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Cruz Smith Martin Renko 01 Parque Gorki
Cruz Smith Martin Renko 01 Parque Gorki
EL PARQUE GORKI
ARKADY RENKO 01
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 2
Para Em
AGRADECIMIENTOS
Doy las gracias a Anthony Astrachan, al doctor
Michael Baden, a Anthony Bouza, Knox Burger, William
Caunitz, Nancy Forbes, al doctor Paul Kagansky, Anatol
Milstein, John Romano, Kitty Sprague y Richard Woodley
por su ayuda generosa y por su aliento durante la
elaboración de este libro. Estoy especialmente
reconocido a Alex Levin, Yuri y Ala Gendler y a Anatoli
Davydov. Sin ellos el parque Gorki sería un lugar sin
gente.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 4
PLANO DE MOSCÚ
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Moscú
1
Todas las noches deberían ser así de oscuras, todos los
inviernos así de tibios, todos los faros así de deslumbrantes.
El coche se zarandeó y se detuvo ante un montón de nieve.
El grupo de homicidios descendió del vehículo: eran milicianos
de brazos cortos y frentes estrechas, envueltos en gruesos
abrigos forrados de piel de borrego. El que no portaba uniforme
era el investigador principal, un hombre delgado y pálido.
Escuchó con paciencia al oficial que había encontrado los
cadáveres en la nieve: al apartarse un poco del sendero del
parque en medio de la noche con objeto de aliviar el cuerpo,
los vio, y la impresión que experimentó le dejó medio
congelado. El grupo siguió el haz de luz de los faros del coche.
El investigador pensó que los pobres diablos eran sólo unos
borrachos que habían muerto congelados mientras se
embriagaban. El vodka equivalía a un impuesto líquido cuyo
precio iba siempre en aumento. De acuerdo con esto, tres era
el número apropiado para consumir una botella sin gastar
excesivamente. Era un ejemplo perfecto de comunismo
primitivo.
Al otro lado del claro aparecieron unas luces, haciendo que
las sombras de los árboles barrieran la nieve, mientras de la
oscuridad surgían dos Volgas negros. Un escuadrón de agentes
del KGB descendió de los vehículos encabezado por un
comandante rechoncho y fuerte llamado Pribluda. Milicianos y
agentes del KGB golpeaban el suelo con los pies para entrar en
calor, exhalando chorros de vaho. Los cristales de hielo que se
formaban en sus gorras y cuellos lanzaban destellos.
La milicia —el brazo armado del la MVD— dirigía el tránsito,
perseguía a los borrachos y recogía los cadáveres de cada día.
El Comité para la Seguridad del Estado —el KGB— tenía a su
cargo mayores responsabilidades, más sutiles, como combatir
a los conspiradores extranjeros, a los contrabandistas y a los
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Investigador principal
—Ya es tarde.
—Lo siento, hubo un asesinato. Tres asesinatos.
Vio cómo sus ojos revelaban haber captado el significado de
su información.
—Truhanes —murmuró ella—. Por eso aconsejo a los niños
que no mastiquen chicle. Primero es el chicle, luego la música
de rock, en seguida la marihuana y...
—¿Y? —Él esperaba que ella dijera, «el sexo».
—El asesinato. —Su voz se fue desvaneciendo, cerró los ojos
y el cerebro apenas quedó animado para enunciar el último
principio; otra vez a salvo sumido en la inconsciencia...
En un minuto la fatiga venció al investigador, que también se
durmió. Soñaba que nadaba en agua negra, sumergiéndose
rumbo a aguas todavía más negras, con brazadas rítmicas pero
poderosas. Precisamente cuando intentaba subir a la superficie
se le unió una hermosa mujer de largo cabello negro y tez
pálida. Parecía estar volando hacia abajo con su blanco vestido.
Como siempre, ella lo tomó de la mano. Soñaba con el enigma.
2
Desnuda, Zoya pelaba una naranja. Tenía la cara ancha,
infantil, inocentes ojos azules, cintura angosta y senos
pequeños con pezones tan diminutos como cicatrices de
vacunas. El vello púbico estaba rasurado en una angosta franja
rubia para disimularlo debajo del equipo de gimnasia. Sus
piernas eran musculosas y la voz aguda y fuerte.
—Los expertos dicen que la individualidad y la originalidad
serán las características de la ciencia soviética del futuro. Los
padres deben aceptar el nuevo curriculum y las nuevas
matemáticas, que constituyen pasos progresistas en la
construcción de una sociedad más grande. —Hizo una pausa
para mirar a Arkady, quien la contemplaba bebiendo su café en
el antepecho de la ventana—. Al menos podías hacer algún
ejercicio.
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3
Pasaron el fin de semana en el campo con las últimas nieves
del invierno. Los limpiaparabrisas barrían del cristal copos de
nieve grandes como gansos. Usaban una botella de vodka para
compensar el mal funcionamiento de la calefacción del
vehículo. Se oía el entusiasta rechinar de las llantas; pífanos,
tambores, bocinas, las campanillas de un trineo en
movimiento. ¡Adelante!
Zoya estaba sentada detrás con Natalya Mikoyan, Arkady
delante con Mikhail Mikoyan, su más viejo amigo. Juntos habían
pasado por el Komsomol, el ejército, la Universidad de Moscú y
la Facultad de Leyes. Habían compartido las mismas
ambiciones, las mismas parrandas, los mismos poetas, incluso
algunas de las mismas chicas. Delgado y con cara de niño bajo
espesos rizos negros, Misha pasó directamente de la Facultad
de Leyes al Colegio de Abogados de la ciudad de Moscú.
Oficialmente, los abogados defensores no percibían un salario
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4
Iamskoy le dijo:
—Como siempre, su trabajo es excelente. El descubrimiento
del trabajo dental de esta víctima, logrado tan rápidamente,
fue una bomba. Yo ordené en seguida una minuciosa
investigación por parte de los órganos de la Seguridad del
Estado. La pesquisa se prolongó todo el fin de semana
(mientras estuvo usted fuera de la ciudad) y exigió la revisión
de miles de residentes y agentes extranjeros conocidos desde
hace cinco años. El resultado fue que no se encontró ni un solo
individuo que se aproximara a la descripción de la víctima. Los
analistas opinan que estamos tratando aún con un ciudadano
soviético a quien se le hizo ese trabajo dental mientras estuvo
de visita en los Estados Unidos, o bien se lo realizó algún
dentista europeo que estudió el oficio en la Unión Americana.
El hecho de que no falte ningún residente extranjero me obliga
a aceptar esa hipótesis.
El fiscal habló con gran seriedad y sinceridad. Brezhnev
poseía el mismo don, lo cual hacía que se siguiera su estilo:
una racionalidad directa, mesurada, que asumía tanta firmeza
que su autoridad era evidente por sí sola de modo que no tenía
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—Tal vez anduvo por aquí ese día —dijo Arkady—. Fue a
principios de febrero. Quizá la vio.
—No me paso el tiempo mirando a las mujeres.
—Usted es un hombre dotado de poderes extraordinarios,
profesor. Ahora usted la puede ver.
—Hay otros que hacen muy buenas reconstrucciones. Yo
tengo trabajos más importantes que hacer.
—¿Hay algo más importante que el hecho de que dos
hombres y esta joven fueran asesinados casi delante de sus
ventanas?
—Yo sólo reconstruyo, investigador. No le puedo devolver la
vida.
Arkady puso la caja en el suelo.
—Con la cara me bastará.
y que olía a moho. Llegó ante una puerta cerrada, que abrió
para ver al investigador en jefe de casos especiales Chuchin,
un hombre de lo más reposado, con la mirada fija, brillante, y
una mano en la hebilla de su cinturón; ante él estaba una
mujer sentada, con la cabeza vuelta para escupir en un
pañuelo.
—Usted —Chuchin intentó ocultar con su cuerpo a la mujer,
pero Arkady miraba por segunda vez lo que ya había visto: la
puerta que giraba para abrirse, el azoro inicial de Chuchin, la
mano que sujetaba la hebilla, la muchacha con el rostro
enrojecido (joven, pero sencilla) que se daba la vuelta para
escupir. Chuchin, hombre de rasgos suaves, con una pátina de
sudor en su labio superior, se abotonó la chaqueta y empujó a
Arkady al pasillo.
—¿Un interrogatorio? —preguntó Arkady.
—Nada político, es sólo una prostituta —incluso la voz de
Chuchin era suave, como si hubiera identificado una raza de
perro.
Arkady había llegado a solicitar algo. Ahora ya no tenía por
qué pedir.
—Deme las llaves de sus archivos.
—Váyase al diablo.
—Al procurador le interesaría mucho saber cómo realiza
usted sus interrogatorios —Arkady extendió la mano para
recibir las llaves.
—No se atrevería.
Arkady metió la mano en la entrepierna de los pantalones de
Chuchin y apretó el pene reblandecido, el pene de casos
especiales, haciendo que Chuchin se pusiera de puntillas y que
ambos hombres se vieran cara a cara.
—Te mataré por esto, Renko, espera y lo verás —dijo Chuchin
con voz ronca, pero le entregó las llaves.
Arkady extendió los archivos por sobre el escritorio de
Chuchin.
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Clic.
5
El gótico staliniano no era tanto un estilo arquitectónico como
una forma de adoración. Elementos de obras maestras griegas,
francesas, chinas e italianas fueron arrojados a la carreta
bárbara y despachados a Moscú y al propio Maestro,
constructor, quien los amontonó unos sobre otros en torres de
cemento y deslumbrantes antorchas de Su gobierno,
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—¿Cuándo?
—No sé. Más adelante, cuando sepa lo que quiero hacer.
Tengo que marcharme.
Antes de que colgara el auricular oyó al fondo a Schmidt.
La tarde se hizo interminable, aunque llegó el momento en
que Pasha y Fet se encasquetaron sus sombreros y abrigos y se
fueron a su casa. Arkady suspendió el trabajo para tomar un
café. Entre la oscuridad distinguió otros dos rascacielos: la
Universidad de Moscú al este y el Ministerio del Exterior a la
derecha, junto al río.
Ya solo, mientras escuchaba más grabaciones, oyó por
primera vez una voz familiar. Era la grabación de una fiesta de
norteamericanos celebrada el 12 de enero en el hotel Rossiya.
La voz era de una invitada rusa, una mujer enfadada:
—Naturalmente, Chejov es siempre atinado, dicen, debido a
su actitud crítica hacia la pequeña burguesía, sus arraigados
sentimientos democráticos y su absoluta fe en la fuerza del
pueblo. La verdad es que en una película de Chejov se puede
vestir a las actrices con sombreros decentes en vez de con
bufandas. Una vez al año la gente quiere ver películas donde la
gente luzca sombreros bonitos.
Arkady reconoció la voz de Irina Asanova, la chica de
Mosfilm. Hubo una cierta protesta por parte de las actrices
presentes.
Ya tarde llegaron más invitados.
—¿Qué me trajiste, Yevgeny?
Una puerta se cerró.
— Unas felicitaciones de Año Nuevo retrasadas, John.
—¡Guantes! ¡Qué considerado! Me los pondré.
—Póntelos, enséñalos. Ven mañana y te daré cien mil a
vender.
El norteamericano se llamaba John Osborne. Tenía una
habitación en el hotel Rossiya frente a la plaza Roja, que más
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—Lo siento, estoy muy ocupado. Tal vez el año que viene.
—¿Está seguro?
Clic.
Arkady reconoció en seguida la otra voz porque la había
escuchado durante horas. Era Osborne. El norteamericano
había regresado a Moscú.
Los Mikoyan tenían un departamento grande, de cinco
habitaciones, en una de las cuales había dos pianos de cola
que Misha había heredado junto con el departamento, de sus
padres, que trabajaron para la orquesta sinfónica de la radio.
Las paredes estaban decoradas con una colección de carteles
de cine revolucionario, junto a figurillas de campesinos
labradas en madera por Misha y Natasha. Misha llevó a Arkady
al baño; en un rincón había una lavadora de ropa de
inmaculado esmalte blanco.
—Es de Siberia. De lo mejor. Costó ciento cincuenta rublos.
Esperamos diez meses para tenerla.
Una extensión de cordón eléctrico llegaba a una toma de
corriente, y una manguera estaba enrollada al lado de la
bañera. Exactamente lo que Zoya quería.
—Pudimos haber conseguido la ZIV o la Riga en cuatro
meses, pero queríamos lo mejor —Misha recogió un ejemplar
del Boletín Comercial, que estaba en el baño—. Van muy
buscadas.
—Y no es un signo burgués. Tal vez Schmidt tenga una en su
serrallo.
Misha le miró con enfado y le entregó su vaso.
Bebían vodka y ya estaban un poco ebrios. Misha sacó un
montón de ropa interior mojada de la bañera y la metió en la
secadora.
—¡Mira!
Accionó el interruptor. Produciendo un rugido, la máquina
empezó a vibrar. El ruido aumentó como si un aeroplano
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El hombre no nació criminal sino que incurrió en el error por
circunstancias desafortunadas o por la influencia de elementos
negativos. El origen de todos los crímenes grandes o pequeños
puede hallarse en la avaricia postcapitalista, el egoísmo, la
pereza, parasitismo, embriaguez, prejuicios religiosos.
Por ejemplo, el asesino Tsypin fue hijo de un homicida y una
especuladora con oro cuyos ancestros incluyeron asesinos,
ladrones y monjes. Tsypin fue criado como «urka», un criminal
profesional. Usaba los tatuajes azules de los urkas —
serpientes, dragones, los nombres de diversas amantes— en
profusión tal que le salían por los puños de las camisas y el
cuello. Una vez le mostró a Arkady el gallo rojo tatuado en su
pene. Afortunadamente para él, Tsypin asesinó a un cómplice
suyo en una época en que se consideraba que solamente los
crímenes contra el Estado merecían la pena de muerte. Tsypin
fue condenado a diez años de prisión. En el campo de
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Era una cabeza de yeso rosada sin cara con una peluca que
tenía bisagras en las orejas de modo que podía abrirse por la
mitad y revelar una estructura interna de músculos azules y un
cráneo blanco tan intrincado como un huevo Fabergé.
—La carne no se asienta en el vacío —dijo Andreev—. Sus
rasgos, estimado investigador, no son determinados por la
inteligencia, el carácter o el atractivo personal —el antropólogo
hizo a un lado la cabeza y cogió la mano de Arkady—. ¿Siente
los huesos? Hay veintisiete huesos en su mano, investigador,
cada uno articulado de manera diferente con un propósito
distinto —la presión de la mano de Andreev era fuerte para un
hombre tan pequeño, la aumentó haciendo que Arkady sintiera
que las venas del dorso de la mano se le hinchaban—. Y hay
musculares flexores y tensores cada uno de diferente tamaño.
Si le dijera que iba a reconstruir su mano no lo dudaría. La
mano parece una herramienta, una máquina —Andreev lo soltó
—. La cabeza es una máquina destinada a reacciones
nerviosas, comer, ver, oír y oler, en ese orden. Es una máquina
de huesos proporcional mente más grandes con menos carne
que la mano. La cara es sólo una delgada máscara del cráneo.
Con un cráneo se puede hacer una cara, pero no se puede
hacer un cráneo con una cara.
—¿Cuándo? —Arkady.
—En un mes...
—En unos días. Debo tener una cara identificable en días.
—Renko, es usted el típico investigador. No oyó una palabra
de lo que dije. No me decidí a hacer la cara. El procedimiento
es muy complicado, y lo llevo a cabo en mi tiempo libre.
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—El mismo.
—Mucho gusto en conocerle —el magistrado le extendió su
mano pequeña y nudosa. Pese a la reputación del magistrado,
Arkady estaba impresionado. Había sólo doce magistrados de
la Corte Suprema.
—El gusto es mío. Voy camino a la oficina —Arkady dio un
paso atrás hacia la calle, pero Iamskoy no le soltó el brazo.
—Ha estado trabajando desde antes de la salida del sol. Cree
que no sé cuántas horas trabaja —dijo Iamskoy al magistrado
—. Es el trabajador más creativo y decidido. ¿Ambas cosas no
van siempre unidas? ¡Basta! El poeta deja su pluma, el asesino
deja su hacha, y aun usted, investigador, debe descansar de
vez en cuando. Venga con nosotros.
—Tengo mucho trabajo que hacer —protestó Arkady.
—¿No quiere acompañarnos? No lo toleraré —Iamskoy
arrastró también al magistrado.
La arcada conducía a un pasaje cubierto que Arkady nunca
antes había visto. Dos milicianos que llevaban la insignia de la
división de seguridad interna se hicieron a un lado.
—Además ¿no le importa si lo exhibo un poco, ¿verdad?
El pasaje conducía a un patio de relucientes limusinas
Chaika. Más expansivo a cada paso, Iamskoy los guió a través
de una puerta de hierro a un salón iluminado por lámparas de
cristal en forma de estrellas blancas, y por un pasillo
alfombrado a una sala con paneles de madera y angostas
casillas de caoba. Las lámparas en forma de estrella de esta
zona eran rojas; la pared de la sala estaba decorada con una
vista del Kremlin fotografiado de noche. Una bandera roja
ondeaba sobre la cúpula verde del viejo senado.
Iamskoy se desnudó. Su cuerpo era sonrosado, muy
musculoso y casi lampiño, excepto por la entrepierna. Un
mechón de pelo blanco cubría el pecho cóncavo del
magistrado. Arkady también se quitó la ropa. Iamskoy vio de
manera casual la hinchazón negra de su pecho.
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—Claro.
—Siempre hemos estado juntos, aun en los campos de
trabajo. Yo siempre he sido el que aportaba el dinero,
¿entiende? Swan se va a ver en aprietos. Es decir, yo tengo
muchos problemas y no quiero preocuparme por él también.
Usted necesita un informante. Swan tiene teléfono, incluso un
automóvil, sería perfecto para usted. ¿Qué dice? Póngalo a
prueba.
Cuando Arkady salió de la prisión, Swan esperaba junto a un
poste de alumbrado público. Su chaqueta de cuero hacía
resaltar lo angosto de sus hombros, su largo cuello y el cabello
corto. En un campo de prisioneros un ladrón profesional tendía
a escoger a un convicto aficionado, cometer sodomía con él
para después echarlo de la cama a puntapiés. Esto hacía al
ladrón, al de arriba, más masculino. El «chivo», el de abajo, era
el detestado afeminado. Sin embargo, Swan y Tsypin eran una
verdadera pareja, una rareza, y nadie llamaba chivo a Swan
delante de Tsypin.
—Su amigo sugirió que usted podría hacer algún trabajo para
mí —dijo Arkady sin entusiasmo.
—Entonces lo haré —Swan poseía la extraña delicadeza de
un muñeco desportillado y gastado, cosa más notable porque
no era bien parecido. Era difícil calcular su edad, y su voz era
demasiado suave para dar una idea.
—No es mucha la paga, digamos unos cincuenta rublos, si
proporciona buena información.
—Tal vez pueda usted hacer algo por él, en vez de pagarme
—Swan miró la reja de la prisión.
—Donde irá sólo puede recibir un paquete al año.
—Quince paquetes —murmuró Swan, como si se preguntara
ya qué pondrían en ellos.
«A menos que lo fusilen de inmediato, —pensó Arkady—.
Bueno, el amor no es una flor que se marchite; es una hierba
que florece en la oscuridad. ¿Lo ha explicado a alguien alguna
vez?»
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8
Aunque despuntaba ya el siglo veintiuno, Moscú conservaba
el hábito Victoriano de viajar sobre ruedas de hierro. De la
estación Kievsky, que estaba cerca del barrio extranjero y del
departamento de Brezhnev, partían los trenes hacia Ucrania.
En la estación Bielorrusia, a unos cuantos pasos del Kremlin,
fue donde Stalin abordó el tren del zar procedente de Potsdam
y desde la que Khrushchev y también Brezhnev partían con sus
trenes especiales hacia la Europa oriental para inspeccionar los
países satélites y promover la détente. De la estación Rizhsky
los trenes se dirigían a los estados del Báltico. La estación
Kursky sugería unas soleadas vacaciones en el mar Negro. A
las pequeñas estaciones de Savelovsky y Paveletsky acudía
gente de poca importancia —sólo trabajadores para ir a sus
empleos, u hordas de campesinos polvorientos como patatas
—. No obstante, las más impresionantes eran las estaciones de
Leningrado, Kazán y Yaroslavl, los tres gigantes de la plaza
Komsomol, y la más extraña era la de Kazán, cuya torre tártara
era una puerta de salida que podría llevarle a uno a miles de
kilómetros, a los desiertos de Afganistán, a la desviación de un
campo de prisioneros en los Urales, o a través de dos
continentes hasta las playas del Pacífico.
A las 6:00 de la mañana, dentro de la estación Kazán,
familias turcomanas enteras yacían tocándose pies con cabeza
sobre los bancos. Bebés con gorras de fieltro anidaban en
blandosmontones de ropa. Los soldados apoyados contra la
pared dormían tan profundamente que los mosaicos del techo,
que describían escenas heroicas, podrían haber sido su sueño
colectivo. Las lámparas de bronce brillaban. En el único puesto
de bocadillos abierto, una joven envuelta en un abrigo de piel
de conejo hablaba con Pasha Pavlovich.
—Dice que Golodkin acostumbraba extorsionarla, pero que ya
no lo hace —informó Pasha al regresar con Arkady—. También
dice que alguien le vio en el mercado de automóviles.
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vio un camión que vendía piñas. Por cuatro rublos compró una
del tamaño de un huevo grande.
—Es un afrodisiaco cubano —le reveló—. Algunos amigos
míos levantadores de pesas fueron allí. ¡Repámpanos! Chicas
negras, playas y alimentos no procesados. ¡Un paraíso para los
trabajadores!
El mercado de automóviles se reducía a un montón de
Pobedas, Zhigulis, Moskviches y Zaporozhets, algunos
lamentablemente viejos pero otros todavía con el olor de la
sala de exhibiciones. En una ocasión recibió al cabo de tres
años el pequeño Zaporozhets por el que había pagado tres mil
rublos. Una persona informada hubiera llevado el automóvil
inmediatamente al mercado de coches usados, vendido su
juguete en diez mil, registrado una transacción por cinco mil
rublos en la oficina del gobierno, pagando una comisión del 7
por ciento, y luego, hubiera dado media vuelta y gastado los
seis mil seiscientos cincuenta rublos en un sedán Zhiguli más
grande. El mercado era como una colmena —a la que cada
abeja traía un poco de miel—. Tal vez se encontraban ahí un
millar de abejas. Un cuarteto de mayores del ejército se reunió
alrededor de un Mercedes Benz. Arkady pasó su mano sobre un
Moskvich blanco.
—Como la piel, ¿eh? —Un georgiano con chaqueta de cuero
se detuvo junto a él.
—Es bonito.
—Ya está usted enamorado de él. Tómese el tiempo necesario
para verlo. Usted entiende de automóviles —el georgiano se
puso un dedo en el ojo—. Sólo tiene recorridos treinta mil
kilómetros. Otro le habría trucado el kilometraje, pero yo no
soy así. Todas las semanas lo lavan y le pulen. ¿Le he enseñado
los limpiaparabrisas? —los sacó de una bolsa de papel.
—Bonitos.
—Están casi nuevos. Bien, míreselo —les dio la espalda a
todos, menos a Arkady y escribió en la bolsa—: 15.000.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 142
—¿Reconoces a éste?
—¡Ese es! Con ése fue con quien yo me reuní ayer en el
parque.
—Dijiste antes —Arkady miró la foto por segunda vez—, «un
tipo viejo y gordo»
—Bueno, grande, sabe.
—¿Y su vestimenta?
—Rusa, muy ordinaria. Toda nueva. Por la forma en que habla
el ruso él mismo pudo haber comprado la ropa, pero —agregó
Golodkin en tono burlón—, ¿para qué querría alguien hacer
eso?
—¿Por qué supiste que no era ruso? Golodkin se inclinó hacia
delante, para hablar de camarada a camarada:
—He hecho una especie de estudio en ese sentido,
localizando turistas en la calle. Son posibles compradores, ¿ve?
Ahora bien, el ruso, por lo general, siempre camina cargando
su peso por encima de su cinturón. Su norteamericano camina
con las piernas.
—¿De veras?
Arkady volvió a mirar la foto. No sabía mucho de la forma de
ser norteamericana; veía una cara que expresaba fuerza bruta,
a un hombre que había llevado a Golodkin derecho al claro
donde habían sido hallados los cadáveres y donde Arkady
había perdido una pelea, Arkady recordó haber mordido la
oreja de su agresor.
—¿Le viste las orejas?
—No creo —comentó Golodkin— que haya una gran
diferencia entre las orejas rusas y las occidentales.
Arkady llamó a la agencia de viajes Intourist, que tres días
antes, mientras él estaba siendo golpeado en el parque, le
informó que el turista W. Kirwill había obtenido entradas para
asistir al teatro Bolshoi. Arkady preguntó cómo podría
comunicarse con el guía enviado por Intourist a Kirwill. Le
dijeron que en su caso se trataba de un turista individual, y que
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 162
9
Casi toda Rusia es vieja, modelada por glaciares que dejaron
un paisaje de colinas bajas, lagos y ríos que deambulan como
los rastros de gusanos en la madera blanda. Al norte de la
ciudad, el lago Plateado estaba todavía congelado y todas las
dachas, que lo rodeaban, desiertas, excepto la de Iamskoy.
Arkady se estacionó detrás de una limusina Chaika, se dirigió
a la puerta trasera de la casa y llamó. El fiscal apareció en una
ventana, e hizo señas a Arkady para que se esperara. Cinco
minutos después emergió como la imagen de un boyardo, con
abrigo y botas ribeteadas con piel de lobo. Su sonrosada calva
relucía de buena salud; de inmediato se encaminó a la playa.
—Bis fin de semana —dijo irritado—. ¿Que hace aquí?
—Es que usted no tiene teléfono.
—Usted no tiene el número. Quédese aquí.
En el centro del lago el hielo era grueso y opaco, pero fino y
brillante en las orillas. En verano las familias de las casas de
los alrededores jugarían su partida de badminton, brillantes
parasoles y jarras de limonada. Iamskoy había ido a una
pequeña cabaña situada a unos cincuenta metros de la casa.
Regresó con una corneta de hojalata y un cubo de alimento
para peces.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 169
había una salida, una puerta iluminada en el otro lado. Era algo
tan obvio.
—Se me olvida —Iamskoy se le quedó mirando— que tiene
usted ese rasgo irracional. A menudo me he preguntado por
qué desdeña usted tan manifiestamente su ascenso en el
Partido: también me he preguntado por qué querría usted ser
investigador.
La simplicidad de la situación hizo sonreír a Arkady, así como
el poder que ésta le daba. ¿Retirarse simplemente? ¿Qué
habría ocurrido si a la mitad del drama de Hamlet, el príncipe
hubiera decidido que las complicaciones de la trama eran
demasiado, y hubiera desoído las recomendaciones del
fantasma y se hubiera ido del escenario? Arkady vio en los ojos
de Iamskoy el asombro y el disgusto motivados por la
interrupción de la obra. Nunca antes había contado con la total
atención de Iamskoy; sin embargo, Arkady siguió sonriendo
hasta que el propio fiscal sonrió también.
—Bueno, supongamos que usted renuncia, ¿qué sucedería?
—preguntó Iamskoy—. Yo lo podría destruir, pero eso no sería
necesario; perdería su credencial del Partido y se destruiría a sí
mismo. Y su familia. ¿Qué empleo cree que le darían a un
investigador principal de homicidios después de renunciar? El
de guardia nocturno, si tiene suerte. También me haría quedar
mal, pero yo puedo sobrevivir.
—También yo.
—Así que veamos qué ocurriría con su investigación una vez
que usted la abandonara —agregó Iamskoy—. Otro
investigador se haría cargo. Supongamos que Chuchin se
encarga ele continuarla. ¿No le molesta eso?
—Chuchin no está preparado para realizar trabajos de
homicidios —contestó Arkady encogiéndose de hombros—.
Pero eso es asunto de usted.
—Bien, eso está resuelto, Chuchin es su sucesor. Un torpe
venal toma su investigación y usted lo aprueba.
—No me interesa mi investigación. Renuncio porque...
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 174
—Hola.
—¿Dónde está Valerya?
—Espere. Ha ido a dar un paseo.
La puerta se cerró.
Arkady escuchó la grabación una y otra vez porque reconoció
la voz de la chica de Mosfilm.
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Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 178
—¿Cuál?
—Estaban castradas. Bueno, es ilegal exportar cebellinas
fértiles fuera de la Unión Soviética. No debían esperar que
violáramos nuestras propias leyes. Los rancheros
norteamericanos estaban molestos. De hecho, hasta
organizaron un plan para infiltrar una persona en Rusia que
robara algunas martas de una granja y sacarlas de
contrabando. Sólo un verdadero amigo podía haber denunciado
a sus propios compatriotas.
—Osborne.
—Osborne. Le mostramos nuestro agradecimiento diciendo a
los sionistas que de ahora en adelante una parte equitativa del
mercado ruso de martas cebellinas correspondería a Osborne.
Por servicios prestados.
11
El primer rocío del año se había transformado en un sudario
húmedo en el muelle Shevchenko. Mientras esperaba frente al
Consejo Comercial y Económico de la URSS y EE.UU., Arkady
pudo ver a las secretarias rusas y las oficinas, a hombres de
negocios norteamericanos y una máquina de Pepsi-Cola. El
humo lo hizo toser.
El caso todavía era de Arkady. A primera hora de la mañana
Iamskoy le había llamado para decirle que era interesante que
un norteamericano que otrora había estudiado en Moscú
tuviera algunas de las características físicas de uno de los
cadáveres hallados en el parque Gorki, y que el investigador no
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 202
—¿Qué bolsa?
Arkady dio una palmada explosiva con sus manos.
—La acción ya está hecha. Los dos hombres y la mujer están
muertos. El asesino metió la comida, las bebidas y una pistola
en una bolsa de cuero rota por los balazos. Patina por el
parque. Nieva, está oscureciendo. Fuera del parque debe
esconder sus patines de hielo también en la bolsa, para
librarse de ellos esperando que nadie lo vea. No debe
deshacerse de ella en el parque y tampoco tirarla a la basura
porque en cualquiera de los dos casos la podrían encontrar y,
al menos en Moscú, se daría parte a la milicia. ¿Es mejor tirarla
al río?
—El río está congelado todo el invierno.
—Muy cierto. Sin embargo, una vez desaparecida la bolsa
como por arte de magia, debe regresar a este lado del río.
—El puente Krimsky —Osborne hizo un gesto en la dirección
en que caminaban.
—Sin llamar la atención de alguna babushka suspicaz o algún
miliciano. La gente es tan fisgona.
—Taxi.
—No, demasiado arriesgado para los extranjeros. Mejor
recurrir a un amigo que espere en el camino del muelle en un
automóvil; eso es obvio, aún para mí.
—¿Por qué no se encontraba en el sitio del asesinato el
cómplice?
—¿Él? —Arkady se echó a reír—. Jamás! Estamos hablando de
seducir, de inspirar confianza. El cómplice no debería ser en
ningún caso el motivo por el que las moscas se vieran atraídas
a la miel —Arkady se puso serio—. La verdad es que el primer
hombre, el asesino, calculó todo esto con sumo cuidado.
—¿Lo vio alguien con la bolsa? Por ambos lados, el rio avanza
entre neblina.
A Osborne le preocupaba que pudiera aparecer algún testigo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 209
12
Los pies de los buzos producían remolinos oscuros en el
agua. Arrojaron focos sumergibles. Se podía ver una mano,
luego una aleta mientras unos hombres sondeaban el sitio
donde los tubos de desagüe de la curtiduría Máximo Gorki
daban al río Moskva.
Arriba, en el terraplén de la carretera, los milicianos provistos
con linternas hacían señas a los camiones que circulaban a
esas horas de la mañana. Arkady se encaminó a un área no
iluminada donde había estacionado el coche; en el asiento
trasero estaba sentado Kirwill.
—No le prometo nada —dijo Arkady—. Puede regresar a su
hotel si quiere, o a su embajada.
—Me quedaré aquí —los ojos de Kirwill brillaban en la
oscuridad.
Se oyó un chapoteo sobre el terraplén al lanzarse al río un
buzo. Se sumergió otra lámpara con ayuda de cadenas,
mientras los milicianos empujaban los trozos de hielo sueltos
con unos palos largos.
—Éstos son los informes del forense acerca de los tres
cadáveres hallados en el parque Gorki —dijo Arkady
mostrándole un sobre grueso.
El investigador adoptó una familiaridad peculiar, las fuertes
pisadas de los milicianos, la sospechosa luminosidad de las
linternas y el ambiente profesional que reinaba en todas
partes.
Después de reflexionar tranquilamente todo un día Kirwill
debió concluir que Arkady no pertenecía al KGB... nadie del
KGB podían ser tan ignorante.
—Déjemelos ver —Kirwill estiró el brazo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 224
—Así es.
—¿Qué me ocurriría a mí?
—Sería detenido para prestar declaración. Yo no revelaría la
información sobre nuestro encuentro en el parque, ni acerca de
su arma. Su detención no sería muy desagradable.
—¿Haría usted que fuera divertida?
—No mucho —la pregunta inesperada hizo reír a Arkady.
—Entonces —Kirwill encendió un cigarrillo y arrojó la cerilla
por la ventanilla— prefiero este arreglo. Solamente usted y yo.
Uno de los chóferes de taxis cruzó la calle para preguntarles
si tenían piezas de automóvil para vender o si querían comprar.
Arkady se deshizo de él.
—¿Un «arreglo»? —le preguntó a Kirwill. Eso era lo que él
tenía pensado, pero oír a Kirwill pronunciar esa palabra le hizo
sentir incómodo.
—Un entendimiento... asistencia mutua —dijo Kirwill—. Me
parece que el sujeto grande, Kostia, fue el primero en morir,
¿correcto? Siguió Jimmy. Con su pierna tullida me extraña que
pudiera patinar. Al final pereció la chica Davidova. Lo que no
entiendo es por qué les disparó en la cabeza, a menos que el
asesino conociera el trabajo de la canal de raíz de Jimmy y
supiera que es diferente del trabajo dental ruso. Usted no
sospecha de ningún dentista, ¿verdad, Renko? —esbozó
entonces su casi sonrisa—. ¿O sospecha de algún extranjero?
—¿Alguna otra cosa? —preguntó Arkady sin inmutarse,
aunque a él le llevó días obtener la respuesta al problema del
canal de raíz.
—Bien. El yeso en la ropa significa que trabajaron con iconos,
¿correcto? ¿Por eso envió usted a ese sujeto a conseguirle una
lista? A propósito, ése es el individuo que seguí hasta las
oficinas del KGB. Quizás usted no sea informante de ellos, pero
él sí lo es.
—Pensamos de la misma manera.
—Bueno. Ahora devuélvame mi placa.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 228
—Todavía no.
—Renko, usted no me lo cuenta todo.
—Míster Kirwill, ambos nos reservamos información. Sólo
estamos a un paso de la mentira, recuérdelo. Como ninguno de
nosotros sabe cuándo el otro va a ir en su contra, tendremos
que actuar con cautela. No se preocupe, tendrá su placa de
policía antes de que regrese a su país.
—Placa de detective —le volvió a corregir Kirwill—, y no se
engañe, no la necesito. Si eso le hace sentirse mejor
consérvela un día o dos. Mientras tanto, ¿entiende usted la
expresión «mamonear»? Porque eso es lo que está haciendo en
este caso, sin mencionar que no ha obtenido ningún resultado
en la cuestión de los iconos. Me parece mejor que trabajemos
separados y nos reunamos sólo para intercambiar información.
Sólo así conseguirá progresos. Deme algún número telefónico
donde me pueda comunicar con usted.
Arkady apuntó los números de su oficina y del cuarto del
Ucrania. Kirwill se guardó la nota en el bolsillo de su camisa y
continuó la conversación.
—La chica era bonita, ¿verdad? La que mataron junto con
Jimmy.
—Así parece. ¿Por qué lo cree así? ¿Su hermano era popular
entre las mujeres?
—No. Jimmy era un asceta profesional. No tocaba a las
mujeres, pero le gustaba su compañía y las escogía bonitas.
—Explíquese.
—Madonas, Renko. Usted sabe lo que son.
—Creo que no le entiendo.
—Bueno, no sea impaciente —Kirwill abrió la puerta—.
Empiezo a creer que realmente es lo que dice.
Arkady vio a Kirwill cruzar la calle y moverse entre los
chóferes, actuando con mucha naturalidad. A un mecánico que
arreglaba un coche le propuso una solución. A otro le obsequió
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 229
—¿Ves esto?
—Un antiguo accidente, supongo.
—¿Accidente? —Levin habló en tono burlón—. Aséate. Busca
el baño tú mismo, esto no es el palacio de Invierno.
En el espejo del baño Arkady vio que estaba cubierto de
tierra, y que parecía que una de sus cejas hubiera sido abierta
con una navaja de afeitar. Después de lavarse volvió a la
habitación donde Levin calentaba té en una plancha caliente.
Un pequeño gabinete contenía latas de legumbres y pescado.
—Tuve que elegir entre un departamento con cocina u otro
con baño. Para mí el baño es más importante —y asumiendo
una actitud hospitalaria inusitada, agregó—: ¿Quieres comer
algo?
—Pon un poco de azúcar en el té. Eso es todo. ¿Se pondrá
bien?
—No te preocupes por ella. Es joven y fuerte. Se sentirá mal
un día, nada más. Toma —le dio a Arkady una taza de té tibio.
—De modo que crees que era sulfazina.
—La puedes llevar a un hospital si quieres estar seguro de
eso —dijo Levin.
—No.
La sulfazina era uno de los narcóticos favoritos del KGB; en
cuanto llegara al hospital el doctor llamaría a esa organización.
Levin lo sabía.
—Gracias.
—No digas nada —le interrumpió Levin—. Mientras menos
sepa yo, mejor estaré. Confío en mi imaginación y dudo que tú
puedas hacer lo mismo.
—¿Qué quieres decir?
—Arkady, esta chica tuya no es virgen.
—No sé de qué hablas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 258
peones, que eran más que los de las blancas, y doblara sus
torres.
—Sólo has introducido complicaciones —dijo Levin.
Mientras Levin pensaba su jugada, Arkady revisó una librería,
de la que cogió una antología de Poe. Pronto se dio cuenta de
que Levin se había quedado dormido en su silla. A las 4:00 de
la mañana bajó a su automóvil, dio una vuelta alrededor de la
manzana para comprobar si estaba siendo vigilado y regresó
después al departamento de Levin. No podía esperar más.
Vistió a Irina con sus ropas húmedas, la envolvió en una manta
y la bajó. En el trayecto la única gente que vio fue a los
trabajadores de caminos arreglando las calles para el Día del
Trabajo. Un hombre que conducía una aplanadora dirigía a
cuatro mujeres que vertían alquitrán caliente. Después de
cruzar el río y cuando estuvo a dos manzanas de Taganskaya,
salió, y caminó hasta su departamento para asegurarse de que
estaba vacío. Cuando regresó al coche lo condujo hasta la
casa; apagó el motor y las luces al entrar en el patio. Cargó a
Irina, la depositó en la cama, la desvistió y la cubrió con la
manta de Levin y con su propio abrigo.
Iba a cambiar el coche de sitio cuando vio que Irina había
abierto los ojos. Tenía las pupilas dilatadas y el blanco de los
ojos enrojecido. No tenía fuerzas para mover la cabeza.
—¡Estúpido! —le dijo.
13
Llovía. El suelo crujía. En los departamentos de arriba y abajo
Arkady podía oír que hacían la limpieza. En la escalera se
escuchaban las pisadas de una anciana. Nadie había llamado a
la puerta, tampoco había sonado el teléfono.
Irina Asanova yacía con la cara vuelta hacia él, con su piel
pálida como el marfil ahora que había desaparecido la fiebre.
Arkady, no se había desvestido. Al principio buscó un lugar
dónde acurrucarse, pero no había sillas ni sofá, ni siquiera una
alfombra, así que al final compartieron la cama. Ella no se
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 261
sobre nosotros como flores sobre una tumba. Ahora todos son
blandos. ¿Todavía tienes esa mirada estúpida de borrego?
—Sí.
El anciano general se dio la vuelta arrugando apenas la ropa
que llevaba puesta.
—Podrías haber sido ya general. El hijo de Govorov manda
todo el distrito militar de Moscú. Con mi nombre podías haber
ascendido más aprisa. Bueno, sabía que no tenían arrestos
para hacerte cargo de un comando blindado, pero al menos
podrías haber sido uno de esos granujas de inteligencia.
—¿Qué me dices de Mendel?
—No tienes lo que se necesita. Quizá se debió a un esperma
débil o algo parecido, no sé.
—¿Mató Mendel a los alemanes?
—Hace diez años que no vienes, y cuando vienes me
preguntas por un cobarde que ya está enterrado.
La ceniza del cigarrillo cayó en la camisa. Arkady se inclinó
para quitarle una chispa.
—Mis perros han muerto —dijo enfadado el general—.
Estaban en el campo donde encontraron algunos miserables en
bulldózers. ¡Los malditos los mataron! ¡Malditos patanes! ¿Qué
hacen por aquí los bulldózers? Bueno, el mundo entero... —
Levantó el puño apretado—. Todo se va al demonio.
Escarabajos de estiércol. Podredumbre. ¡Oye las moscas!
Estaban sentados tranquilamente, inclinando el general su
oído hacia la lluvia.
—Mendel murió. En su cama, siempre dijo que moriría en su
cama. Tenía razón. Ahora mis perros —esbozó una sonrisa—.
Quieren llevarme a una clínica, muchacho. Hay una clínica en
Riga, muy elegante, no reparan en gastos tratándose de
héroes. Pensé que por eso habías venido. Tengo cáncer, en
todo mi cuerpo, todo podrido. Eso es lo que me mantiene
vivito, ¿sabes? Me invitan a ir a esa clínica donde aplican
radiación y curas de calor. No quiero ir porque sé que no
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 266
—¿Nada más?
—Sangre. Después de todo les dispararon.
—Recuerdo que sus ropas tenían otra cosa.
—Manchas de sangre animal —contestó Arkady—. Sangre de
pescado y pollo. Pescado y pollo —repitió y miró a Swan.
—Ahora bien, he visitado sus tiendas de alimentos y no he
visto nada lo bastante fresco como para que le escurra una
gota de sangre —dijo Kirwill—. ¿Dónde se puede conseguir
carne fresca por aquí?
Se podía adquirir con facilidad un pollo o pescado
desangrado de mala calidad. Pero pollo recién muerto o
pescado vivo eran exorbitantemente caros y —fuera de las
«tiendas cerradas» para la elite o los extranjeros— sólo se
podían conseguir de vendedores privados, pescadores o alguna
mujer de la localidad dueña de un gallinero. A Arkady le
molestó no haber pensado en eso antes.
—Es competente —Swan dijo señalando hacia Kirwill.
—Averigüe dónde conseguían carne fresca y pescado —
ordenó Arkady.
Swan y el gitano se fueron. Los otros dos hombres se
quedaron, Kirwill apoyado en un guardafangos, Arkady sentado
sobre la mesa. Arkady sacó la placa de detective de Nueva York
y se la arrojó a su compañero.
—Tal vez me exilie. Podría ser un supermán por aquí —
comentó Kirwill.
—Fue buena idea lo de las otras manchas de sangre —
reconoció Arkady.
—¿Cómo se hizo ese corte en la ceja? ¿Adonde fue anoche
después de salir del bar?
—Regresé al mingitorio y me caí en un hoyo.
—Le puedo sacar la verdad a patadas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 276
14
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 287
15
Por teléfono Misha parecía estar desesperado. Arkady tiró de
su ropa. Irina dormía todavía con los brazos estirados en la
cama donde él había estado acostado.
16
A las cuatro de la mañana, hora de Moscú, Arkady llamó a
Ust—Kut.
—Habla el detective Yakutsky.
—Soy el investigador principal Renko, en Moscú.
—¡Ah! Por fin llama usted, a buena hora.
Arkady cerró los ojos frente a la ventana oscura.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 322
antes del Día del Trabajo? Dirían que estaba borracho o loco y
lo detendrían hasta que Iamskoy llegara. ¿Podría acudir al
KGB? Osborne era informante del KGB. Además él tenía en sus
manos la muerte del agente del KGB, gracias a Kirwill.
El amanecer cayó sobre Irina. Apareció como una figura azul
pálida sobre una sábana del mismo color, pero él sentía la tibia
languidez de su sueño. La contempló con insistencia como si
quisiera grabarse su imagen en los ojos. El cabello de su frente
se convertía en oro fino al tocarle el sol.
El mundo era un cobarde que tramaba asesinarla. Él la podía
salvar. Él la perdería, sin embargo, pero podía salvarle la vida.
17
Cien kilómetros al norte de Leningrado, sobre una llanura
ubicada entre la población rusa de Luzhaika y la ciudad
finlandesa de Imatra, las vías del tren cruzaban la frontera. No
había cerca. Había desviaciones ferroviarias, los cobertizos de
las aduanas y discretas casetas de radio a cada lado. En el lado
ruso la nieve estaba sucia porque los trenes de este ramal
quemaban hulla de mala calidad, y en el lado finlandés la nieve
estaba más limpia porque éstos utilizaban locomotoras Diesel.
Arkady permaneció con el comandante de la patrulla
fronteriza soviética, mirando a un mayor finlandés regresar al
puesto de guardia fronteriza de su país, a cincuenta metros de
distancia.
—Como los suizos —el comandante escupió—. Barrerían todo
el hollín de nuestro lado si pudieran —hizo un intento de
apretar los herretes rojos de su cuello. La patrulla fronteriza era
una sección del KGB pero la integraban en su mayoría
veteranos del ejército regular. El cuello del comandante era
demasiado grueso, tenía la nariz desviada a un lado, su ceño
no hacía juego con el conjunto—. Todos los meses me pregunta
qué hacer con el maldito cofre. ¿Cómo diablos he de saber yo
qué hacer con él?
Con sus manos protegió la cerilla de Arkady de las corrientes
de aire a fin de que ambos pudieran encender sus cigarrillos.
Un guardia soviético vigilaba la vía, cargando al hombroun rifle
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 344
—No.
—Su investigación...
—Ya terminó —dijo Arkady.
Osborne asintió. Arkady tuvo tiempo para admirar los toques
de oro y seda por el cuerpo del norteamericano, la apariencia
de madera, de la piel bronceada, rasgos tan no—rusos.
Observó que Osborne miraba a uno y otro lado de la calle para
determinar si Arkady había acudido solo. Satisfecho, volvió a
mirar a Arkady.
—Tengo que tomar el avión, investigador. Unmann le traerá
diez mil dólares norteamericanos en una semana. Puede
dárselos en otra moneda, si lo desea... Hans se encargará de
los pormenores. Lo importante es que todo el mundo esté
contento. Si Iamskoy se derrumba y usted me mantiene limpio,
lo consideraré un servicio aún más valioso. Le felicito; no
solamente sobrevivió sino que sacó usted el máximo partido de
su oportunidad.
—¿Por qué me dice todo esto? —preguntó Arkady.
—Usted no viene a arrestarme. No tiene pruebas. Además,
conozco la forma en que ustedes operan. Si usted me fuera a
arrestar, en este momento ya estaría en la parte trasera de un
automóvil del KGB camino a la Lubyanka. Es usted,
investigador, usted solo. Mire a su alrededor... veo amigos
míos, ninguno suyo.
Hasta ese instante los detectives no se habían percatado de
la demora de Osborne. Vistos de cerca eran hombres
característicamente regordetes que alejaban enérgicamente a
los invitados ordinarios, de los automóviles de la elite.
—¿Trataría usted de arrestar a un occidental, en este lugar
precisamente, esta noche entre todas las noches, sin una
orden firmada por el KGB, sin que siquiera su fiscal lo sepa, sin
absolutamente nadie, usted solo? Ya hizo rico al fiscal.
Arkady sacó su automática y la colocó en el hueco de su codo
izquierdo, donde sólo Osborne pudiera ver el opaco cañón.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 352
—No —dijo.
Osborne miró a su alrededor. Por todo el lugar había
detectives en traje de civil, pero distraídos por la corriente de
invitados, cada vez más grande, que atravesaba los
reflectores.
—Iamskoy me advirtió que usted era así. Usted no quiere
dinero, ¿verdad? —preguntó Osborne.
—No.
—¿Tratará de arrestarme?
—De detenerlo —dijo Arkady—. De impedir que aborde el
avión, para comenzar. Luego, no lo arrestaré aquí y no esta
noche. Tomaremos su automóvil. Viajaremos esta noche, y
mañana lo presentaré en la oficina del KGB de algún pueblo
pequeño. No sabrán qué hacer, así que llamarán directamente
a la Lubyanka. La gente de las poblaciones pequeñas teme los
crímenes contra el Estado, al robo de propiedad estatal valiosa,
al sabotaje de una industria nacional, al contrabando, la
ocultación de crímenes contra el Estado... me refiero al
asesinato. Me tratarán a mí con escepticismo, y a usted con
cortesía, pero ya sabe usted cómo operamos nosotros. Se
harán más llamadas telefónicas, se inspeccionarán jaulas, se
trasladará cierto cofre. Después de todo, una vez que pierda su
avión de esta noche ya habrá llegado tarde. Vale la pena el
riesgo, de todas maneras.
—¿Adonde fue ayer? —preguntó Osborne tras meditar un
momento—. Nadie le pudo encontrar.
Arkady no contestó.
—Creo que ayer hizo usted un viaje a la frontera —dijo
Osborne—. Creo que usted piensa que ya lo sabe todo —miró
su reloj—. Tendré que correr para tomar ese avión. No me voy
a quedar.
—Entonces le dispararé —dijo Arkady.
—Un segundo después todos los hombres que andan por aquí
le dispararán a usted.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 353
—Es cierto.
Osborne alargó la mano para abrir la puerta del coche.
Arkady empezó a apretar el gatillo de la pistola Makarov,
empujando adelante la palanca del seguro, que resbaló a lo
largo del cargador para apartarse luego del muelle de hoja,
que golpearía el martillo hacia la bala de 9mm en la recámara.
Osborne la retiró.
—¿Por qué? —preguntó—. Imposible que esté dispuesto a
morir simplemente para hacer un arresto, para complacer a la
justicia soviética. Todo el mundo se vende, de arriba abajo. El
país entero se vende... se vende barato, el más barato del
mundo. A ustedes no les importa violar las leyes, ya no son tan
tontos. Así que, ¿por qué morir? ¿Por alguien más? ¿Por Irina
Asanova?
Osborne señaló un bolsillo de su abrigo, luego, lentamente
metió la mano en él y sacó una pañoleta de colores rojo,
blanco y marrón decorada con huevos de pascua, la pañoleta
que Arkady había regalado a Irina.
—La vida siempre es más complicada y más simple de lo que
creemos —dijo—. Lo es... lo veo en su cara.
—¿Cómo consiguió eso?
—Un simple intercambio, investigador. Yo por ella. Le diré
dónde está, y no debe preocuparse de si miento o no porque
no estará allí mucho tiempo. ¿Sí o no?
Osborne puso la pañoleta en el techo del automóvil. Arkady
la tomó con su mano izquierda y se la llevó a la nariz. Olía a
Irina.
—Compréndalo —dijo Osborne—, cada uno de nosotros
experimentamos un impulso básico por el que somos capaces
de destruir todo lo demás. Usted destruirá su vida, su carrera y
su razón por esa mujer. Yo traicionaré a mis cómplices antes
que llegar a perder mi avión. A ambos se nos está acabando el
tiempo.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 354
Shatura
1
Parecía un laboratorio. Algunos tubos fluían dentro de él
llevando sangre y dextrosa; otros salían de su cuerpo llevando
sangre y desechos. En el lapso de algunas horas cuando temía
estar consciente, una enfermera le inyectaba morfina, y en
seguida flotaba sobre la cama y miraba la monótona operación
de drenaje que tenía lugar abajo.
No tenía una idea clara de dónde estaba. Sabía vagamente
que había matado a alguien, y le pareció recordar que había
sido una carnicería. No estaba seguro de si él era el criminal o
la víctima; esto le preocupaba algo, pero no mucho. La mayor
parte del tiempo permanecía sentado en el rincón elevado más
alejado del cuarto y observaba lo que ocurría. Constantemente
se acercaban enfermeras y doctores y murmuraban junto a la
cama; luego los doctores se alejaban un poco y les decían algo
a otros dos hombres con ropa de calle y mascarilla, sentados
cerca de la puerta, que éstos abrían para susurrar algo a los
que esperaban en el pasillo. En una ocasión llegó un grupo de
visitantes; entre ellos reconoció al procurador general. Toda la
delegación estuvo al pie de la cama contemplando la cara que
reposaba en la almohada, de la misma manera en que los
turistas miran una señal extranjera tratando de descifrar una
inscripción que no pueden entender. Finalmente, menearon la
cabeza, ordenaron a los doctores que mantuvieran vivo al
paciente y se marcharon.Otra vez un capitán de la patrulla
fronteriza entró en la habitación para identificarle. No le
importó porque en ese momento estaba ocupado sufriendo una
hemorragia, secreto revelado por todos los tubos que salían de
su cuerpo, al adquirir un generoso tono rojo esos conductos de
plástico que lo rodeaban.
Más tarde lo ataron a la cama y lo cubrieron con una tienda
transparente de plástico. Los cinturones que lo sujetaban no
estaban apretados (no había pensado usar sus brazos), pero de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 360
—Irina...
—¿Qué hay de ella?
Le costaba trabajo concentrarse. Todos los secretos que
había atesorado tenían urgencia de llegar al oído complaciente
de Nikitin. El único otro visitante que tuvo aquel día fue la
enfermera que le había inyectado poco antes de que llegara
Nikitin.
—Soy el único que puede ayudarte —dijo éste.
—No saben...
—¿Sí?
Arkady sentía náuseas y mareos. La mano de Nikitin, tan
pequeña y regordeta como la de un bebé, descansaba sobre la
suya.
—Lo que necesitas es un amigo —dijo Nikitin.
—La enfermera...
—Ella no es amiga. Te dio algo para hacerte hablar.
—Lo sé.
—No me digas nada, «boychik» —instó Nikitin.
Arkady supuso que le habían administrado aminato de sodio;
eso era lo que usaban.
—Y bastante.
Sabe lo que pienso, dijo para sí Arkady.
—Es un narcótico poderoso. No es tu culpa que no tengas el
control habitual —lo reconfortó Nikitin.
—No era preciso que trajeras esas cartas —Arkady se esforzó
por hablar fuerte y claro—. Nadie necesita esas cartas.
—Entonces no las miraste bien —Nikitin sacó otra vez el
sobre y se las mostró a Arkady—. ¿Ves?
Pestañeando, Arkady volvió a leer cada una de las cartas.
Eran confesiones de todos los crímenes de los que se le acusó
la última semana.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 368
2
Al principio del verano Arkady fue trasladado a una finca en
el campo. Era una residencia aristocrática con una vistosa
fachada de columnas blancas y puertas francesas, pórticos que
daban a invernaderos de cristal, con su pequeña iglesia usada
ahora como garaje, y una cancha de tenis en la que los
guardias jugaban a balonvolea todo el rato. Arkady era libre de
pasear por donde quisiera siempre que regresara a tiempo
para cenar.
La primera semana una avioneta descendió a la pista de
aterrizaje trayendo un par de interrogadores, al comandante
Pribluda, una bolsa de correo y artículos tales como carne y
fruta fresca, que sólo se podían adquirir en Moscú.
Los interrogatorios se efectuaban dos veces al día en un
invernadero. No dejaron más plantas que algunos enormes
árboles encorvados, tan fuera de lugar como sirvientes
formales. Arkady se sentaba en una silla de mimbre entre los
interrogadores. Uno era psiquiatra y las preguntas eran sutiles;
como siempre que el interrogatorio es cordial, reinaba un
ambiente de compañerismo.
El tercer día, a la hora del almuerzo, Arkady encontró a
Pribluda solo en el jardín. Su chaqueta colgaba del respaldo de
la silla de hierro forjado. El comandante estaba limpiando su
pistola, manejando con destreza entre sus dedos regordetes el
lienzo y las demás piezas. Levantó la vista sorprendido cuando
Arkady se sentó en una silla al otro lado de la mesa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Arkady—, ¿por qué te dejan aquí?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 371
3
En octubre Arkady fue llevado en avión a Leningrado y
conducido a lo que pareció un enorme museo que en realidad
era el palacio de las pieles. Entró a un anfiteatro donde había
hileras de escritorios rodeados de una columnata blanca. En el
escenario cinco oficiales uniformados del KGB —un general y
cuatro coroneles— estaban sentados en una tarima. El palacio
olía a carne muerta.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 392
Nueva York
1
Lo primero que vio de los Estados Unidos fueron las luces de
un barco cisterna y las de las naves rastreadoras.
Wesley era alto, joven y semicalvo, sus rasgos eran suaves
como si hubieran sido alisados a semejanza de un guijarro de
río y tenía una imperceptible expresión inocua de afabilidad.
Llevaba puesto un traje de tres piezas de tela azul. Exhalaba
un olor a limón y menta de su boca, sus mejillas y axilas.
Durante todo el vuelo mantuvo las piernas cruzadas, fumó su
pipa y contestó a las preguntas de Arkady con gruñidos. Había
algo torpe y lácteo respecto a Wesley, como si fuera un
ternero.
Los dos hombres tenían una sección del avión exclusiva para
ellos. La mayor parte de los otros pasajeros eran «artistas
meritorios», músicos de gira que hablaban de los relojes y
perfumes que habían comprado en el aeropuerto parisino de
Orly, donde el avión hizo una breve escala. A Arkady Renko no
se le permitió bajar del avión.
—¿Entiende usted la palabra responsabilidad? —preguntó
Wesley en inglés.
Los pasajeros se apiñaron a un lado del aparato al sobrevolar
tierras de cultivo, en las que se veían débiles líneas entre
campos oscuros.
—¿Significa eso que me va usted a ayudar? —preguntó
Arkady.
—Significa que ésta es una operación del FBI. Significa
—dijo Wesley serio, como si tratara de convencer de algo a
Arkady—, que somos responsables de usted.
—Y usted, ¿ante quién es responsable?
Una excitación infantil invadió a los ocupantes del avión al
volar éste sobre la primera comunidad norteamericana. Parecía
ser una comunidad de automóviles. Los vehículos llenaban las
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 395
2
Wesley y otros tres agentes del FBI les llevaron el desayuno
en una bolsa de papel: café y donuts. Arkady bebió una taza
mientras Irina se cambiaba de ropa en el baño.
—Tengo entendido que el enlace del departamento de policía
de Nueva York es un tal teniente Kirwill —dijo Ray, hombre de
baja estatura, de origen mexicano. Ray fue el único que no
puso los pies a la mesa—. ¿Hay algún problema?
—Ninguno —contestó Wesley—. Sólo un pequeño lío.
—Es un caso mental, según supe —dijo George.
George era el hombre que Arkady vio en el vestíbulo la noche
anterior. A veces los otros lo llamaban «griego». Se limpió los
dientes con una cajetilla de cerillas.
El inglés que hablaba Wesley parecía ser una nueva forma de
latín, de doble sentido, límpido, transparente y abierto a
infinitas interpretaciones.
—Debe usted entender la historia del radicalismo socialista
en la ciudad de Nueva York, así como la fascinante tradición de
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 401
—No especialmente.
—Éste es muy bueno, sin embargo —comentó Al.
Al principio Arkady no entendió el espectáculo. No se trataba
de un juego, todo lo que hacían los participantes era adivinar
cuánto dinero valían los premios que se entregaban:
tostadores, estufas, vacaciones, casas. Todo conocimiento,
habilidad física o suerte, se había eliminado salvo la avaricia.
La simplicidad del concepto era asombrosa.
—Eres un verdadero miembro del Partido, ¿verdad?
3
Una araña marrón se tornó blanca al ser bañada por la luz del
sol.
Irina había salido temprano con Wesley y Nicky.
Su hilo pendía en el aire.
—¿Cómo pueden ustedes, los rusos, fumar incluso antes del
desayuno? —le preguntó Wesley.
Se meció hasta alcanzar una telaraña situada más arriba, en
un rincón. Arkady no la había visto antes —no hasta que relució
bajo el rayo de luz oblicuo de aquella mañana—. Las arañas
deberían ser adoradoras del sol, naturalmente.
—Te amo —Irina le había dicho en ruso.
La araña iba con premura de arriba abajo, con sus patas
delanteras esforzándose por alcanzar esto y aquello. Nadie les
da crédito; las arañas son tan perfeccionistas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 416
—No quería que vinieras, pero Irina no se quedaría sin ti. Fue
algo enloquecedor. Todo lo que siempre quiso fue estar aquí, y
de pronto amenazó con regresar. Ahora me alegro de que estés
aquí; así todo queda completo —de un cajón de la mesa de
noche sacó una botella de vodka Stolichnaya y dos vasos—. Me
parece ésta una situación interesante. ¿Qué otros dos hombres
pueden conocerse mejor que un asesino y su investigador? Tú
tienes el deber de definir el crimen; defines también al
criminal. Yo asumo forma en tu imaginación aún antes de
conocernos, y mientras yo huyo de ti, me obsesionas a cambio.
Siempre hemos sido socios en el crimen.
Llenó el vaso de vodka hasta el borde y se lo dio a Arkady.
—¿Y qué asesino y qué investigador pueden ser más
allegados que dos hombres que comparten la misma mujer?
También somos socios en la pasión —Osborne levantó su vaso
—. Brindo por Irina.
—¿Por qué mataste a esa gente del parque Gorki?
—Tú sabes por qué; tú aclaraste el crimen —Osborne tenía
aún levantado su vaso.
—Sé cómo lo hiciste, pero, ¿por qué?
—Por las cebellinas, como lo sabes.
—¿Para qué querías las cebellinas?
—Para ganar dinero. Todo eso lo sabes.
—Ya tienes mucho dinero.
—Quiero tener más.
—¿Más dinero? —preguntó Arkady. Vació su vodka en la
alfombra de la recámara, dibujando una espiral—. Entonces no
te mueve la pasión, Osborne; eres sólo un negociante
homicida. Eres un tonto, Osborne. Irina se te vende y se
entrega a mí. Un hombre de negocios debe esperar sólo la piel,
¿sí? Debes saber cómo tomar la piel. Vivimos aquí a tus
expensas y nos reímos de ti en tu cara. ¿Y quién sabe cuándo
desapareceremos? Entonces no tendrás cebellinas, ni a Irina,
nada.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 434
veces a diez mil. El juez escuchaba sin levantar nunca los ojos,
moviendo la cabeza de un abogado a otro. Arkady comprendió
que regateaban. Transcurrían cinco minutos o sólo uno, antes
de que se determinara la suma. En Moscú había visto
resolverse casos de embriaguez con la misma rapidez, pero
éstos eran cargos de robo o asalto. Luego, mientras se llamaba
al siguiente delincuente, el anterior se retiraba salvando el
cordón de terciopelo, peinándose mientras caminaba, dejando
atrás al hombre que lo había detenido.
—¿Qué es la «fianza»? —preguntó Arkady.
—Es la suma que se paga para salir de la cárcel —contestó
Kirwill—. La puedes considerar un depósito o un impuesto.
—¿Eso es justicia?
—No, pero es la ley. No han traído todavía a Rats... eso es
bueno.
Algunos detectives se dirigieron al fondo de la sala del
tribunal para saludar con respeto a Kirwill. Eran hombres
grandes, sin afeitar, músculos y grasa metidos en sus camisas
a cuadros y cinturones con placas de detectives —nada
parecidos a los agentes delgados del FBI—. Uno señaló al
siguiente acusado que se inclinaba ante el juez. Dijo:
—Ese miserable golpeó a una señora en el parque; lo detuvo
el escuadrón contra robos. Pensaron que la había violado y la
entregaron a las chicas del escuadrón de estupros. Luego, ellas
creyeron que la víctima se iba a morir, así que nos la
devolvieron a nosotros, a homicidios. Pero como no se murió ni
la violaron le devolvimos al escuadrón de robos. Lo malo es
que su turno ha terminado y el papeleo anda por todo el
maldito lugar, y si no se reúne pronto, el delincuente quedará
libre.
—Es un maniático —agregó el segundo detective—. Cuando
era menor de edad mató a su madre quemándola. ¿Acaso
tenemos que proteger a todas las mujeres que le recuerdan a
su madre?
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 446
—¿No es Manhattan?
—No, no es Manhattan. Tan cerca y tan lejos.
Pasaron por hileras de casas. Un santo de yeso bendecía un
prado.
—¿Hubiera podido Jimmy hacer salir a la calle a la gente que
vive en esas casas, Arkady? Dime la verdad.
Arkady recordó los cadáveres bajo la nieve del parque, todos
alineados sin indicar ningún intento de escapar y la cabaña de
troncos, la sábana sobre los compartimientos donde dormían,
donde Jimmy leía la Biblia mientras Kostia montaba a Valerya.
—Claro —mintió—. Era lo suficientemente valiente. ¿Por qué
no?
—Tienes razón —dijo Kirwill al cabo de un rato.
Por otro puente regresaron a Nueva Jersey sobre una angosta
franja de agua que los letreros de la carretera llamaban Arroyo
Arthur. Junto a él había muelles, vías férreas y los quemadores
de más refinerías. Arkady se había desorientado, pero en
cuanto la Luna quedó a su izquierda adivinó que se dirigían al
sur. ¿Habrían dado la alarma en Nueva York para buscarlo?
¿Buscaban también a Kirwill? ¿Qué estaría pensando Irina?
—¿Adónde vamos?
—Ya casi llegamos —contestó Kirwill.
—¿Tú amigo Rats vive aquí? No veo ninguna casa.
—Es zona pantanosa —dijo Kirwill—, Antiguamente había
aquí garzas, quebrantahuesos, lechuzas. Y mucho antes ostras
y ranas. Por la noche, los ruidos te dejaban casi sordo.
—¿Acostumbrabas venir aquí?
—Venía en una lancha con uno de nuestros anarquistas.
Amaba las excursiones al aire libre. También amaba la
vegetación. Naturalmente, la mayor parte del tiempo
quedábamos aislados. Para mí, eran típicas excursiones rusas.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 455
ropa. Pero nos lo hemos ganado, Irina. Tú pagaste con las vidas
de tus amigos. No es de extrañar que te haya colmado de
regalos —con el dedo tocó el cuello del camisón de dormir—.
¿Es un regalo? —lo rasgó hasta la cintura dejando al
descubierto los senos. Sobre su seno izquierdo vio cómo le latía
el corazón, los mismos latidos que sentía cuando hacían el
amor. Le pasó la mano levemente por el estómago, su
almohada, la almohada de Osborne.
—Eres una prostituta, Irina.
—Te dije que haría cualquier cosa por venir aquí.
—Ahora yo estoy aquí y me he prostituido también —dijo
Arkady.
Al tocarla se sentía furioso y débil a la vez. Haciendo un
esfuerzo se puso en pie y miró a otro lado; al hacerlo, como si
ese movimiento hubiera volcado un vaso lleno hasta los
bordes, advirtió que le brotaban lágrimas de los ojos que
inundaban su rostro. «La mataré o lloraré.» Un sabor salado
llegó a su boca.
—Te advertí que haría cualquier cosa por venir aquí —dijo
Irina detrás de él—. No quisiste creerme, pero te lo dije. No
sabía lo que les había ocurrido a Valerya y a los otros. Tenía
miedo, pero no lo sabía. ¿Cuándo pude hablarte de Osborne?
¿Después de que empecé a amarte, después de que estuve en
tu departamento? Perdóname, Arkasha, por no haberte dicho
que era una prostituta después de que empecé a amarte.
—Te acostaste con él allá.
—Una vez. Para que me sacara del país. Te habías presentado
por primera vez y temía que me fueras a arrestar.
Arkady levantó su mano, que descendió por su propio peso.
—Te acostaste con él aquí.
—Una vez, para que te trajera conmigo.
—¿Por qué? Ibas a ser libre, tener tu departamento, tu ropa,
¿por qué pedir que me trajeran?
—Te iban a matar en Rusia.
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 463
4
Cruz Smith Martin - Renko 01 - Parque 469
Fin
LTC Mayo 2011