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I.

Bernard Cohén

El nacimiento de la nueva física

V ersión española de
M anuel Selles G arcía

0 " r: .. V

Alianza
Editorial
Alianza Universidad
Título original:
The Birtb of a New Pbysics. Revised and Updated. Esta obra ha sido publicada en inglés
por W. W. Norton & Company, New York.

Copyright © 19S5 by I. Bemard Cohén


Copyright i© 1960 by Educational Services Inc.
© Éd- cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1989
Calle Milán, 3?, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45
ISBN: 84-2CÓ-26C9-0
Depósito legal: M. 35.883-1989
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.
Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
A
Stillm an D rake,
Paolo Galuzzi,
Richard S. W estfall y
E ric Aitón,
quienes han arrojado luz sobre
el pensam iento de
Galileo, Newton,
K epler y
Leibniz
INDICE

P r e fa c io ........................................................................................................ 11

E L N A C IM IE N T O D E L A N U E V A F IS IC A

Cap. 1. La física de una tierra m ó v i l ............................................ 17

Cap. 2. La vieja f í s i c a ......................................................................... 25

Cap. 3. La Tierra y el U n iv e r s o .................................................... 37

Cap. 4. La exploración de las profundidades del Universo ... 65

Cap. 5. H acia una física in t e g r a l.................................................... 91

Cap. 6. La música celeste de K e p l e r ............................................ 133

Cap. 7. E l gran proyecto. Una nueva f í s i c a ............................... 159

Apéndice 1. G alileo y el te le s c o p io .............................................. 189

Apéndice 2. Lo que G alileo « v io » en los c ie l o s ....................... 193

Apéndice 3. Los experim entos de G alileo sobre caída libre. 199

Apéndice 4. E l fundam ento experim ental de la ciencia del


m ovimiento de G a l i l e o .................................................................. 201
9
10 Indice

Apéndice 5. ¿Creyó G alileo en algún momento que en el


movim iento uniformemente acelerado la velocidad es pro­
porcional a la distancia? ................................................................. 211

A péndice 6. E l método hipotético-deductivo ........................... 213

Apéndice 7. G alileo y la ciencia medieval del movim iento. 215

Apéndice 8. Kepler, Descartes y Gassendi y la in e r c ia .......... 217

Apéndice 9. E l descubrim iento por G alileo de la trayectoria


p a r a b ó lic a ............................................................................................. 219

A péndice 10. Resumen de los principales descubrim ientos de


G alileo en la ciencia del m o v im ie n to ...................................... 221

Apéndice 11. L a deuda de N ew ton con H ooke: el análisis


del m ovim iento orbital c u rv ilín e o ............................................. 225

Apéndice 12. L a inercia de planetas y c o m e ta s ........................ 229

Apéndice 13. Prueba de que de la ley de la inversa del cua­


drado se deduce una órbita planetaria e líp tic a ....................... 231

Apéndice 14. New ton y la m anzana: E l descubrim iento de


N ew ton de la ley r ^ / r ................................................................... 235

Apéndice 15. Newton y las m asas «gravitatoria» e «iner-


c i a l » ........................................................................................................ 237

Apéndice 16. Los pasos de N ew ton hacia la gravitación uni­


versal ..................................................................................................... 241

G uía de lecturas ad ic io n a le s................................................................. 247

Indice a n a lític o .......................................................................................... 253


PREFACIO

E l nacimiento de la nueva física se ha escrito para el lector


común, para estudiantes de enseñanzas m edias o universitarias (bien
sean de ciencias, filosofía o historia), para historiadores y filósofos
y para cualquiera que desee com prender el carácter dinámico y aven­
turero de la ciencia. E sp ero que los m ism os científicos puedan en­
contrar también placer y provecho aprendiendo acerca de las etapas
que condujeron al clím ax de la Revolución Científica, la producción
de la mecánica newtoniana y la m ecánica celeste.
E l propósito de este libro no es el de presentar una historia po­
pular de la ciencia ni exponer al lector común algunos de los resul­
tados recientes de la investigación en historia de la ciencia. Antes
bien, la intención es explorar un aspecto de esa gran Revolución
Científica que acaeció durante los siglos x v i y x v n , clarificar ciertos
rasgos fundam entales de la naturaleza y desarrollo de la ciencia m o­
derna. Un tema im portante es el efecto que la estructura estrecha­
mente vinculada de las ciencias físicas tiene sobre la formación de
una ciencia del m ovim iento. D esde el siglo x v n hemos visto una y
otra vez que una m odificación im portante en cualquier parte de las
ciencias físicas ha de producir con el tiempo cam bios en todas las
dem ás; otra consecuencia es la im posibilidad general de probar o
dem ostrar una afirm ación científica aislada, o exclusivam ente en sí
m ism a, al ser cada prueba más bien una verificación de la proposición
particular bajo discusión juntam ente con todo el sistem a de la ciencia
física.
11
12 I. Bernard Cohén

La característica principal, tal vez única, de la ciencia moderna


es su aspecto dinámico, la m anera en que los cam bios acontecen
constantemente. D esgraciadam ente, las necesidades de presentación
lógica en los libros de texto elem entales y las obras generales sobre
ciencia impiden al estudiante y al lector obtener una idea precisa de
esta particular propiedad dinámica. D e aquí que otro de los princi­
pales objetivos de este libro sea tratar de indicar la fuerza penetrante
y el profundo efecto que una sola idea puede tener en la alteración
de toda la estructura de la ciencia.
D ebido a que este libro no es una historia de la ciencia, sino más
bien un ensayo histórico acerca de uno de los m ayores episodios en
el desarrollo de la ciencia, no se ocupa plenamente de cada aspecto
del nacimiento de la dinámica o astronom ía m odernas. Por ejemplo,
la reforma de Tycho Brahe de la astronom ía observacional se men­
ciona sólo de pasada, así como la concepción de K epler del m ovi­
miento y de sus causas. Un tema que no se trata en absoluto es el
sistem a filosófico cartesiano, incluyendo la idea de un sistem a cos­
mológico basado en vórtices. E n muchos sentidos, la ciencia cartesiana
representa la parte más revolucionaria de la nueva ciencia del si­
glo xvii- O tras figuras principales cuyo trabajo tendría que ser in­
cluido en una historia com pleta son Christiaan H uygens y Robert
H ooke.
Q uisiera agradecer mi deuda intelectual con Alexandre Koyré, de
la École Pratique des H autes É tud es (P arís) y el Institute for A dvan­
ced Study (Princeton), nuestro m aestro en el especializado arte del
análisis histórico conceptual. M ajorie H op e Nicolson (U niversidad
de Colum bia) nos ha hecho conscientes del vasto significado intelec­
tual de la «nueva astronom ía», y particularm ente de los descubri­
mientos telescópicos de G alileo. D urante m ás de una década, para
mi mayor deleite y provecho, pude discutir muchos de los problem as
de la ciencia medieval con M arshall C lagett (U niversidad de Wis-
consin, Institute for Advanced Study), y más recientemente con John
E . Murdoch (U niversidad de H arvard) y Edw ard G rant (U niversidad
de Indiana). Durante casi cuatro décadas me he beneficiado de las
críticas de Edw ard Rosen (U niversidad de la Ciudad de Nueva Y ork)
junto con sus eruditas contribuciones. M ás recientemente me he for­
mado una nueva idea de la ciencia copernicana gracias a N oel Swerd-
low (Universidad de Chicago). H e aprendido mucho de A lbert Van
H elden (Universidad de Rice) acerca de la historia y prim eros usos
del telescopio. M e siento especialm ente obligado con Scillman D rake,
quien a lo largo de los años ha sido m ás generoso de lo común per­
mitiéndome conocer sus estudios galileanos no publicados y respon­
diendo a mis preguntas, y que ha realizado una lectura crítica del
Prefacio 13

manuscrito de este libro, prim ero en su edición original de hace vein­


ticinco años y ahora, de nuevo, en su revisión.
L a prim era edición de E l nacimiento de la nueva física, dedica­
da a mi hija, la doctora Francés B. Cohén, se escribió para las Science
Series, parte de una nueva aproximación a la enseñanza, el estudio
y la comprensión de la física creada por el Physical Science Study
Com m ittee, encabezado por Jerrold Zacharias y el difunto Francis
L. Friedm an, del M .I.T . L a preparación de esa edición fue facilitada
de todas las form as im aginables por el personal del P .S .S .C . (especial­
mente Bruce Kingsbury); en particular, encontré en Joh n H . Durston
un am able editor que me ayudó a reducir mi labor a proporciones
m anejables. Continúo estando especialmente satisfecho de que las
fotografías reproducidas com o las láminas V I y V II fueran realizadas
específicam ente para este libro por mi antigua m aestra y en otro
tiempo estudiante Berenice A bbott, uno de los grandes fotógrafos
de América.
La prim era edición ha sido im presa y reimpresa muchas veces, y
ha sido traducida al danés, finlandés, francés, alemán, hebreo, italia­
no, japonés, polaco, español, sueco y turco. L a más reciente de estas
versiones, en italiano, ha sido revisada y enmendada considerable­
mente (incluyendo algunas correcciones presentadas a mi atención por
Edw ard Rosen). Ahora, tras un intervalo de unos veinticinco años,
el libro ha sido actualizado para tomar en consideración desarrollos
y descubrim ientos en la historia de la ciencia, principalmente con res­
pecto a G alileo, pero tam bién con respecto a New ton. M uchas de las
correcciones y m ateriales nuevos se han insertado en el texto, pero
otros habrían ocasionado serios desequilibrios y destruido el ritmo
narrativo del original. A sí, pues, estos últim os han sido incorporados
en una serie de apéndices num erados, rem itidos en el texto, que am ­
plían ciertos puntos cruciales de estudio y comprensión, y que son
esenciales para un juicio equilibrado relativo a algunos de los episo­
dios más significativos en el inicio de la existencia de la ciencia física
moderna.
Aparte de los apéndices, la diferencia más notable entre la prim e­
ra edición y la actual reside en el tratam iento de Galileo. Durante el
intervalo entre las ediciones hemos averiguado (inicialmente gracias
a la audaz reproducción llevada a cabo por Thom as B. Settle de uno
de los experim entos más fam osos de G alileo) que las experiencias
descritas por G alileo pueden arrojar efectivam ente los resultados que
declara. Por lo tanto, se ha producido un desplazam iento considera­
ble en la opinión especializada. Y a no se cree que G alileo se inclinó
por describir únicamente «experim entos m entales», los cuales nunca
realizó o no pudo haber realizado en la form a en que los describió.
14 I. Bem ard Cohén

A ntes bien, hem os llegado a ver a G alileo como un m aestro del arte
experim ental. E n segundo lugar, gracias, en la mayor m edida, a los
esfuerzos especializados de Stillm an D rake, hem os descubierto la im­
portancia crucial de los experim entos en la form ulación y prueba
(y aun su descubrim iento) por G alileo de las ideas básicas sobre el
movimiento.
M e siento muy feliz de que esta nueva edición sea publicada por
W . W . N orton & Com pany. E sto y agradecido a Edw in Barber, un
vicepresidente, por su interés en mi trabajo. E s bueno saber que el
mundo de la edición y venta del libro aún conserva un lugar para
un editor «veteran o» al que le gustan los libros y los autores.

I . B ernard C o h én

U niversidad de H arvard
C am bridge, M ass.

18 de septiem bre de 1984


EL
NACIMIENTO
DE
LA NUEVA FISICA
Capítulo 1
LA FISICA DE UNA TIERRA MOVIL

Por extraño que pueda parecer, los puntos de vista que tienen
muchas personas sobre el m ovim iento forman parte de un sistema
de física que fue propuesto hace más de dos mil años y que se mos­
tró experimentalmente inadecuado hace por lo menos mil cuatrocien­
tos años. E s una cuestión de hecho que hom bres y mujeres presum i­
blemente cultos se inclinan todavía hoy a pensar sobre el mundo físi­
co como si la Tierra estuviese en reposo, en lugar de en movimiento.
Con esto no quiero decir que estas personas «realm ente» piensen que
la Tierra está en reposo; si se les pregunta responderán que de hecho
«sab e n » que la Tierra describe una revolución diaria en torno a su
eje y que, al mismo tiem po, se m ueve en una gran órbita anual al­
rededor del Sol. Aun cuando llegan a explicar ciertos sucesos físicos
comunes, estas mismas personas no son capaces de explicar cómo es
que pueden suceder estos fenóm enos cotidianos, tal y como ocurren,
sobre una Tierra móvil. E n particular, estos errores de física tien­
den a centrarse sobre el problem a de la caída de los cuerpos, sobre
el concepto general de m ovim iento. Podem os ver así ejemplificado el
viejo precepto: «S er ignorante acerca del movimiento es ser igno­
rante acerca de la naturaleza.»

¿D ónde caerá?

E n la incapacidad de enfrentarse a cuestiones de movimiento en


relación con la Tierra m óvil, el individuo medio está en la misma si­
17
18 El nacimiento de la nueva física

tuación que algunos de los m ás grandes científicos del pasado, lo cual


puede ser una considerable fuente de consuelo. L a principal diferen­
cia está, no obstante, en que para el científico del pasado la incapa­
cidad de resolver estas cuestiones era un signo de los tiem pos, mien­
tras que para nuestros modernos tal incapacidad es. desgraciadamente,
un indicio de ignorancia. Característico de est^s p rc’- ’ emas es un gra­
bado del siglo x v ii (Lám ina 1) que m uestra un caríen apuntando al
aire. O bserve la cuestión que plantea, «Reiü;::.--crj-:-:í?» (¿V olverá a
caer en el m ism o sitio ?). Si la T ierra está en reposo, no hay duda
de que la bala disparada verticalmente en el ai;e debería finalmente
volver directam ente de nuevo al interior ¿e l cañón. Pero ¿qué suce­
dería sobre una Tierra m óvil? ¿ Y por qué? ¿ i grabado ilustra en
realidad un problem a aún m ás com plejo de mr-viiriento. A quí sólo
necesitam os advertir que la naturaleza de la trayectoria de un cuerpo
o proyectil arrojado o dejado caer verticalmente íue contem plada
muy pronto como uno de los obstáculos intelectuales a la hora de
aceptar la idea de que la T ierra se mueve.
Suponga que la Tierra está en movimiento. Entonces una flecha
disparada al aire debe moverse junto con la T ierra m ientras asciende
y m ás tarde desciende; de otro m odo, encontraría a la T ierra a mu­
cha distancia del arquero. Una respuesta tradicional inmediata es que
el aire debe m overse con la T ierra y que, por tanto, la flecha, en su
ascenso y descenso, es arrastrada con él. Pero los oponentes tenían
una réplica disponible: Aun si se supusiera que el aire se mueve — una
suposición difícil, puesto que no hay causa aparente para que el aire
se m ueva con la Tierra— , ¿n o podría moverse mucho m ás lentamen­
te que la T ierra, ya que es tan distinto en esencia y en cualidad? De
aquí que, en cualquier caso, ¿n o podría quedar atrás la flecha? ¿Y
qué sucede con los fuertes vientos que un hom bre en una torre ex­
perim entaría si la Tierra estuviera precipitándose a través del espacio?
Para ver m ás nítidamente estos problem as podem os ignorar por
un momento a la Tierra m ism a. D espués de todo, el hombre y la
m ujer m edios podrían muy bien replicar: Y o no .sey ca??.z de explicar
cómo una bola soltada desde una torre chocará contra el suelo al pie
de la misma aun a pesar de que la Tierra esté m oviéndose. Pero sí sé
que una bola que se deja caer desciende verticalmente y sí sé que la
T ierra está en movimiento. Por tanto, debe existir alguna explicación,
aun cuando no sepa cuál es.
Ocupém onos entonces de otra situación ccm ple:ám ente distinta.
Sim plem ente suponga que som os capaces de c o n s tr Jr algún tipo de
vehículo que se mueva muy rápidam ente — tm rápidam ente que al­
cance una velocidad de aproxim adam ente 30 kilóm etros por segun­
do— . Un experim entador está en el extrem o de este vehículo, sobre
1. La física de una tierra móvil 19

una plataform a de observación en el últim o vagón, si se trata de un


tren. M ientras el tren se precipita hacia adelante a una velocidad de
30 kilóm etros por segundo, tom a de su bolsillo una bola de hierro
de alrededor de m edio kilo de peso y la arroja verticalmente al aire
hasta una altura de 5 m etros. E l ascenso dura alrededor de un segun­
do, y la bola invierte otro segundo en caer. ¿C uán lejos se ha des­
plazado el hom bre en el extrem o del tren? Puesto que su velocidad
es de 30 kilóm etros por segundo, habrá viajado 60 kilómetros desde
el lugar donde arrojó la b o la al aire.
Estam os en una posición parecida a la del hombre que trazó el
grabado de un cañón disparando una bala al aire. Preguntam os: ¿D ón ­
de caerá? ¿Encontrará la vía en o muy cerca del lugar desde el que
fue arrojada? ¿O bien, de un m odo u otro, llegará tan cerca de las
manos del hom bre que la lanzó que éste sería capaz de recogerla,
aun a pesar de que su tren está m oviéndose a una velocidad de 30 ki­
lóm etros por segundo? Si responde que la bola encontrará a la vía
algunas millas por detrás del tren, entonces claramente no entiende
la física de la Tierra en m ovim iento. Pero si cree que el hom bre en
el extrem o posterior del tren podrá recoger la bola, entonces tendrá
que afrontar esta cuestión: ¿Q u é «fu erz a» hace que la bola se mueva
hacia adelante a una velocidad de 30 kilóm etros por segundo a pesar
de que el hombre que la lanza le im prim e una fuerza hacia arriba y
no a lo largo de la vía? ( Q uienes puedan sentirse preocupados por
las posibilidades de la fricción del aire pueden imaginar que el expe­
rimento se lleva a cabo en el interior de un vagón cerrado del tren.)
L a idea de que una b c la lanzada hacia arriba desde el tren en m o­
vimiento continuará m oviéndose a la ida y a la vuelta sobre una tra­
yectoria vertical, así com o la de que caerá sobre la vía en un punto
alejado por detrás del tren, están estrecham ente relacionadas con otra
idea sobre los objetos en m ovim iento. A m bas form an parte del siste­
ma de física de hace unes dos mil años. V am os a examinar por un
momento este segundo problem a, ya que sucede que las mismas per­
sonas que no entienden cóm o los objetos parecen caer verticalmente
sobre una Tierra móvil, ram poco están com pletam ente seguras de lo
que sucede cuando caen ob jetos de distinto peso. Cada cual es cons­
ciente, de hecho, de que la caída de un cuerpo en el aire depende
de su form a. E sto puede dem ostrarse fácilm ente si hace un paracaídas
con un pañuelo, anudando las cuatro puntas del pañuelo a cuatro tro­
zos de cordel y sujetándolos juntos a un pequeño peso. Enrolle este
paracaídas en una bola, láncelo al aire y observará que descenderá
pausadam ente. Pero ahora enróllelo de nuevo en una bola, tome un
trozo de hilo de seda y líelo en torno al pañuelo y al peso de modo
que el pañuelo no pueda abrirse en el aire y, como observará, el m is­
20 El nacimiento de la nueva física

mo objeto caerá a plomo al suelo. Cuerpos del m ism o peso, pero de


distinta form a caen con diferentes velocidades. Pero ¿qué sucede con
objetos de la misma form a, pero de distinto p eso ? Suponga que fue­
ra a la cim a de una alta torre, o al tercer piso de un edificio, y que
dejase caer desde esa altura dos objetos de form a idéntica, bolas es­
féricas, una que pese 10 kilos y la otra 1 kilo. ¿C uál llegaría primero
al suelo? ¿ Y cuán rápido lo alcanzaría? Si la relación entre los dos
pesos, en este caso un factor de 10 a 1, m arca una diferencia, ¿se
observaría la misma diferencia en el tiempo de caída si los pesos fue­
ran, respectivam ente, de 10 y 100 kilo s? ¿ Y qué sucedería si fuesen
de 1 y 10 m iligram os?

Respu esta s a l t e r n a t iv a s

L a progresión usual en el conocimiento de la física procede, apro­


xim adam ente, así: Primero, existe la creencia de que si las bolas
de 1 y 10 kilos se sueltan sim ultáneam ente, la bola de 10 kilos llega­
rá prim ero al suelo, y que la bola de 1 kilo tardará diez veces más
en alcanzar el suelo que la bola de 10 kilos. Sigue entonces una etapa
de m ayor sofisticación, en la cual el estudiante probablem ente ha
aprendido de un libro de texto elem ental que la anterior conclusión
está injustificada, que la «verdad era» respuesta es que am bas llegarán
al suelo al mismo tiempo, sean cuales fueren sus pesos respectivos.
L a prim era respuesta puede denom inarse «aristo télica», debido a que
concuerda con los principios físicos que el filósofo griego Aristóteles
form uló unos 350 años antes del inicio de la era cristiana. L a segun­
da ejem plifica el criterio del «lib ro de texto elem ental», puesto que
se encuentra en muchos de tales libros. H asta se dice en ocasiones
que este segundo parecer fue «p ro b ad o » en el siglo x v n por el cien­
tífico italiano G alileo G alilei. Una versión típica de esta historia es
que G alileo «hizo que unas bolas de distintos tam años y materiales
cayesen en el mismo instante desde lo alto de la T orre Inclinada de
Pisa. V ieron [su s amigos y colegas] a las bolas iniciar juntas la caída
y caer juntas, y las oyeron golpear conjuntam ente el suelo. Algunos
quedaron convencidos; otros volvieron a sus habitaciones para con­
sultar los libros de A ristóteles discutiendo la evidencia».
T anto el parecer aristotélico como el del «lib ro de texto elemen­
tal» están equivocados, como ha sido dem ostrado por el experimen­
to desde hace al menos 1.400 años. Retrocedam os al siglo vi, cuando
Ju an Filopón (o Ju an el G ram ático), un erudito bizantino, estaba es­
tudiando esta cuestión. Filopón argüyó que la experiencia contradice
las opiniones sostenidas comúnmente sobre la caída. A doptando lo
1. La física de una tierra móvil 21

que podríam os llamar una posición bastante «m oderna», dijo que


un argum ento basado sobre la «observación real» es mucho más efec­
tivo que «cualquier tipo de argum ento verbal». H e aquí su argu­
mento basado en el experim ento:

Sí d ejas caer desde la m ism a altu ra d o s p eso s de los cuales uno es muchas
veces m ás p esado que el o tro , verás qu e la proporción de los tiem pos reque­
ridos para el m ovim iento no d epen d e de la proporción de los pesos, sino que
la diferencia en tiem po es una m uy p eq u eñ a. Y así, si la diferencia en los pesos
no es considerable, esto es, si uno es, digam os, doble que el otro, no habrá
diferencia de tiem po, o ésta será im percep tible, a p esar de que la diferencia en
peso no es de ningún m odo despreciable, con un cuerpo que pesa tanto como
el doble qu e el otro.

En esta afirmación encontram os una prueba experimental de que


el parecer «aristotélico» está equivocado, debido a que los objetos
que difieren grandemente en peso, o aquellos que difieren en peso
en un factor de dos, llegarán al suelo casi al mismo tiempo. Pero
observe que Filopón tam bién sugiere que el parecer del «libro de
texto elem ental» puede ser incorrecto, porque ha encontrado que los
cuerpos de distinto peso pueden caer desde la misma altura en tiem­
pos ligeram ente diferentes. T ales diferencias pueden ser tan pequeñas
como para tornarse «im p ercep tib les». Un milenio más tarde, el inge­
niero, físico y matemático flam enco Sim ón Stevin realizó un expe­
rimento sim ilar. Su informe dice:

L a experiencia contra A ristó teles es la sigu iente: Tom em os (com o el muy


docto M r. Ja n C ornets de G ro o t, d iligen tísim o investigador de los secretos de
la naturaleza, y yo m ism o h em os h echo), d o s esferas de plom o, una diez veces
mayor y m ás pesada que la o tra, y d ejém o slas caer ju n tas desde una altura de
30 pies sob re un tablero o algo sob re lo cual produzcan un sonido perceptible.
Se encontrará entonces que la m ás ligera no se dem orará en su cam ino diez veces
m ás que la m ás pesada, sino qu e caerán ju n tas sob re el tablero tan sim ultánea­
m ente que su s dos sonidos parecerán ser uno y el m ism o golpe.

Stevin estaba obviam ente m ás interesado en demostrar que Aris­


tóteles estaba equivocado que en tratar de discernir si había una muy
ligera diferencia, la cual podría haberse acentuado un tanto si hubiera
dejado caer los pesos desde una altura mayor. Por tanto, su informe
no es tan preciso como el que Filopón dio a fines del siglo vi. N o tomó
en consideración la pequeña, aunque quizá con frecuencia «im percep­
tible», diferencia en tiempo.
G alileo, quien realizó este experim ento en particular con mayor
cuidado que Stevin, inform ó definitivam ente:
22 EJ nacimiento de la nueva física

Pero yo ... qu e he hecho la p ru eb a puedo asegu rar q u e una b ala de cañón,


q u e pesa uno o dos centenares d e lib ras, o m ás, alcan zará el su elo apen as un
instante por delante d e una b ala d e m osqu ete qu e pesa sólo m edio onza, con
tal que am bas se dejen caer desd e una altu ra de 200 co do s ... la m ayor aventaja
a la m enor d os pu lgadas, es decir, cuando la m ayor ha alcanzado el su elo, la
otra está a d o s pu lgadas del m ism o.

L a n e c e sid a d de una nueva físic a

¿Q u é tiene que ver, puede todavía preguntarse, la velocidad re­


lativa de la caída de objetos ligeros y pesados con un sistem a del mun­
do en el que la Tierra está en m ovim iento o con los prim eros sistem as
en los cuales la Tierra estaba en reposo? L a respuesta está en el hecho
de que el viejo sistem a de física asociado con el nom bre de A ristó­
teles era un sistem a com pleto de ciencia desarrollado para un univer­
so en cuyo centro la T ierra está en reposo; por tanto, derrocar ese
sistema poniendo la Tierra en m ovim iento requirió una nueva física.
Naturalm ente, si pudiera m ostrarse que la vieja física era inadecuada,
o que conducía a conclusiones erróneas, se tendría un argum ento muy
poderoso para rechazar el antiguo sistem a del universo. A la inversa,
para hacer aceptar a ia gente un nuevo sistem a sería necesario pro­
veer para el m ism o una nueva física.
Supongo, de hecho, que usted, el lector de este libro, acepta el
punto de vista «m od ern o», que sostiene que el Sol está en reposo
y que los planetas se mueven a su alrededor. Por el momento no
vamos a inquirir lo que querem os decir al afirm ar « E l Sol está en
reposo», o cómo podem os probarlo, sino que sim plem ente nos con­
centraremos en el hecho de que la Tierra está en m ovim iento. ¿Cuán
rápido se m ueve? L a Tierra gira en torno a su eje una vez cada 24
horas. E n el ecuador, la circunferencia de la T ierra es aproxim ada­
mente de 40.000 kilóm etros, y por tanto la velocidad de rotación
de un observador situado en el ecuador terrestre es de unos 1.660
kilóm etros por hora. E sto supone una velocidad lineal de alrededor
de 460 m etros por segundo. Conciba el siguiente experim ento. Una
piedra se lanza al aire verticalmente hacia arriba. E l tiempo durante
el que sube es, digam os, dos segundos, m ientras que para su descenso
se requiere una duración sim ilar. Durante cuatro segundos la rota­
ción de la Tierra desplazará el lugar desde el que fue lanzado el
objeto a una distancia de unos 1.850 m etrcs, un poco menos de dos
kilómetros. Pero la piedra no encuentra a la T ierra a esta distancia;
cae muy cerca del punto desde el que fue lanzada. Preguntam os:
¿Cóm o es posible esto? ¿C óm o puede estar girando la Tierra a esta
tremenda velocidad de 1.660 kilóm etros por hora sin que oigam os
1. L a física de una tierra móvil 23

al viento silbar a m edida que la T ierra deja el aire tras ella? O , para
tom ar otra de las objeciones clásicas a la idea de una Tierra en m ovi­
miento, considere un pájaro posado sobre la ram a de un árbol. E l
pájaro ve un gusano en el suelo y se arroja del árbol. M ientras tanto
la Tierra va girando a esta enorm e marcha, y el pájaro, a pesar de
aletear todo !c que puede, nunca cobrará suficiente velocidad para
apropiarse del gusano — a m enos que el gusano esté situado al oeste.
Pero es un hecho de observación que los pájaros vuelan desde los
árboles al suelo y comen gusanos que están tanto al este como al oeste.
A menos que usted pueda orientarse con claridad a través de estos
problem as sin un m om ento de vacilación, no vive realmente con
plenitud la física m oderna, y para usted la aserción de que la Tierra
gira en torno a su eje una vez cada 24 horas no tiene verdaderamente
pleno significado íísico.
S i la rotación diaria presenta un serio problem a, piense en el
m ovimiento anual de la T ierra en su órbita. E s relativamente simple
calcular la velocidad con la que la T ierra se m ueve en su órbita alre­
dedor del Sol. H ay 60 segundos en un m inuto y 60 minutos en una
hora, o 3.600 segundos en una hora. M ultiplique este número por
24 para obtener 8 6 .4 0 0 segundos en un día. M ultiplique esto por
365 días, y el resultado será algo m ás de 30 millones de segundos
en un año. Para encontrar la velocidad a la que se mueve la Tierra
alrededor del Sol, tenem os que calcular la longitud de la órbita terres­
tre y dividirla por el tiem po que tarda la T ierra en completarla. E sta
trayectoria es aproxim adam ente un círculo con un radio de unos 150
m illones de kilóm etros, y una circunferencia de unos 9 0 0 .000.000
de kilóm etros (la circunferencia es igual al radio multiplicado por
2 %). E sto equivale a decir que la T ierra se mueve a través de unos
9 0 0 .0 0 0 .0 0 0 .0 0 0 de m etros cada año. L a velocidad de la Tierra es
entonces

9 0 0 .0 0 0 .0 0 0 .0 0 0 m etros
------------------------------------ --- 3 0 .000 m etros/seg.
3 0 .0 0 0 .0 0 0 segundos

Cada una de las cuestiones suscitadas sobre la Tierra en movimiento


puede ser planteada de nuevo de form a am pliada con respecto a una
Tierra moviéndose en una órbita. E sta velocidad de 30.000 metros
por segundo, o de 30 kilóm etros por segundo, nos muestra la gran
dificultad encontrada al principio del capítulo. Preguntémonos esta
cuestión: ¿E s posible qu e nos m ovam os a una velocidad de 30 kiló­
m etros por segundo sin ser conscientes de ello? Supongamos que
dejam os caer un objeto desde una altura de 5 m etros; le tomaría alre­
dedor de un segundo llegar al suelo. D e acuerdo con nuestro cálculo,
24 EJ nacimiento de la nueva física

m ientras este objeto estaba cayendo, la T ierra tendría que haber


estado desplazándose rápidamente por debajo, ¡y el objeto llegaría
al suelo como a unos 30 km del punto desde el que se dejó caer!
Y en cuanto a los pájaros sobre los árboles, si un pájaro agarrado
desesperadam ente a una rama se suelta por un instante, ¿no se per­
dería para siempre en el espacio? Con todo, el hecho es que los pája­
ros no están perdidos en el espacio, sino que continúan habitando
la T ierra y sobrevolándola con sus alegres trinos.
E sto s ejem plos nos m uestran cuán difícil es en realidad afrontar
las consecuencias de una Tierra en m ovim iento. E s evidente que
nuestras ideas comunes son inadecuadas para explicar los hechos de
la experiencia cotidiana observados sobre una T ierra que está girando
o m oviéndose en su órbita. N o cabe dudar, por tanto, que el cambio
desde el concepto de una Tierra estacionaria a una Tierra en m ovi­
m iento implicó necesariamente el nacimiento de una nueva física.
Capítulo 2
LA VIEJA FISICA

A la vieja física se la conoce a veces como la física del sentido


común, debido a que es la física en la que cree la mayor parte de la
gente y de acuerdo con la que actúa intuitivam ente. E s el tipo de
física que parece atractiva a cualquiera que usa su inteligencia natu­
ral, pero que no ha sido educado en los principios modernos de la
dinámica. Sobre todo, se trata de una física que está particularmente
bien adaptada a los conceptos de una Tierra en reposo. Algunas veces
se conoce como física aristotélica, debido a que la principal exposi­
ción de la misma en la antigüedad procede del filósofo-científico
A ristóteles, quien vivió en G recia en el siglo iv a.C. A ristóteles fue
un discípulo de Platón, y fue él mismo tutor de Alejandro Magno,
el cual, al igual que A ristóteles, procedía de Macedonia.

La físic a del se n tid o com ún de A ristó te le s

A ristóteles fue una figura im portante en el desarrollo del pensa­


miento, y no sólo por sus contribuciones a la ciencia. Sus escritos
sobre política y economía son obras m aestras, y sus trabajos sobre
ética y metafísica desafían todavía a los filósofos. A A ristóteles se
le ve como el fundador de la biología; Charles D anvin le rindió
hom enaje hace un centenar de años: «C uvier y Linneo han sido en
muchos sentidos mis dos dioses, pero ninguno de ellos llega a la
suela de los zapatos del viejo A ristóteles.» Fue A ristóteles quien
prim ero introdujo el concepto de clasificación de los animales, y
25
26 E l nacimiento de la nueva física

tam bién quien llevó a una alta cota el m étodo de observación con­
trolada en las ciencias biológicas. Uno de los tem as que estudió fue
la em briología del polluelo; su am bición era descubrir la secuencia
del desarrollo de los órganos. A brió m etódicam ente en días sucesivos
huevos de polluelo fertilizados, y realizó cuidadosas comparaciones
para descubrir las etapas a través de las cuales se desarrolla el pollue­
lo desde un embrión inform e a un jovsn pollo perfectam ente for­
m ado. Tam bién fue el prim ero en form alizar el proceso de razona­
m iento deductivo, en la form a del silogism o:

T odos los hom bres son m ortales.


Sócrates es un hombre.
Por consiguiente, Sócrates es m ortal.

A ristóteles señaló que lo que hace de tal conjunto de tres afirm a­


ciones una progresión válida no es el contenido particular de «h om ­
b re », «S ó crates», y «m ortal», sino su form a. O tro ejem plo: todos
los m inerales son pesados, el hierro es un m ineral, por tanto el hierro
es pesado. E sta es una de las muchas form as válidas de silogism o que
describió en su gran tratado sobre lógica y razonam iento, que abar­
caba tanto la deducción como una form a de inducción.
A ristóteles también subrayó la im portancia de la observación en
las ciencias, especialmente en la astronom ía. P o r ejem plo, entre los
muchos argumentos que form uló para probar que nuestro planeta
es m ás o menos una esfera, se hallaba la form a de la som bra proyec­
tada por la Tierra sobre la Luna, tal como se observa durante un
eclipse. Si la Tierra es una esfera, entonces la som bra que proyecta
es un cono; así cuando la Luna entra en la som bra de la T ierra, la
form a de esta som bra será siem pre aproxim adam ente circular.
L a importancia de la observación puede verse claram ente en la
descripción de A ristóteles del arco iris producido por la Luna:

E l arco iris se ve de día, y antiguam ente --e ;„*n saba qu e nunca aparecía de
noche com o un arco iris de la L u n a. E sta opinión se d eb ía a la rareza del acon­
tecim iento; no fue observado porqu e, aunque sv.c-jJe, !o hace muy raram ente.
L a razón es que los colores no son fáciles de ver ,*n h oscu rid ad y que deben
coincidir m uchas otras condiciones, y ted o esto en un solo d ía del m es. P ara
que haya un arco iris de Luna d eb e =>.*r Lur.a llena, y adem ás sólo cuar.do ia
L u n a está saliendo o poniéndose. D e m o co qu.- hem os conocido sólo d o s ¿asos
de un arco iris lunar en más de cincuenta años.

E sto s ejem plos bastan para m ostrar que A ristóteles 110 puede des­
cribirse simplemente como un «filosofo de sillón ». E s cierto, sin
em bargo, que no som etió cada afirmación a la prueba del experi­
2. La vieja física 27

mentó. Indudablem ente d aba crédito a lo que había oído contar a


sus m aestros, del mismo m odo que generaciones sucesivas creyeron
lo que había dicho A ristóteles. A m enudo se tom a esto como base
para criticar como científico tanto a A ristóteles como a sus sucesores.
Pero se debería tener presente que los estudiantes nunca verifican
todas las afirm aciones que leen, ni aún la m ayor parte de ellas, espe­
cialmente aquellas halladas en los libros de texto o manuales. La
vida es dem asiado corta.

El m o v im ie n to « n a tu r a l» de lo s o b je to s

Vam os a exam inar ahora las afirm aciones de Aristóteles sobre el


movimiento. Para su discusión era fundam ental el principio de que
todos los objetos que encontram os en esta Tierra están constituidos
por «cuatro elem entos», aire, tierra, fuego y agua. Estos son los «ele­
m entos» de los que hablam os en la conversación ordinaria cuando
decimos que alguien afuera, en una torm enta, ha «desafiado a los
elem entos». Q uerem os decir que tal persona ha estado en un hura­
cán, en un vendaval de polvo, una tem pestad, etc., no que se ha
esforzado a través de un tornado de hidrógeno puro o de flúor. A ris­
tóteles observó que algunos objetos de la T ierra parecen ser ligeros
y otros parecen ser pesados. A tribuyó la propiedad de ser pesado o
ligero a la proporción en cada cuerpo de los distintos elementos
— siendo la tierra «n aturalm en te» pesada y el fuego «naturalm ente»
ligero, y el agua y el aire interm edios entre estos dos extremos. ¿Cuál,
preguntó, es el m ovim iento «n atu ral» de tales objetos? Respondió
que si un cuerpo es pesado, su m ovim iento natural será hacia abajo,
mientras que si es ligero, su m ovim iento natural será hacia arriba.
El humo, al ser ligero, asciende en derechura hacia arriba a menos
que sea arrastrado por el viento, m ientras que una piedra, una man­
zana, o un pedazo de hierro descienden verticalmente cuando se
sueltan. Por consiguiente, para A ristóteles, el movimiento «n atu ral»
(o sin im pedim ento) de un objeto terrestre es ascendente o descen­
dente, calculándose el arriba y el abajo a lo largo de una línea recta
trazada desde el centro de la T ierra a través del observador.
A ristóteles, por supuesto, fue consciente de que muy a menudo
los objetos se mueven de maneras distintas a las que se acaban de
describir. Por ejemplo, una flecha disparada desde un arco inicia apa­
rentemente su vuelo en una línea recta que es más o menos perpen­
dicular a una línea trazada desde el centro de la Tierra hasta el obser­
vador. Una bola en el extrem o de una cuerda puede ser volteada en
un círculo. Una piedra puede ser lanzada verticalmente hacia arriba.
28 El nacimiento de la nueva física

T al movimiento, de acuerdo con A ristóteles, es «violen to» o contrario


a la naturaleza del cuerpo. Dicho m ovim iento acontece sólo cuando
alguna fuerza está actuando para iniciar y m antener al cuerpo mo­
viéndose contrariamente a su naturaleza. Una piedra atada con una
cuerda se puede levantar y así som eter a un m ovimiento violento,
pero en el momento en que la cuerda se rom pa comenzará a caer
con un movimiento natural, buscando su lugar natural.
V am os a considerar ahora el m ovim iento de objetos celestes: las
estrellas, los planetas, y el m ism o Sol. E sto s cuerpos parecen moverse
en círculos alrededor de la T ierra, saliendo por el este el Sol, la
Luna, los planetas y las estrellas, viajando a través del cielo, y
poniéndose por el oeste (excepto aquellas estrellas circumpolares que
se mueven en pequeños círculos, y que nunca se ocultan por debajo
del horizonte). D e acuerdo con A ristóteles, los cuerpos celestes no
están hechos de los m ismos cuatro elem entos que los cuerpos terres­
tres. E stán hechos de un «quin to elem ento» o «é te r». E l movimiento
natural de un cuerpo com puesto de éter es circular, de m odo que
el m ovim iento circular observado en los cuerpos celestes es su m ovi­
m iento natural, acorde con su naturaleza, tal com o el movimiento
hacia arriba o hacia abajo en línea recta es el movimiento natural
para un objeto terrestre.

Los C IE L O S «IN C O R R U P T IB L E S »

E n la filosofía aristotélica, los cuerpos celestes tienen una o dos


propiedades más de interés. E l éter del cual están hechos es un m ate­
rial que es inmutable o, para usar el viejo término, «incorruptible».
E sto contrasta con los cuatro elem entos que encontramos sobre la
T ierra — están sometidos a cam bio, es decir, son «corruptibles». Así,
sobre la Tierra encontramos tanto «n acim iento» como «degradación»
y «desaparición», al nacer y m orir los seres. Pero en los cielos nada
cam bia nunca; todo permanece igual: las m ism as estrellas, los mismos
planetas eternos, el mismo Sol, la misma Luna. Los planetas, las
estrellas y el Sol se consideraban «p erfecto s» y a lo largo de los
siglos se compararon a menudo a eternos diam antes o piedras pre­
ciosas debido a sus cualidades inm utables. El único objeto celeste en
el que podía detectarse algún tipo de cam bio o «im perfección» era
la Luna — pero la Luna, después de todo, es el cuerpo celeste más
próxim o a la Tierra, y se tenía com o una especie de frontera entre
la región terrestre del cambio (o corruptibilidad) y la región celeste
de permanencia e incorruptibilidad.
2. La vieja física 2!

O bsérvese que en este sistem a todos los objetos celestes que cir
cundan a la Tierra son m ás o menos semejantes y son todos distinto;
de la Tierra — en características físicas, composición, y «propiedade;
esenciales». Se puede entender así por qué la Tierra permanece er
reposo sin m overse, m ientras que todos los objetos celestes se mué
ven. A dem ás, no sólo se decía que la Tierra no tenía «movimiento
local», o m ovim iento de un lugar a otro, sino que tampoco se supo­
nía que girase sobre su eje. L a principal razón física para esto, segur
el viejo sistem a, era que no es «n atural» para la Tierra tener un
m ovimiento circular; esto sería contrario a su naturaleza, ya se tratase
de un m ovimiento orbital alrededor del Sol o de una rotación diurna
sobre su propio eje.

Los FACTO RES D EL M O V IM IE N T O

V am os a exam inar ahora un poco más de cerca la física aristo­


télica del m ovimiento de cuerpos terrestres. En todo movimiento,
decía A ristóteles, hay dos factores principales: la fuerza motriz, que
denotarem os aquí por F, y la resistencia, que denotaremos por R.
Para que exista m ovim iento, de acuerdo con A ristóteles, es necesario
que la fuerza motriz sea m ayor que la resistencia. Por lo tanto, nues­
tro prim er principio del m ovim iento es

F > R [1 ]

es decir, la fuerza debe ser mayor que la resistencia. Vam os a explo­


rar a continuación los efectos de distintas resistencias, manteniendo
constante en todos los casos la fuerza motriz. Nuestro experimento
se llevará a cabo con cuerpos en caída, cada uno de los cuales se
dejará caer libremente, iniciando la caída a partir del reposo, a través
de un m edio resistente distinto. Para mantener las condiciones cons­
tantes, procurarem os que todos los cuerpos en caída sean esferas,
de modo que el efecto de su form a sobre su movimiento sea el m is­
mo. Por supuesto, A ristóteles era perfectamente consciente de que
la velocidad de un objeto, a igualdad de todas las otras condiciones,
depende en general de su form a, un hecho que ya hemos dem ostrado
con nuestro paracaídas.
Ahora, el experim ento. Se usan dos bolas idénticas, del mismo
tamaño, form a y peso. Perm itirem os a las dos caer simultáneamente,
una a través del aire, la otra a través del agua. Para llevar a cabo
este experim ento se necesita un largo cilindro lleno de agua; sostenga
las dos bolas una junto a otra, una sobre al agua y la otra a la misma
altura, pero justo fuera de esta columna de agua (fig. 1). Cuando
30 E l nacimiento de la nueva física

las suelte sim ultáneamente, verá que, sin lugar a dudas, la velocidad
de la que se mueve a través del aire es m uchísim o m ayor que la de
la que está cayendo a través del agua. P ara p robar que el resultado
del experim ento no deriva del hecho de que las bolas están hechas
de acero o tengan un peso en particular, el experim ento puede repe­
tirse usando bolas de acero m enores, o un par de bolas de vidrio o
de latón, etc. En menor escala, cualquiera puede repetir este expe­
rimento utilizando dos «can icas» de vidrio y un va ¿o de whisky lleno
de agua hasta el borde. Su resultado puede escribirse en una ecua­
ción, mediante la cual expresam os el hecho de que, bajo circunstan­
cias iguales, la velocidad en el agua (que ofrece gran resistencia o
dificultad al movimiento) es menor que la velocidad en el aire (que
no im pide el movimiento tanto como el agua):

V oc— [2 ]
R

es decir, que la velocidad es inversam ente proporcional a la resisten­


cia del m edio a través del que se mueve el cuerpo. E s una experiencia
común que el agua resiste al m ovim iento; cualquiera que haya inten­
tado correr por el agua a la orilla de una playa sabe cuánto frena el
agua su movimiento, en com paración con el aire.
A hora llevarem os a cabo el experim ento con dos cilindros, uno
lleno de agua y el otro lleno de aceite (fig . 2). E l aceite resiste al
m ovimiento aún más que el agua; cuando se sueltan simultáneamente
2. La vieja física 31

dos esferas idénticas de acero, la que pasa por el agua llega al fondo
mucho antes que la que cae a través del aceite. Debido a que la resis­
tencia Rae del aceite es m ayor que la resistencia Rag del agua, pode­
mos predecir ahora que, si cualquier par de objetos idénticos se deja
caer a través de estos líquidos, el que cae por el agua recorrerá una
altura dada m ás rápidam ente que el que atraviesa el aceite. E sta pre­
dicción es fácil de verificar. Por consiguiente, como hemos hallado
que la resistencia Rag es m ayor que la resistencia R üi del aire

R.ÚC R<2£
R^ag > Rai [3 ]
la resistencia del aceite tiene necesariam ente que ser mayor que la
del aire.

R *c>R ai [4 ]
Tam bién puede verificar esto repitiendo el experimento inicial con
un cilindro lleno con aceite en vez de agua.
V am os a considerar ahora los efectos de distintas fuerzas m otri­
ces. E n este experim ento usarem os de nuevo el cilindro largo lleno
de agua. En él dejam os caer sim ultáneamente una bola de acero
grande y otra pequeña. Encontram os que la bola grande, la más pesa­
da de am bas, llega al fondo antes que la más ligera. Aquí, se puede
argumentar, el tamaño podría tener algún efecto, pero si tiene alguno,
la bola grande debería encontrar una resistencia mayor que la peque­
32 E l nacimiento de la nueva física

ña. Por lo tanto, el experim ento podría servirnos como indicio de


que, cuanto mayor la fuerza em pleada para superar una resistencia
dada, tanto mayor es la velocidad. Se puede repetir este experim ento
utilizando esta vez una bola de acero y otra de vidrio, de form a que
am bas tengan exactam ente el m ism o tam año, pero pesos distintos.
U na vez más hallamos que la bola más pesada parece ser mucho más
capaz de superar la resistencia del m edio; así, llega prim ero al fondo
o alcanza mayor velocidad. Tam bién es posible realizar el experi­
mento con aceite y con varios otros líquidos — alcohol, leche, etc.—
para llegar al mismo resultado general. E n form a de ecuación, pode­
m os constatar las conclusiones del experim ento como sigue:

V ocF [5 ]

es decir, siendo iguales todas las circunstancias restantes, cuanto


m ayor es la fuerza, tanto m ayor es la velocidad.
Podem os com binar ahora la ecuación [ 2 ] con la ecuación [ 5 ]
en una única ecuación com o sigue:

F
V oc— [6 ]
R

es decir,- la velocidad es proporcional a la fuerza m otriz e inversa­


mente proporcional a la resistencia del medio, o bien, la velocidad
es proporcional a la fuerza dividida por la resistencia. E sta ecuación
se conoce frecuentem ente com o la ley aristotélica del movimiento.
D eberíam os señalar que el m ism o A ristóteles no escribió sus resul­
tados en form a de ecuaciones, una manera moderna para expresar
este tipo de relaciones. A ristóteles y la mayoría de los prim eros cien­
tíficos, inclusive G alileo, preferían com parar velocidades con velo­
cidades, fuerzas con fuerzas y resistencias con resistencias. Así, en
vez de escribir la ecuación [ 5 ] como lo hem os hecho, habrían prefe­
rido la aserción
Vv : Va : : Fv : Fa

E l cociente de las velocidades de las bolas de vidrio y de acero se


com para con el cociente de las fuerzas con las cuales estas bolas caen
hacia abajo. Esto es equivalente a la constatación general de que la
velocidad de la bola de vidrio es a la velocidad de la bola de acero
como la fuerza motriz de la bola de vidrio a la fuerza motriz de la
bola de acero.
V am os a estudiar ahora la ecuación [ 6 ] , a fin de descubrir algu­
nas de sus lim itaciones. E stá claro que esta ecuación no se puede
2. La vieja física 33

aplicar en general ya que, si la fuerza m otriz fuese igual a la resis­


tencia, la ecuación no daría el resultado de que la velocidad V es
igual a cero; ni un resultado cero cuando la fuerza F es menor que
la resistencia R. P o r lo tanto, la ecuación [ 6 ] está som etida a la limi­
tación arbitraria im puesta por la ecuación [ 1 ], y sólo es cierta cuando
la fuerza es mayor que la resistencia. E n otras palabras, la ecuación
es una constatación lim itada, y no universal, sobre las condiciones
del movimiento.
Se ha dicho en ocasiones que esta ecuación pudo surgir del estu­
dio de una balanza de brazos desiguales, digam os con pesos idénticos
en los dos brazos, o quizás de una balanza de brazos iguales con
pesos distintos en sus extrem os. En este caso es im posible que F sea
menor que R, ya que el p eso m ayor es siem pre la fuerza motriz, mien­
tras que el peso menor siem pre es la resistencia. Adem ás, tratándose
de una balanza de brazos iguales, si F = R no habrá movimiento.
L a ley del m ovim iento tiene dos últim os aspectos que debemos
introducir antes de abandonar el tema. E l prim ero es que la ley en
sí misma no nos dice nada sobre las etapas según las cuales un objeto
que cae desde el reposo adquiere la velocidad V. La ley sólo nos dice
algo acerca de la velocidad m ism a: O bviam ente es algún tipo de
velocidad «p rom ed io» o velocidad «fin al», ya que sim plem ente se
mide el intervalo de tiem po em pleado en atravesar una distancia
determinada

T D
V <x— [7 ]
T

lo cual es aplicable a una velocidad media o al movimiento a velo­


cidad constante, pero no al acelerado o a velocidades que cambian
constantemente. ¿N o sabía A ristóteles que la velocidad de un cuerpo
que está cayendo comienza desde cero y alcanza su valor final por
etapas graduales?

E l m o v im ie n t o de los cu erpo s que caen a través d el a ir e

Quizá de mayor im portancia para nosotros que cualquiera de los


argum entos anteriores es el resultado de otro experim ento. H asta aquí
nos hemos referido al tipo de experiencia positiva que nos haría con­
fiar en la ley del m ovim iento de A ristóteles, pero hemos omitido
un experim ento muy crucial. Volvam os a considerar dos objetos del
mismo tamaño y form a, pero de distinto peso, o de diferente fuerza
34 E l nacimiento de la nueva física

m otriz F. H em os dicho que si éstos se dejasen caer sim ultáneam ente


en agua, o aceite, se observaría que el m ás pesado desciende más
rápidam ente. (E l lector — antes de continuar con el resto de este
capítulo y lo que queda del libro— encontrará interesante detenerse
y realizar estos experim entos por sí m ism o.) Llegam os ahora al últi­
m o de esta secuencia de experim entos; consiste en dejar caer dos
ob jetos del mismo tam año, pero de diferente peso, en el m ism o
m edio, que debe ser el aire. Vam os a suponer que el pe¿o de uno
de nuestros objetos es exactam ente el doble que el peso dei otro,
lo que podría im plicar, según el punto de vista antiguo, que la velo­
cidad de objeto m ás p esado debería ser justam ente el doble de la
del m ás ligero. Para una altura de caída constante, la velocidad es
inversam ente proporcional al tiem po, así que

V o c-L [8 ]
T
o bien,

Yí = b [9]
y 2 Ti

es decir, las velocidades son inversam ente proporcionales a los tiem­


pos de descenso. Por lo tanto, el tiem po de descenso de la bola m ás
pesada debería ser exactam ente la m itad del tiem po de descenso de
la m ás ligera. Para llevar a cabo esta experiencia, póngase de pie
sobre una silla y deje caer juntos los dos objetos de m odo que gol­
peen el suelo desnudo. U na buena manera de dejarlas caer más o
m enos sim ultáneam ente es sostenerlas horizontalmente entre los de­
dos índice y corazón de una mano. Entonces abra de repente los
d edos, y las dos bolas em pezarán a caer juntas. ¿C u ál es el resultado
de este experim ento?
En lugar de describirlo, perm ítam e sugerirle que lo h?ga usted
m ism o. Luego com pare su resultado con los obtenidos por Juan el
G ram ático y tam bién con la descripción que hizo Stevin en el si­
glo x v i, y finalm ente con la que nos facilitó G alileo en su tam oso
libro D os nuevas ciencias hace unos 350 años (véase pp. 20-22 ante­
riores). Com o Ju an el G ram ático, Stevin, G alileo y otros hallaron
fácilm ente, el experim ento contradice las predicciones de la teoría
aristotélica

1 P ara d istan cias d e caíd a relativam en te cortas, digam os d esd e el techo al


su elo d e una h abitación ord inaria, am bas bo las tocarán el su elo con un único
2 . La vieja física 35

Una pregunta que se debería hacer en este punto es la siguiente:


Evidentem ente, la ecuación [ 6 ] no es válida para el aire, pero ¿lo
sería en realidad para los otros m edios que hem os explorado? Para
averiguar si la ecuación [ 6 ] es o no es una aserción cuantitativa­
mente correcta, pregúntese si era sim plem ente una definición de «re ­
sistencia» o, si hay alguna otra form a de m edir la «resistencia», cómo
se medirían las velocidades. ¿S erá suficiente, para m edir la velocidad,
utilizar la ecuación [ 8 ] y m edir el tiem po de caída? 2
E n cualquier caso, creo que la m ayor parte de los lectores pen­
sará que, a excepción del experim ento de dos objetos desiguales
cayendo a través del aire, el sistem a aristotélico suena lo bastante
razonable como para pod er creerlo. N o tenem os m otivo para con­
denar dem asiado a A ristóteles ni a cualquier físico aristotélico que
jam ás haya hecho el experim ento de dejar caer simultáneamente dos
objetos de peso desigual a través del aire.

La im p o sib ilid a d de una tie r r a en m o v im ie n to

Pero, se preguntará todavía, ¿q u é tiene que ver todo esto con el


tema de si la Tierra está en reposo en lugar de en m ovimiento?
Busquem os la respuesta en el libro de A ristóteles Sobre los cielos.
Aquí se encuentra la afirm ación de que algunos han considerado a

golpe, a no ser q u e haya un «e rro r d e p a rtid a », un error qu e proviene de que


las d o s b o las no se soltaron sim ultáneam ente. S e encontrará una ligera diferen­
cia, tal com o observaron G a lile o y Ju a n el G ram ático , p ara un mayor trayecto
de caída.
2 N o sabem os cuántos cien tíficos antes de G alileo y Stevin pueden haber
realizado experim entos de c a ic a d e cuerpos. E n un artículo sobre «G alileo and
E arly E xperim en tation » (en R u th e rfo rd A ris, H . T e d D av is, y R oger H . Stue-
w er, eds., Sp rin gs of Scientific C reativity, M in neapolis, U niversity de M innesota
P ress, 1983), T o m as B. Settle ¿e sc rib e tales experim entos realizados por algunos
italianos del siglo x v i. Ben ed erro V archi, un florentino, escrib ió en un libro de
1544 que «A ristó teles y tod os los o tros filó so fo s» nunca dudaron, sino que
«creyeron y afirm aron » que la velocidad de caída de un cuerpo está en razón
de su peso, pero la «p ru eb a E xperim en tal [ p ro v a ] ... dem uestra que no es ver­
dad ». N o está claro si V archi hizo realm ente el experim ento o si estaba infor­
m ando de un experim ento h echo por otros, F ra Francesco B eato y Luca G hini.
G iu sep p e M oletti. un m atem ático qu e ocupó el m ism o pu esto de profesor de
m atem áticas en P isa qu e m ás tard e tuvo G alileo , escribió un tratado en 1576
*n el que describió cóm o h ab ía refu tado la conclusión de A ristóteles, según ía
cual una bola de plom o de 20 libras que cae desd e una torre tendría una velo­
cidad 20 veces m ayor qu e otra de una libra. «A m b as llegan al mism o tiem po»,
escribió M oletti, « y he hecho la p ru eb a [p r o v a ] de ello, no una vez, sino m u­
chas veces». M oletti tam bién h izo un ensayo con bolas del m ism o tamaño, pero
de d istin to m aterial (y po r tar.ro de d istin to p eso ), una de plom o y otra de
m adera. H alló que, cuando se sueltan las dos sim ultáneam ente desde un lugar
alto, «descienden y llegan a tierra o al suelo en el m ism o instante de tiem po».
36 El nacimiento de la nueva física

la T ierra en reposo, mientras que otros han dicho que se mueve.


Pero existen muchas razones por las cuales la Tierra no puede m over­
se. Según A ristóteles, para poseer una rotación alrededor de un eje,
cada parte de la Tierra debería describir un círculo, sin em bargo, el
estudio del com portam iento real de sus partes m uestra que el m ovi­
miento terrestre natural se produce en línea recta hacia el centro.
«P o r ello, el movimiento, siendo im puesto [ violentoj y no natural,
no podría ser eterno; sin em bargo, el orden del mundo es eterno.»
El movimiento natural de todas las porciones de m ateria terrestre se
dirige hacia el centro del universo, que da la casualidad de que coin­
cide con el centro de la Tierra. Com o «p ru eb a» de que los cuerpos
terrestres se mueven realmente hacia el centro de la Tierra, dice
A ristóteles: «O bservam os que los graves que se mueven hacia la
tierra no lo hacen en líneas paralelas», sino que aparentemente for­
man un poco de ángulo entre sí. «P od em os añadir a nuestras razo­
nes anteriores», apunta después, «q u e los objetos pesados, si se arro­
jan con fuerza hacia arriba en línea recta, vuelven a su punto de
partida, aun si la fuerza los lanza a una distancia ilim itada». A sí,
si un cuerpo se lanzara en derechura hacia arriba y entonces cayera
directamente hacia abajo, calculando estas direcciones con respecto
al centro del universo, no llegaría a la tierra exactam ente en el punto
desde el cual fue lanzado, si la Tierra se m oviese durante el inter­
valo. E sto es una consecuencia directa de la cualidad «n atural» del
movimiento rectilíneo de los objetos terrestres.
L os argum entos precedentes m uestran cómo se pueden aplicar los
principios de A ristóteles sobre el m ovimiento natural y el violento
(no natural) para dem ostrar la im posibilidad del movimiento terres­
tre. Pero ¿qué sucede con la «ley del m ovim iento» de A ristóteles,
expresada en la ecuación [ 6 ] o en la ecuación [ 9 ] ? ¿Cuál es su
relación específica con el reposo de la T ierra? La respuesta está
expresada claramente al principio del A lm agesto de Ptolom eo, la
antigua obra estándar sobre astronom ía geocéntrica. Ptolomeo escri­
bió, siguiendo los principios aristotélicos, «q u e si la Tierra tuviese
un movimiento habría llegado en el proceso del descenso a adelantar
a cualquier otro cuerpo que cayera, en virtud de su enorme exceso
de tamaño, y habría dejado atrás flotando en el aire a los animales
y a todos los pesos separados, m ientras que la Tierra, por su parte,
a esta gran velocidad se habría caído del m ism o universo». E sto es
una clara consecuencia de la noción de que los cuerpos caen con una
velocidad proporcional a sus pesos respectivos. Y muchos científicos
debieron estar de acuerdo con el com entario final de Ptolom eo: «P ero
de hecho, esta sugerencia debe considerarse tan sólo para ver que es
totalm ente ridicula.»
Capítulo 3
LA TIERRA Y EL UNIVERSO

E l año 1543 se considera, con mucha frecuencia, como el año


del nacimiento de la ciencia m oderna. E n este año se publicaron dos
im portantes libros que provocaron cam bios significativos en la con­
cepción del hombre sobre la naturaleza y el mundo: uno era el De
revolutionibus orbium coelestium [Sob re las revoluciones de los orbes
celestes] del clérigo polaco Nicolás Copérnico, y el otro el D e la
estructura del cuerpo hum ano, del flamenco Andreas Vesalio. Este
último trataba sobre el hom bre desde el punto de vista de la obser­
vación anatómica exacta, y reintrodujo en la fisiología y la medicina
el espíritu de em pirism o que había caracterizado los escritos de los
anatom istas y fisiólogos griegos, de entre los cuales el último y más
im portante sería G aleno. E l libro de Copérnico introducía un nuevo
sistema de astronom ía, que se oponía a la noción generalmente acep­
tada de que la Tierra estaba en reposo. A quí solamente pretendemos
discutir ciertos rasgos determ inados del sistem a copernicano, sobre
todo algunas consecuencias que surgen al considerar a la Tierra en
movimiento. N o nos detendrem os en detallar las ventajas y desven­
tajas relativas del sistem a en su conjunto, ni tan siquiera haremos
una comparación detenida de sus m éritos con los del sistem a ante­
rior. N uestro principal objeto es el de explorar qué consecuencias
tuvo el concepto de una T ierra en m ovimiento para el desarrollo de
una ciencia: la dinámica.
38 El nacimiento de la nueva física

C O P É R N I C O Y E L N A C IM IE N T O D E L A C IE N C IA M O D E R N A

En la G recia antigua se sugirió que la T ierra podría tener una


rotación diaria sobre su eje, y com pletar una revolución anual sobre
una enorme órbita alrededor del Sol. P ropuesto por A ristarco en el
siglo m a.C ., este sistem a fue rechazado frente a uno en el que la
Tierra estaba en reposo. H abía una gran oposición a la idea de que
la Tierra pudiera m overse. Incluso cuando, casi 2 000 años m ás tarde,
Copérnico publicó su tratado sobre un sistem a del universo basado
en una combinación de los dos m ovim ientos terrestres, no hubo
aceptación inmediata. Con el tiem po, naturalm ente, el libro de Co­
pérnico m ostró contener las sem illas de toda la revolución científica
que culminó en la m agnífica fundam entación que dio Isaac Newton
a la física moderna. M irando hacia atrás, podem os ver cóm o la acep­
tación del concepto copernicano de una T ierra en m ovimiento im­
plicaba necesariamente una física no aristotélica. ¿E ra ésta una
consecuencia aparente para los contem poráneos de Copérnico? ¿Y
por qué no llevó a cabo el mismo Copérnico esta revolución cientí­
fica que transform ó al m undo en una m edida tal que todavía no
som os com pletam ente conscientes de todas sus consecuencias? En
este capítulo explorarem os estas cuestiones, y verem os en particular
por qué la propuesta de Copérnico de un sistem a del m undo en el
que la Tierra se mueve y el Sol está en reposo no era por sí sola
suficiente para rechazar la vieja física.
Para em pezar, debem os dejar claro que Copérnico (1473-1543)
fue, en muchos aspectos, m ás un conservador que un revolucionario.
Muchas de las ideas que introdujo ya había sido escritas, y una y
otra vez le im pidió avanzar el hecho de que era incapaz de ir más
allá de los principios básicos de la física aristotélica. Cuando hoy en
día hablam os del «sistem a copernicano», nos solem os referir a un
sistem a del universo bastante diferente del descrito en el D e revolu-
tionibus orbium coelestium de Copérnico. L a razón de este proceder
es que deseam os rendir hom enaje a Copérnico por sus innovaciones, y
lo hacemos a expensas de la exactitud literal, refiriéndonos al sis­
tem a heliocéntrico de la era post-copernicana com o «copernicano».
Sería m ás propio llamarlo «kep lerian o», o por lo menos «keplero-
copernicano».

El S IS T E M A DE LA S E S F E R A S C O N C É N T R IC A S

Pero antes de describir el sistem a copernicano, perm ítam e expo­


ner algunas de las características fundam entales de los dos principales
3. La Tierra y el Universo 39

sistem as pre-copernicanos. Uno de ellos, atribuido a Eudoxo, fue


m ejorado por otro astrónom o griego, Calipo, y recibió su toque final
de A ristóteles. Se trata del sistem a conocido como de las «esferas
concéntricas». En este sistem a, cada planeta — y también el Sol y
la Luna— se consideraban fijos, en el ecuador de una esfera inde­
pendiente que giraba sobre su eje, con la Tierra estacionaria e n 'e l
centro. M ientras giraba cada esfera, los extrem os de los ejes de rota­
ción estaban fijos en otra esfera, que también estaba girando, con un
período diferente y alrededor de un eje que no tenía la m ism a orien­
tación que el eje de la esfera interior.
Para algunos planetas podían existir hasta cuatro esferas, cada
una insertada en la siguiente, con el resultado de que podía produ­
cirse una gran variedad de m ovim ientos. Por ejemplo, una de estas
esferas podía dar cuenta del hecho de que, dondequiera que se en­
contrara el planeta entre las estrellas, pudiera dar una vuelta alre­
dedor de la T ierra cada 24 horas. H abría otra de tales esferas para
mover al Sol en su revolución diaria aparente, otra para la Luna, y
otra para las estrellas fijas. E l conjunto de esferas interiores para
cada planeta explicaría el hecho de que un planeta no sólo parece
moverse a través del cielo con un m ovimiento diario, sino que tam ­
bién cam bia su posición con respecto a las estrellas fijas de un día
para otro. A sí, un planeta se encontrará a veces en una constelación
y a veces en otra. E l nom bre de «p lan eta» se derivó del verbo griego
que significa «v a g a r», debido a que los planetas se veían errar entre
las estrellas fijas noche tras noche. Una de las características obser­
vadas en ese vagar es que no tiene una dirección constante. L a direc­
ción habitual del m ovim iento es un lento progreso hacia el este, pero
cada cierto tiem po el planeta detiene este m ovimiento (alcanzando
un punto estacionario) y luego (fig. 3) se mueve durante un corto
tiempo hacia el oeste, hasta que llega a otro punto estacionario, tras
lo cual reem prende de nuevo su m ovimiento inicial hacia el este a
través de los cielos. El m ovim iento hacia el este se conoce como
m ovimiento «d irecto », y el m ovimiento hacia el oeste como «retró­
grado». M ediante una apropiada com binación de esferas, Eudoxo fue
capaz de construir un m odelo para m ostrar cómo las combinaciones
de m ovim ientos circulares podían producir los aparentes movimien­
tos «d irecto » y «retró grad o » observados en los planetas. D e alguna
manera, se trata del m ism o tipo de «e sfe ra s» que aparecen en el
títu. ;* del libro de Copérnico.
D espués del declive c e G recia, la ciencia cayó en manos de los
astrónom os islám icos o árabes. A lgunos de entre ellos elaboraron el
sistema de E udoxo y A ristóteles e introdujeron muchas otras esferas
para ootener una concordancia más exacta entre las predicciones de
40 E l nacimiento de la nueva física

este sistem a y la observación. Se llegó a pensar que estas esferas,


que habían llegado a obtener un cierto grado de realidad, estaban
hechas de cristal; el sistem a adquirió el nom bre de «esferas crista­
linas». D ebido a que se creía que la orientación de las estrellas y
planetas tenía una im portante influencia sobre todos los asuntos
hum anos, hombres y m ujeres llegaron a pensar que la influencia del
planeta emanaba, no del objeto en sí, sino de la esfera a la que
estaba unido. En esta creencia podemos ver el origen de la expresión
«esfera de influencia», que todavía hoy se utiliza en un contexto
político y económico.

Ptolom eo y el sist em a de epic ic lo s y deferentes

El otro sistem a principal de la antigüedad que rivalizaba con


éste fue el elaborado por Claudio Ptolom eo, uno de los astrónom os
más im portantes del mundo antiguo, y se basaba en alguna medida
en conceptos que habían sido introducidos por el geóm etra Apolonio
de Perga y el astrónom o H iparco. E l resultado final, que se conoce
generalmente como el sistem a ptolem aico, en contraste con el sistema
de Eudoxo-A ristóteles de esferas hom océntricas (con centro común),
3. L a Tierra y el Universo 41

tenía una enorme flexibilidad y, en consecuencia, una enorme com­


plejidad. L os m ecanism os fundam entales se utilizaban en varias com­
binaciones. En prim er lugar, imagine un punto P moviéndose unifor­
memente en un círculo alrededor del punto T y tal como se ve en la
figura 4A . Se trata de un caso de m ovimiento circular uniforme, que
no perm ite ni puntos estacionarios ni retrogradación. Tam poco da
cuenta del hecho de que los planetas no tienen una velocidad cons­
tante cuando se mueven aparentemente alrededor de la Tierra. A lo
sumo, se podría obervar tal m ovimiento sólo en el comportamiento
de las estrellas fijas, pues H iparco había visto que incluso el Sol se
mueve con una velocidad variable, una observación relacionada con
el hecho de que las estaciones no tienen la mism a duración. En la
figura 4B , la tierra no se encuentra en el centro exacto C de este
círculo, sino fuera del centro, en el punto T. E stá claro entonces
que, si el punto P corresponde a un planeta (o al Sol), visto desde
la T ierra, éste no parecerá moverse uniformemente con respecto a las
estrellas fijas, aunque su m ovim iento a lo largo del círculo sea, de
hecho, uniform e. Si la Tierra y el cuerpo celeste forman un sistema
excéntrico como éste, en lugar de un sistem a homocéntrico, habrá
momentos en que el Sol o el planeta se encontrarán muy cerca de la
Tierra (perigeo), y momentos en que el Sol o el planeta estén muy
alejados de ella (apogeo). Se puede esperar entonces una variación en
el brillo de los planetas, cosa que también se observa.
Introducirem os ahora uno de los m ecanismos principales que uti­
lizaba Ptolom eo para explicar el m ovimiento de los planetas. Vamos

perigeo

F igura 4
42 E l nacimiento de la nueva física

a suponer que, m ientras el punto P se m ueve uniform emente sobre


un círculo alrededor del centro C (fig. 5), un segundo punto Q se
m ueve en un círculo alrededor del punto P. Com o resultado tendría­
m os una curva con una serie de rizos o lóbulos. E l círculo grande
sobre el que se mueve P se llam a el círculo de referencia, o el defe­
rente, y el círculo pequeño en el que se m ueve Q se llama el epiciclo.
Por ello, el sistem a ptolem aico se describe frecuentem ente como un
sistem a basado en epiciclos y deferentes. E stá claro que la curva que
resulta de la combinación de epiciclo y deferente es tal que el pla­
neta se encuentra más cerca del centro en un m om ento dado que en
otros, que también existen puntos estacionarios, y que cuando el
planeta se encuentra en el interior de cada rizo, un observador en C
lo verá con m ovimiento retrógrado. Para que el m ovimiento esté

F i g . 5. — E l m ecanism o de P tolom eo para explicar el vagar de los plan etas supo­


nía una com plicada com binación de m ovim ientos. E l P lan eta Q viaja alrededor
de P en un circulo (lín eas de pu n to s), m ientras qu e P se m ueve en un círculo
alred ed or de C. L a linea llena, con rizos, es la trayectoria que segu iría Q en el
m ovim iento com binado.
© ®
F ig. 6.— Con el epiciclo y el deferente (y con in geniosidad), lo s astrónom os
podían describir casi cu alqu ier m ovim iento planetario observado y segu ir todavía
m anteniéndose dentro de lo s lim ites del sistem a ptolem aico. En (A ), el punto P
se m ueve en un circulo con centro en C, el cual se m ueve sobre un círculo m e­
nor centrado en X . En ¡ 3 ) , la com binación de deferente y epiciclo tiene el efecto
de traslad ar el centro aparente de la órbita de P d esd e C a C . E n (C ), la com­
binación d a com o resultado una curva elíptica. L a fig u ra en (D ) m uestra la tra­
yectoria de P al m overse sob re un epiciclo su perpu esto a otro epiciclo; el centro
del círculo de P es R. el cual se m ueve sob re un círculo cuyo centro, Q , se baila
sob re un círculo centrado en C.
44 El nacimiento de la nueva física

conforme con la observación tan sólo es necesario escoger el tamaño


relativo del epiciclo y del deferente y las velocidades relativas de
rotación de los dos círculos, de modo que concuerde con Jas apa­
riencias.
Se desprende claram ente de su libro que Ptolom eo nunca se com­
prom etió con la cuestión de si existen epiciclos y deferentes «reales»
en los cielos. D e hecho, parece mucho más probable que considerara
al sistem a que describió como un «m od elo» del universo, y no nece­
sariamente como su «v erdad era» imagen — cualquiera que sea el sig­
nificado de estas palabras. E s decir, se trataba del ideal griego, que
alcanzaba su más alta cota en los escritos de Ptolom eo, de construir
un modelo que perm itiera al astrónom o predecir las observaciones,
o — para utilizar la expresión griega— «salvar las apariencias». Si

F ig. 7 .— E l ecuante era un artificio ptolem aico para explicar los cam bios apa­
rentes en la velocidad de un planeta. M ientras que el m ovim iento de P desde A
a A ', desd e B a B ', y desd e C a C f no sería uniform e con respecto al centro del
círculo, C, sí lo sería con respecto a otro punto, T, el ecuante, porqu e los ángu­
los a , (S, y son iguales. E l planeta se mueve por cada uno de los arcos A A , B B ’ ,
y C C en el m ism o tiem po pero, obviam ente, con diferen tes velocidades.
3. La Tierra y el Universo 45

bien despreciado a menudo, este enfoque de la ciencia es muy similar


al del físico del siglo xx, cuya meta principal es también la de cons­
truir un modelo que sum inistre ecuaciones que predigan los resul­
tados del experim ento. A menudo el físico actual tiene que conten­
tarse sólo con ecuaciones, a falta de un «m od elo» en el sentido prác­
tico y ordinario de la palabra.
Se pueden mencionar brevemente ciertas otras características del
viejo sistem a ptolem aico. L a Tierra no tiene que encontrarse necesa­
riamente en el centro del círculo deferente, o dicho de otro modo,
el círculo deferente (fig. 6A ) podría ser excéntrico en vez de homo-
céntrico — es decir, tener un centro que no fuera el de la Tierra.
Adem ás, m ientras que el punto P se m ueve sobre el círculo grande
(fig. 6B) de referencia, o el deferente, su centro C podía estar m o­
viéndose sobre un círculo pequeño, una combinación que no necesa­
riamente produce una retrogradación, pero que podía tener el efecto
de elevar al círculo, o de transponerlo, o de producir un movimiento
elíptico (fig. 6C ). Finalm ente, había un mecanismo conocido como
el «ecu an te» (fig. 7). Se trata de un punto fuera del centro de un
círculo sobre el que se podía «uniform izar» el movimiento. E s decir,
consideremos un punto P que se está m oviendo sobre un círculo con
centro en C en relación con un ecuante. E l punto P se mueve de tal
manera que una línea trazada desde P al ecuante barre ángulos igua­
les en tiem pos iguales; esto tiene el efecto de que, para un obser­
vador que no se encuentre en el ecuante, P no se mueve uniform e­
mente en su trayectoria circular. E sto s artificios se podían utilizar
en muchas combinaciones diferentes. E l resultado era un sistem a de
gran com plejidad. M uchos sabios no podían creer que un sistem a
de cuarenta o m ás «rued as dentro de otras ruedas» pudiera estar
girando en los cielos, que el mundo pudiera ser tan complicado. Se
dice que A lfonso X , rey de Castilla y León, llamado A lfonso el
Sabio, quien fue mecenas de un fam oso conjunto de tablas astro­
nómicas en el siglo x m , no podía creer que el sistem a del universo
fuera tan intrincado. Cuando se le enseñó el sistema ptolemaico
por vez prim era, com entó, según la leyenda: «S i el Todopoderoso
me hubiera consultado antes de em barcarse en la Creación, le hubiera
recomendado algo m ás sencillo.»
N o hay lugar en donde hayan sido expresadas tan claramente las
dificultades para com prender el sistem a ptolem aico como en el fam o­
so poem a de John M ilton E l paraíso perdido. M ilton había sido m aes­
tro de escuela, había enseñado en la práctica el sistema ptolemaico
y sabía, por ello, de qué estaba hablando. En estas líneas, el ángel
R afael responde a las preguntas de Adán sobre la construcción del
46 E l nacimiento de la nueva física

universo y le dice que seguram ente las actividades del hom bre harían
reír a D ios:

... cuando se pongan a m odelar el cielo


y a calcular las estrellas, cómo ordenarán
la inmensa estructura, cóm o construirán, destruirán, tram arán
para salvar las apariencias, cómo ceñirán la esfera
con céntricas y excéntricas garabateadas sobre ella,
ciclos y epiciclos, orbes dentro de o rb es. . .

A ntes de comenzar con las innovaciones de Copérnico, puede


resultar apropiado hacer algún com entario final sobre el viejo sistem a
de atronom ía. E n prim er lugar, está claro que parte de la com pleji­
dad surge del hecho de que las curvas que representan los m ovimien­
tos aparentes de los planetas (fig. 5) son com binaciones de círculos.
Si hubiera sido posible utilizar sim plem ente una ecuación para una

o 9 ©dcf
Sol M ercurio V en u s T ierra Luna M arte

2 b 9 y e
Jú p ite r Saturno U rano N ep tu n o P lutón

F ig . 8 . — L o s orígenes d e lo s viejos sím bolos p lan e tario s se pierden en la anti­


güedad, pero la s derivaciones bab itu alm ente ace p tad as provienen d e la m itología
griega y latina. E l sím bolo del S o l represen taba probablem ente un escudo con
om bligo. E l sím bolo p ara M ercurio, o represen taba su caduceo, el bastón que
llevaba, o su cabeza con el g c r '0 alado. E l sím b olo d e V enus era el espejo aso­
ciado con la d iosa del am or y de la belleza. E l sím b olo de M arte, d io s de la
guerra, se cree que representa, ü la cabeza y casco con plu m a qu e se balancea,
o la lanza y el escudo del guerrero. E l sím bolo p ara Jú p ite r tam bién tiene deri­
vaciones alternativas — o bien un tosco jeroglífico del águila, «av e de Jú p ite r»,
o la prim era letra de Z eus, el nom bre griego de Jú p ite r. E l sím bolo de Saturno
es una antigu a guadañ a, em blem a del d ios del tiem po. E l sím bolo de U rano es
la prim era letra d el apellid o de su descu bridor, S ir W illiam H ersch el (1738-
1S22), con el plan eta su sp en d ido del crucero. E l trid en te b a sid o siem pre el
sím bolo de N eptu no, el dios del océano. E l sím bolo de Plutón es un evidente
m onogram a. E s interesante qu e lo s alqu im istas u saran el sím bolo d e M ercurio
para el m etal m ercurio y el sím b olo de V enus p ara el cobre. H oy en día, los
gen etistas designan lo fem enino con el sím bolo d e V en u s y lo m asculino con
el sím bolo de M arte.
3. L a Tierra y el Universo 47

curva lobulada tal com o la lem niscata, el trabajo habría sido mucho
más fácil. H ay que tener en cuenta, sin em bargo, que en los tiempos
de Ptolom eo no existía la geom etría analítica, que utiliza ecuaciones,
v que había crecido una tradición, consagrada tanto por A ristóteles
como por Platón, según la cual el m ovim iento de los cuerpos celestes
debe explicarse en térm inos de un sistem a natural de m ovimiento
___quizá com o consecuencia del argum ento de que un m ovimiento
circular no tiene ni comienzo ni fin y que, por lo tanto, es el m ás
apropiado para unos planetas inm utables, incorruptibles, y en eterno
movimiento. Sea como fuere, com o verem os, la idea de explicar el
movimiento planetario sólo m ediante com binaciones de círculos per­
duró en la astronom ía durante un tiem po m uy largo.
E l sistem a ptolem aico no sólo funcionaba o se podía hacer fun­
cionar, sino que encajaba perfectam ente en el sistem a de física aris­
totélica. Se asignaron a las estrellas, los planetas, el Sol y la Luna
m ovim ientos en círculos o en com binaciones de círculos, su «m ov i­
m iento n atural», m ientras que la T ierra no participaba de los m ism os,
al hallarse en su «lu gar n atural» en el centro del universo, y en
reposo. E n el sistem a ptolem aico, pues, no había necesidad de b u s­
car un nuevo sistem a de física distinto del que concordaba igual­
mente bien con el sistem a de las esferas hom océntricas. A veces,
estos dos sistem as se describen com o «g eo stático s», porque en am bos
la T ierra está en reposo; la expresión m ás habitual es «geocén trico»,
porque en los dos la T ierra se encuentra en el centro del universo.

I n n o v a c io n e s c o p e r n ic a n a s

Cuando Copérnico elaboró su propio sistem a, éste tenía mucho


parecido con el sistem a de Ptolom eo. Copérnico adm iraba mucho a
Ptolom eo; siguió al A lm agesto al organizar su libro, ordenar los d is­
tintos capítulos y elegir la secuencia en que iba a introducir los d is­
tintos temas.
E l paso de un sistem a geostático a uno heliostático (con el Sol
inmóvil) im plicaba ciertas explicaciones nuevas. Para verlas, comen­
cemos com o Copérnico, exam inando prim ero la form a m ás sencilla
de un universo heliostático. E l Sol está en el centro, fijo e inmóvil,
y a su alrededor se m ueven en círculos, y en este orden, M ercurio,
V enus, la T ierra con su luna, M arte, Jú p iter, y Saturno (fig. 8a).
Copérnico explicaba los m ovim ientos diarios aparentes del Sol, la
Luna, las estrellas y los planetas, basándose en que la T ierra gira
sobre su eje una vez al día. L as restantes apariencias principales
derivaban, según él, de un segundo m ovim iento de la T ierra, cons-
48 E l nacimiento de la nueva física

F ig . 8 A . — E ste diagram a del sistem a copernicano se ha tom ado de A Perfit


D escription of the C aelestial O rb es [ Una perfecta descripción de lo s orbes ce­
le ste s] (1 5 7 6 ), que presenta una traducción al inglés de una p arte d el D e Revo-
lutionibus de C opérnico. D igges ha añadido una característica al sistem a, al hacer
infinita la esfera de las estrellas fijas.

cituido por una revolución orbital alrededor del Sol, como las órbitas
de los otros planetas. Cada planeta tiene un período diferente de
revolución, siendo estos períodos tanto mayores cuanto m ás alejado
se encuentra el planeta del Sol. Así resulta fácil explicar el m ovi­
miento retrógrado. Considere a M arte (fig. 9), cuyo movimiento
alrededor del Sol es m ás lento que el de la T ierra. Se m uestran siete
posiciones de la Tierra y de M arte en un momento en que la Tierra
sobrepasa a M arte y éste está en oposición (es decir, cuando una línea
3. La Tierra y el Universo

i-iG. 9 .— el sistema copernuano, el movimiento retrógrado aparente de los planetas tiene una explicación sencilla; es una
cuestión de velocidades relativas. Aquí las líneas visuales muestran por qué un planeta su p erio r, más alejado del Sol que la
fierra, parece volver atrás. Se debe a que viaja alrededor del Sol tnás lentamente que la T ierra.
49
50 El nacimiento de la nueva física

trazada desde el Sol a M arte pasa por la T ierra). Se observará que


la línea trazada desde la T ierra a M arte en cada una de estas posi­
ciones sucesivas se inclinará prim ero hacia adelante, luego hacia atrás,
y luego de nuevo hacia adelante. D e esta m anera Copérnico no sólo
pudo explicar «n aturalm en te» cómo se produce el m ovimiento retró­
grado, sino que también pudo m ostrar por qué se ve este m ovimiento
en M arte solam ente cuando se encuentra en oposición, correspon­
diendo al tránsito del planeta por el m eridiano a medianoche. Cuando
está en oposición, el planeta se encuentra en el lado opuesto de la
T ierra, visto desde el Sol. P o r ello alcanzará su posición m ás alta en
el cielo a m edianoche, o cruzará el m eridiano a medianoche. D e for­
ma análoga (fig. 10), se puede ver que, en el caso de un planeta
inferior (M ercurio o V enus), la retrogradación ocurriría sólo en la
conjunción inferior, que corresponde al tránsito del planeta por el
m eridiano al m ediodía. (Cuando Venus o M ercurio se encuentran en
línea recta entre la Tierra y el Sol, su posición se llama conjunción.
E sto s planetas están en el centro de retrogradaciones en la conjunción
inferior, cuando se encuentran entre la T ierra y el Sol. Entonces
cruzan el meridiano junto con el Sol al m ediodía.) E stos dos hechos
tienen pleno sentido en un sistem a heliocéntrico o heliostático, pero
si la Tierra fuera el centro del m ovim iento, com o en el sistem a pto­
lemaico, ¿p o r qué habría de depender la retrogradación de los pla­
netas de su orientación con respecto al S o l?
Prosiguiendo con el m odelo sim plificado de órbitas circulares,
observem os ahora que Copérnico era capaz de determ inar la escala
del Sistem a Solar. Considere a Venus (fig. 11). Venus se ve tan sólo
como estrella de la tarde o de la m añana, debido a que se encuentra,
o bien un poco por delante del Sol, o bien un poco por detrás, pero
nunca a 180 grados del Sol, como puede ser el caso de un planeta
superior. E l sistem a ptolem aico (fig. 11A ) explicaba esto sólo me­
diante la suposición arbitraria de que los centros de los epiciclos de
Venus y M ercurio estaban perm anentem ente fijos en una línea tra­
zada desde la Tierra al Sol; es decir, que los deferentes de M ercurio
y V enus, igual que el Sol, se m ovían una vez cada año alrededor de
la T ierra. E n el sistem a copernicano sólo había que suponer que las
órbitas de Venus y de M ercurio (fig. 11B) se hallaban dentro de la
órbita de la Tierra.
E n el sistem a de Copérnico, adem ás, se podía calcular la distancia
de V enus al Sol. L as observaciones realizadas noche tras noche indi­
carían cuándo podía verse V enus en su m ayor elongación (separación
angular) del Sol. En este m omento se podía determ inar su separación
angular. Com o puede verse en la figura 12, la máxima elongación
52 E l nacimiento de la nueva física

Rotación diaria hacia el Oeste

F i g u r a 11

se da cuando una línea trazada desde la T ierra a Venus es tangente


a la órbita de Venus y por lo tanto perpendicular a la línea trazada
desde el Sol a este planeta. M ediante sim ple trigonom etría podemos
escribir esta ecuación y, con una tabla de tangentes, calcular fácil­
mente la longitud V S.

VS
-----= sen a [1 ]
TS
3. La Tierra y el Universo 53

La distancia T S, o el tam año medio del radio de la órbita de la Tierra


en el sistem a copernicano, se conoce como «unidad astronóm ica».
Por lo tanto, la ecuación [ 1 ] puede reescribirse como

V S = (sen a ) X 1AU [2 ]

Con este método sencillo, Copérnico pudo determinar las distancias


planetarias (en unidades astronóm icas) con gran exactitud, como
puede verse en la tabla siguiente, que m uestra los valores de C opér­
nico y los valores aceptados en la actualidad para las distancias de
los planetas al Sol. (E l m étodo de Copérnico para determ inar estas
distancias difiere ligeram ente en el caso de los tres planetas «su p e­
riores»: M arte, Jú p iter y Saturno.)

\
\
O rbita de la T ierra
\
\
v

Fig. 12.— E l cálculo de la distan cia entre V enus y el S o l se hizo posible con el
sistem a de Copérnico. C uan do la separación an gu lar (es decir, el ángulo a de
Venus desde el So l) es m áxim o, la línea visual desd e la Tierra a V enus (T V )
es tangente a la órbita de V en u s y por ello perpendicular al radio V S. C alcular
la longitud de V S es un fácil p rob lem a de trigonom etría elemental. E n el caso
de cualquier otra orientación, p o r ejem plo V ', la separación angular no es máxima.
54 El nacimiento de la nueva física

C C o p é r n ic o y l o s
o m p a r a c ió n e n t r e l o s v a l o r e s d e m oderno s
PARA LOS ELEM ENTO S DEL SlSTEM A SO L A R

P erio d o n / j D istancia m edia


■ >j • * ,■ ¡rertodo sidereo , c >
sin o d ico m e a to al S o l *

C M C M C M

M ercurio 116d U 6d 88d 87,91d 0,36 0,391


V enus 584d 584d 225d 225,OOd 0,72 0.721
T ierra 3 6 5 14 d 365,26d 1,0 1,000
M arte 780d 780d 687d 686,98d 1,5 1.52
Jú p ite r 399d 399d 12a 11,86a 5 5,2
Saturno 378d 378d 30a 29,51a 9 9,5

* E l períod o sinódico es el intervalo de tiem po transcurrido entre dos con­


juncion es de los m ism os cuerpos.
* * E x p resa d a en unidades astronóm icas.

A dem ás, Copérnico era capaz de determ inar con análoga preci­
sión el tiem po que necesita cada planeta para com pletar una revolu­
ción de 360 grados alrededor del Sol, o su período sidéreo. Com o
conocía los tam años relativos de las órbitas planetarias y los períodos
sidéreos de los planetas, pudo predecir con un aceptable grado de
exactitud las futuras posiciones de los planetas (es decir, sus respec­
tivas distancias de la T ierra). En el sistem a ptolem aico, las distancias
de los planetas no desem peñaron ninguna función, ya que no había
form a de determ inarlas a partir de la observación. En tanto que los
tam años y períodos relativos del m ovim iento sobre deferente y epi­
ciclo fueran iguales, las observaciones o apariencias serían idénticas,
com o puede verse en la figura 13. E n el caso de la Luna puede apre­
ciarse con claridad que el sistem a ptolemaico trabajaba sobre todo
con ángulos en lugar de con distancias. U na de las características
m ás significativas del sistem a ptolem aico era que la posición aparente
de la Luna podía describirse con un grado de exactitud relativamente
alto. Pero esto requería un artificio especial, y si la Luna hubiera
seguido realm ente el camino ideado, hubiera experim entado una enor­
me variación en su tamaño aparente, mucho mayor de la que se
observa. H asta hace pocos años, se creía que la teoría de la Luna de
Copérnico era una de sus innovaciones más originales. Pero ahora
sabem os que existía una teoría idéntica en la astronom ía islámica.
H e dicho anteriormente que el sistem a de un único círculo para
cada planeta, con un único círculo para la Luna y dos movimientos
diferentes para la T ierra, constituye una versión sim plificada del
3. L a Tierra y el Universo 55

F ig . 13.— E n el sistem a p io le -:¿ ic o , las predicciones de posiciones planetarias


se apoyaban en m ed id as de l-.g u lo s, no de distan cias. E sta ilustración m uestra
que el resu ltado de las observ acion es sería el m ism o, independientem ente de la
distancia, si lo s períod os relativ o s d el m ovim iento fueran lo s mismos.

sistema copernicano. L a realidad es que tal sistem a no concuerda con


la observación, salvo de u r.i manera muy aproxim ada. Con el fin de
hacer más exacto su sisterza, Copérnico se vio en la necesidad de in­
troducir cierto número de com plejidades, muchas de las cuales nos
recuerdan los artificios utilizados en el sistem a ptolemaico. Por ejem­
plo, para Copérnico era evidente (al contrario de lo que había sido
evidente para H iparco) q - e la Tierra no puede moverse uniforme­
mente en un círculo con t i Sol como centro. Por ello, Copérnico
situó al Sol, no en el cen::D de la órbita de la T ierra, sino a alguna
distancia de éste. El c e n t:: del Sistem a Solar, y del universo, en el
sistema de Copérnico, no e :a en m odo alguno el Sol, sino más bien
un «so l m edio», o centro ¿ t la órbita de la Tierra. Por consiguiente,
56 El nacimiento de la nueva física

es preferible aludir al sistem a de Copérnico como a un sistem a helios­


tático en lugar de un sistem a heliocéntrico. Copérnico se oponía enér­
gicam ente al sistem a del ecuante, que había sido introducido por
Ptolom eo. Para Copérnico era necesario, como lo había sido también
para los astrónom os griegos de la antigüedad, que los planetas se
m ovieran uniform emente en círculos. Para producir órbitas plane­
tarias alrededor del Sol que arrojaran resultados conformes con la
observación real, sin em bargo, term inaba por introducir círculos m o­
viéndose en círculos, al igual que había hecho Ptolom eo. L a diferen­
cia principal aquí es que Ptolom eo había introducido una tal com bi­
nación de círculos para explicar ante todo el m ovimiento retrógrado,
m ientras que Copérnico (fig. 14) explicaba el m ovim iento retrógrado,
como ya hemos visto, mediante el hecho de que los planetas se m ue­
ven en sus órbitas sucesivas a diferentes velocidades '. La com para­
ción de las dos figuras que representan los sistem as de Copérnico y
Ptolom eo no m uestra que uno de ellos fuese, de alguna manera evi­
dente, «m ás sencillo» que el otro.

C o p é r n ic o versus P tolom eo

¿C uáles eran las ventajas y desventajas del sistem a copernicano,


com paradas con las del ptolem aico? En prim er lugar, una indudable
ventaja del sistem a copernicano era la relativa facilidad en explicar
el m ovimiento retrógrado de los planetas y en m ostrar por qué sus
posiciones relativas al Sol determ inaban tal movimiento. Una segun­
da ventaja de este sistem a era que proporcionaba una base sobre la
que determ inar las distancias de los planetas al Sol y a la Tierra.
A veces se dice que el sistem a de Copérnico constituyó una gran
sim plificación, pero esto se debe a un m alentendido. Si se considera
al sistem a copernicano en su form a rudim entaria de un único círculo
para cada planeta alrededor del Sol, entonces esta suposición es váli­
da. Pero un tal sistem a de círculos puros y sim ples sólo puede ser
una cruda aproxim ación, como bien sabía Copérnico. H em os visto
que, para obtener una representación más exacta de los movimientos
planetarios, recurría a la combinación de un círculo m oviéndose en

1 Una últim a com plejidad del sistem a de C opérnico su rgió de las dificultades
que experim entó a la hora de explicar por qu é el eje de rotación de la Tierra
perm anece fijo en su orientación con respecto a las estrellas, a pesar de que la
T ierra se m ueve en su órbita. E l «m ovim ien to» introducido por C opérnico re­
su ltó ser innecesario. G alileo m ostró m ás tarde que, debido a que no hay fuerza
alguna actuando para girar el eje de la T ierra, éste no debe m overse, sino per­
m anecer siem pre paralelo a sí mismo.
3. L a T ierra y el U niverso 57

F ig . 14. — El sistema ptolem atco (A) y el sistema copernicano (B) eran d e una
com plejidad más o m enos parecida, com o se puede ver en esta comparación.
Los puntos del extrem o interior d e los radios d e los deferentes d e los planetas
(círculos grandes) denotan los centros de las órbitas en relación con el centro
de la órbita del Sol en el sistem a ptolem aico y en relación al Sol en el sistema

círculo, en alguna m edida rem iniscente de las construcciones epicícli-


cas de Ptolom eo, si bien con un propósito distinto.
Vamos a explorar a continuación los motivos para no aceptar el
sistem a copernicano. U na razón muy im portante era la ausencia de
cualquier paralaje anual de las estrellas fijas. El fenómeno de la para­
laje consiste en el desplazam iento que se produce en la línea visual
cuando se ve al m ismo objeto desde dos posiciones diferentes. Sobre
este principio se construyen los telém etros para la artillería y para
58 E l nacim iento de la n uev a física

para m ejorar la visualización. En el sistema ptolem atco, los centros d e estos


dos epiciclos perm anecen fijo s en una línea recta trazada desde la Tierra al Sol
(según W illiam D. Stahlman).

las cám aras fotográficas. Considere el m ovim iento de la T ierra en


el sistem a copernicano. Si se exam inan las estrellas a intervalos de
seis m eses, esto equivale a hacer observaciones desde los extrem os
de una lín ea base de una longitud de 300 m illones de kilóm etros
(fig. 15), ya que el radio de la órbita de la T ierra alrededor del Sol
es de 150 m illones de kilóm etros. Como Copérnico y los astrónomos
de su época no podían determ in ar ninguna p aralaje en las estrellas
fijas m ediante tales observaciones sem estrales, había que suponer que
3. La T ierra y e l U niverso 59

T,

T.
F ig . 15. — La paralaje anual d e una estrella es el ángulo p, con el cual es posible
calcular la distancia d esd e e l Sol y la Tierra. La posición d e la Tierra a inter­
valos de 6 m eses se designa p o r Ti y Ti. L a distancia Ti T i suministra una línea
base de 300.000.000 kilóm etros d e longitud, desde la cual se pu ede observar
a la estrella P y obten er el ángulo Ti PTi, o 2p.

las estrellas se encontraban a una enorm e distancia, si es que verda­


deram ente la T ierra está m oviéndose alrededor del Sol. Era mucho
más fácil decir que la ausencia de cualq uier paralaje anual observada
en las estrellas fijas tendía a refutar todo el fundam ento del sistem a
copernicano. M uchos siglos después de Copérnico, de hecho hace
aproxim adam ente unos 150 años, telescopios m uy perfeccionados
perm itieron observar a los astrónom os esta p aralaje en las estrellas
fijas. H asta esa fecha, sin em bargo, la existencia de tal paralaje (que
tenía que ser m uy pequeña) tuvo que ser aceptada por los astróno­
mos como cuestión de fe.
Tras el fracaso de la observación astronóm ica, vamos ahora a
tratar del fracaso de la m ecánica. ¿Cóm o explicaba Copérnico el
m ovim iento de los cuerpos en una T ierra que se m ueve? Se trata
de los problem as que ya hem os discutido en el prim er capítulo, nin­
guno de los cuales explicó adecuadam ente Copérnico. Suponía que,
de un modo u otro, el aire alrededor de la T ierra se m ueve con ella,
y que este aire está de algun a m anera ligado a la m isma. De acuerdo
con E dw ard Rosen, « la teoría de la gravedad de Copérnico postu­
laba un proceso separado de cohesión gravitato ria para cada cuerpo
celeste in d ivid ual, no sólo la T ierra, sino tam bién el Sol, la Luna y
les planetas, cada uno de ellos m antenido en su forma esférica por
la operación de esta tendencia. Los objetos situados en el aire cercano
a la T ierra podían estar som etidos a dicha tendencia, o el aire cer­
cano y los objetos en él podían com partir la rotación de la T ierra
porque son contiguos a ella . O freciendo estas sugerencias alternativas
60 E l nacim iento de la nueva física

(Revolutionibus I, 8-9), Copérnico contribuyó a sem brar las sim ien­


tes de lo que más tarde se d esarro llaría en los conceptos de la gra­
vitación universal y de la in ercia».
Pero había otro problem a, de alguna m anera aún más difícil de
explicar — la naturaleza del m ismo Sistem a Solar. Si Copérnico toda­
vía se atenía a los principios de la física aristotélica — y nunca inven­
tó una nueva física para reem plazarla— ¿cóm o podía explicar que
la T ierra parece realizar una rotación d iaria y moverse en una órbita
circular anual, m ovim ientos ambos contrarios a su naturaleza? De
hecho, Copérnico se vio obligado a decir que la T ierra, al g irar alre­
dedor del Sol, era «sim plem ente otro p lan e ta ». Pero la afirm ación
de que la T ierra es «sim plem ente otro p lan e ta» se in terpretaría for­
zosam ente como una negación del principio aristotélico de que la
T ierra y los planetas están hechos de diferentes m ateriales, están
sujetos a diferentes conjuntos de leyes físicas, y por ello se com­
portan de manera diferente. E l que la T ierra se m oviera en una órbita
circular alrededor del Sol podía parecer que im plicaba que nuestro
planeta sufría un m ovim iento violento; pero la física aristotélica
atrib uía un movim iento n atu ral lin eal sólo a objetos constituidos
por m ateria terrestre, y no a la T ierra en su conjunto. En la antigua
física aristotélica, la T ierra, en realid ad , no podía tener ningún tipo
de m ovim iento, ni natural ni violento. Copérnico argum entaba que,
en general, « la rotación es n atu ral a la e sfe ra»; y así llegó {Revolu-
tionibus I, 8) a concluir que ya que la T ierra tiene forma esférica
— « s i alguien opinara que la T ierra gira, seguram ente diría que su
m ovim iento es natural y no v io len to ». A unque Copérnico introducía
los preceptos básicos de A ristó teles (como aquel de que la T ierra no
puede m overse), no elaboró un nuevo sistem a físico plenam ente via­
ble y adecuado al tipo de problem as que suponía el concepto de que
nuestro planeta está en m ovim iento.
M uchos de los que han leído el libro de Copérnico habrán que­
dado desconcerados por su afirm ación de que la T ierra tiene nece­
sariam ente una rotación sobre su eje tanto como un m ovim iento
sobre un gran círculo alrededor del Sol, y que esto era consecuencia
de que tiene una forma esférica. Como hemos visto, Copérnico argu­
m entaba que un m ovim iento esférico es « n a tu ra l» para una esfera.
¿Cóm o, entonces, podía sostener tam bién que el Sol, que tiene una
form a esférica, está parado y, ni gira sobre su eje, ni se m ueve en
una revolución anual?
Un últim o problem a de carácter físico al que tuvo que enfrentarse
se refería a la Luna. En el sistem a copernicano era posible explicar
que, aunque la T ierra gire alrededor del Sol, los objetos que caen
siguen cayendo en línea recta hacia abajo, y que los pájaros no se
3 . La T ierra y el U niverso 61

pierden, porque el aire, de una m anera u otra, está vinculado a la


T ierra. Es decir, Copérnico (Revolutionibus I, 8) suponía que, debido
a que el aire alrededor de la T ierra está de algún modo «lig a d o » a la
m isma, participa en sus m ovim ientos; esto es, gira con la T ierra y
se m ueve junto con el p lan eta en su órbita a través del espacio. Por
lo tanto, m ientras la T ierra g ira sobre su eje y cumple su órbita alre­
dedor del Sol, el aire hace que los objetos que caen m antengan su
posición respecto al suelo m ientras están cayendo, de modo que
— para un observador terrestre— parecen caer en lín ea recta. Su
m ovim iento es, consecuentem ente, «d o b le; siendo en cada caso un
compuesto de recto y c irc u la r». Copérnico no discute el argum ento
relativo a pájaros u otras criatu ras vivientes, ni siquiera a las nubes,
pero el caso es en gran m edida el m ismo que para el lanzam iento y
la caída de cuerpos. No o b stan te, este argum ento no puede extenderse
a la Luna, debido a que Copérnico pensaba que solam ente el aire
relativam ente cercano a la T ierra es arrastrado con ella. Si nos ale­
jamos de la T ierra llegam os a «aq u ella parte del aire» que, sostiene
Copérnico, «no se ve afectada por el m ovim iento de la T ierra por
su gran distancia de e lla » . L a Luna requiere otro tipo de explicación.
Para Copérnico era ésta una cuestión d ifícil de resolver.
H asta ahora hemos lim itad o nuestra atención a dos aspectos del
sistem a copernicano: que resultab a por lo menos tan complejo como
el sistem a ptolem aico, y que si se aceptaba se presentaban problem as
físicos aparentem ente irreso lub les. Si a estas objeciones añadimos
algunas otras dificultades generales del sistem a copernicano, puede
com prenderse fácilm ente que la publicación de su libro en 1543 no
pudiera, por sí m ism a, lle g a r a revolucionar el pensam iento físico
o astronómico.

Problemas con un u n iv e r so c o pe r n ic a n o

A parte de los problem as puram ente científicos, el concepto de


una T ierra en m ovim iento originaba unos serios retos intelectuales.
Después de todo, es bastan te tranquilizador pensar que nuestro ho­
gar está fijo en el espacio y que tiene su propio lugar en el esquem a
de las cosas, en vez de ser un insignificante puntito dando vueltas
sin fin en uno u otro lugar del vasto o quizá incluso infinito univer­
so. La singularidad aristotélica de la T ierra, basada en su posición
supuestam ente fija, daba a la gente un sentim iento de orgullo que
difícilm ente podría surgir al sentirse habitantes de un planeta relati­
vamente pequeño (en com paración con Jú p iter o Saturno), en un
lugar más bien insignificante (la tercera posición de entre siete órbitas
62 El n acim iento de la nueva física

planetarias sucesivas). La afirm ación de que la T ierra es «sim plem ente


otro p lan eta» sugiere que posiblem ente ni tan siquiera se distinga
por ser el único globo habitado, y esto im p lica que los terrestres no
son únicos. Y quizá haya otras estrellas que son soles con sus p la­
n etas, cada uno con otras ciases de hombres y m ujeres. La m ayoría
de la gente del siglo x v i no estaba preparada para tales ideas, y el
testim onio de sus sentidos fortalecía sus prejuicios. ¡U n planeta, cla­
ro que sí! C ualquiera que m ira a un plan eta — Venus, M arte, Júpi­
ter o Saturno— « v e rá » inm ediatam ente que se trata ce «o tra estre­
lla » y no de «o tra T ie rra ». El hecho de que estas « e stre llas» plane­
tarias son más brillantes que las o tras, que deam bulan respecto a las
otras, y que tienen ocasionalm ente un m ovim iento retrógrado no las
convierte en algo diferente a las dem ás estrellas (o estrellas fijas);
tales propiedades, «o b v iam en te», no hacen que las «estrellas erran­
tes» (que llam am os planetas) tengan algún parecido con nuestra T ie­
rra. Y por si no fuera suficiente que todo e l «sen tid o com ún» se
rebele contra la idea de que la T ierra sea «sim p lem en te otro pla­
n eta», está el testim onio de las E scrituras. U na y otra vez la Sagrada
E scritura menciona un Sol en m ovim iento y una T ierra inm óvil. In­
cluso antes de la publicación del De revolutionibus, M artin Lutero
se había enterado de las ideas de Copérnico y las había condenado
violentam ente por contradecir la B ib lia. Y todos sabemos m uy bien
que la subsiguiente defensa de G alileo en favor d el nuevo sistema
le puso en conflicto con la Inquisición rom ana.
D ebería haber quedado claro, por tanto, que la alteración del
marco del universo propuesta por Copérnico no se podía lograr sin
hacer estrem ecer toda la estructura de la ciencia y de nuestra con­
cepción sobre nosotros mismos. E l libro de Copérnico condujo final­
m ente a una ferm entación en el pensam iento sobre la naturaleza del
universo, y de la T ierra, que, en el transcurso del tiem po, provocaría
profundos cam bios. En este sentido, podemos fijar la fecha del in i­
cio de la revolución científica en 1543. Los problem as planteados y
sus im plicaciones penetraron los mismos fundam entos de la física
y de la astronom ía. Por lo dicho hasta ahora debería hacerse eviden­
te la forma en que los cam bios en un sector de las ciencias físicas
afectan a todo el conjunto de las ciencias. H oy en día los científicos
están fam iliarizados con este fenómeno, al haber sido testigos del
desarrollo de la m oderna física atóm ica y de la teoría cuántica. En
ningún lugar, sin em bargo, se puede observar m ejor la unidad de
estructura de la ciencia que en el hecho de que el sistema copernica­
no, tanto en su forma más sencilla como en la más com pleja, no podía
m antenerse por sí mismo tal como fue expuesto por Copérnico. R e­
quería una m odificación de las ideas vigentes en la época acerca de
3 . La T ierra y el U niverso 63

la naturaleza de la m ateria, la naturaleza de los planetas, del Sol, de


la Luna y de las estrellas, y acerca de la naturaleza y acciones de la
fuerza en relación con el m ovim iento. Como bien se ha dicho, la
significación de Copérnico no resid ía tanto en el sistem a que propuso
como en e l hecho de que este sistem a sería la mecha que iba a en­
cender la gran revolución en la física que asociamos con nombres de
científicos tales como G alileo , Johannes K epler e Isaac N ew ton. La
llam ada revolución copernicana fue en realid ad una revolución poste­
rior de G alileo, K epler y N ew ton.
C ap ítu lo 4

LA EXPLORACION DE LAS PROFUNDIDADES


DEL UNIVERSO

El desarrollo de la ciencia sigue unos ritm os no del todo diferen­


tes a los de la m úsica. Como en las sonatas, ciertos temas se repiten
en una secuencia de variaciones más o menos ordenada. El lugar de
Copérnico en la h istoria de la ciencia puede ilu strar bien este proceso.
Aunque su sistem a no fue ni tan sencillo ni tan revolucionario como
se presenta con frecuencia, su libro planteó todas las cuestiones que
habían estado ocultas tras cada esquem a cosmológico desde la anti­
güedad. Las com plicadas pruebas de la inm ovilidad de la T ierra que
habían dado A ristóteles y Ptolom eo nunca podían ocultar del todo
a cualquier lector que era posible otro parecer, aquel que ambos ha­
bían atacado.

La e v o l u c i ó n d e l a n u e v a f í s i c a

Como en toda com posición de música bien estructurada, el prin­


cipal tema corpernicano aparece en partes separadas. Un hombre de
la antigüedad, H eráclides de Ponto, había presentado la idea de la
rotación de la T ierra, pero no del m ovim iento orbital, m ientras que
A ristarco poseía un esquem a según el cual la T ierra giraba sobre su
eje y a la vez daba vueltas alrededor del Sol al igual que los planetas.
En el medievo latino an terio r a Copérnico no era infrecuente hallar
pensadores, como el francés Nicolás Oresme y el alemán Nicolás de
65
66 El nacim iento de la nueva física

Cusa, que consideraban un posible m ovim iento (un m ovim iento de


rotación) de la T ierra, y hubiera resultado verdaderam ente extraor­
dinario que el tem a de la T ierra m óvil no se hubiera presentado de
nuevo después de Copérnico. El De revolutior.icus contenía la más
com pleta explicación de un universo heliostático jam ás elaborada, y
para los especialistas en astronom ía y los cosmólogos proponía m u­
cho de nuevo y de im portante. De h m isma m anera en que la lógica
de una sonata lleva de la exposición origin al J e un tema a sucesivas
variaciones, pero sin d ictar exactam ente cómo serán estas variaciones,
así la lógica del desarrollo de la ciencia nos p erm ite predecir cuáles
habrían tenido que ser algunas de las consecuencias de las ideas de
Copérnico, qué cam bios en el pensam iento se producirían necesaria­
m ente una vez aceptada esta nueva concepción del m undo. Pero sólo
el conocimiento de la histo ria m isma revela que la aceptación gradual
de las ideas copernicanas por un estudioso aq u í y otro allá se vio in ­
terrum pida brutalm ente en 1609, cuando un nuevo instrum ento cien­
tífico cam bió el nivel y el tono de la discusión sobre los sistem as
copernicano y ptolem aico en tal m edida que este año eclipsa al de
1543 en el desarrollo de la astronom ía m oderna.
Fue en 1609 cuando los científicos com enzaron por vez prim era
a u tilizar el telescopio para hacer estudios sistem áticos de los cielos.
Las revelaciones dem ostraron que Ptolom eo había com etido errores
específicos e im portantes, que el sistem a copernicano encajaba con
pulcritud los nuevos hechos resultantes de la observación y que la Luna
y los planetas tenían propiedades que los hacían m uy parecidos a la
T ierra de diversas m aneras, y m anifiestam ente distintos de las es­
trellas.
D espués de 1609, toda discusión de los respectivos méritos de
los dos grandes sistem as del mundo debía tratar inevitablem ente de
fenómenos que habían estado fuera del alcance e incluso de la im a­
ginación tanto de Ptolom eo como de Copérnico. Y una vez que se
vio que el sistem a heliocéntrico podía tener una posible base en la
«re a lid a d », se intensificó la búsqueda de una usica que pudiera ap li­
carse con igual validez en una T ierra en m ovim iento y en todas las
partes del universo. La introducción del telescopio habría sido sufi­
ciente por sí misma para cam biar el curso ce la ciencia, pero otro
acontecim iento de 1609 aceleró aún mas la revolución: Johannes
Kepler publicó su Astronomía nova, l.i cu.-;! no sólo sim plificó el sis­
tem a copernicano al descartar todos los epiciclos, sino que también
estableció firm em ente dos leyes del m ovim iento p lanetario, como ve­
remos en otro capítulo.
4. La exploración de las p rofun didades d el U niverso 67

G a lile o G a l ile i

El científico que fue el principal responsable de la introducción


del telescopio como instrum ento científico, y que puso los cim ientos
de la nueva astronom ía observacional y de una nueva física fue G a­
lileo G alilei. En 1609 era profesor en la U niversidad de Padua, en la
República de V enecia, y tenía cuarenta y cinco años, edad conside­
rablem ente m ayor que aq u ella en la que la gente cree que se hacen
los descubrim ientos científicos de gran im portancia. El últim o gran
italiano, a excepción de nobles y reyes, que la posteridad conocería
por su nombre de p ila, G alileo , nació en P isa, Italia, en 1564, casi
en el mismo día de la m uerte de M iguel A ngel y un año antes de
que naciera Shakespeare. Su padre le envió a la U niversidad de P isa,
donde su sarcástica com batividad le ganó rápidam ente el apodo de
«provocador». A unque en un principio pensó en estudiar m edicina
estaba m ejor rem unerada que la m ayoría de Jas otras profesiones__
pronto advirtió que no era una carrera para él. Descubrió la belleza
de las m atem áticas y de ahí en adelante dedicó su vida a este tem a,
junto con la física y la astronom ía. No sabemos con exactitud cuán­
do o cómo se hizo copernicano, pero según su propio testim onio esto
ocurno antes de 1597.
G alileo hizo su prim era contribución a la astronom ía antes de
que hubiera utilizado un telescopio. En 1604 una «n o va» o nueva
estrella apareció repentinam ente en la constelación de Ofiuco G ali­
leo demostró que se tratab a de una «verd ad era» estrella, ubicada fue­
ra, en los espacios celestes, y no dentro de la esfera de la Luna. Es
encontr° clue esta nueva estrella no tenía una paralaje
m edible y que, por lo tanto, se hallaba m uy lejos de la Tierra. A sestó
así un buen golpe al sistem a de la física aristotélica, pues dem ostró
que el cambio podía darse en los cielos a pesar de A ristóteles, quien
había m antenido que los cielos eran inm utables, y lim itado la región
donde era posiole el cam bio a la T ierra y sus alrededores. Su prueba
le pareció a G alileo tanto más decisiva cuanto que se trataba de la
segunda nova sin p aralaje m edible encontrada por los observadores.
La anterior de 1572, en la constelación de Casiopea, había sido es­
tudiada por el astrónomo danés Tycho Brahe (1 546-1601) la figura
mas destacada en la astronom ía entre Copérnico y G alileo. Entrenlos
logros de Tycho se h alla el diseño y la construcción de mejores ins­
trumentos p a n las observaciones a sim ple vista y el establecim iento
-e nu9V(^ órdenes de exactitud en Ja observación astronóm ica. La
nova de Tycho, cuyo b rillo en su apogeo com petía con el de Venus,
para uego desvanecerse paulatin am en te, lució durante dieciséis m e­
ses. L sta estrella no tenía ninguna paralaje perceptible, y tampoco
68 El n acim iento d e la nueva física

participaba del m ovim iento de los planetas, sino que m antenía una
orientación constante en relación con las dem ás estrellas fijas. Tycho
concluyó correctam ente que era posible el cam bio en la región de
las estrellas fijas, al m argen de lo que hubiera dicho A ristóteles o
cualquiera de sus p artidarios. Las observaciones de Tycho contribu­
yeron a acum ular pruebas contra A ristó teles, pero el golpe decisivo
tuvo que esperar hasta la noche en que G alileo enfocó por vez pri­
mera su telescopio hacia las estrellas.

E l T E LE SC O PIO : UN PA SO GIG A N T E

La historia del telescopio es por sí m isma un tem a interesante.


Algunos especialistas han intentado establecer que tal instrum ento
había sido concebido ya en la Edad M edia. En un libro publicado por
Thomas Digges en 1571 se describía un instrum ento quizá parecido
a un telescopio, y alrededor de 1604 un científico holandés poseía un
telescopio con una inscripción que afirm aba que había sido construi­
do en Italia en 1590. El efecto, si es que hubo alguno, que tuvieron
estos tempranos instrum entos sobre el desarrollo definitivo de los
telescopios nos es desconocido; quizá sea éste un ejem plo de un in­
vento que se efectuó y más tarde se perdió. Pero en 1608 este ins­
trumento fue reinventado en H olanda, y hay por lo menos tres per­
sonas que reclam an para sí el honor de haber construido el « p ri­
m ero». Nos preocupa poco aquí quién m erece realm ente tal honor,
va que nuestro problem a principal consiste en averiguar cómo cam­
bió el telescopio el curso del pensam iento científico. En algún mo­
m ento, a principios de 1609, G alileo conoció un inform e sobre el
telescopio, e! cual, sin em bargo, no contenía ninguna información
específica sobre la m anera en que el instrum ento estaba construido.
Anotó:

...¡lo g ó a mis oídos la n oticia cié que cierro flam enco hab ía fabricado un
anteojo m ediante el que los objetos visibles m uy alejados del ojo d el observador
se discernían claram ente como si se h allasen próxim os. Sobre dicho efecto, en
verdad adm irable, contábanse algunas experiencias a las que algunos daban fe,
m ientras que otros ias negaban. Este extrem o me fue confirm ado pocos días
después en una carta de un noble galo, Jacq ues B adovere, de París [u n antiguo
discípulo de G a lile o ]. lo que constituyó el m otivo que me indujo a aplicarm e
por entero a la búsqueda de las razones, no menos que a !a elaboración de los
m edios por los que p udiera alcanzar !a invención de un instrum ento sem ejante,
lo que conseguí poco después basándom e en la doctrina de las refracciones. Y ,
ante todo, me procuré un tubo de plomo a cuyos extrem os adapté dos lentes
de vidrio , ambas planas por una cara, m ientras qu e por la otra eran convexa la
4. La exploración de las profun didades del U niverso 69

una y cóncava la otra. A cercando luego el ojo a la cóncava, vi los objetos bas­
tante grandes y próxim os, ya qu e aparecían tres veces más cercanos y nueve
veces m ayores que cuando se contem plaban con la sola visión n atu ral. M ás tarde
me hice otro más exacto q u e representaba los objetos más de sesenta veces
mayores. Por últim o, no ahorrando en gastos n i fatigas, conseguí fabricar un
instrum ento tan excelente que las cosas con él vistas parecen casi m il veces
m ayores y más de treinta veces m ás próxim as q u e si se observasen con la sola
facultad natu ral.

G alileo no era el único observador que apuntaba el nuevo ins­


trumento hacia el cielo. Incluso es posible que dos observadores
— Thomas H arriot en In glaterra y Simón M arius en A lem ania— ha­
yan ido en algunos aspectos por delante de él. Pero parece que hay
un acuerdo general en que puede concederse a G alileo el m érito de
haber sido el prim ero en utilizar el telescopio para fines astronóm i­
cos, y que esta atribución queda justificada por « la manera persisten­
te con la que exam inó objeto tras objeto, siem pre que parecía haber
una perspectiva razonable de obtener resultados; por la energía y
agudeza con las que seguía cada pista; por la independencia de espí­
ritu con la que interpretó sus observaciones, y sobre todo por la pers­
picacia con la que reconocía su im portancia astronóm ica», como afir­
mó A rth ur B erry, histo riado r de la astronom ía británico. Adem ás, Ga­
lileo fue el prim ero en publicar un inform e sobre el universo visto a
través de un telescopio. El «m en saje» que G alileo diseminó por todo
el mundo en su libro de 1610 revolucionó la astronom ía (véase el
apéndice 1).
Es im posible exagerar los efectos de los descubrim ientos telescó­
picos sobre la vida de G alileo ; tan profundos fueron. Esto es cierto
no sólo con respecto a su vida y pensam iento personales, sino que
también es igualm ente cierto en lo que se refiere a su influencia sobre
la historia del pensam iento científico. G alileo había vivido la expe­
riencia de percibir los cielos tal y como son en realidad quizá por
prim era vez ], y dondequiera que m iraba encontraba una prueba que
apoyaba al sistem a copernicano frente al ptolem aico, o que cuanto
menos debilitaba la autoridad de los antiguos. Esta portentosa expe­
riencia — observar las profundidades del U niverso, ser el prim er mor­
tal en conocer e inform ar al mundo cómo son realm ente los cielos—
causó a G alileo una im presión tan honda que sólo considerando los
acontecimientos de 1609 en su justa proporción se puede compren­
der el rumbo que tom aría su vida a p artir de entonces. Y sólo de
esta m anera podemos apreciar cómo aconteció aquella gran revolución

1 No podía saber si. de hecho, algunos otros observadores se habían an ti­


cipado a su estudio de los cielos a través de un telescopio.
70 E l nacim iento de la nueva física

en la ciencia de la dinám ica de la que puede decirse con propiedad


que m arca el comienzo de la física m oderna.
P ara ver cómo se produjeron estos acontecim ientos volvam os a
los relatos de G alileo sobre sus descubrim ientos en un libro que
llam ó S id ereu s n u n ciu s, es decir, El m e n s a j e r o sid er a l (que es posible
traducir también como El m e n s a j e r o e s te la r o El m e n s a je e s t e l a r ). En
su subtítulo se dice que e l lib ro revela «gran d es y m uy adm irables
m aravillas e in vita a contem plarlas a rodos, aunque en especiab a los
filósofos y astrónom os». Los nuevos fenómenos observados, según de­
clara la portada del libro, se podían h allar «en la faz de la Luna, en
innum erables fijas, en la V ía L áctea, en las estrellas nebulosas, aun­
que sobre todo en cuatro p lanetas que giran con adm irable rapidez
en torno a la estrella de Jú p ite r con desiguales intervalos y períodos,
de los que nadie supo hasta este día y que hace poco observó por
vez prim era el autor, decidiendo llam arlos astros m edíceos».

El p a isa je d e l a Luna

Inm ediatam ente después de describir la construcción y el uso del


telescopio, G alileo se ocupa de los resultados. R evisaría « la s obser­
vaciones realizadas en los últim os dos m eses, invitando a todos los
am antes de la verdadera filosofía a la contem plación de grandes cosas».
El prim er cuerpo celeste a estud iar era la L un a, el objeto más
prom inente de los cielos (a excepción del Sol), y el más cercano a
nosotros. Los toscos grabados en m adera que acom pañan al texto de
G alileo no pueden transm itir la sensación de m aravilla y deleite que
en él despertó esta nueva visión de la Luna. El paisaje lunar, visto
a través del telescopio (lám inas 2 y 3), se despliega ante nosotros
como un mundo m uerto — un m undo sin color y, en la m edida en
que se puede apreciar, un mundo sin ningún tipo de vida. Pero la
característica que más claram ente se destaca en la fotografía, y que
tanto im presionó a G alileo en 1609, es que la superficie de la Luna
parece ser una especie de fantasm al paisaje te r r e s tr e . N adie que vea
estas fotografías, y nadie que m ire a través de un telescopio, puede
evitar la sensación de que la Luna es una T ierra en m iniatura, por
m uy m uerta que pueda parecer y de que a llí hay m ontañas y valles,
océanos y mares con sus islas. T odavía hoy nos referim os a estas re­
giones parecidas a océanos con el térm ino « m a ria » , si bien sabemos,
como más tarde descubrió G alileo, que no hay agua en la Luna, y
que éstas no son m ares en modo alguno (vJase el apéndice 2).
Las manchas de la L una, sea lo que fuere lo que se hubiera di­
cho sobre ellas antes de 1609, fueron vistas por G alileo bajo una
4. L a exploración de las p rofun didades d el U niverso 71

luz nueva y d istinta (lám in a 4). H alló «q u e la superficie de la Luna


no es de hecho lisa, uniform e y de esfericidad exactísim a, tal y como
ha enseñado de ésta y otros cuerpos celestes una numerosa cohorte
de filósofos, sino que, por e l contrario, es desigual, escabrosa y llena
de cavidades y prom inencias, no de otro modo que la propia faz de
la T ierra, que presenta a q u í y allá las crestas de las m ontañas y los
abismos de los v a lle s». E l b rillan te estilo con e l que G alileo describe
el carácter terrestre de la Luna es m anifiesto en el siguiente extracto:

M as ocurre tam bién q u e no sólo los confines en tre las tinieblas y la lu z se


ven desiguales y sinuosos en la L un a, sino qu e adem ás, lo que representa una
m ayor m aravilla, en la p arte tenebrosa de la L un a aparecen innum erables puntos
lum inosos com pletam ente sep arados y desgajados de la región ilum in ada, ale­
ján dose d e e lla un in tervalo no pequeño. Estos p un to s, poco a poco y trans­
currido un cierto tiem po, aum entan de tam año y de lu z, uniéndose después, al
cabo d e dos o tres horas, a la re stan te p arte ilum in ada qu e se ha tornado m ayor.
Pero, en tretan to , más y m ás cú sp id es, cual si brotasen a q u í y a llí, se encienden
en la p arte tenebrosa, crecen y term inan tam bién por un irse a la m ism a super­
ficie lum ino sa qu e se ha id o d ilatan d o cada vez m ás. ¿A caso no o curre lo m is­
mo en la T ierra, donde antes d e la salida d el Sol las más altas cim as de los
m ontes se h allan ilum in adas por los rayos solares, m ien tras que la som bra ocupa
aún las llan u ras? ¿A caso al cabo d e un tiem po no se va dilatando aq u ella luz
a m edida q u e se ilum in an las p artes m edias y m ás am plias de esos m ism os mon­
tes y, una vez que el Sol h a salid o , no term inan por u n irse las partes ilum in a­
das de llan u ras y co linas? L a variedad de tales elevaciones y cavidades de la
L una parece sup erar en todos los sentidos la aspereza d e la superficie terrestre,
como más ad elan te dem ostrarem os.

No sólo describió G alileo la aparición de m ontañas en la Luna;


tam bién m idió su altu ra 2. Es característico de G alileo, como cientí­
fico de la escuela m oderna, el que tan pronto como encontraba cual­
quier tipo de fenómeno, quisiera m edirlo. Está m uy bien que nos
inform en de que el telescopio revela la existencia de montañas en la
Luna, como las que hay en la T ierra. ¡P ero cuánto más extraordina­
rio es, y cuánto más convincente, que nos inform en de que hay mon­
tañas en la Luna y que tienen exactam ente una altura de 4 m illas!
El cálculo que hizo G alileo de la altura de las montañas de la Luna
ha resistido la prueba del tiem po, y hoy día concordamos con la es­
tim ación que hizo de su altu ra m axim a. (Los interesados encontrarán

U na de las m aravillas de n u estra época es que los astronautas hayan via­


jado a la L una y observado qu e su superficie es cal y como G alileo la había
descrito; un a hazaña que m illon es de observadores pudieron ver en sus p an tallas
de televisión, y que ha quedado registrada para la posteridad en el testim onio
de fo tografías y m uestras de roca.
72 El nacim iento de la nueva física

en la figura 16 el método que em pleó G alileo para calcular la altura


de estas m ontañas.)
Para ver que es todo un abism o el que separa la descripción rea­
lista que G alileo da de la Luna, que se parece a la descripción que
podría dar un piloto de la T ierra vista desde el aire, de la concepción
comúnmente aceptada, lea las siguientes líneas de la D ivina co m ed ia ,
de Dante. E scrita en el siglo x iv , esta obra se considera generalm ente
como la m áxim a expresión de la cultura m edieval. En esta parte del
poema D ante ha llegado a la Luna y discute ciertas de sus caracterís­
ticas con B eatriz, quien le habla con la «voz d iv in a». Así es como
le pareció la Luna a este viajero m edieval del espacio:

P a r ecía m e q u e n o s e n v o l v í a una n u b e lúcida, d en sa , sólida y bruñida,


c o m o u n d ia m a n te h e r id o p o r l o s r a y o s d e l Sol.
La perla e ter n a n o s r e c i b i ó d e n t r o d e si c o m o e l agua que, p e r m a n e ­
c i e n d o unida, r e c i b e un ra y o d e lu z . . -

D ante le preguntaba a B eatriz:

« P e r o d e c i d m e : ¿ q u é s o n esas o s cu r a s s e ñ a le s s o b r e e s t e cu erp o , q u e
allá aba jo en la T ierra dan o c a s ió n a la g e n t e d e c o n ta r la patra­
ña d e C aín?»
Se s o n r i ó un p o c o y m e d i j o : « Y si la o p i n i ó n d e l o s m o r ta les s e ex ­
travía, allá d o n d e la ¡la v e d e l o s s e n t i d o s n o p u e d e abrir,
en v e r d a d n o d e b er ía n h e r ir te ya las f l e c h a s d e la a d m ira ció n ; p u e s
v e s q u e si la razón c e d e a l o s s e n tid o s , d e b e t e n e r m u y co rta s las
a la s...»

D ante había escrito que los sentidos del hombre le engañan, que
la Luna es en realidad etern a, perfecta y absolutam ente esférica, e
incluso homogénea. Creía que no se debía sobrestim ar el poder de
la razón, ya que la m ente hum ana no es lo suficientem ente poderosa
como para desentrañar los m isterios cósmicos. G alileo, por otro lado,
confiaba en la revelación de los sentidos am pliada por el telescopio,
y así concluyó:

De este modo, si alguien q u isiese resu citar la an tigu a opinión de los p itagó­
ricos según la cual la Luna sería algo así como o tra T ierra, la parte más lu m i­
nosa de ella representaría más bien la sup erficie sólida, m ientras que la más
oscura sería el agua. Por mi parte, nunca he dudado de qu e, en el globo terres­
tre visto desde lejos cuando se h alla ilum inado por los rayos solares, la super­
ficie de la tierra se ofrece a la vista más lum inosa y la líq u id a más oscura.
Ai X

F ig . 16.— La m edición qu e efectu ó G alileo d e la altura d e las montañas d e la


Luna era sencilla pero convincente. El punto N es el terminator (frontera) entre
las partes iluminada y no iluminada d e la Luna. El punto Aí es una mancha
brillante observada en la región d e la som bra; G alileo supuso correctam ente que
la mancha brillante era el pico d e una montaña, cuya base permanecía en la
som bra debido a la curvatura de la Luna. P odía calcular el radio de la Luna a
partir d e su distancia a la Tierra, ya conocida, y podía estimar la distancia ¿VAÍ
a través de su telescopio. Entonces, por el teorem a d e Pitágoras, CA Í’ = MN2 4*
4- CN2 o, com o R es el radio y x la altura del pico,
(K 4- x)2 = R2 + AíiV-
R: - 2R x + x2 = R2 + AÍN2
x~ -r 2Rx - MN2 = O,
ecuación qu e se resuelve fácilm ente para x, la altura d el pico.
74 E l n acim iento d e la nueva física

A parte de la afirm ación sobre e l agua, que G alileo corrigió más


tarde, la im portancia de esta conclusión reside en que G alileo vio
que la superficie de la Luna aporta una prueba de que la T ierra no
es única. Como la Luna se parece a la T ierra, había dem ostrado que
cuanto menos el cuerpo celeste m ás cercano no goza de esta uniform e
perfección esférica atribuida por las autoridades clásicas a todos los
cuerpos celestes. No se refirió a esto sólo de p asada; algo más ade­
lan te vuelve sobre esta id ea, cuando com para una p arte de la Luna
con una región específica de la T ierra: «E l lu g ar que se h alla casi
en el centro de la Luna está ocupado por una cavidad m ayor que
todas las dem ás, siendo de una figura perfectam ente red o n d a... Por
lo que atañe a las luces y som bras, ofrece el m ism o aspecto que ha­
bría de presentar sobre la T ierra la superficie sim ilar de Bohem ia si
se h allase circundada por m ontes altísim os dispuestos perfectam ente
en círculo .»

LUZ CENICIENTA

En este punto, G alileo introduce un descubrim iento aún más sor­


prendente: la luz lunar cenicienta. E ste fenóm eno puede verse en la
fotografía reproducida en la lám in a 5. En la m ism a se pone de m ani­
fiesto, al igual que puede verse exam inando la L una a través de un
telescopio, lo que G alileo llam ab a una ilum inación «secu n d aria» de
la superficie oscura de la Luna. Es posible dem ostrar geom étricam en­
te que esta ilum inación concuerda a la perfección con la luz del Sol
que refleja la T ierra hacia las regiones oscuras de la Luna. No puede
ser una luz propia de la L una, n i una contribución de la luz estelar,
ya que entonces se m anifestaría durante los eclipses, y esto no es así.
Tampoco puede provenir de V en as o de cualq uier otra fuente pla­
netaria. ¿Q ué hay de tan notable, preguntaba G alileo, en una Luna
ilum inada por la T ierra? «E n ju sta y agradecida compensación de­
vuelve la T ierra a la Luna una ilum inación pareja a la que recibe casi
continuam ente de la m ism a L una en las m ás profundas tinieblas de
la noche.» Por m uy asombroso que pudiera haber parecido este des­
cubrim iento a los lectores de G alileo , hemos de apuntar que la luz
cenicienta había sido estud iad a con anterioridad por el m aestro de
K epler, M ichael M ástlin , en una disp uta sobre eclipses (1 5 9 6 ), y por
el m ismo Kepler en su tratado sobre óptica de 1604.
G alileo term ina su descripción de h Luna inform ando a sus lec­
tores de que exam inará este tem a más extensam ente en su libro sobre
El sistema del mundo. «E n este libro — dice— , con num erosas razo­
nes y experiencias m ostraré cuán potente es la luz solar reflejada por
4. La exploración de las p rofun didades d el U niverso 75

la T ierra a quienes pretendan que ha de atrib uirse a la danza de las


estrellas, sobre todo por h allarse [ la T ie rra ] carente de luz y m ovi­
m iento. Por nuestra p arte, confirm arem os con dem ostraciones y aun
con m il razones naturales que aquélla es erran te y superior en brillo
a la Luna, y no un sum idero de inm undicias y heces terren ales.» Este
fue e! prim er anuncio de G alileo de que estaba escribiendo un libro
sobre el sistem a del m undo, una obra que se dem oró muchos años y
que — cuando finalm ente se publicó—- m otivó su proceso por la In ­
quisición rom ana y su condena y subsiguiente encarcelam iento.
Pero fíjese en lo que G alileo había probado hasta entonces. M os­
tró que los antiguos estaban equivocados en sus descripciones de la
Luna. La Luna no es el cuerpo perfecto que habían m ostrado, sino
que se parece a la T ierra, la cual, por lo tanto, no puede considerarse
única, y, en consecuencia, d istin ta de todos los objetos celestes. Y , por
si esto no fuera suficiente, sus estudios sobre la Luna habían m os­
trado que la T ierra b rilla. Y a no era válido decir que la T ierra no
es un cuerpo b rillan te como los planetas. Y si la T ierra b rilla al igual
que la L una, ¡quizás los p lanetas tam bién b rillan del mismo modo, re­
flejando la luz del Sol! R ecuerde que en 1609 todavía seguía sin resol­
ver la cuestión de si los p lan etas b rillan con luz propia, como el Sol y
las estrellas, o si b rillan a causa de la luz reflejad a, como la Luna.
Como verem os en breve, uno de los m ayores descubrim ientos de G a­
lileo fue que los planetas b rillan por la luz que reflejan al circundar
al Sol en sus órbitas.

A b u n d a n c ia de estrellas

Antes de tratar de este tem a vamos a m encionar brevem ente al­


gunos de los otros descubrim ientos de G alileo. Cuando G alileo miró
las estrellas fijas encontró que, al igual que los planetas, «n o parecen
aum entar de tamaño en la m ism a proporción según la cual se incre­
m entan los restantes objetos, incluyendo la L u n a». A dem ás, llamó
la atención sobre « la diferencia que m edia entre el aspecto de los
planetas y las estrellas fija s» en el telescopio. «L o s planetas presen­
tan sus globos exactam ente redondos y delineados y, a modo de lu-
nitas com pletam ente inundadas de luz, aparecen orbiculares, m ientras
que las estrellas nunca se ven delim itadas por un contorno circular,
sino que presentan como fulgores cuyos rayos vibran en torno y cen­
tellean notablem ente.» Tenem os aquí la base de una de las grandes
respuestas de G alileo a los detractores de Copérnico. E videntem ente,
las estrellas tienen que estar a una distancia enorm e de la T ierra en
com paración con los plan etas, ya que un telescopio puede aum entar
76 El nacim iento de la nueva física

los planetas hasta que parezcan discos, pero no puede hacer lo mismo
con las estrellas fijas.
G alileo relató cómo se sintió «abrum ado por la ingente abundan­
cia de estre lla s», tantas que encontró que, «disem inadas en torno a
las antiguas y dentro de los lím ites de uno o dos grados se reúnen
más de q u in ien tas». A las tres estrellas ya conocidas en el Cinturón
de O rion y a las seis de la Espada (véase fig. 1 7 ) añadió «ochenta
recientem ente contem pladas». Presentó los resultados de sus obser­
vaciones en varios dibujos con un gran núm ero de estrellas descu­
biertas por vez prim era entre las estrellas antiguas. A unque G alileo
no lo dijera explícitam ente, esto significaba que apenas era necesario
confiar en los antiguos, ya que éstos no habían visto jam ás la mayo­
ría de las estrellas, y habían hablado basándose en elem entos de ju i­
cio lam entablem ente incom pletos. G alileo expuso una desventaja de
la observación a sim ple vista en térm inos de « la naturaleza o carác­
ter de la V ía L áctea». Con la ayuda del telescopio, escribió, se ha
exam inado la V ía Láctea, «d irim ien d o así con la certeza que dan
los ojos todos los altercados que han atorm entado durante tantos si­
glos a los filósofos y liberándonos de las disputas verb ales». V ista a
través del telescopio, la V ía Láctea «n o es otra cosa que un conglome­
rado de innum erables estrellas reunidas en montón. H acia cualquier
región que se d irija el anteojo, inm ediatam ente se presenta a la vista
una ingente cantidad de estre lla s». Y esto era cierto no sólo para la
Vía Láctea, sino tam bién para «la s estrellas que hasta este día han
denominado todos los astrónom os ‘nebulosas’» , y que «son cúmulos
de estrellitas adm irablem ente esparcid as». Y ahora la gran noticia:
Hemos expuesto brevem ente lo que hasta ahora hem os observado respecto
a la L una, las estrellas inerrantes y la G alaxia. R esta lo que parece más notable
de l a presente em presa, cu al es m ostrar y dar a conocer cuatro p l a n e t a s nunca
vistos desde el comienzo del m undo hasta nuestros d ías y las circunstancias de
su descubrim iento y observación, así como sus posiciones y las observaciones
realizadas los dos últim os m eses acerca de sus desplazam ientos y cam bios. A si­
m ismo invitam os a todos los astrónom os a que se d ediqu en a la investigación
y definición de sus períodos, cosa que nosotros no hemos podido hacer en abso­
luto hasta hoy por falta de tiem po. Sin em bargo, advertim os nuevam ente, a
fin de que no se entreguen in útilm en te a tal inspección, qu e se precisa un ante­
ojo m uy exacto, como e l que describim os al com ienzo de este discurso.

Es interesante observar que G alileo llam aba los objetos que aca­
baba de descubrir «estrellas M ed iceas», aunque nosotros las llam a­
ríamos lunas o satélites de Jú p ite r 3. Hemos de recordar que en los
2 N uestro térm ino «sa té lite » se co nvirtió en p arte d el lenguaje estándar de
la ciencia sólo después de que fuera u tilizad o en este sentido por N ewton en
sus Principia (1687).
4. La exploración de las p rofun didades d el U niverso 77

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F ig . 1 7 .— E l Cinturón y Espada de Orion, visto a través del telescopio de G¿li­


lao, contenía ochenta estrellas '?:ds (las mas pequeñas) d e las qu e se podían
discernir a sim ple vista.
78

I-Amina 1. — «¿Volverá a caer cu el mismo sitio?» liste antiguo grabado en madera, tonudo de la correspondencia de Rene
Descartes, ilustra un experimento propuesto por el Padre Mcrsenne, contemporáneo y amigo de Cnilileo, para verificar el
El nacim iento de la nueva física

comportamiento de cuerpos en cuida. «Retombera-t-il?» pregunta la leyenda. ¿Volverá a caer aquí la bala del cañón?
4. La exploración de las p rofun didades d el U niverso 79

L á m in a I I . — Ufi paisaje com o el d e la Tierra, pero muerto, fu e lo que impre-


'io'ió a G alileo la prim era vez qu e en focó su telescopio hacia la Luna.
30 El nacim iento de la nueva física

Lám ina I I I . — G.;t:ieo f u e e l p r i m e r o e n v e r lo s c r á t e r e s d e la Luna. Sus o b s e r ­


v a c i o n e s aca b a ron c o n la vieja c r e e n c i a d e q u e la Luna era lisa y p e r f e c t a m e n t e
esférica.
4. La exploración de las profundidades d el U niverso 81

L á m i n a I V .— S e reproduce aquí un dibujo de la Luna hecho por el mismo GjIí-


leo, pero al revés con respecto 2 la form a en qu e se muestran habitualm ente
las fotografías astronómicas. Las cámaras telescópicas toman las fotos invertidas.
82 El n acim ien to de la nueva física

tiem pos de G alileo casi todos los objetos celestes se denominaban


estrellas — un térm ino que podía in cluir tanto las estrellas fijas como
las estrellas errantes (o plan etas). De aquí que los objetos recién des­
cubiertos, que eran «e rra n te s» y , por tanto, d el tipo de los planetas,
p udieran llam arse tam bién estrellas. La m ayor p arte d el libro de Ga­
lileo , de hecho, está dedicada a sus m etódicas observaciones de Jú ­
p iter y de las « e stre lla s » que estaban próxim as. U nas veces se las
veía al este y otras al oeste de Jú p ite r, pero nunca m uy lejos del pla­
n eta. Acom pañaban a Jú p ite r «n o sólo en su m ovim iento directo,
sino tam bién en el retró grad o », de form a que era evidente que esta­
ban de algun a m anera relacionados con el planeta.

El te stim o n io d e Jú p ite r

L a prim era id ea, la de que éstas podrían ser sim plem ente algunas
nuevas estrellas cerca de las cuales se veía a Jú p ite r, fue desechada
cuando G alileo observó que estos objetos recién descubiertos seguían
su cam ino junto a Jú p ite r (véase apéndice 2). T am bién le fue posi­
b le m ostrar que los tamaños de sus respectivas órbitas alrededor de
Jú p iter eran diferentes, al ig u al que sus tiem pos periódicos. P erm itá­
m osle exponer con sus propias palabras las conclusiones que extrajo:

T enem os a q u í un argum ento n otable y óptim o par3 elim in ar los escrúpulos


de qu ien es, aceptando con ecuan im idad el giro de los p lan etas en torno al Sol
según el sistem a copernicano, se sien ten con todo turb ad o s por e l m ovim iento
de la sola L un a en torno a la T ierra, al tiem po qu e am bas trazan un a órbita
an u al en torno al Sol, hasta e l p un to d e considerar q u e se deb e rechazar por
im p osib le esta ordenación d el un iverso. En efecto, ahora tenem os, no ya un
p lan eta giran do en torno a otro al tiem po qu e ambos recorren un a gran órbita
en torno al Sol, sino ciertam ente cuatro estrellas q u e, como la L un a alrededor
de la T ierra , nuestros sentidos nos ofrecen errando en tom o a Jú p ite r, a la
vez q u e todas ellas recorren junto con Jú p ite r una gran ó rb ita en torno al Sol
en e l lap so d e doce años.

Jú p ite r, un modelo a pequeña escala de todo el sistem a coperni­


cano, en el que cuatro pequeños cuerpos se m ueven alrededor del
planeta del mismo modo en que los planetas se m ueven alrededor del
b rillan te Sol, constituyó, por tanto, la respuesta a una de las princi­
pales objeciones ai E te rn a copernicano. En este punto, G alileo no
podía explicar por qué era posible que Jú p iter se m oviera en su ór­
bita sin perder a los cuatro acom pañantes que le rodeaban, como tam­
poco era realm ente capaz de explicar cómo podía m overse la T ierra
a través del espacio sin perder la Luna que gira a su alrededor. Pero,
4. La exploración de las p rofun didades d el U niverso 83

supiera o no la razón, estaba perfectam ente claro que, en todos y


cada uno de los sistem as d el m undo que se habían podido concebir,
Jú p iter se m ovía en una ó rb ita, y si podía hacer esto sin perder cua­
tro de sus lunas, ¿por qué no podía m overse la T ierra sin perder una
única lun a? Adem ás, si Jú p ite r tiene cuatro lunas, la T ierra ya no
puede considerarse excepcional en sentido de ser el único objeto en
el universo con una luna. Por lo dem ás, poseer cuatro lunas es cier­
tam ente más im presionante que tener sólo una.
A unque el libro de G alileo term in a con la descripción de los sa­
télites de Jú p ite r, será conveniente, antes de que exploremos las im ­
plicaciones de su investigación, d iscu tir otros tres descubrimientos
astronóm icos que hizo con su telescopio. El prim ero era el hallazgo
de que Venus m uestra fases. Por una serie de razones, este descubri­
m iento lo llenó de alegría. En prim er lugar, esto demostraba que
Venus b rillab a por la luz reflejad a, y no por una luz propia; esto sig­
nificaba que Venus, en este aspecto, es igual que la Luna y también
que la T ierra (la cual, como G alileo había descubierto anteriorm ente,
b rilla por la luz reflejada d el Sol). A quí había otra característica si­
m ilar entre los planetas y la T ierra; otra brecha en la antigua barrera
filosófica entre la T ierra y los objetos «c e le ste s». Además, como se
puede ver en la figura 18A , si Venus se m ueve en una órbita alre­
dedor del Sol, no sólo pasará por un ciclo de fases completo, sino
que, visto con un aum ento constante, las diferentes fases se m ostrarán
de diferentes tamaños, debido al cam bio en la distancia entre Venus
y la T ierra. Por ejem plo, cuando V enus se encuentra en una posición
tal que podemos verlo como un círculo com pleto o casi completo, co­
rrespondiente a la Luna llen a, el plan eta está en el lado opuesto de
la T ierra en su órbita alrededor del Sol, o a la máxima distancia
desde la T ierra. Cuando V enus se presenta como un medio círculo,
correspondiente a un cuarto de Luna, el planeta no está tan lejos de
la T ierra. Finalm ente, cuando apenas vemos una luna creciente, V e­
nus ha de encontrarse en el punto más próxim o a la T ierra. D ebería­
mos esperar, por tanto, que V enus apareciese m uy grande cuando se
m uestra con un creciente apenas percep tib le; que cuando tiene la apa­
riencia de un cuarto de luna sea de tam año m oderado; y que cuando
vemos el disco completo sea m uy pequeño.
Según el sistem a ptolem aico, V enus (como M ercurio) no debería
verse nunca lejos del Sol, y, por tanto, podría observársele sólo como
una estrella m atutina o vesp ertina cerca del lugar donde el Sol haya
salido o se haya puesto. El centro del epiciclo de la órbita estaría
perm anentem ente alineado con el centro de la T ierra y el centro del
So!, y se m overía alrededor de la T ierra con un período de un año,
al igual que el Sol. Sin em bargo, está perfectam ente claro, como po-
84 El nacim iento de la nueva física

O rbita de Venus

■O

-psQgSoi
o

O rb ita d e l Sol

F ie . 1 8 .— L as / ases d e Venus, observadas por vez prim era p or G alileo, consti­


tuían un poderoso argumento contra la astronomía antigua. En (A) puede ver
cómo la existencia d e fases concuerda con el sistema d e C opérnico y cómo el
cam bio en el diám etro aparente relativo de Venus apoya el concepto de que el
planeta tiene una órbita solar. En (B ) puede ver por qu é este fenóm en o sería
im posible en el sistema ptolemaico.
4 . L a exploración de las p rofun didades d el U niverso 85

demos ver en la figura 18B, que bajo estas circunstancias nunca se


podría ver la secuencia com pleta de fases que G alileo había obser­
vado — y que nosotros podemos observar. Por ejem plo, la posibilidad
de ver Venus como un disco se da solam ente si Venus se encuentra
más alejado de la T ierra que el Sol; de acuerdo con los principios
ptolem aicos, esto nunca puede suceder. Esto era, pues, un golpe su­
m amente decisivo contra el sistem a ptolem aico.
No necesitam os extendernos mucho sobre los otros dos descubri­
mientos telescópicos de G alileo, debido a que tienen menos impacto
que los anteriores. El prim ero fue el descubrim iento de que Saturno
parece tener en ocasiones un par de «o re ja s», y que estas «o rejas»
cam bian a veces su form a e incluso llegan a desaparecer. G alileo nun­
ca pudo explicar este extraño fenómeno, porque su telescopio no
podía resolver los anillos de Saturno. Pero al menos obtuvo un ele­
mento de juicio que dem ostraba cuán erróneo era considerar a los
planetas como cuerpos celestes perfectos, cuando podían tener formas
tan singulares. Una de sus observaciones más interesantes fue la de
las m anchas en el Sol, descritas en un libro que llevaba por título
Historia y demostraciones en torno a las manchas solares y sus acci­
dentes (1 6 1 3 ). Estas m anchas no sólo eran la prueba de que ni si­
quiera el Sol era el astro perfecto descrito por los antiguos; G alileo
tam bién fue capaz de m ostrar, a p artir de su observación, que se po­
día probar la rotación del Sol, e incluso calcular la velocidad con la
cual gira sobre su eje. Pero aunque el hecho de que el Sol rota llegó
a ser extrem adam ente im portante en la m ecánica del mismo G alileo,
esto no im plicaba que forzosam ente hubiera de producirse una revo­
lución anual de la T ierra alrededor del Sol.

Un n u ev o m undo

Como se puede im aginar, el entusiasm o causado por estos nuevos


descubrim ientos fue de boca en boca, y la fam a de G alileo se exten­
dió. B autizar a los satélites de Jú p iter con el nombre de «estrellas
m ediceas» tuvo el esperado efecto de conseguirle el puesto de m ate­
m ático del G ran Duque Cósimo de M édicis y le facilitó el retorno a
su querida Florencia. El descubrim iento de los nuevos planetas fue
saludado como el descubrim iento de un nuevo mundo, y G alileo fue
aclam ado como igual a Colón. No fueron sólo los científicos y filó­
sofos los que se entusiasm aron con los nuevos descubrim ientos; todas
las personas inteligentes y cultas, poetas y cortesanos y pintores, res­
pondieron de la misma form a. Una pintura del artista Cigoli para
una capilla de Roma usó como motivo los descubrim ientos telescópi-
86 E l nacim iento de la n uev a física

eos de G alileo sobre la Luna. En un poem a de Johannes Faber, G a­


lileo recibe la siguiente alabanza:

Cede, Vespucio, y permite que Colón lo haga. Cada uno de estos


intentos, cierto es, un viaje a través del mar desconocido...
Pero sólo tú, Galileo, diste a la especie humana la sucesión de las
nuevas constelaciones del cielo. [ estrellas,

El cardenal M affeo B arberini escribió un poem a en elogio de los


descubrim ientos de G alileo, aunque más tarde —com o el Papa U rba­
no V I I I — ordenaría que G alileo fuese procesado por la Inquisición;
m anifestó a éste que quería añ ad ir lustre a su poesía relacionándola
con el nom bre de G alileo. Ben Jonson escribió una m ascarada que
alude a los descubrim ientos astronóm icos de G alileo ; tituló su obra
Noticias del mundo — no el nuevo mundo de A m érica, sino la Luna,
de donde nos llegan las noticias a través d el telescopio (si bien aquí
llegan a través de la poesía). P ara hacerse una id ea de la m anera en
que se difundieron estas noticias, lea el sigu ien te extracto de una car­
ta escrita el m ismo día en que el Sidereus nuncius de G alileo apare­
ció en V enecia, el 13 de m arzo de 16 10 , por sir H en ry W o tto n , el
em bajador británico allí:

O cupándom e ahora d e los acontecim ientos actu ales, por la p resen te le envío
a Su M ajestad la n oticia m ás ex trañ a (como con ju sticia puedo llam arla) que
jam ás h aya recibido d e p arte algu na d el m undo; se trata d el lib ro q u e adjunto
(recib id o este m ism o d ía) d e l Profesor M atem ático en P ad u a, q u ien con la ayuda
de un in strum ento óptico (qu e am p lía y a la vez aproxim a el objeto) inventado
por p rim era vez en F landes, y m ejorado por él, ha descub ierto cuatro nuevos
p lan etas que giran alrededo r de la esfera d e Jú p ite r, ap arte d e m uchas otras
estrellas fijas desconocidas; asim ism o, la verdadera causa d e la Vía Láctea, tan
largam en te b uscada; y , por últim o , qu e la L un a no es esférica, sino dotada de
m uchas prom inencias, y, lo q u e es lo más extrañ o d e todo, ilu m in ad a con la
luz solar por reflexión desde e l cuerpo d e la T ie rra , como parece q u e dice. Así
qu e er. cuanto a l tem a, prim ero ha desb aratado toda la astronom ía anterior
— p orq ue necesitam os de un a nueva esfera para salv ar las aparien cias— y luego
todá la astro legía. En v irtu d d e estos nuevos p lan etas tien e qu e v ariar por nece­
sid ad la p arte ju d ic iaria, y ¿p o r qu é no puede h ab er a llí aún m ás? Sobre estas
cosas he sido tan atrevido de h ab lar a Su Señ oría, d e las cuales a q u í todos los
rincones están üenos. Y e l autor corre la suerte de o b ien ser enorm em ente
fam oso o trem endam ente ridícu lo . Con el próxim o b arco, Su S eñ o ría recib irá de
mi p a n e uno de los m encionados in strum entos, tal como ha sido m ejorado por
este hom br¿.

Cuando K epler escribió sobre los descubrim ientos de G alileo en


el prefacio de su Dióptrica, más parecía un poeta que un científico:
4. L a exploración de las profun didades d el U niverso 87

« ¿ Y ahora, querido lector, qué harem os con nuestro telescopio? ¿Lo


tendremos como una varita m ágica de M ercurio p ara cruzar con ella
el éter líquido y, como Luciano, guiar a una colonia a la inhabitada
estrella vespertina, seducidos por la dulzura d el lu g ar? ¿O lo ten­
dremos por una flecha de Cupido que, entrando por nuestros ojos,
ha penetrado en lo más profundo de n uestra m ente p ara encender en
nosotros el amor por V e n u s?» E m belesado, K epler escribió: «¡O h
telescopio, instrum ento de tanto conocim iento, m ás precioso que cual­
quier cetro! ¿A caso quien te tiene en su mano no se convierte en rey
y señor de la obra de D io s?»
En 1615, Jam es Stephens podía llam ar a su am ante «m i catalejo,
a través d el cual observo la vanidad del m un d o ». Y A ndrew M arvell
escribió sobre el descubrim iento de las m anchas solares de G alileo:

Así el Hombre su audaz tubo al Sol dirigió


y desconocidas manchas de las brillantes estrellas describió;
se ven oscurecerle, si bien de muy cerca complacen,
y parecen sus cortesanos, mas son su enfermedad,
A través del tronco óptico el planeta pareció escuchar,
y las arroja, desde entonces, en su carrera.

John M ilton estaba bien enterado de los descubrim ientos de G a­


lileo. M ilto n , cuyas opiniones sobre el epiciclo se citaron en el capí­
tulo 3, dijo que, cuando estuvo en Ita lia «h a llé y visité al famoso
G alileo, envejecido como prisionero de la In q u isició n ». En su Paraí­
so perdido se refiere más de una vez a la «le n te de G alileo» o a la
«len te ó p tica» del «a rtista toscano», y a los descubrim ientos realiza­
dos con este instrum ento. E scribiendo sobre la L una en relación con
los fenómenos más im portantes descubiertos por G alileo, M ilton se
refiere a «nuevos países, ríos o m ontañas en su manchado glo b o »; y
el descubrim iento de los p lan etas de Jú p ite r sugería que otros pla­
netas tam bién podían tener sus acom pañantes: « . . . y otros soles, qui­
zá con sus cortejantes lunas, vos d iv isa ré is». Pero, aparte de las refe­
rencias específicas a los descubrim ientos astronóm icos de G alileo, lo
que principalm ente im presionó a M ilto n fue la inm ensidad del un i­
verso y las innum erables estrellas descritas por él:
.. . estrellas
numerosas, y cada estrella quizá un mundo
destinado a habitación.

Esto transm ite el espantoso pensam iento de la inm ensidad del es­
pacio, y el hecho de que la T ierra en m ovim iento debe ser una m i­
núscula punta de alfiler sin lu g ar fijo en él.
88 E l nacim iento de la nueva física

Pocos años después de la publicación del libro de G alileo apare­


ció una sensible reacción al m ismo en las obras del poeta John Donne.
Las investigaciones y descubrim ientos de G alileo afloran una y otra
vez en los escritos de Donne, y discute en p articular a El m e n s a je r o
sideral en una obra titulada Ignatius his conclave, en la cual se des­
cribe a G alileo como al «q u e recientem ente ha pedido a los otros
m undos, las estrellas, que se acerquen a él, y le den cuenta de sí mis­
m os». M ás tarde, Donne se refiere a «G alile o , el flo ren tin o ... quien
para estas fechas ya se ha instruido a fondo sobre todas las colinas,
bosques y ciudades del nuevo m undo, la L una. Y como obtuvo tan­
tos resultados con sus prim eras len tes, que vio la Luna a tan poca
distancia que quedó del todo satisfecho, y las partes más ínfim as de
ella, habiendo crecido ahora a una m ayor perfección en su arte, hará
que le construyan nuevas len tes, ... podrá traer la Luna, como una
nave flotando sobre las aguas, tan cerca de la T ierra como q u iera».
A ntes de 1609 el sistem a copernicano parecía ser una m era es­
peculación m atem ática, una propuesta hecha para «sa lv a r las aparien­
cias». La suposición básica de que la T ierra era «sim plem ente otro
p lan eta» había sido tan contraria a todos los dictados de la experien­
cia, la filosofía, la teología y el sentido com ún, que m uy pocas per­
sonas se habían enfrentado a las im presionantes consecuencias del
sistem a heliostático. Pero después de 1609, cuando se descubrió a
través de los ojos de G alileo cómo era el universo, tuvieron que acep­
tar el hecho de que el telescopio m ostraba que el mundo no era pto­
lem aico ni aristotélico, en el sentido de que la singularidad que se
atrib uía a la T ierra (y la física basada en esta supuesta singularidad)
no podía corresponder a la realidad. Sólo quedaban abiertas dos po­
sib ilidades: una era negarse a m irar a través del telescopio o negarse
a aceptar aquello que se veía por él; la otra era rechazar la física de
A ristóteles y la vieja astronom ía geocéntrica de Ptolomeo.
En este libro estamos más interesados en el rechazo de la física
aristotélica que en el de la astronom ía ptolem aica, si bien una acom­
pañaba a la otra. La física aristotélica, como hemos visto, se basaba
en dos postulados que no soportarían el ataque copernicano: uno era
la inm ovilidad de la T ierra; el otro era la distinción entre la física
de los cuatro elementos terrestres y la física del quinto elemento
celeste. Podemos entender así que, después de 1610, se hiciera cada
vez más claro que había que abandonar la vieja física y establecer
una nueva — una física adecuada a la T ierra m óvil que requería el
sistem a copernicano 4.

4 Las observaciones de G alileo de las fases y tamaños relativos de V enus,


y de la ocasional fase gibosa de M arte, probaron que V enus, y presum iblem ente
4. La exploración de las profun didades del Universo 89

Sin em bargo, la m ayoría de los pensadores de los decenios que


siguieron a las observaciones telescópicas de G alileo no se preocupa­
ban tanto por la necesidad de un nuevo sistem a de física como por
la de un nuevo sistem a del m undo. H abía desaparecido para siem pre
el concepto de que la T ierra tenía un lugar fijo en el centro del uni­
verso, ya que ahora se la concebía en m ovim iento, nunca en el m is­
mo sitio durante dos instantes inm ediatam ente sucesivos cualesquie­
ra. Tam bién se había desvanecido la idea tranquilizadora de que la
T ierra es única, que es un objeto in dividual sin parangón en todo el
universo, que nuestra sin gularid ad requiere de una habitación singular.
H abía otros problem as que pronto surgieron, uno de los cuales era el
tamaño del universo. P ara los antiguos el universo era finito, siendo
cada una de las esferas celestes, incluyendo la de las estrellas fijas,
de un tamaño finito y m oviéndose en su m ovim iento diurno de tal
forma que cada una de sus com ponentes tenía una velocidad finita. Sí
las estrellas estuvieran a una distancia infinita no podrían moverse
en su m ovim iento diurno circular alrededor de la T ierra con una ve­
locidad fin ita, ya que la trayecto ria de un objeto situado a una dis­
tancia in fin ita no puede ser fin ita. Por tanto, en el sistem a geostático
las estrellas fijas no podían estar infinitam ente alejadas. Pero en el
sistem a copernicano, donde las estrellas fijas no solam ente estaban
fijas una respecto a otra, sino que de hecho se consideraban fijas en
el espacio, no había tal lim itación sobre su distancia.
No todos los copernicanos consideraban infinito al universo, y el
mismo Copérnico ciertam ente pensaba en el universo como finito, al
igual que G alileo. Pero otros percibían que los descubrim ientos de
G alileo indicaban la presencia de innum erables estrellas a infinitas
distancias, y a la misma T ierra dism inuida a una partícula. La ima­
gen del trastorno de «este pequeño mundo del ser hum ano», y lo
que se había llam ado « la com prensión de cuán insignificante es el pa­
pel que desem peña el mundo en un universo am pliado y en aum ento»

los otros p lanetas, se m ueven en órbitas alrededor del Sol. No hay observación
p lan etaria m ediante la cual nosotros, situados sobre la T ierra, podamos probar
que ésta se m ueve en una ó rb ita alrededor del Sol. De este modo, todos los
descubrimientos que G alileo eíec tu ó con el telescopio pueden acom odarse al
sistem a inventado por Tycho B rahe poco antes de que G alileo iniciara sus
observaciones de los cielos. En este sistem a tychónico, los planetas M ercurio,
V enus, M arte, Jú p ite r y Saturn o se m ueven en órbitas alrededor del Sol, m ien­
tras que el Sol se m ueve en una órbita alrededor de la T ierra en un año. A de­
m ás, la rotación d ia ria de los cielos se transm ite al Sol y a los planetas, de forma
que la T ierra m isma no gira ni da vueltas en una órbita. El sistem a tychónico
atraía a aquellos que buscaban salvar la inm ovilidad de la T ierra al mismo
tiem po que aceptaban algunas de las innovaciones copernicanas.
90 E l nacim iento de la nueva física

fueron brillantem ente expresados en estas lín eas de un eclesiástico y


poeta sensible, John Donne:

Y la nueva filosofía todo lo pone en duda,


el elemento del fuego está casi extinguido;
el Sol está perdido, y la Tierra, y ningún humano entendimiento
sabe decir dónde ir a buscarlo.
Y los hombres confiesan libremente el fin de este mundo
cuando en los planetas y el firmamento
buscan tanto de nuevo; entonces ven que esto
se descompone otra vez en sus átomos.
Todo está en pedazos, toda coherencia perdida,
todo sólo materia, y todo relación.
Capítulo 5
H ACIA UNA FISICA INERCIAL

T ras la segunda década d el siglo x v ii la realidad del sistem a co­


pernicano dejó de ser una vana especulación. El propio Copérnico,
consciente de la índole de sus argum entos, había m anifestado bastan­
te explícitam en te, en el prefacio de Sobre las revoluciones de las es­
feras celestes, que « la m atem ática es para los m atem áticos». O tro pre­
facio, sin firm a, recalcaba la recusación. Insertado en el libro de
O siander, un eclesiástico alem án a cuyas manos fue confiada la im ­
presión, el segundo prefacio decía que el sistem a copernicano no se
exponía para que se deb atiera sobre su verdad o falsedad, sino que
sim plem ente era otro m étodo más de cálculo. No hubo dificultades
hasta que G alileo hizo sus descubrim ientos con el telescopio; entonces
cobró urgencia la resolución de los problem as de la física de una T ie­
rra en m ovim iento. G alileo dedicó una p arte considerable de su ener­
gía in telectual a este objetivo, y con resultados provechosos, ya que
estableció los cim ientos de la ciencia m oderna del m ovim iento. In ten ­
taba reso lver dos problem as distinto s: prim ero, explicar el compor­
tam iento de cuerpos en caída sobre una T ierra en m ovim iento, los
cuales caen exactam ente como si se encontraran en una T ierra en re­
poso, y segundo, establecer nuevos principios para el m ovim iento de
caída de cuerpos en general.

M o v im ie n t o l in e a l u n if o r m e

Vam os a comenzar con el estudio de un problem a lim itado: el mo­


vim iento lin eal uniform e. Bajo esta denom inación se entiende un
91
92 El nacim iento de la nueva física

m ovim iento efectuado en línea recta de tal modo que, escogiendo dos
intervalos iguales de tiem po cualesquiera, la distancia cubierta durante
ellos siem pre será idéntica. Esta es la definición que G alileo facilitó
en su últim o y quizá más im portante libro, Consideraciones y demos­
traciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, publicado en 1638,
después de su proceso y condena por la Inquisición rom ana En esta
obra, G alileo expuso sus conclusiones más m aduras en relación con
la nueva ciencia del m ovim iento que había fundado. Subrayó particu­
larm ente el hecho de que, al d efin ir el m ovim iento uniform e, es im ­
portante asegurarse de que la palabra «cu alesq u iera» esté incluida,
pues de lo contrario, decía, la definición carecería de sentido. A quí
estaba ciertam ente criticando a algunos de sus contem poráneos y pre­
decesores.
Supongamos que existe tal m ovim iento en la naturaleza; podemos
preguntar con G alileo: ¿Q ué experim entos podríam os im aginar para
dem ostrar su naturaleza? Si nos encontrásem os en un barco o carrua­
je que se mueve uniform em ente en línea recta, ¿q u é le ocurriría real­
mente a un grave al dejarlo caer lib rem en te? La respuesta, como de­
m ostrará el experim ento, es que en tales circunstancias la caída será
en línea recta hacia abajo respecto del marco de referencia (digam os
la cabina del barco o el in terio r del carruaje), y será así independien­
tem ente de que el marco de referencia esté parado respecto a los al­
rededores o se esté moviendo en línea recta a una velocidad constante.
Expresándolo de otra m anera, podemos establecer la conclusión gene­
ral de que ningún experim ento puede ejecutarse en una habitación
sellada que se mueve en lín ea recta a velocidad constante que nos
diga si estamos parados o nos estam os m oviendo. En la experiencia
real podemos distinguir frecuentem ente si estam os quietos o en mo­
vim iento, porque podemos ver desde una ventana si hay algún movi­
m iento relativo entre nosotros y la T ierra. Si la habitación no está
perfectam ente sellada podremos notar al aire desplazándose y o rigi­
nando una corriente. O podremos sentir la vibración del movim iento
u oír el rechinar de las ruedas de un carruaje, un autom óvil o un tren.
Se halla im plicada aquí una form a de relativid ad , y esto fue consta­
tado m uy claram ente por Copérnico, porque era esencial para su ar­
gum entación establecer que cuando dos objetos, como el Sol y la T ie­
rra, se mueven el uno respecto al otro, es im posible d istinguir cuál
está parado y cuál está m oviéndose. Copérnico podía señalar el ejem ­
plo de dos barcos en el puerto, uno alejándose del otro. Un hombre
situado en uno de ellos pregunta cuál de los dos, si es que hay alguno,

1 E sta obra fue p ublicada en L eiden . G alileo , evidentem en te, no aprobaba


el títu lo (elegido por el ed ito r), el cual «co nsideraba inadecuado y plebeyo».
5. H acia una física inercial 93

está anclado, y cuál está saliendo con la m area. La única forma de


averiguarlo es observar la tierra, o un tercer barco anclado. En tér­
minos actuales, podríam os usar el ejem plo de dos trenes que se d iri­
gen en dirección contraria sobre vías paralelas. Muchos de nosotros
hemos tenido la experiencia de observar un tren en un andén adya­
cente y pensar que nos estam os m oviendo, sólo para descubrir, una
vez que el otro tren ha abandonado la estación, que hemos estado quie­
tos todo el tiempo.

U na c h im e n e a de l o c o m o t o r a y un b a r c o en m o v im ie n t o

Antes de seguir estudiando este punto es conveniente hacer un ex­


perim ento. Esta dem ostración utiliza un tren de juguete que viaja
sobre una vía recta con un m ovim iento que se aproxim a mucho al
m ovim iento uniform e. La chim enea de la locom otora contiene un pe­
queño cañón, accionado por un m uelle, construido de tal form a que
pueda lanzar verticalm ente en el aire una bola de acero o una canica.
Cuando el cañón está cargado y el m uelle dispuesto, un dispositivo
debajo de la locomotora acciona un pequeño gatillo. En la prim era
parte del experim ento, el tren permanece en su lugar sobre las vías.
Se arma el m uelle, se m ete la bola en el pequeño cañón y se acciona
el disparador. En la lám ina 6A una serie de fotos estroboscópicas su­
cesivas m uestra la posición de la bola a intervalos idénticos. O bserve
que la bola viaja hacia arriba en línea recta, llega al máximo y luego
cae hacia abajo en línea recta sobre la locom otora, golpeando casi en
el mismo punto del que había sido lanzada. En el segundo experim en­
to, el tren está en m ovim iento uniforme y se acciona de nuevo el
m uelle. La lám ina 6B m uestra lo que sucede. La comparación entre
ambas series de fotos nos convencerá, de paso, de que la parte del
m ovim iento que es hacia arrib a es igual a la que es hacia abajo en
ambos casos, y de que es independiente de que la locomotora esté en
reposo o en m ovim iento. Volverem os sobre esto más avanzado este
capítulo; de momento nos interesa principalm ente el hecho de que la
bola seguía m oviéndose hacia adelante con el tren, y que cayó sobre
la locomotora al igual que cuando el tren estaba parado. O bviam ente
este experim ento concreto, por lo menos si se lim ita a determ inar si
la bola vuelve o no al cañón, nunca nos dirá si el tren está parado o
m oviéndose en línea recta con una velocidad constante.
Incluso aquellos que no saben explicar este experim ento pueden
llegar a una conclusión m uy im portante. Que G alileo fuera incapaz
de explicar cómo podía m overse Jú p iter sin perder a sus satélites no
restaba efectividad al fenóm eno como respuesta a aquellos que pre-
94 El n acim iento de la nueva física

guntaran cómo podía m overse la T ierra sin perder su Luna. Igual­


mente nuestro experim ento con el tren — aun sin explicación— sería
suficiente respuesta al argum ento de que la T ierra debe estar en repo­
so, porque, de lo contrario, una bola que se suelta no caería vertical­
m ente para tocar el suelo en un punto directam ente debajo, y una
bala de cañón lanzada verticalm ente hacia arrib a nunca volvería al
cañón.
Deberíam os observar, y esto es un punto im portante sobre el cual
volverem os en otro cap ítulo , que el experim ento que acabamos de
describir no está exactam ente relacionado con la situación real de una
T ierra en m ovim iento, porque durante la rotación d iaria de la T ierra
todo punto de su superficie se m ueve en un círculo, m ientras que en
su ó rb ita anual la T ierra viaja sobre una gigantesca elipse. No obs­
tante, es cierto que, en experim entos o rdinarios, en los que el movi­
m iento de caída ocuparía norm alm ente sólo unos pocos segundos, o
como mucho unos pocos m inutos, la desviación del m ovim iento de
cualquier punto de la T ierra de una línea recta es lo suficientem ente
pequeña como para ser insignificante.
G alileo habría dado su aprobación a nuestro experim ento. En su
d ía, el experim ento fue discutido, pero pocas veces ejecutado. (En
cuanto a los experim entos de inercia de G alileo , véase el apéndice 9.)
El marco de referencia habitual era un barco en m ovim iento. Este
fue un problem a tradicional, introducido por G alileo en su famoso
Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, como medio para
refutar las creencias aristotélicas. En el transcurso de esta discusión,
G alileo hace decir a Sim plicio, el personaje del diálogo que representa
al aristotélico tradicional, que, en su opinión, un objeto que se suelta
desde el m ástil de un barco en m ovim iento tocará su cubierta en al­
gún lugar detrás del m ástil. T ras algunas preguntas, Sim plicio admite
que nunca ha realizado este experim ento, pero está persuadido de
que A ristóteles o alguno de sus seguidores debe haberlo llevado a
cabo, o de otro modo no se tendría noticia de ello. ¡A h, n o !, dice
G alileo, esto es ciertam ente una suposición errónea, porque está claro
que ellos nunca han hecho este experim ento. ¿Cóm o puede G alileo
estar tan seguro de e llo ? , pregunta Sim plicio. Recibe la siguiente res­
puesta: La prueba de que este experim ento nunca fue realizado resi­
de en que su resultado es falso. G alileo ha dado el resultado correcto.
El objeto caerá al pie del m ástil, tanto si el barco está en m ovim ien­
to como si está en reposo. A propósito, G alileo afirm a en otro lugar
que había ejecutado un experim ento de esa índole, aunque no lo men­
cionara en su tratado. En su lugar dijo: «Y o , sin experim entarlo, sé
que el resultado tiene que ser como yo digo, porque es necesario que
así sea.»
5. H acia un a física in ercial 95

¿P o r qué un objeto que cae del m ástil de un barco en reposo toca


la cubierta en el m ism o lugar en el que lo haría cayendo del m ástil
de un barco que se m ueve en lín ea recta con velocidad constante?
P ara G alileo no bastaba que esto fuera así; requería algún principio
que sería fundam ental para un sistem a de física que explicara los fe­
nómenos observados sobre una T ierra en m ovim iento.

La c ie n c ia d e l m o v im ie n to d e G a l i l e o

N uestro experim ento con el tren de juguete, al cual nos referire­


mos de nuevo en el últim o capítulo, ilu stra tres im portantes aspectos
de la obra de G alileo sobre el m ovim iento. En prim er lugar, tenemos
el principio de in ercia, objeto de los esfuerzos de G alileo, el cual,
como verem os en el capítulo final, requería el genio de Isaac N ewton
para plasm arse en su form ulación m oderna y d efin itiva. En segundo
lugar, las fotografías del camino descendido por la bola en in terva­
los iguales sucesivos ilu stran sus principios sobre el movim iento un i­
form em ente acelerado. Finalm ente, en el hecho de que la tasa de caí­
da hacia abajo duran te un m ovim iento hacia adelante es igual a la
tasa de caída hacia abajo en reposo tenemos un ejem plo de los fam o­
sos principios de independencia y composición de vectores — velocidad
de G alileo.
Exam inarem os estas tres cuestiones considerando primero los es­
tudios de G alileo sobre el m ovim iento acelerado en general, luego su
obra con respecto a la inercia y por últim o sus análisis de m ovim ien­
tos com plejos.
Cuando estudiaba el problem a de la caída de cuerpos, G alileo,
como sabem os, hizo experim entos que consistían en soltar objetos
desde lo alto y — señaladam ente en Pisa durante su juventud— desde
una torre. No podemos saber si esta torre fue la fam osa Torre In cli­
nada de Pisa o alguna o tra; sus propios registros sólo m anifiestan
que se trataba de alguna torre. M ás tarde su biógrafo V iviani, quien
lo conoció durante sus últim os años, nos ha contado una fascinante
historia que desde entonces se ha arraigado en la leyenda de G alileo.
De acuerdo con V iv ian i, G alileo, en su deseo de refutar a A ristóteles,
subió a la Torre de P isa, «e n presencia de todos ios otros profesores
y filósofos y de tcdos los estudiantes» y «m ed ian te repetidos expe­
rim entos» dem ostró «q u e la velocidad de objetos en movim iento de
la m isma com posición, de peso desigual, que se m ueven a través del
mismo m edio, no se rige por la proporción de su peso, como les fue
¿uribuido por A ristó teles, sino que se m ueven con igual v e lo cid ad ...».
Como no existe otra fuente cue documente esta demostración pública,
96 El nacim iento de la nueva física

los especialistas en la m ateria se inclinan por dudar que sucediera, es­


pecialm ente porque al ser contada y vuelta a contar se torna cada vez
más fantasiosa. No sabemos si fue inventada por V iv ian i o si G alileo
se lo contó en su vejez, sin recordar exactam ente qué era lo que ha­
bía sucedido muchas décadas antes. El hecho es que los resultados no
concuerdan con los facilitados por el propio G alileo porque, como
hemos mencionado en un capítulo anterior, G alileo destacó muy cla­
ram ente que objetos de peso desigual no alcanzan exactam ente la m is­
ma velocidad, al tocar el suelo el más pesado de los dos un poco antes
que el más ligero.
Un experim ento como éste, si se ejecuta, sólo puede dar como
resultado la prueba de que A ristóteles estaba equivocado. En los tiem ­
pos de G alileo, dem ostrar que A ristóteles estaba equivocado en algún
aspecto era un logro difícilm ente im portante. P ierre de la Ramee (o
Ram us) hizo saber algunas décadas antes que todo en la física de A ris­
tóteles era poco científico. Las insuficiencias de la ley de movimiento
aristotélica habían sido evidentes desde hacía por lo menos cuatro
siglos, v durante ese tiem po se había acum ulado una considerable can­
tidad de críticas. Si bien asestaron otro golpe a A ristó teles, los ex­
perim entos de la torre, bien se trate de la T orre Inclinada o de otra
cualquiera, ciertam ente no revelaron a G alileo una ley nueva y co­
rrecta sobre la caída de cuerpos. Sin em bargo, la form ulación de la
ley fue uno de sus mayores logros (véase el apéndice 4).
Para apreciar todo el alcance de los descubrim ientos de Galileo
debemos com prender la im portancia del pensam iento abstracto, al
que éste recurrió como una herram ienta que, refinada al máximo,
constituía para la ciencia un instrum ento mucho más revolucionario
de lo que incluso pudiera serlo el telescopio. G alileo m ostraba cómo
la abstracción puede relacionarse con el mundo de la experiencia, cómo
a p artir del pensam iento sobre « la naturaleza de las cosas» se pueden
derivar leyes relativas a la observación directa. En este proceso el
experim ento era de extrem a im portancia para él, como recientem ente
hemos podido saber gracias, en gran m edida, a las ingeniosas inves­
tigaciones de Stillm an D rake. Vamos a esbozar las principales etapas
de los procesos de pensam iento de G alileo, tal como él nos las descri­
be en su Dos nuevas ciencias.
G alileo dice:

No hay, ta! vez. en la n atu raleza nada más viejo que el m ovim iento y no
faltan libros volum inosos sobre tal asunto, escritos por los filosofos. A pesar de
todo esto, m uchas de sus p ropiedades, m uy dignas de conocerse, no han sido
observadas ni dem ostradas hasra el m omento.
■j H acia un a física in ercial 97

G alileo reconocía que otros antes que él habían observado que el


m ovim iento natural de caída de un grave es continuam ente acelerado.
Pero dijo que su logro era haber hallado « la proporción según la cual
tiene lugar tal aceleración ». Estaba orgulloso de ser él quien había
encontrado por prim era vez «q u e un m óvil que cae partiendo de una
situación de reposo recorre, en tiempos iguales, espacios que man­
tienen entre sí la m ism a proporción que la que se da entre los nú­
meros im pares sucesivos comenzando por Ja u n id ad ». Tam bién probó
que «lo s cuerpos lanzados» no describen sim plem ente una trayectoria
curva de algún tipo; su trayectoria, de hecho, es una parábola.
A l estudiar los pensam ientos de G alileo sobre el m ovim iento te­
nemos dos opciones m uy diferentes. U na es intentar trazar el desa­
rrollo de sus ideas a través de sus m anuscritos, correspondencia y
otros docum entos; la otra es resum ir la presentación pública que mos­
tró en sus Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos
nuevas ciencias. La prim era opción es necesariam ente tentativa, ya
que depende en p arte de la interpretación de ciertas páginas m anus­
critas que contienen datos num éricos y diagram as a los que no acom­
paña com entario o explicación alguna (véase el apéndice 4 ); se trata del
archivo p rivado, que solam ente se empezó a descifrar en el decenio
de 1970. La segunda opción, los registros públicos, incluye la presen­
tación que G alileo pretendía que estudiem os. Es esta presentación pú­
blica (ed itad a) la que realm en te condicionó el avance de la ciencia
en el campo del m ovim iento, desde la revolucionaria nueva cinem á­
tica de G alileo a la m oderna ciencia de la dinám ica. Llam am os cine­
m ática al objeto de estudio de G alileo, porque se trataba en gran
m edida de un estudio de m ovim ientos uniform es y acelerados que no
prestaba mucha atención a las fuerzas, m ientras que la dinám ica re­
vela las fuerzas que actúan sobre cuerpos para producir o m odificar
el m ovim iento, y las leyes que relacionan las fuerzas con los cambios
que producen en éste. Si bien G alileo era consciente de que las ace­
leraciones son el resultado de la acción de fuerzas (por ejem plo, la
aceleración en la caída está producida por la fuerza del peso de los
cuerpos), no se concentraba en esta parte de la cuestión. No obstan­
te, debido a que tuvo en cuenta las fuerzas y los movim ientos en al­
gunos casos especiales e im portantes, quizá deberíam os describir su
disciplina como cinem ática con algo de dinám ica. Newton creía que
G alileo conocía y había utilizado los dos prim eros de sus tres «axio ­
mas o leyes de m ovim iento», que incorporan los principios más fun­
dam entales de la dinám ica.
Prim ero, G alileo exam ina las leyes del m ovim iento uniform e, en
el cual la distancia es proporcional al tiempo, y la velocidad es, por
ello , constante. Luego estud ia el movimiento acelerado. «In v estigar
98 El nacim iento de la nueva física

y exp licar la definición que corresponde con exactitud al m ovim iento


acelerado que nos brinda la n atu raleza» es p ara G alileo el problem a
principal. C ualquiera puede «im agin ar arb itrariam en te ciertas formas
de m ovim iento», según él. Pero, «d esd e el m omento que la naturaleza
se sirve de una determ inada form a de aceleración en los cuerpos pe­
sados en caída lib re » , decidió «e stu d iar sus pro p iedades» a fin de ase-
gurarse de que la definición d el m ovim iento acelerado que estaba a
punto de utilizar concordara «con la esencia d el m ovim iento natural­
m ente acelerado ». G alileo dice, adem ás, que en el «estudio del m ovi­
m iento naturalm ente acelerado» seremos guiados «d e la m ano», por
decirlo así, por « la observación de las costum bres y reglas que sigue la
m ism a naturaleza en todas sus obras restan tes», en «cuya ejecución
suele hacer uso de los medios más inm ediatos, más sim ples y más fá­
cile s». G alileo estaba invocando aquí un famoso principio, que en reali­
dad se rem onta a A ristó teles, que la naturaleza siem pre trabaja de la
m anera más sencilla posible, o del modo más económico. Dice G alileo:
C uando observo ... una p iedra qu e cae desde c ierta a ltu ra, partien do de una
situació n de reposo, qu e va ad q u irien d o poco a poco, cada vez m ás velocidad,
¿p o r qu é no he de creer qu e tales aum entos de velo cidad no tengan lu gar según
la m ás sim ple y evidente proporción? A hora b ien , si observam os con cierta aten­
ción el problem a, no encontrarem os ningún aum ento o adición más sim ple que
a q u él qu e va aum entando siem pre de la m ism a m anera.

Procediendo según el principio de que la naturaleza es sencilla,


de m anera que el cambio más sim ple es aquel en que el cambio en
sí m ismo es constante, G alileo afirm a que si el increm ento de velo­
cidad es igual en cada intervalo sucesivo de tiem po, se trata clara­
m ente del movim iento acelerado más sencillo posible. Poco después,
G alileo pone en boca de Sim plicio (e l aristotélico ) que él se atiene a
una opinión diferente, a saber, que un cuerpo que cae va «aum entan­
do su velocidad en proporción al espacio »; y nosotros, como lectores
críticos, hemos de adm itir que esto ciertam ente parece ser tan «sen ­
c illo » como la definición del m ovim iento acelerado de G alileo. De
las dos posibilidades

V ocT [1 ]

V ocD [2 ]

¿cuál es la más sencilla? ¿No son am bas ejem plos de «u n aum en­
t o ... que se repite a sí mismo siem pre de la m isma m an era», bien
el m ismo incremento de velocidad en iguales intervalos de tiempo
o bien el mismo increm ento en iguales espacios? Son igualm ente sen-
5. H acía una física in ercia! 99

cillas porque am bas son ecuaciones de p rim er grado, ambas ejem plos
de una proporcionalidad sim ple. Por lo tanto , am bas son mucho más
sencillas que cualquiera de las seis p osibilidades que siguen:

[3 1

[4 ]

V ocT2 [5 ]

v “ ir 161

v - i m

V * tf [8 ]

¿En qué nos podemos basar para rechazar la relación que sugiere
Sim plicio, éxpresada por la ecuación [ 2 ] ? Como cada una de las
ecuaciones [ 1 ] y [ 2 ] es form alm ente tan sencilla como la otra,
G alileo se ve obligado a introducir otro criterio para su elección.
Sostiene que la posibilidad núm ero 2 — la velocidad aum enta en
proporción a la distancia de caída recorrida— conducirá a una incon­
sistencia lógica, a diferencia de la relación dada en la ecuación [ 1 ] .
Por lo tanto, podría parecer que, debido a que una de las suposi­
ciones «sen c illas» conduce a una inconsistencia y la otra no, la única
posibilidad es que los cuerpos en caída tengan velocidades que se
increm entan en proporción al tiem po que llevan cayendo.
Esta conclusión, tal como se presenta en la ú ltim a y más m adura
obra de G alileo, tiene un interés especial para el historiador, ya que
el argum ento con el que G alileo «d em u estra» que la consecuencia
de la ecuación [ 2 ] es una inconsistencia lógica contiene un error.
No hay inconsistencia «ló g ic a » aq u í; el problem a es sim plem ente
que esta relación es incom patible con la suposición de que el cuerpo
parte del reposo. El historiador tam bién se in teresa por descubrir
que, en una época más tem prana de su vid a, G alileo escribió sobre
este mismo tema a su am igo fray Paolo Sarpi de m anera totalm ente
El nacim iento de la nueva física
100

distinta. En esta carta, G alileo parece haber pensado que la velocidad


de cuerpos en caída libre aum enta en proporción directa a la distan­
cia recorrida. A p artir de esta suposición, G alileo creía que podría
deducir que la distancia atravesada ha de ser proporcional al cuadrado
del tiem po, o que la suposición de la ecuación [ 2 ] conduce a la
ecuación

D ocT2 [9 ]

Luego continúa diciendo G alileo que la proporcionalidad de la dis­


tancia al cuadrado del tiem po es «b ien conocida». Entre la carta a
Sarpi y la publicación del D os n u e v a s c i e n c i a s , G alileo corrigió este
aparente error (véase el apéndice 5).
En cualquier caso, en D os n u e v a s c i e n cia s , G alileo dem uestra
que la relación indicada por la ecuación [ 9 ] se sigue de la ecua­
ción [ 1 ] . U tiliza para ello un teorem a au xiliar:

Proposición I. Teorem a I. El tiem po en el cual un espacio dado es recorrido


por un m óvil que parte d el reposo con m ovim iento uniform em ente acelerado,
es ig u al al tiem po en el que aqu el m ismo espacio h ab ría sido recorrido por el
mismo m óvil con un m ovim iento uniform e cuyo grado de velo cidad fuese la
m itad del grado de velo cidad m áxim a alcanzado al fin al d el m ovim iento u n i­
form em ente acelerado precedente.

Por medio de este teorem a y de los teoremas sobre el m ovim iento


uniform e, G alileo llega a la

Proposición I I. Teorem a I I . Si un m óvil cae, partien do del reposo, con un


m ovim iento uniform em ente acelerado, los espacios por é l recorridos en cu alq u ier
tiem po que sea están en tre sí como el cuadrado de la proporción en tre los tiem ­
pos, o lo que es lo m ism o, como los cuadrados de los tiem pos.

Este es el resultado que se expresa en la ecuación [ 9 ] , y conduce


al Corolario I. En este corolario, G alileo dem uestra que si un objeto
cae desde el reposo con un m ovim iento uniform em ente acelerado,
los espacios Di, Dz, D$y ... que recorre en intervalos iguales sucesivos
de tiempo «estarán entre sí (en la misma proporción) como los nú­
meros im pares, comenzando desde la unidad, es decir, como 1, 3, 5,
7, . . . » . G alileo señala inm ediatam ente que esta serie de números
im pares se deriva del hecho de que las distancias recorridas en el
prim er intervalo de tiem po, en los dos prim eros intervalos de tiem ­
po, en los tres prim eros intervalos de tiem po, ... son como los cua­
drados 1, 4, 9, 16, 25, . . . ; las diferencias entre ellos son los núm e­
ros im pares. La conclusión tiene para nosotros un interés especial,
5. H acia una física inercial 101

ya que la creencia de que las verdades fundam entales de la naturaleza


se revelaban por relaciones de figuras geom étricam ente regulares y
relaciones num éricas form aba parte de la tradición platónica, un
punto de vista al que G alileo declara su devoción en una parte
anterior del libro. Le hace decir a Sim plicio: «T en ed por seguro que
si hubiera de comenzar m is estudios, seguiría el consejo de Platón
y com enzaría por las m atem áticas, las cuales proceden con mucho
escrúpulo y no adm iten como algo cierto sino aquello que se dem ues­
tra con todo rig o r.» P ara G alileo constituye evidentem ente un indi­
cio de la solidez de su discusión sobre la caída de graves el que
pueda concluir: «P o r lo tanto, cuando los grados de velocidad aum en­
tan, en tiempos iguales, según la serie de los números naturales, los
espacios recorridos, en los mismos tiem pos, adquieren incrementos
según la serie de los núm eros im pares desde la un idad.» 2

' ^ 2 Las etapas que sigue G alileo (en las Dos nuevas ciencias) desde la d efin i­
ción del m ovim iento uniform em ente acelerado
V <x T
hasta la le y del m ovim iento acelerado o la lev de caída lib re (la lev del cuadrado
del tiem po)
D °c T
son fáciles de reescribir en un sencillo lenguaje algebraico . En un tiempo
comenzando desde un estado de reposo, un objeto adquiere una velocidad V¿
El prom edio o la velocidad m edia es V2 V0. La d istancia atravesada bajo acele­
ración duran te el tiem po T.¡ es la m isma que reco rrería el objeto si se hubiera
m ovido durante el m ismo in tervalo de tiempo con una velocidad constante igual
a la velocidad m edia. La d istan cia Do recorrida a la velocidad constante l es
Do - líVaT,
Pero como
Vo OC To
resu lta que
D, = 1/2V,To oc TI
P ara ver cómo las secuencias num éricas de G alileo son el resultado de la ley
del cuadrado del _tiempo para ia distancia, considerem os ios intervalos de tiempo
L ^ - ) 1 ......... E ntonces las distancias serán como T:,4T:, 9 P , 16T : ,
25T-, . . ., o como 1, 4, 9. 16. 25, .... Las distancias recorridas en el prim er,
segundo, tercer, cuarto, qu in to , ... intervalo de tiem po serán entonces como las
diferencias enere los térm inos sucesivos de esta serie, o como 1, 3, 5, 7, 9,
Si la constante de aceleración en el m ovim iento uniform em ente acelerado es A.
de m anera que V= AT , entonces la últim a ecuación se co n vien e (para D0, V0,
T.j) en
Di ~ ■2‘ ■ uT ,3 = 12 i AT.))Ti — 1/2AT;
y en general en
D \2 AT-.
la fam iliar ecuación para la le y del cuadrado d el tiem po de G alileo que se en­
cuentra en los libros de texto. En el caso especial de la caída lib re, la constante
102 El nacim iento J e la nueva física

A unque el aspecto numérico ele la investigación es satisfactorio


para Salviati (el interlocutor en las D os N u eva s C iencias que habla
por G alileo), y para Sagredo (el hombre de cultura general y buena
voluntad que usualm ente lo apoya), G alileo reconoce que este punto
de vista platónico difícilm ente puede contentar a un aristotélico. Por
ello, G alileo declara a través de Sim plicio:

Estoy p lenam ente convencido de que la cosa es tal y como se la ha expuesto,


una vez que se ha aceptado la defin ición de m ovim iento uniform em ente acele­
rado. Pero qu e sea tal la aceleración de la qu e se sirve la naturaleza en lo que
atañe al m ovim iento de la caída de los graves, es algo, en mi o pin ió n, un tanto
dudoso por el m om ento. Pienso qu e tanto por lo q u e a m í respecta como por
aquellos que oiensan como yo, es éste el mom ento oportuno de p resen tar algu­
nos de esos experim entos de los que se dice que abundan y qu e en muchos
casos concuerdan con las conclusiones q u e se han dem ostrado.

G alileo adm ite que Sim plicio habla «com o un verdadero hombre
de cien cia» y que ha hecho una «dem anda m uy razonable». Sigue
una descripción de un experim ento famoso. Perm itam os que G alileo
nos lo cuente con sus propias palabras:

En un listón o, lo que es lo m ism o, en un tablón de una lo ngitud aproxi­


m ada de doce braccia [co dos] *, de m edio braccio de anchura más o menos y
un espesor de tres dedos, hicimos una cavidad o pequeño can al a lo largo de la
cara m enor, de una anchura de poco más de un dedo. Este can al, tallado lo
más recto posible, se h ab ía hecho enorm em ente suave y liso , colocando dentro
un p apel d e pergam ino lustrado a) m áxim o. D espués, hacíam os descender por
él una bola de bronce m uy dura, bien redonda y p u lid a. H abiendo colocado
dicho listón de form a inclinada, se elevaba sobre la horizontal una de sus extre­
m idades, h asta la altu ra de uno o dos braccia, según p areciera, y se dejaba caer
(com o he dicho) la bola por dicho canal, tom ando nota como en segu ida he de
decir del tiem po que tardaba en recorrerlo todo. R epetim os el m ismo experi­
m ento m uchas veces para asegurarnos bien de la can tid ad de tiem po y pudimos
co n statar que no se hallab a nunca una diferencia ni siq u ie ra de la décim a parte
de una pulsación.

A esto Sim plicio responde: «H ub iera sido para mí una gran satis­
facción haber estado presente en tales experim entos, pero teniendo

se denota por g (llam ad a a veces la «aceleración de la grav e d ad »), de m anera


que esta ecuación se transform a en
d =
en la cu al g tiene un valor num érico de aproxim adam ente 98U cm /seg en cada
segundo. _ _ . . .
Se trata d el bfuccto florentino, de unos 5b.4 cm. C oincide aproxim ada­
m ente con n uestro codo real, de 57,4 cm. ('S. de! T.)
5. H acia una física inercial 103

por cierta vuestra diligen cia al realizarlos y vu estra fidelidad en refe­


rirlos, no tengo ningún escrúpulo en aceptarlos como del todo pro­
bados y verdaderos.»
El procedim iento de G alileo, tal como lo acabam os de describir,
difiere radicalm ente de lo que habitualm ente se describe en los libros
de texto elem entales como el «m étodo cien tífico ». Porque, en todas
estas obras, se dice que el prim er paso es «reco ger todas la inform a­
ción relev an te», etc. La form a habitual de proceder, se nos dice, es
recoger un gran núm ero de observaciones, o realizar una serie de
experim entos, luego clasificar los resultados, generalizarlos, buscar
una relación m atem ática y, finalm ente, h alla r una ley. Pero G alileo
se nos presenta de modo diferente — pensando, creando ideas, tra­
bajando norm alm ente con un lápiz o una plum a y papel. N atural­
m ente, G alileo no era m eram ente un filósofo « d e silló n », un especu­
lador puro. A hora sabemos que había estado realizando experim en­
tos y que su pensam iento creativo se caracterizaba por una interac­
ción constante entre abstracción y realid ad , entre ideas teóricas y
datos experim entales. En las D os n u e v a s cien cia s, sin em bargo, G ali­
leo hace hincapié en el audaz principio general de que la naturaleza
es sencilla. Nos da la im agen de un científico experim ental cuyos
pensam ientos son dirigidos por abstracciones de la naturaleza. Busca
las relaciones sim ples de prim er grado antes que aquellas otras de
orden más elevado. Su m eta es h allar la relación más sencilla que
no conduzca a una contradicción. Em pero, aunque la experim enta­
ción había sido una fuerza que le guiaba en el desarrollo de sus ideas,
cuando llegó a la presentación final, el experim ento del plano in cli­
nado servía más bien como experim ento de com probación que como
experim ento de investigación, y fue introducido por G alileo en res­
puesta a la exigencia del artistotélico Sim plicio, el portavoz de la
doctrina que G alileo estaba criticando. G alileo presenta el informe
sobre el experim ento con una exposición p relim in ar que explica cui­
dadosam ente su finalidad. Será ú til que exam inem os este párrafo
(puesto por G alileo en boca de S alv iati):

V os. como un verdadero h cm bre de ciencia, ex igís algo m uy razonable. Es


éste el m odo de actuar de aqu eu as ciencias q u e aphcan las dem ostraciones m ate­
m áticas a los fenóm enos n atu rales, como es el caso de la perspectiva, de la
astronom ía, de la m ecánica, la m úsica y otras mucha-;, las cuales confirm an sus
princip io s, que son ios fundam entos de toda ia estru ctu ra subsiguiente, con
experim entos bien establecidos. Espero, de cu alq u ier form a, qu e no os parezca
una p érd id a de tiem po el h ab er discutido con cierro detenim iento acerca de
este p rim er y fundam ental princip io sobre el cual ce apoya la inm ensa m áquina
de in fin itas conclusiones, sacadas por el auror. de las que sólo una pequeña
p.'rte aparecen en este libro . B astante habrá hecho aq u él con abrirnos de par
104 El n acim iento de la nueva física

en par la p uerta h asta ahora cerrada a m entes bien capaces. Por lo q u e se refiere
a los exp erim ento s, no han sido pasados tampoco por alto por p arte d el autor;
con el fin de d ejar bien probado que la aceleración de los graves qu e caen de
modo n atu ral se da en la proporción antes d esarro llad a, m e he visto m uchas
veces en su com pañía.

C iertam ente, G alileo deja claro en esta exposición que el objeto


de estos experim entos sobre un plano inclinado no era encontrar la
ley o rigin al, sino verificar que de hecho pueden darse en la natura­
leza aceleraciones tales como las que estudiaba realm ente. Causó
verdadero asombro el hallazgo de que G alileo había descubierto en
realidad las leyes del m ovim iento de una m anera totalm ente dife­
rente de como lo presentó públicam ente en su últim o tratado, las
D os n u e v a s cien cias. Su secreto estuvo m uy bien guardado durante
más de tres siglos y medio, hasta que Stillm an D rake encontró apun­
tes de G alileo y llam ó la atención sobre ello s; parecen ser sin lugar
a dudas el registro de experim entos sobre cuerpos en m ovim iento,
de alguna manera relacionados con las leyes d el m ovim iento que
había encontrado. Este es uno de los grandes descubrim ientos en
la historia de la ciencia de nuestros tiem pos, incluso a pesar de que
hasta ahora ni una sola de las interpretaciones de las etapas del
pensam iento de G alileo haya sido universalm ente aceptada. (V éase
sobre este tema el apéndice 4, con referencia a la investigación de
W in ifred L. W isan y de R. H . N aylor; véase tam bién el artículo
de M . Segre en la G uía para lecturas adicionales, p. 250. El expe­
rim ento descrito en las D os n u e v a s cien cia s es, sin em bargo, de un
tipo distinto. Pero obsérvese que en realidad lo que se dem uestra en
tales series de experim entos no es que la velocidad sea proporcional
al tiem po, sino sólo que la distancia es proporcional al cuadrado del
tiem po, asum iéndose que el experim ento justifica tam bién el prin­
cipio de que la velocidad es proporcional al tiem po (véase el apén­
dice 6).
Y adem ás debemos ad vertir que, al introducir el experim ento,
Salviati dice que él mismo había hecho esta particular serie de obser­
vaciones en compañía de G alileo «con el fin de dejar bien probado
que la aceleración de los graves que caen de modo natural se da en
ía proporción antes d esarro llad a». Y no obstante, esta particular serie
de observaciones de bolas rodando sobre planos inclinados no tiene
aparentem ente nada que ver con la aceleración de objetos en caída
lib re. En la caída libre, el m ovim iento de los cuerpos no encuentra
obstáculo de ningún tipo, a excepción del pequeño efecto de la resis­
tencia del aire. Pero en este caso, el m ovim iento del objeto está lejos
de ser lib re, va que el cuerpo está constreñido a la superficie del
5. H acia una física in ercial 105

plano. En ambos casos, sin em bargo, la aceleración está producida


por la gravedad. En los experim entos del plano inclinado, el efecto
de caída de la gravedad está « d ilu id o » , sólo una parte de la gravedad
actúa en la dirección del plano. De estos experim entos resulta que
la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo cualquiera que
sea la inclinación del plano, cualquiera que sea su pendiente. Los
experim entos están relacionados con la caída lib re porque es posible
suponer que en el caso lím ite , en el que el plano es vertical, se puede
esperar que la ley siga siendo válid a. Pero en este caso lím ite de caída
lib re, la bola no rueda en su m ovim iento hacia abajo como lo hace
en el plano inclinado — un punto que G alileo nunca m enciona— .
Es, sin em bargo, una condición m uy im portante, porque hov sabemos
por la m ecánica teórica que se trata de un factor prim ordial que im pe­
d iría que el experim ento sum inistre un valor num érico exacto para
la aceleración en la caída lib re. Es decir, no es posible utilizar el
m étodo de com ponentes p ara obtener ía aceleración de la caída libre
a p artir de la aceleración sobre un plano inclinado, porque en este caso
el descenso se ve acom pañado por la rotación, m ientras que en el otro
no. De modo que para un escéptico astuto estaría lejos de ser evidente
que el experim ento del plano inclinado m uestre que la caída libre es
uniform em ente acelerada, o incluso que la caída lib re concuerda con la
ley del cuadrado del tiem po para la distancia, aunque los experim en­
tos sí m ostraron que la ley del cuadrado del tiempo existe en la natu­
raleza y, por lo tanto, que en ésta existen movim ientos uniform e­
m ente acelerados.
En nuestros días, cierro núm ero de especialistas ha repetido el
experim ento del plano inclinado de G alileo; el prim ero en hacerlo
fue Thomas B. Settle. Les resultados concordaron plenam ente con
el inform e de G alileo de que para distintos tramos

llegábam os a la conclusión, desp ués de repetir tales pruebas una y m il veces,


que los espacios recorridos escoban en tre sí como los cuadrados de sus tiempos.
Esto se podía aplicar a todas las inclinaciones del plano, es decir, del canal a
través del cu al se hacía descer.cer la bola. O bservam os tam bién que los tiempos
de las caídas por diversas in clinaciones del plano guardan entre sí de modo
riguroso una proporción que es, como verem os después, la que Ies asignó v
dem ostró el autor.

En Ja actualidad no tenemos problem a alguno en aceptar ía afirm a­


ción de G alileo de que «ta le s operaciones, repetidas m uchísimas
veces, jam ás diferían de una m anera sensible» y que la exactitud del
experim ento era tal que la diferencia entre dos observaciones nunca
excedía «d e la décim a parte de una pulsación».
106 El nacim iento de la nueva física

G alileo no se preocupó dem asiado de m edir los tiem pos de caída


libre vertical de un objeto. Suponía que tales datos podían obtenerse
de experim entos realizados con bolas que ruedan sobre planos incli­
nados, sin ad vertir la diferencia entre los m ovim ientos de rodadura
y de lib re deslizam iento por el plano. En sus escritos publicados
sobre el m ovim iento, G alileo no incluyó ningún cálculo de la acelera­
ción de un objeto en caída lib re basado en el lím ite del m ovim iento
sobre un piano inclinado. En una carta a B alian i, sin em bargo, sí
explicó una m anera de utilizar los experim entos sobre un plano in­
clinado para determ inar la velocidad (y por tanto, la aceleración) de
un m ovim iento de caída libre en vertical.
En la Jornada Segunda de su D iálogo s o b r e l o s d o s m áx im os
sistem a s d e l m u n d o , G alileo calculó el tiem po que necesitaría una
bala de cañón para caer desde la Luna a la T ierra. En «rep etidas
experiencias», escribió, una bala de hierro que pesa 100 lib ras «cae
desde una altura de 100 codos en 5 segundos». Sus propias palabras
(D ialogu e C o n c e r n in g t h e T w o C b ie f W o r ld S y s te m s , Second D ay,
trad. Stillm an D rake, p. 223) son: « . . . supongam os que queremos
hacer el cálculo para una bala de hierro de 100 lib ras, la cual en
repetidas experiencias cae desde una altura de 100 codos en 5 se­

gundos». U tilizando la fam iliar ley de D —— g T 1, D rake se encuentra

con que estas «rep etid as experiencias» proporcionan un valor para


la aceleración en caída libre ( g ) de 467 cm /seg2, en contraste con
los 980 cm /seg2 (véase además la discusión de D rake en la p. 480
de su traducción). Debatiendo el tema conmigo, D rake me informó
que «u n documento de trabajo todavía sin publicar incluye el cálculo
que hizo G alileo de la caída a través de 45 14 m en 3,11 segundos,
siendo el tiem po en realidad de 3,04 segundos».
El mismo G alileo discute estos datos en su carta a B aliani del
1 de agosto de 1639 (traducida por D rake en G alileo at Work).
B aliani había escrito a G alileo en 1632 preguntándole cómo sabía
que un grave cae 100 codos ( b r a ccia ) en 5 segundos, añadiendo que
en G enova no había ninguna torre de esta altura desde la cual inten­
tar el experim ento; también se refirió a la distancia de 4 codos de
caída en el prim er segundo, que era extrem adam ente difícil de veri­
ficar. Cuando G alileo respondió algunos años más tarde, adm itió
que si B aliani intentaba verificar m ediante «e l experim ento si aquello
que escribí sobre los 100 braccia en cinco segundos es verdac->,
Baliani podía «h allar que no es cierto ». Explicó que el tin del argu­
mento era refutar al padre Scheiner, quien había escrito sobre el
tiempo que necesitaría una bala de cañón para caer desde la Luna
5. H acia un a física inercial 107

a la T ierra; para el cóm puto del tiem po de caída del propio G alileo
«ten ía poca im portancia si los cinco segundos para 100 braccia eran
ciertos o n o ». P ara nosotros es más sign ificativa la incorrecta supo­
sición de G alileo de que una bala de cañón cayendo desde la Luna a
la T ierra m antendría una aceleración co n sta n te 3.
Las frases de G alileo en los D iá logo s parecen decir que «en repe­
tidas experiencias» se había obervado que la bala de hierro de 100
lib ras descendía desde una altu ra de 100 codos en 5 segundos. ¿Sería
posible, sin em bargo, que G alileo sólo estuviera suponiendo que
«en repetidas experiencias» se podría obtener este resultado? ¿Era
esto lo que quiso decir, que sólo im aginaba que deseábamos hacer
un cálculo? Si solam ente estab a escribiendo ex s u p p o s it io n e , enton­
ces hab ría dicho, en efecto, « s u p o n g a m o s que la experiencia m uestra
que una caída de 100 b r a ccia requiere 5 segundos», y no que «rep e­
tidas pruebas han dem ostrado esto ». Su frase es sintácticam ente
am bigua.
Pero al menos uno de los contem poráneos de G alileo, el Padre
M arin M ersenne, leyó sencillam ente el texto y concluyó que G alileo
alegaba que había encontrado el resultado que sum inistraba a través
de «rep etid as exp erien cias». G alileo «su p o n e», escribió M ersenne

3 La form a en q u e G alileo calculab a la caíd a lib re co n sistía en dedu cir el


valor a p artir d el m ovim iento sobre un plano in clin ado. Como explicó a B aliani
en 1639 ( Galileo ai Work, pp. 399-400); « . . . e l descenso de esta bola por un
can al, arb itrariam en te in clin ado, nos dará todos los tiem pos — no sólo de 100
braccia, sino de cu alq u ier o tra can tidad de caída v ertical— en tanto que (como
usted m ism o ha dem ostrado) la lo ngitud de dicho can al, o llam ém oslo plano in­
clin ado, es una m edia proporcional entre la a ltu ra v ertical de dicho piano y la
lo n gitud de toda la distancia v e rtica l que sería atravesad a en el mismo tiempo
por e l m óvil en caída. Suponiendo entonces, por ejem plo, que dicho can al tiene
una lo n gitud de 12 braccia y que su altu ra v ertical es de m edio braccio, un
braccio, o dos, la d istancia atravesad a en la v ertical será de 288, 144 o 72 braccia,
como es evidente. A hora nos qu eda por en co n trar la can tidad del tiem po de
descenso por el can al. Esta la obtendrem os de la m aravillosa propiedad del
péndulo, la cual es que hace rodas sus vibracio nes, grandes o pequeñas, en
tiem pos ig u a le s». Para reducir el m ovim iento de un determ inado péndulo a
segundos, sigue explicando G alileo . sería necesario calib rarlo contando el nú­
mero de vibraciones duran te 24 horas, a determ in ar por un grupo de «dos o
tres o cuatro am igos pacientes y curiosos». Ellos m arcarían el transcurso de
24 horas a p artir d el in stan te en que una «estrella fija » «se encontrara frente
a algú n m arcador fijo » h asta retorno de la “ estrella fija ” al punto de par­
tid a ». G alileo sugiere esto en su carta a B aliani como un método para d eter­
m inar la d istancia caída en a lr j n tiem po dado, pero no declara exp lícitam en te
que é l m ismo h aya ejecutado estos experim entos cu an titativ o s. Esto p odría cons­
titu ir un argum ento a favor c e que, co n trariam ente al sentido aparente de los
D'.álogos (con la rrase « r e p e n e js ex p erien cias»), y ral como habían interpretado
M ersenn e y otros, G ahleo estaba sólo in troduciendo núm eros por mor de la
discusión.
108 El nacim iento de la nueva física

a Nicolás Claude Fabri de Peiresc, el 15 de enero de 1635, «que


una bala [b o u let\ cae 100 braccia en 5 segundos; de lo cual se dedu­
ce que la bala no caerá más de cuatro braccia en un segundo». El
propio M ersenne estaba convencido de que «caerá [en un segundo]
desde una altura m ayor». En su H a r m o m e 17n i v e r s e ll e [A rm onía
U niversal] (P arís, 1636, vol. 1, p. 86 ), M ersenne se extiende sobre
la diferencia entre los resultados num éricos que obtuvo en París y
sus alrededores y los que G alileo inform aba desde Italia. Lam en­
taba que pudiera parecer que estaba reprochando a «un hombre tan
em inente por [h ab er ten id o] poco cuidado en sus experim entos».
Sigue siendo todavía un enigm a el por qué un experim entador tan
cuidadoso como G alileo pudo haber dado un valor tan malo. Quizá
estaba sugiriendo un «núm ero redondo» para facilitar el cálculo,
pero, en ese caso, ¿por qué escribir «en repetidas experiencias»?
Retrospectivam ente, queda claro para nosotros que en lo expuesto
por G alileo en las D os n u e v a s cien cia s, el experim ento del plano
inclinado fue introducido con el fin de que sirviera para comprobar
si los principios, a los que había llegado m ediante el método de
abstracción y las m atem áticas, serían efectivam ente aplicables al mun­
do de la naturaleza. En lo que concierne al eventual lector, la vera­
cidad de la ley de G alileo sobre caída de cuerpos quedaba garanti­
zada, ante todo, por la exactitud de la lógica y de las definiciones,
por la ejem plificación de la sim plicidad de la naturaleza y las rela­
ciones entre núm eros, y no m eram ente por una serie de experim en­
tos u observaciones. Posiblem ente G alileo estaba adoptando aquí la
misma actitud que en su discusión de la caída de un cuerpo desde el
m ástil de un barco, donde de nuevo eran la naturaleza de las cosas
y las relaciones necesarias las que contaban, antes que conjuntos par­
ticulares de experiencias. Debe m antenerse el resultado correcto, de
acuerdo con G alileo, incluso frente a la evidencia de los sentidos
(en forma de experim entos u observaciones) que pueda mostrarse
antagónica. En ningún lugar expresó G alileo este punto de vista más
enérgicam ente que al discutir la evidencia de los sentidos contra el
m ovim iento de la T ierra. «Q u e las razones contra el movimiento
diurno de la T ierra, ya exam inadas por nosotros, tengan m uy grande
verosim ilitud, ya lo hemos v isto », escribió G alileo, « y el haberlas
tomado los ptolem aicos, los aristotélicos y todos sus seguidores como
muy concluyentes, es un buen argum ento de su eficacia; pero las
experiencias que contrarían el m ovim iento anual son de tan gran
verosim ilitud que, vuelvo a repetirlo, no puedo encontrar térm ino a
mi adm iración, al ver cómo en A ristarco y en Copérnico haya podido
hacer la razón tanta violencia contra los sentidos, para que, en con­
5. H acia una física in ercial 109

tra de éstos, ella se haya hecho la dueña de sus credulidades» (Diá­


l o g o s o b r e lo s d o s m á x im os sistem a s d e l m u n d o ).
Para recapitular, G alileo dem ostró m atem áticam ente que un mo­
vim iento que parte de un estado de reposo, en el que la velocidad
experim enta el mismo cam bio en cada intervalo igual de tiempo
(llam ado m ovim iento uniform em ente acelerado), corresponde al reco­
rrido de distancias que son proporcionales a los cuadrados de los
tiempos transcurridos. Luego mostró m ediante un experim ento que
el m ovim iento sobre un plano inclinado ejem plifica esta ley. A partir
de estos dos resultados, G alileo razonó que el movimiento de la
caída lib re es un caso de tal m ovim iento uniform em ente acelerado.
En ausencia de cualquier resistencia del aire, el movimiento de un
cuerpo en caída libre estará siem pre acelerado según esta ley. Cuando
R obert Boyle, unos 30 años más tarde, fue capaz de extraer el aire
de un cilindro, mostró que en este vacío todos los cuerpos caen con
idéntica velocidad independientem ente de la forma que tengan. Se
dispuso así de la prueba de lo que había afirm ado G alileo — una
extrapolación de la experiencia— , que sin resistencia del aire, todos
los objetos caen igualm ente, con la m ism a aceleración. Por tanto,
la velocidad de un objeto que cae, salvo por el factor usualm ente
insignificante de la resistencia del aire, depende sólo de la duración
del tiempo de caída, y no de su peso o de la fuerza que lo m ueve,
como había supuesto A ristó teles. H oy sabemos que el valor correcto
de la aceleración en la caída libre (a veces llam ado «aceleración de
la g raved ad ») ronda los 9,8 m etros por segundo de cambio de la velo­
cidad en cada segundo.
El logro supremo de G alileo no consistió solam ente en dem ostrar
que A ristóteles se había equivocado y en descubrir que todos los
cuerpos, salvo el factor de resistencia de aire, caen juntos a pesar
de que sus pesos sean d iferen tes; otros antes que él habían observado
este fenómeno. Xo, lo que fue original en G alileo y revolucionario
en sus im plicaciones era el descubrim iento de las leyes de la caída
de cuerpos y la introducción de un método que combinaba la deduc­
ción lógica, el análisis m atem ático y el experim ento.

L os P R E D E C E S O R E S DE G a L I L E O

Si queremos apreciar con propiedad la grandeza de G alileo, debe­


mos com pararlo con sus contem poráneos y predecesores. Cuando
veamos en el capítulo final el grado en que N ewton dependió de los
logros de G alileo, llegarem os a com prender algo de su im portancia
histórica. Pero ahora verem os exactam ente su significado mediante
una evaluación de su origin alid ad más realista de la que se puede
110 E l nacim iento de la nueva física

encontrar en la m ayoría de los libros de texto y en dem asiadas his­


torias.
Recuérdese que una característica de la física griega tardía (ale­
jandrina y bizantina) consistía en la crítica de A ristóteles antes que
en la aceptación de cada una de sus palabras como si fuese la verdad
absoluta. El m ismo espíritu crítico era típico del pensam iento cien­
tífico islám ico y de los escritos del occidente latino m edieval. A sí
D ante, cuyas obras se consideran frecuentem ente como el apogeo de
la cultura europea m edieval, criticaba a A ristóteles por creer «q u e
no había más que ocho cielos [e s f e r a s ]» y que « e l cielo [la esfera]
del Sol vendría directam ente después de la de la Luna, es decir, que
estaría en segundo lugar desde nuestra posición».
Los estudiosos som etieron a la ley d el m ovim iento de A ristóteles
a varias correcciones, cuyas características principales eran: 1) con­
centración en las etapas graduales a través de las cuales cam bia el
m ovim iento, es decir, en la aceleración; 2 ) el reconocim iento de que
al describir un m ovim iento cam biante, sólo es posible hab lar de velo­
cidad en un m omento dado; 3 ) una definición cuidadosa del m ovi­
m iento uniform e — un estado descrito en un resum en de 1369 (por
Ju an de H olanda) como aquel en el cual « e l objeto atraviesa un
espacio igual en cada intervalo de tiem po ig u a l» (in omni parte equali
tem poris) (que contradice la afirm ación de G alileo de la p. 98 de
que él habría sido el prim ero en d efin ir así el m ovim iento uniform e);
4 ) el reconocim iento que el m ovim iento acelerado podría ser o bien
uniform e o bien no uniform e, como queda reflejado en el siguiente
esquem a:

Movimiento uniforme

Movimiento
Movimiento uniformemente
acelerado

Movimiento no uniforme o
(acelerado)
Movimiento
no uniformemente
acelerado

En su exposición, G alileo pasó por este mismo tipo de an álisis. El


m ovim iento más sencillo, d ijo , es el uniform e (el cual definió a la
m anera de los escolásticos del siglo xrv). A éste le sigue ei m ovi­
m iento acelerado, que puede ser bien uniform em ente o bien no
uniform em ente acelerado. E ligió el más sencillo, y luego exploró si
la aceleración es uniform e con respecto al tiem po o a la distancia.
5. H acia un a física in ercial 111

Cuando exam inaban cómo puede cam biar uniform em ente la velo­
cidad, los escolásticos d el siglo x iv probaron lo que se conoce a
veces como la « re g la de la velocidad m ed ia». E sta afirm a que el
efecto (distan cia) de un m ovim iento uniform em ente acelerado du­
rante cualq uier intervalo de tiem po es exactam ente el m ismo que
se produciría si durante este in tervalo el cuerpo en m ovim iento hu­
biera experim entado un m ovim iento uniform e que fuera el promedio
del m ovim iento acelerado. Veam os esta regla expresada en sím bolos.
Supongamos que durante el tiem po T un cuerpo es acelerado unifor­
m emente desde una velocidad in icia l V i h asta una velocidad fin al V 2 .
¿Cuán lejos (D) irá ? P ara encontrar la respuesta, determ inem os la
velocidad m edia V d uran te e l in tervalo de tiem po; entonces la d is­
tancia D es la m ism a que h ab ría recorrido e l cuerpo en el caso de que
se hubiera m ovido a la velocidad constante V durante el tiem po T,
o D = VT . A dem ás, como el m ovim iento es un ejem plo de acele­
ración uniform e, la velocidad m edia V- duran te el intervalo de tiempo
es la m edia entre la velocidad in icial y fin al, es decir

9 = -------------
2

Esto está m uy cerca del teorem a utilÍ 2 ado por G alileo para demos­
trar su propia ley, que relaciona la distancia con el tiempo en el
m ovim iento acelerado. ¿Cóm o lo probaron los hombres del siglo x iv ?
Las prim eras pruebas se produjeron en el M erton College, en O xford,
m ediante un tipo de «álg e b ra de p alab ras», pero en París Nicolás
O resme dem ostró el teorem a geom étricam ente, utilizando un d ia­
gram a (fig . 19) m uy parecido a aquel que se encuentra en las Dos
nuevas ciencias 4.
U na diferencia im portante entre las exposiciones de G alileo y
O resme es que la de este últim o estaba redactada en térm inos de
cualquier «cu a lid ad » cam biante que se pudiera cuantificar — inclu­

4 De la ecuación para la velocidad media (V) resulta que si la velocidad


inicial Vi es cero, correspondiente a un movimiento a partir del reposo, enton­
ces, para cualquier velocidad V en un tiempo T, V = V^(0 + V) = \^V. Susti­
tuyendo este resultado en la ecuación D = VT tenemos D = V$(V)T. Como el
movimiento uniformemente acelerado es por definición un movimiento en el que
la velocidad es proporcional al tiempo, o V oc T, la relación D = ^(V )T lleva
a D oc T2, el resultado obtenido por Galileo de que en un movimiento unifor­
memente acelerado a partir del reposo, la distancia es proporcional al cuadrado
del tiempo transcurrido. Si la constante de proporcionalidad es A (llamada «la
aceleración»), de manera que V = AT, entonces la ecuación D = V2(V)T se
convierte en D = \^(AT)T o en D = ViAT*. Véase también pág. 95.
112 El n acim iento de la nueva física

yendo «cu alid ad es» físicas como velocidad, desplazam iento, tem pera­
tura, blancura, peso, etc., pero tam bién «cu alid ad e s» no físicas como
am or, caridad, y gracia. En ningún m om ento, sin em bargo, efectua­
ron estos hombres del siglo x iv una prueba de sus resultados, como
lo hizo G alileo, para ver si eran aplicables al m undo real de la expe­
rien cia. P ara estos hombres, el ejercicio lógico de probar la «regla
de la velocidad m edia» constituía en sí m ismo una experiencia satis­
factoria. Por ejem plo, los científicos del siglo x iv , por lo que sabe­
mos, nunca exploraron ni siq u iera la posibilidad de que dos objetos
de peso desigual pudieran caer prácticam ente juntos. No obstante,
si la escolástica del siglo x iv que había descubierto la «reg la de la
velocidad m ed ia» no aplicó el concepto de una aceleración uniform e
en el tiem po a la caída de graves, sí lo hizo uno de sus sucesores del
siglo x v i. En la época de G alileo, la afirm ación de que la velocidad
en la caída de graves se increm enta continuam ente como una función
del tiem po había sido publicada en el libro del español Domingo de
Soto, en el que la «regla de la velocidad m ed ia» estaba al alcance
de la m ano. Pero esta afirm ación de de Soto apareció como un «ap ar­
te » y no se presentó como un teorem a im portante de la naturaleza.
E staba prácticam ente enterrada debajo de una m asa de teología y
filosofía aristotélica (véase el apéndice 7).

V elocidad

F ig . 19.— Nicolás Oresme de París utilizaba la geometría para probar que un


cuerpo uniformemente acelerado desde una velocidad inicial V, a una velocidad
final V¿ atravesaría la misma distancia D en el mismo intervalo de tiempo T que
emplearía moviéndose a una velocidad constante V, la media entre V, y V 2.
Asumía que el área por debajo del gráfico de la velocidad trazado en función
del tiempo sería la distancia D. Para el movimiento uniformemente acelerado,
el gráfico sería una línea inclinada, y para el movimiento uniforme la línea hori­
zontal. El área por debajo de la primera sería el área de un triángulo o V2 T X
X V:. El área de la segunda sería el área del rectángulo o T X V2 V2, siendo la
altura del triángulo el doble de la del rectángulo. Las áreas y, por lo tanto, las
distancias atravesadas, serían iguales.
5 . H acia un a física m ercial 113

O tro concepto m edieval im portante para com prender el pensa­


m iento científico de G alileo es el «Ím p etu s». Se trata de una pro­
piedad que se suponía que m antenía m oviéndose cosas como los pro­
yectiles, una vez que habían abandonado el «p ro yecto r». El Ímpetus
se parece al momento y a la energía cinética, pero en realidad no
tiene un equivalente exacto en la dinám ica m oderna. Era un lejano
predecesor del concepto de inercia de G alileo, que se desarrolló hasta
el moderno concepto new toniano 5.
Por lo tanto, la origin alid ad de G alileo no era aquella de la que
se presum ía. Y a no necesitam os creer en algo tan absurdo como que
no se habían hecho progresos en la com prensión del movim iento
entre los tiempos de A ristó teles y los de G alileo. Y podemos pasar
por alto los muchos relatos que pretenden que G alileo inventó la
m oderna ciencia del m ovim iento ignorando por completo cualquier
predecesor m edieval o antiguo.
Esto era un punto de vista alentado por el mismo G alileo, cuyo
sostenim iento, em pero, era más justificab le hace cien años que en
la actualidad. Una de las m ás provechosas áreas de investigación en
la historia de la ciencia en los últim os tres cuartos de siglo — iniciada
principalm ente por el erud ito y científico francés P ierre Duhem—
fue la de las «ciencias ex actas» de la Edad M edia. Estas investiga­
ciones descubrieron una tradición de crítica de A ristóteles que pre­
paró el camino para las contribuciones de G alileo. Para precisar
exactam ente la m edida en que éste sobrepasó a sus predecesores,
podemos perfilar más certeram ente sus dim ensiones heroicas. De
este modo, adem ás, la h isto ria de la vida de G alileo se tom a más
real para nosotros, porque somos conscientes de que en el progreso
de las ciencias, cada uno construye sobre lo ya edificado por sus
antecesores. Nunca este aspecto de la labor cien tífica fue m ejor expre­
sado que en las siguientes p alabras de Lord R utherford (1 871-1937),
fundador de la física nuclear:

... No está en la naturaleza de las cosas que el hom bre por sí sólo haga de
repente un descubrim iento v ita l; la ciencia avanza paso a paso, y cada uno
depende del trabajo de sus predecesores. A l ten er noticias de un repentino
descubrim iento inesperado — que cae como una bom ba, por decirlo así— siem ­
pre se puede estar seguro de qu e m aduró por la in fluen cia de un hom bre sobre
otro, y es esa in fluencia m utua la que produce esta enorm e p osib ilidad de avan­

5 S tillm an D rake ha argum entado q u e «lo s filósofos naturales del medievo


adoptaron la teoría del Ím petus p ara su regla de la caída, y ésta exclu ía la posi­
b ilid ad de considerarla como un tip o de m ovim iento uniform em ente diform e».
Se trata de una explicación in geniosa d el «p o r qu é n adie nunca planteó ex p lí­
citam ente la cuestión de si las velocidades cam bian con e l tiem po o con la dis­
tancia».
114 E l nacim iento de la nueva física

ce científico. Los científicos no dependen de las ideas de una única persona


sino del saber combinado de miles de personas, pensando todas en el mismo
problema y cada uno aportando su pequeño grano para añadirlo a la gran es­
tructura del saber que se está levantando paulatinamente.

C iertam ente, am bos, G alileo y R utherford, representan el espíritu de


la ciencia.
Sin em bargo, fue G alileo quien, por prim era vez, m ostró cómo
resolver el com plejo m ovim iento de un pro yectil en dos com ponentes
separadas y diferentes — una uniform e y otra acelerada— y fue G ali­
leo el prim ero que som etió las leyes d el m ovim iento a la prueba de
experim entos rigurosos y probó que se podían aplicar al mundo real
de la experiencia. S i parece que esto es sólo un pequeño logro, re­
cuérdese que los principios que G alileo precisó y que utilizó como
una p arte de la física antes que como una p arte de la lógica eran
conocidos desde m ediados d el siglo x iv , sin que n adie, durante este
intervalo de 300 años, fuera capaz de discernir cómo relacionar tales
abstracciones con el mundo de la naturaleza. Q uizá es aq u í donde
podemos ver m ejor la p articu lar grandeza de su genio, al com binar
la perspectiva m atem ática del mundo con la em pírica, obtenida m e­
diante la observación, la experiencia crítica y e l experim ento real
(véanse los apéndices 9 y 10).

La f o r m u la c ió n de la le y de in e r c ia

Vam os a explorar un poco más la contribución de G alileo a la


m etodología científica al in sistir en una relación exacta entre las abs­
tracciones m atem áticas y el mundo de la experiencia. Por ejem plo,
la m ayoría de las leyes del m ovim iento, tal como las form uló G ali­
leo, sólo se cum plirían en el vacío, donde no hab ría resistencia del
aire. Pero en el mundo real es necesario tratar el m ovim iento de los
cuerpos en diferentes tipos de m edios, los cuales presentan resisten­
cia. Si las leyes de G alileo habían de aplicarse al mundo real que le
rodeaba tenía que saber con exactitud cuál sería el efecto de la resis­
tencia del m edio. En p articular, G alileo fue capaz de m ostrar que el
efecto del aire sobre cuerpos de algún peso, con una figura tal que
no se presente una resistencia enorme al m ovim iento, era casi in signi­
ficante. Era este ligero factor de resistencia del aire el responsable
de la pequeña diferencia entre los tiem pos de descenso de objetos
ligeros y pesados desde una determ inada altu ra. Esta diferencia era
im portante, ya que indicaba que el aire ofrece alguna resistencia,
pero su pequeñez m ostraba cuán ínfim o es norm alm ente el efecto
de la m ism a.
5. H acia un a física in ercial 115

G alileo pudo dem ostrar que un proyectil sigue la trayectoria de una


parábola porque el pro yectil posee sim ultáneam ente una combinación
de dos movim ientos independientes: un m ovim iento uniform e en la
dirección de avance horizontal, y un m ovim iento uniform em ente ace­
lerado hacia abajo, en la dirección vertical.
Comentando este resultado, G alileo hace decir a Sim plicio, bas­
tante razonablem ente, que

pienso que no es posible evitar la resistencia del medio, ia cual ha de destruir


la uniformidad del movimiento horizontal, así como la ley de la aceleración en
los cuerpos que caen. De todas estas dificultades se deduce que es sumamente
improbable que lo que se ha demostrado, al apoyarse en supuestos tan poco
dignos de confianza, se pueda experim entar prácticamente.

Entonces Salviati le responde:

Todas las dificultades y objeciones suscitadas están tan bien fundadas que
pienso que no es posible solucionarlas. Por lo que a mí me atañe, las acepto
todas, como pienso que las adm itiría también nuestro autor. Concedo igual­
mente que las conclusiones probadas en abstracto se alteran y son tan engaño­
sas en concreto que ni el movimiento transversal es uniforme ni la aceleración
natural tiene lugar según la proporción que hemos supuesto, ni la línea descrita
por el proyectil es una parábola, etc.

G alileo pasa entonces a probar que

en el caso de los proyectiles que usamos nosotros, que están hechos de materia­
les pesados y de figura redonda, o incluso con m ateriales menos pesados con
forma cilindrica, como son las flechas lanzadas con hondas o arcos, la desvia­
ción que tenga su movimiento del curso exacto de la parábola será insignifi­
cante. Más aún (y me gustaría tomarme un poco más de libertad) os puedo
mostrar, por medio de un par de experiencias, que las dimensiones de nuestros
instrumentos son tan pequeñas que las resistencias externas y accidentales, entre
las cuales la del medio es la más considerable, son apenas observables.

En uno de sus experim entos con cuerpos en caída libre, G alileo


utilizó dos bolas, la una diez o doce veces más pesada que la otra;
« ta l sería el caso, por ejem plo, de una bola de plomo y otra de made­
ra, am bas descendiendo desde una altu ra de 150 ó 200 braccia».
Según G alileo,

considerando el caso de dos bolas que tengan la misma dimensión, siendo el


peso de una diez o doce veces mayor que el de la otra; tal sería el caso, por
ejemplo, de una bola de plomo y otra de madera, ambas descendiendo desde
una altura de 150 ó 200 codos. Puesto que las dos llegan a tocar tierra con una
diferencia de velocidad pequeñísima, tal experimento nos confirma que la resis­
116 El nacim iento de la nueva física

tencia y el retraso causado por el aire es m ín im o; porque si la bola de plom o,


q u e p arte en e l mismo in stan te y desde la m ism a altu ra q u e la bola de m adera,
sufriera poco el efecto del retraso m ien tras que la d e m adera lo p adeciera
m ucho m ás, aqu élla d eb ería llegar a tierra con un a notable v en taja con respecto
a ésta, al ser su peso diez veces m ayor. A hora b ien , no es esto lo que sucede,
sino que, por el contrario, su v en taja no llegará ni siq u iera a la centésim a p arte
de toda la distancia recorrida en la caída. En e l caso de un a b ola de plomo y
o tra de p iedra, siendo el peso de esta ú ltim a un tercio o la m itad de aqu élla,
sería im p ercep tible la diferencia de sus tiem pos respectivos al tocar tierra.

A continuación, G alileo m uestra que, aparte el peso,

la resisten cia del aire con respecto a un m óvil que va a gran velocidad no es
m ucho m ayor que si se m ueve lentam en te.

A sum ió que la resistencia del aire a los m ovim ientos bajo estudio
« lle g a a perturbarlos a todos y los perturba en una variedad infinita
de m odos, como infinitos son los modos en que varían las figuras,
los pesos y las velocidades de los m ó viles». Entonces explica:

Por lo que atañe a la velo cidad, a m edida que ésta sea m ayor, m ayor tam ­
b ién será la resistencia ofrecida por el aire; esta oposición crecerá a m edida que
los m óviles sean menos pesados, de form a qu e si bien e l cuerpo que desciende
d eb ería recorrer, con m ovim iento acelerado, un espacio proporcional al cuadrado
de la duración de su m ovim iento, no o bstan te, por m uy pesado que sea tal
m óvil, si cae desde una altura m uy co n siderab le, será tal la resistencia que sobre
é l ejerza e l aire que le im p edirá qu e v aya increm entando su velocidad h asta
red ucirlo a un m ovim iento uniform e e ig u al. Esta un iform idad se alcanzará
tanto m ás rápidam ente y en m enor a ltu ra cuanto menos pesado sea e l m óvil.

En esta conclusión sum am ente interesante, G alileo afirm a que


si un objeto cae durante un tiempo lo suficientem ente largo, la resis­
tencia del aire aum entará en alguna proporción a la velocidad, hasta
que dicha resistencia iguale y com pense al peso que atrae el objeto
a la tierra. Si dos objetos tienen el mismo tam año, y la misma resis­
tencia debido a que tienen una form a sim ilar, el más pesado acele­
rará durante más tiempo porque tiene un peso m ayor. Continuará
acelerando hasta que la resistencia (proporcional a la velocidad, que
a su vez es proporcional al tiem po) iguale al peso. Lo que nos in te­
resa no es tanto este im portante resultado como la conclusión gene­
ral de G alileo: Cuando la resistencia se torna tan grande que iguala
al peso del grave, esta resistencia im pedirá todo aum ento de velo­
cidad y transform ará el m ovim iento en uniform e. Lo que quiere decir
que, si la suma de todas las fuerzas que actúan sobre un objeto (en
este caso, la fuerza dirigida hacia abajo, del peso y la fuerza dirigida
5. H acia un a física in ercial 117

O 15 m 30 m 45 m 60 m
1 A B C D
0 —

í
i i i

1
4 ,9 m ------- • ------------- - a 1 seg 1 ( |

1
15 m —

50 m —

4 4 ,1 m ---------------------- c --------------------------------------------------------------- \ 3 se g
45 m —

60 m —
\
75 m —

F ig . 2 0 . — Para ver cómo analizaba Galileo el movimiento de los proyectiles,


V
\i »

consideremos una granada lanzada horizontalmente desde un cañón emplazado


al borde de un acantilado, a una velocidad de 15 metros por segundo. Los pun­
tos A, B, C, D muestran dónde se encontraría la granada al transcurrir los suce-
sivos segundos, si no hubiese resistencia del aire y ninguna componente hacia
abajo, produciéndose en este caso un movimiento horizontal uniforme, avan­
zando la granada a 15 metros por segundo. En dirección hacia abajo hay un
movimiento acelerado. Los puntos a, b, c, d muestran dónde estaría la granada,
si cayera sin encontrar resistencia del aire y sin movimiento hacia adelante. Como
la distancia se calcula según la ley
D = ViAV
y la aceleración A es de 9,8 m/seg*, las distancias correspondientes a estos
tiempos son
T T: V iA T D
1 seg 1 se g : 4 ,9 m /seg2 X 1 seg’ 4 ,9 m
2 seg 4 se g2 4 ,9 m /seg2 X 4 seg: 1 9 ,6 m
3 se g 9 seg: 4 ,9 m /seg2 X 9 se g 2 4 4 ,1 m
4 se g 16 seg2 4 ,9 m /seg2 X 16 seg: 7 8 ,4 m
118 El nacim iento de la nueva física

hacia arrib a de la resistencia) se equilib ra o arroja un valor neto de


cero, el objeto, a pesar de todo, continuará m oviéndose y se m overá
uniform em ente. Esto es antiaristotélico, ya que A ristóteles sostenía
que, cuando la fuerza m otriz iguala a la resistencia, la velocidad es
cero. Se trata, de un modo lim itado, de una form ulación de la pri­
m era ley del m ovim iento de N ewton, o principio de la inercia. De
acuerdo con este principio, la ausencia víe una fuerza externa neta
perm ite a un cuerpo moverse en lín ea recta con velocidad constante,
o quedar en reposo, y establece por lo tanto una equivalencia entre
el m ovim iento rectilíneo uniform e y el reposo, un principio que
puede considerarse uno de los fundam entos m:ís im portantes de la
m oderna física new toniana (véase el apéndice 8).
¿P ero el principio de G alileo es realm ente el m ismo que el de
N ew ton? O bservem os que, en su declaración, G alileo no hace nin­
guna referencia a una ley general de la in ercia, sino solam ente al
caso p articular del m ovim iento de descenso. Este es un m ovim iento
lim itado , ya que solam ente puede continuar hasta que el grave toca
el suelo. No hay posibilidad, por ejem plo, de que un tal m ovim iento
continúe uniform em ente en línea recta sin lím ite, como se puede
deducir de la form ulación más general de N ew ton.
En las Dos nuevas ciencias , G alileo se acercó a l problem a de la
inercia en relación sobre todo con su estudio de la trayectoria de un
p ro yectil; buscaba dem ostrar que ésta consistía en una parábola
(fig . 20 ). G alileo considera un cuerpo arrojado en dirección hori­
zontal. Tendrá entonces dos movim ientos separados e independientes.
En dirección horizontal se m overá con velocidad uniform e, salvo por
el pequeño efecto de frenado de la resistencia del aire. A l m ismo tiem ­
po, su m ovim iento hacia abajo será acelerado, precisam ente del mismo
modo que el de un objeto en caída lib re. La com binación de estos
dos m ovim ientos es la que origina que la trayectoria sea parabólica.

Como en realidad la granada tiene los dos molimientos simultáneamente, la


trayectoria resultante es la que corresponde a la curva.
Para los que gustan de un poco de álgebra, a *j v la velocidad constante hori­
zontal y x la distancia horizontal, de modo q:i>¡ x = vt. Sea y la distancia en
la dirección vertical de modo que y — I jA T 2. linto^ses, = v2t2, o bien

Í x2
v2

A ^
x2 2y A
y — = — o y — ------- xr , que es de L: torma y = kx2, donde k es una
v2 A 2ir
constante, y que es la clásica ecuación de la parábola.
5. H acia una física inercial 119

Para su postulado de que la com ponente hacia abajo del movim iento
es la misma que la de un cuerpo en caída lib re, G alileo no sum inistró
ninguna prueba experim en tal, si bien indicó la posibilidad de efec­
tuar una. Concibió una pequeña m áquina en la que una bola se
proyecta horizontalm ente scb re un plano inclinado (fig. 21 ), para
que describa una trayecto ria parabólica (véase el apéndice 9).
H oy día es fácil d em o sirar esta conclusión tomando un par de
bolas y lanzando una horizontalm ente, m ientras que a la vez se deja
caer a la otra librem ente desde la m ism a altu ra. El resultado de este
experim ento se ilu stra en la lám in a 7, donde una serie de fotografías
estroboscópicas tomadas en instantes sucesivos m uestra que, aunque
una de las bolas se m ueva hacia adelante m ientras la otra cae verti­
calm ente, las distancias de descenso en los sucesivos segundos son
las mismas para am bas. La m ism a situación se tendría en el caso de
una bola que cae dentro de un tren que se m ueve a velocidad cons­
tante sobre una vía recta. C ae verticalm ente segundo a segundo tal
como lo haría si el tren estuviese parado. Como tam bién se m ueve
horizontalm ente a la m ism a velocidad uniform e del tren, su verda­
dera trayectoria con respecto a la tierra es una parábola. Otro m oder­
no ejem plo es el de un avión que vuela horizontalm ente a velocidad
constante y que suelta una bom ba o un torpedo. La caída hacia abajo
es la misma que se d aría si la bomba o el torpedo se hubiese dejado
caer desde un objeto en rep eso a la m ism a altu ra, digam os un globo
cautivo en un día de calm a. A l tiem po que la bomba o el torpedo
cae del avión, seguirá m oviéndose hacia adelante con la velocidad
uniform e horizontal de éste y , salvo por los efectos del aire, perm a­
necerá directam ente por debajo del aparato. Pero para un observador
fijo en tierra, su trayectoria será una parábola.
Consideremos finalm ente una piedra que se deja caer desde una
torre. Con respecto a la tierra (y para una caída tan corta el movi­
m iento de la T ierra p uece considerarse lin eal y uniform e) cae en

F ig . 2 1 .— El sencillo aparato q u t utilizaba Galileo para demostrar el movimiento


de proyectiles era una cuña. L'-:s bola puesta en movimiento horizontal en el
punto más d io de la cuña cae el fondo del plano inclinado en una trayec­
toria parabólica.
120 E l nacim iento de la nueva física

V .— «En un intercambio justo y gracioso», como dijo Galileo, la Tierra


L á m in a
aporta iluminación a la Luna. Esta fotografía, realizada en el observatorio de
Y erkes, muestra iluminada por la Tierra una parte de la Luna que de otro modo
estarla en la sombra.
122 El n acim iento de la nueva física

L á m i n a V I I .— Esta fotografía estroboscópica ilustra la independencia de las


componentes vertical y horizontal del movimiento del proyectil. En intervalos
de 1/30 segundos, la bola proyectada, que describe una trayectoria parabólica,
recorre al caer exactamente la misma distancia que la bola que se deja caer
verticalmente. Fotografía de Berenice A b ’oot.
5. H a d a una física in ercial 123

NEVVTON
KEPLER" • • — UALI1.EO
L a m in a V III
124 El n acim iento de la nueva física

línea recta hacia abajo. Pero con respecto al espacio determ inado
por las estrellas fijas, retiene el m ovim iento com partido con la T ierra
en el momento de ser soltada y, por consiguiente, su trayectoria es
una parábola.
Estos análisis de trayectorias parabólicas se basan todos en el
principio de G alileo de separar un m ovim iento com plejo en dos mo­
vim ientos (o com ponentes) que forman entre sí un ángulo recto.
C iertam ente es una m edida de su genio el que viera que un cuerpo
podía tener sim ultáneam ente una componente de velocidad horizon­
tal uniform e y no acelerada y otra vertical y acelerada — sin afectar
una a la otra en m anera alguna. En cada uno de estos casos, la com­
ponente horizontal ilu stra la tendencia de un cuerpo que su mueve
a velocidad constante en línea recta a continuar este m ovim iento,
aunque pierda su contacto físico con la fuente origin al de dicho mo­
vim iento uniform e. Esto se puede tam bién d escribir como una ten­
dencia de todo cuerpo a resistirse a cualq uier cam bio en su estado
do m ovim iento, una propiedad conocida generalm ente desde los tiem ­
pos de N ewton como la inercia de un cuerpo. Y a que la inercia es
de una im portancia tan evidente a la hora de com prender el m ovi­
m iento, profundizarem os algo más en los conceptos de G alileo — no
tanto para m ostrar sus lim itaciones como para ilu strar cuán difícil
era form ular la ley com pleta de inercia y desbaratar los últim os ves­
tigios de la vieja física.
Pero prim ero podemos observar que en su an álisis de la trayec­
toria parabólica, G alileo parte de una cinem ática estricta e introduce
algunas consideraciones de dinám ica. La razón por la que existe una
aceleración en la componente vertical del m ovim iento, pero no en
la com ponente horizontal, es que la gravedad actúa vertical y no
horizontalm ente. G alileo no concibió las fuerzas como abstracciones,
y no generalizó los principios que utilizab a para analizar los movi­
m ientos de proyectiles de modo que descubriera una versión cuali­
tativa de la segunda ley de N ew ton. Pero, más tarde, los científicos
vieron en esta parte de su obra las sem illas de la dinám ica. (P ara un
resum en de los logros de G alileo en la ciencia del m ovim iento véase
el apéndice 10.)

D ificu ltad es y lo gro s de G a lile o : la le y de la in ercia

H acia el final de su Dos nuevas ciencias, G alileo introduce así el


tem a del m ovim iento de los proyectiles:

Im aginém onos un m óvil proyectado sobre un plano horizontal del que se


ha qu itad o el más m ínim o roce; sabemos ya que en tal cosa, y según lo que
5. H acia un a física in ercia! 125

hem os expuesto detenidam ente en otro lu gar, dicho m ovim iento se desenvol­
verá sobre tal plano con un m ovim iento uniform e y perpetuo, en el supuesto
de q u e este p lano se prolongue h asta e l infinito.

¿P ero puede haber un plano que «se prolongue hasta el infinito»


en el mundo físico de G alileo ? En el m undo real, ciertam ente, nunca
se encontraría un tal plano.
A l discutir el m ovim iento sobre un plano, G alileo adm ite las
dificultades que menciona Sim plicio:

U na de ellas [d e estas d ific u lta d e s] consiste en suponer que el plano hori­


zontal, al carecer de inclin ació n tanto hacia arrib a como hacia abajo, es una
lín ea recta y p arecería que en un a tal recta todos sus puntos fuesen igualm ente
d istan tes d el centro, lo cual no es cierto . L a razón de ello estrib a en que cuando
uno se va alejan do del centro h acia uno de los extrem os, resulta que se aleja
tam bién más y más del centro [d e la T ie rra ] y , en consecuencia, va hacia arriba.

A sí, si una bola se m ueve sobre cualquier plano de extensión con­


siderable tangente a la superficie de la T ierra, comenzará a moverse
cuesta arrib a, lo que d estru iría la uniform idad de su m ovimiento.
Pero en el mundo real d el experim ento las cosas son d istintas; G ali­
leo afirm a que

en la p ráctica, nuestros in strum ento s y las distancias con las que operamos son
tan pequeños en com paración con la d istan cia que nos separa d el centro del
globo terrestre, qu e podemos tom ar tran q uilam en te un m inuto de un grado del
círculo m áxim o como si fuese un a lín ea recta, y dos p erpendiculares que cuel­
gan de sus extrem os como si fuesen paralelas.

Y explica lo que significaría considerar un arco como una línea recta:

H e de añ ad ir, llegados a este punto, que podemos decir que tanto A rquí-
m edes como los otros dieron por supuesto, en sus consideraciones, que estaban
separados por una d istancia in fin ita del centro de la T ierra, en cuyo caso sus
suposiciones no eran falsas y sus dem ostraciones eran absolutam ente concluyen-
tes. Por tanto, cuando querem os ap licar las conclusiones que hemos probado y
que se refieren a distancias in m en sas, hemos de hacer las correcciones necesa­
rias, ya que n uestra d istancia al centro de la T ierra, aun que no sea realm ente
in fin ita, es tal que se puede co n siderar inm ensa si la com param os con la insig­
nificancia de nuestros in strum ento s.

A l igual que en su discusión de la resistencia del aire, G alileo quiere


saber aquí precisam ente cuál sería el efecto de un factor al que desea
ignorar. ¿C uánto error se introduce al considerar como un plano una
pequeña parte de la T ierra? M uy poco, para la m ayoría de los pro­
blem as.
126 E l nacim iento de la nueva física

A nteriorm ente, al introducir el pensam iento de G alileo sobre


velocidades term inales, se llam ó la atención sobre su idea de que la
resistencia del aire aum enta como alguna función de la velocidad.
A sí, después de caer durante algún tiem po, un grave puede generar
una resistencia del aire igual a su peso, y luego no experim entar
ninguna aceleración adicional. Bajo una fuerza resultan te externa
n ula, el grave se m overá en línea recta a una velocidad constante.
Esto ilu stra claram ente cóm ? un m ovim iento vertical descendente
hacia la tierra puede ejempÜHcar el principio de in ercia. A sim ism o,
el proyectil parecía constituir un ejem plo d el principio de inercia
en su m ovim iento horizontal, la com ponente de velocidad a lo largo
de la tierra. Sin em bargo, ahora se nos dice qu e, si el m ovim iento
horizontal significa un m ovim iento a lo largo de un plano tangente
a la T ierra, este m ovim iento no puede ser realm en te in ercial, ya que
en cualq uier dirección a p artir del punto de tangencia el cuerpo,
aunque siga m oviéndose sobre el plano, ¡estará m oviéndose cuesta
arrib a! E videntem ente, tenemos que aceptar la conclusión de que,
si un tal m ovim iento ha de ser in ercial y m antenerse a velocidad
constante sin una fuerza exterior, e l «p la n o » sobre el que se m ueve
el cuerpo no es en modo alguno un auténtico plano geom étrico, sino
una parte de la superficie de la T ierra, que se puede considerar
p lan a únicam ente debido al radio relativam en te grande de nuestro
planeta. Se podría pensar que, para G alileo , el principio de inercia
era lim itad o ; se restringía a objetos, bien en m ovim iento descendente
sobre segm entos de una línea recta que term ina en la superficie de
la T ierra, bien sobre pequeñas áreas de esta m ism a superficie. Debido
a que este últim o m ovim iento no se realiza en realid ad sobre una
línea recta, a veces se alude al concepto de G alileo como a un tipo
de «in ercia circu lar». Pero esto no está justificad o , ya que atrib uye a
G alileo un principio falso: no existe ningún tipo de «in e rc ia » que
por sí m ism a, y sin m ediar nada m ás, pueda m antener a un cuerpo
en un m ovim iento circular constante.
P ara aclarar el punto de vista de G alileo, podemos volver sobre
su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. En esta obra
escribe sin am bigüedades sobre el m ovim iento que él llam aría iner­
cial en térm inos de un principio más bien circular que lin eal. A quí
-—como en las Dos nuevas ciencias— discute un m ovim iento com­
puesto de otros dos separados e independientes: m ovim iento unifor­
me en un círculo y m ovim iento acelerado en lín ea recta hacia el
centro de la T ierra. La razón por la que G alileo pensaba en térm inos
de un tipo de inercia no lineal parece ser el deseo de explicar cómo,
en una T ierra en rotación, un cuerpo siem pre caerá del m ismo modo
en que lo haría en el caso de que la T ierra estuviera en reposo.
5. H acia una física in ercial 127

E videntem ente, la caída hacia abajo en lín ea recta de un grave sobre


una T ierra que gira im plicaba para G alileo que el grave que cae
tiene que continuar girando con ella . A sí concibió que una bola que
cae desde una torre continuará m oviéndose a través de arcos circu­
lares iguales en tiempos iguales (com o lo hace cualquier punto de la
T ierra), m ientras que, no ob stan te, está descendiendo de acuerdo
con la ley de cuerpos uniform em ente acelerados hacia el centro de
la T ierra.
H ay un momento del Diálogo en e l que casi parece que G alileo
expresó el principio de in ercia. S alv iati pregunta a Sim plicio qué le
sucedería a una bola situada en un plano inclinado. Sim plicio está
de acuerdo en que aceleraría hacia abajo espontáneamente. Sim ilar­
m ente, para rem ontar la pen d ien te, se necesitaría una fuerza para
«em p ujarla hacia adelante o incluso para m antenerla en su sitio ».
¿Q ué pasaría si un cuerpo como éste fuera «colocado sobre una
superficie sin p en d ien te?» Sim plicio dice que no habría ni una « te n ­
dencia n atu ral hacia el m ovim iento» ni una «resistencia a ser movi­
d o ». Por tanto, el objeto perm anecería estacionario, o en reposo.
S alviati asiente en que esto pasaría si la bola fuera colocada con
suavidad, mas ¿qué sucedería si fuese em pujada en una dirección
cu alq uiera? Sim plicio responde que se m overía en esa dirección y
que no habría «causa de aceleración o deceleración, al no haber nin­
guna inclinación» para que «lleg u e a p ararse». Salviati pregunta
entonces cuán lejos seguiría m oviéndose la bola en estas circunstan­
cias. L a respuesta es «ta n lejos como la extensión de la superficie
continué sin subir o b a ja r». S alv iati continúa diciendo: «Entonces,
si un espacio como éste fuera ilim itad o , ¿ e l m ovim iento por él sería
igualm ente ilim itado, es decir, p erp etu o ?» A lo que Sim plicio asiente.
Podría parecer que en este punto G alileo ha postulado la forma
m oderna del principio de in ercia, según la cual un cuerpo proyec­
tado sobre un plano infinito continuaría moviéndose uniform em ente
por siem pre. Y esto queda subrayado al decir Sim plicio que el m ovi­
m iento sería «p erp etuo » si « e l cuerpo fuera de m ateria duradera».
M as luego Salviati le pregunta cuál sería, en su opinión, « la causa
de que la bola se m ueva espontáneam ente sobre un plano inclinado
hacia abajo, pero sólo con violencia sobre uno elevado». Sim plicio
contesta que « la tendencia de los graves es moverse hacia el centro
de la T ierra, y moverse hacia arrib a por su circunferencia solam ente
a la fuerza» al ser puestas en un m ovim iento violento. Salviati con­
tinúa: «Entonces para que una superficie esté [in clin ad a] ni hacia
abajo ni hacia arriba, todas sus partes deben estar igualm ente aleja­
das del centro. ¿E xisten superficies como éstas en el m undo?» Sim ­
plicio responde: «M uchas de ellas; así sería la superficie de nuestro
128 E l nacim iento de la nueva física

globo terrestre si fuera lisa, y no áspera y m ontañosa como es. Pero


existe la del agua, cuando está plácida y tran q u ila.» S alv iati prosigue
diciendo que, por consiguiente, «u n barco que se m ueve sobre el
mar en calm a es uno de estos m óviles que se m ueve sobre una super­
ficie que no está inclinada y, si fueran elim inados todos los obstácu­
los externos y accidentales, estaría por tanto en condiciones de avan­
zar incesante y uniform em ente con el im pulso recibido una sola vez».
Sim plicio asien te: «P arece que debe ser [ a s í] .»
A sí, evidentem ente, lo que en principio pareció ser un plano
infinito ha encogido en la discusión y se ha convertido en un seg­
mento de la superficie esférica de la T ierra. Y este m ovim iento que
se decía «p erp etu o », y que parecía ser un m ovim iento uniform e a
lo largo de un plano infinito, se ha convertido en un barco cruzando
un m ar en calm a, o en cualq uier otro objeto que se m ueva a lo
largo de una esfera lisa como la T ierra. Y es precisam ente éste el
punto que G alileo quería probar, porque ahora puede explicar que
una piedra que se deja caer desde un barco continuará moviéndose
alrededor de la T ierra m ientras se m ueve el barco, y así, soltada des­
de lo alto del m ástil, caerá al pie del mismo. «A h o ra, en cuanto a
esa piedra que está en lo alto del m ástil. ¿No se está m oviendo, trans­
portada por el barco por la circunferencia del círculo y alrededor de
su centro? Y , consiguientem ente, ¿no hay en ella un movim iento
indeleble, al haberse elim inado todos los im pedim entos externos?
¿ Y no es su m ovim iento tan rápido como el del b a rc o ?» A Sim plicio
se le perm ite llegar a su propia conclusión: «V os queréis decir que
la piedra, m oviéndose con un m ovim iento im preso en ella indeleble­
m ente, no puede abandonar el barco, sino seguirlo, y finalm ente caer
en el m ismo lugar donde caería si el barco estuviera in m ó vil.»
Una de las razones por las que a G alileo le habría parecido obje­
table el principio de inercia en su forma new toniana es la de que
im plica un universo infinito. El principio new toniano de inercia afir­
ma que un cuerpo que se m ueve sin la acción de fuerza alguna con­
tinuará moviéndose siem pre en línea recta a velocidad constante, y
si se m ueve por siem pre a velocidad constante, debe tener la poten­
cialidad de moverse a través de un espacio ilim itad o y sin fronteras.
M as G alileo afirm a en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas
del mundo que «todo cuerpo constituido en un estado de reposo,
pero por su naturaleza capaz de m ovim iento, se m overá, al ser puesto
en lib ertad , sólo si posee una inclinación natural hacia algún lugar en
p articu lar». Luego un cuerpo no puede sim plem ente alejarse de un
sitio, sino solam ente dirigirse a él. Tam bién afirm a sin dejar lugar
a dudas: «A dem ás, siendo el movim iento rectilíneo por naturaleza
infinito (ya que una línea recta es infinita e indeterm inada), es im ­
5. H acia un a física inercial 129

posible que alguna cosa tenga por naturaleza el principio de moverse


en línea recta; o, en otras p alabras, de m overse hacia un lugar a don­
de le es im posible llegar, no existiendo ningún punto final. Pues la
naturaleza, como el mismo A ristóteles dice m uy bien, nunca em­
prende algo que es im posible hacer, ni se em peña en mover hacia
donde no es posible lleg a r.» Por consiguiente, es obvio que G alileo,
cuando habla de m ovim iento rectilíneo, se refiere al movim iento a
lo largo de una parte lim itad a de una línea recta, o, como diríamos
en térm inos técnicos, a lo largo de un segm ento de una línea recta.
Para G alileo, al igual que para sus predecesores m edievales, mo­
vim iento todavía significa «m ovim iento lo cal», una traslación de un
lugar a otro, un m ovim iento hacía un destino fijo y no uno que sim­
plem ente continúa eternam ente en alguna dirección particular — salvo
en el caso de m ovim ientos circulares.
La prim era referencia publicada de G alileo a algún tipo de iner­
cia aparece en su famosa H istoria y demostraciones en torno a las
manchas solares y sus accidentes publicada en Roma en 1613, cuatro
años después de que com enzara sus observaciones con el telescopio.
H ablando de la rotación de las manchas alrededor del Sol, desarrolló
un principio de inercia restringida, sosteniendo que un objeto situado
sobre una trayecto ria circular continuará eternam ente este recorrido
a velocidad constante a lo largo de un círculo, a no ser que actúe
una fuerza exterior. Dice lo siguiente:

Pues me parece h aber observado que los cuerpos físicos poseen una inclina­
ción física a algú n m ovim iento (como la de los graves hacia abajo), el cual es
ejercido por ellos a través de una propiedad in trín seca y sin necesidad de un
m otor externo p articu lar, siem pre q u e no se h allen im pedidos por algún obstácu­
lo. Y tienen repugnan cia a algún otro m ovim iento (como la de los mismos gra­
ves a m overse hacia arrib a), y por tanto nunca se m ueven de esa m anera a
menos qu e sean violentam ente arrojados por un m otor externo.
F inalm ente, son in diferentes a algunos m ovim ientos, como lo son estos m is­
mos graves al m ovim iento h orizontal, con respecto al cual no tienen ni in clina­
ción (ya que no es h acia el centro de la T ierra), ni repugnancia (ya que no los
aleja de este centro). Y por esta razón, elim inados todos los obstáculos exter­
nos, un grave situado sobre una superficie esférica concéntrica con la T ierra
será in d iferen te ai reposo y a los m ovim ientos hacia cu alq uier parte del hori­
zonte. Y se m antendrá él mismo en ese estado en el que ha sido situado; es
decir, si se h alla m oviéndose h acia el oeste (por ejem plo), se m antendrá en este
m ovim iento. A sí un barco, por ejem plo, habiendo recibido en una ocasión algún
ím petu a través del m ar en calm a, se m overá continuam ente en torno a nuestro
globo sin detenerse nunca; y situado en reposo perm anecerá perpetuam ente en
reposo, si en el p rim er caso se p ud ieran elim in ar todos los obstáculos externos,
v en el segundo no se adicionara un a causa extern a de m ovim iento.
130 E l n acim iento d e la nueva física

Podem os observar aquí que e l m ovim iento continuo exam inado


por G alileo no es circular en general, sino sólo circular en la m edida
en que se trata de un círculo sobre la superficie de la T ierra, o sobre
una superficie esférica m ayor, concéntrica con la T ierra. Hemos
visto que G alileo no consideraba a un pequeño arco de un círculo
terrestre notablem ente diferente de una lín ea recta. Aún m ás impor­
tante, no obstante, es su introducción (en el segundo párrafo que
acabamos de c it a r )6 del concepto de un «e sta d o » — de m ovim iento
o de reposo— el cual (véase el apéndice 8) se convertiría en uno de
los conceptos más im portantes de la nueva física in ercial de D escartes
y de N ewton. El problem a se vuelve más com plicado debido al hecho
de que G alileo estaba indudablem ente actuando conforme a las ideas
generales de su tiempo, en las que se otorgaba un lugar especial a
los m ovim ientos circulares. Este era el caso, no sólo de la física aris­
to télica, sino también del planteam iento copernicano del universo.
Copérnico, haciéndose eco de una idea neoplatónica, había dicho
que el universo es esférico «b ien porque esta figura es la m ás per­
fe c ta ..., bien porque es la más capaz [e s decir, de entre todos los
sólidos posibles, la esfera es la que posee el m ayor volum en para una
superficie d ad a] y por ello es la más apropiada para lo que ha de
contener y preservar todas las cosas; o tam bién porque todos sus ele­
mentos perfectos, a saber, el Sol, la Luna y las estrellas, están así
form ados, o también porque todas las cosas tienden a asum ir esta
form a, como se ve en el caso de las gotas de agua y cuerpos líquidos
en general si se forman lib rem en te». Como la T ierra es esférica,
Copérnico preguntó: « ¿ P o r qué, entonces, dudam os en conceder a
la T ierra este poder de m ovim iento propio de su form a [e sfé ric a ],
en vez de suponer un deslizarse alrededor de todo el universo, cuyos
lím ites son desconocidos e incognoscibles?» La insistencia de G alileo
en los círculos y en el m ovim iento circular puede interpretarse como
concom itante de su defensa del sistem a copernicano.
Si contemplamos a G alileo como un producto de su tiem po, toda­
vía aprisionado por los principios de circularid ad en la física, pode­
mos observar la m edida en que las pautas generales que fijan el pen­
sam iento de una época pueden lim itar a los genios más grandes. Y
las consecuencias, en el caso de G alileo, son p articularm ente intere­
santes en el contexto del presente libro. Q uerem os llam ar la aten­
ción sobre dos de ellas, que se exam inarán en el capítulo siguiente.

6 Los puntos de vista de G alileo sobre el m ovim iento in ercial son exam inados
en The New Science of Motion cíe \vinifred L. W isan (1974), pp. 261-263;
tam bién se puede encontrar a llí un a valiosa presentación d el princip io «proto-
in erc ia l» de predecesores de G alileo tales como C ardano y B enedetti (pp. 149-
150, 205, 236-237).
5. H acia un a física in ercial 131

A nte todo, el apego de G alileo a los círculos para órbitas planetarias


le im pidió aceptar el concepto de órbitas elíp ticas, el extraordinario
descubrim iento de su contem poráneo K epler, publicado en 1609, jun ­
tam ente cuando G alileo apuntaba su telescopio hacia los cielos. En
segundo lugar, al restrin g ir el principio de in ercia, tal como él lo
concebía, a cuerpos en rotación y a graves m oviéndose librem ente so­
bre esferas lisas con el m ism o centro que la T ierra (con la excepción
de objetos terrestres recorriendo segm entos lim itados de líneas rec­
tas), nunca logró concebir una verdadera m ecánica celeste. A parente­
m ente no intentó exp licar el m ovim iento o rb ital de los planetas
m ediante algún tipo de principio in ercial de acción circular, y, como
m uy bien dijo Stillm an D rake, el prim er experto am ericano sobre
G alileo, «n o hizo ninguna ten tativa de explicar la causa de los m ovi­
m ientos planetarios, salvo para insinuar que si la naturaleza de la
gravedad fuese conocida, esto tam bién se podría d escub rir». Este era
un logro reservado para N ew ton.
V erem os que N ew ton estableció una física inercial que propor­
ciona una dinám ica tanto de cuerpos celestes como de objetos terres­
tres, y en la que sólo hay inercia lineal, sin ninguna inercia circular
en absoluto. De hecho, una no pequeña p arte del genio de Newton
se exhibe en su an álisis de los m ovim ientos orbitales planetarios,
donde se sirve de una idea que le comunicó H ooke, según la cual,
en el m ovim iento curvilíneo, hay una com ponente inercial en la direc­
ción lineal , com binada con una caída continua desde la línea recta
a la trayectoria o rb ital. A sí, a diferencia de G alileo, N ewton dem ostró
que el m ovim iento a lo largo de un círculo no es in ercial; por con­
siguiente, requiere una fuerza. N ew ton y su contem poráneo C hristiaan
H uygens m ostraron que en el m ovim iento circular uniform e hay
una aceleración que no es uniform e y por tanto de un tipo que se
hallaba fuera d el alcance de G alileo.

En opinión de algunos especialistas, toda la carrera científica de


G alileo representa su b ata lla en favor del sistem a copernicano. C ier­
tam ente, su lucha contra A ristó teles y Ptolom eo pretendía destruir
tanto el concepto de un universo geostático como la física basada en
él. El telescopio le perm itió hacer tam balear los fundamentos de la
astronom ía ptolem aica, y sus investigaciones en la dinám ica le llev a­
ron a un nuevo punto de vista, según el cual los acontecim ientos
en una T ierra en m ovim iento tendrían la m ism a apariencia que en
una T ierra estacionaria. G alileo no explicó realm ente cómo podía
m overse la T ierra, pero dem ostró positivam ente por qué los expe-
132 E l n acim iento d e la nueva física

rim em os terrestres tales como la caída de graves no pueden probar


ni refutar el m ovim iento de la T ierra.
La arm onía de la vida cien tífica de G alileo, en la que combinaba
la astronom ía observacional y la física m atem ática, deriva de su dedi­
cación a un universo centrado en el Sol — una dedicación reforzada
por casi cada descubrim iento principal de los que hizo tanto en física
como en astronom ía. H abiendo sido el instrum ento a través del cual
los gloriosos aspectos de la creación en los cielos se habrían revelado
plenam ente, por vez prim era, a un m ortal, G alileo debió sentir una
especial urgencia por convertir a todos sus sem ejantes al verdadero
sistem a del m undo — es decir, al copernicano— . Su conflicto con la
Iglesia Católica Romana surgió porque G alileo, en lo profundo de
su corazón, era un verdadero creyente. No había para él ninguna vía
de compromiso, ninguna m anera de poseer dos cosm ologías sepa­
radas, una secular y otra teológica. Si el sistem a copernicano era el
verdadero, como él creía, entonces ¿qué otra cosa podía hacer, sino
luchar con cada arm a de su arsenal de lógica, retórica, observación
científica, teoría m atem ática, y astuta perspicacia para que su Iglesia
aceptara el nuevo sistem a del m undo? D esgraciadam ente para G ali­
leo, no era el momento para que la Iglesia acom etiera este cambio,
o así lo parecía entonces, tras el Concilio de T rento y sus insistencia
sobre la interpretación literal de las E scrituras. No había m anera de
evitar el conflicto, y las consecuencias todavía prolongan su eco a
nuestro alrededor en un sinfín de escritos polém icos. En el contraste
entre la heroica postura de G alileo al intentar reform ar la base cos­
mológica de la teología ortodoxa y su capitulación al renegar, hum i­
llado y de rodillas, de sus convicciones copernicanas, podemos per­
cibir las trem endas fuerzas con que tropezó el nacim iento de la cien­
cia m oderna. Y posiblem ente vislum brem os algo del espíritu de este
gran hombre al recordarlo, después de su proceso y condena, viviendo
bajo un tipo de vigilancia o arresto dom iciliario, como lo vio M ilton
en A rcetri, y com pletando su obra científica más im portante, Consi­
deraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias.
Este libro constituyó la base sobre la cual la siguiente generación de
científicos comenzaría la gran exploración de los principios dinám i­
cos de un universo heliocéntrico.
Capítulo 6
LA MUSICA CELESTE DE KEPLER

Desde la época de los griegos, los científicos han insistido en que


la naturaleza es sim ple. Una conocida m áxim a de A ristóteles es que
«la naturaleza no hace nada en vano, nada superfluo». O tra expre­
sión de esta filosofía ha llegado a nosotros a través de un monje y
estudioso del siglo x iv , G uillerm o de Occam. Conocida como su
« le y de econom ía» o « la navaja de O ccam » (quizá por su im placable
extirpación de lo superfluo), m antiene que «lo s entes no deben m ul­
tiplicarse innecesariam ente». «E s vano hacer con más lo que puede
ser hecho con m enos», resum e quizá esta actitud. Como N ewton
declaró en los Principia, « la naturaleza no hace nada en vano, y más
causas son vanas donde pocas b astan ». La razón es que « la n aturale­
za es sim ple y no se perm ite el lujo de causas superfluas».
Hemos visto a G alileo asum ir un principio de sim plicidad en su
método de abordar el problem a del m ovim iento acelerado, y los es­
critos de la m oderna ciencia física proporcionan innum erables ejem ­
plos. Claro está, la física de hoy día está en un apuro, o al menos
en una situación incóm oda, a causa de que las recientem ente descu­
biertas «p artículas elem en tales» nucleares exhiben una tenaz aversión
a aceptar leyes sencillas. H ace tan sólo unos pocos decenios los fí­
sicos suponían com placientem ente que el protón y el electrón eran
las únicas «p artículas fundam entales» que necesitaban para explicar
el átomo. Pero ahora se ha ido infiltrando una «p artícula fundam en­
ta l» tras otra, hasta tal punto que parece que m uy posiblem ente exis­
tan tantas como elementos quím icos. Enfrentado con esta desconcer­
133
134 E l n acim iento de la nueva física

tante colección, e l físico m edio está tentado de hacerse eco de Alfonso


el Sabio y lam entar el hecho de que no haya sido consultado antes.
C ualquiera que examine la figura 14 (págs. 57-58) verá en segui­
da que n i el sistem a ptolem aico n i e l copernicano eran, en cualquier
acepción de la palabra, «sen cillo s». H oy sabem os por qué estos sis­
tem as carecían de sim plicidad. L im itar los m ovim ientos celestes a
círculos introducía muchas curvas y centros de m ovim iento por de­
más innecesarios. Si los astrónom os hubieran usado algunas otras
curvas, especialm ente la elip se, un núm ero m enor de ellas podría
haber hecho m ejor el trabajo. U na de las grandes contribuciones de
K epler a la astronom ía fue haber encontrado esta verdad.

La e l i p s e y e l u n iv e r s o k e p l e r i a n o

L a elip se nos perm ite centrar el sistem a solar en e l Sol verdadero


en lugar de en algún «So l m edio» o el centro de la ó rb ita de la T ie­
rra, como hizo Copérnico. De este modo el sistem a kepleriano pre­
senta un universo de estrellas fijas en el espacio, un Sol fijo y una
única elipse para la órbita de cada p laneta, con una adicional para la
Luna. En realid ad , muchas de estas elipses, excepto para la órbita de
M ercurio, se parecen tanto a círculos que a prim era vista el sistem a
kepleriano parece ser el sistem a copernicano sim plificado mostrado
en la página 58 del capítulo 3: un círculo para cada plan eta en su
m ovim iento alrededor del Sol y otro para la Luna.
Una elipse (fig. 22) no es una curva tan « se n c illa » como un círcu­
lo, como vamos a ver. P ara trazar una elipse (fig . 22 A ) se clavan
dos alfileres o chinchetas en una tabla, y a ello s se atan los extrem os
de un trozo de hilo. A hora se traza la curva m oviendo un lápiz den­
tro del rizo de hilo de modo que e l hilo siem pre perm anezca tenso.
De este m étodo de dibujar la elipse es evidente la siguiente condición
definidora: cada punto P sobre la elipse tiene la propiedad de que
la sum a de las distancias desde él a los otros dos puntos Fi y Fi, cono­
cidos como focos, es constante. (L a sum a es igual a la longitud del
cordel.) P ara cada par de focos, la longitud del cordel escogida de­
term ina el tam año y form a de la elip se, la cual tam bién puede va­
riarse usando la misma longitud de cordel y situando los alfileres
más cerca, o más lejos, uno de otro. De este modo una elipse puede
tener una form a (fig. 22 B ) con más o menos las proporciones de
un huevo, un cigarro o una aguja, o puede ser casi redonda e igual
a un círculo. Pero, a diferencia del verdadero huevo, cigarro o agu­
ja, la elipse debe ser siem pre sim étrica (fig . 2 3 ) con respecto a los
ejes, uno de los cuales (el eje m ayor) es una lín ea trazada de un
6. L a m úsica celeste de K ep ler
135

*5’ , “ elipse, dibujada la forma que se muestra en (A), puede adoptar


todas las formas que se muestran en (B) si se usa el mismo cordel, pero se varia
la distancia entre los alfileres, situando uno de ellos en Fj, F¡, Ff¡ etc.
136 E l n acim iento de la nueva física

Eje menor

F ig. 2 3 .— La elipse siempre es simétrica con respecto a sus ejes mayor y menor.

lado a otro de la elipse y que pasa por los focos, y el otro (el eje
m enor) es una línea trazada de un lado a otro de la elipse a lo largo
de la perpendicular al eje m ayor y que lo bisecta. Si los dos focos se
aproxim an hasta coincidir, la elipse se transform a en un círculo;
otra m anera de expresar esto es decir que el círculo es una forma
«degen erad a» de la elipse.
Las propiedades de la elipse fueron descritas en la antigüedad
por Apolonio de Perga, el geóm etra griego que inauguró el esquema
de epiciclos usado en la astronom ía ptolem aica. A polonio mostró que
la elipse, la parábola (la trayectoria de un proyectil de acuerdo con
la mecánica galilean a), el círculo y otra curva denom inada la hipér­
bola se pueden form ar pasando planos con diferentes inclinaciones a
través de un cono recto o cono de revolución. Pero hasta la época
de Kepler y G alileo nadie había m ostrado que las secciones cónicas
se dan en los fenómenos naturales del m ovim iento.
No discutirem os en este libro las etapas por las que Johannes
Kepler llegó a hacer sus descubrim ientos. No porque el tem a esté
desprovisto de interés. ¡Lejos de ello! Pero ahora estam os interesa­
dos en el nacim iento de una nueva física, y la form a en que se rela­
ciona con los escritos de la antigüedad, la Edad M edia, el Renaci­
miento y el siglo x v n . Los libros de A ristóteles fueron am pliam ente
leídos, del mismo modo que lo fueron los escritos de G alileo y de
N ewton. Se estudiaba cuidadosam ente el Almagesto de Ptolomeo y
el De revolutionibus de Copérnico. Pero los escritos de Kepler no
fueron leídos con tanta generalidad. N ewton, por ejem plo, conocía
los trabajos de G alileo, pero aparentem ente no leyó los trabajos as­
tronómicos de Kepler. Su conocimiento de las leyes de Kepler lo
6. L a m úsica celeste de K epler 137

F ig . 24.— Las secciones cónicas se obtienen seccionando un cono en las formas


que se muestran. Advierta que el círculo se obtiene mediante un corte paralelo
a la base del cono, y la parábola mediante uno paralelo a un lado.

adquirió de segunda m ano, del m anual de astronom ía de T. Streete


y del libro de texto de V . W in g. A un en la actualidad los principales
trabajos de Kepler no están disponibles en traducciones com pletas al
inglés, francés o italiano.
Este descuido de los textos de Kepler no es difícil de entender.
El lenguaje y el estilo son de una dificultad y prolijidad inim agina­
bles, lo cual, en contraste con la claridad y vigor de cada palabra de
G alileo, parece trem endam ente enojoso. Esto es de esperar, pues los
escritos reflejan la personalidad de su autor. Kepler fue un m ístico
atorm entado, que tropezó con sus grandes descubrim ientos en un
fantástico avanzar a tientas que ha llevado a uno de sus biógrafos 1 a
1 A rth ur K oesder, The Sleepwalkers, Londres, H utchinson & Co., 1959.
[T ra d . cast., Los sonámbulos, Buenos A ires, E udeba, 1963 y Barcelona, Salvar,
1986.]
138 EÍ n acim iento d e la nueva física

calificarlo de «so n ám b ulo ». T ratando de probar una cosa, descubría


otra, y en sus cálculos com etió algunos errores de bulto que se can­
celaban entre sí. Fue com pletam ente distinto de G alileo y de N ew ton;
sus resueltas búsquedas de la verdad posiblem ente nunca podrían
m erecer la descripción de sonam bulism o. K epler, que escribió bos­
quejos de sí m ism o, d ijo que se tornó copernicano cuando era estu­
diante y que «h ab ía tres cosas en p articular, a saber, e l núm ero, dis­
tancias y m ovim ientos de los cuerpos celestes, p ara las cuales yo
buscaba celosam ente las ra 2 ones por las que eran como eran, y no
de otra fo rm a». Sobre el sistem a centrado en el Sol de Copérnico,
K epler escribió en otro m om ento: «C iertam ente sé que le debo este
servicio: que desde que lo confirm é como cierto en lo m ás profundo
de m i alm a, y desde que contem plé su belleza con in creíb le y em be­
lesado d eleite, debo tam bién defenderlo públicam ente ante m is lec­
tores con toda la fuerza de que dispongo.» Pero no fue suficiente
defender el sistem a; se dispuso a dedicar su vid a en tera a encontrar
una ley o un conjunto de leyes que m ostraran cómo el sistem a se
m antiene unido, por qué los p lanetas tienen las órbitas particulares
en las que se encuentran y por qué se m ueven como lo hacen.
La prim era entrega de este program a, publicada en 15 96 , cuando
K epler tenía veinticinco años de edad, se titulab a Prodrortrus. En este
libro K epler anunciaba lo que consideraba un gran descubrim iento
relativo a las distancias de los p lanetas al Sol. E ste descubrim iento
nos m uestra cuán enraizado estaba K epler en la tradición platónico-
pitagó rica, cómo buscó encontrar regularidades en la n aturaleza aso­
ciadas con las regularidades de las m atem áticas. Los geóm etras grie­
gos habían descubierto que había cinco «só lid os re g u lares», que se
m uestran en la figura 25. En e l sistem a copernicano h ay seis plane­
tas: M ercurio, V enus, la T ierra, M arte, Jú p ite r y Saturno. De aquí
se le ocurrió a K epler que cinco sólidos regulares pueden separar seis
órbitas planetarias.
Comenzó con e l m ás sim ple de estos sólidos, e l cubo. Un cubo
puede ser circunscrito por una y sólo una esfera, precisam ente del
mismo modo en que una y sólo una esfera puede ser inscrita en un
cubo. P or lo tanto, podemos tener un cubo que es circunscrito por
la esfera núm ero 1 y contiene a la esfera núm ero 2 . E sta esfera nú­
mero 2 contiene al siguiente sólido regular, el tetraedro, el cual, a su
vez, contiene a la esfera núm ero 3. E sta esfera núm ero 3 contiene al
dodecaedro, el cual, a su vez, contiene a la esfera núm ero 4. A hora
sucede que en este esquem a los radios de las sucesivas esferas se ha­
llan más o menos en la m ism a proporción que las distancias m edias
de los planetas en el sistem a copernicano, excepto para Jú p ite r — lo
cual no es sorprendente, cijo K epler, considerando cuán lejos se halla
6. L a m úsica celeste d e K epler 139

Tetraedro Cubo

Fig. 25.— Los poliedros «regulares». El tetraedro tiene cuatro caras, siendo cada
una un triángulo equilátero. E l cubo tiene seis caras, cada una de ellas un cua­
drado. E l octaedro tiene ocho caras, cada una un triángulo equilátero. Cada una
de las doce caras del dodecaedro es un pentágono equilátero. Las veinte caras
del icosaedro son todas triángulos equiláteros.

Jú p iter del Sol. El prim er esquem a kepleriano (fig . 26), entonces,


fue éste:

E sfera de Saturno
Cubo
E sfera de Jú p iter
Tetraedro
E sfera de M arte
Dodecaedro
E sfera de la T ierra
Icosaedro
E sfera de Venus
Octaedro
E sfera de M ercurio
140 El nacim iento de la nueva física

«E m prendí la tarea — dijo— de probar que D ios, en la creación


de este universo m óvil y la disposición de los cielos, tuvo en cuenta
los cinco cuerpos regulares de la geom etría célebres desde los días de
Pitágoras y Platón, y que El había acomodado a su naturaleza, el
núm ero de los cielos, sus proporciones y las relaciones de sus m ovi­
m ien to s.» A un a pesar de que este libro no alcanzó un éxito incon­
dicional, estableció la reputación de K epler como un hábil m atem á­
tico y como un hombre que realm ente sabía algo de astronom ía.
Sobre la base de este logro, Tycho Brahe le ofreció un trabajo.
De Tycho Brahe (1 5 4 6 -1 6 0 1 ) se ha dicho que fue el reform a­
dor de la observación astronóm ica. Usando instrum entos enormes
y bien construidos, había increm entado tanto la precisión de las de­
term inaciones a sim ple vista de las posiciones plan etarias y de las
localizaciones de las estrellas relativas una a otra, que se hizo claro
que ni el sistem a de Ptolom eo ni el de Copérnico podían predecir
verdaderam ente las apariencias celestes. A dem ás, en contraste con
astrónom os anteriores, Tycho no se lim itó a observar los planetas
en un momento dado y sum in istrar entonces los factores para una
teoría o para buscar tal teoría; en su lugar, observó un planeta siem-
ple que era visible, noche tras noche. Cuando K epler, con el tiempo,
se convirtió en el sucesor de T ycho, heredó la más am plia y exacta
colección de observaciones plan etarias — especialm ente para el p la­
neta M arte— que fuera reunida jam ás. Como se recordará, Tycho
no creía ni en el sistem a ptolem aico ni en el copernicano, sino que
había propuesto un sistem a geocéntrico de su propia invención. Kepler,
fiel a una promesa que le había hecho a T ycho, in tentó encajar los
datos de Tycho sobre el planeta M arte en el sistem a tychónico.
Fracasó, como fracasó tam bién a la hora de encajar los datos en el
sistem a copernicano. Pero veinticinco años de labor produjeron una
nueva y perfeccionada teoría del sistem a solar.
K epler presentó sus prim eros resultados principales en un trabajo
titulado «Nueva astronom ía... presentada en form a de comentarios
sobre los movimientos de M arte», publicado en 1609 2, el año en el
cual G alileo apuntó por prim era vez su telescopio en dirección a los
cielos. Kepler había llevado a cabo setenta ten tativas distintas de
disponer los datos obtenidos por Tycho en los epiciclos copernicanos
y en los círculos tvchónicos, pero siem pre fracasó. E videntem ente, era
necesario renunciar a todos los m étodos aceptados de calcular las

2 Como in dica el título , se trata de una Astronomía nova, una «nu eva astro­
n om ía», en el sentido de relacion ar los m ovim ientos p lan etario s con sus causas
para lle g a r a una «física celeste». K ep ler no tuvo éxito en alcanzar este p articu­
la r objeto — la prim era obra m oderna q u e revela la reJación en tre m ovim ientos
celestes y causas físicas fue los Principia de N ew ton (1687).
6 L a m úsica celeste d e K epler 141

F ig . 2 6 .— El modelo del universo de Kepler. Apreció más a este extraño dis­


positivo, que consiste en los cinco sólidos regulares encajados uno en otro, que
a las tres leyes sobre las que repesa su fama. De su libro de 15%.
142 E l n acim iento de la nueva física

órbitas planetarias o rechazar las observaciones de Tycho como in­


exactas. El fracaso de K epler no parece tan desafortunado como él
creía. D espués de calcular excéntricas, epiciclos y ecuantes en ingenio­
sas com binaciones, fue capaz de obtener un acuerdo entre las predic­
ciones teóricas y las observaciones de Tycho con una discrepancia de
sólo 8 m inutos (8 ’ ) de arco. Copérnico m ismo nunca había esperado
alcanzar una precisión m ayor de 1 0 ’, y las Tablas prusianas, calcu­
ladas por Reinhold sobre la base de los m étodos copem icanos, llega­
ban a discrepar hasta en 5o. En 1609, antes de la aplicación de los
telescopios a la astronom ía, 8 ’ no era un ángulo grande; 8 ' es preci­
sam ente el doble de la separación m ínim a entre dos estrellas que el
ojo m edio puede d istin guir sin ayuda como entidades separadas.
Pero K epler no iba a quedar satisfecho con cu alq uier aproxim a­
ción. C reía en el sistem a copernicano centrado en el Sol y tam bién
creía en la exactitud de las observaciones de T ycho. A sí, escribió:

Puesto que la divina bondad nos ha dado en Tycho Brahe un observador


muy cuidadoso, de cuyas observaciones el error de 8 ’ se muestra en este cálculo
... es justo que reconozcamos con gratitud y hagamos uso de este don de D ios...
Pues si yo hubiera tratado los 8 ’ de longitud como despreciables, habría corre­
gido ya suficientemente la hipótesis ... descubierta en el Capítulo X VI. Pero
como no pueden ser ignorados, tan sólo estos 8 ’ han señalado el camino hacia
una completa reforma de la astronomía, y se han constituido en el objeto de
gran parte de este trabajo.

Comenzando de nuevo, K epler dio finalm ente el paso revolucio­


nario de rechazar del todo los círculos, probando con una curva ovi­
form e y finalm ente con la elipse. P ara apreciar cuán revolucionario
fue en realidad este paso, recuérdese que tanto A ristóteles como
Platón habían insistido en que las órbitas p lan etarias debían ser com­
binaciones de círculos, y que este principio fue una característica
común tanto al Almagesto de Ptolom eo como al De revolutionibus
de Copérnico. G alileo, am igo de K epler, ignoró cortésm ente la ex­
traña aberración. Pero la victoria final fue de K epler. No sólo se
desembarazó de innum erables círculos, no requirien do sino una curva
oval por planeta, sino que hizo exacto al sistem a y encontró una
relación com pletam ente nueva e insospechada entre la localización
de un planeta y su velocidad o rb ital.

L as t r e s le y e s

El problem a de Kepler no fue sólo d eterm in ar la órbita de M arte,


sino h allar al mismo tiempo la órbita de la T ierra. La razón es que
6. L a m úsica celeste de K epler 143

F ig . 27.— Ley de Kepler de las áreas iguales. Como un planeta atraviesa los
arcos AB, CD y EF en tiempos iguales (ya que las áreas SAB, SCD y SEF son
iguales), viaja más rápido en el perihelio, cuando está más cerca del Sol, y más
lento en el afelio, cuando se halla más alejado. La forma de esta elipse es la de
una órbita cometaria. Las elipses planetarias se aproximan mucho más a un
circulo.

nuestras observaciones de M arte se efectúan desde la T ierra, la cual


no se m ueve uniform em ente en un círculo perfecto alrededor del Sol.
A fortunadam ente, sin em bargo, la ó rb ita de la T ierra es casi circu­
lar. K epler descartó la id ea de Copérnico de que todas las órbitas
plan etarias deben centrarse en e l punto m edio de la órbita de la T ie­
rra. D escubrió, en cam bio, que la órbita de cada planeta tiene la
form a de una elipse con el S o l situado en un foco. Este principio se
conoce como la prim era le y de K e p le r3.
La segunda ley de Kepler nos informa acerca de la velocidad con
la que un planeta se mueve en su órbita. Esta ley establece que en
cualesquiera intervalos de tiem po iguales, una línea trazada desde el
planeta al Sol barrerá áreas iguales. La figura 27 muestra áreas igua­
les para tres regiones de una órbita planetaria. Como las tres regiones
sombreadas tienen la misma área, el planeta se mueve más rápida­
mente cuando está más cerca del Sol y más lentamente cuando está

i En su libro sobre M arte, Kepler deriva primero una ley general de áreas
que es independiente de cualquier órbita en particular. Sólo más tarde, y a
fuerza de un enorme trabajo de cálculo, inventó el concepto de una órbita d íp ­
tica, para luego hallar que la órbita encajaba con las observaciones de Marte.
Alrededor de ochenta años más tarde, Newton, en sus Principia, comenzaría
con la ley sobre áreas (prop. 1-3) y sólo después (prop. 11) se ocuparía de la
ley sobre órbitas elípticas.
144 E l n acim iento de la nueva física

más alejado. Esta segunda ley nos indica así inm ediatam ente que la
irregularidad aparente en la velocidad con la que los planetas se mue­
ven en sus órbitas es una variación que es función de una sencilla
condición geom étrica.
La prim era y segunda leyes m uestran claram ente cuánto alteró
y sim plificó Kepler el sistem a copernicano. Pero la tercera ley, co­
nocida tam bién como la ley arm ónica, es aún más interesante. Se
denomina ley arm ónica debido a que su descubridor pensó que de­
m ostraba las verdaderas arm onías celestes. K epler hasta tituló el
libro en el cual la anunciaba La armonía del mundo (1 6 1 9 ). La ter­
cera ley establece una relación entre los tiem pos periódicos en los
cuales los planetas com pletan sus órbitas alrededor del Sol y sus dis­
tancias m edias al Sol. H agam os una tabla de los tiempos periódi­
cos (T) y de las distancias m edias (D ). En esta tabla y en el texto
que sigue las distancias se dan en unidades astronómicas. Una unidad
astronóm ica es, por definición, la distancia m edia de la T ierra al
Sol. Esta tabla nos m uestra que no hay una relación sencilla entre
D y T. Por esta razón Kepler trató de ver qué sucedería si tomaba

Mercurio Venus Tierra Marte Júpiter Saturno

Tiem po m edio T 0,24 0,615 1,00 1,88 11,86 29,457


(años)
D istancia m edia 0,387 0,723 1,00 1,524 5,203 9,539
desde el Sol D
(U nidades
astronóm icas)

los cuadrados de estos valores, D2 y T2. Estos pueden ser tabulados


como sigue (usando valores actuales):

Mercurio Venus Tierra Marte Júpiter Saturno

T- 0,058 0,378 1,00 3,53 141 867,7


0,150 0,523 1,00 2,323 27,071 90,993

T odavía no hay una relación discernible entre D y T2, o entre


D1 y T, o aun entre D 2 y T2. C ualquier m ortal ordinario habría re­
6. L a m úsica celeste de K epler 145

nunciado en este punto. ¡K epler no! Se h allaba tan convencido de


que estos núm eros debían estar relacionados que nunca habría re­
nunciado. La siguiente potencia es el cubo. R esulta que T3 no tiene
ninguna u tilid ad , pero LP depara los siguientes números. Obsérvelos
y luego retorne a la tabla de cuadrados.

Mercurio Venus Tierra Marte Júpiter Saturno

D3 0,058 0,378 1,00 3,54 141 867,9

A quí se hallan entonces las arm onías celestes, la tercera ley, que
establece que los cuadrados de los tiempos de revolución de cada dos
planetas alrededor del S ol (la T ierra in clu id a) son proporcionales a
los cubos de sus distancias medias al Sol.
En lenguaje m atem ático, podemos decir que «T 2 es siem pre pro­
porcional a D3» , o bien que

donde K es una constante. Si escogemos como unidades para D y T


la unidad astronóm ica y el año, entonces K tiene el valor numérico
de la unidad. (Pero si la distancia se m idiera en kilóm etros y el tiem ­
po en segundos, el valor de la constante K no sería la unidad.) O tra
m anera de expresar la tercera le y de K epler es

Di3 _ IV _ D 33 _ D,3 _ K
~t F ~ ~ T F ~~ " r T " ” ~t T .................... ~

donde Di y T i, Di y Ti, son las respectivas distancias y períodos


de cada planeta en el sistem a solar.
P ara ver cómo puede aplicarse esta ley, vamos a suponer que se
descubriera un nuevo planeta a una distancia m edia de 4UA del Sol.
¿C uál es su período de revolución? L a tercera ley de K epler nos dice
que el cociente D3/T2 para este nuevo plan eta debe ser el mismo que
el cociente D J'/ T J para la T ierra. Es decir.

D3 (M U )3
T ( I a)2
146 £1 n acim iento de la n ueva física

Como D = 4 A U,

(4 A U ? (XUAf

V- ” ( I a )2

64 1
T2~ J v f

T = 6 4 X ( I a?

r = 8a
Tam bién se puede resolver el problem a inverso. ¿C u ál es la dis­
tancia del Sol a un planeta que tiene un período de 1 2 5 años?

D3 (11L4)3

( I a )2

D3 (1LM )3

( 1 2 5 a)2 ~ ( I a?

jy (iim p

(125 X 125) “ 1

Z)3 = 2 5 X 2 5 X 25 X ( W A f

D = 25U A

Pueden resolverse problem as análogos para cualquier sistem a de


satélites. La trascendencia de esta tercera ley es que se trata de una
ley de necesidad; es decir, establece que, en cualq uier sistem a de saté­
lites, es im posible para éstos m overse a cualq uier velocidad o a cual­
quier distancia. Una vez se ha dado la distan cia, la velocidad está
determ inada. En nuestro Sistem a Solar esta ley im plica que el Sol
sum inistra la fuerza rectora que m antiene a los planetas m oviéndose
como lo hacen. De ninguna otra m anera podemos dar cuenta del
hecho de que la velocidad esté tan puntualm ente relacionada con la
distancia si Sol. Kepler pensaba que la acción del Sol era, cuanto
menos en parte, m agnética. Se sabía en su día que un im án atrae a
otro im án aún a pesar de que los separen distancias considerables.
6. L a m úsica celeste d e K ep ler 147

El m ovim iento de un im án produce m ovim iento en el otro. K epler


estaba inform ado de que un físico de la reina Isabel, W illiam Gil-
bert (1 5 4 4 -1 6 0 3 ), había m ostrado que la T ierra es un enorme im án.
Si todos los objetos en el Sistem a So lar son sem ejantes antes que
diferentes, como había m ostrado G alileo y como supone el sistem a
heliocéntrico, ¿p or qué e l Sol y los otros planetas no podrían ser
tam bién im anes como la T ierra?
La suposición de K epler, pese a ser atractiva, no conduce direc­
tam ente a una explicación de por qué los planetas se m ueven en elip ­
ses y barren áreas iguales en tiempos iguales. Ni nos dice por qué
la p articu lar relación distancia-período que encontró es efecivam ente
válida. Ni parece relacionada de alguna form a con problem as tales
como la caída de graves — conforme a la ley galileana de caída—
sobre una T ierra estacio n aria o en m ovim iento, ya que la piedra
corriente o el trozo de m adera no son m agnéticos. Y sin em bargo
verem os que N ew ton, el cual respondió con el tiempo a estas cues­
tiones, basó sus descubrim ientos en las leyes encontradas por K epler
y G alileo.

Kepler v e rsu s lo s c o p e r n ic a n o s

¿P o r qué los bellos resultados de K epler no fueron un iversal­


m ente aceptados por los copernicanos? Entre el momento de su pu­
blicación (I , I I, 16 09 ; I I , 16 19 ) y la publicación de los Principia de
N ewton en 1687, hubo m uy pocos trabajos que contuvieran refe­
rencias a las tres leyes de K epler. G alileo, que había recibido copias
de los libros de K epler y que ciertam ente tenía conocimiento de la
sugerencia de las órbitas elíp ticas, nunca mencionó en sus escritos
científicos ninguna de las leyes de K epler, ni para alabarlas ni para
criticarlas. En p arte, la reacción de G alileo debe haber sido coperni-
cana, anclada en la creencia de la auténtica circularidad, im plícita en
el m ismo título del libro de Copérnico: Sobre las revoluciones de las
esferas celestes. Esta obra se abría con un teorem a: 1. Que el mundo
es esférico. Este era seguido poco después por una discusión del tema
«Q u e el m ovim iento de los cuerpos celestes es regular y circular,
perpetuo o com puesto por m ovim ientos circu lares». A quí el prin ­
cipal argum ento es:

La m ovilidad de la esfera es g irar en un círcu lo , expresando m edian te el


m ismo acto su form a, en un cuerp o sim plicísim o, donde no se puede encontrar
n i princip io ni fin, ni d istin g u ir uno de otro, m ien tras la esfera pasa hacia los
m ism os pun to s volviendo h a d a los m ism o s... Y no menos conviene confesar
q u e los m ovim ientos son circu lares, o com puestos por muchos círculos, porque
148 E l n acim iento de la nueva física

m antienen las irregu laridades según una le y fija y con renovaciones constantes:
lo que no p odría suceder si no fueran circulares. Pues e l círculo es el único que
puede volver a recorrer el cam ino recorrido. Como, por ejem plo, el Sol, con su
m ovim iento com puesto de círculos, nos trae de nuevo, una vez y otra, la irre­
g u larid ad de los días y las noches y las cuatro estaciones d el año.

De este m odo, Kepler estaba com portándose de una forma altam ente
no-copernicana por no aceptar que las órbitas planetarias son «círcu­
lo s» o «com puestas de círculo s»; adem ás, había llegado en parte a
esta conclusión por la reintroducción, en una etapa de su pensamien­
to, del aspecto de la astronom ía ptolem aica que más había objetado
Copérnico, el ecuante. En su astronom ía, K epler introdujo una sen­
cilla aproxim ación para ocupar el lugar de la ley de las áreas. Kepler
dijo que una línea trazada desde cualquier planeta al foco vacío de
su elipse (fig. 28) gira uniform em ente, o lo hace m uy aproxim ada­
m ente. El foco vacío, o el punto sobre el cual tal línea giraría des­
cribiendo ángulos iguales en tiem pos iguales, es el ecuante. (Inciden-
talm ente, podemos observar que este últim o «d escubrim iento» de
K epler no es cierto.)
Desde casi todo punto de vista, las elipses deben haber parecido
objetables. ¿Q ué tipo de fuerza podría conducir a un planeta a lo
largo de una trayectoria elíp tica con justam ente la variación precisa

F i g . 2 8 . — Ley de Kepler del ecuante. Si un planeta se mueve de modo que en


tiempos iguales barre ángulos iguales con respecto a un foco vacio en F, reco­
rrerá los arcos AB y CD en el mismo tiempo, puesto que los ángulos a y (3 son
iguales. De acuerdo con esta ley, el planeta se mueve más rápido por el arco
AB (en el perihelio) que por el arco C D (en el afelio), como predice la ley de
las áreas iguales. No obstante, esta ley es sólo una tosca aproximación. En el
siglo X V I I se añadieron a la misma ciertos factores de corrección para hacerla
dar unos resultados más aproximados.
6. La m úsica celeste de K epler 149

de velocidad dem andada por la ley de las áreas? No reproducirem os


la discusión de Kepler sobre este punto, sino que lim itarem os nues­
tra atención a un aspecto del m ismo. K epler supuso que algún tipo
de fuerza o emanación sale del Sol y m ueve los planetas. Esta fuerza
— a veces denom inada una anima m otrix — no se disem ina desde el
Sol en todas direcciones. ¿P o r qué debería hacerlo? Después de todo,
su función es sólo m over los planetas, y todos los planetas se encuen­
tran en, o m uy aproxim adam ente en, un solo plano, el plano de la
eclíptica. De aquí K epler supuso que esta anima m otrix se disem i­
naba sólo en el plano de la eclíptica. H abía descubierto que la luz,
la cual se propaga en todas direcciones desde una fuente lum inosa,
dism inuye en intensidad como el inverso del cuadrado de la distan­
cia; es decir, que si hay una cierta intensidad o brillo a tres metros
de una lám para, el brillo a seis metros de ella será una cuarta parte
del an terio r, porque cuatro es el cuadrado de dos y la nueva distancia
es el doble de la antigua. En form a de ecuación,

intensidad c<------------------
(d istan cia)2

Pero K epler sostuvo que la fuerza solar no se disem ina en todas las
direcciones de acuerdo con la ley de la inversa del cuadrado, como
lo hace la luz solar, sino sólo en el plano de la eclípica y de acuerdo
con una ley bastante diferente. Es a p artir de esta doblem ente errónea
suposición que derivó su le y de las áreas — ¡y lo hizo antes de haber
encontrado que las órbitas planetarias son elipses! La diferencia entre
su procedim iento y el que consideraríam os «ló gico » es que no des­
cubrió prim ero la trayectoria verdadera de M arte alrededor del Sol,
y calculó entonces su velocidad en térm inos del área barrida por una
línea trazada desde el Sol a M arte. Este no es sino un ejem plo de la
dificultad en seguir a K epler a través de su libro sobre M arte.

El lo g r o k e p le r ia n o

A G alileo le desagradaba particularm ente la idea de que las ema­


naciones solares o m isteriosas fuerzas actuando a distancia pudieran
afectar la T ierra o cualquier parte de la T ierra. No sólo rechazó la
sugerencia de K epler de que el Sol puede ser el origen de una fuerza
atractiva que m ueve la T ierra o los planetas (en la cual estaban basa­
das las prim eras dos leyes de K epler), sino que tam bién rechazó espe­
cialm ente la sugerencia de K epler de que una fuerza lunar o em ana­
ción pudiera ser una causa de las m areas. A sí, escribió:
150 E l nacim iento de la nueva física

Pero en tre todos los grandes hom bres qu e han filosofado sobre este notable
efecto, estoy más sorprendido con K epler qu e con cu a lq u ier otro. A pesar de
su m ente ab ierta y aguda, y a pesar de qu e tien e en las p un tas de sus dedos
los m ovim ientos atrib uido s a la T ierra p resta su o ído, sin em bargo, y su apro­
bación al dom inio de la L una sobre las agu as, y a p ropiedades ocultas, y a pue­
rilid ad es de este tipo.

En cuanto a la ley arm ónica, o tercera ley, podemos preguntar


con la voz de G alileo y sus contem poráneos, ¿esto es ciencia o nume-
rología? K epler ya se había com prom etido públicam ente con la opi­
nión de que el telescopio revelaría no sólo los cuatro satélites de
Júp iter descubiertos por G alileo, sino tam bién dos de M arte y ocho
de Saturno. La razón para estos núm eros en p articular era que así
el número de satélites por planeta se increm entaría de acuerdo con
una secuencia geom étrica regular: 1 (para la T ierra), 2 (para M arte),
4 (para Jú p ite r), 8 (para Saturno). ¿N o era la relación distancia-
período de Kepler algo del m ismo puro m alabarism o de núm ero antes
que verdadera ciencia? ¿Y no se podrían h alla r pruebas d el aspecto
generalm ente acientífico de todo el libro de K epler en la form a en
que intentó acomodar los aspectos num éricos de los m ovim ientos y
localizaciones de los planetas en las cuestiones planteadas por la tabla
de contenidos del Libro Q uinto de su A rm onía del m undo ?

1. Acerca de las cinco figuras sólidas regulares.


2. Sobre la relación entre ellas y las razones arm ónicas.
3. Resum en de la doctrina astronóm ica necesaria para la con­
tem plación de las arm onías celestes.
4. En qué cosas relativas a los m ovim ientos planetarios han
sido expresadas las arm onías sim ples y que todas aquellas
arm onías que están presentes en el canto se encuentran en
los cielos.
5. Q ue las claves de la escala m usical, o tonos del sistem a, y
los tipos de arm onías, la m ayor y la m enor, están expre­
sadas por ciertos m ovim ientos.
ó. Que cada Tono o M odo m usical está expresado en cierta
forma por uno de los planetas.
7. Q ue los contrapuntos o arm onías universales de todos los
planetas pueden ex istir y ser d istinto s uno de otro.
8. Q ue los cuatro tipos de voz están expresados en los plane­
tas: soprano, contralto, tenor, y bajo.
9. Demostración de que para asegurar esta disposición armó­
nica, esas mismas excentricidades plan etarias que tiene cada
planeta como propias, y no otras, tenían que ser establecidas.
10. Epílogo acerca del Sol, por vía de m uy fecundas conjeturas.
6. L a m úsica celeste d e K ep ler 151

Abajo se m uestran las «m e lo d ías» desem peñadas por los planetas en


el esquem a kepleriano.

Saturn o Jú p ite r

a
-o -

M arte T ierra
(aproxim ado)

i u o o

V enus
~

-©- O
TT -O-
^ n

M ercurio

i o ^ r o

Luna
F ig . 29.— Ld música de los planetas de Kepler, de su libro La arm onía del
m undo. No es sorprendente que un hombre como Galileo nunca se molestara
en leerlo.

Seguram ente un hombre como G alileo encontraría difícil considerar


tal libro como una contribución seria a la física celeste.
El últim o libro im portante de K epler fue un Epítome de la astro­
nomía copernicana, term inado para publicación nueve años antes de
su m uerte en 1630. En él defendió sus desviaciones del sistem a
copernicano origin al. Pero lo que es de m ayor interés para nosotros
es que en este lib ro , como en la A rm onía del mundo (1 6 1 9 ), volvió
a p resentar orgullosam ente sus prim eros descubrim ientos relativos
a los cinco sólidos regulares y a los seis plan etas. E ra, m antenía toda­
vía, la razón para que el núm ero de p lan etas fuera seis.
D eber haber supuesto casi tanto trabajo desenm arañar las tres
leyes de K epler de entre el resto de sus escritos como rehacer los
descubrim ientos. K epler m erece el crédito de haber sido el prim er
científico en reconocer que el concepto copernicano de la T ierra como
152 El n acim iento de la nueva física

un planeta v los descubrim ientos de G alileo dem andaban una física


__qLie so . j i c a r a igualm ente a los objetos celestes y a los cuerpos
terrestres ordinarios. Pero, ¡a y !, K epler perm aneció tan enredado
en la física aristotélica que cuando intentó p royectar en los cielos una
física terrestre, las bases todavía surgieron esencialm ente de A ristó­
teles. De e>:e modo, el principal objetivo de la Hsica kepleriana per­
maneció i:;a!canzado, y la prim era física factib le para el cielo y la
Tierra no derivó de Kepler, sino de G alileo, y cobró su forma bajo
la dirección m agistral de Isaac N ewton 4.

i . 'ttw ir.'o el terreno «in ercia» en la física d el m ovim iento, pero el


v!v- \i era m uy d istin to d el sign ificado posterior (v
v->.o .or:r.:r.o; vc.i>¿ ei apéndice 8.
C a p í t u lo 7
EL GRAN PROYECTO. UNA NUEVA FISICA

La publicación de los Principia de Isaac N ewton en 1687 fue


uno de los acontecim ientos más notables en toda la h istoria de la
ciencia física. En esta obra se puede encontrar la culm inación de
m iles de años de esfuerzos por com prender el sistem a del mundo,
los principios de la fuerza y del m ovim iento, y la física de los cuerpos
que se m ueven en medios diferentes. No es pequeño testim onio de
la vitalid ad del genio científico de N ewton el que, a pesar de que
la física de los Principia haya sido alterad a, perfeccionada, y desafia­
da desde entonces, aún em prendam os la resolución de muchos pro­
blem as de mecánica celeste y de la física de grandes cuerpos proce­
diendo esencialm ente como lo hizo N ewton hace unos 300 años.
Los principios new tonianos de m ecánica celeste guían nuestros saté­
lites artificiales, nuestras lanzaderas espaciales, y cada astronave que
lancemos a explorar las vastas extensiones de nuestro Sistem a Solar.
Y si no bastara con esto para satisfacer los cánones de grandeza, se
puede decir que N ewton fue igualm ente grande como m atem ático
puro. Inventó los cálculos diferencial e in tegral (producidos sim ul­
tánea e independientem ente por el filósofo alem án G ottfried W ilhelm
L eibniz), que constituyen el lenguaje de la física; desarrolló el teore­
ma del binomio y varias propiedades de las series in fin itas; y esta­
bleció los fundam entos del cálculo de variaciones. En óptica, N ewton
inició el estudio experim ental del análisis y composición de la luz,
m ostrando que la luz blanca es una mezcla de luz de muchos colores,
cada uno con un índice de refracción característico. Sobre escás inves­
153
154 E l n acim iento de la nueva física

tigaciones han surgido la ciencia de la espectroscopia y los métodos


de an álisis colorim étrico. N ew ton inventó un telescopio reflector y
mostró así a los astrónomos cómo trascender las lim itaciones de los
telescopios confeccionados con len tes. En resum en, se trató de un
fantástico logro científico — de un tipo que nunca ha sido igualado
y puede que nunca llegue a serlo.
En esta obra nos ocuparem os exclusivam ente d el sistem a de diná­
m ica y gravitación de N ew ton, los problem as centrales para los que
han sido una preparación los capítulos precedentes. Si los ha leído
cuidadosam ente, tiene en m ente todos menos uno de los principales
ingredientes que se requieren p ara la com prensión d el sistem a new-
toniano del mundo. Pero aun si éste fuese dado — e l análisis del
m ovim iento circular uniform e— , todavía se req u eriría la mano con­
ductora de N ewton para colocar juntos estos in gred ien tes. R equirió
genio sum in istrar el nuevo concepto de gravitació n universal. Vamos
a ver lo que N ewton hizo realm ente.
A ntes que nada, debe com prenderse que el m ism o G alileo nunca
intentó p resentar esquem a alguno de fuerzas que dieran cuenta del
m ovim iento de los planetas, o de sus satélites. En cuanto a Copér­
nico, el De revolutionibus no contiene ninguna insinuación de im­
portancia en una mecánica celeste. K epler había intentado sum inis­
trar una m ecánica celeste, pero el resultado nunca fue m uy feliz.
Sostuvo que el anima m otrix que em anaba d el Sol causaría que los
planetas girasen en círculos alrededor de éste. Supuso adem ás que
las interacciones m agnéticas d el Sol y un planeta podrían desplazar
al planeta a una órbita elíp tica a p artir de una revolución que de
otro modo sería circular. O tros que m editaron los problem as del
m ovim iento planetario propusieron sistem as de m ecánica que con­
tenían ciertas características que iban a aparecer más tarde en la diná­
mica new toniana. Uno de éstos fue R obert H ooke, quien pensó bas­
tante com prensiblem ente que N ew ton le debería haber dado más
crédito que una m era referencia de pasada por h ab er anticipado partes
de las leyes de la dinám ica y la gravitación.

L as in t u ic io n e s n e w t o n ia n a s

El capítulo culm inante en el descubrim iento de la m ecánica del


universo comienza con una preciosa histo ria. H acia el tercer cuarto
del siglo x v n , un grupo de hombres se había ilusionado tanto por
desarrollar las nuevas ciencias m atem áticas experim entales que se
asociaron de común acuerdo para realizar experim entos, presentarse
uno a otro problem as por resolver, e inform ar de sus propias inves­
7. E l gran proyecto. U na n ueva física 155

tigaciones y de aquellas de otros reveladas por correspondencia, libros


o folletos. A sí sucedió q u e R obert H ooke, Edmond H alley, y sir
Christopher W ren , el p rin cip al arquitecto de In glaterra, se reunieron
para d iscutir esta cuestión: ¿B ajo qué ley de fuerza seguiría un pla­
neta una órb ita elíp tica? A p artir de las leyes de Kepler — especial­
m ente la tercera ley o arm ónica, pero tam bién la segunda o ley de
las áreas— estaba claro qu e, de un modo u otro, el Sol debe con­
trolar o cuanto menos afectar el m ovim iento de un planeta de acuerdo
con la proxim idad relativa d el planeta al Sol. A un si los mecanismos
particulares propuestos por K epler (una anima m otrix y una fuerza
m agnética) tenían que ser rechazados, no podía haber duda de que
algún tipo de interacción planeta-Sol m antenía a los planetas en sus
cursos. A dem ás, una in tuició n más penetrante que la de Kepler per­
cib iría que cualquier fuerza que emane del Sol debe disem inarse
en todas direcciones desde este cuerpo, dism inuyendo presum ible­
m ente de acuerdo con la in versa del cuadrado de su distancia al Sol
— del m ismo modo que la intensidad de la luz dism inuye en rela­
ción con la distancia— . Pero decirlo es algo m uy distinto de pro­
barlo m atem áticam ente. P ara probarlo se requeriría una física com­
pleta con m étodos m atem áticos aptos para resolver todos los proble­
mas concom itantes y consiguientes. Cuando N ewton se negó a reco­
nocer el m érito de los autores que presentaban afirm aciones generales
sin ser capaces de probarlas m atem áticam ente o de acomodarlas en
un marco dinám ico válido, estab a bastante justificado al decir, como
lo hizo de las pretensiones de H ooke: «Q u é bonito, ¿n o ? R esulta
que los m atem áticos que hacen los descubrim ientos, establecen las
cosas y hacen todo el negocio han de contentarse con ser simples
calculadores y peones y otro que no hace nada, si no es alardear y
usurpar todo, ha de llev arse toda la invención, tanto de los que lo
siguen como de los que lo preceden.»
En todo caso, hacia enero de 1684, H alley había concluido que
la fuerza que actúa sobre los planetas para m antenerlos en sus órbitas
«decrece en la proporción de los cuadrados de las distancias recípro­
cam en te»,
1
F ce —
D2

pero no fue capaz de d ed ucir de esta hipótesis los movim ientos obser­
vados en los cuerpos celestes. Cuando W ren y H ooke se reunieron
más avanzado el m es, concordaron con la suposición de H alley de
una fuerza solar. H ooke se jactó de «q u e sobre este principio todas
las leyes de los m ovim ientos celestes iban a ser [i. e., deberían ser]
156 E l nacim iento de la nueva física

dem ostradas, y que él m ismo lo había hecho». Pero pese a las repe­
tidas incitaciones y a la oferta de W ren de un considerable premio
m onetario, H ooke no llegó a — y presum iblem ente no pudo— pre­
sentar una solución. Seis m eses después, en agosto de 1684, H alley
decidió ir a Cam bridge a consultar a Isaac N ew ton. A su llegada se
enteró de las «buenas n o ticias» de que N ew ton «h ab ía hecho esta
dem ostración a la perfección». H e aquí el relato casi contemporáneo
de D eM oivre de esta visita:

D espués de estar juntos algún tiem po, el D r. H a lle y le preguntó cuál pen­
saba q u e d eb ía ser Ja curva descrita por los p lanetas suponiendo q u e la fuerza
de atracción h acia el Sol fuese recíproca al cuadrado de su d istan cia a él. S ir
Isaac respondió in m ediatam en te q u e d eb ía ser una elip se. El D octor, sorpren­
dido por la alegría y el asom bro, le preguntó cómo lo sab ía. P o rque, respondió,
lo he calculado. T ras lo cual el D r. H alley le preguntó in m ediatam en te por sus
cálculos. S ir Isaac m iró en tre sus papeles y no pudo h allarlo s, pero prom etió
rehacerlos y enviárselos. S ir Isaac, tratan do de cu m p lir su prom esa, puso de
nuevo m anos a la obra, pero no logró llegar a la conclusión que creía haber
obtenido antes m edian te un exam en cuidadoso. No o bstan te, en sayó una nueva
vía que, aun que más larga que la anterio r, le condujo de nuevo a su p rim itiva
conclusión. Entonces exam inó con cuidado las causas por las que su prim er
cálculo resultó ser erróneo, y h alló que, al d ib ujar una elip se dep risa y a mano,
h ab ía dib ujado los dos ejes de la cu rva en lugar de d ib u jar dos diám etros un
tanto inclinados uno hacia el otro, de modo que p osiblem ente fijó su im agina­
ción en dos diám etros conjugados, lo cual era un req u isito im prescindible. A l
darse cu en ta, hizo que ambos cálculos coincidieran.

A cicateado por la visita de H alley, N ewton reanudó el trabajo


sobre una cuestión que había llam ado su atención a los veintitantos
años, cuando había establecido los fundam entos de sus otros grandes
descubrim ientos científicos: la naturaleza de la luz blanca y del color
y los cálculos diferencial e in tegral. Puso ahora en orden sus indaga­
ciones, hizo grandes progresos, y en el otoño de ese año discutió su
investigación en una serie de conferencias sobre dinám ica que im par­
tió en la universidad de Cam bridge, como lo requería su cátedra.
Finalm ente, con el estím ulo de H alley, un borrador de estas confe­
rencias, De motu cor por um y se convirtió en uno de los más grandes
e influyentes libros que haya concebido el hom bre. M ás de un cien­
tífico se ha hecho eco del sentir que H alley expresó en la oda que
escribió como prefacio a los Principia de N ew ton (o, para dar a la
obra m aestra de éste su título com pleto, los Philosophiae naturalis
principia mathematica, Principios matemáticos de la filosofía natural,
Londres, 168/):
7. E l gran proyecto. U na n uev a física 157

Vosotros, los que gozáis del néctar celeste,


Celebrad conmigo a quien tales cosas nos muestra,
A Newton que abre el cerrado cofre de la verdad,
A N ewton, amado de las musas, en cuyo limpio pecho
Habita Febo, de cuya mente se apoderó con todo su Numen;
Pues no está permitido a un m ortal tocar más de cerca a los dioses.

Los « p r in c ip ia »

Los Principia están divididos en tres partes o lib ro s; fijaremos


nuestra atención en el prim ero y el tercero. En el Libro Prim ero
Newton desarrolla los principios generales de la dinám ica de cuerpos
en m ovim iento, y en el Libro Tercero aplica estos principios al meca­
nismo del universo. El Libro Segundo trata de un aspecto de la
mecánica de fluidos, de la teoría de ondas, y de otros aspectos de
la física.
En el Libro Prim ero, a continuación del prefacio, de u n . con­
junto de definiciones, y de una discusión sobre la naturaleza del tiem­
po y del espacio, N ewton presentó los «axiom as, o leyes del m ovi­
m iento»:

Ley Primera

Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o m ovim iento uniform e y


rectilíneo a no ser en tanto q u e sea obligado por fuerzas im presas a cam biar
su estado.

Ley Segunda

El cam bio de m ovim iento es proporcional a la fuerza m otriz im presa y


ocurre según !a línea recta a lo largo de la cual a q u ella fuerza se im prim e.
[V éase la nota suplem entaria de la pág. 187.]

O bserve que si un cuerpo está en m ovim iento uniform e sobre


una línea recta, una fuerza que form e ángulo recto con la dirección
del m ovim iento del cuerpo no afectará al m ovim iento de avance.
Esto se sigue del hecho de que la aceleración está siem pre en la
misma dirección de la fuerza que la produce, de modo que en este
caso la aceleración está en ángulo recto con la dirección del m ovi­
m iento. A sí, en el experim ento del tren de juguete del capítulo 5,
la principal fuerza que actúa es la fuerza de gravedad, dirigida hacia
abajo, que produce una aceleración vertical. La bola, bien esté mo­
viéndose hacia adelante o en reposo, se ve así obligada a retardar su
158 E l n acim iento de la nueva física

m ovim iento ascendente hasta que llega al reposo, y entonces es ace­


lerada en su cam ino de descenso.
La com paración de los dos conjuntos de fotografías (p . 12 1) mues­
tra que los m ovim ientos de ascenso y descenso son exactam ente los
m ism os, bien esté el tren en reposo o en m ovim iento uniform e. En
la dirección de avance no h ay efectos del peso o gravedad, puesto
que éste actúa únicam ente en una dirección vertical. La única fuerza
en la dirección de avance u horizontal es la pequeña cantidad de la
fricción del aire, que es casi despreciab le; por lo que puede decirse
que en la dirección horizontal no hay ninguna fuerza actuando. De
acuerdo con la prim era ley de N ewton del m ovim iento, la bola con­
tin uará m oviéndose hacia adelante con m ovim iento uniform e en línea
recta precisam ente del m ismo modo en que lo hace el tren — un
hecho que se puede confirm ar inspeccionando la fotografía— . La
bola perm anece sobre la locom otora tanto si el tren está en reposo
como si está en m ovim iento uniform e en lín ea recta. E sta ley de
m ovim iento se denom ina algunas veces el principio de inercia, y la
propiedad que tienen los cuerpos m ateriales de continuar en un esta­
do de reposo o de m ovim iento uniform e en lín ea recta es conocida
en ocasiones como la inercia de los c u e rp o sl.
N ewton ilu stró la P rim era Ley refiriéndose a proyectiles que
continúan en sus m ovim ientos de avance « a no ser en cuanto son
retardados por la resistencia d el aire y son em pujados hacia abajo
por la graved ad », y se refirió tam bién a «lo s cuerpos m ás grandes
de los com etas y de los p lan etas». (Sobre e l aspecto in ercial del mo­
vim iento de «cuerpos más g ran d es» tales como «com etas y p lan etas»,
véase el apéndice 12). Con este plum azo, N ew ton postuló la opinión
opuesta a la física aristotélica. En esta ú ltim a, ningún cuerpo celeste
puede m overse uniform em ente en línea recta en ausencia de una fuer­
za, ya que esto sería un m ovim iento «v io le n to » y por lo tanto con­
trario a su n aturaleza. Ni podría un objeto terrestre, como hemos
visto, m overse a lo largo de su línea recta «n a tu ra l» sin un motor
externo o una fuerza m otriz in terna. N ew ton, presentando una física

1 La p rim era form ulación conocida de esta le y la efectuó R en e D escartes


en un lib ro que no p ublicó. A pareció im presa por vez prim era en un a obra de
P ierre G assendi. P ero antes de los Principia de N ew ton no e x istía un a física
in ercial com pletam ente desarro llad a. No deja de ser sign ificativo qu e este prim er
libro de D escartes estu v iera basado en el punto de v ista copernicano; D escartes
lo suprim ió al saber de la condena de G alileo . G assendi fue, igualm en te, un
copernicano. Llevó a cabo experim entos con objetos en caída desde barcos y
carru ajes en m ovim iento, para com probar las conclusiones de G alileo sobre el
m ovim iento in ercial. D escartes publicó por vez p rim era su versión de la le y de
in ercia en sus Principios de filosofía (164 4); su form ulación an terio r, en su
obra El mundo, se pub licó después de su m uerte en 1650. V éase el apéndice 8.
7. E l gran proyecto. U na nueva física 159

que aplica sim ultáneam ente tanto a objetos terrestres como celestes,
afirm ó que en ausencia de una fuerza los cuerpos no permanecen
quietos o llegan al reposo como suponía A ristó teles, sino que pueden
moverse rectilíneam ente con velocidad constante. Esta «in d iferen ­
cia» de todo tipo de cuerpos al reposo o al m ovim iento uniform e
en línea recta en ausencia de una fuerza constituye claram ente una
forma superior de la afirm ación de G alileo en su libro sobre las
manchas solares (p. 98), radicando la diferencia en que en ese tra­
bajo G alileo estaba escribiendo acerca del m ovim iento uniform e
sobre una gran superficie esférica concéntrica con la T ierra.
N ewton dijo de las leyes del m ovim iento que eran «principios
aceptados por los m atem áticos y confirm ados por m uy am plia expe­
riencia. Por las dos leyes prim eras y los dos Corolarios prim eros,
G alileo descubrió que la caída de los graves ocurre según la razón
cuadrada d el tiempo y que e l m ovim iento de los proyectiles ocurre
en parábola, de acuerdo con la experiencia, a no ser en la m edida en
que tales m ovim ientos se retardan un poco por la resistencia del aire».
Los «do s C orolarios» versan sobre los m étodos utilizados por G ali­
leo y muchos de sus predecesores para com binar dos fuerzas distintas
o dos m oviim entos independientes. Cincuenta años después de la
publicación de Dos nuevas ciencias de G alileo le resultaba d ifícil de
concebir a N ewton, quien ya había establecido una física inercial,
que aquél hubiera llegado tan cerca como lo hizo del concepto de
inercia sin haber abandonado totalm ente la circularidad y sin haber
conocido el verdadero principio de inercia lin eal.
N ewton estaba siendo m uy generoso con G alileo porque, a pesar
de que se pueda argum entar que G alileo «realm en te llegó » a dispo­
ner de la ley de inercia o Prim era Ley de N ew ton, se requiere un
gran esfuerzo de im aginación para asignarle alguna contribución a la
Segunda Ley. Esta ley tiene dos partes. En la segunda m itad de la
form ulación de N ewton de la Segunda L ey, el «cam bio de m ovim ien­
to » producido por una fuerza «im p resa» o «m o triz » — ya se trate
de un cambio en la velocidad con la que se m ueve un cuerpo o de
un cambio en la dirección en que está m oviéndose— se dice que se
produce «según la línea recta a lo largo de la cual aquella fuerza se
im p rim e». M ucho de esto está ciertam ente im plícito en el análisis
de G alileo del movim iento de proyectiles, ya que G alileo asumió
que en la dirección de avance no hay aceleración porque no existe
fuerza horizontal, excepto la acción despreciable de la fricción del
aire; pero en la dirección vertical hay una aceleración o increm ento
continuo de la velocidad de caída, a causa de la fuerza del peso, que
actúa hacia abajo. Pero la prim era parte de la Segunda Ley — que el
cambio en la m agnitud del m ovim iento está relacionado con la fuerza
160 El n acim iento de la nueva física

m otriz— es algo nuevo; sólo un N ewton pudo haberlo visto en los


estudios de G alileo sobre la caída de cuerpos. Esta p arte de la ley
dice que si un objeto estuviera afectado prim ero por una fuerza Fi,
y luego por alguna otra fuerza F 2 , las aceleraciones o cam bios produ­
cidos en la velocidad, A i y A 2 , serían proporcionales a las fuerzas,
es decir
F i _ _ ylt
7 z ~ ~Ái
o bien

El - E l
Ai A2

Pero al analizar la caída, G alileo se estaba ocupando de una situación


en la que sólo actúa una fuerza sobre cada cuerpo, su peso P, y la
aceleración que producía era g, la aceleración de un cuerpo en caída
lib re. (Sobre las dos formas de la Segunda Ley de N ewton, véase
la p. 187.
Donde A ristóteles había dicho que una fuerza determ inada im ­
prim ía a un objeto una cierta velocidad característica, Newton decía
ahora que una fuerza dada siem pre produce en ese cuerpo una acele­
ración concreta A. Para conocer la velocidad V , debemos saber du­
rante cuánto tiempo T ha actuado la fuerza, o en qué m edida ha sido
acelerado el objeto, de modo que la ley de G alileo

V — AT

se pueda aplicar.
En este punto vamos a ensayar un experim ento m ental, en el
que suponemos que tenemos dos cubos de alum inio, siendo el volu­
men de uno justam ente el doble del volum en del otro. (Incidental-
m ente, «d u p lic ar» un cubo — o hacer un cubo que tenga justam ente
el doble del volumen de algún cubo determ inado— es tan im posible
dentro del marco de la geom etría euclídea como trisecar un ángulo
o cuadrar un círculo). Sometamos ahora al cubo menor, a una serie
de fuerzas F 1, Fz, F$, y determ inem os las correspondientes acele­
raciones A i, A i, Az, ... De acuerdo con la Segunda L ey, hallaremos
que existe un cierto valor constante para el cociente entre la fuerza
y la aceleración

El _ El ~ ~
Ai A2 Ai
7 El gran proyecto. U na nueva física 161

al cual, para este objeto, llam arem os mp. A hora repitam os estas ope­
raciones con el cubo m ayor y hallarem os que el mismo conjunto de
fuerzas Fi, F 2, F¡, produce respectivam ente otro conjunto de ace­
leraciones a 1, ¿22, ¿ 3, ___ De acuerdo con la Segunda Ley de N ewton,
el cociente fuerza-aceleración es de nuevo una constante, que para
este objeto podemos llam ar mg

Fi F2 F3
— = — = — = . . . = mg
a¡ ai ai

Para el objeto m ayor, la constante resulta ser justam ente el doble


que la constante obtenida para el m enor y, en general, en la m edida
en que nos ocupemos de una sola variedad de m ateria como el alum i­
nio puro, esta constante es proporcional al volum en y así es una me-
dida de la cantidad de aluminio de cada muestra. Esta constante par­
ticular es una m edida de la resistencia de un objeto a la aceleración,
o una m edida de la tendencia de ese objeto a perm anecer como está
— ya sea en reposo, o en m ovim iento en línea recta— . Pues observe
que mg era el doble de mp\ para im prim ir a ambos objetos la misma
aceleración o cambio de m ovim iento, la fuerza requerida para el obje­
to m ayor es justam ente el doble de la que se requería para el menor.
La tendencia de cualquier objeto a continuar en su estado de movi­
miento (a velocidad constante en línea recta) o en su estado de repo­
so se llam a su inercia ; de aquí que la P rim era Ley de N ewton se
denomine tam bién el principio de inercia. La constante determ inada
hallando el cociente constante fuerza-aceleración para cualquier cuerpo
dado puede entonces llam arse la inercia del cuerpo. Pero para nues­
tros bloques de alum inio esta m ism a constante es también una medida
de la «can tidad de m ateria» en el objeto, la cual se denomina su
masa. Precisem os ahora la condición para que dos objetos de dis­
tinto m aterial — digam os uno de latón y otro de m adera— tengan
la m isma «can tidad de m ate ria»: es la de que tengan la misma masa,
o la misma inercia.
En la vida corriente, no comparamos la «can tidad de m ateria» en
los objetos en térm inos de sus inercias, sino en términos de su peso.
La física new toniana deja claro por qué podemos hacerlo, y a través
de su clarificación somos capaces de entender por qué en cualquier
lugar de la T ierra dos pesos desiguales tienen la misma tasa de caída
en el vacío. Pero podemos observar que cuanto menos en una situa­
ción común comparamos siem pre las inercias de los objetos en lugar
de sus pesos. Esto sucede cuando una persona sopesa dos objetos
162 E l n acim iento d e la nueva física

p ara saber cuál es el más pesado, o el que tiene la m ayor m asa. No


los extien d e para ver cuál tira más de su brazo hacia abajo; en lugar
de esto , los balancea arrib a y abajo para ver cuál es más fácil de mo­
ver. De este modo determ ina cuál tiene m ayor resistencia a cam biar
su estado de m ovim iento en lín ea recta o de reposo — esto es, cuál
tiene m ayor inercia. (Sobre e l concepto de inercia de N ew ton, véase
el apéndice 15.)

F o r m u l a c ió n f in a l de la ley de in e r c ia

En un punto de sus Consideraciones y demostraciones sobre dos


nuevas ciencias , G alileo im aginó una bola rodando sobre un plano
y señaló que «dicho m ovim iento se desenvolverá sobre tal plano con
un m ovim iento uniform e y perpetuo, en el supuesto de que este
plano se prolongue hasta el in fin ito ». Un plano ilim itado está bien
para un m atem ático puro, que es, en cualq uier caso, un platónico.
Pero G alileo era precisam ente un hombre que com binaba tal plato­
nism o con un interés por las aplicaciones al m undo real de la expe­
riencia sensible. En el Dos nuevas ciencias, G alileo no estaba única­
m ente interesado en las abstracciones como tales, sino en el análisis
de los m ovim ientos reales sobre o cerca de la T ierra. A sí se com­
prende que habiendo hablado de un plano sin lím ites no prosiga con
tal ficción, sino que pregunte qué sucedería sobre tal plano si se
tratase de un plano terrestre real, lo que para él significa que es
«lim itad o y en d ecliv e». La bola, en el mundo real de la física, llega
al extrem o del plano y com ienza a caer al suelo. En este caso,

el m óvil, qu e suponemos dotado de gravedad, una vez q u e ha llegado al extre­


mo d el plano y continúe su m archa, añadirá al m ovim iento p recedente, uniform e
e in ago tab le, esa tendencia h acia abajo, debida a su p ropia gravedad. Nace de
aq u í un m ovim iento compuesto de un m ovim iento h orizontal uniform e más un
m ovim iento descendente n atu ralm en te acelerado. P ues b ien , a este tipo de mo­
vim ien to lo llam o proyección.

A diferencia de G alileo, N ewton m arca una clara separación entre


el m undo de las m atem áticas abstractas y el mundo de la física, al
cual aún denom inaba filosofía. A sí, los Principia incluían a la vez
«p rin cip io s m atem áticos» como tales y aquellos otros que pueden
ser aplicados en la «filosofía n atu ral», pero las Dos nuevas ciencias
de G alileo incluían tan sólo aquellas condiciones m atem áticas ejem ­
p lificadas en la naturaleza. Por ejem plo, N ew ton sabía claram ente
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 163

que la fuerza atractiva ejercid a por el Sol sobre un planeta varía


como el inverso del cuadrado de la distancia

pero en el L ibro Prim ero de los Principia exploró las consecuencias,


no sólo de esta fuerza en particular, sino tam bién de otras con una
dependencia de la distancia bastante d iferente, incluyendo

F oc D

«El s is t e m a del mundo »

Al principio del L ibro T e rce ro , que estaba dedicado al «sistem a del


m undo», N ewton explicó cuánto difería de los dos precedentes, que
se habían ocupado «del m ovim iento de los cuerpos»:

H e ofrecido en los Libros interiores principios de filosofía, aunque no tanto


filosóficos cuanto meramente matemáticos, a partir de los cuales tal vez se
pueda disputar sobre asuntos filosóficos. Tales son las leyes y condiciones de
los movimientos y las fuerzas, que en gran medida atañen a la filosofía. Sin
embargo, para que no parezcan estériles, los he ilustrado con algunos Escolios
filosóficos en los que he tratado sobre aquellas cosas que son más generales y
en las cuales la filosofía parece hallar mayor fundamento, tales como la densidad
y resistencia de los cuerpos, les espacios vacíos de cuerpos y el movimiento de
la luz y de los sonidos. Nos falta mostrar, a partir de estos mismos principios,
la constitución del sistema del mundo.

Creo que es ju sto d ecir que fue la libertad de considerar los pro­
blemas de un modo puram ente m atem ático o de un modo «filosó­
fico» (o físico) lo que perm itió a N ew ton expresar la primera ley y
desarrollar una com pleta física inercial. Después de todo, la física
com o ciencia se puede desarrollar de una form a m atem ática, pero
debe apoyarse siempre en la experiencia — y la experiencia nunca
nos muestra un m ovim iento inercial puro— . Aun en los limitados
ejem plos de inercia lineal discutidos por G alileo , había siempre algu­
na fricción del aire y el m ovim iento cesaba casi enseguida, como
cuando un proyectil golpea el suelo. E n todo el ám bito de la física
explorada por G alileo no hay un solo ejem plo de un objeto físico
que tuviera siquiera una com ponente de m ovim iento inercial puro
durante más de un breve lapso de tiem po. Quizás por esta razón
164 E l nacimiento de la nueva física

G alileo nunca form uló una ley general de inercia. Tenía demasiado
de físico.
P ero com o m atem ático, N ewton podía concebir fácilm ente a un
cuerpo moviéndose para siempre con velocidad constante a lo largo
de una línea recta. E l concepto «para siem pre», que implica un uni­
verso infinito, no le espantaba. O bserve que esta afirm ación de la
ley de inercia, según la cual la condición natural de los cuerpos es
m overse en línea recta a velocidad constante, se da en el L ibro P ri­
mero de los Principia, la parte que según dijo él era m atem ática antes
que física. Ahora bien, si la condición natural del m ovimiento de
los cuerpos es moverse uniform em ente en línea recta, entonces este
tipo de m ovim iento inercial debe caracterizar a los planetas. E stos,
sin em bargo, no se mueven en línea recta, sino en elipses. Usando
un tipo de aproximación galileana a este problem a singular, N ew ton
diría que los planetas, por consiguiente, deben estar sometidos a dos
m ovim ientos: uno inercial (a velocidad constante a lo largo de una
línea recta) y otro siempre en ángulo recto a esta línea arrastrando
a cada planeta hacia su órbita. (V éanse, además, los apéndices 11
y 12).
A pesar de no moverse en línea recta, cada planeta, no obstante,
representa el m ejor ejem plo de m ovim iento inercial observable en
el universo. Si no fuera por esa com ponente de m ovim iento inercial,
la fuerza que continuam ente aparta al planeta de la línea recta podría
arrastrarlo hacia el Sol hasta que los dos cuerpos colisionaran. N ew ­
ton usó este argumento en una ocasión para probar la existencia de
D ios. Si los planetas no han recibido un impulso para proporcionar­
les una com ponente inercial (o tangencial) del m ovim iento, dijo, la
fuerza atractiva solar no los arrastraría en una órbita, sino que tras­
ladaría a cada planeta en línea recta hacia el mismo Sol. D e aquí que
no pueda explicarse el universo sólo en térm inos de materia.
Para G alileo, el m ovim iento circular puro aún podía ser inercial,
com o en el ejem plo de un ob jeto sobre o cerca de la superficie de
la T ierra. Pero para N ew ton el m ovim iento circular puro no era
inercial; era acelerado y requería una fuerza para su m antenim iento.
Fue así N ew ton quien finalm ente rom pió las cadenas de la «circu-
laridad», que todavía habían esclavizado a G alileo. D e este modo,
podemos entender que fuera N ewton quien m ostró cóm o construir
una mecánica celeste basada en las leyes del m ovim iento, ya que el
m ovim iento orbital elíptico (o casi circular) de los planetas no es
puramente inercial, sino que requiere adicionalm ente la acción cons­
tante de una fuerza, que resulta ser la fuerza de la gravitación uni­
versal.
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 165

A sí N ew ton, de nuevo a diferencia de G alileo, se dispone a «m os­


trar la constitución del sistem a del mundo» o — como diríamos hoy—
a m ostrar cóm o las leyes generales del m ovim iento terrestre pueden
aplicarse a los planetas y a sus satélites.
E n el prim er teorem a de los Principia, Newton m ostró que si
un cuerpo se moviese con un m ovim iento puramente inercial, enton­
ces con respecto a cualquier punto situado fuera de la línea del movi­
miento debía ser aplicable la ley de las áreas iguales. E n otras pala­
bras, una línea trazada desde tal cuerpo a tal punto barrería áreas
iguales en tiempos iguales. Im agine un cuerpo que se mueve con un
movimiento puramente inercial a lo largo de la línea recta de la cual
PQ es un segmento. E n ton ces, en una sucesión de intervalos de
tiempo iguales (fig. 3 0 ), el cuerpo se m overá a través de distancias

F ig u r a 3 0

iguales AB, BC, CD, ... porque, como m ostró Galileo, en un movi­
miento uniform e un cuerpo se mueve atravesando distancias iguales
en tiempos iguales. P ero observe que una línea trazada desde el punto
O barre áreas iguales en estos tiempos iguales, o bien, que las áreas
de los triángulos OAB, OBC, OCD, .. . son iguales. La razón es que
el área de un triángulo es la m itad del producto de su altura por su
base; y todos estos triángulos tienen la misma altura OH y bases
iguales. Como

AB = BC = CD = ...
se cumple que

— A B X OH = — BC X OH = — CD x OH =
2 2 2
166 E l nacim iento de la nueva física

es decir,
área de A OAB = área de A OBC = área de A OCD = .. .

A sí, el prim er teorem a dem ostrado en los Principia m ostraba


que el m ovim iento puram ente inercial conduce a una ley de áreas
iguales, y por tanto está relacionado con la segunda ley de K epler.
Luego N ew ton dem ostró que si un cuerpo que se mueve con movi­
m iento inercial puro recibiera a intervalos regulares de tiempo un
impulso momentáneo (una fuerza que actúa sólo durante un instante),
estando dirigidos todos estos impulsos hacia el mism o punto S, en­
tonces el cuerpo se movería en cada uno de los intervalos de tiempo
iguales entre impulsos de tal modo que una línea trazada a él desde
S barriera áreas iguales. E sta situación se m uestra en la figura 3 1 .

F i g . 3 1. — Si en B el cuerpo no hubiera recibido ningún impulso, se habría m o­


vido, durante el tiem po T , a lo largo d e la prolongación d e A B hasta c. El im ­
pulso en B , sin em bargo, le im prim e al cuerpo una com ponente d e m ovim iento
hacia S. Si el único m ovim iento d el cuerpo procediera d e este impulso, durante
T se habría m ovido desde B hasta c . La com binación d e estos dos m ovim ientos,
B e y B e ', da com o resultado un m ovim iento d e B a C durante el tiem po T .
N ew ton p ro b ó qu e el área del triángulo S B C es igual al área d el triángulo S B c.
Por tanto, aun cuando existe una fuerza impulsiva dirigida hacia S, sigue cum­
pliéndose la ley de las áreas.
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 167

Cuando el cuerpo alcanza el punto B recibe un impulso hacia S. E l


nuevo m ovim iento es una com binación del m ovimiento original a
lo largo de AB y de un m ovim iento hacia S, lo cual produce un movi­
miento rectilíneo uniform e hacia C, e tc.: Los triángulos SAB, SBC,
v SCD ... tienen la misma área. E l siguiente paso, de acuerdo con
N ew ton, es com o sigue:

Auméntese ahora el número de triángulos y disminúyase su altura in infinitum


y su perímetro último AD F será una línea curva (por el Corolario 4 del
Lema I I I ) ; y por tanto la fuerza centrípeta, por la que un cuerpo es continua­
mente separado de la tangente de dicha curva, actúa continuamente; y áreas
cualesquiera descritas SADS, SAFS proporcionales siempre a los tiempos en
que se describen, serán, en este caso, proporcionales a los mismos tiempos.
Q .E.D .

De esta form a, N ew ton procedió a probar:

Proposición 1. Teorema I.
Las áreas, descritas p or cu erpos qu e giran sujetos a un centro d e fuerzas
inmóvil p or radios unidos a dicho centro, están en el m ismo plano inm óvil y
son proporcionales a los tiem pos.

E n lenguaje sencillo, N ew ton dem ostró en el primer teorema del


Libro Prim ero de los Principia que si un cuerpo es atraído continua­
mente hacia algún centro de fuerzas, su m ovim iento de otro modo
inercial se transform ará en m ovim iento sobre una curva, y que una
línea trazada al cuerpo desde el centro de fuerzas barrerá áreas igua­
les en tiempos iguales. E n la proposición 2 (teorem a I I ) probó que
si un cuerpo se mueve sobre una curva de modo que las áreas des­
critas por una línea trazada desde el cuerpo a algún punto son pro­
porcionales a los tiem pos, entonces debe existir una fuerza «central»
(centrípeta) que impulse continuam ente al cuerpo hacia este punto.
E l significado de la Ley I de K epler no aparece hasta la proposición
11, cuando N ew ton se dispone a encontrar «la ley de la fuerza cen­
trípeta tendente al foco de la elipse». E sta fuerza varía «inversa­
mente com o el cuadrado de la distancia». Entonces Newton demues­
tra que si un cuerpo que se mueve en una hipérbola o en una pará­
bola está sometido a una fuerza centrípeta dirigida a un foco, la
fuerza aún varía com o la inversa del cuadrado de la distancia. Varios
teoremas después, en la proposición 17, N ew ton prueba la conversa,
que si un cuerpo se m ueve sometido a una fuerza centrípeta que
varía como la inversa del cuadrado de la distancia, la trayectoria del
cuerpo debe ser una sección cónica: una elipse, una parábola, o una
hipérbola. (V éase el apéndice 13.)
168 E l nacimiento de la nueva física

Podem os observar que N ew ton trató las leyes de Kepler exacta­


m ente en el mismo orden en que lo hizo el mismo K epler: primero
la ley de las áreas como un teorema general, y sólo después la forma
particular de las órbitas planetarias com o elipses. Lo que al principio
parecía una manera de proceder un tanto extraña, se ha visto que
representa una progresión lógica fundam ental de un tipo que es el
opuesto de la secuencia que se habría seguido en un método de abor*
darlo em pírico u observacional.
¡E n el razonamiento de N ew ton sobre la acción de una fuerza
centrípeta que actúa sobre un cuerpo que se mueve con un m ovi­
m iento puramente inercial, el análisis m atem ático, por vez prim era,
revela el verdadero significado de la segunda ley de K epler, la de las
áreas iguales! E l razonamiento de N ew ton m ostró que esta ley im ­
plica un centro de fuerzas para el m ovim iento de cada planeta. Y a
que en el m ovim iento planetario las áreas iguales se calculan con
respecto al Sol, la segunda ley de K epler se convierte, en el trata­
m iento de N ew ton, en la base para probar rigurosam ente que una
fuerza central que emana del Sol atrae a todos los planetas.
H asta aquí el problem a planteado por H alley. Si N ewton hubiera
detenido su trabajo en este punto, todavía admiraríamos enorm e­
m ente su logro. Pero N ew ton continuó, y los resultados fueron aún
más sobresalientes.

E l G O L P E M A E ST R O : LA G R A V ITA CIÓ N UN IV ERSA L

E n el L ibro T ercero de los Principia, N ew ton m ostró que, dado


que los satélites de Jú p iter se mueven en órbitas alrededor de este
planeta, una línea trazada desde Jú p iter a cada satélite «describe áreas
proporcionales a los tiem pos», y que la razón entre los cuadrados de
sus tiempos y los cubos de sus distancias medias al centro de Jú p iter
es una constante, si bien con un valor distinto al de la constante para
el m ovimiento de los planetas. A sí, si T\, Ti, Ti, T 4 son los tiempos
periódicos de los satélites, y a\, ai , a¡, a¡, son sus respectivas distancias
medias a Jú p iter,

U 1)3 {a {f (¡23)3 (¿.i )3

(T V ~
No sólo se aplican estas leyes de K epler al sistema jovial, sino tam­
bién a los cinco satélites de Saturno conocidos por Newton — un
resultado totalm ente ignorado por Kepler— . La tercera ley de Kepler
no puede aplicarse al satélite terrestre, porque éste es único, pero
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 169

Newton expuso que su m ovim iento concuerda con la ley de áreas


iguales. P or lo tanto, se puede ver que existe una fuerza central, que
varía com o la inversa del cuadrado de la distancia, que retiene a cada
planeta en una órbita en torno al Sol y a cada satélite planetario en
una órbita alrededor de su planeta.
Ahora da N ewton el golpe m aestro. M uestra que una única fuer­
za universal (a) m antiene a los planetas en sus órbitas alrededor del
Sol, (b ) retiene a los satélites en sus órbitas, (c ) ocasiona que los
objetos en caída desciendan com o se ha observado, (d) retiene a los
objetos sobre la Tierra, y (e ) origina las mareas. Es la fuerza deno­
minada de gravitación universal, y su ley fundamental puede escri­
birse

Esta ley establece que entre cualesquiera dos cuerpos, de masas


m y m ’, en cualquier lugar del universo en que se hallen, separados
por una distancia D, existe una fuerza de atracción que es mutua , y
cada cuerpo atrae al otro con una fuerza de idéntica magnitud, la
cual es directamente proporcional al producto de las dos masas e in­
versamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. G es
una constante de proporcionalidad, y tiene el mismo valor en todas
las circunstancias — sea en la atracción mutua de una piedra y la T ie ­
rra, de la Tierra y la Luna, del Sol y Jú p iter, de una estrella y otra,
o de dos guijarros en una playa— . E sta constante G se denomina la
constante de la gravitación universal y puede compararse con otras
constantes «universales» — de las cuales no hay muchas en el con­
junto de la ciencia— tales com o c, la velocidad de la luz, que figura
tan prom inentem ente en relatividad, o h, la constante de Planck,
que es tan básica en teoría cuántica.
¿Cóm o encontró N ew ton esta ley? E s difícil describirlo con de­
talle, pero podemos reconstruir algunos de los aspectos básicos del
descubrimiento.
P o r un memorándum posterior (alrededor de 1 714) sabemos que
cuando Newton era joven «com encé a considerar que la gravedad se
extendía a la órbita de la Luna, y habiendo hallado cómo estim ar la
fuerza con la que [u n ] globo que gira dentro de una esfera presiona
la superficie de la esfera, partiendo de la regla de Kepler de los tiem ­
pos periódicos de los planetas, que se hallan en una proporción ses­
quiáltera [esto es, como la potencia 3 / 2 ] de sus distancias a los
centros de sus órbitas, deduje que las fuerzas que mantienen a los
planetas en sus órbitas deben ser recíprocam ente como los cuadrados
170 E l nacim iento de la nueva física

de sus distancias a los centros en torno a los que giran; por tanto,
com paré la fuerza necesaria para m antener a la Luna en su órbita
con la fuerza de la gravedad en la superficie de la T ierra , hallando
que ambas encajaban bastante aproxim adam ente».
Con esta declaración com o guía, considerem os en prim er lugar
una esfera de masa m y velocidad v que se mueve sobre un círculo
de radio r. E n ton ces, com o N ew ton averiguó, y com o el gran físico
holandés C hristiaan Huygens (1 6 2 9 -1 6 9 5 ) tam bién descubrió (y, para
el disgusto de N ew ton, lo publicó prim ero; véase el apéndice 1 4 ),
debe existir una aceleración central, de m agnitud i¿¡r. E s decir, que
del hecho de que la esfera no está en reposo ni m oviéndose a velo­
cidad constante en línea recta se sigue una aceleración; por la Ley I
y la Ley I I , debe existir una fuerza y, por tan to, una aceleración. N o
dem ostrarem os que esta aceleración tiene una m agnitud v2/r, pero
usted puede ver que está dirigida hacia el cen tro si hace girar una
bola en círculos al extrem o de una cuerda. Se precisa una fuerza que
em puje constantem ente a la bola hacia el cen tro , y por la Ley I I la
aceleración debe tener siem pre la misma dirección que la fuerza ace­
leradora. A sí, para un planeta de masa m, que se mueve aproxim ada­
m ente en un círculo de radio r con una velocidad v, debe existir
una fuerza central F de magnitud

F = mA — m — .

Si T es el período, o el tiem po que invierte el planeta en moverse


a lo largo de 3 6 0 °, entonces en el tiem po T el planeta describirá un
círculo de radio r, o una circunferencia de longitud 2tc r. P or lo tanto,
la velocidad v es 2izr/T, y

2
27i r
m A = rnv2 X — — m X
r T

4 ic V 1
= m X ------ X —
T2 r

4 T^r2 1 r
m X —— X — X —
T2 r r

47rm r3
X
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 171

Como para cada planeta del Sistem a Solar r ’/T 2 tiene el mismo
valor K (p or la regla o tercera ley de K ep ler),

4r?m , m
F = ---- X K = 4iz2K — .
r r2

E l radio r de la órbita circular corresponde en la realidad a D,


la distancia medía de un planeta al Sol. P or lo tanto, para cada pla­
neta la ley de la fuerza que lo m antiene en su órbita debe ser

m
F = 4tzK —
D2

donde m es la masa del planeta, D es la distancia media del planeta


al Sol, K es la «constante de K ep ler» para el Sistem a Solar (igual al
cubo de la distancia media de cada planeta al Sol dividido por el cua­
drado de su período de revolución) y F es la fuerza con la que el Sol
atrae al planeta y lo arrastra continuam ente fuera de su trayectoria
puramente inercial haciéndolo describir una elipse. H asta aquí pue­
den conducir las m atem áticas y la lógica a un hombre de talento
superior que conoce las leyes newtonianas del m ovim iento y los prin­
cipios del m ovim iento circular.
Pero reescribam os ahora la ecuación así:

M%
m
F =
A i, D2

donde Ms es la masa del Sol, y digamos que la cantidad

4*it2K

Ms

es una constante universal, que la ley

F = G
D1

no se lim ita a la fuerza en tre el Sol y un planeta. Se aplica también


a cada par de cuerpos en el universo, convirtiéndose Aís y m en las
masas m y m’ de estos dos cuerpos, y D en la distancia entre ellos:

mm
F = G
D2
172 E l nacimiento de la nueva física

N o hay matemáticas — ya se trate del álgebra, la geometría o el


cálculo— que justifiquen este audaz paso. Sólo se puede decir deJ
mismo que constituye uno de esos triunfos que humillan al hom bre
ordinario en la presencia del genio. Y fíjese en lo que implica esta
ley. P or ejem plo, este libro que sostiene en sus manos atrae al Sol
en una medida calculable; la misma fuerza obliga a la Luna a reco­
rrer su órbita y a una manzana a caer del árbol. M ás avanzada su
vida, N ew ton dijo que fue esta últim a com paración la que inspiró
su gran descubrim iento. (V éase, además, el apéndice 14.)
La Luna (véase la fig. 3 2 ), si no fuese atraída por la Tierra, ten­
dría un m ovim iento puramente inercial y, en un pequeño lapso t, se

A B

movería uniform em ente a lo largo de una línea recta (una tangente)


desde A a B. No lo hace, dijo N ew ton, porque m ientras que su mo­
vim iento inercial la hubiera conducido de A a B, la atracción gravi-
tatoria de la Tierra la habrá hecho caer hacia ella desde la línea AB
hasta C. A sí, la desviación de la Luna de una trayectoria rectilínea
puramente inercial está causada por su continua «caída» hacia la
Tierra — y esta caída es precisam ente igual a la caída de una man­
zana . ¿E s cierto esto? B ien, N ew ton som etió la proposición a una
prueba, como sigue:
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 173

¿P o r qué cae a la T ierra una manzana de masa m ? Lo hace,


podemos decir ahora, porque existe una fuerza de gravitación uni­
versal entre ella y la T ierra , cuya masa es Aft. Pero ¿cuál es la dis­
tancia entre la Tierra y la manzana? ¿Son los pocos pies que separan
a la manzana del suelo? L a respuesta a esta cuestión está lejos de
ser obvia. Newton fue finalm ente capaz de probar que la atracción
entre un cuerpo pequeño y otro más o menos homogéneo y más o
menos esférico es exactam ente la misma que si toda la gran masa
de este últim o cuerpo estuviese concentrada en su centro geométrico.
E ste teorema significa que, al considerar la atracción mutua de la
Tierra y una manzana, la distancia D en la ley de la gravitación uni­
versal debe tomarse com o el radio de la T ierra, Rt. P o r lo tanto, la
ley establece que la atracción entre la T ierra y una manzana es:

mMi
F = G ------- ,
Rt2

donde m es la masa de la manzana, Aít la masa de la Tierra y R t el


radio de la misma. P ero ésta es una expresión para el peso P de la
manzana, porque el peso de cualquier ob jeto terrestre es simplemente
la magnitud de la fuerza con la que es atraído gravitacionalmente por
la Tierra. Así,

mMt
P = G ------- .
Rt2

H ay otra forma de escribir la ecuación para el peso de una man­


zana o de cualquier otro o b je to terrestre de masa m. Usamos la Ley I I
de N ew ton, que afirma que la masa m de cualquier cuerpo es el co­
ciente entre la fuerza que actúa sobre el mismo y la aceleración pro­
ducida por esta fuerza,

F
m = —
A
o bien

F = mA.

A dvierta que cuando una manzana cae del árbol la fuerza que
tira de ella hacia abajo es su peso P, de modo que

P = mA.
174 £ 1 nacim iento de la nueva física

Com o ahora tenemos dos expresiones m atem áticas distintas de la


misma fuerza o peso P , deben ser iguales entre sí, es decir,

A= ^
tnA mMl
G -------
Rt2

y podemos dividir ambos m iem bros por m para obtener

A = G Mt
R<2

A sí, por medio de los principios new tonianos, hemos explicado


inm ediatam ente por qué en cualquier lugar de esta Tierra todos los
cuerpos — cualquiera que sea su masa w o su peso P — tendrán la
misma aceleración A cuando caigan librem en te, com o en el vacío. La
últim a ecuación muestra que esta aceleración de caída libre está de­
term inada por la masa y el radio Rt de la T ierra y por una cons­
tante universal G, ninguna de las cuales depende en modo alguno
de la masa particular m o del peso P del cuerpo que cae.
V am os a escribir ahora la últim a ecuación de una form a ligera­
m ente diferente,

A = G -------

donde D t representa la distancia desde el centro de la Tierra. E n o


cerca de la superficie de la T ierra, D t es sim plem ente su radio Rt.
Considere ahora un cuerpo situado a una distancia D t de 6 0 radios
terrestres del centro de la T ierra . ¿Con qué aceleración A' caerá hacia
este centro? La aceleración A' será

A‘ = C — í — = G ____ í í — = _ ! ___ G ®
(6 0 Rt)2 3 6 0 0 Rt2 3600 Rt2

P recisam ente sabíamos que en la superficie de la Tierra una man­


zana o cualquier otro ob jeto poseerá una aceleración hacia abajo igual

a Q --------f y hemos probado ahora que un cuerpo situado a 6 0 radios


R2
terrestres tendrá una aceleración que será justam ente 1 / 3 6 0 0 de ese
valor. P o r térm ino m edio, un cuerpo en la superficie de la Tierra
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 175

recorre en un segundo, al caer hacia ésta, una distancia de 4 ,9 m etros,


por lo que a una distancia de 6 0 radios terrestres del centro de la
Tierra un cuerpo recorrerá

1 / 3600 X 4 ,9 m . = 1 / 3 6 0 0 X 4 ,9 X 1 0 0 cm . = 0 ,1 3 6 1 cm.

O curre que existe un cuerpo, nuestra Luna, que se halla en el


espacio a una distancia de 6 0 radios terrestres, y así N ewton dispu­
so de un o b jeto para com probar su teoría de la gravitación universal.
Si la misma fuerza gravitatoria produce la caída de la manzana y de
la Luna, entonces la Luna caerá en un segundo, para mantenerse en
su órbita, 0 ,1 3 6 1 centím etros desde su trayectoria inercial. U n cálcu­
lo aproxim ativo, basado en las suposiciones sim plificadoras de que
la órbita de la Luna es un círcu lo perfecto y que ésta se mueve uni­
form em ente, sin ser afectada por la atracción gravitatoria del Sol,
proporciona una distancia de caída en un segundo de 0 ,1 3 6 9 cen tí­
metros — ¡es decir, un notable acuerdo dentro de un margen de
0 ,0 0 0 8 centím etros!— . O tra form a de ver cuán ajustadamente con­
cuerda la observación con la teoría es observar que los dos valores
difieren en 8 partes sobre unas 1 .3 5 0 , que viene a ser lo mismo que
6 partes en 1 .0 0 0 ó 0 ,6 partes en 1 0 0 (0 ,6 % ) . O tra manera de ha­
cer este cálculo (quizás siguiendo los pasos que el mismo N ew ton
indica en la cita de la pág. 1 6 9 ) es com o sigue:
1) Para un cuerpo sobre la T ierra (la manzana) la aceleración
(g) de caída libre es

2) Para la Luna, la form a de la tercera ley de K epler es

T ,2

donde Ri y Ti son, respectivam ente, el radio de la órbita de la Luna


y su período de revolución. S i la fuerza gravitatoria es universal, en­
tonces la relación deducida anteriorm ente para planetas que se mue­
ven en torno al Sol
176 E l nacim iento de la nueva física

puede reescribirse para el caso de la Luna moviéndose en torno a la


T ierra, en la forma

4
G =
”mT

P o r lo tanto, podemos calcular g de la ecuación ( 1 ) com o sigue:

4TZ2k Mt
4 Trk
Rr

Ri 1 "R i3 " 1 “ R. '


= 4 tr = 4tt
Ir Rt2 _7V_
. R‘2
" Ri ' 3 ‘ Rt “
= 4TC2
_ R< . _?v .
Como

R\
6 0 , y R t = 6 .4 0 0 .0 0 0 metros
Rt

Ti — 28 d = 28 X 2 4 X 3 6 0 0 seg

podemos calcular que

g ^ 10 m/seg2.

N ew ton dijo, en el memorándum autobiográfico que he citado,


que «com paró la fuerza necesaria para m antener a la Luna en su
órbita con la fuerza de la gravedad en la superficie de la Tierra».
E n el L ibro Tercero de los Principia, N ew ton muestra que la
Luna, para mantenerse en su órbita observada, recorre al caer desde
su trayectoria inercial en línea recta una distancia de 15'/2 pies de
París (una medida antigua) en cada m inuto. Si se imagina a la Luna,
dice, «desposeída de todo m ovim iento y abandonada a sí misma, de
modo que, bajo la acción de toda aquella fuerza por la cu a l... es re­
tenida en su órbita, desciende hacia la T ierra » . En un minuto de
tiem po descenderá atravesando la misma distancia que recorre cuan­
do este descenso ocurre junto con el m ovim iento inercial normal.
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 177

Luego supone que este m ovim iento hacia la T ierra se debe a la gra­
vedad, una fuerza que varía inversam ente al cuadrado de la distan­
cia. Entonces en la superficie de la T ierra esta fuerza sería mayor
que en la órbita de la Luna en un factor de 6 0 X 6 0 . Com o, por la
segunda ley de N ew ton, la aceleración es proporcional a la fuerza
aceleradora, un cuerpo traído desde la órbita de la Luna a la super­
ficie de la Tierra sufriría un increm ento en su aceleración de 6 0 x 6 0 .
Así, argumenta N ew ton, si la gravedad es una fuerza que varía in­
versamente como el cuadrado de la distancia, un cuerpo en la super­
ficie de la Tierra caería, partiendo del reposo, a través de una distan­
cia de aproximadamente 6 0 X 6 0 X 1 5 ‘A pies de París en un m inuto,
ó 1 5 1/ 2 pies de París en un segundo.
D el experim ento con el péndulo de Huygens, Newton obtuvo el
resultado de que sobre la T ierra (en la latitud de P arís), un cuerpo
recorre al caer precisam ente una distancia com o ésta. Así probó que
es la fuerza de gravedad de la T ierra la que retiene a la Luna en su
órbita. Efectuando el cálculo, predijo a partir de las observaciones
del m ovim iento de la L una y de la teoría de la gravitación que la
distancia de caída recorrida por un cuerpo sobre la Tierra en un
segundo sería de 15 pies de París, 1 pulgada y 1 4/9 líneas (1 lí­
nea = 1/ 12 de pulgada). E l resultado de Huygens para la caída libre
en París era de 15 pies de P arís, 1 pulgada y 1 7/9 líneas. La dife­
rencia era de 3/9 o 1/3 de una línea, y por lo tanto de 1/ 36 de
una pulgada — una cantidad verdaderam ente muy pequeña— . Por
la época en que N ew ton escribió los Principia, había hallado un acuer­
do mucho m ejor entre la teoría y la observación que en esta prueba
aproximativa realizada veinte años antes.
N ew ton dijo en esta prueba que la observación concordaba «bas­
tante aproxim adam ente» con la predicción. E n esta frase se hallaban
involucrados dos factores. E l prim ero, que escogió un valor poco
adecuado para el radio de la T ierra y obtuvo así malos resultados
num éricos, los cuales sólo concordaban más o menos, o «bastante
aproxim adam ente». E l segundo, que com o no había sido capaz de
probar rigurosamente que una esfera hom ogénea atrae gravitacional-
mente como si toda su masa estuviera concentrada en su centro, la
prueba era, en el m ejor de los casos, tosca y aproximativa.
Pero este ensayo le dem ostró a N ew ton que era válido su con­
cepto de la gravitación universal. Puede apreciar lo notable que fue
si considera la naturaleza de la constante G. Hemos visto antes que
4 tz2K
G = ------- , y bien podemos preguntarnos que tienen que ver tanto

K (el cubo de la distancia de cada planeta al Sol, dividido por el cua­


178 £ 1 nacim iento de la nueva física

drado del tiem po periódico de la revolución de ese planeta en torno


al m ism o) com o Ms (la masa del S ol), con la atracción de la Tierra
sobre una piedra, o la atracción de la Tierra sobre la Luna. Si la cir­
cunstancia de que la T ierra esté dentro del Sistem a Solar minimiza
el prodigio de que G pueda aplicarse a la piedra y a la Luna, con­
sidere un sistema de estrellas dobles situado a m illones de años luz
de distancia del Sistem a Solar. T a l par de estrellas pueden constituir
una binaria eclipsante, en la cual una de las estrellas gira en torno a
la otra, tal com o la Luna lo hace en tom o de la T ierra . A hí afuera,
más allá de cualquier posible influencia del Sol, la misma constante

G ------------se aplica a la atracción de cada una de estas estrellas por


Ms
la otra. E sta es una constante universal a pesar del hecho de que,
en la form a en que N ew ton la descubrió, estuviera basada en ele­
m entos de nuestro Sistema Solar. E videntem ente, la operación de
dividir la constante de K ep ler por la masa del cuerpo central alrede­
dor del cual giran los otros elim ina cualesquiera aspectos especiales
de ese sistema particular — ya se trate de planetas girando en torno
al Sol, o de satélites girando en torno de Jú p ite r o de Saturno. (V éase,
además, el apéndice 1 5 .)

L a s d im e n s io n e s del logro

Unos pocos logros más de la dinámica new toniana, o de la teoría


de la gravitación, nos perm itirán com prender sus dim ensiones heroi­
cas. Suponga que la Tierra no fuese una esfera totalm ente perfecta,
sino que fuese esferoidal — achada por los polos y abultada por el
ecuador— . Considere ahora la aceleración A de un cuerpo que cae
librem ente en un polo, en el ecuador, y en dos lugares interm edios
a y b. Claram ente, el «rad io» R de la Tierra, o la distancia desde el
centro, se increm entaría desde el polo al ecuador, de m odo que

RP< R b < R a < R e

Com o resultado, la aceleración A de caída lib re en estos lugares ten­


dría diferentes valores:

. Mt Mt ^ Mt ^ Mt
Ap — G — —; Ab — G ------- ; A& — G -------- ; Ae = G
RP2 R¿ RJ RJ
así que

Ap Ab Aa Ae.
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 179

Los siguientes datos, obtenidos a partir de observaciones actuales,


muestran cóm o varía la aceleración con la latitud:

Latitud A celeración d e caída libre

0 o (ecu ador) 9 7 8 ,0 3 9 cm /seg2

20° 9 7 8 ,6 4 1

40° 9 8 0 ,1 7 1

60° 9 8 1 ,9 1 8

90° 9 8 3 ,2 1 7

E n los días de N ew ton, la aceleración de caída libre se hallaba


determ inando la longitud de un péndulo de segundos — uno que
tiene un período de dos segundos— . La ecuación para el período T
de un péndulo sim ple que oscila sobre un arco pequeño es

T = 2iz

donde l es la longitud del péndulo (calculada desde el punto de sus­


pensión hasta el centro de la len teja) y g es la aceleración de caída
libre. H alley, cuando viajó de Londres a Santa H elena, encontró que
era preciso acortar la longitud de su péndulo para que continuara
batiendo segundos. L a m ecánica de N ew ton no sólo explica esta va­
riación, sino que conduce a una predicción de la figura de la T ierra,
un esferoide achatado en los polos y abultado en el ecuador.
Las variaciones de g, la aceleración de caída libre, implican varia­
ciones concom itantes en el peso de cualquier ob jeto físico trasladado
de una latitud a otra. U n análisis com pleto de esta variación en el
peso requiere la consideración de un segundo factor, la fuerza que
surge de la rotación que el o b jeto efectúa ju nto con la Tierra. E l
factor que interviene aquí es t^/r, donde v es la velocidad lineal a
lo largo de un círculo y r el radio de éste. E n distintas latitudes se
darán valores diferentes de v y de r. Adem ás, para relacionar el
efecto rotacional con el peso, debe tom arse la com ponente sobre una
línea trazada desde el cen tro de la T ierra a la oposición en cuestión,
puesto que el efecto rotacional se da en el plano del m ovim iento
circular, sobre un paralelo de latitud . A causa de estas fuerzas rota­
cionales, de acuerdo con la física new toniana, la Tierra adquirió su
forma.
180 Tji _ , ,
bl nacimiento de la nueva física

Una segunda consecuencia del abultam iento ecuatorial es la ore


cesión de los equinoccios E n realidad, la diferencia entre los radios
polar y ecuatorial de la Tierra no parece m u y grande:

rad io ecu a to ria l = 6 .3 7 8 ,3 8 8 km


rad io p o la r = 6 .3 5 6 ,9 0 9 km

P ero si representamos a la Tierra com o un globo de un m etro, la dife­


rencia entre los diám etros m enor y mayor sería de alrededor de 3 mi-
ím etros. N ew ton m ostró que la precesión se produce porque la T ierra
T l l l n T j 0 S,0 b le , u n e ’ e “ diñad o con respecto al plano de su órbita,
el plano de la eclíptica. Ademas de la atracción gravitacional que
m antiene a la Tierra en su órbita, el Sol ejerce una® atracción sobre
el abultam iento, tendiendo así a enderezar el eje. E sta fuerza del
Sol tiende a hacer al eje terrestre perpendicular al plano de la eclíp­
tica (fig. 3 3A ), o a hacer coincidir el plano del abultam iento (o del

F i g u r a 33
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 181

ecuador de la T ierra) con el plano de la eclíptica. Al mismo tiempo,


la atracción de la Luna tiende a hacer coincidir al plano del abulta-
miento con el plano de su órbita (inclinada unos 5o con respecto al
plano de la eclíptica). A este respecto, la fuerza de la Luna es algo
mayor que la del Sol. Si la T ierra fuese una esfera perfecta, la atrac­
ción sobre ella del Sol o de la Luna sería sim étrica, y no habría esta
tendencia del eje de rotación a «enderezarse»; las líneas de acción de
las atracciones gravitatorias del Sol y de la Luna pasarían por el cen­
tro de la Tierra. P ero si ésta fuese un esferoide achatado por los
polos, com o suponía N ew ton, entonces existiría una fuerza neta ten­
dente a desplazar su eje. Y , por consiguiente, existiría un efecto pre­
decible.
Ahora bien, un resultado de la física newtoniana es que si se
ejerce una fuerza para cam biar la orientación del eje de un cuerpo
en rotación, el efecto será que dicho e je, en lugar de cambiar su
orientación, adoptará un m ovim iento cónico. Puede verse este efecto
en una peonza. U sualm ente, el eje de rotación no es absolutamente
vertical. E l peso de la peonza actúa, por lo tanto, para girar el eje
sobre el punto de rotación a fin de ponerlo horizontal. E l peso tiende
a producir una rotación cuyo eje forma ángulo recto con el eje de
giro de la peonza, y el resultado es el m ovimiento cónico de este
último mostrado en la figura 3 3 B . El fenóm eno de la precesión se
conoce desde su descubrim iento por H iparco en el siglo I I a.C ., pero
su causa era com pletam ente desconocida antes de Newton. La expli­
cación de éste no sólo resolvió un antiguo m isterio, sino que fue un
ejemplo de cóm o se podía predecir la forma exacta de la Tierra apli­
cando la teoría a las observaciones astronóm icas. Las predicciones
de N ewton se verificaron cuando el m atem ático francés Pierre L . M.
de M aupertuis midió la longitud de un grado de arco de meridiano
en Laponia y comparó el resultado con la longitud de un grado de
meridiano cerca del ecuador. E l resultado supuso una impresionante
victoria de ¡a nueva ciencia.
O tro logro de la teoría newtoniana fue una explicación general de
las mareas, relacionándolas con la acción gravitatoria del Sol y de la
Luna so b re.las aguas de los océanos. Podemos comprender bien el
espíritu de admiración que inspiró el famoso pareado de Alexander
Pope:

La Naturaleza, y las Leyes de la Naturaleza estaban ocultas en la


Dios dijo, ¡Q ue Ñewton sea! y todo fue Luz. [Noche.

Viendo cómo la mecánica newtoniana perm ite al hom bre explicar


los movimientos de los planetas, satélites, piedras en caída, mareas,
182 E l nacimiento de la nueva física

trenes, automóviles y cualquier otra cosa que esté acelerada — aumen­


tando su velocidad, dism inuyéndola, iniciando su m ovim iento o d ete­
niéndose— hemos resuelto nuestro problem a original. P ero restan
uno o dos detalles que requieren alguna palabra más. E s cierto, com o
observó G alileo, que para los cuerpos ordinarios sobre la Tierra (que
pueden considerarse girando en una gran órbita elíptica a una distan-
ccia media del Sol de unos 93 m illones de m illas), la situación es
muy parecida a la que se tendría si estuvieran sobre algo que se mue­
ve en línea recta, y que, en lo que concierne a todos los problem as
dinám icos, existe una indiferencia al m ovim iento rectilíneo uniform e
o al reposo. Sobre la T ierra en rotación, donde el arco descrito du­
rante cualquier intervalo de tiem po, com o el del recorrido de una
bala, es una parte de «círcu lo» m enor que el de la órbita anual, puede
invocarse otro tipo de principio new toniano, el principio de conser­
vación del m om ento angular.
E l momento angular de un pequeño o b je to que gira en un círculo
(com o una piedra soltada desde lo alto de una torre sobre una Tierra
en rotación) viene dado por la expresión mvr, donde r es el radio
de giro, m la masa, y v la velocidad a lo largo del círculo. E l prin­
cipio afirma que, b ajo una gran variedad de condiciones (específica­
m ente, en todas las circunstancias en las que no actúa una fuerza
externa de un tipo esp ecial), el m om ento angular permanece cons­
tante.
S e puede dar un ejem plo. Un hom bre se halla sobre una plata­
form a giratoria, con sus brazos extendidos y sujetando un peso de
10 kilos en cada mano. E stá girando lentam ente sobre la plataform a,
y entonces se le dice que lleve sus manos hacia el cuerpo sobre un
plano horizontal, tal com o indica la figura 3 4 . Encuentra que gira
cada vez más rápido. Al estirar sus brazos, de nuevo el giro se hará
más lento. Cualquiera que no haya visto antes tal dem ostración (se
trata de una postura estándar en el patinaje sobre hielo), quedará
bastante sorprendido al contem plarla por prim era vez. Veam os ahora
por qué ocurren estos cam bios. La velocidad v con la que giran las
masas m que sostiene en sus manos es
2 -™*
v = -------
t
donde t es el tiempo empleado en una rotación com pleta, durante
la cual cada masa m describe una circunferencia de un círculo de
radio r. Al principio, el m om ento angular es
2?rr 2izmr2
mvr = m X ------X r = ------------
t t
183
7 E l gran proyecto. Una nueva física

Pero cuando el hom bre lleva sus brazos al pecho, hace a r mucho

menor. Si tiene que m antener el mismo valor, como exige

la ley de conservación, tam bién debe dism inuir t, lo que significa que
el tiem po invertido en una revolución dism inuirá cuando r lo haga.
¿Q ué tiene que ver esto con una piedra que cae desde una torre
E n lo alto de la torre, el radio de rotación es R + r donde K es el
radio de la Tierra y r la altu ra de la torre. Cuando la piedra alcanza
el suelo, el radio de rotación es R. P or lo tanto al igual que las masas
Uevadas hacia dentro por el hom bre que gira, la piedra debe m overs«
en un círculo m enor cuando está en la base de la torre que cuando
está en su cima, y girará así con más ra p id e z . L ejos de quedar atras
la piedra, de acuerdo con nuestra teon a, se adelantara un p o c c a la
corre. ¿Q u é magnitud tiene este efecto? Como el problema depende
de t el tiem po invertido en una rotación de 3 6 0 ° podemos hacernos
una idea mucho m ejor de la magnitud del
la velocidad angular que si consideram os alguna velocidad ta e a H t a l
como hicim os en el capítulo 1). M ire las saetas en m ovimiento de
un relo j, prestando especial atención a la de las horas. ¿Cuanto pa
cerá desplazarse en, digam os, cinco m inutos, lapso de tiempo que
corresponde a la caída de una bola desde una altura mucho mayor
que la del Em pire State Building? Ninguna cantidad apreciable.
Ahora bien, la rotación de la T ierra a través de 3 6 0 ° se efectúa en
precisam ente el doble del tiem po que invierte nuestra agu,a en una
S 5 3 ” “ m pl™ (1 2 t e » ) . Como „ cinco «1 — » »
angular o rotación de nuestra agu)a no es distinguible a simple vista,
184
E l nacim iento de la nueva física

un m ovim iento que es el doble de lento no produce prácticam ente


ningún efecto. Excepto en el caso de problem as de fuego de artille­
ría de largo alcance, análisis de los m ovim ientos de los vientos alisios,
y otros fenóm enos de una escala am pliam ente mayor que la caída dé
una piedra, podemos despreciar el m ovim iento de rotación de la
T ierra.

Tal fue la gran revolución new toniana, que alteró toda la estruc­
tura de la ciencia y, claro está, cam bió el curso de la civilización occi­
dental ¿Cuan lejos se ha llegado en los últim os 3 0 0 años? ¿A ún es
cierta la mecánica new toniana?
Se hace con demasiada frecuencia la afirm ación de que la teoría
de la relatividad ha m ostrado que la dinám ica clásica es falsa. ¡Nada
mas lejos de la verdad! Las correcciones relativistas se aplican a o b je ­
tos que se mueven a unas velocidades v para las cuales el cociente
^ ^ L u.n£! cantidad significativa, siendo c la velocidad de la luz,
3 0 0 .0 0 0 kilóm etros por segundo. A las velocidades alcanzadas en los
aceleradores lineales, ciclotrones, y otros dispositivos para el estudio
de las partículas atómicas y subatóm icas, ya no es cierto que la masa
m de un ob jeto físico permanezca constante. E n vez de ello, se en­
cuentra que la masa en m ovim iento viene dada por la ecuación

mQ
m — —— —
v1/^

donde « es la masa de un objeto que se mueve a la velocidad v


relativa al observador, y m0 es la masa del m ism o ob jeto observado
en reposo. A esta corrección hay que unir la ya fam iliar ecuación de
Albert^ h instein que relaciona la masa y la energía, E = me1 y la
negación de la validez de la creencia de N ew ton en un espacio «abso-
uto» y en un tiempo «absolu to». Y bien, ¿podem os aprobar el nuevo
pareado que J . C. Squire añadió al de Pope anteriorm ente citado?

No duró: el Diablo, clamando «Hop,


que Einstein sea», restauró el status quo.

Pero para toda la gama de problem as discutidos por Newton


— ejem plificados hoy día por el m ovim iento de estrellas, planetas
lunas, aeroplanos, naves espaciales, satélites artificiales, autom óviles’
pelotas de béisbol cohetes y cualquier otro tipo de cuerpos volumi­
nosos— las velocidades y alcanzables son tales que v /c en la prác­
185
7 E l gran proyecto. Una nueva física

tica tiene el valor cero, y todavía es correctam ente aplicable la diná­


mica new toniana. (E x iste , sin embargo, un ejem plo muy notable de
fracaso de la física new toniana: un error muy pequeño en la predic­
ción del avance del perihelio de M ercurio — ¡4 0 " por siglo!— , para
el que es preciso invocar a la teoría de la relatividad.) Asi pues, para
la ingeniería y para toda la física, excepto una parte de la física ató­
mica y subatóm ica, es aún la física newtoniana la que explica los
acontecim ientos del mundo externo.
Si bien es cierto que la mecánica newtoniana es todavía aplicable
a la extensión de fenóm enos para los que fue concebida, el estudiante
no debe com eter el error de pensar que es igualmente válido el marco
de referencia en el cual se estableció originalm ente este sistema.
Newton creía que existía un sentido en el cual el espacio y el tiempo
eran entidades físicas «absolu tas». Todo análisis profundo de sus
escritos muestra cómo, en su pensam iento, dependían sus descubri­
mientos de estos «absolu tos». Con seguridad, N ew ton era consciente
de que los relojes no miden el tiempo absoluto, sino sólo el tiempo
local, y que en nuestros experim entos tratamos con el espacio local
y no con el absoluto. E n realidad, no sólo desarrolló una ley de fuerza
gravitatoria y un sistema de reglas para calcular las respuestas a los
problemas de la mecánica, sino que tam bién c o n s t r u y ó un sistema
com pleto basado en una concepción del mundo, incluyendo las ideas
de espacio, tiempo v orden. H oy en día, tras el experim ento de Mi-
chelson-M orley y la relatividad, ya no puede considerarse a esta con­
cepción como una base válida para la ciencia física. Se considera que
los principios newtonianos son sólo un caso especial, aunque extre­
madamente im portante, de un sistema más general.
Algunos científicos sostienen que una de las mayores validaciones
de la física newtoniana está constituida por el conjunto de prediccio­
nes relativas al m ovimiento de los satélites; nos han permitido poner
en órbita a una sucesión de vehículos espaciales, y predecir lo que les
sucederá en el espacio exterior. Puede ser así, pero para el historiador
el mayor logro de la ciencia newtoniana debe s « siempre la primera
explicación com pleta del universo sobre principios mecánicos — un
conjunto de axiomas y una ley de gravitación universal que se aplican
a toda la materia dondequiera que se encuentre: tanto sobre la 1 ierra
como en los cielos. N ew ton reconoció que el único ejemplo en la
naturaleza en el que se da un m ovimiento inercial puro que continua
y continúa, sin interferencias fricciónales o de otro tipo que le obli­
guen a detenerse, es el m ovim iento de los satélites y planetas Y aun
no es éste un movimiento uniform e o sin cambios a lo largo de una
línea recta, sino más bien a lo largo de una línea recta que cambia
constantem ente, ya que los movimientos planetarios son una com­
186 E l nacimiento de la nueva física

binación de un m ovim iento inercial con una caída continua desde el


mismo. A dvertir que los satélites y planetas ejem plifican el movi­
m iento inercial puro requirió el m ism o genio que se precisaba para
com prender que la ley planetaria podía generalizarse para toda la
materia en una ley de atracción universal, y que el m ovimiento de
la Luna tiene el mismo carácter que el de una manzana que cae.
E l sistema de mecánica de Isaac New t llegó a simbolizar el
orden racional del mundo, funcionando baje la «regla de la natura­
leza». La ciencia newtoniana no sólo podía dar cuenta de los fenó­
menos del presente y del pasado; tam bién podían aplicarse los prin­
cipios a la predicción de acontecim ientos futuros. E n los Principia,
N ew ton probó que los com etas son parecidos a los planetas, movién­
dose en grandes órbitas que deben ser (de acuerdo con las reglas
new tonianas) secciones cónicas. Algunos com etas se mueven en elip­
ses, y éstos deben retornar periódicam ente desde el espacio rem oto
a las regiones visibles de nuestro Sistem a Solar, mientras que otros
visitan nuestro Sistem a y nunca volverán. Edm ond H alley aplicó
estos resultados new tonianos al análisis de los registros com etarios
del pasado, y encontró — entre otros— un com eta con un período
de unos setenta y cinco años y m edio. E fectu ó la audaz predicción
newtoniana de que este com eta reaparecería en 1 7 5 8 . Cuando lo
hizo de acuerdo con lo previsto, si bien N ew ton y H alley habían falle­
cido mucho tiem po antes, por todo el mundo los hom bres y mujeres
experim entaron un nuevo sentim iento de respeto hacia el poder de
la razón humana ayudada por las m atem áticas. L a nueva considera­
ción hacia la ciencia se expresó con adjetivos tales como «asom bro­
so», «fenom enal» o «extraordinario». E sta afortunada predicción de
un acontecim iento futuro simbolizó la potencia de la nueva ciencia:
la perfección de la com prensión m atem ática de la naturaleza, puesta
de m anifiesto por la capacidad de hacer fidedignas predicciones del
futuro. N o sorprendentem ente, los hom bres y m ujeres de todas partes
lo vieron com o una promesa de que todo el conocim iento y la regu­
lación de los asuntos humanos se som etería a un sistema racional
sim ilar de deducción e inferencia m atem ática asociado con el expe­
rim ento y la observación crítica. E l siglo x v m no fue sólo el siglo
de la Ilu stración, sino que llegó a ser «la época por excelencia de la
fe en la ciencia». N ew ton se convirtió en el sím bolo de la ciencia
triunfante, el ideal para todo pensam iento — en filosofía, psicología,
gobierno, y en la ciencia de la sociedad.
E l genio de N ew ton nos perm ite apreciar plenamente el signi­
ficado de la mecánica galileana y de las leyes de Kepler del m ovimien­
to planetario, tal com o se m anifestó en el desarrollo de los principios
de inercia requeridos por el universo copernicano-kepleriano. Fue un
7 . E l gran proyecto. Una nueva física 187

gran m atem ático francés, Jo sep h Louis Lagrange (1 7 3 6 -1 8 1 3 ), quien


m ejor definió el logro de N ew ton. Sólo existe una ley en el universo,
dijo, y N ew ton la descubrió. N ew ton no desarrolló com pletam ente
por sí mismo la dinámica m oderna, sino que dependió en gran me­
dida de ciertos de sus predecesores; esta deuda no minimiza en modo
alguno la magnitud de su logro. Sólo acentúa la im portancia de hom­
bres tales com o G alileo y K ep ler, y D escartes, H ooke y Huygens,
quienes fueron lo bastante grandes com o para hacer significativas con­
tribuciones a la empresa new toniana. Sobre todo, en el trabajo de
N ew ton podemos ver el grado en el que la ciencia es una actividad
colectiva y acum ulativa, y podemos apreciarlo en la magnitud de la
influencia de un genio individual sobre el futuro de un esfuerzo
científico cooperativo. E n el logro de N ew ton vemos cóm o avanza
la ciencia por heroicos ejercicios de la imaginación, más que por la
paciente recolección y clasificación de miríadas de hechos individua­
les. ¿Q uién, tras estudiar la magnífica contribución de N ewton al
pensam iento, podría negar que la ciencia pura ejem plifica la cúspide
del talento creativo del espíritu humano?

N o t a s u p l e m e n t a r ia so bre las dos fo rm a s de la seg u n d a

ley de N ew to n

Los Principia de N ew ton contienen dos formas de la segunda ley.


Desde la época de N ew ton, usualmente sólo consideramos el caso
de una fuerza F que actúa continuam ente sobre un cuerpo de masa m
para im prim irle una aceleración A, siendo F = mA. P ero Newton
daba primacía a otro caso, el de una fuerza instantánea — un impacto
o golpe— , com o cuando una raqueta de tenis golpea a la pelota, o
una bola de billar percute a otra. E n tales casos, la fuerza no produce
una aceleración continua, sino un cam bio instantáneo en la cantidad
de m ovim iento del cuerpo (o m om ento). E ste es el «cam bio en el
m ovim iento» que se dice que es proporcional a «la fuerza motriz
impresa» en el enunciado de N ewton de la Ley I I citado en la
página 157. N ew ton concebía que F = mA es un caso lím ite de la
ley de impacto, la situación que se produce cuando el tiempo trans­
currido entre impactos sucesivos decrece indefinidam ente, de modo
que la fuerza alcanza por últim o la condición límite de actuar conti­
nuamente. La ley F = mA fue, pues, considerada por N ewton como
una ley derivada de la del im pacto, expuesta en la página 157.
Apéndice 1

G A L IL E O Y E L T E L E S C O P IO 1

G alileo, ciertam ente, no inventó el telescopio, y nunca pretendió


haberlo hecho. Ni tampoco fue el prim er observador en dirigir tal
instrum ento hacia los cielos. -Un folleto de octubre de 1 6 0 8 , alrede­
dor de un año antes de que G alileo construyera su primer instru­
mento, traía la noticia de que el catalejo no sólo podía hacer que los
objetos terrestres distantes parecieran más próxim os, sino que tam­
bién perm itía ver «aún las estrellas que ordinariam ente son invisibles
a nuestros ojos». E xiste muy buenos testim onios de que Thomas
H arriot había estado observando la Luna antes de que G alileo empe-

1 E s te apéndice está basado en una com u nicación so b re este tem a, de A lb ert


V an H eld en , en un cong reso intern acio n al sobre G a lile o celebrad o en Pisa,
Padua, V en ecia y F lo ren cia en ab ril de 1 9 8 3 , y p u blicado en las actas de este
congreso, editadas por P a o lo G allu zzi: Novita celesti e crisi del sapere (supl. a
Annali dellTnstituto e M useo di Storia della Scienza, Florencia, 1 9 8 3 ). V éase
tam bién la m onografía de V an H eld en en la G u ía d e lectu ras adicionales, en la
página 2 4 7 .
E n E l m ensaje sideral, G a lile o afirm a q u e só lo h a b ía oído hablar del nuevo
dispositivo, pero que en realidad no h abía v isto n ingu no, cuando aplicó sus cono­
cim ientos de la teoría de la refracció n para co n stru ir un catalejo . P ero, por esta
época, los nuevos instru m ento s no eran in frecu en tes en Ita lia , y uno ya había
llegado a Padua y se estab a h ablando de él. Q u izá se en contrab a en V enecia
cuando el catalejo se estaba ex h ib ien d o en P adua. E n E l ensayador (II saggia-
tore), de 16 2 3 , volvió a relatar el papel que desem peñó en la creación del teles­
copio astronóm ico y discutió exten sam en te las etap as q u e le cond ujeron a rein-
ventar este instru m ento. A q u í, sin em bargo, nos in teresa menos la invención
del telescopio que el uso que G a lile o hizo del m ism o.

189
190 Apéndice 1

zara sus observaciones telescópicas; las pretensiones de Simón Marius


(p. e j.( de que él había descubierto los satélites de Jú p iter), están peor
fundadas.
E l inform e de G alileo (véase la página 68 ) está tomado de su
Sidereus nuncius (1 6 1 0 ). E scrib ió otras versiones de su primer en­
cuentro con el telescopio que difieren un tanto en los detalles, por
ejem plo con respecto a su conocim iento de la construcción del ins­
trum ento (es decir, la com binación de dos lentes, una positiva y la
otra negativa). Lo más significativo no estriba en que G aüleo cono­
ciera (o no) el tipo de lentes que se necesitaban para hacer tal teles­
copio o catalejo, sino en que muy rápidam ente hizo telescopios muy
superiores en poder de aum ento y en calidad a cualesquiera otros,
telescopios lo bastante buenos com o para servir ai propósito del des­
cubrim iento astronóm ico. E n este sentido, G alileo transform ó el tosco
catalejo en un refinado telescopio astronóm ico.
Los contem poráneos de G alileo que construyeron o vendieron
anteojos utilizaron lentes comunes de fabricantes de gafas que alcan­
zaban muy pocos aum entos (sobre tres o cuatro veces). Aun Thomas
H arriot, quien aparentem ente estuvo en posesión de catalejos mucho
antes que G alileo, sólo fue capaz de llegar a un instrum ento de 6 au­
mentos hacia agosto de 1 6 0 9 , m om ento en el cual G alileo (quien
acababa de saber del instrum ento ese mes o en el mes de julio ante­
rior) había hecho ya uno de 8 o tal vez 9 aum entos. A finales de ese
año había alcanzado 20 aum entos e introducido un diafragma para
m ejorar la imagen.
G alileo no sólo pulió sus propias lentes, de un aumento mayor
que las utilizadas por los fabricantes de anteojos, sino que sus lentes
eran, además, de m ejor calidad, y sus instrum entos tenían la ventaja
de incorporar la nueva característica de un diafragma. A lbert Van
H elden, el principal especialista en este tema, concluye: «Aún a
pesar de que H arriot le precedió en observaciones lunares con el
nuevo instrum ento, G alileo fue probablem ente el primero en com­
prender plenamente el sentido de las características lunares, la natu­
raleza sim ilar a la terrestre de la Luna.» H acia marzo de 1 6 1 0 , G ali­
leo había descubierto estrellas antes nunca vistas, la diferencia en
apariencia entre planetas (que presentan un disco a través del telesco­
pio) y estrellas fugaces (que aparecen com o centelleantes puntos de
luz), las estrellas que com ponen la V ía Láctea, y los satélites de
Jú p iter. Estos descubrim ientos se publicaron en el Sidereus nuncius
en la primavera de 1 6 1 0 . H acia ju lio, había descubierto protuberan­
cias en Saturno y, más avanzado el año, las fases y variaciones corre­
lativas en la magnitud de Venus.
Galileo y el telescopio 191

G alileo, de hecho, en contró casi todo lo que se podía descubrir


con este tipo de telescopio — siendo el prim ero en hacerlo debido a
que fue el prim ero en tener un instrum ento adecuado— . P ero hacia
16 11 otros habían obtenid o telescopios que les perm itían distinguir
fenóm enos celestes, aun a pesar de que (com o señala Van H elden)
sus telescopios no eran probablem ente tan buenos com o los de G ali­
leo. A sí que aparecieron rivales que reclam aban el descubrim iento de
las manchas solares en 1 6 1 1 . Van H elden com enta que éste fue «el
último descubrim iento im portante de esta fase inicial de la astronomía
telescópica». O tros descubrim ientos de im portancia requerirían mayor
aumento y una resolución que estaba más allá de la capacidad de las
lentes de este prim er período.
H asta la década de 1 6 3 0 , G alileo estuvo todavía fabricando y
distribuyendo telescopios. P ero las siguientes décadas presenciaron
el surgim iento de nuevos instrum entos, no compuestos ya de una
sola lente negativa com o ocular y de una sola lente positiva como
objetivo. E n el decenio de 1 6 3 0 , otros astrónom os elaboraron mapas
de la Luna y estudios de las manchas solares, observaron los tránsitos
de M ercurio en 1631 y de Venus en 1 6 3 9 , y encontraron señales en
la superficie de Jú p iter. G alileo no participó en esos desarrollos pos­
teriores.
E l inicio de la «segunda ola de descubrim ientos» con nuevos te­
lescopios puede datarse en 1 6 5 5 , con el descubrim iento por Huygens
de T itá n , un satélite de Saturno. M ás tarde, Huygens fue capaz de
resolver las enigm áticas observaciones de G alileo sobre las protube­
rancias de Saturno. E n co n tró que consistían en un anillo plano que
rodeaba al planeta.
La principal contribución de G alileo al telescopio ha sido resu­
mida com o sigue*. C am bió «un débil catalejo en un potente instru­
mento de investigación». F u e el prim ero capaz de «pulir objetivos
de gran distancia focal» (que eran de buena calidad) y fue el primero
en equipar sus instrum entos con diafragmas. En suma, fue el primer
científico en lograr «aum entos astronóm icam ente significativos con
calidades aceptables». V an H elden concluye que G alileo «descubrió
por sí mismo todas las cosas im portantes que se podían descubrir
con esta generación de instrum entos, excepto las manchas solares,
que fueron descubiertas independientem ente por varios otros obser­
vadores».
Apéndice 2

LO Q U E G A L IL E O «V IO » E N LOS C IELO S 1

E l análisis de la experiencia de G alileo m irando los objetos celes­


tes a través del telescopio en 1 6 0 9 y años sucesivos muestra cómo su
compromiso con las doctrinas copernicanas condicionó y aun, en
alguna medida, dirigió la interpretación de lo que realm ente observó.
Los autores de historia de la ciencia transm iten a menudo la impre­
sión de que en 160 9 G alileo descubrió o « v io » montañas en la Luna
y satélites de Jú p iter. Una cuidadosa lectura de los documentos ma­
nuscritos de G alileo o del relato publicado de sus descubrimientos
que él presenta en su Mensaje Sideral de 1 6 1 0 muestra, sin embar­
go, que cuando G alileo exam inó la Luna a través del telescopio, lo
que realm ente vio fue un gran número de manchas, tal como ha­
bía esperado. Algunas de las manchas eran más oscuras y mucho
mayores que las otras; G alileo las llam ó «las manchas ‘grandes’
o ‘antiguas’», puesto que éstas eran las que habían sido divisadas
y descritas por los observadores a simple vista a lo largo de muchos
siglos. Se distinguían de ciertas manchas más pequeñas y muy nume­
rosas que nunca habían sido observadas hasta la invención del teles­
copio — o, como dijo G alileo , «nunca nadie las observó antes que
yo». E stas nuevas manchas eran los datos crudos de la experiencia
1 E s te apéndice está b asad o en mi m onografía « T h e in flu en ce o f T heore-
tical P ersp ectiv e on the In te rp re ta tio n o f Sense D a ta » , en Annali d ell’lstituto
e Museo di S torij della Scienza di Firenze, an no V (1 9 8 0 ), fascicolo 1. Las citas
de El m ensaje sideral se han tem ad o de la o b ra de Stillm an D ra k e Discoveries
and Opinions o f G alileo, G a rd e n C ity , N .Y ., D o u b led ay & C o., 1 9 5 7 . [L a tra­
ducción al castellan o se ind ica en la G u ía de lectu ras ad icio nales.]

193
194 Apéndice 2

de los sentidos. O , para decirlo de otra form a, lo que G alileo real­


m ente vio a través dei telescopio fue una colección de manchas de
dos tipos. Transcurrió algún tiem po hasta que, com o nos relata G ali­
leo, transform ó estos datos de los sentidos o imágenes visuales en
un nuevo concepto: una superficie lunar con m ontañas y valles, el
origen y causa de lo que había visto por el telescopio. A este respecto
no puede haber ninguna duda, com o el mismo G alileo dejó claro en
su relato publicado. D ejém oslo hablar:

D e las tan tas veces rep etid a in sp ecció n de estas m anchas h e derivad o la op in ión ,
q u e ten g o p o r firm e, de que la su p erficie de la L u n a y d e los dem ás cuerpos
celestes n o es de h echo lisa, u n ifo rm e y de esfericid ad exa ctísim a, tal y com o
ha en señ ado de ésta y de o tro s cu erp o s celestes una n um erosa c o h o rte de filó ­
so fo s, sino q u e, p o r el co n tra rio , es d esigual, escabrosa y llen a de cavidades y
prom in en cias, no de o tro m odo q u e la prop ia faz de la T ie rra , que presenta
aq u í y allá las crestas de las m ontañas y los abism os de lo s valles.

E ntonces describe G alileo las observaciones reales que ha hecho


«a partir de las cuales ha podido in ferir tales cosas». Advirtam os que
muchas de ellas sugirieron al pensam iento de G alileo una analogía
con fenóm enos terrestres. P o r ejem plo, ciertas «pequeñas manchas
negruzcas» presentaban «la parte negruzca vuelta hacia el lugar en
que se halla el So l», m ientras que en la cara opuesta al Sol aparecían
«coronadas de contornos muy lum inosos cual m ontañas refulgentes».
Vem os un fenóm eno sim ilar en la Tierra a la salida del Sol, señala
G alileo , «cuando, aún no inundados los valles de luz, vemos con
todo que los montes que los circundan están ya todos resplandecien­
tes y refulgentes». O tra «sorprendente» observación fue la de una
serie de «puntos lum inosos» en la región oscura de la Luna, mucho
más allá del term inator. E n con tró que éstos aum entaban gradual­
m ente de tamaño y finalm ente se unían «a la restante parte iluminada
[d e la L u n a] que se ha tornado mayor». E sto s, concluyó, debían
ser picos montañosos brillantes, que se elevaban a tal altura sobre
la superficie de la Luna que eran iluminados por los rayos del Sol,
si bien sus bases se hallaban en la región de som bra o en la oscu­
ridad. D e nuevo G alileo recuerda a su lector una analogía terrestre,
ya que «¿acaso no ocurre lo mismo en la T ierra , donde antes de la
salida del Sol las más altas cimas de los m ontes se hallan iluminadas
por los rayos solares, m ientras que la sombra ocupa aún las llanuras?».
L a transform ación intelectual de estas observaciones lunares en
conclusiones que concuerdan con lo que G alileo llama «la antigua
opinión de los pitagóricos según la cual la Luna sería algo así como
otra T ierra» fue impulsada por su com prom iso con el sistema coper­
nicano. D ebió darse una enorm e presión inconsciente para ju stificar
Lo que G alileo «vio» en los cielos 195

la posición copernicana de que la T ierra es sim plem ente otro planeta,


que no es fundam entalm ente d istinto de los otros planetas y de la
Luna. Si la Tierra no es un cuerpo singular, no se halla especialmente
condicionada a estar en reposo y en el centro del universo. A sí, el
com prom iso de G alileo con el copem icanism o le llevó a transform ar
los datos de la observación en el argumento de que la Luna se parece
a la T ierra.
U n proceso un tanto sim ilar de transform ación de los datos sen­
soriales de la experiencia se dio en relación con lo que G alileo llamó
«la cuestión que en mi opinión es digna de ser considerada la más
im portante de todas — la revelación de cuatro Planetas nunca vistos
desde el comienzo del m undo hasta nuestros días». E n esta declara­
ción, G alileo está usando el térm ino «planeta» en el sentido griego
original de cualquier cuerpo errante en los cielos, y se refiere a su
descubrim iento de los satélites de Jú p iter, o planetas secundarios que
acompañan al planeta prim ario Jú p iter. Lo que realm ente «vio» no
fue un conjunto de lunas o satélites. E n realidad, el 7 de enero de
1 6 1 0 , observó «además del p la n e ta ... tres estrellitas, pequeñas sí,
aunque en verdad clarísim as». E stos puntos luminosos, parecidos a
estrellas a pesar de su proxim idad a Jú p iter, constituían los datos
sensoriales efectivos. Al principio, G alileo sólo realizó la simple y
obvia transform ación de la visión de estos puntos luminosos y con­
cluyó que había visto estrellas. T al com o m anifestó, «consideré que
eran del número de las tija s» . Los únicos aspectos especiales que
despertaron su curiosidad, prosiguió, fueron que «aparecían dispues­
tas exactam ente en una línea recta paralela a la eclíptica, así como
más brillantes que las otras de magnitud pareja». T an lejos se hallaba
de concebir que pudieran tratarse de satélites de Jú p iter que nos dice
que «m e preocupé muy poco de las distancias entre ellas y Jú p iter
al considerarías fijas, como dijim os al principio». Su segunda obser­
vación se produjo en la noche siguiente y m ostró que «las estrellas
eran todas tres occidentales, más próxim as que la noche anterior unas
a otras y a Jú p iter y m utuam ente separadas por similares distancias».
Aun entonces, G alileo no sospechó que se trataba de satélites. En
vez de ello, nos dice,

C om encé con todo a p r e g u n t a r le de qué m odo podría Jú p ite r ponerse al orien te


de todas las fijas m encionadas, h allán d o se la víspera a o ccid en te de dos de ellas.
P o r con sig u ien te, tem í que quizá [su m o v im ien to ] fu ese d irecto, en contra del
cálcu lo astronóm ico, a d e la n ta r lo a dichas estrellas por su m ovim iento propio,
razón p or la cual esp eré a la r.oche sigu iente con grandes ansias.

Tras nuevas observacicnes, finalm ente, «determ iné y establecí


fuera de teda duda que en el cielo había tres estrellas errantes en
196 Apéndice 2

torno a Jú p iter, a la manera de Venus y M ercurio en torno al S ol».


Poco después, encontró que «cuatro son los astros errantes que reali­
zan sus circunvoluciones en torno a Jú p iter» . No está desprovisto de
interés ei que G alileo estableciera una analogía entre los satélites o
luces menores moviéndose alrededor de la luz mayor de Jú p iter y el
m ovimiento de Venus y M ercurio en torno a la brillante luz del Sol.
E sta analogía indicaría que el copernicanismo de G alileo estaba direc­
tam ente relacionado (según su propio testim onio) con su transfor­
mación de la idea de que había estrellas moviéndose junto con Jú p i­
ter en la idea de que había satélites moviéndose alrededor de Jú p iter 2.
E l ejem plo de los satélites de Jú p iter difiere en un aspecto esen­
cial de la anterior experiencia con las manchas de la Luna. E l coper­
nicanismo y el antiaristotelism o de G alileo precondicionaron obvia­
mente su mente hacia la posibilidad de que la Luna pudiera ser sim i­
lar a la Tierra. Pero no había nada en su propensión antiaristotélica
o en su com prom iso procopernicano que le preparara para la exis­
tencia de un modelo en miniatura del sistema copernicano en la forma
de un sistema de satélites alrededor de Jú p iter. M irando hacia atrás,
retrospectivam ente, puede parecer verosímil el siguiente razonamien­
to: Si la Tierra no es singular, resultaría entonces que la Tierra no
es el único planeta con un satélite. E sta línea de pensamiento quizá
haya formado parte de la idea final de G alileo de que eran satélites
de Jú p iter. Pero, de hecho, G alileo no menciona la analogía con la
T ierra y su Luna. E n todo caso, hay una asombrosa gran diferencia
entre un planeta que tiene una sola luna y la existencia de todo un
sistema de cuatro nuevos «planetas» rodeando a Jú p iter. Aun un
copernicano tan firm e com o Kepler quedó quebrantado por la noticia
de que G alileo había descubierto cuatro nuevos planetas o estrellas
errantes, puesto que no sabía exactam ente cómo podía incorporarlos
a su esquema, en el cual la separación entre seis planetas estaba rela­
cionada con la existencia de cinco, y sólo cinco, sólidos geométricos
regulares.

- S o b re las ob servaciones reales de G a lileo y un nuevo «esclarecim ien to sobre


el proceso realm ente seguido para alcanzar la conclu sión de que estaba co n tem ­
plando unos cuerpos que m aterialm en te giraban en to rn o a Jú p ite r » , véase Still-
man D rake, G alileo at W ork: His Scientific Biograpby, C h icag o y Lon dres, T h e
U n iversity o f Chicago P ress, 1 9 7 8 , 14 6 -1 5 3 , esp. 1 48-149.
D rake tam bién ha m ostrad o que para G a lileo co n stitu y ó una labor de pro­
porciones heroicas el d eterm in ar los períodos y radios o rb ita les (o m áxim as elo n ­
gaciones) de los satélites de Jú p ite r . D eb ió com p rom eterse grand em ente con el
con cep to de satélites para em prend er tal enorm e labor. V éase D rake, «G a lileo
and Satellite P red ictio n » , Journal jo r íhe H islory of Astronomy 10 (1 9 7 9 ),
75-95.
Lo que G alileo «vio» en los cielos 197

D esde luego, el nuevo descubrim iento, una vez hecho, tenía una
propiedad, y era que respondía a los reparos de los anticopernicanos,
quienes argumentaban que la Tierra no podría moverse en su órbita
(y recuerde que lo hace a la enorm e velocidad de unos 3 0 .0 0 0 kiló­
metros por segundo) sin perder su luna. Todos admitían que Jú piter
se mueve; bien, pues si Jú p iter puede m overse en una órbita sin
perder cuatro lunas, ¡seguram ente no habrá objeciones a que la Tierra
pueda m overse sin perder a su única luna!
P oco tiem po después, G alileo (y otros) hizo otro notable descu­
brim iento, a saber, que el Sol tenía manchas. Estas manchas consti­
tuían el hecho, el dato de la observación sensorial. Lo significativo
es cóm o los transform ó o interpretó la m ente de G alileo. E s bien
sabido que G alileo las reveló como manchas reales en la superficie
del Sol, e interpretó así su m ovim iento com o una indicación de que
el Sol rota sobre su eje. O tro s, que sostenían un punto de vista cien­
tífico y filosófico d istinto, intentaron dar otra interpretación, soste­
niendo que se trataba de som bras proyectadas sobre el Sol, posible­
mente por «estrellas», bien « fijas» o «errantes» (es decir, «plane­
tas»), que «giraban a su alrededor al modo de M ercurio o Venus».
Estas dos interpretaciones muestran cuán distintos puntos de vista
interactúan con los datos de la observación en la mente de un cientí­
fico. Un aristotélico tiene que pensar que el Sol es puro e inmacu­
lado, mientras que un antiaristotélico com o G alileo no se preocupaba
por si el Sol tenía o no m anchas, por si era inmutable o sufría cam­
bios a diario. En el presente contexto, las manchas solares nos inte­
resan en un sentido histórico, porque resulta que en la Edad Media
hubo un cierto número de observaciones de estas manchas, pero ten­
dían a ser interpretadas com o casos del paso de un planeta (M ercurio
o V enus) a través del disco del Sol, puesto que la filosofía predomi­
nante no permitía que estas observaciones fueran transformadas en
la afirmación interpretativa de que el Sol tiene manchas 3.
La doctrina de la transform ación contribuye a concretar el acon­
tecim iento efectivo sobre el cual el historial del científico, su orien­
tación filosófica, o su punto de vista científico interactúan con los
datos sensoriales para sum inistrar el tipo de base sobre el que avanza
la ciencia. La siguiente fase de la investigación sería identificar, cla­
sificar e interpretar, en varios ejem plos, aquellas partes del historial
de los científicos que actúan en los descubrim ientos. Una primera

3 S o b re el d ebate acerca de las m anchas solares, véase la traducción de Still-


man D rak e de la Historia y dem ostraciones en torno a las manchas solares y
sus accidentes de G a lileo , 5 9-144,_ esp. 9 1 -9 2 , 9 5 -9 9 . B ern ard R . G old stein ha
escrito «So m e M edieval R ep o rts o f V enus and M ercu rv T ra n síts» , en Centaurus
14 (1 9 6 9 ), 49-5 9 .
198 Apéndice 2

tarea consistiría en tratar de distinguir entre el efecto de la educación


general en ciencia y filosofía y el efecto de la personalidad particular
del cien tífico . Sería im portante tratar de encontrar el grado en que
las transform aciones intelectuales están relacionadas con la educación
o son independientes del científico particular. Apenas si se han dado
los prim eros pasos en esta área general del trasfondo filosófico del
descubrim iento. E n particular, éste fue el tem a de un conjunto muy
penetrante de observaciones hechas por N . R . H an son , y ha sido
explorado por Leonard K . N ash. La psicología de la gestalt puede
hacer aquí grandes contribuciones. Y no hay duda de que los estu­
dios de los psicólogos experim entales tales com o R . L . G regory y de
los historiadores del arte com o E . H . G om brich acabarán por arrojar
mucha luz sobre esta c u e s tió n 4.

4 N o rw o o d R u ssell H a n so n , Patterns o f D iscovery: An Inquiry into the


C onceptual Foundations o f Science, C am bridge, en la U n iv ersity P re ss, 1 9 5 8 .
[T r a d . ca st., Patrones d e descubrim iento, M ad rid , A lianza, 1 9 7 7 .] Leonard
K . N ash, T he Nature o f the Natural Sciences, B o sto n , L ittle , B ro w n and Com*
pany, 1 9 6 3 . So b re la cu estió n de la G es ta lt en relació n co n el d escu b rim ien to
cie n tífic o , véase, adem ás de lo s trab ajo s de H an son y N ash, T h o m as S . K u hn ,
T h e Structure o f Scientific Revolutions, 2 * ed ., C h icag o , T h e U n iversity o f
C h icag o P re ss, 1 9 7 0 , 6 4 , 8 5 , 1 1 1 , 122, 1 5 0 . [T ra d . ca st., La estructura de las
revoluciones científicas, M ad rid , F o n d o de C u ltu ra E co n ó m ica , 1 9 7 5 .] y K u h n ,
T he Essential Tensión, C h icag o , U niversity o f C h icag o P ress, 1 9 7 7 , xiii. [T ra d .
ca st., La tensión esencial, M éx ico , F .C .E ., 1 9 7 8 .] V éa se tam b ién R . L . G rego ry ,
T h e Intelligen t Eye, L o n d res, W eid en feld and N ico lso n ; N ueva Y o rk , M cG raw
H ill B o o k C o ., 1 9 7 0 ; G reg o ry , E ye jn d Brain: T he Psichclogy o f Seeing, N u e­
va Y o r k , M c G ra w H ill B o o k C o ., W orld U n iversity L íb ra ry , 1 9 6 6 . [T ra d . cast.,
O jo y cerebro, M ad rid , G u a d a rra m a .] R . L . G reg o ry y E . H . G o m b ric h , ed s.,
Illusion in Nature and in Art, N ueva Y o rk , C h arles S c rib n e r’s Son s, 1 9 7 3 , y
E . H . G o m b ric h , Art and Illusion, N ueva Y o rk , P a n th eon B o o k s, 1 9 6 0 ,
Apéndice 3

LOS EXPERIMENTOS DE GALILEO


SOBRE CAIDA LIBRE

E n algunos escritos inéditos de sus días de P isa, G alileo describió


experim entos de caída de pesos desiguales desde una torre. No indicó
qué torre había utilizado, pero supongo que debe haber sido la famosa
T orre Inclinada de Pisa. Cuando repetí este experim ento, en com­
pañía de un grupo de especialistas reunidos en Florencia y Pisa con
ocasión de un Congreso Internacional de H istoria de la Ciencia, des­
cubrí que, a causa de las características arquitectónicas de la torre,
era preciso asomarse con los brazos extendidos horizontalm ente, sos­
teniendo un peso en cada mano. Claram ente, el resultado del expe­
rim ento — si los pesos llegan al suelo sim ultáneam ente o en instantes
distintos— depende del grado de sim ultaneidad con que se los suelte.
Las notas de G alileo indican que, en ocasiones, una bola pesada podía
comenzar su caída más lentam ente que una ligera, alcanzándola luego
durante el descenso. Se traraba de un resultado enigm ático — y tanto
más porque aparecía en sus m anuscritos inéditos, los cuales podemos
suponer que contienen un registro verdadero e imparcial de lo que
realm ente observó. E n otras ocasiones, G alileo anotó que dos pesos
desiguales caen casi sim ultáneam ente, o que se daba tan sólo la pe­
queña diferencia que m enciona en Dos nuevas ciencias.
Si G alileo fue un experim entador cuidadoso, ¿qué sucede con los
resultados relativos a una bola ligera que se mueve por delante de la
pesada? Ciertam ente es un m érito de G alileo el que registrara este
fenómeno (y dijo que lo había observado «muchas veces»); incluso
trató de explicar este extraño caso, que no encajaba bien en sus teo­
199
200 Apéndice 3

rías. Las afirm aciones de G alileo son inequívocas. E scrib ió que «si
se hace la observación, el cuerpo más ligero, al com ienzo del m ovi­
miento, se moverá por delante del más pesado y será el más veloz».
D e nuevo, si dos esferas del mismo tamaño, teniendo una el doble
del peso de la otra, se «dejan caer desde una to rre», se encontrará
que al comienzo del m ovim iento «la más ligera se moverá por delante
de la más pesada, y a lo largo de alguna distancia se moverá más
rápidam ente». G alileo intentó dar cuenta de este fenóm eno en un
capítulo de su tratado inédito sobre el m ovim iento titulado «D onde
se da la causa del por qué, al principio de su m ovim iento natural, los
cuerpos que son menos pesados se mueven más rápidamente que los
más pesados». No sólo afirm ó que había observado este fenóm eno,
sino que también citó una observación sim ilar efectuada por G iro-
lamo Borro en un libro de 1 5 7 5 ; B orro fue profesor en Pisa, ense­
ñando allí todavía durante los días de estudiante de G alileo. Borro
dejó caer trozos de madera y de plomo del mismo peso, pero de
tamaño desigual, y encontró que el «plom o descendía más lentam en­
te». E scribió que la prueba se realizó «no sólo una vez, sino muchas
veces», y «con el mismo resultado».
D ebem os agradecer a Thom as B . Settle 1 la solución de este enig­
ma. Inform a que, cuando un experim enador sostiene dos pesos des­
iguales, con las palmas hacia abajo, en sus brazos extendidos, no es
posible soltarlos sim ultáneam ente. Aun cuando el experim entador
esté totalm ente convencido de que los dos han sido soltados en el
mismo instante, la prueba fotográfica muestra incontrovertiblem ente
que la mano que sostiene el más pesado se abre invariablem ente un
corto tiempo después de la que sostiene el más ligero. Se trata, apa­
rentem ente, de un efecto de fatiga muscular diferencial que depende
de la magnitud del peso. E l descubrimiento de que en este caso, como
en otros, los resultados del experim ento concuerdan con los inform es
de G alileo, nos imprime confianza en éste com o un agudo experi­
mentador que registró e inform ó exactam ente lo que había observado.
Además, este episodio suministra un testim onio adicional de que
G alileo estaba haciendo experimentos con objetos en caída libre en
una etapa muy temprana de su carrera, y de que los experim entos
tuvieron una trascendencia real en su exploración de la ciencia del
m ovimiento.

1 « G a lileo and E arly E x p e rim e n ta ro n » , en R u th erfo rd A ris, H . T ed D avis,


y R oger R . Stu ew er, ed s., Springs o f Scientific Creativity, M in n eap oiis, U niver-
sitv of M in n eso ta P ress, 1 9 8 3 , 3-20.
Apéndice 4

EL FUNDAMENTO EXPERIMENTAL
DE LA CIENCIA DEL MOVIMIENTO DE GALILEO

H asta hace poco, nuestro conocim iento sobre los estudios del
movimiento de G alileo se basaban en sus libros y tratados (los publi­
cados por él durante su vida y aquellos editados más tarde y publi­
cados tras su m uerte), notas manuscritas, y correspondencia. Todo
ello fue reunido en una magnífica edición de veinte volúmenes, bajo
la dirección general de A ntonio Favaro (1 8 9 0 -1 9 0 9 ; reimpreso en
1 9 2 9 -1 9 3 9 , y de nuevo en 1 9 6 4 -1 9 6 6 ). D e estos materiales emergía
una historia del desarrollo de sus ideas que llevaba, desde su primer
pensamiento en térm inos de un tardío modo medieval de la física del
Ímpetus, a su descubrim iento de las leyes de la caída libre (que existe
una aceleración constante que produce una velocidad que aumenta
en proporción al tiempo y una distancia que aumenta como el cua­
drado del tiem po), y a su brillante aplicación de los principios de
resolución y com posición de vectores velocidad para analizar las tra­
yectorias de proyectiles.
E n los decenios que siguieron a la Segunda G uerra Mundial,
muchos especialistas — siguiendo el ejem plo de Alexandre Koyré—
habían llegado a la conclusión de que en las etapas de descubrimiento
y desarrollo de los principios del m ovim iento, el papel de los verda­
deros experim entos fue mínimo. Se vio a G alileo como un pensador
y analista, no como a quien som etió cuestiones directas a la prueba
de la experiencia. Y aún se llegó a dudar de que G alileo hubiera rea­
lizado alguna vez el experim ento del plano inclinado descrito en las
Dos nuevas ciencias com o una confirm ación de las conclusiones a
201
202 Apéndice 4

las que llegó m ediante el análisis m atem ático. M uchos especialistas


coincidieron en que la exactitud con que se daba cuenta de las obser­
vaciones, dentro de «un décimo de pulsación», excedía con mucho
la capacidad de su aparato; había elem entos de juicio aparentes de
que G alileo probablem ente nunca llevó a cabo este experim ento.
L o m ejo r que podría decirse de G alileo era que había exagerado
jactanciosam ente los resultados. E sta opinión parecía tanto más ju s­
tificada en la medida en que G alileo no proporcionaba datos numé­
ricos. E stas dudas relativas al plano inclinado no se expresaron por
vez prim era en el siglo xx. E n la misma época de G alileo , el padre
M arin M ersenne escribió en la Harmonie Universelle [ Armonía uni­
versal], 1 (P arís, 1 6 3 6 ), 1 1 2 : «D udo que G alileo realizara experi­
m entos con el plano inclinado, pues nunca habla de ellos y la propor­
ción dada contradice a menudo a los datos experim entales.»
N uestro punto de vista sobre la cuestión ha sufrido hoy un giro
radical. E n 1961 Thom as B . Settle ideó y llevó a cabo un experi­
m ento que replicaba estrecham ente el descrito por G alileo en las
Dos nuevas ciencias. E n su inform e («A n E xperim ent in the H istory
o f Science» [U n experim ento en la historia de la c ien cia ], Science,
1 33 [ 1 9 6 1 ] , 1 9 -2 3 ), Settle m ostró que la exactitud de los resultados,
precisam ente com o dijo G alileo, se hallaba holgadam ente dentro de
un décim o de latido del pulso. O tros confirm aron los resultados de
S e ttle. O tro experim entador, Jam es M acLachlan {Isis, 6 4 [ 1 9 7 3 ] ,
3 7 4 -7 9 ), repitió un efecto descrito por G alileo que había sido ob ­
je to de particular irrisión y había sido utilizado para subrayar el he­
cho de que los experim entos de G alileo eran sólo «experim entos
m entales» y obviam ente no era posible que arrojaran los resultados
d escritos por él. P ero M acLachan encontró que este experim ento,
im pensable a prim era vista, concordaba exactam ente con la descrip­
ción de G alileo . H em os visto (en el apéndice 3 ) que a principios del
decenio de 1 5 9 0 , m ientras se hallaba todavía en Pisa, G alileo estaba
realizando experim entos de caída de cuerpos, y que existe una expli­
cación razonable para el extraño resultado que relató de que un
cuerpo ligero inicia su caída por delante de un cuerpo pesado cuando
ambos se sueltan «sim ultáneam ente».
E l creciente conocim iento de los experim entos realm ente llevados
a cabo por G alileo ha conducido a una renovación del interés por
tratar de dilucidar, tan precisam ente com o sea posible, el cam ino que
siguió G alileo en su descubrimiento de las leyes del m ovim iento.
¿F u ero n dirigidos sus pasos principalm ente por el análisis intelectual,
com o sus trabajos publicados podrían hacernos creer? ¿O se desarro­
llaron sus ideas m ientras se hallaba realizando experim entos? A prin­
cipios del decenio de 1 9 7 0 , Stillm an D rake realizó un nuevo estudio
E l fundamento experimental de la ciencia del movimiento de Galileo 203

de los manuscritos de G a lileo . E n tre ellos encontró páginas que ha­


bían sido omitidas por Favaro en la edición de sus obras, a causa de
que «contenían tan sólo cálculos o diagramas sin proposiciones o ex­
plicaciones que los asistieran» l.
D rake concluyó su análisis de estos datos y diagramas afirmando
que incluían «cuanto m enos un grupo de notas que no se pueden
explicar satisfactoriam ente salvo que representen una serie de expe­
rim entos diseñados para poner a prueba una suposición fundamen­
tal, que conducía a un nuevo e im portante descubrim iento». La su­
posición, según D rake, era la de la inercia lineal; el descubrimiento
fue que un proyectil m oviéndose lentam ente (una bola que rueda
hacia abajo por un plano inclinado, encuentra un deflector y es lan­
zada al espacio) tiene una trayectoria curva que se asemeja a una pa­
rábola. D rake confirm ó la sospecha de Favaro de que G alileo había
descubierto la trayectoria parabólica de los proyectiles en una fecha
tan temprana com o 1 6 0 9 y que, además, en esta época conoció y
redactó por com pleto las pruebas de ías proposiciones relativas a los
movimientos parabólicos esencialm ente tal y com o se presentan en
la Cuarta Jornada de las Dos nuevas ciencias. D rake ha analizado
también algunas otras páginas manuscritas que recogen datos con­
cordantes con una form a c e descubrim iento de la ley de caída libre
por medio de experim entes.
La nueva imagen de G a lileo que emerge de los estudios de D rake
es la de un científico de corte moderno que explora la cuestión del
movim iento a través de experim entos (en gran medida de la misma
form a en que han procedido los físicos durante los dos siglos pasa­
dos), y com prom etido con una filosofía de la ciencia sim ilar a la
adoptada por muchos físicos de este siglo. D rake minimiza la pre­
tendida dependencia de G alileo de los precursores medievales, seña­
lando la ausencia del concepto de velocidad media en sus primeros
escritos y mostrando cóm o usó una aproxim ación eudoxiana a la teo­
ría de proporciones.
No todos los historiadores concuerdan por com pleto con el con­
ju nto de los análisis y conclusiones de D rake 2. Uno de los proble­

1 L os análisis de Stillm a n D ra k e se han pu blicad o en varios artícu los, en tre


ellos « G a lile o ’s E x p erim en ta l C o n firm a tio n o f H o riz o n ta l In e rtia » , Isis 64
(1 9 7 3 ) , 2 9 1 -3 0 5 ; « G a lile o ’s D isco v ery o f th e L aw o f F re e F a ll» , Scientific Ame­
rican 2 2 8 , núm. 5 (m ayo 1973 . 8 4 -9 2 ; « M a th em a tics and D iscovery in G a lile o ’s
Phvs ics»,'H istoria M a th em i:::;, 1 (1 9 7 4 ) , 1 2 9 -1 5 0 ; y co n Ja m es M acLachlan ,
« G a lile o ’s D iscovery o f th e P a ra b o lic T ra je cto ry » , Scientific American 2 3 2 ,
núm . 3 (m arzo 1 9 7 5 ), 1 0 2 -1 1 1 . P a ra una sín te sis, véase el G alileo at W ork de
D rak e. ,
2 D o s de lo s principales esp ecialistas q u e n o se han m ostrado de acuerdo
con las conclusiones de D r a k í son W in ifred L . W isan y R . H . N aylor. E l tra-
204 Apéndice 4

mas es que éste parece demasiado com prom etido con una imagen de
G alileo como físico moderno (por ejem plo, del siglo x ix o posterior),
un hom bre que rompió con la tradición, m ientras que muchos histo­
riadores se inclinan por ver a G alileo com o un innovador que, sin
em bargo, tiene fuertes vínculos con los pensadores medievales y re­
nacentistas 3. Además, D rake no ha moderado sus opiniones. P or
ejem plo, afirma abiertam ente que «hallar elem entos de ju icio manus­
critos de que G alileo se encontraba en el laboratorio de física com o
en su casa es algo que difícilm ente me puede asom brar». Y ataca
abiertam ente a la opinión aceptada «por nuestros más sofisticados co­
legas», quienes, dice, han propuesto «interpretaciones filosóficas»
cuyo único m érito reside en que «cuadran con las opiniones precon­
cebidas de un metódico desarrollo científico a largo plazo». D rake
rechaza la idea, que considera peyorativa, de que «G alileo fue un
especulador de sillón». A ntes bien, quiere convencernos de que, en
una «notable m edida», G alileo «hizo uso en la ciencia de métodos
experim entales que ahora damos por sentados, pero que en el siglo x v ii
no constituían una forma usual de proceder». P or lo tanto, sus re­
sultados implican que la form a en que G alileo presenta sus princi­
pios y leyes del m ovim iento difiere radicalmente de su trayectoria de
descubrim iento.
Aun cuando los especialistas no acepten los detalles de los aná­
lisis individuales de D rake y sus conclusiones, cabe poca duda de
que sus investigaciones han mostrado que G alileo estaba efectuando

b ajo más sign ificativo de W in ifre d W isan es « T h e N ew Scien ce o f M o tio n :


A Study o f G a lile o ’s D e motu locali», Archive fo r H istory o f Exact Sciences 13
(1 9 7 4 ), 103 -3 0 6 ; véase tam bién «M ath em atics and E x p erim en t in G a lile o ’s
Scien ce o f M o tio n » , Annali dellT stituto e M useo di Storia della Scienza di Fi-
renze 2 (1 9 7 7 ), 1 4 9 -1 6 0 , y « G a lile o and the P ro cess o f S c ien tific C reation », Isis
75 (1 9 8 4 ), 2 6 9 -2 8 6 . Las ideas de R . H . N aylor se presen tan en sus artículos
« G a lile o and th e P ro b lem o f F re e F all», British Journal fo r the History of
Science 7 (1 9 7 4 ), 1 0 5 -1 3 4 ; « T h e R o le o f E x p erim en t in G a lile o ’s Early W o rk
on the Law o f F a ll» , Annals o f Science 37 (1 9 8 0 ), 3 6 3 -3 7 8 , v G a lile o ’s T h e o r v
o f P ro je c tile M o tio n » , Isis 71 (1 9 8 0 ) , 5 50-570.
3 D rak e no sólo afirm a que los exp erim entos desem peñaron un papel esen­
cial en el descu b rim ien to por G a lile o de las leyes del m o vim ien to , y que su
in terp retación particu lar de ios diagram as y dacos de G a iiJeo revela su trayec­
toria real de razonam iento y an álisis; tam bién niega la im p ortan cia para éste de
los últim os estudios m edievales so b re el m ovim iento. La am plitud y sign ifica­
ción del conocim iento de G a lile o (y su uso) de ideas de los siglos x iv y x v , y
de concep tos, principios y m étodos del siglo x v i, es o b je to en la actualidad ’de
un inten so estud io h istó rico por parte, entre o tro s, de W illia m W allace . A listair
C rom b ie, y A n to n io Carrugo. Jo h n E . M urdoch y E d ith D . Sylla han p u b li­
cado una exp loración de las ideas m edievales sobre el m ovim ien to que tiende a
m inim izar el significado de este desarrollo para la física del siglo x v n (véase
el apéndice 7).
El fundamento experimental de la ciencia del movimiento de Galileo 205

experim entos sobre el m ovim iento en una etapa temprana de su vida


científica, y que tales experim entos estaban de algún modo muy es­
trecham ente relacionados con sus grandes descubrim ientos. D rake nos
ha proporcionado una versión de los pasos que llevaron al descubri­
miento de las leyes del m ovim iento que concuerda razonablemente
con los diagramas y datos numéricos de G alileo. Queda todavía
abierta la cuestión de si es posible que una versión algo diferente
explique también estos escuetos apuntes. E n ausencia de com entarios
o anotaciones explicativas del mismo G alileo, cualquier reconstruc­
ción debe ser un tanto tentativa e hipotética. Para efectuar estas
reconstrucciones y dar un significado físico a los números, diagramas
y notas ocasionales de G a lileo , D rake ha tenido que hacer cierto nú­
mero de suposiciones, con jetu rar las posibles etapas intermedias de
su pensam iento. Lo que em erge es una imagen consistente, pero que
no ha sido universalm ente aceptada.
E n el contexto de nuestro estudio sobre el nacimiento de una
nueva física, no obstante, podemos concluir com o mínimo que D rake
ha probado que, en el caso de G alileo , se dio una enorme diferencia
entre lo que A lfred N orth W hitehead llamó una vez la «lógica del
descubrim iento» y la «lógica de lo descubierto». E l análisis de D rake
de las páginas manuscritas de G alileo indica que las investigaciones
experim entales debieron h ab er desempeñado una función esencial en
la «lógica del descubrim iento», la manera en la que G alileo pudo
haber obtenido sus resultados. Como su presentación publicada no
incluye tal base experim ental, debe, por lo tanto, constituir una
«lógica de lo d escubierto», una reelaboración del tema por Galileo
efectuada de tal modo que el orden y form a de presentación de su
nueva ciencia del m ovim iento siguiera alguna secuencia lógica pre­
dilecta. Sea como fuere, queda el hecho histórico de que durante los
cuatro siglos transcurridos desde los días de G alileo hasta el presen­
te, el desarrollo de la ciencia y del pensamiento científico influencia­
dos por G alileo han tenido que depender de la presentación que nos
legó en sus Dos nuevas ciencias 4.

4 M uchos c ien tífic o s e h isto ria d o res de fin ales del siglo x ix y principios
del x x supusieron acráticam en te q u e, p u esto que G a lile o fue el «pad re» de la
física m oderna (si n o de la c ien cia m oderna), fue igualm ente ^el inven tor e in i­
ciador del m étodo exp erim en ta l. D e lo q u e resu ltó que debía h ab er realizado
todos sus descu b rim ien to s m ed ian te el ex p erim en to . T a n predom inante fu e esta
o pin ión que los trad u cto res de las D os nuevas ciencias de G a lile o , H en ry Crew
y A lfo n so de Salv io , añ ad ieron las palabras «p or el exp erim en to » al texto de
G a lile o , de m odo que su in tro d u cció n al tem a del m ovim iento no aludía sim ­
plem ente a los p rin cipios q u e G a lile o m ism o d ijo q u e h abía «h allad o» ( com pe -
rio, « h a llé » ), sino que se le h acía d ecir que se tra ta b a de nuevos principios
que «h e d escu b ierto por el exp erim en to » .
20 6 Apéndice 4

E x is te , no obstante, un conjun to de factores que apunta en favor


de los argum entos de D rake, además del hecho de que su reconstruc­
ción encaje con los números de las páginas m anuscritas y diagramas
de G alileo . E sto s factores adicionales son am pliam ente negativos; es
d ecir, que sum inistran elem entos de ju icio a favor de que la trayec­
toria de G alileo hacia el descubrim iento — aun cuando resultase dife­
rir en buena medida de la propuesta de D rake— no pudo haber sido
el pulcro análisis que presentó en las Dos nuevas ciencias. A n te todo,
en los prim eros escritos de G alileo no se usa la idea de una acelera­
ción continua, que tan prom inentem ente aparece en las Dos nuevas
cienciast y que presum iblem ente pudo haber aprendido de los últimos
escritos medievales sobre el m ovim iento. E n este prim er tratado so­
bre el m ovim iento (redactado en Pisa hacia 1 5 9 0 ) exploró velocida­
des sobre planos inclinados, concluyendo incorrectam ente que a lo
largo de planos de diferentes longitudes, pero de la misma altura, las
velocidades deben ser proporcionales a las longitudes de los mismos.
E n esa época consideraba evidentem ente a la aceleración sólo como
un efecto m enor al com ienzo del m ovim iento, y no com o algo que
opera continuam ente. Tam poco aparece el verdadero concepto de ace­
leración en un tratado de m ecánica com puesto en 1 5 9 2 , poco des­
pués de que fuese a Padua. H acia 1 6 0 2 había hallado que el tiempo
seria siem pre el mismo para un cuerpo «cayendo» librem ente a lo lar­
go de cualquier cuerda de un círculo vertical que term inase en su
punto más bajo. P ero en su discusión de este resultado tampoco
aparece la aceleración. Sólo en 1 6 0 3 -1 6 0 4 com enzó a concentrarse en
el concepto de aceleración, en su búsqueda de una regla que diera
cuenta de la caída libre en térm inos de distancias, velocidades y tiem ­
pos. A hora bien, el m om ento en la carrera de G alileo en el que fue
más consciente de los últim os análisis m edievales del m ovim iento
debería haber sido casi con certeza al principio de sus investigaciones,
cuando era un joven profesor en la universidad, no mucho después
de que finalizara su período de estudiante. Y precisam ente es éste el
m om ento en el que el concepto de aceleración y sus consecuencias
parece notablem ente ausente de su pensam iento, o de poca im portan­
cia. D e aquí que parezca haber seguido una trayectoria independiente
de exploración y descubrim iento, en lugar de aplicar sim plem ente
resultados anteriores.
Adem ás, un concepto clave en el análisis del m ovim iento de los
siglos x iv , x v y x v i fue la «velocidad m edia», que figuró prom inen­
tem ente en el teorem a de la velocidad media o la ley de la media.
D e nuevo parece que este concepto se encuentra en los primeros
escritos de G alileo. E n las Dos nuevas ciencias, que es su últim o tra­
b a jo , encontram os una exposición muy parecida a la del teorem a de
E l fundamento experimental de la ciencia del movimiento de Galileo 207

la velocidad media, pero desarrollado por G alileo en una form a algo


distinta, como revela un análisis concienzudo. Aun cuando pudiera
argumentarse que G alileo llegó a la teoría medieval del m ovim iento
en una época más tardía, es decir, tras sus escritos de 1 5 9 0 -1 6 0 2 ,
sería todavía un m isterio por qué el concepto de velocidad media no
aparece en una posición destacada en sus escritos más maduros. E xis­
te así alguna prueba de que las etapas de desarrollo del pensamiento
de G alileo sobre el m ovim iento no siguen sim plemente la línea de
los pensadores m edievales.
Se ha mencionado que una de las críticas dirigidas a D rake es
que ha tenido que introd u cir ciertas suposiciones o hipótesis para las
que no hay ninguna prueba directa, y que al hacerlo puede haber
estado fuertem ente m otivado por el deseo de presentar una imagen
de G alileo como un tipo esencialm ente moderno de físico de una
clase especial. D rake no hace ningún secreto de esta imagen, y se
muestra bastante abierto acerca de sus suposiciones. Y o mismo me
inclino a favor de m uchos de sus análisis, pese a que me preocupa
alguna de las hipótesis secundarias que se requieren para conseguir
que sus conclusiones encajen con los datos registrados. Pero disiento
enérgicam ente de su posrura polém ica, expresada por él mismo en
estas frases:

E s c ierto que si G a lile o h u b ie se p artid o de una defin ició n co rrecta de la acele­


ración un iform e, co m o lo h iz o en su ú ltim o lib ro p u blicado, h ab ría llegado
in elu d ib lem en te a sus c o n c lu sio n e s; y es tam b ién cierto que tal defin ición se
h abía enunciado en la E d a d M ed ia . L o ú n ico q u e h u b iera tenid o q u e h acer era
aplicar esta defin ició n al caso de la caída lib re , y luego h a b er añadido el p ostu­
lado relativ o a las velo cid ad es al fin a l de lo s planos inclin ados, lo q u e parece
ser realm en te b a sta n te triv ia l y fá cil. Y así es com o se presenta en lo s libros
de te x to el trab ajo de G a lile o , com o una ex ten sió n b a sta n te vulgar d e los aná­
lisis m edievales del m o v im ien to .

Si desapruebo tal afirm ación, lo hago com o un crítico que ha


sido durante decenios un amigo y admirador del autor. F íjese en la
segunda frase, que com ienza diciendo: « L o único que hubiera tenido
que h a c e r...» D urante ¿ e s siglos enteros (x rv , x v ) ninguno de los
autores que escribió sobre este tem a «aplicó esta definición al caso
de la caída lib re», y en el siguiente siglo (x v i) sólo lo hizo uno, pero
de una forma trivial que no tuvo ningún efecto o influencia. P or lo
tanto, los elem entos de ju icio prueban que efectuar tal aplicación
debió ser un paso heroico y trem endo que nunca había sido dado por
ninguno de los grandes filósofos (o filósofos naturales), teólogos o
matem áticos preocupados por esta cuestión. E s sencillam ente ahis-
tórico referirse a este paso gigantesco, que de hecho requirió una
208 Apéndice 4

actitud com pletam ente nueva y revolucionaria respecto a las m ate­


máticas y a la naturaleza, y el paso correlativo del postulado referen­
te a velocidades en los extrem os de los planos inclinados, como pa­
reciendo ser «realm ente bastante trivial y fá cil» . Y , aun cuando el
uso por G alileo de conceptos medievales y leyes del m ovimiento uni­
form e y uniform em ente acelerado aparezca sólo en su presentación
final y no dé cuenta por com pleto de sus descubrim ientos, constitu­
ye seguramente una gran distorsión hablar de «una extensión bastante
vulgar de los análisis medievales del m ovim iento».
En resumen, D rake ha llamado la atención sobre algunos proble­
mas fundamentales en la aceptación del análisis del m ovim iento que
suministra G alileo en las Dos nuevas ciencias com o si se tratase de
un inform e veraz y com pleto de sus etapas de descubrim iento. A di­
cionalm ente, D rake ha mostrado de form a incontrovertible que, al
principio de su carrera, G alileo estaba experim entando con el movi­
miento durante el descubrim iento de sus fam osas leyes. D rake ha
proporcionado también una reconstrucción alternativa del pensamien­
to de G alileo que concuerda con los datos, si asentim os a ciertas
suposiciones no irrazonables. P ero existe un fundam ento legítim o
para no aceptar por com pleto cada parte de su reconstrucción y para
preguntarnos en qué medida el que tenemos ahora es verdaderamente
el único guión posible. Quizás un conjunto alternativo de suposicio­
nes pueda com binar los diagramas y datos con algunos aspectos cuan­
to menos de la presentación que el mismo G alileo nos da en las Dos
nuevas ciencias. No hay, sin em bargo, razones para dudar de que el
experim ento desempeñase una función significativa en sus estudios
sobre los principios del m ovim iento y el descubrim iento de sus leyes,
en una forma que no estaba basada en pruebas hasta las investigacio­
nes de D rake entre sus m anuscritos en 1 9 7 2 . Puede decirse, en con­
clusión, que la reconstrucción de D rake hace encajar los diagramas
y los datos. E s, por lo tanto, razonable concluir que está esencial­
mente en lo cierto, pese a que el entusiasmo del descubridor pueda
haber reforzado su imagen de G alileo como un físico experim ental
moderno y restado im portancia al papel del intelecto y a su deuda
con alguno de los últimos conceptos y reglas medievales relativos al
movimiento. En este caso tenem os que aceptar la curiosa situación de
que G alileo no sólo presentó sus resultados en las Dos nuevas cien­
cias de una forma totalm ente distinta a aquella en la que los había
descubierto, sino que efectivam ente encubrió cualquier indicio de los
pasos que le llevaron a estos descubrim ientos. E n este inform e intro­
dujo un experim ento (o la prueba del experim ento) no en relación
con el descubrim iento, com o hemos visto, sino sólo un test o en­
sayo de que la relación D o c T 2 se da en la naturaleza. Y esto apa­
El fundamento experimental de la ciencia del movimiento de Galileo 205

rece en una sección de las Dos nuevas ciencias en la que G alileo


introduce el tema del m ovim iento con una referencia a las nuevas
cosas «que yo descubrí» (comperio). A los especialistas les ha lleva­
do como tres siglos y medio descubrir y estudiar las paginas despa­
rejadas de sus apuntes y cálculos y comenzar a penetrar mas alia de
la fachada lógica de las Dos nuevas ciencias^ a fin de encontrar los
primeros pasos de descubrim iento e innovación.
Apéndice 5

¿CREYO GALILEO EN ALGUN MOMENTO


QUE EN EL MOVIMIENTO UNIFORMEMENTE
ACELERADO LA VELOCIDAD ES PROPORCIONAL
A LA DISTANCIA?

E n un estudio acerca de « G a lile o ’s W o rk on Free Fall in 1 6 0 4 »


[ E l trabajo de G alileo sobre la caída libre en 1 6 0 4 ] (en Pbysis, 16
[ 1 9 7 4 ] , 3 0 9 -2 2 ), Stillm an D rake ha discutido la carta que G alileo
escribió a Paolo Sarpi, en la que afirm aba que si puede suponerse
que en la caída libre las velocidades aum entan com o la distancia, po­
dría probar que las distancias son com o el cuadrado del tiem po. E l
análisis de D rake se basa en páginas m anuscritas de los apuntes de
G alileo. D rake concluye que G alileo estaba midiendo una velocita por
efectos de im pacto, com o en la acción de un m artinete, una magni­
tud que podría relacionarse con nuestra V2 en vez de con V. Si en­
tonces tradujéram os la afirm ación condicional de G alileo a Sarpi al
lenguaje de las proporciones algebraicas, G alileo habría dicho que la
condición

Vl ocD

lleva a la relación

D ocT 2.

Puede verse fácilm ente que éste es sim plem ente otro aspecto de la
relación fundamental

VazT
211
212 Apéndice 5

es decir,

V2 cxT2,

E n las Dos nuevas ciencias, sin em bargo, G alileo admite bastan­


te explícitam ente que al principio había pensado que

VocS

y sólo más tarde se convenció del principio correcto, que

Vo c T.

Sagredo (en el diálogo de la Jornad a T ercera) pregunta si el «m ovi­


m iento uniform em ente acelerado» no es «aquel en el cual la veloci­
dad va aumentando en la misma proporción en la que aumenta el
espacio que atraviesa». La respuesta de Salviati (quien generalmente
habla por G alileo) es que encuentra «un consuelo considerable en te­
ner un compañero tal en el error» y que «nuestro autor m ism o...
había incurrido durante cierto tiem po en la misma falacia». Simplicio
(el m iem bro aristotélico del grupo de interlocutores) suma su voz:
él también piensa que «la velocidad aum enta en proporción al es­
pacio».
A p én d ice 6

EL METODO HIPOTETICO-DEDUCTIVO

E n su ensayo experim ental, G alileo presenta la esencia del que


ha sido llamado a la vez m étodo m atem ático-experim ental e hipotéti-
co-deductivo. G alileo deseaba com probar la relación V ccT , pero no
encontraba la forma de establecer una correlación directa de veloci­
dades y tiem pos determinada por el experim ento. Sabía, no obstante,
que si V oc T, entonces D ce T2; esto es, que D ccT2 puede deducirse
de la hipótesis V ozT. Sabía asimismo que podía efectuar un ensayo
experim ental de D oc T 2. L a confirm ación de esta relación le hizo
confiar en que V oc T, de la que se deducía D cc T2, era válida.
E n térm inos sim bólicos, lo que hizo G alileo fue deducir B de A;
a continuación com probó B , y entonces concluyó que A era válida.
D ebe advertirse, no obstante, que este m étodo no incluye una garan­
tía de A. P or ejem plo, podría suceder que B pudiera deducirse tam­
bién de A ’. Además, se supone que el proceso de deducción de B
de A es correcto. Tradicionalm ente esto significa corrección en la de­
ducción lógica. El método de G alileo consiste en derivar B de A con
la ayuda de las m atemáticas. D ebido a que B se ha derivado de A por
medio de las matemáticas y entonces se ha ensayado mediante expe­
rimentos, el método puede denominarse tam bién matemático-deduc­
tivo. E n el siglo x v n fue usado tam bién el término «matemático-
experim ental». Se denomina a este método «hipotético-deductivo»
porque queremos com probar la hipótesis A, pero no podemos hacerlo
213
214 Apéndice 6

m ediante un experim ento d irecto. P o r eso deducimos B de A y en­


tonces comprobamos la deducción de B por el experim ento. (E l uso
por G alileo de este m étodo en relación con la hipótesis V <xT y la
deducción ensayable D T2 puede encontrarse en las págs. 98 ss.
supra.)
Apéndice 7
GALILEO Y LA CIENCIA MEDIEVAL
DEL MOVIMIENTO

A l intentar relacionar el desarrollo de las ideas de G alileo sobre


el m ovim iento con los últim os análisis escolásticos debe tenerse cui­
dado en distinguir cualquier uso que pudiera haber hecho G alileo del
trabajo de estos predecesores en el transcurso del descubrimiento
(véase el apéndice 4 ) y en la presentación lógica de esta cuestión en
las Dos nuevas ciencias. Adem ás, debe tenerse presente que los auto­
res medievales trataban con abstracciones y no con el mundo de la
naturaleza tal y com o nos es revelado por nuestros sentidos y cono­
cido por el experim ento y la observación. Jo h n Murdoch y Edith
D . Sylla 1 han resumido así la cuestión:

A u n cu an d o las causas de un m o v im ien to se p resen taran y m idieran com o las


fuerzas y resisten cias q u e d e term in a n este m o vim ien to, el interés no se dirigía
a estas fuerzas y resisten cias consid erad as com o residien do en algún m otor, m óvil
o m edio p articu lar, sino a fu erzas y resisten cias con ab stracció n de los agentes
y p acien tes co ncreto s.

P o r consiguiente, es un error contem plar los «nuevos y caracterís­


ticos esfuerzos del siglo x iv com o dirigiéndose muy directam ente ha­
cia la temprana ciencia m oderna». Si bien «G alileo conocía los tra­
bajos medievales sobre el m ovim iento», y pudo haber puesto el «teo­

1 Jo h n E . M u rd o ch y E d ith D . Sy lla, « T h e Scien ce o f M o tio n », en D avid


L in d b erg , ed ., Science in the M iddle A ges , C hicago, T h e U niversity o f Chicago
P ress, 1 9 7 8 , 2 0 6 -2 6 4 .

215
216 A pénd ice 7

rema medieval de la velocidad media y aun su prueba a su servicio


en su investigación del m ovim iento naturalm ente acelerado», debe
recordarse que «lo que se estaba utilizando entonces no era sino una
parte, un fragm ento, de la ‘ciencia del m ovim iento’ medieval, una par­
te separada de su contexto y, en manos de G alileo , empleada para
realizar una tarea com pletam ente d istinta».
E n pocas palabras, «el ob jetiv o, en realidad, la empresa entera,
de muchos de los estudiosos medievales que trataban movimientos
estaba a mundos de distancia del de G alileo y sus colegas». Aun el
teorem a de la velocidad media no se com paginó «nunca (excepto en
una ocasión, casi por accidente) con el m ovim iento de caída libre,
que es lo que hizo G alileo».
Estas criticas sirven para recordarnos que no pudo haberse dado
una transición fácil desde estos últim os escritos escolásticos a la nue­
va y revolucionaria ciencia del m ovim iento de G alileo. D e hecho,
no hay m ejor exponente del carácter verdaderam ente revolucionario
de la nueva ciencia del m ovim iento de G alileo que la comparación
entre estas abstracciones medievales divorciadas de cualquier conta­
m inación de la naturaleza y la ciencia galileana basada de lleno en
observaciones y experim entos y contrastada por su grado de confor­
midad con la naturaleza tal y como la m uestran los experim entos.
Apéndice 8
KEPLER, DESCARTES Y GASSENDI
Y LA INERCIA

E n esta presentación he om itido las contribuciones de Kepler,


D escartes y Gassendi. K epler introdujo el térm ino inertia en el dis­
curso sobre el m ovim iento. P ero para K epler la inertia (del término
latino que significa indolencia o indiferencia) implicaba ante todo que
la materia no puede por sí misma empezar a moverse o continuar en
m ovim iento si está moviéndose. M ejo r dicho, debido a su inercíali-
dad la materia necesita de un m otor. Siempre que el m otor deja de
actuar, el cuerpo debe volver al reposo, y debe hacerlo dondequiera
que se halle. Por sí mismo y sin un m otor un cuerpo no continuaría
moviéndose a algún «lugar natural». D e este modo, la física de Kepler
implicaba que no podían existir lugares naturales que pudieran buscar
los cuerpos, como había pensado A ristóteles. Esta radical conclusión
era necesaria para K epler. puesto que en el universo copernicano la
T ierra está en constante m ovim iento y, por lo tanto, no puede existir
un lugar fijo o natural para los cuerpos terrestres.
D escartes tenía una idea mucho más radical. Propuso la idea de
que el m ovimiento uniform e en línea recta es un «estado», tal como
lo es el reposo. Como un cuerpo puede mantenerse a sí mismo en
cualquier «estado» sin la acción de una fuerza externa, D escartes, en
esencia, estaba estableciendo una equivalencia dinámica entre un es­
tado de reposo y un estado de m ovim iento, con tal de que este último
sea uniform e y rectilíneo. Descartes expuso por primera vez este
nuevo principio en una obra titulada Le M onde, es decir, E l m un­
do o E l universo. Pero no publicó este tratado, que estaba compuesto

217
218
A pénd ice 8

sobre una base copernicana. Cuando D escartes se enteró de la con­


dena de G alileo por la Inquisición rom ana decidió que sería impru­
dente presentar L e M onde para su publicación.
M ás tarde Descartes escribió y publicó otro trabajo que contenía
« 0 PrinciPio incráa» denominado Principia philosopbiae, o
Principios de filosofía. M ientras tanto la ley había sido publicada
por P ierre Gassendi, un filósofo y cien tífico francés, Gassendi tam­
bién hizo experim entos para com probar esta ley. E sto s incluían el
dejar caer pesos en carruajes y barcos en m ovim iento.
Los Principia de Descartes tuvieron una tremenda influencia; por
ejem plo, fue ésta una obra que influyó grandem ente en Isaac New­
ton. Los Principia de este últim o se denom inaban así para hacerlos
aparecer com o una mejora de los de D escartes. D escartes había escri­
to unos Principia philosopbiae, pero N ew ton daba un paso adelante
creando unos Philosopbiae naturalis principia mathematica. E s de­
cir, que Newton no estaba tan preocupado por los principios de la
filosofía en general com o por la filosofía natural o ciencia física, y
sus principios matemáticos. E n su form ulación de la ley de la inercia,
N ew ton incluso usó ciertas expresiones que se encontraban en los
Principia de D escartes, tal com o status (« estad o ») y quantum in se
est («en cuanto que de él depende»). Y aún podría parecer que la
presentación por Newton de esta ley com o el prim ero de sus «axio­
mas o leyes del m ovim iento» (axiomata, sive leges m otus) había
sido condicionada por la calificación por D escartes de su ley como
una de «ciertas reglas o leyes de la naturaleza» (regulae quaedam
sive leges naturae).
Apéndice 9
EL DESCUBRIMIENTO POR GALILEO
DE LA TRAYECTORIA PARABOLICA

E l descubrim iento por G alileo de la trayectoria parabólica pare­


ce tener dos partes. Una es la prueba m atem ática de que un proyec­
til que se mueve en un espacio libre de resistencia tendrá dos com ­
ponentes independientes: ur.a com ponente vertical que obedece a la
ley de la caída libre (precisam ente com o si no hubiera com ponente
horizontal) y una com ponente horizontal de m ovimiento hacia ade­
lante que es uniform e (precisam ente com o si no hubiera com ponente
vertical). V erticalm ente la distancia caída Dy es proporcional al cua­
drado del tiem po T ; h orizcntalm ente, la distancia D x, a través de la
cual avanza el cuerpo, es proporcional al tiem po. La com binación de
D y ocT2 y D x oc T da com o resultado una parábola (véase el apéndi­
ce 10, sec. 8 ). G alileo conocía la ley de la caída libre (D y o cT 2) en
una fecha tan temprana ccm o 1 6 0 4 . Stillm an D rake encuentra que
es «seguro que G alileo descubrió la trayectoria parabólica no más
tarde de 1 6 0 8 y la probó m atem áticam ente a principios de 1 6 0 9 » .
P ero G alileo no m encionó este descubrim iento en su obra impresa
hasta unos treinta años desoués, en sus Dos nuevas ciencias.
La reconstrucción de D rake del descubrim iento de G alileo se
basa en la interpretación c e algunos diagramas, datos numéricos y
cálculos en algunas páginas sueltas de las notas de G alileo, sin texto
explicativo. D rake m uestra que estas notas concuerdan con un expe­
rimento en el cual una b c la rueda hacia abajo por un plano inclinado
y es luego desviada para que se mueva horizontalm ente. G alileo,
presum iblemente, estaba exam inando el m ovim iento horizontal iner-
219
220
A péndice 9

cial, y este dispositivo le perm itía lanzar bolas en dirección horizon­


tal con una velocidad determ inada. D rake concluye su análisis de
estos documentos con la sugerencia de que G alileo debió haber ob ­
servado la trayectoria parabólica com o un subproducto de estos ex ­
perim entos. Las pruebas sum inistradas por D rake no consisten sólo
en que pudiera reproducir los números y resultados calculados por
G alileo, sino también en que fue capaz de idear y construir un mon­
taje experim ental en el cual los datos que recogió eran lo «suficien­
tem ente parecidos a los datos registrados por G alileo como para ve­
rificar la hipótesis de que obtuvo experim entalm ente conjuntos de
números medidos hasta la tercera o cuarta cifras significativas». Si
éste es un análisis correcto, no podemos más que sorprendernos de
que en su discusión final (publicada) de las trayectorias parabólicas
G alileo no se refiriera a algunos experim entos cuantitativos o tan si­
quiera insinuara que éstos eran posibles.
Apéndice 10
RESUMEN DE LOS PRINCIPALES
DESCUBRIMIENTOS DE GALILEO
EN LA CIENCIA DEL MOVIMIENTO

La obra D os nuevas ciencias de G alileo presenta una teoría ma­


tem ática de la caída libre de los cuerpos que en gran parte parece
haber descubierto unos treinta años antes. E n tre los principales des­
cubrim ientos de G alileo se cuentan los siguientes:

1. C ontrariam ente a la creencia com ún, un cuerpo pesado y otro


ligero no caen desde un lugar elevado (por ejem plo, una to ­
rre) con velocidades proporcionales a sus pesos, sino con ve­
locidades casi idénticas.

2. SÍ un cuerpo cae en el aire (o en cualquier otro medio resis­


ten te), la resistencia aum entará como alguna función de la ve­
locidad; cuando la resistencia llegue a igualar al peso del
cuerpo cesará la aceleración y el cuerpo continuará movién­
dose hacia abajo con velocidad uniforme.

3. E n determ inadas circunstancias (por ejem plo, sobre un plano


horizontal liso, o cuando la resistencia del aire iguala y can­
cela a la fuerza aceleradora del peso), un cuerpo continuará
con el m ovim iento que se le ha impreso o ha adquirido. (G a ­
lileo supuso que este principio limitado o restringido de iner­
cia también se aplicaba a una gran superficie esférica concén­
trica con la T ierra, por ejem plo, la superficie de ésta. Tam bién
vinculó este principio con la tendencia de un cuerpo a man­
tener la rotación.)
221
222 A pénd ice 10

4. E n la aceleración natural, o en el m ovim iento uniform em ente


acelerado, la velocidad crece com o los enteros 1, 2 , 3 . . . (E s­
cribim os algebraicamente esta ley, partiendo del reposo, como
V oc T o V = A T .) Se sigue que la distancia crece como el
cuadrado del tiem po, es decir, D o c T 2 (en realidad, D = l/ 2
A T 2). G alileo m ostró experim entalm ente que D o c T 2 es váli­
da para el m ovimiento de una bola rodando hacia abajo por
cualquier plano inclinado.
(a) E n tal m ovimiento las distancias recorridas en sucesivos
intervalos iguales de tiem po son com o los números im­
pares 1, 3, 5 , 7 . . . , ya que las distancias totales recorri­
das son como los cuadrados (1 , 4 , 9 , 1 6 . . . ) y 4 — 1 = 3
9 — 4 = 5 ,1 6 — 9 = 7 ...

5. L a caída libre y el m ovim iento de rodadura hacia abajo so­


bre un plano inclinado son ejem plos de m ovim iento unifor­
m em ente acelerado. D e aquí que las leyes de la caída libre
sean V oc T y D oc T 2.
(a) A causa de su resistencia, la caída en el aire no es un
ejem plo de aceleración uniform e pura; ésta es la razón
de que cuando desde una torre se dejan caer dos cuer­
pos de peso íiesigual, el más pesado llegue al suelo justo
un momento antes que el más ligero.

6. E n el movimiento sobre un plano inclinado, la velocidad fi­


nal será la misma para todos los ángulos de inclinación siem­
pre que el punto de partida esté a la misma altura sobre el
nivel de referencia.

(a ) E l tiempo de descenso es el m ism o a lo largo de todas


las cuerdas de un círculo vertical que term inan en el pun­
to más bajo de un círculo.
(b ) Si un cuerpo se acelera uniform em ente durante un in­
tervalo de tiempo dado, y entonces se desvía para que
se mueva uniform em ente con la velocidad adquirida, du­
rante otro intervalo de tiem po igual se moverá unifor­
memente a través del doble de la distancia que recorrió
bajo la aceleración inicial.

7. Las componentes vertical y horizontal de un m ovim iento com­


puesto son independientes; de aquí que un cuerpo (por ejem ­
plo, un proyectil) pueda tener una com ponente de movimiento
horizontal uniforme y una vertical de m ovim iento uniforme­
mente acelerado, al ser la una independiente de la otra.
R esum en d e los p rin cip ales d escu b rim ien to s 223

8. La trayectoria de un proyectil {despreciando el factor de la


resistencia del aire) es una parábola. L a razón es que el mo­
vim iento horizontal hacia adelante es uniform e, y el movi­
m iento vertical es uniform em ente acelerado. E n coordenadas
rectangulares, x = V 0T e y = Vi A T 2. Como V 0 y V2 A son
constantes, digamos c y k, estas ecuaciones se transform an en
x2 y
x = c T e y = k T 2, v, por consiguiente, — = T 2 e — = T 2,
r k
k ,
de donde y = Kx* (donde K = — ), que es la ecuación de
c2
una parábola.

9. G alileo dijo que el m ovim iento puede ser un «estado» sem e­


jan te a un «estado de reposo», lo que equivale a decir que
un m ovim iento puede continuar indefinidam ente de y por sí
mism o, sin la m ediación de fuerza externa alguna. E l con­
cepto de «estado de m ovim iento» fue desarrollado por D es­
cartes y se convirtió en una pieza angular del edificio de la
mecánica racional de N ew ton.

Podem os com probar la validez de la «regla de la doble distancia»


(6 b ) de G alileo usando sencillas operaciones algebraicas. E n un mo­
vim iento uniform em ente acelerado durante un tiempo T,

V =■ A l

D = l/ i A T 2

Transcurrido el tiem po T , se perm ite que el cuerpo com ience a m o­


verse uniform em ente con la velocidad adquirida V durante otro in­
tervalo de tiempo igual a T . L a distancia que recorrerá es

«d istancia» = V T .

Pero como
V = AT

se sigue que

«distancia» = (A T ) X T = A T 2,

L a cantidad A T 2 es el doble de '/2 A T 2 — 2 ( V : AT~) — 2 D.


224
A p énd ice 10

E n iino de sus prim eros m anuscritos, tal com o lo interpreta Still-


man D rake, G alileo intentó aplicar este resultado correcto al caso
e una bola que rueda hacia abajo por un plano inclinado y es luego
desviada honzontalm ente por un d eflector curvo. Las distancias ob­
servadas no coincidieron con las calculadas. La razón es clara para
nosotros. H ubiera habido acuerdo si se hubiese tratado de un des-
ízamiento sin fricción por el plano inclinado, com o podría ser el
caso del deslizam iento de un bloque de hielo seco que flotara sobre
un colchon de dioxido de carbono gaseoso, o un trozo de hielo ordi­
nario deslizándose por un plano inclinado muy caliente. P ero apa­
rentem ente G alileo había estado experim entando con una bola que
rodaba sobre un plano inclinado; no sabía que encontraría una gran
discrepancia a causa del hecho d e q u e el m ovim iento y energía de la
bola no son traslacionales, sino que incluyen la rotación (un factor
de dos séptim os del m ovim iento).
Apéndice 11
LA DEUDA DE NEWTON CON HOOKE:
EL ANALISIS DEL MOVIMIENTO ORBITAL
CURVILINEO

E n un áspero debate, en el cual H oo k e buscaba que N ew ton


reconociera su anticipación de la ley de gravedad inversamente pro­
porcional al cuadrado de la distancia, N ew ton com entó la contribu­
ción real de H ooke a su pensam iento. L a contribución no consistió
en que éste sugiriera la ley del inverso del cuadrado, la cual N ew ton
correctam ente pensaba que se seguía de una form a bastante simple
(cuanto menos para órbitas circulares) del análisis del m ovim iento
circular, una vez conocida la ley t^/r. L o que H ooke enseñó a N ewton
era mucho más fundam ental, a saber, la form a correcta de analizar
el m ovim iento curvilíneo.
E n 1 6 7 9 H ooke (nom brado recientem ente secretario de la Royal
Society de Londres) escribió a N ew ton una carta amistosa, expre­
sando su esperanza de que éste enviase a la Sociedad algunas comu­
nicaciones científicas. E n esa ocasión, H ooke solicitó a N ewton que
hiciera un com entario sobre lo que H ooke llam ó una «h ip ó tesis...
m ía ... de com poner los m ovim ientos celestes de los planetas a partir
de un m ovim iento directo por la tangente y un m ovimiento atractivo
hacia el cuerpo central». E n su respuesta, N ewton introdujo otra
cuestión, pero no discutió la «hipótesis» de H ooke. E n una carta
posterior (6 de enero de 1 6 8 0 ), H ooke escribió sobre «m i suposi­
ción» relativa a la fuerza de atracción que mantiene a los planetas
en sus órbitas: esta «atracción siempre está en una proporción du­
plicada a la distancia desde el centro recíprocam ente, y consiguiente­
m e n te ... la velocidad s e r á ... com o K epler supone recíprocam ente a
225
226 A p énd ice 11

la d istancia». H ablar de la atracción com o en «una proporción du­


plicada a la d istan cia... recíprocam ente» es una antigua form a de
decir que la atracción es inversam ente proporcional al cuadrado de
la distancia. Se supone aquí que la velocidad es inversam ente pro­
porcional a la distancia. H ooke le subrayó a N ew ton que era impor­
tante resolver los problem as del m ovim iento planetario y del movi­
m iento de la Luna, puesto que tal conocim iento podía llevar a resol­
ver el problem a de la longitud en el m ar, el cual «será de gran inte­
rés a la hum anidad». H ooke estaba tan ufano de su carta a N ewton
que la leyó públicam ente en una reunión de la R oyal Society. E n una
carta posterior (1 7 de enero) reiteró su «suposición» de «una fuerza
atractiva central» y sugirió que el «excelen te m étod o» de N ewton
podría «fácilm ente» perm itirle «en contrar lo que esa curva debe
ser» com o resultado de esta fuerza y «sugerir una razón física de
esta proporción».
E n una de las respuestas de N ew ton a H o o k e, afirm ó clara y sim­
plem ente que no había oído hablar nunca de la «h ip ótesis» de H ooke
de com poner m ovim ientos orbitales a partir de un m ovimiento tan­
gencial y «un m ovim iento atractivo hacia el cuerpo central». Sabe­
mos que N ew ton mismo había pensado en un tipo de fuerza centrí­
fuga, es decir, una fuerza asociada con lo que parece una tendencia
de todos los cuerpos que se mueven sobre curvas a empujar o ser
empujados hacia afuera, lejos del centro.
E l análisis de H ooke contiene la clave para el estudio de los mo­
vim ientos celestes, y se tornó central para el desarrollo de la mecá­
nica celeste de N ew ton en los Principia. E n m uchos documentos,
N ew ton adm itió que lo que le inició en este tem a fue su correspon­
dencia con H ooke. N ew ton le dio un nom bre a la fuerza dirigida cen­
tralm ente: «centríp eta». Lo hem os utilizado desde entonces. E l tipo
de análisis que hizo N ew ton, em pleando lo que aprendió de H ooke,
se m uestra en la figura 32 de la página 1 7 2 y en la figura 31 de la
página 166.
A l parecer, Newton elaboró su prim er ensayo sobre mecánica ce­
leste tras la correspondencia con H ooke en 1 6 7 9 -8 0 . Fue a esto a lo
que se refirió cuando le contó a H alley, durante su últim a visita en
1 6 8 4 , que había calculado la órbita de un planeta b ajo la acción de
una fuerza com o la inversa del cuadrado. P ero N ew ton no necesitó
que H ooke le dijera que la fuerza varía com o el inverso del cuadra­
do de la distancia. E sto se seguía del álgebra más sencilla (véanse
las págs. 1 7 0 -7 1 ), una vez que se sabía que la fuerza en un mo­
vim iento circular es proporcional a zr/r; cuanto m enos, esto es así
para órbitas circulares, y no tenía m ucho de conjetura el que lo fue­
ra tam bién para elipses. P ero, com o N ew ton supuso bastante correc-
L a deuda de N ew to n co n H o o k e

tam ente, una cosa es hacer una buena conjetura y otra encontrar
una verdad m atem ática y sus consecuencias. E s fácil hacer la primera,
pero d ifícil hacer la últim a. E l mismo había conjeturado que la fuer­
za podría ser com o la inversa del cuadrado, pese a que había estado
considerando infructuosam ente una fuerza centrifuga en lugar de
una centrípeta. P ero conocía la ley t r / r mucho antes de que Huygens
la publicara en 1 6 7 3 .
N ew ton era plenam ente consciente de que H ooke no había en­
tendido com pletam ente aquello sobre lo que estaba escribiendo. A pe­
sar de su perspicaz análisis del m ovimiento curvilíneo, com etió un
im portante error al concluir que la velocidad debería ser inversamen­
te proporcional a la distancia. Como N ewton probó fácilm ente, la
velocidad es inversam ente proporcional a la perpendicular a la tan­
gente. Supóngase en la figura un planeta en P. L o que H ooke decía
equivale a la afirm ación de que la velocidad en P es inversamente
proporcional a la distancia al Sol SP, es decir,

1
V o c ---------

pero N ew ton decía, en cam bio, que la velocidad es inversam ente pro­
porcional a S T , el segm ento trazado desde el Sol S perpendicularmen­
te al punto T sobre la tangente a la órbita en P,

1
V o c --------- .
ST
228
A pénd ice U

La ley de H ooke sólo se cum ple en los ápsides. Además, su ley de


la velocidad no concuerda con la ley de las áreas de K epler. E l mis
mo K epler averiguó esto más tarde, tras lo cual abandonó ia ley de
la velocidad como la inversa de la distancia, de la que todavía pen­
saba H ooke que era una ley válida para el m ovim iento orbital ola
netan o. r
P o r tanto, N ew ton juzgó correctam ente que, en realidad, Hooke
no entendía las consecuencias de su conjetura de que la fuerza atrac­
tiva varía como el inverso del cuadrado de la distancia, y que por
consiguiente, no merecía el reconocim iento por la ley de la gravita­
ción universal. E ste ju icio podría haberse visto reforzado por el he­
cho de que N ew ton era consciente de que no necesitaba que H ooke
le sugiriera el carácter inversam ente proporcional al cuadrado de la
tuerza. La reclamación de H oo k e de la ley de la inversa del cuadra­
do ha enmascarado la deuda m ucho más fundam ental de Newton
hacia el el análisis del m ovim iento orbital curvilíneo. Reclamando
demasiado m em o, H ooke se negó eficazm ente a sí mismo el mérito
que se le debía por una idea tan fructífera. (P ara más información
véase mi T h e New tonian Revolution [C am bridge y Nueva York*
C am bndge Um versity Press, 1 9 8 0 , 1 9 8 3 ] ; traducida al castellano:'
u ” n e™Loniana y la transformación d e las ideas científicas
[iMadnd, Alianza, 1 9 8 3 ] , secs. 5 .4 , 5 .5 .)
Apéndice 12
LA INERCIA D E PLANETAS Y COMETAS

L a afirm ación de N ew ton de que el m ovim iento de los planetas


y com etas ilustra el principio de inercia puede parecer un enigma,
puesto que su m ovim iento es curvo. N ew ton supuso que sus lecto­
res entenderían que tal m ovim iento tenía dos com ponentes: un movi­
miento lineal inercial a lo largo de la tangente a la curva y un mo­
vim iento continuam ente acelerado «de caída» hacia el centro (centrí­
peto) que mantiene al m ovim iento sobre la curva en vez de alejarse
en la dirección de la tangente. Como el m ovim iento ae los planetas
y com etas se ha mantenido durante mucho tiem po (sin disminuir por
la fricción), e igualmente proseguirá durante largo tiem po, la compo­
nente tangencial de su m ovim iento orbital constituye el m ejor ejem ­
plo de un m ovimiento inercial que continúa incesantem ente sin dis­
minución sensible. Los m ovim ientos terrestres, tales como los de los
proyectiles, no son buenos ejem plos porque se trata de movimientos
retardados por la fricción del aire y no se prolongan demasiado, ya
que todos los proyectiles caen finalm ente al suelo.
N ew ton también ilustró el m ovimiento inercial mediante el giro
de una peonza o la rotación de la T ierra. E n ambos casos las par­
tículas individuales del cuerpo en rotación tienen una componente
tangencial lineal de m ovim iento inercial, pero a causa de la tuerza
de cohesión que mantiene unidas a estas partículas, no se alejan en
la dirección de la tangente. D e hecho, sabemos por la experiencia
cuán correcto es este análisis, puesto que m u c h o s cuerpos pueden na­
cerse sirar tan rápidamente que sus partes se alejen, deshaciéndolos,

229
230 A p én d ice 12

el m otivo es que sus partes com ponentes poseen una velocidad tan­
gencial tan grande que la fuerza de cohesión ya no es lo bastante
fuerte com o para m antenerlas m oviéndose en una trayectoria circu­
lar. La situación sería análoga si la Luna sufriera súbitam ente un gran
increm ento de velocidad. E n este caso, la fuerza requerida para que
la Luna cayera lo suficientem ente rápido com o para m antenerse en
su órbita debería aum entar (d e acuerdo con la ley de v2/ r ) . E sta
fuerza se tornaría mayor que la fuerza gravitatoria que ejerce la T ie ­
rra en su atracción sobre la Luna, y ésta com enzaría a alejarse en
dirección tangencial.
Apéndice 13
PRUEBA DE QUE DE LA LEY DE LA INVERSA
DEL CUADRADO SE DEDUCE UNA ORBITA
PLANETARIA ELIPTICA

E n una serie de proposiciones (props. 1 1 -1 3 ) del Libro Prim ero


de los Principia, Newton prueba que si un planeta se mueve en una
órbita describiendo una elipse, una parábola o un hipérbola la fuerza
varia inversam ente al cuadrado de la distancia a un foco. Para hacerlo
invoca la ley de las áreas (props. 1, 2 , 3 ) y una medida matematica
de una fuerza muy original (prop. 6 ). E n ton ces, en la primera edi­
ción, en el corolario 1 a las proposiciones 1 1 -1 3 , N ewton afirma,
pero no prueba, la recíproca de las proposiciones 1 1 -1 3 : dada una
fuerza que varía con la inversa del cuadrado, la órbita será una sec­
ción cónica. E n la subsiguiente proposición 17 N ew ton muestra qué
condición lleva a un círculo, una elipse, una parábola o una hipérbo­
la, cuando la fuerza varia com o el inverso del cuadrado de la distan­
cia. E n la segunda edición de los Principia añade los pasos de la de­
m ostración del corolario a las proposiciones 11-13.
M uchos autores han confundido las dos proposiciones: (a) que
una sección cónica implica una fuerza que varía com o la inversa del
cuadrado, y (b ) que una fuerza que varia com o la inversa del cuadra­
do implica una sección cónica. La dem ostración de una no implica
por sí misma, sin más, la prueba de la otra. N ew ton mismo era ple­
nam ente consciente de que una dem ostración de que «A implica B »
no prueba que « B implica A » . P or ejem plo, en la proposición 1 de
los Principia prueba que si una fuerza centrífuga actúa sobre un cuer­
po que posee una com ponente inicial de m ovim iento inercial, se cum ­
ple la ley de las áreas; pero luego introduce la proposición 2 , para

231
232 A p énd ice 13

probar la conversa, que la ley de las áreas implica una fuerza centrí­
peta. E n la primera edición de los Principia N ew ton realm ente no
sum inistró su dem ostración de que una fuerza que varía con la in­
versa del cuadrado implica una órbita planetaria elíptica, pero esto
no significa necesariam ente que no pensara que se precisaba tal de­
m ostración, o que no la tuviese en m ente. Los Principia es un libro
muy idiosincrásico. M ucho de lo que N ew ton om itió com o «obvio»
está lejos de parecer evidente a sus lectores, y, sin embargo, hay otras
ocasiones en que se extiende ampliamente sobre lo que nos parece
obvio o trivial.
L o que N ew ton parece haber probado tras su correspondencia
con H ooke (véase el apéndice 11) es que una órbita elíptica implica
una ley de inversa del cuadrado, y el tratado que escribió tras la
visita de H alley en 168 4 prueba esta proposición. E ste es también
el caso en la primera edición de los Principia. Y , no obstante, de
acuerdo con la narración de Conduitt de la visita de Halley, éste
preguntó a N ew ton cuál podría ser la órbita de un planeta, dada una
fuerza inversam ente proporcional al cuadrado de la distancia (no
qué fuerza podría ser, dada una órbita elíptica), y N ew ton respondió
que la trayectoria sería una elipse y que él lo había «calculado».
D esde luego, se trata del recuerdo de Conduitt de lo que Halley le
contó acerca de una conversación con N ewton sostenida muchos años
antes. No podemos estar seguros de que éste sea un registro exacto
de lo que H alley o N ew ton dijeron en esa famosa ocasión. E n un
intento posterior de explicar la historia de su evolución, Newton
dijo que en 16 7 6 -7 7 (un error por 1 6 7 9 -8 0 ) «halló la proposición
de que por una fuerza centrífuga [léase fuerza centríp eta] recípro­
cam ente como el cuadrado de la distancia un planeta debe girar en
una elipse alrededor del centro de la fuerza situado en el ombligo
inferior [o fo co ] de la elipse, describiendo mediante un radio tra­
zado a dicho centro áreas proporcionales a los tiem pos».
Son posibles varias conclusiones, entre ellas: (1 ) N ew ton probó
que la elipse implica una fuerza com o la inversa del cuadrado y erró­
neam ente pensó que había probado también la conversa; (2 ) Newton
probó que la elipse implica una fuerza como la inversa del cuadrado
y desarrolló (m entalm ente o sobre el papel) la dem ostración de la
conversa; (3 ) Newton no com prendió lo que había probado y pensó
que había demostrado que una fuerza como la inversa del cuadrado
implica una órbita planetaria elíptica; (4 ) N ew ton probó que la
elipse implica una fuerza com o la inversa del cuadrado y simplemen­
te dio por supuesto que era posible probar la conversa. No es útil
hacer hipótesis acerca de la historia posible en ausencia de cualquier
elem ento de ju icio. Pero no es muy probable, en mi opinión y en la
P ru eba de que la ley de la inversa d el cuadrado. 23 3

de otros estudiosos de N ew ton, que éste hubiera cometido la gran


equivocación de (1 ), una obvia falacia lógica. D el mismo modo es
impensable que un m atem ático de la capacidad de N ewton pudiera
haber com etido el error de (3 ) . Pero (2 ) y (4 ) son posibles. No tene­
mos noticia de que N ew ton fuera criticado por no haber sum inis­
trado en la primera edición de los Principia, una dem ostración de
que una ley de la inversa del cuadrado implica una órbita elíptica, y
que, por consiguiente, añadiera un corolario a l a s proposiciones 11-13
en ía segunda edición, conteniendo tal dem ostración . Cuanto menos
en una ocasión, N ew ton mismo discutió este asunto. E n una historia
inédita del desarrollo de los Principia escribió: «Siendo muy obvia la
dem ostración del primer corolario de las proposiciones 1 1 , 12 y 13,
la om ití en la primera e d ic ió n ...» y
Los hechos, pues, son que en la prim era edición N ewton ahrm o
(sin dar la dem ostración) que la ley com o la inversa del cuadrado im ­
plica una órbita elíptica; en la segunda edición sum inistro tal demos­
tración. Sólo podemos conjeturar o hacer hipótesis respecto de esta
secuencia. Como dijo N ew ton, no es conveniente que edifiquemos el
conocim iento basándonos en hipótesis.

i L o s esp ecialistas están en deuda co n R o b e rt W ein sto ck {American Journal


o f Physics 50, pp. 6 1 0 -6 1 7 ) por h a b er llam ado su aten ció n sobre este P rob le­
ma P ero hay poco acuerdo con su po sició n extrem a, que corresponde a la posi­
b ilid ad 1. E s una cuestión co m p letam en te d istin ta si la prueba que da N ew ton
es o n o rigu rosa o aun d i g n a r e co n fian za; el P ro f. W e in sto c k sostiene que no
es en ab solu to una dem ostración leg ítim a. _
Las afirm aciones autobiog ráficas de N ew to n « t a n recogidas (y transcritas)
en el apéndice I de mi U trodu ction to h e w t o n s Principia C am bridge, M ass.,
H arvard U n iversitv P ress, 1 9 7 1 . F u ero n redactadas du ran te las disputas de N ew -
ton sobre prioridad para esta b lecer lo que por o tro s elem entos de ju icio sabe­
mos que es una inco rrecta cro n o lo g ía de d escu b rim ien to , y poi: tan to^ d eben
tom arse con cierta precaución. S o b re esta cu estió n vease mi T he
Revolulion, C am bridge y N ueva Y o rk , C am oridge U n iversity P ress, 1980, V.> ,
pp. 2 4 8 -2 4 9 . [T ra d . cast., La revolución newtoniana y la transformación dt
ideas científicas , M adrid, A lianza, 1 9 8 3 .]
Apéndice 14
NEWTON Y LA MANZANA:
EL DESCUBRIMIENTO DE NEWTON
DE LA LEY v2/ r

N ew ton dedicó mucho tiem po y energías a elaborar y presentar


una cronología de sus descubrim ientos que situaría a muchos de ellos
en una fecha anterior a la que podrían garantizar los principales do­
cum entos históricos. L a razón para su im posición sobre la historia
de una cronología imaginada fue quizás la de fechar sus descubri­
m ientos tan tem pranam ente que pudiera com batir con éxito a sus
oponentes en las controversias que surgieron sobre la prioridad.
N ew ton pudo haber inventado la historia de la manzana, la cual
podría fecharse a mediados del decenio de 1 6 6 0 , cuando declaró que
había hecho la prueba de la Luna. Sabem os que él mismo contó la
historia de la caída de la manzana, el origen de la tan repetida afir­
mación de que fue lo que m otivó su idea de extend er la gravedad a
la Luna. Pudo tam bién haber llegado a creer, en años posteriores y
mucho después del suceso, que había calculado la caída de la Luna
en el decenio de 1 6 6 0 , y hallado que la prueba concordaba aproxi­
madamente. P ero lo que realm ente estaba calculando no era la caída
de la Luna, com o en la fam osa prueba de la Luna en el escolio a la
proposición 4 del L ibro T ercero de los P rincipia, sino algo bastante
diferente l.

1 A cerca de los cálcu lo s de N ew to n y su sign ificad o , véase m i m onografía


sobre « T h e Principia, U n iversal G ra v ita tio n , and th e “ N ew to n ian S ty le ” », en
Z ev B e ch ler, ed ., Contem porary N ewtonian R esearch, D o rd re c h t (H olan d a) y
B o sto n , D . R eid e l P u b lish in g C o ., 1 9 8 2 ); y la sec. 5 .3 de m i T he N ewtonian
P.ivclution.

235
236 A p énd ice 14

P or lo que respecta a su tem prano descubrim iento de la ley t / / r


del m ovim iento circular uniform e, pisamos terreno más firm e. E n
ese m om ento Newton estaba buscando una medida del «esfuerzo
centrífu go»; sólo más tarde, en 1 6 8 0 (véase el apéndice 1 1 ), se con­
virtió por obra de H ooke al concepto de la fuerza centrípeta. D es­
pués de que Halley inform ara a N ew ton de que H ooke deseaba que
se le reconociese su contribución a la ley de la inversa del cuadrado,
N ew ton envió a H alley un bosquejo de una dem ostración, basada en
su investigación de unos veinte años antes, para que fuera añadida
al final del escolio que seguía a la proposición 4 del L ibro Prim ero
de los Principia. N ew ton quería que todos los lectores tuviesen claro
que conocía la ley i^ jr antes (cuanto menos, una década antes) de
su publicación por Christiaan Huygens en su Horologium oscillaio-
rium de 1 6 7 3 . Como la proposición 4 trata del m ovim iento circular
uniform e, N ew ton estaba diciendo en realidad que hacía largo tiempo
que había averiguado que, en este caso, la fuerza es como y de
aquí sería fácil mostrar (con un poco de álgebra y la tercera ley de
Kepler) que la fuerza es como 1/r2. D e este m odo, no hubiera nece­
sitado que H ooke le hablara veinte años antes acerca de una fuerza
como 1/r2.
E n 1 9 6 0 , Jo h n H erivel analizó algunos de los prim eros manus­
critos de N ew ton sobre la fuerza y el m ovim iento, escritos por éste
en un W aste B ook a principios de 1 6 6 5 o poco después. H erivel m os­
tró que en este documento N ew ton había derivado la ley v^jr de una
form a muy o rig in a l1. P o r consiguiente, no cabe duda de que N ewton
había encontrado esta ley mucho antes y con com pleta independencia
de Huygens.

2 V éase Jo h n H . H eriv el, « N ew to n ’s D iscovery o f th e L aw o f C en trifu g al


F o rcé », Isis 51 (1 9 6 0 ), 5 4 6 -5 6 3 ; tam bién de H eriv el, T he Background to N ew­
ton’s Principia, O x fo rd , C larend on P ress, 1 9 6 5 , 7-13.
Apéndice 15
NEWTON Y LAS MASAS «GRAVITATORIA»
E «INERCIAL»

E n la deducción de las páginas 1 7 3 -7 5 se dan dos ecuaciones


para la fuerza que actúa sobre un o b jeto terrestre, tal como una man­
zana. Una es la ecuación gravitatoria,

F = G ^
Ri
o bien,

P = G ^
Ri

y la otra es la ecuación dinámica o inercial,

F
m — —
A

o bien,
F = mA

la cual, en el caso del peso, se convierte en

P = mA.
237
238 A p én d ice 15

O bsérvese que en el segundo grupo de ecuaciones la cantidad m es


una medida de la inercia del cuerpo, es decir, de la resistencia in er­
cial [F / A ) del cuerpo a ser acelerado o sufrir un cam bio en su esta­
do de m ovim iento o de reposo. Para ser precisos, vamos a llam ar a
esta cantidad con un nom bre especial del siglo x x , «m asa in ercial*,
y a remplazar el sím bolo m por m\ para denotar esta cualidad inercial.
Las ecuaciones finales de más arriba pueden reescribirse ahora como

F = m\A

P = m-xA.

V am os a considerar ahora la cantidad m (o la masa) que aparece


en el prim er grupo de ecuaciones

_ mMt
F = G ------- .
R]

Aquí m no tiene una conexión obvia con la resistencia inercial del


cuerpo a ser acelerado, a experim entar un cam bio en su estado. Más
bien, esta cantidad es una medida (o es el factor d eterm inante) de
la respuesta gravitatoria del cuerpo a la T ierra . O , para usar el len­
guaje de la física actual, es una medida (o el d eterm inante) de la
respuesta del cuerpo al campo gravitatorio de la T ierra (o a cualquier
otro campo gravitatorio). De este modo puede dársele el nom bre del
siglo xx de «masa gravitacional». D e acuerdo con esto, podemos usar
el sím bolo m g para esta cantidad. Las prim eras dos ecuaciones se
transform an ahora en

m gM t
F = G

m*Mt
P = G

Cuando igualamos las dos expresiones para W , tenemos

r msM,
m¡A = G -----------.
R 2,

Cancelar aquí el factor m equivale a suponer que

m, = m*

un paso que requiere un análisis adicional. ¿E s mi siempre igual a /;?*?


N ew to n y las m asas « g ra v ita to ria » e « in e rcia l» 239

Am bas variedades de masa — masa gravitacional y masa inercial—


corresponden a nuestro concepto intuitivo de «cantidad de m ateria.»
E n el caso de una sustancia pura tal com o el alum inio, ambas serían
proporcionales al volumen de alum inio (e l cual sería una medida de
la cuantía o «cantidad» de alum inio). E l problem a conceptual puede
enunciarse com o sigue: ¿ E x is te alguna razón lógica por la cual la
respuesta de un cuerpo al cam po gravitatorio (o su masa gravitacio­
nal) deba ser la misma que su resistencia a ser acelerado por fuerzas
tanto no gravitatorias com o gravitatorias (o su masa inercial)? D e
hecho, en el marco de la física new toniana o «clásica», la respuesta
es un no categórico. Sólo en la física post-new toniana o relativista se
da una necesaria «equivalencia» entre masa gravitacional y masa iner­
cial. ¿C óm o, entonces, se en fren tó N ew ton a este problem a?
A ntes de presentar la solución de N ew ton, observem os el alto
nivel de reflexión al que conduce su física. M ientras que G alileo se
ocupó del peso de un cuerpo, N ew ton introd u jo un muy diferente
y moderno concepto de masa. E ste concepto es original de N ewton,
si bien (com o en el caso de cualquier nuevo concepto científico) se
pueden encontrar algunos antecedentes — por ejem plo, en los escri­
tos de K epler sobre m oles (u n tipo de «volum inosidad») y en ciertas
discusiones de Huygens.
Si la equivalencia entre las masas inercial y gravitacional no se
sigue de la lógica, y no constituye una parte integral de la teoría,
entonces la única forma en que se puede conocer es mediante expe­
rim entos. N ew ton reconoció por prim era vez la necesidad de efectuar
tal experim ento en algún m om ento de 1 6 8 5 , tras com pletar la pri­
mera versión de su tratado D e m otu. E l experim ento utilizaría dos
péndulos iguales, con lentejas conteniendo diversos tipos de m ateria;
cualquier variación en la proporción de la masa inercial a la gravita­
cional se m ostraría com o una diferencia en el período de oscilación.
P oco después, en un conju n to de D e m otu corporum definitiones
[ D efiniciones relativas al m ovim iento d e cu erp o s] , hace una lista
de las sustancias con las que ha realizado el experim ento: oro, plata,
plomo, vidrio, arena, sal com ún, agua, madera y trigo. E n las ver­
siones prelim inar y final del L ibro T ercero de los Principia (prop. 6
del Libro T ercero , sec. 9 del Sistema del m u n d o ), N ewton describe
con detalle el experim ento. H abía construido dos largos péndulos de
la misma longitud, con lentejas a modo de vasijas en las que podía
situar cantidades iguales de estas nueve sustancias. Com o los péndu­
los tenían lentejas idénticas, hallaban el mismo factor de resistencia
del aire. H abía dem ostrado m atem áticam ente que la existencia del
m ismo período de oscilación para estas lentejas que contenían can­
tidades iguales de las nueve sustancias probaba que sus pesos eran
240 A p énd ice 15

proporcionales a sus cantidades de m ateria. P o r inducción simple,


Newton llegó a la ley general.
N ew ton describe la m ateria en térm inos de su peso y de su can­
tidad; esta últim a constituye, para él, la inercia de la m ateria. Las
expresiones de masa gravitacional e inercial fueron introducidas en
la física por los escritos de A lbert E instein sobre relatividad. N ew ton,
además, no desarrolló las ecuaciones en la form a en que yo lo he
hecho. P ero , esencialm ente, procedió a desarrollar esta cuestión en
la forma que estas ecuaciones sim bolizan. Concluyó así que sus expe­
rim entos con el péndulo habían m ostrado con gran exactitud los resul­
tados durante largo tiempo observados (rem ontándose a los experi­
m entos de la «to rre» de G alileo) de que, aparte del pequeño factor
de la resistencia del aire, todos los tipos de cuerpos pesados caen a
tierra, desde alturas iguales, en tiem pos iguales.
Una de las razones por las que es tan im portante el concepto de
masa de N ew ton es que la masa es una propiedad fundamental o
perm anente de los cuerpos, m ientras que el peso es una propiedad
accidental. La física de N ew ton m ostró, por ejem plo, que el peso de
un cuerpo (o el efecto sobre un cuerpo de la atracción de la T ierra)
podía variar con su posición sobre la misma, al ser el peso una pro­
piedad calculable de la latitud geográfica. Un cuerpo, por otra parte,
pesaría menos en el espacio exterior que en la superficie de la Tierra,
de acuerdo con la ley de la inversa del cuadrado. Además, el «peso»
de un cuerpo hacia la Luna sobre la superficie de ésta sería notable­
m ente diferente del que tendría sobre la superficie de la Tierra. Pero
sea cual fuere el lugar en que un cuerpo pueda hallarse, su masa (de
acuerdo con la física new toniana) es siempre la misma — tanto su
masa inercial (su resistencia a ser acelerado) como su masa gravita­
cional— . Además, la masa es una propiedad de im portancia a con­
siderar en relación con los cuerpos del espacio exterior — Sol, pla­
netas, satélites y estrellas— aun cuando su «peso» (en el sentido de
la atracción de la Tierra sobre ellos) no tiene im portancia. D espla­
zando las discusiones de la física desde el peso a la masa, Newton
hizo posible una ciencia universal en lugar de una ciencia terrestre
local.
M uchos lectores saben que, en física relativista, la masa ya no
se concibe como una constante independiente de un cuerpo. En vez
de ello, resulta estar relacionada con la velocidad del cuerpo relativa
al sistema de referencia. P ero para cuerpos ordinarios (es decir, aque­
llos cuyas velocidades son pequeñas con respecto a la velocidad de
la luz), la diferencia entre las dos es despreciable.
Apéndice 16
LOS PASOS DE NEWTON
HACIA LA GRAVITACION UNIVERSAL

E n el otoño de 1 6 8 4 , después de la visita de Halley, Newton


compuso su tratado D e m otu, en el que probó la siguiente proposi­
ción: E l m ovimiento en una elipse de acuerdo con la ley de las áreas
requiere que una fuerza central o centrípeta inversamente proporcio­
nal al cuadrado de la distancia esté dirigida hacia el punto con res­
pecto al cual se calculan las áreas iguales. Puesto que los planetas se
mueven en órbitas elípticas, con el Sol en un foco, y puesto que una
recta trazada desde el Sol al planeta barre áreas iguales en tiempos
iguales, Newton concluyó: 1) que debe existir una fuerza dirigida
al Sol desde cada planeta, y 2 ) que esta fuerza dirigida al Sol varía
inversamente al cuadrado de la distancia. Con evidente orgullo por
el descubrimiento de la ley de la fuerza planetaria, escribió que había
probado que, para citar sus propias palabras, «los planetas mayores
giran en elipses con un foco en el centro del Sol, y los radios trazados
[desde los planetas] al Sol describen áreas proporcionales a los tiem­
pos, enteram ente como supuso K e p le r...» .
E n realidad, Newton no había probado esta proposición, ni con­
tinuó pensando en ella durante mucho tiem po. Estrictam ente ha­
blando, es falsa. Como N ew ton com prendió rápidamente, los planetas
no se mueven exactam ente de acuerdo con la ley de las áreas en sen­
cillas órbitas elípticas keplerianas con el Sol en un foco. En lugar de
esto, el foco se halla en el cen tro de masas común, porque no sólo
el Sol atrae a cada planeta, sino tam bién cada planeta atrae al Sol
(y los planetas se atraen entre sí). Si N ewton hubiera formulado ya
241
242 A p én d ice 16

su principio de gravitación universal, no habría propuesto, y acep­


tado que había probado, esta proposición errónea.
N ew ton se dio cuenta muy rápidamente de que no había probado
que los planetas se mueven precisam ente de acuerdo con la ley de
órbitas elípticas y la ley de las áreas. H abía hallado tan sólo que
estas dos leyes planetarias de Kepler eran válidas para un «sistem a»
de un cuerpo: una única masa puntual m oviéndose con una compo­
nente inicial de m ovim iento inercial en un campo de fuerzas centrales.
R econoció que el sistema de un cuerpo no corresponde al mundo
real, sino a una situación artificial, la cual es más fácil de investigar
m atem áticam ente. E l sistema de un cuerpo reduce a la T ierra a una
masa puntual y al Sol a un centro de fuerzas inm óvil.
E n su jú bilo prem aturo, N ewton había olvidado tom ar en con­
sideración lo que hoy conocem os como la tercera ley new toniana del
m ovim iento: que por cada acción debe existir una reacción igual y
opuesta. E n otras palabras, que si un cuerpo A ejerce una fuerza
sobre un cuerpo B , entonces el cuerpo B debe ejercer sim ultánea­
m ente una fuerza igual y opuesta sobre el cuerpo A . E n el caso del
Sol y un planeta, digamos la T ierra, esta ley im plica que si el Sol
ejerce una fuerza sobre la T ierra para m antenerla en su órbita, enton­
ces la T ierra debe ejercer una fuerza igual sobre el Sol. E n teoría,
cada uno de estos dos cuerpos atrae al otro, con el resultado de que
cada uno debe m overse en una órbita alrededor de su cen tro de
gravedad com ún. Com o la masa de la T ierra es minúscula comparada
con la masa del Sol, su centro de gravedad com ún está prácticam ente
en el centro del Sol, y el m ovimiento del Sol es virtualm ente inexis­
tente. P ero éste no es el caso para el Sol y Jú p ite r, el planeta más
m asivo del Sistem a Solar, ni para la T ierra y la Luna.
E l desarrollo del pensam iento de N ew ton sobre la acción y reac­
ción tras haber com pletado el prim er borrador del D e m otu se expone
en las secciones que abren el L ibro Prim ero de los Principia. E n la
introducción a la sección 11, N ewton explica que se ha limitado
hasta el m om ento a una situación que «es d ifícil que exista en el
mundo real», a saber, los «m ovim ientos de cuerpos atraídos hacia
un centro inm óvil». La situación es artificial porque «las atracciones
por lo general están dirigidas hacia los cuerpos y — por la tercera ley
del m ovim iento— las acciones de cuerpos atrayentes y atraídos son
siem pre mutuas e iguales». Com o resultado, «si hubiese dos cuerpos,
ni el atrayente ni el atraído podrían estar en reposo». A ntes bien,
«am bos cuerpos (por el corolario cuarto de las leyes) girarán alre­
dedor de un centro com ún, com o por la atracción mutua».
N ew ton había visto que si el Sol atrae a la T ierra, ésta debe
tam bién atraer al Sol con una fuerza de igual magnitud. E n este sis­
Los pasos de N ew to n h acia la g ra v ita ció n u n iversal 243

tema de dos cuerpos, la T ierra no se mueve en una órbita sencilla


alrededor del Sol. E n lugar de esto , el Sol y la Tierra se mueven
cada uno alrededor de su cen tro de gravedad mutuo. Una consecuen­
cia adicional de la tercera ley del m ovim iento es que cada planeta
es tanto un centro de fuerza atrayente com o un cuerpo atraído; se
sigue que un planeta no sólo atrae y es atraído por el Sol, sino que
también atrae y es atraído por cada uno de los otros planetas. N ewton
ha dado aquí el paso trascendental desde un sistema interactivo de
dos cuerpos a un sistem a in teractiv o de muchos cuerpos.
E n diciem bre de 1 6 8 4 , N ew ton com pletó un borrador revisado
del D e motu que describía el m ovim iento planetario en el contexto
de un sistema interactivo c e muchos cuerpos. A diferencia del borra­
dor anterior, el revisado concluía que «los planetas no se mueven
exactam ente en elipses ni ¿escrib en dos veces la misma órbita». E sta
conclusión llevó a N ew ton al siguiente resultado: «H ay tantas órbitas
para un planeta com o revoluciones describe, com o en el movimiento
de la Luna, y la órbita de cualquier planeta depende del m ovimiento
com binado de todos los planetas, sin contar las acciones de todos
éstos entre sí.» E ntonces escrib e: «Considerar simultáneamente todas
estas causas de m ovim ien:o y definir estos movimientos mediante
leyes exactas que perm itan un cálculo accesible excede, si no me
equivoco, la fuerza del enrero intelecto hum ano.»
No existen docum entos que indiquen cóm o, en el mes o así trans­
currido entre la redacción del prim er borrador del De motu y su
revisión, llegó N ew ton a p ercibir que los planetas actúan gravitacio-
nalm ente uno sobre o tro . Con todo, las frases citadas más arriba
expresan esta percepción en un lenguaje inequívoco: eorum omnium
actiones in se invicem («las acciones de todos ellos unos sobre otros»).
Una consecuencia de su atracción gravitatoria mutua es que ninguna
de las tres leyes de K ep ler es estrictam ente cierta en el mundo de
la física, siendo sólo v e rc-d e ra s en un constructo matemático en el
cual masas puntuales que no interactúan entre sí orbitan sobre un
centro m atem ático de fuerzas o un cuerpo atrayente estacionario. La
distinción que traza N ew ton entre la esfera de las matemáticas, en
la cual las leyes de K epler son verdaderam ente leyes, y la esfera de la
física, en la cual son sólo «h ip ótesis», o aproximaciones, es una de
las características revolucionarias de la dinámica celeste newtoniana.
E n la primavera de l f 3 5 , unos pocos meses después de revisar
el D e motu, N ew ton estaba cerca de term inar el primer borrador de
los Principia. E n la versión inicial de lo que iba a constituir un se­
gundo libro, « E l sistem a del m undo», describió los pasos que le
llevaron al concepto de in fra c c io n e s gravitacionales planetarias. En
estos pasos, la tercera ley ¿ e l m ovim iento desempeña el papel prin­
244 A p én d ice 16

cipal. No existen razones para pensar que éstos no son los mismos
pasos que le llevaron al mismo concepto unos pocos meses atrás,
cuando revisó el D e motu.
H e aquí dos fragm entos del prim er borrador del Sistema del
m undo (recientem ente traducido del latín por Anne W hitm an y el
autor) * que ponen de m anifiesto el papel crucial de la tercera ley
del m ovim iento:

20. Convergencia de Analogías.


P u e sto q u e la acción de la fuerza cen tríp eta sobre el cuerpo atraído, a dis­
tancias iguales, es proporcional a la cantid ad de m ateria de este últim o, es razo­
n able tam bién que sea p rop orcion al a la cantidad d e m ateria del cuerpo que
atrae. A sí pues, la acción es m utua, y h ace q u e los cuerpos se atraigan m utua­
m en te con acciones m utuas (p o r la L ey 3 del M o v im ien to ) y por tan to debe
ser confo rm e a cada uno de los dos cuerpos. P u ed e co nsid erarse a un cuerpo
com o atrayen te y al o tro com o a tra íd o , pero esta d istin ció n es más m atem ática
q u e natural. E n realidad la atracción es de cada cuerpo so b re cada cuerpo y por
tan to del m ism o género en todos.

21. Y coincidencia.
Y por esto es por lo que la fuerza atractiv a se h alla en cada uno. E l Sol
atrae a Jú p ite r y al resto de los plan etas. Jú p ite r atrae a los satélites, y por la
m ism a razón los satélites actúan m utuam en te en tre sí y so b re Jú p ite r , y todos
los planetas en tre ellos. Y aunque las acciones m utuas de dos planetas podrían
d istinguirse en tre sí y ser consid erad as com o dos acciones m edian te las cuales
cada, uno atrae al orro, sin em bargo, en ran to q u e son interm ed ias, n o son dos,
sino una op eración sim ple e n tre dos térm ino s. P o r la co n tracció n de un solo
cord ón in terp u esto en tre ellos pueden dos cuerpos ser atraídos en tre sí. La
causa de la acción es d oble, claram en te la disposición de uno y o tro cuerpo;
pero en tan to que es en tre dos cu erp o s, es sim ple y ú n ica. N o es una la op e­
ración por la que el Sol atrae por ejem p lo a Jú p ite r y o tra op eración aquella
por la que Jú p ite r atrae al S o l, sin o una operación por la q u e el Sol y Jú p ite r
in ten tan acercarse en tre sí, p o r la acción p o r la q u e el Sol atrae a Jú p ite r in ten ­
tan Jú p ite r y el Sol acercarse e n tre sí (p o r la Ley 3 del M o v im ien to) y por la
acción por la que Jú p ite r atrae al S o l, in ten ta n tam bién Jú p ite r y el Sol acer­
carse m u tu am en te; el So l, pues, no es a traíd o h acia Jú p ite r p o r una acción doble
y tam poco lo es Jú p ite r hacia el So l, sin o que hay una sola acción interm edia
p or la que am bos tiend en uno h acia o tro .

Después, Newton concluyó que «de acuerdo a esta ley todos los
cuerpos deben atraerse entre sí». Presentó con orgullo la conclusión y
explicó por qué la magnitud de la fuerza atractiva es tan pequeña

* E x iste una traducción al castellan o , a cargo de E . R ad a G a rcía : I . N ew ton,


El sistema del m undo, M adrid, A lianza E d ., 1 9 8 3 . (N. del T .)
L os pasos d e N ew ton h acia la gravitació n universal 245

que es inobservable. « E s posible», escribió, «observar estas fuerzas


tan sólo en los enormes cuerpos de los planetas».
E n el L ibro T ercero de los Principia, que trata también del sis­
tema del mundo, pero de form a algo más matemática, Newton toca
esencialm ente de la misma m anera el tema de la gravitación. Prim ero,
en lo que se denomina la prueba de la Luna, extiende la fuerza del
peso, o gravedad terrestre, a la Luna y demuestra que esta fuerza
varía inversamente con el cuadrado de la distancia. Entonces identi­
fica esta misma fuerza terrestre con la fuerza del Sol sobre los plane­
tas y la fuerza de un planeta sobre sus satélites. A todas estas fuerzas
las denomina ahora gravedad. Con la ayuda de la tercera ley del
m ovimiento transforma el concepto de una fuerza solar sobre los
planetas en el de una fuerza mutua entre el Sol y los planetas. Del
mismo modo, transform a el concepto de una fuerza planetaria sobre
los satélites en el de una fuerza mutua entre los planetas y sus saté­
lites y entre estos últim os. La transform ación intelectual final depara
el principio universal de que todos los cuerpos interactúan gravi-
tacionalmente.
Podemos ver ahora cóm o la imaginación creativa de Newton le
dirigió hacia el concepto de la gravitación universal. E l mismo argu­
mento que le condujo a las fuerzas interplanetarias puede aplicarse
a sistemas de satélites, a la T ierra, y a una manzana. Y a que todas
las manzanas deben ser cuerpos que originan una atracción gravita­
toria y a la vez reaccionan a una atracción gravitatoria, deben atraerse
entre sí. Finalm ente esta cadena de razonamientos le lleva a la audaz
conclusión de que dos cuerpos cualesquiera, en cualquier lugar del
universo, interactúan gravitacionalm ente. D e este modo, la lógica de
la física, guiada por una creativa intuición matemática, produce una
ley de fuerza mutua que se aplica a todos los cuerpos, terrestres o
celestes, dondequiera que puedan hallarse. Esta fuerza varía inversa­
mente al cuadrado de la distancia y es proporcional a las masas gra­
vitatorias:

m\mi
F o c ----------
D2

o bien

F = G
D1

donde m i y mi son las masas, D la distancia entre ellas, y G la cons­


tante de la gravitación universal.
246 A p én d ice 16

N i que decir tiene que este análisis de las etapas del pensamiento
de N ew ton no minimiza en modo alguno la extraordinaria fuerza de
su genio creativo; antes bien, debería hacer plausible este genio. E l
análisis m uestra la fecunda form a de pensar de N ew ton sobre física,
en la cual las m atem áticas se aplican al m undo extern o tal com o es
revelado por el experim ento y la observación crítica. E sta form a de
razonam iento científico creativo, que ha sido denominada «el estilo
new tonian o», está fielm ente recogida en el títu lo castellano del gran
trabajo de N ew ton: Principios matemáticos d e la filosofía natural.
GUIA D E LECTURAS ADICIONALES

L o s asteriscos señ alan lo s tra b a jo s d e los cu ales se han tom ado las citas, con
el perm iso d e los ed ito re s, in clu id a s en este lib ro .

C on texto gen eral y c ie n c ia tem pran a

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History o f G reek A stronom y to Aristarchus. O x fo rd , Q a ren d o n P ress, 1913.
E d w ard G ra n t, Physical Science in the M iddle Ages. N ueva Y o rk y L o n d res,
Jo h n W iley & So n s, 1 9 7 1 ; C am b rid g e, C am bridge U niversity P ress, 1981.
[T ra d . cast., La ciencia física en la E dad Media. M éxico , F C E , 1 9 7 6 .]
A listair C . C rom b ie, M edieval and Early M odern Science. 2 vols., 2 * ed ., G ar-
den C ity , N ueva Y o rk , D cu b le d a y A n ch o r B o o k s, 1 9 5 9 . P u b licad o tam bién
com o Augustine to G alilea, 1 9 5 2 , 1 9 6 1 , 1 9 7 9 , etc. [T ra d . cast., Historia de
la ciencia: D e San Agustín a G alileo, 2 vo ls., M adrid, A lianza, 1 9 7 4 .]

La r e v o l u c ió n c ie n t íf ic a

M arie Boas, T he Scientific Renaissance 1450-1630. N ueva Y o rk , H arp er & B ro ­


th ers, 1 9 6 2 ; H a rp er T o r c h c o o k s , 1 9 6 6 .

247
14 8 E l n acim ien to de la nueva física

m antienen las irregularidades según una ley fija y con renov acion es constantes:
lo que no pod ría suceder si no fu eran circu lares. P u es el círcu lo es el ún ico que
puede volv er a reco rrer el cam ino reco rrid o . C om o, p o r ejem p lo, el So l, con su
m ovim ien to com p uesto de círcu lo s, nos trae de n uevo, una vez y o tra, la irre­
gularidad de los días y las noches y las cu a tro estacio n es del año.

D e este m odo, Kepler estaba com portándose de una forma altamente


no-copernicana por no aceptar que las órbitas planetarias son «círcu­
los» o «com puestas de círcu los»; además, había llegado en parte a
esta conclusión por la reintroducción, en una etapa de su pensamien­
to, del aspecto de la astronom ía ptolem aica que más había objetado
C opérnico, el ecuante. E n su astronom ía, K epler introdujo una sen­
cilla aproximación para ocupar el lugar de la ley de las áreas. Kepler
dijo que una línea trazada desde cualquier planeta al foco vacío de
su elipse (fig . 2 8 ) gira uniform em ente, o lo hace muy aproximada­
m ente. E l foco vacío, o el punto sobre el cual tal línea giraría des­
cribiendo ángulos iguales en tiem pos iguales, es el ecuante. (Inciden-
talm ente, podemos observar que este últim o «descubrim iento» de
Kepler no es cierto.)
Desde casi todo punto de vista, las elipses deben haber parecido
objetables. ¿Q u é tipo de fuerza podría conducir a un planeta a lo
largo de una trayectoria elíptica con justam ente la variación precisa

F ig . 2 8 . — Ley
d e K epler del ecuante. Si un planeta se m ueve d e m odo qu e en
tiem pos iguales barre ángulos iguales con respecto a un foco vacío en F, reco­
rrerá los arcos AB y CD en el m ismo tiem po, puesto qu e los ángulos a y 3 son
iguales. De acuerdo con esta ley, el planeta se m ueve más rápido por el arco
AB (en el perihelio) que por el arco CD (en el afelio), com o predice la ley de
las áreas iguales. No obstante, esta ley es sólo una tosca aproximación. En el
siglo X V II se añadieron a la misma ciertos factores d e corrección para hacerla
dar unos resultados más aproximados.
6. L a m úsica celeste de K ep ler 149

de velocidad demandada por la ley de las áreas? N o reproduciremos


la discusión de Kepler sobre este punto, sino que limitaremos nues­
tra atención a un aspecto del mismo. K epler supuso que algún tipo
de fuerza o emanación sale del Sol y mueve los planetas. Esta fuerza
— a veces denominada una anima m otrix— no se disemina desde el
Sol en todas direcciones. ¿P o r qué debería hacerlo? Después de todo,
su función es sólo mover los planetas, y todos los planetas se encuen­
tran en, o muy aproximadamente en, un solo plano, el plano de la
eclíptica. D e aquí Kepler supuso que esta anima m otrix se disemi­
naba sólo en el plano de la eclíptica. H abía descubierto que la luz,
la cual se propaga en todas direcciones desde una fuente luminosa,
disminuye en intensidad como el inverso del cuadrado de la distan­
cia; es decir, que si hay una cierta intensidad o brillo a tres metros
de una lámpara, el brillo a seis m etros de ella será una cuarta parte
del anterior, porque cuatro es el cuadrado de dos y la nueva distancia
es el doble de la antigua. E n form a de ecuación,

intensidad < x-------------------


(distancia)2

P ero Kepler sostuvo que la fuerza solar no se disemina en todas las


direcciones de acuerdo con la ley de la inversa del cuadrado, como
lo hace la luz solar, sino sólo en el plano de la eclípica y de acuerdo
con una ley bastante diferente. E s a partir de esta doblemente errónea
suposición que derivó su ley de las áreas — ¡y lo hizo antes de haber
encontrado que las órbitas planetarias son elipses! La diferencia entre
su procedim iento y el que consideraríam os «lógico» es que no des­
cubrió primero la trayectoria verdadera de M arte alrededor del Sol,
y calculó entonces su velocidad en térm inos del área barrida por una
línea trazada desde el Sol a A larte. E ste no es sino un ejemplo de la
dificultad en seguir a Kepler a través de su libro sobre M arte.

El lo g ro k e p le ria n o

A G alileo le desagradaba particularm ente la idea de que las ema­


naciones solares o misteriosas fuerzas actuando a distancia pudieran
afectar la Tierra o cualquier parte de la Tierra. No sólo rechazó la
sugerencia de Kepler de que el Sol puede ser el origen de una fuerza
atractiva que mueve la Tierra o los planetas (en la cual estaban basa­
das las primeras dos leyes de K epler), sino que también rechazó espe­
cialm ente la sugerencia de K epler de que una fuerza lunar o emana­
ción pudiera ser una causa de las mareas. A sí, escribió:
150 E l n a cim ien to de la nueva física

P e ro e n tre todos los grandes h o m b res q u e h an filo so fa d o sob re este n otable


efe c to , estoy m ás sorp ren dido co n K e p ler que co n cu a lq u ier o tro . A pesar de
su m en te a b ierta y aguda, y a pesar d e q u e tien e en las p u n tas de sus dedos
los m ovim ien to s atribuid os a la T ie rra p resta su o íd o , sin em bargo, y su apro­
b ació n al d om in io de la L u n a sobre las aguas, y a p rop iedad es o cu ltas, y a pue­
rilid ad es de este tipo.

E n cuanto a la ley armónica, o tercera ley, podemos preguntar


con la voz de G alileo y sus contem poráneos, ¿esto es ciencia o nume-
rología? K epler ya se había com prom etido públicam ente con la opi­
nión de que el telescopio revelaría no sólo los cuatro satélites de
Jú p iter descubiertos por G alileo , sino tam bién dos de M arte y ocho
de Saturno. L a razón para estos números en particular era que así
el número de satélites por planeta se increm entaría de acuerdo con
una secuencia geom étrica regular: 1 (para la T ierra ), 2 (para M arte),
4 (para Jú p iter), 8 {para Saturno). ¿N o era la relación distancia-
período de K epler algo del mismo puro m alabarism o de número antes
que verdadera ciencia? ¿ Y no se podrían hallar pruebas del aspecto
generalm ente acientífico de todo el libro de K epler en la form a en
que intentó acomodar los aspectos numéricos de los m ovim ientos y
localizaciones de los planetas en las cuestiones planteadas por la tabla
de contenidos del Libro Q uinto de su Arm onía del m u n d o ?

1. Acerca de las cinco figuras sólidas regulares.


2. Sobre la relación entre ellas y las razones armónicas.
3. Resum en de la doctrina astronóm ica necesaria para la con­
templación de las armonías celestes.
4. E n qué cosas relativas a los m ovim ientos planetarios han
sido expresadas las armonías simples y que todas aquellas
armonías que están presentes en el canto se encuentran en
los cielos.
5. Q ue las claves de la escala musical, o tonos del sistem a, y
los tipos de armonías, la mayor y la m enor, están expre­
sadas por ciertos m ovim ientos.
6. Q ue cada T ono o Modo musical está expresado en cierta
forma por uno de los planetas.
7. Q ue los contrapuntos o armonías universales de todos los
planetas pueden existir y ser distintos uno de otro.
8. Q ue los cuatro tipos de voz están expresados en los plane­
tas: soprano, contralto, tenor, y bajo.
9. D em ostración de que para asegurar esta disposición armó­
nica, esas mismas excentricidades planetarias que tiene cada
planeta com o propias, y no otras, tenían que ser establecidas.
10. Epílogo acerca del Sol, por vía de muy fecundas conjeturas.
6. L a m úsica celeste de K e p le r 151

A bajo se m uestran las «m elod ías» desempeñadas por los planetas en


el esquema kepleriano.

Saturno Jú p iter

O
4
M arte i* t : ___
Tierra
(aproximado)

TT
i "O - 0
Venus Mercurio

i O u O-

Luna

F ig . 29.— La música de los planetas de Kepler, de su libro La armonía del


mundo. No es sorprendente que un hombre como Galileo nunca se molestara
en leerlo.

Seguram ente un hom bre com o G alileo encontraría difícil considerar


tal libro como una contribución seria a la física celeste.
E l últim o libro im portante de K ep ler fue un Epítom e de la astro­
nomía copernicana, term inado para publicación nueve años antes de
su m uerte en 1 6 3 0 . E n él defendió sus desviaciones del sistema
copernicano original. P ero lo que es de mayor interés para nosotros
es que en este lib ro, com o en la A rm onía d el m undo (1 6 1 9 ), volvió
a presentar orgullosam ente sus prim eros descubrim ientos relativos
a los cinco sólidos regulares y a los seis planetas. E ra , mantenía toda­
vía, la razón para que el núm ero de planetas fuera seis.
D eber haber supuesto casi tanto trabajo desenmarañar las tres
leyes de K epler de entre el resto de sus escritos com o rehacer los
descubrim ientos. K epler m erece el crédito de haber sido el prim er
científico en reconocer que el concepto copernicano de la T ierra como
25 2 G u ía de lectu ras adicionales

2 (1 9 4 7 ), 1-32. [T ra d . cast., Sobre las revoluciones. M ad rid , E d ito ra N acio­


nal, 1 9 8 ; ed. revisada, M adrid, T e c n o s, 1 9 8 7 .]
*Jo h a n n e s K e p ler, T he H armonies o f the W orld, B o o k 5 , trad. de C h arles G len n
W allis. G re a t B o o k s o f the W estern W o rld , 16. C hicago, E ncyclopaedia
B rita n n íca , 1952.
*T he Principal W orks o f Simón Stevin. V o l. 1. G eneral Introduction, Mecha-
nics. E d . por E . J . D ijk sterh u is. A m sterdam , C . V . S w ets y Z eid in g er, 1955.
INDICE ANALITICO

acción y reacció n , 2 4 2 -2 4 3 razonam iento deductivo de, 26


aceleración , véase m o vim ien to, acele­ armonía d el mundo, La (K ep ler), 144,
rado 150-151
afelio, 143, 148 A rqu ím ed es, 125
A lejan d ro I I I (rey de M aced o n ia), 2 5 Art and ¡Ilusión (G o m b rich ), 198 n
A lfon so X , rey de L eó n y C a stilla , 45, Astronomía nova (K ep ler), 66
134 astrónom os griegos, 56
Almagesto (P to lo m e o ), 3 6 , 4 7 , 130, A rista rco , 3 9 , 6 5 , 108
137 C alip o , 39
American Journal o f Pbysics, 2 3 3 E u d o x o , 3 9 -4 0
anima motrix, 1 4 9 , 1 5 4 -1 5 5 H eráclid es, 6 5
apogeo, 41 H ip arco , 4 0 , 5 5 , 181
A p olon io de P erga, 4 0 , 1 3 0 astrónom os islám icos, 54, 110
Annali d ell’lstituto e M useo di Storia
della Scienza di Firenze, 193 n, 2 0 4 n
Annals o f Science, 2 0 4 n Background o f N ew ton’s Principia, The
Archive fo r H istory o f Exact Sciences, (H e riv e l), 2 3 6 n 1
204 n B ad overe, Ja c q u e s, 68
A ris, R u th e rfo rd , 2 0 0 n B alian i, G io v a n n i B a ttista, 106-107
A ristarco , 3 8 , 6 5 , 108 B e a to , F ra n cesco , 35 n 2
A ristó teles: B e ch ler, Z ev, 2 3 5 n 1
astrónom o , 35 -3 6 , 39 -4 0 B erry , A rth u r, 6 9
Del Cielo, 35 bino m io , teorem a del, 153
estud ios em briológicos, 25-2 6 B o rro , G iro la m o , 200
fundador de la bio lo gía, 25 B o y le, R o b e rt, 109
ob servación, su im portan cia para, B ra h e, T y ch o , 8 8 n 4
26 K ep ler, su asociación con, 140, 142

253
254 In d ice analítico

o b servación astronóm ica, su p erfec­ co n sta n te de la gravitación universal,


cion am ien to p o r, 1 2 , 67 -6 8 1 6 9 ,1 7 4 , 1 7 8
ob servaciones planetarias, 140 co n sta n te de K ep Jer, 1 7 1 , 178
sistem a copern icano refutado por, Contení p o^ ry S jtvton ian Research
1 4 0 -1 4 2 (B e c h le r. e d ) , 2 3 5 n 1
sistem a p tolem aico refutado por, 140- C o p érn ico , N ico lá s, 3 7 , 9 1 , 1 0 8 , 136,
142 147
Britisb Journal for the History of m ecá r.icj c e le ste descuidada p or, 154
Science, 2 0 3 n 2 naturaleza co nservad o ra, 38
P to lo m e o '¿ m ir a d o por, 47
caíd a de cuerpos, véase cuerpos en Sobre Us revoluciones d e las esferas
caída celestes revólutionibus), 48,
C alip o , 39 6 2 ,6 5 - 6 6 . 9 1 , 136, 147
cálcu lo, su inven ción por N ew ton, 1 53, Cornees de G :z o t, Tan, 21
156 C rew , H en rv , 2 0 5 n 4
C am bridge, universidad de, 156 C ro m b ie, A lista ir, 2 0 4 n 3
C arrugo, A n to n io , 2 0 4 n 3 cu b o s, 138
Centaurus, 197 n 3 cuerpos en ca íd a :
¿ e n c ía : ex p erim en to s c o n , 18-22, 34, 93-95,
fu n d am en to filo só fico y, 19 7 -1 9 8 1 0 6 -1 0 8 , 1 1 6 , 1 2 1 , 1 9 9 -2 0 0
idea de desarrollo en la, 6 5 -6 6 , 197- ex p licació n a risto télica, 2 0 -2 2 , 35,
198 3 6 , 9 9 4 -9 5
cien cia cartesian a, 12 ex p licació n co p ern ican a, 59-61
ciencia m edieval, 2 1 5 -2 1 6 ex p lica cio n es elem en tales, 20-21
G a lile o , su deuda a, 2 0 6 -2 0 7 , 2 1 5 - ex p licació n n ew to n ian a, 157 -1 5 8
216 fo rm a y velocid ad d e, 1 9 -2 0 , 29-30,
C igoli, L od ovico C ardida, 8 5 109
cinem ática, 9 7 , 124 fuerza m o triz y velocidad de, 31*
circu lar, m ovim iento, véase m ovim ien­ 32
to circu lar G a lile o , sus estu d io s sob re, 20-22,
C oh én , I . B ern ard , 193 n i , 2 2 8 , 2 3 3 3 4 , 9 5 -1 0 9 , 1 1 6 , 1 2 6 -1 2 8 , 199 -2 0 0 ,
n i , 235 n i 2 11 -2 1 2 , 221
com eta de H alley, 186 gravedad u n iversal y, 1 6 9 , 172-174
com etas, 1 8 6 , 2 2 2 leyes m a tem áticas, 9 8 -1 0 2
C on cilio de T re n to , 132 m asa y velo cid ad de, 174
C o n d u itt, Jo h n , 2 3 2 m om ento ¿r.gular y, 182-183
Consideraciones y dem ostraciones ma­ m o vim ien to acelerad o de, 9 6-103,
temáticas sobre dos nuevas ciencias 1 0 5 , 1 0 9 , 1 1 2 -1 1 8 , 1 2 6 , 1 5 7 , 221-
(G a lile o ), 3 4 , 9 2 , 9 7 , 9 8 -1 0 4 , 1 1 1 , 222
1 6 2 -1 6 3 , 2 0 5 - 2 0 9 ,2 1 1 - 2 1 2 ,2 1 5 m ovim ien tos plan etarios en relación
caíd a de cuerpos, 1 9 9 , 221 co n . 1 7 -1 9 , 94
im p ortan cia, 138 m ovim ien to c e la T ie rra y, 17-19,
in ercia, 118 2 2 -2 3 . 3 6 , M , 1 2 6 -1 2 7 , 131
m ovim ien to com puesto, 126 peso v '.--'^cídad de, 2 0 -2 2 , 34-35, 96,
m ovim ien to de p royectiles, 1 2 4 -1 2 5 , 1 0 9 . ; : x 1 1 5 , 1 6 1 -1 6 2 , 1 7 4 , 199-
203, 219 204, 221. 2-10
plano inclin ado, exp erim en to , 108, plan os ir vs„ 1 0 5 -1 0 6 , 109,
201-202 222
In d ice an alítico 25 5

proy ectiles co m o , 1 1 9 reco n stru cció n del d escu brim ien to de


resisten cia y velocid ad d e, 3 0 -3 1 , G a lile o de la trayectoria parabó­
109, 1 1 4 -1 1 5 , 1 1 6 -2 2 1 lica, 2 1 9 -2 2 0
tiem po y velocidad de, 1 0 9 , 2 1 1 -2 1 2 estud ios de lo s m anuscritos de G a ­
C usa, N icolás d e, 65 lile o , 2 0 2 -2 0 3
D u h em , P ie rre , 113

D a n te A lig h ieri, 7 2 , 110


D arw in , C h a rles, 2 5 e cu an tes, 4 4 -4 5 , 5 6 ,1 4 8
D avis, H . T e d , 2 0 0 n elem en to s a risto télico s:
De la estructura del cuerpo humano co rru p tib ilid a d , 28-29
(V esalio ), 3 7 m ovim ien tos naturales, 27-28
d eductiv o, razo n am ien to , 2 6 m ovim ien to s planetarios exp licados
d eferen tes, 4 2 -4 5 p o r, 2 8 -2 9
Definiciones relativas al movimiento elipses:
de cuerpos (De motu corporum de - círcu lo s en relación con, 140
finittones) (N e w to n ), 2 3 9 , 2 4 1 , 2 4 2 , d efin ició n , 13 4 -1 3 6
244 fo co s, 134
D e G r o o t, Ja n C o m e ts, 21 fu erza cen tríp eta y, 167
D e M o iv re, A ., 156 K e p le r, su uso, 131, 1 3 4 , 1 4 3 , 241-
D e Salv io, A lfo n so , 2 0 5 n 4 242
D escarte s, R e n e , 7 8 , 187 ley de la inversa del cuad rado y, 167,
estado de m o vim ien to , 2 1 7 -2 1 8 , 2 2 3 2 3 1 -2 3 3
in ercia, su d escrip ció n p o r, 130, ó rb ita s planetarias com o, 1 3 1 , 134,
1 5 8 n i , 2 1 7 -2 1 8 143, 2 3 1 -2 3 3 , 241-243
N ew ton in flu id o p o r, 2 1 8 sim etría , 1 3 4 , 136
de S o to , D o m e n ico , 1 1 2 en ergía c in ética , 113
Diálogo sobre los dos máximos siste­ Ensayador, El (II Saggiatore) (G a li­
mas del mundo (G a lile o ), 9 4 , 102- le o ), 1 8 9 n 1
1 0 4 , 1 0 6 , 107 n 1, 1 2 6 , 1 2 7 , 1 2 8 E in ste in , A lb e rt, 1 84, 23 9
D ig ges, L e o n a rd , 6 8 ep iciclo s, 4 2 -4 5 , 57
Epítome de la astronomía copernicana
D igges, T h o m a s, 48
(K e p le r), 151
d inám ica, 9 7 , 124
eq u in o ccio s, precesión de lo s, véase
Dióptrica (K e p le r ), 8 6
p recesió n de los equinoccios
Discoveries and Opinions o f Galileo
esferas co n cén tricas, 46
(D ra k e ), 1 9 3 n 1
esferas crista lin a s, 40
Divina comedia (D a n te ), 72 esp acio , ab so lu to vs. relativo, 184 -1 8 5
d o ble d istan cia, regla (G a lile o ), 222- estacio n es, duración variable de las, 41
224 estrella s:
dod ecaedros, 138 apariencia telescópica de, 75
D on n e, Jo h n , 8 8 , 8 9 -9 0 G a lile o , sus observaciones de, 75-76,
D ra k e , Stillm a n , 1 4 , 9 6 , 1 0 4 , 1 06, 190
113 n 5 , 1 3 1 , 1 9 3 n 2, 1 9 6 n 2 , 197 V ía L á ctea com puesta de, 76
n 3, 202, 2 0 3 -2 0 5 , 206, 2C 8, 211- « estrella s m ediceas»:
2 1 2 , 2 1 9 -2 2 0 , 2 2 4 G a lile o , su descu brim iento de, 7 0 ,
so bre lo s exp erim en to s d e G a lile o , 76
203 Jú p ite r , sus lunas com o, 7 6 , 82
256 In d ic e analítico

Eu d o xo, 38-40 N ew to n , p rim era ley con traria a


estructura de las revoluciones científi­ 158
cas, La {K u h n ), 198 n 4 q u in to elem en to en , 2 8 , 88
«E x p erim en t in the H isto ry o f S c ie n ­ resisten cia en , 29
ce, A n » (S e ttle ), 202 sen tid o com ú n en , 25
exp erim en to s: sistem a co p ern ica n o y, 3 8 , 5 9 -6 0
con cuerpos en caída, 18*22, 3 4 , 93- sistem a p to lem aico com p atib le con,
95, 10 6 -1 0 8 , 1 16, 1 21, 19 9 -2 0 0 47
G alileo , su uso de, 2 0 1 -2 0 9 u n iverso in m u ta b le en , 6 7
sob re masas gravitatoria e in ercial, física n ew to n ian a:
2 3 9 -2 4 0 a p licabilid ad m oderna de, 184-185
M ich elson -M orley, 185 aplicacion es celestes de, 15 9 , 165
pensam iento abstracto en relación ap licacion es terrestres de, 159, 165
con, 96, 1 03-104, 1 0 7 -1 0 8 , 114, caída de cu erp o s exp licada p or, 157-
16 3 , 176 158
sobre el m ovim iento acelerado, 102- esp acio y tiem p o absolu tos en , 184-
104, 106-107 185
sobre el m ovim iento de proy ectiles,
física re la tiv ista v s., 184-185
119 -1 2 0 , 2 0 3 , 2 1 9 -2 2 0
invalidez d e las bases de, 185
con planos inclinados, 1 0 2 -1 0 8 , 2 0 1 -
m areas exp licad as p or, 181
2 0 2 , 217
m asa e n , 2 3 7 -2 4 0
m atem áticas vs. física en , 162-164
F ab er, Jo h a n n e s, 86
m om ento angular exp licado p or, 182-
Favaro, A n to n io , 2 0 1 , 203
184
F ilo p ó n , Ju a n , 20-21
m ovim ien to p lan etario exp licado por,
física aristo télica:
1 6 3 -1 6 4 , 1 6 7 , 1 8 6 , 2 4 1 -2 4 5
aceleración , 110-111
p recesión de los eq u in occios exp li­
caída de graves explicada por, 20-
cada por, 179-181
2 2 , 3 3 -3 5 , 3 6 , 94-95
prediccion es p o sib ilitad as por, 183
cien tífico s islám icos crítico s de, 110
com o sistem a de m uchos cuerpos,
correccion es por los estud iosos, 110-
111 243
T ie rra , su form a d eterm inada por,
cu atro elem entos en, 2 7 , 88
1 7 8 -1 8 0 , 181
D an te, crítica de, 110
físicos griegos crítico s de, 110 física nu clear, su com p lejid ad , 133
fuerza m otriz en, 2 9 , 31 física re la tiv ista :
G a lile o , refutación de, 6 7 -6 8 , 8 8 , 9 5 , física n ew to nian a vs., 184-185
11 0 , 1 1 6 -1 1 8 , 131 m asa en , 1 8 4 , 2 3 9 , 24 0
inm ovilidad de la T ie rra en, 35 -3 6 , relativid ad , 2 3 9 -2 4 0
6 0 , 6 5 , 88 fo co s de las elip ses, 134
K ep ler, uso de, 152 form a:
m anchas solares y, 197-198 de la T ie rra , 1 7 8 -1 8 0 , 181
m ovim ien to explicado por, 2 7 -2 9 , 32- del un iverso , 1 3 0 , 147
33 velocidad afectada por la, 19-20. 29-
m ovim ien to circular, su im p ortan cia 3 0 , 109
en. 130, 142 fuerza c e n tríp e ta :
m ovim ientos planetarios exp licados d enom inada p o r N ew ton , 2 2 6
por, 27 -2 9 d escu b rim ien to , 2 2 6
In d ice an alítico 25 7

en el m ovim ien to p la n eta rio , 222, física aristo télica refutada por, 67-
2 4 1 , 243 6 8 , 8 9 , 9 6 , 1 09, 1 1 8 , 131
ó rb itas elíp ticas y, 167 com o físico m oderno, 2 0 4 , 2 0 6
fuerza m otriz: inercia, su an ticip ación por, 113, 118,
caída de cuerpos y, 31 -3 2 1 2 4 , 1 2 6 -1 2 8 , 1 3 1 , 159, 2 0 3 , 2 1 9 ,
en física a risto télica , 2 9 , 32 221
en física n ew tonian a, 1 5 9 -1 6 0 inercia circu la r concebida por, 126,
m ovim iento acelerad o y, 1 5 9 -1 6 0 1 29, 1 3 1 , 1 6 4 , 221
m ovim ien to de p ro y ectiles y, 159- influ en cias copernicanas sobre, 193,
160 19 4 -1 9 8
peso com o, 3 1 -3 2 , 15 9 -1 6 0 In q u isic ió n rom ana y, 6 2 , 7 5 , 8 6 , 92,
velocidad afectada por, 3 1 *3 2 , 159- 132, 2 1 8
160 ju ven tu d de, 6 6
fuerzas m agnéticas, en sistem a kep le­ K e p ler, su adm iración por, 86*87
ley del cuadrado del tiem po, su de­
rian o, 1 4 6 -1 4 7 , 154-155
rivación p o r, 101 n 2 , 103, 106,
1 1 1 n 4, 222
la L u n a , su estud io por, 70-75, 79-
G a len o , 37
81 , 19 3 -1 9 4
G a lileo G alilei, 6 3 , 187
luz cen icien ta descrita por, 74-75,
aceleración , co n cep to de, 2 0 6
an illos de Satu rn o , su descu brim ien ­ 120
m anchas solares, su descu brim iento
to por, 8 5 , 196
por, 8 5 , 1 9 1 , 197
caída de graves, su estud io p o r, 20-
m ecánica celeste, su descuido por,
22, 3 4 , 9 5 -1 0 9 , 116, 1 2 6 -1 2 8 , 199-
159
2 0 0 , 2 1 1 -2 1 2 , 2 2 1 , 2 4 0
mensaje sideral, El, 7 0 , 8 6 , 8 8 , 193,
com o cien tífico exp erim en tal, 13-14,
196
19 9 -2 0 9 , 2 1 6 , 219
m étod o h ip otético-d ed uctivo, 2 0 5 y
Consideraciones, véase Consideracio­
n 4
nes y dem ostraciones; d o b le dis­ m ovim ien to acelerado, su estudio
tancia, regla, 2 2 2 -2 2 4 por, 9 5 -1 0 9 , 2 0 6 -2 0 7 , 222
C op érn ico , su im p ortan cia para, 63, m o vim ien to , exp erim en tos sobre,
19 3 , 195 1 9 9 -2 0 0 , 2 0 1 -2 0 9
creencias católicas de, 132 m ovim ien to lineal un iform e, su es­
Diálogo sobre los dos m áxim os sis­ tudio por, 91-92
temas del m undo, 9 4 , 10 2 -1 0 4 , m ovim ien to p lan etario, su exp lica­
106, 107 n 1, 126, 1 27, 128 ción por, 130-132
Dos nuevas ciencias, véase Conside­ m o vim ien to, principales d escu bri­
raciones y dem ostraciones m ien to s, 2 2 1 -2 2 4
ensayador, El, 1 8 9 n 1 m ovim ien to de proyectiles, su aná­
errores com etidos por, 1 0 5 -1 0 8 lisis por, 9 7 , 1 14, 115, 118-119,
estrellas descu biertas por, 7 5 -7 6 , 82 124, 2 0 3 , 2 1 9 -2 2 0
«estrellas m ediceas», su d escu b ri­ m ovim ien to un iform em ente acelera­
m ien to por, 70*76 do, su análisis por, 9 7 -102, 211-
exp erim en to s m en tales, 2 0 2 212
exp licacion es sen cillas, su búsqueda m ovim ientos co m p lejos analizados
por, 9 8 -9 9 , 103, 133 por, 114, 1 24, 1 26, 22 6
fam a de, 8 6 -8 8 , 136 nebulosas, su estud io por, 76
258 In d ice analítico

ob serv acio n es, y su in terp retació n , « G a lile o an d S a te llite P red ictio n » (D ra­
1 9 3 -1 9 8 k e ), 1 9 6 n
origin alid ad de, 1 0 9 ,1 1 3 -1 1 4 G alileo at W ork: this Scientific Bio-
pensad ores m edievales y, 2 0 6 -2 0 7 , graphy (D ra k e ), 1 0 6 , 19 6 n, 2 0 3 n 1
2 1 5 -2 1 6 « G a lile o ’s D isco v ery o f the Law of
pen sam ien to abstracto, su uso por, F ree F a ll» (D ra k e ), 20 3 n 1
9 6 -9 7 , 1 0 3 , 1 1 4 , 162, 1 64, 2 01- « G a lile o ’s D isco v ery o f th e P arabolic
202 T ra je c to ry » (D ra k e y M acLachlan ),
percep cio n es m odernas de, 2 0 1 -2 0 4 203 n i
plano in d in a d o , exp erim en to del, « G a lile o ’s E x p erim en ta l C on firm ation
1 0 2 -1 0 4 , 201 o f H o riz o n ta l In e rtia » (D ra k e ), 203
precisió n de las m ediciones, 71 n 1
pred ecesores, sus co ntrib u cio nes a, « G a lile o ’s T h e o ry o f P ro je c tile Mo*
10 9 -1 1 4 tío n » (N a y lo r), 2 0 3 n 2
prim era ley de N ew ton, su an tici­ « G a lile o ’s W o rk o n F ree F all in 1 6 04»
pación p o r, 1 1 8 , 159 (D ra k e ), 2 1 1
Saggiatoret II, 1 8 9 n 1 G allu z z i, Ja o lo , 189 n 1
satélites de Jú p ite r , su descu brim ien ­ G a ssen d i, P ie rre , 1 5 8 n 1, 22 7
to por, 7 6 , 8 2 -8 3 , 1 9 0 , 1 9 3 , 195- g eo cén trico , un iverso , 47
197
g e o stá tico , un iverso , 47
segunda ley de N ew ton y, 1 5 9 -1 6 0 tam añ o d el, 89
sistem a co p ern ican o , su defensa por,
G h in i, L u ca , 3 5 n 2
89, 9 1 , 1 31, 195
G ilb e r t, W illia m , 147
sistem a k ep leria n o , su rechazo por,
G o ld ste in , B e rn a rd R ., 197 n
13 7 , 1 4 7 , 15 0 -1 5 2
G o m b ric h , E . H ., 198
sistem a p tolem aico refutado por, 8 9 ,
gravedad, véase gravitación universal
131
gravitació n u n iversal:
su p erficie lu n ar, su estud io por, 70-
aceleració n d eb id a a, 109
7 4 , 7 6 ,7 9 - 8 1 ,1 9 4 - 1 9 5
caíd a de cu erp o s y, 16 0 , 172 -1 7 4
telescop io, su introd ucción por, 6 7 ,
6 8 -7 0 , 131 co n sta n te d e, 1 6 9 -1 7 4 -1 7 8
telescop io, su perfeccionam ien to por, en tre todos los cuerpos, 24 5
190-191 ecu ación para, 170-171
T o rre In clin a d a de P isa, 9 5 -9 6 , 199 fu n cio n es d e, 168
trayectoria parabólica, 203 K e p ler, su tercera ley y, 1 6 8 , 171
velocidad m edia, su olvido por, 112, ley de, 1 6 8 -1 6 9
206 ley de la inv ersa d el cuadrado de,
velocidad term inal, su discusión por, 2 2 6 -2 2 8
116, 221 lógica del d escu b rim ien to, 24 5
V en u s, su estu d io por, 83 -8 5 L u n a , su ó rb ita y, 1 72, 1 7 5 , 177
V ía L á ctea , su estudio por, 7 6 , 190 m areas y, 1 6 9 , 181
« G a lile o and E a rly E x p e rim e n ta ro n » m asa y, 1 6 9 , 2 3 0
(S e ttle ), 2 0 0 n m ovim ien to p lan etario y, 16 9 , 241*
« G a lile o and th e P roblem of F ree 245
Fall» (N ay lo r), 2 0 3 n 2 N ew to n , su descu b rim ien to de, 168-
« G a lile o and th e Process o f Scien ti- 178
fic C rea tio n » ( W isan ), 2 0 3 n 2 N ew to n , sus pasos hacía, 2 4 1 -2 4 6
In d ice an alítico 259

paso esen cial hacia, 2 4 3 icosaedro, 138


peso y, 173 Ig lesia ca tó lica rom ana, devoción de
satélites y, 168 G a lile o h acia, 132
te o ría de com p robación de, 1 7 5 -1 7 8 Ignatius His Conclave (D o n n e), 88
teo ría copern icana de, 5 9 , 60-61 illusion in Nature and in Art (G re g o ­
G reg o ry , R . L ., 198 ry y G a m b rich , ed s.), 138 n 4
G u ille rm o de O ccam , 133 ím p etu s, 113 y n 5
inercia:
circu lar, 1 2 1 , 1 2 9 , 131, 160, 221
H alley , Ed m und. 1 5 5 -1 5 6 , 168, 1 79, de co m etas, 2 2 9 -2 3 0
2 2 6 , 2 3 2 , 2 3 6 , 241 d efin ició n de, 158
visita a N ew ton , 1 5 5 -1 5 6 , 2 2 6 , 2 3 2 , D escartes, su concepto de, 1 3 0 , 158
241 n 1, 2 1 7 -2 1 8
H an so n , N orw ood R u sse ll, 198 fu erza-aceleración, su cocien te com o,
H arm onie universelle (M e rse n n e ), 1 07, 15 6 -1 5 7
202 G a lileo , su an ticip ación de, 1 1 3 , 118,
H a rrio t, T h om as, 6 9 , 1 8 9 -1 9 0 1 24, 1 2 6 -1 2 8 , 1 31, 159, 2 0 3 , 2 1 9 ,
h e lio cé n trico , universo, 56 221
h e lio stá tic o , universo, 4 7 , 5 6 G assen d i, su concepto de, 2 1 7 -2 1 8
tam añ o del, 8 9 in fin itu d del universo y, 128-129
K e p ler, su co n cep to de, 151, 2 1 7
H eráclid es, 65
K e p ler, su introd ucción del térm i­
H e riv e l, Jo h n , 2 3 6
no, 2 1 0
H ersch e l, W illia m , 4 6
lin eal. 1 3 0 -1 3 1 , 159
H ip a rco , 4 0 , 5 5 , 181
m asa relacionada con, 15 6 -1 5 7 , 237-
hip otético-d ed u ctivo , m étod o
240
G a lile o y, 2 1 3 -2 1 4
en el m ovim ien to p lan etario , 164,
H istoria y dem ostraciones en torno a
2 2 9 -2 3 0
las manchas solares y sus acciden­
en la n aturaleza, 15 9 -160
tes (G a lile o ), 8 5 , 1 29, 1 9 8 n 4
N ew ton so b re, 2 2 9 -2 3 0
H istoria Mathematica, 2 0 3 n 1 N ew to n , su prim era ley y, 158
H o o k e , R o b e rt, 12 de planetas y com etas
co n trib u ció n ai p en sam ien to d e N ew ­ in fin itu d :
to n , 22 5 G a lile o , sus conceptos de, 128-129
erro r com etid o por, 2 2 7 inercia y, 12 8 -1 2 9
y la ley de las áreas de K e p le r, 2 2 7 m ovim ien to rectilín eo y, 129
m o vim ien to cu rv ilín eo , su análisis N ew to n , sus conceptos de, 1 2 8 , 164
por, 131, 2 2 5 -2 2 8 del universo, 8 9 , 1 28-129, 164
N ew to n , su deuda a, 1 8 4 , 2 2 5 -2 2 8 , « In flu e n c e o f T h e o retica l P ersp ectiv e
236 on the In te rp re ta tio n o f Sense D a ta »
N ew to n , su rivalidad co n , 1 5 4 -1 5 6 , (C o h én ), 193 n 1
2 2 5 -2 2 8 In q u isic ió n rom ana, G alileo y, 6 2 , 7 5 ,
H u ygen s. C h ristiaan , 1 2 , 187 8 6 , 9 2 , 1 3 2 ,2 1 8
aceleración , su estu d io p o r, 1 3 1 , 1 70, Intelligent Eye, T he (G rego ry), 198 n 4
2 2 7 -2 3 2 Introduction to Newton's Principia
co n cep to de masa, 2 3 9 (C o h én ), 2 3 3 n 1
N ew to n , su an ticip ación a, 2 3 6 Is a b e l I , reina de In g laterra, 147
Sa tu rn o , su estudio p o r, 197 Isis, 2 0 2 , 2 0 3 n 1, 2 3 6 n 2
260 In d ice analítico

Jo n so n , B e n , 8 6 K o e stle r, A rth u r, 137 n 1


Journal fo r the H istory o f Astronomy, K o y ré, A lex an d re, 201
196 n 2 K u h n , T h o m as S., 198 n 4
Ju a n de H o lan d a, 110
Jú p ite r :
Lagrange, Jo se p h L o u is, 187
distancia al So l, 138
Leibn iz, G o ttfr ie d W ilh e lm , 153
G alileo , sus estud ios so b re, 7 6 , 82-
ley de las áreas iguales:
8 3 , 168, 1 90, 1 93, 19 5 -1 97
K ep ler, su segunda ley com o, 143,
satélites de, 7 6 , 8 2 -8 3 , 1 68, 1 90, 193,
144, 1 6 4 -1 6 6 , 167
195-197
m ovim ien to inercial y, 164-166
sistem a co p ern ican o y, 82-83
m ovim ien to p lan etario y, 143-144,
1 6 7 ,2 4 1
K e p ler, Jo h a n n e s, 6 3 , 187
ley del cuad rado del tiem po, 101 n 2,
Armonía del mundo, 1 44, 150-151
1 03, 106, 111 n 4 , 2 2 2
Astronomía nova, 6 6
ley de gravedad de la inversa del cua­
astrónom os, su d esaten ción por, 137,
drado:
147
d escu b rim ien to , 2 2 5 -2 2 8 , 235 -2 3 6
B rahe, su asociación co n , 140
H o o ke, su sugerencia a N ew ton , 22 5
D ióptnca, 86
ó rb itas elíp ticas im plicadas por, 167,
estilo litera rio de, 13 6 -1 3 7
2 3 1 -2 3 3
física a risto télica utilizada por, 152
Ley del m ovim ien to a risto télico :
G alileo adm irado por, 86-87
ecuación , 3 2
e inercia, 2 1 7 -2 1 8
lim itacio n es, 32-33
ley de las áreas e in co rrecta ley de
m ovim ien to de la T ie rra y, 35-36, 60
velocidad, 2 2 7 -2 2 8
Lin d b erg, D a v id , 2 1 5 n 1
ley arm ón ica de, 1 4 3 -1 4 7 , 150
longitud , m étod o de hallar, 2 2 6
leyes, su sign ificació n física, 2 4 1 -2 4 2
L u n a:
luz cen icien ta d escrita por, 74
co ncep ció n m edieval de, 71-72
M arte, su estu d io de, 139, 140, 142,
G a lileo , sus estud ios de, 7 0 -7 5 , 79-
149
8 1 , 19 3 -1 9 4
masa, con cep to de, 2 3 9
m areas afectadas por, 149, 178
m ecánica celeste conceb id a por, 154
naturaleza te rrestre de, 7 0 , 7 4 , 75,
m etodología de, 13 7 -1 3 8 , 148
193
N ew ton, su o lvido de, 136
o pin ión p itag órica de, 7 4 , 194
Nueva astronomía, 6 6
en el sistem a co p ern ican o, 60-61
órbitas elíp ticas d escu biertas por,
sup erficie de, 7 0 -7 4 , 7 5 , 7 9 -8 1 , 193-
131, 1 3 4 , 1 42, 241
194
prim era lev de, 1 4 3 , 144
L u tero , M a rtín , 6 2
Prodrom us , 138
luz cen icien ta , 7 4 -7 5 , 120
segunda ley de, 143, 1 44, 1 6 4 -1 6 6 ,
luz, estudios de N ew ton sob re, 153,
167
156
sistem a circu lar rechazado por, 142
sistem a co p ern ican o defendid o por,
138, 140, 193 M ac Sach lan , Ja m e s, 2 0 2 , 2 0 3 n 1
sistem a co p ern icano sim plificad o por, m anchas solares:
6 6 , 144 física aristo télica y, 197-198
tercera ley de, 1 4 4 -1 4 7 , 1 6 3 , 170 G a lile o , su d escu b rim ien to de, 85,
tradición p latón ico-p itagórica de, 140 1 9 1 ,1 9 7
In d ice an alítico 261

in terp retacio n es de, 197 M erto n C ollege, O xfo rd , 111


m areas: m éto d o c ien tífico :
gravitación universal y, 1 6 9 , 181 G a lile o , su desviación del, 103
K e p ler, su exp licació n de, 149 G a lile o , su uso del, 2 0 1 -2 0 9
Lu n a, su efecto sobre, 1 4 9 , 178 M ich elso n -M o rley, exp erim en to, 185
N ew ton , su exp licació n de, 181 M ilto n , Jo h n , 4 5 , 8 7 , 132
Sol, su efecto so b re, 181
M o le tti, G iu sep p e, 35 n 2
M ariu s, Sim ó n , 6 9 , 190
m om ento, 113
M arte, estud ios de K ep ler de, 1 3 9 , 1 40,
m om ento angular:
1 42, 149
caída de cuerpos y, 183 -1 8 4
M arv ell, A n d rew , 87
N ew to n , exp licación d el, 182-183
masa:
m o vim ien to:
com o cantid ad , 2 3 9 -2 4 0
de com etas, 1 8 6 , 2 2 9
defin ición de, 173
co n cep to s erróneos m odernos de, 17
en física n ew to n ian a, 23 7 -2 4 1
en física re la tiv ista , 1 8 4 , 2 3 9 , 2 4 0 exp licació n aristo télica, 2 7 -2 9 , 32-33
gravedad universal y, 1 6 9 , 2 3 8 G a lile o , sus descu brim ien tos relati­
gravitacional, 2 3 8 -2 4 0 vos a, 2 2 1 -2 2 4
H uygens, su co n cep to de, 2 3 5 G a lile o , sus exp erim en tos sobre, 199-
inercia relacion ada co n , 1 6 1 , 2 3 7 -2 4 0 2 0 0 , 2 0 1 -2 0 5
inercial y gravitación, 2 3 7 -2 4 1 in fin itu d y, 129
in ercial, 2 3 7 -2 4 0 natural, 2 7 -2 8 , 36
K ep ler, su co n cep to de, 2 3 9 parab ó lico , 9 7 , 1 14, 115, 116-119,
peso relacionado con, 1 7 3 , 2 3 9 -2 4 0 124, 2 1 9 , 223
velocidad afectada por, 174 p erpetuo, 12 7 -1 2 8
M astlin , M ich a el, 74 resolución d el, 129
M atem áticas y el m undo de los fen ó ­
retrógrado, 4 2 , 4 5 , 5 0 , 56
m enos, 24 3
un ifo rm e, 9 1 -9 5 , 9 7 , 11 0 , 116-118,
m atem ático-exp erim en tal, m éto d o , 2 13-
1 2 5 -1 2 6 , 128
214
v io len to , 2 7 -2 8 , 3 6 , 127, 158
«M ath em atics and D isco v ery in G a li­
le o ’s P h ysícs» (D ra k e ), 2 0 3 n 1 véase tam bién ley de la velocidad
«M ath em atics and E x p erim en t in G a ­ m ed ia; N ew ton , su prim era ley
lile o ’s Scien ce o f M o tio n » (W isa n ), del m o vim ien to ; N ew ton , su se­
203 n i gunda ley del m ovim ien to; N ew ­
M au p ertu is, P ie rre L . M . de, 181 to n , su tercera ley del m ovim iento,
m ecánica celeste: m ovim ien to in ercial, ley de las áreas
C o p érn ico , su d esaten ción por, 154 iguales y, 1 6 5 -1 6 6
G a lile o , su d esaten ción p o r, 154 m ovim ien to acelerado:
K e p ler, sus teorías de, 154 de cuerpos en caída, 9 6 -1 0 4 , 105,
N ew to n , su d escu b rim ien to de, 153- 1 09, 1 1 2 -1 1 6 , 126, 15 7 , 125-126
154 d erivación de la ley para, 101 n 2,
M éd icis, C osm e, G ra n D u q u e, 85 222
m ensaje sideral, El (Sidereus nuncius) en física a risto télica, 109-110
(G a lile o ), 7 0 , 8 6 , 8 8 , 1 9 3 , 196 fuerza m otriz y, 15 9 -160
M ersen ne, M a rin , 6 7 , 107 y n 1, 2 0 2 G a lileo , sus cálculos del, 106-107
sob re el ex p erim en to del p lan o in­ G a lileo , su concepto d el, 1 2 6 , 206-
clin ado de G a lile o , 2 0 2 207
26 2 In d ice analítico

G a íiJe o , sus exp erim entos so b re, 102- sistem a p to lem a ico d el, 4 0 -4 8
104, 10 6 -1 0 8 S o l, su efe c to so b re, 1 4 6 , 149, 154,
G a lile o , sus teorías d el, 9 7 -1 0 1 , 2 2 2 - 1 5 5 , 2 4 1 -2 4 5
224 teoría d e las esferas co n cén tricas del,
H u ygen s, sus estudios del, 1 3 1 , 1 7 0 , 39
227 velocidad es ap aren tem en te variables
leyes del, 2 2 2 del, 4 0 -4 2 , 45
n o u n ifo rm e, 1 1 0 ,1 3 2 m ovim ien to p ro y ectiles:
sob re planos inclinados, 102, 105, co m p o n en tes d el, 1 18*119, 1 2 2 , 124,
10 9 , 2 2 2 , 2 2 4 219, 222
resisten cia del aire y, 1 1 6 -1 1 8 , 125- exp erim en to s so b re , 1 1 9 -1 2 0 , 203,
1 2 6 , 2 2 1 -2 2 2 2 1 9 -2 2 0
u n iform e, 11 0 -1 1 2 fuerza m o triz y, 1 5 9 -1 6 0
m ovim ien to circu lar: G a lile o , su an álisis d el, 9 7 , 1 1 4 , 115,
en física aristo télica, 1 30, 142 1 1 8 -1 1 9 , 1 2 4 , 2 0 3 , 2 1 9 -2 2 0
G a lile o , sus conceptos del, 1 26, 129- naturaleza p arab ó lica d el, 9 7 , 114,
131 11 5 , 1 1 8 -1 2 0 , 2 1 9 , 22 3
inercia y, 1 2 6 , 1 29, 1 3 1 , 164 m ovim ien to de la T ie rra :
inercia lin eal en , 131-132 caída de cu erp o s y, 17*19, 2 2 -2 3 , 36,
K e p ler, su rechazo del, 142 9 4 , 1 2 6 -1 2 7 , 131
N ew ton , su análisis d el, 2 3 0 im p o sib ilid ad aristo télica d el, 33*36,
en el sistem a copernicano, 5 6 , 1 30, 6 0 , 6 5 , 88
1 4 2 , 147 en el sistem a co p ern ican o, 37, 47,
en el sistem a ptolem aico, 47 -4 8 5 6 n, 6 0 - 6 1 ,2 1 7
m ovim ien to cu rv ilín eo , su análisis, 2 1 8 - teo rías antigu as d el, 6 5
219 teoría de las esferas co n cén tricas del,
m ovim ien to planetario: 39
caída de cuerpos en relación con, teorías griegas d el, 3 7 -4 0
17-19, 9 4 velocidad d el, 2 2 -2 3
causas d el, 1 3 1 , 140 n 2 , 154 mundo, E l (L e m on de) (D escartes),
com o circu lar, 131 158 n i , 217
com p onen tes d el, 1 59, 2 2 9 -2 3 0 M u rd o ch , Jo h n E ., 2 0 4 n 3 , 2 0 5 n 1
com o elíp tico , 131, 1 3 4 , 1 42, 2 3 1 -
2 3 3 , 24 1 -2 4 3 N ash , L e o n a rd K ., 198
exp licació n aristotélica d el, 27 -2 9 N ew to n , p rim era ley del m ovim ien to:
fuerza cen tríp eta en, 2 2 2 , 2 4 1 , 2 4 3 caída d e cu erp o s exp licad a p or, 157-
G a lile o , su explicación del, 130-132 159
gravitación universal y, 1 6 8 , 2 4 1 -2 4 5 esta b lecim ien to d e, 157
inercia e n , 1 6 4 , 22 9 -2 3 0 física aristo télica c o n traria a, 158
ley de las áreas iguales y, 14 3 -1 4 4 , G a lile o , su a n ticip ación de, 118, 159
1 6 7 , 241 inercia y, 158
N ew to n . su explicación d el, 163- Nature o f the Natural Sciences, The
164, 167, 1 8 6 ,2 4 1 -2 4 5 (N a sh ), 1 9 8 n 4
N ew ton , su tercera ley y, 2 4 2 -2 4 5 N aylor, R . H ., 2 0 3 n 2
retróg rad o , 3 9 , 4 2 , 4 5 , 4 7 -5 0 , 56 nebulosas, 7 0 , 7 6
sistem a copern icano d el, 47-55 Nueva astronom ía... presentada en for­
en el sistem a kepleriano, 1 3 1 , 134- ma d e com entarios sobre los movi­
1 4 2 , 241 m ientos d e M arte (K e p le r), 140
In d ice an alítico 263

New Science o f Motion, The ( W isan ), ó p tica estud iad a p o r, 153


203 n 2 p en sam ien to ab stracto en , 162
«N ew Scien ce o f M o tio n , T h e : A Study Principia, véase Principios matemá­
o f G a lile o ’s De motu locali» (W i* ticos
san ), 2 0 3 n 2 series in fin ita s desarrolladas p or
Newes from the New World (Jo n s o n ), 153
86 sim plicidad apreciada por, 133
N ew to n , Isa a c , 3 8 , 6 3 , 7 6 n 3 , 9 7 , 1 30, Sistema del mundo, 2 43 -2 4 4
140 n 2 , 143 n 3 , 147 telesco p io re fle c to r inven tad o por,
an ticip a el análisis de H u ygen s del 1 53
m ovim ien to circu la r, 2 3 6 teo rem a d el b in o m io desarrollado
caíd a d e la m anzana, 2 3 5 *2 3 6 p o r, 153
cálcu lo inv en tad o p o r, 1 5 3 , 1 5 6 « N e w to n ’s D isco v ery o f th e L a w o f
com o m atem ático , 1 5 3 , 1 6 2 -1 6 4 C en trifu g a l Forcé» (H e riv e l), 236
Definiciones relativas al movimien­ n 2
to de cuerpos, 2 3 9 , 2 4 1 , 2 4 2 , 2 4 4 N ew to n , segunda ley del m ovim ien to:
De motu, 2 4 1 -2 4 2 , 2 4 3 caída d e cu erp o s explicada por, 157-
D esca rte s, su in flu en cia so b re , 2 1 8 1 59
D io s, so b re su ex isten cia , 1 6 4 -1 6 5 e sta b lecim ien to de, 157
fam a d e, 136 G a lile o y, 15 9 -1 6 0
fu erza cen tríp eta denom inada por, N ew to n , tercera ley del m ovim ien to:
226, 236 m ovim ien to plan etario y, 2 4 2 -2 4 4
fu erza cen tríp eta estud iad a p o r, 2 2 6 Novitá celesti e crisi del sapere (G a-
g enio d e, 1 5 3 -1 5 4 , 1 8 7 , 2 4 6 luzzi, e d .), 1 8 9 n 1
gravitación u n iversal d escu b ierta por,
1 6 8 -1 7 8 , 2 3 7 -2 4 0 , 2 4 1 -2 4 6
o b servació n:
H alley , su visita a, 241
A ristó tele s, su én fasis sob re, 2 6
H o o k e , sus co n trib u cio n es a, 2 2 5 -2 2 8 ,
de G a lile o , 1 8 9 -1 9 0 , 193-200
236
telescóp ica vs. sim ple vista, 7 6
H ooke, su rivalid ad co n , 1 5 4 -1 5 6 ,
o ctaed ro s, 138
2 2 5 -2 2 8
O fiu c o , 67
in ercia circu la r y, 131
Ojo y cerebro (G reg o ry ), 198 n 4
in fin itu d co n ceb id a p o r, 1 2 8 , 164
o p o sició n , 5 0
K e p ler olvidad o por, 131
ó p tica , 153
ley de la inversa d el cu ad rad o deri­
O resm e, N ico lás, 6 5 , 1 1 1 , 112
vada p or, 2 2 5 -2 2 8 , 2 3 1 -2 3 3 , 2 35-
O r io n , 70-71
236
O sia n d er, A n dreas, 91
leyes de, véase N ew to n , leyes esp e­
O x fo rd , M erto n C o llege de la un i­
cíficas
versidad d e, 111
luz, su com p osición estu d iad a por,
1 5 3 , 156
m areas exp licadas p o r, 181 P adua, u n iversidad de, 6 7
so b re las m asas g rav itacio n al e in er­ p arabólica, trayectoria, véase proyec­
cial, tiles
m ecánica celeste d escu b ierta p o r, 153- Paraíso perdido (M ilto n ), 4 5 -4 6 , 87
154 p aralaje, 5 9
ó rb ita s elíp ticas y fuerzas co m o la Patrones de descubrimiento (H an so n ),
inversa del cuadrado, 198 n 4
26 4 In d ice an alítico

P eiresc, N icolás C laude F a b ri de, 108 exp erim en tos c o n , 1 0 2 -1 0 9 , 104-109,


p ensam iento a b stra cto : 2 0 1 -2 0 3
en la cien cia m edieval, 2 1 5 -2 1 6 G a lileo , sus exp erim en to s con, 102-
G a lile o , uso d el, 9 6 , 1 0 3 , 1 0 7 -1 0 8 , 1 04, 2 0 1 -2 0 3 , 2 2 4
1 1 4 , 162, 1 6 4 ,2 0 1 -2 0 2 m ovim iento acelerad o sobre, 102,
N ew ton , uso d el, 162*163 1 0 5 , 1 09, 2 1 5
observación ex p erim en ta l en relació n P la tó n , 2 5 , 101
co n el, 9 6 , 1 0 3 , 1 1 4 , 1 6 4 , 177 p latón ica, trad ición , 1 01, 138
P erfit D escription o f the Caelestiae P op e, A lexan d er, 181
O rbes, A (D igges), 48 precesión de los eq u in o ccios:
perigeo, 41 descu b rim ien to, 181
p erihelio, 14 3 , 148 L u na, su atracción y, 181
períodos sidéreos, 54 N ew ton , su exp licación de, 179-181
pertu rb ación , fuerza p lan etaria de, 2 4 5 So l, su atracción y, 179-181
peso: Principia (N e w to n ), véase Principios
fuerza gravitatoria com o, 173 m atemáticos d e la filosofía natural
(N ew ton)
com o fuerza m otriz, 31 -3 2 , 1 5 9 -1 6 0
inercia relacionada co n , 161 «Principia, U niversal G rav itatio n and
the ‘N ew ton ian S ty le ’, T h e » (C o ­
m asa relacionada con, 1 7 3 , 2 3 9 -2 4 0
h én ), 2 3 5 n 1
velocidad afectada p o r, 2 0 -2 2 , 3 4 -3 5 ,
9 6 , 1 0 9 , 1 15, 1 1 6 , 1 6 1 -1 6 2 , 199-
Principios d e filosofía (Principia phi-
2 0 0 , 2 2 1 -2 4 0 losophiae) (D e sc a rte s), 158 n i , 2 1 8
Physics, 211 Principios m atem áticos d e la filosofía
natural (P hilosophiae naturalis prin­
P isa, véase T o rre In clin ad a
cipia m athematica (N e w to n ), 76 n 1,
pitagórica, tradición , 138
143 n i , 2 4 6
P lan ck , co n stan te de, 169
causas del m ovim ien to p lan etario en,
planetas: 140 n 1
apariencia telescópica, 75 com etas estud iad os en , 186
atraídos p o r el So l, 1 6 8 , 2 4 1 -2 4 5 cronología de d escu brim ien tos en,
b rillo variable, 41 2 3 5 -2 3 6
distancias en tre, 5 0 -5 4 , 5 9 , 1 3 8 -1 4 0 D escartes, su in flu en cia sobre, 2 1 8
distancias al So l, 1 38, 143-145 gravitación universal discutida en,
luz reflejad a vs. luz in trín seca , 75 1 7 7 ,2 4 5
m ovim ien to de, véase m ovim iento im portan cia de, 153
p lanetario ley de las áreas iguales en , 143 n 3,
origen del térm ino, 3 9 , 195 16 4 -1 6 8 , 231
períodos sidéreos, 54 ley de la inversa del cuadrado en.
sím bolos, 4 6 2 3 1 - 2 3 3 ,2 3 6
S o l atraíd o por, 2 4 1 -2 4 5 m atem áticas vs. física en , 162-164
supuesta perfección de, 7 4 , 8 5 organización de, 157
tiem pos periódicos, 144 tercera ley de N ew ton en, 2 4 2 , 243-
la T ie rra com o, 70 -7 4 245
velocidad de, 14 3 -1 4 5 Prodromus (K e p le r), 138
véanse también planetas específicos p royectiles, exp erim en tos de G alileo
planos inclin ados: con, 203
caída de graves vs., 1 0 4 -1 0 5 , 109, p royectiles, trayecto ria parabólica de,
2 2 2 ,2 2 4 1 1 8 -1 1 9 ,2 1 9 -2 2 0 , 223
In d ice an alítico 26 5

P to lo m eo , C lau d io, 4 1 -4 7 , 136 Scientific American, 2 0 3 n 1


Alm agesto, 3 6 , 4 7 , 1 3 6 , 142 separación angular, 50-53
series in fin ita s, 153
R am ée, P ie rre de la (R am u s), 9 5 S e ttle , T hom as B ., 13, 35 n 2 , 105-106,
regla de la velocidad m edia, 1 1 0 -1 1 2 , 200 n i , 202
2 0 7 , 2 1 5 -2 1 6 silogism o, 2 6
R ein h o ld , E rasm u s, 142 sim plicidad:
resisten cia: A ristó tele s, su creencia en, 133
afectada por la velocidad , 1 1 6 -1 1 7 , G a lile o , su creencia en , 9 8 -9 9 , 103,
1 2 5 -1 2 6 , 221 133
del aire, 1 0 9 , 1 1 4 -1 1 5 , 1 1 6 , 1 2 5 , 221 en la n aturaleza, 9 8 -9 9 , 103, 133
en física a risto télica, 2 9 , 32 N ew to n , su aprecio por, 133
G a lile o , su reco n o cim ien to de, 1 09, sistem a cop ern icano:
11 4 -1 1 5 , 221 B rah e, su prueba en co n tra del, 140-
velocidad afectada por, 2 9 -3 3 , 109, 142
1 1 4 -1 1 5 , 1 1 6 , 221 caída de cuerpos explicada por, 59-
revolución newtoniana, La (C o h én ), 61
228, 233 n i , 235 n i com p lejid ad es, 55-56, 5 7 , 134
Revolutionibus (C o p érn ico ), 4 8 , 6 2 , 65- d istancias interplan etarias en, 50-54,
6 6 ,9 1 ,1 3 6 ,1 4 7 5 9 , 138
«R o le o f E x p erim en t in G a lile o ’s E a rly epiciclos en , 57
W o rk on th e Law o f F a ll, T h e » física aristo télica y, 3 8 , 60-61
(N ay lo r), 2 0 3 n 2 form a del universo,
R o sen , E d w a rd , 59 G a lile o , su apoyo al, 8 8 , 9 1 , 131,
R oyal Society de Lon dres, 2 2 5 , 2 2 6 195
R u th e n fo rd , Lord E rn e st, 11 4 -1 1 5 G a lile o in flu id o por, 193, 194-198
gravedad explicada por, 59, 60-61
insu ficien cias del, 59-61
Sarp i, P aolo , 99
Jú p ite r , sus datos en apoyo del, 82
satélites:
K e p ler, su defensa del, 138, 140,
gravitación universal y, 168
de Jú p ite r , 7 6 , 8 2 -8 3 , 1 68, 1 9 0 . 193, 193
195-197 K e p ler, sus sim plificaciones d el, 66,
K e p ler, su tercera ley se cum ple por 144
Luna inexplicad a por, 60-61
los, 168
origen del térm in o , 7 6 n 1 m ovim ien to circular en , 5 6 . 130, 143,
de S a t u r n o .1 6 8 .1 9 1 147
Satu rn o: m ovim ien to plan etario en, 47-56
an illos, 8 5 , 190, 191 m ovim ien to retrógrado exp licado por,
G a lile o , sus estudios de, 8 5 , 190 4 7 , 5 0 , 5 6 , 57
H uygens, sus estud ios de, 191 naturaleza h elio stática del, 4 7 , 56,
satélites de, 1 6 8 , 191 6 0 ,6 6
Sch einer, C h ristop h , 106 naturaleza revolucionaria d el, 37
Science, 2 0 2 observación telescópica y, 66, 69
Science in the M :ddle Ages <Xind- paralaje, su observación en , 59-60
b erg, ed .), 2 1 5 n 1 p recisión d el, 53 -5 4 , 142
«Scien ce o f M o tio n , T h e » (M u rd o ch retos in telectu ales al, 61-62
y S y lla), 21 5 n 1 sistem a kepleriano vs., 147-148
266 In d ice an alítico

sistem a p tolem aico en com p aración ecu an tes en , 4 4 -4 5 , 5 6 , 148


co n , 5 6 -5 9 ep iciclo s en , 4 1 -4 5 , 57
«so l m ed io » com o c e n tro d el, 134 física aristo télica com p atib le c o n , 4 7
tam año del un iverso , 8 9 , 142 G a lile o , su rechazo de, 8 9 , 131
T ie rra , su m ovim ien to d escrito por, co m o m o d elo , 4 1 -4 5
3 2 , 4 7 , 5 6 n, 6 0 6 1 , 2 1 7 m o vim ien to circu la r en , 47
valor p red ictivo , 5 3 -5 4 m o vim ien to plan etario en , 4 1 -4 7
sistem a k ep lerian o : m o vim ien to retró g rad o exp licad o por,
anima m otrix en , 1 4 9 , 15 4 -1 5 5 42, 45, 50, 56
aspectos m usicales d e, 150*151 o b serv ació n telescóp ica y, 6 6 , 69
distancias in terp lan etarias en , 137* sistem a co p ern ica n o com parado con,
140 5 6 -5 9
ecuan tes usados en , 1 4 8 T ie rra , su inm o v ilid ad en , 4 7 , 6 5
exactitu d de, 2 4 2 , 2 4 3 va lo r p re d ictiv o d el, 4 3 , 4 4 , 54
fuerzas lunares en , 150 V en u s co m o pru eb a en co n tra, 83
fuerzas m agnéticas en , 1 4 6 -1 4 7 , 154- sistem a ty ch ó n ico , 8 8 i 1, 146
155 Sobre los cielos (A ristó te le s), 35
G a lile o , su rechazo d el, 1 3 7 , 1 47, Sobre las revoluciones de las esferas
150 -1 5 2 celestes (De revolutionibus orbium
inercia en , 1 5 1 , 2 1 7 coelestium) (C o p érn ico ), 4 8 , 6 0 , 62,
m areas exp licadas p o r, 149 9 1 , 1 3 6 , 147
M arte estud iad o por, 1 3 9 , 1 4 0 , 142, im p o rtan cia de, 3 7 , 3 8 , 6 5 -6 6
149 So l:
m ovim ien to p lan etario en , 1 3 1 , 134- atra íd o p o r los p lan etas, 2 4 1 -2 4 5
1 4 7 , 241 com o c en tro del Sistem a S o lar, 22,
naturaleza revolucionaria d el, 142 143, 243
o b je cio n es al, 148*151 m areas afectad as p o r, 181
olvido del, 148 m o vim ien to p la n etario afectad o por,
ó rb itas elíp ticas en , 1 3 1 , 1 3 4 , 1 42, 1 4 6 , 1 4 9 , 1 5 4 , 1 5 5 ,2 4 1 - 2 4 5
2 4 1 -2 4 2 p lan etas atraíd o s p or, 1 6 8 , 2 4 1 -2 4 5
satélites de Jú p ite r co n trario s al, ro ta ció n d el, 8 5 , 2 4 3
196 « So m e M ed ieval R e p o rts o f V en u s and
sistem a co p ern ican o v s., 14 7 -1 4 8 M ercu ry T ra n s its » (G o ld ste in ), 198
com o sistem a de un cu erp o, 2 4 2 n4
So l, su localización en, 1 34, 142 sonámbulos, Los (K o e stle r), 137 n 1
S o l com o re cto r en , 1 4 6 , 1 4 9 , 154 Springs of Scientific Creativity (A ris,
sup osiciones erró n eas d el, 1 49. 241- D avis y S tu ew er, ed s.), 2 0 n 1
243 Sq u ire, J . C ., 184
velocidad de los planetas en , 143-147 Step h en s, Ja m e s, 87
Sistema del mundo (G a lile o ), 7 4 , 2 3 9 , S tev in , S im ó n , 2 1 -2 2 , 34
244 S tre e te , T ., 137
Sistema del mundo (N e w to n ), 2 4 3 -2 4 4 Stu ew er, R o g er H ., 2 0 0 n
sistem a ptolem aico: Sy lla, E d ith D ., 2 0 4 n 3, 2 1 5 n 1
B rah e, su refu tació n de, 13 8 -1 4 0
com p lejid ad del, 4 1 , 4 5 , 5 7 , 134
d eferen tes en, 41 -4 5 Tablas prusianas (R e in h o ld ), 142
deficiencias m atem áticas de, 45 -4 7 telesco p io :
distancias in terp lan etarias en , 53-54 diafragm as, 190
In d ice an alítico 26 7

G a lile o , su in tro d u cció n d el, 6 7 , 6 8 - velocidad :


7 0 , 131 -1 3 2 afectada p o r la form a, 19-20, 2 9 -3 0 ,
G a lile o , su p erfeccio n a m ien to d el, 109
190-191 afectada p o r la fuerza m otriz, 31*32,
im pacto d el, 6 6 , 6 9 -7 0 , 19 0 -1 9 1 1 5 9 -1 6 0
inv en ción del, 6 8 , 185 afectada por el peso, 2 0 -2 2 , 3 4 -3 5 ,
N ew to n , sus co n trib u cio n e s al, 153 96, 1 0 9 , 1 1 5 , 116, 1 6 1 -1 6 2 , 199-
re fle c to r, 153 2 0 0 ,2 2 1 ,2 4 0
tensión esencial, L a (R u h n ), 1 5 8 n 4 afectada por la resisten cia, 2 9 -3 3 ,
tercera ley del m o v im ien to , 2 4 2 -2 4 5 ; 1 0 9 , 1 1 4 -1 1 5 , 1 1 6 , 22 1
véase K e p le r, N ew to n de cuerpos en caíd a, 2 0*22, 3 4 -3 5 , 9 6 ,
tetraed ro s, 138 1 0 9 , 1 15, 1 1 6 , 1 6 1 -1 6 2 , 1 7 4 , 199-
tiem po: 200 , 221
ab so lu to vs. re la tiv o , 1 8 4 *1 85 de la T ie rra , 2 2 -2 4
velocidad y, 1 0 9 , 2 1 1 -2 1 2 de planetas, 14 3 -1 4 7
T ie rra : fuerza m otriz y, 3 1 -3 2 , 1 5 9 -1 6 0
com o cu erp o b rilla n te , 75 m asa y, 174
form a d e, 1 7 7 -1 7 9 , 181 resisten cia afectad a por, 1 1 6 *1 1 7 , 125-
m ovim ien to de, véase m o vim ien to 1 2 6 , 221
de la T ie rra resisten cia del aire afectada por, 116-
com o un p lan eta, 7 4 -7 5 117, 1 2 5 -1 2 6 , 221
no singularid ad de, 7 4 -7 5 , 8 3 , 8 9 tiem po y, 1 0 9 , 2 1 1 -2 1 2
velocidad d e, 22 -2 3 velocidad de la luz, 1 69, 184
T itá n , 191 velocidad m edia, olvido de G a lile o de,
torre, exp erim en to s de G a lile o desde, 112, 206
1 9 9 -2 0 0 ; véase T o rre In clin a d a velocidad term in al, 1 16, 221
T o rre In clin a d a de P isa , 9 5 *9 6 , 1 99, V en u s, 83-85
200 V esa lio , A ndreas, 37
trayectoria, véase p ro y ectil V ía L á ctea , estud ios de G a lile o de, 76,
190
V iv ia n i, V incen zo , 95
unidad astron ó m ica (U A ), 5 3 *5 4
un iverso:
form a d el, 1 3 0 , 147 W a lla ce , W illia m , 2 0 4 n 3
ge o cé n trico , 4 7 « W a ste B o o k » , de N ew ton , 2 3 6
g eo stático, 4 7 , 8 W e in sto c k , R o b e rt, 2 3 3 n 1
h e lio cé n trico , 5 4
W h iteh ea d , A lfred N o rth , 2 0 5
h elio stá tico , 4 7 , 5 6 , 6 5 , 89
W h itm a n , A n ne, 2 4 4
in fin itu d d el, 1 2 8 -1 2 9 , 164
W in g , V ., 137
in m u tab ilid ad a risto télica d el, 6 7
W isa n , W in ifred L ., 130 n 6 , 2 0 3 n 2
tam año d el, 8 9 , 1 2 8 , 164
W o tto n , H en ry , 8 6
U rb an o V I I I , 8 6
W re n , S ir C h risto p h er, 155 -1 5 6

V an H eld en , A lb e rt, 1 8 9 n i , 190-191


V a rch i, B e n e d e tto , 3 5 n 2 Y e rk e s, o b serv ato rio de, 120

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