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UNA PEQUEÑA VENGANZA

Aquella mañana del 21 de julio de 1808 transcurría apaciblemente en Calahorra. El Secretario


del Ayuntamiento revisaba con parsimonia su correo cuando, de pronto, alzó la vista
preocupado, abandonando sobre su despacho la carta que acababa de leer.

-Tenemos problemas, Miguel, anunció a su ayudante. Acabo de recibir una orden del Estado
Mayor de los ejércitos de los Pirineos Occidentales en la que se me comunica la llegada
inminente de tropas francesas. Debemos alojarlas y preparar 1800 raciones de víveres y 500 de
forraje.

-Pero eso es imposible, señor, ¡el pueblo nunca aceptará la presencia del enemigo en
Calahorra!

-Hay que evitar a toda costa cualquier tipo de revuelta, Miguel, las consecuencias serían
catastróficas. No estamos en posición de combatir contra el ejército francés… No hay tiempo
que perder, haz publicar un bando solicitando a nuestros ciudadanos una actitud tranquila
durante la estancia de los gabachos en nuestra tierra.

Pasaban los días ante la expectativa ansiosa de los calagurritanos pero los franceses no
aparecían… Y , sin embargo, todo estaba preparado, los víveres, el forraje y el alojamiento en
la casa de don Miguel Raón, la más cómoda y lujosa de Calahorra, con bodega, prensa,
aceitera, granero, cochera y sobre todo un gran jardín donde los franceses podrían solazarse.

Al fin , un calurosísimo 31 de agosto Julián, llamado “el Lástimas”, viejo agricultor que vivía en
las afueras y que siempre encontraba motivos de queja, penetró en el ayuntamiento con la
cara sofocada y empapado de sudor:

-¿Qué hay, Lástimas? ¿De qué protestas esta vez?

-Secretario, los franchutes han llegado y están que echan chispas. Al parecer les han robado
todo su vino en el camino y prometen que se van a vengar.

- Ya me temía yo que habría problemas, suspiró el Secretario. Miguel, vete inmediatamente a


la bodega “Las Cojetas” en la calle del Sol , cerca de la casa de Roán, y di a Marcial que lleve un
surtido de botellas de su sabroso vino a la casa. Di también a Micaela ,su mujer, que prepare
una buena comida con los productos de nuestra tierra. A ver si con este recibimiento se les
pasa un poco la rabieta…

Y al parecer los franceses disfrutaron de la gastronomía local, como pudo constatar Micaela
esa misma noche .La buena mujer no dejaba de servir copiosas jarras de aromático vino que
los soldados bebían con rapidez aunque con evidente placer. Solo José Bonaparte, aislado y
con aspecto retraído en un rincón de la espaciosa sala de los Raón, degustaba melancólica y
despaciosamente una copa en la que había vertido una generosa cantidad de agua.

-¡Lo que hay que ver! ¡Echar agua al vino del Marcial! ¡Un sacrilegio!, maldecía a voz baja
Micaela.

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En realidad, Bonaparte reflexionaba sobre el duro y peligroso viaje a Madrid que debía
emprender en breve. Las circunstancias eran muy adversas por la hostilidad que encontraba a
su paso y por el creciente descontento de sus soldados que comenzaban a acusar el desgaste
del conflicto en España. Viéndolos ahora, riendo y discutiendo animadamente, tomó una
decisión que más tarde lamentaría. Al día siguiente el “rey” José I, requisó no sólo las botellas
del viejo Marcial sino toda la producción de los bodegueros de Calahorra, con el fin de que sus
tropas encontraran de vez en cuando alivio y solaz con un trago de buen vino.

La medida provocó estupor y rechazo entre los habitantes de Calahorra que, temerosos, no
reaccionaban, esperando más bien una respuesta de las autoridades municipales. El ambiente
era de tensa expectativa.

El secretario del Ayuntamiento, conocedor de la noticia, intentaba vanamente ocultar su


inquietud. Con gesto meditabundo, contemplaba a los viandantes que recorrían la calle
Grande. Temía que hubiera algún tipo de revuelta y espiaba en los gestos cerrados de los
transeúntes algún signo de agitación.

De pronto la puerta se abrió bruscamente y el Lástimas irrumpió en la sala con grandes


aspavientos:

-Señor secretario, esto no se puede consentir… ya sabe que tenía a la mujer en el hospital…
que la tengo mala desde hace tiempo sin que me digan exactamente de qué… pues que me la
han enviado a casa…, que dicen que las camas están destinadas sólo a los gabachos y no sé
qué hacer…, yo no puedo ocuparme de ella y del campo al mismo tiempo…

-Vaya por Dios, Lástimas, cuánto lo siento, veo que esta vez te quejas con razón, pero habrá
que resignarse y esperar pacientemente que se vayan. Son enemigos demasiado fuertes para

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nosotros, contestó el secretario, palmeándole amistosamente la espalda y acompañándole con
suavidad a la puerta.

Una vez solo, recapacitó serenamente en la situación. Las quejas de los bodegueros y del
Lástimas no eran las únicas que había escuchado, también don Julián, el nuevo clérigo de la
iglesia de Santiago, había acusado a los franceses de haber robado alhajas en su iglesia.

Temía la inminencia de una revuelta popular de sangrientas consecuencias. Y sentía


impotencia…

De hecho, a tan solo unos metros de distancia, unos” revolucionarios” calagurritanos


celebraban una reunión. La banqueta exterior de la fachada de la tahona “El bollo” , en la Plaza
del Raso, era el lugar donde los cabecillas se habían citado para urdir un posible complot
contra los franceses.

Elvira la carbonera, la más exaltada del grupo, arengaba a todos a la lucha:

-Nos han quitado las alhajas de la Iglesia. Nos han quitado la dignidad. Y sobre todo, añadió
con rabia, nos han quitado el vino.

¡A muerte los gabachos comedores de pepinos!-bramaba con la cara congestionada por la ira.

Desde la ventana de la iglesia, don Julián, el joven clérigo, les veía gesticular con creciente
inquietud:

-Éstos nos van a meter a todos en un lío… No me queda otro remedio que intervenir.

Impulsivo, don Julián bajó al pórtico en un santiamén y apareció en la plaza envuelto en


pliegues de sotana.

-Eusebio, Paco, Elvira… ¿compinchando contra el enemigo? Os he visto y sobre todo os he


oído. Suerte tendréis si no os han escuchado también los franceses.

-Pero es que don Julián …, empezaron todos a coro.

-Callad y escuchad atentamente. Los franceses nos han robado el vino y las alhajas pero no la
dignidad. Os propongo una treta para vengarnos de ellos sin correr ningún peligro. Ante
nosotros se ofrece la posibilidad de convertir a José Bonaparte en un monigote, en un objeto
de burla para todos nuestros compatriotas.

-¿Y eso de qué nos serviría? , preguntó Francisquillo, un zagal avispado que gustaba de
intervenir siempre en las conversaciones de los adultos.

-De mucho, Francisquillo. Primero, para darles en lo que más les duele, su honor. Segundo,
porque al hacer de José un hazmerreír, animamos también en la lucha a todos los que
combaten para echar a los franceses. Micaela, tu serviste en la fiesta de bienvenida a los
franceses, ¿no? ¿Te ayudaron Bernarda y Ramona? Pues entonces vosotras tres, apoyadas por
todos los demás, vais a hacer correr el rumor de que José Bonaparte es un borrachuzo que se
bebe las botellas como si tuvieran un embudo hasta caer desmayado al suelo.

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-Entonces deberíamos ponerle un mote, sugirió Eusebio, el herrador

-Como se llama José, podemos llamarle por el diminutivo, Pepe

-O mejor Pepino, que además los franceses comen mucho pepino.

-Sí, “el rey pepino que bebe vino”

Todos reían, dando grandes palmadas

-¿Y por qué no Pepe Botella?, apuntó risueño Francisquillo, muy dotado para la socarronería.

-Eso, eso, Pepe Botella, aprobaron todos por unanimidad en medio de grandes carcajadas.

El rumor de que José Bonaparte le daba sin parar a la botella corrió como la pólvora, atravesó
la frontera y llegó a oídos de Napoleón que sintió un duro golpetazo en su honor galo. El
Ayuntamiento de Calahorra no tardó en recibir un airado mensaje del indignado emperador.

Esta vez el secretario no pudo evitar una ligera sonrisa irónica al leerlo.

-Vaya por Dios, Miguel, parece que hemos ofendido al emperador de Francia. C´est indigne de
votre part …, l´honneur de mon frère … j´exige immédiatement…, leyó bajito, en un relamido
francés, pues, aun siendo muy patriota, el secretario era en secreto un ferviente admirador de
la cultura francesa y solía aburrir a su familia recitándoles en voz en alta sesudos fragmentos
de Montaigne.

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Sabes, Miguel, he oído que José sólo bebe vino en raras ocasiones y en poca cantidad . Eso sí,
exige siempre un Borgoña, en concreto del viñedo Gevrey-Chambertin, un vino exquisito ,
pardiez, que …que él inunda de agua añadida .

Ante esta idea ultrajante de contaminación de su bebida favorita, el secretario estrujó el


mensaje y lo lanzó con puntería a la papelera.

La noticia también llego al círculo de los conjurados que no cabía en sí de gozo. Durante todo
el otoño se reunieron en el banco exterior de la tahona para regodearse en las consecuencias
de su broma. El sobrenombre de Pepe Botella se había impuesto en toda España, nadie sabía a
ciencia cierta el origen de esta leyenda y muchos incluso creían que era cierta.

Poco a poco el frío del invierno les expulsó de su banqueta y con el tiempo y los trajines diarios
la anécdota se fue diluyendo en sus recuerdos. Solo de vez en cuando , Francisquillo ,cuando
los cruzaba en la calle, les preguntaba, guiñando maliciosamente un ojo:

_¿Qué habrá sido de Pepe Botella? ¿Cómo le irá al rey Peino?

Años después, hojeando un ejemplar atrasado de La Gazeta de Madrid , el Secretario se enteró


de que un tal Félix Enciso Castrillón había estrenado con gran éxito en noviembre de 1808
una obra satírica sobre José Bonaparte, en la que se aludía al triste apelativo del que sus
conciudadanos se sentían orgullosamente autores.

-Tengo que decírselo a los conjurados, reflexionó en voz alta y con tono condescendiente. La
broma fue quizá cruel pero también fue patriota y , ¿por qué no confesarlo?, tuvo su gracia. Sí,
merecen saberlo.

La alegría del grupo, de nuevo reunido en el banco de la tahona, fue extraordinaria

-Se titula “El sermón sin fruto o sea Joseff Botellas en el Ayuntamiento de Logroño”

-Dicen que el actor que la representó , un tal José Oros , es buenísimo y que hasta tiene cabeza
de pepino…

-Pues la van a volver a dar en el Coliseo de la Cruz en Madrid este otoño y con el mismo
protagonista

-.¿Y por qué no vamos?, gritó más que dijo Francisquillo, que se había convertido en un
adolescente alto y fuerte, aunque con los mismos ojos traviesos.

Un fresco atardecer madrileño de septiembre de 1813, tras salir del teatro alborozados, el
grupo de los vengadores decidió dar un último homenaje a José Bonaparte. Entraron en la
taberna de los Soldados de Pavía, repitiendo a coro entre carcajadas algunas de las réplicas
que acababan de oír, y se tomaron unos cuantos vinos de la tierra a los que por supuesto no
añadieron ni una sola gota de agua.

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Bibliografía:

-GUTIÉRREZ ACHÚTEGUI, Pedro, Historia de la muy noble, antigua y leal ciudad de Calahorra,
Calahorra, Amigos de la Historia de Calahorra, 1981

-MURO MUNILLA, Miguel Ángel, El cáliz de las letras : Historia del vino en la literatura,
Fundación Dinastía Vivanco, Briones, 2006

-SÁENZ GARCÍA, Rosa Mª, Calahorra: historias y leyendas de una ciudad bimilenaria, Castellón,
Universitat per a Majors, Univeristat Jaume I, 2012

Guía de imágenes

IMAGEN 1.: Retrato de José Bonaparte como rey de España por François Gérard, Museo del
Prado

IMAGEN 2: Ilustración de la época.

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