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ENSAYO VIOLENCIA A LA MUJER

Por: Pool Angel Ankori Quilca

Una noche, cuando apenas llegaba a casa de la universidad escuchaba a una


distancia medianamente larga ladridos de un perro en un principio oí solamente
una voz masculina con tono de reclamo, pero no lograba descifrar las palabras.
Sin embargo, en poco tiempo esa voz distante se convirtió en un grito que se
oía a kilómetros. Fue entonces cuando entendí que estaba siendo testigo, en
mis narices, de un caso de violencia contra una mujer. Vi a través de la reja a
un hombre corpulento y borracho que estrujaba y zarandeaba a su novia,
mientras le gritaba a centímetros de la cara ¿dónde estabas desgraciada?, ¿tú
qué hacías con él?, ¿tú qué hacías con él?”. La mujer, petrificada, trataba de
explicarle que ella no estaba con nadie, que todo era un efecto de su avanzada
borrachera.

Luego, el bárbaro exclamó: “¡Maldita perra, tú no sabes en la que te metiste, te


voy a matar, te voy a romper la cara, te voy a picar, a ti y tu familia malnacida”.
La mujer, que ante la rabia del hombre no vio otra salida, trató de darle la
espalda y correr hacia la casa para buscar refugio, pero fracasó en el intento.
Este alcanzó a agarrarla del cuello de su camisa gris de rayas rojas y empezó a
pegarle por la espalda con todas sus fuerzas y con los puños bien cerrados. La
intensidad de los golpes se incrementaba con cada puñetazo.

Todo esto sucedió en algo menos de un minuto. Mientras veía lo que pasaba,
sin poder cruzar la calle y sin manera de intervenir en el momento, opté por
exclamar frases para que el tipo escuchara y detuviera la agresión, y fue
frustrante que un vecino que desde la ventana me decía, ¿para qué se mete en
eso?, eso fue que le montó cachos, ese es problema de ellos y es normal que
le dé duro”.

Al cabo de unos diez o quince minutos llegó serenazgo y entró a la casa donde
aparentemente vivía esta pareja. Para mi sorpresa, la mujer no quiso salir de la
casa, negó lo sucedido a los agentes, y fue ella misma quien se encargó de
echarlos a los gritos del lugar. “A mí nadie me está pegando, no sean sapos y
déjenlo tranquilo”.

No podía yo creer que luego de haber visto a pocos metros semejante barbarie,
las leyes de mi país no me dejaran hacer nada.

Cuento hoy esta historia, pues considero que es una fiel representación del
funcionamiento de la violencia contra las mujeres. El “macho” les pega, las
maltrata, las insulta, las intimida y las amenaza, al punto de que ellas mismas,
sumidas en el más que entendible miedo, lo encubren, lo defienden y hasta lo
justifican.

¿Son entonces las mujeres culpables del maltrato por no denunciar? ¡No lo
creo! Sin lugar a dudas el 100% de la culpa recae sobre nosotros, los hombres.
Los hombres que las tenemos muertas del miedo viviendo en un país que
ocupa el puesto 14 en el mundo entre los países con más víctimas de ese
flagelo. Los hombres que matamos a una mujer cada dos o tres días. Los
hombres que les pegamos a 116 mujeres cada día. Los hombres responsables
de que 7 de cada 10 mujeres colombianas hayan sido víctimas de maltrato. Los
hombres colombianos que agredimos a una mujer cada 12 minutos. Los
hombres que violamos 42 niñas al día.

Me puse a investigar sobre las cifras y el contexto pertinente. En ese ejercicio


me di cuenta de que la inmensa mayoría de las noticias sobre el tema. ¿La
razón? el 25 de ese mes (noviembre) se celebra el día de la no violencia contra
la mujer. Pero, ¿y el resto de año qué? Esta tragedia deja más víctimas que el
conflicto armado, que los robos, que la inseguridad, que las bandas criminales,
que todo. ¿Qué tiene que pasar para que le demos la atención que se merece?

Debemos despertar y ser conscientes sobre estos, ampliar las leyes y exigirlo,
cuidemos a las personas del género que nos da la vida, que nos lleva 9 meses
en vientre que merece el mejor trato humano y más.

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