Entrada Bombay Beach

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"Al dejar de ser pensada, la diferencia se disipa en en el no-ser" Gilles

DELEUZE

BOMBAY BEACH (Alma Har´el, 2011), documental sobre una devastada


región al sur de california, produce una suerte de sensaciones
contrapuestas, a cuya tensión favorece su alternancia de bellas imágenes
de espontaneidad juvenil con paisajes de decadencia, todo ello sobre la
música circense de Beirut y del Bob Dylan más folkie. Se trata de una
investigación visual de varios fenómenos sociales y culturales, tales como
la muerte del sueño americano, las consecuencias de la pobreza o la
drogadicción, o las visiones producidas por un mundo paisajística y
espiritualmente desértico.

[vimeo http://vimeo.com/19572656]

Así es la región de EEUU llamada Bombay Beach en la que pone el foco el


documental: un territorio que en los 60' había visto como el boom de la
construcción y el desarrollo urbanístico poblaba sus playas bañándolas
con la promesa de una vida de oportunidades y que hoy día se ha
convertido en un paisaje del abandono, ya no en términos estrictamente
materiales (todas las infraestructuras están prácticamente en ruinas) sino
también y especialmente en sentido espiritual. No hay nada allí a lo que
sus habitantes pueden aferrarse, no hay alternativas de vida en ese
horizonte cuya principal violencia está en la absurdidad, cuando ni
siquiera idílicos paisajes naturales disimulan el hecho de que,
verdaderamente, no hay nada que hacer allí, de que el mundo les ha
abandonado en su particular apocalípsis. La metáfora apocalíptica no es,
en este caso, un recurso literario: las imágenes vivifican narraciones como
La carretera de C. McCarthy, El país de las últimas cosas de Auster o
films como la imprescindible Mad Max II.
El documental te va contando las vidas de algunos de los habitantes de
esa zona: un anciano, que sobrevive a un derrame cerebral; un chico de
color, casi la única apertura al optimismo, que trata de construir su vida a
través del amor de una muchacha y de su sueño de llegar a la universidad
a través del deporte; y, especialmente, la historia de una familia
disfuncional -los padres, jóvenes, han estado en la cárcel por montar una
especie de "milicia" en la que jugar a la guerra con bombas de verdad-,
cuyo hijo tiene la peor combinación posible, un sueño, ser bombero, y una
discapacidad psíquica a la que su entorno no puede dar respuestas.

Pero además de todo ello, el documental tiene un mérito que muy


raramente agradecemos, el de mostrar una realidad que se oculta para
que quienes seguimos viviendo en el sueño americano, o europeo,
sigamos creyendo en él. Muestra el sub-mundo de "los excluidos",
aquellas personas cuyas condiciones de vida les colocan tras un abismo de
olvido y abandono, sin acceso a todas aquellas cosas que, por simples que
sean, permite esa existencia "tranquila" del "nosotros". Allí todas aquellas
ventajas con las que celebramos, a veces estúpidamente, nuestro éxito
como civilización no son más que una agravación de la miseria: la
televisión no hace más que hacer más plausible su abandono, al
mostrarles ese mundo al que no tienen acceso; y el alcohol o las drogas
sólo suponen allí un aceleramiento de la muerte a través de la evasión.
Ese documental imagina -en el sentido de "poner imagen", que nada de
imaginario tienen-, aquello que decía Luhmann de los excluidos sociales,
y que explica esa extraña sensación que experimentamos cuando
entramos en contacto con esas ralidades. Quien se haya perdido en una
ciudad que desconoce (o que conoce bien y por la razon que sea) y haya
acabado en un barrio marginal o en bolsas urbanas de la droga, lo habrá
percibido bien:

"Hay algunas cosas que hablan en favor de que en el ámbito de la


exclusión los seres humanos ya no son considerados como personas sino
como cuerpos (...). Uno siente su propio cuerpo más que de ordinario y
vive en él más de lo que acostumbra" Niklas LUHMANN, Inclusión y
exclusión.

1. Esta terrible descripción de cómo algunas personas llegan a vivir sin


dignidad, esto es, como meras cosas, cuerpos sin "persona", se percibe
con estupor en el documental: un anciano yace en el suelo tras un
atropello y una paliza en la que se ha roto el hueso y ni siquiera él mismo
se considera digno de que le rescaten, así que pide a los únicos 2 chicos
que se acercan a conocer su situación que le dejen ahí, que no quiere
preocupar a nadie (seguramente sabía que no lo conseguiría, de todos
modos).

2. El niño con problemas psíquicos (hiperactividad, histerias repentinas y


quizás bipolaridad), aparece ante los médicos que le tratan más como un
cuerpo al que medicar (en ocasiones se intuye que con pastillas cuyos
efectos secundarios no se han testado) que un niño cuyas necesidades
vitales sobrepasan el abandono al que la sociedad le ha condenado
(también sus padres).

3. Otro anciano, que hace de narrador, tras una caída y un consiguiente


derrame cerebral, cuenta las pesadillas que tuvo al ver a las enfermeras
que le llevaban al hospital: durante noches y noches soñaba que ellas se
escondían debajo de la cama y acordaban inyectarle una jeringuilla y
acabar con el, por inútil. El había pasado ya a percibirse también como un
mero cuerpo en la mirada de los demás.

Pero si en la hora larga hay algún hilo, y algún centro, ese lo constituye el
niño, precisamente porque es en él donde se aprecia la absurdidad del
sufrimiento, de la "exclusión sin culpa": se podría argumentar si sus
padres o los otros adultos que allí viven son corresponsables de su
situación, pero desde la rebelión de Iván en Los hermanos karamazov
de Dostoievsky sabemos que no hay lugar en la comprensión humana
para el sufrimiento infantil, cuya existencia desafía tanto a la existencia de
Dios como al orden del mundo.

Pero en términos más mundanos, el propio anciano nos proporciona una


importante clave de interpretación cuando dice:

"Es necesaria una comunidad entera para hacer crecer a un niño, pero
tienen que recordar: algunos de los niños mejor educados, se vuelven
malos por sus pensamientos internos".
Al final aparece el niño, en medio de la nada, haciendo arder un cartón.
Instantes después, aparece un camión de bomberos, con el que ha soñado
desde siempre, se sube a él, y su rostro de niño inadaptado toma una
nueva fisonomía, la de esa mirada inocente y despreocupada propia de un
niño que siente el calor de una comunidad, ahora simbolizada en ese
camión, y que hasta entonces había estado ausente. En otras palabras,
aparece como algo más que un cuerpo, aunque no para todos, porque
aunque el documental no tiene la forma de crítica política, hay un dato
que da que pensar. El Estado brilla allí por su ausencia -no hay hospitales
cercanos, ni centros de ayuda ni proyectos de renovación estructural del
territorio-, excepto en un momento de la película: cuando tienen noticias
de que los padres de Benny tienen una "pseudomilicia" con bombas y
armas, acuden con urgencia para arrestarles y quitarles la custodia de sus
hijos. Todos ellos, parece ser, toman la forma de ciudadanos de una
comunidad sólo en tanto sujetos pasivos de una ley para la que sólo
existen en forma de cuerpos de castigo. Con ello, sus alternativas vitales
se reducen a dos: deambular en la nada de Bombay Beach o pasar los
años en la cárcel.

"Si se define a esa población como 'trabajadores desempleados', la


respuesta -obviamente-tiene que ser una política económica: creación de
empleos, educación, capacitación. Pero si uno puede definir a esa
población como una población de 'marginales', 'desposeídos'..., entonces
la respuesta lógica es usar el sistema de justicia punitiva"
WACQUANT, Castigar a los parias urbanos, p. 13.

En ambos casos, se trata de una vida entre rejas, independientemente de


lo visibles que éstas sean. Pero si esos excluidos no son más que "la
sombra lógica" de la inclusión, aquella que no sale en las estadísticas,
parece que la cárcel es también la sombra lógica de una libertad a cuyos
caminos ellos no tienen acceso. La justificación típica del poder no vale ya
aquí: "los marginados renuncian ellos mismos a la sociedad", suelen
decir. Los habitantes de Bombay beach siguen celebrando el 4 de Julio,
aniversario de la independencia de EEUU, con fuegos artificiales, así que
lo único a lo que renuncian es a su propia y absoluta desaparición.

SUICIDIO A LO BONZO

Ayer por la noche Moshe Silman(58) decidió quemarse vivo en una


manifestación de indignados en Israel como señal de protesta por la falta
de respuestas sociales a su desesperada situación. La imagen de un
cuerpo vivo en llamas provoca esa sensación que identifica Nietzsche con
el abismo: uno mira pero su mirada le es devuelta, los papeles se
invierten, quien mira deja de ser espectador y pasa a ser co-actor, porque
algo bulle también dentro de él. "Cuando miras largo tiempo a un
abismo, el abismo también mira dentro de ti" (Nietzsche, Más allá del
bien y del mal). No es posible imaginar lo que debe de suceder en el
mundo interior de alguien que decide rociarse en líquido inflamable y
arder en llamas hasta morir. Pero antes para entender la simbología del
suicido a lo Bonzo, como se denomina esta forma de quitarse la vida, es
necesario hacer un recorrido por el significado del fuego.

El fuego representa para la humanidad mucho más de lo que en un


primer momento pensamos. Quienes frecuentan pequeños pueblos saben
que el término "hogar" indica no sólo la casa en sí sino también la
hoguera, el fuego donde se cocina y en cuyo calor uno se cobija en
invierno. "Enciende el hogar" no quiere decir encender la luz, sino
preparar el fuego para reunirse en torno a él. Así que, en cierto modo, el
origen de nuestro término para expresar la casa de uno se encuentra
también en el fuego, pues es en torno a él donde los primeros hombres
construían sus pequeñas comunidades y realizaban sus ritos.
Pero el fuego tiene, además de una historiografía interesante, un poder
que ninguno de los otros elementos (tierra, agua y aire) posee: el carácter
hipnótico e inquietante de las llamas. Quien se ha parado unos segundos
o minutos a observar como el fuego devora algo con sus llamas en seguida
dará cuenta del efecto hipnótico que produce, esa especie de letargo o
ensoñación a la que el fuego empuja a su observador, producido por el
entumecimiento del calor y el sonido de las brasas, pero sobretodo por ese
juego de formas suntuosas y colores vivos que van adoptando las llamas.
El cine ha sido testigo de ello en películas, como por ejemplo, Crash
(2004) en dos escenas: una en la que Matt Dylon salva de las llamas a la
mujer a la que antes había maltratado sexualmente (ver video); y hacia el
final, cuando su marido, tras un día problemático, encuentra un coche
quemándose y experimenta una especie de hipnosis lúcida con la que
aprende a mirar su vida y a su mujer bajo una luz diferente (ver foto).

Célebres ejemplos encontramos también en la literatura. De nuevo


Dostoyevsky: Lembke, funcionario público en Los endemoniados, al
contemplar el incendio provocado por una célula terrorista en su
localidad, exclama: “¡Es un incendio intencionado! ¡Esto es nihilismo! ¡Si
algo arde, es nihilismo!”. Al ver el fuego apagado y el tejado consumido,
comprendió su sentido: “El fuego está en el cerebro de la gente, no en el
tejado de las casas”. Esa es la particularidad del fuego: su efecto perdura
en las conciencias de quienes lo observan como el humo y las cenizas
perviven en las ruinas de lo devastado. Y con él vamos ya al tema que nos
ocupa: el suicido a lo Bonzo. Por que en esa misma novela el escritor ruso,
a través del personaje de Kirillov, divaga sobre el suicidio como el símbolo
de la libertad más absoluta, la que demuestra que no hay Dios y que el
hombre ocupa su trono. Pues bien, el mundo contemporáneo ha ofrecido
un nuevo Dios contra el que rebelarse, ese que Hegel llamaba Dios en la
tierra: el Estado. Así, los suicidas de nuestros tiempo, los nuevos Bonzos,
ya no se disparan en las entrañas como muestra de ateísmo sino que
queman su cuerpo como muestra de rebelión política. El suicidio a lo
Bonzo tiene su origen en una ola de suicidios de los mojes budistas
("bonzes" en francés) que se quemaban vivos para protestar contra la
opresión que sufrían por parte del gobierno vietnamita. El mismo ejemplo
siguió Thich Quang Duc, monje budista que se quemo vivo en una plaza
pública sin mover ni un músculo, y cuya imagen utilizó el también
combativo grupo musical Rage Against the Machine para la portada de su
mejor disco.

Estas son las impresiones del periodista que sacó las fotos: "Iba a ver la
escena de nuevo, pero una vez fue suficiente. Las llamas venían de un ser
humano; su cuerpo se marchitaba y secaba lentamente, su cabeza se
ennegrecía y carbonizaba. Sentía en el aire el olor de la carne humana
quemándose; los seres humanos se queman sorprendentemente rápido.
Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se
reunían alrededor. Estaba demasiado horrorizado para llorar,
demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, demasiado
desconcertado incluso para pensar… Mientras se quemaba nunca movió
un músculo, nunca pronunció un sonido, su compostura contrastaba con
los lamentos de las personas a su alrededor" (Malcolm Browne).

Es significativo cómo en lo que llevamos de siglo se han producido ya más


del triple de suicidios a lo bonzo que en todo el siglo pasado. El más
significativo fue quizás el de Mohamed Bouzazi. El estudiante se quemó
públicamente en protesta contra el gobierno y el trato policial que había
recibido como vendedor ambulante. Se había convertido en un mártir y en
el padre de la Revolución de los jazmines en Túnez. Su muerte dio
comienzo a la llamada Primavera Árabe. En España un campesino hizo lo
propio con su cuerpo de 56 años tras perder su trabajo y verse incapaz de
afrontar las necesidades de su familia. La noticia apenas trascendió en los
medios de comunicación, muy conscientes de poder alarmante del hecho.
Y antes de ayer, sábado por la noche, Moshe Silman, un israelí de 58 años
, se quemó vivo en una manifestación de indignados como protesta contra
la situación a la que le había empujado el gobierno, según dejó escrito en
una carta antes de inmolarse. A estar horas tiene más del 90% del cuerpo
quemado y sigue en estado grave.

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