo en común! —exclamó riendo de
buena gana.
Pero cuando él empezó a reír con ella, lo interrumpió
cortante:
—Un investigador principal no viene a hablarme de patines —
dijo—. Ya conté a la milicia todo lo que sabía. ¿Qué quiere?
—La chica que tenía puestos sus patines fue asesinada. Con
ella hallaron otros dos cadáveres.
—¿Eso qué tiene que ver conmigo?
—Pensé que nos podría usted ayudar.
—Si están muertos, no puedo ayudarles. Créame, no puedo
hacer nada por usted. Yo estudié leyes. Si me van a arrestar,
tiene que estar acompañado de un miliciano. ¿Me va a
arrestar?
—No...
—Entonces, a menos que quiera que pierda mi empleo, se
marchará. Aquí la gente le teme a usted, no quieren verlo por
aquí. No regresará, ¿verdad?
A Arkady le sorprendió haberse dejado reprender por esa
chica ridícula. Por otra parte, comprendía el trance de los
estudiantes expulsados de la universidad que se aferraban a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 57

cualquier empleo que pudieran conseguir para no perder el


permiso de quedarse en Moscú y ser devueltos a su hogar. Para
ella significaría volver a Siberia.
—No —accedió él.
—Gracias —su mirada solemne se volvió práctica de repente
—. Antes de irse, ¿me puede regalar otro cigarrillo?
—Tome la cajetilla.
El personal de la filmación regresó al escenario. El actor con
el revólver estaba ebrio y apuntó con el arma a Arkady. Irina
Asanova preguntó al investigador cuando éste ya se marchaba:
—A propósito, ¿qué le pareció la escena?
—Como de Chejov —contestó mirando por encima del
hombro—, pero mal.
—Es Chejov, pero horrible. No se pierde usted nada.
Levin estudiaba jugadas de ajedrez cuando Arkady entró en
la oficina del patólogo.
—Te haré una síntesis histórica de nuestra Revolución —Levin
no levantó la vista de las piezas negras y blancas—. Una vez
que un hombre comete asesinatos, con el tiempo no le
preocupa el robo y de éste pasa al lenguaje sucio y al ateísmo,
y a continuación a abrir puertas sin antes llamar. Mueve las
negras.
—¿Me permites moverlas? —preguntó Arkady.
—Adelante.
Arkady dejó sin piezas el centro del tablero para colocar en él
tres peones negros.
—Son belleza, bestia y rojo.
—¿Qué estás haciendo? —Levin observó con asombro su
juego arruinado.
—Creo que pasaste por alto algo.
—¿Cómo lo sabes?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 58

—Permíteme pasar revista al caso. Hay tres víctimas, todas


muertas de un balazo en el pecho.
—Dos recibieron también tiros en la cabeza, así que ¿cómo
sabes qué disparos fueron los primeros?
—El asesino planeó con cuidado lo que iba a hacer —añadió
Arkady—. Recogió los documentos de identificación, vació los
bolsillos de sus víctimas, desolló sus rostros y cortó los
extremos de sus dedos para impedir la identificación. Sin
embargo, corrió el riesgo adicional de disparar dos balas más
en la cara de sus víctimas varones.
—Para asegurarse de que murieran.
—Sabía que estaban muertos. No, en una de las víctimas
tenía que borrar otro punto de identificación.
—Quizá primero les disparó en la cabeza, luego al corazón.
—Entonces ¿por qué no le disparó por segunda vez a la
chica? No, tras disparar a uno de los cadáveres en la cara se
percató de que con ello evidenciaba por qué lo había hecho, de
modo que para desorientar también le pegó un tiro al rostro del
segundo muerto.
—Entonces, te pregunto —dijo Levin poniéndose de pie—,
¿por qué no hizo lo mismo con la joven?
—No lo sé.
—Y te lo digo como experto que soy y que tú no eres, que
una bala de ese calibre no desfiguraría tanto a un hombre
como para no poderlo identificar. Además, ese carnicero ya les
había arrancado la cara.
—Dime, tú que eres experto, ¿qué daño causaron esas balas?
—Si los dos hombres ya estaban muertos —Levin se cruzó de
brazos— ocasionarían sobre todo destrucción local. En la
dentadura, cosa que ya hemos visto.
Arkady guardó silencio. Levin sacó un cajón y extrajo de él las
cajas marcadas GP1 y GP2. La GP1 contenía dos incisivos casi
enteros, los cuales depositó en su mano.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 59

—Son buenos dientes —comentó Levin—. Podrías cascar


nueces con ellos.
A los dientes de la GP2 no les había ido tan bien. Eran un
incisivo roto y restos de dientes y pólvora.
—La mayor parte del diente se perdió en la nieve. Sin
embargo, lo que analizamos reveló la presencia de esmalte,
dentina, cemento, pulpa deshidratada, manchas de tabaco y
rastros de plomo.
—¿Un relleno? —preguntó Arkady.
—Nueve gramos —Levin empleó el argot para referirse a la
bala—. ¿Satisfecho?
—Los cuales pertenecen a rojo, el muchacho que se teñía el
pelo, ¿no?
—¡Es GP2, por amor de Dios!
Rojo estaba en el piso bajo dentro de una fría caja metálica.
Llevaron el cuerpo a la sala de autopsias, Arkady fumaba un
cigarrillo.
—Dame fuego —le pidió Levin— Creí que te desagradaba
este trabajo.
El centro del maxilar superior era un agujero circundado por
incisivos secundarios castaños. Con un palillo Levin arrancó
fragmentos del maxilar, que cayeron en una plaquita húmeda
de vidrio. Una vez que la placa estuvo cubierta de material,
Levin se dirigió a un microscopio colocado en una mesa.
—¿Siempre sabes qué es lo que buscas, o tan sólo
conjeturas? —preguntó Arkady.
—Conjeturo, pero siempre logro algo.
El patólogo miró por el microscopio mientras movía el hueso
roto. Comenzó con un ocular de diez aumentos, luego giró las
lentes, Arkady tiró de una silla y se sentó dando la espalda al
cadáver en tanto que Levin sacaba de la placa un granulo de
hueso a la vez.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 60

—Envié a tu oficina un informe, que probablemente no has


visto aún —dijo Levin—. Cortaron las huellas digitales con
tijeras. Hay canales claras opuestas en las heridas. El tejido
facial no fue extirpado con escalpelo, pues las heridas no son
finas... de hecho hay grandes rasguños en el hueso. Yo diría
que se usó un cuchillo grande, tal vez de caza, y
extraordinariamente afilado. —Un polvo fino permaneció en la
placa—. Mira lo que hay aquí.
Ampliando doscientas veces el polvo se veía marfil mezclado
con madera color de rosa.
—¿Qué es eso?
—Gutapercha. El diente se rompió como lo hizo porque
estaba muerto y quebradizo. Tenía un canal en la raíz y en su
lugar se insertó gutapercha.
—No sabía que hacían eso.
—Aquí no. Los dentistas de Europa no usan gutapercha, sólo
los norteamericanos —Levin miró despectivamente la sonrisa
de Arkady—. Tener suerte no es motivo de orgullo. —No me
siento orgulloso.

De regreso en Novokuznetskaya, todavía sin quitarse su


abrigo, Arkady escribió a máquina:

Informe sobre los homicidios cometidos en el parque


Gorki.
El análisis patológico de la víctima GP 2 revela la
existencia de un alfiler de gutapercha en el canal de la
raíz del incisivo superior medio derecho. El patólogo
señala que esa técnica no es característica de la
odontología soviética o europea. Es usual en los Estados
Unidos de América.
GP2 es también la víctima que se disfrazaba tiñendo
de color castaño su cabello rojo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 61

Puso su firma y la hora, sacó el informe de la máquina,


separó su copia de carbón y llevó el original a la oficina
colindante con tanta ternura como si se tratara de la
conmutación de una sentencia. Iamskoy no estaba allí. Arkady
puso el informe encima del escritorio del fiscal.
Cuando Pasha regresó temprano por la tarde, el investigador
se hallaba en mangas de camisa hojeando una revista. El
detective dejó su grabadora en un mueble para después
dejarse caer en una silla.
—¿Qué sucede? ¿Terminaste temprano?
—No he terminado, Pasha. Soy un globo, una burbuja que
vuela hacia el cielo, un águila en las alturas, libre... en breve:
soy un hombre que ha eludido con éxito la responsabilidad.
—¿De qué hablas? Acabo de resolver el caso.
—Ya no existe ningún caso.
Arkady le habló entonces de los dientes del muerto.
—¿Era un espía norteamericano?
—¿Qué importa, Pasha? Cualquier norteamericano muerto
nos servirá. Pribluda tendrá que asumir la jurisdicción ahora.
—¡Y el reconocimiento!
—Nombremos un día en su honor. Este asunto debió haber
sido suyo desde el principio. Una triple ejecución no es un caso
de los nuestros.
—Conozco al KGB. Esos torturadores. Después de que
nosotros hicimos todo el trabajo.
—¿Qué trabajo? No sabemos quiénes son las víctimas, y
mucho menos quién las mató.
—Su salario es el doble que el de los detectives, tienen sus
talleres especiales, sus elegantes clubes deportivos —Pasha
planteaba sus quejas—. ¿Me puedes decir en qué son mejores
que yo? ¿Por qué yo nunca fui reclutado? ¿Yo tengo algo malo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 62

sólo porque mi abuelo fue príncipe? No, tienes que tener un


«pedigrí» de sudor y mugre por diez generaciones, o hablar
diez lenguas.
—Definitivamente, Pribluda hace que te batas en el sudor y la
mugre. Y no creo que hable más de un idioma.
—Yo hablaría francés o chino si tuviera oportunidad —
continuó Pasha.
—Hablas alemán.
—Todo el mundo habla alemán. No, la historia de mi vida es
típica. Ahora ellos se llevarán el reconocimiento cuando
hayamos hecho lo que algún, algún...
—Diente.
—Hijo de tu madre. —Ésa era la expresión nacional de
exasperación, no un insulto.
Arkady dejó a Pasha con su rabieta y acudió a la oficina de
Nikitin. En ella no estaba el investigador en jefe para
disposiciones gubernamentales. Con una llave que sacó del
escritorio de Nikitin, abrió un armario que contenía un listín
telefónico de la ciudad y cuatro botellas de vodka. Sólo cogió
una.
—Así que preferirías ser un mugriento torturador a un buen
detective —dijo a Pasha cuando regresó. Inconsolable, el
detective miraba al suelo. Arkady sirvió vodka en dos vasos—.
Bebe.
—¿En honor de qué? —murmuró Pasha.
—De tu abuelo, el príncipe —propuso Arkady.
Pasha se sonrojó desconcertado. Miró a través de la puerta
abierta al pasillo.
—¡Por el zar! —agregó Arkady.
—¡Por favor! —Pasha cerró la puerta.
—Entonces, bebe.
Después de algunos tragos Pasha ya no se sentía tan
decaído. Brindaron por la habilidad forense del capitán Levin,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 63

por el triunfo inevitable de la justicia soviética y la apertura de


las rutas marítimas a Vladivostok.
—Por el único hombre honrado de Moscú —sugirió Pasha, en
su brindis.
—¿Quién es? —Arkady preguntó, esperando oír una broma.
—Tú —dijo Pasha y bebió.
—No digas eso —Arkady miraba su vaso—, lo que hemos
estado haciendo en los dos últimos días no ha sido muy
honrado —al mirar arriba advirtió que el espíritu reanimado del
detective empezaba a flaquear—. De todas maneras, dijiste
que habías resuelto el caso. Di me cómo.
Pasha se encogió de hombros, pero Arkady insistió, como
sabía que el detective deseaba que lo hiciera. Hablar todo el
día con las viejas «babushkas» debía tener alguna
recompensa.
—Se me ocurrió —Pasha intentó dar un tono casual a sus
palabras— que tal vez algo además de la nieve había apagado
el ruido de los disparos. Tras perder la mayor parte del día con
las vendedoras de bocadillos, fui a conversar con la anciana
que pone los discos en el sistema de amplificación de sonido
para los patinadores en el parque durante el invierno. Tiene un
cuarto pequeño en el edificio situado en la entrada Krimsky Val.
Le pregunté:
»—¿Tiene un programa de música para cada día?
»—Los programas son para la televisión; yo sólo pongo discos
para patinar, discos suaves elegidos por un trabajador sencillo,
como lo he sido yo desde la guerra cuando estuve con la
artillería. Me gané mi empleo honestamente —me dijo—, por
mi incapacidad.
»—Eso no me interesa. Sólo quiero saber en qué orden pone
sus discos —le dije.
»Contestó:
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 64

»—En el orden apropiado. Comienzo con el primero de la pila


y continúo con el siguiente, y cuando ya no quedan más discos
sé que ha llegado la hora de regresar a casa.
»—Enséñemelos —le dije.
»La anciana trajo un montón de quince discos, numerados
del uno al quince. Pensé que los disparos se hicieron
probablemente hacia el final del día, así que comencé a
revisarlos desde atrás. El número quince, claro está, es el Lago
de los cisnes. El número catorce, ¿quieres adivinar cuál es? Es
la Obertura 1812. En ella truenan cañones, suenan campanas,
una batahola. Finalmente sospecho algo. ¿Por qué tienen que
estar numerados los discos? Me puse el disco frente a mi boca
y le pregunté:
»—¿Con qué intensidad pone la música?
»Se limitó a mirarme; no había oído nada. La anciana es
sorda, ésa es su incapacidad, y ésa es la persona que tienen
poniendo discos en el parque Gorki.

3
Pasaron el fin de semana en el campo con las últimas nieves
del invierno. Los limpiaparabrisas barrían del cristal copos de
nieve grandes como gansos. Usaban una botella de vodka para
compensar el mal funcionamiento de la calefacción del
vehículo. Se oía el entusiasta rechinar de las llantas; pífanos,
tambores, bocinas, las campanillas de un trineo en
movimiento. ¡Adelante!
Zoya estaba sentada detrás con Natalya Mikoyan, Arkady
delante con Mikhail Mikoyan, su más viejo amigo. Juntos habían
pasado por el Komsomol, el ejército, la Universidad de Moscú y
la Facultad de Leyes. Habían compartido las mismas
ambiciones, las mismas parrandas, los mismos poetas, incluso
algunas de las mismas chicas. Delgado y con cara de niño bajo
espesos rizos negros, Misha pasó directamente de la Facultad
de Leyes al Colegio de Abogados de la ciudad de Moscú.
Oficialmente, los abogados defensores no percibían un salario
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 65

superior al de los abogados —unos doscientos rublos al mes—.


Extraoficialmente, los clientes pagaban el doble o más de esa
suma, razón por la que Misha podía comprar trajes nuevos,
llevar un anillo con un rubí en su dedo meñique, comprar
prendas de piel a Natasha, tener una casa en el campo y un
automóvil Zhiguli de dos puertas.
Natasha, morena y tan delicada que podía usar ropas de
niña, contribuía a cubrir el presupuesto familiar con su salario
como redactora de la agencia de prensa Novosti. Abortaba
cada año porque no podía usar la píldora, no obstante se la
proporcionaba a sus amigas. En su trineo no había mucho
equipaje. ¡Adelante!
La dacha estaba a treinta kilómetros al este de Moscú. Como
de costumbre, Misha había invitado a unos ocho amigos a
compartir su casa. Cuando el grupo de invitados entró,
golpeando con los pies en el suelo para quitarse la nieve de las
botas, con los brazos llenos de pan, tarros de arenque y
botellas de licor, lo recibió una joven pareja que enceraba
esquíes y un hombre obeso ataviado con un jersey pegado al
cuerpo, que intentaba encender el fuego de la chimenea.
Llegaron más invitados: un director de películas educativas y
su amante; un bailarín de ballet al que seguía su esposa como
un pato. Parecía que continuamente caían del sofá los esquíes.
En un cuarto estaban los hombres, y en otro las mujeres; los
que llegaban con retraso se cambiaban de ropa poniéndose
prendas para andar por la nieve.
—Una blanca mañana —comentó Misha moviendo
entusiasmado las manos—. La nieve es más preciosa que los
rublos.
Zoya dijo que se quedaría con Natasha, quien todavía estaba
recuperándose de su último aborto. En el exterior había dejado
de caer la nieve, que formaba una espesa capa sobre el suelo.
Misha experimentaba un gran placer al abrirse paso entre los
bosques. Arkady estaba satisfecho de seguirlo y detenerse de
vez en cuando para contemplar las montañas bajas: tenía un
paso largo fácil que le permitía seguir sin dificultad las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 66

frenéticas arrancadas de Misha. Descansaron al cabo de una


hora, lo que aprovechó Misha para quitarse el hielo que se le
había metido entre sus botas y los esquíes. Arkady se quitó los
esquíes y se sentó.
Aliento blanco, árboles blancos, nieve blanca, cielo blanco.
—Esbeltos como las mujeres —inevitablemente llamaban así
a los abedules. «También muletas para los poetas», pensó
Arkady.
Misha actuaba en el hielo igual que como lo hacía en los
tribunales: con furia dramática. Ya desde pequeño tuvo una voz
tunante, como si fuera una diminuta embarcación con una vela
enorme.
—Arkasha, tengo un problema —dijo, dejando caer sus
esquíes.
—¿Quién es ella esta vez?
—Una nueva empleada, probablemente de no más de
diecinueve años. Creo que Natasha sospecha algo. Bueno, no
juego ajedrez ni practico deportes, ¿qué otra cosa queda? Lo
más ridículo del caso es que esta chiquilla puede ser la
persona más ignorante que haya conocido, y yo, mi vida y mi
muerte dependen de sus opiniones. El amor no es una cuestión
intrascendente, viendo bien la cosa. Ni barata. Bueno —abrió
su chaqueta y sacó una botella de vino—, aquí llevo un poco de
sauterne francés, traído de contrabando por la danzarina que
viste revoloteando alrededor de la casa. El mejor vino de
postre del mundo. Y yo no tomo ningún postre. ¿Quieres un
poco?
Misha quitó la cubierta de estaño y entregó la botella a
Arkady, quien lo golpeó por la base para sacarle el corcho.
Bebió un trago. El vino era ambarino y azucarado.
—¿Está dulce? —Misha notó el gesto que hizo Arkady cuando
bebió.
—No está tan dulce como algunos vinos rusos —dijo Arkady
patrióticamente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 67

Bebían por turnos. Caían montones de nieve de las ramas de


los árboles, a veces produciendo un ruido sordo, a veces tan
leve y rápido como las pisadas de una liebre. Arkady disfrutaba
de la compañía de Misha, sobre todo cuando éste estaba
callado.
—¿Sigue Zoya presionándote en relación con el Partido? —
inquirió Misha.
—Yo pertenezco al Partido; tengo una credencial.
—No lo parece. ¿Qué se requiere para ser un miembro más
activo? Asistir a una asamblea una vez al mes, en la que
puedes leer el periódico si quieres. Votas una vez al año, un
par de veces en el mismo lapso de tiempo haces circular una
petición contra China o Chile. Ni siquiera haces eso. La única
razón por la que posees una credencial es porque si no la
tuvieras no podrías ser investigador principal. Todo el mundo
sabe cuál es la situación, así que no estaría mal que te
beneficiaras de ello yendo al Comité de Distrito a veces y
estableciendo algunos contactos.
—Siempre tengo una buena razón para no asistir a una
asamblea.
—Claro. No es de extrañar que Zoya esté furiosa. Deberías
pensar un poco en ella. Con tu historial podrías ser inspector
del Comité Central. Podrías viajar por dondequiera revisando la
aplicación de la ley, promoviendo campañas, haciendo que los
generales de la milicia local se cagaran en los pantalones.
—Todo eso suena muy atractivo.
—Eso no es importante. Lo principal es que tendrías acceso a
las tiendas del Comité Central, figurarías entre las personas
con más posibilidades de poder viajar al exterior, y estarías
cerca de los hombres del comité que otorgan los
nombramientos más importantes. Impulsarías mucho tu
carrera.
El cielo tenía una marcada apariencia de porcelana.
Rechinaría si se le pudiera frotar con un dedo, pensó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 68

—Estoy perdiendo el tiempo —comentó Misha—. Deberías


hablar con Iamskoy, tú le caes bien.
—¿De veras?
—¿Qué fue lo que le hizo tan célebre, Arkasha? La apelación
de Viskov. Ante la Corte Suprema Iamskoy denunció a las
autoridades que arrestaron y sentenciaron equivocadamente al
joven trabajador Viskov a quince años por asesinato. El
procurador de la ciudad de Moscú Iamskoy, ¡quién lo dijera!,
convertido de pronto en protector de los derechos individuales.
Se convirtió de hecho en un Gandhi, si crees lo que dijo el
periódico Pravda. ¿Y quién reabrió la investigación? Tú. ¿Quién
obligó a Iamskoy a actuar amenazándole con protestar solo
ante las publicaciones sobre leyes? Tú. Iamskoy, al ver que no
olvidarías el asunto, entró en acción y se convirtió en el héroe
de la historia. Te debe mucho. También querría no volver a
saber nada de ti.
—¿Desde cuándo hablas con Iamskoy? —le preguntó Arkady.
—Oh, últimamente. Hubo un pequeño problema con un
cliente que alegó haberme pagado en exceso. No lo hizo, hice
lo que me pidió. De todas maneras, el procurador ha sido
enormemente comprensivo. Tu nombre surgió en relación al
caso. Éste se tramitó con rapidez; dejemos las cosas así.
¿Misha cobró tanto que un hombre absuelto se quejó? Nunca
antes Arkady había considerado «venal» a su amigo. El propio
Misha parecía deprimido al hacer su confesión.
—Yo de hecho logré la libertad de ese bellaco. ¿Sabes cuán
raramente ocurre eso? ¿Sabes qué es lo que uno hace cuando
contrata un abogado defensor? Pagas a un hombre para que te
represente en la corte y te desasocias de él. ¡Cierto! Eso es lo
que sucede casi siempre. Después de todo no te habrían
enjuiciado si no fueras culpable y yo no quiero adquirir ninguna
culpabilidad por asociación. Debo preocuparme de mi nombre.
Antes de que el fiscal haya tenido siquiera la oportunidad de
apuntar con un dedo, yo públicamente deploro los actos del
criminal. No sólo manifiesto mi indignación, sino que también
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 69

me declaro horrorizado. Pero si mi cliente tiene suerte, puedo


mencionar que jamás eludió el día del Ejército Rojo.
—Eso no es cierto.
—Un poco cierto. Salvo en esta ocasión (no sé por qué),
realicé un pleno esfuerzo. Mi cliente no era ladrón; era padre
de niños pequeños, hijo y sostén de una mujer inválida que
sollozaba en la primera fila; era un modesto veterano de
famosas batallas, amigo fiel y un trabajador con tesón pero
débil. La justicia soviética, ese juez narcoléptico y dos árbitros
ignorantes, es dura, sí, dura como un señor feudal y humana al
mismo tiempo. Trata de ser listo y perderás la cabeza. Pero
arrójate en su seno, diles que fue el vodka, que fue esa mujer,
un momento de locura y ¿quién sabe lo que ocurrirá?
Naturalmente todo el mundo recurre a esa táctica, así que hay
que ser un artista para elevarse por encima del patetismo
general. Yo lo hice, Arkasha. Hasta lloré —Misha hizo una pausa
—. ¿Por qué no pedir tanto dinero?
Arkady procuró decir algo.
—Hace un par de días me topé con los padres de Viskov —
dijo—. Su padre administra una cafetería cerca de la estación
Paveletsky. ¡Cuán trágica ha sido su vida!
—¡Realmente me desespero! —estalló Misha—. Nunca sabes
la amistad de qué persona debes cultivar. Hace días almorzaba
en la Unión de Escritores con el eminente historiador
Tomashevski —la pequeña nave que era Misha tomaba un
nuevo rumbo con el viento fresco—. Es la clase de hombre que
deberías conocer. Respetado, encantador, no ha producido una
obra en diez años. Tiene un sistema que me explicó. Primero,
presenta a la Academia un proyecto de biografía a fin de estar
absolutamente seguro de que su planteamiento es consistente
con la política del Partido. Se trata de un trascendental primer
paso, como verás más adelante. Ahora bien, la persona que
estudia siempre es una figura importante (es decir, alguien de
Moscú), de modo que Tomashevski debe hacer investigaciones
en Rusia durante dos años. Pero se da el caso de que ese
personaje histórico también ha viajado, sí, vivió algunos años
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en París o Londres: en consecuencia, Tomashevski tiene que


hacer lo mismo. Solicita y obtiene permiso para vivir en el
extranjero. En la realización de estos trámites han pasado
cuatro años. La Academia y el Partido se frotan las manos con
anticipación a ese estudio embrionario del importante
personaje por el eminente Tomashevski. Llega por fin el
momento en que Tomashevski debe retirarse a la soledad de
una dacha en las afueras de Moscú para cuidar su jardín y
cavilar creativamente sobre el resultado de su investigación.
Transcurren dos años más dedicados a reflexiones creadoras. Y
precisamente cuando Tomashevski está a punto de poner
manos a la obra, consulta una vez más con la Academia sólo
para enterarse de que la política del Partido ha cambiado
totalmente: su héroe es un traidor y Tomashevski debe
sacrificar sus años de trabajo por el bien general.
Naturalmente, piden con vehemencia a Tomashevski que
emprenda un nuevo proyecto, que mitigue su pena con un
nuevo trabajo. Ahora Tomashevski estudia una figura histórica
muy importante que vivió algún tiempo en el sur de Francia.
Dice que hay un brillante futuro para los historiadores
soviéticos, y yo lo creo.
Abruptamente, Misha cambió de tema. Susurró:
—Supe de los cadáveres del parque Gorki, y que tuviste otra
fricción con el mayor Pribluda. ¿Estás loco?
Cuando regresaron todos se habían ido, menos Natasha.
—Zoya se fue con alguien de una dacha que está camino
abajo —le dijo a Arkady—. Alguien de nombre alemán.
—Se refiere a Schmitd —aclaró Misha, que estaba sentado
junto al fuego para quitarse el hielo de las botas—. Tal vez
conoces a Schmidt, Arkasha. Es de Moscú. Hace poco tomó
posesión de la casa ubicada abajo del camino. Tal vez es el
nuevo amante de Zoya.
Mirando el rostro de Arkady, Misha comprendió la verdad.
Con la boca abierta, la cara roja, sostenía su bota que goteaba
agua.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 71

—Haz eso en la cocina, Misha —dijo Natasha y empujó a


Arkady al sillón.
Sirvió vodka en dos vasos para ella y para él en tanto que su
esposo salía del cuarto.
—Es un tonto —dijo ella señalando con la cabeza hacia la
cocina.
—No sabía lo que decía —Arkady se acabó el vodka de dos
tragos.
—Ese es su método: nunca sabe lo que dice. Habla de todo,
de modo que alguna vez tiene que estar en lo cierto.
—¿Tú sí sabes lo que dices? —preguntó Arkady.
Natasha tenía un agudo sentido del humor. Las sombras
oscuras alrededor de sus ojos los hacían más brillantes en
contraste. Su cuello era tan delgado que le hacía pensar en un
niño hambriento, cosa extraña en una mujer de unos treinta
años de edad.
—Soy amiga de Zoya. También soy tu amiga. En realidad soy
más amiga de Zoya. Realmente, hace años que le aconsejo
que te deje.
—¿Por qué?
—Tú no la amas. El hecho es que si la amaras la harías feliz.
Si la amaras, harías lo que hace Schmidt. Fueron hechos uno
para el otro. —Sirvió más licor en los vasos—. Si te interesa
ella, déjala ser feliz. Deja que finalmente sea feliz. —Natasha
empezó a reír ligeramente. Trataba de mantenerse seria, mas
sus bonitos labios no dejaban de curvarse. Había sido tan
divertida como Misha cuando estuvieron en la escuela—.
Porque el hecho es que tú la encuentras muy aburrida. Disfrutó
de dos o tres años buenos en que tú la hiciste interesante, tú
solo. Ahora, incluso yo lo admito, es aburrida. Y tú no lo eres —
Natasha hizo correr un dedo a lo largo de la muñeca de Arkady
—. Eres el único hombre que conozco que no lo es.
Natasha se sirvió una vez más antes de dirigirse a la cocina
con mucho cuidado y bastante borracha, dejando a Arkady solo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 72

en la sala. El cuarto estaba caliente, al igual que el vodka.


Misha y Natasha habían adornado el lugar con iconos y
curiosas figuras de madera. En la superficie dorada de los
iconos se reflejaba el fuego. Hacer. ¿Hacer para Zoya lo que
Schmidt hacía para ella? Arkady abrió su cartera de la que sacó
una pequeña libreta roja con el perfil de Lenin en la tapa. A la
izquierda estaba su nombre, su fotografía y distrito del Partido.
A la derecha, sus estampillas vencidas, vio que estaba
atrasado dos meses. La última página contenía una selección
de preceptos inspiradores. Era la famosa credencial del Partido.
«Sólo hay una manera de triunfar, sólo hay una cosa, no hay
nada más», le había dicho Zoya. Estaba desnuda cuando se lo
dijo: recordaba bien el contraste que hacían su credencial y su
piel. Miró un icono, una adona, una virgen. El rostro bizantino,
en especial los ojos que lo miraban, lo hacían recordar no a
Zoya, ni a Natasha, sino a la chica que había conocido en los
Mosfilm.
—Por Irina —dijo, levantando su vaso.

Hacia medianoche todos habían regresado y estaban ebrios.


Había un ambigú de carne fría de puerco y salchichas,
pescado, blini, quesos y panes, hongos sazonados, incluso
caviar comprimido. Alguien declamaba poemas. En el otro
extremo de la sala unas parejas bailaban. Misha tenía complejo
de culpabilidad y no podía apartar sus ojos de Zoya, sentada
cerca de Schmidt.
—Pensé que íbamos a pasar este fin de semana juntos —dijo
Arkady cuando consiguió estar solo con Zoya en la cocina—.
¿Por qué vino Schmidt?
—Yo le invité —salió llevándose una botella de vino.
—Por Zoya Renko —Schmidt levantó su vaso cuando ella
regresó—, seleccionada ayer por su Comité de Distrito para
pronunciar un discurso sobre los nuevos retos de la educación
ante todo el comité de la ciudad, lo cual nos hace sentirnos
muy orgullosos, especialmente, estoy seguro, a su esposo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 73

Arkady salió de la cocina encontrándose con que todo el


mundo le miraba excepto Schmidt, quien guiñaba un ojo a
Zoya. Natasha ahorró más confusión a Arkady entregándole
una copa. Un cantante sentimental georgiano se dejó oír en el
tocadiscos. Schmidt y Zoya se levantaron para bailar.
Arkady estaba convencido de que ya habían bailado antes.
Calvo pero delgado, Schmidt era de pies ágiles, con una
quijada musculosa saliente acostumbrada a dirigir. Tenía el
cuello grueso de gimnasta y los anteojos de armazón negra
propios de un pensador del Partido. Su mano casi cubría la
espalda de Zoya.
—Por el camarada Schmidt —Misha levantó una botella al
terminar la canción—. Brindemos por el camarada Schmidt, no
porque haya obtenido un empleo bien remunerado en el
Comité de Distrito en el que se dedica a hacer crucigramas y a
vender, de paso, artículos de oficina, porque recuerdo haberme
llevado a casa un pisapapeles.
Misha derramó un poco de vodka y mirando feliz a todo el
mundo, ya que empezaba su perorata:
—Bebemos en su honor no porque asista a conferencias del
Partido en centros turísticos en las playas del mar Negro,
mientras a mí solamente el año pasado me dieron permiso
para volar a Murmansk. Bebemos en su honor no porque el
Comité de Distrito le obsequie con cajas de finos vinos,
mientras todos tenemos que hacer cola ocasionalmente para
conseguir una cerveza tibia. Bebemos no porque él desee a
nuestras esposas, porque el resto de nosotros siempre
podemos masturbarnos si es preciso. No porque pueda él
arrollar a los transeúntes en su limusina Chaika, ya que todos
nosotros disfrutamos de la ventaja de tener el mejor tren
subterráneo del mundo. Ni siquiera porque sus hábitos
sexuales incluyen la necrofilia, el sadismo y la homosexualidad
porque (por favor, camaradas) ya no vivimos en la Edad Media.
No —concluyó Misha—, no bebemos por el camarada doctor
Schmidt por ninguna de estas razones.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 74

La razón por la que bebemos por él es porque es tan buen


comunista.
Schmidt exhibió una sonrisa tan dura como la parrilla de un
automóvil.
Bailaban, hablaban, permanecían sentados porque cada vez
estaban más borrachos. Arkady estuvo en la cocina preparando
café cinco minutos antes de percatarse de que el productor de
cine estaba acostado con la esposa del bailarín en un rincón.
Retrocedió dejando su taza. Misha bailaba medio dormido con
la cabeza apoyada en el hombro de Natasha. Arkady subió a su
habitación; estaba a punto de abrir la puerta cuando Schmidt
salió por ella y la cerró.
—Bebo por ti —susurró Schmidt—, porque tu esposa es
estupenda en la cama.
Arkady le propinó un golpe en el estómago. Al rebotar
Schmidt sorprendido contra la puerta, le pegó otro en la boca.
Schmidt cayó de rodillas y rodó escalera abajo. Al llegar al
suelo se le cayeron los anteojos y vomitó.
—¿Qué sucede? —peguntó Zoya, de pie en la puerta de la
habitación.
—Ya lo sabes —contestó Arkady.
Vio odio y miedo en su cara; lo que no esperaba ver brillar
tanto era alivio.
—Miserable —dijo ella y bajó corriendo la escalera hasta
donde se encontraba Schmidt.
—Sólo le saludé —explicó Schmidt palpando el suelo en
busca de sus anteojos. Zoya los encontró, los limpió con su
jersey y ayudó al líder del distrito del Partido a ponerse de pie
—. ¿Es un investigador? —preguntó Schmidt con el labio
partido—. Está loco.
—¡Embustero! —gritó Arkady.
Nadie había oído lo que se había dicho. Arkady comprendió,
mientras el corazón le latía con rapidez y fuerza, que Schmidt
había mentido en la puerta de la habitación. No, en esta
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 75

ocasión no había llegado a fornicar... no bajo el techo de un


amigo, no estando su esposo en la misma casa. Arkady había
creído la mentira porque era más verdadera que su
matrimonio, no, no había manera de explicar eso. Todo estaba
al revés.
Zoya estaba indignada como militante; Arkady, el cornudo, se
sentía avergonzado.
Desde la dacha vio a Schmidt y a Zoya irse en un automóvil.
El vehículo de su amante era un Zaporozhets de dos asientos,
no una limusina. Por encima de los abedules había luna llena.
—Lo siento —dijo Misha mientras Natasha limpiaba la
alfombra de la sala.

4
Iamskoy le dijo:
—Como siempre, su trabajo es excelente. El descubrimiento
del trabajo dental de esta víctima, logrado tan rápidamente,
fue una bomba. Yo ordené en seguida una minuciosa
investigación por parte de los órganos de la Seguridad del
Estado. La pesquisa se prolongó todo el fin de semana
(mientras estuvo usted fuera de la ciudad) y exigió la revisión
de miles de residentes y agentes extranjeros conocidos desde
hace cinco años. El resultado fue que no se encontró ni un solo
individuo que se aproximara a la descripción de la víctima. Los
analistas opinan que estamos tratando aún con un ciudadano
soviético a quien se le hizo ese trabajo dental mientras estuvo
de visita en los Estados Unidos, o bien se lo realizó algún
dentista europeo que estudió el oficio en la Unión Americana.
El hecho de que no falte ningún residente extranjero me obliga
a aceptar esa hipótesis.
El fiscal habló con gran seriedad y sinceridad. Brezhnev
poseía el mismo don, lo cual hacía que se siguiera su estilo:
una racionalidad directa, mesurada, que asumía tanta firmeza
que su autoridad era evidente por sí sola de modo que no tenía
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sentido discutir; en rigor, la discusión constituirá una traición al


aire de racionalidad tan generosamente establecido.
—Estoy en posición, Arkady Vasilevich, de determinar si yo,
como fiscal, debo insistir que el KGB asuma la responsabilidad
de esta investigación o dejar que usted prosiga con su
excelente trabajo. La posibilidad de que estén involucrados
extranjeros es preocupante. Por otro lado es probable que su
investigación se vea interrumpida en un momento dado. En
ese caso, ¿por qué no hacer que ellos inicien las pesquisas en
este mismo momento?
Iamskoy hizo una pausa como si considerara la cuestión.
—Sin embargo hay de por medio más cuestiones. Hubo un
tiempo en que no habría habido lugar a duda; la MVD habría
investigado a rusos o extranjeros por igual, sin discriminación,
sin juicio público, los habría arrestado y sentenciado sin la más
leve consideración por la legalidad socialista. Sabe usted de
qué estoy hablando: de Beria y su camarilla. Un puñado de
hombres cometió esos abusos, pero no podemos volver atrás.
El vigésimo congreso del Partido sacó a la luz dichos abusos e
instituyó reformas conforme a las cuales actuamos ahora. La
milicia del MVD está ahora limitada estrictamente a cuestiones
criminales internas. Del mismo modo, el KGB se dedica con
exclusividad a cuestiones de seguridad nacional. El papel de
los fiscales de supervisar y proteger los derechos de los
ciudadanos ha sido reforzado, y la independencia de los
investigadores se ha articulado. La legalidad socialista se basa
en esta división de poderes para que ningún ciudadano
soviético pueda volver a ser privado de sus plenos derechos en
una corte abierta. Entonces, ¿qué sucede si quito el caso a un
investigador y lo entrego al KGB? Es un paso atrás. Esta
víctima en particular era probablemente un ruso. ¿Acaso no
tenía otro trabajo dental, una muela de acero, que fuera
claramente rusa? No hay duda de que las otras dos víctimas
eran rusas. Quienes perpetraron este crimen y la amplia gama
de personas afectadas por esta pesquisa son rusos. Con todo,
en este caso yo estaría (en vista de la inexistencia de
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evidencias reales) enlodando las aguas de la reforma, llevando


a la confusión a los poderes separados de nuestros dos brazos
de la ley. ¿Qué sentido tendría entonces el deber de proteger
los derechos civiles si hago tal cosa? ¿Qué significaría su
independencia si abdicara de nuestras responsabilidades?
Sería fácil, pero, estoy convencido, que también erróneo.
—Así pues, ¿qué es lo que lo convencería a usted de lo
contrario? —preguntó Arkady.
—Que usted demostrara que la víctima o el asesino no eran
rusos.
—No lo puedo hacer. Pero creo que una de las víctimas no lo
era —dijo Arkady.
—Eso no basta —el fiscal exhaló un suspiro.
—Este fin de semana pensé en la actividad que debían llevar
a cabo las víctimas —dijo Arkady rápidamente antes de ser
despedido.
—¿Sí?
—Se encontró yeso, aserrín y polvo de oro en sus ropas.
Todos esos materiales se utilizan para restaurar iconos. Los
iconos son objetos muy populares en el mercado negro, y lo
son aún más para los turistas extranjeros que para los rusos.
—Continúe.
—Existe la posibilidad de que esa víctima fuera un extranjero,
y, a juzgar por las evidencias halladas en sus ropas, que se
dedicara a actividades del mercado negro, en las que están
muy involucrados los extranjeros. A fin de estar absolutamente
seguro de que no estamos tratando con un extranjero, que
estamos operando dentro de nuestros límites, quiero que el
mayor Pribluda entregue grabaciones y transcripciones de
todos los extranjeros que estuvieron en Moscú entre enero y
febrero. El KGB no hará lo que le pido; no obstante, deseo que
mi petición y la respuesta que se me dé queden registradas.
Iamskoy sonrió. Ambos hombres comprendían la presión que
semejante petición y la respuesta ejercerían sobre Pribluda
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 78

para que asumiera jurisdicción del caso en seguida y no más


adelante.
—¿Habla usted en serio? Es un acto provocativo... algunos
dirían excesivo.
—Sí.
Iamskoy se tomaba más tiempo para contestar del que
Arkady había esperado. Algo de la proposición parecía intrigar
al fiscal.
—Debo decir que siempre me ha asombrado su mente
intuitiva. Nunca se equivoca, ¿verdad? Y usted es el
investigador más antiguo de Moscú. Si usted prosiguiera con su
plan, ¿consideraría a todos los extranjeros no diplomáticos?
Por un momento Arkady quedó demasiado perplejo para
contestar.
—Sí.
—Eso se podrá arreglar —Iamskoy tomó nota en un trozo de
papel—. ¿Alguna otra cosa?
—Y las cintas grabadas actuales —agregó con presteza
Arkady. No sabía cuándo volvería a encontrar al fiscal tan
receptivo—. La investigación se extenderá a otras áreas.
—Sé que usted es un investigador de infinitos recursos y celo.
Todavía es temprano.

Belleza yacía en la mesa de autopsias.


—Andreev querrá también el cuello —dijo Levin.
El patólogo colocó un bloque de madera debajo del cuello
haciendo que se inclinara la cabeza, y luego tiró hacia atrás el
cabello. Con una sierra giratoria cortó el hueso. El olor a calcio
quemado se expandió. Arkady, que no tenía cigarrillos, contuvo
la respiración.
Levin cortó bajo la séptima vértebra cervical a lo largo del
ángulo de la espuela de la misma. Al separarse el hueso,
cabeza y cuello rodaron fuera de la mesa. Arkady cogió la
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 79

cabeza, y rápidamente la colocó sobre la mesa. Levin


desconectó la sierra.
—No, investigador, es toda tuya.
Arkady se limpió las manos. La cabeza ya estaba
descongelada.
—Necesitaré una caja.
De todas maneras, ¿qué eran los muertos sino testigos de la
evolución del hombre, de la indolencia primate a la industria
civilizada? Y cada testigo, cada montón de huesos sacado del
musgo de pantano o de la tundra era, en sí, una nueva pista
que debía añadirse a ese mosaico llamado prehistoria. Un
fémur aquí, un cráneo allá, quizás un collar de dientes de alce,
todo era arrancado de su antigua tumba, envuelto en
periódicos y despachado al Instituto de Etnología de la
Academia Soviética, que daba al parque Gorki, para ser allí
limpiado, unido con alambres y resucitado científicamente.
No todos sus misterios eran prehistóricos. Por ejemplo, un
oficial que regresó a su casa de huéspedes de Leningrado al
final de la guerra vio que había una mancha en el techo.
Registrando en el desván en busca de la causa que la producía,
halló un cadáver desmembrado y medio momificado que la
milicia identificó como los restos de un hombre. Al cabo de una
prolongada investigación sin obtener éxito alguno, la milicia
envió un molde del cráneo al Instituto de Etnología para su
reconstrucción. El problema fue que los antropólogos
reconstruyeron la cara de una mujer, no de un hombre.
Disgustada, la milicia destruyó la cara y cerró el caso, hasta
que la casa de huéspedes proporcionó la foto de una
muchacha. Su imagen era igual a la cara que habían hecho los
antropólogos, la chica fue identificada y su asesino fue
condenado.
Desde entonces el instituto ha reconstruido a partir de
cráneos o partes de cráneos más de cien caras para
identificación criminal. Ninguna otra policía del mundo
empleaba un método similar. Algunas de las reconstrucciones
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 80

del instituto eran meras esculturas crudas en yeso; otras, las


creaciones de Andreev, eran notables no sólo por su detalle,
sino por la animada expresión de ansiedad o franco temor que
mostraban. El efecto en un tribunal cuando se daba a conocer
una de las cabezas de Andreev siempre se convertía en un
momento de triunfo para el fiscal.
—Pase, pase.
Arkady siguió la voz hasta una galería de cabezas. El
gabinete más cercano contenía tipos nacionales —turcomanos,
uzbecos, calmucos, etc.—, reunidos con las miradas vacías
típicas de los retratos en grupo. Seguía un gabinete de monjes,
luego otro de africanos y así sucesivamente. Más allá, bajo la
luz difusa del cielo, había una mesa de bustos de cosmonautas
recién acabados, con la pintura aún fresca. Ninguna de las
piezas vistas por Arkady tenía el toque de Andreev. De repente
se detuvo; entre sombras en el extremo de la sala,
aparentemente confusos por la llegada del investigador y
asombrándole a él con su muda suspicacia, había algunos
semihumanos en fila. El Hombre de Pekín, con sus labios
levantados sobre colmillos amarillentos. El Hombre de Rodesia,
tratando de concentrarse sin ninguna frente. Algo hembra con
las ominosas mejillas de un orangután. Un Neanderthaloide de
gruesos labios y astuto. Un joven enano de cabello muy rizado
cuya cabeza alargada estaba cruzada por una sola ceja, con las
manos y la bata de laboratorio blancas por el yeso. El enano se
deslizó por debajo de un banco alto.
—¿Usted es el investigador que llamó?
—Sí —Arkady buscó un lugar donde colocar su caja.
—No se moleste —dijo Andreev—. No voy a hacer la cabeza.
No hago trabajo forense para la milicia a menos que haya
transcurrido un año sin que el caso haya sido resuelto. Es una
regla egoísta, pero le asombraría la rapidez con que la milicia
resuelve un crimen en el plazo de un año. Alguien debió
decírselo.
—Ya lo sabía.
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Tras un largo silencio, Andreev asintió y se acercó, con sus


curvadas piernas mientras uno de sus cortos brazos señalaba
los bustos que le rodeaban.
—Ya que está usted aquí, permítame mostrarle esto antes de
que se marche. Ésta es nuestra colección de humanoides, que
le llamó la atención. Son impresionantes. Por lo general eran
más fuertes que nosotros, a veces con mayor capacidad
craneana, aun contemporáneos de nosotros en algunos casos,
pero condenados por su incapacidad para escribir los textos
sobre la evolución, así que pasemos de largo. —Su andar
rápido le llevó cerca de Arkady y de una urna que contenía el
busto de un tártaro nómada. Arkady se sorprendió de no
haberlo notado. Era una cara plana y delgada, no viva sino que
vivió, como si las profundas arrugas de los pómulos hubieran
sido cortadas por el viento y no por el cuchillo de un escultor.
Tenía una coronilla en forma de mezquita, un bigote rojo y
barba de espada, los cabellos ralos como lo son los de un
anciano—. Es el homo sapiens. Tamerlán, el asesino más
grande de la historia. El cráneo mostraba parálisis facial en el
lado izquierdo. Tuvimos también su cabello para trabajar con
él, v un poco de moho en su labio donde creció el bigote.
Arkady contempló al tártaro hasta que Andreev encendió la
luz de la segunda vitrina, que contenía la cabeza de un hombre
desmesuradamente grande dentro de una burda capucha de
monje. Aunque la frente era ancha, el resto de la cara, su larga
nariz, labios morados y barba le colgaban a causa de la
gravedad o por autodesprecio. Los ojos vidriosos no parecían
muertos sino extinguidos.
—Es Iván el Terrible —continuó Andreev— Estaba sepultado
como un monje bajo el Kremlin. Otro asesino. Él solo se
envenenó con el mercurio que se frotaba para aliviar el dolor
de la artritis. También tenía una tapadura en los dientes que
debió hacer de su sonrisa una mueca. ¿Le parece feo?
—¿No lo es?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 82

—No necesariamente. En los últimos años de su vida no quiso


que los pintores de la corte le hicieran retratos como si deseara
enterrar con él su cara.
—Era sólo un asesino —comentó Arkady—. Tampoco era
tonto.
Ambos se hallaban ya cerca de la puerta por la que Arkady
había entrado; comprendió que el recorrido por la galería
estaba a punto de concluir. Como no hizo ademán de
marcharse, Andreev empezó a estudiarlo.
—Usted es hijo de Renko, ¿verdad? He visto muchas veces su
foto. No se parece usted mucho a él.
—También tuve una madre.
—A veces es una suerte. —Casi surgió la empatía en el rostro
de Andreev: sus dientes enormes estuvieron a punto de
salírsele de la boca con la sonrisa que le dedicó a Arkady—. La
persona dispuesta a todo debe ser escuchada, cuando menos.
Muy bien, veamos qué trajo usted. Tal vez alguien quiera
perder su tiempo.
Andreev se encaminó a un rincón donde había una rueda de
alfarero bajo una luz fluorescente. Mientras se subía a un
banco para tirar del cordón de la luz, Arkady abrió su caja y
sacó por los cabellos la cabeza. Andreev la cogió para ponerla
sobre el plato; después extendió con bastante cuidado el largo
pelo castaño.
—Joven, de unos veinte años, hembra, europoide,
agradablemente simétrica —comentó Andreev. Interrumpió a
Arkady cuando éste empezó a hablarle de los tres asesinatos
—. No trate de interesarme en su caso; tres cabezas más no
tienen importancia aquí. La mutilación es, desde luego,
inusitada.
—El asesino cree haber borrado el rostro. Usted puede
hacerlo salir otra vez —dijo Arkady.
Andreev empujó el torno, haciendo que las sombras se
movieran dentro de las cavidades orbitales de la cabeza.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 83

—Tal vez anduvo por aquí ese día —dijo Arkady—. Fue a
principios de febrero. Quizá la vio.
—No me paso el tiempo mirando a las mujeres.
—Usted es un hombre dotado de poderes extraordinarios,
profesor. Ahora usted la puede ver.
—Hay otros que hacen muy buenas reconstrucciones. Yo
tengo trabajos más importantes que hacer.
—¿Hay algo más importante que el hecho de que dos
hombres y esta joven fueran asesinados casi delante de sus
ventanas?
—Yo sólo reconstruyo, investigador. No le puedo devolver la
vida.
Arkady puso la caja en el suelo.
—Con la cara me bastará.

La gente murmuraba sobre la Lybyanka, la prisión del KGB en


la plaza Dzerzhinsky, pero la mayoría de los moscovitas que
transgredían la ley y eran atrapados acababa en la prisión de
Lefortovo, en el lado este de la ciudad. Un guardia condujo al
investigador con un ascensor que databa de antes de la
Revolución. ¿Dónde estaría Zoya ahora? Le llamó para decirle
que no esperara que regresara al departamento. Al pensar en
ella, no recordaba nada salvo su cara en la puerta de la
habitación de la dacha de Misha. Veía la victoria en su rostro,
como si alguien hubiera jugado demasiado pronto la carta del
triunfo. Aparte de eso, poco acudía a su mente. En el ínterin
otro fenómeno tenía lugar. Iamskoy había ordenado la entrega
de las grabaciones de Pribluda. Se había iniciado la
reconstrucción de una cabeza. Aunque sin proponérselo,
tomaba forma una verdadera investigación.
Estaba en el sótano. Arkady pasó ante un corredor donde
había pequeñas puertas de hierro parecidas a bocas de hornos,
junto a un guardia que garabateaba sobre un escritorio, al lado
de una puerta abierta que daba a un cuarto lleno de colchones
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 84

y que olía a moho. Llegó ante una puerta cerrada, que abrió
para ver al investigador en jefe de casos especiales Chuchin,
un hombre de lo más reposado, con la mirada fija, brillante, y
una mano en la hebilla de su cinturón; ante él estaba una
mujer sentada, con la cabeza vuelta para escupir en un
pañuelo.
—Usted —Chuchin intentó ocultar con su cuerpo a la mujer,
pero Arkady miraba por segunda vez lo que ya había visto: la
puerta que giraba para abrirse, el azoro inicial de Chuchin, la
mano que sujetaba la hebilla, la muchacha con el rostro
enrojecido (joven, pero sencilla) que se daba la vuelta para
escupir. Chuchin, hombre de rasgos suaves, con una pátina de
sudor en su labio superior, se abotonó la chaqueta y empujó a
Arkady al pasillo.
—¿Un interrogatorio? —preguntó Arkady.
—Nada político, es sólo una prostituta —incluso la voz de
Chuchin era suave, como si hubiera identificado una raza de
perro.
Arkady había llegado a solicitar algo. Ahora ya no tenía por
qué pedir.
—Deme las llaves de sus archivos.
—Váyase al diablo.
—Al procurador le interesaría mucho saber cómo realiza
usted sus interrogatorios —Arkady extendió la mano para
recibir las llaves.
—No se atrevería.
Arkady metió la mano en la entrepierna de los pantalones de
Chuchin y apretó el pene reblandecido, el pene de casos
especiales, haciendo que Chuchin se pusiera de puntillas y que
ambos hombres se vieran cara a cara.
—Te mataré por esto, Renko, espera y lo verás —dijo Chuchin
con voz ronca, pero le entregó las llaves.
Arkady extendió los archivos por sobre el escritorio de
Chuchin.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 85

Ningún investigador mostraba a otro sus archivos. Cada uno


era un especialista, y cuando sus investigaciones coincidían los
archivos ofrecían la identidad de informadores personalmente
adiestrados. Esto sucedía sobre todo con los casos especiales.
¿Qué eran los casos especiales? Si el KGB tuviera que arrestar
a todos los delincuentes políticos, su solo número exageraría
su importancia. Era preferible que la oficina del fiscal los
arrestara por crímenes ordinarios comprensibles para la
mayoría de los ciudadanos. El historiador B, corresponsal de
escritores exiliados, fue aprehendido por enriquecerse con la
venta de entradas para el ballet. El poeta F., correo de
samizdat, fue acusado de robar libros de la Biblioteca Lenin. El
técnico M., socialdemócrata, fue detenido cuando vendía
iconos religiosos al informante G. Ese montón de basura era un
insulto para los verdaderos investigadores. La postura de
Arkady siempre fue la de ignorar a Chuchin, como si quisiera
negar su existencia. Apenas le dirigía la palabra, mucho menos
iba a tocarlo.
A Arkady le llamaron la atención las alusiones de Chuchin con
respecto al «informante G.», «el siempre alerta ciudadano G.»,
«la fiable fuente G.». Casi la mitad de los arrestos relacionados
con iconos estaban marcados con esa letra. Pasó a revisar las
cuentas de gastos de Chuchin. En la lista de informantes G.
figuraba en primer lugar con 1.500 rublos. Había un número
telefónico.
Desde su propia oficina Arkady llamó a la central telefónica.
El número pertenecía a Feodor Golodkin. El investigador puso
una cinta nueva en la grabadora de Pasha y marcó un número.
Al cabo de cinco llamadas alguien levantó el auricular sin decir
nada.
—Bueno, ¿está Feodor? —dijo Arkady.
—¿Quién habla?
—Un amigo.
—Deme un número para que yo llame.
—Hablemos ahora.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 86

Clic.

Cuando recibió las primeras informaciones de Pribluda,


Arkady experimentó el entusiasmo que provoca la ilusión de
haber conseguido algo. El sistema Intourist contaba con trece
hoteles en Moscú, con un total de más de veinte mil
habitaciones para visitantes extranjeros, la mitad de ellas
equipadas con micrófonos para escuchar lo que en las mismas
se dijera, y aunque sólo se podía utilizar a la vez el 5 por ciento
y que se grababa y transcribía menos aún, la acumulación era
impresionante.
—Tal vez tropiecen con alguno que habla abiertamente cíe
comprar iconos o de encontrarse con alguien en el parque —
dijo Arkady a Pasha y Fet—. No se molesten en leer
transcripciones de cualquiera que esté acompañado de un guía
del Intourist. Tampoco se detengan con los periodistas,
sacerdotes o políticos extranjeros, porque están vigilados muy
de cerca. Concéntrense en los turistas u hombres de negocios
extranjeros que saben moverse en la ciudad por su cuenta, que
hablan ruso y tienen contactos aquí; en quienes sostienen
conversaciones cortas, crípticas y que abandonan con rapidez
sus habitaciones. Hay una grabación del traficante del mercado
negro Golodkin, así podrán comparar su voz con la de otras
cintas, pero no pierdan de vista el hecho de que él puede que
no esté involucrado.
—¿Iconos? —preguntó Fet—. ¿Cómo es que nos inclinamos
por ellos?
—Dialéctica marxista —contestó Arkady.
—¿Dialéctica?
—Nos hallamos ahora en una etapa intermedia del
comunismo en la que todavía perviven, en la mente de algunos
individuos, tendencias criminales, reliquias del capitalismo.
¿Qué reliquia más obvia que un icono? —Arkady abrió una
cajetilla de cigarrillos y dio uno a Pasha—. Además, se halló
yeso y polvo de oro en las ropas de las víctimas. El yeso sirve
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de imprimación de la madera, y casi el único uso legal del oro


es para restaurar iconos.
—¿Quieres decir que el caso podría tener relación con el robo
de objetos de arte? —inquirió Fet—, Como el caso del museo
del Hermitage hace un par de años. ¿Recuerdas?, una banda
de electricistas se llevaban los cristales de las arañas del
museo. Pasaron años antes de que los atraparan.
—Falsificadores de iconos, no ladrones —Pasha pidió una
cerilla—. De ahí provenía el aserrín de sus ropas, de trabajar la
madera. —Calló y parpadeó. Luego preguntó—: ¿Dije algo
dialéctico?

Después de todo un día de escuchar grabaciones, sin


energías ya para trabajar en su departamento, Arkady
deambuló hasta que se halló ante la puerta principal del
parque Gorki, donde se compró una cena a base de «pays» de
carne y limonada. En la pista de patinaje jóvenes fornidas con
faldas cortas patinaban detrás de un muchacho que tocaba el
acordeón. Lo tocaba, porque los altavoces estaban en silencio;
la sorda se había deshecho de sus discos.
El sol se puso entre nubes vaporosas. Arkady se encaminó a
la sección de las atracciones. Cualquier fin de semana el lugar
habría estado repleto de muchachos viajando en el «paseo en
cohete» y los automóviles de pedales, disparando a los patos
de madera con rifles de aire comprimido o presenciando la
función de magia en el anfiteatro. Cuando tan sólo era un
muchacho solía venir a menudo con el entonces sargento
Belov, con Misha y los otros miembros de su grupo. Recordó la
época en que los checos abrieron la primera muestra
extranjera en el parque, el pabellón de la cerveza Pilsen, en
1956. De pronto, quién lo dijera, la cerveza se hizo popular.
Todos la vaciaban en su vodka. Todo el mundo estaba feliz y
ebrio. También se acordó del momento en que llegó a Moscú la
película de Los siete magníficos—, a partir de entonces los
chicos entre doce y veinte años empezaron a caminar como Yul
Brynner; el parque Gorki parecía estar lleno de vaqueros de
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piernas tiesas en busca de sus monturas. Fue un tiempo en que


todo el mundo era vaquero. ¡Asombroso! ¿Dónde estaban
ahora? Algunos eran urbanistas, otros gerentes de fábricas o
miembros del Partido, propietarios de automóviles,
compradores de iconos, lectores de la revista Krokodil, críticos
de televisión, espectadores de la ópera, padres y madres, etc.
Hoy no había muchos chicos. Dos ancianos jugaban al
dominó en la oscuridad. Los vendedores ambulantes se
congregaban ataviados con sus delantales y gorras blancas. Un
pequeño intentaba averiguar hasta qué punto eran elásticos
los tirantes por los que le sujetaba su abuela.
En la noria, al final del área de atracciones, había una pareja
de octogenarios suspendidos en la parte más alta mientras el
operador, un muchacho con problemas cutáneos, que hojeaba
una revista acerca de motocicletas, se fijaba bien poco en
soltar o no el freno para que pudieran bajarse dos pasajeros. Al
arreciar el viento, las cestas se sacudieron y la anciana se juntó
más a su esposo.
—Súbeme —Arkady le entregó un boleto al chico y subió a
una de las cestas—, ¡Ahora!
La rueda gimió y giró y Arkady se elevó por encima de las
copas de los árboles. Aunque aún resplandecía la luz del sol
hacia el oeste, más allá de las colinas Lenin, empezaban a
encenderse las farolas de la ciudad, pudiéndose distinguir los
anillos de la circulación como halos concéntricos: los bulevares
alrededor del centro de la ciudad, el anillo Sadovaya que
llegaba al parque y el anillo exterior, tan confuso como la Vía
Láctea.
Ésta era una de las peculiaridades del parque Gorki; la de ser
el único lugar de la ciudad donde se podía dar rienda suelta a
la fantasía. Era menester tener un pase especial para participar
en las fantasías de los estudios de Mosfilm, pero todo el mundo
era bienvenido al parque. Hubo un tiempo en que Arkady quiso
ser astrónomo. Todo lo que le quedó de ese periodo fue un
poco de información inútil en la corteza cerebral. Veinte años
antes observó pasar el Sputnik sobre el parque Gorki. Bueno,
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no había nada de qué arrepentirse. Todo el mundo dejaba esos


fantasmas en el parque; era una tumba grande y agradable. Él
y Misha, Pasha, Pribluda y Fet, Zoya y Natasha. Le ofendía que
alguien hubiera dejado allí cadáveres.
La noria giró. Los ancianos de las cestas de delante viajaban
en silencio, tal como lo hacían los prerrevolucionarios cuando
acudían a la capital. Era la multitud de la Gran Guerra
Patriótica armada con suficiente confianza en sí misma para
empujar y gritar. Mientras, sus nietos se sentaban fuera de las
catedrales del Kremlin y se rascaban las narices; éste era el
saludo de los herederos.
Cambió de postura para sentarse más cómodamente en el
asiento metálico. Abajo, el parque se elevaba en colinas,
vigilado por una estación de la milicia y dividido en paseos
románticos, junto a uno de los cuales «cuarenta metros al
norte del sendero paralelo a la calle Donskoy y el río» tres
personas habían sido asesinadas. A pesar de la creciente
oscuridad localizó el claro, porque una figura estaba en medio
de él con una linterna.
Una vez que descendió la rueda Arkady saltó al suelo. Había
medio kilómetro hasta el claro y empezó a correr a grandes
zancadas, resbalando ocasionalmente sobre el hielo, aunque
pronto recobraba el equilibrio. El sendero serpenteaba colina
arriba.
Zoya tenía razón; debía hacer ejercicio. Malditos cigarrillos.
Llegó al puesto de la milicia, tan confortable como la había
descrito Pasha pero vacío, ni siquiera había un automóvil por
ahí, así que continuó avanzando en tanto que el sendero se
hacía más inclinado. Conscientemente levantaba las rodillas y
echaba hacia atrás los codos en una especie de ritmo, fuera de
sincronía con el golpeteo de sus zapatos y el jadear de su
tráquea. Después de correr a toda prisa unos trescientos
metros su paso era corto como el de un bebé. Le parecía que
había corrido durante horas. El camino se niveló precisamente
cuando empezaba a sentir punzadas en el costado, «y lo peor
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de todo es que probablemente se trate del detective Fet», se


dijo a sí mismo.
Cuando llegó al sitio donde el camión de la milicia se había
detenido en el sendero cuatro días antes, disminuyó el paso,
siguiendo las huellas hasta el claro. El hielo crujía bajo sus pies.
La luz había desaparecido; el desconocido se había marchado o
procuraba que no se viera la luz desde el sendero. No había
ningún punto de referencia en qué apoyarse porque el claro,
privado de nieve, estaba totalmente a oscuras. No se oía
ningún ruido. Rodeó el claro ocultándose detrás de los árboles,
agazapándose, observando. Estaba a punto de avanzar otra
vez cuando un haz de luz brilló en la zanja poco profunda de la
que sacaron los cadáveres.
Arkady se hallaba a unos diez metros del claro cuando volvió
a desaparecer la luz.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
Alguien corrió alejándose.
Arkady le siguió. El claro descendía hasta un grupo de
árboles que él conocía. Más allá había un terraplén, algunos
quioscos con mesas para jugar al ajedrez, otro sendero, árboles
y después, más abajo, el camino del embarcadero Pushinskaya
y el río.
—¡Alto! ¡Milicia! —gritó.
No podía gritar y seguir corriendo. Le ganaba terreno el
intruso. Las pisadas provenientes de delante eran pesadas, de
hombre. Aunque en una ocasión le entregaron a Arkady una
pistola, nunca la llevaba consigo. La arboleda se acercaba,
agitándose hacia delante como la cresta de una ola. El fugitivo
llegó primero a los árboles rompiendo algunas ramas. «En el
sendero inferior habrá luces, —pensó Arkady—, y mucha
iluminación en el camino del embarcadero.» Extendió sus
brazos al llegar a los árboles.
Se agachó al oír un ruido; esperaba un golpe con la mano
pero recibió un puntapié en la ingle. Al exhalar aire agarró el
pie pero detuvo otro golpe con el cuello. Lanzó un puñetazo
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que falló. Otra patada le hizo caer de espaldas. El segundo


puñetazo que dio hizo blanco en un estómago redondo y duro.
Un hombro lo asía contra un árbol mientras unos dedos se
hundían en sus riñones. La boca de Arkady encontró una oreja
que mordió con fuerza.
—Son of a bitch —dijo alguien en inglés y el hombro
aprisionador retrocedió.
—¡Milicia...! —susurró Arkady.
Un puntapié le hizo caer de bruces sobre la nieve. «Tonto», se
reprendió Arkady a sí mismo. La primera vez que el
investigador le pegó a alguien en años perdió a su esposa. La
segunda vez, gritó en demanda de ayuda.
Se levantó, procuró percibir algún sonido de ramas en
movimiento y corrió tras el ruido. La pendiente llevaba al río.
Por un momento estuvo a punto de caer. El camino inferior
estaba vacío, pero vio desaparecer unos pies entre los árboles
a lo lejos.
Arkady tomó el sendero, pegó un salto y cayó sobre unas
anchas espaldas. Ambos hombres rodaron en medio de la
oscuridad hasta que tropezaron con un banco. Arkady trataba
de poner la mano en la espalda de aquel hombre, pero sus
abrigos estaban demasiado enredados como para poder hacer
nada, hasta que el desconocido se soltó. Arkady le metió la
zancadilla, y, descargando golpes tan atropelladamente como
pudo, lo volvió a derribar. Pero en cuanto se separaron, no tuvo
ninguna otra oportunidad. Tras recibir una cachetada, y antes
de tener tiempo de reaccionar, la misma mano le propinó un
puñetazo en las costillas bajo el corazón. Quedó inmóvil y tan
desorientado que el intruso le volvió a golpear en el mismo
sitio. Mientras se desplomaba sintió que el corazón se le
detenía.
«Esto representa una gran mejoría sobre los métodos
primitivos», le dijo el director de la granja colectiva a Arkady y
a su padre y metió en seguida la cabeza de la vaca en una
picota por encima de la cual había un gran cilindro metálico,
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que al conectar un interruptor impulsaba un bien lubricado


pistón en el cráneo de la vaca, y hacía que las patas del animal
se extendieran cómicamente. Recordó que así obtenían cuero
de res para los cascos de los tanquistas. «Permítame
ensayarlo, —dijo el general Renko, quien metió a otra vaca en
la picota—, ¡Pum! Imagínese, poder usar uno sus manos de esa
manera.
Arkady salió del desvarío y se puso en pie tambaleante,
palpándose el pecho. Los árboles y la nieve le hicieron
descender hasta una pared de piedra. Decidió descansar
dejándose caer en la acera del embarcadero Pushinskaya.
Las luces de los camiones corrían por el camino del
embarcadero. No veía a nadie. Ningún miliciano. Las farolas del
alumbrado público le parecieron bolas algodonosas, como las
burbujas de aire que él tragaba. Acabaron de pasar los
camiones y se quedó solo; luego cruzó el camino con paso
inseguro.
El río era una franja de hielo de trescientos metros de ancho
en cuyo fondo se reflejaban algunos árboles negros que
prolongaban su rumbo al estadio Lenin al oeste, y hacia los
edificios oscuros de los ministerios al este. El puente colgante
Krimsky estaba cuando menos a un kilómetro de distancia.
Cerca, a la izquierda de Arkady había un túnel del tren sin
caminillo peatonal, por el que pasó un convoy echando chispas
de sus ruedas.
Una figura humana corría sobre el río por debajo del puente.
Como no había escaleras, Arkady resbaló tres metros por el
curvado terraplén de piedra. Su trasero sufrió el castigo al
aterrizar con violencia sobre el hielo. Se puso en pie y echó a
correr.
Moscú era una ciudad baja. Desde el río casi desaparecía en
su propio éter somnoliento.
Las pisadas se acercaban. Era un hombre robusto, no rápido;
aun cojeando Arkady le ganaba terreno. No había escalera para
bajar por el terraplén norte, pero vio en dirección al estadio los
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muelles que se usaban para las lanchas de las excursiones en


verano.
El hombre se detuvo a recobrar el aliento, se dio la vuelta
para mirar a Arkady, y se echó a correr. Estaban a más de la
mitad de la franja de hielo separados por unos cuarenta
metros. Al aproximarse Arkady el hombre se paró, por segunda
vez y levantó su mano con tal autoridad que Arkady se detuvo.
El hielo creaba la ilusión de luminiscencia. Distinguió a una
figura fornida con abrigo y gorra. Su cara estaba oculta.
—¡Váyase! —dijo en ruso.
Al proseguir Arkady su avance, el hombre bajó la mano. Vio el
cañón de una pistola. Éste le apuntaba con ambas manos,
adoptando la postura que se les enseña a los detectives para
disparar un arma. Arkady se tiró al suelo. No oyó ningún
disparo ni vio resplandor alguno, pero algo golpeó el hielo
detrás de él y un instante después resonó en las piedras.
El hombre volvió a correr hacia el otro lado del río. Arkady lo
alcanzó en el terraplén. Había resbalado agua por la pared de
piedra y se había congelado desigualmente sobre el hielo; los
dos lucharon a la sombra del puente resbalando hasta caer de
rodillas. La nariz de Arkady sangraba en tanto que el otro
hombre se quedaba sin su gorra. Un golpe en el pecho no más
fuerte que una palmada puso a Arkady de cuatro patas. Su
adversario se levantó y Arkady recibió dos puntapiés en el
costado y finalmente otro en la nuca.
Cuando se dio la vuelta, el hombre ya se había ido. Al
sentarse se percató de que tenía en la mano su gorra.

5
El gótico staliniano no era tanto un estilo arquitectónico como
una forma de adoración. Elementos de obras maestras griegas,
francesas, chinas e italianas fueron arrojados a la carreta
bárbara y despachados a Moscú y al propio Maestro,
constructor, quien los amontonó unos sobre otros en torres de
cemento y deslumbrantes antorchas de Su gobierno,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 94

monstruosos rascacielos de ominosas ventanas, misteriosos


almenados y torres que llegaban a las nubes, y todavía más
espiras montadas en estrellas de rubíes que en la noche
deslumbraban como Sus ojos. Después de Su muerte, Sus
creaciones fueron más un embarazo que una amenaza,
demasiado grandes para ser sepultadas con Él, y así
permanecieron, una en cada parte de la ciudad, grandes
templos melancólicos semiorientales, no exorcizados pero
usados. El del distrito Kievskaya, al oeste del río, era el hotel
Ucrania.
—¿No es esto grandioso? —Pasha extendió los brazos.
Arkady miró hacia abajo desde el catorceavo piso del hotel
Ucrania al amplio bulevar del Prospecto Kutuzovsky, más allá
se avistaban los potentes edificios del complejo para
diplomáticos y corresponsales extranjeros con su patio central
y el puesto de la milicia.
—Como un caza espías —Pasha pasó revista a una serie de
aparatos de grabación, cajas con documentos, mesas y catres
—. Realmente eres muy influyente, Arkady —comentó Pasha.
Fue Iamskoy quien trasladó de sitio la sede de la
investigación argumentando que era reducido el espacio de la
oficina de Arkady. No se mencionó quién había ocupado antes
la habitación del hotel, aunque en una de las paredes había
una imagen de una azafata rubia de la línea aérea de la
Alemania Democrática. El detective Fet aún estaba
impresionado.
—El detective Pavlovich se hará cargo de escuchar las
grabaciones de los turistas alemanes y de Golodkin, el hombre
de quien sospechas que trafica con iconos. Yo estoy
familiarizado con las lenguas escandinavas. Cuando quise
hacer carrera en la marina pensé que me serían útiles —confió
Fet.
—¿Es cierto? —Arkady se frotó el cuello. Le dolía todo el
cuerpo a causa de la paliza que recibió la noche anterior;
honestamente no podía llamar pelea al incidente. Buscar un
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cigarrillo le hacía sentir dolor y le dolía la cabeza sólo de


pensar que tenía que ponerse unos audífonos. Su carrera en el
ejército consistió en permanecer sentado dentro de una cabina
de radio en el lado fraternal socialista de Berlín y escuchar las
transmisiones de radio aliadas.
No existe otro trabajo más aburrido; sin embargo a sus dos
detectives parecía complacerles la realización de dicha labor.
Después de todo estaban allí en un hotel de lujo descansando
los pies sobre una alfombra en vez de andar caminando por la
calle.
—Me ocuparé de las cintas en inglés y francés —agregó
Arkady.
El teléfono sonó. Era Lyudin para informar acerca del gorro
del hombre que había agredido al investigador principal.
—Es una gorra nueva de manufactura rusa, de estameña
barata; contenía dos cabellos grises. El análisis proteínico de
los cabellos indica que el portador es europoide, varón, con
sangre del tipo O. La pomada del pelo, hecha a base de
lanolina, es de manufactura extranjera. El vaciado de las
huellas de los tacones halladas en el parque mostró que usaba
zapatos nuevos, también rusos. También tenemos las huellas
de tus tacones.
—¿Están desgastados?
—Mucho.
Arkady colgó el auricular y miró sus zapatos. No sólo los
tacones estaban gastados, sino que se veía el color verde
original del cuero por entre la grasa negra.
«Son of a bitch!» había exclamado el hombre cuando Arkady
lo mordió. Esa es una expresión de los norteamericanos. Era un
«son of a bitch» norteamericano.
—Esas chicas alemanas —dijo Pasha mientras escuchaba una
grabación con sus audífonos—, secretarias del Banco Alemán
de Exportaciones, viven en el hotel Rossiya y consiguen
hombres en la pista de baile del hotel. Una prostituta rusa, de
las nuestras, sería arrojada fuera del establecimiento.
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Las grabaciones que escuchaba Arkady revelaban también


algunos pecadillos. Se enteró de las peroratas de un
combatiente por la liberación del Chad, de habla francesa,
alojado en el hotel Pekín. El aspirante a líder nacional tenía un
apetito sexual exacerbado por su dificultad para encontrar
pareja. Las mujeres temían que después de fornicar con un
negro pudieran dar a luz «un mono». ¡Viva la educación
soviética!
La solicitud de tantas grabaciones y transcripciones sólo
hacía que asustar a Pribluda. No importaba que no se
entregara material importante; sólo alguien que pertenecía al
KGB podía llegar a conocer el contenido de estos sagrados
documentos (las grabaciones y transcripciones, esos otros
secretos de la gente que solamente los iniciados estaban
facultados a conocer) y que ahora estaban en manos de una
organización rival. Cualquier transgresión bastaba. Los
documentos les serían devueltos, y con ellos, Arkady estaba
seguro, toda la investigación. Todavía no había dicho nada de
que el hombre con quien había luchado probablemente fuera
norteamericano, o de que había llevado la cabeza de belleza a
Andreev. No podía demostrar lo primero y de lo segundo
todavía no había ningún resultado.
Escuchaba la grabación de un turista mientras leía la
transcripción de otro. Los micrófonos estaban instalados en los
teléfonos de las habitaciones, así que oía llamadas y
conversaciones por igual. Todos los franceses se quejaban de la
comida, y los norteamericanos e ingleses lo hacían de la
conducta de los camareros. Viajar era muy irritante.
Cuando fue a almorzar a la cafetería del vestíbulo del hotel,
Arkady llamó a la escuela de Zoya. Esta vez acudió a contestar.
—Quiero hablar contigo —dijo.
—Pero falta un mes para el Día del Trabajo, ya sabes cómo es
eso —contestó Zoya.
—Puedo ir a buscarte cuando salgas de la escuela.
—¡No!
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—¿Cuándo?
—No sé. Más adelante, cuando sepa lo que quiero hacer.
Tengo que marcharme.
Antes de que colgara el auricular oyó al fondo a Schmidt.
La tarde se hizo interminable, aunque llegó el momento en
que Pasha y Fet se encasquetaron sus sombreros y abrigos y se
fueron a su casa. Arkady suspendió el trabajo para tomar un
café. Entre la oscuridad distinguió otros dos rascacielos: la
Universidad de Moscú al este y el Ministerio del Exterior a la
derecha, junto al río.
Ya solo, mientras escuchaba más grabaciones, oyó por
primera vez una voz familiar. Era la grabación de una fiesta de
norteamericanos celebrada el 12 de enero en el hotel Rossiya.
La voz era de una invitada rusa, una mujer enfadada:
—Naturalmente, Chejov es siempre atinado, dicen, debido a
su actitud crítica hacia la pequeña burguesía, sus arraigados
sentimientos democráticos y su absoluta fe en la fuerza del
pueblo. La verdad es que en una película de Chejov se puede
vestir a las actrices con sombreros decentes en vez de con
bufandas. Una vez al año la gente quiere ver películas donde la
gente luzca sombreros bonitos.
Arkady reconoció la voz de Irina Asanova, la chica de
Mosfilm. Hubo una cierta protesta por parte de las actrices
presentes.
Ya tarde llegaron más invitados.
—¿Qué me trajiste, Yevgeny?
Una puerta se cerró.
— Unas felicitaciones de Año Nuevo retrasadas, John.
—¡Guantes! ¡Qué considerado! Me los pondré.
—Póntelos, enséñalos. Ven mañana y te daré cien mil a
vender.
El norteamericano se llamaba John Osborne. Tenía una
habitación en el hotel Rossiya frente a la plaza Roja, que más
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bien parecía una tienda llena de flores naturales. El Ucrania era


una estación de ferrocarril comparado con el Rossiya. Osborne
hablaba el ruso bastante bien pero con un extraño acento
suave. Arkady quería volver a oír a la muchacha.
Se oyeron más voces en la grabación.
—... maravillosa actuación.
—Sí, di una recepción en su honor cuando toda la compañía
de ballet fue a Nueva York. Dedicada a su arte.
—¿Con Moiseyev?
—Maravillosa energía.
Arkady escuchó más bienvenidas, brindis por el arte ruso,
preguntas sobre los Kennedy; no volvió a oír a Irina Asanova.
Sintió que le pesaban los párpados como si él fuera un invitado
inadvertido sepultado bajo abrigos calientes y el susurro de la
conversación, ecos de cuatro meses atrás en un cuarto lleno de
caras que nunca había visto. El golpetear de la cinta ya
acabada lo sacó de su ensimismamiento. Esperando volver a
oír a Irina Asanova, Arkady se había escuchado toda la cinta.
Eran voces de la misma fiesta. Osborne hablaba:
—La curtiduría Gorki me proporciona guantes hechos. Hace
diez años traté de importar cuero (piel de ternera de Italia y
España obtenida a buen precio). Por fortuna, revisé la
mercancía en Leningrado. Me habían dado forros de
estómagos. Cayos. Localicé el origen del embarque en una
granja colectiva de Alma Ata, la que embarcó ese mismo día
mis pieles de ternera a Leningrado y sopa de cayos a
Vogvozdino.
¿Vogvozdino? El norteamericano no debía de saber que allí
había un campamento de prisioneros, pensó Arkady.
—Se pusieron en contacto con las autoridades de
Vogvozdino, las cuales dijeron que su embarque había llegado,
y que lo habían convertido en sopa y comido con gusto. De ese
modo la granja se justificó. No acepté los cayos porque,
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ciertamente, los rusos no se comerían los guantes. Perdí veinte


mil dólares, y aún hoy nunca pido sopa al este de Moscú.
Al silencio siguió la risa nerviosa. Arkady encendió entonces
un cigarrillo y se percató en ese momento de que había
colocado tres cerillas delante de él en la mesa.
—No entiendo por qué ustedes se exilian para irse a los
Estados Unidos. ¿Por dinero? Averiguarán que los
norteamericanos, por mucho dinero que tengan, siempre
descubren algo que no pueden comprar. Cuando esto sucede,
dicen: «No podemos darnos este lujo, somos demasiado pobres
para comprarlo». Nunca dicen: «No somos lo suficientemente
ricos». No quieren ser norteamericanos pobres, ¿verdad? Aquí
siempre serán ricos.
El informe sobre Osborne estaba escrito en papel cebolla, con
el sello del KGB impreso en rojo:

John Dusen Osborne, ciudadano de los Estados Unidos


de América, nació el 16/5/20 en Tarrytown, Nueva York,
U.S.A. No pertenece al partido. Soltero. Reside
actualmente en Nueva York, N.Y. Entró por primera vez a
la U.R.S.S. en 1942 por Murmansk con un grupo
consultivo de préstamos y arriendos. Residió en 1942—
44 en Murmansk y Arkhangelsk por encargo del Servicio
Exterior de los Estados Unidos como asesor de
transportes, tiempo en el que el sujeto realizó servicios
de significación para la resistencia bélica antifascista. El
sujeto renunció al Servicio Exterior en 1948 durante un
periodo de histeria derechista; se introdujo en el
negocio de la importación de pieles rusas. El sujeto ha
patrocinado muchas misiones de buena voluntad e
intercambios culturales, y visita cada año la U.R.S.S.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 100

La segunda página del informe mencionaba las oficinas de la


Osborne Fur Imports, Inc., y Osborne Fur Creations, Inc., en
Nueva York, Palm Springs y París, y enumeraba las visitas de
Osborne a Rusia en los últimos cinco años. Hizo su último viaje
del 2 de enero al 2 de febrero. Había una anotación con lápiz
que decía: «Referencia Personal: I.V. Mendel, Ministerio de
Comercio».
La tercera página decía: «Ver: Anales de la Cooperación
Soviético-americana en la gran guerra patriótica, Pravda,
1967». También decía: «Ver: departamento uno». Arkady
recordó a Mendel, parecía uno de esos animales que mudaban
la piel cada año y se hacían cada vez más grandes. Primero fue
supervisor de la «reubicación» de los kulaks, luego
comisionado en tiempo de guerra en la región de Murmansk, a
continuación director de «desinformación» para el KGB, y
finalmente, con sus garras tan grandes como dragas,
viceministro de Comercio. Mendel murió el año pasado, pero
Osborne sin duda tenía más amigos de la misma especie.
«Es su humildad lo que los hace encantadores. Un ruso se
siente inferior ante cualquiera excepto ante un árabe u otro
ruso.»Las risitas de los rusos confirmaron el punto de vista de
Osborne. Era su tono mundano el que los seducía. De todas
maneras, era un extranjero seguro.
«Cuando se está en Rusia, un hombre prudente se mantiene
alejado de las mujeres hermosas, los intelectuales y los judíos.
O dicho en términos sencillos, de los judíos.»Era un sádico con
el elemento necesario, pensó Arkady: una pizca de verdad.
Su divertido auditorio, sin embargo, estaba equivocado. La
anotación que aparecía en el informe de «departamento uno»,
significaba, oficina norteamericana del KGB. Osborne no era
agente; ninguna grabación suya Habría sido facilitada si lo
hubiera sido. La anotación quería indicar que Osborne
simplemente cooperaba, que era un admirador del arte ruso y
propagandista de los artistas rusos. Sin duda, más ele una
bailarina que aprovechó su hospitalidad había formulado
declaraciones en Nueva York que después vinieron a pasar a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 101

Moscú. Arkady se alegró de no haber vuelto oír la voz de Irina


Asanova en la grabación.
Misha le invitó a cenar.
Antes de acudir a la cita revisó lo que habían hecho sus
detectives. Las grabaciones escandinavas de Fet estaban bien
apiladas junto a anotaciones y dos lápices afilados. La mesa de
Pasha estaba revuelta. Arkady echó un vistazo a las
transcripciones de los telefonemas de Golodkin. Una de ellas
hecha el día anterior, era curiosa. Golodkin habló sólo en
inglés, y su interlocutor en ruso:

G: Buenos días. Habla Feodor. Recuerde, en su último


viaje íbamos a ir juntos al museo. X:
G: ¿Gimo está usted? Quisiera mostrarle hoy el
museo.
¿Le parece bien este día? X:
G: ¿Está seguro?

El lenguaje ruso transcrito de la persona no identificada era


familiar. Se daba por hecho que nadie realmente podía hablar
ruso más que los rusos, y a juzgar por lo que oía el traficante
del mercado negro pensó que tenía que usar el inglés. Golodkin
hablaba con un extranjero.
Arkady encontró la grabación correspondiente a la
transcripción y la puso en la grabadora. Esta vez escuchó lo
que antes había leído.
—Buenos días. Habla Feodor. Recuerde, en su último viaje
íbamos a ir juntos al museo.
—Sí.
—¿Cómo está usted? Quisiera mostrarle hoy el museo. ¿Le
parece bien este día?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 102

—Lo siento, estoy muy ocupado. Tal vez el año que viene.
—¿Está seguro?
Clic.
Arkady reconoció en seguida la otra voz porque la había
escuchado durante horas. Era Osborne. El norteamericano
había regresado a Moscú.
Los Mikoyan tenían un departamento grande, de cinco
habitaciones, en una de las cuales había dos pianos de cola
que Misha había heredado junto con el departamento, de sus
padres, que trabajaron para la orquesta sinfónica de la radio.
Las paredes estaban decoradas con una colección de carteles
de cine revolucionario, junto a figurillas de campesinos
labradas en madera por Misha y Natasha. Misha llevó a Arkady
al baño; en un rincón había una lavadora de ropa de
inmaculado esmalte blanco.
—Es de Siberia. De lo mejor. Costó ciento cincuenta rublos.
Esperamos diez meses para tenerla.
Una extensión de cordón eléctrico llegaba a una toma de
corriente, y una manguera estaba enrollada al lado de la
bañera. Exactamente lo que Zoya quería.
—Pudimos haber conseguido la ZIV o la Riga en cuatro
meses, pero queríamos lo mejor —Misha recogió un ejemplar
del Boletín Comercial, que estaba en el baño—. Van muy
buscadas.
—Y no es un signo burgués. Tal vez Schmidt tenga una en su
serrallo.
Misha le miró con enfado y le entregó su vaso.
Bebían vodka y ya estaban un poco ebrios. Misha sacó un
montón de ropa interior mojada de la bañera y la metió en la
secadora.
—¡Mira!
Accionó el interruptor. Produciendo un rugido, la máquina
empezó a vibrar. El ruido aumentó como si un aeroplano
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 103

estuviera despegando en el baño. De la manguera salió agua.


Satisfecho, Misha se enderezó.
—¡Fantástico! —comentó.
—Es poesía —dijo Arkady—. Poesía de Mayakovsky, pero
poesía.
De repente la máquina se detuvo. Misha revisó la tapa y el
interruptor, que no giraba.
—¿Ocurre algo?
Misha miró a Arkady y a la máquina. La golpeó en un costado
y ésta empezó a vibrar de nuevo.
—Definitivamente una lavadora rusa —Arkady recordó un
antiguo verbo que significaba «golpear al siervo de uno», y se
preguntó, sorbiendo su bebida, si saldría otro nuevo que
significara «golpear a la máquina de uno».
Misha permaneció con los brazos en jarras.
—Todo lo nuevo necesita un lapso de tiempo para ajustarse
—le explicó.
—Ahora funciona bien.
Se sacudía para ser exactos. Misha había metido cuatro
calzoncillos en la secadora. «A ese ritmo, —calculó Arkady—,
con el traslado de la ropa a la secadora y a los tendederos
comunitarios, el lavado de una semana podría hacerse en...
una semana.» Sin embargo, impulsada por su entusiasmo la
máquina casi se elevaba del suelo del baño. De repente Misha
dio un paso hacia atrás. El ruido era ensordecedor. La
manguera del agua se soltó y roció toda la pared.
—¡Qué!
Misha metió una toalla en el agujero de desagüe con una
mano mientras que con la otra intentaba accionar el
interruptor de control. Al quedársele en la mano la perilla del
interruptor se puso a darle patadas a la máquina, que no
respondió a sus esfuerzos hasta que Arkady la desconectó de
la corriente eléctrica.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 104

—¡Ve a moler a tu madre! —dijo Misha sin dejar de darle


patadas—. Hija de tu madre. Diez meses —miró a Arkady—:
¡Diez meses!
Cogió disgustado el Boletín Comercial con la intención de
partirlo en dos.
—¡Ya les enseñaré a esos granujas! ¡Me pregunto cuánto les
pagaron!
—¿Qué vas a hacer?
—¡Les escribiré! —Misha arrojó la publicación a la bañera. A
continuación hizo pedazos la página editorial—, ¿Etiqueta de
calidad del Estado? Ya les enseñaré yo una etiqueta de calidad
—hizo una pelota de la página y la arrojó a la taza del lavabo
y... tiró de la cadena con una exclamación de triunfo.
—Y bien, ¿sabes a quién hay que escribir?
—¡Ssh! —Misha hizo señas a Arkady para que guardara
silencio. Volvió a coger su bebida—. Que no te oiga Natasha.
Acaba de recibir su lavadora. Actúa como si nada hubiera
ocurrido.
Natasha sirvió una cena de empanadas de embutidos,
pepinillos, salchichas y pan blanco, y apenas probó el vino
aunque rebosaba satisfacción.
—Por tu féretro, Arkasha —Misha levantó su copa—. Que
estará bordado en plata, tendrá una almohada de satín, tu
nombre y títulos en una placa dorada, y asas de plata
empotradas en el cedro más fino, de cien años de edad tallado
de un árbol que plantaré por la mañana.
Bebió, complacido de sí mismo.
—O —agregó— podría encargárselo al Ministerio de Industria
ligera. Tardarán más o menos el mismo tiempo en entregarlo.
—Siento serviros esta cena —le dijo Natasha a Arkady—. Si al
menos tuviéramos a alguien que nos hiciera las compras... tú
sabes.
—Cree que le vas a preguntar por Zoya. Nosotros no
queremos entrometernos en vuestros asuntos —dijo Misha;
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 105

luego se volvió a Natasha—. ¿Has visto a Zoya? ¿Qué dijo de


Arkasha?
—Si tuviéramos un refrigerador más grande —explicó
Natasha— o uno que tuviera congelador.
—Es evidente que hablaron de refrigeradores —dijo Misha
poniendo ojos soñadores—. A propósito, ¿no conoces a un
técnico asesino que te deba un favor?
Natasha cortó en trocitos pequeños su embutido.
—Conozco algunos doctores —contestó sonriendo.
De pronto se detuvo cuando sus ojos tropezaron con la perilla
de la lavadora que estaba en el plato de Misha.
—Hubo un pequeño problema, mi amor —dijo Misha—. La
lavadora falla un poco.
—Está bien. A pesar de todo se la podemos enseñar a la
gente.
Parecía realmente contenta.

6
El hombre no nació criminal sino que incurrió en el error por
circunstancias desafortunadas o por la influencia de elementos
negativos. El origen de todos los crímenes grandes o pequeños
puede hallarse en la avaricia postcapitalista, el egoísmo, la
pereza, parasitismo, embriaguez, prejuicios religiosos.
Por ejemplo, el asesino Tsypin fue hijo de un homicida y una
especuladora con oro cuyos ancestros incluyeron asesinos,
ladrones y monjes. Tsypin fue criado como «urka», un criminal
profesional. Usaba los tatuajes azules de los urkas —
serpientes, dragones, los nombres de diversas amantes— en
profusión tal que le salían por los puños de las camisas y el
cuello. Una vez le mostró a Arkady el gallo rojo tatuado en su
pene. Afortunadamente para él, Tsypin asesinó a un cómplice
suyo en una época en que se consideraba que solamente los
crímenes contra el Estado merecían la pena de muerte. Tsypin
fue condenado a diez años de prisión. En el campo de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 106

prisioneros se hizo un tatuaje en la frente, que decía:


«Fastidiado por el Partido». De nuevo tuvo suerte, ya que
semejante propaganda «corporal» antisoviética hubiera sido un
crimen contra el Estado tan sólo una semana antes de que él lo
hiciera, por lo que únicamente consiguió que se le extrajera del
trasero un poco de piel que añadieron a su frente y que se le
incrementara en cinco años la condena, pena que se le
conmutó con motivo del centésimo aniversario del nacimiento
de Lenin.
—Tomo las cosas con calma —le dijo a Arkady—. La tasa de
criminalidad sube, baja. Los jueces se ablandan, se endurecen.
Es parecido a la Luna y las mareas. Sea como fuere, ahora
disfruto de una buena situación.
Tsypin era maquinista. Pero ganaba la mayor parte de su
dinero gracias a los chóferes de camiones. Éstos llenaban sus
tanques de combustible para llevar sus mercancías a alguna
aldea del campo. Sin embargo, a las afueras de Moscú extraían
del depósito un poco de gasolina y se la vendían a Tsypin a
bajo precio; después cambiaban sus odómetros y al final del
día regresaban a la terminal contando la historia de que los
caminos estaban en mal estado ya que habían tenido que
viajar por desviaciones. A su vez, Tsypin vendía la gasolina a
dueños particulares de automóviles. Las autoridades conocían
sus actividades, pero como había tan pocas estaciones de
gasolina en Moscú y tanta presión por parte de los propietarios
de vehículos para que se crearan más, se permitía que los
especuladores como Tsypin desempeñaran un servicio social
necesario.
—Lo último que nadie quiere es una batida, y si yo supiera
quién mató a esas tres personas en el parque Gorki, sería el
primero en decírselo. De hecho, el que lo hizo debería ser
castrado. Nosotros tenemos normas, sabe.
Más urkas declararon en la oficina de Arkady en
Novokuznetskaya, repitiendo todos ellos que nadie estaba tan
loco como para disparar a alguien en el parque Gorki, y a su
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 107

juicio, nadie había desaparecido. El último en declarar fue


Zharkov, ex militar que traficaba con armas.
—¿De qué se puede echar mano? Restos del Ejército Rojo,
algunos mohosos revólveres ingleses, quizás una o dos pistolas
checoslovacas. Si fuera usted al este, a Siberia, quizá podría
encontrar alguna banda provista de una ametralladora. Aquí
no, nada como lo que usted describe. Muy bien, ¿quién va a
disparar? Además de mí, no conozco a diez personas en Moscú
de menos de cuarenta y cinco años capaces de hacer blanco
en sus abuelas a diez pasos de distancia. ¿Dice que han estado
en el servicio militar? Esto no son los Estados Unidos. Si hemos
participado en alguna guerra en los últimos treinta años,
hágamelo saber. No tenemos la oportunidad de dispararle a
nadie, y además, el entrenamiento militar se ha ido al
demonio. Seamos serios. Usted habla de una ejecución
organizada, y usted y yo sabemos que sólo hay una
organización equipada para hacer algo semejante.

Por la tarde, Arkady no dejó de llamar a la escuela de Zoya


hasta que le dijeron que se había marchado al club atlético de
la unión de profesores. El club estaba situado en una antigua
mansión en el extremo de Novokuznetskaya precisamente
frente al Kremlin. Mientras buscaba el gimnasio del club se
perdió hasta que por fin cruzó una puerta que daba a un
pequeño balcón utilizado otrora por los músicos. Miró hacia
abajo a lo que había sido un salón de baile. Cupidos sin cara
decoraban el techo. La pista de baile estaba cubierta de
colchonetas de vinil, brillantes y con olor a sudor. Zoya se
mecía en las barras asimétricas.
Tenía su pelo dorado recogido en un moño, y usaba
muñequeras y medias de lana. Al balancearse en la barra
inferior extendió sus piernas como las alas de un aeroplano, los
músculos de su espalda se tensaron bajo su leotardo. Equipado
también con muñequeras, y con los brazos cruzados, Schmidt
la contemplaba sentado en el suelo. Estiró los brazos para asir
la barra superior, y girando sobre la barra inferior, se elevó con
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 108

los pies hacia el techo, descendiendo al revés con las piernas


separadas, desde la barra más alta. No era lo bastante buena
como para tener gracia en sus movimientos; lo que tenía era
una especie de impulso maniático, como un péndulo que se
enrollaba y desenrollaba en dos postes. Se balanceó para bajar
de las barras y cuando Schmidt la cogió por la cintura con
ambas manos, Zoya lo abrazó.
Fue romántico, pensó Arkady. En vez de que estuviera allí el
marido debía haber un cuarteto de cuerdas y luz de luna.
Natasha tenía razón: estaban hechos el uno para el otro.
Al salir, Arkady le dio un golpe tan fuerte a la puerta que
sonó como un balazo.
Cogió ropa limpia de su departamento y de regreso al
Ucrania pasó por la biblioteca histórica para recoger los Anales
de la Cooperación Soviético—americana en la Gran Guerra
Patriótica.
Quizás el KGB se habría llevado ya sus documentos para
cuando llegara al hotel, pensó Arkady, y tal vez Pribluda estaría
esperándole. Quizás el mayor comenzara con una pequeña
broma, estableciendo una relación nueva más cordial, y
explicando su actual desacuerdo como algo puramente
institucional. Después de todo, el miedo era el que mantenía el
KGB. Sin enemigos dentro o fuera, reales o imaginarios, el KGB
carecía de sentido. Los papeles de la milicia y de la oficina del
procurador estaban por otra parte destinados a probar que
todo marchaba bien. Dentro de algunos años, podrían
discutirse los tres asesinatos en las publicaciones legales como
Conflictos Institucionales de Objetivos en el parque Gorki.
Había cajas de documentos nuevas junto a las anteriores en
el hotel. Pasha y Fet no estaban. El primero dejó una nota
diciendo que la pista de los iconos era un fracaso, pero que un
alemán había abierto una nueva perspectiva. Arkady arrugó la
nota y la arrojó a la papelera. Puso la ropa limpia sobre la cama
de la oficina.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 109

Llovía. Las gotas de agua caían sobre el río helado,


atenuando el tránsito del bulevar. Al otro lado, en el recinto de
los extranjeros, una mujer en camisón estaba de pie ante una
ventana iluminada. ¿Sería norteamericana? Le dolía el pecho a
Arkady, se le había hinchado el costado donde el agresor del
parque le había pegado hacía dos noches. Apagó un cigarrillo y
encendió otro. Se sentía extrañamente ligero... aliviado de la
carga de Zoya, de su casa, saliendo de la órbita que había
dirigido su vida, libre de la atracción de la gravedad.
Al otro lado del bulevar se apagó la luz de la ventana donde
estaba la mujer. Se preguntó por qué querría dormir con
alguien que nunca antes había visto y cuya cara aparecía
borrosa tras el cristal mojado de la ventana. Nunca había sido
infiel, ni siquiera había pensado en ello. Ahora querría poseer a
cualquier mujer. Si no lo conseguía, golpearía a alguien. Tener
contacto era lo importante.
Hizo un esfuerzo para sentarse a escuchar las grabaciones
hechas en enero al hombre de negocios—provocador. Osborne.
Si pudiera relacionar de alguna forma a ese favorito del KGB
con el parque Gorki, tendría que intervenir el mayor Pribluda,
estaba seguro. No había razón para sospechar de Osborne a
pesar de los contactos establecidos por el americano con Irina
Asanova y el vendedor de iconos Golodkin. Era como si al
pasar por un campo un día Arkady hubiera oído un zumbido
debajo de una roca. El zumbido indicaba la presencia de una
serpiente. El traficante de pieles había pasado enero y los
primeros dos días de febrero viajando entre Moscú y la subasta
anual de pieles de Leningrado. En ambas ciudades
confraternizó con una elite de funcionarios representantes de
la cultura y el comercio, coreógrafos, directores, bailarines
actores, y no con la clase de ciudadanos andrajosos cuyos
cadáveres habían sido hallados en el parque Gorki.
Osborne: Usted es famoso como director de películas de
guerra. Los norteamericanos aman la guerra. Fue un general
norteamericano quien dijo: «La guerra es el cielo».
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 110

En los Anales de la Cooperación Soviético—americana en la


Gran Guerra Patriótica, Arkady encontró que se mencionaba
dos veces a Osborne:

Durante el sitio, la mayoría de los nacionales


extranjeros abandonaron el puerto. Uno de los que no lo
hizo fue el funcionario norteamericano del servicio
exterior, J. D. Osborne, quien trabajó hombro con
hombro con sus colegas soviéticos para minimizar la
destrucción de mercancías en los muelles. En lo más
intenso del bombardeo tanto el general Mendel como
Osborne se encontraban a las afueras de la ciudad
trabajando bajo el fuego para supervisar la casi
inmediata reparación de las vías dañadas. El propósito
de la llamada política de préstamos y arriendos de
Roosevelt era cuádruple: prolongar la lucha entre los
agresores fascistas y los defensores de la patria
soviética hasta que ambos combatientes se hubieran
desangrado; demorar la apertura de un segundo frente
mientras negociaba la paz con Hitler; imponer una
interminable deuda financiera al pueblo soviético
combatiente y restablecer la hegemonía
angloamericana en tocio el mundo. Fueron los
norteamericanos individualmente quienes se esforzaron
por establecer una nueva relación mundial...

Unas páginas más adelante, decía:

...uno de esos grupos fascistas infiltrados cayó sobre


el convoy de transporte encabezado por el general
Mendel y el norteamericano Osborne, quienes se
pusieron a salvo utilizando sus pistolas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 111

Arkady recordaba las bromas que hacía su padre acerca de la


cobardía física de Mendel («pantalones cagados, botas
lustrosas»). Sin embargo, con Osborne, Mendel fue un héroe.
En 1947 Mendel asumió el cargo de ministro de Comercio, y
poco después, Osborne obtuvo una licencia para exportar
pieles.
De improviso el detective Fet entró en la oficina.
—Pensé que como estabas aquí, investigador, yo podría
escuchar algunas grabaciones más —dijo.
—Ya es tarde. ¿Llueve?
—Sí —Fet puso su abrigo seco en una silla y se sentó ante
una grabadora.
«Ni siquiera estamos siendo útiles», pensó Arkady.
El joven se puso los anteojos en su prominente nariz y dejó
sobre la mesa sus lápices afilados. Probablemente había un
micrófono oculto en la oficina y ya estaban hartos de escuchar
las grabaciones con los auriculares, así que le pidió al pobre de
Fet que fuera al grano. Así mostrarían un interés más
auténtico. Muy bien.
Fet titubeó.
—¿Qué pasa, Sergei?
La familiaridad hacía sentirse incómodo a Fet. El detective se
agitó como una locomotora que acumulara vapor.
—Esta pista, investigador...
—Ya no estamos en horas de trabajo, llámame camarada.
—Gracias. La pista que hemos seguido... no dejo de
preguntarme si es la correcta.
—Yo también. Comenzamos con tres cadáveres y
continuamos con grabaciones y transcripciones de personas
que, después de todo, son visitantes bien venidos. ¿Podemos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 112

estar absolutamente equivocados y todo esto podría ser una


pérdida de tiempo? ¿Eso es lo que piensas, Sergei?
—Sí, investigador principal —contestó Fet, quien
aparentemente había perdido el aliento.
—Por favor, llámame camarada. Después de todo, ¿cómo
podemos relacionar con este crimen a extranjeros cordiales si
no sabemos quiénes eran las víctimas o por qué las mataron?
—Eso es lo que pensaba.
—¿Por qué no escoger, en vez de extranjeros, una selección
de patinadores, o reunir los nombres de las personas que
visitaron el parque Gorki este verano? Sería mejor, ¿no lo
crees?
—No. Tal vez.
—Tienes dos ideas, Sergei. Explícamelas, por favor. La crítica
es constructiva, sirve para definir nuestro propósito y conduce
al éxito.
El concepto de ambigüedad inquietó más a Fet, así que
Arkady le ayudó:
—De hecho no tienes dos ideas, sino que prefieres apoyarte
en dos pistas diferentes. ¿Así está mejor, Sergei?
—Sí —Fet empezó desde el principio—: Me preguntaba si
conocías algún aspecto de la investigación que yo
desconociera, y que nos ha llevado a esta concentración de
grabaciones de la seguridad del Estado.
—Tengo plena fe en ti, Sergei. También tengo fe absoluta en
el asesino ruso. Mata por pasión y, si es posible, en privado. Es
cierto que hay escasez de alojamientos, a medida que mejore
la situación se cometerán más homicidios en privado. De todas
maneras, ¿puedes imaginar a un ruso, a un hijo de la
Revolución, atrayendo a tres personas a sangre fría a una
ejecución en el parque más cultural de Moscú? ¿Puedes
imaginarlo, Sergei?
—Realmente no lo entiendo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 113

—¿No estás de acuerdo, Sergei, en que en este homicidio


intervienen los elementos de una broma?
—¿Una broma? —La idea no agradó a Fet.
—Piensa en ello, Sergei. Reflexiona al respecto.
Fet se marchó minutos después presentando excusas.
Arkady volvió a las cintas de Osborne usando los auriculares
con la idea de acabar los carretes de enero antes de irse a
dormir. A la luz de la lámpara de mesa puso tres cerillas sobre
un trozo de papel. Alrededor de éstas trazó el perfil del claro
del parque.
Osborne:
—No puedes representará Extranjero de Camus ante un
auditorio soviético. ¿ Un hombre le quita la vida a un absoluto
desconocido por la única razón de que está aburrido? Se trata
sólo de un exceso occidental. La comodidad de las clases
medias conduce inevitablemente al aburrimiento y al asesinato
sin motivo. La policía está habituada a eso, pero aquí, en una
sociedad progresista el aburrimiento no aqueja a nadie.
—¿Qué me dices de Crimen y Castigo ? ¿De Raskolnikov?
—Mi opinión es que, pese a todo ese fondo existencialista,
aun Raskolnikov lo único que quería era poseer unos cuantos
rublos. En nuestro caso es tan improbable que descubran un
acto no motivado como que encuentres un ave tropical en tu
ventana. Habría una total confusión. El asesino de Camus
nunca sería atrapado aquí.
Alrededor de la medianoche recordó la nota dejada por
Pasha. En la mesa del detective había un informe unido con un
clip al legajo de un nacional alemán de nombre Unmann.
Arkady lo examinó con los ojos irritados.
Hans Frederick Unmann nació en Dresde en 1932; se casó a
los dieciocho años y se divorció a los diecinueve. Fue
expulsado de la Juventud Comunista por camorrista (se
desecharon los cargos criminales por agresión). Ingresó en el
ejército en 1952 y, durante los disturbios reaccionarios del año
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 114

siguiente, fue acusado de golpear con cachiporras a los


amotinados (se desestimaron los cargos de asalto), luego
terminó su servicio como guardia de la empalizada de
Marienbad. Estuvo empleado cuatro años como chófer del
secretario del comité central de sindicatos obreros. El 1963
reingresó en el Partido, se volvió a casar el mismo año y se
empleó como capataz en una fábrica de artículos de óptica.
Cinco años más tarde fue expulsado del Partido por golpear a
su esposa. En resumen, un bruto. Unmann reingresó en el
Partido siendo comisionado por el Komsomol para mantener la
disciplina entre los estudiantes alemanes de Moscú. Su foto
mostraba a un hombre alto y huesudo de escaso cabello rubio.
El informe de Pasha agregaba que Golodkin había
proporcionado prostitutas a Unmann hasta que el alemán
terminó la asociación en enero. No se mencionaban iconos.
Había un carrete de grabación en la máquina de Pasha.
Arkady se puso los auriculares del detective y conectó la
máquina. Se preguntaba por qué Unmann había roto con
Golodkin, y por qué en enero.
Sus conocimientos de alemán no eran ya tan buenos como lo
habían sido en el ejército, pero le sirvieron para descifrar las
amenazas físicas directas que utilizaba Unmann para dominar
a sus estudiantes. A juzgar por el sonido de sus voces, los
estudiantes alemanes estaban bastante asustados. Bueno,
Unmann tenía un estupendo trabajo. Asustaba a uno o diez
chicos al día y después se dedicaba a sus asuntos personales.
Pasaba cámaras y binoculares de Alemania de contrabando y
probablemente forzaba a los estudiantes a hacer lo mismo en
su propio beneficio. Desde luego, no traficaba con iconos; sólo
los visitantes de Occidente querían iconos rusos.
Arkady oyó una grabación en la que un visitante pedía a
Unmann que se reuniera con él en «el sitio de costumbre». Un
día más tarde el mismo interlocutor le dijo a Unmann que le
esperara fuera del Bolshoi. Al día siguiente en «el lugar de
costumbre», y dos días después otra vez en otra parte. No se
mencionaban nombres, no se sostenía una auténtica
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 115

conversación y lo que se hablaba se decía en alemán. Le llevó


mucho tiempo convencerse de que el amigo anónimo era
Osborne, porque Unmann nunca había aparecido en las
grabaciones de aquél. Unmann siempre llamaba, nunca lo
contrario, y al parecer lo hacía desde teléfonos públicos.
Cuanto más escuchaba, más equívoca le parecía la voz del
interlocutor anónimo. Arkady consideró problemática su
identificación.
Utilizó dos máquinas grabadoras para escuchar
alternadamente a Osborne y a Unmann. En el curso de esta
labor acumuló una pirámide de colillas de cigarrillos. Ahora
todo era cuestión de paciencia.
Al amanecer, al cabo de siete horas de escuchar, Arkady salió
del hotel para recuperarse. Alrededor de la vacía estación de
taxis los setos crujían por la fuerza del viento. Mientras
inhalaba profundamente oyó otro sonido, un rítmico golpeteo
proveniente de lo alto. Unos trabajadores limpiaban los
parapetos del techo del hotel Ucrania haciendo que los ladrillos
flojos produjeran notas falsas.
De regreso a su habitación, empezó a trabajar con las
grabaciones de Unmann correspondientes a febrero. El día 2,
cuando viajó Osborne de Moscú a Leningrado, el interlocutor
anónimo le llamó.
—El aeroplano se ha retrasado.
—¿ Está retrasado ?
—Todo marcha bien. Te preocupas demasiado.
—¿Tú no?
— Tranquilo, Hans.
—No me gusta esto.
—Es un poco tarde para que le guste a uno algo.
—Todo el mundo sabe de esos nuevos Tupolevs.
—¿Un accidente? ¿Crees que sólo los alemanes pueden
fabricar algo?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 116

—Incluso un retraso. Cuándo vas a Leningrado...


—He estado en Leningrado antes. He estado allí con
alemanes antes. Tocio saldrá bien.
Arkady durmió una hora.

7
Era una cabeza de yeso rosada sin cara con una peluca que
tenía bisagras en las orejas de modo que podía abrirse por la
mitad y revelar una estructura interna de músculos azules y un
cráneo blanco tan intrincado como un huevo Fabergé.
—La carne no se asienta en el vacío —dijo Andreev—. Sus
rasgos, estimado investigador, no son determinados por la
inteligencia, el carácter o el atractivo personal —el antropólogo
hizo a un lado la cabeza y cogió la mano de Arkady—. ¿Siente
los huesos? Hay veintisiete huesos en su mano, investigador,
cada uno articulado de manera diferente con un propósito
distinto —la presión de la mano de Andreev era fuerte para un
hombre tan pequeño, la aumentó haciendo que Arkady sintiera
que las venas del dorso de la mano se le hinchaban—. Y hay
musculares flexores y tensores cada uno de diferente tamaño.
Si le dijera que iba a reconstruir su mano no lo dudaría. La
mano parece una herramienta, una máquina —Andreev lo soltó
—. La cabeza es una máquina destinada a reacciones
nerviosas, comer, ver, oír y oler, en ese orden. Es una máquina
de huesos proporcional mente más grandes con menos carne
que la mano. La cara es sólo una delgada máscara del cráneo.
Con un cráneo se puede hacer una cara, pero no se puede
hacer un cráneo con una cara.
—¿Cuándo? —Arkady.
—En un mes...
—En unos días. Debo tener una cara identificable en días.
—Renko, es usted el típico investigador. No oyó una palabra
de lo que dije. No me decidí a hacer la cara. El procedimiento
es muy complicado, y lo llevo a cabo en mi tiempo libre.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 117

—Un sospechoso se irá de Moscú en una semana.


—Pero no puede salir del país, así...
—Sí va a marcharse.
—¿No es ruso?
—No.
—¡Ah! —el enano se echó a reír—. Ya veo. No me cuente
nada más, por favor.
Andreev se subió a un banco, se rascó el mentón y miró la luz
del cielo. Arkady temía que rehusara hacer la cabeza.
—Bien, llegó aquí intacta, en gran parte, salvo por el rostro.
Le tomé fotos, de manera que no tendré que desperdiciar
tiempo reconstruyendo el cuello y la línea del maxilar. Las
ligaduras musculares están todavía en la cara, las
fotografiamos y dibujamos. Conocemos el color de su cabello y
corte. En cuanto obtenga un vaciado de un cráneo limpio
supongo que podré comenzar.
—¿Cuándo tendrá el cráneo limpio?
—¡Muy bien investigador! ¿Por qué no se lo pregunta al
comité de limpieza?
Andreev se estiró y tiró de un cajón hondo. Dentro estaba la
caja en la que Arkady había traído la cabeza. Andreev levantó
la tapa. En el interior había una masa brillante, y le costó a
Arkady unos instantes percatarse de que la masa se movía;
estaba compuesta de escarabajos, un mosaico de insectos
semejantes a joyas que se alimentaban de la carne del exterior
y del interior de la cabeza.
—Pronto estará limpio —prometió Andreev.

Desde la sala de teletipos de la milicia, en la calle Petrovka,


Arkady pidió un nuevo boletín sobre homicidios, no sólo al
oeste de los Urales, sino a toda la república, incluyendo
Siberia. Continuaba preocupado por el hecho de que los tres
cadáveres no habían sido identificados. Todo el mundo estaba
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 118

documentado, unos se vigilaban a los otros. ¿Cómo podían


permanecer perdidas tanto tiempo tres personas? Y la única
conexión con alguien eran los patines de hielo de Irina
Asanova, originaria de Siberia.
—En Komsomolsk van diez horas adelantados con respecto a
Moscú —dijo el operador del teletipo—. Allí ya es de noche. No
obtendremos ninguna respuesta hasta mañana.
Arkady encendió un cigarrillo. La primera inhalación le
provocó un acceso de tos. Era a causa de la lluvia y sus
vapuleadas costillas.
—Debería ver a un doctor.
—Conozco un doctor. —Se puso el puño en la boca y se
marchó.
Cuando llegó Arkady, Levin estaba en la sala de autopsias
trabajando en un cadáver que tenía los labios castaños. Al
verlo vacilante en la puerta, el patólogo se limpió las manos y
salió de la sala.
—Fue suicidio. Con gas, y además se cortó las venas de las
muñecas y el cuello —dijo Levin—. Te explicaré un nuevo
chiste. El secretario Brezhnev llama al premier Kosygin a su
oficina y le dice: «Aleksev, mi queridísimo camarada y más
viejo amigo, acabo de oír un rumor perturbador: que eres
judío». «Pero es que no lo soy», contestó el premier Kosygin
impresionado. El secretario Brezhnev saca un cigarrillo de su
pitillera de oro, lo enciende y asiente con la cabeza —la cabeza
angosta de Levin acompañó con mímica su historia—, y le dice:
«Bien, Aleksev, piensa en esto».
—Es un chiste viejo.
—Es una versión nueva.
—Tienes fijación con los judíos —dijo Arkady.
—Tengo fijación con los rusos.
El frío del sótano le causó un acceso de tos. Levin dijo:
—Ven conmigo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 119

Subieron a la oficina de Levin donde, ante el asombro de


Arkady, el patólogo abrió una botella de coñac auténtico y sacó
dos copas.
—Aunque seas un investigador principal, tienes mal aspecto.
—Necesito una píldora.
—Renko, el «héroe del trabajo», toma.
El coñac dulzón se absorbió en la masa ubicada a lo largo del
corazón de Arkady. Nada parecía llegar a su estómago.
—¿Cuánto has bajado de peso últimamente? —le preguntó
Levin—. ¿Has dormido bien?
—Tú tienes píldoras.
—¿Para la fiebre, los escalofríos, el flujo nasal? ¿Para tu
trabajo?
—Un analgésico.
—Cúrate solo. ¿No te das cuenta cuándo tienes miedo? No el
«héroe del trabajo» —Levin se inclinó hacia delante—. Deja el
caso.
—Estoy tratando de pasarlo a otros.
—No lo pases. Déjalo.
—Cállate.
Tosiendo nuevamente, Arkady dejó su copa y se inclinó,
aguantándose las costillas. Sintió la mano helada de Levin
introducirse en su camisa y pasar por la hinchazón blanda
situada en medio de su pecho. Levin emitió un silbido. Para
cuando terminó el acceso de tos de Arkady, Levin ya se había
sentado en su escritorio y escribía en una hoja de papel.
—Informaré a la oficina del fiscal que tienes una masa
coagulada resultante de contusiones y hemorragia en la
cavidad del pecho y que necesitas estar bajo observación
médica por si se presenta pirenemia y peritonitis, eso sin
mencionar la posibilidad de que tengas una costilla rota.
Iamskoy te hará ir un par de semanas a un sanatorio.
Arkady cogió el papel y lo tiró al suelo.
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—Esta receta —Levin escribió otra nota— es para que


consigas un antibiótico. Esto —abrió un cajón del que sacó una
botella de píldoras pequeñas que dio a Arkady— te ayudará a
aliviar la tos. Toma una.
Era codeína. Arkady tragó dos píldoras y se guardó el frasco
en su chaqueta.
—¿Cómo te hiciste esa hinchazón? —preguntó Levin.
—Alguien me pegó.
—¿Con una cachiporra?
—Con los puños, me parece.
—No debes acercarte a ese sujeto. Ahora, si me permites,
regresaré a un suicidio limpio y rápido.
Una vez que se fue Levin, Arkady se quedó en la oficina
mientras la codeína se propagaba por sus venas como un
bálsamo. Con el pie acercó la papelera por si vomitaba, luego
se sentó quieto y reflexionó acerca del cadáver de abajo.
¿Tenía cortadas ambas muñecas y el cuello? ¿Y gas, además?
¿Se trató de rabia animal o meticulosidad filosófica? ¿Fue en
una bañera o en el suelo? ¿Bañera privada o pública?
Precisamente cuando estaba seguro de que se iba a poner
enfermo, la náusea cedió e inclinó su cabeza hacia atrás.
Un ruso se mata; eso tenía sentido. Pero, honradamente,
¿qué tenía que ver un cadáver ruso con un turista? Tres
cadáveres —eso tenía un timbre capitalista—, pero aun así, ¿en
qué momento podría un turista disparar a gente? ¿Qué tesoro
ruso merecería hacer tal cosa? Desde otro punto de vista, ¿qué
amenaza podían representar tres pobres trabajadores contra
un hombre que simplemente podía abordar un avión y volar a
los Estados Unidos, Suiza, la Luna? Entonces, ¿por qué seguía
semejante teoría tras haberla concebido? ¿Para entregar el
caso al KGB? ¿Para ridiculizar al KGB? ¿O bien, ya en el terreno
personal, para demostrar a alguien que ser investigador
equivalía en realidad a ser algo, quizás hasta un héroe, como
sugirió Levin? ¿Tal vez ese alguien dejara a Schmidt y regresara
a casa? La respuesta era afirmativa para todas las preguntas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 121

Subsistía una posibilidad más intrigante: que el propio


investigador hubiera descubierto —por accidente, como
cuando un hombre pasa ante un espejo y advierte de pronto
que no se ha afeitado, o que su chaqueta está gastada por el
cuello— la pobreza de su trabajo. O lo que era peor, su
inutilidad. ¿Era un investigador principal o un procesador de
muertos, un adjunto de la morgue, cuyo trabajo documental
era un sustituto de los últimos ritos? Era un punto pequeño, y
meramente indicativo de la realidad socialista (después de
todo, ¡sólo Lenin vive!). Lo que era más importante, en lo
tocante a su carrera, todo el mundo tenía razón. A menos que
se convirtiera en «apparatchik» del Partido, ya había llegado a
lo más alto que podría llegar. Después de esto, nada más. ¿Era
posible, tenía la imaginación necesaria para resolver un caso
complicado, lleno de extranjeros misteriosos, traficantes del
mercado negro o informantes, toda una población de vapores
ficticios surgidos de tres cadáveres? ¿Sería todo eso un juego
del investigador contra él mismo? Existía cierta posibilidad de
que así fuera.
Cuando salió de la morgue llovía, caminaba con la cabeza
metida entre los hombros. En la plaza Dzershinsky la multitud
corría rumbo a la estación del metro. Había una cafetería junto
a la tienda de artículos infantiles al otro lado de la plaza desde
Lubyanka. Tenía que comer algo; esperaba que el tránsito
pasara cuando oyó que le llamaban.
—¡Por acá!
Una figura salió de un arco bajo para sacar a Arkady de
debajo de la lluvia. Era Iamskoy, que cubría su uniforme de
fiscal con una trinchera azul, llevaba un sombrero dorado que
le tapaba su cabeza rasurada.
—Camarada magistrado, ¿conoce usted a nuestro
investigador principal Renko? —Iamskoy llevó a Arkady ante un
anciano.
—¿Es el hijo del general? —el magistrado tenía los ojos
pequeñitos junto a una nariz afilada.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 122

—El mismo.
—Mucho gusto en conocerle —el magistrado le extendió su
mano pequeña y nudosa. Pese a la reputación del magistrado,
Arkady estaba impresionado. Había sólo doce magistrados de
la Corte Suprema.
—El gusto es mío. Voy camino a la oficina —Arkady dio un
paso atrás hacia la calle, pero Iamskoy no le soltó el brazo.
—Ha estado trabajando desde antes de la salida del sol. Cree
que no sé cuántas horas trabaja —dijo Iamskoy al magistrado
—. Es el trabajador más creativo y decidido. ¿Ambas cosas no
van siempre unidas? ¡Basta! El poeta deja su pluma, el asesino
deja su hacha, y aun usted, investigador, debe descansar de
vez en cuando. Venga con nosotros.
—Tengo mucho trabajo que hacer —protestó Arkady.
—¿No quiere acompañarnos? No lo toleraré —Iamskoy
arrastró también al magistrado.
La arcada conducía a un pasaje cubierto que Arkady nunca
antes había visto. Dos milicianos que llevaban la insignia de la
división de seguridad interna se hicieron a un lado.
—Además ¿no le importa si lo exhibo un poco, ¿verdad?
El pasaje conducía a un patio de relucientes limusinas
Chaika. Más expansivo a cada paso, Iamskoy los guió a través
de una puerta de hierro a un salón iluminado por lámparas de
cristal en forma de estrellas blancas, y por un pasillo
alfombrado a una sala con paneles de madera y angostas
casillas de caoba. Las lámparas en forma de estrella de esta
zona eran rojas; la pared de la sala estaba decorada con una
vista del Kremlin fotografiado de noche. Una bandera roja
ondeaba sobre la cúpula verde del viejo senado.
Iamskoy se desnudó. Su cuerpo era sonrosado, muy
musculoso y casi lampiño, excepto por la entrepierna. Un
mechón de pelo blanco cubría el pecho cóncavo del
magistrado. Arkady también se quitó la ropa. Iamskoy vio de
manera casual la hinchazón negra de su pecho.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 123

—Un trabajo duro, ¿eh?


Tomó una toalla de su casillero y la ató como una bufanda
alrededor del cuello de Arkady para ocultar la magulladura.
—Tenga: ahora ya parece un ciudadano normal. Éste es una
especie de club privado, sígame. ¿Listo, camarada magistrado?
El magistrado se puso una toalla alrededor de la cintura;
Iamskoy enrolló la suya a su hombro y se acercó a Arkady
poniendo su brazo alrededor de la espalda del investigador,
susurrándole con una jovial confianza que excluía al anciano:
—Hay casas de baños y casas de baños. A veces un
funcionario necesita refrescarse, ¿correcto? No se le puede
pedir que haga cola junto al público, no con una gota como la
del magistrado.
Pasaron por un corredor de mosaico, ventilado por
acondicionadores de aire que arrojaban aire caliente en un
sótano lo suficientemente grande como para poder albergar
una amplia piscina con agua caliente sulfurosa. Alrededor de la
piscina, cobijadas por arcadas bizantinas y ocultas
parcialmente por biombos de madera labrada había alcobas
provistas de mesas mongólicas de patas cortas y canapés. En
el borde de la piscina respirando el vapor del agua se sentaban
unos bañistas.
—Esto se construyó durante la época del culto a la
personalidad —le dijo Iamskoy a la oreja de Arkady—. Los
interrogadores de la Lybyanka trabajaban las veinticuatro
horas, por lo que se decidió que deberían tener un lugar para
descansar entre los interrogatorios. Se bombeó agua de las
corrientes subterráneas del Neglinaya, se calentó y mezcló con
sales. Precisamente al terminarse la instalación, él murió y se
abandonó el lugar. Últimamente, se ha reconocido que era una
tontería no utilizarla. Ha sido —apretó el brazo a Arkady—
rehabilitada.
Guió a Arkady a una alcoba donde dos hombres desnudos
estaban sentados sudando ante una mesa sobre la que había
tazones llenos de caviar y salmón en hielo picado, platos con
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pan blanco en delgadas rebanadas, mantequilla suave y


limones, agua mineral y botellas de vodka simple y de sabores.
—Camaradas, primer secretario del procurador general y
académico, quiero que conozcan a Arkady Vasilevich Renko,
investigador a cargo de homicidios.
—Hijo del general —el magistrado se sentó, ignorado.
Arkady estrechó las manos de los funcionarios. El primer
secretario era algo flaco y velludo como un mono, mientras
que el académico se parecía a Khrushchev, pero la atmósfera
era relajada y cordial, similar —pensó Arkady— a la que una
vez vio en la escena de una película en la que aparecía el zar
Nicolás bañándose con su estado mayor. Iamskoy sirvió vodka
Petrovska aderezado y puso caviar en el pan de Arkady. No era
caviar prensado sino natural, tan grande como balines, una
clase que Arkady no había visto en las tiendas desde hacía
años. Se lo comió en dos bocados.
—El investigador Nikitin, ¿recuerdas?, tenía unos
antecedentes casi perfectos. Arkady Vasilevich también posee
un historial perfecto. Así que te advierto —dijo Iamskoy en tono
ligeramente burlón—, si proyectas deshacerte de tu esposa,
mejor busca otra ciudad para hacerlo.
Bocanadas de vapor llegaban de la piscina penetrando por
debajo del biombo y dejando en la boca el sabor a azufre. Sin
embargo no era una sensación desagradable, más bien fijaba
el aroma del vodka. Una persona no tiene por que ir a un
balneario para hacerse una cura, pensó Arkady, con sólo
bañarse bajo la plaza Dzershinsky donde estaban los héroes
pasados de peso, tendría bastante.
—Dinamita blanca de Siberia —dijo el primer secretario,
llenando el vaso de Arkady—. Alcohol puro.
El académico, conjeturó Arkady, pertenecía a este círculo
exclusivo dedicado no a labores ordinarias como investigación
médica, sino a ideólogo.
—La historia nos muestra la necesidad de mirar hacia
Occidente —dijo el académico—. Marx demostró la necesidad
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del internacionalismo. Por esto tenemos que estar pendientes


de esos granujas de los alemanes. En cuanto dejemos de
vigilarlos volverán a unirse, créanme lo que les digo.
—Son ellos quienes introducen droga en Rusia —convino con
energía el primer secretario—, los alemanes y los checos.
—Es preferible que diez asesinos queden libres a un
traficante de drogas —dijo el magistrado. Su pecho estaba
salpicado de caviar.
Iamskoy hizo un guiño a Arkady. Después de todo, la oficina
del procurador sabía que eran los georgianos quienes traían el
cannabis a Moscú y que los estudiantes de química de la
universidad preparaban el LSD. Arkady medio escuchaba
mientras comía salmón con olor a eneldo, y casi se durmió
mientras descansaba en el canapé. También Iamskoy parecía
contento con lo que escuchaba y mantenía los brazos
cruzados; comía, más que bebía; la conversación se
desenvolvía a su alrededor al igual que el agua que fluye por
las rocas.
—¿No está de acuerdo, investigador?
—¿Disculpen? —Arkady había perdido el hilo de la
conversación.
—¿Acerca del «vronskyismo»? —preguntó el primer
secretario.
—Eso fue antes de que Arkady Vasilevich se uniera a nuestra
oficina —comentó Iamskoy.
Vronsky. Arkady recordó el nombre del investigador de la
oficina regional de Moscú, quien no solamente defendió los
libros de Solzhenitsyn sino que también criticó la vigilancia a
los activistas políticos. Naturalmente, Vronsky ya no era
investigador y la mención de su nombre suscitaba náusea en la
comunidad judicial. El «vronskyismo» era una palabra
diferente, empero, más vaga y escalofriante, la brisa de una
nueva dirección.
—Lo que debe atacarse, desarraigarse y destruirse —explicó
el académico— es, generalmente, la tendencia a colocar los
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 126

legalismos por encima de los intereses de la sociedad e


individualmente, la tendencia entre los investigadores a
colocar su interpretación de la ley sobre las metas aceptadas
por la justicia.
—El individualismo es otro nombre del «vronskyismo» —
agregó el primer secretario.
—Y un intelectualismo egoísta —dijo el académico—, que se
nutre del «carreristas» y se halaga a sí mismo con éxitos
superficiales que socavan los intereses tácitos, básicos de la
estructura mayor.
—Porque —intervino el primer secretario— la solución de
cualquier crimen en particular (ciertamente, las leyes en sí)
son el único papel que martillea al sistema concreto del orden
político.
—Cuando tenemos una generación de abogados e
investigadores que confunden la fantasía con la realidad —dijo
el académico—, y cuando las leyes de papel debilitan a los
órganos de la justicia, entonces ha llegado la hora de eliminar
ese martilleo.
—Y si al mismo tiempo caen algunos cuantos vronskyistas,
tanto mejor —dijo el primer secretario a Arkady—, ¿No está
usted de acuerdo?
El primer secretario se inclinó hacia delante, apoyando los
nudillos sobre la mesa, el académico hizo girar su redondo
vientre de payaso hacia Arkady, quien notó la mirada de
soslayo que le lanzaba Iamskoy. El fiscal debió saber, al llamar
a Arkady en la calle, a dónde conduciría la conversación en la
casa de baños. Los ojos pálidos de Iamskoy decían:
concéntrese... tenga cuidado.
—Vronsky —contestó Arkady—, ¿no era también escritor?
—Es cierto —dijo entonces el primer secretario—, un buen
punto.
—También era judío —dijo el académico.
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—Entonces —mientras hablaba Arkady envolvió en pan


blanco un trozo de salmón—, se podría decir que debemos
estar pendientes de todos los investigadores que son también
judíos y escritores.
El primer secretario abrió los ojos. Miró al académico y a
Iamskoy, y luego otra vez a Arkady. Una sonrisa se dibujó en su
boca, seguida del estruendo de una risotada.
La conversación versó luego sobre platillos, deportes y sexo,
y al cabo de unos minutos Iamskoy llevó a Arkady a dar un
paseo alrededor de la piscina. Habían llegado más
funcionarios, que flotaban como morsas en el agua caliente o
se movían como sombras blancas y sonrosadas tras los
biombos.
—Hoy te sientes especialmente sutil, bastante confiado para
eludir la acometida. Bien, me agrada ver eso —Iamskoy dio
unas palmadas leves a Arkady en la espalda—. De cualquier
modo, la campaña contra el «vronskyismo» comenzará en un
mes. Estás advertido.
Arkady pensó que Iamskoy le llevaría fuera de la casa de
baños, pero entraron en una alcoba donde un joven ponía
mantequilla en rebanadas de pan.
—Mire, ustedes deben conocerse. Yevgeny Mendel, tu padre y
el de Renko fueron buenos amigos. Yevgeny pertenece al
Ministerio de Comercio —Iamskoy le dijo a Arkady.
Sentado, Yevgeny intentó hacer una inclinación de cabeza. Su
vientre era blando y su bigote tupido. Era más joven que
Arkady, que recordaba a un muchacho regordete que siempre
parecía estar llorando.
—Es un experto en comercio internacional —Iamskoy hizo
que Yevgeny se sonrojara—, de la nueva especie.
—Mi padre... —empezaba a decir Yevgeny cuando Iamskoy se
excusó para dejarlos solos.
—¿Sí? —Arkady alentó a Yevgeny para que continuara la
conversación.
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—Un momento —dijo Yevgeny, que se concentraba en untar


la mantequilla y añadir caviar a las rebanadas de pan que
parecían un girasol con pétalos amarillos y el centro blanco.
Arkady se sentó y se sirvió una copa de champaña.
—Me especializo en compañías norteamericanas —Yevgeny
levantó la vista de su labor artística.
—¿Eh? Debe de ser un nuevo campo de actividad —preguntó
Arkady en el momento en que reapareció Iamskoy.
—No, de ninguna manera, no. Trabajan allí un gran número
de antiguos amigos. Armand Hammer, por ejemplo, fue
compañero de Lenin. La empresa Chemico construyó plantas
de amoníaco para nosotros en los años treinta. Ford nos fabricó
camiones en esa misma época, y pensamos que íbamos a
trabajar con ellos otra vez pero todo se complicó. El Chase
Manhattan ha sido corresponsal del Vneshtorgbank desde el
1923.
La mayoría de esos nombres eran desconocidos para Arkady,
pero la voz de Yevgeny se le hacía cada vez más familiar.
No recordaba haberlo visto desde hace años.
—Buen champaña —comentó, dejando su copa.
—Es Soviet Sparkling. Vamos a exportarlo —Yevgeny levantó
los ojos con el rostro lleno de orgullo infantil.
Arkady oyó que se abría la puerta. Entró un hombre de edad
mediana, alto, delgado y tan moreno que al principio creyó que
podía ser un árabe. Sus ojos eran negros y su cabello lacio y
blanco; su nariz larga y su boca casi femenina formaban una
extraordinaria combinación equina, bien parecida. En la mano
con que sujetaba la toalla llevaba una sortija de oro con sello.
Fue entonces cuando Arkady vio que su piel era correosa,
curtida, más que oscura, por todas partes.
—Estupendo —comentó el hombre, de pie junto a la mesa.
De su cuerpo mojado resbalaban gotas de agua sobre los
canapés preparados como regalos perfectamente envueltos—.
No me atrevo a comerme uno.
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Miró a Arkady sin curiosidad. Incluso sus cejas parecían estar


arregladas. Su ruso era excelente, como lo sabía Arkady, pero
las grabaciones no habían incluido la cualidad del aplomo
animal.
—¿Pertenece a tu oficina? —preguntó el recién llegado a
Yevgeny.
—Es Arkady Renko. Es... bueno, no sé qué.
—Soy investigador —dijo Arkady.
Yevgeny sirvió champaña y pasó el plato de canapés
alrededor de la mesa. Su invitado se sentó, sonriente; Arkady
nunca antes había visto dientes tan brillantes.
—¿Qué es lo que investiga?
—Homicidios.
El cabello de Osborne era más plateado que blanco y estando
húmedo le colgaba sobre las orejas aunque se lo había secado
con la toalla. Arkady no pudo ver si alguna de las orejas tenía
cicatrices. Osborne llevaba un grueso reloj de oro que se puso
en la muñeca.
—Yevgeny —dijo—, espero una llamada telefónica. ¿Serías un
ange sur la terre y querrías ir a esperar a la centralita por mí?
De una bolsa de gamuza sacó un cigarrillo que encendió con
un encendedor de lapislázuli y oro. Al salir Yevgeny, el biombo
se tambaleó.
—¿Habla usted francés?
—No —Arkady mintió.
—¿Inglés?
—Tampoco —volvió a mentir.
Había visto gente como ésta sólo en las publicaciones
occidentales, pero siempre pensó que su lustre era debido al
papel de las revistas y no a ellos mismos. Su pura suavidad
física era extraña, intimidatoria.
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—Es interesante que después de todas las visitas que he


hecho a esta ciudad ésta sea la primera vez que me encuentro
con un investigador.
—Usted nunca ha cometido un delito, señor... perdone, no sé
cómo se llama usted.
—Osborne.
—¿ Norteamericano?
—Sí. ¿Cómo se apellida usted?
—Renko.
—Es usted joven para ser investigador, ¿no?
—No. Su amigo Yevgeny habló de champaña. ¿Eso es lo que
usted importa?
—Importo pieles.
Habría sido fácil decir que Osborne era más una colección de
artículos costosos: anillo, reloj, perfil, dientes, que una persona;
tenía una actitud socialista correcta y en parte era cierto, pero
no tomaba en cuenta lo que Arkady no había esperado, una
sensación de poder contenida. El mismo era demasiado
hinchado e inquisitivo. Tenía que cambiar eso.
—Siempre quise un sombrero de piel —dijo Arkady—. Y
conocer norteamericanos. He oído decir que son como
nosotros: francos y de un gran corazón. Y visitar Nueva York, el
Empire State Building y Harlem. Qué gran vida debe usted
llevar viajando alrededor del mundo.
—No en Harlem.
—Disculpe —Arkady se puso en pie—. No quiero robarle más
tiempo, usted conoce a gente importante de aquí con la que le
gustaría hablar y seguramente es demasiado amable como
para pedirme que me vaya.
Fumando su cigarrillo, Osborne lo observaba
inexpresivamente hasta que Arkady hizo el intento de
marcharse hacia la piscina.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 131

—Insisto en que se quede —dijo Osborne con rapidez—. Por lo


general no converso con investigadores. Quiero aprovechar la
oportunidad y pedirle que me hable de su trabajo.
—Como usted quiera. Aunque por lo que he leído acerca de
Nueva York lo que hago aquí le parecerá aburrido. Sólo hay
problemas domésticos, pandillaje... Tenemos asesinatos, pero
casi invariablemente se cometen al calor de la ira o bajo la
influencia del alcohol —se encogió de hombros como
disculpándose y bebió champaña—. Muy dulce. Realmente
debería importarlo.
—Hábleme de usted —Osborne le sirvió a Arkady más
champaña.
—Podría continuar durante horas —contestó con entusiasmo
el investigador, quien bebió de un trago el contenido de su
copa—. Tuve unos padres maravillosos, iguales a mis abuelos.
En la escuela me relacioné con maestros y compañeros
siempre dispuestos a ayudarme. Ahora, cada una de las
personas con las que trabajo en equipo merecen que se
escriba un libro acerca de sus realizaciones.
—¿Alguna vez —Osborne se quitó la boquilla del cigarrillo de
la boca, sonriente— habla usted de sus fracasos?
—En lo que a mi persona concierne —dijo Arkady—, nunca he
tenido un fracaso.
Soltó la toalla de alrededor de su cuello y la dejó caer sobre
la de Osborne que la había dejado a un lado. El norteamericano
observó la hinchazón descolorida de su pecho.
—Un accidente —dijo Arkady—. He intentado ponerme bolsas
de agua caliente y aplicarme lámparas caloríficas, pero nada es
mejor que un baño en aguas azufrosas para aliviar la
congestión. Los doctores dicen muchas cosas pero los viejos
remedios son siempre los mejores. En resumen, la criminología
socialista es el campo donde los grandes avances de...
—Volviendo a eso —la interrumpió Osborne—, ¿cuál ha sido
su caso más interesante?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 132

—¿Se refiere usted a los cadáveres del parque Gorki? ¿Me


permite? —Arkady cogió uno de los cigarrillos de Osborne y usó
su encendedor, admirando su piedra azul—. El lapislázuli más
fino proviene de Siberia; nunca antes lo había visto.
»La prensa no ha publicado nada al respecto —Arkady exhaló
una bocanada de humo— pero acepto el hecho de que un
asunto tan extraño se vuelve tema de rumores.
Particularmente —esgrimió un dedo como lo haría un maestro
a un estudiante travieso— entre la comunidad extranjera, ¿sí?
No se puede decir si sus palabras habían producido algún
efecto. Osborne se reclinó hacia atrás.
—No sabía nada de eso —dijo Osborne al prolongarse
demasiado el silencio.
Yevgeny Mendel entró diciendo que no había habido llamadas
telefónicas. De inmediato Arkady se levantó y presentó sus
excusas por haberse extendido demasiado; les agradeció su
hospitalidad y su champaña. Cogió la toalla de Osborne y se la
colgó del cuello.
Éste lo miró de forma distante, sin dejar oír su voz hasta que
Arkady llegó a la altura del biombo.
—¿Quién es su superior? ¿Quién es el investigador principal?
—Soy yo —Arkady lanzó una última y alentadora mirada. Ya
junto a la piscina, se sintió agotado. De pronto Iamskoy
apareció a su lado.
—Espero haber tenido razón respecto a que el padre de usted
y el de Mendel fueron amigos —dijo—. Y no se preocupe mucho
por el «vronskyismo». Cuenta usted con mi decidido apoyo
para continuar sus investigaciones como sólo usted sabe
hacerlo.
Arkady se vistió y volvió sobre sus pasos desde la casa de
baños hasta la calle. La lluvia se había convertido en neblina.
Caminó subiendo por la calle Petrovska hasta el tibio
laboratorio forense del coronel Lyudin, a quien le entregó la
toalla húmeda de Osborne.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 133

—Tus muchachos han estado tratando de ponerse en


contacto contigo toda la tarde —dijo Lyudin antes de tomar la
toalla para examinarla.
Arkady llamó al hotel Ucrania. Pasha contestó y, con orgullo,
le hizo saber que él y Fet habían estado interceptando el
teléfono del traficante del mercado negro Golodkin. Habían
oído a un hombre pedirle a Golodkin que se reuniera con él en
el parque Gorki. Pasha creía que quien había llamado era
norteamericano o estoniano.
—¿Americano o estoniano?
—Quiero decir que hablaba muy bien el ruso, aunque algo
diferente.
—De todos modos, eso constituye una violación de la vida
privada, Pasha, artículos 12 y 134.
—No me hagas reír. Después de todas las grabaciones que
hemos estado...
—¡Eran grabaciones del KGB! —hubo un silencio doloroso en
el otro extremo de la línea hasta que Arkady dijo—: Está bien.
—No soy un teorizante como tú —contestó Pasha—. Se
necesita ser un genio para saber lo que va en contra de la ley.
—Bien. Así que tú estuviste en ese extremo y Fet cubrió la
reunión. ¿Se llevó una cámara? —preguntó Arkady.
—Como tardó tanto en buscar la cámara ya no los encontró.
Anduvo por todo el parque y no llegó a verlos.
—Bueno, al menos podemos usar tu grabación y tratar de
comparar...
—¿Una grabación?
—Pasha, violaste la ley para escuchar el teléfono de
Golodkin, ¿y no te molestaste en grabar lo que decía?
—Realmente... no.
Arkady colgó el auricular.
El coronel Lyudin le llamó desde el laboratorio.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 134

—Mira, investigador. He encontrado diez cabellos en la toalla.


He cogido uno, lo he cortado y puesto bajo el microscopio para
compararlo con un pelo de la gorra que hallaste antes, está en
el otro microscopio. El de la gorra es gris tendiendo a blanco y
su sección transversal es ovoide, lo que significa que el cabello
es rizado. El nuevo de la toalla tiene un color parecido al
cromo, bastante atractivo, y es perfectamente redondo
transversalmente, lo que indica cabello lacio. Continuaré con
un análisis proteínico, pero ya te puedo asegurar que esos
cabellos no pertenecen a la misma persona. Mira.
Arkady miró. Osborne no era el hombre que había dicho: Son
oja Bitch.
—Buena prenda —Lyudin tocó con el dedo la toalla—. ¿La
quieres?
El vodka y la codeína hacían efecto en Arkady, quien se
dirigió a la comisaría de la milicia en la calle Petrovska para
tomar una taza de café. «¡Vaya detectives! Tratando de
encontrar una cámara mientras un personaje misterioso
(estoniano o norteamericano) se paseaba por el parque Gorki
sin ser observado. ¡Vaya investigador! Robo una toalla que
exculpa al único sospechoso. Me iría a casa, si la tuviera.»—
¿Investigador principal Renko? —preguntó un oficial—.
Tenemos una llamada para usted en la sala de teletipos, desde
Siberia.
—¿Ya?
La llamada era de un detective de la milicia de nombre
Yakutsky, en Ust-Kut, cuatro mil kilómetros al este de Moscú. En
respuesta al boletín dirigido a toda la república, Yatutsky
informó que Valerya Semionovna Davidova, de 19 años de
edad, residente de Ust-Kut, era buscada por el robo de
materiales del Estado. La camarada Davidova estaba
acompañada de Konstantin Ilyich Borodin, de 24 años,
perseguido también por el mismo delito.
Arkady buscó en un mapa el sitio donde se encontraba Ust-
Kut.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 135

Borodin, dijo el detective Yakutsky, era un pandillero de la


peor ralea, un trampero traficante en pieles, también traficaba
con piezas de aparatos de radio en el mercado negro, que
tenían mucha demanda. Se sospechaba que explotaba
depósitos ilegales de oro. Con la construcción del ferrocarril
Baikal-Amur-Mainline, Borodin dispuso con regularidad de
piezas de recambio para camiones. Perseguidos por la milicia,
él y la chica Davidova habían desaparecido. Yakutsky creía que
se habían refugiado en alguna choza en la taiga o bien que ya
estaban muertos.
Ust—Kut. Arkady movió de un lado a otro la cabeza. Nadie de
ese lugar había llegado nunca a Moscú, dondequiera que ese
lugar estuviera. Quería tratar con gentileza al detective
siberiano. Todos formamos parte de una república, pensó. Se
decía «Yakutsky» a todos los nativos de Yakut. Arkady se
imaginó una peculiar cara oriental distante en el teléfono.
—¿Precisamente dónde y cuándo fueron vistos por última
vez? —preguntó.
—En Irkutsk, en octubre.
—¿La chica o el joven sabían cómo restaurar iconos?
—Todos los que crecen aquí aprenden a labrar la madera —la
conexión empezó a deliberarse.
—Bueno —dijo Arkady con premura—, envíeme las fotos e
información que tenga.
—Espero que sean ellos.
—Claro.
—Konstantin Borodin es Kostia el Bandido... —la voz era
apenas perceptible.
—No he oído hablar de él.
—Es famoso en Siberia...

Tsypin el asesino saludó a Arkady en una celda de la prisión


de Lefortovo. No llevaba camisa, pero sus tatuajes de urka le
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 136

cubrían el cuerpo hasta el cuello y las muñecas. Se sujetaba


con las manos los pantalones.
—También me quitaron los cordones de los zapatos. ¿Ha oído
usted decir alguna vez que alguien se haya ahorcado con los
cordones de los zapatos? Bueno, me atraparon otra vez. Ayer
lo vi a usted y todo iba bien. Hoy, dos tipos me asaltan en la
carretera y tratan de robarme.
—¿Donde vendía usted gasolina?
—Así es. ¿Qué quería que hiciera? Le pegué a uno con una
llave de tuercas y cayó muerto. El otro se alejó en un automóvil
cuando la milicia se aproximaba. Allí estaba yo, con la llave en
la mano y el muerto. ¡Dios mío! Le llegó la hora Tsypin.
—Quince años de cárcel.
—Si tengo suerte —Tsypin se volvió a sentar en su banco. La
celda tenía también una litera atornillada a la pared y una jarra
de agua para lavarse. La puerta tenía dos trampillas, una
pequeña para que el guardia mirara adentro y otra mayor para
entregar la comida.
—No puedo hacer nada por usted —dijo Arkady.
—Lo sé. Esta vez se me acabó la suerte. Tarde o temprano
eso le pasa a todos, ¿no? —Tsypin puso una cara más amistosa
—. Pero mire, investigador, yo le he ayudado mucho a usted.
Cuando necesitaba usted información yo se la proporcionaba.
Nunca le fallé porque nos respetábamos mutuamente.
—Le pagué por ello —Arkady suavizó lo que dijo dando a
Tsypin un cigarrillo y encendiéndoselo.
—Usted sabe lo que quiero decir.
—No le puedo ayudar, y usted lo sabe. Se trata de homicidio
con agravantes.
—No hablaba de mí. ¿Recuerda a Swan?
No demasiado bien. Arkady recordaba una figura extraña que
se había mantenido a distancia en un par de ocasiones que se
reunió con Tsypin.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 137

—Claro.
—Siempre hemos estado juntos, aun en los campos de
trabajo. Yo siempre he sido el que aportaba el dinero,
¿entiende? Swan se va a ver en aprietos. Es decir, yo tengo
muchos problemas y no quiero preocuparme por él también.
Usted necesita un informante. Swan tiene teléfono, incluso un
automóvil, sería perfecto para usted. ¿Qué dice? Póngalo a
prueba.
Cuando Arkady salió de la prisión, Swan esperaba junto a un
poste de alumbrado público. Su chaqueta de cuero hacía
resaltar lo angosto de sus hombros, su largo cuello y el cabello
corto. En un campo de prisioneros un ladrón profesional tendía
a escoger a un convicto aficionado, cometer sodomía con él
para después echarlo de la cama a puntapiés. Esto hacía al
ladrón, al de arriba, más masculino. El «chivo», el de abajo, era
el detestado afeminado. Sin embargo, Swan y Tsypin eran una
verdadera pareja, una rareza, y nadie llamaba chivo a Swan
delante de Tsypin.
—Su amigo sugirió que usted podría hacer algún trabajo para
mí —dijo Arkady sin entusiasmo.
—Entonces lo haré —Swan poseía la extraña delicadeza de
un muñeco desportillado y gastado, cosa más notable porque
no era bien parecido. Era difícil calcular su edad, y su voz era
demasiado suave para dar una idea.
—No es mucha la paga, digamos unos cincuenta rublos, si
proporciona buena información.
—Tal vez pueda usted hacer algo por él, en vez de pagarme
—Swan miró la reja de la prisión.
—Donde irá sólo puede recibir un paquete al año.
—Quince paquetes —murmuró Swan, como si se preguntara
ya qué pondrían en ellos.
«A menos que lo fusilen de inmediato, —pensó Arkady—.
Bueno, el amor no es una flor que se marchite; es una hierba
que florece en la oscuridad. ¿Lo ha explicado a alguien alguna
vez?»
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 138

8
Aunque despuntaba ya el siglo veintiuno, Moscú conservaba
el hábito Victoriano de viajar sobre ruedas de hierro. De la
estación Kievsky, que estaba cerca del barrio extranjero y del
departamento de Brezhnev, partían los trenes hacia Ucrania.
En la estación Bielorrusia, a unos cuantos pasos del Kremlin,
fue donde Stalin abordó el tren del zar procedente de Potsdam
y desde la que Khrushchev y también Brezhnev partían con sus
trenes especiales hacia la Europa oriental para inspeccionar los
países satélites y promover la détente. De la estación Rizhsky
los trenes se dirigían a los estados del Báltico. La estación
Kursky sugería unas soleadas vacaciones en el mar Negro. A
las pequeñas estaciones de Savelovsky y Paveletsky acudía
gente de poca importancia —sólo trabajadores para ir a sus
empleos, u hordas de campesinos polvorientos como patatas
—. No obstante, las más impresionantes eran las estaciones de
Leningrado, Kazán y Yaroslavl, los tres gigantes de la plaza
Komsomol, y la más extraña era la de Kazán, cuya torre tártara
era una puerta de salida que podría llevarle a uno a miles de
kilómetros, a los desiertos de Afganistán, a la desviación de un
campo de prisioneros en los Urales, o a través de dos
continentes hasta las playas del Pacífico.
A las 6:00 de la mañana, dentro de la estación Kazán,
familias turcomanas enteras yacían tocándose pies con cabeza
sobre los bancos. Bebés con gorras de fieltro anidaban en
blandosmontones de ropa. Los soldados apoyados contra la
pared dormían tan profundamente que los mosaicos del techo,
que describían escenas heroicas, podrían haber sido su sueño
colectivo. Las lámparas de bronce brillaban. En el único puesto
de bocadillos abierto, una joven envuelta en un abrigo de piel
de conejo hablaba con Pasha Pavlovich.
—Dice que Golodkin acostumbraba extorsionarla, pero que ya
no lo hace —informó Pasha al regresar con Arkady—. También
dice que alguien le vio en el mercado de automóviles.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 139

Un joven soldado reemplazó a Pasha con la chica, quien, muy


maquillada con colorete y lápiz labial, sonreía en tanto que el
militar leía el precio escrito en la punta de su zapato; luego,
cogidos de la mano salieron por la puerta principal de la
estación mientras el investigador y el detective los seguían. La
plaza del Komsomol tenía una tonalidad azul antes del
amanecer; el único movimiento que se percibía era el de los
trenes. Arkady vio a los amantes meterse en un taxi.
—Cinco rublos —Pasha vio alejarse el taxi.
El chófer se metería en el callejón más próximo y saldría para
vigilar si se acercaba la milicia en tanto que la mujer y el joven
hacían el amor en el asiento trasero. El chófer se quedaría con
la mitad de los cinco rublos y tendría la oportunidad de vender
una botella de vodka al soldado después; el vodka era mucho
más caro que la chica. Ésta bebería algunos tragos también. En
seguida regresaría a la estación, se metería en el baño para
darse una ducha rápida y medio mareada volvería a comenzar.
Por definición las prostitutas no existían, porque la prostitución
había sido eliminada por la Revolución. Se las podía acusar de
propagar enfermedades venéreas, cometer actos depravados o
llevar una vida no productiva, mas por ley no había prostitutas.
—Allí tampoco —Pasha regresó tras hablar con las chicas de
la estación Yaroslavl.
—Vámonos.
Arkady dejó su abrigo en la parte trasera del automóvil antes
de ponerse al volante. No había escarcha y el sol ni siquiera
había salido. El cielo empezaba a aclararse por encima de los
letreros de gas neón de las estaciones. El tránsito había
aumentado un poco. Todavía estaría oscuro en Leningrado.
Algunas personas preferían Leningrado, sus canales y sus hitos
literarios. Para Arkady tenía una perpetua languidez. Prefería
Moscú, esa gran máquina abierta.
Se dirigió al sur, hacia el río.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 140

—¿No recuerdas alguna otra cosa de ese misterioso


personaje que llamó a Golodkin para concertar la cita en el
parque?
—Si yo hubiera ido al lugar de... —murmuró Pasha—. Fet no
era capaz de encontrar los cuernos en un toro.
Buscaron el automóvil de Golodkin, un Toyota. Al otro lado del
río, en la casa de baños Rzhesky, cuando se detuvieron a
tomar café y pastelillos, estaban colocando un periódico del día
en el tablero público.
—«Atletas inspirados por la inminente celebración del Día del
Trabajo» —leyó Pasha en voz alta.
—¿Prometen alcanzar más triunfos? —sugirió Arkady.
Pasha asintió, luego le miró:
—¿Tú jugaste fútbol soccer? No lo sabía.
—Fui portero.
—¡Vaya! Eso clarifica las cosas con respecto a ti.
A unas cuantas manzanas de distancia empezaban a
agruparse personas ante la casa de baños. La mitad de la
gente llevaba letreros colgados de sus chaquetas.
«Departamento de tres habitaciones, cama, y baño», decía el
de una mujer con aspecto de viuda. «Cambio cuatro
habitaciones por dos», ofrecía una recién casada resuelta a
escapar de sus padres. «Ofrezco cama», proponía un astuto
traficante en chatarra. Arkady y Pasha se encontraron a la
mitad del camino.
—Setenta rublos por dos habitaciones con plomería interior
—comentó Pasha—. No está mal.
—¿Alguna noticia de nuestro muchacho?
—Naturalmente, no tiene calefacción. No. Golodkin viene
algunas veces, otras no. Es una especie de intermediario,
¿sabes?, y recibe el 30 por ciento de lo que se negocia.
El mercado de automóviles usados estaba casi a las afueras
de la ciudad, un viaje largo prolongado aún más porque Pasha
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 141

vio un camión que vendía piñas. Por cuatro rublos compró una
del tamaño de un huevo grande.
—Es un afrodisiaco cubano —le reveló—. Algunos amigos
míos levantadores de pesas fueron allí. ¡Repámpanos! Chicas
negras, playas y alimentos no procesados. ¡Un paraíso para los
trabajadores!
El mercado de automóviles se reducía a un montón de
Pobedas, Zhigulis, Moskviches y Zaporozhets, algunos
lamentablemente viejos pero otros todavía con el olor de la
sala de exhibiciones. En una ocasión recibió al cabo de tres
años el pequeño Zaporozhets por el que había pagado tres mil
rublos. Una persona informada hubiera llevado el automóvil
inmediatamente al mercado de coches usados, vendido su
juguete en diez mil, registrado una transacción por cinco mil
rublos en la oficina del gobierno, pagando una comisión del 7
por ciento, y luego, hubiera dado media vuelta y gastado los
seis mil seiscientos cincuenta rublos en un sedán Zhiguli más
grande. El mercado era como una colmena —a la que cada
abeja traía un poco de miel—. Tal vez se encontraban ahí un
millar de abejas. Un cuarteto de mayores del ejército se reunió
alrededor de un Mercedes Benz. Arkady pasó su mano sobre un
Moskvich blanco.
—Como la piel, ¿eh? —Un georgiano con chaqueta de cuero
se detuvo junto a él.
—Es bonito.
—Ya está usted enamorado de él. Tómese el tiempo necesario
para verlo. Usted entiende de automóviles —el georgiano se
puso un dedo en el ojo—. Sólo tiene recorridos treinta mil
kilómetros. Otro le habría trucado el kilometraje, pero yo no
soy así. Todas las semanas lo lavan y le pulen. ¿Le he enseñado
los limpiaparabrisas? —los sacó de una bolsa de papel.
—Bonitos.
—Están casi nuevos. Bien, míreselo —les dio la espalda a
todos, menos a Arkady y escribió en la bolsa—: 15.000.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 142

Arkady se metió en el automóvil, hundiéndose casi hasta


tocar el suelo al sentarse en un asiento ahuecado. El volante
de plástico estaba tan agrietado como el marfil de una tumba
de elefantes. Al arrancar vio, por el retrovisor, levantarse una
nube de humo negro.
—Bien —dijo al salir del vehículo—. Después de todo el
asiento se puede rellenar y el motor reparar, pero la carrocería
es tan preciosa como los diamantes.
—Sabía que diría usted eso. ¿Lo compra?
—¿Dónde está Golodkin?
—Golodkin, Golodkin. —El georgiano se puso pensativo. ¿Era
una persona o un automóvil? Nunca había oído mencionar ese
nombre, hasta que el investigador le mostró sus credenciales
en una mano mientras en la otra tenía las llaves de encendido
—. ¡Ese Golodkin! ¡Ese miserable!
Acababa de salir. Arkady preguntó a dónde iba.
—Al Melodya. Cuando lo vea, dígale que un hombre honrado
como yo paga comisiones al Estado, no a granujas como él.
Incluso, a los funcionarios del Estado, estimado camarada, les
hago un descuento.

En la avenida Kalinin Prospekt los edificios más pequeños


eran rectángulos de cinco pisos de cemento y vidrio. Los más
grandes tenían veinticinco pisos y también eran de cemento y
vidrio. Copias de la Kalinin Prospekt podían hallarse en
cualquier ciudad nueva, pero ninguna de ellas ejemplificaba
tanto la marcha hacia el futuro como el prototipo de Moscú.
Ocho carriles de tránsito corrían en cada dirección; había pasos
subterráneos para los peatones... Arkady y Pasha esperaron en
una cafetería al aire libre en la calle, frente al angosto edificio
de la tienda de discos Melodya.
—Se divierte uno un poco más durante el verano —dijo Pasha
tiritando ante un helado de café con miel de fresa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 143

Un Toyota rojo brillante llegó por el otro lado de la calle


Kalinin y se metió en un callejón. Un minuto más tarde Feodor
Golodkin vestido con una chaqueta moderna, una gorra de
lana, botas de vaquero y pantalones de mezclilla, entró en la
tienda mientras el investigador y el detective salían del paso
subterráneo.
Por el cristal del establecimiento observaron que Golodkin no
subía al piso donde estaba la música clásica. Pasha se quedó
junto a la puerta mientras Arkady pasaba al lado de unos
muchachos que se movían al ritmo del rock'n'roll. En la
trastienda, entre bastidores de separación. Arkady percibió una
mano enguantada que buscaba álbumes políticos. Al acercarse
vio una cabellera rubia nicotinada alborotada y una cara
mofletuda con cicatrices en la boca. Un empleado salió de
detrás guardándose dinero en los bolsillos.
—El discurso de L. T. Brezhnev al vigésimo cuarto congreso
del Partido —Arkady leyó en voz alta la tapa del álbum al pasar
junto a Golodkin.
—¡Lárgate! —Golodkin le dio un codazo, Arkady le cogió por
el brazo y lo dobló hacia atrás haciendo que éste se agachara
hasta tocar la punta de sus zapatos. Tres discos resbalaron de
sus fundas y rodaron a los pies de Arkady. Era música de los
Rollings Stones, Las Hermanas Poiter.
—Uno de los congresos más interesantes —dijo Arkady.
Golodkin tenía los ojos irritados. Con su cabello largo y su
traje hecho a la medida parecía una anguila que se retorcía de
un lado a otro. En esa situación quedó hasta que Arkady
decidió llevárselo a la oficina de Novokuznetskaya. Así,
oficialmente Golodkin quedaba por entero en manos de Arkady.
No podía llamar a un abogado hasta que la investigación
estuviera acabada, y ni siquiera era necesario informar al fiscal
de un arresto en cuarenta y ocho horas. El hecho de llevar a
Golodkin al mismo lugar donde se encontraba Chuchin,
implicaba que el investigador principal para casos especiales
se había lavado las manos en lo tocante a su informador más
importante, al mismo tiempo que le ponía en peligro.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 144

—Me sorprendió tanto como a usted ver esos discos —


protestó Golodkin mientras Arkady lo conducía a la sala de
interrogatorios del primer piso—. Es una equivocación.
—Tranquilícese, Feodor —Arkady se puso cómodo al otro lado
de la mesa y colocó un cenicero de hojalata frente al prisionero
—. Fúmese un cigarrillo.
Golodkin abrió una cajetilla de Winston y le ofreció cigarrillos
a todo el mundo.
—Yo prefiero los cigarrillos rusos —dijo Arkady en tono
amistoso.
—Se reirán cuando averigüen que se trata de una
equivocación —sugirió Golodkin.
Pasha entró en la habitación cargando una pila de papeles.
—¿Es un archivo sobre mí? —dijo Golodkin—, Ahora verán
que estoy de su parte. Tengo un largo historial de servicios
prestados.
—¿Los discos? —preguntó Arkady.
—Muy bien. Seré sincero. Eso fue parte de mi infiltración en
una red de intelectuales disidentes.
Arkady golpeaba la mesa con la punta de sus dedos. Pasha
sacó una hoja con la relación de acusaciones.
—Pregunten a cualquiera sobre mí —dijo Feodor Golodkin.
—«Ciudadano Feodor Golodkin, de Serafimov Dos, ciudad y
región de Moscú —leyó Pasha—, se le acusa de impedir que
algunas mujeres tomen parte en las actividades estatales y
sociales, y de incitar a la comisión de crímenes menores.»Era
una manera eufemística de describir el tráfico de prostitutas; la
sentencia por este delito era de cuatro años de cárcel.
Golodkin se echó el pelo hacia atrás para ver mejor al
detective. Exclamó:
—¡Es ridículo!
—Espere —Arkady levantó la mano.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 145

—«Se le acusa —comentó Pasha—, de recibir comisiones


ilegales por la reventa de automóviles particulares, de
explotación en la reventa de espacios habitables, de vender
por lucro iconos religiosos.»—Todo esto es perfectamente
explicable —le dijo Golodkin a Arkady.
«Se le acusa de llevar vida de parásito», leyó Pasha. Esta vez
la anguila se retorció. El decreto contra el parasitismo fue
promulgado en un principio para los gitanos; luego se aplicó
con criterio más amplio, para incluir a los disidentes y toda
suerte de usureros. La sentencia por este cargo era nada
menos que el destierro a una cabaña más cercana a Mongolia
que a Moscú.
Golodkin desplegó una sonrisa forzada:
—Lo niego todo.
—Ciudadano Golodkin —le recordó Arkady—, usted conoce el
castigo por no cooperar en una pesquisa oficial. Como bien
dice, está familiarizado con esta oficina.
—Dije... —calló para encender uno de sus Winston y, entre el
humo, calculó el tamaño de la pila de papeles—. Solamente
Chuchin podía haberles proporcionado tantos documentos.
¡Chuchin!, que trabajaba para... —volvió a callar a pesar de la
expresión alentadora de Arkady. Acusar a otro investigador
principal era un suicidio—. Cualquier cosa... —¿Sí?
—Cualquier cosa que yo haya hecho, y no admito haber
hecho nada, lo hice en representación de esta oficina.
—¡Embustero! —Pasha se enfureció—. Debería aplastarte tu
cara de embustero.
—Sólo para congraciarme con los auténticos usureros y
elementos antisoviéticos —Golodkin se mantuvo firme.
—¿Asesinando? —Pasha levantó el brazo.
—¿Asesinando? —Golodkin abrió los ojos.
Pasha le asestó un golpe desde el otro lado de la mesa
faltándole poco para llegar al cuello de Golodkin. Arkady
detuvo con el hombro al detective. La cara de Pasha estaba
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 146

enrojecida por la ira. Había ocasiones en que Arkady realmente


disfrutaba trabajando con Pasha.
—No sé nada de ningún asesinato —balbuceó Golodkin.
—¿Para qué molestarse en interrogarle? —preguntó Pasha a
Arkady—. Todo lo que hace es mentir.
—Tengo derecho a hablar —le dijo Golodkin a Arkady.
—Es justo —Arkady se dirigió a Pasha—, Mientras hable y
diga la verdad, no se puede decir que no esté cooperando.
Ahora, ciudadano Golodkin —conectó la grabadora—,
comencemos con un relato honesto y pormenorizado de su
violación de los derechos de las mujeres.
Exclusivamente como servicio oficial, empezó Golodkin, había
proporcionado mujeres que creían tenían la edad legal a
personas reconocidas. Pasha pidió que le diera nombres.
¿Quién fornicó a quién, cuándo y por cuánto dinero? Arkady
medio escuchaba mientras leía informes de Ust—Kut que
Golodkin pensaba se referían a él. En comparación con los
pequeños delitos de los que Golodkin se vanagloriaba, la
información proporcionada por el detective Yatutsky era una
novela de Alejandro Dumas.
Cuando quedó huérfano en Irkutsk, Konstantin Borodin,
llamado Kostia el Bandido, ingresó para realizar cursos de
carpintería y dedicarse a trabajos de restauración en el
monasterio Znamiensky. Poco después se escapó de la escuela
estatal para viajar con nómadas yakuts al Círculo Polar Ártico a
cazar zorros. La milicia tuvo noticias de él por primera vez
cuando su grupo fue sorprendido entrando ilegalmente en los
campos de oro Aldan, a lo largo del río Lena. Antes de cumplir
veinte años la policía lo buscaba por el robo de pasajes de
Aeroflot, vandalismo, venta de piezas de radio a jóvenes cuyas
estaciones «piratas» interferían en las transmisiones
gubernamentales, y por asaltos en la carretera a la manera
antigua. Siempre se refugiaba en la taiga siberiana, donde ni
siquiera los helicópteros de patrulla del detective Yakutsky
pudieron encontrarlo. La única foto reciente de Kostia fue una
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 147

tomada por casualidad dieciocho meses antes por un fotógrafo


del periódico siberiano Krasnoye Znamya.
—Si han de saber la verdad —decía Golodkin a Pasha—, a las
chicas les gustaba cohabitar con extranjeros. Visitaban buenos
hoteles, comían buena comida y dormían en sábanas limpias...
en parte era como si ellas viajaran.
La foto del periódico tenía grano y mostraba alrededor de
treinta hombres no identificados que visitaban un edificio
cualquiera. Al fondo, enmarcada por un círculo, y sorprendida
por la cámara, se destacaba una cara. Era huesuda y bien
parecida. Aún había bandidos en el mundo.
La mayor parte de Rusia era Siberia. La lengua rusa admitía
sólo dos palabras mongolas: taiga y tundra, las cuales
expresaban un mundo de interminables bosques u horizontes
sin árboles. ¿Ni siquiera los helicópteros podían encontrar a
Kostia? ¿Podía ese hombre haber muerto en el parque Gorki?
—¿Ha sabido de alguien que venda oro en la ciudad? —le
preguntó Arkady a Golodkin—. ¿Quizás oro siberiano?
—Yo no trafico con oro; es demasiado peligroso. Hay una
regalía, ustedes y yo lo sabemos, del dos por ciento de todo el
oro que arrebaten a un traficante, con la que ustedes pueden
quedarse. No, estaría loco si lo hiciera. De todas maneras, el
oro no vendría de Siberia, sino de los marineros, de la India,
Hong Kong. Moscú no es un buen mercado para el oro. Hablar
de oro o diamantes implica tratar con judíos en Odesa o
georgianos o armenios. Gente sin categoría. Espero que no
pensarán que alguna vez me haya visto involucrado con ellos.
La piel, el cabello y la chaqueta de Golodkin olían a tabaco
norteamericano, colonia occidental y sudor ruso.
—En realidad lo que yo hago es prestar un servicio a la gente.
Mi especialidad son los iconos. Recorro cien o doscientos
kilómetros desde Moscú, para llegar a una pequeña aldea;
averiguo dónde se reúnen los ancianos a beber sus tragos.
Mire, esos hombres se esfuerzan por sobrevivir con sus
pensiones. Dispénsenme, pero esas pensiones son una
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 148

ridiculez. Yo les hago un favor al darles veinte rublos por algún


icono que haya estado acumulando polvo durante cincuenta
años. Es posible que las ancianas prefieran morirse de hambre
antes que vender sus iconos, pero con los hombres se puede
tratar. Luego regreso a Moscú y los revendo.
—¿Cómo? —preguntó Arkady.
—Algunos chóferes de taxis y guías del Intourist me
proporcionan compradores. Pero también puedo ir a la calle y
buscarlos por mí mismo; especialmente suecos, o
norteamericanos de California. Me ayuda mucho saber hablar
inglés. Los norteamericanos compran cualquier cosa. Pagan
cincuenta rublos por un icono que nadie recogería de la basura,
del que no se sabe cuál es la parte de delante y cuál es la de
detrás. Mil por algo grande y fino. Hablo de dólares, no rublos.
Dólares o cupones de turistas, que son igualmente buenos.
¿Cuánto cuesta una botella de vodka realmente bueno? ¿Trece
rublos? Con cupones de turista la puedo conseguir por tres
rublos. Además, puedo conseguir cuatro botellas mientras que
los otros sólo obtienen una. ¿Si quiero que alguien me arregle
mi aparato de televisión, mi automóvil, o que me haga un
favor, no voy a ofrecerle rublos? Los rublos son para los tontos.
Si le ofrezco a un técnico unas botellas de vodka, tendré un
amigo de por vida. Los rublos son solamente papel, ¿ve?, y el
vodka es efectivo.
—¿Trata de sobornarnos? —preguntó Pasha indignado.
—No, no, lo que quiero hacer notar es que a los extranjeros a
quienes vendo iconos son contrabandistas, y, además,
colaboraba en una investigación oficial.
—También vendes artículos a ciudadanos rusos —comentó
Arkady.
—Sólo a los disidentes —protestó Golodkin.

El informe del detective Yakutsky continuó para decir que


durante la campaña de 1949 contra los «cosmopolitas» judíos,
un rabí de Minsk de nombre Solomon Davidov, viudo, fue
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 149

enviado a Irkutsk. La hija única de Davidov, Valerya , abandonó


sus estudios de arte después de la muerte de su padre, hace
un año, para trabajar como seleccionadora en el centro de
pieles de Irkutsk. El informe incluía dos fotos. En una, la chica
había salido de paseo. Aparecía alegre, con sombrero de piel,
chaqueta gruesa de lana y botas de fieltro de las llamadas
valenki. Se veía joven y muy contenta. La otra foto era del
periódico Krasnoye Znamya, y al pie se podía leer: «La bonita
seleccionadora V. Davidova muestra la piel de una marta
cebellina Barguzhinsky valorada en mil rublos, en el mercado
internacional; es admirada por los hombres de negocios que
nos visitan». Era extraordinariamente bonita, incluso vestida
con un uniforme corriente. Al frente de los hombres de
negocios, tocando la piel de marta con los dedos, se
encontraba Mr. John Osborne.
Arkady volvió a mirar la foto de Kostia Borodin. Esta vez vió
que el grupo que se alejaba del bandido enmarcado en un
círculo estaba integrado por unos veinte rusos y yakuts que
rodeaban a un pequeño grupo de occidentales y japoneses, y
esta vez vio a Osborne.
A esas alturas, Golodkin explicaba con insistencia cómo
algunos georgianos habían monopolizado el mercado de
automóviles usados.
—¿Tienes sed? —preguntó Arkady a Pasha.
—De tanto escuchar mentiras —contestó Pasha.
Los cristales de las ventanas estaban empañados. Golodkin
miró a uno y luego a otro de sus interrogadores.
—Vámonos, ya es hora de almorzar —Arkady se colocó bajo
el brazo el informe y la grabación dirigiéndose a la puerta por
delante de Pasha.
—¿Qué hay respecto a mí? —preguntó Golodkin.
—Sabes que no debes marcharte, ¿no? —dijo Arkady—.
Además, ¿adónde irías?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 150

Lo dejaron en la oficina. Un momento después Arkady abrió


la puerta para arrojarle una botella de vodka. Golodkin la paró
con el pecho.
—Concéntrate en el asesinato, Feodor —le pidió Arkady y
cerró la puerta.
Golodkin lo miró desconcertado.
La lluvia se había llevado toda la nieve. En la estación del
metro, al otro lado de la calle había una cola de hombres ante
un quiosco donde vendían cerveza («un verdadero indicio de la
llegada de la primavera», según Pasha), así que compraron
emparedados de carne de cerdo a un vendedor ambulante
mientras se ponían a la cola. Podían ver a Golodkin
observándoles desde la ventana empañada.
—Dirá que es demasiado listo para tomar un trago, después
de reflexionar un poco pensará que lo está haciendo bien y que
se merece una recompensa. Además, si tú tienes la garganta
seca imagínate cómo estará la de él.
—Eres muy sutil, sinvergüenza —dijo Pasha lamiéndose los
labios.
—Tan sutil como dar un empujón a alguien desde un sitio
elevado —contestó Arkady.
Al mismo tiempo, estaba excitado. ¡Podía imaginárselo! El
norteamericano Osborne podría haberse encontrado con el
bandido siberiano y su amante. Éste habría ido a Moscú con
pasajes de avión robados. Extraordinario.
Pasha compró las cervezas, dos jarras de cristal por cuarenta
y cuatro kopeks, líquido dorado tibio y espumoso. La esquina
de la calle se llenó de gente, más hombres con abrigos que
usaban el quiosco como excusa para quedarse por ahí. Como
no tenía grandes plazas o un edificio lo suficientemente alto
del que colgar un letrero, Novokuznetskaya daba la apariencia
de un pueblo pequeño. El alcalde y sus planificadores trazaron
el Kalinin Prospekt de un lado a otro del viejo barrio Arbat hacia
el oeste. El siguiente en desaparecer sería el sector de Kirov al
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 151

este del Kremlin, que sucumbiría bajo un nuevo bulevar tres


veces más largo que Kalinin. Pero Novokuznets
aya, con sus calles estrechas y tiendas pequeñas, era la clase
de lugar al que llega primero la primavera. Los hombres con
sus jarras de cerveza se saludaban unos a otros como si
durante el invierno todo el mundo hubiera estado invisible. En
aquel momento, Arkady pensó que un personaje como
Golodkin realmente era una aberración.
Una vez terminada la pausa de descanso, Pasha se dirigió al
Ministerio del Exterior en busca de las historias de los viajes de
Osborne y el alemán Unmann, y al Ministerio de Comercio por
fotos del exterior del centro de pieles en Irkutsk. Arkady
regresó solo para seguir el interrogatorio de Golodkin.

—No es un secreto para usted, estoy seguro, de que yo he


participado en interrogatorios desde el otro lado de la mesa,
por así decirlo. Creo que podemos hablar sinceramente, usted
y yo. Le prometo que seré un testigo tan solícito para usted
como lo he sido para otros. Ahora bien, lo que discutimos esta
mañana...
—Cosas sin importancia, Feodor —dijo Arkady.
La esperanza hizo sonrojarse a Golodkin. En el suelo estaba
la botella de vodka medio vacía.
—A veces las condenas son desproporcionadas con respecto
al crimen —agregó Arkady—, especialmente con ciudadanos
como tú, con, digamos, una situación especial.
—Creo que vamos a resolver esto ahora que se marchó ese
detective —asintió Golodkin.
Arkady colocó una cinta nueva en la grabadora, ofreció un
cigarrillo a Golodkin, y encendió uno para sí. El carrete empezó
a girar.
—Feodor, te voy a mostrar algunas cosas y fotografías; luego
quiero que contestes algunas preguntas. Tal vez todo te
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 152

parezca perfectamente ridículo, pero quiero que tengas


paciencia y que lo pienses con cuidado. ¿Está bien?
—¡Adelante!
—Gracias —dijo Arkady; en su interior sentía como si
estuviera a punto de dar un gran salto, como siempre le ocurría
cuando tenía que actuar a base de conjeturas.
—Feodor, se sabe que vendes iconos religiosos a los turistas,
a menudo a norteamericanos. Esta oficina tiene evidencias de
que trataste de vender iconos a un extranjero que está ahora
en Moscú de nombre John Osborne. Te pusiste en contacto con
él el año pasado y otra vez hace unos días por teléfono. El
«trato» se deshizo cuando Osborne decidió comprar en otra
parte. Tú eres una especie de funcionario y ya en otras
ocasiones deben de haber disminuido tus ventas. Así que
quiero que me digas por qué te enfadaste tanto esta vez. —
Golodkin le miró intimidado—. Los cadáveres del parque Gorki,
Feodor. No me digas que no has oído hablar de ellos.
—¿Cadáveres? —Golodkin no parecía perturbado.
—Para ser más precisos, un hombre llamado Kostia Borodin y
una joven de nombre Valerya Davidova, ambos siberianos.
—Nunca oí hablar de ellos.
—No con esos nombres, desde luego. La cuestión es que ellos
te privaron de una venta, que se te vio discutiendo con ellos y
que unos días después aparecieron muertos.
—¿Qué puedo decir? —Golodkin se encogió de hombros—. Es
algo tan ridículo como dijo usted que sería. ¿Dijo que tenía
fotografías de ellos?
—Gracias por recordármelo. Sí, son de los asesinados.
Con ambas manos Arkady puso en el escritorio las fotos de
Borodin y Valerya Davidova seleccionando pieles. Los ojos de
Golodkin pasaban de la chica a Osborne, al bandido en el
círculo, a Osborne entre la multitud, miraba a Arkady y de
nuevo las fotos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 153

—Empiezas a comprender la situación, Feodor. Dos personas


vinieron de un sitio a miles de kilómetros y permanecieron aquí
en secreto durante uno o dos meses, tiempo apenas suficiente
para hacerse enemigos, excepto de un rival en negocios. Los
mata un sádico, un parásito social. ¿Ves? Estoy describiendo a
un sujeto muy raro... un capitalista, podría decirse. Tú, de
hecho, y estás en mi poder. Las presiones que sufre un
investigador para cerrar un caso como éste son enormes. Otro
no buscaría más pruebas. Se te vio discutir con las víctimas.
¿Te vieron matarlas? Es un buen argumento.
Golodkin levantó la vista para mirar a Arkady. El pescador y
su presa. Arkady presintió que ésta sería su última oportunidad
antes de que escupiera el anzuelo.
—Si tú lo mataste, Feodor, serás condenado a muerte por
homicidio con agravantes por lucro. Si cometes perjurio tu
condena será de diez años. Si yo estimo que me estás
mintiendo, te enviaré a prisión por esos delitos menores de que
hablamos antes. La verdad es, Feodor, que no disfrutarás de
ninguna situación especial en el campamento. Y los otros
convictos repudian a los delatores, especialmente a los que no
están protegidos. Lo cierto es, Feodor, que no puedes darte el
lujo de ir a prisión. Te rebanarán el cuello antes de un mes, y tú
lo sabes.
Golodkin cerró la boca, con el anzuelo bien metido en las
entrañas. Estaba abrumado, exhausto y pálido, habiendo
perdido ya el valor que le infundiera el vodka.
—Soy tu única esperanza, Feodor, tu única oportunidad.
Debes contarme todo lo que sepas de Osborne y los siberianos.
—Quisiera estar borracho —Golodkin se inclinó hacia delante
hasta apoyar su cabeza en la mesa, como si tuviera la cara
sucia.
—Cuéntamelo, Feodor.
Golodkin desperdició un tiempo en alegar su inocencia, luego
inició su relato, con la cabeza entre las manos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 154

—Conozco a un sujeto, un alemán de apellido Unmann. Le


conseguía mujeres. Me dijo que tenía un amigo que pagaba
mucho por los iconos y me lo presentó en esa fiesta. Era
Osborne.
»En realidad Osborne no quería iconos. Deseaba una silla de
coro o un cofre con paneles religiosos. Me prometió dos mil
dólares por un cofre grande, de buena calidad.
»Pasé todo el maldito verano buscando el cofre hasta que
finalmente lo conseguí. En diciembre se presentó Osborne,
como lo había prometido. Le llamé para darle la buena notica,
y de pronto el miserable me rechazó y colgó el auricular.
Llegué al hotel Rossiya, justo en el momento en que Osborne y
Unmann salían. Los seguí hasta la plaza Sverdlov, donde se
reunieron con un par de patanes rústicos, los de las fotos que
me mostró usted. Unmann y Osborne se separaron y yo seguí a
los otros dos para hablar con ellos.
»Estaban ahí, en medio de Moscú apestando a trementina.
Sabía lo que ocurría y se lo dije. Estaban arreglando su propio
cofre para vendérselo a Osborne mientras que yo me había
quedado con el mío. Yo había hecho primero el trato y había
tenido gastos. Lo justo es justo y les pedí que me dieran la
mitad de lo que obtuvieran... una especie de comisión.
»Ese gorila siberiano me rodeó con su brazo muy
cordialmente; pero de pronto me puso un cuchillo en la
garganta. Lo metió por el cuello de mi abrigo en plena plaza
Sverdlov. Entonces me dijo que no sabía de qué hablaba, pero
que era mejor que no me volviera a ver y tampoco a Osborne.
¿Puede creerlo? En la plaza Sverdlov. Era el mes de enero. Lo
recuerdo porque era el día de Año Nuevo. Todo el mundo
estaba borracho y yo podría haberme desangrado sin que
nadie lo notara. Luego el siberiano se echó a reír y se alejó.
—¿No sabías que estaban muertos? —preguntó Arkady.
—¡No! —Golodkin levantó la cabeza—. Nunca los volví a ver.
¿Cree que estoy loco?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 155

—Tuviste el valor de volver a llamar a Osborne en cuanto


supiste que había vuelto a la ciudad.
—Nada más para sondearle. Todavía tengo el cofre, pues no
se lo puedo vender a nadie. No es posible sacar de
contrabando un cofre. El único cliente era Osborne. No sé qué
tenía pensado hacer.
—Pero ayer te reuniste con Osborne en el parque Gorki —dijo
Arkady.
—Ése no era Osborne. No sé quién es, pues nunca me dio su
nombre. Era sólo un estadounidense que me llamó para
decirme que le interesaba adquirir iconos. Creí que podría
deshacerme del cofre. O bien lo partiría en secciones que
vendería por separado. Todo lo que quería él era dar un paseo
por el parque.
—Mientes —le presionó Arkady.
—Le juro que no. Era un sujeto viejo y gordo que hacía
preguntas tontas. Hablaba bien el ruso, lo reconozco, pero yo
soy bastante experto para descubrir extranjeros. Así que
paseamos por todo el parque y nos detuvimos en un campo
lodoso.
—¿En el lado norte del parque, fuera del caminillo?
—Sí. De todos modos, pensé que quería buscar un lugar
reservado para pedirme alguna chica, para celebrar una fiesta,
¿entiende?, pero en cambio empezó a hablar del intercambio
de estudiantes, de un norteamericano de nombre Kirwill del
que nunca he oído hablar. Lo recuerdo ahora porque no dejaba
de preguntarme por él. Le contesté que no le conocía, aunque
entablaba contacto con mucha gente. Eso fue todo. El sujeto se
marchó (Golodkin hizo chasquear sus dedos) como si nada. Sea
como fuere, en cuanto lo vi supe que no quería comprar
iconos.
—¿Por qué?
—Era tan repugnantemente pobre. Toda su ropa era rusa.
—¿Te dijo cómo era ese Kirwill?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 156

—Delgado, dijo. Pelirrojo.


Las piezas empezaban a encajar en su sitio. Otro nombre
norteamericano. Osborne y un traficante del mercado negro.
Dos ábrete sésamo. Telefoneó al mayor Pribluda:
—Quiero información sobre un norteamericano de apellido
Kirwill. K-i-r-w-i-l-l.
Pribluda tardó tiempo en contestar.
—Eso parece un asunto de mi incumbencia .—dijo finalmente.
—Estoy absolutamente de acuerdo.
Se estaba investigando a un extranjero en concreto. ¿Había
alguna duda de quién debía investigarlo?
—No —dijo Pribluda—. Te daré más cuerda. Envía aquí a tu
detective Fet; le daré lo que tenga.
Naturalmente, Pribluda proporcionaría información sólo si la
enviaba con su propio informante. Arkady lo sabía. Bien. Se
puso al habla con Fet en el Ucrania y luego jugó durante una
hora con sus cerillas. Mientras, Golodkin tomaba sorbos de su
botella.
Chuchin entró a la sala de interrogatorios y miró asombrado a
su propio informante que estaba con otro investigador. Con
brusquedad Arkady le dijo que si tenía alguna queja la
presentara al fiscal, y Chuchin se retiró de prisa. Golodkin
quedó impresionado. Finalmente, Fet llegó con un portafolios y
la apariencia de invitado que viene de mala gana.
—Tal vez el investigador principal quiera decirme qué ocurre
—al decir eso se ajustó sus anteojos de armazón de acero. —
Más tarde. Toma asiento.
Si Pribluda lo que quería era un informe de Fet, entonces le
proporcionaría uno pormenorizado. A Golodkin le agradó el
desaire al detective, Arkady lo notó. Estaba orientándose,
ajustándose a una nueva lealtad. Arkady vació el portafolios de
fotocopias. Había más de lo que esperaba. Pribluda era
generoso con lo que llamaba «cuerda».
En realidad había dos expedientes. El primero decía:
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 157

Pasaporte de E.U.A. Nombre: James Mayo Kirwill.


Fecha de nacimiento: 4/8/52. Estatura: 5'11" (alrededor
de 1.70 m., calculó Arkady). Esposa: XXX. Menores:
XXX. Lugar de nacimiento: Nueva York, E.U.A. Ojos:
castaños. Cabello: rojo. Fecha de expedición: 7/5/74.

La foto de pasaporte en blanco y negro mostraba a un joven


delgado de ojos hundidos, cabello ondulado, nariz larga y una
sonrisa pequeña e intensa. La firma era compacta y precisa.

Visado de residencia. James Mayo Kirwill. Ciudadano:


ELLA. Nacido en la misma fecha, el mismo lugar.
Profesión: estudiante de lingüística. Objeto de su
estancia: estudios en la Universidad Estatal de Moscú.
Personas a su cargo: ninguna. Visitas previas a la
U.R.S.S.: ninguna. Parientes en la U.R.S.S.: ninguno.
Lugar de residencia: 109 West 78 St, Nueva York, Nueva
York, E.U.A.

La misma foto que la del pasaporte estaba pegada en el


recuadro derecho del visado. Firma casi idéntica: su
minuciosidad era notable.

Oficina de registros de la Universidad Estatal de


Moscú. Se inscribió en septiembre de 1974 para
efectuar estudios de graduado en lenguas eslavas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 158

Calificaciones por lo general altas. Un informe de los


preceptores lleno de elogios, pero...

Informe del Komsomol, J. M. Kirwill se mezcla mucho


con estudiantes rusos, denota un excesivo interés por la
política interna soviética, muestra actitudes
antisoviéticas. Al ser reprendido por la célula del
Komsomol en su dormitorio, Kirwill fingió asumir
también actitudes antiamericanas. Registros
clandestinos en su habitación revelaron la existencia de
material del escritor religioso llamado Aquino y una
edición cirílica de la Biblia.

Comité para la seguridad del Estado. El sujeto fue


sondeado en su primer año por compañeros estudiantes
a fin de determinar si merecía alguna atención, y se
informó en sentido negativo. En su segundo año, una
joven perteneciente a la facultad intentó, por
instrucciones nuestras, tener intimidad con el sujeto,
pero fue rechazada. Lo mismo hizo un estudiante
masculino sin éxito. Se decidió que el sujeto no era
apropiado para ninguna empresa positiva y que sólo se
establecería una lista negativa compilada por los
órganos de seguridad y el Komsomol. Se informó que los
estudiantes de lingüística, T. Bondarev, S. Kogan y la
estudiante de leyes I. Asanova confraternizaron
injustificadamente con el sujeto.

Ministerio de Salud, Policlínica de la Universidad


Estatal de Moscú. El estudiante J. Kirwill recibió los
siguientes tratamientos: antibióticos generales para
gastroenteritis en sus primeros cuatro meses en la
universidad; inyecciones de vitaminas C y E y terapia de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 159

lámparas de sol para la influenza; ya avanzado el primer


año del estudiante se le extrajo un diente que fue
reemplazado con una prótesis de acero.

En una carta dental el segundo molar superior izquierdo


estaba marcado con tinta. No se mencionaba ningún trabajo de
canal de raíz.

Ministerio del Interior. J. M. Kirwill salió de la URSS el


12/3/76. En vista de que demostró un temperamento
inadecuado para un visitante de la U.R.S.S., se le debe
permitir el regreso.

De modo que este estudiante sospechosamente asceta,


pensó Arkady, no tenía problemas con una pierna izquierda
débil que Levin halló en el cadáver llamado «rojo»,
aparentemente no se le hizo ningún trabajo dental en los
Estados Unidos y nunca regresó a Rusia. Por otra parte, tenía la
misma edad, el mismo físico general y el mismo molar de
acero y cabello rojo, y conocía a Irina Asanova.
Arkady mostró la foto de pasaporte a Golodkin.
—¿Reconoces a este hombre?
—No.
—Puede haber tenido cabello castaño o rojo. No ves muchos
norteamericanos flacos pelirrojos en Moscú, Feodor. —No lo
conozco.
—¿Qué me dices de esos estudiantes universitarios:
Bondarev, Kogan?
No preguntó acerca de Irina Asanova. Fet parecía muy
interesado.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 160

Arkady miró el segundo informe.

Pasaporte de E.U.A. Nombre: William Patrick Kirwill.


Fecha de nacimiento: 25/5/30. Estatura. 5'11". Esposa:
XXX. Menores: XXX. Lugar de nacimiento: Nueva York,
E.U.A. Cabello: gris. Ojos: azules. Fecha de expedición:
23/ 2/77.

La foto era de un hombre de mediana edad, de cabello gris


rizado y ojos que debieron ser azul oscuro. Su nariz era chata y
la quijada ancha. No sonreía. La camisa y la chaqueta cubrían
lo que parecía un pecho y hombros musculosos. La firma era
apretada y grande.

Visado de turista. William Patrick Kirwill. Ciudadanía: E.U.A.


Nació en la misma fecha, el mismo lugar. Profesión: publicista.
Objeto ele su estancia: turismo. Dependientes de viaje:
ninguno. Visitas previas a la U.R.S.S.: ninguna. Parientes en la
U.R.S.S.: ninguno. Lugar de residencia: 220 Barrow St., Nueva
York, Nueva York, E.U.A.
Tenía la misma firma y la misma fotografía.

Entrada a la U.R.S.S. 18/4/77. Partida 30/4/77. Viaje


confirmado a través de la Pan American Airways.
Reserva confirmada en el hotel Metropole.
Arkady le enseñó la foto de William Patrick Kirwill.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 161

—¿Reconoces a éste?
—¡Ese es! Con ése fue con quien yo me reuní ayer en el
parque.
—Dijiste antes —Arkady miró la foto por segunda vez—, «un
tipo viejo y gordo»
—Bueno, grande, sabe.
—¿Y su vestimenta?
—Rusa, muy ordinaria. Toda nueva. Por la forma en que habla
el ruso él mismo pudo haber comprado la ropa, pero —agregó
Golodkin en tono burlón—, ¿para qué querría alguien hacer
eso?
—¿Por qué supiste que no era ruso? Golodkin se inclinó hacia
delante, para hablar de camarada a camarada:
—He hecho una especie de estudio en ese sentido,
localizando turistas en la calle. Son posibles compradores, ¿ve?
Ahora bien, el ruso, por lo general, siempre camina cargando
su peso por encima de su cinturón. Su norteamericano camina
con las piernas.
—¿De veras?
Arkady volvió a mirar la foto. No sabía mucho de la forma de
ser norteamericana; veía una cara que expresaba fuerza bruta,
a un hombre que había llevado a Golodkin derecho al claro
donde habían sido hallados los cadáveres y donde Arkady
había perdido una pelea, Arkady recordó haber mordido la
oreja de su agresor.
—¿Le viste las orejas?
—No creo —comentó Golodkin— que haya una gran
diferencia entre las orejas rusas y las occidentales.
Arkady llamó a la agencia de viajes Intourist, que tres días
antes, mientras él estaba siendo golpeado en el parque, le
informó que el turista W. Kirwill había obtenido entradas para
asistir al teatro Bolshoi. Arkady preguntó cómo podría
comunicarse con el guía enviado por Intourist a Kirwill. Le
dijeron que en su caso se trataba de un turista individual, y que
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 162

la Intourist no proporcionaba guías a grupos menores de diez


personas.
Mientras Arkady advertía la imperturbable atención de Fet,
Pasha regresó de su visita al Ministerio del Exterior.
—Ahora tenemos un testigo que relaciona a dos probables
víctimas directamente con un sospechoso extranjero —Arkady
expresó su comentario elocuentemente ante sus dos
detectives, con la intención de que Fet hiciera saber la
novedad a Pribluda—. Siempre se trató de iconos, después de
todo. Es inusitado que nosotros detengamos a un sospechoso
extranjero. Tendré que discutir esto con el fiscal. Nuestro
testigo puede proporcionarnos un enlace de segunda mano con
la tercera víctima del parque. ¿Ven, chicos?, esto comienza a
tener sentido. Feodor es la clave de todo.
—Dije que estaba de su lado —dijo Golodkin a Pasha.
—¿Qué sospechoso? —preguntó Fet con curiosidad.
—El alemán —contestó Golodkin—. Unmann.
Arkady puso a Fet con el portafolios en la puerta. No le fue
difícil, pues finalmente el canario de Pribluda tenía una canción
que cantar.
—¿Es cierto que se trata de Unmann? —preguntó Pasha.
—Casi —dijo Arkady—. Veamos qué tienes tú.
El detective había traído todos los itinerarios de Osborne y
Unmann en la URSS durante los pasados dieciséis meses,
elaborados en taquigrafía del Ministerio, por lo que parecía que
hubieran quedado atrapados entre las puertas giratorias.

J. D. Osborne, presidente de la Osborne Furs Inc.


Entrada: Nueva York—Leningrado, 2/1/76 (hotel
Astoria), Moscú, 10/1/76 (hotel Rossiya): Irkutsk. 15/1/76
(huésped del Irkutsk Fur Center): Moscú, 20/1/76
(Rossiya).
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 163

Salida: Moscú—Nueva York, 28/1/76.


Entrada: Nueva York—Moscú, 11/7/76 (Astoria).
Salida: Moscú—Nueva York, 22/7/76.
Entrada: París—Grodno—Leningrado, 2/1/77 (Astoria);
Moscú, 11/1/77 (Rossiya).

Muy interesante, pensó Arkady. Grodno era una población


eminentemente ferroviaria en la frontera polaca. En vez de
viajar en avión, Osborne había recorrido el camino en tren
hasta Leningrado.

Salida: Moscú—Leningrado—Helsinki, 2/2/77.


Entrada: Nueva York—Moscú 3/4/77 (Rossiya).
Salida Programada: Moscú—Leningrado, 30/4/77.

H. Unmann, República Democrática Alemana,


C.P.G.D.R.
Entrada: Berlín—Moscú, 5/1/76.
Salida: Moscú—Berlín, 26/6/76.
Entrada: Berlín—Moscú, 4/7/76.
Salida: Moscú—Berlín, 3/8/76.
Entrada: Berlín—Leningrado, 20/12/76.
Salida: Leningrado—Berlín, 3/2/77.
Entrada: Berlín—Moscú, 5/3/77.

No había información acerca de los viajes de Unmann en el


interior de Rusia, pero Arkady conjeturaba que Osborne y el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 164

alemán podían haber estado en continuo contacto durante


trece días en enero de 1976 en Moscú, once días de julio del 76
también en Moscú, después este invierno del 2 hasta el 10 de
enero en Leningrado, y del 10 de enero al 1 de febrero en
Moscú (cuando ocurrieron los asesinatos). El 2 de febrero
Osborne voló a Helsinki en tanto que Unmann al parecer partió
a Leningrado. Recientemente habían estado juntos en Moscú
desde el 3 de abril. Sin embargo, en los últimos doce meses
Osborne llamó a Unmann sólo por teléfonos públicos.
Pasha trajo también una buena foto del centro de pieles de
Irkutsk. Era el mismo edificio moderno y monótono que el de la
foto de Kostia Borodin. Arkady se habría sorprendido de que no
hubiera sido así.
—Lleva a nuestro amigo Feodor a su domicilio —dijo Arkady a
Pasha—. Allí hay un cofre especial que quiero que recojas y
traslades al Ucrania para tenerlo seguro. Y también llévate las
grabaciones.
Sacó de la grabadora los carretes con la confesión de
Golodkin. Para poderlos meter en sus bolsillos Pasha tuvo que
acomodar su apreciada y pequeña piña.
—Deberías haber comprado una, también —dijo a Arkady.
—Se habría desperdiciado.
—Estaré a su disposición, camarada investigador principal —
Golodkin se puso su sombrero y su abrigo.
Cuando se quedó solo, Arkady se sintió muy emocionado. Lo
había hecho. Esta vez, con el testimonio de Golodkin y la
amenaza de detención de uno de los norteamericanos favoritos
del KGB, podría meterle por la garganta el caso a Pribluda.
Se puso su abrigo y salió a la calle a beber una copa de
vodka, lamentando no haber acompañado a Pasha para haber
compartido su bebida de celebración. «¡Por nosotros!»
Después de todo no eran tan malos investigadores. Se acordó
de la piña. Obviamente Pasha tenía otros planes de naturaleza
erótica. De pronto Arkady se percató de que miraba un
teléfono público. Sin darse cuenta sacó una moneda de dos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 165

kopeks, las que se usaban para llamar por teléfono. Se


preguntó dónde estaría Zoya.
La investigación del parque Gorki había sido demasiado
extraña. Había escapado y ahora volvía a la rutina. El teléfono
público podía comunicarlo con Zoya. ¿Y si hubiera dejado a
Schmidt y regresado al departamento? Hacía días que no había
ido por allí, y se había estado moviendo tanto por todas partes
que ella no podía haberse puesto en contacto con él; al menos
deberían hablar. Y aunque se reprendió a sí mismo por su
debilidad, marcó el número de su casa. El teléfono del
departamento comunicaba; ella estaba allí.
El metro rebosaba de gente que regresaba del trabajo a su
casa. Arkady era uno de ellos y se sintió casi normal sin notar
apenas la opresión en el pecho. Tenía la cabeza llena de
melodramas: Zoya se había arrepentido y él se comportaba
con magnanimidad. Ella estaba aún enfadada, pero él era
tolerante. Por casualidad estaba en el departamento y él la
convencía de que no se fuera. Había otras variaciones, pero
todas acababan en la cama. No estaba emocionado. Los
melodramas eran malos, corrientes y poco interesantes; sólo
quería protagonizarlos.
Llegó por Taganskaya, cruzó el patio, subió las escaleras de
dos en dos y llamó a la puerta. El sonido era hueco. La abrió y
entró.
Era evidente que Zoya había regresado. Ya no había sillas,
mesas, alfombras ni cortinas, tampoco libros, librerías, discos
ni tocadiscos; desaparecieron también la vajilla, los vasos y
cubiertos. Zoya había llevado a cabo una barrida inteligente,
una combinación de purga y anexión. En la primera de las dos
sólo quedaba el refrigerador, no tenía nada dentro, ni siquiera
las bandejas para el hielo, cosa que demostraba, pensó, una
desalentadora voracidad. En la segunda quedaba la cama.
Recordaba lo difícil que había sido meterla en esa habitación.
Únicamente tenía las sábanas y la colcha.
Se sintió golpeado y vacío, como si un ladrón hubiera
penetrado furtivamente, no en el departamento sino dentro de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 166

él mismo, y con manos sucias le hubiera destrozado diez años


de matrimonio. ¿O como si hubiera salido de él mediante una
operación de cesárea? ¿Todo fue siempre tan mal? Había sido
una buena ladrona, ahora no quería recordar.
El auricular del teléfono estaba descolgado, razón por la que
pensó que estaba en casa. Volvió a ponerlo en su sitio y se
sentó junto a él.
¿Qué le ocurría? Le odiaba alguien que otrora le amó. Si ella
había cambiado, él debió cambiarla. El y su historial perfecto.
¿Por qué no se hizo inspector del Comité Central? ¿Qué tenía
eso de malo? Se habría convertido en basura pero habría
salvado su matrimonio. ¿Quién era él para ser tan puro? Miren
lo que acababa de hacer, su fantasía acerca del mercado
negro, los siberianos y norteamericanos, una conexión falsa
tras otra, no para resolver algún crimen, no por el bien de la
justicia sino sólo para quitarse de las manos esos cadáveres
del parque Gorki. Fingiendo, escabullándose y eludiendo a fin
de mantenerse limpio.
Sonó el teléfono. «Es Zoya», pensó:
—¿Diga?
—¿Es usted el investigador principal Renko?
—Sí.
—Hubo un tiroteo en un departamento de Serafimov Dos.
Feodor Golodkin está muerto y también el detective Pavlovich.

Una hilera de milicianos corría desde la entrada, por las


escaleras hasta el segundo piso, a través de un pasillo lleno de
caras que asomaban por puertas entreabiertas hasta el
departamento de Golodkin. Dos de las habitaciones estaban
repletas de cajas de whisky escocés, cigarrillos, discos y
alimentos enlatados amontonados sobre el suelo, donde
también había varias alfombras orientales, una sobre la otra.
Levin estaba allí trabajando en la cabeza de Golodkin con un
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 167

instrumento. Pasha Pavlovich estaba sobre las alfombras, con


el reverso de su abrigo mojado de sangre, aunque no
demasiado; había muerto instantáneamente. Cerca de las
manos de él y de las de Golodkin había dos pistolas.
Un investigador del barrio a quien Arkady no conocía, se
presentó con sus notas.
—Opino —dijo—, bueno, es evidente que este Golodkin
disparó primero por la espalda al detective, y que luego éste se
volvió y, al caer, mató a su vez a Golodkin. La gente de los
otros departamentos no oyó los disparos, pero parece que las
balas se corresponden con las pistolas, la PM del detective y la
TK de Golodkin, aunque, naturalmente, lo verificaremos con un
análisis balístico.
—¿Alguna persona de los otros departamentos vio salir a
alguien? —preguntó Arkady.
—Nadie salió. Se mataron el uno al otro.
Arkady miró a Levin, que volvió la cara hacia otra parte.
—El detective Pavlovich trajo aquí al otro hombre después de
un interrogatorio —dijo Arkady—, ¿Registraron al detective?
¿Encontraron algunas grabaciones?
—Lo registramos, pero no encontramos nada —contestó el
investigador del barrio.
—¿Han sacado algo del departamento?
—Nada.
Arkady entró al departamento de Golodkin en busca del cofre
con los paneles de iconos, arrojando montones de parkas y
esquíes fuera de los armarios, abriendo cajas de jabones
franceses mientras el investigador del barrio lo observaba con
ansiedad, clavado en su sitio, no sólo por tener que rendir
cuentas de los daños sino por el horror que le causaba
semejante asalto a artículos tan valiosos. Después de que
Arkady regresara con el detective muerto, el investigador del
barrio ordenó a los milicianos que empezaran a llevarse las
mercancías.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 168

El balazo que mató a Golodkin le dejó la frente cóncava.


Pasha parecía tranquilo, con los ojos cerrados, su bien parecida
cara de tártaro descansaba contra las fibras de colores, como
un viajero durmiente que volara en una alfombra. El cofre de
Golodkin había desaparecido igual que las grabaciones;
Golodkin estaba muerto.
Al bajar Arkady a la calle los milicianos de las escaleras se
pasaban de mano en mano las cajas de licor, relojes, prendas
de vestir, una piña, esquíes...; le parecieron, a pesar suyo,
hormigas que caminaban bajo migajas.

9
Casi toda Rusia es vieja, modelada por glaciares que dejaron
un paisaje de colinas bajas, lagos y ríos que deambulan como
los rastros de gusanos en la madera blanda. Al norte de la
ciudad, el lago Plateado estaba todavía congelado y todas las
dachas, que lo rodeaban, desiertas, excepto la de Iamskoy.
Arkady se estacionó detrás de una limusina Chaika, se dirigió
a la puerta trasera de la casa y llamó. El fiscal apareció en una
ventana, e hizo señas a Arkady para que se esperara. Cinco
minutos después emergió como la imagen de un boyardo, con
abrigo y botas ribeteadas con piel de lobo. Su sonrosada calva
relucía de buena salud; de inmediato se encaminó a la playa.
—Bis fin de semana —dijo irritado—. ¿Que hace aquí?
—Es que usted no tiene teléfono.
—Usted no tiene el número. Quédese aquí.
En el centro del lago el hielo era grueso y opaco, pero fino y
brillante en las orillas. En verano las familias de las casas de
los alrededores jugarían su partida de badminton, brillantes
parasoles y jarras de limonada. Iamskoy había ido a una
pequeña cabaña situada a unos cincuenta metros de la casa.
Regresó con una corneta de hojalata y un cubo de alimento
para peces.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 169

—Había olvidado que tuvo usted una casa aquí de pequeño


—dijo Iamskoy.
—Un verano, sí.
—Estoy seguro, una familia como la suya. Toque esto —le
entregó la corneta a Arkady.
—¿Para qué?
—Sólo toque —ordenó Iamskoy.
Arkady se llevó la fría corneta a los labios y sopló. Un sonido
de «jonk» retumbó por el hielo. Su segundo toque fue más
fuerte, produciendo eco en los sauces del lado.
Iamskoy volvió a coger la corneta.
—Es una lástima lo que le pasó a su detective. ¿Cómo se
llamaba?
—Pavlovich.
—Esto también le afecta a usted. Si ese usurero Golodkin era
tan peligroso, debió acompañar a Pavlovich; todavía estaría
vivo. Toda la mañana me han estado llamando el procurador
general y el comisionado de la milicia; tienen mi número
telefónico de aquí. No se preocupe. Yo le protegeré si es que es
eso lo que ha venido a decir.
—No vine por eso.
—No, lo supuse —Iamskoy suspiró—. Pavlovich era amigo
suyo, ¿verdad? Ustedes trabajaron juntos antes —apartó su
vista de Arkady para mirar al firmamento; había una neblina
blanca que se mezclaba con los abedules plateados—. Éste es
un lugar maravilloso, inspector. Debería usted venir más
adelante. Hay tiendas excelentes que abrieron sus puertas
cuando usted apenas era un niño. Las visitaremos juntos y
podrá comprar lo que desee. Traiga a su esposa.
—Pribluda lo mató.
—Espere.
Iamskoy oyó un rumor de árboles a izquierda y derecha.
Sobre las copas de los árboles se elevó una hilera de gansos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 170

formando una V a medida que ganaban altura, los machos


blancos con vientres y cabezas negras; las hembras, grises.
Los gansos volaron alrededor del lago batiendo con rapidez sus
alas.
—Pribluda hizo seguir a Pavlovich y a Golodkin para que los
mataran.
—¿Por qué habría de interesarse el mayor Pribluda en este
caso?
—El sospechoso es un hombre de negocios norteamericano.
Ya me lo presentaron.
—¿Cómo fue que le presentaron a un norteamericano?
—Iamskoy empezó a verter los restos de pescado en el suelo.
Un sordo arrullo y agitar de alas se dejó oír.
—Usted me llevó con él —Arkady elevó la voz—. En la casa
de baños. Usted ha estado siguiendo el caso de cerca, como
me lo hizo usted saber.
—¿Yo lo llevé con él? Es una suposición arriesgada —Iamskoy
disponía la comida en una línea ondulada, decorativa—. Tengo
un infinito respeto por su habilidad, y no se equivoque, le
ayudaré en la forma que pueda, pero no suponga que yo le
«conduje» con nadie. Ni siquiera quiero saber su nombre.
¡Shhh! —contuvo la respuesta de Arkady y puso en el suelo el
cubo vacío.
Los gansos descendieron siguiendo un curso recto, patinando
en fila india sobre el hielo del lago para detenerse a unos
treinta metros de la playa. Allí las aves dirigieron una mirada
suspicaz a Iamskoy y a Arkady hasta que éstos retrocedieron
rumbo a la cabaña. Satisfechos, los gansos más atrevidos
avanzaron con un airoso bamboleo.
—Bonitas aves, ¿no? —comentó Iamskoy—. Son raras en esta
zona. Invernan en los alrededores de Murmansk, ¿sabe?
Durante la guerra tuve allá una colonia regular de ellas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 171

Más gansos descendían, mientras que los primeros se


encaminaban ya a la playa, mirando de un lado a otro para
evitar el peligro.
—Buscan zorros, siempre alertas ante los zorros —comentó
Iamskoy—. Debe tener algunas malditas pruebas para
sospechar de un oficial del KGB.
—Tenemos una identificación preliminar de dos de los
cadáveres del parque Gorki. Teníamos una grabación en la que
Golodkin declaraba que esas dos personas estaban en tratos
con el norteamericano.
—¿Tiene usted a Golodkin ahora? ¿Tiene la grabación?
—Se la robaron al cadáver de Pasha en el departamento de
Golodkin. Allí también había un cofre.
—Un cofre. ¿Existe ahora? Al leer el informe de propiedades
enviado por el investigador del barrio no vi ninguna mención
de un cofre. Bien, ¿eso es todo? ¿Quiere usted acusar a un
mayor del KGB sobre la base de una grabación y un cofre
perdidos, y del testimonio de un muerto? ¿Mencionó Golodkin
alguna vez al mayor Pribluda?
—No.
—Entonces no entiendo de qué habla. Simpatizo con usted.
La muerte de un camarada le ha apesadumbrado. El mayor
Pribluda le es antipático; pero ése es el cargo más
descabellado y menos substancial que he oído.
—El norteamericano tiene vínculos con el KGB.
—¿Y qué? Lo mismo que yo, y usted. Todos respiramos aire y
orinamos agua. Todo lo que me dice es que un hombre de
negocios norteamericano no es tonto. Francamente, ¿usted sí
que lo es? Por su propio bien confío en que no haya comentado
estas sospechas irracionales con nadie más. Es mejor que no
figuren en ningún informe de los que envíe a mi oficina.
—Quiero que la investigación del asesinato de Pasha quede
bajo mi dirección personal, como parte de la investigación del
parque Gorki.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 172

—Permítame terminar. La clase de norteamericano que


menciona usted es rico, no se limita a tener dinero como usted
lo entiende, y tiene muchos amigos influyentes aquí... aún más
—Iamskoy lo expuso con tacto— que usted. ¿Qué podían haber
tenido esas tres personas del parque Gorki que pudiera haber
valido un minuto de su tiempo, mucho menos hacer que
valiera la pena matarlos? Mil rublos, cien mil rublos le pueden
parecer mucho dinero a usted, pero no es así para un hombre
como ése. ¿Sexo? Con sus influencias podría ocultar las
situaciones más embarazosas. ¿Qué es lo que queda? El hecho
es que no queda nada. Dice usted que ha identificado a dos de
los cadáveres del parque. ¿Eran rusos o extranjeros?
—Rusos.
—¿Ve?, está usted logrando algo. Son rusos, no extranjeros,
nada que concierna a Pribluda o al KGB. En lo tocante al
detective Pavlovich, él y Golodkin se mataron el uno al otro, lo
dice el informe. Al parecer el investigador del barrio está
realizando un trabajo eficiente sin ayuda alguna. Desde luego,
el informe final le será enviado. Pero no permitiré que usted
interfiera. Le conozco. Primero, quería que la investigación
pasara al mayor Pribluda. Ahora que usted piensa (por razones
ilógicas y personales) que él podría estar involucrado en la
muerte de su colega, no abandonará el caso, ¿verdad? Usted,
una vez que mete los dientes en un caso, no lo suelta.
Permítame ser franco: cualquier otro fiscal le daría licencia
médica de inmediato. Pero transigiré, le dejaré continuar
investigando acerca de las víctimas del parque Gorki, sólo que
ahora controlaré más de cerca las pesquisas. Además, tal vez
debería usted descansar uno o dos días.
—¿Y si simplemente renuncio?
—¿Qué es lo que quiere hacer?
—Eso es precisamente lo que estoy haciendo; renuncio.
Consígase otro investigador.
Fue en ese momento cuando Arkady decidió renunciar, al
percatarse de que se encontraba en una trampa y que sólo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 173

había una salida, una puerta iluminada en el otro lado. Era algo
tan obvio.
—Se me olvida —Iamskoy se le quedó mirando— que tiene
usted ese rasgo irracional. A menudo me he preguntado por
qué desdeña usted tan manifiestamente su ascenso en el
Partido: también me he preguntado por qué querría usted ser
investigador.
La simplicidad de la situación hizo sonreír a Arkady, así como
el poder que ésta le daba. ¿Retirarse simplemente? ¿Qué
habría ocurrido si a la mitad del drama de Hamlet, el príncipe
hubiera decidido que las complicaciones de la trama eran
demasiado, y hubiera desoído las recomendaciones del
fantasma y se hubiera ido del escenario? Arkady vio en los ojos
de Iamskoy el asombro y el disgusto motivados por la
interrupción de la obra. Nunca antes había contado con la total
atención de Iamskoy; sin embargo, Arkady siguió sonriendo
hasta que el propio fiscal sonrió también.
—Bueno, supongamos que usted renuncia, ¿qué sucedería?
—preguntó Iamskoy—. Yo lo podría destruir, pero eso no sería
necesario; perdería su credencial del Partido y se destruiría a sí
mismo. Y su familia. ¿Qué empleo cree que le darían a un
investigador principal de homicidios después de renunciar? El
de guardia nocturno, si tiene suerte. También me haría quedar
mal, pero yo puedo sobrevivir.
—También yo.
—Así que veamos qué ocurriría con su investigación una vez
que usted la abandonara —agregó Iamskoy—. Otro
investigador se haría cargo. Supongamos que Chuchin se
encarga ele continuarla. ¿No le molesta eso?
—Chuchin no está preparado para realizar trabajos de
homicidios —contestó Arkady encogiéndose de hombros—.
Pero eso es asunto de usted.
—Bien, eso está resuelto, Chuchin es su sucesor. Un torpe
venal toma su investigación y usted lo aprueba.
—No me interesa mi investigación. Renuncio porque...
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 174

—Porque murió su amigo. Por él. Era un buen detective, un


hombre capaz de meterse entre usted y una bala, ¿correcto?
—Sí —dijo Arkady.
—Entonces renuncie, haga su gesto —dijo Iamskoy—, aunque
debo convenir con usted en que Chuchin no es .un investigador
tan capacitado como usted. En rigor, considerando su falta de
experiencia en homicidios y las presiones para triunfar en su
primer caso, supongo que lo único que le quedaría por hacer
sería cargarle a Golodkin los asesinatos del parque Gorki.
Como Golodkin ha muerto, la investigación quedaría cerrada
en uno o dos días... ve usted cómo todo encaja. Pero
conociendo la forma en que trabaja la mente de Chuchin
sospecho que no le bastaría con eso. Le gusta poner su sello a
todo, dar al tornillo una vuelta más. ¿Sabe?, creo que es capaz
de acusar a su amigo fallecido Pasha de complicidad con
Golodkin. Diría que murieron juntos en un tiroteo entre
ladrones. Lo haría sólo para herirle a usted. Después de todo,
de no haber sido por usted Chuchin todavía tendría a su mejor
informador. Realmente, mientras más pienso en eso, más
seguro estoy de que así lo haría. Hablando como fiscal,
siempre he encontrado que un aspecto fascinante de la
naturaleza humana es que el mismo caso visto por distintos
investigadores produce soluciones diferentes, todas
perfectamente aceptables. Discúlpeme.
Después de todo no había salida. Arkady se encontró de pie
solo mientras Iamskoy recogía su cubo vacío. En vez de volar,
los gansos corrieron a lo largo de la playa o al hielo del lago,
buscando una distancia segura en la cual arrullar
desconsoladamente, alternando su mirada entre Arkady y
Iamskoy, resintiendo la presencia de ambos por igual. Iamskoy
llevaba el cubo de vuelta a la cabaña.
—¿Por qué le importa a usted tanto que siga yo con el caso?
—preguntó Arkady, ya otra vez con el fiscal.
—Sinceramente, usted es el mejor investigador de homicidios
que tengo. Es mi deber conservarlo en el caso —Iamskoy volvió
a ser cordial.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 175

—Si el asesino del parque Gorki fue ese norteamericano...


—Tráigame las evidencias y juntos redactaremos la orden de
arresto —le dijo Iamskoy generosamente.
—Si fue el norteamericano, sólo me quedan nueve días. Se
marcha la víspera del Día del Trabajo.
—Tal vez ha hecho más progresos de los que se imagina.
—Nueve días. Nunca lo atraparé.
—Haga lo que estime conveniente, investigador. Tiene usted
mucho talento y yo sigo teniendo fe en el resultado de este
asunto. Más que usted, tengo fe en el sistema —Iamskoy metió
el cubo dentro de la cabaña—. Confíe en el sistema.
Antes de cerrar la puerta, Arkady vio en la penumbra de la
cabaña dos gansos colgados de las patas con el pescuezo
retorcido. El aire era fétido, por la descomposición de las aves.
Los gansos estaban protegidos por la ley; Arkady no entendía
por qué un hombre como Iamskoy se arriesgaría a matarlos.
Volvió la vista a la playa, llena otra vez de gansos que
luchaban por el alimento depositado por el fiscal.

Arkady regresó al Ucrania y empezó a beber antes de ver un


sobre que habían introducido por debajo de la puerta. Lo abrió
y leyó la nota que estaba dentro, decía que tanto Pasha como
Golodkin habían muerto instantáneamente por tiros disparados
a no más de medio metro de distancia. ¡Vaya!; uno fue muerto
por la espalda y el otro recibió un tiro en la frente, sus
cadáveres estaban separados por una distancia de tres metros.
Levin no había firmado la nota, lo que no sorprendió a Arkady.
Arkady no era un gran bebedor de vodka. La mayoría de los
hombres creía en el vodka. Un refrán decía: «Hay dos clases de
vodka, el bueno y el muy bueno».
¿Quién siguió a Pasha y a Golodkin a Serafimov 2? Quién
llamara a la puerta de ese departamento mostró la clase de
credencial que tranquilizaría a Pasha y atemorizaría a Golodkin.
Habría dos hombres, pensó Arkady. Uno no habría podido
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 176

actuar con suficiente rapidez, y tres hombres hubieran puesto


en guardia aun al confiado Pasha. ¿Entonces quién mató a
Pasha por la espalda, cogió su pistola y mató al muy asustado
Golodkin? Todo señalaba a Pribluda. Osborne era un informador
del KGB. El mayor Pribluda quería proteger a Osborne y ocultar
la conexión de Osborne con el KGB, y la única forma de poder
hacer ambas cosas era desde lejos. En cuanto a Pribluda
aceptara el caso, el KGB reconocería que había extrajeras
involucrados en él. La embajada extranjera —la embajada
norteamericana, donde sólo hay espías— se interesaría en el
caso e iniciaría sus propias pesquisas. No, la investigación
tenía que continuar en manos del investigador en jefe de
homicidios de la oficina del fiscal, y tenía que fracasar.
Había maneras diferentes de no emborracharse. Para algunos
era la de morder un pepinillo después de dar un trago; otros
preferían los hongos. Pasha había dicho siempre que la clave
consistía en dejar caer el alcohol directamente en el estómago,
sin respirar. Arkady supuso que eso era lo que estaba
haciendo, a la vez que tosía.
En cierta forma Pasha y Zoya estaban relacionados. Eran
emblemas gemelos del investigador principal, su colega que le
admiraba y su fiel esposa. Si su deserción tuvo sentido
temporalmente, la muerte de Pasha la hizo definitiva. La
historia del marxismo era una serie de piezas de dominó,
cayendo una contra la otra y así sucesivamente, fuera ya del
alcance de Arkady y sin posibilidad de recuperación, pero todas
puestas en movimiento por una fatal inestabilidad, una falla.
No era culpa del sistema. El sistema excusaba y aun daba por
hecha la estupidez y la embriaguez, la haraganería y el
engaño. Cualquier sistema que no lo hiciera así no sería
humano, y éste era más humano que cualquier otro. La
inestabilidad radicaba en un hombre que se situaba por encima
del sistema; la falla estaba en el investigador principal.
Pasha escribió sus notas con letra de imprenta. Sin embargo,
Arkady notó la intención de hacerlas más legibles, como las
suyas. Comprendió que tendría que tener a otro detective para
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 177

que revisara el resto de las grabaciones en alemán y polaco y


las transcripciones. Desde luego, el detective Fet continuaría
con las grabaciones escandinavas cuando no estuviera
rindiendo informes a Pribluda. Faltaba mucho trabajo por hacer,
aunque el investigador no hiciera nada en absoluto.
¿Quién había solicitado las grabaciones y transcripciones en
primer lugar? ¿Quién había amenazado valientemente a un
informante extranjero del Comité para la Seguridad del Estado?
¿Quién mató realmente a Pasha?
Arkady arrojó una caja de cartón con grabaciones contra la
pared. Lanzó otra más, que se abrió. Luego una tercera y en
seguida se puso a recoger montones de carretes, dejando
ondear en el aire sus largas colas negras.
—¡Abajo con el «vronskyismo»! —gritó.
El único cartón que no estrelló fue el que recibió ese día.
Había grabaciones nuevas en su interior. Arkady encontró una
del departamento de Osborne en el hotel Rossiya, hecha haría
apenas dos días.
Decidió hacer su trabajo. Continuar adelante.
La primera conversación fue breve.
Arkady oyó que llamaban a la puerta, el sonido de ésta al
abrirse y el saludo de Osborne.

—Hola.
—¿Dónde está Valerya?
—Espere. Ha ido a dar un paseo.
La puerta se cerró.
Arkady escuchó la grabación una y otra vez porque reconoció
la voz de la chica de Mosfilm.

10
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 178

El letrero tenía unos 125 metros de largo, hecho con letras


rojas tan altas como un hombre. Decía:
¡LA UNIÓN SOVIÉTICA ES LA ESPERANZA DE TODA LA
HUMANIDAD! ¡GLORIA AL PARTIDO COMUNISTA DE LA UNIÓN
SOVIÉTICA!
Detrás se alzaban las plantas Likhachev, donde los
trabajadores se afanaban para alcanzar la cuota especial de
automóviles, tractores y refrigeradores del Día del Trabajo,
metiendo tornillos, colocando serpentines de enfriamiento,
haciendo vehículos enteros con martillos, seguidos, un paso
atrás, por el soldador con su bendito soplete. Todo lo que podía
verse desde el letrero era el humo impresionantemente
plomizo de la chimenea, cada una de cuyas bocanadas era tan
grande como un furgón de ferrocarril, emitida regularmente al
cielo matutino.
Arkady llevó a Swan a una cafetería, donde le mostró fotos
de James Kirwill, Kostia el Bandido y Valerya Davidova. Los
ebrios matinales levantaron sus cabezas de las mesas. El
jersey negro de Swan hacía aparecer su cuello y muñecas más
delgados, Arkady se preguntó cómo podría sobrevivir como
informador. Donde bebían los trabajadores, los milicianos
andaban en parejas.
—Debe ser difícil para usted —dijo Swan.
—¿Para mí? —Arkady se sorprendió.
—Siendo usted un hombre con sentimientos. Arkady se
preguntó si no se trataría de una insinuación homosexual.
—Sólo indagué acerca de esas caras —dejó algunos rublos en
la mesa y salió.

Irina Asanova vivía en el sótano de un edificio de


departamentos sin terminar cerca del hipódromo. Cuando ella
subió los peldaños Arkady pudo ver con claridad la leve
decoloración azul de su mejilla derecha. Era una marca lo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 179

bastante pequeña para poder cubrirla con polvo si lo hubiera


deseado; sin recubrimiento, agregaba un borde azulado a sus
ojos negros. El viento sacudía su abrigo lleno de remiendos.
—¿Dónde está Valerya? —preguntó Arkady.
—¿Qué Valerya? —balbuceó.
—No eres de las ciudadanas que informan a la milicia del
robo de sus patines —dijo él—. Eres de las que la eluden. No
darías cuenta del robo de tus patines por temor a revelar algo.
—¿De qué se me acusa?
—De mentir. ¿A quién le diste tus patines?
—Perderé mi autobús —intentó alejarse. Arkady la cogió de la
mano, tibia y suave.
—Entonces dime quién es Valerya.
—¿Quién? No sé nada ni tampoco usted —de un tirón se
liberó.
De regreso, Arkady pasó al lado de una fila de muchachas
que esperaban el autobús. Comparadas con Irina Asanova eran
tan ordinarias como coles.

Arkady relató a Yevgeny Mendel una historia que acaeció en


el Ministerio de Comercio Exterior:

—Hace unos años, un turista norteamericano visitaba


la aldea en que había nacido a unos doscientos
kilómetros de Moscú cuando murió repentinamente. Era
verano y la gente de la localidad no quería ser
irrespetuosa, así que pusieron el cuerpo en un
refrigerador. Llamaron al Ministerio del Exterior, y
recibieron instrucciones de no hacer nada hasta que
supieran las normas especiales a aplicar en lo
concerniente a la muerte de turistas. Transcurrió un par
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 180

de días sin que llegaran dichas normas. Una semana y


nada. Toma tiempo organizarías. Al cabo de dos
semanas los aldeanos se cansaron de tener al turista en
el refrigerador. Después de todo era verano y la leche
se echaba a perder. Apenas se podía acomodar algo del
preciado líquido en el regazo del cadáver. Pues bien,
usted conoce a los aldeanos: una noche que se
emborracharon metieron el cuerpo en un camión,
vinieron a Moscú y lo arrojaron en el vestíbulo del
Ministerio de Comercio Exterior. Luego abordaron de
nuevo su vehículo y se fueron. Es una historia real. Aquí
el hecho ocasionó una conmoción increíble. Un grupo de
oficiales del KGB rodeó el cadáver. A las tres de la
mañana llamaron al agregado norteamericano en la
embajada. El pobre diablo pensó que iba a tener una
plática privada con Gromyko y en cambio se topó con el
muerto. No quiso tocarlo... no sin estar en posesión de
las formalidades apropiadas. Empero, nadie podía
hallarlas e incluso alguien sugirió que no existían, lo que
desencadenó el pánico. Nadie quería hacerse cargo del
norteamericano. Se sugirió hacerlo desaparecer,
retornarlo a la aldea, enterrarlo en el parque Gorki,
darle un empleo en el ministerio.
»Finalmente me llamaron a mí y al patólogo en jefe. Al
parecer nosotros debíamos conocer las formalidades
pertinentes, así que metimos al turista norteamericano
en el portaequipajes del coche del agregado. Ésa fue la
última vez que estuve en este edificio.

Yevgeny Mendel, quien estuvo con Osborne en la casa de


baños y que aparecía a menudo en las grabaciones de aquél
no sabía nada de James Kirwill o de los cadáveres del parque
Gorki, Arkady estaba seguro. Ningún indicio de ansiedad o de
inteligencia había perturbado la cara suave de Mendel durante
la narración.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 181

—¿Cuáles eran las formalidades en cuestión a aplicar a un


turista norteamericano? —preguntó Arkady.
—Al final acordaron aceptar un certificado de defunción.
A pesar de todo Yevgeny Mendel estaba preocupado. Ahora
sabía que Arkady era investigador, y si bien no le habría
molestado un investigador que hubiese ascendido de entre la
población general, sabía que Arkady provenía del círculo
mágico de hijos de las «altas esferas» de Moscú, una creación
de las mismas escuelas especiales y amistades mutuas, y
alguien perteneciente a ese círculo debería ser más que un
investigador principal. Mendel, el tonto de ese círculo, llevaba
un traje inglés y una pluma de plata junto al emblema del
Partido en su solapa; tenía una gran oficina, pasada la plaza
Smolenskaya, con tres teléfonos y una placa de latón de
Soyuzpushnina, la agencia de exportación de pieles, en la
pared. Por alguna razón este investigador principal había caído
en desgracia y las implicaciones sociales de ese hecho hacían
brotar gotas de sudor del mentón de Mendel, como si fueran
gotas de agua sobre una buena mantequilla.
Arkady sacó partido de esa reacción. Mencionó la gran
amistad que existió entre sus padres, elogió el valioso trabajo
del padre de Yevgeny Mendel tras las líneas de combate
durante la guerra, e insinuó que el viejo tonto había sido un
cobarde.
—Sin embargo, fue condecorado por valentía —protestó
Yevgeny—. Te puedo mostrar los papeles; te los enviaré. ¡Fue
atacado en Leningrado! Estuvo con el norteamericano que
conociste el otro día, ¡qué coincidencia! Ambos fueron
atacados por todo un escuadrón de alemanes. Mi padre y
Osborne mataron a tres fascistas e hicieron huir al resto.
—¿Osborne? ¿Un peletero norteamericano en el sitio de
Leningrado?
—Ahora es peletero. Compra pieles rusas y las lleva a los
Estados Unidos. La que le cuesta aquí cien dólares la vende
allá a seiscientos. Eso es capitalismo; hay que admirarlo. Es
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 182

amigo de la Unión Soviética, lo que está perfectamente


comprobado. ¿Puedo hablarte en confianza?
—Claro que sí —dijo Arkady alentándolo.
Yevgeny no era malo; estaba nervioso. Quería que el
investigador se fuera, pero no sin que antes tuviera una
elevada opinión de él.
—El mercado de pieles norteamericano está en manos de
intereses sionistas internacionales —dijo con voz reposada.
—De los judíos, quieres decir.
—La judería internacional. Lamento decir que durante largo
tiempo ha habido un elemento en Soyuzpushnina allegado a
esos intereses. Mi padre quiso romper esa relación reservando
precios especialmente competitivos para determinados no
sionistas. Los sionistas se enteraron e inundaron con su dinero
el palacio de las pieles, llevándose toda la producción de marta
cebellina.
—¿Osborne era uno de los no sionistas?
—Así es. Eso ocurrió hace diez años.
Desde la ventana de Mendel se veían las grietas oscuras que
se abrían en el hielo del río. Arkady encendió un cigarrillo y tiró
la cerilla a la papelera.
—¿Cómo demostró Osborne ser amigo de la Unión Soviética,
aparte de haber combatido heroicamente al lado de tu padre?
—No debo decírtelo.
—Podrías hacerlo.
—Bien —Mendel siguió a Arkady con un cenicero—, hace un
par de años se realizó una transacción comercial entre
Soyuzpushnina y los norteamericanos productores de pieles. Lo
hacen en ranchos, como si fueran vaqueros. Fue un trueque de
los mejores animales de piel. Dos visones norteamericanos por
dos martas cebellinas rusas. Hermosos visones... todavía
producen en una de nuestras granjas colectivas. Las cebellinas
eran más hermosas; nada puede compararse con la cebellina
rusa. Sin embargo, tenían un pequeño defecto.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 183

—¿Cuál?
—Estaban castradas. Bueno, es ilegal exportar cebellinas
fértiles fuera de la Unión Soviética. No debían esperar que
violáramos nuestras propias leyes. Los rancheros
norteamericanos estaban molestos. De hecho, hasta
organizaron un plan para infiltrar una persona en Rusia que
robara algunas martas de una granja y sacarlas de
contrabando. Sólo un verdadero amigo podía haber denunciado
a sus propios compatriotas.
—Osborne.
—Osborne. Le mostramos nuestro agradecimiento diciendo a
los sionistas que de ahora en adelante una parte equitativa del
mercado ruso de martas cebellinas correspondería a Osborne.
Por servicios prestados.

—El aeroplano se ha retrasado.


—¿ Está retrasado ?
— lodo marcha bien Te preocupas demasiado.
—¿Tú no?
—Tranquilo, Hans.
—No me gusta esto.
—Es un poco tarde para que le guste a uno algo.
—Todo el mundo sabe de esos nuevos Tupolevs.
—¿Un accidente? ¿Crees que sólo los alemanes pueden
fabricar algo?
—Incluso una demora. Cuándo vasa Leningrado...
—He estado en Leningrado antes. He estado ahí con
alemanes antes. Todo saldrá bien.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 184

Arkady miró otra vez la fecha de la grabación: Febrero 2.


Osborne habló a Unmann el día en que aquél partió a Helsinki
desde Moscú. Arkady recordaba el itinerario seguido por
Unmann; el alemán había ido a Leningrado el mismo día,
aparentemente no en el mismo avión.

He estado en Leningrado antes. He estado ahí con alemanes


antes. Todo saldrá bien.

¿Cómo, se preguntó Arkady, había matado Osborne a los tres


alemanes en Leningrado?
Al escuchar las nuevas grabaciones de Osborne, Arkady
reconoció la voz de Yevgeny Mendel.

—John, serás invitado por el Ministerio para la representación


del Lago de los cisnes la víspera del Día del Trabajo, ¿sí? Tú
sabes, es muy tradicional, muy especial. Es importante que
asistas. Inmediatamente después te llevaremos al aeropuerto.
—Me siento honrado. Cuéntame, cómo está todo.

Del invierno a la primavera se produjo un cambio. El Osborne


del invierno era maliciosamente divertido; el Osborne de la
primavera era complaciente y aburrido, un comerciante soso.
Arkady oyó brindis monótonos repetitivos y una conversación
cada vez más tediosa y prolongada. Al cabo de unas horas de
estar escuchando, advirtió en las grabaciones una sensación
de nerviosismo. Osborne se escondía entre frases
interminables como un hombre que se mantiene agazapado
entre los árboles.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 185

Arkady pensó en Pasha.


Un campesino fue a París —Pasha le contó esta historia
mientras buscaban a Golodkin— y cuando regresó todos sus
amigos acudieron a recibirlo—. "Boris", le dijeron, "cuéntanos
tu viaje". Boris sacudió su cabeza y dijo: "Oh, el Louvre, las
pinturas, ve a moler a tu madre", "¿Y la Torre Eiffel?" le
preguntó alguien. Boris extendió su mano todo lo que pudo y
contestó: "Ve a moler a tu madre". "¿Nôtre Dame?" preguntó
alguien más. Boris rompió a llorar al recordar una belleza tan
grande, y exclamó: "¡Ve a moler a tu madre!" "¡Ah, Boris!"
exclamaron todos suspirando, "¡Qué recuerdos tan
maravillosos tienes!".
Arkady se preguntó cómo describiría Pasha el cielo.

La plaza de la Revolución fue antes plaza de la Resurrección.


El hotel Metropole fue antes el Grand Hotel.
Arkady encendió las luces. La colcha y cortinas eran de la
misma muselina roja raída. La alfombra persa tenía un dibujo
irreconocible por el uso. La mesa, la cómoda y el ropero
estaban Henos de desportilladuras y quemaduras de cigarrillo.
—¿Está permitido? —la encargada del piso le preguntó in
quieta.
—Lo está —contestó Arkady cerrando la puerta para
quedarse solo en el cuarto del turista William Kirwill. Miró abajo
a la plaza, a los autobuses del Intourist alineados desde el
museo Lenin a la entrada del hotel, y a los turistas que los
abordaban por grupos divididos según la lengua que hablaran,
para asistir al ballet y a la ópera. Según el Intourist, Kirwill se
interesaba en la cocina regional y el teatro. Arkady entró en el
baño. Era nuevo, limpio; lo primero que exigían los viajeros
occidentales era higiene. Arkady llevó las toallas del baño al
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 186

dormitorio; allí envolvió con ellas el teléfono y lo cubrió con las


almohadas.
En la cómoda de William Kirwill había ropa interior,
calcetines, jerseys y camisas norteamericanas, y ninguna ropa
rusa como la descrita por Golodkin.
Bajo la cama no había ropa escondida. En el armario había
una maleta de aluminio y vinil cerrada con llave. Arkady la
puso sobre la cama e intentó forzar la cerradura con su navaja,
sin éxito. La colocó entonces en el suelo y pisó la cerradura
mientras trabajaba con la navaja. Logró sacar la mitad del
pestillo. Metió la navaja por el otro lado de la cerradura y
finalmente la abrió. Puso la maleta sobre la cama para
examinar su contenido.
Había cuatro libros pequeños: una Concisa Historia del Arte
Ruso, una Guía turística de Rusia, una Guía de la Galería
Tretyakov y la obra Moscú y sus alrededores, de Nagel, unidos
todos con una goma ancha. Aparte había una inmensa edición
de La Unión Soviética, de Schulthess. Encontró también dos
cartones de cigarrillos Camel, una cámara Minolta de 35 mm
provista de empuñadura; también una lente de 10 pulgadas de
largo, filtros y diez cajas de película no abiertas. Había cheques
de viajero por 1.800 dólares, tres rollos de papel del lavabo, un
tubo metálico con tapa de rosca en un extremo y un émbolo
acanalado en el otro que servía para empujar una artística hoja
de afeitar. Había calcetines sucios hechos una bola, una caja
pequeña cerrada con gomas anchas; dentro de la caja halló un
juego de pluma y lapicero de oro. Un paquete de papel de
gráficas, una bolsa de plástico que contenía un abrelatas, un
sacacorchos, un abridor de botellas y una barra metálica plana
y delgada doblada en un extremo y torcida en ángulo en el
otro; un tornillo la atravesaba sobre el ángulo. Encontró un
libro de cupones de comida del Intourist, y ninguna ropa rusa.
Arkady revisó los trajes que colgaban del armario; sólo había
prendas norteamericanas. Miró detrás y debajo de todos los
muebles. Finalmente volvió a la destartalada maleta. Si al
norteamericano le gustaban tanto los productos rusos, podía
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 187

comprarse una maleta nueva, algo bonito de cartón. Arkady


quitó las gomas de los libros y los hojeó. Cogió el libro de
fotografías en color de Schulthess, un volumen grueso para
alguien que viajaba con poco equipaje. En el centro, entre dos
páginas que trataban de un festival ecuestre en Alma Ata,
había una hoja suelta de papel milimetrado. Dibujados con
precisión había árboles, senderos, la orilla de un río, un claro y,
en medio de ese claro, tres tumbas. Salvo por la diferencia
entre metros y pies, era una copia casi idéntica del dibujo
elaborado por la milicia en el claro del parque Gorki. Entre las
siguientes dos páginas del libro encontró un dibujo del parque
entero a escala. También encontró el dibujo de una radiografía
de una pierna derecha; una sombra señalaba una fractura
múltiple de la espinilla, la misma que tenía el tercer cadáver
del parque. Una carta dental y un dibujo sacado de una
radiografía mostraba el trabajo de canal en el incisivo superior
derecho, y ningún molar de acero.
Arkady observó con mentalidad diferente el resto del
contenido de la maleta. El tubo metálico que contenía la navaja
de afeitar era curioso; ¿qué podía querer cortar en Moscú un
hombre de negocios? Desatornilló la tapa del tubo y, con el
émbolo en el otro extremo, empujó hacia arriba la navaja, que
parecía no usada. Del tubo emanaba un débil olor. Era olor a
pólvora. Al mirar por el agujero distinguió la aguda punta del
interior del émbolo. El tubo era el cañón de un arma.
En Moscú era difícil conseguir armas, y lo más probable era
que éstas se improvisaran. Una pandilla fabricaba escopetas
con tubos de escape. Ahora que sabía lo que buscaba, se puso
manos a la obra: le disgustó no haberse percatado de todo
inmediatamente.
Para ser un fotógrafo tan aficionado, ese turista no tomaba
fotos. Arkady separó la cámara de su empuñadura de madera.
En la parte superior de ésta había una guía en la que encajaba
perfectamente el tubo. Sólo sobresalía una pulgada del cañón
del frente, quedando el émbolo atrás. A la izquierda de la
empuñadura había un agujero de tornillo. Por un momento
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 188

Arkady quedó estupefacto. Entonces abrió la bolsa de plástico,


vació los abridores y el sacacorchos y cogió la barra de forma
extraña que había visto antes. La parte central tenía diez
centímetros de largo, el ángulo recto de un extremo, tres, y el
doblez en forma de pata de perro del otro, cuatro. Con la uña
atornilló el tornillo en el agujero de la empuñadura dejando
juego suficiente para que la barra se moviera. La pata de perro
era un gatillo y el ángulo recto del otro extremo se asentaba
firmemente en el émbolo del cañón, impidiéndole que se
deslizara hacia delante. Tiró del gatillo; el ángulo recto se elevó
y el émbolo quedó libre. Lo volvió a colocar y puso una de las
gomas anchas desde la empuñadura hasta el reverso del
émbolo. Las balas. En los aeropuertos norteamericanos el
equipaje se examinaba con rayos X; ¿cómo ocultar balas?
Arkady abrió el estuche del lápiz y lapicero. Era un juego de oro
de catorce quilates, impermeable a los rayos X. Al quitarles las
tapas encontró dos balas del calibre 22 en el lapicero y otra en
la pluma. Usando el mango largo de la navaja de afeitar metió
una bala en el cañón hasta que quedó ajustada en el sitio
donde la aguja del émbolo pegaría al avanzar hacia delante.
Haría demasiado ruido; apenas había oído un ruido cuando le
hicieron fuego bajo el puente del tren. En algún lugar tenía que
haber un silenciador. ¿Estaría oculto en una de las cajas de
película? Eran demasiado pequeñas. Abrió el papel americano
para el lavabo. Dentro del tercer rollo, en vez de un cilindro de
cartón había uno de plástico negro rodeado de escapes de gas,
con un saliente en forma de rosca en un extremo.
En resumen, era un arma burda de un solo tiro, imprecisa a
una distancia superior a cinco metros. Arkady atornillaba el
silenciador en el cañón cuando se abrió la puerta.
Apuntó el arma contra William Kirwill.
Kirwill cerró la puerta suavemente con la espalda. Miró la
maleta rota, el teléfono silenciado, el arma. Los vivos ojos
azules revelaban sus sentimientos —por lo demás se veía igual
que cualquier bruto—: una cara plagada de rasgos pequeños y
limpios, un cuerpo musculoso aún duro pese a sus casi
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 189

cincuenta años de edad, brazos y piernas robustas. A primera


vista, un soldado; a segunda vista, un oficial militar. Arkady
comprendió que ése era el hombre con el que había luchado en
el parque Gorki. Kirwill miró atrás, con cautela pero alerta,
dejando ver bajo su impermeable una camisa deportiva de
color de rosa.
—Vine temprano —Kirwill habló en inglés—. Ha vuelto a
llover, por si no lo ha notado.
Se quitó el sombrero de ala corta para sacudirle el agua.
—No —Arkady le habló en ruso—. Arroje el sombrero aquí.
Kirwill se encogió de hombros. El sombrero cayó a los pies de
Arkady. Éste con una mano buscó en la banda del sombrero.
—Quítese la chaqueta y arrójela al suelo —dijo Arkady—. Dele
la vuelta a sus bolsillos.
Kirwill obedeció dejando caer al suelo el impermeable,
vaciando luego los bolsillos de sus pantalones, primero los de
delante y luego los de atrás, arrojó la llave del cuarto, la
moneda fraccionaria y su cartera sobre la chaqueta.
—Empuje eso hacia mí con el pie —le ordenó Arkady—. No lo
patee.
—¿Está usted solo? —preguntó Kirwill. Habló en ruso,
fácilmente, en tanto que ponía el impermeable en el suelo. El
alcance efectivo del arma eran cinco metros; un metro, estimó
Arkady, era la distancia que mediaba entre los dos. Hizo señas
a Kirwill para que retrocediera un poco, y él arrastró el
impermeable el resto de la distancia. Kirwill tenía las mangas
de su camisa enrolladas dejando al descubierto sus gruesas
muñecas, cubiertas de pecas y vello pelirrojo algo canoso.
—No se mueva —ordenó Arkady.
—Es mi cuarto, ¿por qué no he de moverme?
Kirwill tenía en su impermeable el pasaporte y el visado. En
la cartera Arkady encontró tres tarjetas de crédito, un carné de
conducir expedido en Nueva York, una tarjeta de circulación del
automóvil, y un papel con los números telefónicos de la
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 190

embajada de los Estados Unidos y de dos agencias de


información norteamericanas. También encontró ochocientos
rublos en efectivo, mucho dinero.
—¿Dónde está su credencial de comerciante? —preguntó
Arkady.
—Viajo por placer. Me estoy divirtiendo mucho.
—Póngase de cara a la pared. Mantenga las manos en alto y
abra las piernas —le ordenó.
Kirwill hizo lo que le pedía lentamente. Arkady lo empujó por
detrás de modo que quedara en ángulo contra la pared, luego
palpó su camisa y pantalones. El hombre tenía la complexión
de un oso.
Arkady se echó hacia atrás.
—Dese la vuelta y quítese los zapatos.
Kirwill se quitó los zapatos, mirando a Arkady y a la pistola.
—¿Se los entrego o envío por correo? —preguntó Kirwill.
Increíble, pensó Arkady. El hombre realmente estaba
dispuesto a atacar otra vez a un investigador soviético en la
habitación del hotel Metropole.
—Siéntese —Arkady le señaló la silla junto al armario.
Pudo advertir que Kirwill calculaba las posibilidades de
acometerlo con éxito. Se proporcionaba pistolas a los
investigadores y se esperaba que practicaran el tiro al blanco.
Arkady nunca llevaba consigo la suya y no había disparado una
pistola desde que estuvo en el ejército. ¿Apuntaría al corazón o
a la cabeza? En cualquier otra parte del cuerpo una bala del
calibre 1.22 no disminuiría la cometida de un hombre como
Kirwill.
Finalmente éste se sentó en la silla. Arkady se arrodilló y
examinó los zapatos, sin hallar nada. Kirwill se movió
inclinando hacia delante sus anchos hombros.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 191

—Tenía curiosidad —dijo al ver que el cañón de la pistola le


apuntaba—. Soy turista y se supone que los turistas son
curiosos.
Arkady le arrojó los zapatos.
—Póngaselos y átese los cordones.
Una vez que Kirwill lo hizo, Arkady se acercó y con el pie
inclinó la silla y a su ocupante de modo que quedó apoyado
contra la pared. Por primera vez desde que Kirwill entró en la
habitación, Arkady se sintió razonablemente a salvo.
—¿Ahora qué? —preguntó Kirwill—: ¿Va a amontonar encima
de mí los muebles para tenerme dominado?
—Si fuera preciso.
—Bueno, podría serlo para usted —Kirwill asumió una actitud
burlona, una audacia que Arkady había advertido en otros
hombres fornidos, una vanidad originada en su aparente
creencia de que su fuerza no tenía límites. Empero, Arkady no
entendía el odio reflejado en sus ojos azules.
—Señor Kirwill, usted es culpable de violar al artículo 15, al
meter de contrabando un arma en la Unión Soviética, y el
artículo 218, al fabricar un arma peligrosa.
—Usted la ha montado, no yo.
—Ha estado moviéndose por Moscú vestido como un ruso.
Habló usted con un hombre llamado Golodkin. ¿Por qué?
—Dígamelo usted.
—Porque James Kirwill está muerto —dijo Arkady causando
una fuerte impresión a Kirwill.
—Usted debe saberlo, Renko —contestó Kirwill—. Usted le
mató.
—¿Yo?
—¿No es usted el tipo que golpeé la otra noche en el parque?
Pertenece usted a la oficina del fiscal, ¿correcto? ¿No envió
usted a un hombre a seguirme a mí y a Golodkin cuando
regresé al parque? Un tipo pequeño, con anteojos. Le seguí del
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 192

parque a la oficina del KGB. ¿Qué diferencia hay entre las


oficinas, eh? —Kirwill inclinó su cabeza a un lado.
—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó Arkady.
—Hablé con la embajada, con los corresponsales de prensa.
Leí todas las ediciones atrasadas del periódico Pravda. Hablé
con la gente de la calle. Vigilé su depósito de cadáveres. Vigilé
la oficina del fiscal. Cuando averigüé su nombre fui también a
su departamento. No le vi a usted pero vi a su esposa y a su
amigo vaciar el lugar. Yo estaba ante su oficina cuando soltó a
Golodkin.
Arkady no podía creer lo que oía. Ese loco no podía haberlo
vigilado, seguido a Fet a la oficina de Pribluda, visto a Zoya.
Cuando él y Pasha hicieron cola para comprar una cerveza en
el quiosco de la esquina, al otro lado de la estación del metro,
¿estaba Kirwill detrás de ellos?
—¿Por qué eligió esta época para venir a Moscú?
—Alguna vez tenía que venir. La primavera es buen tiempo,
tiempo para que los cadáveres salgan del fondo del río. Buen
tiempo para los cadáveres.
—¿Y cree usted que yo maté a James Kirwill?
—Quizás usted en persona no, pero sí usted y sus amigos.
¿Importa quién haya tirado del gatillo?
—¿Cómo sabe que le dispararon?
—Por la profundidad de la excavación que realizaron en el
claro del parque, para buscar las balas, ¿correcto? De todos
modos, no se apuñala a tres personas para matarlas. Ojalá
hubiera sabido que era usted el del parque, Renko. Le habría
matado.
Kirwill hablaba con pena por haber perdido esa oportunidad.
Su ruso no tenía acento, aunque conservaba un claro deje
norteamericano. Doblo los brazos como si fuera a hacerlos a un
lado. Un hombre grande, inteligente, ejerce cierta fuerza de
gravedad, una amenaza de absorción física, especialmente en
un cuarto pequeño. Arkady tomó asiento ante un buró ubicado
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 193

contra la pared opuesta. ¿Cómo era posible que no hubiera


advertido la presencia de alguien como Kirwill?
—Vino usted a Moscú a hacer preguntas a la comunidad
extranjera acerca de un asesinato —dijo Arkady—. Usted tiene
dibujos de radiografías y cartas dentales. Debió colaborar en la
investigación.
—Si fuera usted un investigador de verdad.
—Está registrada la salida de James Kirwill de la Unión
Soviética al año pasado; pero no su regreso. ¿Por qué pensó
que estaba aquí, y por qué cree que está muerto?
—Pero usted no es un investigador de verdad. Sus detectives
se pasan tanto tiempo en el KGB como con usted.
No había manera de explicar la función de Fet a un
norteamericano, y Arkady no intentó hacerlo.
—¿Qué parentesco hay entre usted y James Kirwill?
—Dígamelo usted.
—Señor Kirwill, yo trabajo bajo las órdenes del fiscal de la
ciudad de Moscú, y de nadie más. Investigo el asesinato de
tres personas en el parque Gorki. Vino usted desde Nueva York
con información que podría ser de ayuda. Démela.
—No.
—No está usted en posición de negarse. Se le ha visto
ataviado como un ruso. Metió de contrabando un arma de
fuego que ya disparó contra mí. Está usted reteniendo
información, y eso también es un delito.
—Renko, ¿ha encontrado aquí alguna prenda rusa?, ¿es un
crimen vestirse como usted? En cuanto a la pistola, o lo que
tiene en la mano, nunca lo había visto antes. Usted forzó mi
maleta y no sé qué ha puesto en ella. ¿Y de qué información
habla usted?
Un desprecio tan enorme de la ley hizo guardar silencio a
Arkady.
—Sus declaraciones acerca de Kirwill —empezó otra vez.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 194

—¿Qué declaraciones? El micrófono está en el teléfono, y


usted ya se ha cuidado de eso. Debió traer consigo algunos
amigos, Renko. Como investigador no es usted muy
competente.
—Tenemos sus dibujos de la escena del asesinato en el
parque Gorki y las de las radiografías y la carta dental que
trajo, todo lo cual le relaciona con James Kirwill, si él fue una de
las víctimas.
—Los dibujos y la carta están hechos con lápiz ruso en papel
también ruso —contestó Kirwill—. No hay radiografías, sólo
dibujos. En lo que debe usted pensar ahora Renko es en lo que
la embajada norteamericana dirá de un policía ruso que ataca
a turistas inocentes norteamericanos cuando es sorprendido —
Kirwill miró su maleta abierta—, aparentemente en un acto
delictivo. No pensaba usted llevarse nada, ¿verdad?
—Señor Kirwill, si informa usted algo a su embajada lo
pondrán en el siguiente avión que vaya a los Estados Unidos.
No vino usted aquí para regresar a casa, ¿verdad? Tampoco
querrá pasar quince años en un centro soviético de
rehabilitación.
—Puedo resolver la situación.
—¿Cómo es que habla usted tan bien el ruso? ¿Dónde he oído
su nombre antes, antes de conocerlo a usted y a ese James
Kirwill? Me parece que me es familiar.
—Adiós, Renko. Regrese con sus amigos de la policía secreta.
—Hábleme de James Kirwill.
—Váyase.
Arkady decidió retirarse. Cuando se disponía a marcharse
puso el pasaporte de Kirwill, su cartera y sus tarjetas de crédito
en el buró.
—No se moleste —dijo Kirwill—, arreglaré el cuarto cuando se
haya marchado.
La cartera pesaba, y estaba tiesa aun sin tener las tarjetas de
crédito. En uno de los bordes había una costura. Kirwill se
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inclinó hacia delante, lo que hizo que Arkady le apuntara con la


pistola. ¿Era un espía?, pensó Arkady. ¿Se trataría de algo tan
ridículo como un mensaje secreto cosido en una cartera y una
heroica redada de traidores y agentes extranjeros danzando en
medio de todo esto un investigador principal? Arrancó la
costura, sin dejar de vigilar a Kirwill. De la cartera extrajo una
placa metálica dorada con las figuras de un indio y un
pelegrino en relieve sobre un fondo azul. Sobre una balanza
decía: Ciudad de Nueva York, y abajo, teniente.
—¿Es usted policía?
—Detective —corrigió Kirwill.
—Entonces, debe usted ayudar —dijo Arkady como si fuera
algo patente porque así lo era para él—. Usted vio salir a
Golodkin de mi oficina con un detective, un amigo mío, Pasha
Pavlovich —un nombre como ése no significará nada para un
norteamericano, opinó Arkady—. De todas maneras, era un
detective con quien trabajé muchas veces, un hombre muy
competente. Una hora después, en el departamento de
Golodkin tanto éste como el detective fueron muertos por
alguien. No me importa Golodkin. Todo lo que deseo es
encontrar al hombre que mató al detective. Las cosas pueden
ser tan diferentes en los Estados Unidos. Siendo un detective,
usted entiende cómo es cuando un amigo...
—Renko, váyase al demonio.
Arkady no se dio cuenta de que levantaba la pistola
improvisada. Notó que apuntaba el cañón a un punto entre los
ojos de Kirwill y que tiraba del gatillo de modo que la doble
banda de hule y el émbolo empezaron a moverse suavemente.
En ese momento apuntó a otro lado. El armario saltó y un
agujero de dos centímetros de diámetro apareció en la puerta
del mueble junto a la oreja de Kirwill. Arkady estaba
estupefacto. Nunca antes había estado a punto de matar a
nadie, y si se tenía en cuenta la poca precisión del arma
fácilmente podía haberlo matado o fallado. Una palidez
apareció en los ojos de Kirwill, donde la sangre dejó de fluir.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 196

—Váyase mientras pueda —dijo Kirwill.


Arkady dejó caer el arma. Sin prisa recogió los dibujos
copiados de las radiografías y la carta dental de la maleta
abierta. Se guardó la placa y arrojó a un lado la cartera.
—Necesito mi placa —dijo Kirwill levantándose de su silla.
—No en esta ciudad —Arkady se dirigió a la puerta—. Esta es
mi ciudad —musitó para sí.

Nadie prestaba servicio nocturno en el laboratorio. Arkady


comparó los dibujos de las radiografías y la carta dental con los
documentos de Levin, seguro que en ese momento William
Kirwill se estaba deshaciendo probablemente de su arma —una
empuñadura aquí, un cañón allá— en algunas partes de la
ciudad. Para cuando llegó a su oficina en Novokuznetskaya
para escribir un informe a Iamskoy, sabía que Kirwill
probablemente estaba buscando asilo en la embajada de los
Estados Unidos. Estupendo; más pruebas para el fiscal porque
ahora estaba seguro de que el tercer cadáver del parque Gorki
correspondía a James Kirwill. Arkady dejó el informe en el
escritorio del ayudante de Iamskoy, para que lo viera por la
mañana.

La luz brillante de una farola iluminaba la mitad del río


Moskva. El reflejo se movía. Escuchó un ruido como si
arrastraran piedras. Arkady detuvo su automóvil y vio desde la
ribera un rompehielos que se abría paso por el río, empujando
por delante una cresta de hielo roto, dejando a la zaga
témpanos que subían y se hundían en al agua agitada y
liberada que se retorcía en trenzas negras.
Arkady anduvo a lo largo del río hasta que se terminó un
paquete de cigarrillos. Le había impresionado el encuentro que
tuvo en el hotel Metropole. No había matado a William Kirwill,
pero había deseado hacerlo y había estado a punto de lograrlo.
Estaba conmovido porque no le había importado
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 197

particularmente hacerlo o no. Y sospechaba que lo mismo le


ocurría a Kirwill.
A la altura del parque Gorki vio las luces encendidas del
estudio de Andreev, en el último piso del Instituto Etnológico.
Aunque era medianoche, el antropólogo recibió con
beneplácito a Arkady.
—Hago este trabajo para usted en mi tiempo libre, de modo
que es justo que me haga compañía. Venga, la cena alcanza
para los dos —Andreev llevó a Arkady a una mesa donde las
cabezas del hombre de Cromagnon dejaron sitio a los platos—.
Hay remolacha, cebollas, salchichas, pan. Vodka no, lo siento.
Sé por experiencia que los enanos se emborrachan muy
pronto, y personalmente pienso que no hay nada más grotesco
que un enano borracho.
Andreev estaba de tan buen humor que Arkady dudó en
decirle que, en lo que a él concernía, la investigación había
concluido.
—¡Ah, pero usted querrá verla! —Andreev malinterpretó la
indecisión de Arkady—. Por eso vino usted.
—¿Ya terminó?
—Aún no. Sin embargo, puede mirar. —Levantó el lienzo que
cubría la rueda de alfarero para mostrar los progresos
efectuados.
La reconstrucción de la cara de la chica del parque Gorki se
hallaba en el punto intermedio en el que podría parecer tanto
el modelado de los rasgos por un escultor, como la disección
de un anatomista. Todos los músculos del cuello estaban en su
sitio, formando una graciosa columna sonrosada a la que sólo
le faltaba la piel. Músculos sonrosados se extendían desde el
hueco nasal alrededor de las líneas de las encías desprovistas
de dientes. Músculos planos temporales se abrían en abanico
por sus pómulos y sienes. Otros músculos modelaban los
ángulos de la mandíbula. En general, el tejido de franjas de
plastilina suavizaba la dureza del cráneo y lo hacía tan horrible
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 198

como una máscara de muerte. La chica miraba con dos ojos de


vidrio marrones.
—Como puede ver, ya terminé los grandes músculos
maseteros del maxilar y los del cuello. La posición de las
vértebras de su cuello me indican cómo sostenía la cabeza, lo
cual constituye también un indicio psicológico. La mantenía
altiva. Supe en seguida por las grandes ligaduras musculares
del lado derecho de las vértebras que usaba la diestra. Algunas
cosas son muy sencillas. Los músculos de una mujer son más
pequeños que los del hombre. El cráneo es más ligero, las
cuencas de los ojos son más grandes y hay menos relieve
óseo. Empero, cada músculo debe ser esculpido
individualmente. Mire su boca. Observe cuán uniformes son los
dientes con una proyección media, típica del homo sapiens,
salvo por algunos primitivos, aborígenes o indios piel rojas. Lo
importante es que en este tipo de maxilar el labio superior es
por lo común dominante. De hecho, la boca es una de las áreas
de reconstrucción más fácil. Espere y verá, tiene una boca
bonita. La nariz es más difícil, hay que hacer una triangulación
desde el perfil horizontal de la cara y los contornos de las
aberturas nasales y las cuencas de los ojos.
Los ojos de vidrio, fijos de plastilina, emergían
histéricamente.
—¿Cómo sabe el tamaño de ojos que ha de insertar? —
preguntó Arkady.
—Los ojos de todos son más o menos del mismo tamaño. Le
he desilusionado. ¿Las ventanas del alma y todo eso? ¿Dónde
quedaría lo romántico si no hubiera ojos? La verdad es que
cuando hablamos de la forma de los ojos de una mujer en
realidad estamos describiendo la forma de sus párpados. «Ella
deliberadamente veló la luz de sus ojos, más a pesar suyo
relucían en su apenas perceptible sonrisa.»—Anna Karenina.
—¡Un letrado! Lo sospeché todo el tiempo. Y los párpados,
nada excepto párpados y ligaduras musculares —Andreev
subió a una tarima y cortó un trozo de pan—. ¿Le gusta el
circo, investigador?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 199

—No de una manera especial.


—A todo el mundo le gusta el circo. ¿Por qué a usted no?
—Algunos números me agradan. Los cosacos y los payasos.
—¿Son los osos los que le desagradan?
—Un poco. Pero la última vez que vi una función realizaron un
acto con mandriles amaestrados. Participaba una chica
ataviada con un traje de lentejuelas que o bien le quedaba
muy apretado o ella estaba demasiado gorda para él; llamaba
a los simios uno por uno para que rodaran por el suelo e
hicieran cabriolas. Los mandriles no dejaban de mirar por
encima de sus hombros a un sujeto robusto con traje de
marinero que hacía restallar un látigo detrás de ellos. Era
absurdo. Ese bruto, barbudo, vestido con una especie de traje
de marinero para niño, golpeaba a los mandriles cada vez que
fallaban. Luego la muchacha gruesa se apartó de los animales,
hizo una reverencia y todo el mundo aplaudió.
—Exagera.
—No. Fue una verdadera demostración de crueldad con los
mandriles.
—Se supone que la gente no ve lo que hace el hombre del
látigo, por eso llevaba un traje de marinero —Andreev sonrió—.
Apenas me siento, que los niños empiezan a exigir a sus
padres que los acerquen a mí. Para ellos un enano debe ser
parte del espectáculo. Le aseguro que no aprecio a los niños en
circunstancia alguna.
—Entonces debe usted de odiar el circo.
—Me encanta. Disfruto con los enanos, los gigantes, la gente
con cabello azul y narices rojas, o pelo verde y narices
moradas. No sabe usted qué alivio se siente cuando se escapa
de la normalidad. Me gustaría tener aquí ahora un poco de
vodka. Sea como fuere, esta situación le beneficia a usted,
investigador. El anterior director de este instituto era un buen
hombre, gordo y bonachón y muy normal. Al igual que todos
los artistas normales sus reconstrucciones tendían a
parecérsele. No al principio, la tendencia se manifestaba
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 200

después. Cada cara que hacía era un poco más redonda, un


poco más alegre. Había aquí un gabinete de hombres de las
cavernas y víctimas de asesinatos, gordos y felices como
nunca vio usted otros. Una persona normal siempre se ve en
otros, como usted sabe. Siempre. Yo veo con más claridad —
Andreev le guiñó un ojo—. Confíe en los ojos del enano.
Mientras dormía sonó el teléfono. Llamaba el detective
Yakutsky, que lo primero que preguntó fue qué hora era en
Moscú.
—Es tarde —balbuceó Arkady. La pareció que las llamadas
entre Siberia y Moscú siempre comenzaban con una ritual para
determinar la diferencia horaria.
—Estoy en el turno matutino aquí —dijo Yakutsky—. Tengo un
poco más de información sobre Valerya Davidova.
—Podría usted conservar sus datos. Creo que en un par de
días otro investigador se encargará del caso.
—Tengo una pista para usted —agregó Yakutsky, tras una
pausa—. Estamos muy interesados en este caso en Ust—Kut.
—Está bien —contestó Arkady, para no defraudar a los
muchachos de Ust—Kut—. ¿De qué se trata?
—La Davidova tenía una buena amiga que se mudó de
Irkutsk a Moscú. Allí está en la universidad. Se llama. Irina
Asanova. Si Valerya Davidova fue a Moscú, debió ir a visitar a
la joven Asanova.
—Gracias.
—Le llamaré cuando haya alguna novedad —prometió el
detective Yakutsky.
—Cuando guste —Arkady colgó el auricular.
Sintió lástima por Irina Asanova. Recordó que Pribluda había
roto el vestido congelado del cadáver del parque. Y la joven
Asanova era hermosa. De todas maneras, eso ya no era de su
incumbencia. Cerró los ojos.
Cuando volvió a sonar el teléfono palpó en la oscuridad en
busca del auricular, creyendo que era Yakutsky con más
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 201

información inútil. Encontró el auricular, se enderezó y


refunfuñó.
—He adquirido el hábito ruso de llamar tarde —dijo Osborne.
Arkady se despertó del todo. Tenía los ojos bien abiertos, y
con la claridad que percibe sólo alguien en vigilia involuntaria,
vio todos los objetos oscuros que le rodeaban: las cajas de
cartón con las grabaciones, las patas de las sillas, una sombra
doblada en un rincón del cuarto, el póster de la línea aérea en
la pared totalmente legible.
—¿No le incomodo? —preguntó Osborne.
—No.
—Empezamos una conversación interesante en la casa de
baños, y temí que no nos volviéramos a encontrar antes de
que me vaya de Moscú. ¿Le parece bien mañana a las diez
horas, investigador? En el muelle, frente al edificio del Consejo
de Comercio.
—Está bien.
—Magnífico. Nos vemos allí —Osborne colgó el auricular.
No podía imaginar la razón por la que Osborne quisiera verle
en el muelle al día siguiente. Tampoco veía ninguna razón para
que él acudiera allí.

11
El primer rocío del año se había transformado en un sudario
húmedo en el muelle Shevchenko. Mientras esperaba frente al
Consejo Comercial y Económico de la URSS y EE.UU., Arkady
pudo ver a las secretarias rusas y las oficinas, a hombres de
negocios norteamericanos y una máquina de Pepsi-Cola. El
humo lo hizo toser.
El caso todavía era de Arkady. A primera hora de la mañana
Iamskoy le había llamado para decirle que era interesante que
un norteamericano que otrora había estudiado en Moscú
tuviera algunas de las características físicas de uno de los
cadáveres hallados en el parque Gorki, y que el investigador no
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 202

debía titubear en buscar evidencias que pudieran establecer


tal relación, aunque no debía acercarse a extranjeros y que, a
partir de ese momento, no recibiría más grabaciones o
transcripciones del KGB.
Y bien, pensó Arkady, Osborne le había llamado, no al
contrario. No debió gustarle al «amigo de la Unión Soviética»
haber sido el objeto de la visita del investigador al Ministerio
de Comercio Exterior. Arkady no sabía cómo llevar la
conversación con Osborne para hablar de sus viajes y comercio
particular; de hecho dudaba que Osborne se presentara a la
cita.
Media hora después de lo convenido una limusina Chaika se
detuvo ante el Consejo de Comercio. John Osborne salió del
edificio, dijo algunas palabras al chófer y luego cruzó la
callehacia el investigador. Llevaba puesto un abrigo sueco.
Cubría su cabello plateado un sombrero negro de piel de marta
que debía costar más de lo que Arkady ganaba en un año. Los
puños de su camisa estaban sujetos con gemelos de oro en vez
de botones. En Osborne esa ropa era natural. Poseía el don de
no estar fuera de lugar, sino de hacer que todo lo que le
rodeaba pareciera inapropiado y harapiento. Él y Arkady
permanecieron por un momento de pie uno junto al otro, luego
el hombre de negocios le tomó por el brazo y empezaron a
caminar de prisa a lo largo del muelle, rumbo al Kremlin. La
limusina los seguía.
Osborne empezó a hablar antes de que Arkady pudiera decir
nada.
—Espero que no le incomoden las prisas, pero tengo que
asistir a una recepción en el Ministerio de Comercio, y creo que
usted no querría que hiciera esperar a nadie. ¿Conoce el
Ministerio de Comercio Exterior? Usted parece conocer a todo
el mundo y se encuentra en los sitios más inesperados. ¿Sabe
usted algo acerca del dinero?
—Nada.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 203

—Permítame hablarle de ello. Las pieles y el oro son los


objetos de más valor en Rusia. Son los artículos de intercambio
con el exterior más antiguo de este país, el tributo a los khanes
y césares. Desde luego, Rusia ya no paga tributo a nadie.
Ahora hay dos subastas de pieles al año, una en enero y otra
en julio, en el palacio de las pieles de Leningrado. Asisten
alrededor de cien compradores, unos diez de los Estados
Unidos. Algunos compran directamente, otros son corredores.
Los primeros compran para sí mismos y los corredores para
otros. Yo soy corredor y también compro para mis propios
salones de exhibición en los Estados Unidos y Europa. Las
principales pieles a la venta en la subasta son el visón, la
marta, el zorro, el turón, el cordero persa y la cebellina. En
general, los corredores norteamericanos no pujan por los
visones porque los visones rusos están prohibidos en los
Estados Unidos... una infortunada consecuencia de la guerra
fría. El hecho de tener sucursales en Europa me obliga a pujar
por todas las pieles, pero la única piel en la que se interesa la
mayoría de los compradores norteamericanos es la cebellina.
Llegamos diez días antes de la subasta para inspeccionarlas.
Por ejemplo, cuando compro visones, observo cuidadosamente
cincuenta de esas pieles de una determinada granja colectiva.
Esas cincuenta pieles me permiten calcular el valor de una
serie de mil de esa misma granja. Como en la Unión Soviética
se producen al año ocho millones de pieles de visón el sistema
en serie es una necesidad.
»Las cebellinas es una cuestión diferente. En un año se
producen menos de cien mil de calidad exportable. No hay
"series". Cada cebellina tiene que ser examinada
individualmente para determinar su color y riqueza. Si la piel
se obtiene una semana antes de lo indicado, se pierde espesor;
una semana después se desvanece el lustre. Las licitaciones se
hacen en dólares, simplemente para usar un patrón de cambio.
Yo compro cebellinas por un valor aproximado de medio millón
de dólares en cada subasta.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 204

Arkady no sabía qué decir. No se trataba de una


conversación, sino de un monólogo. Comprendió que
escuchaba una conferencia y al mismo tiempo era ignorado.
—Como socio de negocios y antiguo amigo, he sido honrado
con invitaciones a diferentes instalaciones soviéticas aparte del
palacio de las pieles. El año pasado volé a Irkutsk para visitar el
centro de pieles de esa población. Ahora visito Moscú por
negocios. Cada primavera el Ministerio de Comercio local se
pone en contacto con algunos compradores y negocia una
venta de descuento de las pieles rezagadas. Siempre disfruto
de mis visitas a Moscú debido a la gran variedad de personas
de este magnífico país que he llegado a conocer. Trato no sólo
a mis amigos de los ministerios, sino también a artistas,
bailarinas y gente del cine. Ahora conozco a un investigador
principal de homicidios. Lamento no poderme quedar hasta el
Día del Trabajo, porque tendré que partir la noche antes a
Nueva York.
Osborne abrió una pitillera de oro, sacó y encendió un
cigarrillo sin perder el paso. Arkady se percató de que el
monólogo no había divagado. Había ido directamente al punto.
Osborne había aclarado cada aspecto de sus actividades, lo
que situaba a Arkady en el papel del empleado gubernamental
más inepto. El efecto no sirvió únicamente para salvar las
apariencias. En cosa de minutos, Osborne había demostrado
plenamente su superioridad. En la mente del investigador no
quedaba ninguna duda salvo aquellas tan acusatorias que no
podían ser objeto de pregunta.
—¿Cómo las matan? —preguntó Arkady.
—¿A quiénes? —Osborne se detuvo sin mostrar más interés
en su rostro que si Arkady hubiera inquirido acerca del tiempo.
—Las cebellinas.
—Con inyecciones. Un proceso indoloro —Osborne empezó a
caminar nuevamente, algo menos aprisa. Una neblina se
aferraba a su sombrero de cebellina—. ¿Se interesa usted
profesionalmente en todo, investigador?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 205

—Es que las cebellinas son en verdad fascinantes. ¿Cómo las


atrapan?
—Se las hace salir de sus madrigueras con humo. O se las
obliga a trepar a los árboles utilizando perros adiestrados en su
caza; luego se talan los árboles circundantes y se extienden
redes.
—¿Se caza a las cebellinas como a los visones?
—Las cebellinas cazan visones. No hay nada más veloz sobre
la nieve. Para ellas Siberia es el paraíso.
Arkady se detuvo y echó a perder tres cerillas antes de poder
encender uno de sus cigarrillos Primas. Con una sonrisa dio a
entender a Osborne que todo lo que pretendía era tener una
charla divertida.
—Leningrado —suspiró Arkady—, una ciudad tan hermosa.
Me parece que la llaman la Venecia del norte.
—Algunas personas la llaman así.
—Me gustaría saber por qué Leningrado es la cuna de todos
los grandes poetas. No me refiero a Yevtushenko o
Voznesensky, sino a poetas como Akhmatova y Mandelstam.
¿Conoce usted la poesía de Mandelstam?
—Sé que no está bien visto por el Partido.
—Ah, pero ya está muerto, lo cual mejora bastante su
posición política —dijo Arkady—. De todos modos, mire nuestro
río Moskva, roto como lo estaría una calle de hormigón. Luego,
piense en el rio Neva de Mandelstam, «viscoso como una
medusa». Es una frase tan significativa.
—Quizá no sepa usted —Osborne miró su reloj— que casi
nadie en Occidente lee a Mandelstam. Es demasiado ruso. No
se puede traducir.
—¡Es lo que digo! Es demasiado ruso. Puede ser un fallo.
—¿Ése es su punto de vista?
—Como esos cadáveres que encontramos en el parque Gorki
acerca de los cuales usted me hizo preguntas. Tres personas
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 206

muertas a tiros con gran eficiencia y con una automática


occidental. Eso no se traduce al ruso en absoluto, ¿verdad?
A veces una racha de viento agita un letrero y la cara pintada
en él, aunque no cambia de expresión, tiembla. Arkady advirtió
un temblor semejante en los ojos de Osborne, una expresión
de emoción.
—Míster Osborne, usted debe de haber notado una diferencia
entre un hombre como usted y otro como yo. Mi manera de
pensar es sosa, proletaria, es un privilegio conocer a alguien
tan sofisticado como usted. Así, se puede imaginar la dificultad
que tengo al tratar de imaginar por qué un occidental se
molestaría en matar a tres rusos. No se trata de guerra o
espionaje. Permítame confesar que no estoy preparado para
semejantes disquisiciones. Por lo general encuentro un
cadáver. El teatro del crimen está todo revuelto... hay sangre
por todas partes, huellas digitales, probablemente está ahí
también el arma asesina. Un niño con estómago fuerte podría
hacer mi trabajo. ¿Los motivos? Adulterio, algún arrebato de
ebrio, la falta de pago de algunos rublos prestados, tal vez una
mujer que mata a otra por un pollo que ha desaparecido. Debo
decir que la cocina comunal es un foco de pasiones.
Francamente, si tuviera inteligencia para ser un ideólogo, o si
pudiera dirigir un ministerio o conocer la diferencia entre dos
pieles, eso es lo que haría, ¿o no? Así pues, a menos que yo
esté equivocado, todas las simpatías se dirigen al investigador
brillante que tropieza con un crimen hábilmente planeado, y
ejecutado con inteligencia y audacia.
—¿Hábilmente planeado? —Osborne mostró interés.
—Sí. Recuerde lo que dijo Lenin: «La clase trabajadora no
está separada de la vieja sociedad burguesa por la Muralla
China. Y cuando se produzca la revolución, no sucederá que al
fallecer un individuo éste se sepulte a sí mismo. Cuando muera
la vieja sociedad será imposible envolver su cuerpo en una
mortaja y ponerlo en una tumba. Se pudrirá entre nosotros, ese
cadáver nos oprimirá y nos contaminará». Considere, entonces,
a un hombre de negocios burgués capaz de ejecutar a dos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 207

trabajadores soviéticos y dejarlos en el corazón de Moscú, y


dígame si no es un sujeto muy listo.
—¿Dos, dice? Creí que había hallado tres en el parque.
—Tres. ¿Conoce usted bien Moscú, míster Osborne? ¿Disfruta
de sus visitas a la ciudad?
Habían vuelto a caminar, dejando huellas de pisadas en las
baldosas. A pesar de lo temprano que era, los conductores ya
habían encendido las luces de sus vehículos... Delante, una
neblina amarillenta se aferraba al puente.
—¿Disfruta usted de su estancia en Moscú? —le repitió
Arkady.
—Investigador, durante la gira que hice por Siberia me dio la
bienvenida el alcalde de una aldea, que me mostró el edificio
más moderno de la población. Tenía dieciséis inodoros, dos
mingitorios y un solo fregadero. Era el excusado comunal. Los
dirigentes de la aldea se reunían allí con los pantalones
bajados y defecaban mientras tomaban las decisiones
importantes —Osborne hizo una pausa—. Desde luego, Moscú
es mucho más grande.
—Míster Osborne —le interrumpió Arkady—, disculpe, pero
¿dije algo que le molestara?
—Usted no puede molestarme. Más bien creo que yo le estoy
distrayendo de su investigación.
—De ninguna manera —Arkady tocó el ante del brazo de
Osborne y reanudó el paseo—. La verdad es que usted me
ayuda. Si por un minuto pudiera pensar, no como ruso sino
como un genio para los negocios, mis problemas
desaparecerían.
—¿Qué quiere usted decir?
—¿No se necesita ser un genio para encontrar algo por lo que
valga la pena matar rusos? No es un halago: es admiración.
¿Pieles? No, se las podría comprar a usted. ¿Oro? ¿Cómo
podría sacarlo del país? Tendría bastantes problemas para
deshacerse de la bolsa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 208

—¿Qué bolsa?
Arkady dio una palmada explosiva con sus manos.
—La acción ya está hecha. Los dos hombres y la mujer están
muertos. El asesino metió la comida, las bebidas y una pistola
en una bolsa de cuero rota por los balazos. Patina por el
parque. Nieva, está oscureciendo. Fuera del parque debe
esconder sus patines de hielo también en la bolsa, para
librarse de ellos esperando que nadie lo vea. No debe
deshacerse de ella en el parque y tampoco tirarla a la basura
porque en cualquiera de los dos casos la podrían encontrar y,
al menos en Moscú, se daría parte a la milicia. ¿Es mejor tirarla
al río?
—El río está congelado todo el invierno.
—Muy cierto. Sin embargo, una vez desaparecida la bolsa
como por arte de magia, debe regresar a este lado del río.
—El puente Krimsky —Osborne hizo un gesto en la dirección
en que caminaban.
—Sin llamar la atención de alguna babushka suspicaz o algún
miliciano. La gente es tan fisgona.
—Taxi.
—No, demasiado arriesgado para los extranjeros. Mejor
recurrir a un amigo que espere en el camino del muelle en un
automóvil; eso es obvio, aún para mí.
—¿Por qué no se encontraba en el sitio del asesinato el
cómplice?
—¿Él? —Arkady se echó a reír—. Jamás! Estamos hablando de
seducir, de inspirar confianza. El cómplice no debería ser en
ningún caso el motivo por el que las moscas se vieran atraídas
a la miel —Arkady se puso serio—. La verdad es que el primer
hombre, el asesino, calculó todo esto con sumo cuidado.
—¿Lo vio alguien con la bolsa? Por ambos lados, el rio avanza
entre neblina.
A Osborne le preocupaba que pudiera aparecer algún testigo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 209

—Lo que quiero saber —dijo Arkady—, es el motivo. ¿Por qué?


No me refiero a un objeto... digamos, un icono. Quiero decir,
¿por qué un hombre inteligente, triunfador y más acaudalado
probablemente que cualquier otro en la Unión Soviética,
asesina para tener más? Si pudiera entender al hombre, podría
entender el crimen. Dígame, ¿cree usted que lo podría
entender?
Osborne era impenetrable. Arkady se sentía como si
estuviera arañando una superficie resbaladiza, inexpugnable.
El ante, la cebellina, la piel, los ojos, eran todos iguales,
todos... dinero. Ésa era una palabra que el investigador nunca
había usado en ese contexto antes. De modo abstracto, en las
fantasías de los ladrones, sí. Pero nunca había tenido contacto
físico con el dinero. Pues eso era Osborne, alguien que
rezumaba dinero por todos sus poros. ¿Comprendería a un
hombre así?
—Supongo que no —contestó Osborne.
—¿Sexo? —preguntó Arkady—. Un desconocido solitario
conoce a una chica hermosa y se la lleva a su cuarto del hotel.
Las empleadas se harán las desentendidas cuando se trate del
extranjero adecuado. El hombre y la chica empiezan a verse
regularmente. De pronto, ella exige dinero y le presenta un
esposo de aspecto patibulario. Es una vulgar extorsionista.
—No.
—¿Hay un fallo?
—De planteamiento. Para los occidentales, los rusos son una
raza fea.
—¿Es un hecho?
—En general, aquí las mujeres no tienen más atractivo que
las vacas. Por eso sus escritores rusos hacen tantos elogios de
los ojos de sus heroínas, su apariencia velada y miradas
hechiceras, porque ningún otro aspecto físico suscita
descripción —dijo Osborne—. Todo se debe a los largos
inviernos. ¿Qué puede ser más caliente que una mujer gruesa
con piernas peludas? Los hombres son más delgados, pero
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 210

también más feos. Como está descartada la buena apariencia,


el único atractivo sexual que queda son los cuellos gruesos y
las cejas espesas, como en los toros.
A Arkady le pareció que escuchaba la descripción de unos
trogloditas.
—A juzgar por su apellido, usted debe de tener ascendientes
en Ucrania, ¿no? —agregó Osborne.
—Sí. Bueno, descartaremos el sexo.
—Parece prudente.
—... lo que nos deja un crimen sin motivo —Arkady frunció el
ceño.
Girándose lentamente, como una puerta, Osborne le miró y
comentó:
—Asombroso. Es usted una caja de sorpresas. ¿Habla en
serio?
—Oh, sí.
—¿Un triple crimen meramente por capricho?
—Sí.
—Increíble. Quiero decir —Osborne estaba entusiasmado—,
literalmente increíble, de un investigador de su talla. Se creería
de otro, no de usted —^—Osborne inhaló profundamente—.
Supongamos que esto fue lo que ocurrió, un asesinato sin
motivos, sin testigos, ¿qué posibilidades tiene de encontrar al
asesino?
—Ninguna.
—Pero eso es lo que usted cree que pasó.
—No. Quiero decir que no he hallado el motivo. Los motivos
son diferentes. Es el planteamiento, como usted dice.
Imaginémonos por un momento que un hombre visita
ocasionalmente una isla de gente primitiva, de la Edad de
Piedra. Habla su lenguaje, es un adulador experto, se hace
amigo de los jefes locales. Al mismo tiempo es consciente de
su superioridad. De hecho, encuentra a los nativos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 211

ridículamente despreciables —Arkady hablaba despacio,


tanteando el camino, recordando el relato contado
confusamente sobre los soldados alemanes muertos por
Osborne y Mendel—. En un momento dado se involucra en el
asesinato de un nativo. Eso sucede durante una guerra entre
tribus, de modo que lo premian en vez de castigarlo. Con el
tiempo el recuerdo de esa hazaña le complace así como otro
hombre disfruta recordando la primera vez que tuvo intimidad
con una mujer. La sociedad primitiva tiene cierto atractivo, ¿no
le parece?
—¿Un atractivo?
—Es una revelación para ese hombre. Descubre cuáles son
sus impulsos, y también encuentra un lugar donde los puede
llevar a cabo. Un lugar fuera de la civilización.
—¿Que si es justo?
—Desde su punto de vista, quizá. Los nativos son primitivos,
no hay duda al respecto. Mas pese a su apariencia civilizada,
sospecho que siente el mismo odio por todos. Sólo en esa isla
atrasada acepta sus sentimientos.
—Aún así, si matara al azar, usted no lo atraparía.
—Pero ése no es el caso. En primer lugar, deja pasar muchos
años antes de dar rienda suelta a su impulso violento. Es un
aficionado, aunque un aficionado inspirado, y es un hecho
probado el que un aficionado una vez que ha cometido con
éxito un crimen, casi siempre trata de repetir su acción como si
sólo él poseyera el secreto del crimen perfecto. De modo que
hay un patrón. Todo está planeado cuidadosamente. Siendo un
hombre superior por definición, tiene que tener pleno control
de la situación. Hasta el grado de aprovechar el estruendo del
cañón de la obertura de Tchaikovsky que se oye en el parque,
¿sí? Levanta la pistola dentro de la bolsa, mata al «bruto»,
luego al segundo hombre y a la chica, desuella sus caras y
arranca las huellas digitales y escapa. Sin embargo, sólo hasta
este punto se puede hablar de un plan premeditado. Es injusto,
pero siempre hay el elemento del azar. Pudo andar por ahí
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 212

algún vendedor que llevara su carrito con mercancías al


arbolado para descansar, algunos chicos escondidos entre los
árboles, enamorados que irían a cualquier sitio en busca de
soledad. Después de todo, ¿adónde pueden ir los enamorados
en invierno? Hágase usted esa pregunta.
—Entonces, ¿hubo un testigo?
—¿De qué sirve un testigo? Su memoria se desvanece
después de un día. Al cabo de tres meses, francamente, podría
hacer que reconocieran a cualquiera que yo quisiera.
Solamente el asesino me puede ayudar ahora.
—¿Lo hará?
—Es posible, aunque yo me escondiera como una rana bajo
el río, él acudiría allí en mi busca.
—¿Por qué?
—Porque no basta con matar. Aun el hombre más torpe lo
descubre cuando desaparece la primera emoción. El asesinato
es sólo la mitad del acto. ¿No cree usted que un hombre
superior lo haría personalmente, para obtener una auténtica
satisfacción, por la necesidad de ver a un investigador como yo
reducido a la impotencia y la futilidad, quizá para verse
admirado?
—¿Sería eso un reto, investigador?
—Yo así lo considero.
Habían llegado al puente Novo-Arbatsky. A cada lado de él las
estrellas color rosa del hotel Ucrania y del Ministerio de
Relaciones Exteriores relucían como faros. La limusina de
Osborne se acercó a la acera.
—Investigador Renko, usted es un hombre honesto —dijo
Osborne con una voz suavizada hasta la cordialidad, como si
una vez terminado el paseo, él y Arkady hubieran desarrollado
una cansada pero amistosa informalidad. Fue preciso mostrar
una sonrisa, como en presentación de un actor de carácter
dentro de una última escena—. Le deseo buena suerte porque
sólo estaré una semana más en Moscú y creo que no nos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 213

volveremos a ver. Sin embargo, no quiero que se vaya usted


con las manos vacías. —Osborne se quitó el sombrero de
cebellina y se lo puso a Arkady—. Es un obsequio —dijo—.
Cuando me dijo usted en la casa de baños que siempre había
querido un sombrero, supe que tenía que obsequiárselo. Tuve
que adivinar la medida, pero tengo buen ojo para las cabezas
—miró a Arkady desde diferentes ángulos—. Le queda
perfectamente.
Arkady se quitó el sombrero. Era negro como la tinta china,
con una textura de satín.
—Es muy bonito. Pero... —le devolvió el sombrero con
reticencia—. No lo puedo aceptar. Tenemos reglamentos a la
hora de aceptar obsequios.
—Me sentiré ofendido si lo rechaza.
—Bueno, deme unos días para pensarlo. De esa forma
tendremos una excusa para volver a hablar.
—Cualquier excusa es buena —Osborne estrechó con firmeza
la mano de Arkady y luego se metió en su limusina, que
atravesó el puente.
Arkady fue por su automóvil al Ucrania y acudió a la
delegación de Oktyabrsky, donde preguntó si se habían visto
extranjeros que estuvieran esperando automóviles cerca del
parque Gorki alrededor de la hora en que se cometieron los
asesinatos.
Para cuando partió, el sol grande y anaranjado había salido.
Se deslizó entre los cables del puente Krimsky. Partes de él
relucían como monedas en las ventanas del Ministerio, también
se reflejaban sus rayos en los charcos del camino del muelle
donde él y Osborne habían caminado hacía poco.

El investigador principal Ilya Nikitin, con su cabello ralo


peinado hacia atrás y su cabeza redonda, miró de soslayo
entre el humo del cigarrillo metido entre sus dientes. Vivía solo
en el distrito de Arbat en una casa estrecha con la pintura de
las paredes levantada y él yeso que caía del techo para
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 214

perderse entre montones de libros, polvorientos, con trozos del


papel metidos entre las hojas ya amarillas, que se elevaban
hasta dos y tres metros en columnas de cinco tomos. Arkady
recordó las ventanas de tres cuerpos que daban al río y las
colinas Lenin, pero esa vista ya no existía en su memoria.
Ahora había pilas de libros frente a las ventanas, en la cocina,
en las escaleras y las recámaras del segundo piso.
—Kirwill, Kirwill —con cuidado Nikitin hizo a un lado los
archivos de las Enmiendas parciales de la carta del monopolio
de publicaciones de toda la Unión para dejar al descubierto una
botella casi vacía de oporto rumano. Bebió mientras
pestañeaba y empezó a subir penosamente las escaleras—.
¿De modo que aún acudes a Ilya cuando necesitas ayuda?
Cuando Arkady ingresó en la oficina del fiscal, pensaba que
Nikitin era un genio y progresista, o un genio y partidario de la
línea dura. Un autor de reformas legales o un estalinista. Un
compañero de bebida del cantante negro Robeson o confidente
del novelista reaccionario Sholokov. Al menos, era un genio de
insinuaciones gnósticas. Una figura de blanco o negro pintada
por sí mismo, sostenida por los nombres que dejaba ver.
No había duda de que Nikitin había sido un investigador
principal brillante de homicidios. Aunque Arkady daba forma a
un caso, siempre era Nikitin quien entraba a la sala de
interrogatorios provisto de dos botellas y una sonrisa burlona,
para emerger de ella dos horas más tarde con un asesino dócil
y avergonzado.
—La confesión lo es todo —explicaba Nikitin—. Si no se
inculca la religión o la psicología a la gente como mínimo hay
que dejarlos confesar un crimen. Proust decía que se podía
seducir a cualquier mujer si estaba uno dispuesto a sentarse y
escuchar sus quejas hasta las cuatro de la madrugada. En el
fondo, cualquier asesino tiene quejas que desahogar.
Cuando Arkady le preguntó por qué se había cambiado de la
sección de homicidios a la de enlace gubernamental, Nikitin
contestó:
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 215

—Por los sobornos, «boychik».


—Kirwill. Reds. Diego Rivera. La batalla de la plaza Unión —
retorciéndose para mirar hacia atrás, Nikitin preguntó—:
¿Sabes dónde está Nueva York? —bajó un peldaño, haciendo a
un lado un libro, que arrastró otros dos tomos escaleras abajo,
y luego otro más. Al cabo de un momento, el alud se paró.
—Háblame de Kirwill —dijo Arkady.
Nikitin blandió su cabeza como si fuera un dedo.
—Corrección: Kirwill. Estrella Roja —hizo acopio de fuerzas
para arrastrarse por un pasillo del segundo piso ahora más
estrecho por los libros que ocupaban ambas paredes.
—¿Quiénes fueron los Kirwill? —preguntó Arkady.
Nikitin dejó caer su botella vacía, que fue a pegarle en la
rodilla y rodó de espaldas quedando su vientre metido entre
pilas de libros, indefenso.
—Me robaste de mi oficina una botella, Arkasha. Eres un
ladrón. Vete al diablo.
Al nivel de los ojos de Arkady había una costra dura de queso
y media botella de vino de ciruela sobre un libro titulado
Opresión política en los Estados Unidos, 1929—1941. Después
de meterse la botella bajo el brazo, hojeó el índice de la obra.
—¿Me puedes prestar este libro?
—Dame esa botella —dijo Nikitin.
Arkady le puso el vino en las manos. —Quédate con el libro y
no vuelvas.

La oficina de Belov era un monumento a la guerra.


Fotografías de soldados marchando, recortadas del periódico.
Titulares de prensa enmarcados, de un papel tan fino como la
seda, que decían: «Valiente defensa en el Volga», «Recia
resistencia aplastada», «Los héroes exaltan la Patria». Belov
dormía con la boca abierta; en su labio inferior había migajas
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 216

de pan, lo mismo que en su camisa. En una mano Belov tenía


una cerveza.
Arkady se sentó en la otra silla y acto seguido abrió el libro
de Nikitin.

El mitin se realizó en la plaza Unión en 1930, fue la


reunión pública más grande jamás organizada por el
PCEEUUA. Trabajadores ansiosos de escuchar y ser
escuchados por la vanguardia de la justicia social
acudieron a la plaza en número superior al estimado por
los líderes. A pesar de que el comisario de policía de
Nueva York, Grover A. Whalen, ordenara que el metro no
parara en las cercanías de la plaza, se calcula que se
congregaron más de cincuenta mil personas. La policía
y sus agentes tomaron otras medidas para romper,
dividir o acallar la voluntad de los asistentes. Cuando
cantaban La Internacional, agentes encubiertos del
llamado escuadrón radical se infiltraron en la plaza.
Provocadores intentaron sin éxito instigar ataques
contra la policía uniformada. No se permitió el uso de
cámaras de cine que registraran el glorioso mitin por
instrucciones del comisario Whalen, quien más tarde
dijo: «No vi razón alguna para perpetuar expresiones de
traición, y no quiero dedicarme a la censura». Sus
declaraciones evidencian el papel contradictorio de la
policía en una sociedad capitalista: guardianes de la paz
y firmes defensores de la clase explotadora.

Arkady pasó por alto un mensaje de solidaridad de Stalin,


leído ante la exaltada multitud.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 217

El orador William Z. Foster propuso una marcha


pacífica al ayuntamiento. Sin embargo, tan pronto como
la multitud empezó a moverse, le fue bloqueado el paso
por un camión blindado de la policía. Ésa fue la señal de
Whalen a la policía reunida en las calles laterales. A pie
y a caballo, a la cosaca, la policía cargó contra hombres,
mujeres y niños. Los negros, especialmente, fueron
objetivo de sus ataques. Una muchacha negra fue
levantada por un policía mientras sus compañeros la
golpeaban en los senos y el estómago. James y Edna
Kirwill, editores de Estrella Roja, una publicación del
catolicismo de izquierda, fueron golpeados hasta quedar
tirados en el suelo cubiertos de sangre. La policía
montada arremetía por igual contra los miembros del
Partido que llevaban pancartas como contra los
ciudadanos que sólo paseaban. Los líderes del Partido
fueron atacados y arrestados. Una vez en sus celdas no
se les permitió ni llamar a sus abogados, ni salir libres
bajo fianza, de acuerdo con la declaración del
comisionado Whalen según la cual «esos enemigos de
las sociedades serán expulsados de Nueva York sin
tener en cuenta sus derechos constitucionales».

El investigador principal para la industria abrió los ojos


legañosos, se humedeció los labios y se enderezó.
—Hojeaba —empezó a decir, agarrando la cerveza que
estaba a punto de volcarse— algunas ordenanzas de fábricas
—recogió los restos de un emparedado, los echó a la papelera
con un esfuerzo que lo hizo eructar, y miró con fijeza a Arkady
—. ¿Cuánto hace que estás aquí?
—Estaba mirando un libro, tío Seva —contestó Arkady—. El
libro dice que los «enemigos de la sociedad deben ser
expulsados a pesar de sus derechos constitucionales».
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 218

—Eso es fácil —contestó el anciano tras cavilar un momento


—. Por definición, los enemigos de la sociedad no tienen
derechos constitucionales.
—Eso es —dijo Arkady haciendo chasquear los dedos de su
mano derecha.
—Es una cuestión elemental —Belov desechó los halagos—.
¿Qué quieres? Estos días sólo me prestas atención cuando
quieres algo.
—Estoy tratando de hallar un arma arrojada al río en enero.
—Sobre el río, querrás decir. Entonces estaba congelado.
—Cierto, pero es posible que no en todas partes. Algunas
fábricas todavía vierten agua caliente al río por lo que el hielo
no llega a formarse nunca en estas zonas. Tú sabes de fábricas
más que nadie.
—La contaminación es un tema muy importante, Arkasha.
Hay ordenanzas para las empresas, relacionadas con el medio
ambiente. Cuando eras pequeño siempre te quejabas de las
fábricas. Eras un pelmazo.
—Agua caliente limpia, vertida diariamente por una industria.
—Todo el mundo piensa que tiene un caso especial. El vertido
de aguas residuales en el río Moskva dentro de los límites de la
ciudad está estrictamente prohibido gracias a gentes como tú.
—Pero la industria debe progresar. Un país es como un
cuerpo. Primero la fuerza muscular, luego la loción para el
cabello.
—Cierto, y tú crees estarte burlando de mí, Arkasha, cuando
dices algo que es cierto. Preferirías vivir en una ciudad
ostentosa como París. ¿Sabes por qué tienen bulevares tan
grandes allí? Son más apropiados para matar comunistas. Así
que no vengas a quejarte de la contaminación —cuando Belov
se frotó la cara se le arrugó la piel como a un pudín—. Lo que
buscas es la curtiduría Gorki. De forma continua vierte agua
tratada. Toda la tintura es previamente eliminada, ¿entiendes?
Tengo un mapa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 219

Belov buscó entre sus cajones y encontró un mapa industrial,


un papel anaranjado y negro del tamaño de un mantel.
—Guantes, libretas de notas, fundas, cosas como ésas. Aquí
—su dedo descendió al muelle junto al parque Gorki— hay un
tubo de desagüe. El río está congelado allí, pero sólo tiene una
capa delgada de hielo. Algo pesado la podría atravesar y la
costra se volvería a formar en una hora más o menos. ¿Y así,
Arkasha, qué posibilidades hay de que un hombre arroje un
arma al río en el único lugar donde el hielo no tiene un metro
de grosor?
—¿Cómo sabías que estaba buscando una pistola, tío?
—Arkasha, sólo estoy viejo. No estoy totalmente senil y
tampoco sordo. Oigo decir cosas.
—¿Como cuáles?
—Cosas —Belov miró a Arkady y a las hazañas heroicas que
pendían de la pared—. Ya no entiendo nada. Antes una persona
podía creer en el futuro. Había camarillas, errores de juicio,
purgas que quizás iban demasiado lejos, pero en el fondo todos
estábamos unidos. —Belov pestañeó. El anciano nunca antes
había hecho confidencias a Arkady—. La ministro de Cultura
fue cesada por corrupción; se hizo millonaria, construyó
palacios. ¡Una ministro! ¿No tratamos de cambiar todo eso?

La filmación al aire libre en Mosfilm había terminado.


Arkady siguió a Irina Asanova por un grupo de cabañas de
troncos y abedules sujetos con tiras de alambre. Sintió los
cables eléctricos bajo las cuadrículas de césped. A pesar del
letrero que decía NO FUMAR, la chica daba chupadas a un
cigarrillo barato de cartón y tabaco colocado en una boquilla
lacada. Su destartalado abrigo afgano dejaba ver un
deleznable vestido de algodón y un lápiz que le pendía por un
cordón del cuello, y que de alguna forma le acentuaba su
gracia. Tenía el largo cabello castaño suelto, y miraba con
atrevimiento a Arkady. La marca de su mejilla había casi
desaparecido bajo un fulgor rojo que no tenía nada que ver con
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 220

el sol poniente. Era el fulgor descrito por Tolstoi en el rostro de


los artilleros durante la batalla de Borodino, un sonrojo de
alborozo al aproximarse la lucha.
—Valerya Davidova y su amante Kostia Borodin procedían de
la región de Irkutsk —dijo Arkady—. Usted vino de Irkutsk,
usted era la mejor amiga de Valerya allá, le escribió desde
aquí, y cuando murió llevaba puestos sus patines, los que
perdió.
—¿Me va usted a arrestar? —Irina desafió a Arkady—. Fui a la
facultad de leyes y conozco la ley tan bien como usted.
Necesita que esté presente un miliciano si me va a arrestar.
—Ya me lo dijo antes. El hombre hallado con Valerya y Kostia
era un norteamericano de nombre James Kirwill. Usted le
conoció en la universidad. ¿Por qué sigue mintiéndome?
Ella se alejó, haciéndole caminar en círculo alrededor de las
cabañas. Pese a su actitud desafiante, él sentía como si
estuviera cazando un cervatillo.
—No tome las cosas personalmente —ella miró hacia atrás—.
Por lo general miento a los de su clase.
—¿Por qué?
—Trato con usted como trataría con un leproso. Es usted
infeccioso. Es miembro de una organización leprosa. No quiero
infectarme.
—¿Estudiaba leyes para convertirse en leprosa?
—Una abogada. Es una doctora, en cierto sentido, para
defender a los sanos de los enfermos.
—Pero hablamos de asesinato, no de enfermedad —Arkady
encendió uno de sus cigarrillos—. Usted es muy valiente.
Espera que algún beria venga aquí y se coma un bebé ante sus
ojos. La desengañaré; estoy aquí sólo para encontrar a la
persona que mató a sus amigos.
—Ahora me está usted mintiendo. Sólo se interesa en
cadáveres, no en los amigos de nadie. Se preocuparía por sus
amigos, no por los míos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 221

Fue una acusación al azar, pero había dado en el blanco. La


única razón por la que había ido al estudio era por Pasha.
—Observé su historial —Arkady cambió de tema—. ¿Qué
calumnia antisoviética suya hizo que la expulsaran de la
universidad?
—Como si no lo supiera.
—Suponga que no lo sé.
Por un momento Irina Asanova estuvo como había estado
cuando la vio por primera vez en el estudio, perdida en su
confianza en sí misma y absorta en su propio mundo.
—Me parece —dijo— que prefiero a sus contrapartes de
seguridad. Cuando menos hay honestidad en abofetear a una
mujer. Su táctica, su falso interés es una muestra, una
debilidad de carácter.
—Eso no es lo que usted dijo en la universidad.
—Le diré lo que dije en la universidad. Estaba en la cafetería
hablando con unos amigos cuando dije que haría cualquier
cosa por salir de Rusia. Algunos canallas del Komsomol
escuchaban en la mesa adyacente. Me denunciaron y me
expulsaron.
—Desde luego, usted bromeaba. Se lo hubiera explicado.
Irina se acercó de modo que casi se tocaban.
—Pero no bromeaba. Hablaba muy en serio. Investigador, si
alguien me diera en este momento un arma y me dijera que
podía salir de la Unión Soviética si le matara a usted, le
mataría aquí mismo.
—¿En serio?
—Lo haría con gusto.
La chica apagó su cigarrillo apretándolo contra el abedul que
estaba junto a Arkady. La corteza blanca del árbol se
ennegreció y humeó, algunas chispas cayeron encendidas.
Arkady experimentó una sensación de dolor, como si el fuego
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 222

estuviera siendo presionado contra su corazón. La creyó. La


verdad había pasado de ella al árbol y a él.
—Camarada Asanova, no sé por qué todavía tengo este caso
—intentó nuevamente convencerla—. No lo quiero, no debería
tenerlo. Pero tres pobres personas fueron asesinadas, y todo lo
que le pido es que venga conmigo ahora y vea los cadáveres.
Quizá la ropa o...
—No.
—Sólo cerciórese de que no son sus amigos. ¿No quiere estar
segura?
—Sé que no son ellos.
—Entonces ¿dónde se encuentran?
Irina Asanova no dijo nada. Una quemadura negra marcaba al
árbol. Ella guardó silencio, pero la verdad no había salido a
flote. Arkady rió involuntariamente, asombrado por su propia
estupidez. No había dejado de preguntarse qué podía haber
querido Osborne de los dos rusos; pero nunca se había
preguntado qué podían haber querido ellos de él.
—¿Dónde cree que están? —preguntó él.
Advirtió que ella contenía la respiración.
—Kostia y Valerya huían de Siberia—Arkady se contestó a sí
mismo—. Eso no fue problema para un bandido como Kostia,
que tenía pasajes robados de Aeroflot. Es posible comprar
papeles de trabajo en el mercado negro, así como un permiso
de residencia si se lo puede pagar, y Kostia tenía fondos
suficientes. Pero Moscú no era lo bastante lejos. Kostia quería
salir del país. Y eso es imposible. En cambio murió con un
norteamericano del cual no hay registro de ingreso a la Unión
Soviética.
Irina Asanova retrocedió hasta que la tocaron los últimos
rayos del sol.
—De hecho —dijo Arkady—, ésa es la única razón por la que
usted admite que los conoció. Sé que murieron en el parque
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 223

Gorki, pero usted cree que están vivos al otro lado de la


frontera. Cree que escaparon.
Ella mostraba una radiante mirada de triunfo.

12
Los pies de los buzos producían remolinos oscuros en el
agua. Arrojaron focos sumergibles. Se podía ver una mano,
luego una aleta mientras unos hombres sondeaban el sitio
donde los tubos de desagüe de la curtiduría Máximo Gorki
daban al río Moskva.
Arriba, en el terraplén de la carretera, los milicianos provistos
con linternas hacían señas a los camiones que circulaban a
esas horas de la mañana. Arkady se encaminó a un área no
iluminada donde había estacionado el coche; en el asiento
trasero estaba sentado Kirwill.
—No le prometo nada —dijo Arkady—. Puede regresar a su
hotel si quiere, o a su embajada.
—Me quedaré aquí —los ojos de Kirwill brillaban en la
oscuridad.
Se oyó un chapoteo sobre el terraplén al lanzarse al río un
buzo. Se sumergió otra lámpara con ayuda de cadenas,
mientras los milicianos empujaban los trozos de hielo sueltos
con unos palos largos.
—Éstos son los informes del forense acerca de los tres
cadáveres hallados en el parque Gorki —dijo Arkady
mostrándole un sobre grueso.
El investigador adoptó una familiaridad peculiar, las fuertes
pisadas de los milicianos, la sospechosa luminosidad de las
linternas y el ambiente profesional que reinaba en todas
partes.
Después de reflexionar tranquilamente todo un día Kirwill
debió concluir que Arkady no pertenecía al KGB... nadie del
KGB podían ser tan ignorante.
—Déjemelos ver —Kirwill estiró el brazo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 224

—¿Quién era James Kirwill? —preguntó Arkady.


—Mi hermano.
Arkady le entregó el sobre a través de la ventanilla del
vehículo; la primera transacción había concluido. En el sobre
no se mencionaba a Osborne. De haber querido William Kirwill
ayudar en la investigación, habría entregado la carta dental y
el dibujo de rayos X en cuanto llegó a Moscú. Pero también
había traído un arma, prueba de que estaba dispuesto a
ocuparse del asunto mientras no supiera a quién inculpar. No
importaba que no tuviera ya su arma. Le quedaban las manos.
Un oficial de la patrulla del río fue a decirle a Arkady que los
buzos se estaban congelando y que no habían hallado ninguna
bolsa en el fondo. Mientras cruzaba la carretera hacia el muro
un sargento le llamó para que hablara con un joven miliciano
del distrito Oktyabrsky que prestaba servicio en el muelle. El
muchacho recordaba haber visto un sedán Zhiguli estacionado
en el camino del terraplén una noche de enero, tal vez febrero.
Todo lo que podía recordar del chófer fue que era alemán y que
en la solapa llevaba un emblema del club «Pelota de Cuero» de
Berlín. «Pelota de Cuero» era el término empleado por el
Komsomol para referirse al fútbol juvenil. El miliciano supo que
el chófer era alemán porque, como era un ávido coleccionista
de emblemas, ofreció comprarle el suyo, lo que éste rehusó
con marcado acento teutón.
—Sigan buscando otra media hora —dijo Arkady a los buzos.
Diez minutos más tarde subieron por la escalera de cuerda
lanzando exclamaciones de júbilo y llevando consigo una bolsa
cubierta de lodo y chorreando agua y anguilas.
Era una bolsa de cuero con un lazo. Arkady, que tenía
puestos guantes de hule, abrió la bolsa a la luz de las lámparas
y buscó entre una mezcla de lodo, botellas y vasos hasta que
halló, apuntando hacia arriba, el cañón de una pistola. Luego
sacó una semiautomática grande.
—¿Camarada investigador?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 225

Fet había llegado. Arkady no lo había visto desde el


interrogatorio de Golodkin. El detective se detuvo fuera del
radio de luz emitido por las lámparas, poniéndose los anteojos,
con la vista fija en el arma.
—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó.
Arkady no sabía qué papel había desempeñado Fet en la
muerte de Pasha. Todo lo que quería era que no le estorbara.
—Sí —dijo Arkady—, consigue una lista de iconos robados en
los últimos dieciséis meses.
—Iconos robados en Moscú.
—Y en los alrededores de Moscú —agregó Arkady—, y en
cualquier parte de este lado de los Urales. Y luego, detective...
—¿Sí? —Fet dio un paso adelante.
—Luego, detective, los iconos robados en Siberia. Tú sabes
dónde está Siberia.
Arkady vio al detective perderse en la oscuridad. Estaría
ocupado una semana, y era poco probable que las listas le
sirvieran para algo.
El investigador colocó con cuidado la pistola en un pañuelo.
Ninguno de los milicianos, ni siquiera los veteranos, reconocían
su manufactura. Arkady dio al oficial de la patrulla del río
dinero para comprar brandy para los buzos, y se llevó la bolsa
y la pistola a su automóvil.
Llevó a Kirwill a un garaje de taxis bajo el puente Krimsky.
Rompía el alba. Fuera del garaje chóferes en mangas de
camisa desmantelaban y reconstruían taxis que estaban a
punto de desmoronarse. Vagando entre los vehículos algunos
vendían piezas robadas que sacaban de amplios abrigos.
Kirwill examinó la pistola.
—Es un buen arma. Es la versión argentina de la Mannlicher
de 7.65 mm. Gran velocidad inicial, exacta, carga ocho balas —
se salpicó con lodo la camisa al sacar el cargador. Arkady no
había notado que desde que habló con Kirwill en su cuarto del
hotel, éste se había vuelto a vestir con ropas rusas—. Quedan
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 226

tres balas —volvió a meter el cargador y le devolvió la pistola


—. Fue el arma de servicio argentina antes que prefirieran otra
pistola, la Browning. Vendieron las Mannlicher a comerciantes
en armas de los Estados Unidos, por eso las conozco.
—Las almohadas —Arkady observó el atuendo de Kirwill—.
No miré en sus almohadas.
—Así es —Kirwill casi sonrió. Devolvió el sobre, se limpió los
dedos y luego sacó una tarjeta del bolsillo de su camisa. La
tarjeta tenía diez manchas de tinta. Eran huellas digitales—.
Tampoco vio esto —movió de un lado a otro la cabeza y guardó
la tarjeta cuando Arkady hizo ademán de cogerla—. No se lo
voy a enseñar —Kirwill extendió los brazos tapando la
ventanilla trasera—, pero he estado pensando que tal vez sea
usted lo que dice ser, Renko. Tal vez podamos idear algo. Dice
que un detective suyo fue asesinado, y también perdió a
Golodkin. Va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.
—¿Y bien?
—Su informe sobre Jimmy —Kirwill señaló con la cabeza el
sobre.
—¿Le llamaba Jimmy?
—Sí —Kirwill se encogió de hombros—. El trabajo del forense
no es malo, pero no hay continuación.
—¿Qué quiere decir?
—Se precisa labor detectivesca. Que cincuenta hombres
interroguen a cualquiera que haya sido visto en el parque este
invierno. Que les hagan preguntas, una, dos, tres veces. Hay
que publicar la información en los periódicos y dar a conocer
por la televisión un teléfono especial de la policía.
—Son sugerencias estupendas —comentó Arkady—. Si alguna
vez estoy en Nueva York, las usaré.
—Si identificara el cadáver de mi hermano, ¿que ocurriría? —
preguntó Kirwill endureciendo la mirada.
—Se convertiría en un caso de la seguridad del Estado.
—¿Del KGB?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 227

—Así es.
—¿Qué me ocurriría a mí?
—Sería detenido para prestar declaración. Yo no revelaría la
información sobre nuestro encuentro en el parque, ni acerca de
su arma. Su detención no sería muy desagradable.
—¿Haría usted que fuera divertida?
—No mucho —la pregunta inesperada hizo reír a Arkady.
—Entonces —Kirwill encendió un cigarrillo y arrojó la cerilla
por la ventanilla— prefiero este arreglo. Solamente usted y yo.
Uno de los chóferes de taxis cruzó la calle para preguntarles
si tenían piezas de automóvil para vender o si querían comprar.
Arkady se deshizo de él.
—¿Un «arreglo»? —le preguntó a Kirwill. Eso era lo que él
tenía pensado, pero oír a Kirwill pronunciar esa palabra le hizo
sentir incómodo.
—Un entendimiento... asistencia mutua —dijo Kirwill—. Me
parece que el sujeto grande, Kostia, fue el primero en morir,
¿correcto? Siguió Jimmy. Con su pierna tullida me extraña que
pudiera patinar. Al final pereció la chica Davidova. Lo que no
entiendo es por qué les disparó en la cabeza, a menos que el
asesino conociera el trabajo de la canal de raíz de Jimmy y
supiera que es diferente del trabajo dental ruso. Usted no
sospecha de ningún dentista, ¿verdad, Renko? —esbozó
entonces su casi sonrisa—. ¿O sospecha de algún extranjero?
—¿Alguna otra cosa? —preguntó Arkady sin inmutarse,
aunque a él le llevó días obtener la respuesta al problema del
canal de raíz.
—Bien. El yeso en la ropa significa que trabajaron con iconos,
¿correcto? ¿Por eso envió usted a ese sujeto a conseguirle una
lista? A propósito, ése es el individuo que seguí hasta las
oficinas del KGB. Quizás usted no sea informante de ellos, pero
él sí lo es.
—Pensamos de la misma manera.
—Bueno. Ahora devuélvame mi placa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 228

—Todavía no.
—Renko, usted no me lo cuenta todo.
—Míster Kirwill, ambos nos reservamos información. Sólo
estamos a un paso de la mentira, recuérdelo. Como ninguno de
nosotros sabe cuándo el otro va a ir en su contra, tendremos
que actuar con cautela. No se preocupe, tendrá su placa de
policía antes de que regrese a su país.
—Placa de detective —le volvió a corregir Kirwill—, y no se
engañe, no la necesito. Si eso le hace sentirse mejor
consérvela un día o dos. Mientras tanto, ¿entiende usted la
expresión «mamonear»? Porque eso es lo que está haciendo en
este caso, sin mencionar que no ha obtenido ningún resultado
en la cuestión de los iconos. Me parece mejor que trabajemos
separados y nos reunamos sólo para intercambiar información.
Sólo así conseguirá progresos. Deme algún número telefónico
donde me pueda comunicar con usted.
Arkady apuntó los números de su oficina y del cuarto del
Ucrania. Kirwill se guardó la nota en el bolsillo de su camisa y
continuó la conversación.
—La chica era bonita, ¿verdad? La que mataron junto con
Jimmy.
—Así parece. ¿Por qué lo cree así? ¿Su hermano era popular
entre las mujeres?
—No. Jimmy era un asceta profesional. No tocaba a las
mujeres, pero le gustaba su compañía y las escogía bonitas.
—Explíquese.
—Madonas, Renko. Usted sabe lo que son.
—Creo que no le entiendo.
—Bueno, no sea impaciente —Kirwill abrió la puerta—.
Empiezo a creer que realmente es lo que dice.
Arkady vio a Kirwill cruzar la calle y moverse entre los
chóferes, actuando con mucha naturalidad. A un mecánico que
arreglaba un coche le propuso una solución. A otro le obsequió
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 229

con cigarrillos. Así era y los chóferes se congregaron a su


alrededor.
Arkady se proponía utilizar a Kirwill. Era claro que el
norteamericano tenía otra cosa en mente.
Después de dejar la bolsa y la pistola con Lyudin, Arkady fue
a la central telefónica y telegráfica a ordenar que se
interceptaran los teléfonos públicos cercanos al domicilio de
Irina Asanova. No era raro que alguien como ella no tuviera
teléfono propio; la gente esperaba años para gozar de ese
privilegio. Lo que le interesaba a Arkady eran sus otros rasgos
de penuria: su ropa y botas dé segunda mano, sus cigarrillos
de cartulina. Mosfilm estaba lleno de mujeres que percibían el
mismo salario pero que se vestían bien para asistir a las fiestas
que el sindicato de cinematógrafos ofrecía a los invitados
extranjeros, donde era habitual la apreciación de un frasco de
perfume francés o de una falda de buena tela. Irina Asanova
debió de haber sido invitada a algunas de esas tiestas, pero
ella economizaba su dinero. Arkady Renko la admiraba.

El coronel Lyudin hablaba a Arkady de los restos secos y ya


examinados de la bolsa hallada en el río cuando sonó el
teléfono del laboratorio. Un asistente contestó y entregó el
auricular a Arkady, diciendo:
—Para usted, camarada Renko.
—Deja que te llame después —dijo Arkady a Zoya.
—Tenemos que hablar ahora —su voz era estridente.
Arkady indicó a Lyudin que continuara.
—La bolsa de cuero fue hecha en Polonia —empezó diciendo
el experto forense.
—¿Arkady? —preguntó Zoya.
—Un tirante de cuero pasado por ojales metálicos en el borde
de la bolsa —Lyudin mostró el funcionamiento— de modo que
la prenda pudiera llevarse en la mano o colgada al hombro.
Muy elegante, y sólo para el público de Moscú y Leningrado.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 230

Aquí —señaló con un lápiz puntiagudo— hay un agujero en un


rincón del fondo de la bolsa, hecho por más de un balazo.
Hemos encontrado rastros de pólvora a su alrededor y el cuero
es el mismo que el hallado en la bala GP1.
La bala que mató a Kostia Borodin. Arkady asintió con la
cabeza.
—Voy a presentar demanda de divorcio en el tribunal —dijo
Zoya—. El costo es de cien rublos. Espero que pagues la mitad.
Después de todo te dejé el departamento —hizo una pausa
esperando la contestación—. ¿Estás ahí?
—Sí —contestó Arkady volviéndose hacia el teléfono.
Lyudin enumeró los objetos hallados en la bolsa, que estaban
sobre una mesa:
—Tres llaveros, una llave similar en cada llavero, un
encendedor, una botella vacía de vodka extra y otra medio
vacía de coñac Martell, un par de patines de hielo Spartak,
tamaño grande y un bote roto de conservas de fresas
francesas. No había sido importada, por cierto; la debieron de
comprar en el extranjero.
—¿No había queso, pan, salchichas?
—Por favor, investigador, los peces y las anguilas han
entrado y salido durante meses de la bolsa. Hay rastros de
grasas animales, lo que indica que hubo otros alimentos.
También rastros de tejidos humanos.
—Arkady, tienes que venir ahora —continuó Zoya—, verás
todo mejor y podremos tener una conversación privada con la
juez. Ya hablé con ella.
—Estoy ocupado —dijo Arkady por el teléfono; luego le
preguntó a Lyudin—: ¿Encontró huellas digitales?
—La verdad, no esperaría usted que las hallara, inspector.
—Ahora —insistió Zoya—, o te pesará.
Arkady cubrió con una mano el teléfono.
—Discúlpeme, coronel. Permítame un minuto.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 231

Observando su reloj para estimar el tiempo, Lyudin se alejó


de la mesa acompañado de algunos ayudantes del laboratorio.
Arkady les dio la espalda y susurró:
—¿En qué estás fundamentado la demanda? ¿En que te
pego? ¿Que bebo?
—Para comenzar —él notó que la garganta de ella se tensaba
—, incompatibilidad. Tengo testigos: Natasha y el doctor
Schmidt.
—¿Qué me dices...? —le costaba trabajo coordinar sus
pensamientos—. ¿Qué me dices de tu posición en el Partido?
—Iván...
—¿Iván?
—El doctor Schmidt dice que no se verá afectada
adversamente.
—Gracias a Dios que así es. ¿Cuán incompatibles se supone
que somos?
—Eso depende —dijo Zoya—. Lo lamentarás si tenemos que
ir a un tribunal público.
—Ya lo lamento. ¿Qué más puede pasar?
—Tus comentarios —dijo ella.
—¿Qué comentarios?
—Tus comentarios, toda tu actitud. Todo lo que dices acerca
del Partido.
Arkady miró el auricular. Al tratar de imaginarse a Zoya,
evocó el póster del pionero de cabello dorado. Luego acudió a
su mente una pared lisa. El departamento saqueado. Escenas
muertas, como si su matrimonio hubiera sido consumido
durante los años por animales voraces, invisibles. Pero estaba
razonando como Lyudin, y realmente no había nada qué
considerar; las imágenes se empezaban a mezclar y estaba ya
hablando al vacío. Los análisis de tipo emocional, político e
irónico morían en ese vacío en el que hablaba a la que pronto
sería su ex esposa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 232

—Estoy seguro de que tu futuro no se verá afectado


adversamente —dijo—. Sólo necesito hasta mayo. Unos pocos
días más —a continuación colgó el auricular.
Lyudin juntó sus manos.
—Volvamos al trabajo. La pistola tiene que ser sometida a un
baño de ácido antes de que balística pueda hacer un disparo
de prueba. Sin embargo, le puedo decir esto, inspector.
Nuestros expertos en municiones opinan que el arma es una
Mannlicher, del mismo calibre que la que disparó las balas
fatales en el parque Gorki. Mañana ya le podré decir qué
modelo es exactamente. Mientras tanto haremos lo que sea
humanamente posible. Investigador Renko, ¿está usted
escuchando?

Al ir por Novokuznetskaya para enterarse si Kirwill había


llamado, Arkady se topó con un mitin ideológico. Tenían lugar
pocas veces, y por lo general intervenía sólo un hombre que
leía en voz alta la primera plana del periódico Pravda mientras
los demás hojeaban las revistas deportivas. Pero esta vez se
trataba de una auténtica representación; la sala de
interrogatorios del primer piso estaba llena de investigadores
de distrito que escuchaban a Chuchin y a un doctor del
instituto Serbsky.
—La psiquiatría soviética se halla en el umbral de grandes
avances, de grandes innovaciones acerca del fundamento de
las enfermedades mentales —decía el doctor—. Durante
demasiado tiempo, los organismos de salud y justicia han
trabajado por separado sin coordinación alguna. Hoy, puedo
decir con orgullo que esta situación está próxima a terminar —
hizo una pausa para meterse una pastilla en la boca y colocar
sus papeles sobre la mesa—. El instituto ha descubierto que los
criminales sufren una perturbación psicológica que llamamos
patoheterodoxia. Existen apoyos teóricos y clínicos que
corroboran este descubrimiento. En una sociedad injusta un
hombre puede violar las leyes por determinadas razones
económicas o sociales. En una sociedad justa no existen
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 233

razones válidas excepto la enfermedad mental. El


reconocimiento de este hecho protege al violador así como a la
sociedad cuyas leyes ataca. Brinda al violador la oportunidad
de ser puesto en cuarentena hasta que su enfermedad se
pueda tratar. Por lo tanto ven hasta qué punto es vital que los
investigadores eleven su propia conciencia psicológica para
poder detectar esos indicios sutiles de patoheterodoxia antes
de que el desviado tenga la oportunidad de violar la ley.
Tenemos el deber de evitar el daño a la sociedad y de salvar a
un enfermo de las consecuencias de sus actos.
El doctor usó ambas manos para dar la vuelta a la página:
—Les asombraría conocer los experimentos que se están
realizando ahora en el instituto Serbsky. Tenemos pruebas de
que el sistema nervioso de un criminal es diferente al de una
persona normal. Cuando se llevaron por primera vez a la clínica
diferentes sujetos éstos desplegaron conductas diversas, a
veces expresando declaraciones irracionales, otras pareciendo
tan normales como ustedes o yo. Sin embargo, al cabo de unos
días en celdas aisladas cayeron en la catatonia. Yo mismo clavé
una aguja de dos centímetros a una persona afectada de
patoheterodoxa y observé una ausencia total de dolor.
—¿Dónde clavó la aguja? —preguntó Arkady.
El teléfono sonó en su oficina, así que Arkady bajó la
escalera. Chuchin habló al oído del doctor, quien tomó nota.

—Una vez tuve un gato cuando era niña —Natasha Mikoyan


palpaba la manta de mohair que le cubría las piernas—. Era tan
suave, ligero como plumón, que apenas se le podían sentir sus
pequeñas costillas. Yo debí haber sido gato.
Se acurrucó contra el extremo del sofá, con el cobertor hasta
el cuello de su camisón de dormir, con los pequeños dedos de
sus pies en los cojines del sofá. Las cortinas del departamento
estaban cerradas, no había ninguna luz encendida. Tenía el
cabello suelto, algunos mechones a la altura del cuello.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 234

—Dijiste que me querías hablar de un asesinato —dijo Arkady


—. ¿Qué asesinato?
—El mío —repuso ella autoritariamente.
—¿De quién sospechas que te quiera matar?
—De Misha, naturalmente —ella contuvo una risita, como si
él hubiera hecho una pregunta tonta.
Pese a la débil luz que había en el cuarto, Arkady notó
algunos cambios desde la semana anterior en que había ido a
comer. No eran excesivos, un cuadro inclinado, ceniceros llenos
de colillas, polvo en el aire y un olor como de flores podridas.
Había un bolso sobre la mesa situada entre el sofá y la silla que
él ocupaba; junto al bolso había un lápiz labial y un espejo, y
cuando ella se movía y su rodilla tocaba la mesa el lápiz labial
se movía de un lado a otro.
—¿Cuándo sospechaste que Misha te quería matar?
—Oh, desde hace años —contestó—. Puedes fumar. Sé que te
gusta fumar cuando estás nervioso.
—Hace mucho que nos conocemos —estuvo de acuerdo, y
buscó un cigarrillo—. ¿De qué manera crees que te va a matar?
—Yo me mataré.
—Eso no es asesinato, Natasha, es suicidio.
—Sabía que dirías eso, pero en mi caso es distinto. Yo soy
sólo el instrumento, él es el asesino. Él es abogado, no corre
riesgos.
—Quieres decir que trata de volverte loca, ¿no?
—Si estuviera loca, no podría decirte qué es lo que hace.
Además, Misha ya me ha quitado la vida. Ahora solamente
hablamos de mí.
—¡Ah!
No parecía estar loca. Más bien parecía estar soñando
despierta; estaba muy asequible. Pensándolo bien, él y
Natasha siempre habían sido grandes amigos, pero nunca muy
allegados.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 235

—Bien —preguntó—, ¿qué quieres que haga? Ciertamente


hablaré con Misha...
—¿Hablarle? Quiero que lo arrestes.
—¿Por asesinato? No te mates y no habrá homicidio —trató
de sonreírle.
—No. No puedo correr riesgos —contestó Natasha moviendo
negativamente la cabeza—. Tengo que hacer que lo arresten
ahora, mientras pueda.
—Sé razonable —Arkady perdió la paciencia—. No puedo
arrestar a nadie por un crimen que no ha cometido,
especialmente a petición de una víctima que va a quitarse su
propia vida.
—Entonces no eres un investigador competente, ¿verdad?
—¿Para qué me has llamado? ¿Para qué hablar conmigo?
Habla con tu esposo.
—Me gusta el sonido de esas palabras —inclinó a un lado la
cabeza—. Tu esposo. Tiene un agradable timbre judicial —se
acurrucó cálidamente—. Pienso en ti y en Misha como si fuerais
la misma persona. Lo mismo hace él. Te llama siempre su «lado
bueno». Y haces todo aquello que él quisiera hacer; por eso te
admira tanto. Si no le puedo decir a su «lado bueno» que él
está tratando de matarme, no se lo puedo decir a nadie.
¿Sabes?, a menudo me he preguntado por qué no te
interesaste por mí cuando estuvimos en la universidad. Era
muy atractiva.
—Todavía lo eres.
—¿Te interesas en mí ahora? Podemos hacerlo aquí; no
tenemos que ir a la recámara, y te prometo que no habrá
absolutamente ningún riesgo, ningún peligro. ¿No? Sé honesto,
Arkasha, siempre lo has sido, es tu gran atractivo. ¿No? No te
disculpes, por favor; te diré que tampoco me importa hacerlo.
¿Qué nos ha pasado —echó a reír—, que ya no nos importa
nada?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 236

Obedeciendo a un impulso, Arkady cogió y abrió el bolso,


vaciando su contenido, principalmente paquetes de
Pentalginum, un analgésico que contiene codeína y
fenobarbital, y se vende en las farmacias, la droga del ama de
casa.
—¿Cuántos de éstos tomas al día?
—El modus operandi, eso es lo que atrae tu atención. Eres
tan profesional. Los hombres son tan profesionales, tan rápidos
con la bomba estomacal. Pero te estoy aburriendo, y tú tienes
que atender a tus propios muertos. Sólo pensaba en expandir
tus horizontes. Eres el único hombre que conozco que podría
interesarse. Ya puedes volver a tu trabajo.
—¿Qué harás?
—Oh, estaré aquí sentada, como un gato.
Arkady se levantó y dio un par de pasos hacia la puerta.
—Me enteré que vas a declarar en contra mío en el juicio de
divorcio.
—No contra ti, sino en favor de Zoya. Francamente —dijo
Natasha con amabilidad—, nunca vi que fuerais una pareja
perfecta.
—¿Estarás bien? Tengo que irme.
—Perfectamente —llevó muy recatadamente su copa a los
labios.
En el rellano del ascensor Arkady se encontró con Misha, que
llegaba en aquel momento, apenado.
—Gracias por llamar. No pude llegar antes —dijo Misha
tratando de pasar para dirigirse a su departamento.
—Espera. Es mejor que la lleves al médico —le aconsejó
Arkady—. Procura alejarla de esas píldoras.
—Estará bien. Ya lo ha hecho antes, estará bien. ¿Por qué no
te ocupas de tus propios asuntos? —dijo Misha.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 237

Arkady pasó la tarde revisando papeles, examinando el


registro de un sedán Zhiguli por Hans Unmann y los visados de
Osborne. El norteamericano había viajado de París a
Leningrado en tren, y llegado el 2 de enero. Un viaje como ése,
aun yendo en primera clase por Francia, Alemania y Polonia,
debió ser tedioso, especialmente para un negociante del
calibre de Osborne. Sin embargo, Leningrado permaneció
congelada para las embarcaciones durante los meses de
invierno y un registro en el aeropuerto podría haber revelado la
existencia de la Mannlicher.
Por la tarde, Arkady asistió a la incineración de Pasha
Pavlovich, cuyo cadáver finalmente había sido entregado para
ponerlo en una caja de madera de pino y luego sobre los
chorros del gas encendido.

Los vagabundos habían borrado todas las palabras con letras


rojas salvo la que decía: ESPERANZA.
Las chimeneas de las plantas Likhachev se desvanecían en la
oscuridad de la noche. Las tiendas estaban cerradas, y la que
vendía vodka estaba protegida por una reja de hierro. Los
borrachos gritaban a los milicianos: «¡Maldita basura, canalla!»
y éstos bajaban de la acera a la calzada, buscando un
automóvil de patrulla.
Arkady entró en la cafetería donde antes se había reunido
con Swan. Los parroquianos se arremolinaban en torno a
mesas redondas, manos honradas sobre botellas, chaquetas
tiesas por el sudor sobre sus sillas, cebollas crudas y cuchillos
en sus platos. En el mostrador había un aparato de televisión,
que era un entretenimiento ilegal; retransmitían el partido del
Dínamo contra el Odesa. Arkady se dirigió derecho al baño,
donde Kirwill orinaba. Llevaba una chaqueta de cuero y una
gorra de tela. A pesar de la escasa luz notó en su rostro,
además de la peligrosa tirantez habitual, una barba incipiente.
—¿Se divierte? —preguntó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 238

—¿Pisando los orines? ¡Claro! —cerró la cremallera—. Como


en el maldito infierno, llega tarde.
—Lo siento —Arkady ocupó su turno en el lavabo a medio
metro del charco. Se preguntaba cuánto había bebido Kirwill.
—¿Concuerda la Mannlicher?
—Parece que sí.
—¿Qué diablos ha hecho hoy? ¿Mejorando su puntería?
—Usted lo ha hecho peor —Arkady miró los zapatos de Kirwill.
Se sentaron a una mesa en un rincón del bar. En medio de la
mesa había una botella de vodka medio llena.
—¿Le gusta beber, Renko?
Arkady pensó en marcharse. Sobrio Kirwill era ya harto
impredecible, y Arkady había oído decir que los
norteamericanos no soportaban bien el licor. Empero, Swan iba
a ir y no quería dejar de hablar con él.
—¿Qué dice, Renko? Luego haremos una competición de
orinar: se contará la distancia, tiempo, puntería y estilo. Le
concederé una ventaja. Lo haré apoyado en un solo pie. ¿Es
suficiente? ¿Sin usar las manos?
—¿Realmente es usted un agente de policía?
—El único que veo aquí. Vamos, Renko, yo invito.
—Es usted un sujeto bastante insultante, ¿no?
—Cuando me siento inspirado. ¿Preferiría que le golpeara
como antes? —Kirwill se echó atrás, cruzó los brazos y miró
atentamente—. Bonito lugar —sus ojos se fijaron otra vez en
Arkady, e imitó a un niño quejumbroso—: Dije que era un lugar
bonito.
Arkady fue al mostrador y regresó con una botella y un vaso
para él. Puso dos cerillas en la mesa entre la botella y Kirwill,
partió una por la mitad y las cubrió de modo que sólo
asomaran las puntas por el borde de la mano. Luego dijo:
—El que saque la cerilla corta sirve de su botella.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 239

Frunciendo el ceño Kirwill sacó una cerilla, la más corta de las


tres.
—¡Demonios!
—Buen ruso, expresión incorrecta —Arkady vio a Kirwill servir
de su botella—. También, debería cortarse el cabello por los
lados. No ponga los pies en la silla. Eso sólo lo hacen los
norteamericanos.
—Oh, veo que vamos a trabajar bien juntos —de un trago
Kirwill bebió su vaso, con la cabeza hacia atrás, tal como lo
hizo Arkady. Otra vez sacaron las cerillas y de nuevo perdió
Kirwill—. Maldita etiqueta la del lumpen proletariado. Bravo,
Renko. ¿Por qué no me cuenta lo que ha estado haciendo
aparte de dejar que la sangre le vaya del cerebro a los pies?
Arkady no tenía la intención de contarle nada de Osborne;
tampoco quería que fuera tras Irina Asanova, así que le habló
de la reconstrucción del cráneo de la chica muerta.
—Magnífico —exclamó Kirwill una vez que Arkady terminó de
hablar—. Estoy tratando con un maldito loco. ¿Una cara sacada
de un cráneo? Demonios. Bueno, es fascinante, es como ver
los procedimientos policiacos de la antigua Roma. ¿Y qué
sigue? ¿Observar las entrañas de pájaros, o arrojar huesos al
aire? Jimmy se ocupaba de la reconstrucción de iconos. Sus
notas mencionan un cofre con iconos.
—Iba a ser robado o comprado, no reconstruido.
Kirwill se rascó el mentón y el pecho; luego sacó de un
bolsillo de su chaqueta una tarjeta postal que mostró a Arkady.
En el lado en blanco había una breve descripción de un «cofre
religioso, catedral del Arcángel, el Kremlin». El otro lado era
una fotografía en color de un cofre dorado con copas
sacramentales de cristal y oro. Alrededor del cofre los iconos
de los paneles ilustraban una batalla entre ángeles blancos y
negros.
—¿Qué antigüedad considera que puede tener este cofre,
investigador?
—Cuatrocientos o quinientos años —estimó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 240

—Qué le parece 1920. Fue cuándo la catedral y todo lo que


había en ella fue restaurado, camarada. ¿Quién dijo que Lenin
no tenía gusto? Ahora sólo hablo del marco del cofre. Los
paneles son originales. Un juego completo se vendería por cien
mil dólares y más en Nueva York. Constantemente salen de
aquí paneles, aunque a veces no se los identifica como iconos.
Tal vez un vendedor exporta un cofre mediocre construido con
iconos mal dispuestos a propósito. Así que me pasé el día
siguiente persiguiendo esta idea, yendo a todas las malditas
embajadas de la ciudad, tratando de averiguar quién había
exportado iconos, un cofre o una silla con iconos, en los
pasados seis meses. No logré nada. Regresé a la embajada
norteamericana, con el agregado político, es el jefe local de la
CIA; una persona que no sabría hallarse el trasero ni con un
espejo; éste me dijo en secreto que llevarse de contrabando un
icono decente era una buena manera de salvar la inflación. Le
podría salir una hernia tratando de sacar una bolsa
diplomática. Además no se permiten traficantes particulares.
Entonces comprendí, naturalmente, que no se puede hacer
ninguna reconstrucción sin oro, y no se puede comprar o robar
oro en este país, de manera que la idea entera no sirve, y
como tenía un poco de sed me metí a este «retrete» que tan
astutamente eligió para entrevistarnos.
—Kostia Borodin podía conseguir oro —dijo Arkady.
—¿Compraba oro aquí?
—Robó oro en Siberia. ¿Pero no sería demasiado obvio
acoplar iconos antiguos a un cofre nuevo?
—Lo harían parecer antiguo. Rasparían un poco de oro para
dejar ver el bolo rojo. Frotarían arcilla negra. Envíe un detective
a cada una de las tiendas que venden materiales artísticos en
la ciudad para averiguar si alguien compró bolo arménico,
yeso, gelatina granulada, blanqueador, cola de pegar, estopilla
de algodón, lija de agua, gamuza...
—Usted parece tener alguna experiencia —Arkady hizo una
lista.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 241

—Cualquier policía de Nueva York sabe esto. También, si han


comprado algodón, alcohol, punzones y un bruñidor plano —
Kirwill se sirvió otra copa mientras Arkady anotaba—. Es
sorprendente que no haya encontrado pelo de cebellina en la
ropa de Jimmy.
—¿Cebellina? ¿Por qué?
—Con el pelo se hacen los pinceles para aplicar el pan de oro;
¿qué diantres ocurre aquí?
Swan acababa de llegar acompañado de un gitano, un
anciano con cara de mono viejo, encogido y alerta, con un
sombrero deforme sobre sus rizos encanecidos y un pañuelo
sucio atado al cuello. Según las estadísticas en la Unión
Soviética no había desempleados, excepto los gitanos. Pese a
los esfuerzos hechos para sacarlos del país, todos los domingos
estaban vendiendo amuletos en el mercado de los campesinos,
y cada primavera aparecían como si hubieran brotado de la
tierra, en los parques de la ciudad, pidiendo limosna, y las
mujeres amamantando un bebé moreno con el pecho
descubierto.
—La gente no compra este tipo de material en tiendas —
explicó Arkady a Kirwill—, sino que lo adquiere en los mercados
de artículos usados, en las esquinas de las calles o en el
apartamento de alguien.
—Dice que oyó que un siberiano tenía en venta polvo de oro
—Swan señaló con la cabeza al gitano.
—Y también pieles de cebellina, según dicen —el gitano tenía
voz ronca—. Quinientos rublos por una sola piel.
—Se puede comprar cualquier cosa en la esquina apropiada
de cada calle —le dijo Arkady a Kirwill, pero miraba al gitano.
—Cualquier cosa —convino el gitano.
—Incluso gente —agregó Arkady.
—Como el juez que morirá lentamente de cáncer por haber
enviado a prisión a mi hijo. ¿Pensó el juez en los hijos que mi
hijo dejaba desamparados?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 242

—¿Cuántos hijos dejó? —preguntó Arkady.


—Bebés —el gitano habló con voz entrecortada, visiblemente
conmovido. Se volvió para escupir en el suelo, limpiándose
luego la boca con la manga—. Diez bebés.
Los ebrios sentados cerca de la mesa canturreaban una
canción de amor, todos con los brazos en los hombros de sus
compañeros. El gitano meneó las caderas y se relamió los
labios sugestivamente.
—Su madre es muy bonita —susurró a Arkady.
—Cuatro bebés.
—Ocho, es lo último...
—Seis —Arkady puso seis rublos en la mesa—. Te daré diez
veces esa suma si averiguas dónde vivían los siberianos —
luego habló a Swan—. Estaba con ellos un hombre pelirrojo
delgado. Todos se esfumaron a principios de febrero. Copia la
lista de suministros y dale otra al gitano para averiguar quién
compró artículos de ésos. Probablemente vivían en los
aledaños de la población, no en el centro. No querrían tener
cerca vecinos.
—Usted será un hombre muy afortunado —dijo el gitano
metiéndose el dinero en un bolsillo—. Al igual que su padre. El
general era muy generoso. ¿Sabía que seguimos a sus tropas
todo el camino a través de Alemania? Siempre dejaba buen
botín, no como otros.
Swan y el gitano se marcharon precisamente cuando el
Odesa anotaba un gol en el televisor de la barra. El
guardameta del Dínamo, Pilgui, se paró con los brazos en jarras
como si contemplara un campo vacío.
—Los gitanos pueden averiguar cosas —comentó Arkady.
—Yo tengo que hacer lo mismo con mis propios informantes,
no se preocupe —dijo Kirwill—. Coja una cerilla.
Arkady perdió, y sirvió el licor.
—Sabe —Kirwill tomó su vaso—, hubo un caso en el parque
Tuxedo hace años en el que reconstruyeron partes de la cara
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 243

de una joven para identificarla. Y en la oficina del inspector


médico de Nueva York hay un sujeto que reconstruye caras,
principalmente de víctimas en accidentes de aviación. Quita el
hueso y da forma a la piel. Creo que ustedes pueden trabajar
en dirección opuesta. Oiga, brindemos por un detective
muerto, ¿eh?
—Bien. Por Pasha.
Bebieron, sacaron más cerillas y siguieron bebiendo. Arkady
sintió cómo el vodka pasaba del estómago a sus extremidades.
Le complació ver que Kirwill no mostraba indicios de parálisis
alcohólica; de hecho, cómodamente sentado en su silla, con el
vaso en la mano, daba muestras de ser un bebedor experto.
Arkady se lo imaginó como un corredor de fondo que
empezaba a coger el paso, o como una lancha que
reposadamente se dejara llevar por la cresta de una ola. La
pestilencia reinante en el lugar habría ahuyentado a cualquier
moscovita culto. Mejor muerto en la escalinata del Bolshoi que
vivo en un bar de trabajadores. Sin embargo, Kirwill parecía
estar a gusto.
—¿Es cierto que el general Renko, el «carnicero de Ucrania»,
es su padre? Eso es un hecho notable. ¿Cómo lo pasé por alto?
Arkady escudriñó la cara ancha y enrojecida tratando de
determinar si Kirwill había querido insultarle; pero éste sólo
sentía curiosidad, incluso un interés amistoso.
—Hablar así es fácil para usted —dijo Arkady—, y muy difícil
para mí.
—Sí. ¿Por qué no hizo carrera en el ejército? «Hijo del
carnicero de Ucrania», a estas alturas ya debería haber
conseguido una estrella por sí mismo. ¿Qué es usted, un
fracasado?
—¿Además de incompetente, eso quiere usted decir?
—Sí —Kirwill rió—, además de eso.
Arkady consideró la situación. Ésa era una vena humorística
con la que no estaba familiarizado y quería elegir la respuesta
adecuada.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 244

—Mi «incompetencia» es mera cuestión de entrenamiento; y


«ser fracasado», como dice, es obra mía. Y, repito, algo difícil
para mí. El general comandó tanques en Ucrania. La mitad del
estado mayor general comandó tanques en Ucrania. El
comisario político de esa campaña fue Khurshchev. Fue un
grupo privilegiado compuesto de futuros secretarios del Partido
y mariscales. Por esa razón yo asistí a escuelas apropiadas,
tuve los tutores que me correspondían y patrocinadores en el
Partido. Si hubieran hecho mariscal al general no me podría
haber escapado de ninguna forma: ahora tendría mi propia
base de misiles en Moldavia.
—¿Y respecto a la marina?
—¿Ser uno de esos petimetres de galones y daga de
uniforme? No, gracias. De todos modos, no le hicieron mariscal.
¡Fue el brazo derecho de Stalin! Al morir éste nadie confió en
él. ¿Hacerlo mariscal del ejército? ¡Eso jamás!
—¿Lo mataron?
—Lo retiraron. Y a mí se me permitió ser el investigador que
soy ahora. Tome una cerilla.
—Es curioso —Kirwill sacó una cerilla corta y sirvió el licor—,
cómo la gente siempre pregunta por qué uno se hizo policía,
¿correcto? Esa pregunta siempre se hace respecto a tres
ocupaciones: sacerdote, prostituta y policía. Son los trabajos
más necesarios del mundo, y sin embargo la gente siempre
pregunta. A menos que sea usted irlandés.
—¿Por qué?
—Los irlandeses nacen en la Sociedad del Santo Nombre y
solamente se dedican a cualquiera de esas dos profesiones: el
sacerdocio o la policía.
—¿La «Sociedad del Santo Nombre»? ¿Qué es eso?
—Ésa es la vida sencilla.
—¿Sencilla en qué grado?
—Las mujeres son santas o casquivanas. Los comunistas son
judíos. Los sacerdotes irlandeses son unos borrachos; el resto
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 245

son afeminados. Los negros son maniáticos sexuales. El mejor


libro jamás escrito fue El Siglo Trece, el más Grande de Todos,
de John J. Walsh, le dicen a uno las monjas. Hoover era
homosexual. Hitler tenía razón. Un fiscal se orinará en el
bolsillo de usted y le dirá que está lloviendo. Ésos son los
hechos de la vida y las Reglas de Oro; el resto es basura. Crees
que soy muy ignorante, un hijo de puta, ¿no?
El desprecio en la cara de Kirwill era inequívoco. La
cordialidad de hace un momento (real mientras duró) había
desaparecido. Arkady no hizo nada por poner una u otra
expresión. No tenía más influencia en Kirwill que la que podría
tener en el repentino cambio de rumbo de un barco, o en el
cambio de orientación de un planeta. Kirwill se inclinó sobre la
mesa, abarcándola con sus brazos, la mirada brillante y
cercana.
—No soy un maldito ignorante. Conozco a los rusos, ellos me
criaron. Todos los miserables que Stalin hizo salir de esta
mierda de país vivieron en mi casa.
—Oí decir que sus padres eran radicales —dijo Arkady con
cautela.
—¿Radicales? Unos miserables rojos. Rojos irlandeses
católicos. El Gran Jim y Edna Kirwill; lo que sabe de ellos es
cierto.
Arkady miró alrededor del bar. Los parroquianos miraban
atentamente el aparato de televisión. El Odesa volvió a anotar,
y a quienes la borrachera no les impedía silbar, lo hicieron. Al
sentir una presión dolorosa en su muñeca Arkady se volvió.
—El Gran Jim y Edna, corazones sangrantes del mundo ruso.
Anarquistas, mencheviques, si eran rusos y locos, tenían casa
en Nueva York: nuestra casa. Iban a ella cuando nadie más los
acogía. Un albergue permanente para rojos expulsados. Le diré
una cosa: los anarquistas eran los mejores mecánicos de
automóviles. Anarquistas de mentalidad mecánica... se debe a
que preparan bombas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 246

—La izquierda norteamericana parece tener una historia


interesante... —empezó a decir Arkady.
—No me hable de la izquierda norteamericana, yo le hablaré
de ella. El afeminado movimiento catolicomarxista, junto con
los nombres de sus publicaciones, como Trabajo, Adoración,
Pensamiento (como si alguno de ellos hiciera algo más difícil
que levantar un vaso de jerez o soltar una flatulencia) o sus
nombres quejumbrosos como Orate Fratres o La Revista
Gregoriana; La Revista Gregoriana, eso me gusta. Un pequeño
monje vagabundo que se pelea con el hermano Marx. Sólo que
ellos nunca se presentaban a la hora de romper cabezas; y los
policías que las rompían acudían en tropel a las iglesias para
que les bendijeran sus garrotes. Los curas eran peores que los
policías. Diablo el Papa era fascista. En los Estados Unidos,
para ser príncipe de la Iglesia hay que ser enconado, ignorante
e irlandés. A Edna Kirwill le pegaron en la cabeza a pesar de su
corta estatura. ¿Por qué? Porque durante veinte años Estrella
Roja fue el único periódico católico que se atrevió a llamarse a
sí mismo comunista. Lo decía en el logotipo. Así es cómo el
Gran Jim hacía las cosas. Provenía de una antigua familia
perteneciente al ERI, fuerte como un carromato de cerveza,
con dos manos que cubrirían esta mesa —Kirwill extendió dos
enormes manos—, y demasiado educado para mirar por su
propio bien. Edna era irlandesa. Su familia poseía una
cervecería y ella estaba destinada a ser la monja de la familia,
así era esa familia. Por esa razón el Gran Jim y Edna nunca
fueron excomulgados, porque Jim no dejaba de comprar
refugios para la Iglesia, tres más allá de Hudson y uno en
Irlanda. Desde luego, todos teníamos nuestros refugios (Joe Hill
House, Maryfarm) donde sosteníamos conversaciones
intelectuales junto a la chimenea. De Chardin era un capitalista
encubierto, ¿sí o no? ¿Debíamos boicotear Going my Way? Oh,
éramos monjes de fines de semana. Cantábamos el «gloria»
con tambores, vasos esmerilados, iconos dorados.
Apestábamos a fraternidad hasta que terminó la guerra y
empezó el proceso de los Rosenberg. Entonces todos los
monjes se quitaron las capuchas de la cabeza y echaron a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 247

correr para ocultarse, salvo el Gran Jim y Edna, y los mismos


miserables rusos con quienes comenzamos, lo que no nos
ayudó mucho con McCarthy y el FBI. Yo estaba matando chinos
en Corea cuando nació Jimmy. Fue una broma familiar. Hoover
tenía tan acorralados a Jim y a Edna en la casa que habían
vuelto a fornicar.
Finalmente anotó el Dínamo, suscitando una apagada
ovación en todo el bar.
—Entonces obtuve la licencia de duelo para ir a casa porque
ambos habían muerto. Se suicidaron con morfina, la única
manera decente de morir. Ocurrió el 10 de marzo de 1953,
cinco días después de la muerte de Stalin, cuando la Unión
Soviética iba a levantarse de la confusión e iluminar el camino
a una Jerusalén socialista. Sólo que eso no iba a ocurrir;
siguieron siendo los mismos carniceros que conducían la
misma tina de sangre, y el Gran Jim y Edna simplemente
murieron de desilusión. Sin embargo, hubo un funeral
interesante. Los socialistas no acudieron al entierro porque el
Gran Jim y Edna eran comunistas; los católicos tampoco
asistieron porque el Gran Jim y Edna no se regocijaron de la
muerte del tío Pepe. Así que sólo estuvimos presentes el FBI,
Jimmy y yo. Unos cinco años después alguien de la embajada
soviética vino a preguntarnos si nos gustaría que el Gran Jim y
Edna fueran trasladados a Rusia. No les darían un nicho en la
pared del Kremlin, nada tan maravilloso como eso, pero sí un
precioso terreno en Moscú. Divertido, si miramos al pasado.
»Lo importante de todo esto, de que yo esté aquí hablando
con usted, es que le conozco a usted y a su gente. Alguien de
esta ciudad mató a mi hermanito. Usted está ahora de acuerdo
conmigo sólo porque quiere atrapar al tipo que eliminó a su
detective, o porque su jefe le ordena que obre así, o porque
usted es quien se encuentra detrás de todo esto, y va a tratar
de dejarme con un palmo de narices y una soga alrededor del
cuello. Y quiero que sepa que cuando lo haga yo acabaré
primero con usted. Sólo quiero que lo sepa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 248

Arkady conducía su automóvil sin rumbo fijo. No estaba ebrio.


Haber estado sentado con Kirwill había sido como situarse ante
un horno abierto que quemaba vodka y dejaba una energía
fútil. A cada dos manzanas colgaban de las farolas letreros
rojos. Camiones de limpieza con jorobas como caracoles
limpiaban las calles. Moscú marchaba como sonámbula hacia
el Día del Trabajo.
Sintió hambre y se detuvo a comer un bocadillo en Petrovka.
La cafetería de la milicia estaba vacía salvo una mesa ocupada
por chicas de una oficina privada encargada de la distribución
de alarmas. Algunas personas pagaban una cantidad de rublos
al mes para disponer de alarmas especiales antirrobos. Las
muchachas se veían muy cansadas, apoyaban sus cabezas en
las manos.
Arkady pidió unos bollos y té, se comió uno y dejó el resto.
Presentía que estaba ocurriendo algo, pero no sabía qué era
ni dónde. En los pasillos sus pisadas sonaban por delante de él
como si las hubiera producido otro hombre. La mayoría de los
oficiales de servicio nocturno había salido con motivo de la
campaña anual para limpiar el centro de la ciudad de
borrachos antes del Día del Trabajo; por el contrario, el Día del
Trabajo sería patriótico embriagarse. La sincronización del
tiempo era de lo más importante. Los radicales de Kirwill,
fantasmas de una oscura cronología de pasiones muertas que
Arkady dudaba que aun los norteamericanos conocieran o
quisieran conocer... ¿cómo podían tener relación con
homicidios cometidos en Moscú?
En la sala de comunicaciones, dos sargentos con el cuello del
uniforme desabrochado, transcribían mensajes de radio que
llegaban en morse, basura invisible procedente del mundo
exterior. Aunque el mapa de la ciudad no estaba iluminado,
Arkady se quedó mirándolo.
Entró en la sala del escuadrón de detectives. Un hombre
escribía a máquina transcripciones de los tribunales. Se
registraban los procesos en escritura corrida y luego se
pasaban a máquina. Boletines colgados de la pared exhortaban
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 249

a la vigilancia por la «semana gloriosa», e invitaban a formar


«grupos de esquí para ir al Cáucaso». Se sentó en un escritorio
y marcó el número de la central telefónica y telegráfica.
Cuando a la vigésima vez obtuvo respuesta, preguntó por las
llamadas hechas a los teléfonos públicos cercanos al
departamento de Irina Asanova.
Una voz soñolienta contestó:
—Investigador, por la mañana le enviaré una lista. No le voy
a leer cien números telefónicos ahora.
—¿De los aparatos públicos se llamó al hotel Rossiya? —
preguntó Arkady.
—No.
—Espere —la sala de detectives tenía un solo listín telefónico.
Arkady buscó el número del hotel Rossiya—. ¿Se hicieron
llamadas al número 45-77-02?
Oyó un gruñido de disgusto al otro extremo y al cabo de un
largo silencio una voz dijo:
—A las veinte—diez se hizo una llamada del teléfono público
90-28-25 al 45-77-02.
—¿Cuánto duró?
—Un minuto.
Arkady colgó, marcó el número del Rossiya y preguntó por
Osborne. El señor Osborne había salido, dijo el empleado.
Osborne se había ido a reunir con Irina Asanova.
Ya en el garaje, Arkady corrió a su automóvil y entró a la calle
Petrovka, dirigiéndose rumbo al sur. Había poco tránsito. Si
llamó a Osborne, pensó Arkady, lo hizo por su propia iniciativa,
incluso habría insistido. Un minuto bastaba para acordar un
sitio de reunión; ella había pedido la entrevista, pero ¿en
dónde? No en el cuarto de Osborne, tampoco en un lugar
donde él desentonara y resultara conspicuo. En un automóvil,
no —eso podría llamar la atención de un miliciano, y al no
tener su vehículo Osborne no la podría acompañar a su casa.
Los transportes públicos dejaban de funcionar a las doce y
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 250

media. El reloj de Arkady marcaba las doce y diez—. La verdad


era que él no sabía si se reunirían ni cuándo ni dónde. Sólo
podía apoyarse en los hechos.
Regresó a la plaza de la Revolución, apagó el motor y se
deslizó hasta detenerse en la oscuridad, entre dos postes del
alumbrado. Allí estaba la estación del metro más próxima al
Rossiya, y también una línea directa al barrio de ella. Un
automóvil de la milicia pasó raudo con las luces del techo
lanzando destellos, mas sin hacer sonar la sirena. Esa vez
Arkady lamentó no tener radio en su automóvil. Sintió que su
corazón palpitaba con fuerza. Daba golpecitos en el volante,
pues su excitación le indicaba que había acertado.
La plaza de la Revolución se abría al norte sobre la plaza
Sverdlov; al sur, daba a la plaza Roja. Vigilaba las figuras que
emergían del fulgor de la plaza Roja, una neblina brillante
como cristales de nieve que se filtraba hasta la gigantesca
fachada del G.U.M., los almacenes generales del Gobierno. Se
oían pisadas por todas partes, haciéndole girar a uno y otro
lado; algunas lentas, otras rápidas, de gente que quería
alcanzar el tren. Arkady localizó los pasos de ella. Irina
Asanova se hizo visible en la esquina de los grandes
almacenes, con las manos metidas en los bolsillos de su
chaqueta, ondeando su largo pelo como si fuera una bandera.
Entró por las puertas de vidrio de la estación del metro
directamente frente al automóvil de Arkady. Vio que dos
hombres, que estaban a cada lado de la entrada, empezaron a
seguirle.
Irina llevaba en la mano sus cinco kopeks. Cuando entró
Arkady tuvo que procurarse calderilla en la máquina de
cambio. Esto le entretuvo un poco, de modo que al bajar por la
escalera ella iba bastante adelantada y aparentemente sin
advertir a los dos hombres que la seguían. Portaban abrigos y
sombreros como la mayoría de la gente que descendía a
doscientos metros (la profundidad de un refugio antiaéreo)
bajo la ciudad. Con todo, era la hora de hacerse el amor;
muchas parejas se abrazaban, los hombres un peldaño más
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 251

abajo que las mujeres en cuyos regazos apoyaban sus cabezas.


Impasibles en su papel de cojines con jerseys, las mujeres
miraron a Irina cuando pasó junto a ellas. Los hombres del
abrigo se le acercaban, lo mismo que Arkady desde más atrás.
Cuando subió la escalera Irina desapareció llevando a la zaga a
sus perseguidores.
Los pasillos de la estación inferior tenían el suelo de mármol,
candelabros de cristal, paredes de mosaico, expresivos
murales revolucionarios de hombres, armas y fuego pintados
en piedra que ocultaban los zumbidos y las sacudidas de
trenes invisibles. Arkady pasó corriendo junto a dos pequeños
soldados mongoles que llevaban casi a rastras una pesada
maleta frente a un mosaico de Lenin dirigiéndose a los
bolcheviques. Un músico pasó cerca de un mural en el que
Lenin daba un mitin en las fábricas. Parejas cansadas se
movían con lentitud ante la zona del mural en que Lenin se
inclinaba sobre un manifiesto. Arkady no veía ya a Irina
Asanova y no podía oír el eco de las pisadas de ella
ensordecidas por el ruido que hacían sus pies al correr.
Simplemente, Irina había desaparecido.
Al final del pasillo, unos arcos bajos conducían a un andén.
Un tren acababa de partir abarrotado de desconocidos en
vagones de acero y vidrio; los ancianos y veteranos se
sentaban en los asientos que les dejaban libres, los
enamorados balanceándose se desvanecían en la oscuridad,
luego sólo se distinguieron dos luces rojas en el túnel. A Arkady
le parecía que ella no había subido al tren, pero no estaba
seguro. Sobre las vías los números iluminados de un gran reloj
digital cambiaban de las 2:56 a las 0:00, y empezaban a
marcar el tiempo otra vez. En las horas de mayor movimiento,
los trenes llegaban a cada minuto, por lo que había una
vibración constante en los túneles; por la noche, aunque ya
estuviera a punto de concluir el servicio ningún tren tardaba
más de tres minutos en llegar. Las vigilantes del andén,
abuelas robustas en uniformes azules, con banderas metálicas
en las manos recorrían los bancos y susurraban a los amantes
reacios: «Ya viene el último tren... ya viene el último tren».
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 252

Arkady les preguntó acerca de una mujer alta, joven, bonita, de


cabello castaño largo. La conductora le interpretó
equivocadamente y movió negativamente la cabeza. Se
apresuró a pasar al andén opuesto.
Los pasajeros eran allí una copia exacta de los del otro lado,
excepto los soldados mongoles, que sentados en sus maletas
parecían un par de muñecos de feria en espera de que a
alguien le tocaran.
Arkady dejó los andenes y regresó al pasillo, volviendo a la
brillantez de los mosaicos revolucionarios y eludiendo a los
últimos rezagados que corrían para no perder el tren. Estaba
seguro de no haberla dejado atrás. Una mujer se arrodillaba
junto a un cubo con amoniaco y agua, para fregar el suelo de
mármol. Lenin había dicho que usaría oro en las cañerías; el
mármol en el tren subterráneo se acercaba a su promesa. A
todo lo largo del pasillo Lenin infundía, reprendía, meditaba en
composiciones murales. Por un momento se apagó y encendió
la luz de los candelabros, indicando que el siguiente tren sería
el último de la noche. Los cambios de luz hacían desvanecerse
la imagen de Lenin.
Arkady abrió una puerta marcada con una cruz roja y
encontró un armario con tanques de oxígeno, extintores contra
incendios, vendas, camillas, y otros objetos útiles en una
emergencia. Una de las puertas en que decía PROHIBIDO EL
PASO estaba cerrada; la otra, sin embargo, se abrió fácilmente,
lo que aprovechó para entrar.
Entró en un área del tamaño de una locomotora. Un foco rojo
se reflejaba en bancos de medidores. Otra pared estaba
cubierta de disyuntores de circuitos y marcas con gis. Recogió
del suelo lo que al principio le pareció un trapo. Era una
bufanda negra.
Arkady abrió una puerta en que ponía PELIGRO y entró al
túnel del tren. Estaba en un pasillo metálico a un metro y
medio de altura respecto del túnel. El aire se tornaba gris a
causa de la luz que llegaba desde el andén. Irina Asanova
yacía en las vías por debajo de él, los ojos y boca abiertos. Uno
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 253

de los hombres le ataba las piernas, el otro, que estaba


también en el pasillo, golpeó con una cachiporra a Arkady.
Recibió dos golpes que le hicieron sentirse entumecido del
codo para bajo. Con todo, aprendió la lección que le dio Kirwill
en el parque Gorki. Cuando el agresor reculó para golpearle
directamente en el centro del cráneo, Arkady descargó con
fuerza su pie en el área más grande y más blanda de su
entrepierna. El hombre se dobló como una paja dejando caer
su arma. Arkady la recogió y descargó un golpe que echó hacia
atrás la cabeza del hombre. Éste se sentó en la pasarela
frotándose con una mano la entrepierna mientras que con la
otra recogía la sangre que le brotaba de la nariz. Arkady miró
por el túnel al distante reloj de la estación, sorprendiéndose de
poder ver con tanta claridad. Eran las 2:27.
El sujeto de las vías contemplaba la pelea que se libraba por
encima de él con el leve desaliento del patrón cuyo ayudante
había sido rechazado por un cliente diestro. Tenía el rostro
cubierto de cicatrices como la nieve de la calle: la cara de un
profesional. Sus ojos pequeños miraban por encima de una
pistola TK de cañón corto, el arma de bolsillo del KGB, que
apuntaba al pecho de Arkady. Irina no se movía. Arkady no
podía adivinar si estaba aún viva.
—No —dijo Arkady, y miró otra vez al andén de los pasajeros
—. Oirán la detonación.
El sujeto de la vía asintió razonablemente guardándose luego
el arma en su abrigo. Miró también el reloj de la estación y le
sugirió a Arkady:
—Ya es tarde. Váyase a su casa.
—No.
Arkady pensó que podría impedir que el hombre saliera de la
vía y subiera a la pasarela, pero de repente éste puso sus
manos en la barandilla y saltó atléticamente situándose a su
nivel. Arkady blandió la cachiporra, su arma recién adquirida,
pero sólo golpeó el abrigo y la barandilla; su atacante lo hizo
retroceder a puntapiés, pasó junto al colega caído y avanzó
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 254

con pasos firmes y mecánicos en tanto que Arkady retrocedía.


El investigador recibió otro puntapié en el estómago mientras
se cubría asustado el pecho dolorido, y luego recibió otro golpe
más, que le hizo emitir un gemido. La cara profesional
especulaba, como un doctor que busca una vena. ¿Aquí? ¿Allá?
Sus manos y pies no golpeaban tan fuerte como los de Kirwill
ni se movía con igual ligereza. Arkady dejó caer la cachiporra,
paró la siguiente patada y le cogió del pie. El hombre se
afianzó a la barandilla para no perder el equilibrio permitiendo
que Arkady le encajara el puño. Otro golpe mejor dirigido al
corazón, le hizo caer. En silencio se levantó arrojándose contra
Arkady, tratando de derribarlo. Al intentar esquivar la
acometida resbalaron sobre la barandilla cayendo a las vías.
Arkady cayó encima del otro, pero sintió que algo había
pegado contra su cinturón. Cuando se puso en pie, notó que la
hoja de una navaja sobresalía del abrigo del hombre. Éste rodó
por el suelo y al levantarse tenía en la mano la navaja de
muelle. Ya sin sombrero, vio cómo la entrada del cabello
adoptaba forma de V, también percibió que por primera vez su
agresor mostraba tener interés personal en la acción.
La hoja se movía haciendo círculos y acometía, intentando
primero pincharle los ojos, luego una embestida al cuerpo.
Arkady tropezó con Irina al retroceder. Era notable la forma en
que los ojos del sujeto, al avanzar con el puñal en la mano
habían desarrollado tonos anaranjados, una brillantez que daba
la impresión de que estaban iluminados por dentro.
La barandilla temblaba bajo la espalda de Arkady. Con un
acto de destreza, el hombre recogió su sombrero, dobló la hoja
de la navaja y subió a la pasarela. Arkady vio los números
distantes del reloj del andén cambiar de 2:49 a 2:50; luego se
dio la vuelta para encontrarse con las luces de dos focos
verticales. Unos halos se propagaron por las paredes del túnel.
Sintió una corriente de aire impulsada por un tren que se
aproximaba, y oyó gemir las vías.
Las manos de Irina estaban inertes y cálidas al tacto. Tuvo
qué cargarla, apartarla del tren y darse la vuelta para no
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 255

quedar Deslumhrado. Nunca había recibido tanta luz directa.


Las manos de Irina pendían inertes; él daba traspiés. El chirriar
de frenos alcanzó un tono de histeria metálica, luego cesó
abruptamente al alejarse el tren.
Arkady empujó a Irina sobre la pasarela en tanto que él se
pegaba a la pared.

Tan pronto como Levin abrió la puerta del departamento,


Arkady depositó a Irina en un sofá forrado de plástico.
—Le pegaron en la cabeza o la drogaron, no he tenido tiempo
de cerciorarme qué le hicieron —dijo Arkady—. Tiene mucha
fiebre.
Levin estaba en bata y zapatillas. Su pijama dejaba ver unas
piernas tan delgadas como su nariz. Era obvio que se
preguntaba a sí mismo si despachaba a Arkady o no.
—No me siguieron —aseguró Arkady.
—No me insultes —Levin hizo su elección, dobló su bata, se
sentó y le tomó la temperatura a Irina. Tenía el rostro sonrojado
y el pelo suelto, su abrigo afgano había quedado reducido al
montón de parches que era en realidad. Arkady sentía pena
por ella; no se había fijado en el aspecto que tenía. Levin le
levantó el antebrazo derecho para mostrar un moretón con
unos puntos.
—La inyectaron. Probablemente sulfazina, a juzgar por su
temperatura. Un trabajo torpe.
—Probablemente se defendió.
—Sí —el tono de Levin enfatizaba lo tonto del comentario.
Encendió una cerilla y la pasó lentamente ante sus ojos,
primero uno y luego el otro.
Arkady estaba aún bajo los efectos de la impresión que le
había causado haber estado a punto de morir. El tren se había
detenido cerca de la plataforma; para cuando los maquinistas
llegaron a ella y los conductores llamaron a la milicia, Arkady
ya había trasladado a Irina de la estación a su automóvil. Había
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 256

escapado, por así decirlo; esa idea le rondaba en la cabeza


como si no tuviera nada más en qué pensar. ¿Por qué un
investigador principal había de escapar de la milicia? ¿Por qué
una chica inconsciente le parecía tan peligrosa a Levin? Era un
país maravilloso en el que todo el mundo entendía tan bien las
señales secretas.
Le llevó algún tiempo observar con detenimiento el
departamento de Levin. En vez de figurillas y adornos
ordinarios, las repisas y mesas estaban llenas de piezas de
ajedrez barnizadas, en tableros de marfil, madera de teca y
vidrio de colores, cada tablero con un juego empezado. En
lugar de las acostumbradas babushkas bordadas, en la pared
había fotografías de Lasker, Tal, Botvinnik, Spassky y Fisher,
maestros de ajedrez, todos judíos.
—Si te queda pizca de sesos, la llevarías a donde la
encontraste —dijo Levin.
Arkady movió negativamente la cabeza.
—Entonces tendrás que ayudarme —añadió Levin.
La llevaron a la cama, un sencillo catre de hierro. Arkady le
quitó las botas y ayudó a Levin a desnudarla totalmente. Cada
prenda estaba empapada de sudor.
Arkady pensó en las muchas veces que él y Levin habían
contemplado de pie otros cuerpos blancos, fríos y tiesos. Ante
el de Irina, Levin se mostraba extrañamente huidizo, inquieto y
procuraba ocultar esa actitud. Era el hombre más humano que
Arkady había conocido; los vivos le ponían nervioso. Porque
Irina estaba muy viva, eso no podía negarse. Estaba comatosa,
pero de ninguna manera fría. Estaba sonrosada por la fiebre.
Era más esbelta de lo que esperaba Arkady, viéndose las
costillas bajo sus senos voluminosos, su estómago cóncavo
hasta la elevación de espeso vello castaño. Estiró sus graciosas
piernas. Miró a Arkady y a través de él.
Mientras la cubrían con toallas húmedas para hacer bajar la
temperatura, Levin señaló una leve mancha azulosa en su
mejilla derecha.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 257

—¿Ves esto?
—Un antiguo accidente, supongo.
—¿Accidente? —Levin habló en tono burlón—. Aséate. Busca
el baño tú mismo, esto no es el palacio de Invierno.
En el espejo del baño Arkady vio que estaba cubierto de
tierra, y que parecía que una de sus cejas hubiera sido abierta
con una navaja de afeitar. Después de lavarse volvió a la
habitación donde Levin calentaba té en una plancha caliente.
Un pequeño gabinete contenía latas de legumbres y pescado.
—Tuve que elegir entre un departamento con cocina u otro
con baño. Para mí el baño es más importante —y asumiendo
una actitud hospitalaria inusitada, agregó—: ¿Quieres comer
algo?
—Pon un poco de azúcar en el té. Eso es todo. ¿Se pondrá
bien?
—No te preocupes por ella. Es joven y fuerte. Se sentirá mal
un día, nada más. Toma —le dio a Arkady una taza de té tibio.
—De modo que crees que era sulfazina.
—La puedes llevar a un hospital si quieres estar seguro de
eso —dijo Levin.
—No.
La sulfazina era uno de los narcóticos favoritos del KGB; en
cuanto llegara al hospital el doctor llamaría a esa organización.
Levin lo sabía.
—Gracias.
—No digas nada —le interrumpió Levin—. Mientras menos
sepa yo, mejor estaré. Confío en mi imaginación y dudo que tú
puedas hacer lo mismo.
—¿Qué quieres decir?
—Arkady, esta chica tuya no es virgen.
—No sé de qué hablas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 258

—La mancha de su mejilla. Ya estuvo en su poder antes. Hace


años le inyectaron aminazina.
—Pensé que habían dejado de usarla porque era peligrosa.
—Ésa es la cuestión. Deliberadamente la inyectan mal en el
músculo para que no sea absorbida. Si no lo es, forma un
tumor maligno, como le ocurrió a ella. Está ciega de un ojo. El
que cortó el tumor también le cortó el nervio óptico y dejó esa
marca. Ésa es su marca.
—¿No exageras un poco?
—Pregúntale. Háblale de su ceguera.
—Imaginas complicaciones. Se trata sólo de que esta joven,
una testigo, fue atacada y yo la defendí.
—¿Entonces por qué no estás ahora en la estación de la
milicia?
Arkady fue al baño. Las toallas que cubrían a Irina estaban
calientes; las remplazó por otras frescas. Sus brazos y piernas
se estremecían espasmódicamente mientras dormía, una
reacción de su cambio de temperatura. Le arregló la frente,
echando atrás mechones de pelo. La mancha en su mejilla
estaba levemente violeta por el flujo de sangre bajo la piel.
«¿Qué querrían? —se preguntó—. Desde el principio
estuvieron ellos ahí. El mayor Pribluda, para despojar los
cadáveres del parque Gorki. El detective Fet, cuando Golodkin
fue interrogado. Los asesinos del departamento de Golodkin,
los fallidos asesinos en el túnel del metro. Pelotas de hule,
inyecciones, puñales... todo firmas de Pribluda y de sus
secuaces. De todas maneras, ellos estarían vigilando su casa y
a estas alturas tendrían una lista de sus amigos. Se cansarían
de vigilar los hospitales, y no tardaría mucho en ocurrírsele a
Pribluda la idea de visitar a Levin, el patólogo. Levin era
valiente, pero era preferible que se fuera cuando
despertara.»Al regresar a la habitación halló a Levin
analizando, para tranquilizarse, sus tableros de ajedrez.
—Está mejor —le informó Arkady—, al menos duerme.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 259

—La envidio —contestó Levin, sin levantar la cabeza.


—¿Quieres jugar?
—¿Cuál es tu opinión? —Levin miró hacia arriba.
—No sé.
—Si tuvieras alguna, lo sabrías. No gracias —eso obligó a
Levin a cumplir con las demandas de la hospitalidad otra vez y
a pensar en la mujer acostada en su cama que estaba siendo
buscada. Forzó una sonrisa al comentar—: En realidad, la que
tenemos aquí es una situación interesante. Es una partida
jugada por Bogolyubov y Pire en 1931. Toca mover a las
negras, pero no tienen dónde hacerlo.
Sólo cuando estuvo en el ejército Arkady se sintió lo
suficientemente aburrido como para jugar al ajedrez en serio, y
entonces únicamente se destacó en el juego defensivo. En esta
partida ambos bandos se habían enrocado y el blanco
controlaba el centro, tal como había dicho Levin. Por otra parte,
Arkady notó que no había relojes de ajedrez en el
departamento, señal de que Levin prefería el análisis reposado
a la matanza sobre el tablero. Asimismo, el pobre Levin se
lamentaba ante la perspectiva de pasar una larga noche de
nerviosismo y vigilia.
—¿Quieres que mueva? —Arkady hizo el movimiento del
negro—. Alfil por peón.
Levin se encogió de hombros. P x A.
¡D x P jaque! ¡R x D, C5C jaque! ¡RlC, C x D! El caballo negro
atacó al alfil y la torre blancas.
—¿Alguna vez te paras a pensar antes de mover? —murmuró
Levin—. Se siente cierto placer al hacerlo.
B3C, C x T. Levin reflexionó sobre si mataba al caballo con su
torre o con su rey. De todas maneras el caballo estaba perdido;
por tanto, el negro habría entregado su dama, su alfil y su
caballo a cambio de dama, torre y dos peones. El resultado
dependería de la habilidad de las blancas para poner en juego
otra vez a su alfil antes de que las negras se unieran a sus
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 260

peones, que eran más que los de las blancas, y doblara sus
torres.
—Sólo has introducido complicaciones —dijo Levin.
Mientras Levin pensaba su jugada, Arkady revisó una librería,
de la que cogió una antología de Poe. Pronto se dio cuenta de
que Levin se había quedado dormido en su silla. A las 4:00 de
la mañana bajó a su automóvil, dio una vuelta alrededor de la
manzana para comprobar si estaba siendo vigilado y regresó
después al departamento de Levin. No podía esperar más.
Vistió a Irina con sus ropas húmedas, la envolvió en una manta
y la bajó. En el trayecto la única gente que vio fue a los
trabajadores de caminos arreglando las calles para el Día del
Trabajo. Un hombre que conducía una aplanadora dirigía a
cuatro mujeres que vertían alquitrán caliente. Después de
cruzar el río y cuando estuvo a dos manzanas de Taganskaya,
salió, y caminó hasta su departamento para asegurarse de que
estaba vacío. Cuando regresó al coche lo condujo hasta la
casa; apagó el motor y las luces al entrar en el patio. Cargó a
Irina, la depositó en la cama, la desvistió y la cubrió con la
manta de Levin y con su propio abrigo.
Iba a cambiar el coche de sitio cuando vio que Irina había
abierto los ojos. Tenía las pupilas dilatadas y el blanco de los
ojos enrojecido. No tenía fuerzas para mover la cabeza.
—¡Estúpido! —le dijo.

13
Llovía. El suelo crujía. En los departamentos de arriba y abajo
Arkady podía oír que hacían la limpieza. En la escalera se
escuchaban las pisadas de una anciana. Nadie había llamado a
la puerta, tampoco había sonado el teléfono.
Irina Asanova yacía con la cara vuelta hacia él, con su piel
pálida como el marfil ahora que había desaparecido la fiebre.
Arkady, no se había desvestido. Al principio buscó un lugar
dónde acurrucarse, pero no había sillas ni sofá, ni siquiera una
alfombra, así que al final compartieron la cama. Ella no se
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 261

percató de ello, y si así hubiera sido no le habría importado.


Consultó su reloj. Eran las 9:00 de la mañana. Lentamente,
para no despertarla, se levantó, caminó en calcetines hacia la
ventana y miró al patio. Nadie los espiaba. Tendría que
llevársela a otra parte, pero no sabía a dónde. A casa de ella,
no. Los hoteles estaban descartados; era ilegal tomar un cuarto
de hotel en la ciudad donde se residía. (¿Qué razón podía tener
un ciudadano para no ir a su casa?) Algo se le ocurriría.
Cuatro horas de dormir eran suficientes. El desarrollo de la
investigación le mantenía despierto. La sentía elevarse como la
cresta de una ola, cargándola, en cuerpo y alma, con sus ropas
arrugadas.
La joven apretó la manta contra su mejilla; dormiría
profundamente otras cuatro horas, supuso él. Estaría de vuelta
para entonces. Era hora de ver al general.
El «camino de los entusiastas», donde los prisioneros
acostumbraban comenzar su viaje a Siberia a pie, seguía por la
fábrica de tractores Hoz y Martillo hasta la carretera 89, una
cinta angosta de asfalto, que atravesaba una campiña lodosa y
plana con aldeas tan pegadas al suelo como las patatas; todo
el trayecto hacia el este, hasta los Urales. Arkady condujo su
coche cuarenta kilómetros antes de girar al norte por un
camino de macadán hacia una aldea llamada Balobanovo,
junto a gente que sembraba judías, y a rebaños de vacas de
color marrón; luego entró en un camino de tierra que
atravesaba bosques tan espesos que las capas de nieve no
tocadas por el sol todavía cubrían el suelo. Entre las ramas
pudo distinguir el río Kliazma.
Al llegar a una reja de hierro dejó el vehículo y anduvo el
resto del camino. Recientemente no había llegado ningún
automóvil. A la mitad del camino la hierba del año pasado
continuaba en pie, aunque muerta. Pasó un zorro corriendo
ante sus pies y automáticamente esperó ver los perros del
general, pero el bosque siguió silencioso, salvo por la llovizna.
Al cabo de diez minutos llegó a una casa de dos pisos con un
inclinado techo metálico. Al otro lado del patio circular bajaba
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 262

una larga escalera a la orilla del río donde había (o cuando


menos, hubo) un muelle con un esquife y, anclada bastante
adentro de la corriente, una plataforma que flotaba sobre
barriles de aceite anaranjados. Había también peonías en
macetas de madera a lo largo del muelle, y una tina con hielo
atendida por dos ayudantes de campo ataviados con filipinas
blancas y guantes blancos.
Cuando había fiesta, colgaban linternas chinas sobre el
muelle y a todo lo largo de la escalera, simulando una hilera de
lunas que se elevaban hasta el cielo. Sus reflejos en el agua del
río se agitaban cual si fueran criaturas marinas luminosas
atraídas por la música.
Miró a lo alto de la casa. Desde el canalón se extendían
manchas de herrumbre que llegaban al suelo. Una barandilla
corría paralela a la escalera.
En el patio las yerbas crecían alrededor de una oxidada mesa
de jardín y una conejera vacía. En torno a la casa y el patio se
apretujaban altos pinos y olmos silvestres, lo que acentuaba el
aire de desolación. El único indicio de vida era una ristra de
liebres desolladas de tono azulado y rojo oscuro.
Una anciana contestó a su llamada; su estupefacción se
convirtió en contemplación hostil, y en una mueca, el manchón
de lápiz labial que era su boca. Se limpió las manos en un
delantal grasiento mientras exclamaba: «Sorpresa», con la voz
algo temblorosa por el aguardiente.
Arkady entró. Los muebles estaban cubiertos por sábanas.
Las cortinas eran grises como mortajas. Sobre la chimenea
había un viejo cuadro de Stalin y olía a cenizas húmedas.
También había ramas secas, floreros con flores de papel
descoloridas, una vitrina para las armas con un rifle de cerrojo
y dos carabinas.
—¿Dónde está? —preguntó Arkady.
Con la cabeza señaló la biblioteca.
—Dígale que necesito más dinero —dijo en voz alta—. Y una
mujer que me ayude, pero, sobre todo, dinero.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 263

Arkady se libró de sus dedos y se encaminó a la puerta


construida bajo la escalera que conducía al segundo piso.
El general estaba sentado en una silla de mimbre junto a la
ventana. Al igual que Arkady tenía la cara estrecha y bien
parecida, pero la piel se le había puesto tiesa y translúcida; sus
cejas blancas estaban revueltas y su cabello era ya una lanilla
también blanca que coronaba una frente amplia cruzada por
venas en las sienes. Llevaba puesta una holgada camisa de
campesino, pantalones y unas botas que le quedaban grandes.
Con sus manos, pálidas como papel crema, frotaba una larga
boquilla de madera que no tenía cigarrillo.
Arkady se sentó. En la biblioteca había dos bustos: uno del
general y otro de Stalin, ambos hechos con casquillos de
granadas fundidos. Un panel de fieltro rojo en un marco
mostraba hileras de medallas, incluyendo dos órdenes de
Lenin. El fieltro estaba lleno de polvo, una pátina de mugre
oscurecía las fotografías de las paredes, y el polvo se
acumulaba en los dobleces de una bandera de la división del
ejército clavada en la pared.
—Conque eres tú —dijo el general. Escupió en el suelo al no
atinar a una escudilla de cerámica bordeada de una espuma
café. Agitó la boquilla y agregó—: Dile a esa bruja que si quiere
más dinero se vaya al pueblo y trabaje para conseguirlo.
—Vine a preguntarte acerca de Mendel. Tengo que estar
seguro de algo.
—Ya murió, de eso no hay duda.
—Obtuvo la orden de Lenin por matar a algunos incursores
alemanes cerca de Leningrado. Era amigo íntimo tuyo.
—Era un pedazo de mierda. Por eso se fue al Ministerio de
Relaciones Exteriores. Todo lo que aceptan son ladrones y
mierda, eso es todo lo que quieren. Era otro cobarde como tú.
No, mejor que tú. No fue un fracasado total. Es un nuevo
mundo y la basura sale a flote. Regresa a tu casa, con la tonta
mujer con que te casaste. ¿Sigues casado?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 264

Arkady tomó la boquilla del general y le puso un cigarrillo. Él


cogió otro para sí, encendió ambos y le devolvió el suyo al
general. Éste tosió.
—Estuve en Moscú para la reunión de octubre. Podías haber
ido a verme entonces. Belov lo hizo.
Arkady estudió una de las fotografías nebulosas. ¿Era de
hombres que danzaban o que estaban ahorcados? Otra era de
un jardín recién compuesto o de una tumba colectiva. Había
pasado tanto tiempo que había olvidado esos detalles.
—¿Estás ahí?
—Aquí estoy.
Por primera vez el general volvió la cara hacia Arkady.
Quedaba en ella poco de lo que había sido antes. Sólo había
músculo entre la piel y el hueso. Sus ojos negros estaban
ciegos, blancuzcos por las cataratas.
—Eres un debilucho —dijo—. Me disgustas.
Arkady miró su reloj. La chica se despertaría en unas pocas
horas, y quería comprar algunos alimentos antes de regresar a
Moscú.
—¿Oíste hablar de los nuevos tanques? Trataron de
impresionarnos con ellos. Malditas limusinas. Otra obra del
miserable de Kosygin. Los diseñaron directores de fábrica.
¡Directores de fábrica! Uno de ellos dirige una planta nuclear y
hace que les pongan granadas atómicas a los tanques. Otro
que hace limonada, sugiere ponerles rociadores de sustancias
químicas.
Otro que fabrica acondicionadores de aire, pide que la
maldita cosa tenga aire acondicionado. Si tú fabricaras
excusados, les meterías excusados como asientos. Basura más
inútil que un crucero de lujo. ¡Y nos iban a impresionar con eso!
Si se construye un tanque con el mínimo material posible,
cuando se avería se puede arreglar sobre la marcha. Así como
Mikoyan hizo sus aeroplanos, un buen equipo con un buen
cerebro en la cima. Pero continuaron amontonando mierda
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 265

sobre nosotros como flores sobre una tumba. Ahora todos son
blandos. ¿Todavía tienes esa mirada estúpida de borrego?
—Sí.
El anciano general se dio la vuelta arrugando apenas la ropa
que llevaba puesta.
—Podrías haber sido ya general. El hijo de Govorov manda
todo el distrito militar de Moscú. Con mi nombre podías haber
ascendido más aprisa. Bueno, sabía que no tenían arrestos
para hacerte cargo de un comando blindado, pero al menos
podrías haber sido uno de esos granujas de inteligencia.
—¿Qué me dices de Mendel?
—No tienes lo que se necesita. Quizá se debió a un esperma
débil o algo parecido, no sé.
—¿Mató Mendel a los alemanes?
—Hace diez años que no vienes, y cuando vienes me
preguntas por un cobarde que ya está enterrado.
La ceniza del cigarrillo cayó en la camisa. Arkady se inclinó
para quitarle una chispa.
—Mis perros han muerto —dijo enfadado el general—.
Estaban en el campo donde encontraron algunos miserables en
bulldózers. ¡Los malditos los mataron! ¡Malditos patanes! ¿Qué
hacen por aquí los bulldózers? Bueno, el mundo entero... —
Levantó el puño apretado—. Todo se va al demonio.
Escarabajos de estiércol. Podredumbre. ¡Oye las moscas!
Estaban sentados tranquilamente, inclinando el general su
oído hacia la lluvia.
—Mendel murió. En su cama, siempre dijo que moriría en su
cama. Tenía razón. Ahora mis perros —esbozó una sonrisa—.
Quieren llevarme a una clínica, muchacho. Hay una clínica en
Riga, muy elegante, no reparan en gastos tratándose de
héroes. Pensé que por eso habías venido. Tengo cáncer, en
todo mi cuerpo, todo podrido. Eso es lo que me mantiene
vivito, ¿sabes? Me invitan a ir a esa clínica donde aplican
radiación y curas de calor. No quiero ir porque sé que no
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 266

regresaré nunca. He visto trabajar a los doctores en el campo


de combate. Y no iré. No se lo dije a la bruja. Quiere que vaya
porque cree que le darán mi pensión. ¿Igual que tú? Los huelo
venir como a monjes con los calzoncillos sucios.
—No me importa dónde mueras —dijo Arkady.
—Correcto. Lo importante es que te dejaré con un palmo de
narices. Mira, siempre supe por qué ingresaste en la oficina del
fiscal. Todo lo que siempre quisiste hacer fue destruirme, venir
olfateando aquí con todos tus detectives, resucitar todo el
asunto. ¿Murió la esposa del general en un accidente o la
mataron? Eso explica tu vida allí... atraparme. Pero moriré
antes que tú, y entonces nunca sabrás lo que pasó.
—Pero no lo sé. Lo supe hace años.
—No trates de engañarme. Eres malo para mentir, siempre lo
fuiste.
—Todavía lo soy. Pero lo sé. Tú no lo hiciste y no fue un
accidente. Ella se suicidó. La esposa del héroe se suicidó.
—Belov...
—Él no me dijo nada. Yo lo deduje.
—Entonces, si sabías que yo no lo hice, ¿por qué no me
visitaste en todos esos años?
—Si pudieras comprender por qué se mató, podrías entonces
entender por qué no vine. No es un misterio; es solamente
cosa del pasado.
El general se hundió en su silla, con expresión de aprestarse
a protestar burlonamente, mas luego pareció seguir pensando,
alejándose de sí mismo y de Arkady. La expresión de su rostro
se tornó indiferente. Nunca abandonó el fantasma; éste se
retiró dentro de él. La camisa y los pantalones simplemente
podían haberse quedado en la silla, sin arrugarse a causa de la
ausencia de movimiento, sin moverse, como su cabeza o sus
manos.
Durante el silencio Arkady pensó —no supo por qué— en la
explicación popular asiática de la vida. Tal vez se debió a la paz
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 267

abrupta de la figura de la silla. La historia decía que toda la


vida era una preparación para la muerte, que la muerte es una
transición tan natural como el nacimiento, y que lo peor que
puede hacer un hombre en su vida es luchar por evitar la
muerte. Había una tribu mítica en la que todos los nacimientos
se producían sin llanto y todas las muertes sin agonía. ¿Dónde
diablos pensaba toda esa gente mítica que iba una vez que
había perecido? Lo había olvidado. Sin embargo, tenía sus
ventajas sobre el ruso universal que pasaba por la vida
luchando como un hombre atrapado en un río que fluye hacia
una catarata. Veía cómo su padre se ponía más inerte a cada
segundo que pasaba, refugiándose la fuerza en él en un último
baluarte central. Luego, de manera igualmente visible, le vio
recobrar las fuerzas. La respiración se hizo más profunda y la
sangre, enviada a la lucha como si fueran refuerzos, le produjo
un temblor en todos sus miembros. Era la imagen de un
hombre que se reconstituía a sí mismo gracias a su fuerza de
voluntad, restableciéndose en su interior. Finalmente, la palidez
de su rostro desapareció y sus ojos miraron adelante,
deteriorados pero desafiantes.
—Mendel estuvo en mi clase en la academia militar de
Frunze. Ambos tuvimos comandos blindados en la línea del
frente cuando Stalin dijo: «¡Ni un paso atrás!». ¿Yo? Comprendí
que los alemanes se habrían extendido, facilitando la
infiltración. El efecto de mis informes transmitidos por radio
desde detrás de las líneas fue tremendo. Todas las noches
Stalin los escuchaba en su refugio antiaéreo. Los informes de
prensa decían: «El general Renko, en alguna parte detrás de
las líneas alemanas». Los alemanes se preguntaban: «Renko,
¿quién es ese Renko?». Porque yo sólo era coronel. Stalin me
había ascendido y yo no lo sabía. Los alemanes tenían una lista
de todos los oficiales, así que el nuevo nombre les confundía,
conmovía su confianza. Estaba en labios de todos, el nombre
más pronunciado después del de Stalin. Causé sensación
cuando me abrí paso combatiendo hasta Moscú, donde el
propio Stalin me dio la bienvenida, y todavía en uniforme de
combate le seguí a la estación Mayakovsky donde a su lado
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 268

escuché su grandioso discurso, palabras que cambiaron la


marejada fascista aun cuando bombardeaban ya la ciudad... Y
cuatro días después recibí mi propia división blindada, la
División, de la Guardia Roja que entró primero en Berlín. En el
nombre de Stalin... —estiró la mano para evitar que Arkady se
levantara y se fuera—, te di un nombre como ése, y vienes
aquí, insignificante detective, a preguntar acerca de un
cobarde que pasó la guerra escondiéndose entre cajas de
embalaje. Un espía ordinario, ¿eso es lo que eres? ¿Eso es
vivir? ¿Preguntar sobre Mendel?
—Sé todo lo concerniente a ti.
—Y yo sé todo sobre ti. No lo olvides. Otro reformista... —El
general dejó caer la mano. Calló e inclinó la cabeza—. ¿En qué
iba yo?
—En Mendel.
Arkady esperaba más refunfuños, pero el general fue al
grano.
—Es una historia divertida. Capturaron algunos oficiales
alemanes en Leningrado y se los entregaron a Mendel para que
los interrogara. El dominio de la lengua alemana que Mendel
tenía era deficiente —escupió limpiamente en la escudilla—,
así que ese norteamericano se prestó como voluntario para
hacerlo... No recuerdo su nombre. Era bueno, para ser
norteamericano. Simpático, agradable. Los alemanes hablaron
sin ambages. Al final el norteamericano llevó a los alemanes a
comer al bosque con champaña y chocolate y los mató a tiros.
Por diversión. Lo curioso es que no se pensaba que los mataría,
así que Mendel tuvo que inventar un informe falso acerca de
supuestos atacantes. El norteamericano sobornó a los
investigadores militares, y Mendel recibió la orden de Lenin.
Hizo que le jurara que guardaría silencio, pero siendo tú mi
hijo...
—Gracias.
Arkady se puso de pie, más cansado de lo que pensó que
estaría, y se dirigió tambaleándose a la puerta de la biblioteca.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 269

—¿Vendrás otra vez? —preguntó el general—. Es bueno


hablar.

La caja de cartón que traía contenía leche, huevos, pan,


azúcar, té, platos y tazas, una sartén, jabón, champú, pasta y
cepillos de clientes —todo comprado por Arkady a su regreso a
Moscú— se apresuró a colocarlo todo dentro de la nevera antes
de que se desmantelara la caja. Estaba arrodillado guardando
los alimentos cuando oyó a Irina detrás de él.
—No mires —dijo, cogió el jabón y el champú y se fue. Luego
oyó correr el agua en la bañera.
Arkady permaneció en la sala, sentado en el antepecho de la
ventana y sintiéndose un tonto por no atreverse a entrar a la
habitación, ya que en la sala no había dónde sentarse. Había
dejado de llover, y sin embargo no había aparecido por la calle
ningún individuo enfundado en un abrigo. Esto le sorprendió,
porque Pribluda no era sutil. Ahora recordaba la conversación
que tuvo con su padre. Osborne había matado a los tres
alemanes («he estado antes en Leningrado —dijo Osborne en
las grabaciones—, he estado allí antes con alemanes») casi de
la misma manera que mató a las tres víctimas del parque
Gorki. Arkady se interesaba en los investigadores militares
sobornados por Mendel y Osborne; ¿quiénes eran y qué
gloriosas carreras labraron en la posguerra?
Sintió a Irina en la puerta de la habitación antes de verla.
Tenía puesta una sábana con agujeros para meter los brazos,
un cinturón, su pelo mojado envuelto en una toalla y los pies
descalzos. No podía llevar ahí más de un segundo, pero él tenía
la sensación de que ella lo había estado mirando más tiempo,
igual que la primera vez que él la había visto, como si
estuviera analizando algo raro en su campo de visión. Otra vez
hacía que el atuendo más extraño pareciera estilizado, como si
las sábanas fueran la prenda natural para usar ese año.
También recordó, ahora que tenía la cara vuelta ligeramente a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 270

un lado, lo que Levin le había dicho acerca de la ceguera en un


ojo, y observó la marca reveladora en su mejilla.
—¿Cómo te encuentras?
—Más limpia.
Estaba algo ronca por haber vomitado; la sulfazina producía
ese efecto. Con todo, su rostro tenía color, más del que la
mayoría de los moscovitas podían vanagloriarse de tener. Miró
en derredor de la habitación.
—Te pido disculpas por el estado del departamento —dijo al
ver que ella lo miraba—. Mi esposa hizo limpieza de primavera.
Se llevó consigo algunas cosas.
—Parece que también se fue ella con las cosas.
—Así es.
Con los brazos cruzados Irina caminó hacia la estufa con su
sartén, tazas y platos.
—¿Por qué me salvaste la vida anoche? —le preguntó.
—Eres importante para mi investigación.
—¿Eso es todo?
—¿Qué otra cosa podía haber?
—No quiero inquietarte —dijo Irina mirando el armario vacío
—, pero parece que tu esposa ya no va a regresar.
—Se aprecia una opinión objetiva.
Se apoyó contra la estufa.
—Y ahora, ¿qué?
—Cuando se seque tu ropa, te irás —dijo Arkady.
—¿A dónde?
—Eso es cosa tuya. A tu casa...
—Me estarán esperando. Gracias a tí, ni siquiera puedo ir al
estudio.
—Con tus amigos, entonces. La mayoría de ellos estarán
vigilados, pero debe haber alguno con quien puedas quedarte.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 271

—¿Corriendo el riesgo de meterlos en dificultades también?


Eso no se lo hago a mis amigos.
—Bueno, no puedes quedarte aquí.
—¿Por qué no? —se encogió de hombros—. Aquí no hay
nadie. El departamento del investigador principal me parece
perfecto. Sería un crimen dejar que se desperdiciara.
—Camarada Asanova...
—Irina. Ya me desnudaste suficientes veces; creo que me
puedes llamar por mi nombre de pila.
—Irina, quizá te cueste trabajo entenderlo, pero éste es el
sitio menos adecuado para ocultarse. Me vieron anoche, y éste
será uno de los primeros lugares a los que vendrán. No podrías
salir a comprar alimentos ni ropa. Estarías atrapada aquí.
—Quieres decir que estaríamos atrapados aquí.
Mientras hablaban más se pegaba la sábana a su cuerpo aún
mojado, transluciéndose las partes donde estaba enganchada.
—No estaré aquí tanto tiempo —Arkady miró a otro lado.
—Veo que hay dos platos y dos tazas —comentó Irina—. Es
muy sencillo. O estás con «ellos», en cuyo caso no importa a
dónde vaya porque harás que me sigan, o no estás con «ellos»,
en cuyo caso puedo llevar conmigo a un amigo, o te puedo
llevar a tí. Ya lo pensé y quiero llevarte a ti.
El teléfono sonó. Estaba en un rincón de la habitación, negro,
insistente. Al décimo timbrazo Arkady levantó el auricular.
Era Swan para decir que el gitano había averiguado dónde
arreglaba los iconos Kostia Borodin.

El lugar hallado por el gitano era un garaje cerca de la pista


de «go-karts» en el lado sur del río. Un mecánico llamado «el
Siberiano» había desaparecido hacía unos meses. Dos carritos
colgaban del techo en ganchos, especie de apostrofes sobre un
Pobeda corroído montado sobre apoyos de madera. El suelo
estaba cubierto de aserrín y aceite. Una tabla medio cortada
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 272

estaba sujeta por un tornillo de banco. En un rincón había


amontonadas piezas de un automóvil y objetos metálicos. Y en
otro rincón había madera y basura. Había una estructura para
tender una lona en una pared, así como latas de blanco de
España, aceite de linaza y trementina. Una gaveta con la
puerta rota contenía overoles demasiado sucios para ser
robados. No había caja de herramientas, ni nada valioso y
portátil a la vista.
Afuera se oía el ruido de la aceleración y desaceleración de
los motores.
—¿Sabe cómo hacer esto? —preguntó Arkady.
—Estuve dos años en la empresa Impresiones Latentes.
Trataré de hacerlo bien —dijo Kirwill.
Swan y el gitano se mantuvieron a un lado, éste utilizaba el
bolsillo como cenicero. Arkady puso en el suelo su linterna,
abrió su estuche de forense y sacó una lámpara más pequeña,
guantes delgados de hule, tarjetas blancas, tenazas, polvos
(negro, blanco y sangre de dragón), pinceles de pelo de
camello y atomizadores. Kirwill se puso un par de guantes,
desatornilló el foco de sesenta vatios suspendido del techo y lo
remplazó por otro de ciento cincuenta vatios. Arkady comenzó
por las ventanas, iluminando los vidrios sucios con su linterna
mientras ponía polvo blanco con los pinceles; luego hizo otro
tanto con los vasos y botellas de las repisas, aplicando polvo
blanco y metiendo tarjetas negras en los vasos para ver las
huellas. Kirwill comenzó por las superficies porosas con un
atomizador y ninhidrina, trabajando en el sentido de las
manecillas del reloj desde la puerta del garaje.
La colocación del polvo era la clase de trabajo que podía
hacerse bien en un día o mal en una semana. Tras cubrir todos
los lugares obvios: los puntos de entrada, agarraderas, vasos,
el investigador tenía que considerar todos los lugares a los que
pudiera llegar un dedo: llantas, reverso de cuadros, fondos de
latas de pintura. Por lo general Arkady se abstenía de poner
polvo si era posible. Esta vez realizaba con gusto la tarea, era
fácil y mantenía ocupada la mente. El detective
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 273

norteamericano trabajaba con metódica energía y con cierta


gracia, dirigiendo la concentración a los trabajos diminutos. No
se decía nada que entorpeciera la dedicación al trabajo. Arkady
espolvoreó los pomos de las puertas, los guardafangos y las
placas del automóvil, en tanto que Kirwill rociaba el banco de
trabajo por encima y por abajo. Cuando el gitano les señaló un
montón de trapos, Arkady y Kirwill indicaron con una mutua
mirada que allí no había huellas. Arkady puso polvo negro en el
borde de una foto que estaba en la pared. Era de una artista
que sonreía y denotaba honestidad. Utilizaba la menor
cantidad posible de polvo, dando pinceladas en dirección a las
colinas desde la punta de un giro de huella digital hasta la
salida.
Había que considerar también la idiosincrasia del garaje. En
el área circundante a un automóvil y los «go-karts» abundaban
las huellas grasosas; un hombre no se mete debajo de una
bandeja de aceite sin esperar mancharse. Los carpinteros, por
otra parte, eran gente más fastidiosa, casi quirúrgica. Había
otros factores. El sospechoso perfecto sería un hombre
nervioso de aspecto grasoso y loción en el cabello. Sin
embargo, un hombre calmado y bien acicalado podría haber
estrechado la mano del grasoso o compartido la misma botella.
El invierno también influía, el frío cerraba los poros del cuerpo.
El aserrín podía haber absorbido huellas latentes como una
esponja.
Mientras Arkady volvía a poner sus instrumentos en su
estuche y tomaba en cambio una lente de aumento y una
tarjeta con las huellas digitales de Kostia Borodin, Kirwill
conectó el cable de extensión cié la lámpara de luz intensa, la
encendió y volvió sobre sus pasos, acercando el calor del foco
a las zonas que había rociado antes. Arkady observó que la
tarjeta de identificación de Borodin mostraba curiosos giros
dobles en cada dedo índice y un remolino cicatrizado en su
pulgar derecho. Si hubiera estado recabando pruebas para
presentarlas ante el tribunal habría empleado un sistema más
lento, habría fotografiado las huellas y las habría levantado en
cinta, tratando de obtener el mayor número posible de puntos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 274

de referencia entre la tarjeta y las huellas halladas. En cambio


ahora le interesaba trabajar deprisa, lo mismo que a Kirwill. La
ninhidrina rociada, combinada con residuos de aminoácidos
dejados en contactos pasados, se veía morada bajo la luz de la
lámpara. Luego Kirwill hizo de nuevo el recorrido, esta vez sin
la lámpara y sin la lente de aumento, comparando las huellas
de la ninhidrina con su tarjeta de huellas de James Kirwill. No
intercambiaron las tarjetas. Cuando Arkady terminó con las
huellas espolvoreadas, se dedicó a las rociadas, en tanto que
Kirwill se dedicó a revisar el trabajo de Arkady.
Tres horas después de haber llegado, Arkady cerró su
estuche. Kirwill se apoyó en un guardafangos del coche,
encendió un cigarrillo y dio otro al gitano, quien había dado
muestras de querer fumar desde una hora antes. Arkady
encendió uno para sí.
El garaje se veía como si unos locos hubieran pegado alas de
polillas, miles de ellas, negras, blancas y moradas, por todas
partes. Arkady y Kirwill permanecían callados, compartiendo
una sensación perversa de satisfacción derivada de una labor
bien hecha aunque fútil.
—Entonces, encontraron las huellas —dijo el gitano.
—No, nunca estuvieron aquí —rebatió Arkady.
—Entonces, ¿por que están tan satisfechos? —preguntó
Swan.
—Porque hicimos algo —contestó Kirwill.
—Ese hombre era siberiano —dijo el gitano—. Había madera
y pintura, eso es todo lo que me dijo.
—No le proporcionamos datos suficientes para actuar —
aclaró Kirwill.
¿Qué otro dato se podía haber proporcionado? se preguntó
Arkady. James Kirwill se teñía el cabello, pero Arkady suponía
que fue la muchacha la que iba a comprar la tintura.
—¿Qué decía el informe del forense? —preguntó Kirwill.
—Yeso y aserrín, lo que ya buscamos —contestó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 275

—¿Nada más?
—Sangre. Después de todo les dispararon.
—Recuerdo que sus ropas tenían otra cosa.
—Manchas de sangre animal —contestó Arkady—. Sangre de
pescado y pollo. Pescado y pollo —repitió y miró a Swan.
—Ahora bien, he visitado sus tiendas de alimentos y no he
visto nada lo bastante fresco como para que le escurra una
gota de sangre —dijo Kirwill—. ¿Dónde se puede conseguir
carne fresca por aquí?
Se podía adquirir con facilidad un pollo o pescado
desangrado de mala calidad. Pero pollo recién muerto o
pescado vivo eran exorbitantemente caros y —fuera de las
«tiendas cerradas» para la elite o los extranjeros— sólo se
podían conseguir de vendedores privados, pescadores o alguna
mujer de la localidad dueña de un gallinero. A Arkady le
molestó no haber pensado en eso antes.
—Es competente —Swan dijo señalando hacia Kirwill.
—Averigüe dónde conseguían carne fresca y pescado —
ordenó Arkady.
Swan y el gitano se fueron. Los otros dos hombres se
quedaron, Kirwill apoyado en un guardafangos, Arkady sentado
sobre la mesa. Arkady sacó la placa de detective de Nueva York
y se la arrojó a su compañero.
—Tal vez me exilie. Podría ser un supermán por aquí —
comentó Kirwill.
—Fue buena idea lo de las otras manchas de sangre —
reconoció Arkady.
—¿Cómo se hizo ese corte en la ceja? ¿Adonde fue anoche
después de salir del bar?
—Regresé al mingitorio y me caí en un hoyo.
—Le puedo sacar la verdad a patadas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 276

—¿Y si se rompe un dedo del pie? Tendría que quedarse en


un hospital soviético hasta que se curara... seis semanas, por
lo menos. Sin costo alguno, naturalmente.
—¿Y qué? El asesino está aquí. Eso me daría más tiempo.
—Vámonos —Arkady se levantó de la mesa—. Se ha ganado
usted algo.

En el almacén de instrumentos musicales de la universidad


central se llevaba a cabo un serio negocio. Reinaba una
atmósfera contemplativa en la que un alma joven podía verse
influida por la manera oficial de asignar los precios, desde los
asequibles veinte rublos por un violín y arco, a los prohibitivos
cuatrocientos rublos por un saxofón de latón. Un hombre con la
cara marcada por la viruela, tocado con un sombrero y con
abrigo cogió el saxofón, lo admiró, pulsó las llaves e hizo a
Arkady una leve inclinación de cabeza como la que se hace a
un colega. Arkady reconoció al hombre del túnel del metro.
Miró a su derredor y vio a otro agente del KGB con los
acordeones. Al conducir a Kirwill al departamento de
pasatiempos hogareños, los dos amantes de la música dejaron
los instrumentos y los siguieron a una distancia prudencial, con
interés, pero sin interferir.
Kirwill hizo girar el plato de un aparato estereofónico.
—¿De dónde es ese tipo, Renko? ¿Trabaja aquí?
—No pensará que se lo voy a presentar, ¿verdad?
Arkady puso un carrete de grabación sacado del bolsillo de su
abrigo en una máquina grabadora como la que tenía en el
hotel Ucrania. Había dos pares de audífonos acoplados al
aparato, para poder oír música sin molestar a los demás
habitantes de un departamento. Kirwill se puso los audífonos
en los oídos, cuando se lo pidió Arkady. El hombre con la cara
picada los observaba desde el final de un largo pasillo lleno de
aparatos de televisión. El otro no estaba; probablemente había
ido a dar una descripción de Kirwill, supuso Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 277

Arkady hizo funcionar el aparato. Era la llamada telefónica


del 2 de febrero entre Osborne y Unmann.

—El aeroplano se ha retrasado.


—¿Está retrasado?
—¿Todo marcha bien? Te preocupas demasiado.
—¿Tú no?
—Tranquilo, Hans.
—No me gusta esto.
—Es un poco tarde para que le guste a uno algo.
—Todo el mundo sabe de esos nuevos Tupolevs.
—¿Un accidente? ¿Crees que sólo los alemanes pueden
fabricar algo?
—Incluso un retraso. Cuando vas a Leningrado...
—He estado en Leningrado antes. He estado ahí con
alemanes antes. Todo saldrá bien.

Después del ruido de haber colgado el teléfono, Kirwill


presionó la tecla de PARADA, RETROCESO y FUNCIONAMIENTO.
La cinta sonó dos veces antes de que Arkady la quitara.
—Un alemán y un norteamericano —Kirwill se quitó los
audífonos—. El alemán se llama Hans. ¿Quién es el otro?
—Creo que el que mató a su hermano.
Un aparato de televisión en color, marca Padoga, con precio
de seiscientos cincuenta rublos, mostraba a una mujer
hablando frente a un mapa del mundo. El sonido estaba
apagado. Arkady miró el nombre de la fábrica; había una gran
diferencia de calidad entre fábricas.
—Eso no me dice nada —le dijo Kirwill.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 278

—Tal vez me lo agradezca después —Arkady pasó a un canal


donde aparecían bailarines folklóricos con trajes color pastel
que se movían silenciosamente de delante hacia atrás,
golpeándose las rodillas y los talones con las manos. Apagó el
aparato y al oscurecerse la pantalla se reflejaron claramente
en ella los dos hombres de abrigo que estaban al final del
pasillo. El otro hombre había regresado—. Esos dos —Arkady
indicó con la cabeza— dudo que se metan con un turista
norteamericano, pero es posible que no sepan que usted lo es.
—Nos siguieron en un automóvil desde el garaje —Kirwill
miró a la pantalla—. Pensé que eran gente suya.
—No lo son.
—No hay demasiada gente de su lado, ¿verdad, Renko?
Arkady y Kirwill se separaron al llegar a la calle Petrovka.
Arkady se dirigió al cuartel general de la milicia y Kirwill al
hotel Metropole. Tras andar media manzana, Arkady se detuvo
a encender un cigarrillo. La calle estaba llena de trabajadores
que iban de compras una vez acabada su jornada laboral,
estoicos ejércitos en marcha lenta frente a los escaparates de
las tiendas. Divisó a lo lejos la ancha figura de Kirwill,
moviéndose entre la multitud tan imperiosamente como un
zar, seguido de dos hombres con abrigo.
Arkady fue en busca del gitano.

Había un camión pintado de color anaranjado y verde, con


estrellas y signos cabalísticos en azul. Un niño desnudo bajó
con torpeza por la escalera trasera del vehículo
encaminándose al regazo de su madre, ataviada con falda de
colores, y a su seno, café. Media docena de ancianas y
pequeñas niñas estaban sentadas alrededor del fuego con un
anciano. Los otros hombres de la familia permanecían sentados
en un automóvil, todos con la ropa sucia, con sombreros y
bigotes. Incluso el más joven tenía una sombra plateada en el
labio. El sol se puso detrás del hipódromo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 279

Había campamentos de gitanos en los campos que rodeaban


la pista de carreras, una generación espontánea como la de las
moscas. Su gitano, empero, había desaparecido como
esperaba Arkady. Él sabía que no había sido Swan quien lo
había traicionado.

El departamento estaba tan tranquilo cuando llegó, que por


un momento creyó que Irina se habría marchado. Cuando entró
en la habitación la encontró sentada en la cama con las piernas
cruzadas. Se había puesto su vestido, que había encogido
bastante a causa de que él no había sabido lavarlo
adecuadamente.
—Tienes mejor aspecto.
—Ya me encuentro bien.
—¿Tienes hambre?
—Si vas a comer, te acompañaré con algo.
Irina tenía apetito, se comió su sopa de col y saboreó una
barra de chocolate como postre.
—¿Por qué te entrevistaste con Osborne anoche?
—No lo hice —le quitó el cigarrillo de la mano sin decirle
nada.
—¿Por qué crees que Osborne envió a esos hombres a
atacarte?
—No sé de qué me hablas.
—En la estación del metro. Yo estuve allí.
—Entonces interrógate a ti mismo.
—¿Crees que esto es un interrogatorio?
—Y en el departamento de abajo hay hombres grabando la
conversación —dijo ella pausadamente, mirando a través del
humo que exhalaba—. Ésta es una casa de informantes del
KGB, y en el sótano hay celdas donde torturan.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 280

—Si crees eso de verdad, debiste marcharte.


—¿Puedo salir del país?
—Lo dudo.
—¿Entonces qué diferencia hay en que esté en este
apartamento o en otro lugar?
Apoyó su mentón en una mano y estudió a Arkady con sus
ojos negros, uno de ellos ciego.
—¿Crees que realmente importe dónde esté y lo que diga?

El apartamento estaba oscuro; Arkady olvidó llevar lámparas.


Cuando Irina se apoyó contra una pared pareció que
descansaba en una sombra.
Ella fumaba tanto como él. El cabello al secársele formaba
rizos en su rostro, más gruesos en su nuca. Aún estaba
descalza, y su vestido encogido le apretaba los senos y las
caderas.
Mientras se paseaba de un lado a otro, fumando e
imaginando mentiras, se cruzaron sus miradas. A la débil luz
de las farolas del patio, la miró por partes: la curva de una
mejilla, sus labios como si hubieran sido labrados. Tenía rasgos
generosos, dedos largos, cuello largo, piernas largas. Se
producía un destello, como de luz reflejada en el agua, cuando
su mirada se cruzaba con la de él.
Sabía que ella se daba cuenta del efecto que le producía y
también sabía que la más leve insinuación por su parte
equivaldría a que se rindiera a ella. Entonces Irina no tendría
siquiera que mentir.
—Sabes que Osborne mató a tu amiga Valerya, a Kostia
Borodin y al joven norteamericano Kirwill, y sin embargo le
brindas la oportunidad de hacer lo mismo contigo. De hecho le
obligas a hacerlo.
—Esos nombres me son desconocidos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 281

—Tenías tus propias sospechas; por eso fuiste al hotel de


Osborne cuando supiste que había regresado a Moscú.
Sospechaste algo cuando fui a Mosfilm.
—Míster Osborne se interesa en la cinematografía soviética
—replicó Irina.
—Te contó que estaban a salvo fuera del país. No sé cómo te
ha explicado que los sacó, pero sí cómo trajo a James Kirwill.
¿Se te ocurrió pensar que es imposible salir de la Unión
Soviética, especialmente cuando se trata de tres personas?
—Oh, a menudo se me ocurre.
—¿Y qué es más sencillo matarlos? ¿Dónde te dijo que
estaban? ¿En Jerusalén? ¿En Nueva York? ¿En Hollywood?
—¿Importa eso? Dices que están muertos. En ese caso, ya no
los puedes detener...

En la oscuridad, iluminada por su cigarrillo, relucía con


superioridad moral.
—Solzhenitsyn y Amalrik se exilaron. Palach, forzado a
suicidarse. A patadas le rompieron los dientes a Fainberg en la
plaza Roja. A Grigorenko y Gershuni los metieron en un
manicomio para enloquecerlos. A otros los encarcelaron por
separado, como Sharansky, Orlov, Moroz, Bayev, o en grupo,
como los oficiales de la flota del Báltico; los metieron en prisión
por millares, como los tártaros de Crimea...
Irina habló y habló. Ésa era su única oportunidad de hacerlo,
Arkady lo sabía. Allí había un investigador al que disparaba
palabras como si fueran balas dirigidas a un ejército de
investigadores.
—Ustedes nos temen —dijo Irina—. Saben que no pueden
detenernos para siempre. El movimiento sigue propagándose.
—No hay ningún movimiento. Bueno o malo, no importa.
Simplemente, no existe.
—Estás tan asustado que no te atreves a hablar de ello.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 282

—Es como discutir acerca de un color que ninguno de


nosotros hemos visto.

Decidió que estaba siendo demasiado cortés. Ella estaba


estableciendo tal distancia que pronto quedaría totalmente
fuera de su alcance.
—Así que escribías cartas a Valerya antes de fracasar en la
universidad —le volvió a decir.
—No aprobé ningún curso. Como sabes, me expulsaron.
—Fracasar, ser expulsada, ¿qué importa? ¿Te echaron por
decir que odiabas a tu propio país? ¿Al país que te proporcionó
tu educación? Es una cosa tan tonta que equivale a suspender.
—Piensa lo que quieras.
—Luego te desvives por un extranjero que mató a tu mejor
amiga. Ah, pero eso es política para ti. Prefieres creer la
mentira más increíble de un norteamericano que tiene las
manos ensangrentadas, que la verdad dicha por tu gente.
—Tú no eres mi gente.
—Eres falsa. Cuando menos Kostia Borodin era un ruso de
verdad, bandido o no. ¿Sabía que eras un fraude?
Chupó con fuerza el cigarrillo y el fuego de éste iluminó el
acaloramiento de su cara.
—Si Kostia quería salir del país era por una buena razón: era
perseguido por las autoridades —prosiguió Arkady—. Esa razón
cualquiera la entiende. De lo contrario se hubiera quedado.
Dime, ¿qué pensaba Kostia de tus delirios antisoviéticos?
¿Cuántas veces le dijo lo falsa que era su amiga Irina Asanova?
Lo diría ahora si estuviera viva.
—Eres repugnante —dijo ella.
—Vamos, ¿qué dijo el bandido Kostia cuando le contaste que
eras una disidente política?
—Eso te asusta, la idea de tener bajo tu techo a una
disidente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 283

—¿Tú has asustado alguna vez a alguien? ¡Sé honesta! ¿A


quién le importan algunos supuestos intelectuales expulsados
de la escuela por orinarse en la bandera? ¡Merecido lo tienen!
—¿Nunca oíste hablar de Solzhenitsyn?
—He oído hablar de la cuenta que tiene en un banco suizo —
Arkady se burló de ella. ¿Quería tratar con un monstruo?
Tendría uno más grande del que esperaba.
—¿O de los judíos soviéticos?
—Te refieres a los sionistas. Tienen su propia república
soviética; ¿qué más quieren?
—¿O de Checoslovaquia?
—¿Hablas de cuando Dubcek llevó soldados alemanes
fascistas disfrazados de turistas y cuando los checos nos
pidieron ayuda? Madura. ¿Nunca has oído hablar de Vietnam,
Chile o de Sudáfrica? Irina, tal vez la visión del mundo que
tienes no es lo suficientemente grande. Pareces pensar que la
Unión Soviética es una enorme conspiración para hacer que
seas una adolescente desdichada.
—No crees lo que dices.
—Y ahora te diré lo que Kostia Borodin pensó —Arkady no
quería callarse—. Pensó que querías disfrutar del placer de ser
perseguida sin haber tenido el valor de violar la ley.
—Eso es mejor que ser sádico y no tener valor de usar los
puños —contestó Irina.

Tenía los ojos húmedos por la ira. Arkady estaba asombrado.


Podía oler la sal en los ojos de ella; ella estaba en la lucha
quisiera o no. En la habitación se respiraba un cierto aire de
violencia por decirlo de alguna manera. Al igual que en las
batallas, se cambió de escenario, al dormitorio, y al único
mueble que había en el departamento.
Se sentaron en lados opuestos de la cama y apagaron sus
cigarrillos en platos. Estaba lista para el siguiente asalto, con la
cabeza levemente erguida y los brazos cruzados.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 284

—Quieres al KGB —dijo él con un suspiro—. Quieres a los


torturadores, asesinos, gorilas.
—Me ibas a entregar a ellos, ¿no?
—Iba —admitió—. Cuando menos pensé que iba a hacerlo.
Ella miraba la silueta de él caminando de un lado a otro ante
la ventana.
—¿Te dije que Osborne lo hizo? —le preguntó—. Habían ido a
patinar, él, Valeria, Kostia y el estudiante norteamericano
Kirwill. Pero tú conoces esa parte. Le diste tus patines a Valeria.
Y sabes que Osborne se dedica al negocio de comprar pieles
rusas, aunque no sabías que de paso él es informante del KGB.
Eso te molesta. Como sea, cuando acabaron de patinar por el
parque Gorki se dirigieron a un claro para comer unos
bocadillos. Osborne, hombre rico, llevaba de todo.
—Estás inventando todo eso.
—Tenemos la bolsa en que llevó la comida; la sacamos del
río. Así, mientras todos comían, Osborne levantó la bolsa hacia
Kostia. Dentro de la bolsa tenía una pistola. Primero mató a
Kostia de un balazo en el corazón, luego a Kirwill, también
hiriéndole en el corazón. Cayeron uno primero y luego otro, así
de fácil. Eficiente, ¿verdad?
—Parece como si hubieras estado allí.
—Lo único que no he podido dilucidar, y aquí es donde tú me
puedes ayudar, es por qué Valerya no pidió socorro después de
que vio muertos a los otros dos. Es cierto que la música de los
altavoces sonaba fuerte, pero ni siquiera trató de gritar. Se
quedó quieta, mirando a Osborne, lo suficientemente cerca
para tocarlo mientras éste le ponía la pistola en su corazón.
¿Por qué hizo eso Valerya, Irina? Tú eras su amiga, dímelo.

—Sigues olvidando —dijo ella—, que conozco la ley. Es un


artículo del código criminal que todos los que se exilian
cometen un crimen contra el Estado. Dirás o harás cualquier
cosa por atraparlos a ellos y a cualquiera que los ayude.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 285

¿Cómo sé que el ataque en el metro no fue preparado de


antemano? ¿No lo planeaste tú mismo? ¿O tú y el KGB? Como
los cadáveres que dices tener... ¿de dónde vinieron? ¿Dices que
Osborne disparó a alguien? Eres capaz de tomar a cualquier
turista inocente y meterlo en la Lubyanka.
—Osborne no está en una celda de la Lubyanka; tiene amigos
en la Lubyanka que lo protegen. Que te matarían para
protegerlo.
—¿Proteger a un norteamericano?
—Hace treinta y cinco años que entra y sale de Rusia. Trae al
país millones de dólares, delata a los actores y bailarines
soviéticos, ayuda a sus amigos insignificantes como tú y
Valerya.
—Tus amigos, tus amigos —Irina se cubrió con las manos sus
oídos—. Es de ti de quien hablamos. Sólo quieres saber a
dónde enviar a tus asesinos.
—¿Enviarlos contra Valerya? La puedo encontrar en cualquier
momento que quiera en un refrigerador del sótano de la
morgue. Tengo el arma con que la mató Osborne. Sé quién
esperó a Osborne después del crimen, y en qué clase de
automóvil. Tengo fotos de Osborne con Valerya y Kostia en
Irkutsk. Sé del cofre de iglesia que estaban haciendo para él.
—Un norteamericano como Osborne podría comprar veinte
cofres diferentes en veinte sitios diferentes —Irina no cedía ni
un milímetro—. Tú mencionaste a Golodkin. Éste le habría dado
uno, y Golodkin no tenía por qué salir del país. Con obtener
dinero hubiera bastado, y, como dices, Osborne tiene millones
de dólares. Entonces, ¿para qué traer a Valerya y a Kostia
Borodin desde Irkutsk? ¿Por qué traerlos a ellos?

Pudo Arkady distinguir los ojos hundidos en el óvalo de su


cara, y su mano descansando en la curvatura de su cadera.
Advirtió en medio de la oscuridad que estaba cansada.
—Durante la guerra Osborne mató a tres prisioneros
alemanes de la misma manera. Los llevó a un bosque de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 286

Leningrado, les dio chocolate y champaña y los mató a tiros. Le


dieron una medalla por su hazaña. No miento; puedes leerlo en
los libros.
Irina no dijo nada.
—Si sales bien librada de este asunto, ¿qué harás? —le
preguntó Arkady—, ¿Te convertirás en una disidente
importante y denunciarás a los investigadores? Hazlo bien.
¿Solicitarás ingresar de nuevo en la universidad? Te daré una
recomendación.
—¿Que me haga abogada, quieres decir?
—Sí.
—¿Crees que seré feliz siendo abogada?
—No —Arkady recordó a Misha.
—Ese director —murmuró—, el que me ofreció las botas
italianas. Me pidió que me casara con él. Tú me desvestiste. No
soy fea, ¿verdad?
—No.
—Tal vez entonces eso será lo que haga. Casarme con
alguien, vivir en el hogar y desaparecer.
Tras horas de discusión la voz de Irina se había vuelto tan
suave que parecía que provenía de otra habitación.
—Todo se reduce —dijo Arkady—, a que o bien lo que te he
dicho es una mentira extraordinariamente elaborada, o bien a
que es la pura verdad.
Oyó que respiraba rítmicamente y comprendió que se había
dormido. La cubrió con la manta. Se detuvo junto a la ventana
un rato, tratando de percibir alguna actividad inusitada en los
departamentos del otro lado del patio o en el bulevar
Taganskaya. Finalmente regresó a la cama y se acostó en el
otro lado.

14
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 287

Pintaban líneas rojas en las calles que conducían a la plaza


Roja. Oficiales del ejército medían las cunetas. Levantaban
torres de televisión.

En diez años de matrimonio con Zoya había acumulado un


interés del 2 por ciento anual en una cuenta de ahorros de mil
doscientos rublos de la cual ella había cogido todo menos cien
rublos. Un hombre puede sacar ventaja a asesinos, pero no a
su esposa; ex esposa, se corrigió Arkady a sí mismo. De
regreso del banco vio una cola de gente en la acera. Se unió a
ellos y acabó gastándose veinte rublos en la compra de una
pañoleta de colores rojo, blanco y verde con huevos de pascua.

Andreev había concluido su trabajo.


Valerya Davidova, asesinada en el parque Gorki, había vuelto
a vivir. Sus ojos lanzaban destellos, la sangre corría por sus
mejillas, tenía sus labios rojos y entreabiertos denotando
ansiedad, estaba a punto de hablar. Aunque permaneció muda
era preciso razonar para comprender que la plastilina no era
carne fresca, que el tono sonrosado era pintura y no color
natural, que el vidrio no podía ver. Lo que parecía increíble era
que ésa cabeza aparentemente viva no tuviera cuerpo; su
cuello se balanceaba en la rueda del alfarero. Arkady no se
consideraba supersticioso, pero sintió cómo le hormigueaba la
piel.—Cambié el color de sus ojos a castaño oscuro —dijo
Andreev—, cosa que hizo destacar el color de sus mejillas. Su
peluca es italiana, hecha con cabello de verdad.
—Es una obra maestra —comentó Arkady dando una vuelta
alrededor de la cabeza.
—Sí —lo reconoció con orgullo Andreev.
—Juraría que está a punto de hablar.
—Está hablando, Investigador. Dice: ¡Aquí estoy! Llévesela.
Valerya miraba desde la rueda de alfarero. No era una belleza
tan definida como Irina, pero era bonita, con una nariz más
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 288

chica, un rostro más ancho y sencillo. La cara que podía


esperar ver sonreír bajo un sombrero de piel de zorro durante
un paseo invernal mientras caían los copos de nieve. Sería una
buena patinadora, muy divertida, llena de vida.
—Todavía no —dijo Arkady.

Pasó el día con Swan hablando con carniceros, granjeros,


otros sitios donde pudiera obtenerse carne fresca. Hasta las
cuatro de la tarde no pudo presentarse en Novokuznetskaya,
donde lo mandaron llamar de la oficina del fiscal.
Iamskoy lo esperaba detrás de su escritorio, con sus dedos
sonrosados entrelazados sobre su mesa de trabajo y su
reluciente cabeza rasurada.
—Me preocupa su aparente falta de progreso en su
investigación del asunto del parque Gorki. No es mi intención
interferir en el trabajo de un investigador, pero es mi deber
supervisar a alguien que está perdiendo el control de sí mismo
o de su investigación. ¿Cree que eso está ocurriendo en su
caso? Sea sincero, por favor.
—Vengo de ver la reconstrucción que hizo Andreev de una de
las víctimas —contestó Arkady.
—¿Ve usted?, ésta es la primera vez que oigo hablar de tal
reconstrucción. Es un ejemplo de falta de organización.
—No estoy perdiendo el control.
—Su negativa a aceptarlo podría ser un síntoma de esa falla.
Ahora bien, hay más de siete millones de personas en esta
ciudad, entre ellas un lunático que ha matado a tres personas.
No espero que saque al asesino de un sombrero. Lo que sí
espero es tener un investigador que realice un esfuerzo
coordinado. A usted le desagrada la coordinación, lo sé. Usted
se considera un especialista, un individualista. Sin embargo, un
individuo, aun el más brillante, es vulnerable a la subjetividad,
la enfermedad o los problemas personales. Y ha estado
trabajando muy duro.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 289

Iamskoy separó las manos y volvió a unirlas.


—Entiendo que ha tenido algunos problemas con su esposa.
Arkady no contestó. El fiscal no le había hecho ninguna
pregunta.
—Mis investigadores son un reflejo de mí; todos ustedes con
su diferente manera de ser. Usted es el más brillante, debe
saberlo —cambió de tono, hablando con más decisión—. Ha
estado trabajando bajo tensión. La festividad se aproxima; por
ahora no se puede hacer nada. Lo que quiero es que, tan
pronto como salga de esta oficina, prepare un sumario
pormenorizado de todos los aspectos de la investigación hasta
hoy.
—Tardaría tres días en elaborar ese sumario, aunque no
hiciera otra cosa aparte de eso.
—Entonces no haga nada salvo el sumario. Tómese su tiempo
y no omita nada. Naturalmente, no quiero ver referencias a
nacionales extranjeros o a oficiales de la seguridad del Estado.
Sus especulaciones en ese sentido no le han conducido a nada.
Las referencias a ellos constituirían una perturbación no sólo
para usted, sino para esta oficina. Gracias.
—Fiscal —contestó Arkady haciendo caso omiso de la frase
de despido—, me gustaría saber si ese sumario sería para otro
investigador que me reemplazara.
—Lo que queremos de usted —dijo Iamskoy con firmeza— es
cooperación. Si ésta existe no importa quién haga el trabajo.

Arkady se sentó frente a una máquina de escribir que no


tenía papel en el carro.
En la pared, en un grabado, Lenin descansaba en una silla de
jardín tocado con un sombrero blanco y con una taza en su
regazo. Miraba de soslayo por debajo del ala del sombrero.
El sumario. Difícilmente habría un sumario después de borrar
a Osborne y suprimir la identificación del joven Kirwill. Otro
investigador que lo reemplazara pensaría que no se había
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 290

efectuado ninguna investigación. Iamskoy podía iniciar la


pesquisa con nuevos detectives; el único problema que
quedaría sería el investigador inicial.
Nikitin, provisto de una botella y dos vasos, abrió la puerta. El
investigador principal para directivas gubernamentales, un
apropiado gesto de conmiseración.
—Acabo de enterarme. Mala suerte. Debiste acudir a mí —
sirvió vodka en los vasos—. Siempre te reservas las cosas. Ya
te lo dije. Pero no te preocupes, te encontraremos algo.
Conozco algunas personas; te conseguiremos algo. Bebe. No
de la misma categoría, naturalmente, pero volverás a
ascender. Pensaré en algo para ti. Nunca creí que tuvieras
aptitudes de investigador.
Era claro para Arkady que había pasado por alto todos los
indicios importantes; esos mensajes que habrían revelado a un
investigador más astuto qué caminos seguir, de cuáles
alejarse. Levin, Iamskoy, aun Irina habían tratado de advertirle.
Era como si mirando al sol uno viera la conveniencia de seguir
los canales correctos, esas avenidas tan brillantemente
iluminadas en las que todas esas aparentes contradicciones se
encontraran y se explicaran.
—...no recuerdo que nunca se hubiera cesado a un
investigador principal —decía Nikitin—. La gloria eterna de este
sistema es que nadie puede perder su empleo. Sólo tú lo
echaste a perder.
Cuando Nikitin hizo un guiño, Arkady cerró los ojos. Entonces
el investigador en jefe se inclinó hacia delante para
preguntarle:
—¿Cómo crees que Zoya reaccionará ante esta situación?
Arkady abrió los ojos para ver a Nikitin balancearse
expectante en el borde de la silla. No sabía por qué Nikitin
estaba ahí y no había estado realmente escuchando lo que le
había dicho, no obstante le pareció que su antiguo mentor, ese
oportunista de cara redonda y expresión móvil, siempre estaría
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 291

presente. Algunos hombres mueren, otros son relevados de su


cargo. Nikitin los atendía a todos como un ladrón de tumbas.
Sonó el teléfono y Arkady contestó. Era el Ministerio del
Exterior que informaba que si bien ningún individuo había
exportado iconos o artículos religiosos o de naturaleza
supersticiosa en enero o febrero anteriores, se había otorgado
una licencia especial para enviar un cofre religioso al Consejo
de las Artes del Partido en Helsinki, por los clubes de pelota de
la liga alemana de jóvenes comunistas. El cofre fue enviado por
aire desde Moscú a Leningrado, desde allí viajó en el tren que
iba de Leningrado a Finlandia vía Vyborg. El viaje de Moscú a
Finlandia se había efectuado el 3 de febrero y la factura estaba
a nombre de «H. Unmann». Había un cofre y Unmann lo había
enviado.
Arkady llamó a las oficinas centrales del Partido Comunista
finlandés en Helsinki. No tuvo dificultad en hacerlo porque las
llamadas internacionales eran más fiables que las locales. En
Helsinki le informaron que el Consejo de las Artes había sido
disuelto haría un año y que no había llegado nada parecido a
un cofre religioso.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Nikitin.
Arkady tiró del cajón de debajo de su escritorio y sacó la
pistola semiautomática Makarov que le habían entregado
cuando se hizo investigador, y que nunca había usado.
También cogió una caja de balas de calibre 9 mm. Sacó el
cargador, le puso ocho balas, y cargó el arma.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Nikitin.
Arkady levantó la pistola, le quitó el seguro y con ella apuntó
a la cara de Nikitin, quien preso de pánico, abrió la boca y
tragó saliva.
—Pensé que te gustaría tenerme miedo —dijo Arkady.
Nikitin se esfumó por la puerta. Arkady se puso su abrigo, se
metió la pistola en el bolsillo y salió.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 292

Cuando entró en el departamento, Irina miró detrás de él


como si hubiera llevado a otros hombres consigo.
—Pensé que me ibas a arrestar —comentó.
—¿Por qué crees que te quiero arrestar? —se dirigió a la
ventana para mirar a la calle.
—Lo harás, tarde o temprano.
—Evité que te mataran.
—Eso fue fácil. Todavía crees que matar y arrestar son dos
cosas diferentes. Aún eres investigador principal.
El uso había hecho que su vestido se amoldara a su cuerpo.
Caminaba suavemente con los píes descalzos. Él mismo se
preguntaba si Pribluda había tomado el departamento de abajo
y si no estarían sus habitaciones plagadas de micrófonos.
Ella había barrido obsesivamente el departamento; limpio y
vacío, tenía una apariencia incolora. En él ella era como fuego
en el vacío.
—Hoy me ocultas, pero cuando llamen a la puerta, me
entregarás a ellos —dijo Irina.
Arkady no le preguntó por qué no se había marchado, si
temía que eso hiciera.
Hablaba recalcando las palabras, con desprecio.
—Investigador, investigador, ¿cómo puedes investigar
nuestras muertes si no sabes nada de nuestras vidas? Oh, lees
artículos de revistas sobre Siberia, y la milicia en Irkutsk te
habló de Kostia Borodin. ¿Cómo es que, me preguntas, una
joven judía como Valerya pudo involucrarse con un criminal
como Kostia? ¿Cómo un tipo tan listo como Kostia pudo ser
engañado por las promesas de Osborne? ¿No crees que yo las
aceptaría si me fueran ofrecidas?
Mientras hablaba Irina se frotaba los brazos con las manos y
caminaba de un lado a otro del cuarto.
—Mi abuelo fue el primer siberiano de la familia. Era
ingeniero en jefe de obras hidráulicas en Leningrado. No
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 293

cometió ningún delito, pero recordarás aquella orden del día


que decía que «todos los ingenieros eran destructores», así
que lo metieron en un tren rumbo al este a purgar quince años
de trabajos forzados en cinco campos siberianos diferentes
antes de ser liberado aunque fue exiliado a perpetuidad... lo
que significó tener que quedarse en Siberia. Su hijo, mi padre,
que era profesor, no podía siquiera ofrecerse a pelear como
voluntario contra los alemanes por ser hijo de un exiliado. Le
quitaron su pasaporte interior para que nunca pudiera
abandonar Siberia.
Mi madre era concertista y le ofrecieron un puesto con el
teatro Kirov, pero no aceptó porque era esposa del hijo de un
exiliado.
—¿Qué me dices de Valerya?
—Los Davidov eran de Minsk. Sus comités de barrio tenían
que arrestar, un cupo de «judíos sofisticados». Así fue cómo el
rabí y su familia partieron a Siberia.
—¿Y Kostia?
—Él era más siberiano que ninguno de nosotros. Su bisabuelo
fue exiliado por el zar por asesinato. Desde entonces, los
Borodin trabajaron por los campos, capturando reos escapados.
Vivían con los yukagir, con los pastores de renos, porque éstos
sabían antes que nadie cuándo un prisionero trataba de cruzar
la tundra. Cuando los Borodin atrapaban a un hombre eran
amistosos con él, fingiendo que le iban a ayudar a escapar. Lo
dejaban hablar toda la noche acerca de lo que planeaba hacer
cuando fuera libre, y luego lo mataban mientras dormía, así
que cuando menos se hacía la ilusión durante alrededor de una
hora que estaba libre. Ustedes ni siquiera hacen eso.
—Eso me parece cruel —comentó Arkady.
—Tú no eres siberiano. Osborne nos conoce mejor que tú.
Desde las profundidades de su desprecio, empero, ella lo
miraba con cuidado, como si fuera a asumir una forma
diferente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 294

—Los Borodin no podían vivir sólo de atrapar prisioneros —


dijo Arkady.
—Comerciaban con los pastores, trabajaban sus vetas
ilegales de oro, servían de guías a geólogos. Kostia era también
trampero.
—¿Qué animales atrapaba?
—Cebellinas, zorros.
—Era un bandido, ¿cómo podía llevar a vender cebellinas?
—Iba a Irkutsk y daba sus pieles a vender a alguien. Cada piel
valía cien rublos, de los cuales él aceptaba sólo noventa. Así,
nadie hacía preguntas.
—Ya hay granjas donde crían cebellinas; los tramperos ya no
son de utilidad.
—Las granjas son las típicas organizaciones colectivas, un
desastre total. Las cebellinas tienen que comer carne fresca. El
costo de distribuir carne a las granjas en Siberia es elevado, y
cuando se interrumpe la distribución, lo que sucede con
demasiada frecuencia, las granjas tienen que comprar la carne
en las tiendas. Así al Estado le cuesta el doble una cebellina
criada en la granja a una silvestre. No obstante, la cuota
siempre aumenta, ya que las cebellinas rinden divisas
extranjeras.
—Entonces, debe de haber muchos tramperos.
—¿Sabes dónde hay que dispararle a la cebellina con un rifle
a cincuenta metros? Al ojo, porque si no se arruina la piel. Muy
pocos cazadores pueden hacer eso, y nadie como Kostia.

Comieron salchichas fritas, pan y café.


Arkady se sentía como si estuviera cazando, teniendo que
mantenerse muy quieto y al mismo tiempo hacer preguntas
como el que pone un cebo para capturar un animal salvaje.
—¿A qué otra parte podríamos huir que no fuera Moscú? —
preguntó Irina—. ¿Al Polo Norte? ¿A China? Salir de Siberia es el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 295

único crimen real que puede cometer un siberiano. De eso se


trata toda tu investigación. ¿Cómo llegaron aquí esos
siberianos salvajes? ¿Cómo salieron del país? No me digas que
te tomas tanto trabajo sólo porque un par de siberianos están
muertos. Nosotros nacimos muertos.
—¿Dónde oíste esas sandeces?
—¿Sabes cuál es el dilema de los siberianos?
—No.
—La elección entre dos maneras de congelarse. En una
ocasión fuimos a pescar a un lago helado haciendo un agujero
en el hielo. En un momento dado uno de nuestros maestros
cayó por el agujero. No se hundió mucho, sólo hasta el cuello,
pero ya sabíamos qué era lo que pasaría. Si continuaba en el
agua moriría congelado en treinta o cuarenta segundos. Si
salía del agua moriría congelado inmediatamente... se
convertiría en hielo realmente. El enseñaba gimnasia, lo
recuerdo. Era un evenki, el único nativo del cuerpo docente,
joven, le agradaba a todo el mundo. Todos nos congregamos a
su alrededor junto al hoyo, sosteniendo en las manos nuestros
palos y pescados. Había una temperatura de menos de
cuarenta grados bajo cero, el ambiente estaba despejado y
soleado. Su esposa era dentista y no lo había acompañado.
Levantó los ojos para mirarnos. No había estado en el agua
más de cinco segundos cuando él mismo salió.
—¿Y?
—Murió antes de ponerse en pie. Pero salió, eso fue lo
importante. No esperó a morirse.

El sol iluminó su cara. La noche la había vuelto más pálida,


había oscurecido sus ojos.

—Háblame de un «dilema siberiano» —dijo Arkady—.


Osborne pudo adquirir sillas, cofres e iconos religiosos en
veinte lugares diferentes de Moscú. Como dijiste, Golodkin ya
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 296

le había conseguido uno. Así que para qué correr el riesgo de


tratar con dos personas desesperadas perseguidas por la ley.
¿Por qué molestarse en inventar la mentira fantástica de que
los ayudaría a escapar? ¿Qué le podían ofrecer Kostia y Valerya
que nadie más pudiera ofrecerle?
—¿Por qué me lo preguntas a mí? —Irina se encogió de
hombros—. Dices que un estudiante norteamericano de
nombre Kirwill fue introducido ilegalmente en Rusia. ¿Por qué
se arriesgaría Osborne a hacer eso? Es una locura.
—Era necesario. Kostia quería una prueba viviente de que
Osborne podía meter y sacar gente. Para eso sirvió James
Kirwill. Éste también resultó perfecto porque era
norteamericano. Kostia y Valerya no creyeron que Osborne
traicionaría a otro norteamericano.
—¿Por qué habría de venir Kirwill?, a menos que estuviera
seguro de poder salir.
—Los norteamericanos creen poder hacer cualquier cosa —
dijo Arkady—, Osborne cree poder hacerlo todo. ¿Se acostaba
con Valerya?
—Ella no era...
—Era bonita. Osborne dice que las mujeres rusas son feas,
pero era inevitable que Valerya le llamara la atención. Desde
que estuvo en el Centro de pieles de Irkutsk se fijó en ella.
¿Qué pensó Kostia de eso? ¿Que él y Valerya le tomarían el
pelo al rico norteamericano?
—Haces que todo parezca...
—¿Eso es lo que tenían que ofrecer a Osborne? ¿Sexo? Kostia
la alentó, diciéndole: «Anda, un poco de sexo no te perjudica ni
a ti ni a mí, saquemos todo el partido posible del turista». ¿Fue
eso? Y tres personas murieron porque Osborne no quiso hacer
el papel de tonto.
—No sabes nada.
—Sé que cuando Kostia y James Kirwill murieron en la nieve,
tu amiga Valerya estaba viva y lo suficientemente cerca de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 297

Osborne para poder tocarlo, y no corrió ni gritó en demanda de


auxilio. Ése es un «dilema siberiano» auténtico, el cual sólo
sugiere una cosa: que ella sabía que Kostia y Kirwill iban a ser
asesinados; ella fue cómplice de Osborne. Al fin y al cabo su
bandido siberiano era insignificante. ¿Cómo iba a compararse
con un hombre de negocios de Nueva York? ¡Al diablo el
romance! Quizá Osborne le dijo que sólo podía sacar a una
persona. Ella tenía que elegir, y era una chica lista. No pidió
auxilio porque estuvo de acuerdo en que Osborne los matara.
¡Planeó caminar sobre sus cadáveres, del brazo del
norteamericano!
—¡Cállate!
—Imagínate su sorpresa cuando le disparó. Entonces ya era
demasiado tarde para pedir auxilio. Parece increíble. Es obvio
que el norteamericano era un asesino despiadado, y cuán
deleznables debieron haber sido sus promesas. Cuán cruel fue
traer a esta chica tonta desde Siberia para poder matarla aquí.
Tienes que admitir que si no corrió en demanda de auxilio
cuando su amante y un extranjero inocente estaban siendo
asesinados frente a ella, realmente fue muy tonta. Mereció que
la mataran.

Irina lo abofeteó, haciendo brotar sangre de su boca.


—Ahora sabes que está muerta —dijo Arkady—. Me has
pegado porque me crees. ¡Sí!
Alguien llamó a la puerta.
—Investigador principal Renko —dijo un hombre en el pasillo.
Irina movió negativamente la cabeza. Tampoco Arkady
reconoció la voz.
—Investigador, sabemos que está usted ahí, y también
sabemos que la chica está con usted —dijo la voz.
Arkady hizo señas a Irina para que entrara en la habitación y
se dirigió a donde estaba su abrigo para sacar la pistola. Notó
que la joven tenía fija la mirada en el arma. No le gustaba usar
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 298

la Makarov; no quería matar a nadie y no quería que lo


mataran en su propio departamento, especialmente cuando ni
siquiera había una silla dónde sentarse. Actuaba con calma en
tanto que en su cerebro se atropellaban los pensamientos.
¿Debía disparar a través de la puerta —que era lo que hacían
los espías?—. ¿Debería salir corriendo al pasillo, disparando su
pistola? En vez de esto, se pegó a la pared junto a la puerta y
con la mano que tenía libre corrió el cerrojo y se cogió al
picaporte.
—Entre —dijo.
Cuando sintió que la mano al otro lado giraba el pomo Arkady
abrió la puerta. Una figura entró tambaleándose, sola. Agarró
al hombre por el cuello con un brazo y le puso la pistola en la
cabeza, haciendo caer una gorra de lana.
Con el pie Arkady cerró la puerta y le dio la vuelta al recién
llegado. Tendría unos veintidós años, era alto y pecoso y
sonreía ebrio como si hubiera hecho una broma colosal. Se
trataba de Yuri Viskov, el de la apelación Viskov planteada por
el fiscal Iamskoy ante la Corte Suprema, Yuri Viskov el hijo de
los Viskov de la cafetería.
—Parto a Siberia mañana —sacó de su chaqueta una botella
de vodka— y quiero que se tome un trago conmigo.
Arkady se las arregló para guardar su arma mientras Viskov
lo abrazaba. Irina salió inquieta de la habitación. Viskov estaba
enormemente complacido consigo mismo. Con firmeza
deliberada llevó su botella a los vasos que estaban en el
fregadero.
—No te había visto desde el día que quedaste en libertad —
dijo Arkady.
—Debí venir a darte las gracias —Viskov trajo los vasos llenos
—. Ya sabes cómo son las cosas... hay que hacer tantas cosas
cuando se sale de la cárcel.
Viskov llenó sólo dos vasos aunque había dos más en la
cocina. Arkady estimó que había excluido a Irina
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 299

intencionalmente, y la vio quedarse junto a la puerta de la


habitación.
—¿Se conocen ustedes? —preguntó a Viskov al levantar su
brazo para brindar.
—No mucho —dijo Viskov—. Llamó por teléfono a alguien hoy
para preguntar sobre usted, y ese alguien me pidió a mí que
hablara con ella por teléfono. Es muy sencillo. Lo primero que
le conté fue cómo me salvó usted el cuello. Lo elogié mucho, lo
llamé héroe de la justicia soviética, nada menos. Pero eso es
cierto.
—No le pedí que viniera —dijo Irina.
—No la vine a ver a usted. Soy trabajador del ferrocarril, no
un disidente —Viskov le dio la espalda, poniéndose serio
mientras colocaba la mano sobre el hombro de Arkady—.
Deshágase de ella. Gente como ésta son veneno. ¿Quién se
cree que es para hacer preguntas acerca de usted? Usted es la
única persona que me ha ayudado. Le diré, si no hubiera
disidentes como ella, mucha buena gente dejaría de sufrir
como les ocurrió a mis padres. Unos cuantos causan problemas
y a consecuencia de ello mucha gente honrada es arrestada.
Eso le sucede no sólo a personas como yo. Todo el mundo
quiere perjudicar a alguien como usted —miró otra vez a Irina.
Arkady comprendió lo que pensaba Viskov al mirar a Irina, la
puerta y la cama—. El mejor veneno es el más dulce...
¿correcto, investigador? Todos somos humanos, pero cuando
termine, líbrese de ella.
Aún tenían en la mano los vasos que habían olvidado. Arkady
chocó el suyo con el de Viskov.
—Por Siberia —brindó. Viskov continuaba mirando con
intensidad a Irina—. Bebe —le dijo Arkady, a la vez que se
libraba de la mano de su visitante. Viskov se encogió de
hombros y ambos tomaron el vodka de un trago.
El alcohol quemaba la garganta de Arkady.
—¿Por qué diantres te vas? —preguntó.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 300

—Necesitan ingenieros de línea en la nueva vía del Baikal —


Viskov empezó a tratar con reticencia el nuevo tema—. La
paga es doble, triple tiempo de vacaciones, me dan un
departamento con refrigerador lleno de comida... todo. Habrá
canallas del Partido allá, pero no tantos como aquí. Empezaré
una nueva vida, construiré una cabaña en los bosques, cazaré
y pescaré ¿Puede imaginarlo? ¿Un ex convicto de asesinato
dueño de su propia escopeta? Allá está el futuro. Ya verá,
cuando tenga hijos, crecerán de manera diferente. Tal vez en
cien años mandaremos al diablo a Moscú y crearemos nuestro
propio país. ¿Qué opina usted de eso?
—Que tengas mucha suerte.
No quedaba más por decir. Al cabo de un minuto Arkady
miraba al patio mientras Viskov caminaba inclinado contra el
viento hacia las luces de Taganskaya. Las nubes de lluvia
estaban casi lo suficientemente bajas como para tocar los
tejidos. Los cristales de la ventana vibraban.
—Te pedí que no usaras el teléfono —vio desaparecer a
Viskov al otro lado de la reja—. No debiste haberle llamado.
Aunque presionaba el vidrio con la mano podía sentir la
vibración en su piel. Irina era un reflejo blanco en la ventana. Si
el que vino hubiera sido otro y no Viskov, a estas horas ella
podría estar muerta. Arkady se percató entonces que lo que
temblaba era su brazo, no la ventana.
Se vio a sí mismo reflejado en el vidrio. ¿Quién era ese
hombre? Comprendió que Viskov le importaba un bledo, pese
haberlo salvado apenas unos meses antes. Sólo quería una
cosa: a Irina Asanova. Era una obsesión tan manifiesta que aun
Viskov, ebrio, la había notado. Arkady nunca antes había
querido nada; nunca había hallado nada que valiera la pena
querer. Lujuria era una palabra demasiado débil. Era injusta. La
vida era tan monótona, indiferente, una rutina de sombras. Ella
ardía con tanta brillantez contra ese fondo oscuro que aun lo
iluminaba a él.
—El lo vio —dijo Arkady—. Tenía razón.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 301

—¿Qué quieres decir?


—Se trata de mí. No me intereso en tu amiga Valerya. No me
importa que Osborne esté cubierto de sangre hasta la cintura.
Ya no hay investigación. Todo lo que hago es tenerte conmigo
—le sorprendió decir cada una de esas palabras; ni siquiera le
parecía ser él quien hablaba—. No dudo de que todo lo que
haya hecho desde la primera vez que te vi haya tendido a
tenerte aquí. No soy el investigador que pensaste que era y no
soy el investigador que yo creí ser. No te puedo proteger. Si
antes no sabían que estabas aquí, deben haber estado
escuchando mi teléfono y ahora ya lo saben. ¿Adónde quieres
ir? —se volvió hacia Irina. Por un momento vio el destello
opaco del arma en sus manos. Sin decir nada, la volvió a dejar
en la repisa.
—¿Y si no quiero ir? —preguntó.
Se situó en medio del cuarto y se quitó el vestido. Se quedó
completamente desnuda. Quiero quedarme —añadió.
Su cuerpo tenía un fulgor de porcelana. Sus brazos colgaban
a ambos lados, sin hacer intento de cubrirse. Abrió los labios
ligeramente mientras Arkady se acercaba a ella, y sus ojos se
abrieron, no los párpados, sino el centro de los ojos, cuando él
la tocó.
El penetró en ella de pie, levantándola y acoplándola antes
de besarse. Al tocarla por primera vez estaba húmeda, un
secreto no revelado, y cuando finalmente se besaron, los dedos
de ella le palpaban la cabeza y la espalda. Se sintió ebrio de su
sabor entre el vodka y la sangre de su boca, se inclinaron y se
tendieron en el suelo, donde ella lo rodeó con sus piernas.
—Entonces tú me amas, también —dijo ella.

Posteriormente, en la cama, él miraba su pecho que


temblaba con sus palpitaciones.
—Es una cuestión física —ella le pasó la mano por el pecho—.
La sentí la primera vez que te vi en el estudio. Todavía te odio.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 302

La lluvia golpeaba las ventanas. Él le acarició su costado


blanco.
—Todavía odio lo que haces, no retiro nada de lo que he dicho
—dijo ella—. Sin embargo, cuando estás dentro de mí, no me
importa otra cosa. En cierta forma, creo que has estado en mí
desde hace mucho tiempo.

Podían estarlos escuchando arriba y abajo; el temor sólo


aguzaba la sensación. Los pezones de sus senos permanecían
erectos.
—Te equivocas acerca de Valerya —dijo—. No tenía a dónde
ir. Osborne lo sabía —se alisó su cabello—. ¿Me crees?
—Lo de Valerya sí, el resto no.
—¿Qué es lo que no crees?
—Tú sabes lo que Valerya y Kostia hacían para Osborne.
—Sí. Seguimos siendo enemigos —dijo ella.
Una mirada de ella lo atravesó, dejándole conmovido como
una superficie de agua en calma a la que de repente se lanza
una piedra.

—Te traje esto —él dejó caer sobre ella la pañoleta.


—¿Por qué?
—Para reemplazar la que perdiste en el metro.
—Necesito un vestido nuevo, abrigo y botas, no una pañoleta
—contestó riendo.
—Sólo pude comprar la pañoleta.
Irina miró la prenda, tratando de ver sus colores en la
oscuridad.
—Tiene que ser una pañoleta maravillosa.
—No importa cuán ridícula sea una mentira si ésta es tu
única oportunidad de escapar —dijo Irina—, no importa cuán
obvia sea la verdad si la verdad es que nunca escaparás.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 303

15
Por teléfono Misha parecía estar desesperado. Arkady tiró de
su ropa. Irina dormía todavía con los brazos estirados en la
cama donde él había estado acostado.

—Debo reunirme con un amigo. Me detendré en algún otro


sitio en el camino —dijo Arkady cuando William Kirwill entró en
el automóvil.
—Me quedan cuatro días en esta ciudad. Ayer perdí uno
esperando que se presentara usted —dijo Kirwill—. Hoy, o me
dice quién mató a Jimmy o yo le mato a usted.
Mientras Arkady se alejaba del hotel Metropole y daba la
vuelta a la plaza Sverdlov, reía:
—En Rusia deberá usted hacer cola.

En el número 2 de la calle Serafimov subieron al segundo


piso. La puerta no tenía ninguna cerradura o precinto de los
que Arkady había esperado ver. Una anciana que sostenía un
bebé pelón les abrió la puerta.
La mujer miró la identificación de Arkady.
—Pensé que este departamento estaría cerrado —dijo el
investigador—. Dos personas murieron aquí hace una semana,
el inquilino y un detective de la milicia.
—Yo soy sólo una abuela. No sé nada de eso —la anciana
miraba a Arkady y a Kirwill—. De todos modos, ¿por qué ha de
permanecer vacío un buen departamento? La gente necesita
un sitio para vivir.
Desde la puerta se veía que no quedaba nada que
perteneciera a Boris Golodkin. Alfombras, tocadiscos y
montones de ropa extranjera del traficante del mercado negro
habían desaparecido, y en su lugar se colocó un sofá que
servía de cama, una caja con platos, un antiguo samovar.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 304

Pasha y Golodkin bien podían haber muerto en otro


departamento.
—¿Encontraron aquí un cofre? —preguntó Arkady—. ¿Tal vez
estuviera en el sótano? Parecía un cofre de iglesia.
—¿Para qué querríamos un cofre de iglesia? ¿Qué haríamos
con un objeto semejante? —se hizo a un lado para dejarlos
pasar—. Vean ustedes mismos. Aquí vive gente honesta. No
tenemos nada que ocultar.
Asustado, el bebé se acurrucó como un gusano en los brazos
de la anciana. Sus ojos amenazaban llanto. Arkady le sonrió y
el bebé quedó tan asombrado que sonrió también mostrando
sus encías y babeando.
—Tiene usted mucha razón —dijo Arkady—. ¿Por qué habría
de desperdiciarse un buen departamento?

Arkady se reunió con Misha en una pequeña iglesia al final de


la calle Serafimov. Era la iglesia de san «algo», una de tantas
iglesias llamadas «museos» desde hacía mucho, desantificadas
y desvirtuadas por la restauración cultural. Una muralla de
andamios se pudría ante paredes que se desmoronaban.
Arkady abrió la puerta para entrar en la oscuridad viendo
charcos y excrementos de pájaro en el suelo antes de que se
cerrara la puerta. Con una cerilla encendió una vela, lo que le
permitió ver a Misha. Arkady pudo distinguir las cuatro
columnas centrales de la iglesia, los balaustres rotos de un
iconostasio y una débil luz proveniente de la cúpula. Por las
columnas corría el agua de lluvia. Otrora el interior estuvo
cubierto de iconos de cristos, ángeles y arcángeles, pero el
yeso se había resquebrajado y la pintura desvanecido y todo lo
que quedaba eran formas que adquirían vida a la luz de la vela.
Las palomas revoloteaban junto a las ventanas cerradas de la
cúpula.
—Llegas temprano —dijo Misha.
—¿Le ocurre algo a Natasha? ¿Por qué no pudimos hablar en
tu departamento?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 305

—Llegaste media hora antes.


—Entonces ambos llegamos temprano. Hablemos.
Misha se veía extraño, su cabello espeso sin peinar, sus ropas
arrugadas como si se hubiera acostado sin desvestirse. Arkady
se alegró de haber convencido a Kirwill que permaneciera
fuera en el automóvil.
—¿Se trata de Natasha?
—No, de Zoya. Su abogado, que es amigo mío, y yo hemos
oído las declaraciones que ésta hizo a la Corte. Sabes que la
audiencia sobre tu divorcio está programada para mañana,
¿no?
—No. —La noticia ni le sorprendió, ni le provocó ninguna
emoción.
—Todo el mundo opina del Partido lo mismo que tú pero sus
opiniones no llegan a la Corte. Tú, un investigador principal.
Pero me afecta a mí. Hablaste de mí, ¡un abogado! Eso figura
en sus declaraciones. Perderé mi credencial del Partido. Estaré
acabado en los tribunales, no podré regresar a ellos.
—Lo siento.
—Bien, nunca fuiste un buen miembro del Partido. Traté de
ayudarte en tu carrera de diversas maneras, y tú me
rechazaste. Ahora te toca a ti ayudarme. El abogado de Zoya
se reunirá con nosotros aquí. Vas a negar haber hecho
declaraciones contra el Partido en mi presencia. En presencia
de Zoya, quizá las hayas hecho, pero no delante de mí. O ella o
yo. Tienes que ayudar a alguno de los dos.
—¿A ti o a Zoya?
—Por favor, por nuestra vieja amistad.
—Yo habría dicho «por nuestra gran amistad». De todos
modos, en las audiencias de divorcio se dicen toda clase de
cosas; nadie las toma en serio. Ya es demasiado tarde.
—¿Lo harás por mí?
—Está bien. Dime cómo se llama y lo llamaré.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 306

—No. Viene para acá; se reunirá aquí con nosotros.


—¿Acaso no tiene oficina, o teléfono? ¿Vamos a hablar aquí,
en una iglesia?
—En un «museo». Bueno, él quería un lugar privado para
hablar con el esposo de su cliente. Lo hace como un favor para
mí.
—No voy a esperar media hora —Arkady pensó en Kirwill, que
lo esperaba en el automóvil.
—Llegará pronto, te lo juro. No te lo pediría si no fuera
preciso hacerlo. —Misha cogió a Arkady de la manga—, ¿Te
quedarás?
—Está bien. Esperaré un rato.
—No tardará.
Arkady se apoyó contra una columna hasta que le cayeron
gotas de agua en el cuello. Encendió un cigarrillo en la vela de
Misha y dio la vuelta a las columnas. Mientras más tiempo
permanecía en la iglesia más podía ver. Tal vez las pinturas
antiguas se ven mejor en la penumbra, pensó. Muchas de las
figuras de la pared eran aladas, aunque él no podía diferenciar
los ángeles de los arcángeles. Sus alas eran delgadas y sutiles.
Los ángeles en sí parecían pájaros; sus ojos y espadas
brillaban. El altar había desaparecido. Los sepulcros estaban
abiertos; ahora sólo eran agujeros vacíos. Tanto la vista como
el oído se habituaban a la oscuridad y el silencio. Oyó la
carrera asustada de un ratón. Pensó que no sólo podía oír el
golpe de una gota de agua cuando caía al suelo, sino el
momento en que se desprendía de la cúpula. A la luz de la vela
podía ver sudar a Misha, aunque hacía frío en la iglesia.
Observó que Misha vigilaba el perfil débilmente azulado de la
puerta cerrada.
—¿Recuerdas —dijo Arkady a Misha— que cuando éramos
pequeños (tendríamos unos diez años) fuimos a una iglesia?
—No, no lo recuerdo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 307

—Fuimos porque me ibas a demostrar que no había Dios. Era


una iglesia en servicio y la misa se hallaba a la mitad. Muchas
personas de edad estaban de pie, y los sacerdotes tenían
grandes barbas. Te ubicaste detrás de ellos y gritaste: «¡No
existe Dios!». Todos los presentes se enfadaron y también se
asustaron. Yo sí lo estaba. Volviste a gritar: «¡Si hay un Dios,
que me caiga yo muerto aquí, y Arkasha también!». Yo estaba
muy asustado. Pero no nos caímos muertos y yo pensé que
eras la persona más valiente del mundo. Nos fuimos de allí,
¿verdad?
—Sigo sin recordar nada —Misha movía negativamente la
cabeza, pero Arkady sabía que sí se acordaba—. Eso pudo
ocurrir en esta misma iglesia.
—No, no fue aquí.
En una pared Arkady apenas podía distinguir una figura
sentada con una mano levantada. Parecía que de ella brotaban
ángeles. Debajo había dos figuras desnudas, quizás un hombre
y una mujer sobre lo que parecía un perro con dos cabezas. O
un cerdo. O una mancha. Por aquí marchaba un grupo de
mártires, por allá, un hombre conducía un asno, por doquier
había un secreto bullicio.
—No va a venir el abogado —dijo Arkady.
—Ya está en...
—No hay ningún abogado.
Con la colilla del cigarrillo encendió otro. Misha apagó la vela,
pero Arkady aún lo podía ver. Ambos miraron la puerta.
—Nunca pensé que serías tú —dijo Arkady—. Cualquiera otro,
menos tú.
Transcurrió un minuto. Misha permaneció callado.
—Misha —suspiró Arkady—, Misha.
Sintió caer las gotas de agua. Debía de estar lloviendo más
intensamente afuera, pensó. Débiles rayos de luz cruzaban la
cúpula, desvaneciéndose antes de llegar a la pared. Misha miró
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 308

suplicante a Arkady. Sus rizos negros se veían revueltos y


ridículos. Corrían lágrimas por sus ojos.
—Corre —susurró.
—¿Viene alguien? —preguntó Arkady.
—Apresúrate, se están llevando la cabeza.
Arkady creyó oír un paso. Apagó su cigarrillo, se echó contra
la pared y sacó su pistola. Misha permaneció donde estaba,
sonriendo débilmente. Una paloma se bañaba en una fuente
rota. Se sacudió el agua y voló entre las columnas hasta la
cúpula.
—¿No te pasará nada? —le preguntó Arkady—. Te llamaré
después.
Misha asintió.
Arkady avanzó pegado a la pared y abrió la puerta. Caía otro
aguacero primaveral, empapando el andamiaje, haciendo
correr a la gente bajo periódicos y paraguas. Kirwill esperaba
impaciente en el automóvil.
—Arkasha, a menudo pienso en esa iglesia —dijo Misha.
Arkady corrió.

El camino del terraplén estaba inundado, y tenía que


desviarse alrededor del parque Gorki. Al llegar al Instituto
Etnológico, un automóvil Volga negro con las luces encendidas
a causa de la lluvia se marchaba del lugar. Reconoció al chófer.
«Gracias, Misha», dijo Arkady para sí. Pasó junto al instituto,
dio la vuelta al Prospecto Andreyevsk y regresó por el parque,
detrás del Volga.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Kirwill.
—Sigo a un vehículo y usted se baja en el próximo semáforo.
—De ninguna manera.
—Hay un oficial del KGB en ese automóvil negro. Robó una
cabeza que reconstruyeron para mí.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 309

—Entonces deténgalo y quítesela.


—Quiero ver a quién se la lleva.
—Entonces, ¿qué hará usted?
—Regresaré con un par de milicianos y los arrestaré por el
robo de propiedad del Estado y obstrucción de la labor de la
oficina del fiscal.
—Es el KGB, según dijo. No les puede arrestar.
—No creo que se trate de una operación del KGB. El KGB
informa cuando se hace cargo de un caso; no roba evidencias.
El departamento que visitamos debió permanecer sellado un
año; así es cómo opera el KGB. Los cadáveres del parque
debieron haber sido descubiertos en un día. De esa forma
opera el KGB, no deja que pierda impacto una lección. Creo
que un mayor del KGB y algunos de sus oficiales realizan una
operación privada, protegen a alguien por dinero. Al KGB no le
agrada tener en sus filas a negociantes. De todas maneras, el
procurador de la ciudad de Moscú es la ley fuera del KGB, y
todavía soy yo su investigador principal. Bájese aquí, ahora.
Se detuvieron ante la luz roja de un semáforo en el anillo
Sadovaya, a la distancia de tres automóviles detrás del Volga.
El chófer, el hombre de la cara marcada que había seguido a
Irina en la estación del metro, miró hacia abajo, a algo que
había en el asiento delantero junto a él. No miró por el espejo
retrovisor. Semejante individuo no podía concebir que alguien
le siguiera, pensó Arkady.
—Lo voy a acompañar —dijo Kirwill, acomodándose en el
asiento.
—Muy bien.
Cambió la luz del semáforo. Arkady esperaba que en
cualquier momento el Volga girara a la izquierda hacia el
centro de la ciudad, a la oficina de Pribluda. En vez de hacer
eso, dio la vuelta a la derecha, rumbo al este, al «camino de los
entusiastas». Habían colocado ya algunos letreros. ¡NADIE SE
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 310

QUEDARÁ ATRÁS! decía uno. Arkady se mantuvo detrás de tres


automóviles.
—¿Por qué está tan seguro de que tiene la cabeza? —
preguntó Kirwill.
—Probablemente es lo único de lo que estoy seguro. Me
gustaría saber cómo se enteró de su existencia.
Mientras más se alejaban del centro de la ciudad, menos
tránsito había y más distancia ponía Arkady entre él y el
vehículo negro. Habían quedado atrás las fábricas Hoz y
Martillo, al igual que el parque Izmailovo. Estaban saliendo de
Moscú.
El Volga entró en el anillo exterior, al norte, que era la
división entre la ciudad y el campo. El cielo nublado se abrió
formando pequeñas acumulaciones de nubes y claros. De
pronto, en el arcén de la carretera, vieron camiones pesados
del ejército con ventanillas estrechas, grandes tanques,
furgones y remolques cubiertos con lonas. Los soldados se
asomaban para ver pasar los automóviles.
—Para el desfile del Día del Trabajo —dijo Arkady.
Disminuyó la velocidad al aproximarse a la carretera Dmitrov.
De los vehículos de delante sólo el Volga entró en la rampa de
salida. Arkady apagó sus faros antes de llegar a la rampa. Los
milicianos de servicio en motocicletas vieron las placas
oficiales del Moskvich y lo dejaron pasar. El Volga estaba a
unos doscientos metros por delante.
La carretera y la ciudad habían quedado atrás. Las arboledas
tapaban el costado del camino y el terreno se hizo más
ondulado. Las luces del automóvil desaparecían y volvían a
aparecer; luego el camino se hizo recto. Los cuervos volaban
junto a ellos.
—¿Cómo se llama este lugar? —preguntó Kirwill.
—Lago Plateado.
—¿Y ese sujeto es sólo mayor?
—Sí.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 311

—Entonces no creo que lo vayamos a ver a él.


El agua fluía entre variedades de fresnos. Caminos vecinales,
lodosos y tributarios, permitían el paso a dachas de veraneo. Al
cruzar un puente de madera, el lago Plateado quedó a su
izquierda. El hielo del lago se había fundido salvo en un islote
central poblado de patos salvajes. El camino volvió a
adentrarse en las arboledas. Los pilotos traseros del Volga se
divisaban al final de cada curva. Desde el automóvil se podían
ver patios con mesas y parasoles, emparrados rotos y una
arcada.
Arkady apagó el motor y con el impulso que llevaba entró en
un camino lateral que terminaba en baches al lado de una
cabaña cerrada. El prado se extendía hasta un huerto de
manzanos descuidado, luego hasta una hilera de sauces y de
allí hasta una playa.
—¿Por qué nos detenemos aquí? —preguntó Kirwill.
Arkady le hizo señas para que guardara silencio y abrió sin
hacer ruido la puerta. Kirwill hizo lo mismo. No lejos de ellos
oyeron que cerraban la puerta de otro automóvil.
—¿Sabe dónde está? —preguntó Kirwill.
—Ahora ya lo sé.
El suelo estaba enfangado. Cuando cruzó el prado Arkady oyó
voces entre los árboles. Avanzó por el huerto, cogiéndose a las
ramas, tratando de abrirse paso entre las hojas mojadas y los
detritus del invierno.
Mientras avanzaba, las voces, cada vez más fuertes, parecían
llegar a un acuerdo. Cuando callaron se detuvo de inmediato.
Volvieron a oírse, más cerca, así que se tiró al suelo
arrastrándose hacia uno de los arbustos. A una distancia de
treinta metros pudo ver parte de la dacha, el Volga negro, una
limusina Chaika, al hombre con la cara marcada y a Andrei
Iamskoy, el fiscal de la ciudad de Moscú. El primero sostenía
una caja de cartón. Iamskoy llevaba puesto el mismo abrigo
orlado con piel de lobo y las mismas botas que usó cuando
Arkady visitó la dacha con anterioridad, así como un gorro de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 312

lana que le cubría la cabeza. Mientras hablaba se ajustaba


guantes de cuero. No podía distinguir ni una sola palabra de lo
que decían, pues el fiscal hablaba en voz baja, pero sí captó la
fuerza, el tono, la seguridad y su total convicción. Iamskoy
rodeó con el brazo al otro hombre y lo condujo al sendero de la
playa donde Arkady había tocado una corneta de hojalata para
llamar a los gansos.
Arkady los siguió entre la maleza y los sauces. En su primera
visita a la dacha de Iamskoy no se percató de los montones de
leña dispersos entre los árboles de la propiedad. El hombre de
la cara marcada esperó junto a uno de esos montones mientras
Iamskoy entraba en el cobertizo. Arkady se acordó de la
corneta, la cubeta de comida de pescado y los gansos podridos
que había visto en su interior. Iamskoy regresó con un hacha.
El otro hombre abrió la caja y sacó la cabeza de Valerya
Davidova —o más bien, la recreación perfecta de Andreev, que
casi le dio vida—. La pusieron de lado con la mejilla contra el
suelo, una cabeza ya ejecutada que esperaba una segunda
ejecución sobre el tocón de un árbol.
Iamskoy descargó el hacha y la dividió en dos. Obrando con
la precisión de un hombre que disfruta con los trabajos del
campo, volvió a colocar las mitades de la cabeza y las partió
otra vez, y así sucesivamente en trozos más pequeños. Luego
utilizó la parte plana del hacha para reducir a polvo las
porciones pequeñas, y con una pala volvió a meter los restos
en la caja. El hombre de la cara marcada llevó la caja a la playa
y vació el polvo en el agua. Iamskoy recogió del suelo dos
canicas que habían sido los ojos de vidrio de Valerya y se las
guardó en el bolsillo. Recogió la peluca en tanto volvía su
ayudante, llenó de leña la caja vacía y juntos regresaron por el
sendero a la dacha.
Kirwill había seguido en silencio a Arkady.
—Vamos —dijo.
Kirwill lo sabía. Sonreía, divertido.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 313

—Estuve vigilando la oficina, recuerde —dijo Kirwill—, He


visto antes al fiscal. Debe huir si quiere salvar la vida.
—¿Adonde podría escapar yo?
De regreso al huerto vieron cómo salía humo por la chimenea
de la dacha. Por una ventana Arkady vio el fuego en la
chimenea. Pensó que si fuera lo suficientemente alto podría
oler a cabello quemado.
—Dígame quién mató a Jimmy —dijo Kirwill—. Usted nunca
podrá atraparlo. No tiene evidencias, ni identificación, y ahora
puede usted considerarse muerto. Deje que yo le dé su
merecido.
Arkady se sentó en un tronco a considerar esa sugerencia.
Encendió su cigarrillo.
—Si quien mató a su hermano viviera en Nueva York y usted
lo matara, ¿se saldría usted con la suya?
—Soy policía... puedo hacer cualquier cosa. Mire, traté de
ayudarle.
—No. —Arkady se enderezó—. No lo hizo usted.
—¿Por qué dice eso? Le hablé de su pierna tullida.
—Tenía una pierna mala y está muerto; aparte de eso no sé
nada. Bueno, cuénteme: ¿era listo o tonto, valiente o cobarde,
serio o tenía sentido del humor? ¿Cómo puede saber tan poco
de su hermano?
De pie junto a Arkady, Kirwill se veía más grande que los
árboles... una ilusión óptica. Árboles pequeños alrededor de un
hombre grande. Las gotas de lluvia resbalaban por sus
hombros.
—Convénzase, Renko, ya no está al frente de la
investigación. El fiscal se ha hecho cargo y yo también. ¿Cómo
se llama el asesino?
—¿No le caía bien su hermano?
—Yo no diría eso.
—¿Qué diría usted?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 314

Kirwill miró hacia arriba, a la lluvia, luego abajo, a Arkady.


Sacó las manos de sus bolsillos y las apretó en dos grandes
puños, y luego las extendió, como si así se diera seguridad en
sí mismo. Miró la casa. ¿Qué haría si la dacha no estuviera tan
cerca, se preguntó Arkady?
—Odiaba a Jimmy —contestó Kirwill—. ¿Le sorprende?
—Si yo odiara a un hermano, no recorrería medio mundo para
ver si estaba muerto. Pero tengo curiosidad. Cuando
espolvoreamos el garaje en busca de huellas digitales usted
tenía una tarjeta con las de su hermano, una tarjeta de la
policía. ¿Arrestó usted a su hermano?
Kirwill sonrió. Haciendo un esfuerzo volvió a meter las manos
en los bolsillos de su abrigo.
—Le esperaré en el automóvil, Renko.
Desapareció, agachándose entre los árboles, casi sin hacer
ruido a pesar de su voluminosidad. Arkady se alegró de librarse
de él por el momento.
Iamskoy. Ahora todo concuerda, dijo el hombre al subir al
patíbulo, pensó Arkady. Iamskoy, quien rehusó dejar que nadie,
salvo Arkady Renko, investigara acerca de los cadáveres del
parque Gorki. Iamskoy, que llevó a Arkady con Osborne. No fue
Pribluda quien hizo seguir a Pasha y a Golodkin al
departamento de éste; no tenía tiempo de matarlos, robar el
cofre y llevárselo. Chuchin avisó a Iamskoy que Golodkin
estaba siendo interrogado, e Iamskoy tuvo horas para llevarse
el cofre y apostar a sus asesinos. ¿Y quién le dijo a Iamskoy lo
de la cabeza de Valerya? Nadie excepto Arkady Renko. Fue un
descubrimiento que hizo él, no Iamskoy. Qué investigador tan
estúpido era, ciego, sordo y tonto. Un idiota, como le había
dicho Irina que era.
Se abrió la puerta de la dacha y por ella salieron Iamskoy y
su acompañante. El fiscal se había puesto su habitual uniforme
y abrigo café. El otro hombre se sacudió de la ropa algunas
cenizas mientras Iamskoy cerraba con llave. Habían dejado el
fuego encendido.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 315

—Así —Iamskoy inhaló una revitalizadora bocanada de aire—,


se comunicará usted conmigo esta noche.
El otro hombre le saludó, se metió en el Volga y tiró hacia
atrás el vehículo para entrar en la carretera. Iamskoy le siguió
en el Chaika. Rodando sobre las hojas y goteando agua, la
limusina parecía rebosar satisfacción por una labor bien
realizada.
En cuanto se fueron los automóviles Arkady dio una vuelta a
la dacha. Era una casa de cuatro habitaciones con muebles
rústicos de estilo finlandés. Las puertas de delante y de detrás
tenían doble cerradura, y las ventanas estaban enrejadas; para
la elite residente en lago Plateado había un sistema de alarma
conectado directamente a una estación local del KGB y a los
automóviles de patrulla regulares.
Caminó hasta la playa. Había un guante en el tocón de partir
leña, polvo color rosa de plastilina y uno o dos cabellos metidos
en la madera. Más polvo sonrosado se podía ver en el suelo
entre los excrementos de ganso; parte del polvo era arrastrado
por el viento. Rascó el tocón y despegó diminutas costras de
oro.
Allí fue donde llevaron el cofre de Golodkin. Probablemente
estaba en la casa la primera vez que Arkady fue allí, pensó; por
esa razón lo llevó Iamskoy a dar de comer a los gansos. Luego
destrozaron el cofre sobre el tocón. ¿Ardería en seguida un
cofre de ese tamaño?, se preguntó.
Mirando entre el montón de leña no halló rastros del cofre.
Con el pie lo deshizo y vio que había astillas que Iamskoy pasó
por alto, delgadas agujas de madera y oro.
—Mire, Kirwill —dijo Arkady al oír pisadas detrás de él—, el
cofre de Golodkin, o lo que quedó de él.
—Así es —dijo una voz diferente.
Arkady se volvió y vio al hombre de la cara marcada que se
había ido en el Volga. Apuntaba a Arkady con la misma pistola
TK de cañón recortado que llevara en el metro.
—Olvidé mi guante —explicó.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 316

Una mano por detrás le obligó a soltar el arma. Con la otra lo


agarró por la garganta. Kirwill arrastró al hombre por el brazo y
el cuello hasta el árbol más próximo, un roble aislado que
estaba en la playa, lo mantuvo de pie contra el árbol por la
garganta y empezó a golpearlo. El puño de Kirwill producía el
sonido de un hacha.
—Necesitamos hablar con él —dijo Arkady.
De la boca empezó a brotar la sangre brillante. Los ojos se le
hincharon y Kirwill le golpeaba con más rapidez.
—¡Suéltelo! —Arkady trató de separar a Kirwill.
De un golpe con el dorso de la mano Kirwill derribó a Arkady.
—¡No! —trató de coger por una pierna a Kirwill.
Éste le asestó una patada en la magulladura aún existente
sobre su corazón, que dobló a Arkady. Kirwill siguió golpeando
al hombre contra el árbol. La sangre que salía de su boca se
hizo espumosa y los pies se separaron del suelo. Lo más
parecido que Arkady había visto a esa escena fue cuando vio
cómo un perro de caza zarandeaba un pájaro. La cara de aquel
hombre oscilaba de un lado a otro, lanzando sangre como si
fueran escupitajos. Sus tacones golpeaban el tronco del árbol.
Cada golpe era más poderoso que el anterior y el impacto del
puño de Kirwill caía en algo cada vez más suave e inerte.
Kirwill debió romperle las costillas al hombre desde el principio,
pensó Arkady. Mientras Kirwill golpeaba, la cara del sujeto se
ponía cada vez más gris.
—Ya está muerto —dijo Arkady poniéndose de pie y tirando
de Kirwill—. Ya está muerto.
Kirwill se hizo atrás dando traspiés. El hombre cayó de
rodillas, con el rostro lívido y luego se desplomó de lado. Kirwill
cayó y se arrastró con sus manos llenas de sangre.
—Lo necesitábamos —dijo Arkady—. Teníamos que hacerle
preguntas.
Kirwill intentó limpiarse las manos con las piedras. Arkady lo
cogió por la parte de detrás del cuello y lo condujo como si
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 317

fuera un animal al agua junto a la playa, luego regresó al roble


para registrar los bolsillos del muerto. Encontró una cartera
barata con poco dinero, un monedero para calderilla, una
navaja automática y la credencial roja de identificación de un
oficial del KGB, su nombre era Ivanov. Conservó la credencial y
la pistola.
Arkady arrastró el cadáver al cobertizo. Cuando abrió la
puerta sintió una corriente cálida. Había gansos colgados en
hileras hasta el techo, con las patas atadas, descansando sus
cabezas en el plumaje sucio. Un murmullo de moscas salía de
entre las plumas y olía a podrido. Arrojó el cadáver en el
interior y cerró de golpe la puerta.

El viento los empujaba de regreso a Moscú.


—Primero iba a ser sacerdote —dijo Kirwill—. Era uno de esos
chicos paliduchos que sufren porque se cortan flores, que van a
Roma, odian a los italianos y admiran a los jesuitas franceses.
Eso habría sido chocante pero nada más. Pudo haber sido un
sacerdote obrero, un hombre ordinario. Pero entonces aumentó
sus aspiraciones; quiso ser un mesías. No era listo ni fuerte,
pero quería ser un mesías.
—¿Cómo podía lograrlo?
—Un católico no puede serlo. Si usted alega ser un yogui
oriental o un gurú, si babea y come cabezas de pollo y nunca
se cambia los pantalones, puede atraer a todos los discípulos
que quiera. Pero un católico no puede hacer eso.
—¿No?
—Si es usted católico, lo más que puede conseguir es que lo
excomulguen. De todos modos, hay demasiados mesías en los
Estados Unidos. Es un supermercado de mesías. No sabe de
qué diablos estoy hablando, ¿verdad?
—No.
Por la carretera exterior llegaron al parque de
demostraciones. El sol se puso detrás del obelisco.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 318

—Rusia es una tierra virgen para los mesías —dijo Kirwill—.


Jimmy podría haber destacado aquí; tenía la oportunidad. En su
país ya había fracasado. Aquí tenía que hacer algo grande. Me
escribió de París diciéndome que iba a venir aquí. Agregó que
la próxima vez que lo viera sería en el aeropuerto Kennedy,
que iba a realizar un acto con el espíritu de san Cristóbal.
¿Sabe lo que eso significa?
Arkady movió negativamente la cabeza.
—Eso quiere decir que iba a sacar de contrabando a alguien
de Rusia y a celebrar una conferencia de prensa en el
aeropuerto Kennedy. Iba a ser un salvador, Renko... o cuando
menos una celebridad religiosa. Sé cómo entró aquí. Me contó,
la primera vez que regresó de Rusia, lo fácil que sería
encontrar a un estudiante polaco o checoslovaco que se
pareciera a él. Cambiarían pasaportes y Jimmy regresaría aquí
con el nombre del otro sujeto. Ésa es la manera en que la
Iglesia introduce biblias a través de Polonia, según me dijo.
Jimmy hablaba polaco, checoslovaco y alemán además de
ruso; no le hubiera sido difícil hacerlo. Lo que sí hubiera sido
difícil es no ser atrapado aquí. Y salir de nuevo.
—Dijo que habría fracasado en los Estados Unidos. ¿Cómo
fue?
—Se adhirió a esos muchachos judíos que hostigan a los
rusos en la ciudad de Nueva York. Al principio sólo se trataba
de pintar automóviles y otras protestas. Más tarde, bombas.
Luego siguió con bombas en tubos que arrojaban a las oficinas
de Aeroflot, disparando rifles por las ventanas de la misión
soviética. El departamento de policía cuenta con un
«escuadrón rojo» que vigila a los radicales, y que intervino
para vigilar a los judíos. De hecho, nosotros les vendimos un
montón de detonadores. Mientras tanto Jimmy fue a Georgia a
comprar rifles y munición para su grupo. Hizo dos viajes, en
uno de los cuales trajo un cargamento de munición escondido
en un altar.
—¿Qué tenían de malo los detonadores? —le preguntó
Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 319

—Estaban defectuosos; por eso le salvé la vida. Se suponía


que les ayudaría a fabricar bombas. Esa mañana, fui a su
departamento y le dije que no acudiera .a hacer los explosivos.
Pero como no me quiso hacer caso lo arrojé a la cama y le
rompí una pierna para que se quedara. Cuando los judíos
colocaron los detonadores defectuosos las bombas estallaron.
Todos murieron. La cuestión es que le salvé la vida a Jimmy.
—¿Y luego?
—¿Qué quiere decir con «y luego»?
—Los judíos que sobrevivieron, ¿no pensaron que su hermano
era un delator?
—Claro. Por eso lo envié fuera de la ciudad.
—¿No tuvo oportunidad de explicar lo ocurrido a sus amigos?
—Le dije que si regresaba le rompería el cuello.
Caía un fuerte aguacero en la avenida de la Paz. En la acera
había periódicos dispersos.
—Le hablaré de un caso que ocurrió en Nueva York —dijo
Kirwill a la vez que aceptaba un cigarrillo de Arkady—. Había
un matón que siempre amenazaba a la gente con un cuchillo.
Tras desvalijar a sus víctimas las hería con el arma sólo por
diversión. Sabíamos quién era: un negro que robaba joyas
principalmente. Yo quería encarcelarlo, de modo que le tendí
una trampa. Dejé caer detrás de él el anillo de una de sus
víctimas y así conseguí agarrarlo. Esto ocurrió en el barrio de
Harlem. El estúpido sacó una pistola, me disparó pero falló. Yo
no fallé. Entonces se reunió una multitud, y alguien tomó la
pistola del canalla y echó a correr. Lo hicieron un mártir,
alegando que había sido un ciudadano muerto cuando se
dirigía a la iglesia. Hubo marchas arriba y abajo de la calle 125,
en las que participaron todos los sacerdotes capaces de
arrastrar los pies, más una turba blanca antibelicista y Jimmy y
sus «testigos cristianos». Todos los «testigos cristianos»
llevaban cartelones que decían: «El sargento Willwell
(Matabién), buscado por Asesinato». Averigüé a quién se le
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 320

había ocurrido el mote de «Matabién». Jimmy nunca me lo dijo,


pero lo averigüé.
El río estaba crecido. Las aguas de color negro arrastraban
los últimos témpanos.
—¿Sabe qué más le gustaba llamarme? —preguntó Kirwill—.
Le gustaba llamarme Esaú. Su hermano Esaú.
Al Instituto Etnológico Arkady fue solo, a contar a Andreev lo
que le había ocurrido a la cabeza. Desde el estudio de Andreev
llamó al departamento y a la oficina de Misha sin obtener
respuesta. Luego llamó a Swan, quien le dijo que había hallado
la casa que ocuparon Kostia Borodin, Valerya Davidova y James
Kirwill. La mujer de la casa con la que habló Swan dijo que les
había vendido carne fresca de pollo y pescado todos los días.
Arkady llevó a Kirwill a ver la casa, que resultó ser una
cabaña ubicada entre las fábricas del distrito de Lyublinsky y el
arco sur de la carretera del anillo exterior. Casi todos los
detalles del lugar le eran familiares a Arkady, como si hubieran
sido creación de su propia imaginación. Kirwill se movía en
silencio, como si estuviera en trance.

Ambos hombres entraron a una cafetería para trabajadores.


Kirwill pidió una botella de vodka y reanudó la conversación
acerca de su hermano donde la había dejado, pero de una
manera diferente, como si hablara de otra persona. Le contó a
Arkady cómo había enseñado a Jimmy a patinar, a conducir
automóvil, a dorar marcos, a tratar con las monjas, cómo
habían ido todos los veranos al río Allagash, cuando vieron a
Roger Maris conectar su cuadrangular, cómo habían enterrado
a la anciana babushka rusa que los crió a los dos. Las historias
fluían; algunas las entendía Arkady; otras, no.
—Te diré cuándo supe quién realmente eras —le dijo Kirwill,
tuteándolo—. Cuando me disparaste el balazo en el cuarto del
hotel. Apuntaste a un lado, pero no muy lejos. Pudiste haberme
dado. No te importó y a mí tampoco. Somos iguales.
—Ahora me importa —contestó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 321

A la medianoche dejó a Kirwill cerca del Metropole. El


hombrón se alejó frágilmente tambaleándose borracho.

Irina le había esperado. Le hizo el amor con ternura, como si


quisiera decirle: sí, puedes confiar en mí, puedes venir,
confiarme tu vida.
Su último pensamiento consciente antes de dormirse versó
sobre lo que Kirwill le había dicho en la cafetería cuando
Arkady le preguntó si él y su hermano habían atrapado
cebellinas.
—No. En Maine y Canadá hay martas de pino, y a su piel la
llaman cebellina; pero son muy raras. Las atrapan en agujeros
taladrados. Si el trampero es un miserable, hace un hoyo de
unos veintidós centímetros en el tronco del árbol. En el fondo
pone un poco de carne fresca. Luego mete dos clavos de
herradura en ángulo en el tronco de modo que los clavos
queden casi juntos en las puntas dentro del hoyo. La marta de
pino es hábil para trepar (es lista, esbelta). Huele la carne,
sube por el tronco y cae en la trampa. Puede meter la cabeza
entre los clavos cerca de la carne. Consigue el alimento,
siempre lo logra, mas para entonces los clavos ya la han
atrapado. Luego trata de salir contra el ángulo de los clavos, y
mientras más se esfuerza por sacar la cabeza, más se le
clavan. Finalmente muere desangrada o se abre la cabeza. Ya
no quedan muchas martas. Los agujeros taladrados han
acabado con ellas.

16
A las cuatro de la mañana, hora de Moscú, Arkady llamó a
Ust—Kut.
—Habla el detective Yakutsky.
—Soy el investigador principal Renko, en Moscú.
—¡Ah! Por fin llama usted, a buena hora.
Arkady cerró los ojos frente a la ventana oscura.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 322

—¿Qué comen las cebellinas? —preguntó.


—¿Llama sólo para preguntarme eso? ¿No tiene una
enciclopedia a mano?
—La ropa de Borodin tenía rastros de sangre de pollo y
pescado. A diario compraba pollo y pescado.
—Las cebellinas y los visones comen pollo y pescado. Eso
también lo hace la gente.
—No todos los días —dijo Arkady—. ¿Han robado cebellinas
en su área?
—No, ninguna.
—¿En las granjas colectivas peleteras no ha habido
incidentes inusitados?
—Nada inusitado. En noviembre hubo un incendio en una
granja colectiva de Barguzin, y cinco o seis cebellinas
murieron. Sin embargo, se encontró a todos los animales.
—¿Estaban demasiado quemadas?
—Estaban muertas, como dije. Realmente, fue una pérdida
lamentable, porque las cebellinas barguzin son las más
valiosas de todas. Por lo tanto hubo una investigación, pero no
se hallaron pruebas de negligencia.
—¿Se hicieron autopsias a los animales para demostrar que
eran cebellinas barguzin efectivamente y que habían muerto a
resultas del incendio, o para determinar la hora de su muerte?
—Investigador, le aseguro que solamente alguien de Moscú
hubiera pensado en eso.
Después de colgar el teléfono, Arkady se vistió
tranquilamente y salió del departamento, dirigiéndose a la
plaza Taganskaya para utilizar un teléfono público. El teléfono
del departamento de Misha no contestaba. Llamó y despertó a
Swan y a Andreev, luego regresó a su departamento y estuvo
un rato apoyado en la pared de la habitación mirando a Irina.
¿Podía presentarse ante el procurador general para decirle
que el fiscal de la ciudad de Moscú era un asesino? ¿Dos días
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 323

antes del Día del Trabajo? Dirían que estaba borracho o loco y
lo detendrían hasta que Iamskoy llegara. ¿Podría acudir al
KGB? Osborne era informante del KGB. Además él tenía en sus
manos la muerte del agente del KGB, gracias a Kirwill.
El amanecer cayó sobre Irina. Apareció como una figura azul
pálida sobre una sábana del mismo color, pero él sentía la tibia
languidez de su sueño. La contempló con insistencia como si
quisiera grabarse su imagen en los ojos. El cabello de su frente
se convertía en oro fino al tocarle el sol.
El mundo era un cobarde que tramaba asesinarla. Él la podía
salvar. Él la perdería, sin embargo, pero podía salvarle la vida.

Cuando se despertó, Arkady preparó café y puso su vestido al


pie de la cama.
—¿Qué pasa? —preguntó—. Pensé que te gustaba tenerme
aquí.
—Háblame dé Osborne.
—Ya tratamos ese asunto, Arkasha —Irina se sentó, desnuda
—, Aunque yo creyera lo que dices de Osborne, ¿qué importa si
me equivoqué? Si Valerya está a salvo en algún lugar yo
estaría entregando al hombre que la ayudó. Si está muerta,
muerta está. Nada puede cambiar ese hecho.
—Vámonos —Arkady le arrojó el vestido—. Te es fácil hablar
de la muerte. Te presentaré los muertos.

De camino al laboratorio Irina le miraba constantemente. El


entendía que ella lo que buscaba era una explicación del súbito
cambio.
Arkady la llevó al laboratorio forense a recoger una bolsa con
pruebas, sellada, y otra bolsa vacía del coronel Lyudin. Éste
miró con admiración a Irina; algunos arreglos y su nueva
pañoleta habían hecho que su chaqueta afgana pareciera
nueva.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 324

Al regresar al automóvil, Irina mostraba ya su irritación por la


brusquedad de Arkady, mirando por la ventanilla. Era un típico
disgusto entre amantes, como ella demostraba con su actitud.
Dentro del vehículo se sentía un olor. Irina miró la voluminosa
bolsa de pruebas junto a ella. El olor era tan vago que apenas
se notaba, pero su pestilencia se le había metido en la lengua y
la garganta. A la altura del río ella ya había abierto la ventanilla
a pesar del frío imperante.
En el Instituto Etnológico Arkady llevó a Irina al estudio de
Andreev. Contenta por haber salido del automóvil, Irina mostró
mucha curiosidad hacia las vitrinas que contenían las cabezas
de Tamerlán e Iván el Terrible mientras Arkady buscaba al
antropólogo. Pero Andreev se había marchado, como había
prometido hacerlo.
Arkady miró a Irina a través de la sala llena de cabezas.
—¿Es esto lo que me trajiste a ver? —Irina señaló la vitrina
correspondiente a Iván.
—No. Esperaba encontrar al profesor Andreev. Pero
desgraciadamente no parece que esté aquí. Es un hombre
fascinante; probablemente has oído hablar de él.
—No.
—Pasan informes de su trabajo a la Facultad de Leyes —dijo
Arkady—. Lo recordarás.
Irina se encogió de hombros y se alejó de las vitrinas, para
dirigirse a las mesas de muestras antropológicas, recorriendo
con la vista las caras que atisbaban bajo pesadas cejas y ojos
de vidrio. Se acercó más. El trabajo de Andreev era mágico.
Arkady notó el entusiasmo que despertó en Irina una cara
simiesca cómicamente modelada y otra que tenía un aspecto
feroz. Al final de la mesa había una rueda de alfarero y un
banco elevado. Apoyado en un soporte de alambre sobre la
rueda había un cráneo neanderthaliano cubierto con tiras de
plastilina color rosa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 325

—Lo veo —tocó una zona descubierta del cráneo—. Andreev


las reconstruye... —retiró la mano con brusquedad, sin
terminar la frase.
—Está bien —Arkady se acercó—. La dejó para nosotros.
Arkady llevaba en la mano colgando de una cuerda una caja
redonda de cartón para sombreros de color rosa; la clase de
caja que había pasado de moda hace sesenta años.
—Oí hablar de Andreev —Irina se limpió los dedos.
Al caminar Arkady hacia ella, la caja se balanceaba como si
contuviera algo pesado.

Todos los estudiantes de la Facultad de Leyes conocían las


reconstrucciones de cabezas hechas por Andreev. Mientras
circulaban por el parque Gorki, la ex buena estudiante Irina
Asanova apenas respiraba el aire contaminado que había en el
automóvil. La muerte se filtraba por la bolsa sellada y sonaba
dentro de la caja que estaba en el asiento trasero.
—¿Adónde vamos, Arkasha? —preguntó Irina.
—Ya verás —Arkady escogió las palabras más prosaicas, para
contestar como se responde a un prisionero.
No le dio ninguna explicación ni le mostró compasión,
ninguna mano en qué apoyarse, ninguna simpatía. Un hombre
no se convierte en investigador principal sin tener capacidad
para ser cruel, se dijo a sí mismo.
Cuando un convoy de soldados pasó por la izquierda, los ojos
de Irina no dejaron de mirar hacia delante; sabía que era por
temor a que el menor descuido llamara la atención sobre la
caja obscenamente coloreada. En un tramo del camino la caja
se tambaleó. Para Irina contenía una información lo
suficientemente explosiva como para estallar como una bomba
en la parte trasera del coche.
—Sólo espera —dijo él, girando en una esquina. La caja se
movió e hizo que las manos de Irina se crisparan.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 326

Letreros rojos para el Día del Trabajo se extendían a todo lo


largo de una fábrica de cojinetes de balines, de otra de
tractores, de una planta eléctrica y una planta textil. En ellos
había dibujados perfiles, laureles y lemas dorados. De las
chimeneas salía un humo del color del acero. A esas alturas
ella ya debía saber adónde la llevaba, pensó Arkady.
Atravesaron el distrito Lyublinsky sin decir palabra, una hora
de viaje por entre grandes fábricas, otras más pequeñas,
departamentos de trabajadores y viejas casas arrasadas para
construir departamentos; llegaron a una extensión cubierta de
señalizaciones de topógrafos, pasaron por montones de lodo,
más allá de la terminal de una línea de autobuses, todavía en
los límites de la ciudad, y siguieron hasta otro mundo de casas
bajas que apenas eran algo más que chozas, cercas de estacas
y cabras atadas con cuerdas, mujeres que lavaban ropa
ataviadas con jerseys y botas, una iglesia de yeso, un cojo con
el sombrero en la mano, vacas de color café que cruzaban el
camino, un patio con un hacha y un tronco para cortar leña, y
ya lentamente sobre hoyancos, a una casa en un patio de
tallos de girasol, con dos ventanas sucias cubiertas por
cortinas mugrientas, un retrete exterior y un cobertizo de
metal.
Le pidió a Irina que saliera del automóvil, cogió las bolsas y la
caja del asiento trasero. Ante la puerta sacó tres llaveros de
uña de las bolsas, eran los hallados en la bolsa de cuero que
sacaron del río. En cada uno había una llave similar.
—Parece lógico, ¿verdad? —preguntó a Irina.
La llave servía. Como la puerta estaba atrancada Arkady la
empujó con la cadera, y al abrir salió olor a humedad.
Antes de entrar se puso guantes de hule y encendió la luz. La
electricidad estaba aún conectada a un foco que pendía sobre
una mesa redonda. La casa apestaba a trampa y estaba fría,
como si hubiera almacenado el invierno. Irina permaneció en
medio del cuarto, tiritando.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 327

Sólo había un cuarto con cuatro ventanas de tres hojas, todas


cerradas y aseguradas con cerrojos. También había pelo de
caballo en dos compartimientos para dormir, una estufa de
carbón en medio de cenizas. Alrededor de la mesa había tres
sillas de diferentes estilos. En un armario una botella de leche
abierta hacía mucho tiempo y un trozo de queso mohoso. En
las paredes se podía ver una foto del actor de cine Marión
Brando, así como muchas fotos de iconos arrancadas de libros.
En un rincón bajo unos trapos, latas de pintura, botellas de
bolo armenio y lienzos con barniz, un cojincillo, brochas planas,
punzones y cepillos. Arkady corrió la cortina de un armario
para dejar al descubierto dos trajes de hombre, uno de tamaño
mediano y otro grande, tres vestidos baratos de tamaño
pequeño y, en el suelo, varios zapatos.
—Sí —Arkady leyó en el rostro de Irina sus pensamientos—.
Es como encontrarse en la tumba de alguien. Siempre sucede
de esa manera.
Tres maletas anticuadas se apoyaban contra la pared. Arkady
las abrió utilizando llaves de los llaveros. La primera contenía
ropa interior, calcetines y biblias entradas al país de
contrabando; la segunda, ropa interior, un frasco con polvo de
oro tapado con un corcho, un viejo revólver Nagant y balas; la
tercera, ropa interior femenina, bisutería, un perfume
extranjero, tijeras, cepillos, lápiz labial, pasadores para el
cabello, un pomo, y una muñeca de bizcocho casi sin cara ya, y
fotografías de Valerya Davidova, la mayoría con Kostia Borodin
y otra con un anciano barbado.
—Su padre, ¿verdad? —Levantó la foto para que Irina la viera.
Ésta no contestó. Cerró las maletas—. Kostia debió de haber
asustado a los vecinos mientras estuvo por aquí. Imagínate,
nadie ha entrado después de tanto tiempo. —Los
compartimientos de dormir llamaron la atención.— Kostia debió
de ser un hombre difícil, y además, tener que vivir con otro
hombre debió agravar la situación. Empero, así es cómo
vivimos, así que... ¿Por qué no me interrumpes, Irina? Dime
qué hacían para Osborne aquí.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 328

—Creo que ya lo sabes —dijo ella en voz apenas perceptible.


—Sólo hago conjeturas. Debo tener un testigo; alguien tiene
que decírmelo.
—Yo no puedo hacerlo.
—Pero lo harás —Arkady puso la caja y las bolsas de las
pruebas sobre la mesa—. Nos ayudaremos mutuamente y
aclararemos un par de misterios. Quiero saber qué hacían aquí
Valerya y Borodin para Osborne, y tú quieres saber dónde está
Valerya. Pronto todo quedará solucionado.
Apartó una de las sillas, dejando dos junto a la mesa. Miró
alrededor de la habitación. Era tan deleznable, poco más que
una caja de cartón puesta al revés cubriendo a tres personas,
una hoja delgada que mantenía aislados a los negociantes que
tenían que soplar vaho en sus manos para mantenerlas
calientes.
El tenue foco de luz iluminaba a Irina y le palidecía las
mejillas. Él se vio a través de los ojos de ella, un hombre
delgado de pelo negro revuelto y rasgos agudos erguido sobre
una caja de color rosa. Miró más profundamente en el reflejo
de ese hombre ridículo, ese pelele de Iamskoy, como Irina lo
había visto tan claramente desde el principio. A pesar de todo,
él la podía salvar de Iamskoy y de Osborne... y de ella misma si
su ánimo no flaqueaba.
—Así —Arkady dio una palmada— estamos en el parque
Gorki al oscurecer. Está nevando. La bonita seleccionadora de
pieles Valerya, Kostia, el bandido siberiano, y el joven
norteamericano Kirwill patinan en el hielo acompañados del
peletero Osborne; de pronto abandonan el sendero y penetran
en el parque cincuenta metros hasta llegar a un claro para
comer y beber algo. Kostia está aquí —Arkady indicó la silla
puesta a un lado de la mesa—. Kirwill aquí —señaló la otra silla
— y Valerya en medio —puso su mano junto a la caja—. Tú,
Irina, párate aquí —la acercó a la mesa—. Tú eres Osborne.
—Por favor, no —suplicó Irina.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 329

—Hago esto con el propósito de explicar la situación —aclaró


Arkady—. No puedo recrear la nieve, ni el vodka, así que
sígueme la corriente. Trata de imaginarte la atmósfera que
prevaleció, la alegría. Tres de esas personas creían que una
vida nueva estaba a punto de comenzar para ellas: libertad
para dos de ellas, la fama para el tercero. No se trataba tan
sólo de divertirse patinando, ¡era una celebración! ¿Fue
entonces cuando tú —Osborne— ibas a darles las instrucciones
de cómo escapar?
Muy probablemente. Solamente tú sabías que en cosa de
segundos estarían muertos.
—Yo...
—A ti no te importaba ningún cofre religioso; cualquiera te lo
podría haber conseguido: Golodkin, por ejemplo. Si eso hubiera
sido lo que esas tres personas hacían para ti, falsificar algunos
iconos que pudieras sacar del país de contrabando, los habrías
dejado vivir. No importa que hablaran, que acudieran derechos
a la oficina del KGB para formular acusaciones y presentar
fotos con las cuales demostrar la veracidad de lo que decían;
en el KGB estaban tus amigos y se habrían reído de los
denunciantes. Pero esto era otra cosa, no el cofre, sino lo que
realmente hacían para ti. Esas personas no debían hablar
nunca de ello... ni en Moscú ni en ninguna otra parte.
—No me hagas esto —dijo Irina.
—La nieve está cayendo —^prosiguió Arkady—. Sus caras
están sonrojadas por el vodka. Confían en ti; ya trajiste a ese
norteamericano Kirwill, ¿verdad? Para cuando se acaba la
primera botella de vodka, ellos te quieren. Eres su salvador
llegado del Occidente. Se dicen muchos brindis y hay muchas
sonrisas. ¿Oyen la música que se toca en el parque? ¡Es
Tchaikovsky! Ah, es menester abrir otra botella. Mister
Osborne, usted es un hombre generoso que ha traído una bolsa
de cuero llena de vodka, brandy y toda suerte de manjares.
Levantas bastante la bolsa como si buscaras en el interior con
la mano y sacas... otra botella. Tú bebes primero, finges tomar
unos buenos tragos. Sigue Kostia, quien más te iguala en
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 330

beber. Valerya ya está un poco mareada y no le resulta fácil


agarrar la botella porque tiene pan en una mano y queso en la
otra. Además, piensa en dónde estará dentro de una semana
más o menos, en la ropa que llevará puesta, en el clima menos
frió. Allí no existe Siberia... es el paraíso. Kirwill no está del
todo derecho sobre sus patines a causa de su pierna débil,
también piensa en su regreso a casa, en la reivindicación de
todos sus esfuerzos redentores. No es de extrañar que el vodka
se consuma con tanta rapidez.
»¿Otra botella? ¿Por qué no? La nevada arrecia, la música es
cada vez más fuerte. Levantas tu bolsa y buscas en ella, palpas
la botella, sientes el mango de tu pistola. Le quitas el seguro.
Kostia es el más sediento, te vuelves hacia él sonriendo, a ese
famoso bandido.
Arkady le dio una patada a la silla de modo que cayó con el
respaldo hacia el suelo. Irina pestañeó y se estremeció
ligeramente, sorprendida.
—Muy bien —continuó Arkady—. Una pistola automática no
hace tanto ruido como un revólver; además, la bolsa de cuero
lo ensordece, al igual que la nieve y la música de los altavoces.
Probablemente al principio no hubo derrame de sangre.
Valerya y el joven Kirwill no entienden realmente por qué
Kostia cae al suelo. Todos ustedes son amigos. Tú viniste a
salvarlos, no a herirlos. Te vuelves hacia el norteamericano con
la bolsa a la altura de su pecho.
Una lágrima resbaló por la mancha de su mejilla.
—Nada de sentimentalismos ahora —dijo Arkady.
De otro puntapié echó por tierra la segunda silla.
—Es tan sencillo. Sólo queda Valerya. Mira hacia abajo a su
Kostia muerto, al norteamericano muerto, pero no echa a
correr, no llama a nadie, no protesta. Tú la entiendes tan bien.
Sin Kostia ella puede considerarse muerta; tú harás que ya no
sufra. Una vida puede cambiar así de rápido. Le estarás
haciendo un favor —Arkady abrió la bolsa de las pruebas. Un
olor a aceite llenó el aire cuando sacó un vestido barato oscuro
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 331

manchado de tierra y sangre con un agujero en el pecho


izquierdo. Irina miró la bolsa abierta y el vestido; Arkady sabía
que había reconocido la prenda—. Acerca la pistola tanto como
quieras; Valerya espera, ella espera con ansia recibir la bala.
Acerca la pistola a su corazón. ¡Qué desperdicio de belleza!,
piensas tú —Arkady dejó caer el vestido a través de la mesa—,
qué desperdicio de belleza. Muertos, los tres. Nadie viene, la
música toca aún, la nieve pronto cubrirá los cadáveres.
Irina estaba temblando.
—Ellos pueden estar muertos —dijo Arkady—, pero tú todavía
tienes trabajo qué hacer. Hay que recoger toda la comida
importada, las botellas, los documentos de los cadáveres.
Corres el riesgo de hacer dos disparos más, porque el
norteamericano tiene un trabajo dental extranjero. Das a Kostia
otro ba—lazo en el mismo lugar para que la torpe milicia
piense, quizá, que fueron tiros de gracia. Todavía pueden ser
identificados. Tienen huellas digitales. Eso se resuelve
fácilmente. Con unas tijeras pesadas, como las que se usan
para cortar pollo, y trac, trac, cada articulación del dedo queda
separada. Pero, ¿qué hacer con las caras? ¿Hay que esperar a
que se descompongan? No, porque se van a congelar; estarán
más blancas que la nieve, y mantendrán sus rasgos igual que
ahora. ¿Convendría embadurnarles la cara con jalea para que
los pequeños animales del parque se las coman? No, porque
las ardillas estarán ausentes en el invierno y en Moscú no hay
perros suficientes. Sin embargo, el peletero tiene la solución
porque posee una habilidad especial. Los desuella; levanta
toda la piel de la cara en cada cabeza (la de Kostia, la del joven
Kirwill y finalmente la más delicada, la de Valerya). Qué
momento tan especial. ¿Cuántos peleteros han hecho lo
mismo? Les vacía los ojos y trabajo terminado. Los despojos
van a. parar a la bolsa. Tres vidas borradas, doblemente
borradas. ¡Es suficiente! Vas a tu hotel, a tu avión, al mundo
aparte del que viniste. Todo parece haber salido
perfectamente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 332

Arkady puso el vestido en la mesa, doblando una manga


sobre la otra.
—Sólo una persona puede relacionarse con los tres cadáveres
del parque Gorki. Ella no hablará, porque es la mejor amiga de
Valerya y quiere que ésta esté en Nueva York, en Roma o en
California. Esa fantasía es la cosa más importante de su vida.
Puede soportar cada estúpido, peligroso, opresivo día aquí si
puede creer que Valerya ha escapado. La idea de que Valerya
respira libremente en alguna otra parte es lo que evita que
esta amiga muera de claustrofobia. Tú podrías tratar de
matarla y ella no hablaría. Realmente conoces a los rusos.
Irina se tambaleó. Temió caerse.
—Así que la cuestión es: ¿dónde está Valerya? —Arkady
continuó.
—¿Cómo puedes hacer esto? —preguntó Irina.
—Somos —Arkady miró a un lado y habló en un tono
diferente de voz— un pueblo ignorante y atrasado. Parece que
siempre lo hemos sido. Tenemos talentos extraños, Irina. En la
Facultad de Leyes de la universidad te dieron conferencias
sobre medicina forense y te hablaron del trabajo del profesor
Andreev. Tal vez te mostraron algunas fotografías. Es un
método sencillo pero trabajoso de reconstruir una cara
partiendo de un cráneo. No se consigue con ello una idea vaga
de cómo era esa cara, o una simple aproximación, sino la
misma cara. Esto no se hace en ningún otro país. Se trata de la
delicada cuestión de reconstruir cada músculo del cráneo,
luego de poner carne, ojos y piel. Como sabes, Andreev es un
maestro y también debes conocer su reputación e integridad —
Arkady levantó la tapa de la caja—. Querías saber dónde
estaba Valerya.
—Te conozco, Arkasha —dijo Irina—No lo harás.
—Aquí está Valerya.
Arkady empezó a levantar la cabeza de la caja. Lo hizo
lentamente para que Irina pudiera ver primero sobre el borde
de la caja una masa de rizos negros entre sus dedos, luego el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 333

cabello tenso al levantar una frente de piel de complexión


fresca.
—¡Arkasha! —ella cerró los ojos, que se cubrió con las manos.
—Mira.
—¡Arkasha! —No se quitó las manos de los ojos—. Sí, sí, aquí
vivió Valerya. Pon eso otra vez en la caja.
—¿Valerya qué?
—Valerya Davidova.
—Con...
—Kostia Borodin y el joven Kirwill.
—¿Un norteamericano efe nombre James Kirwill?
—Sí.
—¿Los viste aquí?
—Kirwill siempre estaba aquí, escondido. Valerya estaba aquí.
No venía si ella no estaba.
—¿No te llevabas bien con Kostia?
—No.
—¿Qué hacían en esta casa?
—Hacían un cofre, tú sabes de eso.
—¿Para quién? —Arkady contuvo el aliento al verla titubear.
—Para Osborne.
—¿Osborne qué?
—John Osborne.
—¿Un peletero norteamericano de nombre John Osborne?
—Sí.
—¿Te dijeron que hacían el cofre para Osborne?
—Sí.
—¿Eso era todo lo que hacían para Osborne?
—No.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 334

—¿Entraste alguna vez al cobertizo que está detrás de esta


casa?
—Sí, una vez.
—¿Viste lo que le trajeron a Osborne desde Siberia?
—Sí.
—Repite tu contestación, por favor. ¿Viste lo que le trajeron a
Osborne desde Siberia?
—Te odio —dijo Irina. Arkady apagó la grabadora portátil que
tenía en el fondo de la caja y dejó caer la cabeza. Irina bajó los
brazos—. Ahora de verdad te odio.
Swan entró al cuarto. Había estado esperando al otro lado de
la puerta.
—Este hombre te llevará a la ciudad. Quédate con él. No
vayas a mi departamento, pues no es seguro. Gracias por tu
ayuda en esta investigación. Vete ya.
Alentó la esperanza de que la chica entendiera e insistiera en
quedarse. En ese caso, la llevaría consigo.
Cuando Irina estuvo en la puerta se giró para decir:
—Se cuenta una historia de tu padre, el general. Le llamaban
monstruo porque cortaba las orejas a los alemanes para
llevárselas como trofeos durante la guerra. Pero nadie dijo que
cortara cabezas enteras. Él no era nada comparado contigo.
Y se marchó, Arkady la vio por última vez en el automóvil de
Swan, un viejo sedán Zis, que se alejaba por el camino de
tierra.
Arkady fue a la parte trasera de la casa, más allá del retrete
exterior, hasta el cobertizo metálico que abrió con una de las
llaves de los muertos. Al entrar algo pasó rozando su rostro: del
centro del techo pendía un cordón para encender la luz.
Cuando tiró de él, hileras de potentes focos iluminaron
intensamente el interior. En la pared encontró un reloj.
Después de ponerlo en marcha escuchó un leve tic tac y notó
un casi imperceptible viraje en el bastidor donde estaban los
focos. El reloj hacía girar el bastidor casi 180 grados en doce
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 335

horas para simular la salida y puesta del sol. Otro cordón


encendía dos lámparas de luz ultravioleta. No había ventanas.
Los restos de una fragua redonda de ladrillo explicaban la
historia del cobertizo. Pilas de moldes y chatarra de hierro
yacían oxidados. Todo el espacio aprovechable lo ocupaban dos
jaulas tendidas a todo lo largo del cobertizo. Cada jaula estaba
dividida en tres partes por separadores de madera y cada
sección tenía un cajón de madera. Los costados y techos de las
jaulas estaban cubiertos por alambre. Al nivel del suelo el
alambre se afianzaba en piedras y cemento de modo que no
pudiera escapar ni el animal más astuto.
Entre las dos jaulas había un banco manchado de sangre y
escamas de pescado. Debajo del banco Arkady encontró un
libro de oraciones. Imaginó a James Kirwill y a Kostia Borodin
cuidando su secreto, Kirwill rezando a la divinidad, mientras
que Kostia ahuyentaba a los curiosos.
Entró en el corral a recoger finos pelos enganchados a los
alambres y a los excrementos del suelo.
De vuelta a la casa, llenó su bolsa con más pruebas y otros
objetos de las maletas. Al poner la bolsa en la mesa, se cayó la
caja y la cabeza rodó afuera. Era una cabeza de yeso sin ojos,
cejas o boca, sin ningún rasgo particular en absoluto, sólo con
una burda forma de cara y una peluca. Era el modelo que
Andreev usaba para enseñar. Al levantarla para meterla en la
caja, se abrió por las bisagras mostrando el interior del cráneo.
La cabeza de Valerya reconstruida por Andreev no era ahora
más que polvo de color carne y olor a cabello quemado en la
dacha de Iamskoy. Andreev confirmó que Iamskoy le llamó para
preguntarle por la cabeza y que había enviado al hombre de la
cara marcada para llevársela. En cierta forma, la destrucción
de la obra maestra de Andreev había liberado a Arkady; sólo
entonces pensó en usar la cabeza de yeso. Nunca habría
podido mostrar a Irina la cabeza real, así como sabía que ella
no la vería. Se le había ocurrido una idea brillante, la había
engañado, la había salvado y la había perdido.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 336

Al entrar al vestíbulo del hotel Ucrania, Arkady vio salir del


ascensor a Hans Unmann. Sentado en una silla del vestíbulo
Arkady leía un periódico. Nunca antes había visto al compañero
de conspiración de Osborne. El alemán era un espantapájaros,
de boca delgada y huesudo, con el cabello muy corto. Era la
clase de hombre que instintivamente mira a la persona que
pasa a su lado; era demasiado matón para ser tan peligroso
como Osborne o Iamskoy. Una vez que se alejó, Arkady dejó el
periódico y entró en el ascensor.
Esperaba encontrar vacía la oficina de la compañía aérea, así
que le sorprendió encontrar al detective Fet sentado ante el
escritorio apuntándole con una pistola.
—¡Fet! —exclamó Arkady—. Lo siento. Me había olvidado por
completo de ti.
—Pensé que era él quien regresaba —dijo Fet. Temblaba tanto
que tuvo que dejar el arma en el escritorio con las dos manos.
Sus anteojos de armazón de acero reposaban en su cara
blanqueada por el miedo—. Te estaba esperando. Pero lo
llamaron por teléfono y se marchó deprisa. Entonces me
devolvió mi pistola. Yo no la habría usado.
Por el suelo estaban tiradas las transcripciones y grabaciones
entre sillas volcadas y cajones abiertos. ¿Cuánto tiempo había
transcurrido, se preguntó Arkady, desde que él, Pasha y Fet
habían trabajado en esa oficina? Fue Iamskoy quien los instaló
allí. ¿Había algún micrófono? ¿Alguien estaba escuchando
ahora? No importaba; no pensaba estar allí mucho tiempo.
Revisó el material disperso por el suelo hasta quedar
convencido de que todas las transcripciones y grabaciones de
Osborne y Unmann habían desaparecido, todas menos la de la
conversación sostenida el 2 de febrero entre Osborne y
Unmann.
—Irrumpió aquí y se apoderó del lugar —Fet iba recobrando el
color—. No me dejó marchar. Pensó que te informaría de su
presencia aquí.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 337

—Tú no lo habrías hecho.


En medio de todo el desorden Arkady encontró uno de los
itinerarios de la línea aérea dejado por los anteriores ocupantes
de la oficina. Todos los vuelos internacionales partían de Moscú
desde el aeropuerto de Sheremetyevo, y el único avión que
partía la víspera del Día del Trabajo era un vuelo nocturno de la
Pan American. Osborne y Kirwill estarían en el mismo avión.
Había también un paquete abierto del Ministerio de
Comercio, enviado por Yevgeny Mendel. Dentro había una
fotocopia de la citación ganada por su padre, el cobarde,
destinada a aclarar dudas; había, igualmente, un tedioso
informe completo sobre el heroísmo de Mendel firmado y
fechado el 4 de junio de 1943. No era de extrañar que Unmann
se hubiera limitado a abrir el paquete, mirar su contenido y
arrojarlo a un lado, tal como lo iba a hacer Arkady hasta que
reconoció en la última página, pese a las manchas del tiempo y
las fallas de la máquina copiadora del Ministerio, la firma del
oficial investigador, el teniente (g.j.) A. O. Iamskoy. Había una
Orden de Lenin comprada y vendida en un cementerio, en la
capital mundial de los cementerios que fue Leningrado durante
la guerra. El teniente del ejército del norte Andrei Iamskoy —no
podía haber tenido más de veinte años entonces— había
conocido al joven oficial del servicio exterior norteamericano,
John Osborne, desde haría más de treinta años, lo había
conocido y protegido desde entonces.
—¿No te has enterado? —le preguntó Fet.
—¿De qué?
—La oficina del fiscal ha extendido una orden por toda la
ciudad para que te detengan, hace una hora.
—¿Por qué?
—Por asesinato. Encontraron un cadáver en un museo de la
calle Serafimov. Era el de un abogado de nombre Mikoyan. Tus
huellas digitales estaban allí impresas en cigarrillos —Fet cogió
el teléfono y empezó a marcar un número—. Tal vez quieras
hablar con el mayor Pribluda.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 338

—Todavía no —Arkady le quitó el auricular y lo volvió a poner


en su sitio—. Por ahora eres el hombre olvidado. A menudo es
el hombre olvidado el que se convierte en héroe. Y así, es el
hombre olvidado el que vive para relatar lo ocurrido.
—¿Qué quieres decir? —Fet estaba confundido.
—Quiero un poco de tiempo.

La estación Savelosky era para trabajadores comunes —


empleados satisfechos y buenos ciudadanos—. Ése era un tren
especial, y los pasajeros habituales evitaban como si fueran
parias a los viajeros hacinados en el convoy. Eran trabajadores
contratados por tres años para trabajar en las minas del norte,
algunas dentro del Círculo Ártico. Trabajarían entre vapor y
hielo, cargarían el mineral en sus espaldas cuando las carretas
se rajaran a causa del frío, morirían por explosiones,
derrumbes de minas o de hipotermia, o matarían a alguien
para conseguir un par de botas o de guantes. Al llegar a la
mina les quitarían sus pasaportes internos para que no se
arrepintieran de haber ido. Durante tres años desaparecerían, y
para algunos eso no importaba.
Arkady se mezcló con los trabajadores. Se movía con la
multitud, cogiendo con una mano la bolsa de las pruebas
mientras que con la otra sujetaba la pistola que tenía en el
bolsillo. A bordo del tren caminó junto con los viajeros hasta un
compartimiento lleno de hombres con olor a sudor y a cebolla.
Una docena de jóvenes le miraron. Eran las mismas caras
rudas y hogareñas que se veían en el Politburó, aunque algo
más endurecidas. Tenían magulladuras y cicatrices inusitadas,
los nudillos de sus manos y sus cuellos estaban sucios, y
llevaban sus pertenencias en bultos. Básicamente eran
criminales, hombres buscados por la autoridad por haber
cometido actos de violencia o robos sólo en una población y no
en todo el país. Rufiancillos que imaginaban escapar por los
agujeros de la gran red socialista, sólo para ser refundidos en
minas socialistas en el norte. Peces gordos, urkas, hermanos,
casos difíciles, hombres con tatuajes y puñales. Para ellos un
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 339

desconocido significaba hacerse con un par de zapatos, un


abrigo, quizás un reloj. Arkady reclamó un espacio en la litera
baja.
Una sólida hilera de milicianos empujó a los últimos
trabajadores al tren. En el compartimiento el aire era
irrespirable, aunque Arkady sabía que se acostumbraría a él.
Los conductores empezaron a correr arriba y abajo de la
plataforma, ansiosos por echar a andar ese tren especial fuera
de la estación. Una alarma para toda la ciudad podría cerrar las
carreteras, aeropuertos y estaciones ordinarias a un hombre
ordinario que quisiera escapar, pero ése era todo un tren de
hombres que escapaban. A través de la ventanilla del
compartimiento Arkady vio a Chuchin, el investigador principal
para casos especiales, discutir con el jefe de conductores.
Chuchin mostró al jefe de conductores una fotografía. Todo lo
que le pedía hacer era revisar el compartimiento. El conductor
movía negativamente la cabeza. Chuchin hizo una señal a los
milicianos para que entraran a los trenes. En el siguiente
compartimiento alguien empezó a cantar: «Adiós, Moscú, adiós
mi amor...». Ser empujado en la plataforma por milicianos era
una cosa; ser atropellado en los compartimientos de su propio
tren especial, era otra. Amenazas y maldiciones demoraron el
progreso de la búsqueda: «¡No me puedes molestar, ya voy
camino al infierno!». En vez de dejar sus asientos escupían a
los milicianos. Normalmente, los milicianos replicaban
propinando garrotazos, pero se otorgaba trato especial a los
trabajadores contratados. Se sobreentendía que no eran santos
quienes iban voluntariamente tres años al infierno. Además, los
milicianos eran superados en número. Nunca llegaron al
compartimiento de Arkady; la milicia salió de los vagones entre
las risotadas de los trabajadores. El jefe de conductores hizo a
un lado a Chuchin y otra vez los demás conductores realizaron
su pantomima de correr arriba y abajo de la plataforma. El tren
arrancó y Chuchin y el jefe de conductores se alejaron. Los
doseles metálicos de las plataformas dejaron el lugar a
chimeneas y a las cercas de doble punta de las fábricas de la
defensa, a los terrenos del norte de Moscú. Todavía estaba el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 340

convoy aumentando su velocidad cuando llegó a la siguiente


estación. No redujo su velocidad al pasar junto a desdeñosos
trabajadores, junto a una plataforma de la milicia, haciendo
sonar su silbato. Adiós, Moscú. Arkady inhaló profundamente;
después de todo, el aire no era tan malo.
También el tren en sí era especial, era el más viejo y sucio
que pudo encontrar el Ministerio de Transportes. El
compartimiento había sido saqueado tantas veces que ya no
quedaba otra cosa qué robar o estropear. Además, apenas
había lugares para moverse. Había quince hombres en cuatro
duras literas de madera y en el suelo cada codo tocaba el del
vecino. El conductor del tren se encerraba en su propio
compartimiento durante todo el tiempo que durara el viaje. Ése
no era el medio más rápido de llegar a Leningrado. El expreso
«Flecha Roja» partía para la estación de Leningrado y tardaba
medio día en llegar a su destino. Ese tren que había salido de
la estación Savelovsky, llevando lo que las revistas calificaban
de trabajadores rehabilitados, tardaría veinte horas en hacer el
recorrido. El conductor tenía su propio samovar, sus bollos y
jalea en su reducto.
En el compartimiento de Arkady compartieron cigarrillos y
vodka. El techo se llenaba de humo. Alguien le invitó a beber,
bebió y ofreció a cambio un cigarrillo.
El hombre de la botella era oseta, como Stalin —chaparro y
moreno—, con el mismo ceño, bigotes y ojos rasgados.
—A veces introducen delatores en estos trenes, ¿sabes? —
dijo a Arkady—. A veces todavía hacen un último intento por
atraparte y llevarte de regreso. Lo que hacemos en esos casos
es agarrar al delator y rebanarle el cuello.
—En este tren no hay delatores —dijo Arkady—. No quieren
que regreses. Vas a donde quieren que estés.
—¡Ve a moler a tu madre! —exclamó el oseta regocijado—,
¡tienes razón!
El tren corrió la tarde y la noche. Pasó por Iksa, Dmitrov,
Verilki, Savelovo, Kalazin, Kasin, Sonkovo, Krasnij Cholm,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 341

Pestovo. No tenía objeto no beber. Dejaban atrás no un día,


sino tres años. Mejor beber alcohol puro que vodka. Eran ojos y
manos diestras, y ¿cuántas lenguas hablaban? Era un
compartimiento multinacional. Un estafador armenio —
descripción redundante para algunos—, un par de salteadores
de caminos de Turquestán, un ladrón, un gigoló de Yalta, con
anteojos oscuros y tostado por el sol.
—¿Qué escondes en tu abrigo? —preguntó el gigoló.
Arkady tenía la bolsa con los objetos tomados de la cabaña,
su pistola, su credencial y la del oficial del KGB que Kirwill
había matado a golpes. Nadie se habría atrevido a hacer a
Kirwill esa pregunta; es la pregunta que hace el cazador a su
presa.
—Un colección de diminutas espinas del mar Negro —
contestó Arkady.
Estaba bebiendo chafir. El chafir era té concentrado no dos o
diez veces, sino veinte, veces. En los campos de trabajo un
hombre podía trabajar tres días tomando sólo algunas tazas de
chafir. Arkady tenía que mantenerse despierto. En cuanto se
durmiera le robarían. Su piel se hizo pegajosa por la
adrenalina; el corazón pareció expandírsele. Sin embargo, tenía
que pensar con calma. Alguien había matado a Misha.
¿Unmann, el espantapájaros? Arkady había estado a punto de
enfrentársele dos veces. Entonces, ¿para qué expedir una
orden de captura por homicidio? ¿Por qué se arriesgaría
Iamskoy a llamar a la milicia? A menos que el fiscal hubiera
limpiado la cabaña donde vivieron las víctimas del parque
Gorki. A menos que estuviera seguro de que su investigador
moriría tratando de eludir el arresto. O de que pudiera ser
declarado loco de inmediato. Quizá ya lo estaba.
Su corazón bombeaba más sangre de la que podían contener
sus venas, así que bebió más vodka para abrirlas. Alguien tenía
un radio de transistores que informaba de los preparativos
para celebrar el Día del Trabajo en Vladivostok.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 342

—No es tan malo trabajar en las minas de hierro —dijo un


veterano—. Si trabajas en minas de oro, te meten una
aspiradora por el trasero cuando sales de la mina.
Otro boletín hablaba de los preparativos en Bakú para la
celebración referida.
—Allí está mi hogar —dijo el oseta a Arkady—. Allí cometí un
asesinato. Fue un accidente.
—¿Por qué me lo dices?
—Tú tienes cara de ser inocente.
En todo el mundo se hacían preparativos para festejar el Día
del Trabajo. Los reflejos en el compartimiento estropeaban la
negrura de la noche, afuera. Arkady abrió un poco la
ventanilla; pudo oler los campos labrados aún impregnados de
las nieves del invierno.
Ya echaba de menos a Misha. Lo curioso era que podía oír la
voz de su amigo como si todavía viviera y comentara acerca de
los viajeros del tren: «De esto es de lo que se trata el
comunismo: reunir a la gente. Es un poco parecido a las
Naciones Unidas; no tienes que cambiarte de ropa. Ahora bien,
el armenio de allí es un hombre que va a perder peso. O podría
dividirse en dos, como una ameba y convertirse en dos
armenios. Recibiría doble paga. Mira al gigoló. Hemos discutido
acerca de Hamlet, de César. Estamos mirando a un hombre
que ha sido bronceado por el Sol por última vez en su vida.
Ahora bien, ésa es una tragedia. Arkasha. ¿No admites que
todo esto es un poco loco?».
El vodka se acabó. Cuando el tren se detuvo a cargar agua en
una pequeña población —sólo había la estación y una sola calle
iluminada— los trabajadores salieron del tren e irrumpieron en
la tienda del pueblo mientras un par de milicianos locales
miraban, sin poder hacer nada, lo que ocurría. Cuando los
saqueadores regresaron al convoy, éste continuó el viaje.
Pasaron por Kaboza, Chvojnaja, Budogosc, Posadnikovo,
Kolpino. Por fin, Leningrado, Leningrado, Leningrado. Las
chispas matutinas de los trenes urbanos corrían en alambres
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 343

convergentes. El amanecer se reflejaba en el golfo de


Finlandia. El tren entró en una ciudad de portafolios y canales,
una ciudad gris ante ojos irritados.
Al entrar en la estación Finlandia, Arkady saltó del tren aún
en movimiento, agitando con una mano la credencial roja del
KGB tomada del hombre que Kirwill había matado a golpes. Los
altavoces dejaban oír himnos. Era la víspera del Día del
Trabajo.

17
Cien kilómetros al norte de Leningrado, sobre una llanura
ubicada entre la población rusa de Luzhaika y la ciudad
finlandesa de Imatra, las vías del tren cruzaban la frontera. No
había cerca. Había desviaciones ferroviarias, los cobertizos de
las aduanas y discretas casetas de radio a cada lado. En el lado
ruso la nieve estaba sucia porque los trenes de este ramal
quemaban hulla de mala calidad, y en el lado finlandés la nieve
estaba más limpia porque éstos utilizaban locomotoras Diesel.
Arkady permaneció con el comandante de la patrulla
fronteriza soviética, mirando a un mayor finlandés regresar al
puesto de guardia fronteriza de su país, a cincuenta metros de
distancia.
—Como los suizos —el comandante escupió—. Barrerían todo
el hollín de nuestro lado si pudieran —hizo un intento de
apretar los herretes rojos de su cuello. La patrulla fronteriza era
una sección del KGB pero la integraban en su mayoría
veteranos del ejército regular. El cuello del comandante era
demasiado grueso, tenía la nariz desviada a un lado, su ceño
no hacía juego con el conjunto—. Todos los meses me pregunta
qué hacer con el maldito cofre. ¿Cómo diablos he de saber yo
qué hacer con él?
Con sus manos protegió la cerilla de Arkady de las corrientes
de aire a fin de que ambos pudieran encender sus cigarrillos.
Un guardia soviético vigilaba la vía, cargando al hombroun rifle
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 344

de asalto que parecía una herramienta de plomero. Cada vez


que el guardia se movía, el arma producía un ruido metálico.
—Usted sabe que un investigador principal de Moscú tiene
aquí tanta autoridad como un chino —comentó el comandante
a Arkady.
—Usted sabe lo que es Moscú en vísperas del Día del Trabajo
—dijo Arkady—. Para cuando hayan sellado todos mis papeles
tendré otra víctima a mi cargo.
Al otro lado de la frontera el mayor condujo a un par de
guardias fronterizos a un cobertizo de la aduana. Más allá, unas
colinas llevaban a una región lacustre finlandesa. Aquí la tierra
era plana, moteada de alisos, fresnos, arbustos de arándano.
Buen terreno para patrullar.
—Los contrabandistas traen café —dijo el comandante—,
mantequilla, a veces sólo dinero. Para usarlo en las tiendas
donde sólo se recibe dinero extranjero, ¿sabe usted? Nunca se
llevan nada. Me parece que eso es insultante. Es inusitado que
un caso lo haya hecho venir hasta aquí.
—Éste es un bonito lugar.
—Hay quietud —el comandante extrajo de su chaqueta un
frasco metálico—. ¿Le gusta a usted esto?
—Probablemente, —Arkady bebió un trago y el brandy
calentado por el cuerpo le resbaló al estómago.
—Algunos hombres no soportan vigilar la frontera, cuidar de
una línea imaginaria, ¿sabe usted? Se vuelven locos. O se
dejan corromper. A veces ellos mismos tratan de cruzar la
frontera. Yo debería mandarlos fusilar, pero simplemente hago
que les examinen la cabeza. ¿Sabe, investigador?, si me topara
con un hombre que hubiera venido de Moscú sin ninguna
autorización para convencer de algo a la patrulla fronteriza,
también haría que le examinaran la cabeza.
—Honradamente —Arkady miró al comandante a los ojos—
yo haría lo mismo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 345

—Bien —el comandante levantó las cejas y dio una palmada


a Arkady en la espalda—, veamos qué podemos hacer con los
finlandeses. Es comunista, pero puedo freír a un comunista en
mantequilla y seguirá siendo un finlandés.
El cobertizo de la aduana, al otro lado de la frontera, se abrió.
El mayor finlandés regresó llevando consigo un sobre.
—¿Tenía razón nuestro investigador? —preguntó el
comandante.
El mayor dejó caer el sobre con disgusto en las manos de
Arkady.
—Excrementos. Pequeños excrementos de animales en seis
compartimentos dentro del cofre. ¿Cómo lo sabía?
—¿Estaba el cofre fuera de su embalaje? —le preguntó
Arkady.
—Nosotros lo abrimos —contestó el comandante—. Todos los
embalajes son abiertos en el lado soviético.
—¿Inspeccionaron ustedes el interior del cofre? —preguntó
Arkady.
—¿Qué objeto tendría haberlo hecho —contestó el finlandés
—, siendo tan cordiales las relaciones entre Finlandia y la Unión
Soviética?
—¿Y qué procedimiento se sigue para reclamar objetos en la
aduana? —preguntó Arkady al mayor.
—Uno muy sencillo. Muy pocos artículos se quedan aquí; por
lo general permanecen en el tren hasta llegar a Helsinki. Nadie
puede llevarse ningún objeto sin tener los papeles de identidad
necesarios que acrediten su propiedad; también necesita tener
recibos del pago de derechos de importación. No tenemos un
guardia en la puerta, pero nos habríamos percatado de
cualquiera que hubiera intentado llevarse el cofre. Tenemos
aquí una fuerza pequeña en virtud de un convenio con la Unión
Soviética a fin de evitar la provocación de un vecino cordial.
Ahora discúlpenme; estoy fuera de servicio y me espera un
viaje largo para ir a casa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 346

—Para el Día del Trabajo —dijo Arkady.


—Noche de Walpurgis —el finlandés disfrutó corrigiéndolo—.
Sabat de las Brujas.
Desde Vyborg, cerca de la frontera, Arkady voló a
Leningrado, y allí abordó el avión nocturno a Moscú. La
mayoría de los pasajeros del vuelo eran militares que gozaban
de una licencia de dos días, y ya estaban bebiendo.
Arkady redactó un informe sobre la investigación. Lo puso en
la bolsa de las pruebas junto con la declaración del
comandante de la frontera, el sobre con los excrementos
tomados del cofre, muestras de piel de la jaula de Kostia,
efectos personales de las maletas de las tres víctimas, la
grabación de la declaración de trina rendida en la cabaña, y la
grabación de la conversación sostenida el 2 de febrero por
Osborne y Unmann. Dirigió la bolsa al procurador general. Una
azafata le obsequió un dulce.

En unas horas Osborne y Kirwill subirían a su avión. Una vez


más, Arkady apreció lo bien que Osborne sincronizaba sus
entradas y salidas. «Un retraso...», Unmann se preocupó el día
anterior al envío desde Moscú del cofre que escondía las seis
cebellinas siberianas de Kostia Borodin. ¿Cuánto tiempo podían
permanecer drogados sin peligro esos pequeños animales?
¿Tres horas? ¿Cuatro? Ciertamente, el tiempo suficiente para el
vuelo a Leningrado. Luego Unmann podía suministrarles otra
dosis en el camino del aeropuerto a la estación del tren. El
cofre no podía ser sacado en avión del país porque los
paquetes aéreos internacionales eran sometidos a rayos X. Los
automóviles y su contenido eran virtualmente desmantelados
en los puntos de revisión. El tren era la respuesta, un tren local
que fuera a una estación fronteriza poco vigilada, mientras
Osborne iba en automóvil de Helsinki al lado finlandés de la
estación fronteriza antes incluso de que el cofre fuera sacado
del tren. La patrulla soviética abriría la caja del embalaje. Los
finlandeses hicieron a Osborne el favor de dejar el cofre sin
vigilancia en un cobertizo. ¿Acaso notó alguien que él accedía
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 347

al lugar? ¿Llevaba un abrigo especial provisto de bolsas? ¿Tenía


un cómplice entre los guardias finlandeses? No importa,
Osborne nunca tuvo que mostrar ningún documento y no había
nada que lo relacionara con el cofre desde el principio del viaje
hasta el final.
Kostia Borodin, Valerya Davidova y James Kirwill habían
muerto en el parque Gorki. John Osborne tenía seis cebellinas
barguzin en algún lugar fuera de la Unión Soviética.
El avión descendió de noche en Moscú.
En el aeropuerto, Arkady envió por correo el paquete.
Tomando en cuenta el tiempo de celebración, su informe
llegaría a su destino en cuatro días, ya no importaba lo que le
ocurriera a él.

El patio estaba vigilado. Arkady entró al sótano desde el


callejón y subió por las escaleras a su departamento, donde se
cambió de ropa en la oscuridad poniéndose su uniforme de
investigador. El uniforme era azul marino con cuatro estrellas
de bronce de capitán en las charreteras y una estrella roja en
los galones dorados de su gorra. Mientras se afeitaba oía los
aparatos de televisión de los departamentos de arriba y abajo.
Ambos sintonizaban la tradicional representación del Lago de
los Cisnes por el ballet Bolshoi, de la víspera del Día del
Trabajo, en el Palacio de los Congresos del Kremlin. Durante la
presentación el locutor mencionaba a los más amados y
distinguidos de los seis mil invitados de la velada, pero no pudo
distinguir los nombres. Puso su automática dentro de la
chaqueta del uniforme.
Tardó veinte minutos en conseguir un taxi en el bulevar
Taganskaya. Durante el trayecto al centro de la ciudad vio los
reflectores y letreros. Todo el año Moscú había sido la crisálida
de los letreros rojos que brotaban a la vida como mariposas en
esta noche. Alas rojas envolvían todos los edificios altos y se
hinchaban con el viento en las avenidas anchas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 348

Los letreros decían: ¡LENIN VIVIÓ, VIVE Y VIVIRÁ PARA


SIEMPRE! El taxi los dejó atrás. HEROICOS TRABAJADORES...
NOBLES E HISTÓRICAMENTE SIN PRECEDENTE... APLAUDEN...
EN GLORIA...
No se permitía el tránsito del público en las calles que
rodeaban la plaza Roja. Arkady pagó sus últimos rublos al
chófer del taxi y caminó en dirección a la plaza Sverdlov
precisamente cuando William Kirwill salía del hotel Metropole
llevando una maleta a un autobús del Intourist. Kirwill llevaba
un impermeable marrón y sombrero de paño de lana de ala
corta, y vestía como cualquiera de los otros norteamericanos,
que serían una docena más o menos, quienes se aprestaban a
abordar el vehículo. Cuando Arkady cruzó el jardín en el centro
de la plaza, Kirwill lo vio y movió negativamente la cabeza.
Arkady se detuvo. Miró a su alrededor y vio detectives de la
milicia en un automóvil situado detrás del autobús, en el café
del hotel, en las esquinas de las calles. Kirwill puso en el suelo
su maleta; estaba aún dolorido por los puntapiés que le
propinó Arkady. Otro autobús partió; las luces de las farolas
hicieron más temporal la presencia de Kirwill. Este se preocupó
por mirar en la dirección en que se hallaba cada detective por
si Arkady no había visto a alguno. El chófer del Intourist salió
con desgana del hotel, arrojó un cigarrillo a la calle y abrió las
puertas para que subieran al vehículo los turistas.
—Osborne —dijo Arkady desde el centro de la plaza.
William Kirwill miró por última vez al investigador. Era obvio
que no había oído el nombre. El quería oírlo con desesperación,
pero sabía que para conseguirlo tendría que matar a todos los
detectives que lo observaban en la plaza, los que lo seguían, y
derribar los edificios de la plaza y todos los de la ciudad, y ni
siquiera su enorme fuerza podía hacer tal cosa.
La radio del autobús dejaba oír la música del Lago de los
Cisnes. Kirwill fue el último en abordarlo. Para entonces Arkady
ya se había ido.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 349

Martillos y naves espaciales hechas con flores aguardaban en


la plaza Dzerzhinsky el desfile matutino. Arkady saltó a un
transporte de soldados que pasó frente a graderíos vacíos en la
plaza Roja. Las luces de los reflectores hacían que pareciera
que las murallas del Kremlin revoloteaban, que las almenas
temblaban.
A lo largo de la calle Manezhnaya al otro lado del Kremlin, las
limusinas estaban aparcadas en filas diagonales negras y
relucientes. No eran las limusinas ordinarias Chaika, sino las
Zil, del Presidium, blindadas y cubiertas de antenas. Los
milicianos hacían guardia a lo largo de la calle, en tanto que
otros a bordo de motocicletas iban de un lado a otro por el
espacio más abierto de la plaza Manezhnaya hasta la torre
Kutafia, del Kremlin; allí Arkady bajó de un salto del camión de
soldados. Usando su uniforme para identificarse, explicó al
oficial del KGB que se le acercó que llevaba un mensaje para el
procurador general. Controló el temblor de sus manos
encendiendo un cigarrillo, procuró alejarse de los reflectores
que estaban en los jardines del foso junto al puente que
conectaba la torre Kutafia con la reja de la Trinidad del Kremlin.
Caminó con aire despreocupado por la calle hasta situarse bajo
la sombra del Manezh, la escuela de equitación del zar. De allí
pudo ver la línea del techo de mármol blanco del palacio de
congresos sobre el muro del Kremlin. Al pasar cerca de él un
automóvil de oficiales del KGB escuchó el último movimiento
del ballet, un vals, en la radio del vehículo. Junto al Manezh se
agitaban otras sombras... un ojo aquí, un pie allá.
Sobre la reja de la Trinidad, bandadas de mariposas
nocturnas brillantes como el cristal subían hasta la estrella roja
de la Torre de la Trinidad. Dos soldados que salían de detrás de
la reja caminaron sobre sus propias sombras hasta que
cruzaron el pequeño puente, donde parecieron consumirse
como cabezas de cerillas, por la luz. Otro automóvil del KGB
con la radio encendida le dejó oír los aplausos. El ballet había
terminado.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 350

A fin de poder llegar a tiempo al aeropuerto, Osborne tendría


que pasar por alto la recepción oficial después de la función.
Aun así, faltaban las salidas de los artistas al escenario en
respuesta a las ovaciones, la entrega de ramos de flores a las
bailarinas y al Presidium, y el inevitable hacinamiento en el
guardarropa. Los chóferes se encaminaron a sus limusinas.
Comenzaron a aparecer los invitados. Arkady observó una
larga línea de chinos, luego marines con uniformes blancos,
algunos occidentales que se reían estrepitosamente, africanos
que se reían haciendo más ruido, músicos, mujeres con
uniformes de acomodadoras llevando flores en las manos, un
conocido escritor satírico. Limusinas de diplomáticos con las
banderas de sus países se alejaron con sus ocupantes. Pronto
disminuyó el número de los que se marchaban y el puente que
conducía a la acera se vació. No había una razón aparente para
que Arkady echara a andar hacia la calle.
Una figura que caminaba enérgicamente, elegante como un
cuchillo, se acercó a la Reja de la Trinidad. Pasó entre las luces
del puente y se convirtió en Osborne, poniéndose guantes, con
la mirada dirigida a los rostros alerta de los detectives en traje
de civil y las puertas abiertas de las limusinas. Llevaba un
sobrio abrigo negro y el mismo gorro de cebellina que le había
ofrecido a él. La piel negra contrastaba con su cabello
plateado. Los detectives desviaron su atención a los invitados
que seguían a Osborne. Se desvaneció en la Torre Kutafia,
emergió en sus escaleras y bajó de la acerca para dirigirse a
una limusina que había salido a su encuentro antes de ver
acercarse a Arkady.
Este se percató de la impresión que le causó al
norteamericano reconocerlo, un estremecimiento tan
rápidamente controlado que no fue más que una palpitación
adicional. Se encontraron en la limusina, mirándose
mutuamente por encima del techo del vehículo.
Osborne mostró una amplia, brillante sonrisa:
—No vino usted nunca por su gorro, investigador.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 351

—No.
—Su investigación...
—Ya terminó —dijo Arkady.
Osborne asintió. Arkady tuvo tiempo para admirar los toques
de oro y seda por el cuerpo del norteamericano, la apariencia
de madera, de la piel bronceada, rasgos tan no—rusos.
Observó que Osborne miraba a uno y otro lado de la calle para
determinar si Arkady había acudido solo. Satisfecho, volvió a
mirar a Arkady.
—Tengo que tomar el avión, investigador. Unmann le traerá
diez mil dólares norteamericanos en una semana. Puede
dárselos en otra moneda, si lo desea... Hans se encargará de
los pormenores. Lo importante es que todo el mundo esté
contento. Si Iamskoy se derrumba y usted me mantiene limpio,
lo consideraré un servicio aún más valioso. Le felicito; no
solamente sobrevivió sino que sacó usted el máximo partido de
su oportunidad.
—¿Por qué me dice todo esto? —preguntó Arkady.
—Usted no viene a arrestarme. No tiene pruebas. Además,
conozco la forma en que ustedes operan. Si usted me fuera a
arrestar, en este momento ya estaría en la parte trasera de un
automóvil del KGB camino a la Lubyanka. Es usted,
investigador, usted solo. Mire a su alrededor... veo amigos
míos, ninguno suyo.
Hasta ese instante los detectives no se habían percatado de
la demora de Osborne. Vistos de cerca eran hombres
característicamente regordetes que alejaban enérgicamente a
los invitados ordinarios, de los automóviles de la elite.
—¿Trataría usted de arrestar a un occidental, en este lugar
precisamente, esta noche entre todas las noches, sin una
orden firmada por el KGB, sin que siquiera su fiscal lo sepa, sin
absolutamente nadie, usted solo? Ya hizo rico al fiscal.
Arkady sacó su automática y la colocó en el hueco de su codo
izquierdo, donde sólo Osborne pudiera ver el opaco cañón.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 352

—No —dijo.
Osborne miró a su alrededor. Por todo el lugar había
detectives en traje de civil, pero distraídos por la corriente de
invitados, cada vez más grande, que atravesaba los
reflectores.
—Iamskoy me advirtió que usted era así. Usted no quiere
dinero, ¿verdad? —preguntó Osborne.
—No.
—¿Tratará de arrestarme?
—De detenerlo —dijo Arkady—. De impedir que aborde el
avión, para comenzar. Luego, no lo arrestaré aquí y no esta
noche. Tomaremos su automóvil. Viajaremos esta noche, y
mañana lo presentaré en la oficina del KGB de algún pueblo
pequeño. No sabrán qué hacer, así que llamarán directamente
a la Lubyanka. La gente de las poblaciones pequeñas teme los
crímenes contra el Estado, al robo de propiedad estatal valiosa,
al sabotaje de una industria nacional, al contrabando, la
ocultación de crímenes contra el Estado... me refiero al
asesinato. Me tratarán a mí con escepticismo, y a usted con
cortesía, pero ya sabe usted cómo operamos nosotros. Se
harán más llamadas telefónicas, se inspeccionarán jaulas, se
trasladará cierto cofre. Después de todo, una vez que pierda su
avión de esta noche ya habrá llegado tarde. Vale la pena el
riesgo, de todas maneras.
—¿Adonde fue ayer? —preguntó Osborne tras meditar un
momento—. Nadie le pudo encontrar.
Arkady no contestó.
—Creo que ayer hizo usted un viaje a la frontera —dijo
Osborne—. Creo que usted piensa que ya lo sabe todo —miró
su reloj—. Tendré que correr para tomar ese avión. No me voy
a quedar.
—Entonces le dispararé —dijo Arkady.
—Un segundo después todos los hombres que andan por aquí
le dispararán a usted.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 353

—Es cierto.
Osborne alargó la mano para abrir la puerta del coche.
Arkady empezó a apretar el gatillo de la pistola Makarov,
empujando adelante la palanca del seguro, que resbaló a lo
largo del cargador para apartarse luego del muelle de hoja,
que golpearía el martillo hacia la bala de 9mm en la recámara.
Osborne la retiró.
—¿Por qué? —preguntó—. Imposible que esté dispuesto a
morir simplemente para hacer un arresto, para complacer a la
justicia soviética. Todo el mundo se vende, de arriba abajo. El
país entero se vende... se vende barato, el más barato del
mundo. A ustedes no les importa violar las leyes, ya no son tan
tontos. Así que, ¿por qué morir? ¿Por alguien más? ¿Por Irina
Asanova?
Osborne señaló un bolsillo de su abrigo, luego, lentamente
metió la mano en él y sacó una pañoleta de colores rojo,
blanco y marrón decorada con huevos de pascua, la pañoleta
que Arkady había regalado a Irina.
—La vida siempre es más complicada y más simple de lo que
creemos —dijo—. Lo es... lo veo en su cara.
—¿Cómo consiguió eso?
—Un simple intercambio, investigador. Yo por ella. Le diré
dónde está, y no debe preocuparse de si miento o no porque
no estará allí mucho tiempo. ¿Sí o no?
Osborne puso la pañoleta en el techo del automóvil. Arkady
la tomó con su mano izquierda y se la llevó a la nariz. Olía a
Irina.
—Compréndalo —dijo Osborne—, cada uno de nosotros
experimentamos un impulso básico por el que somos capaces
de destruir todo lo demás. Usted destruirá su vida, su carrera y
su razón por esa mujer. Yo traicionaré a mis cómplices antes
que llegar a perder mi avión. A ambos se nos está acabando el
tiempo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 354

Las limusinas se echaban atrás. El detective más cercano


gritó e hizo señas a Osborne para que se metiera en su
automóvil.
—¿Sí o no? —preguntó Osborne.
No había ninguna decisión que tomar. Arkady guardó la
pañoleta dentro de su uniforme.
—Dígame dónde está —dijo—. Si lo creo, está libre. Si no, lo
mataré.
—Es justo. Está en la universidad, en el jardín cercano al
estanque.
—Repítalo —Arkady se inclinó hacia adelante, aumentando al
mismo tiempo la presión en el gatillo.
—En la universidad, en el jardín cercano al estanque.
En esta ocasión Osborne se había dispuesto reflexivamente
para recibir la bala, con la cabeza inclinada hacia atrás
ligeramente, pero la mirada fija en la de Arkady. Por primera
vez dejó que el investigador lo viera. Una bestia miraba a
través de los ojos de Osborne, una criatura que habitaba
dentro de su abrigo y su piel. Los ojos de Osborne no
denotaban ningún miedo.
—Me llevaré su automóvil —Arkady guardó el arma en su
abrigo—. Probablemente usted pueda comprar el que sigue en
la cola.
—Amo a Rusia —susurró Osborne.
—Váyase a su casa, míster Osborne —Arkady se metió en la
limusina.

La universidad estaba reluciente. Bajo una estrella dorada


dentro de una corona descendía una espiral iluminada,
estrellas rojas y treinta y dos pisos vacíos de estudiantes que
gozaban de la fiesta del Día del Trabajo. Alrededor de las alas
laterales del edificio de la universidad se extendían enormes
jardines de quinientos metros de ancho sobre las colinas Lenin.
Con motivo del Día del Trabajo, estaban iluminados. En esa
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 355

semioscuridad, se veían caminos de arcilla que partían de


fuentes enormes para vagar entre setos hasta desvanecerse
en macizos de abetos y pinos, o para llegar al azar al sitio
donde se levantaban estatuas.
El jardín frontal que daba al río tenía un largo estanque
provisto de surtidores de agua con luces de colores. La ciudad
estaba iluminada por haces de luz de una milla de alto, que
surgían de las instalaciones antiaéreas situadas en los
terraplenes.
Osborne había escapado sin dificultad. Había tocado el
corazón de Arkady con la pañoleta de Irina. Sin embargo,
Arkady estaba seguro de que Irina no estaba allí. Era una
trampa, no una mentira.
El espectáculo de luz producido en los terraplenes duró
media hora. Finalmente, las luces de colores del estanque se
apagaron y de los surtidores dejó de brotar agua. En la quieta
superficie del estanque se reflejó la espiral de la universidad.
Esperó entre unos abetos. Para entonces el avión de Osborne
ya debía estar en el aire. Los árboles susurraron despidiendo
olor a resina. Desde el extremo del estanque dos sombras se
aproximaban hacia él.
A la mitad del camino, las sombras cayeron y el reflejo del
agua se rompió. Arkady corrió, blandiendo su pistola. Divisó a
Unmann sentado sobre un cuerpo tendido en la orilla del
estanque, luego a Irina, que luchaba por sacar del agua la
cabeza. Unmann volvió a hundírsela en el agua, a lo que ella
respondió echando las manos hacia atrás para arañarlo.
Unmann la cogió del pelo, era la mejor manera de mantenerla
quieta. Al oír el grito de Arkady levantó la cabeza. El alemán
tenía los ojos muy hundidos y los dientes salientes. Soltó de
inmediato a Irina, que salió del agua apoyándose en el borde
del estanque. El cabello mojado cayó sobre su rostro.
—Levántese —ordenó Arkady a Unmann.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 356

Unmann permaneció de rodillas, sonriendo. Arkady sintió que


un metal tibio tocaba con suavidad los cabellos cortos de la
base de su nuca.
—En vez de que él haga eso —dijo Iamskoy detrás de Arkady
—, ¿por qué no arroja usted al suelo su pistola?
Arkady obedeció, e Iamskoy le colocó su mano en el hombre
para consolarlo. Arkady podía ver los extremos sonrosados de
los dedos. El arma, igual que la de Arkady, seguía apuntando a
su nuca.
—No lo haga —le dijo al fiscal.
—Arkady Vasilevich, ¿cómo puedo dejar de hacerlo? Si
hubiera hecho lo que se le indicó, ninguno de nosotros estaría
aquí ahora. Pero usted está fuera de control. Usted es mi
responsabilidad y yo debo aclarar este asunto no sólo por mi
propio bien sino por la oficina que ambos representamos. Malo
o bueno, no tiene que ver con eso. Lo cual no implica desdoro
para sus habilidades. No hay otro investigador con sus
facultades de intuición, sus recursos o su integridad. Dependí
mucho de ellas —Unmann se levantó y lentamente se adelantó
—. Pensé que yo aprendía de usted, y usted...
Mientras Iamskoy lo abrazaba, Unmann dio un golpe a Arkady
en el estómago, retirando su puño con un curioso floreo.
Arkady miró hacia abajo y vio un delgado mango de cuchillo
sobresalir de su estómago. Sintió una sensación helada en su
interior y no podía respirar.
—Y me sorprendió —continuó Iamskoy—, sobre todo al venir
aquí a salvar a una mujerzuela. Lo cual es interesante porque
eso no sorprendió en absoluto a Osborne.
Arkady miró impotente a Irina.
—Sea honrado consigo mismo —sugirió Iamskoy—, y admita
que le estoy haciendo un favor. Aparte del nombre de su padre,
no va usted a perder nada: ninguna esposa, ni hijos, ninguna
conciencia política y ningún futuro. ¿Recuerda la venidera
campaña contra el «vronskysmo»? Usted habría sido el primero
en caer. Eso es lo que les pasa a los individualistas. Se lo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 357

advertí durante años. Ya ve lo que pasa por ignorar los


consejos. Créame, es mejor de esta forma. ¿Por qué no se
sienta?
Iamskoy y Unmann se hicieron atrás para dejar que se
desplomara. Las rodillas de Arkady temblaron y empezaron a
ceder. Se sacó el puñal, que pareció tardar una eternidad en
salir. Tenía doble filo y estaba tinto en sangre. Manufactura
alemana, pensó Arkady. Por dentro de su uniforme brotó un
chorro caliente. De improviso hundió el cuchillo en el estómago
de Unmann en el mismo lugar donde el alemán se lo había
hundido a él. La fuerza de la acometida hizo caer a ambos al
estanque.
Salieron juntos del agua. Unmann intentó quitárselo pero
Arkady, decidido, hundió más el puñal y lo levantó hacia arriba.
En la orilla del estanque, Iamskoy corría de un lado a otro
tratando de no errar el disparo. Unmann empezó a golpearle
los oídos, pero Arkady se aferró más a él, levantándole al
abrazarlo. Como no podía librarse del abrazo Unmann intentó
morder al inspector, que cayó arrastrando consigo al teutón al
agua. Allí, Unmann se sentó sobre Arkady apretándole el
cuello. Arkady miraba desde el fondo del estanque el rostro de
su adversario que gesticulaba, se dividía, se agitaba como si
fuera azogue, cada vez menos coherentemente. Se partió en
lunas, y éstas en pétalos. Luego una nube roja oscura borró a
Unmann, cuyas manos se aflojaron en torno a su cuello y
desapareció de su vista.
Arkady salió del agua jadeante. El cadáver de Unmann
flotaba a su lado.
—¡Quieto ahí!
Arkady oyó el grito de Iamskoy; de todas maneras, no podía
moverse.
Iamskoy estaba junto al estanque, apuntándole. Se oyó el
estruendo de una pistola automática, ensordecedor en el jardín
abierto, aunque no vio el fogonazo esperado. Notó que había
desaparecido el gorro de Iamskoy, reemplazado por una corona
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 358

dentada en el cráneo rasurado del fiscal. Iamskoy se limpió la


sangre de su ceño con un gesto natural, pero de su cabeza
brotaba la sangre como de una fuente. Irina estaba detrás de
Iamskoy armada con una pistola. La chica disparó otra vez,
girando la cara del fiscal. Entonces Arkady notó que le había
desaparecido una oreja. Irina hizo fuego por tercera vez, ahora
al pecho de Iamskoy. El fiscal trató de mantener el equilibrio. Al
recibir un cuarto balazo se precipitó al agua, en la que se
hundió.
Irina se metió en el estanque para sacar a Arkady. Lo estaba
levantando cuando Iamskoy surgió del agua hasta la cintura.
Sin mirar a la pareja cayó hacia atrás, y gritó: «¡Osborne!»
mirando a la noche.
Volvió a hundirse como si estuviera descendiendo por una
escalera. Sin embargo, Arkady siguió oyendo el grito del fiscal
mucho después de que éste hubiera desaparecido.
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Shatura

1
Parecía un laboratorio. Algunos tubos fluían dentro de él
llevando sangre y dextrosa; otros salían de su cuerpo llevando
sangre y desechos. En el lapso de algunas horas cuando temía
estar consciente, una enfermera le inyectaba morfina, y en
seguida flotaba sobre la cama y miraba la monótona operación
de drenaje que tenía lugar abajo.
No tenía una idea clara de dónde estaba. Sabía vagamente
que había matado a alguien, y le pareció recordar que había
sido una carnicería. No estaba seguro de si él era el criminal o
la víctima; esto le preocupaba algo, pero no mucho. La mayor
parte del tiempo permanecía sentado en el rincón elevado más
alejado del cuarto y observaba lo que ocurría. Constantemente
se acercaban enfermeras y doctores y murmuraban junto a la
cama; luego los doctores se alejaban un poco y les decían algo
a otros dos hombres con ropa de calle y mascarilla, sentados
cerca de la puerta, que éstos abrían para susurrar algo a los
que esperaban en el pasillo. En una ocasión llegó un grupo de
visitantes; entre ellos reconoció al procurador general. Toda la
delegación estuvo al pie de la cama contemplando la cara que
reposaba en la almohada, de la misma manera en que los
turistas miran una señal extranjera tratando de descifrar una
inscripción que no pueden entender. Finalmente, menearon la
cabeza, ordenaron a los doctores que mantuvieran vivo al
paciente y se marcharon.Otra vez un capitán de la patrulla
fronteriza entró en la habitación para identificarle. No le
importó porque en ese momento estaba ocupado sufriendo una
hemorragia, secreto revelado por todos los tubos que salían de
su cuerpo, al adquirir un generoso tono rojo esos conductos de
plástico que lo rodeaban.
Más tarde lo ataron a la cama y lo cubrieron con una tienda
transparente de plástico. Los cinturones que lo sujetaban no
estaban apretados (no había pensado usar sus brazos), pero de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 360

alguna manera la tienda impedía que volviera a flotar. Presintió


que los doctores estaban reduciendo el suministro de morfina.
Durante el día era consciente de los colores que se movían a
su alrededor, y por la noche, de la oleada de miedo cuando se
abría la puerta dejando entrar las luces del exterior. El miedo
era importante, esto también lo sentía. De todas las
alucinaciones provocadas por el narcótico, solamente el miedo
era real.
La medición del tiempo tomando como punto de referencia
las inyecciones no le servía para nada; sólo notaba la
diferencia entre la estancia en el limbo y el dolor. Lo que existía
era la espera, no la suya propia, sino la de los hombres
estacionados junto a la puerta y los que estaban fuera de ella.
Sabía que le estaban esperando a él.
—¡Irina! —dijo en voz alta.
De inmediato oyó sillas que rechinaban y vio figuras que se
apresuraban a acudir a su tienda. Cuando abrieron la tienda,
cerró los ojos y tiró del brazo lo más fuerte que pudo. Un tubo
se zafó dejando salir sangre de un agujero en su brazo. Oyó
pisadas provenientes de la puerta.
—Les dije que no lo tocaran —dijo una enfermera.
Cerró la vena y le volvió a colocar el tubo en el brazo.
—Nosotros no lo hicimos.
—Él no puede hacerlo —la enfermera estaba enfadada—. Ni
siquiera está consciente. ¡Miren qué desorden!
Cerró los ojos; imaginó cómo eran las sábanas y el suelo. La
enfermera solamente estaba furiosa, pero un desorden cruento
en un hospital aterrorizaba e intimidaba a cualquiera, incluso a
los necios miembros del KGB. Les oyó limpiar de rodillas el
suelo. No volvieron a fijarse en si estaba consciente o no.
¿Dónde estaba Irina? ¿Qué les había dicho?
—De todos modos lo van a fusilar —murmuró uno de los que
limpiaban el suelo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 361

Metido en su tienda transparente escuchaba; se propuso oírlo


todo mientras pudiera.

En los minutos que pasaron antes de la llegada de la milicia


al jardín de la universidad, Arkady le dijo a Irina lo que debía
decir: ella no había matado a nadie; Arkady había asesinado
tanto a Iamskoy como a Unmann. Irina sabía que Valerya,
James Kirwill y Kostia estaban en Moscú (eso figuraba en las
grabaciones), pero no sabía nada acerca de deserciones o
contrabandos. Ella sólo era una incauta, un señuelo, una
víctima, no una criminal. Si la historia no era plausible habría
que alegar en su defensa en la que ya había pensado mientras
Irina le protegía el estómago. Además, esa historia era la única
oportunidad que tenía ella.

Iniciaron el primer interrogatorio leyendo los delitos de que


se le acusaba: los crímenes le eran familiares, generalmente
los mismos de los que él había acusado a Osborne y a Iamskoy.
Una pared de la tienda había sido corrida para que los tres
hombres pudieran sentarse cerca de la cama. A pesar de las
mascarillas que usaban, reconoció al comandante Pribluda, con
su sonrisa.
—Está agonizando —dijo el más cercano a Arkady—. Lo
menos que puede usted hacer es dejar limpio el nombre de
quienes son inocentes. Tenía usted un historial excelente hasta
que sucedió esto, y queremos recordarlo con ese historial.
Limpie el buen nombre del fiscal Iamskoy, un hombre que le
brindó su amistad y le ascendió. El padre de usted es un
anciano enfermo; cuando menos permítale morir en paz.
Elimine esta vergüenza y fallezca usted con la conciencia
tranquila. ¿Qué dice?
—No estoy agonizante —contestó Arkady.
—Está usted recuperándose muy bien, ¿sabe? —el doctor
corrió las cortinas. Atenuó el sol que caía sobre su chaqueta
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 362

blanca. La tienda había sido retirada y ahora Arkady tenía dos


almohadas bajo la cabeza.
—¿Qué tan bien?
—Mucho —dijo el doctor con la necesaria gravedad como
para que Arkady entendiera que él había estado esperando
semanas que el paciente le hiciera esa pregunta—. El puñal
perforó el colon, el estómago y el diafragma, y también rasgó
el hígado. De hecho, lo único que no tocó fue lo que
probablemente quería tocar su amigo, la aorta abdominal. Sin
embargo, cuando llegó usted no tenía presión sanguínea;
además tuvimos que enfrentarnos a la infección, la peritonitis,
llenarlo de antibióticos con una mano y con la otra drenarlo. El
estanque en que estuvo usted estaba sucio. Fue una suerte
que al parecer no hubiera comido las veinticuatro horas
anteriores al momento en que fue apuñalado; de otro modo la
infección se habría extendido por el tubo digestivo, y ni
siquiera nosotros le podríamos haber salvado. Es asombroso
cómo la vida depende de un bocadillo, de algo tan
insignificante como eso. Es usted un hombre afortunado.
—Ahora lo sé.

En la siguiente entrevista aparecieron cinco de ellos, con las


mascarillas puestas. Se sentaron alrededor de la cama
haciéndole preguntas uno tras otro para que Arkady se
confundiera. Decidió contestar a Pribluda, y hacer caso omiso
de los otros.
—La mujer Asanova nos lo contó todo —dijo alguien—. Usted
concibió la conspiración junto con el norteamericano Osborne,
prometiéndole protección contra el fiscal Iamskoy.
—Usted tiene el informe que le envié al procurador general —
le dijo Arkady a Pribluda.
—Le vieron hablar con Osborne en numerosas ocasiones,
incluso la víspera del Día del Trabajo. Usted no lo arrestó. En
vez de hacer eso fue directamente a la universidad, donde
atrajo al fiscal a una trampa y lo mató con ayuda de la mujer.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 363

—Usted tiene mi informe.


—¿Cómo explica sus contactos con Osborne? El fiscal siempre
preparaba informes después de sus reuniones con sus
investigadores. No hay nada en sus notas acerca de sus
supuestas sospechas relativas al norteamericano. Si usted las
hubiera mencionado, él inmediatamente habría convocado al
órgano de seguridad.
—Usted tiene mi informe.
—No nos interesa su informe. Este sólo lo condena a usted.
Ningún investigador habría podido demostrar el robo de
cebellinas en Siberia o la forma en que esas cebellinas se
sacaron del país, basándose en las deleznables pruebas que
usted tenía.
—Yo lo hice.
Fue la única vez que dio una respuesta. Se le acusaba de
conspirar con Osborne por dinero; se mencionó su divorcio
como prueba de que había sufrido un colapso mental; se sabía
que había acosado a Osborne para que le regalara un gorro
valioso; la mujer Asanova lo acusó de haber intentado
seducirla sexual mente; concibió el plan referente a Osborne
con la esperanza de efectuar un arresto sensacional tendente a
contrarrestar los efectos que tendría en él la campaña contra
los ambiciosos de su calaña; demostraba su naturaleza
violenta su ataque al secretario del Comité de Distrito, amigo
de su ex esposa; sus vínculos con el agente extranjero James
Kirwill quedaron de manifiesto por su colaboración con el
hermano del agente, William Kirwill; había matado a golpes de
cachiporra a un oficial del KGB en la dacha del fiscal; según la
mujer Asanova, tuvo relaciones sexuales con la mujer criminal
Valerya Davidova; la fama de su padre lo había invalidado
psicológicamente: en resumen, todo se sabía. A cada intento
por enfurecerlo, confundirlo y aterrorizarlo, Arkady le decía a
Pribluda que leyera su informe.
Pribluda era el único que no hablaba, el que se contentaba
con ser una amenaza silenciosa. Arkady lo recordaba mejor
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 364

envuelto en un abrigo sobre la nieve aquella mañana en el


parque Gorki. No había apreciado lo mucho que le interesaba a
Pribluda hasta ahora. En medio de su concentración, los ojos
de Pribluda se veían asombrosamente cándidos. No todo se
sabía; muía se sabía.
Cuando fueron despedidos los guardias le llevaron un
teléfono a la habitación. El teléfono nunca se usó para hacer
alguna llamada. Arkady supuso que era un transmisor
destinado a registrar lo que decía. La primera vez que le
permitieron tomar alimentos blandos pudo oír el carrito desde
que salió del elevador hasta su puerta. Todas las demás
habitaciones del piso en que se hallaba estaban vacías.

Los cinco hombres regresaron para continuar el interrogatorio


dos veces al día, y durante dos días más. Arkady repitió las
mismas contestaciones hasta que milagrosamente germinó en
su cerebro la semilla de la comprensión.
—Iamskoy era uno de ustedes —los interrumpió—. Perteneció
al KGB. Convirtieron a uno de ustedes en fiscal de la ciudad de
Moscú, y luego se transformó en un traidor. Y como los
defraudó tienen que meterme una bala en la cabeza.
Cuatro de los cinco hombres se miraron mutuamente; sólo
Pribluda siguió mirando a Arkady.
—Como dijo Iamskoy —Arkady rió dolorosamente—, todos
respiramos el mismo aire, orinamos el mismo agua.
—¡Cállese!
Los cinco hombres se retiraron al pasillo a hablar. Arkady,
acostado en su cama, pensaba en las conferencias del fiscal
acerca de la correcta jurisdicción de los órganos de la justicia,
muy divertidas si se consideraba retrospectivamente. Los cinco
hombres no regresaron. Después se presentaron unos guardias
por primera vez en una semana y colocaron las cinco sillas
contra la pared.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 365

En cuanto le permitieron caminar solo, apoyándose en


muletas se dirigió a la ventana. Descubrió que su cuarto estaba
en un sexto piso, cerca de una carretera y de una fábrica de
dulces. Era la fábrica de dulces bolchevique, según observó,
situada frente a la carretera de Leningrado, aunque no
recordaba que hubiera hospitales tan lejos de la ciudad. Trató
de abrir la ventana, pero estaba cerrada con llave.
—No queremos que se lastime —dijo una enfermera que llegó
en ese momento.
El no quería lastimarse, quería oler el chocolate de la fábrica.
Se hubiera puesto a llorar porque no le dejaban oler el
chocolate.

En un momento podía sentir renovadas fuerzas, y al instante


siguiente romper en llanto. En parte ese estado de ánimo era
consecuencia de la tensión del interrogatorio. Era normal que
los interrogadores trabajaran en equipo, acumulando su
voluntad contra la de un solo sospechoso, flanqueándolo,
confundiéndole con acusaciones falsas, mientras más
descabelladas mejor, acosándole de un modo u otro hasta que
estuviera a su merced. El hombre doblegado era el hombre
honesto para ellos. Por regla general no era tan malo, así que
esperaba que utilizaran esa técnica; era normal.
Parte de su problema era su aislamiento. No se le permitía
recibir visitas, sostener conversaciones con los guardias o
enfermeras, leer libros o escuchar la radio. Observó que leía las
marcas de fábrica de los utensilios y que permanecía en la
ventana mirando el tránsito en la carretera. Su única ocupación
inteligente consistía en seleccionar entre las muchas preguntas
contradictorias que le habían hecho, para determinar lo que le
había ocurrido a Irina. Estaba viva. No había dicho nada y ella
sabía que él tampoco había hablado; de lo contrario el
interrogatorio habría sido mucho más exacto y dañino. ¿Por
qué no había revelado lo que sabía del contrabando? Tampoco
habló de cuando él la llevó a su departamento ni de lo que allí
sucedió.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 366

Tras un día sin interrogatorio, se presentó Nikitin. Con sus


ojos astutos en su cara redonda, el investigador para enlaces
gubernamentales miró a su colega y ex alumno a la vez que
exhalaba suspiros de desaliento.
—La última vez que nos vimos me apuntaste con una pistola
—dijo Nikitin—. Eso fue hace casi un mes. Ahora estás un poco
más calmado.
—No sé cómo me veo. No tengo espejo.
—¿Cómo te afeitas?
—Me traen una maquina eléctrica con el desayuno y se la
llevan cuando recogen los platos sucios —al tener alguien con
quien hablar, aunque fuera Nikitin, se sintió positivamente
efusivo. Hubo un tiempo, hace ya muchos años, cuando Nikitin
era investigador de homicidios, en que fueron amigos.
—Bueno, no puedo quedarme —Nikitin sacó un sobre—. Hay
conmoción en la oficina, como puedes entender. Me pidieron
que te trajera esto para que lo firmaras.
En el sobre había una carta con tres copias en la que
renunciaba a la oficina del fiscal por razones de salud. Arkady
las firmó, casi lamentando que Nikitin tuviera que irse.
—Tengo la impresión —murmuró Nikitin—, que los estás
haciendo sudar la gota gorda. No es fácil interrogar a un
interrogador, ¿eh?
—Así parece.
—Mira, eres un chico listo, no seas modesto. Tal vez debiste
haber escuchado un poco más a tu tío Ilya. Traté de guiarte por
el buen camino. Es mi culpa; debí haber sido más firme. Si
puedo ayudarte en algo, sólo dímelo.
Arkady se sentó. Se sentía inmensamente deprimido y
cansado, y agradecido porque Nikitin prolongaba su estancia.
Éste estaba sentado en la cama ya, aunque Arkady no
recordaba haberlo visto moverse.
—Pídeme lo que quieras —sugirió Nikitin.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 367

—Irina...
—¿Qué hay de ella?
Le costaba trabajo concentrarse. Todos los secretos que
había atesorado tenían urgencia de llegar al oído complaciente
de Nikitin. El único otro visitante que tuvo aquel día fue la
enfermera que le había inyectado poco antes de que llegara
Nikitin.
—Soy el único que puede ayudarte —dijo éste.
—No saben...
—¿Sí?
Arkady sentía náuseas y mareos. La mano de Nikitin, tan
pequeña y regordeta como la de un bebé, descansaba sobre la
suya.
—Lo que necesitas es un amigo —dijo Nikitin.
—La enfermera...
—Ella no es amiga. Te dio algo para hacerte hablar.
—Lo sé.
—No me digas nada, «boychik» —instó Nikitin.
Arkady supuso que le habían administrado aminato de sodio;
eso era lo que usaban.
—Y bastante.
Sabe lo que pienso, dijo para sí Arkady.
—Es un narcótico poderoso. No es tu culpa que no tengas el
control habitual —lo reconfortó Nikitin.
—No era preciso que trajeras esas cartas —Arkady se esforzó
por hablar fuerte y claro—. Nadie necesita esas cartas.
—Entonces no las miraste bien —Nikitin sacó otra vez el
sobre y se las mostró a Arkady—. ¿Ves?
Pestañeando, Arkady volvió a leer cada una de las cartas.
Eran confesiones de todos los crímenes de los que se le acusó
la última semana.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 368

—Eso no fue lo que firmé —dijo.


—Tienen tu firma. Yo te vi firmarlas. No te preocupes —Nikitin
rompió las cartas por la mitad y luego en otra voz—. No creo
nada de eso.
—Gracias —dijo Arkady agradecido.
—Estoy de tu parte; somos nosotros contra ellos. Recuerda,
yo fui el mejor interrogador de todos ellos, te acordarás de ello.
Arkady recordó. Nikitin se inclinó hacia delante
confidencialmente y habló suavemente al oído de Arkady.
—Vine a advertirte. Te van a matar.
Arkady miró la puerta cerrada. Su aspecto era detestable,
una fachada para la gente que estaba al otro lado.
—Después de que mueras, ¿quién ayudará a Irina? —
preguntó Nikitin—. ¿Quién sabrá la verdad?
—Mi informe...
—Eso es para esos tontos, no para tus amigos. No pienses en
ti, piensa en Irina. Sin mí estará completamente sola. Piensa en
lo sola que estará.
Probablemente ni siquiera le dirían que había muerto, pensó
Arkady.
—La única forma de que ella sepa que soy un amigo, consiste
en que me digas la verdad —explicó Nikitin.
Era indudable que lo iban a matar; Arkadv no veía cómo
evitarlo. Tal vez lo arrojarían por la ventana, le aplicarían una
sobredosis de morfina o una inyección de aire. ¿Quién cuidaría
entonces a Irina?
—Somos viejos amigos —dijo Nikitin—. Soy tu amigo. Quiero
ser tu amigo. Créeme, soy tu amigo —sonrió.
Parte de la visión de Arkady tenía un matiz gris a causa del
aminato de sodio. Podía oír la respiración de los sujetos que
estaban en el pasillo. El suelo estaba lejos de sus pies. Los
cadáveres usaban zapatillas, de papel; a él le habían dado
zapatillas de papel. Sus pies estaban tan blancos y enfermizos,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 369

¿cómo estaría el resto de su cuerpo? Su boca era un agujero


lleno de miedo. Se llevó los puños a la frente. No era miedo,
era locura. Pensar, considerado como un proceso, era
imposible; era mejor decirlo todo ahora mientras pudiera. Pero
cerró la boca para no dejar salir las palabras. Un sudor de
narcómano empezó a salirle por la piel, y temió que por los
poros le salieran las palabras. Juntó sus rodillas con fuerza
hasta que le dolieron, a fin de que todos los orificios quedaran
cerrados. Cuando pensaba en Irina, las palabras parecían
abrirse paso a la fuerza como una serpiente, así que mejor
pensó en Nikitin —no en el Nikitin que estaba a su lado en la
cama, porque era un amigo insistente, que había arrancado
una confesión, sino en el Nikitin de antes—. El viejo Nikitin era
un sujeto esquivo, escabullándose, incidiendo en la escasa
lucidez de la mente de Arkady. La paranoia del momento
abrumaba el recuerdo. El único hombre del mundo en quien
podía confiar era Nikitin, el Nikitin que estaba junto a él. Se
estremeció e intentó taparse los ojos y los oídos, retrocediendo
desde las últimas palabras pronunciadas por Nikitin hasta las
que había dicho antes de aquéllas, y así sucesivamente,
examinando de esa manera burda al nuevo Nikitin para
obtener un indicio del anterior.
—Soy tu único, tu más querido y entrañable viejo amigo —
dijo Nikitin.
Arkady bajó sus manos. Tenía el rostro cubierto de lágrimas,
pero había un fulgor de alivio en su mente. Levantó una mano
como si sostuviera una pistola y tiró de un gatillo imaginario.
—¿Qué ocurre? —preguntó Nikitin.
Arkady no habló, porque las palabras relativas a Irina aún
esperaban brotar de su boca. Sin embargo, sonrió. Nikitin no
debió haber mencionado el episodio de la pistola cuando llegó
a la habitación de Arkady; ésa fue la conexión. Apuntó a la cara
de Nikitin y fingió disparar nuevamente.
—Soy tu amigo —dijo Nikitin con menos convicción.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 370

Arkady disparó todo un cargador de balas invisibles, volvió a


cargar su imaginaria pistola y disparó más tiros. Algo de su
locura penetró en Nikitin. Tras algunas protestas guardó
silencio; luego, retrocediendo ante la mano vacía de Arkady, se
levantó de la cama. Y como el Nikitin de antes, mientras más
se acercaba a la puerta más aprisa se movía.

2
Al principio del verano Arkady fue trasladado a una finca en
el campo. Era una residencia aristocrática con una vistosa
fachada de columnas blancas y puertas francesas, pórticos que
daban a invernaderos de cristal, con su pequeña iglesia usada
ahora como garaje, y una cancha de tenis en la que los
guardias jugaban a balonvolea todo el rato. Arkady era libre de
pasear por donde quisiera siempre que regresara a tiempo
para cenar.
La primera semana una avioneta descendió a la pista de
aterrizaje trayendo un par de interrogadores, al comandante
Pribluda, una bolsa de correo y artículos tales como carne y
fruta fresca, que sólo se podían adquirir en Moscú.
Los interrogatorios se efectuaban dos veces al día en un
invernadero. No dejaron más plantas que algunos enormes
árboles encorvados, tan fuera de lugar como sirvientes
formales. Arkady se sentaba en una silla de mimbre entre los
interrogadores. Uno era psiquiatra y las preguntas eran sutiles;
como siempre que el interrogatorio es cordial, reinaba un
ambiente de compañerismo.
El tercer día, a la hora del almuerzo, Arkady encontró a
Pribluda solo en el jardín. Su chaqueta colgaba del respaldo de
la silla de hierro forjado. El comandante estaba limpiando su
pistola, manejando con destreza entre sus dedos regordetes el
lienzo y las demás piezas. Levantó la vista sorprendido cuando
Arkady se sentó en una silla al otro lado de la mesa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Arkady—, ¿por qué te dejan aquí?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 371

—Mi trabajo no consiste en interrogarte —dijo Pribluda. Sus


feos ojos honestos se habían convertido en un factor constante
para Arkady, y en un alivio después de una mañana con los
oficiales que había enviado el KGB—. De todas maneras, ellos
son especialistas; saben lo que están haciendo.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Me ofrecí como voluntario.
—¿Cuánto tiempo te quedarás?
—Mientras estén los interrogadores.
—Sólo trajiste un recambio de camisa; no te durará mucho.
Pribluda asintió con la cabeza y continuó limpiando el arma;
el sol lo empezaba a hacer sudar. Ni siquiera se había
arremangado, aunque trabajaba con tanto cuidado que no
había peligro de que se ensuciara de aceite.
—Si tu trabajo no consiste en interrogarme, ¿en qué consiste?
—preguntó Arkady.
Pribluda empujó hacia delante el cañón del arma, fuera de las
guías del receptor. De éste recogió el mecanismo del martillo.
Un arma desarticulada se parecía, según Arkady, a un inválido
desvestido.
—Quieres decir que tu trabajo consiste en matarme,
comandante. Habla... te prestaste como voluntario.
—No das mucha importancia a tu vida —Pribluda hizo
resbalar las balas fuera del cargador una a una como si fueran
pastillas.
—Eso se debe a que no le dan la debida importancia. Si me
vas a matar cuando se te acaben las camisas limpias, ¿cómo
puedo hablar con seriedad?
Arkady no creía que Pribluda lo matara. Pribluda se había
ofrecido como voluntario para hacerlo, de eso no cabía duda, y
a cada hora que pasaba se preparaba para realizar su misión,
pero Arkady no creía que eso fuera a ocurrir. Así, a la mañana
siguiente, cuando un automóvil llevó a los interrogadores y a
Pribluda a la pista de aterrizaje, Arkady les siguió a pie. Llegó a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 372

tiempo para ver a Pribluda fuera de la avioneta hablando


furioso a los dos hombres que ya estaban dentro del aparato.
El avión partió sin él, y éste se metió en el automóvil. Cuando
el chófer le preguntó a Arkady si quería que lo llevara de
regreso, el investigador contestó que caminaría para
aprovechar el buen día que hacía.
Salvo por las leves ondulaciones del terreno, la campiña era
plana. El sol matutino extendía su sombra treinta metros a lo
largo del camino, en tanto que la de los árboles se prolongaba
hasta cien. Éstos eran escasos, prevaleciendo los arbustos de
moras. En la hierba silvestre, había toda clase de flores y
saltamontes brillantes como el jade. Tendido en la hierba,
Arkady se dio cuenta de que le observaban con binoculares
desde el caminillo de arriba de la casa principal. Nunca se le
ocurrió escapar.

Arkady y Pribluda comieron en la única mesa arreglada de un


comedor de fantasmales lienzos que servían de guardapolvos.
Con sus ropas sucias al comandante quiso estar más cómodo y
se aflojó la pistolera del hombro, separando de sus sobacos la
tela de la camisa. Arkady lo contemplaba con interés. Un
hombre a punto de ser fusilado siempre mira al verdugo con
sumo interés, y al prolongarse indefinidamente el balazo fatal,
Arkady tenía la oportunidad de estudiar de cerca a su presunto
ejecutor.
—¿Cómo piensas matarme? ¿Por la espalda, de frente?
¿Apuntarás a la cabeza o al corazón?
—A la boca —dijo Pribluda.
—¿Fuera de la casa, o dentro? Un baño se limpia fácilmente.
Con una expresión truculenta el comandante volvió a llenar
de limonada su vaso. No se permitía beber vodka en la casa, y
Arkady era el único que lo notaba a faltar. Tras largos días de
jugar al balonvolea los guardias se dedicaron al pimpón hasta
bien entrada la noche, antes de irse a dormir.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 373

—Ciudadano Renko, ya no eres un investigador, no tienes


ningún grado o posición de ninguna naturaleza, no eres nada.
Simplemente puedo decirte que te calles.
—Ah, pero por esa misma razón, comandante, ahora que no
soy nada no tengo que obedecerte.
Era lo mismo que Irina le había dicho a él, pensó. Cómo
cambian las cosas.
—Dime, comandante —preguntó—, ¿ha tratado alguien de
matarte?
—Sólo tú —Pribluda retiró su silla y dejó su comida, sin
probar.

Por aburrimiento, Pribluda empezó a trabajar en el jardín. En


camiseta, con los pantalones enrollados y dos pañuelos atados
alrededor de sus rodillas, arrancaba hierbas.
—Es demasiado tarde para plantar otra cosa que no sean
rábanos, pero se hace lo que se puede.
—¿Cuál es tu precio? —preguntó Arkady desde el porche.
Atisbo el firmamento en busca del avión proveniente de Moscú.
—Hago esto por gusto, no es un trabajo —murmuró el
comandante—. No voy a dejar que lo arruines. Huele eso —
levantó a la altura de su nariz un poco de tierra rica en turba—.
Ninguna otra tierra en el mundo huele igual.
El cielo estaba vacío, así que Arkady bajó la vista hacia el
comandante y a su puñado de tierra. Su gesto le recordó
mucho al momento en que hurgó los cadáveres del parque
Gorki. Arkady pensó otra vez en las víctimas del comandante
en el río Kliazma. Sin embargo, estaban en un jardín
campestre, Arkady con cicatrices de las costillas a las ingles, y
Pribluda en las rodillas.
—Encontraron el dinero de Iamskoy. Eso es lo que ha
detenido todo —comunicó Pribluda—. Desmantelaron su dacha
tabla por tabla y cavaron todo el lugar. Finalmente lo hallaron
bajo un cobertizo, según oí decir, donde guardaba patos y
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 374

gansos muertos. Había una fortuna. No entiendo por qué se


molestó en acumularla. ¿En qué iba a gastarla?
—¿Quién sabe?
—Yo dije que eras inocente. Dije desde el principio que eras
inocente. El detective Fet era un maldito soplón, así que estoy
orgulloso de decir que actué conforme a mi instinto. Todos
decían que ningún investigador «sénior» llevaría a cabo la
investigación que tú alegas haber efectuado contrariando las
órdenes de un fiscal. Yo dije que tú lo harías solamente porque
sabía lo mucho que deseabas desprestigiarme. Todos decían
que si Iamskoy era tan corrupto como asegurabas, tú también
debías de serlo, y que sólo se trababa de un caso de ladrones
descubiertos. Dije que eras capaz de hundir a una persona sin
razón alguna para hacerlo. Te conozco. Eres un hipócrita de lo
peor.
—¿Por qué?
—Si obedezco órdenes me llamas asesino. ¿Qué me
importaban a mí esos prisioneros de la prisión de Vladimir? No
se trató de nada personal... ni siquiera los conocía. Sólo eran
para mí enemigos del Estado, y tenía el encargo de librarme de
ellos. No todo en este mundo puede hacerse de manera
perfectamente legal... para eso se nos dio la inteligencia.
Debiste colegir que yo había recibido órdenes. Más por
capricho, por algún sentimiento de superioridad, querías
ponerte en contra mía... en otras palabras, matarme por
cumplir con mi deber. Por eso eres peor que un asesino; eres
un esnob. Anda, ríe, pero admite que hay diferencia entre el
deber y el mero egoísmo.
—Tienes razón —aceptó Arkady.
—¡Ajá! Entonces sabías que yo obedecía órdenes...
—Rumores —dijo Arkady—, te guiabas por rumores.
—Rumores pues, ¿y qué? ¿Qué me hubiera pasado si no lo
hubiera hecho?
—Habrías tenido que dejar el KGB, tu familia te hubiera
dejado de hablar, hubiera sido embarazoso tenerte como
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 375

amigo, no podrías ir a las tiendas especiales, te hubieras tenido


que trasladar a un departamento más pequeño, tus hijos
hubieran perdido sus tutores y suspendido los exámenes para
entrar en la universidad, hubieras dejado de tener derecho a
un automóvil, no confiarían en tí en ningún nuevo empleo que
te dieran... y además, sí no los hubieras matado tú, lo habría
hecho otro. Yo tuve un matrimonio desastroso, no tuve hijos y
no me importaba demasiado tener o no tener automóvil.
—¡Eso es exactamente lo que digo!
Arkady volvió a mirar un rastro de vapor dejado por un avión
de propulsión en el cielo. No era nada que le importara, a
menos que planearan bombardearlo desde el aire. Oyó a
Pribluda rascar la tierra y el susurro suave de las semillas.
Mientras él viviera, Irina estaría viva.
—Si soy inocente, quizá no tendrás que matarme.
—Nadie es completamente inocente —dijo el comandante.

El aeroplano trajo más interrogadores, alimentos y ropa


limpia para Pribluda. A veces los interrogadores eran
diferentes, otras los mismos; algunos usaban drogas, otros
hipnosis, cada uno permanecía una noche y se marchaba.
Ahora que tenía ropa limpia, Pribluda se cambiaba todos los
días —cuando no le veían los investigadores— a un atavío
ordinario de jardinero, con los pantalones arremangados, una
camiseta, pañuelos en las rodillas y zapatos viejos. Conservaba
cerca su pistola, colgada por la funda a una estaca. Luego
aparecieron hileras de rábanos, lechugas y zanahorias.
—Será un verano seco, lo presiento —le dijo a Arkady—. Hay
que sembrar un poco más hondo.
Maldiciendo, le seguía cuando Arkady realizaba uno de los
largos paseos por la finca.
—No voy a escaparme —le dijo Arkady—. Te lo prometo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 376

—Hay pantanos que pueden ser peligrosos —el comandante


estaba a diez metros de distancia—. Ni siquiera sabes dónde
pisas.
—No soy un caballo. Si me rompo una pierna no me matarás.
Por primera vez Arkady oyó reír a Pribluda, pero el
comandante tenía razón. A veces Arkady emprendía sus
caminatas todavía tan drogado con pentotal sódico que podía
haber tropezado contra un árbol sin darse cuenta. Caminaba
de la forma en que camina un hombre cuando considera que
sólo andando puede hallarse a sí mismo. Lejos de la casa y de
las toallas llevadas como precaución al diván para las veces en
que una inyección le hacía vomitar. Un interrogatorio es en
gran parte un proceso de renacimiento efectuado de la manera
más torpe posible, un sistema en el que la comadrona intenta
traer al mundo al mismo bebé una docena de veces de una
docena de maneras diferentes. Arkady caminaba hasta que el
veneno del día se diluía con el oxígeno; luego se sentaba a la
sombra de un árbol. Para comenzar, Pribluda insistía en
sentarse bajo el sol; le llevó una semana aceptar la sombra.
—Supe que hoy es tu último día —dijo Pribluda con sonrisa
afectada—, el último interrogador, la última noche. Vendré por
ti cuando estés dormido.
Arkady cerró los ojos y oyó el ruido de los insectos. Cada
semana hacía un poco más de calor y los insectos eran un poco
más ruidosos.
—¿Quieres que te entierren aquí? —le preguntó Pribluda—.
Vámonos, estoy perdiendo la paciencia, vámonos.
—Ve a cultivar tu jardín —Arkady mantuvo cerrados los ojos,
alentando la esperanza de que el comandante se fuera.
—Debes de odiarme mucho —dijo Pribluda al cabo de un rato.
—No tengo tiempo para eso.
—¿No tienes tiempo para eso? Es lo único que tienes: tiempo.
—Cuando estoy despierto y no estoy muy drogado y puedo
pensar, no tengo tiempo para preocuparme por ti, eso es todo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 377

—Preocuparte por mí; te voy a matar.


—No te excites, no lo harás.
—No estoy excitado. —Pribluda elevó la voz. Ya más
controlado, agregó—: He estado esperando esto todo el año.
Estás loco, Renko —estaba disgustado—. Olvidas quién manda
aquí.
Arkady no dijo nada. En el campo se oía el revolotear de
pequeños pájaros que hostigaban a un cuervo; parecían un
compás de música que se moviera por el aire. Determinó por el
corto radio de acción de los aviones de pasajeros Antonov que
volaban por encima de él, su constante frecuencia y su rumbo
hacia el cálido sur, que se encontraba a una hora del
aeropuerto de Demodovo, ubicado en las afueras de Moscú.
Los psiquiatras enviados a interrogarlo estaban adscritos a la
clínica Serbsky del KGB en Moscú, por lo que dedujo que Irina
estaba ahí.
—Entonces, ¿en qué piensas? —preguntó Pribluda
exasperado.
—Pienso en que nunca supe cómo pensar. Creo que
improviso conforme se presentan las circunstancias. No sé. Por
primera vez éstas no se me imponen.
Abrió los ojos y sonrió.
—Estás loco —dijo Pribluda con seriedad.
Arkady se puso en pie y se estiró.
—¿Quieres ir con tus semillas, comandante?
—Ve a moler a tu madre, sabes que sí.
—Di que eres humano.
—¿Qué?
—Regresaremos —dijo Arkady—. Todo lo que tienes que hacer
es decir que eres humano.
—No tengo que hacer nada. ¿Qué clase de juego es éste?
Estás tan loco, Renko, que me enfermas.
—No debe ser tan difícil, decir que eres humano.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 378

Pribluda caminó en un apretado círculo, como si se estuviera


atornillándose a la tierra y dijo:
—Sabes que lo soy.
—Dilo.
—Te mataré por esto... solamente por esto —prometió
Pribluda—. Para acabar de una vez —su voz se volvió
monótona—, soy humano —dijo.
—Muy bien. Ahora podemos partir —Arkady echó a andar.

El nuevo interrogador era el doctor de manos revoloteantes


que en una ocasión habló en una reunión efectuada en las
oficinas del fiscal.
—Permítame decirle cuál es mi análisis —le dijo a Arkady, al
final de la sesión—. Por cada verdad que nos han dicho usted y
la mujer Asanova, hay una mentira. Ninguno de ustedes fue
directamente miembro de la camarilla Iamskoy—Osborne, pero
cada uno de ustedes estuvo involucrado indirectamente con
ella, y ambos estuvieron y están involucrados mutuamente.
Con su amplia experiencia como interrogador y la larga
experiencia de ella como sospechosa, confían en confundirnos
y resistir más que nosotros. Alientan falsas esperanzas. Todos
los criminales alientan vanas esperanzas. Usted y la mujer
Asanova padecen del síndrome de la patoheterodoxia.
Sobreestiman sus poderes personales. Se sienten aislados de
la sociedad. Pasan de la excitación a la tristeza. Desconfían de
la gente que más quiere ayudarles. Está resentido con las
autoridades aunque también las representa. Cree usted ser la
excepción de todas las reglas. Subestima la inteligencia
colectiva. Lo que está bien le parece mal, y lo que está mal,
bien. La mujer Asanova es un caso obvio, clásico, que
comprende cualquiera y fácil de tratar. El de usted es un caso
más tortuoso y peligroso. Ambos nacieron con nombre famoso
y grandes ventajas. A pesar de la marcada tendencia a
mantener un cierto egoísmo político, ascendió usted a una
posición de significación en el sistema de justicia. Después de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 379

combatir heroicamente a un superior poderoso, entró usted en


la conspiración criminal con esa mujer para ocultar hechos
importantes de esta pesquisa. ¿Cuál fue su relación real con
Osborne? ¿Qué transacciones ocurrieron entre usted y el
agente norteamericano de inteligencia, William Kirwill? ¿Por
qué dejó marchar a Osborne? He oído sus respuestas. Creo que
la parte sana de usted quiere proporcionarme respuestas
reales, y con terapia suficiente lo haría. Pero no tendría objeto.
Ya tenemos las respuestas verdaderas. Ulteriores
interrogatorios en este sentido, estoy convencido, sólo
alimentarán sus malsanas ilusiones. Tenemos que pensar en el
bien común. Así, que he recomendado que se haga con usted
un escarmiento y que pague la pena máxima tan rápidamente
como sea posible. Usted y yo tenemos una sesión más
programada para mañana por la mañana antes de que yo
parta a Moscú. Ya no tengo más preguntas que hacerle. Sin
embargo, si tiene nueva información, ésa será su última
oportunidad para proporcionarla. De lo contrario, adiós.

Pribluda vació con cuidado la cubeta de agua. El agua,


lanzando destellos como un carámbano, corrió por un canal
hasta una zanja donde había lechugas, hasta que Arkady
amontonó tierra para desviar el agua a otra zanja. Avanzaba de
rodillas de hilera en hilera, remodelando una serie de
diminutas zanjas hasta que todo el jardín quedó inundado.
—Es un verdadero Nilo —dijo.
—¡Bah!, el suelo está demasiado seco. ¿Una docena de
cubetadas para un jardín de este tamaño? —Pribluda movió
negativamente la cabeza—. Es una sequía.
—El sector agrícola privado del Comité para la Seguridad del
Estado nunca se secará, estoy seguro.
—Te ríes; pero yo procedo de una granja. La sequía es una
cosa seria, y puedo presentir la llegada de una sequía.
Confieso que me uní al ejército para alejarme de la granja —
Pribluda levantó un hombro, un gesto gracioso para un hombre
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 380

de su figura—, pero en el fondo sigo siendo hombre de campo.


Ni siquiera hay que pensarlo; se puede sentir la proximidad de
una sequía.
—¿Cómo?
—La garganta te cosquillea durante tres días. Eso se debe a
que el polvo no se ha asentado. También hay otras maneras.
—¿Como cuáles?
—La tierra. El suelo es como un tambor. Es cierto... tú lo
puedes oír. Cuando la cubierta de un tambor se pone más
caliente y seca, ¿qué ocurre? Se hace más sonora. Lo mismo
pasa con el suelo. Escucha —Pribluda golpeó el suelo con el pie
— Suena hueco. La masa de agua está descendiendo —golpeó
el suelo entre las cubetas, encantado de su nueva habilidad
para divertir, golpeando más fuerte mientras más reía Arkady
—. Esto es ciencia campesina. ¿Oyes la tierra? Puedes oír lo
seca que tiene su garganta. Creías que los de ciudad lo sabíais
todo —Pribluda realizó una danza grotesca, pateando las
cubetas hasta que tropezó y se sentó con una sonrisa de
payaso.
—Comandante —Arkady lo ayudó a levantarse—, usted es
quien debe ver al psiquiatra, no yo.
—Ya es hora de tu última sesión —dijo Pribluda poniéndose
serio—. ¿No vas a ir?
—No.
—Yo sí tengo que asistir. —El comandante miró a otro lado. Se
puso la camisa, bajó la parte remangada del pantalón, limpió el
polvo de sus zapatos y se puso la chaqueta, tratando de
parecer presentable. Al mismo tiempo vieron ambos sus pistola
y funda colgando de una estaca en medio del jardín inundado.
—Se la traeré —dijo Arkady.
—No. Yo iré por ella.
—No sea tonto, usted tiene puestos los zapatos. Yo no.
Mientras el comandante gritaba, Arkady se metió en el lodo y
tomó la funda con la pistola de la estaca. El comandante
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 381

guardaba silencio mientras Arkady regresaba a terreno seco.


Arkady le devolvió la pistola, Pribluda puso el cañón del arma
en la cabeza de Arkady.
—No toques mi pistola —estaba furioso—. ¿No sabes lo que
ocurre aquí, no sabes nada?

Arkady y Pribluda ya no trabajaban juntos en el jardín, y las


legumbres se marchitaron por no regarlas. Bajo el cielo vacío
los campos se amarillearon a medio crecer. Todas las puertas y
ventanas de la casa estaban abiertas con la esperanza de que
por ellas entrara una brisa.
Zoya entró. Estaba más delgada, con los ojos hinchados,
aunque mostró una sonrisa.
—El juez dice que debemos hacer otro intento por salir
adelante —explicó Zoya—. Dijo que nada era definitivo y yo
cambié de opinión.
—¿Cambiaste de opinión?
Se sentó junto a la ventana y se abanicó con su pañuelo. Su
trenza infantil de cabello dorado aparecía más delgada, más
vieja; como una peluca, pensó él.
—Sólo tuvimos algunas dificultades —dijo ella. —Ah.
—Quizá fue mi culpa.
Arkady sonrió. Zoya dijo que tal vez había sido su culpa de la
misma manera en que un burócrata discute un cambio de
política en su departamento.
—Tienes mejor aspecto de lo que esperaba —dijo ella.
—Bueno, aquí no hay otra cosa que hacer que ponerse
saludable. Hace semanas que no me interrogan. Me pregunto
qué ocurrirá después.
—En Moscú hace mucho calor. Tienes suerte de estar aquí.
Zoya continuó diciendo que, aunque nunca podrían regresar
a vivir en Moscú, le habían asegurado que le encontrarían un
empleo a él en una población agradable lejos de las presiones
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 382

de la capital. Tal vez sería profesor. Juntos podrían enseñar.


Quizá también era el momento de empezar a tener familia. De
hecho, podría regresar aquí para una visita conyugal más
prolongada.
—No —dijo Arkady—. La verdad es que no estamos casados y
no nos queremos. Yo ciertamente no te amo. Ni siquiera me
siento responsable por lo que eres.
Zoya dejó de abanicarse y miró con desdeño más allá de
Arkady, a la otra pared del cuarto, con las manos en su regazo.
Cosa extraña, al perder peso y curvas sus músculos de
gimnasta se hacían más voluminosos, sus pantorrillas se
convertían en bíceps.
—¿Hay otra mujer? —evidentemente no olvidó hacer esta
pregunta.
—Zoyushka, hiciste muy bien en dejarme, y ahora debes
permanecer lo más lejos de mí que puedas. No te tengo rencor.
—¿No me tienes rencor? —pareció enfadarse y repitió lo que
había dicho más vehemente, más sarcásticamente—. ¿No me
tienes rencor? Mira lo que me has hecho. Schmidt me dejó.
Pidió mi traslado a otra escuela, ¿y quién puede culparlo? Me
quitaron la credencial del Partido; no sé qué van a hacer con
ella. Arruinaste mi vida como lo tramaste desde el día en que
te conocí. ¿Crees que fue idea mía venir aquí?
—No. A tu manera, siempre has sido bastante sincera, así
que me sorprendió verte.
Zoya presionó sus puños contra sus ojos y apretó tanto la
boca que los labios se le pusieron pálidos; tras un momento
apartó sus manos, tratando de sonreír nuevamente, con sus
ojos azules húmedos y brillantes cuando habló:
—Sólo tuvimos dificultades. No fui lo suficientemente
comprensiva. Comenzaremos de nuevo.
—No, por favor.
Zoya le cogió la mano. El había olvidado lo callosos que el
ejercicio le había puesto los dedos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 383

—Hace mucho que no dormimos juntos —murmuró—. Me


podría quedar esta noche.
—No. —Arkady apartó su mano de la de ella.
—Canalla —Zoya le arañó la mano.
El avión se llevó a Zoya antes de la hora de la cena. La
experiencia de ver humillarse ante él a la mujer que había sido
su esposa fue bastante deprimente.
Aquella noche despertó deseando intensamente a Irina. Su
cuarto estaba negro alrededor de una ventana de estrellas.
Permaneció de pie, desnudo. Un contacto, aun la más breve
rozadura de la sábana habría provocado un alud de placer y
alivio, y no habría sentido vergüenza. Pero aliviar el deseo
habría borrado la imagen de ella. Era más que una imagen, era
una aparición de Irina dormida en una cama azul. Había estado
en su sueño, luego en su cuarto; pasó por la ventana y
revoloteaba afuera. Podía sentir el calor de ella a través del
vidrio. Era la conmoción de la vida.
No de la vida ordinaria. La vida ordinaria era una
interminable cola de espaldas, el aliento de otros hombres. En
la vida ordinaria la gente iba a oficinas y hacía cosas terribles,
iba a casa y, aún en el barullo del departamento comunal,
bebía, juraba, hacía el amor, libraba una batalla por un poco de
dignidad, y de alguna manera sobrevivía. Irina se elevaba por
encima de esa multitud. Ostentaba una belleza extraordinaria
cubierta con una chaqueta maltrecha, como muestra de
honestidad, una mancha en su mejilla, no le importaba la
insignificante supervivencia. En cierta manera no era una
persona en absoluto. Arkady entendía bien a otras personas;
como investigador ése era su mérito, pero no entendía a Irina y
sospechaba que nunca podría penetrar vastas áreas de su
personalidad. Había aparecido como un cometa y lo había
arrastrado con su caudal. Él la había seguido, pero no la
conocía, y había sido él quien había sido desleal.
En los meses pasados había actuado como si estuviera casi
muerto, erigiendo una defensa de impasibilidad contra los
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 384

sondeos de los interrogadores. Era un suicidio necesario, para


complacer a los asesinos. Pero era una muerte, de todas
maneras. Ahora se le había aparecido esa imagen de ella, y por
una noche, cuando menos, él había estado vivo.

Los incendios de la turba empezaron al mes siguiente.


Durante días todo el horizonte septentrional quedó cubierto de
una neblina morada. El avión de las provisiones tuvo que
regresar sin aterrizar una tarde, y a la mañana siguiente el
horizonte sur también quedó cubierto de humo. Se presentó
entonces un coche de bomberos con un ingeniero y hombres
con cascos de hule y capas que los hacían parecer soldados
medievales. El ingeniero ordenó evacuar la casa. No irían a
Moscú porque las carreteras estaban cortadas o bloqueadas, y
todas las personas aptas estaban siendo reclutadas para
combatir el fuego.
Era una verdadera batalla. A unos treinta kilómetros de la
casa había un puesto de mando que controlaba centenares de
bomberos, ingenieros del ejército y voluntarios organizados
como infantería alrededor de tanques móviles de agua,
máquinas excavadoras y tractores. El grupo de la casa —
Arkady, Pribluda, una veintena de guardias, sirvientes y
cocineros— formó una línea de reserva provista de palas.
Arkady quedó en medio. Pero tan pronto como cruzaron la
primera línea de fuego y entraron en acción, el grupo empezó
a desintegrarse. Había que apagar el incendio de la maleza,
que se propagaba fuera de la línea. Había repentinos cambios
de viento y el humo cegaba y ahogaba a los hombres
haciéndoles caminar en direcciones diferentes. Había antiguas
zanjas en las que un hombre o todo un tractor caían. El resto
de la línea marchaba hacia una nueva cortina de humo, salía
detrás de dos tractores y no sabía a cuál de los dos seguir.
Hombres con ropas quemadas se presentaban de quién sabe
dónde corriendo en busca de un lugar seguro, o golpeando con
valentía la tierra ante un nuevo brote de fuego justo frente a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 385

las llamas. De la gente con quien salió Arkady, solamente


conocía a Pribluda.
El fuego era incontrolable mientras. Un arbusto se encendía
como una caja de cohetes chinos; otro, se convertía de pronto
en una antorcha. El problema era la turba. A esas alturas,
Arkady ya sabía que estaba cerca de la población de Shatura.
Shatura era famosa por haberse erigido allí la primera planta
de energía eléctrica después de la Revolución, utilizando como
combustible la turba. La tierra misma se incendiaba; bajo la
superficie ardía la turba, de modo que aunque se apagara un
incendio el fuego surgía por otra parte. Una máquina
excavadora volcó en la tierra quemada y ahuecada, liberando
gas metano que estalló entre los voluntarios como si fuera una
bomba. El intenso calor era abrumador. Todos escupían cenizas
y sangre al toser. Los helicópteros cruzaban por encima
arrojando toneladas de agua que caían como una sofocante
lluvia de vapor y humo. Los hombres con los ojos llorosos se
agarraban a los cinturones de sus compañeros en una ciega
cadena.
El plan era contener el fuego, pero los campos de turba eran
demasiado inmensos, y las victorias contra el voraz elemento,
inútiles ya que el enemigo atacaba por debajo de la tierra.
Conforme se retiraba cada línea de defensa, los hombres de las
posiciones iniciales quedaban más atrapados. De pronto
Arkady no supo hacia dónde retroceder. Oyó gritos confusos
entre el humo en todas direcciones. Un promontorio de tierra
abierta terminaba en un tractor quemado; por dondequiera
había palas abandonadas. Pribluda, con la cara manchada, se
sentó con las piernas regordetas estiradas, jadeante y
exhausto. La voz del comandante era tan débil que Arkady
apenas pudo entender lo que decía con amargura:
—Vete de aquí. Salva el pellejo. Ésta es tu gran oportunidad.
Puedes quitarle sus documentos a algún pobre sujeto muerto si
no mueres tú quemado. Es la oportunidad que has estado
esperando. De todas maneras te atraparemos; te mataría si no
estuviera convencido de eso.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 386

—¿Qué vas a hacer tú? —preguntó Arkady.


—No soy tan tonto para esperar aquí a morir quemado, te lo
aseguro. Pero no soy cobarde.
Pribluda parecía más que nada un puerco desjarretado. Altas
nubes de humo cayeron sobre ellos al cambiar de dirección el
viento. Arkady siempre había presentido que Pribluda no lo
mataría; no sabía si moriría en el incendio. Por lo menos ésa
sería una muerte natural, no causada por nueve gramos de
plomo en la nuca disparados por su colega.
—¡Corre! —gritó Pribluda tosiendo.
Arkady levantó al comandante y lo apoyó en su hombro. Ya
no veía ni el tractor, ni los árboles ni el sol. Se encaminó hacia
la izquierda, donde estaba el último sendero que recordaba.
Balanceándose bajo el peso de Pribluda, tropezando con los
escombros, pronto no supo si avanzaba a la izquierda, a la
derecha o en círculo, pero sabía que ambos morirían si se
detenía. Era la claustrofobia de no respirar, de mantener la
boca cerrada como si una mano se la tapara. El vacío de sus
pulmones presionaba su tráquea. Con sus ojos entrecerrados
divisaba sólo la maleza incendiada. Cuando ya no podía seguir
adelante y el humo era tan espeso que tenía que cerrar
completamente los ojos, se ordenaba a sí mismo dar otros
veinte pasos, y cuando el humo estaba peor, otros veinte
pasos más, y luego diez más, y otros cinco. Cayó en una zanja
de agua salobre. Era honda como un hombre, pero poco
profunda, y entre ella y el borde de la zanja pasaba una leve
corriente de aire. Pribluda tenía los labios violáceos. Arkady lo
puso de espaldas sobre el agua y lo hizo inhalar aire. Se
restableció un poco, pero el calor había aumentado.
Arkady lo arrastró por la zanja. Sobre ellos caían chispas que
les quemaban y perforaban sus camisas. Finalmente la zanja se
elevó y terminó. Al principio, Arkady creyó haber regresado al
campo donde había llegado aquella mañana. Luego vio que las
máquinas excavadoras, los tanques de agua y los vehículos de
bomberos estaban ennegrecidos y maltrechos, algunos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 387

volcados al explotar sus tanques de combustible y que lo que


parecían montículos en el campo chamuscado eran cadáveres
de hombres muertos el día anterior. Algunos al parecer se
habían refugiado del humo en el tiro de un cortador de turba;
ahora eran esqueletos. La turba es mantillo anaerobio,
desperdicio orgánico tan antiguo que ha consumido todo su
oxígeno. Pocos microbios sobreviven en la turba —quizá veinte
o treinta por metro cúbico—. Expuestos al aire y al agua, los
microbios se reproducen al instante en muchos millones, un
cúmulo de vida voraz que corroe la carne como si fuera ácido.
Las paredes del tiro estaban perforadas por los esfuerzos que
hicieron por escapar de ese santuario. Una capa de hule yacía
sobre un brazo. De dos de los cadáveres que estaban en el
suelo, Arkady tomó dos recipientes de agua intactos, improvisó
unas máscaras con su camisa, las mojó y se puso una ¿I y otra
a Pribluda, y emprendió la marcha al acercarse el humo.
Avanzaron con la intención de mantener el humo a sus
espaldas. En un momento, Arkady tropezó cerca de una zanja.
Pribluda, que iba delante de él se volvió y le tendió la mano
evitando que cayera. Siguieron a través de más llanuras
ardientes, más escenas de desastre y heroísmo dispersas al
azar con mano generosa, de muertes en una guerra de la que
nunca se informaría en ningún periódico, salvo por un párrafo
que explicara el arribo a Moscú de una lluvia de cenizas
acarreadas por el viento.
Finalmente llegaron a una empalizada de árboles totalmente
quemados.
—Ya no hay a dónde ir, el humo está en todas partes —dijo
Pribluda al ver la oscuridad que se cernía sobre ellos—. ¿Para
qué viniste aquí? Mira, los árboles vuelven a arder.
—No es humo, es la noche. Ésas son estrellas —dijo Arkady—.
Estamos a salvo.
El fuego no había tocado la casa. Unos días después llegó la
lluvia, violentas tormentas que apagaron el fuego, y luego los
guardias volvieron a jugar al balonvolea y el avión trajo
suministros frescos, incluso helado. También vino el procurador
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 388

general, se quitó el impermeable y habló con la cabeza


inclinada hacia abajo, y las manos en la espalda.
—Usted quiere que todo el sistema de justicia se doblegue.
Usted es sólo un hombre, un investigador que ni siquiera es
importante. Sin embargo, la razón y la persuasión no le han
producido ningún efecto. Conocemos todo el alcance de la
complicidad de la mujer Asanova con el agente extranjero
Osborne y los traidores Borodin y Davidova. Sabemos que
usted retiene información acerca de la mujer Asanova, y
respecto a la relación que existe entre usted y ella. Un
investigador que hace eso, escupe deliberadamente en la cara
de su país. Cuando se nos acabe la paciencia, usted sólo
encontrará ira.
A la semana siguiente el doctor de la clínica Serbsky regresó.
No intentó analizar a Arkady sino que salió con Pribluda a lo
que había sido su huerto. Arkady los observó desde una
ventana superior. El doctor habló con Pribluda, discutió y
finalmente insistió. Abrió un portafolios para mostrarle una
aguja hipodérmica del tamaño usado para caballos, depositó el
portafolios en sus manos y regresó de inmediato a la pista de
aterrizaje. El comandante se alejó y se perdió de vista.
Por la tarde Pribluda llamó a la puerta del cuarto de Arkady y
lo invitó a ir a recoger hongos. A pesar del calor que hacía
llevaba puesta su chaqueta, y dos bolsas grandes para recoger
los hongos.
A menos de media hora de camino, había unos matorrales
que no habían sido tocados por el fuego, y donde la lluvia
mágicamente había hecho crecer hierba nueva, flores y, casi
de la noche a la mañana, hongos. Muchos de los árboles eran
grandes robles de más de cien años de edad que se arqueaban
sobre un suelo musgoso. Los hongos se buscaban siempre en
el reverso de una hoja, en la corteza decolorada de un árbol,
junto a las flores silvestres. Los propios hongos asumían el
aspecto de animales; disfrazados, quietos como conejos,
esperaban que los buscadores se alejaran. Saltaban a la vista y
parecían desvanecerse. Se les veía mejor con el rabillo del ojo,
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 389

uno color café aquí, entre las hojas un grupo estacionario de


hongos anaranjados, otro con el collar listado de un pequeño
dinosaurio, y otro más tratando de esconder una cabeza
escarlata. No se les designaba tanto por su nombre como por
la forma en que se preparaban: salados, secados en la estufa,
fritos, consumidos sin aderezo, con pan, con crema agria,
acompañados con vodka... pero qué clase de vodka: claro, de
sabor anís, a carvi, a cereza. La persona que buscaba hongos
tenía todo un año para pensar en su agasajo.
Mientras Pribluda arrancaba feliz sus hongos, Arkady
estudiaba su rostro, su frente estrecha, el borde de cabello
entrecano, su nariz chata, carrillos verrugosos, cuerpo
rechoncho, la chaqueta mal cortada sobre su pistolera. La
arboleda había quedado ya sumida en la penumbra cuando
Arkady se percató de que no habían ido a comer.
—No importa —comentó Pribluda—, mañana tendremos un
festín de hongos. Mira lo que encontré —abrió su bolsa para
mostrar la abigarrada colección que tenía dentro. Le explicó
con todo detalle cómo prepararlos y en qué festividad servirlos
—. Déjame ver los tuyos.
Arkady abrió su bolsa y dejó que su cosecha del día —todos
hongos delgados, verdosos y blancuzcos, enfermizamente
brillantes en las sombras— se desparramaran por el suelo.
Pribluda dio un salto atrás.
—¡Todos son venenosos! ¿Estás loco?
—El doctor te ordenó que me mataras —dijo Arkady—. No lo
hiciste en el trayecto hasta aquí, ¿así que lo harás al regreso?
¿Esperas a que oscurezca? ¿Será un balazo en la cabeza o una
inyección en el brazo? ¿Por qué no usar hongos?
—¡Cállate!
—No habrá ningún festín mañana, comandante. Estaré
muerto.
—No me ordenó nada; sólo lo sugirió.
—¿Es oficial del KGB?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 390

—Un comandante, igual que yo.


—Te entregó un portafolios.
—Lo enterré. No mato a un hombre de esa manera.
—No importa de qué manera sea; una sugerencia como ésa
es una orden.
—Exigí una orden escrita. —¡Tú!
—Sí, yo —dijo Pribluda desafiante—, ¿No me crees?
—Entonces mañana llegará una orden escrita y tú me
matarás. ¿Qué diferencia hay?
—Tengo la impresión de que hay un conflicto sobre la
decisión a tomar. El doctor actúa con precipitación. Quiero
instrucciones definidas por escrito. No soy un asesino. Soy tan
humano como tú —Pribluda pateó los hongos pálidos—. Lo soy.
De regreso, Pribluda estaba más reservado que Arkady. Éste
respiraba profundamente como si quisiera absorber la noche.
Pensó en su antiguo enemigo que caminaba a su lado. Pribluda
lo mataría cuando recibiera la orden escrita, pero había corrido
un riesgo al no hacerlo a la primera indicación. Era algo
insignificante para un condenado, mas para Pribluda era una
marca que permanecería en su historial.
—Mira a Venus —señaló Arkady a una estrella brillante en el
horizonte—. Eres del campo, comandante, debes conocer las
estrellas.
—No tiene uno tiempo para contemplar las estrellas.
—Ahí están las Pléyades —Arkady las señaló—. Allí está
Cefeo, Piscis por encima de ella, Acuario más allá. Qué noche
tan fantástica. Exceptuando la del incendio, ésta es la primera
noche que paso fuera de la casa desde que vine aquí. La cola
de Tauro está allá.
—Debiste haber sido astrónomo.
—Obviamente.
Caminaron un rato en silencio, salvo por el sonido que
producían sus pisadas, crujidos cuando atravesaban campos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 391

quemados, susurros cuando andaban entre hierba. Apareció la


casa, brillante en su propia bruma amarillenta. Arkady
distinguió hombres que salían corriendo del edificio provistos
de linternas y rifles. Se apartó de la brillantez para ver mejor la
noche.
—Todos nos hemos salido de órbita, comandante. Todos
estamos juntos. Alguien me arrastra, yo te arrastro, ¿a quién
arrastrarás tú?
—Necesito saber algo —dijo Pribluda—. Si nos hubiéramos
conocido hace un año, ¿aún así me habrías perseguido?
—¿Por los dos hombres que mataste en el río Kliazma?
—Sí —Pribluda miró con fijeza a Arkady.
Arkady oyó gritos, aunque las voces eran demasiado débiles
para entenderlas. Su propio silencio se le hizo embarazoso, y
resultó insoportable para Pribluda.
—Tal vez —Pribluda contestó su propia pregunta—, si
hubiéramos sido amigos entonces, yo no lo habría hecho.
Arkady se volvió hacia las pisadas que se acercaban y las
luces de las linternas que barrían su rostro.
—Cualquier cosa es posible —dijo.
Por costumbre, uno de los guardias derribó a Arkady con la
culata de su rifle.
—Tiene usted nuevos visitantes —dijo otro a Pribluda—. Hubo
un cambio.

3
En octubre Arkady fue llevado en avión a Leningrado y
conducido a lo que pareció un enorme museo que en realidad
era el palacio de las pieles. Entró a un anfiteatro donde había
hileras de escritorios rodeados de una columnata blanca. En el
escenario cinco oficiales uniformados del KGB —un general y
cuatro coroneles— estaban sentados en una tarima. El palacio
olía a carne muerta.
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El general habló con tono irónico:


—Me dicen que es una historia de amor —suspiró—. Habría
preferido una simple historia de interés nacional.
—Todos los años, Arkady Vasilevich, hombres de todas las
naciones del mundo toman asiento ante esos escritorios y
gastan setenta millones de dólares en pieles soviéticas. La
Unión Soviética es la primera nación exportadora de pieles del
mundo. Siempre lo hemos sido. La razón no son nuestros
visones, que son inferiores a los norteamericanos, o al lince, de
los que hay demasiado pocos, ni el caracul, que después de
todo, es piel de cordero; la razón es la cebellina soviética. La
cebellina, gramo por gramo, vale más que el oro. ¿Cómo cree
que el Gobierno soviético reaccionaría a la pérdida de su
monopolio de cebellina? —preguntó el general.
—Osborne tiene sólo seis cebellinas —dijo Arkady.
—Me asombra, durante meses he estado asombrado de lo
poco que usted sabe. ¿Cómo puede haber matado a tantos
hombres, al fiscal de la ciudad de Moscú, el alemán Unmann, a
oficiales de la Seguridad del Estado y de la milicia, y saber tan
poco? —pensativo, el general tiró de una de sus pestañas—.
¿Seis cebellinas? Con ayuda del viceministro auxiliar de
Comercio, Mendel, determinamos que, apoyado por su difunto
padre, el viceministro de Comercio, el norteamericano Osborne
se llevó subrepticiamente otras siete cebellinas hace unos
cinco años. Eran cebellinas ordinarias de las granjas colectivas
de los alrededores de Moscú. Los Mendel creyeron que Osborne
no podría criar animales de alta calidad. El joven Mendel nunca
se habría atrevido a ayudar al norteamericano a adquirir
cebellinas barguzin. Eso fue lo que dijo, y yo le creí.
—¿Dónde está Yevgeny Mendel ahora?
—Se suicidó. Era un hombre débil. Sin embargo, la cuestión
es que Osborne tenía hace cinco años, siete cebellinas de
calidad ordinaria. Estimamos conservadoramente que hay un
incremento del cincuenta por ciento anual, lo que le da ahora
unas cincuenta cebellinas. Mediante su conspiración con el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 393

siberiano Kostia Borodin obtuvo seis más. Cebellinas barguzin


machos. Haciendo el mismo cálculo, Osborne tendrá más de
doscientas cebellinas de alta calidad en cinco años y más de
dos mil en diez. Para entonces creo que podremos olvidarnos
del histórico monopolio soviético en cebellinas. Ciudadano
Renko, ¿por qué cree usted que todavía está vivo?
—¿Está viva Irina Asanova? —preguntó Arkady.
—Sí.
Arkady lo entendió todo. No iba a regresar a la casa de
campo y tampoco le iban a matar.
—Entonces, ustedes pueden utilizarnos —dijo.
—Sí. Los necesitamos.
—¿Dónde está ella?
—¿Le gusta viajar? —le preguntó con amabilidad el general,
como si al formular la pregunta le causara algún trastorno—.
¿Ha querido visitar los Estados Unidos alguna vez?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 394

Nueva York

1
Lo primero que vio de los Estados Unidos fueron las luces de
un barco cisterna y las de las naves rastreadoras.
Wesley era alto, joven y semicalvo, sus rasgos eran suaves
como si hubieran sido alisados a semejanza de un guijarro de
río y tenía una imperceptible expresión inocua de afabilidad.
Llevaba puesto un traje de tres piezas de tela azul. Exhalaba
un olor a limón y menta de su boca, sus mejillas y axilas.
Durante todo el vuelo mantuvo las piernas cruzadas, fumó su
pipa y contestó a las preguntas de Arkady con gruñidos. Había
algo torpe y lácteo respecto a Wesley, como si fuera un
ternero.
Los dos hombres tenían una sección del avión exclusiva para
ellos. La mayor parte de los otros pasajeros eran «artistas
meritorios», músicos de gira que hablaban de los relojes y
perfumes que habían comprado en el aeropuerto parisino de
Orly, donde el avión hizo una breve escala. A Arkady Renko no
se le permitió bajar del avión.
—¿Entiende usted la palabra responsabilidad? —preguntó
Wesley en inglés.
Los pasajeros se apiñaron a un lado del aparato al sobrevolar
tierras de cultivo, en las que se veían débiles líneas entre
campos oscuros.
—¿Significa eso que me va usted a ayudar? —preguntó
Arkady.
—Significa que ésta es una operación del FBI. Significa
—dijo Wesley serio, como si tratara de convencer de algo a
Arkady—, que somos responsables de usted.
—Y usted, ¿ante quién es responsable?
Una excitación infantil invadió a los ocupantes del avión al
volar éste sobre la primera comunidad norteamericana. Parecía
ser una comunidad de automóviles. Los vehículos llenaban las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 395

calles y se hallaban cerca de casas que parecían demasiado


grandes para la gente.
—Me alegra que me haya usted hecho esa pregunta —Wesley
golpeó su pipa en el cenicero del brazo de su asiento—. La
extradición es una cuestión complicada, especialmente entre
los Estados Unidos y la Unión Soviética. No queremos más
complicaciones de las que ya tenemos. ¿Entiende usted la
palabra complicación?
El descenso pronunciado produjo la ilusión de que aumentaba
la velocidad. Se podía ver una gran autopista, una vía infinita
de señales de colores, que se desvaneció luego en una maraña
de carreteras. Parecía imposible que pudiera haber tantos
caminos pavimentados. ¿Dónde se dirigirían? ¿Cuántos
automóviles había? Se tenía la impresión de que toda la
población conducía un automóvil o bien de que estaban
evacuando la región.
—En la Unión Soviética una complicación es algo que no se
desea —dijo Arkady.
—¡Exactamente!
Las líneas de luz se convirtieron en centros comerciales,
calles principales y estacionamientos. Un letrero que decía:
VENTA DE NAVIDAD. Aparecieron campos de juego iluminados
con césped brillante. El azul que se veía en los patios traseros
eran piscinas vacías. El primer norteamericano que se pudo
distinguir bien estaba en la puerta alumbrada de una casa,
mirando hacia arriba.
—Permítame señalarle una complicación que no vamos a
tener —dijo Wesley—. Usted no se va a exiliar. Si ésta fuera
una operación del KGB, entonces sí que podría exiliarse.
Acudiría usted a nosotros y con mucho gusto le daríamos asilo.
Por ejemplo, cualquier otro de los pasajeros de este avión
puede exiliarse.
—¿Y si ellos no quieren hacerlo y yo sí?
—Bueno, ellos sí que pueden, y usted no.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 396

Arkady sintió una sacudida al abrirse la escotilla del tren de


aterrizaje. Buscó un rastro de humor en la sonrisa de Wesley.
—Usted bromea —sugirió.
—Ciertamente, espero que no —dijo Wesley—. Es la ley. Antes
de que se permita a un desertor quedarse en los Estados
Unidos, su caso lo determina el buró. Esta vez decidimos que
usted no se puede quedar.
Arkady pensó que tal vez tendría problemas con el idioma.
Pero todavía no pensaba en exiliarse.
Arkady estudió al agente. Nunca había encontrado a un
hombre semejante. La cara era humana: el ceño, los párpados
y los labios se movían cuando era apropiado hacerlo, pero
Arkady sospechó que dentro de su cráneo en la corteza de su
Cerebro yacía un patrón uniforme de espirales.
—Puede usted exiliarse, pero tendrá que hacerlo con nosotros
—dijo Wesley—. Cualquier otra persona que busque para ese
fin nos lo entregará y entonces le devolveremos de inmediato a
la Unión Soviética. Así que, mientras esté en nuestras manos,
no tiene objeto que intente hacerlo, ¿verdad?
El avión de pasajeros pasó sobre hileras de monótonas casas
bañadas con la iluminación pública. Las calles se alejaron y el
avión dio una amplia vuelta sobre la bahía, y luego se dibujó en
el cielo una isla de luces. Mil torres de luz. Similares a estrellas
surgieron del agua, y dejaron escapar los pasajeros una
exclamación de alivio y admiración ante ese efecto lumínico.
—Entonces, usted no me ayudará —dijo Arkady.
—Sí, en todo lo que pueda —contestó Wesley.
Vio las luces del aeropuerto por las ventanillas. El avión tomó
tierra y frenó.
Para cuando el aparato llegó a la terminal de la Pan Am el
pasillo estaba lleno de músicos, instrumentos musicales,
paquetes de regalos y bolsas de alimento. Ahora los rusos
preparaban sus caras de aburrímiento-con-la-tecnología-
norteamericana, y aunque todos tenían que pasar junto a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 397

Arkady y Wesley, nadie les miraba; nadie quería contaminarse


estando tan cerca, a unos cuantos pasos de un notable pasillo
tubular que unía el avión directamente a la terminal. En
cambio, todos se miraban mutuamente.
Cuando los pasajeros ya habían bajado unos asistentes de
servicio entraron en el avión por una puerta trasera. Wesley
condujo a Arkady por una escalera bajo los motores traseros
del Ilyushin. Éstos gimieron y la luz roja de la cola tintineó.
¿Regresaría el aparato a Moscú inmediatamente?, se preguntó
Arkady. Wesley le tocó el hombro para mostrarle un automóvil
que se dirigía por la pista hacia ellos.
No pasaron por la aduana norteamericana. El automóvil los
llevó directamente a una puerta de salida y de allí a una
autopista.
—Tenemos un acuerdo con su gente —explicó Wesley
acomodándose en el asiento trasero junto a Arkady.
—¿Mi gente? —El KGB.
—No pertenezco al KGB.
—El KGB también dice que usted no está con ellos. Ya
sabíamos que diría eso.
Había automóviles abandonados a ambos lados de la
carretera. Hacía tiempo que estaban allí, pues parecían restos
de antiguas guerras. En el lateral de uno de ellos se podía leer,
«Puerto Rico Libre». Los vehículos que circulaban eran de un
centenar de marcas y colores diferentes. También los
conductores eran de todos colores. Ante él se veía la misma
línea del horizonte que había divisado desde el avión.
—¿Qué acuerdo tienen con el KGB? —preguntó Arkady.
—El de que esta operación corra a cargo del buró, razón por
la cual usted no puede exiliarse.
—Entiendo. ¿Y usted cree que pertenezco al KGB sólo porque
ellos lo niegan?
—¿Qué otra cosa dirían?
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—Pero si usted creyera que yo no pertenezco al KGB, ¿eso


cambiaría las cosas?
—Así es. Entonces lo que dice el KGB sería cierto.
—¿Qué dicen?
—Que usted está convicto de asesinato.
—No hubo ningún juicio.
—No dijeron que lo hubiera habido. ¿Mató usted a alguien?
—Sí.
—Ahí tiene. Las leyes de inmigración de los Estados Unidos
estipulan que no se admitan criminales en el país. Las leyes
son muy estrictas, a menos que sea usted un extranjero ilegal.
Pero difícilmente podemos aceptar a alguien que viene al buró
diciendo que es un asesino.
Wesley movía su cabeza afablemente en la penumbra
mientras esperaba que Arkady le hiciera más preguntas; pero
el ruso guardó silencio. El automóvil entró en un túnel para ir a
Manhattan. La policía los miró a través de los vidrios opacos de
sus casetas, a la luz verdosa del túnel. Luego, el vehículo salió
al otro lado entrando en calles más angostas de lo que
esperaba Arkady, y bajo la bruma brillante de la línea del
horizonte, lo que confería al ambiente un cierto aire
desorientador. La iluminación pública poseía la palidez del
tungsteno.
—Sólo quería que usted conociera exactamente cuál es su
posición —dijo finalmente Wesley—. No está usted aquí
legalmente. Tampoco está usted aquí ilegalmente, porque
entonces tendría algo en qué apoyarse. Usted simplemente no
está aquí de ninguna manera, y no hay forma de que pueda
probar lo contrario. Sé que es algo incongruente, mas ésa es la
ley para usted. También, es lo que su gente quiso. Si tiene
alguna queja, debería planteársela al KGB.
—¿Veré a alguien del KGB?
—No, si puedo evitarlo.
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El automóvil se detuvo en la esquina de la calle 29 y Madison


frente a las puertas de vidrio de un hotel. Antorchas de gas
artificiales flanqueaban una marquesina que decía THE
BARCELONA. Wesley le entregó una llave unida a una placa de
plástico con el nombre del hotel, pero la retuvo en su mano por
un momento, antes de dársela del todo a Arkady. El número de
su habitación está en la llave —Wesley la soltó—. Es usted un
hombre afortunado.
Arkady sintió un extraño mareo al salir del vehículo. Wesley
no le siguió. Abrió las puertas de vidrio y entró al hotel. El suelo
del vestíbulo estaba cubierto por una alfombra color marrón,
tenía columnas color rosa y pantallas de bronce con velas
eléctricas. Un hombre con ojos hinchados se levantó de una
silla para hacer señas con un periódico a Wesley, que estaba
afuera; luego miró a Arkady y volvió a sentarse. Subió solo por
el ascensor que tenía grabado en la puerta: «Al diablo
contigo».
El cuarto 518 se hallaba al final del pasillo del quinto piso. La
puerta del cuarto 513 se abrió imperceptiblemente al pasar
Arkady, y se cerró cuando éste se giró furioso. Continuó al 518,
abrió la puerta y entró.
Irina estaba sentada en la cama, en el cuarto a oscuras. No
pudo distinguir si llevaba puesto un vestido ruso o
norteamericano. Estaba descalza.
—Hice que te trajeran —le dijo—. Al principio cooperé porque
me dijeron que te iban a matar. Finalmente decidí que era igual
que estuvieras muerto mientras permanecieras allá. Ni siquiera
quise salir del cuarto hasta que tú llegaras...
Ella levantó la cara para verlo. Tenía los ojos llorosos.
Finalmente esto es todo lo que tenemos que ofrecernos el uno
al otro, pensó Arkady. Él le tocó los labios y ella pronunció su
nombre. Entonces vio el teléfono en una mesita. Iamskoy los
estaba escuchando, pensó de repente... es decir Wesley, se
corrigió. Arrancó el cable del teléfono de la pared.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 400

—Nunca les dijiste —murmuró él—. Nunca les dijiste quién


mato realmente a Iamskoy.
El rostro le había cambiado; estaba más delgada, lo que
hacía más grandes sus ojos. ¿Estaba más hermosa acaso?
—¿Cómo se atrevieron a creer que eras unos de ellos? —le
pregunto Irina.
Aquí, los suelos eran más blandos, las camas más duras. Se
dejó caer a un lado de la cama, arrastrándola a ella.
—Ya estás aquí —lo besó.
—Aquí estamos los dos —Arkady sentía aumentar en su
interior una gran fuerza.
—Casi libres —susurró ella.
—Y vivos —dijo él riendo.

2
Wesley y otros tres agentes del FBI les llevaron el desayuno
en una bolsa de papel: café y donuts. Arkady bebió una taza
mientras Irina se cambiaba de ropa en el baño.
—Tengo entendido que el enlace del departamento de policía
de Nueva York es un tal teniente Kirwill —dijo Ray, hombre de
baja estatura, de origen mexicano. Ray fue el único que no
puso los pies a la mesa—. ¿Hay algún problema?
—Ninguno —contestó Wesley—. Sólo un pequeño lío.
—Es un caso mental, según supe —dijo George.
George era el hombre que Arkady vio en el vestíbulo la noche
anterior. A veces los otros lo llamaban «griego». Se limpió los
dientes con una cajetilla de cerillas.
El inglés que hablaba Wesley parecía ser una nueva forma de
latín, de doble sentido, límpido, transparente y abierto a
infinitas interpretaciones.
—Debe usted entender la historia del radicalismo socialista
en la ciudad de Nueva York, así como la fascinante tradición de
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los irlandeses—norteamericanos miembros de la fuerza


policiaca. O bien, no tiene usted que entender nada —dijo
Wesley—, porque todo lo que importa es que Kirwill quiere
salvar al «escuadrón rojo».
—¿Qué es el «escuadrón rojo»? —preguntó Arkady.
Por un momento se hizo silencio hasta que Wesley habló:
—El Departamento de Policía de Nueva York cuenta con un
escuadrón rojo. Su nombre oficial cambia cada diez años; de
buró radical, a relaciones públicas o seguridad pública. En la
actualidad lo llaman investigación de seguridad, pero siempre
será el escuadrón rojo. El teniente Kirwill tiene el escritorio ruso
del escuadrón rojo. Y usted es el «rojo».
—¿Que son ustedes? —preguntó Arkady a los agentes—.
¿Para qué nos trajeron a los Estados Unidos? ¿Cuánto tiempo
vamos a estar aquí?
Al rompió el silencio, cambiando de tema. Era el agente de
más edad; tenía la piel tan llena de pecas como un lirio y su
actitud era paternal.
—Hubo algunas quejas sobre su hermano y sacaron a Kirwill
del escuadrón. Ahora su hermano ha muerto en Moscú y Kirwill
ha vuelto al escuadrón.
—Kirwill tratará de regresar a nuestras expensas —dijo
Wesley—. Tenemos unas excelentes relaciones con el
Departamento de Policía, pero nos apuñalarán por la espalda si
les damos la oportunidad... tal como lo haríamos nosotros con
ellos.
—Hace diez años, en el escuadrón rojo estaba la flor y nata
de los detectives —Al se sacudió de la camisa restos de azúcar
del donut—. Investigaban a todo el mundo. ¿Recuerda a los
judíos que dispararon contra la misión soviética? El escuadrón
rojo los sometió. ¿A los hispanos que querían dinamitar la
estatua de la Libertad? El escuadrón se infiltró en sus filas.
—Fueron muy eficientes —reconoció Wesley—. El escuadrón
estuvo presente cuando Malcolm X fue asesinado. El
guardaespaldas de Malcolm era agente del escuadrón.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 402

—¿Qué le pasó al escuadrón? —preguntó Ray.


—Estuvo involucrado en el caso Watergate —dijo Wesley.
—Diantres, ellos también —murmuró George.
Hubo un silencio de reconocimiento, antes de que Al
explicara:
—Durante las audiencias del caso Watergate, resultó que el
asistente especial de Nixon para Seguridad, un sujeto
responsable de contratar a otros individuos para realizar
trabajos sucios, era John Caulfield. Caulfield pertenecía al
escuadrón rojo; fue guardaespaldas de Nixon cuando éste vivió
en Nueva York antes de ser presidente de la nación. Cuando
Caulfield estuvo en la Casa Blanca, llevó consigo a un viejo
amigo del escuadrón rojo, un sujeto de nombre Tony Ulasewicz.
—¿El gordo que espiaba a Muskie? —preguntó George.
—Para CREEP —contestó Wesley.
—Era un tipo peculiar —dijo George—, Tenía un sistema
especial de cambio de monedas aplicado al cinturón para
disponer de calderilla para el teléfono.
—Bueno, Watergate puso fin a los días de gloria del
escuadrón rojo —dijo Al—, El clima político cambió después de
eso.
—El clima político te perjudicará siempre —dijo George.
—¿Somos prisioneros? ¿ Tienen miedo de nosotros? —
preguntó Arkady.
—¿Qué hace ahora el escuadrón rojo? —Ray rompió el
silencio.
—Persiguen a los extranjeros ilegales —Wesley miro a Arkady
—. A los haitianos, jamaicanos, dondequiera que estén.
—¿Haitianos, jamaicanos? Muy patético —dijo George.
—Si pensamos en lo que fue el escuadrón —Wesley suspiró—,
tuvieron millones de nombres en sus archivos, poseyeron su
propio cuartel general especial en Park Avenue, y sus
miembros recibían adiestramiento secreto por la CIA.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 403

—¿La CIA? —preguntó George—. Ahora eso es ilegal.

Nicky y Rurik, los dos hombres de la misión soviética,


insistieron en ver a Arkady. Eran diferentes a los agentes del
KGB que había visto antes. Llevaban trajes buenos, mejores
que los de los hombres del FBI que los recibieron, tenían
excelentes maneras, hablaban correctamente, actuaban con la
informalidad norteamericana. Eran más norteamericanos que
los norteamericanos. Sólo los delataba cierto aire adquirido por
la alimentación a base de patatas, recibida durante su infancia.
—Hablaré en inglés —dijo Nicky a la vez que le encendía un
cigarrillo a Arkady—, para que todo esté al descubierto. Porque
ésta es una acción de la detente. Nuestras dos naciones se han
unido, a través de las instituciones apropiadas, para llevar ante
la justicia a un repugnante asesino. Ese loco será llevado ante
la justicia, y usted puede ayudar a conseguirlo.
—¿Para qué la trajeron aquí? —preguntó Arkady en ruso. Irina
no podía oírlo todavía.
—En inglés, por favor —dijo Rurik. Era más alto que Nieky y
tenía el cabello corto, al estilo norteamericano. Los agentes del
FBI lo llamaban Rick—. La trajeron a petición de nuestros
amigos del buró. Tienen que aclarar muchas cosas. Usted
comprenderá que los norteamericanos no están habituados a
historias de comunistas corruptos y bandidos siberianos. La
extradición es una cuestión delicada.
—Especialmente la extradición de un hombre rico y bien
relacionado —Nicky miró a Wesley—. ¿No es así, Wes?
—Creo que tiene tantos amigos aquí como allá —Wesley hizo
reír a todos los agentes, tanto soviéticos como
norteamericanos.
—Supongamos que usted es feliz —Rurik le dijo a Arkady—.
¿Nuestros colegas de aquí lo tratan bien? Tiene usted un bonito
cuarto frente a una avenida elegante. Desde la ventana puede
ver la cima del Empire State Building. Excelente. En estas
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condiciones es de suponer que hará usted dichosa a la joven.


Más tranquila, más fácil de tratar. Será un trabajo agradable.
—Es usted un hombre muy afortunado al tener esta segunda
oportunidad —dijo Nicky—. De ello dependerá la recepción que
le tributen cuando regrese a casa. En un par de días tendrá
usted otra vez su departamento, un empleo (tal vez incluso
algo en el comité central). Es usted un hombre muy
afortunado.
—¿Qué tengo que hacer para conseguir todo eso? —preguntó
Arkady.
—Lo que le dije —contestó Rurik—. Hágala feliz.
—Y no hacer más preguntas —agregó Wesley.
—Sí —convino Rurik—. Deje de hacer preguntas.
—Permítanos recordarle —dijo Nicky— que usted ya no es
investigador principal. Es un criminal soviético que vive gracias
a nuestra compasión, y que somos sus únicos amigos.
—¿Dónde está Kirwill? —preguntó Arkady.
La conversación se interrumpió al salir Irina del baño vestida
con una falda negra de gabardina y una blusa de seda, cuyo
escote dejaba ver un collar de ámbar. Tenía su pelo castaño
recogido a un lado con un pasador de oro y también llevaba un
brazalete de oro. A Arkady le impresionó, primero, que Irina
poseyera ropa tan fina y, luego, que le sentara tan bien.
Advirtió asimismo que la mancha que tenía en la mejilla
derecha, esa débil vena de dolor, había desaparecido al quedar
ligeramente cubierta de maquillaje. Era perfecta.
—Bueno, vámonos —Wesley se puso en pie, y todos los
hombres cogieron sus abrigos y sombreros de donde los habían
dejado, encima de la cama, Al sacó del armario un abrigo
negro largo de piel y ayudó a Irina a ponérselo. Era un abrigo
de cebellina, observó Arkady.
—No te preocupes —dijo Irina a Arkady cuando salían.
—Enviaremos a alguien para que limpie esto —George señaló
el teléfono—. No lo toquen. Es propiedad del hotel.
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—La propiedad privada —Nicky se cogió del brazo con Wesley


cuando salían—, es lo que me gusta de un país libre.

Ya solo, Arkady inspeccionó la habitación, parecía un sueño


en el que todo estaba un poco fuera de lugar. Sus pies se
hundían en la alfombra, la cama tenía una cabecera acojinada.
La mesa del café era de un plástico imitación de madera que
cedía al tacto.
Ray regresó y arregló el teléfono. Cuando se marchó Arkady
descubrió que el aparato sólo recibía llamadas del exterior.
Encontró otro micrófono en la lámpara del techo del baño. La
televisión estaba en un mueble atornillado al suelo para que no
la pudieran robar. La puerta que daba al pasillo estaba cerrada
con llave desde afuera.
Se abrió de improviso cuando un agente del FBI de nombre
George entró, empujado por una mano.
—Este hombre se halla bajo protección federal —protestó
George.
—Yo soy un enlace policiaco; tengo que comprobar que
tienen al ruso correcto. —Kirwill apareció en la entrada.
—Hola —dijo Arkady desde el otro lado de la habitación.
—Esta es una operación del buró, teniente —advirtió George.
—Estamos en Nueva York, estúpido —de un empujón apartó a
George.
Kirwill estaba vestido exactamente igual que la primera vez
que Arkady lo vio en el hotel Metropole, exceptuando el
impermeable de color negro en vez de marrón. El mismo
sombrero de ala corta inclinado hacia atrás dejaba al
descubierto su amplia frente arrugada y su cabello gris.
Llevaba una corbata floja al cuello. Más cerca de él, Arkady vio
manchas en su impermeable. La cara de Kirwill estaba
sonrojada por el alcohol y la excitación. Juntó sus manazas con
satisfacción, mientras sus ojos azules recorrían la habitación.
En comparación con los hombres del FBI, se veía desaliñado y
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fuera de control. Recompensó a Arkady con una sonrisa


maliciosa.
—Condenado, eres tú —dijo.
—Sí.
Kirwill mostraba una cómica expresión de asombro y
complacencia. Comentó:
—Admítelo, Renko, lo estropeaste todo. Lo que deberías
haber hecho era decirme que el culpable era Osborne. Yo le
habría dado su merecido en Moscú. Un accidente; nadie lo
hubiera sabido. Estaría muerto, yo estaría satisfecho y tú serías
aún investigador principal.
—Lo admito.
George habló por teléfono sin marcar ningún número.
—Creen que eres un hombre muy peligroso —Kirwill señaló
con el dedo a George—, Mataste a tiros a tu jefe, apuñalaste a
Unmann. Creen que también mataste al sujeto del lago,
piensan que eres un asesino maniático. Ten cuidado, éstos te
disparan por nada.
—Pero me protege el FBI.
—A eso me refiero. Es como unirse a los rotarios, sólo que
ellos te matan.
—¿Los rotarios?
—Olvídalo —Kirwill no se estaba quieto, caminaba por la
habitación—. ¡Caramba, mira dónde te pusieron! Éste es un
hotel de prostitutas. Mira las quemaduras de cigarrillo en la
alfombra junto a la cama. Palpa las flores en el tapiz. Creo que
te quieren comunicar algo, Renko.
—¿Dijiste que eras enlace? —Arkady habló en ruso—.
Conseguiste lo que querías: tú tienes el control.
—Soy enlace para que me puedan vigilar —Kirwill siguió
hablando en inglés—. Mira, nunca me diste el nombre de
Osborne, pero le diste el mío a todo el mundo. Me fastidiaste —
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le dijo con contundencia—. Me has perjudicado. Ella se acuesta


contigo. ¿Quién crees que se acuesta con ella?
—¿Qué quieres decir?
—Estoy un poco desilusionado de ti —continuó Kirwill—, No
pensé que estuvieras de acuerdo en hacer esto, aunque fuera
para venir aquí.
—¿Estar de acuerdo con qué? Esta extradición...
—¿Extradición? ¿Es eso lo que te dijeron? —Kirwill se
carcajeó, asombrado en extremo.
Tres agentes del FBI que Arkady no había visto antes entraron
precipitadamente y junto con George se atrevieron a sacar a
Kirwill al pasillo. Éste estaba muy ocupado limpiándose las
lágrimas que le había provocado la risa, para oponerse.

Arkady intentó otra vez abrir la puerta. Seguía cerrada con


llave, y esta vez dos voces en el pasillo le dijeron que dejara en
paz la cerradura.
Caminó por el cuarto. Desde el rincón del sudoeste, había un
paso hasta la puerta del baño, un paso desde esa puerta hasta
la cama y la mesilla de noche, un paso de la mesa hasta el
rincón del noroeste, dos pasos hasta un par de ventanas de
una hoja que daban a la Calle 29, tres pasos desde las
ventanas a una mesa lateral donde estaba el teléfono, medio
paso al rincón del noreste, un paso a la puerta del pasillo, y un
paso a la puerta del sofá, dos pasos desde el otro extremo del
sofá al rincón del suroeste, medio paso a la puerta del armario
y medio paso desde la puerta al buró y otro paso del buró al
rincón del suroeste. Había dos sillas de madera en el cuarto y
la mesa de plástico para el café, el aparato de televisión, una
papelera y una hielera rota. En el baño había el inodoro, un
lavabo y una ducha que hacía pensar en que sólo una persona
muy pequeña podía estirarse allí cómodamente. Todos los
accesorios eran de color rosa. La alfombra era verde aceituna.
En el papel de la pared azul pastel, había flores rosadas. El
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escritorio y las sillas estaban pintadas de color crema y con


quemaduras de cigarrillos. La colcha de la cama era malva.
Arkady no sabía qué pensar de Kirwill. Habían llegado a algo
parecido a la comprensión humana, y sin embargo aquí
parecían ser otra vez enemigos. Aún así, Kirwill era más real
que Wesley. Arkady tenía la impresión de que en cualquier
momento el cuarto del hotel se derrumbaría como la
decoración de un escenario. Estaba furioso con Kirwill y quería
que regresara.
Anduvo de un lado a otro por el cuarto, más nervioso que
antes. En el armario había sólo dos vestidos, ni siquiera un par
más de zapatos. Cogió una blusa impregnada del olor de Irina y
la apretó contra la cara.

La luz del día era amarillenta, quebradiza con filamentos y


resquebrajaduras.
Mirando a la derecha, lo más lejos que podía ver a través de
la avenida Madison era un letrero que decía LA HORA FELIZ.
Justo frente al hotel había una tienda que vendía sombrillas
chinas de papel encerado. Sobre ella trece pisos de oficinas.
Mirando a la izquierda divisó el césped gastado y las piedras
color sepia del patio de una iglesia. Hojas secas corrían como
hollín por las calles.
Las secretarias escribían a máquina y hombres en mangas de
camisa y con corbata hablaban por teléfono en las oficinas de
enfrente. También podía ver plantas y cuadros. En los pasillos
un carrito metálico servía café. Un par de hombres negros
pintaban la oficina que estaba directamente frente al cuarto de
Arkady. Apoyada en la ventana había lo que parecía una radio
portátil del tamaño de un maletín. Se le marcaban los dedos en
el cristal.
Aquí estoy.

—¿Te gusta ver los concursos en la televisión? —Al conectó el


aparato de TV cuando le llevó un emparedado.
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—No especialmente.
—Éste es muy bueno, sin embargo —comentó Al.
Al principio Arkady no entendió el espectáculo. No se trataba
de un juego, todo lo que hacían los participantes era adivinar
cuánto dinero valían los premios que se entregaban:
tostadores, estufas, vacaciones, casas. Todo conocimiento,
habilidad física o suerte, se había eliminado salvo la avaricia.
La simplicidad del concepto era asombrosa.
—Eres un verdadero miembro del Partido, ¿verdad?

Las sombras de afuera se movían cuando él miraba a otra


parte. Pasaban de una a otra ventana o se trasladaban a otro
edificio. ¿Quién sabe qué rumbo tomarían a continuación?

Al oscurecer Irina regresó, arrojando los paquetes en la cama


y riendo. La ansiedad de Arkady se desvaneció. Ella hacía que
el cuarto cobrara vida; hasta volvía a verse atractivo.
—Te he echado de menos, Arkasha.
Irina trajo unas cajas de cartón con espagueti y carne,
almejas y salsa blanca. Se puso el sol mientras ellos comían
sus manjares exóticos con tenedores de plástico. Se dio
cuenta, por primera vez, que estaba en un edificio que no olía,
aunque fuera ligeramente, a col.
Irina abrió los paquetes y con orgullo exhibió el guardarropa
que le había traído. Al igual que la ropa del armario, las nuevas
prendas eran de colores, cortes y calidad de manufacturas
desconocidas para Arkady. Había pantalones, camisas,
calcetines, corbatas, una chaqueta deportiva, pijamas, un
abrigo y un sombrero. Examinaron las costuras, los forros, las
etiquetas francesas. Irina se recogió el pelo en un moño y se
exhibió ante él.
—¿Se supone que tú eres yo? —preguntó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 410

—No, no. Un Arkady norteamericano —contestó ella


moviéndose con aire despreocupado, inclinando el sombrero
sobre el ojo.
Mientras ella se ponía el pijama, Arkady apagó la luz del
cuarto.
—Te amo —le dijo.
—Seremos felices.
Arkady le desabotonó la parte superior del pijama, la abrió y
le besó los senos, el cuello y la boca. El sombrero cayó y rodó
bajo la mesa. Irina se quitó el pantalón. Arkady la poseyó de
pie, igual que la primera vez en su departamento: de igual
manera, pero más lentamente, con más dulzura.
La noche diluyó todos los colores chillones de las paredes.
En la cama, volvió a contemplar el cuerpo de Irina. Las
mujeres que había visto caminar en la calle se veían esbeltas.
Irina era más alta, más sensual, más animal. Sus costillas no se
dibujaban tan dolorosamente como en Moscú; tenía las uñas
pintadas y eran más largas. Sin embargo, desde la suavidad de
sus labios hasta el hueco de su cuello, a la oscura dureza de
sus pezones, desde la planicie de su estómago hasta la
elevación del monte en rizos húmedos, se sentía la misma. Sus
dientes mordían igual; las mismas gotas de transpiración
surgieron en sus sienes.
—En mi celda imaginaba tus manos —ella le cogió la mano—,
aquí y aquí. Sintiéndolas sin verlas. Eso me hacía sentir viva.
Me enamoré de tí porque me hiciste sentir viva, y ni siquiera
estabas ahí. Al principio me dijeron que se lo habías contado
todo. Eras investigador, así que tenías que habérselo dicho.
Mientras más pensaba en ti, más sabía que no les contarías
nada. Me preguntaron si estabas loco. Les dije que eras el
hombre más cuerdo que había conocido. Me preguntaron si
eras un criminal. Les dije que eras el hombre más honrado que
había conocido. Terminaron por odiarte más que a mí. Y yo te
amé más.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 411

—Soy un criminal —Arkady se apoyó en ella—. Era un


criminal allí y aquí soy un prisionero.
—Con cuidado —ella lo ayudó.

Irina había llevado una radio portátil que llenaba el cuarto


con una música de percusión insistente. Las cajas y la ropa
estaban dispersas por el suelo. En la mesa, los tenedores de
plástico estaban dentro de recipientes de cartón.
—Por favor no me preguntes cuánto tiempo he estado aquí o
exactamente qué está ocurriendo —dijo Irina—. Todo se está
haciendo a niveles diferentes, a niveles nuevos que nunca
antes conocimos. No hagas preguntas. Estamos aquí. Lo único
que siempre quise es estar aquí. Y te tengo conmigo. Te amo,
Arkasha. No debes hacer preguntas.
—Nos enviarán de vuelta en un par de días, dijeron.
Ella lo abrazó, lo besó y susurró fieramente en su oído:
—Todo pasará en un día o dos, pero nunca volveremos allá.
¡Nunca!
—Podrías tener un bronceado de vaquero, con patillas y
sombrero —le dijo pasándole la punta de sus dedos por el
rostro—. Viajaremos. Todo el mundo tiene un automóvil, verás.
—Deberé tener un caballo si voy a ser vaquero.
—Puedes tener un caballo aquí. He visto vaqueros en Nueva
York.
—Quiero ir al oeste. Quiero recorrer las llanuras y ser un
bandido como Kostia Borodin. Quiero conocer a los indios.
—O podemos ir a California, a Hollywood. Podemos tener una
casa junto al mar, un jardín, un naranjo. Sería dichosa si nunca
volviera a ver nieve. Podría vivir en traje de baño.
—O sin ningún traje —le acarició su pierna; luego apoyó en
ella su cabeza y los dedos de ella acariciaron su pecho. Tenían
que fantasear por el micrófono. El no podía preguntarle por qué
estaba tan segura de que no regresaría a la Unión Soviética.
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Ella le rogó que no le preguntara nada más. De todas maneras,


tratándose de los Estados Unidos todo lo que ellos podían
concebir eran fantasías. Sintió cómo le palpaba con sus dedos
la cicatriz que tenía en el estómago.
—Tendré mi caballo junto al naranjo, detrás de la casa —dijo
él.
—En realidad —dijo Irina, mientras encendía su cigarrillo con
el de él—, no lúe Osborne quien intentó hacer que me mataran
en Moscú.
—¿Qué?
—Fueron el fiscal Iamskoy y Unmann, el alemán. Estaban
juntos en ese asunto; Osborne no sabía nada de eso.
—Osborne trató de matarte dos veces. Tú estabas allí, lo
mismo que yo, ¿recuerdas? —de pronto Arkady se puso furioso
—. ¿Quién te dijo que Osborne no tenía nada que ver con eso?
—Wesley.
—Wesley es un mentiroso —repitió en inglés—. ¡Wesley es un
embustero!
—Shh, es tarde —Irina puso un dedo en los labios de él.
Cambió de tema; era paciente, y a pesar de su arranque
estaba satisfecha de sí misma.
Pero Arkady estaba molesto.
—¿Por qué te cubres la mancha de tu mejilla? —le preguntó.
—Decidí hacerlo. En los Estados Unidos hay maquillaje.
—También en la Unión Soviética y allá no te la cubrías.
—Entonces no me importaba —se encogió de hombros.
—¿Por qué aquí sí?
—¿No es obvio? —Irina, a su vez, se enfadó—. Es una marca
soviética. No me cubriría una marca soviética con maquillaje
soviético, pero sí lo hago con maquillaje norteamericano. Me
desharé de todo lo soviético. Si pudiera hacer que un doctor
me abriera el cerebro en este momento y extirpara todo lo
soviético, todos los recuerdos que tengo, lo haría.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 413

—Entonces, ¿por qué hiciste que me trajeran?


—Porque te amo y tú me amas.
Irina temblaba tanto que no podía hablar. Él la envolvió con la
sábana y la colcha y la abrazó. Pensó que no debía haberse
enfadado con ella. Cualquier cosa que estuviera haciendo era
en bien de los dos. Ella le había salvado la vida y había hecho
que lo llevaran a los Estados Unidos a un precio que él no se
imaginaba, y no tenía derecho a protestar. Ya no era, como
todo mundo le recordaba, un investigador principal sino un
criminal. Ambos eran criminales, y lo que los mantenía con
vida era que estaban unidos. Encontró el cigarrillo de ella que
había caído a la alfombra, donde había hecho un nuevo
agujero, y se lo puso en la boca para que pudiera fumarlo.
Ahora ambos podían disfrutar del buen tabaco Virginia.
—No me digas que Osborne no intentó hacerte matar —dijo
él.
—Aquí las cosas son muy diferentes —contestó ella,
volviendo a estremecerse—. No puedo contestar preguntas. Por
favor, no me interrogues.
Se sentaron en la cama para ver la televisión en color. En la
pantalla, un individuo con aspecto docto leía un libro sentado a
una mesa de jardín cerca de una piscina. De entre los arbustos
saltó un joven con una pistola de agua.
—¡Por Dios! ¡Me asustaste! —El lector por poco se cae al
suelo, y el libro fue a parar a la piscina. Lo señaló y dijo—: con
lo nervioso que estoy, y tú me haces una broma de este tipo.
—Suerte que era una edición barata.
—¿Es esto Chejov? —dijo riendo Arkady—. Es la misma
escena que filmaban en los estudios de Mosfilm cuando te
conocí.
—No, no lo es.
Seguían al hombre de la pistola de agua unas muchachas en
traje de baño, un hombre que tiraba de un paracaídas y una
banda de música.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 414

—No, no es Chejov —reconoció Arkady.


—Es bueno.
El pensó que ella bromeaba, pero la escena la absorbía
totalmente. Sabía que no seguía la historia que se desarrollaba
en la pantalla; no era preciso, la pantalla tenía su propio
público incluido. Vio que lo que llamaba su atención era el azul
eléctrico de la piscina, el verde de un árbol de aguacate, el
morado de las buganvilias junto a un caminillo, los colores de
una autopista. Ella había descubierto, de una manera que él
nunca podría, lo que era importante en la pantalla. Su fulgor
llenaba el cuarto. Cuando una mujer sollozaba, Irina se fijaba
en su vestido, sus anillos, su peinado, los elegantes cojines del
mobiliario de mimbre, una terraza de cedros y la puesta del sol
en el Pacífico.
Se giró y vio el desaliento de Arkady.
—Sé que piensas que no es real, Arkasha. Estás equivocado,
aquí es real.
—No lo es.
—Lo es y me gusta.
—Entonces disfrútalo —Arkady cedió. Apoyó la cabeza en su
regazo y cerró los ojos mientras la televisión murmuraba y reía.
Advirtió que Irina olía diferente. En Rusia había pocos
perfumes, y eran aromas sólidos, para los días de trabajo. El
favorito de Zoya era Noches de Moscú. Tratándose de
perfumes era tan duro como un tractor. Al principio se
denominó Svetlana, el nombre de la hija favorita de Stalin,
hasta que ésta se fugó con un delegado hindú. Noches de
Moscú era un olor rehabilitado.
—¿No me perdonas que me guste y lo quiera, Arkasha? —él
notó la ansiedad en su voz—. Lo quiero para ti también.

Irina apagó el aparato y Arkady soltó la cortina de la ventana


que hizo ruido al enrollarse. El edificio de oficinas de enfrente
era un emparrillado de ventanas oscuras y vacías.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 415

Rió para complacer a Irina y encendió la radio que ella había


traído. Estaban tocando una samba. Animó a Irina y ambos
bailaron sobre la alfombra gris, seguidos de sus sombras
proyectadas en las paredes. Él la hizo girar. Abrió ambos ojos,
el bueno y el malo, de placer. Aunque no veía con un ojo
conservaba el alma, si bien la mancha del carrillo había
desaparecido.
Con ella encima de él, su cabellera cubría las caras de
ambos, una colcha que desaparecía al levantarse ella.
Estando debajo, Irina se transformaba en un barco que los
transportaba lejos.
—Somos desechos y náufragos —dijo Arkady—. Ningún país
nos permitirá desembarcar.
—Nosotros somos nuestro propio país —dijo Irina.
—Con nuestras propias selvas —Arkady señaló el papel de la
pared, floreado—. Música nativa —señaló la radio y los
micrófonos ocultos— y espías.

3
Una araña marrón se tornó blanca al ser bañada por la luz del
sol.
Irina había salido temprano con Wesley y Nicky.
Su hilo pendía en el aire.
—¿Cómo pueden ustedes, los rusos, fumar incluso antes del
desayuno? —le preguntó Wesley.
Se meció hasta alcanzar una telaraña situada más arriba, en
un rincón. Arkady no la había visto antes —no hasta que relució
bajo el rayo de luz oblicuo de aquella mañana—. Las arañas
deberían ser adoradoras del sol, naturalmente.
—Te amo —Irina le había dicho en ruso.
La araña iba con premura de arriba abajo, con sus patas
delanteras esforzándose por alcanzar esto y aquello. Nadie les
da crédito; las arañas son tan perfeccionistas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 416

Esto hizo que a su vez Arkady dijera en ruso:


—Te amo.
¿Qué diferencia hay entre una araña rusa y una
norteamericana?
—Vámonos; hace un bonito día —le dijo Nicky después de
abrir la puerta.
¿Tejerían sus telarañas en la misma dirección? ¿Se lavarían
los dientes de la misma manera?
Esto le infundió miedo.
¿Se comunicarían?
Las aceras estaban llenas de multitudes bien vestidas. El sol
les daba en la espalda y contaban los segundos para llegar a
tiempo al trabajo.
¿Desde cuándo estaría Irina en Nueva York?, se preguntó
Arkady. ¿Por qué tenía tan poca ropa en el armario?
En Nueva York nevaba probablemente. Si tuvieran un sol
como ése, estarían en el terraplén, desnudos hasta la cintura,
tostándose al sol como focas.
Enfrente, los pintores habían vuelto a su trabajo. Los
empleados del piso siguiente cogían el teléfono, decían un par
de palabras y volvían a colgar el auricular. En Moscú un
teléfono de oficina era un instrumento para chismorrear
provisto consideradamente por el Estado; raras veces se usaba
para el trabajo, pero siempre estaba ocupado.
Encendió el aparato de televisión para disfrutar el ruido,
mientras trabajaba en la cerradura con un pasador. Era una
cerradura bien hecha.
¿Por qué trabajarían los pintores con las ventanas cerradas?
En el jardín de la iglesia unos ancianos, con ropas sucias,
compartían una botella de licor.
En la televisión se anunciaban sobre todo detergentes,
desodorantes y aspirina. Entre los anuncios había entrevistas
breves y escenas dramáticas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 417

Cuando Al le llevó un emparedado de jamón y queso, y café,


Arkady le preguntó qué escritor norteamericano prefería, Jack
London o Mark Twain. Al se encogió de hombros, John
Steinbeck o John Reed? ¿Nathaniel Hawthorne o Ray Bradbury?
Bueno, Arkady comentó que ésos eran los que conocía, y Al se
marchó.
Las oficinas se vaciaban a la hora del almuerzo. Donde quiera
que llegaba el sol en la acera había alguien comiendo algo que
llevaba en una bolsa de papel. Los envoltorios flotaban por el
aire a la altura de cinco o diez pisos entre los edificios. Arkady
abrió la ventana y se inclinó afuera. El aire estaba frío y olía a
puros, tubos de escape y carne frita.
Vio a la misma mujer, con un abrigo blanco y negro de
imitación de piel, entrar y salir del hotel con tres hombres
diferentes.
Los automóviles eran grandes, estaban abollados y tenían un
lustre plástico. Había un intenso nivel de ruido, de cosas que
están siendo arrastradas, levantadas y martilladas, como si la
ciudad estuviera siendo derribada y los automóviles fabricados
en ese mismo instante.

Los colores de los automóviles eran como si hubieran dejado


que un niño los pintara.
¿Qué categoría podía atribuir a los hombres del jardín de la
iglesia? ¿Parásitos sociales? ¿Una «troika» de bebedores? ¿Qué
hacían allí?
London escribió acerca de la explotación de Alaska, Twain, de
la esclavitud, Steinbeck, de la dislocación económica,
Howthorne sobre la histeria religiosa, Bradbury sobre el
colonialismo interplanetario y Reed de la Rusia soviética.
Bueno, eso es todo lo que sé, pensó Arkady.
La gente llevaba tantas bolsas de papel. No solamente tenían
dinero sino también cosas que comprar.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 418

Se dio un baño y se vistió con su ropa nueva. Le quedaba


perfectamente, era muy fina y contrastaba claramente con sus
zapatos, feos. Nicky y Rurik, recordó, llevaban relojes Rolex.
En el armario de la ropa había una Biblia. Más sorprendente
era el listín telefónico. Arkady arrancó las direcciones de
organizaciones judías y ucranianas, las dobló y se las metió
dentro de sus calcetines.
Policías negros con uniformes marrones dirigían el tránsito.
Policías blancos con uniformes negros portaban armas.
Irina había escondido criminales como Kostia Borodin y
Valerya Davidova. Estaba implicada en crímenes contra el
Estado consistentes en contrabando y sabotaje a la industria.
Ella sabía que el fiscal de la ciudad de Moscú había sido oficial
del KGB. ¿Qué suerte le esperaba en la Unión Soviética?
Los taxis eran amarillos. Los pájaros grises.
Rurik llegó con botellas de vodka de muestra, botellas de
línea aérea, las llamaba.
—Tenemos una nueva teoría. Antes de que te la diga —
levantó sus manos—, quiero que sepas que no soy insensible.
Soy ucraniano, como tú. También soy un romántico. Déjame
confesarte otra cosa. Este pelo rojo mío, es judío. Mi abuela sé
convirtió a otra religión; su cabeza era igual a la mía. Así que
puedo identificarme con toda clase de gente. Pero en algunos
círculos se siente la impresión de que este asunto de las
cebellinas es parte de una conspiración sionista.
—Osborne no es judío. ¿De qué estás hablando?
—Pero Valerya Davidova era hija de un rabí —dijo Rurik—.
James Kirwill estaba asociado con terroristas sionistas que
disparaban a empleados inocentes en la misión soviética. La
industria de la piel y del vestido en los Estados Unidos es
básicamente monopolio sionista, y son éstos, en fin de
cuentas, los que se beneficiarían de la introducción de
cebellinas aquí. ¿Ves cómo todo encaja?
—Yo no soy judío, Irina tampoco lo es.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 419

—Piensa en eso —dijo Rurik.


Al recogió las botellas de muestra.
—Yo no soy del KGB —añadió Arkady.
Al se sintió desconcertado al quedar en entredicho.
—Tal vez sí, tal vez no.
—No lo soy.
—¿Hay alguna diferencia?

Llegó la noche; las oficinas se vaciaron e Irina no regresaba.


Había un servicio nocturno en la iglesia. Las prostitutas
estaban activas llevando hombres al hotel. Arkady reflexionó
sobre las mujeres y sus actividades en tanto que la marea final
de la vida callejera llegaba hasta él.
En una hora, las sombras se convirtieron en espacios
impenetrables entre los postes del alumbrado público. Las
figuras en la calle parecían animales nocturnos. Las cabezas se
giraban al sonar una sirena.
¿Por qué se habría reído Kirwill?

Arkady estaba acostumbrado a ver agentes diferentes, por lo


que no le extrañó que el nuevo usara un traje oscuro, corbata y
gorra con visera, y le complació que finalmente lo dejaran salir
del cuarto del hotel. Nadie le impidió moverse libremente.
Bajaron con el ascensor, caminaron por el vestíbulo y se
dirigieron al oeste por la Calle 29 y a través de la Quinta
Avenida hasta llegar a una limusina negra. No fue sino hasta
que se sentó en el asiento trasero del automóvil que vio que el
otro hombre era un chófer. El interior del vehículo era de color
gris; el chófer y los pasajeros estaban separados por un cristal.
La avenida de las Américas era una calle oscura, desierta,
salvo por los escaparates iluminados de las tiendas, la vida de
lujo de los maniquíes, algo tan extraordinario para él como la
ciudad entera en su primera salida del hotel. En la Séptima
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 420

Avenida giraron hacia el sur y tras recorrer unas manzanas la


limusina entró en una calle lateral y después por una entrada
de camiones. El chófer dejó salir a Arkady, lo guió hasta un
ascensor y presionó un botón. El ascensor subió al cuarto piso
donde entraron a un vestíbulo vigilado por cámaras de
televisión, colocadas en rincones opuestos. La puerta situada
al final del vestíbulo se abrió.
—Entre usted solo —le dijo el chófer.
Arkady entró a una sala de trabajo larga y mal iluminada. A
todo lo largo de la estancia había mesas de selección, y
bastidores con lo que al principio le pareció ropa o telas y que,
se convirtieron, al habituarse a la escasa luz, en una masa de
pieles. Quizás había un centenar de bastidores de los que
colgaban pieles delgadas y oscuras —de cebellina o armiño—,
así como pilas de cueros más grandes, aplastados —de lince o
lobo, por lo que podía ver—. Se percibía un olor acre a ácido
tánico y sobre cada mesa blanca había una pequeña lámpara
fluorescente. Justo en el centro de la habitación había una
lámpara encendida. Allí, Osborne colocaba una piel en la
cubierta.
—¿No sabías que los norcoreanos venden pieles? —le
preguntó a Arkady—. Venden pieles de gato y de perro. Es
asombroso lo que la gente es capaz de comprar.
Arkady avanzó por el pasillo hacia la mesa.
—Ahora, esta piel sola vale alrededor de mil dólares —dijo
Osborne—. Es cebellina barguzhinsky, pero probablemente ya
lo adivinaste; debes haberte vuelto un poco conocedor de
cebellinas. Acércate, puedes ver la insinuación de escarcha en
los cabellos —cepilló la piel, sacó una pequeña pistola
automática y apuntó a Arkady—. No te acerques más. Éste
será un hermoso abrigo largo, que requerirá probablemente un
total de sesenta pieles —volvió a cepillar otra vez la piel con la
pistola—. Creo que alguien pagará ciento cincuenta mil dólares
por él. Qué diferencia a comprar pieles de gato y de perro,
¿verdad?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 421

—Lo sabrás mejor que yo —dijo Arkady, que se detuvo a la


distancia de una mesa de Osborne.
—Entonces acepta mi palabra —la cara de Osborne estaba
oculta en las sombras de la lámpara—, porque este edificio y
las dos manzanas colindantes son el mercado de pieles más
grande del mundo. Así, te diré que no hay más comparación
entre esto —acarició la piel lustrosa— y una piel de gato que la
que hay entre Irina y una mujer ordinaria, o entre tú y un ruso
ordinario. —Inclinó la lámpara y Arkady tuvo que levantar la
mano para no quedar cegado—. Eres bien parecido,
investigador... estupendo con un traje decente. Sinceramente,
me alegro de verte vivo.
—De hecho estás sorprendido de verme con vida.
—También eso, lo admito —Osborne dejó caer la lámpara—.
Una vez dijiste que te podías ocultar de mí, que te podrías
esconder bajo el río Moskva y yo iría a sacarte de allí. No lo
creí, pero tenías razón.
Osborne dejó la pistola en la mesa mientras encendía un
cigarrillo. Arkady había olvidado la tez morena del árabe, la
esbelta elegancia y el cabello plateado. Y, naturalmente, los
toques de oro en la cigarrera, el encendedor, el anillo, la
pulsera del reloj y los gemelos, los destellos ambarinos de los
ojos, la subyugante sonrisa.
—Eres un asesino —dijo Arkady—. ¿Por qué permitieron los
norteamericanos que me reuniera aquí contigo?
—Porque los rusos dejaron que me reuniera contigo.
—¿Por qué habríamos de permitirlo?
—Abre los ojos —dijo Osborne—. ¿Qué ves?
—Pieles.
—No sólo pieles. Visón azul, visón blanco, visón ordinario,
zorro azul, zorro plateado, zorro rojo, armiño, lince, caracul. Y
cebellinas barguzin. Pieles por valor de dos millones de dólares
en este cuarto, y hay cincuenta iguales más a lo largo de la
Séptima Avenida. No es cuestión de asesinato; es cuestión de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 422

cebellinas y siempre lo ha sido. Yo no quería asesinar al joven


Kirwill, a Kostia y Valerya. Después de la ayuda que me
proporcionaron, yo habría quedado plenamente satisfecho si se
hubieran ido a vivir tranquilamente a cualquier parte del
mundo. Pero ¿qué habrías hecho tú? El joven Kirwill insistía en
dar publicidad al asunto; estaba obsesionado por contar su
historia al mundo cuando llegara triunfante a Nueva York. Tal
vez no habría hablado de las cebellinas en su primera
conferencia de prensa, pero seguramente lo habría hecho en la
décima. Yo combatía el más antiguo monopolio del mundo,
había dedicado a esa tarea años de esfuerzos y riesgos;
¿debería yo hacerme vulnerable en bien del prestigio de un
fanático religioso? ¿Qué hombre en sus cabales lo habría
hecho? Confieso que no me importó eliminar a Kostia. Me
habría extorsionado en cuanto llegara aquí. Sin embargo,
Valerya me dio pena.
—¿Dudaste?
—Sí —Osborne estaba complacido—. Vacilé antes de pegarle
un tiro, tienes razón. Veo que confesar me ha despertado el
apetito. Comeremos algo.
Bajaron por el ascensor y subieron a la limusina que los
esperaba en la entrada del edificio. Viajaron en dirección norte
a la avenida de las Américas. Nueva York estaba más despierto
de lo que lo estaría Moscú a esa hora; Arkady lo veía por el
intenso tránsito. La calle 47 estaba flanqueada por oscuras
torres de vidrio dedicadas a oficinas, no muy diferentes al
Kalinin Prospekt.
El automóvil se detuvo en la calle 56 y Osborne condujo a
Arkady a un restaurante donde un maître le saludó por su
nombre y los guió a un privado de terciopelo rojo. En cada
mesa había lirios recién cortados, y grandes ramos de flores en
los rincones. Pinturas impresionistas adornaban las paredes,
del techo pendían arañas de cristal. Los manteles eran de color
rosa y los camareros, serviciales. Los otros comensales eran
hombres de edad, vestidos con trajes a rayas y acompañados
de mujeres más jóvenes que ellos, con los rostros maquillados.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 423

Arkady esperaba que Wesley o la policía irrumpiera en el


restaurante y arrestara a Osborne. Éste le preguntó a Arkady si
quería beber algo; Arkady dijo que no, y Osborne ordenó un
Corton-Charlemagne del 76. Preguntó a Arkady si tenía
hambre, pero Arkady mintió y dijo que no. Osborne ordenó
«gravlax» asado con salsa de pepinos y patatas fritas. El
servicio de plata era deslumbrante. «Debería clavarte un
cuchillo en el corazón», pensó Arkady.
—Abundan los emigrados rusos en Nueva York, ¿sabes? —dijo
Osborne—. Dicen que van a Israel, pero cuando llegan a Roma
dan la vuelta y vienen aquí. Yo ayudo a algunos, a tantos como
es práctico; después de todo, algunos saben mucho de pieles.
Otros, sin embargo, no pueden hacer nada. Me refiero a los que
eran camareros en Rusia. ¿Sabes de alguien que quiera
emplear a un camarero ruso?
El vino tenía un color dorado.
—¿Estás seguro de no querer un poco? De todas maneras,
hay bastantes emigrados. Es muy triste. Hay candidatos a
miembros de la Academia Soviética de Ciencias que barren en
las escuelas o que se pelean por hacer trabajos de traducción.
Viven en Queens y Nueva Jersey, tienen casas pequeñas y
automóviles grandes que no pueden pagar. Desde luego, no
debo criticarlos, pues se esfuerzan mucho. No todos pueden
ser Solzhenitsynes. Me agradaría pensar que hice algo por
promover la cultura rusa en este país. He patrocinado a
menudo el intercambio cultural, ¿sabes? ¿Qué sería del ballet
norteamericano sin las bailarinas rusas?
—¿Qué me cuentas de las bailarinas que denunciaste al KGB?
—le preguntó Arkady.
—Si yo no lo hubiera hecho, las amigas de las bailarinas
habrían formulado la denuncia. Eso es lo fascinante de la Unión
Soviética: todo el mundo denuncia desde la cuna. Todo el
mundo tiene las manos sucias. A eso llaman «Vigilancia». Me
encanta. De todas maneras ése fue el precio. Si quería
promover la buena voluntad y la comprensión llevando artistas
soviéticos a los Estados Unidos, el Ministerio de Cultura quería
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 424

que rindiera informes sobre a quiénes llevar. Tuve que informar


acerca de algunas posibles desertoras, mas por lo general
siempre traté de desechar a las malas bailarinas. Me he fijado
cotas elevadas. Probablemente con ello beneficié la danza
soviética.
—Tú no tienes las manos sucias, las tienes ensangrentadas.
—Por favor, estamos comiendo.
—Entonces dime cómo es que el FBI norteamericano te
permite a ti, un asesino, un hombre que hace declaraciones al
KGB, andar libremente por esta ciudad y venir aquí a comer.
—Oh, respeto mucho tu inteligencia, investigador. Piensa sólo
un segundo y lo entenderás.
La conversación circundante flotaba entre las mesas y los
ramos de flores; se oía el discreto tintineo del carrito de los
pasteles. Osborne esperaba pacientemente la comprensión de
Arkady.
Débilmente al principio y luego de forma más definida.
Arkady quedó impresionado por su aplastante lógica y palpable
simetría, como lo estaría el ojo de un ciervo si un león que
hubiera estado medio a la sombra quedara de pronto a pleno
sol. Cualquier esperanza que pudiera haber alentado se
desvaneció cuando habló:
—Eres soplón del FBI —dijo Arkady como si la idea hubiera
quedado formada del todo—. Eres un soplón del KGB y del FBI.
—Sabía que tú, sobre todo, lo entenderías —Osborne sonrió
cordialmente—. ¿No habría sido tonto informar al KGB sin
informar al buró? No te desilusiones; eso difícilmente hace a los
Estados Unidos tan malos como Rusia. Sucede que ésa es la
forma en que opera el buró. De ordinario el buró depende de
criminales, pero yo difícilmente me involucro en esa clase de
operación. Yo simplemente comunicaba chismes. Sabía que el
chismorreo sería apreciado por el buró porque el mismo
chismorreo era muy apreciado en Moscú. El FBI buscaba esa
información aún más desesperadamente que Moscú. Hoover
temía tanto cometer errores que casi había dejado de vigilar a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 425

los rusos en los diez últimos años de su vida. El KGB tenía un


agente empleado en la oficina de archivos centrales del FBI, y
Hoover no se atrevía a limpiar esa sección por miedo a que la
noticia se divulgara. Yo decidí trabajar sólo con la oficina del
buró en Nueva York. Al igual que cualquier otra empresa
nacional, sus mejores hombres están en Nueva York; son gente
de clase media y felices de poderse relacionar conmigo. ¿Y por
qué no? Yo no era un matón de la mafia, no les pedía dinero.
De hecho, sabían que podían acudir a mí cuando tenían
problemas financieros personales. Yo les daba precios
extraordinariamente buenos de abrigos para sus esposas.
Arkady se acordó del abrigo de lince de Iamskoy y el gorro de
cebellina que Osborne le ofreció.
—Son tan patriotas como mi vecino —dijo Osborne indicando
con la cabeza a las personas que estaban en la mesa, detrás
de Arkady—. O más bien, en vista de que ese vecino es
presidente de la junta de administración de una empresa
cerealera que acaba de establecer una falsa destilería en
Osaka, la cual desviará el cereal a puertos de la Unión
Soviética en el Pacífico, soy aún más patriota que el vecino.
Un plato de «gravlax» asado fue puesto delante de Osborne,
y a su lado, un plato de patatas fritas casi tan delgadas como
las acostumbran preparar en Rusia. Arkady tenía mucha
hambre.
—¿De verdad no deseas compartir eso conmigo? —preguntó
Osborne—. Es delicioso. ¿Cuando menos un poco de vino?
»¿No? Es curioso —continuó hablando mientras comía—,
antiguamente cuando un emigrado ruso llegaba a los Estados
Unidos instalaba un restaurante. Servían magnífica comida:
carne a la Stroganov, pollo a la Kiev, «paskha», «blini» y caviar,
esturión y jalea. Eso era hace cincuenta años, pero los nuevos
emigrados no pueden cocinar; ni siquiera saben lo que es la
buena comida. El comunismo ha acabado con la cocina rusa.
Ese es uno de sus grandes crímenes.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 426

Osborne tomó café y pastel del carrito de postres. Los


pasteles tenían cristales de azúcar y crema batida.
—¿Ni siquiera quieres un bocadillo? Tu ex fiscal, Andrei
Iamskoy habría acabado con el contenido de todo el carrito.
—Era un hombre voraz.
—Exactamente. Todo fue obra de Iamskoy, ¿sabes? Durante
años le estuve pagando por una causa u otra: presentaciones,
pequeñas indiscreciones, desde la guerra. Sabía que yo no iba
a regresar a la Unión Soviética y decidió procurarse una fuerte
suma; por esa razón te condujo hasta mí en la casa de baños.
Cuando yo creía que me había deshecho de ti, él te acercaba
un poco más. No necesitabas mucha ayuda. Me dijo que eras
un investigador empecinado y tenía razón. Era un hombre
brillante, pero voraz, como dices.
Salieron del restaurante y caminaron por la avenida. La
limusina de Osborne los seguía así como otra limusina los
siguiera otrora por el terraplén del río Moskva. Después de
recorrer algunas manzanas llegaron al par de estatuas
ecuestres de la entrada de un parque. El Central Park, dijo que
sí Arkady. Se internaron en el arbolado, todavía seguidos por la
limusina; algunos copos de nieve volaron frente a los faros. ¿Lo
iban a matar en el parque?, se preguntó Arkady. No, habría sido
más fácil hacerlo en el taller de Osborne. Un carruaje pintado
con colores brillantes y tirado por caballos pasó ante una
lámpara anticuada. Arkady fumaba para atenuar el hambre.
—Sucio hábito ruso —Osborne encendió también un cigarrillo
—. Nos llevará a la tumba. ¿Sabes por qué te odiaba?
—¿Quién?
—Iamskoy.
—¿El fiscal? ¿Por qué habría de odiarme?
—Hubo un suceso relacionado con una apelación a la Corte
Suprema que hizo que su fotografía apareciera en el periódico
Pravda.
—La apelación de Viskov —dijo Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 427

—Esa fue. Lo arruinó. El KGB dejó de poner uno de sus


generales como fiscal de la ciudad de Moscú a fin de que él
hiciera propaganda de los derechos de los convictos. Después
de todo, el KGB es como cualquiera otra burocracia, y un
hombre poderoso, especialmente uno que va en ascenso, tiene
enemigos poderosos. Tú les proporcionaste el arma que
necesitaban. Iamskoy estaba desacreditando a la justicia
soviética, dijeron, o promoviendo un culto de la personalidad
para él, o mentalmente enfermo. Se iba a realizar una gran
campaña en relación con el caso. La apelación lo arruinó y tú le
obligaste a participar en ella.
En el Central Park de Nueva York el ex investigador principal
soviético se enteró por qué el fiscal de la ciudad de Moscú le
odiaba, pensó Arkady. Sin embargo, lo que decía Osborne,
sonaba correcto. Recordó la conversación que sostuvo en la
casa de baños con Iamskoy y el secretario del procurador
general, con el académico y el magistrado. ¡Las insinuaciones
sobre la venidera campaña contra el «vronskyismo» habían
estado dirigidas a Iamskoy, no a Arkady!
Escuchó música de rock, y entre las ramas de los arboles
divisó las luces de colores de una pista de patinar a cierta
distancia. Podía distinguir movimiento sobre el hielo.
—Deberías ver el parque cubierto de nieve —dijo Osborne.
—Ya está nevando.
—Me encanta la nieve —confió Osborne.
Los copos se dispersaban alrededor de cada farola del
alumbrado y en las luces de los faros de los automóviles. Una
silueta de bronce saludó a Arkady desde un pedestal.
—Te diré por qué amo la nieve —dijo Osborne—. Nunca se lo
he dicho a nadie. La amo porque esconde a los muertos.
—Te refieres al parque Gorki.
—Oh, no. Hablo de Leningrado. Yo era un joven idealista
cuando fui por primera vez a la Unión Soviética. Sí, como el
joven Kirwill, quizá peor. Nadie trabajó más duro que yo por
hacer triunfar el programa de préstamos y arrendamientos. Yo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 428

era el norteamericano en el teatro de los hechos, tenía que


mantener el mismo paso que los rusos, tenía que hacer más
que ellos, durmiendo sólo cuatro horas por la noche,
padeciendo hambre durante meses a la vez, afeitándome y
poniéndome ropa limpia sólo cuando tenía que ir a Moscú, al
Kremlin, a rogar a algún secretario de Stalin, a algún ebrio de
mentón grasoso, que me dejara incluir algún alimento y
medicinas en los camiones que trataban de llegar a
Leningrado. Desde luego, el sitio de Leningrado fue una de las
grandes batallas, uno de los momentos decisivos de la historia
humana, cuando el ejército de un genocida rechazaba al
ejército de otro colega genocida. Mi papel, el papel
norteamericano, consistió en hacer que la matanza se
prolongara lo más posible. Y lo logramos. Perecieron
seiscientos habitantes de Leningrado, pero la ciudad no cayó
en poder del enemigo. Fue una guerra que se libró de casa en
casa; perdíamos una calle por la mañana y la recuperábamos
por la noche. O la recobrábamos un año más tarde para hallar
allí a todos los muertos del año anterior. Ahí aprendí a estimar
la nieve profunda. Cuando cesaba el tiroteo, hablaban por los
altavoces. Los rusos aconsejaban a los soldados alemanes que
mataran a sus oficiales; los alemanes pedían a los rusos que
mataran a sus hijos. «Es preferible matarlos que dejar que
mueran de hambre. Ríndanse, traigan su rifle y les daremos un
pollo», decían los alemanes. O bien: «Andrei tal y tal, tus dos
hijas fueron devoradas por tus vecinos soviéticos». Esto era un
insulto para mí porque yo tenía la responsabilidad de llevar
alimentos a la ciudad. Una vez que capturamos a algunos
oficiales de la Wehrmacht, Mendel y yo los llevamos a comer
chocolates y champaña. Pensamos que los liberaríamos más
tarde para que contaran en las líneas alemanas lo bien
alimentados que estábamos en la ciudad. Los alemanes se
rieron de nosotros. Contaban miles de historias acerca de los
cadáveres que encontraban a medida que se abrían paso a la
ciudad combatiendo. Se reían de mí especialmente. Sentían
curiosidad respecto al norteamericano que alimentaba a los
rusos. ¿Creía yo en verdad, preguntaron, que unas cuantas
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 429

raciones que dejábamos caer desde aviones o que


introducíamos en trineos mantenían vivo a un millón de
personas? Reían de buena gana. ¿No se me ocurría pensar en
algo más asequible? ¿No tenía yo ya la respuesta?,
preguntaron. Descubrí que sí la tenía, y entonces maté a los
oficiales alemanes. Pero tenía la respuesta.
Salieron del parque sobre la Quinta Avenida, que constituía
una línea divisoria entre el público y los ricos. Las arañas de
cristal lanzaban destellos en los escaparates; los porteros
permanecían de pie bajo doseles. La limusina se detuvo a un
lado de la calle a esperar mientras Osborne conducía a Arkady
al edificio más cercano. El ascensorista los llevó al piso
quinceavo en el que sólo había una puerta. Osborne la abrió e
hizo señas a Arkady para que entrara.
Entraba suficiente luz por las ventanas para que Arkady
pudiera ver que estaba en la antesala de un departamento
grande. Osborne presionó el interruptor de la luz sin que
ocurriera nada.
—Hoy estuvieron aquí los electricistas —dijo—. Supongo que
no terminaron su trabajo.
Arkady entró a un cuarto en el que había una mesa grande
de comedor y sólo dos sillas; siguió a una despensa con
gabinetes abiertos vacíos y luego a un estudio con un aparato
de televisión aún en su caja de embalaje y lámparas sin clavar
o la pared. Contó ocho habitaciones, todas casi vacías, excepto
por una alfombra o silla indicadoras de que vendrían más
muebles. Había también un olor familiar.
Fue conducido a la estancia, donde unas ventanas dejaban
ver el parque abajo, que era mucho más hermoso desde las
alturas. Divisó el negro profundo de lagos y estanques, y el
óvalo blanco de la pista de patinaje. Alrededor del parque
había departamentos y hoteles, arriba, una bóveda de nubes.
—¿Qué opinas de esto? —preguntó Osborne.
—Está un poco vacío.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 430

—Bueno, en Nueva York la vista es lo más importante —


Osborne sacó otro cigarrillo de su pitillera—. Vendí mis salones
de exhibición de París. Tenía que invertir el dinero en algo, y un
segundo departamento aquí es tan bueno como cualquier otra
cosa. Para ser honrado, Europa no me brinda seguridad. Ésa ha
sido la parte más difícil del negocio: la garantía de seguridad
física.
—¿Qué negocio?
—El de las cebellinas. Afortunadamente, robé algo que vale la
pena devolver.
—¿Dónde están las cebellinas?
La cría de animales de piel se hace en los Estados Unidos,
principalmente en las inmediaciones de los grandes lagos. Pero
a lo mejor les mentí; tal vez tengo las cebellinas en Canadá.
Canadá es el segundo país más grande de la tierra; les llevará
un poco de tiempo registrarlo. O tal vez las tenga en Maryland
o Pensilvania; allí también hay crianza de animales en ranchos.
El problema es que en la primavera tendré muchos recién
nacidos, todos procreados por mis barguzshinskys, y habrá
muchas más cebellinas que entregar. Por eso los rusos tienen
que negociar ahora.
—¿Por qué me cuentas todo eso?
Osborne se acercó a la ventana.
—Yo te puedo salvar —dijo—. Puedo salvarte a ti y a Irina.
—Tú trataste de matarla.
—Lo hicieron Iamskoy y Unmann.
—Dos veces mandaste matarla —dijo Arkady—. Yo estuve allí.
—Fuiste un héroe, investigador. Nadie quiere quitarte ese
mérito. Te envié para que la salvaras, después de todo.
—Me enviaste para que me mataran.
—Y la salvé a ella, a ti y a mí.
—Mataste a tres de sus amigos en el parque Gorki.
—Tú mataste a tres de mis amigos —dijo Osborne.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 431

Arkady sintió frío, como si hubieran abierto las ventanas.


Osborne no estaba cuerdo, o no era un hombre. Si el dinero
pudiera tener huesos y carne sería Osborne. Usaría el mismo
traje de casimir; se partiría su cabellera plateada de la misma
manera; tendría la misma máscara escuálida con su expresión
de complacencia superior. El departamento estaba vacío.
Podría matar a Osborne, eso no lo dudaba. No tenía por qué
escuchar una palabra más de lo que él dijera.
Como si Osborne hubiera adivinado los pensamientos de
Arkady, sacó su pistola otra vez.
—Tenemos que perdonarnos mutuamente. La corrupción es
parte de nosotros, está en nuestro mismo corazón. Nació en
Iamskoy, con o sin Revolución rusa. Nació en ti y en mí. Pero no
has acabado de ver todo el departamento...
Se dirigieron por el vestíbulo a un cuarto al que él no había
entrado antes, y cuyas ventanas daban al parque. Había en él
una cómoda y un espejo, una silla, una mesa de noche y una
cama grande desarreglada. Allí el olor que había reconocido
cuando entraron inicialmente era más fuerte.
—Abre el segundo cajón de la cómoda —le dijo Osborne.
Así lo hizo Arkady. Dentro, colocados correctamente había
ropa interior de hombre nueva y calcetines.
—Así que alguien se va a mudar aquí —dijo.
Osborne señaló un armario de pared.
—Abre la puerta de la derecha.
Arkady la abrió. De un bastidor colgaban una docena de
chaquetas nuevas y pantalones «slacks». Pese a la débil luz
que había vio duplicados de la chaqueta y los pantalones que
llevaba puestos.
—No tenía objeto no conseguir prendas adicionales —dijo
Osborne.
Arkady abrió la otra puerta. Estaba llena de vestidos, trajes
de noche, trajes de baño y dos abrigos de pieles, y zapatos y
botas dé mujer.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 432

—Tú te vas a mudar aquí —dijo Osborne—, tú e Irina. Serás


mi empleado y te pagaré bien, mejor que bien. El
departamento está a mi nombre, pero el primer año de la
hipoteca y el mantenimiento están pagados. A cualquier
neoyorquino le gustaría estar en tu lugar. Tendrás una nueva
vida.
Era imposible que esa conversación estuviera teniendo lugar,
pensó Arkady; había tomado un giro equivocado.
—¿Querías que viviera Irina? —preguntó Osborne—. Ése es el
negocio; las cebellinas a cambio de Irina y tú. Irina, porque la
quiero a ella, y a ti, porque ella no hubiera venido sin ti.
—No voy a compartir a Irina contigo.
—Ya la estás compartiendo —dijo Osborne—. La compartiste
conmigo en Moscú, y la has estado compartiendo conmigo
desde que llegaste aquí. Yo estaba en su cama aquella mañana
en Moscú cuando hablaste con ella fuera de su departamento.
Durmió contigo anoche, y durmió conmigo esta tarde.
—¿Aquí? —Arkady contempló la cama desordenada.
—No me crees —dijo Osborne—. Vamos, eres demasiado
buen investigador para estar tan sorprendido. ¿Cómo habría
conocido a James Kirwill sin Irina? ¿O a Valerya o a Kostia? ¿Y
no te pareció extraño que Iamskoy y yo no la hubiéramos
encontrado cuando la escondiste en tu departamento? No
tuvimos que ir a verla; ella me llamó desde tu departamento.
¿Cómo crees que la encontré cuando hiciste tu viaje a la
frontera finlandesa? Ella vino a mí. ¿Acaso no te hiciste tú
mismo esas preguntas? Porque ya tenías tus respuestas. Yo he
confesado... ahora es tu turno. Pero, eso no te gusta. Al final de
una investigación sólo quieres encontrar un monstruo y los
muertos bien colocados. Ni lo permita Dios que tú te descubras
a ti mismo. Aprenderás a vivir contigo, te lo prometo. Los rusos
se limitarán a incluiros a ti y a Irina en la lista de judíos que
dejan salir del país; hacen eso con muchos problemas de los
que quieren librarse.
Osborne colocó la pistola en la mesilla de noche.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 433

—No quería que vinieras, pero Irina no se quedaría sin ti. Fue
algo enloquecedor. Todo lo que siempre quiso fue estar aquí, y
de pronto amenazó con regresar. Ahora me alegro de que estés
aquí; así todo queda completo —de un cajón de la mesa de
noche sacó una botella de vodka Stolichnaya y dos vasos—. Me
parece ésta una situación interesante. ¿Qué otros dos hombres
pueden conocerse mejor que un asesino y su investigador? Tú
tienes el deber de definir el crimen; defines también al
criminal. Yo asumo forma en tu imaginación aún antes de
conocernos, y mientras yo huyo de ti, me obsesionas a cambio.
Siempre hemos sido socios en el crimen.
Llenó el vaso de vodka hasta el borde y se lo dio a Arkady.
—¿Y qué asesino y qué investigador pueden ser más
allegados que dos hombres que comparten la misma mujer?
También somos socios en la pasión —Osborne levantó su vaso
—. Brindo por Irina.
—¿Por qué mataste a esa gente del parque Gorki?
—Tú sabes por qué; tú aclaraste el crimen —Osborne tenía
aún levantado su vaso.
—Sé cómo lo hiciste, pero, ¿por qué?
—Por las cebellinas, como lo sabes.
—¿Para qué querías las cebellinas?
—Para ganar dinero. Todo eso lo sabes.
—Ya tienes mucho dinero.
—Quiero tener más.
—¿Más dinero? —preguntó Arkady. Vació su vodka en la
alfombra de la recámara, dibujando una espiral—. Entonces no
te mueve la pasión, Osborne; eres sólo un negociante
homicida. Eres un tonto, Osborne. Irina se te vende y se
entrega a mí. Un hombre de negocios debe esperar sólo la piel,
¿sí? Debes saber cómo tomar la piel. Vivimos aquí a tus
expensas y nos reímos de ti en tu cara. ¿Y quién sabe cuándo
desapareceremos? Entonces no tendrás cebellinas, ni a Irina,
nada.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 434

—Entonces, aceptas que te ayude —dijo Osborne—. Hoy es


miércoles. El viernes los soviéticos y yo negociaremos: tú e
Irina por las cebellinas. ¿Me permitirás que te salve?
—Sí —contestó Arkady. ¿Qué otra alternativa le quedaba?
Sólo Osborne podía salvar a Irina. Una vez a salvo podrían
huir. Si Osborne intentaba detenerlos, Arkady lo mataría.
—Entonces brindo por ti —dijo Osborne—. Me llevó un año en
Leningrado descubrir lo que son capaces de hacer los seres
humanos para sobrevivir. Tú estás aquí hace apenas dos días y
ya eres un hombre diferente. En dos días más serás un
norteamericano —se bebió el vaso de vodka de un trago—.
Pienso en los años venideros. Será bueno tener un amigo.

Solo, en el ascensor, Arkady se estremeció bajo el peso de la


verdad. Irina era una prostituta. Se acostó con Osborne y Dios
sabe con quién más para escapar de Rusia. Se abría de piernas
como si fueran alas. Le mintió a Arkady —mintió con
acusaciones y besos— le tachó de idiota y le hizo quedar como
tal. Lo que era peor, él lo sabía. Lo supo desde el principio,
siempre, más y más a medida que aumentaba su amor por
ella. Ahora ambos estaban prostituidos. Él, con su ropa nueva,
sin ser ya investigador principal, sin ser ya criminal ¿entonces
qué? Los tres cadáveres del parque Gorki. «¿Qué hay sobre
ellos?» había preguntado Osborne. ¿Y qué respecto a Pasha?
Estaba anonadado por todos los fraudes que había cometido. El
primero consistió en maniobrar para que Pribluda se hiciera
cargo del cacao. El segundo, para poder quedarse con Irina, y
el final, a fin de que Osborne pudiera tenerla.
La puerta del ascensor se abrió dejándolo pasar al vestíbulo.
Soy socio de Osborne, se dijo a sí mismo. En cuanto llegó a la
acera, la limusina se ubicó frente a él. Sin pensarlo entró en el
vehículo, que se encaminó al sur, hacia el hotel.
Sin embargo, él la seguía amando. Se olvidaría de los
cadáveres del parque Gorki. Obrando como prostituta ella
había conseguido llegar a los Estados Unidos, y él se
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 435

prostituiría para ayudarla a quedarse en ese país. El hotel


Barcelona estaba bien escogido para semejante pareja. Apoyó
su cabeza en el respaldo. Los copos de nieve caían en las
sombras que cruzaban por la ventanilla. Ella le había suplicado
que no le hiciera preguntas, y él había dejado de preguntar y
su mente en blanco. ¿Cuántos armarios de ropa tendría Irina?
¿Cuánto tiempo hacía que estaba en Nueva York?
Hizo memoria. Él no había flaqueado, nunca había hablado.
Pero el KGB y el FBI y todo el mundo sabían de Irina y Osborne.
¿Quién más podría contarle cosas acerca de Irina? ¿Y desde
hacía cuántos años se acostaba con Osborne? No, seguro que
no hubo otros hombres en su vida. Osborne era demasiado
orgulloso para haberlo permitido.
En Broadway pasaron ante las carteleras de los cines que
parecían sonreír como simios. Los espectáculos de pornografía
exhibían ampliaciones de cuerpos manchados. «¡Funciones en
vivo!» decía un letrero. La efigie de una negra con peluca
rubia, la de una mujer blanca con una peluca roja y un joven
con sombrero de vaquero aparecían en una puerta; en la plaza
Times había, en cada esquina, un par de policías nerviosos. Las
carteleras estallaban en color y humo. La nieve volaba como
ceniza sobre las multitudes. Un hombre que se ejercitaba
corriendo tenía que abrirse paso entre las prostitutas.
A pesar de todo, Irina lo amaba. Regresaría a Rusia o se
quedaría en los Estados Unidos, dependiendo de lo que él
hiciera. Recordó cuando la vio en los estudios de Mosfílm, con
su chaqueta afgana y su bota rota. Se había acostado con
Osborne en Moscú, pero no aceptaba regalos. Ni siquiera
dinero y casi siempre tenía hambre. El único regalo que
aceptaría sería su traslado a los Estados Unidos. ¿Qué le había
obsequiado Arkady, una pañoleta con dibujos de huevos de
Pascua? Sólo Osborne podía trasladarla a los Estados Unidos,
sólo Osborne podría decirle a él la verdad. Osborne tenía el
poder de hacer obsequios.
Estados Unidos, Rusia; Rusia, Estados Unidos. Estados Unidos
era la mejor de todas las ilusiones. Desafiaba todas las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 436

esperanzas. Aún allí en medio de sus luces, lo bastante cerca


para arrugar dólares con las manos, seguía siendo una ilusión.
No había venido de haber sabido la relación de Irina con
Osborne, se dijo a sí mismo. Pero siempre había sabido lo de
Irina y Osborne, se contestó a sí mismo. ¿Quién era él para
hablar de ilusiones?
Irina regresaría a Rusia si Arkady lo quería; aun Osborne lo
aceptaba.
¿Cómo serían Irina y Osborne en la cama?
Irina, Osborne; Osborne, Irina. Se los imaginaba en la cama,
hechos una serpentina, a los tres juntos.
Salió de sus divagaciones cuando la limusina se detuvo junto
a la acera. Notó que estaban muy al sur de la calle 29. Las dos
puertas traseras se abrieron; por ellas aparecieron dos jóvenes
negros apuntándole con un revólver a la cabeza; con una mano
aguantaban la pistola mientras que con la otra le mostraban
una placa de detective. El cristal que dividía el asiento
delantero del de detrás descendió y apareció Kirwill al volante.
—¿Qué le pasó al chófer? —preguntó Arkady.
—Algún mal hombre le pegó en la cabeza y le robó el
automóvil —dijo Kirwill con amplia sonrisa—. Bien venido a
Nueva York.

Kirwill consumía emparedados de carne de res y bebía whisky


y cerveza. Los dos detectives negros, Billy y Rodney, bebían
cubalibres en un reservado opuesto. Arkady estaba sentado
frente a Kirwill con su vaso vacío. No estaba en el bar, no
estaba libre, sus ojos veían aún las sábanas revueltas de la
cama del departamento. Estaba sentado frente a Kirwill de la
misma manera que un hombre podía permanecer sentado
indiferentemente frente a una hoguera.
—Osborne podría decir: «Los maté» —explicó Kirwill—. Podría
decir: «Los maté en el parque Gorki a las tres de la tarde a
principios de febrero. Lo hice y me alegro de haberlo hecho».
No sería extraditado. Con cualquier abogado norteamericano
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 437

decente el caso se prolongaría cinco años. Se necesitan veinte


para sacar de aquí a un criminal de guerra nazi. Digamos, cinco
años para el primer proceso, otros cinco para una apelación. Al
final podría recurrir a una apelación federal y comprar un juicio
nulo. Ganara o perdiera, pasarían quince años; y las cebellinas
se aparean; no tanto como los visones pero se aparean, y en
quince años el monopolio ruso de las cebellinas sería historia
antigua. Eso significa cincuenta millones de dólares en divisas
extranjeras. Así, que olvídate de la extradición. Las otras dos
alternativas son matar a Osborne y robar las cebellinas para
devolverlas a Rusia, o bien, negociar. El FBI protege a Osborne,
y los rusos no saben dónde están las cebellinas, de modo que
negociarán. Mira, hay que dar crédito a ese hombre. Osborne
se burló del KGB y se rió de ellos. ¿Quién eres tú para
perseguirlo, un agente subversivo ruso? Pero yo te ayudaré,
Renko.
Kirwill y sus dos detectives negros parecían ladrones
exóticos, ciertamente nada parecido a la milicia de Moscú. La
limusina robada estaba a unas cuantas manzanas de distancia.
—Debiste ayudarme en Moscú —dijo Arkady—. Pude haber
detenido a Osborne entonces. Ahora no me puedes ayudar.
—Te puedo salvar.
—¿Salvarme? —Ayer, hubiera creído a Kirwill; hoy, no—. No
me puedes salvar sin tener las cebellinas. ¿Las tienes?
—No.
—Me vas a salvar, pero no puedes hacerlo. Esto no me da
muchas esperanzas.
—Deja a la chica... deja que el KGB se desquite con ella.
Arkady se frotó los ojos. ¿Él en los Estados Unidos e Irina en
Rusia? Qué absurda conclusión sería ésa.
—No.
—Eso es lo que me imaginé.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 438

—Bueno, gracias por tus amables intenciones —Arkady hizo


intento de ponerse en pie—. Quizá querrías llevarme ahora a
mi hotel.
—Espera un momento —Kirwill lo hizo sentar—. Toma una
copa en memoria de los viejos tiempos —llenó el vaso que
tenía Arkady delante, sacó de sus bolsillos algunas bolsas de
celofán con palomitas que puso en la mesa.
Billy y Rodney miraban a Arkady con gran curiosidad, como si
bebiera con la nariz. Eran altos y negros azabache, sus camisas
eran brillantes y llevaban collares.
—Si el FBI te puede prestar a un homicida reconocido
también puede prestarte al departamento de policía de Nueva
York otros cinco minutos —comentó Kirwill.
Arkady se encogió de hombros y bebió el whisky de un trago.
—¿Por qué es tan pequeño el vaso? —preguntó.
—Es una forma de tortura concebida por los sacerdotes —dijo
Kirwill. Se volvió para ver a otro de los detectives—.
Oye, trae un bol con nueces —cuando Billy se dirigió al bar,
Kirwill le comentó a Arkady—: Es un estupendo «espada».
—¿Espada? —preguntó el ruso.
—Espada, negro, sangre, petimetre, coco, son nombres que
le vienen bien —dijo Kirwill mientras el otro detective negro
movía la cabeza de un lado hacia otro y reía—. Oye, Rodriey —
agregó Kirwill—, si se convierte en norteamericano tendrá que
ampliar su vocabulario.
—¿Por qué no te gusta el FBI? —preguntó Arkady.
Ese ciclón maniático que era Kirwill hizo un pequeño giro.
—Bueno, por muchas razones. Profesionalmente porque el
FBI no lleva a cabo investigaciones, paga soplones. No importa
de qué caso se trate: de espías, derechos civiles, la mafia, todo
lo que saben hacer es pagar soplones. La mayoría de los
norteamericanos son reacios a informar, así que el buró se
especializa en esa actividad. Sus informadores son casos
mentales y matones. Cuando el FBI establece contacto con el
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 439

mundo real de pronto surgen todos esos fenómenos que saben


matar a la gente con cuerdas de piano. Por ejemplo, si uno de
esos fenómenos es atrapado y está dispuesto a denunciar a
sus amigos, entonces cuenta al buró lo que éste quiere
escuchar e inventa lo que no sabe. Ésta es la diferencia básica.
Un policía sale a la calle a recabar información por su cuenta,
está dispuesto a ensuciarse porque lo que más ambiciona en la
vida es ser detective, mientras un agente del FBI es en realidad
un abogado o un contable. Quiere trabajar en una oficina y
vestir bien, tal vez convertirse en político. El miserable es
capaz de comprar a uno de esos fenómenos cada día.
—No todos los que informan son personas tan especiales —
murmuró Arkady. Imaginó a Misha de pie ante la iglesia, bebió
otro trago y desechó la imagen.
—Cuando terminan de testificar sus informantes los trasladan
a otra parte y les asignan nuevos nombres. Si el fenómeno
mata a alguien, el FBI vuelve a llevárselo a otra parte. Algunos
sicópatas han sido trasladados de lugar cuatro o cinco veces y
son totalmente inmunes. Yo no les puedo arrestar; cuentan con
más perdones que Nixon. Eso es lo que ocurre cuando uno
mismo no hace el trabajo, cuando utiliza a esos matones.
El detective regresó con un bol de plástico, en el que Kirwill
vació las bolsas de palomitas.
—Ya que estás de pie, Billy —dijo—, ¿por qué no llamas a la
prisión para ver si ya dejaron en libertad a nuestro amigo Rats?
—¡Demonios! —exclamó Billy, pero se dirigió al teléfono.
—Osborne dice que él es informante del FBI —le dijo Arkady.
—Sí, lo sé —Kirwill miró al techo. Imagínate el día en que John
Osborne entró en las oficinas del buró. Probablemente
tropezaron unos con otros al ponerse de pie rápidamente. Un
personaje como él, que ha estado en el Kremlin, en la Casa
Blanca, miembro de la alta sociedad, incapaz de aceptar un
centavo y capaz de comprar y vender a cualquier miembro del
buró. Que se roza con toda clase de rojos de aquí y de allá. Es
el soplón ideal convertido en realidad.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 440

—¿Por qué no acudió a la CIA?


—Porque es listo. La CIA posee miles de fuentes de
información sobre la URSS, un centenar de hombres que entran
y salen de Rusia. El FBI tuvo que cerrar sus oficinas en Moscú.
Todo lo que le quedaba era Osborne.
—Todo lo que podía proporcionarles eran chismorreos.
—Eso es todo lo que querían. Sólo deseaban poder situarse
en el regazo de algún congresista, llevar sus labios cálidos a
los oídos de éste y susurrarle qué habían sabido, a través de
sus fuentes especiales particulares que Brezhnev tenía sífilis.
Lo mismo que se dijo de los hijos de Kennedy y King. Por eso es
por lo que los congresistas están dispuestos a pagar, de eso
tratan los presupuestos federales. Sólo que ahora el buró tiene
que pagar; Osborne les ha presentado sus facturas de cobro.
Quiere que el buró lo proteja, y no va a cambiar de nombre y a
esconderse. Tiene al buró agarrado por sus delicados testículos
del tamaño de una perla y apenas empieza a apretar.
Mientras Kirwill hablaba, Arkady se acabó las palomitas. Se
sirvió otro vaso de whisky.
—Pero robó las cebellinas y tiene que devolverlas.
—¿De veras? ¿Las devolvería la Unión Soviética si el KGB las
hubiera robado? Es un héroe.
—Es un asesino.
—Eso lo dices tú.
—Yo no soy el KGB.
—Yo digo que en este mundo especial nosotros somos de los
que no contamos para nada.
—No lo soltaron —dijo Billy al regresar del teléfono—. Ahora
lo detendrán por embriaguez y mala conducta. Le dejarán salir
en una hora.
La voz de Billy le sonaba a Arkady como un saxofón.
—Tus dos hombres —miró analíticamente a Billy y a Rodney
—, ¿no estaban pintando una oficina frente a mi hotel?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 441

—Venid —les dijo Kirwill a sus detectives.

Cuando salieron del bar, Billy y Rodney se fueron en un coche


descapotable rojo. Kirwill y Arkady caminaron por las calles
trazadas en ángulos extraños por una zona de la ciudad que
Kirwill llamaba la Villa. Había nieve suficiente para hacer que
se destacaran los postes del alumbrado y que supiera mejor el
aire de la noche. Al llegar a la calle Barrow se detuvieron frente
a una casa de ladrillo de tres pisos con escalones de mármol y
enredaderas que crecían entre dos casas casi idénticas. Arkady
supo, sin que se lo dijera, que ésa era la casa de Kirwill.
—En el verano, cuando el número de visitantes aumentaba,
esto parecía un enorme manchón morado —dijo Kirwill—. Un
ruso cuyo inglés no era bueno vivía aquí con el Gran Jim y
Edna. Cuando sus amigos lo visitaban les decía que buscaran
una casa «cubierta de histeria». Las dos palabras suenan casi
igual.
La casa quedaba un tanto suspendida en la oscuridad.
—Siempre había con nosotros muchos rusos. La babushka
que me cuidó me hablaba de los cinco cochinitos con los dedos
de mis pies. Decía: «Este pequeño Rockefeller fue al mercado,
este pequeño Mellon se quedó en casa, este pequeño Stanford
comió asado...».
»El FBI siempre tenía dos agentes en un automóvil frente a la
casa, día y noche. Intervinieron el teléfono, pusieron
micrófonos en nuestras paredes desde otras casas colindantes,
interrogaban a quienes se acercaban a la puerta. Los
anarquistas hacían bombas en la azotea. Había cierto suspense
respecto a todo este lugar, que no se encuentra en otras casas.
Más tarde Jimmy se instaló en el piso de arriba. Más cerca de
Dios. Levantó un altar con crucifijos e iconos. Cristo era la
bomba de Jimmy. El Gran Jim y Edna estallaron, Jimmy estalló,
y yo sólo tengo ahora un ruso.
—¿Y todavía vives aquí?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 442

—Sí, en una maldita casa donde te espantan. Todo el país es


una maldita casa de horrores. Vámonos, tenemos que ir en
busca de alguien.
El automóvil de Kirwill era viejo, de color azul,
fastidiosamente limpio. Se dirigió al sur sobre Varick,
saludando con la mano de manera casual a una patrulla
policiaca que encontraron. Se le ocurrió a Arkady que para esa
hora Wesley debería saber que estaba perdido y debía haber
sembrado el pánico en el hotel Barcelona. ¿Se habría emitido
un comunicado sobre su desaparición a las patrullas de la
policía? ¿Sospecharían de Kirwill?
—Aunque Osborne sea un informador importante, no
entiendo por qué el FBI le permite verme —dijo Arkady—. Sea
como fuere, él sigue siendo un criminal y ellos son un órgano
de la justicia.
—Otras ciudades obedecen los reglamentos; pero Nueva York
no. Si un diplomático choca contra tu automóvil, mata a tiros a
tu perro, viola a tu mujer, se va tranquilamente a su casa. Hay
aquí un pequeño ejército israelí, un pequeño ejército palestino,
los cubanos de Castro, los cubanos del buró... todo lo que
podemos hacer es actuar como criados y limpiar el vómito.
Al recorrer en automóvil por la noche una ciudad
desconocida, la imaginación de Arkady ubicaba lo que no veía.
En las sombras ponía las chimeneas de las fábricas Likhachev,
las paredes del Manezh, los callejones de Novokuznetskaya.
—Sin embargo, el FBI está manejando este asunto de manera
diferente —dijo Kirwill—. Tienen departamentos seguros en el
hotel Waldorf. Entonces ¿por qué instalarte en el Barcelona?
Fue una buena idea ya que sus medidas de seguridad son
ineficaces, y yo podría poner a Billy y Rodney en la habitación
de encima. Aunque hay algo sospechoso que nos sugiere que
Wesley no quiere que queden pruebas en el buró de que
estuviste aquí. ¿Qué te dijo Osborne? ¿Mencionó algún arreglo?
—Sólo hablamos —dijo Arkady. Mintió sin vacilar, como si
hubiera hablado otra persona y no él.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 443

—Seguro que habló de él y la chica, lo conozco bien. Es del


tipo de los que les gusta disfrutar cuando aplican la presión.
Déjamelo a mí.
Los edificios públicos del bajo Manhattan eran una colección
de arquitectura romana, colonial y moderna, con una
excepción iluminada por el exterior, un solo edificio enorme
que comprendía toda la manzana y le parecía familiar a Arkady.
Era de estilo gótico stalinista sin los encajes orientales de
Stalin, un monumento fúnebre más reluciente pero sin una
estrella roja que se elevara por encima de su iluminación.
Kirwill se estacionó justo en frente.
—¿Qué es esto? —preguntó Arkady—. ¿Qué puede haber *
abierto a estas horas?
—Son las tumbas —contestó Kirwill—. Los tribunales
nocturnos permanecen abiertos.
Empujaron las puertas de bronce para entrar a un vestíbulo
lleno de mendigos con moretones, chaquetas con los bolsillos
vueltos hacia fuera, con la actitud suspicaz de los perros
golpeados. En Moscú había mendigos, pero se les veía
solamente en estaciones de ferrocarriles o cuando los
dispersaba una campaña de la milicia. Todo el vestíbulo era
suyo. El mostrador de información tenía tanta basura que ésta
te llegaba a la cintura. Una parte del vestíbulo estaba cubierto
con avisos sobre las horas de los procesos, el otro con algunos
teléfonos. Los accesorios del techo estaban bastante fuera del
alcance de la mano. Un par de ancianos con abrigos
maltrechos y portafolios miraron a Arkady.
—Son abogados —explicó Kirwill—. Creen que podrías ser su
cliente.
—Deberían conocer mejor a sus clientes.
—No conocen a sus clientes sino hasta que cruzan esas
puertas.
—Deberían reunirse con sus clientes en sus oficinas.
—Este edificio es su oficina.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 444

Kirwill lo guió entre una multitud y a través de una doble


serie de puertas de bronce hasta lo que Arkady reconoció de
inmediato como la sala de un tribunal. Era casi la medianoche;
¿cómo podía haber una sesión a esa hora?
Un juez ataviado con una túnica estaba sentado en un
escritorio alto ante un panel de madera en el que estaban
grabadas las palabras «Confiamos en Dios», y a su lado una
bandera norteamericana cubierta con un plástico. En
escritorios más bajos había sentados una taquígrafa y un
empleado. Otro hombre permanecía ante una mesa
seleccionando papeles en una pila de consignaciones cubiertas
con un forro azul. Los abogados iban de la mesa de los papeles
al juez o a un banco lateral donde esperaban los infractores de
la ley. De éstos, unos eran hombres, otros mujeres, de todas
las edades y negros en su mayoría; todos los abogados eran
jóvenes, de raza blanca, hombres.
Un cordón de terciopelo separaba la sección donde se
desarrollaba el proceso, de una hilera de hombres vestidos con
chaquetas de cuero y pantalones de mezclilla. Tenían placas
policiacas en sus cinturones y expresiones de infinito
aburrimiento; unos parecían distraídos, otros cerraban los ojos.
Los parientes de los acusados ocupaban las filas de detrás,
entre mendigos que habían ido allí a dormitar. El lugar
concentraba el sueño de la ciudad; empezaba y se propagaba
a partir de ese tribunal, una fatiga que superaba cualquier
ultraje, que vencía aun a la pose fija del cinismo. La del juez, la
del infractor, la de cada amigo, todas las caras estaban
cansadas. Una mujer joven con un bebé bien abrigado estaba
sentada quieta junto a Arkady. En los ojos del pequeño se
reflejaban las lámparas cuadradas y brillantes del techo. Las
cortinas de las ventanas estaban corridas. De vez en cuando
un guardia se movía para expulsar de la sala a alguien que
roncaba; por lo demás el tribunal estaba virtualmente
silencioso porque cuando un infractor y el oficial que lo detuvo
eran llamados a la mesa, los abogados hablaban con el juez en
voz demasiado baja para que pudiera oírse de lejos. Entonces
el juez fijaba una suma. A veces ascendía a mil dólares, a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 445

veces a diez mil. El juez escuchaba sin levantar nunca los ojos,
moviendo la cabeza de un abogado a otro. Arkady comprendió
que regateaban. Transcurrían cinco minutos o sólo uno, antes
de que se determinara la suma. En Moscú había visto
resolverse casos de embriaguez con la misma rapidez, pero
éstos eran cargos de robo o asalto. Luego, mientras se llamaba
al siguiente delincuente, el anterior se retiraba salvando el
cordón de terciopelo, peinándose mientras caminaba, dejando
atrás al hombre que lo había detenido.
—¿Qué es la «fianza»? —preguntó Arkady.
—Es la suma que se paga para salir de la cárcel —contestó
Kirwill—. La puedes considerar un depósito o un impuesto.
—¿Eso es justicia?
—No, pero es la ley. No han traído todavía a Rats... eso es
bueno.
Algunos detectives se dirigieron al fondo de la sala del
tribunal para saludar con respeto a Kirwill. Eran hombres
grandes, sin afeitar, músculos y grasa metidos en sus camisas
a cuadros y cinturones con placas de detectives —nada
parecidos a los agentes delgados del FBI—. Uno señaló al
siguiente acusado que se inclinaba ante el juez. Dijo:
—Ese miserable golpeó a una señora en el parque; lo detuvo
el escuadrón contra robos. Pensaron que la había violado y la
entregaron a las chicas del escuadrón de estupros. Luego, ellas
creyeron que la víctima se iba a morir, así que nos la
devolvieron a nosotros, a homicidios. Pero como no se murió ni
la violaron le devolvimos al escuadrón de robos. Lo malo es
que su turno ha terminado y el papeleo anda por todo el
maldito lugar, y si no se reúne pronto, el delincuente quedará
libre.
—Es un maniático —agregó el segundo detective—. Cuando
era menor de edad mató a su madre quemándola. ¿Acaso
tenemos que proteger a todas las mujeres que le recuerdan a
su madre?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 446

—¿Qué objeto tiene? —preguntó el primer detective—. ¿Cuál


es el maldito, grasiento y espinoso objeto?
Arkady se encogió de hombros. No lo sabía. Lo mismo hizo
Kirwill. Aceptaba la diferencia que le rendían los otros
detectives; él era su inteligencia, su fuerza, sus ojos azules
impregnados de alcohol.
—No tiene objeto de ser —le dijo Kirwill—, ésa es la cuestión.
Kirwill guió a Arkady fuera del tribunal de regreso a los
pasillos.
—¿Adónde vamos? —preguntó Arkady.
—Vamos a sacar a Rats de la cárcel. ¿Acaso tenemos otra
cosa que hacer?
Kirwill tocó el timbre de la puerta de acero. Aparecieron dos
ojos por una rendija y a continuación quedó abierto el paso a
las celdas de Manhattan. Allí detenían a los delincuentes que
comparecían ante los tribunales. Vistas en ángulo, las barras
de color verde parecían paredes sólidas de las que sobresalían
unas manos... De frente, dejaban ver celdas de mosaico
amarillo donde una docena o más hombres esperaban su turno
para presentarse ante el tribunal tan dóciles como si fueran
máquinas, moviendo sólo los ojos al paso de Kirwill y Arkady. El
primero se detuvo en una celda ocupada por un hombre blanco
extrañamente vestido. Sus guantes de lana estaban cortados
por las puntas de los dedos, tenía las botas llenas de lodo y un
abrigo con muchos bolsillos, así como una gorra de lana sobre
su cabello revuelto. Su cara rojiza y sucia reflejaba el consumo
de licor y la exposición a la intemperie, y trataba de dominar el
temblor de su pierna izquierda. Al otro lado de la celda había
un detective con bigote y un joven de rostro enjuto con traje y
corbata.
—¿Listo para ir a casa, Rats? —preguntó Kirwill al hombre de
la celda.
—No se llevará usted a míster Ratke a ninguna parte,
teniente —dijo el hombre de la corbata.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 447

—Es el fiscal de distrito auxiliar; más adelante será un


abogado defensor con jugosos ingresos —explicó Kirwill a
Arkady—. Y el otro es un detective muy tímido.
De hecho, parecía como si el detective quisiera arrastrarse
detrás de su bigote para esconderse.
—El señor Ratke será consignado dentro de unos minutos —
dijo el abogado.
—¿Por borracho y alborotador? —comentó riendo Kirwill—. Es
un ebrio, ¿qué esperabas?
—Queremos que el señor Ratke nos proporcione algunos
informes —el abogado tenía el nervioso ánimo de un pequeño
perro—. Quiero hacer notar al teniente que hace poco hubo un
gran robo en la compañía de la Bahía de Hudson, y que no se
sabe aún quiénes fueron los autores del hurto. Tenemos
razones para creer que el señor Ratke intentaba vender
mercancías provenientes de ese robo.
—¿Qué pruebas tienen? —preguntó Kirwill—. No lo pueden
detener.
—¡Yo no robé nada! —gritó Rats.
—De todas maneras lo vamos a detener por borracho y
alborotador —aclaró el abogado—. Teniente Kirwill, he oído
hablar de usted y no me importa.
—¿Lo detuvo usted bajo el cargo de embriaguez y conducta
desordenada? —Kirwill leyó el nombre en la placa del detective
—. Se llama usted Casey, ¿verdad? ¿No conocí a su padre? Fue
detective.
—Rats había sido ya descubierto y necesitaban a alguien que
lo detuviera... —Casey no miraba a los ojos de Kirwill.
—Puedo entender que un uniformado lo hiciera, ¿pero usted?
—preguntó Kirwill—. ¿Tiene problemas económicos? ¿Necesita
hacer horas extras? ¿Se trata de la pensión alimenticia?
—El detective Casey me está haciendo un favor —dijo el
abogado.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 448

—En consideración a su padre, le prestaré el dinero —dijo


Kirwill en tono conciliador—. Haré cualquier cosa por evitar que
un buen chico irlandés se humille. Me disgustaría que esto se
divulgara.
—Teniente Kirwill, no tiene objeto hablar sobre la cuestión —
interrumpió el abogado—. El detective convino en ser el oficial
de arresto para efectuar la consignación. No sé qué interés
tiene usted en el caso, pero está entreteniendo al señor Ratke.
De hecho, ya deberíamos estar en camino al tribunal...
—Al diablo con esto —Casey saludó con la mano y se alejó.
—¿Adónde va? —preguntó el abogado.
—Ya me fui —el detective ni siquiera se dio la vuelta.
—¡Espere! —el abogado corrió tras él e intentó interponerse
entre Casey y la puerta.
Pero el detective no se detuvo a discutir.
—No hay por qué colaborar con esos sujetos —dijo cerrando
de golpe la puerta al irse.
El abogado regresó.
—Aún pierde, teniente. Aunque no podamos consignarlo, el
señor Ratke no está en condiciones de irse solo a su casa, y
nadie ha venido a reclamarlo.
—Yo vengo por él.
—¿Por qué, teniente? ¿Por qué hace todo esto? Interrumpe
usted un caso, intimida a un colega detective, se pone en
contra de la oficina del fiscal del distrito... todo por un
borracho. Si un oficial puede hacer esto, ¿qué sentido tiene
tener un tribunal?
—Ninguno, ésa es la cuestión.
Kirwill y Arkady condujeron a Rats hasta el vestíbulo principal
antes de que comenzara a gritar con delirium tremens. Los
mendigos del vestíbulo estaban perplejos, como si fueran
sonámbulos despertados. Kirwill le tapó con la mano la boca y
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 449

Arkady lo cargó. Rats era el primer norteamericano que había


conocido que realmente apestaba.
Le metieron en el automóvil y en la calle Mulberry. Kirwill
entró en una charcutería para comprar unas botellas de whisky
y oporto, así como unas bolsas de palomitas.
—Va contra la ley comprar licor en una charcutería —explicó
Kirwill—, Por eso sabe tan bien.
Rats se bebió el oporto y pronto se durmió en el asiento
trasero.
—¿Por qué? —preguntó Arkady—. ¿Por qué nos tomamos
tanto trabajo para hacernos con un ebrio? Wesley y el FBI
deben estar buscándome... quizá también el KGB. Te metes en
muchos problemas. ¿Para qué?
—¿Por qué no habría de hacerlo?
Las palomitas le salaban la lengua y el whisky se propagaba
por los miembros de Arkady. Vio que Kirwill estaba
enormemente complacido consigo mismo. Por primera vez la
situación le pareció cómica.
—¿Realmente esto no tiene sentido? —preguntó.
—No en este lugar y en este momento. Permíteme que te
enseñe algunos sitios.
—¿Y si nos encuentran antes de que vuelva?
—Renko, no tienes nada qué perder, y Dios sabe que yo
tampoco. Llevaremos a Rats a su casa.
—¿Por qué no? —Arkady miró la figura dormida en el asiento
trasero. Había comido con Osborne, había establecido contacto
con la justicia norteamericana y todavía no quería enfrentarse
a Irina.
—Bravo, muchacho.
La nieve y los caracteres chinos dorados se mecían por lo
alto de la calle Canal.
—Lo que no comprendí desde un principio —dijo Kirwill—, es
¿por qué te hiciste policía?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 450

—Quieres decir investigador.


—Policía.
—Lo que sea —Arkady se percató de que le había tributado
un extraño cumplido, quizás una disculpa—. Una vez conocí un
caso, cuando era muchacho, uno de esos casos que pudieron
haber sido asesinato o suicidio —hizo una pausa sorprendido
de sí mismo, porque no había tenido la intención de decir eso.
Un investigador se entrena para contestar de memoria a esa
pregunta en particular, refiriéndose a los investigadores
paternalistas que conoció, a los irresponsables, destructores, y
a la defensa de la Revolución. Esta noche había demonios en
su cabeza—. Fue después de la guerra, cuando había de por
medio grandes reputaciones. Nunca oí a tanta gente decir la
verdad. Fue debido a que la propia víctima era una verdad
implacable, que no había forma de volverla a poner sobre sus
pies, y porque los investigadores tenían permiso especial para
tratar con la verdad.
Pasaron frente a nombres de tiendas misteriosos como
Joyería, Caballeros de Colón, Tienda Principal.
—No hablo con claridad —dijo Arkady.
—Trata de hacerlo.
—Digamos que un artista de mérito una noche le pide a su
esposa que salga del automóvil para quitar del camino algunos
trozos de vidrio, y cuando la mujer está realizando el encargo
el hombre la arrolla. Una joven, miembro de una organización
comunista que se va a casar pronto, acomoda en su cama a
sus abuelos, cierra herméticamente las ventanas y abre las
llaves del gas antes de salir de paseo esa noche. Un campesino
trabajador, que es un agrónomo estimado, mata a la chica
moscovita de quien se había enamorado. Es peor que los
crímenes; son cosas que se supone no deberían ocurrir. Son
verdad. La verdad acerca de una nueva clase de ruso; el
hombre que puede tener una amante y un automóvil; la chica
que tiene que llevar a su marido a vivir a un cuarto con dos
ancianos; un campesino y nada más que un campesino que
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 451

sabe que nunca podrá salir de una aldea situada a miles de


kilómetros del resto del mundo. No decimos eso en nuestros
informes, pero se supone que lo sabemos. Por eso debemos
tener permiso especial para tratar con la verdad. Alteramos las
estadísticas, naturalmente.
—¿Dicen que hay menos asesinatos? —preguntó Kirwill.
—Desde luego.
Kirwill le dio la botella limpiándose luego la boca con el dorso
de la mano.
—¿Con qué objeto? —le preguntó—. El homicidio nos
encanta. La causa número uno de la muerte de jóvenes en los
Estados Unidos es el asesinato. El cadáver apenas ha caído al
suelo y ya es una estrella de la televisión. Todo el mundo tiene
la oportunidad de ser estrella. Tenemos guerras y algo mejor
que guerras: psicópatas, violadores, afeminados, policías,
masacres. Sales a la calle y recibes un balazo, te quedas en
casa y ves la televisión. Somos una forma de arte parlante.
Más grandes que Detroit, mejor que el sexo, arte nativo e
industria unidos, lo que el Renacimiento fue a Italia, los palillos
de comer para los chinos, Hamlet sin las partes lentas... aquí
somos carreras parlantes de automóviles, Arkady, muchachos.
Los tipos que matan de verdad se pierden en el remolino, la
vida está perdiendo a sus hombres temerarios. ¿Cómo puedes
preocuparte si puedes ver mejor un asesinato a cámara lenta
acompañado de efectos especiales, con una cerveza en una
mano y un pezón en la otra? Eso es mejor que los policías de
verdad. Todos los policías reales están en Hollywood; el resto
somos farsantes.
Por el túnel Holanda cruzaron por debajo el río Hudson.
Arkady sabía que debía estar ansioso porque a esas alturas
Wesley debía estar convencido de que había huido; sin
embargo, se sentía extrañamente animado, como si se hubiera
hallado él mismo hablando un lenguaje que nunca le había sido
enseñado.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 452

—Nuestros asesinatos soviéticos son secretos —dijo—.


Estamos atrasados en lo tocante a la publicidad. Incluso
nuestros accidentes son secretos, oficial y extraoficialmente.
Nuestros asesinos por lo general se jactan de sus actos sólo
cuando los atrapan. Nuestros testigos mienten, a veces creo
que nuestros testigos temen más a los investigadores que a los
homicidas —miró hacia Manhattan desde el lado del río que da
a Nueva Jersey. Al final de un millón de luces, dos torres
blancas penetraban en la noche. No le habría sorprendido ver
encima de ellas dos lunas—. Durante algún tiempo creí que
quería ser astrónomo, pero luego decidí que la astronomía era
aburrida. Las estrellas nos interesan sólo porque están muy
alejadas. ¿Sabes qué nos interesaría de verdad? Un asesinato
en otro planeta.
Unos letreros señalaban la autopista de Nueva Jersey, el
bulevar J. F. Kennedy, Bayonne.
Arkady tenía la garganta seca, así que bebió un buen trago.
—En Rusia las carreteras no tienen muchos letreros —
comentó riendo—. Si no se sabe adónde se dirigen no se
debería viajar por ellas.
—Aquí, la vida depende de los letreros. Somos grandes
consumidores de mapas. Nunca sabemos dónde estamos.
Como el whisky se había acabado, Arkady puso la botella
vacía en el suelo del automóvil.
—¡Tuviste una babushka! —exclamó de pronto, como si Kirwill
acabara de mencionar ese hecho.
—Se llamaba Nina —dijo Kirwill—, Nunca quiso hacerse
norteamericana. De este país sólo le gustaba una cosa.
—¿Qué era?
—John Garfield.
—No le conozco.
—No se parecía a ti, era mucho más proletario.
—¿Es un cumplido?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 453

—Fue un gran amante, hasta el día en que murió.


—¿Cómo era tu hermano?
Transcurrió un rato antes de que Kirwill contestara. A Arkady
le gustaba la forma en que las rayas blancas de la carretera
parecían chocar contra los faros.
—Dulce. Virgen. Le fue difícil tener los padres que tuvo, y le
fue aún más duro que hubieran muerto. Era un gusto para los
sacerdotes, quienes le pusieron en las manos el Santo Grial y
un pasaporte para santificarlo. Yo acostumbraba derribarle su
altar cada vez que iba a casa. Le metía en la garganta a Mark
Twain y a Voltaire; pero era como arrojar piedras a san
Sebastián. Pero hacerlo huir a Rusia, ¿cómo se perdona uno
eso?
Bayonne era un terreno de tanques de petróleo y torres
plateadas y brillantemente iluminadas, un campamento lunar.
—Acostumbrábamos ir a pescar al Allagash, en Maine, Jimmy
y yo. Es una zona maderera, con un camino para entrar y salir.
Había buena pesca: lucio, lobina, trucha. ¿Alguna vez pescaste
en canoa?, incluso en invierno íbamos allí. Tomaba el viejo
Packard del Gran Jim y le ponía llantas grandes. Flotábamos
sobre la nieve con ese vehículo. ¿Oíste hablar de la pesca en el
hielo? Se hace un hoyo en el hielo y se mete por ahí el anzuelo.
—Eso hacen en Siberia.
—Bebíamos lo suficiente para mantenernos calientes.
¿Nevaba? Eso no era un problema. En la cabaña había
alimentos enlatados, una chimenea, una estufa y toda la leña
que pudiera uno cortar. Se podía cazar venado, alces, y sólo
había un guardabosques por cada mil millas cuadradas. Sólo
había leñadores y francocanadienses; tú hablas mejor inglés
que ellos.
Por un puente atravesaron un río llamado Kill Van Kull. Por él
se deslizaba hacia el mar un buque tanque. Una luz roja
delataba su paso.
—Es Staten Island —anunció Kirwill—. Hemos regresado a
Nueva York.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 454

—¿No es Manhattan?
—No, no es Manhattan. Tan cerca y tan lejos.
Pasaron por hileras de casas. Un santo de yeso bendecía un
prado.
—¿Hubiera podido Jimmy hacer salir a la calle a la gente que
vive en esas casas, Arkady? Dime la verdad.
Arkady recordó los cadáveres bajo la nieve del parque, todos
alineados sin indicar ningún intento de escapar y la cabaña de
troncos, la sábana sobre los compartimientos donde dormían,
donde Jimmy leía la Biblia mientras Kostia montaba a Valerya.
—Claro —mintió—. Era lo suficientemente valiente. ¿Por qué
no?
—Tienes razón —dijo Kirwill al cabo de un rato.
Por otro puente regresaron a Nueva Jersey sobre una angosta
franja de agua que los letreros de la carretera llamaban Arroyo
Arthur. Junto a él había muelles, vías férreas y los quemadores
de más refinerías. Arkady se había desorientado, pero en
cuanto la Luna quedó a su izquierda adivinó que se dirigían al
sur. ¿Habrían dado la alarma en Nueva York para buscarlo?
¿Buscaban también a Kirwill? ¿Qué estaría pensando Irina?
—¿Adónde vamos?
—Ya casi llegamos —contestó Kirwill.
—¿Tú amigo Rats vive aquí? No veo ninguna casa.
—Es zona pantanosa —dijo Kirwill—, Antiguamente había
aquí garzas, quebrantahuesos, lechuzas. Y mucho antes ostras
y ranas. Por la noche, los ruidos te dejaban casi sordo.
—¿Acostumbrabas venir aquí?
—Venía en una lancha con uno de nuestros anarquistas.
Amaba las excursiones al aire libre. También amaba la
vegetación. Naturalmente, la mayor parte del tiempo
quedábamos aislados. Para mí, eran típicas excursiones rusas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 455

Ahora se encontraban en un camino que atravesaba una


zona fabril. Con la luz de los faros el pantano mostraba los
tonos vistosos de una paleta de pintor, verdes, amarillos, rojos.
—Noto que estás preocupado —dijo Kirwill—. No lo estés. Yo
me encargo de Osborne.
«¿Qué nos pasará entonces a Irina y a mí?» pensó Arkady de
inmediato. Cuán grotesco era haber sido salvado por Osborne;
uno esperaba que viviera.
—Da la vuelta aquí —Rats se enderezó, ya despierto, en el
asiento trasero.
Kirwill se adentró en una franja de tierra que llevaba hasta el
arroyo.
—Hay de por medio algo más que tú y Osborne —dijo Arkady.
—¿Te refieres al FBI? Pueden proteger a Osborne en
cualquiera otra parte, no en Nueva York.
—No me refiero al FBI.
—¿Al KGB? Ellos también quieren su cabeza.
—¡Alto! —exclamó Rats.
Bajaron del automóvil. En una dirección, las tierras
pantanosas se extendían hasta las débiles luces de una
autopista; en la otra, se prolongaban en declive a fondeaderos
de embarcaciones. Siguieron a Rats por un camino que se
hundía bajo sus zapatos.
—Les mostraré —Rats miró hacia atrás—. No soy un ladrón.
En el desembarcadero, había barcas amarradas a maderos.
Los perros de un guardia ladraban bajo una lámpara,
acompañados por los de otro desembarcadero donde había
apilados en pirámides maderos empapados de creosota. En el
arroyo una barcaza recolectora de basura hacía su recorrido
nocturno. Al otro lado, en Staten Island había algunas luces,
una ventana, un tanque azul de almacenamiento semioculto
por unos árboles y lo que parecían ser casas, botes, camiones
y grúas amontonadas unas encima de otras.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 456

Arkady llegó con relativa seguridad a unos tablones puestos


sobre el lodo, delante de Kirwill. Los copos de nieve relucían
sobre los juncales. Rats caminó con energía por delante de
ellos hasta llegar a una choza de papel cubierta de brea y en la
que había una chimenea de estufa. Al aproximarse. Arkady pisó
pequeños huesos que sobresalían del lodo como dientes. Rats
abrió la puerta de la choza, encendió una lámpara de petróleo
e invitó a entrar al ruso.
Arkady titubeó. Por primera vez desde su llegada a los
Estados Unidos no estaba rodeado de luces. Sólo había el
fulgor de la carretera, otra bruma distante bloqueada por
Staten Island y arriba la familiar semicúpula de oscuridad y el
resplandor de la nieve. El vacío circundante se hizo presa de él.
—¿A qué hemos venido aquí? —le preguntó a Kirwill—. ¿Qué
quieres de mí?
—Quiero salvarte —contestó Kirwill—. Escucha, el hotel
Barcelona está lleno de prostitutas; el FBI no puede vigilar a
todos los que entran y salen. Mañana por la noche Billy y
Rodney se instalarán en el cuarto de arriba. Esperarán a que
esté muy oscuro, entonces bajarán una escala hasta tu
ventana. Tú y la chica os vestiréis con algo que no llame la
atención y subiréis por ella cuando estéis listos. Os bajarán por
el ascensor de servicio hasta el sótano. Una operación sencilla:
arriba y afuera, el escuadrón rojo lo ha hecho antes.
—¿El escuadrón qué?
—El escuadrón rojo. Ya te hablaron de nosotros.
—¿Cómo sabes que me hablaron del escuadrón rojo, —
Arkady esperó la respuesta, luego la contestó él mismo—:
Tienes un micrófono en nuestro cuarto, tus detectives, Billy y
Rodney nos escuchan desde la acera de enfrente con un
receptor.
—Todo el mundo tiene un micrófono en tu habitación.
—Pero no me consideran un amigo. Como amigo, dime, ¿todo
el mundo se regocija ante cada palabra que oye? ¿Es posible
escuchar asépticamente? Disculpa que sea tan estúpido, pero
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 457

debo preguntarte qué hacías en el departamento al que me


llevó Osborne. ¿Por qué cortaron allí la electricidad? Dime si me
equivoco, pero habéis puesto más micrófonos en el
departamento, uno en cada cuarto, junto con la instalación
eléctrica. Ah, teniente, has estado muy activo. No pasaste por
alto el dormitorio, ¿verdad?
—Te están preparando una trampa, Arkady. El FBI y el KGB
juntos. No hay registros de tu estancia en este país, lo
verifiqué. Ni en este país ni en el hotel Barcelona, en ninguna
parte. Lo que hago es para protegerte.
—¡Mentiroso! Le rompiste un pie a tu hermano para
protegerlo. Sabes todo lo concerniente a Osborne, Irina y yo.
—Pero yo te puedo salvar. Os puedo sacar a los dos del hotel,
y Wesley no se percatará de nada hasta la mañana siguiente.
Un automóvil te estará esperando a unas manzanas del hotel
con dinero, nuevas identificaciones, mapas. Puedes estar en
Maine en nueve horas. Todavía tengo esa cabaña. La abastecí
para ti, y reemplacé el Packard con un Jeep. Hay esquíes y
rifles. Si todo marcha bien, puedes dirigirte a Canadá,—que no
está lejos.
—Es una locura de las tuyas, porque no nos puedes ayudar.
—Puedo. Mira, de esta forma Jimmy gana a pesar de todo.
Todavía puede sacar de la URSS a dos rusos. De lo contrario,
toda su vida y su muerte fueron un desperdicio. De esta
manera la vida de Jimmy tendría algún sentido.
—Ya no lo tiene. Está muerto.
—¿Para qué discutimos? Deja que te ayude. Somos amigos.
—No, no lo somos. Llévame al hotel.
—Espera —Kirwill le cogió del brazo.
—Yo me voy —Arkady se zafó y se encaminó al automóvil.
—Harás lo que te digo —Kirwill lo volvió a coger del brazo.
Arkady le dio un golpe. La comisura de la boca de Kirwill se
abrió y sangró. Kirwill sostenía todavía el otro brazo de Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 458

—Suéltame —dijo Arkady en tono amenazante.


—No, tienes que...
Arkady le volvió a golpear y la sangre manchó el labio de
Kirwill. Arkady esperaba una exhibición de la destreza
profesional del teniente: la acción de las manos poderosas que
aplastan costillas y golpean al corazón, el puntapié que rompe
una rodilla, la furia legendaria. Pero él había aprendido algo
desde que se encontraron por primera vez en el parque Gorki,
y pensó que esta vez habría más resistencia por su parte. Una
pelea a muerte tenía un cierto aliciente. En este campo era en
el que Kirwill (Killwell -Matabién, como le llamaba su hermano)
actuaba mejor.
—Pelea —exigió Arkady—. Así comenzamos, ¿recuerdas?
—No —dijo Kirwill, y siguió aferrado al brazo de Arkady.
—Pelea —le asestó otro golpe que le puso de rodillas.
—Por favor —suplicó Kirwill.
Kirwill ofrecía una figura nueva y grotesca, en el lodo,
suplicando.
—¡Suéltame! —gritó Arkady. Dejó caer los brazos—. Sólo
déjame ir. No habrá ninguna fuga a una fantástica cabaña. Lo
sabes. Sabes que podemos escondernos diez años, pero el KGB
nos encontrará y nos matará si no consigue las cebellinas.
Nunca nos dejará ir sin las cebellinas. Nos entregarán a
Osborne para hacerse con las cebellinas. Así que no me vengas
con cuentos... no puedes salvar a nadie.
—Nada más mira —dijo Kirwill.
Arkady sintió el pecho empapado de sudor. El rostro se le
congelaba. A cada paso que daba, el suelo le absorbía los pies.
Rats levantó la lámpara. Arkady se inclinó para cruzar la
entrada e hizo a un lado un rollo de papel que colgaba del
techo. Las paredes y la cubierta estaban hechas con hojas de
cartón y plástico aisladas con papel de periódico y trapos. El
suelo estaba constituido por tablas sueltas. A un lado había
una alfombra y una colcha. En medio, una estufa panzona
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 459

mostraba una cacerola con fríjoles congelados. El olor a carne


podrida se había concentrado en la estructura carente de
ventanas.
—No lo robé —Rats retrocedió, aterrorizado por Arkady—.
¿Entiendes inglés? Yo capturo animales con trampas. Eso es lo
que hago.
Latas de grasa y sebo estaban alineadas sobre una caja de
naranjas que usaba como repisa. En otra tenía medicinas:
digital, nitroglicerina, ampolletas de amilnitrito, Contact.
—La rata almizclera es buen alimento, alimento natural. El
nombre es el que repugna a la gente. La piel es de primera. La
gente es tan tonta; son de rata almizclera las pieles de los
abrigos que usan. Llevo diez, veinte pieles a la semana a la
ciudad. Me basto a mí mismo, no necesito robar, y no lo he
hecho.
Rats tropezó con la estufa haciendo caer la cacerola con los
fríjoles sobre una caja de cartón con herramientas metálicas,
ajax y trapos de limpiar. Buscó entre cajas de alimentos
diversos, una tarjeta postal de John Glenn fijada con una
chincheta al cartón embreado. Había también vaselina, café
instantáneo A&P, una solución de ácido tánico elaborada con
Té Red Rose, botas de goma y una red.
—Es mía, estaba en mi trampa. Nunca vi nada parecido. No
era visón, pues era diferente. Por eso la llevé a la ciudad, para
averiguar qué era.
Rats regresó pasando junto a bolsas de malvaviscos Kraft,
pan Wonder y leche en polvo Alba. En una cuerda había
algunas ropas con manchas tendidas. Una chaqueta de trabajo
pendía de un gancho, y en una pared se veía un calendario de
Citybank y más rollos de papel. Luego había otra cuerda de la
que colgaban pieles de ratas almizcleras, unas pieles lustrosas
que pendían de sus colas planas y pelonas, todavía con sus
cabezas y patas cortas y palmeadas.
—El hombre del mercado dijo que ni siquiera era
norteamericano. Así que quizá después de todo es de ustedes.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 460

Todo lo que digo es que yo la atrapé, no la robé. Les mostraré


dónde, exactamente al otro lado del agua. Soy feliz, no quiero
problemas.
Rats descolgó la chaqueta de trabajo de un gancho.
—Sí, es suya, es suya.
De un gancho colgaba una piel mucho más larga y angosta
que las de las ratas almizcleras, de un tono lustroso azul negro
con el característico toque de «escarcha» en las puntas, su
cola espesa y redondeada, una piel dura y meticulosamente
curtida, pero tenía una zarpa casi cercenada de cuando el
animal desesperado había intentado escapar de la trampa. Era
una cebellina.
—Le llevaré a ese sitio —le dijo Rats a Kirwill, que estaba de
pie junto a la puerta—. Iremos en cuanto haya luz. Al amanecer
iremos usted y yo —soltó una pequeña risita, y sus ojos
pasaron de Arkady a Kirwill dispuesto a hacerles una
confidencia—. Tengo un secreto. Donde conseguí esta piel hay
muchas más.

Wesley presionó el botón de parada y el ascensor se detuvo


entre los pisos cuarto y quinto del hotel Barcelona. En él
estaban Arkady, Wesley, George y Ray. Eran las 3 de la
mañana.
—Hicimos emitir un comunicado —dijo Wesley—. El teniente
Kirwill está loco de remate, atreverse a atacar a un chófer civil
y quitarle su automóvil. ¿Quién sabe el peligro en que te has
visto? Luego me di cuenta que no había nada de qué
preocuparse; no intentarías hacer nada mientras tengamos a la
señorita Asanova. Mientras la tengamos a ella, te tenemos a ti.
Así que tan sólo esperamos, y aquí estás. ¿Dónde has estado?
—Wesley soltó el botón—. Te prometo que no habrá represalias.
George y Ray propinaban empujones a Arkady por el pasillo
del quinto piso hasta que éste se volvió para enfrentarse.
Miraron a Wesley, que les esperaba en el ascensor.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 461

—Sin brusquedad —les dijo Wesley.


Arkady recorrió el resto del pasillo solo. Al le esperaba dentro
del cuarto. Arkady lo sacó y atrancó la puerta con una silla.
Irina estaba sentada en la cama, mirando lo que ocurría,
cansada y temerosa. Él notó la forma en que las sábanas se
pegaban contra el camisón de seda verde que llevaba puesto,
su largo cabello caía encima de sus hombros. Sus brazos
estaban eróticamente desnudos, sus ojos grandes. No se había
cubierto la débil mancha azul de su mejilla, un toque de
candidez. No se atrevía a hablar; apenas se atrevía a respirar.
«Un idiota como yo no debe de inspirar tanto miedo», pensó
Arkady.
—Te acostaste con Osborne en Moscú y también aquí. Él me
enseñó la cama en que lo hicisteis. Quiero que me hables de
eso. Pensabas contármelo algún día, ¿verdad?
—Arkasha —dijo ella en voz tan baja que apenas pudo oírla.
—¿No te basta un hombre? —preguntó Arkady—. ¿O es que
Osborne hace algo que yo no hago? Algo especial, una posición
particular. ¿Hacia adelante? ¿Hacia atrás? Dímelo, por favor. ¿O
es que posee un atractivo sexual que no puedes resistir? ¿Te
atrae un hombre que tiene las manos bañadas en sangre?
Mira, también hay sangre en mis manos ahora. Me temo que
no es la sangre de tus amigos... sólo la sangre de mi amigo.
Levantó sus manos para que ella las viera.
—No —él interpretó su reacción—, no es satisfactorio, no lo
bastante estimulante. Pero Osborne trató de matarte; tal vez
ésa sea la diferencia. ¡Eso es! ¿Por qué habría de acostarse una
mujer con un asesino a menos que quiera que le haga daño? —
le pasó sus dedos entre el cabello, lo retorció y le levantó la
cabeza—. ¿Así es mejor?
—Me haces daño —susurró Irina.
—No parece gustarte —le soltó el pelo—. Entonces eso no es.
Quizá sea el dinero lo que te excita; entiendo que excita a
mucha gente. Osborne me mostró nuestro nuevo
departamento. Qué ricos vamos a ser, tan lleno de regalos y
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 462

ropa. Pero nos lo hemos ganado, Irina. Tú pagaste con las vidas
de tus amigos. No es de extrañar que te haya colmado de
regalos —con el dedo tocó el cuello del camisón de dormir—.
¿Es un regalo? —lo rasgó hasta la cintura dejando al
descubierto los senos. Sobre su seno izquierdo vio cómo le latía
el corazón, los mismos latidos que sentía cuando hacían el
amor. Le pasó la mano levemente por el estómago, su
almohada, la almohada de Osborne.
—Eres una prostituta, Irina.
—Te dije que haría cualquier cosa por venir aquí.
—Ahora yo estoy aquí y me he prostituido también —dijo
Arkady.
Al tocarla se sentía furioso y débil a la vez. Haciendo un
esfuerzo se puso en pie y miró a otro lado; al hacerlo, como si
ese movimiento hubiera volcado un vaso lleno hasta los
bordes, advirtió que le brotaban lágrimas de los ojos que
inundaban su rostro. «La mataré o lloraré.» Un sabor salado
llegó a su boca.
—Te advertí que haría cualquier cosa por venir aquí —dijo
Irina detrás de él—. No quisiste creerme, pero te lo dije. No
sabía lo que les había ocurrido a Valerya y a los otros. Tenía
miedo, pero no lo sabía. ¿Cuándo pude hablarte de Osborne?
¿Después de que empecé a amarte, después de que estuve en
tu departamento? Perdóname, Arkasha, por no haberte dicho
que era una prostituta después de que empecé a amarte.
—Te acostaste con él allá.
—Una vez. Para que me sacara del país. Te habías presentado
por primera vez y temía que me fueras a arrestar.
Arkady levantó su mano, que descendió por su propio peso.
—Te acostaste con él aquí.
—Una vez, para que te trajera conmigo.
—¿Por qué? Ibas a ser libre, tener tu departamento, tu ropa,
¿por qué pedir que me trajeran?
—Te iban a matar en Rusia.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 463

—Tal vez. Todavía no me habían matado.


—Porque te amo.
—¡Debiste dejarme allí! Estaba mejor.
—Yo no.
Nunca había sabido que tenía tantas lágrimas. Recordó el
puñal de Unmann cuando le sobresalía de su estómago —la
sangre fue la única otra cosa que había fluido de él con tanta
espectacularidad—. El dolor no era muy distinto.
—No estaba mejor contigo allá —Irina se puso en pie,
cayéndosele el camisón roto al hacerlo.
¿Estarían escuchando lo que decían?, se preguntó Arkady —a
través de todas esas orejas en miniatura dentro de la cama, el
sofá, el botiquín de las medicinas—. La cortina de la ventana
colgaba como un vulgar párpado. La levantó y apagó las luces.
—Si regresas, iré contigo —dijo Irina en la oscuridad.
Sus lágrimas eran fuentes de ira tan cálida como la sangre.
Cegado, vio en su mente a los Viskov en su cafetería cerca de
la estación Paveletsky, llevando al anciano un plato con pasta
de caviar y mostrando sus dientes de acero al sonreír, en tanto
que su esposa rebosaba de satisfacción. Vio a millones de
rusos con sus dientes de acero.
—Sin duda te matarían —dijo él.
—Haré lo que tú hagas.
—No tenías que venderte por mí —Arkady se puso de rodillas
junto a la cama.
—¿Qué otra cosa podía vender? —preguntó Irina—. No es
igual a que si me hubiera vendido por un par de botas. Me
vendí para escapar, para vivir. No me avergüenzo, Arkasha. Me
avergonzaría no haberlo hecho. Nunca diré que siento haberlo
hecho.
—Pero con Osborne...
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 464

—Ya te lo expliqué. No me sentí sucia después de hacerlo,


como se supone que se sienten las chicas. Me sentí quemada,
como si me hubieran arrancado una capa de piel.
Ella puso la cabeza de él entre sus senos. Él la rodeó con su
brazo. La ropa le pesaba, estaba mojada, se la quitó de encima
como si al mismo tiempo borrara con ello los recuerdos.
Al menos esa cama era de ellos, pensó. Quizás eso fuera lo
único que poseyeran en el mundo, con su camisón roto, su
pabellón oscuro. En cierta forma se amaban más. Habían
estado exhaustos, muertos, y ahora vivían de nuevo en esa
cama de prostituta, en esa noche extraña.
Arkady se percató de que Irina dormía profundamente a su
lado.
Por la mañana Rats llevaría a Kirwill a donde estaban las
cebellinas.
—Se encuentran en el arroyo Arthur —le había dicho Kirwill
en el camino de regreso—, y te diré que tiene más sentido
tenerlas aquí que a mil millas de distancia. En primer lugar,
todo el mundo supone automáticamente que las tiene en una
región donde viven los visones. En segundo lugar, las tiene
aquí, bajo su control: no tiene que depender de alguien que
conteste a una llamada a larga distancia. En tercer lugar, tal
vez haya cien mil millas cuadradas, alrededor de los Grandes
Lagos, pero también muchos rancheros se dedican allí a la cría
de visones. Es una gigantesca cooperativa productora de
visones, ¿lo sabías? Las grandes cooperativas sabrían del envío
de esa clase de alimentos a cualquier parte de sus bosques. Y
Nueva York es la capital mundial de la carne fresca; aquí es
imposible seguir el rastro a un envío de carne. El lado oeste de
Staten Island es una zona boscosa y pantanosa, con un par de
refinerías, algunos habitantes que se ocupan de sus propios
asuntos y no hay policías. Lo único que puede salir mal es que
una jaula tenga un agujero y que se escape una cebellina,
alguien la atrape, trate de venderla y que un peletero llame a
la policía en Manhattan. Yo, casualmente, me enteré de lo
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 465

ocurrido. Es lo único que podía salir mal. Los hados te son


favorables, Arkady. Todo saldrá bien.
Por la tarde Billy y Rodney tomarían el cuarto situado encima
del de Arkady. Una vez que estuviera oscuro todo lo que Arkady
e Irina tenían que hacer era subir por una escalera que bajaría
por su ventana. Esperarían a que la calle estuviera solitaria
para subir a la azotea. Nadie los vería en el edificio vacío de
oficinas. Después usarían el ascensor de servicio del sexto piso
para llegar al sótano, por donde saldrían para subir a un
automóvil que los estaría esperando en la calle. En la guantera
habría llaves, dinero y mapas cuidadosamente marcados. Una
vez que hubieran partido Kirwill se pondría en contacto con el
KGB y les ofrecería a Nicky y Rurik el mismo negocio que les
había propuesto Osborne: las cebellinas por Irina y Arkady.
¿Qué podían hacer Rurik y Nicky? Los prisioneros se habían
marchado ya. En cuanto el FBI descubriera la fuga, el anterior
arreglo quedaría invalidado, y Osborne haría desaparecer las
cebellinas sólo Dios sabe a dónde. Todo dependía de las
cebellinas. El KGB negociaría rápidamente con Kirwill y se
apresuraría a ir a Staten Island.
Encendió un cigarrillo, vigilando que el resplandor de la
cerilla no iluminara la cara de Irina.
Ella no sabía lo que ocurría. ¿Cómo podía él hablarle de los
planes de fuga si estaban rodeados de micrófonos? Además,
ella esperaba el arreglo de Osborne, una esperanza que era
como la luz del día vista desde el fondo de un pozo negro. No
había razón para asustarla hasta que el nuevo plan entrara en
acción, entonces sólo le indicaría el paso siguiente. Antes de
que se diera cuenta estarían dentro del automóvil.
Todo dependía de un ebrio. Tal vez Rats había encontrado la
piel de cebellina y había imaginado toda la historia. O podía
sufrir otro ataque de delirium tremens y no podría conducir a
Kirwill a donde estaban las cebellinas. Osborne debía saber ya
que le había desaparecido una; ¿habría llevado ya a otra parte
las restantes?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 466

También, podría darse el caso de que él e Irina no


consiguieran escapar. Tal vez el FBI vigilaba constantemente
las ventanas de su cuarto. Arkady nunca había conducido un
automóvil norteamericano; ¿sabría ponerlo en marcha? Podrían
perderse. Los mapas, cuando menos en la Unión Soviética,
eran deliberadamente inexactos. Tal vez él e Irina eran tan
obviamente rusos que todo el mundo los reconocería como
fugitivos. Además, él era un hombre que desconocía un país
extranjero.
Como mínimo ya no tenía que creer a Osborne. Como Irina le
había dicho, uno cree lo que tiene que creer. Él no se hacía
ilusiones, todo lo que quería de Osborne era que la llevara a los
Estados Unidos. Un investigador exigía más de un asesino, un
ascenso a una vista oscura, a un paisaje de sabanas, el
contacto con el alma del mal. Lo que exigía Arkady, Osborne se
lo podía dar.
En el techo, el humo se propagaba en nubes.
Ruso/investigador/asesino/norteamericano. Nadie conocía a
Osborne tan bien como él —ni siquiera Irina o Kirwill—. Arkady
sabía que Osborne había gastado una fortuna para sacar las
cebellinas secretamente de la Unión Soviética. Nunca las
devolvería. Sería un héroe norteamericano si las conservaba. El
único crimen de Osborne era el que cometió en el parque
Gorki, y la única persona que podía relacionarlo con él era
Irina. En Moscú intentó matarla. Nada había cambiado, salvo
que ahora tendría que matar también a Arkady. Osborne
despistaría a Nicky y a Rurik y mataría a Arkady e Irina en
cuanto quedaran fuera de la custodia del FBI. De eso era de lo
único de lo que Arkady estaba seguro. Pero Osborne llegaría un
día tarde.
Dormida, Irina apretaba su cara contra el pecho de él. «Como
si me estuviera infundiendo vida», pensó Arkady. Apagó su
cigarrillo.
Mientras se dormía, imaginaba cómo sería la vida en la
cabaña de Kirwill. ¿Habría tundra en Maine? Tendrían que
conseguir abrigos y té —todo el té que pudieran comprar—. Y
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 467

cigarrillos. ¿Qué habría querido decir Kirwill con, «como en


Siberia con latas de cerveza?». No importaba; Arkady notó que
esas perspectivas le hacían sonreír. No le gustaba mucho la
caza, pero le encantaba pescar, y jamás había estado dentro
de una canoa. ¿Qué otra cosa harían? Le pediría a Irina que le
contara su vida, sin omitir nada. Cuando se cansara de hablar,
él le contaría la suya. Serían dos historias. No tenía idea de
cuánto tiempo tendrían que quedarse en la cabaña. Osborne
los buscaría, aunque estaría muy ocupado escondiéndose de
Kirwill —ellos podían esperar. Conseguirían algunos libros, de
autores norteamericanos. Si conseguía un generador podrían
tener iluminación, una radio y un tocadiscos. También tendrían
semillas de legumbres: betabeles, patatas, rábanos. Él
escucharía música mientras cuidaba el huerto—. Prokoviev,
«blues» de Nueva Orleans. Cuando hiciera calor podrían nadar,
y en agosto habría hongos.

Soñó que estaba en la ribera del río Kliazma al oscurecer. En


la distancia unas linternas chinas corrían por la escalera que
llevaba al embarcadero y a los maceteros de madera con
peonías. Una balsa que flotaba sobre bidones de aceite
anaranjados invitaba a los nadadores.
Todo el mundo se había retirado del embarcadero y acudido a
la ribera: invitados, músicos, ayudantes de campo. Su padre y
algunos amigos estaban en un esquife que daba vueltas y
vueltas en medio del río. El general cogió un cuchillo y se tiró al
agua.
Aunque el agua estaba opaca, Arkady podía ver claramente a
su madre porque estaba ataviada con su mejor vestido blanco.
Parecía como si su imagen se hubiera quedado paralizada
mientras se zambullía, con los pies cubiertos por las medias
apenas bajo la superficie del agua, y el cuerpo perpendicular a
uno de sus barcos se sumergía hacia el fondo del río. Cuando la
sacaron, vio que su muñeca estaba maltratada por los
esfuerzos que hizo su padre por soltarla, pero finalmente
abandonó la idea y dejó la soga atada a la muñeca. Fue la
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 468

primera vez que Arkady veía a una persona muerta. Su madre


era joven, lo mismo que su padre, aunque ya era un general
famoso.
Dolorosamente, como siempre hacía en esos sueños, analizó
el crimen. Al principio creyó que su padre la había matado. Ella
había bailado y reído, más alegre de lo que la había visto
durante semanas, mareada cuando se alejó sola. Pero era
fuerte y la mejor nadadora de todo el grupo, prácticamente
una sirena. No había señales de que alguien la hubiera
obligado a sumergirse en el agua; el bote no mostraba
agujeros. Poco a poco comprendió que el cubo lleno de piedras
y el metro de soga con un nudo corredizo en el extremo, lo
puso ella misma en el fondo del río. Cada día, durante el
verano, le había agregado otra piedra asegurándolo cada vez
más al fondo. Llegado el momento —a la mitad de la fiesta
nocturna— había partido con la mirada brillante, se había
deslizado en la corriente del río, había nadado hasta su cuerda
y allí se había quedado.
Cuando niño no supo nada de la purga de los ingenieros, del
ejército, de los poetas, del Partido, del suicidio de la mujer de
Stalin, pero aún siendo niño sintió el miedo prevaleciente en
esa época, cuando las linternas se convertían en duendes. Los
hombres más buenos se convertían en traidores. Las mujeres
lloraban sin razón. Esta fotografía había sido recortada; aquella
otra, quemada. Había sido difícil aceptar que había seguido a
todos aquellos que habían desaparecido porque ella misma no
había desaparecido; estaba allí en el agua para que todos la
vieran. Por esa razón su padre había tratado tan
desesperadamente de eliminar la evidencia de la soga y
tratado de convertir su muerte en un accidente o —como lo
hizo Stalin con su propia esposa— en un homicidio. En el agua
oscura parecía ser el signo de interrogación de su acusación,
escapando al nadar hacia abajo, cuando menos en sus sueños.

4
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 469

Cuando despertó Arkady vio cómo la nieve caía


horizontalmente por la ventana; parecía como si el cuarto
estuviera girando sobre su eje. Wesley, George y Ray estaban
de pie junto a la cama. Todos llevaban puestos abrigos
gruesos. La silla con la que había atrancado la puerta estaba
tirada en el suelo. Ray llevaba una maleta y George sostenía
una pistola. Irina se despertó y se cubrió con la sábana.
—¿Qué quieren? —preguntó Arkady.
—Vístanse —dijo Wesley—. Ya nos vamos.
—¿Adónde?
—Hoy es el día —dijo Wesley.
—Se supone que mañana tendrá lugar la transacción de
Osborne —protestó Arkady.
—Fue adelantada. Se efectuará inmediatamente —dijo
Wesley.
—Se suponía que tendría lugar mañana —repitió Arkady.
—Se cambió la fecha.
—¿Qué importa, Arkasha? —Irina se sentó, afianzándose a la
sábana—. Hoy podemos ser libres.
—Ya están libres. Sólo hagan lo que yo les diga —dijo Wesley.
—¿Nos llevan con Osborne? —preguntó Arkady.
—¿No es eso lo que quieren?
—Salgan de la cama —dijo George.
—Déjenos solos para que podamos vestirnos —dijo Arkady.
—No —intervino Wesley—, debemos asegurarnos de que no
esconden nada.
—Ella no se levantará estando ustedes aquí —dijo Arkady.
—Le mataré si no lo hace —George apuntó con la pistola a
Arkady.
—Está bien —Irina cogió de la mano a Arkady cuando éste
empezó a moverse.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 470

—Es una medida de precaución —dijo Wesley.


—Aquí tengo su ropa nueva —Ray abrió la maleta al pie de la
cama. Había un juego completo de ropa para cada uno de
ellos.
—¿Cuán grandes son los testículos de un agente del KGB? —
preguntó George a Arkady.
Irina se levantó desnuda de la cama, mirando a Arkady. Se
situó frente a la ventana y lentamente dio una vuelta
completa, con los brazos separados de su cuerpo.
—Yo no soy del KGB —insistió Arkady.
—Creo que encontrará que las tallas son las adecuadas —dijo
Ray a Irina.
—¿Camarada Renko? —Wesley le hizo señas a Arkady para
que saliera de la cama.
Arkady se puso en pie, con la mirada fija en Irina. Si tuvo
alguna gordura la había perdido a manos de los doctores; la
vida en el campo con Pribluda había añadido músculo. George
apuntó el revólver de cañón corto a la mitad de la cicatriz que
comenzaba en las costillas de Arkady y desaparecía en su vello
púbico.
—¿Me vas a matar ahora y acabar de una vez? —preguntó
Arkady.
—De esta manera no tendremos que preocuparnos de que
escondan algo entre sus otras ropas y zapatos —explicó Wesley
—. Así se facilitan las cosas para todos.
Irina se vistió, actuando como si en el cuarto sólo estuvieran
ella y Arkady.
—Yo también estoy nervioso —le dijo Wesley a Arkady.
Había ropa interior, sostén, blusa, pantalones holgados,
jerseys, calcetines, zapatos y una parka para Irina; para Arkady
había ropa interior, camisa, pantalones, jersey, calcetines,
zapatos y una parka.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 471

—Es la primera nieve que vemos en los Estados Unidos —dijo


Irina.
Las prendas les quedaban bien, como había dicho Ray.
Cuando Arkady iba a ponerse su reloj, Wesley le dio otro nuevo.
—Son exactamente las seis y cuarenta y cinco —Wesley
mismo le colocó el reloj en la muñeca—. Es hora de irnos.
—Me gustaría cepillarme el cabello —dijo Irina.
—Aquí tiene —Rav le dio su peine.
—¿Adónde vamos? —preguntó Arkady.
—Ya lo verá, pronto estaremos allí —contestó Wesley.
¿Habría encontrado Kirwill ya las cebellinas?, se preguntó
Arkady. ¿Cómo podría hallar algo en medio de tanta nieve?
—Quiero dejar un mensaje al teniente Kirwill —dijo.
—Bien. Dámelo —contestó Wesley.
—Quiero decir que deseo llamarle, hablar con él.
—Diantres, me parece que eso complicaría las cosas,
considerando especialmente lo ocurrido anoche —dijo Wesley
—. No querrás estropearlo todo.
—¿Qué importa, Arkasha? —intervino Irina—. Ya somos libres.
—La señora tiene mucha razón —dijo George, quien guardó
su pistola para demostrar la veracidad de lo que decía.
Ray ayudó a Arkady a ponerse la parka.
—No hay guantes —buscó en los bolsillos—. Olvidaron los
guantes.
Los agentes quedaron confundidos momentáneamente.
—Luego compraremos unos —prometió Wesley.
—¿Cuándo? —preguntó Arkady.
—Ya es hora de irnos —dijo Wesley.
Los copos pequeños y duros de la noche anterior eran ahora
esponjosos y húmedos. En Moscú ya habría batallones de
ancianas barriendo las calles. Arkady e Irina se acomodaron en
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 472

el asiento trasero de un sedán de dos puertas, junto con


George. Wesley y Ray, que conducía, se pusieron delante.
La tormenta producía confusión: los camiones de la basura
con palas para recoger la nieve circulaban ante un desfile de
faros encendidos; los policías agitaban bastones anaranjados,
los postes del alumbrado habían quedado reducidos a siluetas.
El tránsito se hizo lento entre un crujir de neumáticos; los
peatones caminaban inclinados. Los cristales del automóvil se
habían empañado; había proximidad de abrigos gruesos. Para
llegar a la puerta Arkady habría tenido que saltar por encima
de Wesley; George con su pistola estaba al otro lado de Irina.
—¿Un cigarrillo? —Wesley abrió una cajetilla y se los ofreció a
Arkady. Su rostro mostraba un infantil sonrojo de excitación.
—Pensé que no fumabas —comentó Arkady.
—No fumo. Son para ti.
—Gracias, no.
—Se desperdiciarán si no los aprovechas —Wesley pareció
frustrado.
Airado, George tomó los cigarrillos.
Viajaron por el West Side, bajo una autopista elevada que los
protegía en parte de la nieve. Entre los muelles surgieron de
pronto unos barcos.
—¿Adonde fuisteis tú y Kirwill anoche? —le preguntó Wesley.
—¿Es allí a donde vamos hoy en vez de mañana? —preguntó
Arkady a su vez.
—Kirwill es un hombre tan peligroso. Me sorprende que
todavía estés vivo —dijo Wesley, que repitió a Irina—: Me
sorprende que esté vivo todavía.
Irina cogió la mano de Arkady. De vez en cuando la nieve
hacía que el vehículo se zarandeara, y ella se apoyaba contra
él como si viajaran en trineo.
Bajo su parka Arkady sentía tiesa la camisa nueva, como las
zapatillas que ponen a los difuntos. Recordó que los verdugos
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 473

ofrecen cigarrillos a sus víctimas; lo que olvidaron fueron los


guantes.
¿Debería contarle lo sucedido a Irina?, se preguntó. Recordó
lo que ella le había explicado del padre de Kostia, el miserable
que perseguía fugitivos de Siberia; ese cazador de hombres se
hacía pasar por trampero y fingía amistad a un prófugo,
compartía con él una comida caliente y una botella de vodka, y
mientras dormía con la cabeza llena de sueños, el falso amigo
lo degollaba. Arkady recordó que Irina aprobaba esa conducta
porque consideraba que era mejor morir con la ilusión de haber
alcanzado la libertad que sin nada en absoluto. ¿Qué podía ser
más cruel que quitarle a uno esa ilusión?
¿Y si él estaba equivocado? ¿Y si Osborne realmente los iba a
cambiar a Irina y Arkady por sus cebellinas? ¡Por un momento
pudo engañarse a sí mismo!
Osborne se encargaría de la ejecución, decidió Arkady. Eso
sería limpio y honesto, y los agentes eran sujetos limpios y
honestos. ¿Argumentarían que Arkady e Irina eran ladrones?
¿O agentes enemigos? ¿O extorsionistas? No importaba.
Osborne era experto en esa clase de trabajo. Wesley,
comparado con el peletero, era un novato.
La autopista elevada quedó atrás y el cielo se abrió ante ellos
vaciando su nieve lechosa. Irina apretó emocionada la mano de
Arkady. Era tan hermosa que él se sintió tontamente orgulloso
de ella.
Quizás ocurriera algo; el automóvil podría viajar para
siempre. Entonces se acordó del transmisor que tenía Kirwill en
el cuarto del hotel. Tal vez Billy y Rodney habían oído todo lo
sucedido y los seguían en otro automóvil. Se le ocurrió que
Kirwill y Rats habían proyectado cruzar el arroyo en una lancha
pequeña. No podrían haberlo hecho con el tiempo que hacía. Si
Kirwill había desistido quizás estuviera con Billy y Rodney.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Irina.
—Descubrí que padezco de una enfermedad incurable —
contestó Arkady.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 474

—Parece interesante —dijo Wesley—. ¿Qué es?


—Esperanza.
—Eso pensé —concluyó Wesley.
El automóvil se detuvo. Ray compró un billete en una caseta
situada frente a un edificio verde con un letrero que decía
DEPARTAMENTO DE MARINA Y AVIACIÓN. Arkady podía ver a
través del edificio el agua negra de la bahía. Habían llegado al
final de Manhattan. A un lado pudo ver una vieja estación de
transbordador, cuyas graciosas columnas de hierro colado se
destacaban en la nieve. Detrás de ellos llegó un automóvil. Lo
conducía una mujer que se cubría el rostro con un periódico,
mientras que con una mano sostenía una taza de café y un
cigarrillo.
—¿Qué harán si no dejan salir los transbordadores? —
preguntó Arkady.
—Sólo si hubiera un huracán tendríamos dificultades en los
muelles. La nieve nunca paraliza los transbordadores —dijo
Wesley—. Llegaremos a tiempo.
Más pronto de lo esperado por Arkady, arribó un
transbordador que se pegó al edificio. Se abrieron las rejas y de
él salieron trabajadores con paraguas y maletas, tratando de
abrirse paso entre la nieve mientras eludían los automóviles
que también se alejaban. Entonces los coches que esperaban
abordaron el transbordador. El de Wesler fue el primero en
medio de tres hileras, rodando hasta la proa opuesta de la
embarcación. Los peatones subían por rampas. El
transbordador seguía pegado contra la estación; el oleaje
provocado por los motores alcanzaba los pilares de madera del
muelle. La nave se llenó rápidamente. La mayoría de los
conductores subió por las escaleras. Al sonar dos campanadas,
un tripulante con una chaqueta de marinero levantó un cilindro
de la cubierta y lo dejó caer para desbloquear el timón de
arribo. Los motores de llegada se pararon y los de salida
empezaron a funcionar. El transbordador se apartó del muelle y
se adentró en el agua.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 475

Arkady estimó que la visibilidad era de un kilómetro. El


transbordador avanzaba con un velo de quietud que apagaba
el ruido de los motores. Estaban rodeados de nieve que
desaparecía en el agua. El transbordador debía de tener radar,
de modo que no había peligro de colisión. Una ola grande
recorrió el agua, haciendo gemir la barcaza.
¿Dónde estaría Kirwill? Arkady recordó cuando corría sobre el
helado río Moskva.
Ray bajó una ventanilla y respiró profundamente.
—Huele a ostras —comentó.
—¿Qué? —dijo George.
—Este olor me recuerda las ostras —dijo Ray.
—¿Tienes hambre o estás cachondo? —le preguntó George, y
miró a Irina. «Yo ya sé lo que me pasa.»El interior del ferry
estaba pintado de color anaranjado brillante. Había un ancla
negra, un calabrote, sal de roca y tubos entre las hileras de
automóviles, cajas con salvavidas y botes salvavidas sobre las
escaleras. Avisos en letras rojas decían: CONDUCTORES:
APAGUEN LOS MOTORES, PONGAN LOS FRENOS, APAGUEN LAS
LUCES, NO TOQUEN LAS BOCINAS, NO FUMEN. DISPOSICIONES
DE LA GUARDIA COSTERA DE LOS ESTADOS UNIDOS. Todo lo
que impedía que un vehículo rodara fuera de la embarcación
era un cable flojo. Había una reja que un niño podría haber
abierto.
—¿Te importaría salir? —preguntó Arkady a Wesley.
—¿Para qué quieres salir con este frío?
—Para disfrutar del panorama.
La frente lisa de Wesley, se inclinó a un lado.
—Hay una vista maravillosa. Me agradan especialmente las
vistas de días como el de hoy cuando difícilmente se puede ver
algo. Descansa la vista —dijo—. Pero soy fatalista. Hay
personas que no tendrán nunca días soleados. También soy
pesimista. ¿Sabías que la cubierta de este transbordador es el
sitio favorito de los suicidas de Nueva York? También podrías
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 476

accidentalmente resbalar y deslizarte bajo la reja. ¿Ves qué


mojado está? Te podría absorber la hélice o te podrías congelar
en el agua. Bueno, ante todo la seguridad, mientras estés a mi
cargo.
—Fumaré, entonces —dijo Arkady.
Era una nieve rusa, espesa como el algodón. Por un momento
sólo se pudo ver la tormenta un anillo alrededor de la
embarcación; después rompió en ráfagas que giraban como
peonzas sobre el agua negra. El cable de la proa tenía una
capa de rocío congelado.
Valerya, el bandido Kostia y James Kirwill no sabían lo que les
esperaba en el parque Gorki. Al menos patinaron
inocentemente antes de morir. Si le contara a Irina lo que les
esperaba, ¿qué podrían hacer ambos? ¿Dominarían a tres
agentes armados? ¿Provocarían un escándalo? ¿Quién notaría
a dos pasajeros entre cinco en un automóvil en medio de una
tormenta en medio de la bahía de Nueva York? ¿Lo creería Irina
si se lo dijera? ¿Le habrían creído, Valerya, Kostia y James
Kirwill mientras patinaban?
La tormenta se alejó hacia el este. A un lado vieron una
colosal figura verdosa sobre un pedestal de piedra; con una
mano levantaba una antorcha, en la cabeza llevaba una corona
de rayos, un monumento asombrosamente familiar incluso
para Arkady. Entonces se cerró la tormenta y desapareció la
figura.
—¿La viste? —preguntó Irina.
—Por un instante —contestó Arkady.
—No se vayan —Wesley salió del vehículo y desapareció por
la escalera.
La superficie de la bahía poseía el profundo movimiento de la
respiración pesada. Furgones de ferrocarril cruzaban en una
barcaza empujada por un remolcador; las gaviotas se alejaban
de los desperdicios que flotaban en el agua. Arkady notó que
Ray fijaba su atención ansiosamente en el espejo retrovisor
lateral. Estaba mirando a alguien. Los habían seguido, después
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 477

de todo. Arkady besó en la mejilla a Irina y miró a los


automóviles de detrás. Al fondo del transbordador había dos
hombres.
Una ráfaga de viento y nieve los ocultó, y cuando Arkady
volvió a mirar habían desaparecido. Uno era Wesley, y el otro el
agente pelirrojo del KGB llamado Rurik.
La nieve seguía cayendo, el agua negra corría junto a ellos y
una boya roja danzaba cerca, haciendo sonar su campana. Un
pequeño poblado sobre las colinas de una isla emergió entre la
tormenta al regresar Wesley.
—Aquí es —le dijo a Irina mientras entraba en el automóvil.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—El nombre de esta población es San Jorge —dijo Wesley.
—Es Staten Island —aseguró Arkady.
—Bueno, sí —aceptó Wesley—. Y forma parte de la ciudad de
Nueva York, pese a lo que diga la gente.
Arkady se dio cuenta que para Irina los muelles maltrechos y
los techos cubiertos de nieve podían ser una isla tropical con
palmeras y orquídeas. O crema batida puesta sobre el mar.
Estaba cerca del final de un viaje maravilloso.
El agua lamió los muelles; los tripulantes aseguraron las
rampas a la proa. Cuando cayó el cable, se abrieron las rejas y
los automóviles salieron del transbordador.
San Jorge era prácticamente una aldea rusa. Las calles
estaban cubiertas de nieve y el tránsito estaba casi paralizado.
Los vehículos eran viejos y oxidados, la gente mal vestida con
capuchas y botas. Las casas eran pequeñas, con chimeneas y
humo auténticos. Una estatua tenía cubiertas de nieve sus
charreteras. Pero en las tiendas había carne fresca, pollo y
mariscos.
Un bulevar llevaba de la población a los suburbios más
nuevos —con casas prefabricadas, separadas unas de otras por
cercas de cadenas—. La iglesia parecía una nave espacial que
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 478

se estuviera elevando; el banco tenía aspecto de estación de


gasolina.
Llegaron a la carretera en la que Arkady estuvo la noche
anterior. Había poco tránsito, sólo tres automóviles detrás del
suyo. Arkady notó que los seguían Nicky y Rurik. Pero no pudo
ver a los detectives de Kirwill.
Sin ritmo alguno los limpiaparabrisas apartaban los copos.
¿Caía la nieve o se llevaba el automóvil? Arkady sentía la fría
lámina del vehículo así como cada una de las revoluciones de
sus ruedas, los residuos de whisky en su estómago, el sudor
bajo sus brazos, el sudor en las palmas de las manos de
George, la sangre negra circulando en cada hombre del
automóvil, y su respiración moviendo el humo de cigarrillo.
Ray dio la vuelta ante el puente que atraviesa el arroyo
Arthur. Un solo automóvil los seguía. Ellos siguieron su camino
sobre una angosta carretera que corría a lo largo del arroyo,
junto a cúpulas de gas y líneas de electricidad y entre un
pantano de juncos plateados.
Arkady sintió que su vida se simplificaba, que sus mitades se
juntaban. Ya no existían los elementos extraños como Billy y
Rodney. Los letreros colocados a lo largo del camino estaban
escritos en un lenguaje extraño, era inevitable seguir.
Arkady comprendió. Osborne los mataría a él y a Irina
mientras desviaba la atención del KGB a mil millas de distancia
de las cebellinas. Sin embargo, también estaban Nicky y Rurik,
que los seguían de cerca. Arkady, más que comprender, lo vio
todo. Había una pugna entre ambos bandos, pero mucho peor
era el hombre que hacía demasiados favores a todos ellos y
exigía demasiado a cambio. ¿Qué elección le quedaba a
Wesley? Osborne rehusaba ocultarse; el FBI tendría que
protegerle no solamente a él sino a toda una creciente
industria de cebellinas. Analizando la situación, Arkady se dio
cuenta de la simetría, la misma que hay entre los ojos y las
manos, un equilibrio entre dos enérgicos ejércitos con
corazones idénticos. Osborne lo mataría a él y a Irina, y luego
Wesley-George-Ray-Nicky-Rurik matarían a Osborne.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 479

Pasaron junto a una cuadra donde había un caballo negro que


se destacaba en la nieve.
Irina entrelazó sus dedos con los de él. Aunque su madre se
había atado la soga alrededor de la muñeca, tenía la mano
abierta, como si tratara de abarcar más agua.
De algunos camiones oxidados que había fuera de un granero
caían costras anaranjadas sobre la nieve.
Aun el asesino más loco —Osborne— era un individuo
impredecible y también vulnerable. En un campo se podía ver
una segadora con las hojas curvas convertidas en garabatos.
Después contempló la servil reverencia de los árboles
sobrecargados.
El segundo automóvil se quedó muy atrás. Arkady sintió que
le sudaba la espalda.
¿Acaso había algún consuelo en la vida?
Su sudor era tan frío como la nieve.
Ray entró por una reja que daba a un patio lleno de chatarra.
Parecía como si un mar de nieve hubiera subido al arroyo
llevando consigo todo lo que contuviera hierro. Barcos enteros,
cascos agujereados, locomotoras, autobuses, furgones del
ferrocarril New York Central y anclas. Por todas partes había
letreros que decían: NO PASAR y CUIDADO CON LOS PERROS.
Había una oficina con placas de licencias automovilísticas
dispuestas a modo de tejas en el techo; nadie se interpuso en
su camino. Arkady notó que estaban siguiendo huellas de
llantas que al parecer habían sido hechas unas cuatro horas
antes; Ray conducía como si fuera a perderse sin ellas. El
automóvil giraba de manera incierta entre furgones,
contrapesos, grúas, montañas donde la nieve borraba los
detalles de turbinas y tornillos, por delante de pendientes
imprecisas de cadenas y chatarra. Las huellas se alejaban del
patio, por un sendero de sicómoros y tilos, después
atravesando un campo de grúas mecánicas y enredaderas.
Entre los árboles, como si hubieran caído del cielo, había más
automóviles y autobuses abandonados.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 480

Llegaron a una cerca de alambre que se destacaba de tal


forma sobre el fondo de nieve, que parecía que iba a caerles
encima. La coronaba una triple valla de alambre de púas, y
todos los árboles situados a veinte metros de la cerca por el
interior habían sido cortados. Arkady pensó que la cerca tenía
una base de cemento. En los postes había aisladores, lo que
significaba que estaba electrificada. Pero vio que un pequeño
pájaro saltaba de la cerca a los aisladores y de vuelta a la
cerca. Entonces, la corriente estaba cortada. Sobre una caseta
telefónica había un letrero que decía: PERRERAS DE ANIMALES
DE ATAQUE, TELÉFONO DE ENTREGAS, CUIDADO CON LOS
PERROS. La reja de la cerca estaba abierta, invitándoles a
entrar.
El camino parecía serpentear deliberadamente entre los
árboles. En una curva las huellas a seguir se dividieron en dos.
El primer automóvil había seguido por el camino; el otro había
girado introduciéndose entre la maleza.
Kirwill los esperaba en la curva siguiente. Les daba la cara,
con un brazo levantado bien alto, ante un árbol grande, un
olmo. Ray detuvo el automóvil a un metro de él. Kirwill no se
movió, con la mirada clavada en el vehículo, atravesándolo. Se
le había amontonado la nieve en los hombros y el sombrero, y
en la manga de su mano levantada. Tendidos muertos en la
nieve, a sus pies, había dos grandes perros grises. Arkady vio
que el bulto que sobresalía de su abrigo abierto eran sus
entrañas, sacadas y cubiertas de nieve. La nieve oscurecía dos
agujeros sonrosados que tenía en el pecho. Su rostro estaba
completamente blanco. Entonces Arkady vio las cuerdas de la
cintura y muñeca que lo sujetaban al árbol. Cuando salieron
del automóvil vieron sangre por todas partes. Los perros eran
similares a los huskies siberianos sólo que más delgados, y de
patas más largas, más parecidos a lobos. Un perro tenía la
cabeza aplastada. Los ojos de Kirwill estaban más pálidos que
nunca, con los iris abiertos. Tenía una expresión de cansancio,
como si hubiera sido condenado a cargar con el árbol a sus
espaldas durante toda su vida.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 481

—Jesús! —exclamó Ray—. Esto no estaba planeado.


—No lo toquen —advirtió George.
Arkady cerró los ojos de Kirwill, le abotonó el abrigo y le besó
la mejilla fría.
—Retírate de él, por favor —pidió Wesley.
Arkady se echó para atrás. Irina estaba casi tan blanca como
Kirwill, se le destacaba en la mejilla la mancha definida y
oscura. ¿Habrá finalmente entendido?, se preguntó Arkady.
¿Veía a Kostia en Kirwill? ¿Sabía quién haría el papel de
Valerya? ¿Se había dado cuenta finalmente que era inminente
la repetición del drama del parque Gorki?
Osborne salió de detrás de unos árboles armado con un rifle
y acompañado de un tercer perro gris. Los ojos del can estaban
perfilados por una línea negra, llevaba un collar y tenía el
hocico manchado de sangre.
—Mató a mis perros —explicó a Arkady, señalando con el rifle
a Kirwill—. Por eso lo destripé, porque se atrevió a matar a mis
perros.
Hablaba a Arkady como si nadie más estuviera presente.
Llevaba puesta ropa de cazador, botas con cordones, un
sombrero verde de caza y guantes de piel de cerdo. El rifle era
un modelo deportivo, de cerrojo con mira telescópica y una
bonita culata de chapa. Llevaba un cuchillo enfundado en su
cinturón. Arkady notó que ya no nevaba; no caía un solo copo
ni siquiera de las ramas de los árboles, sobrecargadas de
nieve. La escena tenía la claridad de la porcelana.
—Bien, aquí están sus amigos —dijo Wesley.
Osborne observaba al muerto.
—Ustedes prometieron mantener a Kirwill lejos de mí —le dijo
—. Dijeron que me protegerían. De no haber sido por los perros
me habría liquidado.
—Pero no lo hizo —dijo Wesley—, ahora ya no estorbará.
—No gracias a ustedes —señaló Osborne.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 482

—Lo importante —repuso Wesley—, es que trajimos a sus


amigos. Son todo suyos.
—También trajeron al KGB —dijo Arkady.
Wesley, George y Ray, quienes ya habían empezado a
alejarse de Arkady e Irina, se detuvieron.
—Buen intento —dijo Wesley a Arkady. Luego miró a Osborne
—. Usted tenía razón y yo estaba equivocado. El ruso es listo,
pero miente porque está desesperado.
—¿Por qué dices eso, Arkasha? —preguntó Irina—. Lo
estropearás todo.
«No —pensó Arkady—, todavía no lo entiende.»—¿Por qué
dices eso? —preguntó Osborne a Arkady.
—Wesley habló con uno de ellos en el transbordador. Salió del
automóvil para hacerlo —dijo Arkady.
—Cuando veníamos en el transbordador estaba nevando
mucho —explicó Wesley en tono razonable—. Apenas se veía
algo fuera del vehículo, por lo que no pudo ver tal reunión
secreta.
—¿Reconociste a alguien? —le preguntó Osborne a Arkady.
—¿Para qué le pregunta? —dijo Wesley.
—A un oficial pelirrojo antisemita del KGB —insistió Arkady—,
pese a la nevada.
—Lo siento —le dijo Wesley a Arkady—, pero nadie te creerá.
Arkady se desentendió de Wesley, lo mismo que Osborne.
Ambos podían hallarse solos. ¿Qué otros dos hombres, más
que el asesino y su investigador, merecerían estar solos? Eran
hombres que se aproximaban uno al otro desde lados opuestos
de los muertos —también desde lados opuestos de una cama
—. Era una doble intimidad que ni siquiera Irina podía
compartir. ¿Quién más podía sentir el enorme peso de la nieve
que aún estaba en el cielo y casi oír a Tchaikovsky en el aire?
Arkady dejó que Osborne le entrara por los ojos. «Verifica mis
palabras —pensó Arkady—, huélelas, mastícalas. Te siento
dentro de mí moviéndote como las zarpas de un lobo sobre la
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 483

nieve. Analiza ahora el odio; está almacenado detrás del


corazón. La inevitabilidad está siempre en el estómago. Iodo
eso le faltaba a Kirwill. Yo lo tengo. ¿Ahora ya lo sabes?»Wesley
miró a los dos hombres y, a última hora, hizo una señal a Ray.
Aparentemente sin apuntar, Osborne disparó el rifle. La
cabeza de Wesley saltó, desapareciéndole la mitad de la
frente; cayó de rodillas, luego de bruces. Mientras Ray trataba
de sacar su revólver de la funda, dentro de la chaqueta y del
abrigo, Osborne expulsó un casquillo, puso una nueva carga en
la recámara del rifle y volvió a hacer fuego. Ray se sentó,
mirando su mano ensangrentada. La levantó lentamente y
miró el agujero que tenía en medio del pecho, a continuación
se desplomó hacia un costado. El perro de Osborne atacó a
George. El can estaba en el aire cuando George le disparó un
balazo, y murió antes de caer al suelo. Osborne sangraba por
el hombro. Arkady se percató entonces que alguien había
disparado desde más lejos. George rodó hasta detrás de un
árbol. Arkady tiró a Irina sobre la nieve, y Osborne desapareció
entre los árboles.
Permanecieron con la cara pegada a la nieve hasta que
oyeron correr a George y otras pisadas. Oyeron gritos en
inglés, algunos con acento ruso. Reconoció la voz de Ruri y la
de Nicky. Arkady se arrastró hasta Ray y le sacó el revólver del
abrigo. También cayeron cerca las llaves del automóvil.
—Podemos utilizar el automóvil —dijo Irina—. Podemos
escapar.
Le puso las llaves en la mano y conservó la pistola.
—Tú escapa —dijo él.
Corrió a la arboleda en la dirección en que se fueron los otros
hombres. Encontró el seguro del revólver a la izquierda del
cilindro y lo quitó. Era fácil seguir las huellas en la nieve: las de
George, Osborne y dos hombres más que se unían desde
direcciones opuestas. Les oyó más adelante, gritando y
golpeando las ramas de los árboles. Se escuchó el trueno de un
rifle seguido del fuego rápido de las armas de mano.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 484

La pelea se alejaba. Al avanzar arrastrándose Arkady topó


con Nicky, boca arriba, muerto, con las piernas torcidas como
si hubiera girado al caer. Un poco más adelante advirtió una U
en las huelgas de Osborne, donde se había agazapado para
emboscar.
Cesó el tiroteo y reinó el silencio. Arkady iba de un árbol a
otro. Su respiración le parecía terriblemente ruidosa.
Ocasionalmente el viento hacía caer montones de nieve que al
dar contra el suelo lo hacían saltar. Percibía otros sonidos, que
al principio pensó que eran pájaros —voces agudas agitadas
que iban y venían con el viento—. La arboleda terminaba en
otra cerca interior de alambrada con cubiertas de lona. Contra
ella se había estrellado el automóvil de Kirwill. El conductor
quedó atrapado dentro. Había un agujero en la ventanilla
trasera y en el asiento delantero Rats permanecía sentado,
erecto. Estaba muerto; la sangre que manaba de su gorra de
lana se había secado en franjas.
Arkady llegó a otra reja. Estaba abierta y la atravesaban
huellas de pisadas. Dentro estaban las cebellinas de Osborne.
La planta del recinto era rectangular, de unos cien por
sesenta metros, muy sencillo. En el extremo cercano había una
unidad redonda de acero corrugado para desperdicios y un
cobertizo para perros. De un anillo colgaban tres cadenas. Las
huellas de neumáticos conducían á un extremo donde estaba
estacionada la limusina de Osborne, ante una casa de cemento
de un solo piso. La casa parecía lo bastante grande como
refrigeradores, una zona para preparar alimento y otra para
cuarentena. Las huellas de las pisadas se dirigían a los
cobertizos de las cebellinas. Los generales del palacio de las
Pieles calcularon mal; Arkady contó diez cobertizos, cada uno
de veinte metros de largo, con techo de madera que
albergaban dos hileras de jaulas y un pasillo central. Había
cuatro jaulas por hilera, lo que indicaba que había en total unas
ochenta cebellinas; ochenta cebellinas en la ciudad de Nueva
York. No podía ver con claridad a los animales; estaban
excitados y se movían demasiado. Tampoco podía ver a
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 485

Osborne, a George o a Rurik, aunque había pocos sitios donde


ocultarse —sólo recipientes de plástico al final de cada
cobertizo y agujeros de drenaje hechos de cemento debajo de
cada hilera—. El revólver americano tenía el cañón corto, nada
apropiado para el tiro al blanco, pero de todas maneras él era
mal tirador; no habría podido atinar a nadie desde la casa o el
cobertizo. Corrió al cobertizo más cercano.
Primero oyó el disparo y luego sintió el balazo. Pensó que
debía ser al revés. Dio un traspié pero recobró el equilibrio. Es
difícil meter una bala de pistola en el pecho de un hombre
agazapado, pensó; una bala de rifle habría acabado con él.
Cuando se metió bajo el cobertizo el dolor se le extendió a las
costillas.
Por encima de él, las cebellinas chillaban furiosas. Trepaban
por las paredes del alambre recubierto de cinc, caminaban,
saltaban, nunca quietas. Parecían gatos, también comadrejas,
orejas peludas que giraban alarmadas, colas llenas de ira
moviéndose tan rápido que sólo eran configuraciones negras
dentro de las jaulas. Lo asombroso era la vida que había en
ellas. Eran salvajes, no domesticadas, furiosamente vivas,
silbando y tratando de alcanzarlo a través del alambre. Miró a
sus espaldas y vio, bajo la hilera de jaulas dos pares diferentes
de piernas humanas. Una cabeza volteada al revés se unió a
un par de piernas; luego un revólver se unió a la cara. Era
George. Hizo fuego y una lluvia de heces roció a Arkady desde
el agujero del drenaje. Arkady apuntó. Pero todavía estaba
demasiado lejos. Rodó hasta el siguiente cobertizo,
acercándose a George; ya estaba apuntando otra vez cuando
se oyó un disparo de rifle. Arkady pudo ver las piernas de
George caminar hacia atrás, con la cabeza todavía colgando, y
al revólver pendiendo de un dedo. Con su otra mano George
parecía tratar de tocarse la espalda. Sus piernas se movían
cada más torpemente y su cabeza colgaba más baja a medida
que retrocedía hacia un recipiente de plástico en el extremo
del cobertizo. El recipiente se volcó derramando sobre la nieve
una sopa color rosa compuesta de cabezas de pescado y carne
de caballo. George quedó tendido dramáticamente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 486

—Arkady Vasilevich —dijo Rurik.


Rurik salió del cobertizo donde estaba Arkady y se detuvo
ante él, con una automática Makarov en la mano. «Ahora
cazaremos juntos a Osborne», pensó Arkady; pero Rurik
juzgaba mejor quiénes eran sus enemigos y estaba adiestrado
para no titubear. Con la irónica simpatía de un árbitro final —
todos somos humanos, especialmente nosotros los ucranianos
—, el oficial del KGB levantó su pistola y apuntó a Arkady con
ambas manos. Antes de que pudiera hacer fuego le voló el
cuero cabelludo y unas manchas grises quedaron pegadas a su
cabello rojo. Rurik se desplomó, con las rodillas y la cara hacia
adelante, sobre la nieve. Esta vez llegó después el estruendo
que el disparo de rifle.
Arkady miró a sus espaldas a través de los cobertizos y vio
los pies de Osborne cuando menos a seis cobertizos de
distancia. Era la distancia apropiada. Osborne podía mirar a
través de la línea de cobertizos y seleccionar sus blancos.
Podía hacerlo con más facilidad sobre un blanco situado por
debajo de los cobertizos, pensó Arkady. Rodó bajo otro
cobertizo, acercándose a Osborne y se puso en pie.
Arkady se aproximó rodeando dos cobertizos más, pasando
junto a George tendido sobre el charco de alimento de
cebellina. En el siguiente cobertizo, apareció Osborne,
levantando su rifle. Arkady se agachó entre las jaulas, en el
pasillo de madera. Algunas cebellinas se escondían en las
jaulas; otras seguían a Arkady, saltando de un extremo a otro,
brincando contra el alambrado. Vio que cada jaula tenía su
propio gráfico, una abertura para introducir la comida y un
candado. Mientras las cebellinas se movieran tendría una
oportunidad. Si pudiera acercarse tendría cinco o seis balas de
revólver contra el rifle de cerrojo. Con la mano iba golpeando
las jaulas mientras corría, agitando a las cebellinas. Podía
sentir el rifle apuntándole, frustrado, intentando dispararle sin
llegar a herir a los animales.
De dos saltos Arkady cubrió la distancia entre cobertizos y se
refugió en el siguiente pasillo, gritando a las cebellinas a la vez
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 487

que golpeaba las jaulas. Las colas de los animales destacaban


mientras saltaban de las paredes al techo y al suelo,
escupiendo, algunas orinándose de la furia que las embargaba.
Le sangraba un mano; un animal le había logrado morder entre
el alambrado. Entonces se tiró al suelo del pasillo y disparó un
tiro por encima de ella. No estuvo mal. Volvió a levantarse.
Había pasado junto a una jaula vacía desde donde Osborne
había disparado, sólo que la bala debió desviarse, sino estaría
muerto. Había tablas nuevas en el techo del cobertizo y la
malla de alambre estaba recién pintada; también había una
palanca y una caja de herramientas en el pasillo. Debía ser la
jaula de la que se escapó una cebellina. Vio a Osborne correr
para atraparlo al salir del extremo del cobertizo. Arkady iba a
arrojarse bajo las jaulas a la altura del desagüe de los
desperdicios para disparar primero. Pero tropezó, al perder el
control de la pierna herida.
Entonces oyó a Irina. La chica estaba dentro del recinto
llamándole por su nombre. Ella no podía verlo. Osborne le pidió
que se quedara donde estaba.
—Investigador —gritó Osborne—, ¡sal! Puedes conservar tu
arma y yo os dejaré ir a ambos. Sal o la mataré a ella.
—¡Corre! —gritó Arkady a Irina.
—Os dejaré ir a ambos, Irina —dijo Osborne—. Podéis subir al
automóvil e iros. El investigador está herido y necesita
atención médica.
—¡No me iré sin ti! —gritó Irina a Arkady.
—Os podéis ir juntos, Arkady —dijo Osborne—. Te lo prometo.
Sal ahora mismo o la mataré a ella. Inmediatamente.
Arkady estaba otra vez junto a la jaula vacía. Cogió la
palanca, introduciendo el extremo delgado en la anilla del
candado de la jaula vecina. La cebellina que estaba dentro se
quedó quieta, observando. Arkady se apoyó en la palanca y el
candado se rompió. Al abrirse la puerta de la jaula la cebellina
saltó al pecho de Arkady, después al pasillo y salió del
cobertizo. Él nunca había visto moverse nada tan rápido sobre
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 488

la nieve. La cebellina corrió veloz con sus patas peludas,


azotando atrás su cola la nieve. Arkady metió la palanca en el
siguiente candado y abrió de nuevo la cerradura.
—¡No! —gritó Osborne.
Arkady atrapó a la cebellina al saltar ésta fuera de la jaula.
Con el rifle levantado, Osborne estaba al final del pasillo.
Arkady le arrojó la cebellina. Osborne se hizo a un lado, volvió
a levantar el rifle y disparó. Arkady se dejó caer al suelo y
disparó a su vez. Los dos primeros balazos le dieron en el
estómago a Osborne, mientras metía otra bala en la recámara.
Los siguientes le hicieron blanco en el corazón. El quinto le
pegó en la garganta a la vez que se desplomaba. El sexto
balazo falló.
Arkady se arrastró fuera del cobertizo. Osborne estaba de
espaldas, un hombre con tantas balas dentro del cuerpo.
Todavía sostenía el rifle en su mano. Extrañamente, Arkady no
lo veía como si estuviera bien muerto, ni siquiera vestido como
estaba en su atavío de cazador, sino con un traje más fino, con
más toques cíe elegancia. Arkady se sentó a su lado. Osborne
tenía cerrados los ojos, como si hubiera tenido tiempo de
componer su apariencia. Arkady sintió que el calor abandonaba
su cuerpo y el proceso de enfriamiento ya desarrollándose.
Pausadamente quitó a Osborne el cinturón de su pantalón y lo
colocó apretado en su pierna. Poco a poco se percató de que
Irina estaba de pie junto a ellos. Lo estaba mirando. ¿Había
acaso, en el rostro de Osborne, una expresión de triunfo?
—Una vez me dijo que amaba la nieve —dijo Arkady— Tal vez
sí.
—¿Adónde vamos ahora?
—Tú te irás sola.
—Regresé por ti —dijo Irina—, Podemos escapar, podemos
quedarnos en los Estados Unidos.
—No quiero quedarme aquí —Arkady levantó la vista Nunca
quise quedarme. Sólo vine porque sabía que Osborne te
mataría si no venía.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 489

—Entonces, ambos regresamos a casa.


—Tú estás en casa. Ya eres norteamericana, Irina, eres lo que
siempre quisiste ser —sonrió—. Ya no eres rusa. Siempre
fuimos diferentes, y ahora sé cuál era la diferencia.
—Tú cambiarás también.
—Yo soy ruso —se dio unos golpecitos en el pecho Mientras
más tiempo estoy aquí, más ruso soy.
—No —ella movió negativamente la cabeza, enfadada.
—Mírame —Arkady se puso de pie. Tenía la pierna
entumecida—. No llores. Mira lo que soy: Arkady Renko, ex
miembro del partido y ex investigador principal. Si de veras me
amas, dime hasta qué punto puedo llegar a ser
norteamericano. ¡Dímelo! —gritó—. Dímelo —más suavemente
—, admítelo, ¿acaso no ves a un ruso?
—Vinimos de tan lejos. No te dejaré regresar solo, Arkasha...
—No lo entiendes —tomó entre sus manos el rostro de Irina
—. No soy tan valiente como tú, no lo suficientemente valiente
como para quedarme. Por favor, déjame regresar. Serás lo que
ya eres, y yo seré lo que yo soy. Siempre te amaré —la besó—.
Ancla, corre.
—Las cebellinas...
—Déjamelas a mí. Ancla —la empujó—. No será muy difícil el
regreso. No vayas al FBI; acude a la policía o al Departamento
de Estado, a cualquier parte menos al FBI.
—Te amo —ella trató de retener su mano.
—¿Tengo que arrojarte piedras? —le preguntó él.
—Me voy, entonces —Irina le soltó.
—Buena suerte.
—Buena suerte, Arkasha.
Irina dejó de llorar, apartó el cabello de sus ojos, miró a su
alrededor y respiró profundamente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 490

—Con tanta nieve debería llevar botas de fieltro, ¿sabes? —


dijo.
—Lo sé.
—Conduzco bien. La luz parece mejorar.
—Sí.
Ella dio unos cuantos pasos.
—¿Tendré noticias tuyas? —Irina se giró, con los ojos
cansados y húmedos.
—Claro. Los mensajes llegan, ¿no es cierto? Los tiempos
cambian.
Al llegar a la reja volvió a detenerse.
—¿Cómo puedo dejarte?
—Soy yo quien te deja.
Irina cruzó la verja. Arkady encontró la pitillera de Osborne,
fumó y escuchó el ruido de las ramas movidas por el viento
hasta que oyó arrancar un automóvil a lo lejos. También las
cebellinas lo oyeron; tienen el oído fino.
De modo que hubo tres arreglos, pensó Arkady. Primero el de
Osborne, luego el de Kirwill y finalmente el suyo. Regresaría a
la Unión Soviética para que el KGB dejara quedarse a Irina en
los Estados Unidos. Miró a Osborne. Disculpa, pensó, ¿pero qué
otra cosa tengo que ofrecer a cambio aparte de mí? Las
cebellinas, naturalmente. Tendría que disponer de ellas
también.
Arrancó el rifle de las manos de Osborne y regresó cojeando
al cobertizo. ¿Cuántas balas le quedaban?, se preguntó. El día
se estaba poniendo brillante y puro. Las cebellinas se habían
tranquilizado, con los ojos pegados contra la tela de alambre.
—Les pido disculpas —dijo Arkady en voz alta—. No sé qué
harán los norteamericanos con ustedes. Está visto que no se
puede confiar en nadie.
Se aferraron a la tela de alambre, observándolo, con sus
capas negras como el carbón, sus ojos fijos y atentos.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 491

—Me eligieron verdugo —dijo Arkady—. Y les contaré la


verdad, hermanas; no son hombres que acepten mentiras o
cuentos de hadas o historias elaboradas. Lo siento.
Podía oír latir sus corazones, correr con ellas, lo mismo que el
suyo.
—Así que...
Arkady dejó caer el rifle y cogió la palanca. Con torpeza por
tener una pierna invalidada, rompió un candado. La cebellina
saltó libre y un segundo después estaba en la cerca. Luego lo
hizo mejor, sólo daba un empujón y un tirón a cada jaula. Los
cigarrillos eran buenos como aspirinas. Se emocionaba ante
cada puerta de jaula abierta. Las cebellinas salvajes pegaban
un salto y corrían hacia la nieve, negro sobre blanco, negro
sobre blanco, negro sobre blanco, y desaparecían.

Fin
LTC Mayo 2011

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