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La familia ahora sólo estaba conformada por los señores Castairs; el pequeño
James, quien recién había cumplido 10 años; la dulce Sophie y su travieso
hermano gemelo Brian, los cuales contaban con tan solo 3 años de edad. Claro,
también estaba la abuela Marge, la madre de Margareth, pero ya hacía un tiempo
que esta vivía en un asilo por su propia elección.
Ya eran pasadas las seis de la tarde y aún no encontraban nada acorde para
regalarle a la abuela, quien recientemente había llegado a cumplir 73 años; por
tanto, su hija y su yerno decidieron comprarle algún presente, sin escatimar en
dinero, a pesar de la difícil situación económica que estaban enfrentando en aquel
momento, ya que debido a su avanzada edad, aquella podría ser su última
navidad en este mundo.
Habían recorrido prácticamente todas las tiendas del extenso mercado y las
opciones se les acababan. La multitud que había en el lugar era inmensa, por eso
los niños tenían prohibido soltarse de las manos de sus padres. De pronto, una
mujer que llevaba a su bebé en brazos tropezó con una roca en el suelo,
ocasionando que mucha más gente tropezara, incluyendo al señor Castairs.
Siendo tanta la gente que por ahí pasaba, fue solo cuestión de segundos para que
James y su padre se separaran y ninguno de los dos supiera donde se encontraba
el otro. La oleada de gente ocasionó que el niño se alejara cada vez más de su
familia; el señor Castairs intentaba encontrarlo desesperadamente, gritaba el
nombre de su hijo lo más alto que su voz le permitía pero el bullicio de los demás
no permitía que su llamado fuera escuchado.
James, invadido por el miedo, empezó a correr con todas sus fuerzas para
alejarse lo más posible de aquel misterioso hombre. Siempre les había tenido
pavor a los vagabundos, su apariencia de suciedad hacía que desconfiara de
ellos, sumándole que sus padres constantemente le decían que se mantuviera
alejado de ese tipo de personas. No sabía cómo aquel sujeto conocía su nombre,
pero no le dio mucha importancia y continuó corriendo.
El hombre trató de seguirlo, pero el niño fue más ágil y logró esconderse a tiempo.
El miedo le impedía moverse de ahí, esperó aproximadamente una hora en su
escondite hasta que reunió el valor para salir. Caminó con precaución hacia la
calle esperando ver pasar algún carruaje, pero debido a la hora el lugar estaba
totalmente solo. De pronto, un hombre y una mujer de aspecto pulcro y elegante
aparecieron frente a él y con amplias sonrisas en sus rostros le ofrecieron ayuda.
James, confiado por la apariencia impecable de los sujetos, decidió aceptar la
oferta. Caminaron unos cuantos minutos para luego entrar en una agradable y
acogedora casa, allí le ofrecieron comida y bebida, a lo que él aceptó con gusto.
Por fin empezaba a asentirse a salvo, estaba seguro de que estas personas lo
llevarían de nuevo con sus padres.
Mientras comía la deliciosa sopa que le habían servido, escuchó unas voces que
provenían de la cocina y vencido por la curiosidad decidió acercarse más y
averiguar qué decían:
-Lo sé. Mañana lo llevaremos con los demás y al fin tendremos completo el
cargamento de esclavos que nos pidió el señor Fairchild.
Escuchar esto aterró a James, si no se daba prisa en escapar de ese lugar luego
no tendría otra oportunidad. Decidió actuar rápido; tomó un cuchillo de la mesa por
precaución y se encaminó hacia una de las ventanas. Logró abrirla sin hacer ruido
y se dispuso a salir por esta, pero cuando estaba a punto de tocar el suelo con los
pies unas manos rodearon su cintura y lo subieron al hombro de su incognito
atacante. James intentó liberarse del agarre del desconocido pero su captor era
claramente más fuerte. Se las arregló para sacar el cuchillo que llevaba escondido
y lo enterró en una de las costillas del sujeto. Este soltó un pequeño grito de dolor
pero con su mayor esfuerzo retiró el arma de su cuerpo y empezó a correr con el
niño sobre él.
Estando ya bastante lejos de la casa de los secuestradores, el hombre lo puso en
el suelo y James pudo notar que era el mismo vagabundo que había visto salir de
la basura. Iba a empezar a gritar para pedir ayuda pero el sujeto tapó su boca y le
dijo:
Al principio le costó asimilar estas palabras, pero luego se dio cuenta de que era
verdad, su hermano William era quien estaba ante él. El pequeño quedó
paralizado por el asombro. Su hermano continuó diciendo:
-Se que te preguntaras cómo es posible que yo esté aquí. Y es porque logré
escapar del ejército; vi cosas tan crueles que nunca podré borrar de mi memoria,
no podía soportar formar parte de eso más tiempo. Pero no podía volver a casa, si
alguien se daba cuenta de mi regreso, metería en problemas a la familia.
“Quiero que les digas a papá y a mamá que lo siento.- dijo entre lagrimas.- Te
quiero hermano, nada de esto es tu culpa. Feliz navidad pequeño Jam…
Su hermano, con sus últimas fuerzas, logró salvarlo y regresarlo a su hogar, y él…
Él lo había matado.