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Contrario a esto Bartolomé De las Casas pensaba que el hombre, por su naturaleza, tiene unos
derechos naturales y filosóficamente, por su naturaleza racional y volitiva, tiene una dignidad
que le hace acreedor de determinados derechos de forma connatural e inalienable. En el plano
teológico, la dignidad le viene dada por ser criatura de Dios, a su imagen y semejanza. Ambos
planos, el natural y el divino, lo comparten todos los hombres que, en su dignidad, son todos
absolutamente iguales, como miembros todos de la especie humana.
Si bien el humanismo sentó las bases para que los hombres puedan mantenerse en equidad,
tambien fue el precursor de un movimiento igual de importante, como lo es la revolución
científica, que es de gran importancia para los hombres y aún más para las mujeres, pues esta
corriente incluyo de manera considerable la participación de las mujeres en el ámbito del
desarrollo humano. Durante los Siglos XVII y XVIII esta nueva corriente intelectual, llena de
nuevos descubrimientos, las inspiro, le abrió una nueva puerta a mujeres que poseían un
talento especial, para crear hipótesis sobre la naturaleza y su entorno, hacer experimentos, e
incluso dar a conocer sus resultados, mediante obras escritas. Estas mujeres, no eran educadas
dentro del modelo de la elite europea, sino que eran educadas, en base a los modelos
humanistas, por lo tanto, pese a que tenían poca preparación formal, elegían por si mismas que
leer y que estudiar, siguiendo sus instintos de aprender, alejándose del papel clásico de la
mujer.
En su mayoría eran influenciadas por sus familias, a que se dejasen llevar por la revolución
científica, ayudándolas en sus investigaciones y estudios; aunque había casos, en que los padres
criticaban los esfuerzos de sus hijas, por estudiar, que se consideraban inapropiados y tan poco
elegantes, como femeninos.
Gracias a estas corrientes intelectuales sentadas años atrás, hoy en la actualidad se establece el
artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos el cual reza: “Todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Por ende, la concepción
filosófica de Bartolomé de las Casas desde el ámbito humanista exclusivamente, sigue en una
buena parte tan vigente y tan real como siglos atrás y pendiente de alcanzarla en plenitud tanto
formal como real.