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Jueves santo

Celebramos esta eucaristía con la que se dará inicio al Misterio de la


Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Celebramos la eucaristía a
esta hora para celebrar en la misma hora en que Jesús celebró aquel
día previo a la Pascua Judía.

Para cristo y los apóstoles era la cena de la última pascua judía. Para
ellos y para nosotros es la primera Cena de la Pascua del Señor. Cristo
es el nuevo Cordero Pascual con cuya sangre se borran los pecados
del mundo. Es la sangre de la nueva alianza de amor para un nuevo
pueblo unido en fraternidad, es el día del AMOR FRATERNO.

El cuerpo y la sangre del Señor entregados y repartidos son anticipo


de su resurrección, por eso una gran ilusión embarga a Jesús:
“Ardientemente he deseado comer esta cena con vosotros”.

Es el día de la institución de la Eucaristía y también es una llamada a


quienes han de perpetuar esta acción salvadora “Haced esto en
memoria mía”.

Día del sacerdocio, DIOS ESTA ENTRE NOSOTROS Y ES UNO


DE NOSOTROS. En este jueves santo nos invita a tener intimidad
con Èl, a cenar con Èl y nos manda a hacer lo que el hizo VIVIR EN
EL AMOR, SERVIR A LOS DEMAS CON AMOR.

EXPERIMENTEMOS A TRAVES DE ESTA EUCARISTIA


TODO EL AMOR DE DIOS QUE SE ENTREGA HASTA LA
MUERTE DE CRUZ PARA SER SALVACION Y
RESURRECCION NUESTRA.
Canto:
VIVE JESUS EL SEÑOR…
REINA JESUS EL SEÑOR…

SOLO DIOS, SOLO DIOS…

NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE


QUIEN A DIOS TIENE NADA LE FALTA.

EL ALMA QUE ANDA EN AMOR


NO CANSA NI SE CANSA
Salmo

Del salmo 141

A voz en grito clamo al Señor,


a voz en grito suplico al Señor ;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento,
pero tu conoces mis senderos,

A ti grito, Señor ;
te digo : « Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida. »
Atiende a mis clamores,
que estoy agotado.

Líbrame de mis perseguidores,


que son más fuertes que yo.
Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre :
me rodearán los justos,
cuando me devuelvas tu favor.

Canto:
DONDE HAY AMOR DIOS ALLI ESTA
Lectura

Filipense 2, 5-11

San Pablo escribe: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que
Cristo: El cual, siendo de condición divina no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición
de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el
Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.

Canto: CRISTO VENCE


CRISTO REINA
CRISTO, CRISTO IMPERA
Evangelio

Juan 13, 1,3-5,12-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su


hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena,
(...) sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que
había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita
sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en una
tinaja y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la
toalla con que estaba ceñido. (...) Después que les lavó los pies, tomó
sus vestidos, y volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he
hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro, y decís bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he
dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho
con vosotros.»

Canto:
Secuencia al Espíritu santo
Silencio

Oración de alabanza

Contemplemos a Jesús, el Señor: en lugar de la alegría que se le


proponía, padeció la cruz menospreciando la infamia.

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Cristo Jesús, nacido en la humildad para confundir a los poderosos y


ensalzar a los humildes,

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Tú que has vivido entre nosotros, curando a los enfermos,


anunciando a los pobres la Buena Noticia y a los cautivos la libertad.

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Tú que has venido para que caigan las cadenas de todas las
esclavitudes, amigo de los humildes, pan de los corazones
hambrientos,

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Jesús, lleno de paciencia y bondad, hasta el final fuiste perdón y


benevolencia.

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Jesús, manso y humilde de corazón, tú llamas a ti a todos los que están


cansados y agobiados.

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Tú que has venido al mundo para servir y dar tu vida, que fuiste
traicionado por el dinero, conducido ante los jueces y clavado sobre
la cruz.
—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Jesús, Señor del universo, por tu resurrección de entre los muertos,


vives junto al Padre desde donde nos preparas un lugar.

—Sobre la cruz, Señor, te adoramos.

Padrenuestro

Oración

Dios de todo amor, tú nos acoges siempre. ¿Por qué esperar a que
cambie nuestro corazón para vivir de ti? Tú nos ofreces todo lo
necesario para calmar y curar las heridas.

Cantos
La Cruz

¿Por qué un instrumento de muerte ha llegado a ser el símbolo del


cristianismo?
La muerte es el mayor enigma de la condición humana. Todo lo que
hemos construido a lo largo de los años, todo lo bello de la existencia
humana, parece esfumarse en espacio de un instante. Y he aquí que
en el corazón de la fe cristiana encontramos el símbolo de una muerte
violenta.

La verdad es que, desde el principio, la muerte no está precisamente


en el centro del Evangelio. La fe comienza con el anuncio de una Vida
más fuerte que la muerte: « ¡Ha resucitado! » Es a la luz de la
resurrección que la muerte toma su lugar en el mensaje cristiano.

Contemplada con esta luz, la muerte cambia de signo. Sin la confianza


en una Vida más allá de la muerte, los humanos permanecerían
paralizados por el miedo, ateridos al borde de un abismo al que no se
atreverían a mirar de frente. Pero al consentir dar su vida por amor,
llevado por la certeza de una comunión inquebrantable con su Padre,
Cristo quitó a la muerte su «aguijón» (1 Corintios 15,55), el miedo a la
nada: «por su muerte ha liberado a todos los que, durante toda su vida,
se encontraban asediados por el miedo a la muerte» (Hebreos 2,14-
15).

En compañía de Cristo, morir puede llegar a ser entonces un lenguaje


capaz de expresar el don total de sí. Por su existencia Jesús nos
enseña: «la ley del grano de trigo»: «Si el grano de trigo que cae en
tierra no muere, permanece solo; pero si muere, da mucho fruto»
(Juan 12,24). Esta «ley» no solamente se aplica a la muerte física.
Indica más bien que el camino hacia la Vida pasa inevitablemente por
un abandono, una renuncia a aferrarse a lo que hemos adquirido, con
el fin de ir con Dios hacia lo inesperado que se encuentra delante de
nosotros. Existe en nosotros ese germen portador de vida que
subsiste y florece a pesar de todo.

En este sentido, la primera «muerte» que conocemos es nuestro


nacimiento, donde dejamos el remanso materno para afrontar lo
riguroso de la existencia. También en la historia sagrada tenemos el
ejemplo de Abrahán, llamado a dejar atrás un mundo conocido para
embarcarse en una aventura con el Señor (ver Génesis 12,1-4). Más
tarde encontramos el ejemplo del pueblo de Israel, que tiene que
atravesar las pruebas del desierto para llegar a la Tierra prometida. La
cruz es de esta manera la revelación plena del verdadero movimiento
de la vida: «Quien busca preservar su vida la perderá, y quien pierda
su vida la salvará» (Lucas 17,33).

Paradójicamente la verdadera muerte, en el sentido negativo del


término, es el rechazo de arriesgarse con Dios. Aquel que quiera
«preservar» o «salvar» su vida a cualquier precio, aquel que permanece
aferrado a lo que ya posee, se expone a no comprender nada de la
vida auténtica. La cruz de Cristo nos revela una manera de morir que
no contradice la lógica de la vida. A partir de ahí comprendemos que
la cruz y la resurrección son las dos caras, la cara sombría y la cara
luminosa, de un único y mismo Amor, de una única y misma Vida.

¿Pueden salvarnos los sufrimientos de un inocente?

Sabemos que Jesús sufrió una muerte atroz. La crucifixión era uno de
los mayores suplicios del mundo antiguo y, para los judíos, un signo
de rechazo por parte de Dios (Deuteronomio 21,23; Gálatas 3,13).
Ahora bien, el Nuevo Testamento nos hace comprender que lejos de
ser un fracaso o una condenación la cruz fue el instrumento de
nuestra salvación (por ejemplo, Gálatas 6,14; Colosenses 1,20). No es
sorprendente que nos haya costado siempre comprender cómo tal
horror pudiera tener consecuencias tan dichosas.

De hecho, semejante comprensión descansa en un malentendido que


vale la pena aclarar. Desde hace siglos, dicho malentendido ha hecho
estragos y ha alejado a multitudes de la fe en Cristo. Este
malentendido consiste en la idea de que el sufrimiento de Jesús como
tal poseyera un valor salvador. Dicho de otro modo, Dios Padre
hubiera necesitado de ese sufrimiento, lo que significaría que Dios
Padre tendría cierta complicidad con la violencia ejercida contra su
Hijo único.
Basta casi con formular esta tesis claramente para percibir que ésta no
es solamente falsa, sino blasfematoria. Si Dios no desea ni el
sufrimiento ni la muerte de los malvados (Ezequiel 33,11), ¿cómo
podría deleitarse con la de su Hijo amado, el Inocente por excelencia?
Muy al contrario, es preciso atreverse a repetir sin cesar que el
sufrimiento como tal no tiene ningún precio ante los ojos de Dios.
Más aún, en la medida en que el sufrimiento daña lo que está vivo, el
dolor está en contradicción absoluta con un Dios bueno que quiere
para todos la vida en plenitud (Juan 10,10).

¿De dónde viene ese malentendido? Entre otras cosas, de una lectura
demasiado superficial de los textos bíblicos que son reducciones. En
ese tipo de lecturas el término medio es escamoteado. Ese término
medio es precisamente el amor. Porque lo que puede dar vida, lo que
nos salva, es solamente el amor. Si el sufrimiento no tiene ningún
valor en sí mismo, por ser la mayoría de las veces destructor, llegan
momentos en los que para permanecer fiel a un amor uno es llevado
a cargar con un sufrimiento incomprensible. Ahora bien, los textos
del Nuevo Testamento que parecen exaltar el sufrimiento celebran en
realidad el amor de Dios que va hasta el don total de sí mismo a favor
del ser amado. San Juan nos lo recuerda en todas sus cartas: «No hay
amor más grande que entregar su vida por los amigos» (Juan 15,13).

En la frase «Cristo sufrió por vosotros» (1 Pedro 2,21), por ejemplo,


es el «por vosotros» que expresa el término medio, la presencia del
amor. En su Hijo, Dios se ha desposado con la condición humana
hasta tomar el último lugar por amor; la cruz es de esta manera la
expresión de una solidaridad absoluta (ver Filipenses 2,6-8). Y cuando
san Pablo escribe que comparte los sufrimientos de Cristo (por
ejemplo, 2 Corintios 1,5; Filipenses 3,10; Colosenses 1,24), expresa su
deseo, al igual que Cristo, de darse a los demás sin condiciones.
Porque Cristo tomó sobre él los sufrimientos de nuestra condición
por amor, esos sufrimientos entonces pueden ser ya vividos no como
un castigo merecido o como un destino ciego y absurdo, sino como
un encuentro con el Amor y un camino hacia la Vida.

Carta de Taizé: 2004/3


Palabras antes del yo confieso:

Hermanos con esta liturgia de la Cena del Señor entramos en el


Triduo pascual para participar en el misterio de la pasión, muerte y
resurrección de Jesucristo nuestro Salvador. Esta es la tarde en que el
Señor se ha manifestado como siervo de Dios, lavando los pies a sus
discípulos, esta es la tarde en que el señor ha dejado en la eucaristía el
memorial de la nueva alianza. Esta es la tarde en que el Señor ha dado
el mandamiento nuevo y ha rogado por la unidad de los creyentes,
reviviendo las palabras y los gestos del Señor Jesús, nosotros
queremos participar de sus pensamientos, de sus sentimientos, de su
amor que nos ha traído la salvación.
Primera Lectura:
La Pascua judía era y sigue siendo una fiesta familiar.
No se celebraba en el templo, sino en la casa. Ya en el Éxodo, en el
relato de la noche oscura en que tiene lugar el paso del ángel del
Señor, aparece la casa como lugar de salvación, como refugio.
Escuchemos la lectura

Segunda Lectura:
De acuerdo con la tradición que Pablo recibió,
Jesucristo, durante su Última Cena, realizó el máximo acto de amor
por la humanidad, al instituir la Eucaristía. Esto nos ayuda a
comprender lo sagrado de nuestra Eucaristía. Escuchemos a
continuación el más antiguo de los relatos eucarísticos del Nuevo
Testamento.
Escuchemos.

Monición al evangelio:

El evangelio que escucharemos nos narra el lavatorio de los


pies. Nos pide lo hagamos vivencia, vida nuestra o como dice el
Señor: “Para que ustedes también lo hagan”. El amor de Jesús no se hace
con Palabras sino con gestos de humildad.
Entonemos el canto de meditación

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