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LAS DOS
CARAS DEL LENGUAJE.
Lenguaje dividido en:
Lengua: un sistema de signos, una estructura formal con unas unidades y
unas reglas y un instrumento cultural
Habla: el uso que del lenguaje para comunicarse, actividad individual
Se establece que son distintos pero ligadas por el uso y la interacción
Al hablar de adquisición del lenguaje implica un apropiamiento del leguaje como
instrumento; desarrollo del lenguaje deriva de un uso y mejora del instrumento.
El lenguaje es heredado por la práctica cultural y su interacción y por desarrollo
fisiológico
ENFOQUE PRAGMÁTICO.
Charles Morris establece que el lenguaje es un sistema de signos que llama
“semiótica”, donde define la relación entre la sintaxis y la semántica y su aplicación
o interacción con los individuos y su significado (pragmática).
Este estudio toma en cuenta:
Variables Cognitivas: Lo que se quiere decir o hacer y lo que se puede
decir o hacer. Divididas a su vez en:
o Necesidades: impulsos
o Posibilidades: depende de los conocimientos de la persona.
LA DESCRIPCIÓN
Según la RAE, describir es representar a personas o cosas por medio del
lenguaje, refiriendo o explicando sus distintas partes, cualidades o
circunstancias. Por ello, la descripción es la modalidad textual mediante la
cual se representan los rasgos y cualidades de los objetos, personas o
lugares de forma ordenada, detallada y precisa.
La modalidad descriptiva es frecuente en todos los ámbitos de uso de la
lengua. Por ejemplo, en el ámbito académico la encontramos en entradas de
enciclopedias o manuales; en el ámbito de la vida cotidiana está presente en
conversaciones, actas, etc.
Se establecen dos clases de descripciones en función del punto de vista del
emisor sobre lo descrito:
-. Descripción objetiva. Se presentan las cualidades del elemento descrito de
forma veraz y precisa. Son frecuentes estas descripciones en tratados
científicos o guías de viaje, cuya finalidad es referenciar la realidad.
-. Descripción subjetiva. Su finalidad es estética y en ella predomina la función
poética. La reproducción de lo descrito pasa por el filtro del escritor; no intenta
reproducir con fidelidad la realidad, sino ofrecer su visión personal.
LA EXPOSICIÓN
La exposición es la modalidad textual que consiste en la transmisión de la
información sobre un tema determinado de manera objetiva y organizada.
Esta modalidad está presente en numerosos géneros discursivos vinculados
a distintos ámbitos de uso de la lengua.
La exposición se clasifica atendiendo al tipo de público al que va dirigida: 3
-. Exposición divulgativa. Aborda de forma sencilla un tema general para que
sea accesible a todo tipo de receptor, tenga o no conocimientos previos. Se
evita el empleo de léxico especializado. Aparece en revistas, folletos, guías,
etc.
-. Exposición especializada. Ahonda en una materia sobre la que se precisan
unos conocimientos previos por parte del receptor. Emplea un lenguaje
especializado en el que abundan los tecnicismos.
LA ARGUMENTACIÓN
La argumentación es un tipo de escrito que tiene como objetivo a portar
razones para convencer al receptor. Se caracteriza por tratar temas
controvertidos ante los que el emisor toma una posición. Este tipo de texto se
manifiesta en editoriales y artículos periodísticos, en cartas al director, en
escritos de carácter filosófico, político, social, económico, etc.
La idea fundamental que se defiende en una argumentación, bien sea una
opinión, bien sea un hecho cuya validez se quiere demostrar, se denomina
tesis.
La actitud que adopta el emisor puede variar en función de si quiere
demostrar unos hechos o persuadir al receptor, actitud subjetiva; o sin
embargo, pretende demostrar una hipótesis, la actitud será objetiva.
2. La proposición o juicio.
El juicio es la operación intelectual por medio de la cual comparando entre si dos o
más conceptos, afirmamos o negamos algo. Es la operación del entendimiento según
la cual compone y divide, afirmando o negando.
Es el medio por la cual se expresa un juicio, es una expresión oral de este mismo, se
puede llamar como la traducción o expresión lingüística de un juicio mental.
La proposición puede ser enunciativa, interrogativa, optativa, imperativa, etc.
Existen distintos tipos de proposiciones lógicas:
No judicativas. Son aquellas que no expresan un juicio, no niegan ni afirman nada,
tampoco son falsas o verdaderas.
Judicativas. Expresan un juicio, afirman algo, pueden ser falsas o verdaderas. Se
dividen en:
Descriptiva. Llamadas también “juicio del ser”, describen la realidad, por lo que son
posibles de ser experimentadas con el fin de verificar su certeza.
Directiva. Contiene un juicio prescriptito o directivo. Llamado también “juicio del
deber ser”.
3. Razonamiento.
El RAZONAMIENTO “es una relación entre juicios, no es ni verdadero ni falso, ES
CORRECTO O INCORRECTO”.
Es una cadena de dos o más proposiciones relacionadas de tal manera que una de
ellas, de ordinario la última, se deriva de las demás.
Es decir, es una relación entre juicios, como el juicio lo es entre conceptos. Es una
tercera operación de la mente, pues el acto del entendimiento por el cual, de uno o
más juicios se llega a otro; en donde estos solo pueden ser correctos o incorrectos.
El razonamiento es un acto por el cual el espíritu, por medio de lo que ya conoce,
adquiere un conocimiento nuevo.
Clasificación de razonamiento
Deducción. Es el razonamiento por el cual se parte de un principio general para
llegar a uno particular.
Inducción. Se procede de lo singular a lo universal.
Inducción completa. La conclusión se predica de un todo, después de haberse
predicado todas las premisas.
Inducción incompleta. La conclusión se predica después de haberse predicado
una parte de las premisas.
Analogía. Es un modo de razonar que nos permite inferir conclusiones singulares
de premisas singulares o particulares. Se basa en la semejanza entre una cosa
enteramente conocida y otra conocida solo en parte. Va de lo particular a lo particular
semejante.
Ahora bien, el empeño por entender el pensamiento salvaje pretende ser un empeño
científico y por ello mismo no le es dado dividir lo real en racional e irracional. Este
es el primer paso inevitable. Si hago ciencia, sea medicina, física, geología,
prehistoria o lingüística, es que he aceptado que existe un orden previo que me es
posible desvelar y que en ese desvelamiento consistirá la verdad del conocimiento a
que aspiro. No otra es la opción que consiste en seguir la coherencia, la vía del
discurso, es decir, la racionalidad de lo real. Esta primera elección es decisiva para
todo lo que pueda venir después, pero ella misma no puede proceder de nada
anterior. No es posible aducir argumentos a favor de lo racional y en contra del caos,
porque tales argumentos supondrían haber ya elegido lo primero y se incurriría con
ellos en una petición de principio.
El hombre de ciencia no puede transigir con el desorden. Exige que el mero existir
de su disciplina sea indicio suficiente de lo racional en el objeto a que ella se dedica.
O esto o no hay más ciencia. Si acepta algo como ininteligible es porque no tiene más
remedio que hacerlo, pero él sabe que ésa es una situación transitoria ajena a la
naturaleza de las cosas. La insuficiencia temporal del conocimiento no debe
confundirse con lo definitivamente opaco a la luz del intelecto, que no es real, o no
lo es en algún sentido. Se ha dicho que un conocimiento riguroso atiende sólo a lo
necesario y prescinde de lo contingente, lo que significa que no todas las cosas
ostentan el mismo derecho a ser objeto de un pensamiento que haya de merecer el
nombre de científico. El objeto muestra una mezcla de ambos aspectos y es tarea
primordial del investigador el separarlos. Una vez que se ha descubierto la ley de la
palanca, se accede a un nivel de conocimiento en el que para nada interesa retener
las características propias de las palancas concretas. Y cuando Arquímedes halló el
principio que lleva su nombre, nadie se puso a pensar que formaba parte de él el
hecho de que su descubridor estuviera cumpliendo un encargo del rey o se hallara en
la bañera… Todo eso es de inmediato visto como anecdótico, irrepetible…, y queda
excluido de la ciencia verdadera.
Ahora bien, no vemos que suceda lo mismo en las ciencias humanas y sociales.
Trátese, por ejemplo, del estudio de las revoluciones. Nada impide en principio que
exista también aquí alguna ley que, como el principio de Arquímedes, sea capaz de
explicar adecuadamente lo que en las revoluciones históricas es universal. Pero, si
así fuera, serviría para comprobar lo poco que se aprende cuando se llega a una
enunciación semejante, porque en esos casos interesa el objeto particular, que es la
Revolución Francesa, la de Octubre…, es decir, una totalidad concreta que nunca es
posible abarcar del todo.
D. Dos culturas
A.- Primero fue la piedra, que tuvo una larga existencia: la monótona repetición de
lo mismo durante el Paleolítico. No digo esto sin prevención. Sé que hay variación,
pero ésta apenas destaca sobre un horizonte que se extiende a lo largo de muchos
centenares de miles de años. Ha sido un transcurso lento, imperceptible, vivido por
la humanidad durante casi toda su existencia.
Si damos por buena la equivalencia de las actuales sociedades primitivas –
actuales de acuerdo con los parámetros de un tiempo ahistórico, que es el de la
ciencia, pues sabemos que todas ellas están inmersas fatalmente en un proceso de
deterioro y destrucción, y primitivas, o arcaicas, o salvajes… por una convención
terminológica que no viene a cuento discutir aquí- con las del pasado prehistórico,
puede decirse que durante todo ese tiempo los hombres han estado agrupándose en
un tipo de sociedad a la que debería convenirse en llamar sociedad natural, porque
se ajusta al tiempo circular, que es el propio de la naturaleza. En ella existe sólo la
repetición, la tendencia al centro de sí. Al árbol le sucede el árbol y al tigre el tigre.
Por eso existen el bosque y el felino: la especie es eterna cuando los individuos se
relevan con rapidez. Aquí es la impotencia de la vida: el comienzo del individuo
viviente es la simiente, que también es su fin. Nada nuevo hay bajo el sol natural[3].
La naturaleza gira sobre sí y no tiende a nada que no sea ella tal como es. Podría
decirse que se esfuerza por mantenerse en lo que es frente a todas las contingencias
del devenir.
Así parece que debería haber sido también para el hombre, pues no otra cosa sugiere
su existencia sobre este planeta. Tres cualidades diferenciales, que son responsables
de esta tan considerable ausencia de cambios, se pueden atribuir a aquella clase de
sociedad que fue su primera forma de agrupación:
a) el mito ordena lo real y revela una organización permanente del universo desde
los orígenes,
b) todo acontecimiento que pueda producirse está de antemano inscrito en sus
coordenadas, lo que le impide presentarse como nuevo. Es más, se entiende que los
acontecimientos nuevos derivan del estado primigenio de los seres expresado en la
narración mítica. Así se elimina radicalmente todo evento que pudiera dar al traste
con la organización de las cosas que el pensamiento salvaje presenta al hombre
antiguo, y
c) por último, el mito es impermeable, o casi, a los mentís de la experiencia, como la
misma ciencia. El pensamiento salvaje posee un mecanismo tal que logra validarse
siempre, tanto cuando fracasa como cuando triunfa.
B.- En segundo lugar fue el metal, que vino acompañado de toda su corte de
organización ciudadana de la vida, domesticación de animales y plantas,
sedentarismo…¿Y después? No parece que pueda añadirse algún nuevo progreso
comparable a estos dos. Los del día de hoy podrían considerarse como la epifanía del
herrero y sus sucesores. Podrían ser, sí, el inicio de una revolución tan profunda
como la del Neolítico, pero es pronto para saberlo.
Lo que sí sabemos es que hoy vivimos en medio de transformaciones vertiginosas
que, como más arriba decía, están llevando a todas las culturas a una confrontación
sin precedentes en la existencia de la humanidad. Ésta es una sociedad que vive y se
piensa en la historia. Existe sobre la diferenciación y estratificación en clases, castas,
gobiernos…, lo que la empuja al cambio. Su potencia de transformación ha destruido
la antigua estabilidad natural, ha convertido en fin supremo el transcurso del tiempo
y la introducción permanente de novedades que trastornan a cada paso su
estructura. Es como una computadora en que la introducción ininterrumpida de
nuevos programas obliga una y otra vez a cambiar de máquina. Por contraste, las
antiguas poseen un programa en que pueden ir integrando sucesivamente todos los
datos procedentes del teclado, es decir, de la experiencia o la historia. No es que
nuestro mundo, en comparación con el antiguo, se abandone al desorden de lo
irracional, sino que, con sus creencias políticas, económicas, filosóficas, religiosas…,
coloca en el futuro nunca alcanzado la verdad del hombre. No en vano nuestro
tiempo existe bajo el signo de la revolución, un signo que empieza siendo ideología y
después es rechazado en ese nivel, pero sigue su labor soterrada, -viejo topo la llamó
Marx-, tratando siempre de destruir lo existente con el fin de lograr un orden que
nunca es el definitivo. No me refiero sólo ni principalmente a luchas acompañadas
de toma del poder político. Digo que la revolución es idea y es realidad, aunque no lo
sean de idéntica forma.
Aquí se atiende sólo a lo mental. Esta digresión a través de las formas culturales tenía
el fin de concluir en la existencia de las dos clases de simbolización a cuyo contraste
se ha entregado reiteradamente la antropología social. Por una parte hay un
pensamiento que, pese a encontrarse profusamente extendido en las civilizadas, ha
solido concebirse como propio de las sociedades salvajes, sociedades que he
clasificado como naturales por tender siempre a restaurar el orden original que sus
mitos les presentan. Por la otra está el pensamiento científico, que se ha querido
convertir en modelo inherente a los grupos y a las ideologías de nuestro tiempo, pues,
como los mitos para el primitivo, pero en sentido inverso, representa de modo
ejemplar la idea del orden tal como es concebido por el civilizado.
Primera.- Una vez que se ha hecho la distinción entre el ser social del hombre y la
gama de ideas que lo expresan, no es lícito reducir uno de los términos al otro, pues
equivaldría a eliminarla de nuevo. Que la acción económica fundamente los
complejos sistemas ideales de una sociedad no pasa de ser una orientación dada al
historiador, que éste se encargará de poner a prueba en cada caso concreto, pero no
es una tesis demostrada ni evidente por sí misma. Y, en lo que atañe al contraste de
que aquí hablamos, el que enfrenta al pensamiento salvaje con el científico, no puede
ser tenida en cuenta antes de someter a examen aquello de que constan los términos
que se contrastan. La constatación de su origen o causa sólo puede ser posterior.
Segunda.- Por otra parte, en las tesis de Marx se halla también explícita la
confrontación entre saber ideológico y ciencia verdadera, distinción que en su caso
se halla ligada a la tesis revolucionaria, es decir, a una tesis que no pertenece a la
ciencia: será el proletariado el que, dueño de la significación del total de la sociedad
por su propia evolución como clase especial, acceda definitivamente al verdadero ser
de lo social. Aquí no es el sabio el que, después de un largo proceso de disciplina y
método, como el cautivo de la caverna de Platón, hace ciencia, sino que es la situación
propia de una clase social más de las varias en que se ha dividido el todo social la que
habrá de servir de ascenso al verdadero saber. Lo cual es una confusión
del desideratum del revolucionario y la explicación del científico.
Tercera.- Por último, la división de la realidad social humana en base real y
superestructura mental es una división hecha en el seno de lo mental. En la realidad
no es evidente. Antes al contrario, los objetos que se denominan infraestructura
económica y superestructura mental se dan entrelazados indisolublemente y nada
permite suponer que uno es más real que el otro. Ha sido tarea de la ciencia, por
criterios que son de su incumbencia, el disociarlos en un cierto estadio de su
desarrollo.
Por todo lo cual no puede tenerse en cuenta el criterio de la adecuación a la realidad
del pensamiento verdadero frente a la inadecuación del ideológico. Ambos conjuntos
son sistemas simbólicos con el mismo derecho y se deben a la misma capacidad
intelectual, por lo que es sobre ese registro sobre el que deben ser confrontados, no
sobre la fidelidad mayor o menor con que representen lo real.
Durkheim no escapa del todo de la fuerza de atracción del dualismo. No así Lévi-
Strauss, o al menos no en el mismo sentido, pues invierte bruscamente la dirección
seguida hasta el momento por la filosofía moderna. La historia de ésta es la historia
de un largo diálogo entre el sujeto y el objeto. Desde Descartes se ha tendido a
magnificar al primero hasta hacerle acaparar toda la conversación. El diálogo se hace
monólogo, el mundo enmudece y todo adquiere características subjetivas. Con
distinto sesgo, esto es aplicable a Hegel, Marx, Wittgenstein, Kant… Lévi-Strauss,
por el contrario, dice que el hombre es una palabra de una conversación que la
naturaleza mantiene consigo misma, a través de él y sin él saberlo. La filosofía ha
querido tomar parte en ella sin haber sido invitada, pero ha tenido que enviar por
delante a la semántica, que a su vez ha delegado en la antropología estructuralista.
Esta antropología quiere presentarse como una ciencia natural del pensamiento, del
espíritu, que es uno y el mismo en todas partes, pero se manifiesta en una
multiplicidad de sistemas culturales, multiplicidad que es inevitable, pero no
irreductible, pues más allá de ella, más allá de la cultura, reino de la diferencia, está
la actividad propia del espíritu, que es, en consecuencia, la unidad natural misma, el
modo especial de funcionar de la corteza cerebral, que es un producto suyo como
cualquier otro. La mente es, pues, una cosa entre las cosas, no un sujeto frente a ellas.
Si todo lo humano es manifestación de la acción del córtex cerebral, las diferencias
que puedan observarse entre unas obras y otras tendrán que deberse a los avatares
del tiempo y, en consecuencia, no podrán ser rigurosamente reales.
La actividad del espíritu es siempre razón analítica aplicada, de lo cual es una prueba
más el caso del totemismo. Éste se había solido ver como una creencia religiosa,
como una institución… Freud lo vio como la transgresión que funda la cultura:
asesinato del padre, posesión de las hembras, sentimiento consecuente de culpa,
prohibición del incesto… Siempre se había interpretado como una cosa, pero no lo
es. Ni siquiera Durkheim, aun habiéndolo enfocado correctamente supo ver en qué
consiste. No es una institución, sino un procedimiento clasificatorio, una
nomenclatura hecha de términos animales y vegetales de la que hace uso el salvaje
para introducir en su sociedad discriminaciones paralelas a las previamente
utilizadas en la naturaleza circundante. Un nativo puede pensar que es un lobo y su
vecino que es un oso. Mas no lo piensan porque se identifique cada uno de ellos con
el animal epónimo después de haber percibido algunas semejanzas, reales o
imaginarias, entre seres naturales y seres humanos, sino porque aplican a hombres
las distinciones aplicadas previamente a animales. La operación es así: como se
distingue un lobo de un oso me distingo yo de mi vecino. Una vez establecidas estas
discriminaciones paralelas en el reino natural y el social, puede venir la adjudicación
de semejanzas sensibles y se dirá tal vez que el clan del oso es más fuerte que el del
lobo, éste más astuto… Pero no se parecen las semejanzas, sino las diferencias, dice
Lévi-Strauss. Por todo esto, la posición más correcta para el estudio del totemismo
es la nominalista. Lo que queda después de aplicarla es un procedimiento de
discriminación -A se distingue de B como B se distingue de C…- apto para aplicarlo
a cualquier terreno.
Pero, tras haber mostrado con notable rigor que el pensamiento salvaje es razón
analítica aplicada a lo concreto, después de haber conseguido algo que parecía
contrario a toda razón -a toda razón cartesiana, se entiende-, que las
representaciones sensibles tienen también una lógica que no difiere esencialmente
de la del científico, después de haber cerrado la brecha entre el pensamiento salvaje
y el científico, no puede aceptarse la separación que Lévi-Strauss introduce de nuevo
entre ellos. El criterio de demarcación es ahora el del determinismo, una desmedida
instauración de relaciones necesarias, pero relaciones de hecho, en el caso de la
magia y la brujería, al contrario que la ciencia, que restringe la aplicación de dichas
relaciones, realmente necesarias según afirma, a campos restringidos y definidos
previamente con precisión. Como prueba de lo cual aduce el argumento de las líneas
causales independientes que se cruzan al azar, azar que el pensamiento primitivo no
accede a dejar sin cubrir. Otras peculiaridades distintivas que el autor señala son
también importantes, pero se las puede considerar reductibles a ésta, por lo que me
detendré en ella por un instante.
H. Final
Puedo pensar sin contradicción que a un suceso le sigue otro y también puedo pensar
que le sigue su contrario.
2.- La segunda argumentación abunda en esto mismo. Dice que si se defiende que
una explicación científica solamente es tal cuando se expresa en los términos de una
ley o teoría lógicamente necesarias, entonces no es posible admitir que la ciencia
tenga capacidad para conocer el mundo o cualquier fenómeno dentro de él. Aparte
de que en ese caso dejaría de ser útil la experiencia, pues debería poderse deducir
todo conocimiento por procedimientos lógicos, sabemos que no hay un solo estado
de la explicación científica en que sea posible deducir todas sus leyes y teorías de
otras anteriores, pues éstas habrían de ser deducidas de otras a su vez anteriores,
etc…, lo cual conduce a un regreso al infinito. Por tanto, las leyes y teorías que sirven
de primeras premisas a todo el conjunto deben tenerse por lógicamente
contingentes. Pero si los fundamentos son contingentes, el edificio entero también
lo es. Esto no quiere decir que los principios de la ciencia hayan sido puestos de modo
arbitrario, ni, como a veces afirma el relativismo, que obedezcan a la mera opinión
del científico. Quiere decir solamente que, en su contexto explicativo, no es posible
extraerlos por procedimientos lógicos de otros anteriores y son, por tanto,
lógicamente contingentes, que lo es también el edificio entero y que,
consecuentemente, no procede contrastar al pensamiento científico y al salvaje
según el criterio del determinismo y de las relaciones lógicamente necesarias, pues
éstas no constituyen fundamentalmente a ninguno de los dos.
3.- La tercera y última razón viene del propio desenvolvimiento de la ciencia física y
de la noción de determinismo dentro de ella. Versa sobre el modelo a que se refirió
Laplace en un texto célebre:
«Un intelecto que en un instante dado conociese todas las fuerzas que actúan en la
naturaleza y la posición de todas las cosas de que se compone el mundo -suponiendo
que dicho intelecto fuese lo bastante vasto para someter estos datos al análisis-
abarcaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del
universo y los de los átomos más pequeños; para él no sería nada incierto, y el futuro,
lo mismo que el pasado, sería presente a sus ojos»[5].
Es el ideal del conocimiento clásico: un intelecto que reduce todo a una fórmula y
para el que lo pasado, lo presente y lo futuro dejan de ser momentos de un transcurso
y se tornan instantes, o, con más precisión, un sólo instante –in sto-. Un ser así
carecería de historia y de tiempo.
Pero la propuesta de Laplace debe tenerse en lo que vale y no más. En su descripción
de los estados físicos solamente se tienen en cuenta dos variables elegidas entre otras
que podrían haberse tenido asimismo en cuenta, pero se han desdeñado. Son la
posición de los cuerpos y su cantidad de movimiento. Pero el hecho de que el
pensamiento científico haya introducido una selección entre otras posibles, pese a
que por su medio haya alcanzado logros indiscutibles en el conocimiento de la
materia, indica que el propósito de los científicos del XVII no estaba inscrito
necesariamente en la naturaleza de las cosas. Indica también, en contra de la
ambición de Laplace, que las conclusiones extraídas de su utilización no pueden
ampliarse justificadamente a todo el universo material, sino sólo a las variables
mencionadas. Por último, son muchos los científicos que en nuestros días, debido a
la irrupción de la mecánica cuántica, niegan, acaso con verdad, toda posibilidad de
determinismo para el pensamiento científico. Esto ciertamente no es suficiente para
admitir que la física actual sea indeterminista, pero sí para defender que podría
suceder que lo fuera, lo que basta para no seguir a Laplace en su decisión ontológica.
Y tampoco a Lévi-Strauss en la suya, pues él afirma que la naturaleza solamente se
deja atacar científicamente, que en su caso quiere decir mediante el establecimiento
de relaciones necesarias, por el flanco del concepto, y que en eso se distingue del
pensamiento salvaje.