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Selección de poesía argentina | Griselda García

Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937 - 2015)

vuelvo a pintar las flores de mi juventud


vuelvo a ver el amanecer
sin temor
ya nunca nadie podrá decirme éstas no son horas
veo amanecer como una mujer no como una joven temerosa
de la ley tu ley
el acero de esta luz para una mujer sola
que no debe temer sino decidir
Educada en el vicio de los hombres

voy a la cocina y me siguen


voy al baño y golpean la puerta
me despiertan en la noche para preguntarme si duermo
llaman por teléfono en todas mis ciudades
para avisarme cuidado con el vino y la vida literaria
no he perdido padre ni tíos ni ahijado ni amigos de juventud
por no perder no he perdido ni editor
ni ese hombre
que ya sombra aún cuida mi paso en las esquinas

no me han dejado caer de su mano de su vicio


de su peso de mi corazón

de La ley tu ley, Adriana Hidalgo, 2000.

Las mujeres de mi corazón

rodeada de creadoras de prestigio


rescataría la voz del papelito escrito al azar
por las que no fueron desdichadas infelices
ni pasto de la superficialidad
ganaron guerras silenciosas y duraderas
no quisieron que les prometieran amor ni fidelidad
sino que les mandaran flores sin mensajes
para poder cantar a solas en sus casas.

de Si alguien tiene que ser después. Adriana Hidalgo. Buenos Aires. 2010.

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Estela Figueroa (Santa Fe, Argentina, 1946)

Recordando a Kavafis

Con su bolso de titiritero


él llegaba al anochecer a la casa de ella
le entregaba una flor
cortada de algún jardín
de alguna plaza.

Sin preámbulos caían en la cama


donde se amaban con furor.
Rápidamente.
Ella esperaba otra cosa.

Ya inalcanzable aquello que ella deseaba


solía decir: -quiero estar sola.

Y cuando sentía el ruido de la puerta de calle


pensaba en densos jardines
en una selva bajo la lluvia
en enredaderas que trepaban a los árboles.
Así quedaba dormida en la habitación a oscuras.

Ahora ella -vieja solitaria- piensa en esas flores que él le llevaba


y que al otro día encontraba secas.
Piensa en la casa que habitó
en aquella habitación
en esa cama
en aquellas visitas furtivas
y se pregunta inquieta
si aquel muchacho joven
que le ofrendaba flores
cuando ella también era joven
vivirá.

Principios de febrero

No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
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No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.

Un hombre es bueno para una noche.


Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.

Luego hay que descansar.


El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!

Falta para el otoño.


Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.

Un atardecer de abril después de una separación

Ya no tengo a quién esperar


De modo que para qué preocuparse
Por cambiar las sábanas
o barrer el patio.

Se hace lo imprescindible
regar las plantas
dar de comer a los gatos
¿qué culpa tienen?
Al crepúsculo salgo a la calle
en busca de cerveza.
Mi vecino homosexual me invita
a cenar este sábado en su casa.
Acepto.
Donde no hay sexo no hay problemas.

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Estos encuentros
han llegado a ser mi único sentimiento.

Sol de otoño

Por Manuel Inchauspe

Visité al poeta.
Delgado y pálido yacía
en una de las camas del subsuelo
de la sala de toxicología.

Qué extraño tesoro


el sol de otoño,
a través de los vidrios esmerilados
cómo flotaba,
única dicha sobre su rostro
y rebotaba en el suelo,
donde los algodones con sangre
y colillas de cigarrillos
decían que la vida existe siempre,
donde quiera que se esté.

Irene Gruss (Buenos Aires, 1950 - 2018)

El té

Está sentada frente a mí


y hace ruidos con la taza, la golpea sin querer.
Está loca pero la que desea
matarla soy yo.
Si le comento cualquier asunto, ella pregunta
con tono de loca más que dubitativa: ¿ah, sí?
Ahora está
diciéndome que hay vidrios rotos
en su barriga, la cortan, duele.
Miro la taza que golpeaba, intacta,
y el té que viene hacia mí, de a poco,
rogando algo que no entiendo. El líquido
toma una forma que me asusta, y al mismo tiempo
sé que lo que pide
es piedad, ayuda; es té tibio
sobre la mesa y
es mi hermana.

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Finísima cuerda

El pez muere por la boca,


muerde una ilusión casi carnal
y una cuerda finísima lo empuja
hacia arriba. Es aquí,
en la superficie,
con la ilusión a medio masticar,
que el pez divino muta en pescado.
Los perros se acercan
y el pescador se afirma: vendrá
la muerte y tendrá tus ojos.
Alguien que cierre esa mirada
tonta, insensiblemente neutra.
Es aquí, en la superficie.
Tu boca no emite siquiera
la burbuja que pudo haberte salvado,
largar el aire, girar hacia otra parte.
Al pescador no le bastan
tus ojos; corta la cabeza
y la arroja en un balde.
Vendrá la muerte otra vez
como carnada, como quien dice agua va
buscaré la finísima cuerda, morderé
el anzuelo,
es aquí la cosa, es aquí,
en la superficie.

Tatuaje II
Versión de Irezumi *

Quizá sea
esa mujer recostada sobre un adolescente
que sufre por mí:
voy a casarme,
la tinta, la aguja
y el plumín
están listos
a un costado, y el viejo maestro
quiso tatuarme así
porque el método es
seguro.
El adolescente tiene
los ojos acuosos, apenas me muevo
o salto por el dolor que
inflige el canuto de ganso en mi espalda,
como una uña, como incienso
encendido
él me mira
y me toca suavemente los codos.

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Si quisiera salir de mi posición
el tatuaje demoraría
y con eso el casamiento: no debo
el futuro esposo
desea ver la espalda desnuda
con dragones dispuestos a lo largo
y flores de cereza, de lis, de manzana
y que mi perfume
se parezca al dibujo.
Quizá sea esa mujer
recostada sobre el adolescente.
El ardor no se soporta
y aquí abajo se trata
de una piel demasiado
tersa que
me ayuda a olvidar esta pluma quemada, persistente,
como pico de pájaro
lengua
o punta
lógica, líquida
sobre la espalda
no, aunque esté ya casi terminado
no voy a casarme
esperaré al aprendiz
del viejo
posiblemente
yo sea
lo que imagino.

*Este film describe el tatuaje de una mujer a punto de casarse. Siguiendo esta antigua costumbre japonesa
el artesano, como método personal, decide colocar debajo de ella a un muchacho, aprendiz del oficio, a
efectos de terciar con el sufrimiento.

María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, Córdoba, 1954)

Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era fuerte.
June Jordan
Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.

Como no había asientos ni percheros


te ofrecí mis brazos.

Te sacaste el vestido, la campera,


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te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.

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Ahora que viene el tiempo de los pájaros
Estación abierta, retorno.
En la vida no hay retorno.
Cesare Pavese, 30 de marzo de 1948. Diario.

Ahora que viene el tiempo de los pájaros


y de los brotes en las ramas y la blancura
del almendro,

ahora que salgo al aire por las tardes


y riego plantas y veo cómo la tierra bebe
el agua,

ahora que se agitan las polleras


al murmullo de la brisa,

ahora que los niños conquistan el baldío


y construyen refugios y saltan vallas,

ahora que en el barrio las mujeres se sientan


a la sombra de los fresnos y toman mate
y hablan,

yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia


tu casa.

Primavera de 1992.
In memoriam Clara Crimberg.

de Pavese. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2008.

Muchacha de Ucrania/ 2003

¿Cómo van en tu tierra las cosas?, pregunto.


Siempre peor, me responde, es todo una mafia.
Mi prima allá abajo levanta la mano. La chica
se llama Alexandra y va a trabajar a Gerona.
Tiene a su padre en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.
Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones y húngaros,
y esta chica que tiene a su madre en Milano.
También va una mujer de Trujillo que no tiene
papeles, me lo dijo comprando el pasaje. Hay

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un sitio mejor y está lejos.

(Por la tarde
he llamado a mis hijas.
No estaban)

Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.

de Sueño americano. Caballo negro editora. Córdoba. 2009.

Diana Bellessi (Zavalla, Santa Fe, 1946)

La cara oculta

Misterioso es siempre ver el otro lado


como un doblez que no crece aunque empuja
a la superficie indicios de belleza
o de pánico para recordarnos algo
ahí guardado, escapulario que reza
lo bueno está en todas partes y así
lo malo, pero antes, pero ahora quisiera
fijar los ojos en semejante cosa
oculta que me llena, no sé, de dulzura
pienso. Estos hombres, obligándose
siempre a parecer tan duros, obligados
quizá a esconderse como lo hace la luna
con una de sus caras y de repente
la muestran, hoy el Juanchi, tijera en mano
dispuesta para la poda veraniega
se detuvo en seco frente al manzano
y dijo quedo: un nido hay, con pichones
de zorzalito, voy a esperar que crezcan
Ahí se hace silencio, como si fuera
religiosa vergüenza o pavura acaso
o simplemente rendición ante el milagro
Tanto de madre en cada varón liberto
aunque un poco asustado, no pueden más
y a veces yo tampoco, sí señor, o usted
señora cuentemé, no le pasa a veces?
¿Qué?,
el otro lado de las cosas simplemente.

Tener lo que se tiene, Adriana Hidalgo. 2009.


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La desaparición de Talita Kumi

¿No voy a acariciar más tu orejitas suaves de color


té con leche? ¿y tu barbita feroz y el flequillo rebelde
que te oculta los ojos? ¿y tus piernas elegantes y erguidas
y esas caderitas que te gusta las friegue y al lomo
donde se aposentan las pulgas? ¿no vendrás a dormir
junto a mis costillas ahora que refresca y llega el otoño?
¿no te comerás los trocitos de pollo que guardo para vos
ni veré tu dormir tranquilo con la pata levantada
o el gemido del sueño que de tanto en tanto te ataca?
¿no oiré tus ruiditos por la casa ni esa manera de venir
a saludarme esté donde esté de vez en cuando? ¿ni felices
saldremos a caminar por el sendero verde de la isla,
vos chocándote con mis piernas en estos meses de ceguera?
La casa está vacía y yo, una bolsa vieja que se llena
con mis lágrimas, Talita Kumi, que escapaste al monte
o caíste al río a las siete de la tarde del día once
de abril cuando cortaba una caña de ámbar reluciendo
blanca en el costado de Appenssel como una tentación
de las flores al anochecer. Te he buscado noche y día
mi bebé, mi amiga, mi familia como siempre te decía
te acordás? Te he llamado en voz alta, bajito y entre lágrimas
y te llamo por escrito de todas las maneras en que sé
y ahora siento que estás lejos y no te veré acercarte, sucia,
asustada y alegre como otras veces en tus escapadas
monteras tras los cuises y comadrejas, ¿qué deshace
Shiva?, deshaceme a mí, no a ella, mi inocente, o acaso
desaparecés en tu ley, Talita Kumi, y libre de la rienda
que siempre te protegía, con ella a cuestas pero libre
al fin, la rienda roja, pequeña reina mía, mi Aquiles
diminuto... tus aventuras son leyenda por aquí...
Me habían prometido dieciocho años juntas, ¿habrás
soportado el agua fría de la noche, los días sin
comer en el monte? No sé, no sé, que no sufras, compañera,
para eso estoy yo...

La aparición de Talita Kumi

Río y no me salen palabras frente a vos,


Talita Kumi,
las patas embarradas y sangre en las orejas
estás de vuelta
en casa, tres días sin comer perdida en los juncales
del río al frente
y como loca te acaricio sacándote
la rienda roja
sucia de barro y nadie me entiende como si fuera
una Casandra
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que dice sortilegios de alegría y de amor
mi campeoncita
nadaste contra corriente y sos mi adalid
mi heroína
de odisea salvándote del mal y las sirenas
por tu fuerza
y tu sublime inteligencia, pequeña mía
cómo te amo
cómo agradezco a Shiva y a todo el panteón
que nos da una chance
de volvernos a juntar en esta orilla que ahora
brilla en tu presencia,
y sin que medie nada te vas a tu canasta
para dormir
hasta mañana y recién entonces me lamés
la cara, misión
cumplida dice la inocente austera, afuera
de la noche y el mal...

Pasos de baile. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires. 2014.

XII

Nos hicimos a la mar a medianoche,


una pequeña colmena de pescadores.
Con dinamita
sacaban la carnada;
vi los hermosos jureles corcovear
entre las manos diestras. Vomitando
y casi ciegos los vi caer
tras una niebla de sangre
golpeados contra las tablas.
Era buena la pesca,
cada ola me tiraba al piso, y reía
y lloraba agarrándome de tus piernas
por tanta fortuna, tanta desgracia.
Qué joven tan hermoso. ¿Sabías
cuando te encontré en París,
después de creerte muerto,
y nos abrazamos en una esquina
de Vincennes como locos,
sabías, que te hubiera hecho el amor,
el veloz el misterioso,
aquella única madrugada
que pasamos juntos
con siete pescadores
en el puerto salobre de Antofagasta?

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V

Dormí a la sombra de su casa


en la Isla San Cristóbal, bautizada Chatman
por balleneros norteamericanos.
Me invitó con té, un mazo de cartas y su serena
desgracia. Caminé despacio. Playas de seda
festoneadas de cangrejos e iguanas,
el volcán al centro y las lloviznas sobre el lago,
los naranjales pudriéndose a orillas de las estancias.
Después me fui a Floreana, la de la arena negra,
y a Santa Cruz, donde abundan las tortugas gigantes,
los refugiados nazis y los manglares.
En la Isabella recogimos cocos con el chileno
pescador de tiburones, a quien luego perdí el destino
y quizás, se hizo a la mar en balsa
de Guayaquil a las Galápagos.
De regreso visité al ciego, contador de historias,
guitarrero, en cuya casa dormí.
Me dio una carta para sus parientes
en Guayaquil. Y nunca la entregué.
¿Sería de vida o muerte?,
¿de qué sería la espesa grafía que dictara el ciego
puesta entre mis manos sin sospecha?
Nunca la entregué.
Estará esperando todavía.
Estará esperando.

Crucero ecuatorial. Viajero insomne editora. Buenos Aires. 2014.

El mazo

En el viejo café Cervantes sobre la plaza


la sombra luminosa de mi padre me acompaña

siempre he querido a este boliche sombrío


donde los parroquianos varones juegan al mazo
español o miran la televisión silenciosos
y me dan permiso, Dios mío, de fumar adentro!

aquí veníamos con el papá a tomar café


y a él, no le daba vergüenza traer a su hija mujer

la ruta al frente y la vieja estación de tren


con la plaza al lado, ya suben las voces de estos
machos y quisiera atrapar cada gesto o frase
que se repite desde mi infancia a mi vejez

ahora que ya se han olvidado de mi presencia

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con las cartas en la mesa y uno lee le diario
dos toman cerveza o miran un documental
sobre Tailandia y el mozo del bar y yo
la octava pasajera con un noveno sentado
atrás que ahora entra al café de la plaza, el más

antiguo que conozco y siempre milagrosamente


abierto, hay un tipo ahora en el reservadito

tomando vino, y mujeres nunca, qué entretenida


la rutina de los varones que ahora comparto
con mi cuaderno de notas mientras el noveno
se acerca a jugar una básica y hablan de una víbora

no sé si será de Tailandia o de Zavalla


pero todo tiene un sabor de aventura antigua

que me dan ganas de reír y de llorar al mismo


tiempo y ahí entra el barbero y Barrera detrás
que se sienta en mi mesa mientras recuerda,
octogenario ya, al Chevalier y a su mujer

Hilda, amiga de mi mamá, encantador ese


Barrera, y otro, al que le reconozco la cara
aunque no sé cómo se llama y me dice “acá
se sentaba siempre tu papá, en esta silla,
frente a vos”, lo recuerdo, sí, mirando hacia la plaza…
ustedes me trajeron, ¿verdad viejitos?, y el dueño

del bar que me ofrece ahora una copita que no


me dejará pagar, tan grande y hondo, no sé

Fuerte como la muerte es el amor. Adriana Hidalgo. Buenos Aires. 2018.

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