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Ángelus

Lo que me mantiene despierto es el hambre que me carcome. Cómo me gustaría estar con mi padre,

allá en la parcela; tan bonita, con esas tardes rojas y frías, dormitando en el zaguán mientras

escuchaba sus relatos. Ella, mi madre, siempre a su lado con su gran falda roja, toda roja, como ese

cielo.

Al anochecer estaba a mi lado, cuidando mi sueño y contando ahora sus propias historias,

mientras mi padre permanece en el zaguán, bajo ese cielo frio y muy rojo. Me despertó tanto

alboroto y lo único que vi fue a esos cuatro levantándola por el aire. Esos malditos. Cuatro soldados

que cubrían sus caras con pasamontañas, desesperados, desgarrándola, encima de ella. Era fuerte mi

vieja, muy fuerte. Luchó hasta arrancar las capuchas a dos de ellos, pero no les importó: eran bestias

sedientas, ansiosas, mortales.

Quedamos solos. A él, mi padre, se lo llevó la tristeza a los pocos meses; lo enterré allá en

la parcela, junto a la tumba de la vieja. Ahora estarán platicando para siempre bajo ese cielo de

tarde roja y fría.

Desde las tapias miro el cielo gris, ciudad gris, triste, sucia, lluviosa, estéril, sin tierra; no

puedo dormir, sin sueños, aun el hambre me mantiene despierto. Es hambre de odio: me deja un

hueco aquí dentro, en lo profundo.

Solo me falta uno, aquel que nunca descubrió su cara, Éste era metódico, pausado, no como

los otros; ellos obedecían como animales, sin razón, puro instinto Por eso los encontré fácilmente,

uno a uno. Al final supe su nombre, lo busqué, lo rastreé, lo estudié, llegué hasta aquí. Es domingo

y se acerca el ángelus. No faltará a misa, solo espero que llegue ella, su hija, para ella es tiempo.

Dios, guíame bajo este cielo gris que pronto se teñirá rojo.

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