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El Estado colombiano, durante más de 50 años, nos ha ignorado y dado la espalda ante
nuestras necesidades como habitantes de los cerros, y hemos tenido que llenar las páginas de
nuestra historia de vida cargando la estigmatización y el olvido, siempre esperando con
expectativa el anhelado pago de esa deuda histórica. Pero nuestra expectativa se convirtió en
incertidumbre y miedo cuando se le otorgaron medidas cautelares a los cerros orientales en el
año 2005. Posteriormente el fallo de 2013 abrió posibilidades para que nuestros derechos
fundamentales fueran protegidos mediante la obligatoriedad de su cumplimiento, y por fin
vislumbramos soluciones a nuestras diferentes problemáticas. Tristemente hoy, luego de casi
cuatro años, las acciones que demandaba aquella sentencia se encuentran estancadas,
incumplidas, realizadas a medias o desenfocadas por parte de los gobiernos de la ciudad.
El fallo del Consejo de Estado obliga el respeto de los derechos adquiridos de los habitantes
de los cerros. El proceso normativo de legalización de predios, en el caso de nuestros barrios
populares del Área de Consolidación del Borde Urbano, ha presentado perjuicios para
nuestras comunidades. Las Curadurías Urbanas y la Secretaría de Planeación Distrital han
avanzado cuantitativamente en las legalizaciones, pero en nuestra vida cotidiana no podemos
dejar de notar prejuicios y sesgos en sus procederes administrativos. Han avanzado
parcialmente en las localidades de Usaquén, Chapinero y San Cristóbal, pero Usme y Santa
Fé aún se encuentran, después de 4 años, en incertidumbre. El otorgamiento de legalidad a los
predios no está acompañado de una política integral de derechos para las comunidades; ni de
una política clara para la definición ni mitigación del riesgo; ni de un programa para recuperar
y/o proteger zonas ambientales; ni del reconocimiento de las prácticas comunitarias que
contribuyen a las anteriores; ni del reconocimiento o promoción de las formas organizativas y
de participación comunitaria; pero en cambio sí van acompañadas de políticas de
reasentamiento que generan temor, y del desmantelamiento de prácticas de autogestión
desarrolladas por las comunidades ante el abandono estatal. Otorgar reconocimiento legal a
los barrios, dejando partes de los mismos sin solución, han fomentado la ruptura del tejido
social.
El trato de las instituciones hacia los sectores populares ha estado marcado por la
desinformación, la negligencia y el autoritarismo, pero se han mostrado diligentes cuando se
trata de otorgar licencias para las empresas constructoras. Tenemos documentados casos en
partes de barrios han sido desalojados por políticas de riesgo, pero después de la salida de las
comunidades, esos mismos predios han sido entregados a las constructoras para sus proyectos
urbanísticos. Parece ser, entonces, que hay una doble interpretación institucional de los
derechos adquiridos: por una parte, un sesgo caracterizado por el privilegio hacia las licencias
urbanísticas de las empresas privadas; y por otra, un proceder eminentemente sancionatorio
hacia los sectores populares.
En esa medida, hemos comenzado a comprender que los derechos adquiridos, en la práctica,
no representan nada para nosotros. Nos han mostrado la legalización de los predios como la
solución integral de nuestros problemas y eso es falso, pues se trata de un procedimiento
jurídico que al final de cuentas no garantiza, ni siquiera, nuestra permanencia en el territorio.
Hemos comprendido que las órdenes judiciales se interpretan, por lo tanto, si queremos
garantizar el cumplimiento de nuestros derechos, en adelante interpretaremos los derechos
adquiridos como el derecho a permanecer donde habitamos, como el derecho a que ese habitar
sea digno y solidario, como el derecho a cuidar y respetar ese hermoso entorno natural que
nos abriga, y como el derecho a decidir, por cuenta propia primero y siempre, qué se debe
hacer y qué no se debe hacer en nuestro territorio.
El actuar de las instituciones tiende a generar confusión, porque cuando las comunidades
buscan en ellas respuestas, éstas instancias remiten sus inquietudes a otras, sosteniendo que
“no es su competencia”, y cuando se le pregunta a las otras entidades, éstas responden
exactamente lo mismo. De lo mencionado con anterioridad, varias comunidades han exigido
desde el 2015, como el caso de los barrios del Alto Fucha en San Cristóbal, que se disponga
de una mesa interinstitucional (CAR, IDIGER, Secretaria de Habitat, Secretaria de
Planeación, Acueducto, Codensa, ETB, Caja de Vivienda Popular, Secretaría de Medio
Ambiente y Jardín Botánico) para que respondan las inquietudes y den cumplimiento al fallo
del Consejo de Estado. La respuesta de estas entidades es ausencia de espacio en sus agendas,
pero sí avanzan en la realización de estudios y proyectos con casi nula participación de la
comunidad.
El pésimo comportamiento de las instituciones se siente con mayor fuerza cuando se trata de
la declaración del riesgo y el manejo de la política de reasentamiento. La declaración del
riesgo se realiza sin contar con instrumentos ni metodologías claras para la declaración del
mismo, sin contar con un enfoque que busque su mitigación, sin concertar con las
comunidades y superponiendo riesgos y afectaciones que impulsan irresponsablemente las
reubicaciones, es decir, ¿cuenta el Distrito con los recursos y aparataje administrativo para
reubicar dignamente las 16700 familias declaradas en riesgo? Además de lo anterior, las
socializaciones de las diferentes resoluciones y decretos no han sido claras. Gran parte de las
comunidades que se encuentran en riesgo aún no lo saben, o lo descubren una vez quedan
excluidos de los subsidios de mejoramiento de vivienda o de la implementación de servicios.
Por lo tanto, las comunidades exigimos que el avalúo catastral de nuestros terrenos sea el
justo, es decir, queremos que cueste lo que puede costar conseguir una vivienda digna, como
las que con sudor y esfuerzo hemos construido. Además, exigimos que se nos respete nuestra
permanencia en el territorio, ya que privilegiamos el valor de uso de nuestros barrios,
entendiendo que queremos y necesitamos convivir en armonía con nuestros cerros y no
queremos que en la franja de adecuación se declare el uso del suelo totalmente urbano,
anteponiendose el valor de cambio, y dejando a un lado su carácter de transición entre lo
urbano y lo rural, y por ende estamos dispuestos, a pesar de no tener financiación, a seguir
tejiendo trabajo comunitario, desde las Huertas Urbanas, los Jardines, la biocostruccion, las
aulas ambientales, el arte ambiental, etc, todo encaminado a establecernos como ecoterritorios
culturales, que puedan ser un ejemplo de urbanismo alternativo que haga frente al cambio
climático.
Hoy nos están cerrando las puertas, a través de diversas estrategias, que con movilización e
incidencia hemos logrado abrir para nuestra participación directa y efectiva. Uno de los casos
manifiestos de ello, es el proceso de dilatación del que viene siendo objeto el Comité de
Interlocución para la Construcción de Pactos de Borde, instancia en que, como comunidades,
teníamos la oportunidad de sentarnos cara a cara con las instituciones para acordar una serie
de compromisos que permitirían poner freno a la expansión de los barrios hacia la Zona de
Reserva, al tiempo que el Estado realizaría las intervenciones necesarias dirigidas al
mejoramiento de la calidad de vida de quienes allí habitamos. Y sí, digo teníamos, en pasado,
porque lo que ha sucedido en el último tiempo no es más que un irrespeto al trabajo que
veníamos desarrollando. La falta de celeridad en la implementación de los cuatro Pactos de
Borde ya firmados y la desidia en la que ha sido dejado el proceso por medio del
incumplimiento del Plan de Acción acordado, dan cuenta del desinterés de las instituciones en
torno a las formas participativas que habían sido encontradas con miras a satisfacer las
necesidades de los habitantes y a contribuir al cumplimiento del Fallo, yendo más allá del
mismo.
Es en este sentido que exigimos mayores compromisos de las diferentes instituciones que
intervienen en la formulación y desarrollo de procesos participativos dentro de cada uno de
los planes, programas y proyectos que están dirigidos hacia los pobladores de los Cerros, ya
sea en el marco de la ejecución de la Sentencia o en escenarios socio-ambientales y de otra
índole.
Es que es nuestra vida la que está en juego y a pesar de todo, somos comunidades resistentes
a cada uno de los intentos de desplazarnos del territorio, que construimos desde la dignidad y
solidaridad, contestamos con propuestas hacia un modelo de ciudad incluyente y respetuoso
de nuestras formas de vida históricas. Por esta razón, continuamos firmes en la construcción
de los acuerdos populares que nos permitirán la permanencia en condiciones de justicia,
nuestros Pactos de Vida, así como abogamos y trabajamos por el fortalecimiento de la gestión
comunitaria de los servicios públicos y las alternativas de habitabilidad sostenible, entre las
cuales los Ecobarrios son nuestra iniciativa fundamental. Por tanto, invitamos a las
comunidades presentes a no desfallecer en esta batalla, a continuar fortaleciendo los trabajos
barriales y veredales para juntos y juntas permanecer incansablemente en los territorios que
hemos construido históricamente.
“Si no es ahora, ¿Cuándo?. Si no somos nosotros, ¿Quién?. ¡Ninguna decisión sin nosotros
sobre nosotros!”