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Eusebio Fernández

LOS DERECHOS HUMANOS Y LA HISTORIA

En las páginas que siguen he intentado hacer explícitas algunas ideas


acerca de la conexión entre los derechos humanos y la historia. Detrás
de ese conjunto de afirmaciones, que han de leerse más como
hipótesis de trabajo que como tesis sólida, se encuentran muchas
lecturas, muchas sesiones de trabajo con colegas y en el desarrollo de
mi función como docente y una experiencia directa con la
investigación histórica, necesitada aún de mayor dedicación.

El estudio de la historia de las ideas, en general, es una tarea


fascinante. En mi caso, además, es lo que me ha producido mayores
satisfacciones en mi carrera académica. La elaboración de una
historia de los derechos humanos es una labor compleja y arriesgada.
Compleja porque debemos enfrentarnos a la historia de todo lo
humanamente importante; arriesgada, porque unos deficientes
presupuestos teóricos y una inadecuada metodología pueden echar por
tierra muchos esfuerzos. Además prudentemente hemos de evitar caer
en los extremos de hacer una historia de piezas de museo, es decir,
inanimadas o de hacer una historia a nuestra medida, donde la historia
sea una excusa para hablar del presente. Creo que nadie puede evitar
“retratarse” a la hora de describir el desarrollo histórico, pero el
primer requerimiento para ser objetivos es ser consciente de este
riesgo.

Aquí he deseado insistir en dos ideas que, desde mi punto de


vista, tienen interés:

1ª.- Que el concepto de derechos humanos que hoy manejamos


no es un concepto intemporal que haya acompañado toda la historia de
la humanidad. La universalidad de los derechos humanos es distinta
de su eternidad. Se trata de un concepto histórico del mundo moderno
2

y/occidental. Es un concepto que surge en un momento histórico y


como consecuencia o resultado de un conjunto de hechos históricos de
carácter religioso, político, moral, económico o jurídico. Como todo
lo humano, es una creación de seres humanos.

Que esto sea así no significa que exista una fundamentación


histórica o historicista de los derechos humanos. Lo que debemos
hacer es partir de la consideración o perspectiva histórica de la génesis
y el desarrollo de los derechos humanos y dejar que ello nos ayude a
elaborar una teoría que no debe nunca olvidar su dimensión práctica.
Pero a la hora de fundamentar los derechos humanos la historia no nos
sirve. Los derechos humanos solamente pueden fundamentarse en
valores morales, que hay que analizar en clave histórica. Por tanto,
tomarse en serio el papel de la historia en los derechos humanos no
significa defender una fundamentación historicista.

2ª.-Parte del trabajo presente se podría utilizar para desarrollar


la consecuencia (lo que no se hace por motivos de espacio) de insistir
en el hecho de que hay un dato histórico inevitable, también creo que
un logro moral de la historia de la humanidad, que es la construcción
de la tesis del individualismo moral, es decir, de la defensa clara de la
superioridad moral de las personas individualmente consideradas.
Esta tesis se ha convertido en un presupuesto moral y teórico de
cualquier teoría de los derechos humanos fundamentales. Sociedades,
patrias y Estados son medios al servicio de un fin que hoy llamamos
respeto de la dignidad humana. La dignidad no se adquiere por la
pertenencia a ningún grupo social, clase, o raza elegida, país o
religión. La dignidad significa humanidad y pertenece a todos los
seres humanos sin distinciones que la puedan condicionar. La
dignidad humana debe entenderse hoy, básicamente, como el derecho
a tener derechos personales, cívicos, políticos, económicos, sociales y
culturales. Todos igualmente dignos de ser protegidos, aunque se
puedan establecer jerarquías entre ellos, que deben seguir criterios
morales y no de utilidad social.
Esta postura del individualismo moral casa muy mal con los
derechos colectivos. No creo que la reivindicación de derechos
3

colectivos deba hacerse en el mismo plano que los derechos


individuales y menos aún sustituyéndolos. Los únicos sujetos morales
de los derechos humanos son los individuos concretos. Hablar de
derechos colectivos es utilizar un lenguaje figurado, aplicable a otras
cosas distintas a los derechos humanos.

Quizá en algún momento del trabajo presente alguien pueda


percibir rasgos de soberbia occidental. Efectivamente, creo que no
hay ninguna razón concluyente para avergonzarse de pertenecer a
Occidente, por muchos motivos, y, entre ellos, por haber inventado
este artificio que se llama derechos humanos y que entre sus creadores
y defensores se ve como el medio de imponer algo de justicia en un
mundo radicalmente injusto.

Sin embargo, el orgullo dura muy poco cuando somos


conscientes de que Occidente tiene una clara responsabilidad
histórica, aunque no es la única causa, por acción u omisión, en una
inacabada historia de guerras y pobreza que ha producido que la
mayor parte de la humanidad, aún no sepa que son portadores de
derechos humanos o que, aún sabiéndolo, no puedan vivir de acuerdo
con esa creencia.

También quiero añadir que, como cualquier otra persona que


tome en serio los derechos humanos, creo que el pluralismo no es
solamente un hecho social, sino también un valor que merece la pena
mantener por encima de todo. Por tanto, se impone una discusión
sincera con otras culturas, incluidas las no individualistas, las no
igualitaristas o las partidarias de la unidad intocable entre la religión y
el poder político. El respeto a los derechos humanos, que no son
occidentales sino universales, puede servir como regla para movilizar
y regular esta discusión, pero siempre y cuando todos los
interlocutores partan de unos mínimos comunes, como es la
consideración de la misma dignidad. En caso contrario, se trataría de
un ejercicio de cinismo y una pérdida de tiempo por ambas partes.
4

Algo de cinismo y de ingenuidad que se pueden encontrar, por


ejemplo, en algunos tipos de multiculturalismo actual. Si para
dialogar, hay que forzar el sentido de las palabras hasta el punto de
desnaturalizarlas, entonces hemos creado unas bases de la discusión
tan ficticia que serán aprovechadas siempre por los enemigos de los
derechos humanos. Y en cuanto a los contenidos básicos de carácter
normativo que necesariamente se han de respetar, por muy
pragmáticos y poco metafísicos que queramos mostrarnos, conviene
no olvidar, como ha admitido recientemente Michael Ignatieff, que
“no se puede dejar de pensar en alguna forma de dignidad intrínseca
para apoyar la creencia en los derechos humanos”. nota 1).

Finalmente, voy a realizar una referencia a la inclusión de estas


reflexiones acerca de los derechos humanos y la historia en un libro
colectivo sobre la “Constitución y los derechos humanos”, elaborado
por filósofos del Derecho.

La filosofía con la que se ha escrito este trabajo da por supuesto,


y defiende de manera contundente, los valores y principios que se
exponen en el art. 1.1, el art. 9, el art. 10 y todo el Título I de la
Constitución española de 1.978. Salvo opiniones muy concretas y
personales coincido totalmente con la filosofía de la historia que está
detrás del texto constitucional. Es más, la elaboración de la
Constitución y su desarrollo durante estos veinticinco años no pueden
desconectarse de la historia de España, puesto que la historia es, para
los individuos como para las Constituciones, igual que el aire que
respiramos: inevitable.

Nota 1).- Michael Ignatieff “Los derechos humanos como política e idolatría”, con
Introducción de Amy Gutmann y comentario de K.A. Appiah, David A. Hollinger,
Thomas W. Laqueur y Diane F. Orentlicher, ed. Paidos, Barcelona 2003, trad. de
Francisco Beltrán Adell, pag. 167.
5

Para los miembros de mi generación la Constitución de 1.978


representó mucho. Ningún texto político y jurídico, aunque sea de la
importancia de una Constitución de un Estado social y democrático de
Derecho, es perfecto ni está elaborado para lograr unanimidad.
Tampoco debe sacralizarse su contenido, evitando interpretaciones
flexibles o necesarias reformas. Algunos echamos en falta, además,
un desarrollo más generoso y progresista de ciertos mandatos
constitucionales. No obstante, cualquiera que compare estos
veinticinco años de Constitución con el régimen político anterior debe
extraer un resultado muy positivo. Críticos de la Constitución los
hubo desde la izquierda y desde la derecha, en el momento de su
elaboración y en estos veinticinco años. El pluralismo político, como
valor superior del ordenamiento jurídico constitucional, según la
propia Constitución en el art. 1.1, ampara a los disidentes
constitucionales y solamente excluye a los que violentamente quieren
romper las reglas de juego que la Constitución señala y sostiene.

Como aprendiz de historiador, creo que existen razones que


echan por tierra las fatales predicciones de algunos “disidentes”
originarios, del tipo que reproduzco, y que, felizmente, suenan a algo
muy lejano en el tiempo:

“Según la propaganda política extranjera –sentenciaba un


fraile dominico- y las minorías del vicio, de la subcultura, de la
prensa quiosquera y de los políticos oportunistas y resentidos
españoles, la pornografía, la prostitución a todos los niveles sociales,
el divorcio como recambio de cónyuge prácticamente admitido, la
“honestidad legal” del adulterio despenalizado, es decir, protegido
por la ley, y la “santidad” de las misticísimas feministas y
“caritativas” aborteras, se habrían convertido desde julio de 1.976 en
las pruebas contundentes para la opinión mundial de que España ha
optado de una vez por las auténticas libertades democráticas, o, lo
que es igual, que los derechos humanos comienzan a ser respetados”.

Este era el diagnóstico sobre los derechos humanos en España


del P. Niceto Blázquez, que más tarde en nota a pié de página
6

explicaba que había tenido conocimiento del borrador de una nueva


Constitución para España. “Un borrador o proyecto francamente
malo e inadmisible en nombre de la sana justicia”, añadía. En el
siguiente párrafo del libro, del que tomo estos textos, titulado “La
reciente Constitución española y su filosofía”, aparecido una vez ya
aprobada y en vigor la Constitución, añadía la condena final: “Creo
sinceramente que la concepción de la vida reflejada en los principios
fundamentales de la nueva Constitución española es muy pobre y
carente de originalidad. nota 2).

I.- UNA EVOCACIÓN PERSONAL

Cuando en 1.974 Gregorio Peces-Barba me comentó el proyecto que


tenía de elaborar una historia de los derechos humanos y me invitó a
colaborar en él, proyecto que contó en 1.975 y 1.976 con una beca de
la Fundación Juan March y al que se unió unos meses más tarde
Liborio Hierro, debo hacer notar que en ese momento mantenía una
concepción, si puede llamarse así, sin duda, de manera muy generosa,
de la historia de los derechos humanos, y también del concepto de
derechos humanos, muy diferente a la que ahora tengo. Las lecturas
que he hecho durante este tiempo, el contacto y las discusiones con
otras personas de intereses semejantes, la investigación directa
sobre autores y fuentes históricas y la experiencia de otros
investigadores, me han permitido alcanzar una línea de trabajo que,
sin ser plenamente satisfactoria parta mi, sí han servido de
laboratorio de teoría y de aprendizaje. A ello tengo que añadir lo
que ha supuesto dirigir o conocer los resultados de un buen número

Nota 2).- Niceto Blázquez “Los derechos del hombre”, Biblioteca de autores cristianos,
Madrid 1980, pag. 21 y ss.
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de tesis doctorales que se han elaborado en el seno de la Universidad


de Cantabria y del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las
Casas de la Universidad Carlos III de Madrid nota 3) y que han tenido
como contenido, directa o indirectamente, asuntos relacionados con la
Historia de los Derechos Humanos.

En cuanto a aspectos de carácter metodológico, no creo que


existan grandes diferencias entre lo proyectado en aquellos años
originarios y hoy. Estaba claro para nosotros (Gregorio Peces-Barba,
Liborio Hierro y yo) que la historia de los derechos humanos venía a
ser una parte de la historia de las sociedades y que, por tanto, no se
trataba de un conjunto de ideas y de normas jurídicas al margen de los
problemas y necesidades reales de los seres humanos. Sin establecer
ninguna conexión mecanicista, pensábamos que el estudio del
contexto histórico era un dato imprescindible para comprender la
génesis y el desarrollo histórico de los derechos. También la forma de

Nota 3).- Me refiero a las tesis doctorales de Rafael de Asís (Derechos y deberes en la
Constitución española), Ángel Llamas (Los valores jurídicos como ordenamiento
material), Ángel Pelayo (Consentimiento, democracia y obligación política), José María
Sauca (A. de Tocqueville) Javier Ansuátegui (Orígenes doctrinales de la libertad de
expresión), Andrea Greppi (Teoría e ideología en el pensamiento político de Norberto
Bobbio), José Ignacio Solar Cayón (La Teoría de la Tolerancia en J. Locke), M. Olga
Sánchez Martínez (La huelga ante el Derecho. Conflicto, valores y normas), José María
Lasalle (J. Locke y los fundamentos modernos de la propiedad), José Manuel Rodríguez
Uribes (Los discursos democrático y liberal sobre la opinión pública. Dos modelos:
Rousseau y Constant), M. del Carmen Barranco (La teoría jurídica española de los
derechos fundamentales), Rafael Escudero (Sistema jurídico y justicia. Sobre la
relevancia social de la estructura jurídica), Javier Dorado (Las teorías del fundamental
Law en Inglaterra. Orígenes doctrinales del Constitucionalismo), Miguel Angel Ramiro
Avilés (Utopía y Derecho. Análisis de la relación entre los modelos de sociedad ideal y
los sistemas normativos), M. Eugenia Rodríguez Palop (La nueva generación de los
derechos humanos: origen y justificación), Ignacio Campoy Cervera (Dos modelos
teóricos sobre el tratamiento debido a los niños), María Venegas Grau (Los derechos
humanos en las relaciones entre particulares), Diego Bláquez Martín (Libertad e
igualdad: la contribución de Roger Williams en la Historia de los derechos
fundamentales), Isabel Wences (Ferguson y la sociedad civil) y M. Angeles Bengochea
(Igualdad, diferencia y prohibición de la discriminación).
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desplegarse la idea de derechos humanos, las conocidas y tan citadas


generaciones de derechos, se nos aparecían como la respuesta a una
evolución histórica clara. Creo que esa metodología es lo que
permitió, más tarde, llegar a la conclusión de que la idea de derechos
humanos es un concepto histórico del mundo moderno y de la cultura
occidental.

Sin embargo, aunque Gregorio Peces-Barba tuvo siempre muy


claro que existían precedentes de los derechos humanos (prehistoria
de los derechos humanos) e historia de los derechos humanos (a partir
del tránsito a la modernidad) yo no compartía los mismos
planteamientos en su totalidad.

La visión que tenía en aquel momento respondía más bien a una


filosofía de la historia entendida como progreso lineal y acumulativo.
Movido por estos planteamientos dediqué varios meses a estudiar la
historia de las religiones y de la filosofía, la de las ideas políticas, la
de las instituciones políticas y de las normas jurídicas en el Antiguo
Egipto, Mesopotamia, Israel, Grecia, Roma, la Edad Media, etc,
intentando encontrar una línea común y continua que conectara las
culturas, civilizaciones y etapas históricas de la Antigüedad con la
aparición de la idea de que los seres humanos eran portadores de
ciertos derechos, por su propia naturaleza y por ser ésta común a todos
ellos.

Sin duda mi intento estaba llamado al fracaso, ya que era fácil


advertir que de historia lineal y acumulativa había muy poco.
Precedentes de interés sí encontré, porque algunos de esos momentos
históricos, piénsese en la filosofía griega, las instituciones jurídicas y
políticas romanas o el cristianismo antiguo, han marcado las
posteriores reflexiones morales, políticas y jurídicas de la modernidad
occidental, pero con frecuencia era consciente de que estaba forzando
demasiado los datos que tenía entre manos.

Aunque recordaba que el propio T. Kuhn, con motivo de las


repercusiones de la publicación de su libro “La estructura de las
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revoluciones científicas”, en 1.962, había advertido de lo inadecuado


de pretender aplicar su teoría de los paradigmas científicos y de la
evolución de la ciencia a las ciencias sociales y humanas, esta obra me
permitió analizar la génesis de la idea de los derechos naturales
(antecedente inmediato de nuestros derechos humanos) como un
auténtico cambio de paradigma nota 4). Por tanto, no me encontraba
ante un desarrollo acumulativo en la idea de dignidad humana y sus
exigencias que, en un momento dado, da a luz a la concepción de que
los seres humanos son portadores de derechos, sino más bien de un
cambio cualitativo desde un paradigma al que la idea de derechos
individuales le es totalmente ajena, por muy importantes que sean sus
aportaciones en otros campos, a un nuevo paradigma mental y social
que hará girar todo lo humanamente importante en torno a un
individuo con derechos. La tarea que estaba por delante era explicar
las razones históricas por las que tuvo lugar ese cambio tan notable, en
el razonable supuesto de que nada ocurre en la historia por simple
azar.

Nota 4).- No desconozco las dificultades de definir el término paradigma y los añadidos
de aplicarlo a la historia de los derechos humanos. M. Mastermann encontró hasta 21
sentidos diferentes en la utilización del término por parte de Kuhn. El propio T. Kuhn en
“Segundos pensamientos sobre paradigmas” 1.969-70, (Ed. Tecnos, Madrid 1.978, pags,
12-13) respondió a los que le criticaban por usar un término tan vago: “Un paradigma es
aquello que los miembros de una comunidad científica, y sólo ellos, comparten y a la
inversa, es la posesión de un paradigma común lo que constituye un grupo de personas en
una comunidad científica, grupo que de otro modo estaría formado por miembros
inconexos”.
Sobre la advertencia de aplicar su teoría a otros campos ver su postdata de 1.969,
incluida en la traducción castellana de “La estructura de las revoluciones científicas”,
F.C.E, Mexico 1.971, trad. De Agustín Contín.
De la ingente bibliografía que existe sobre el tema pueden verse el prólogo de
Javier Muguerza a la traducción castellana de “La critica y el desarrollo del
conocimiento. Actas del Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en
Londres en 1.965”, Ed. Grijalbo, Barcelona 1.975, pag. 13 y ss.; Barry Barnes “Thomas
Kuhn”, en “El retorno de la gran teoría en las ciencias humanas”. Compilación de
Quentin Skinner, Alianza Editorial, Madrid 1..988, trad. de Consuelo Vázquez de Parga,
pag. 86 y ss; Barry Barnes “T.S. Kuhn y las ciencias sociales”, F.C.E., México 1.986,
trad. de Roberto Helier y Javier Echeverría “Introducción a la Metodología de la ciencia.
La filosofía de la ciencia en el siglo XX”, Ed. Cátedra, Madrid 1.999, pag. 113 y ss.
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Hasta hoy no he encontrado una hipótesis de trabajo mejor y


ésta es la que he desarrollado, a la vez que me ha servido de
presupuesto, en mis trabajos sobre la filosofía y la historia de los
derechos humanos.

El cambio de paradigma tiene que ver, por tanto, con un cambio


en la imagen del mundo y en las creencias compartidas por un con
junto notable de teólogos, juristas, filósofos y científicos, literatos y
artistas que empiezan a ver al hombre como el centro de la creación y
del mundo, concepción que a lo largo de este trabajo será definida
como individualismo moral y que alcanzará su culminación con la
idea kantiana de la humanidad como fin.

Hannah Arendt lo apuntó muy bien al comentar sobre la


Declaración francesa de 1.789 lo siguiente:

“La Declaración de los Derechos del Hombre a finales del


siglo XVIII fue un momento decisivo en la Historia. Significaba nada
más ni nada menos que a partir de entonces la fuente de la Ley
debería hallarse en el Hombre y no en los mandamientos de Dios o en
las costumbres de la Historia. Independientemente de los privilegios
que la Historia había conferido a ciertos estratos de la sociedad o a
ciertas naciones, la declaración señalaba la emancipación del
hombre de toda tutela y anunciaba que había llegado a su mayoría
de edad”. Ese hombre “completamente emancipado y completamente
aislado, que llevaba su dignidad dentro de sí mismo”, comprendió
que contaba con “la existencia de un derecho a tener derechos” nota
5).

Nota 5).- Hannah Arendt “Los orígenes del totalitarismo” Tomo 2. Imperialismo,
Alianza Editorial, Madrid 2.002, trad. de Guillermo Solana, pags. 422, 423 y 430.
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II.- LOS DERECHOS HUMANOS Y LA HISTORIA Y LA


HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS.

En varias ocasiones Gregorio Peces-Barba (de manera insistente


y quizá, entre nosotros, el autor que siempre ha mostrado mayor
sensibilidad hacia la importancia de la historia para una cabal
comprensión de los derechos humanos nota 6) y yo mismo nota 7)
(y esa ha sido una de las líneas metodológicas seguidas en la
elaboración de la Historia de los Derechos Fundamentales, tanto en el
primer tomo dirigido por ambos, como en los tres volúmenes del
Tomo II, en cuya dirección también colaboró Rafael de Asís) hemos
hecho hincapié en la afirmación de que los derechos humanos son un
concepto histórico del mundo moderno. A esta idea hemos unido otra
menos pacífica, que es la de la correspondencia con la modernidad
occidental.

En ningún caso estas afirmaciones significan menosprecio a


otras tradiciones culturales con ideas interesantes sobre los valores y

Nota 6).- Desde la primera edición de su texto “Derechos fundamentales. I Teoría


General”, Guadiana de Publicaciones, Madrid 1.973, pag. 63 y ss. hasta su último libro
“La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho”, Instituto de Derechos
Humanos Bartolomé de las Casas y Ed. Dykinson, Madrid 2.002, y desde la primera
edición, en colaboración con Liborio Hierro, de “Textos básicos sobre derechos
humanos”, Sección de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense, Madrid 1.9973, hasta la última “Textos Básicos de Derechos Humanos.
Con estudios generales y especiales y comentarios a cada texto nacional e internacional”,
con la colaboración de Ángel Llamas, Carlos Fernández Liesa, M. Carmen Barranco,
Elvira Domínguez, Rafael Escudero, Juan Antonio Pavón y José Manuel Rodríguez
Uribe, Editorial Aranzadi, Navarra 2.001.

Nota 7).- Ver los trabajos recogidos en mi libro “Dignidad humana y ciudadanía
cosmopolita”, ed. Dykinson e Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de
la Universidad Carlos III, Madrid 2.001.
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virtudes humanas o sobre la dignidad humana, pero que no dieron el


paso a la conversión de la dignidad humana en el reconocimiento del
derecho a tener ciertos derechos básicos nota 8). Tampoco significan
que la pertenencia de los derechos se limite hoy a los miembros de la
modernidad occidental sino que, a pesar de su génesis histórica, se
proclama su universalidad. Quizá la característica de la universalidad
sea el rasgo más distintivo hoy de los derechos humanos. De afirmar
que los derechos humanos son un concepto histórico “se puede
derivar” como ha señalado F. Javier Ansuátegui, “consecuencias
importantes en lo que se refiere a la comprensión de los derechos. En
efecto, -añade- su historicidad implica negar su existencia en cualquier
momento y contexto histórico. Constituyen una realidad que, como
tal, adquiere sentido desde el momento en que concurren un conjunto
de elementos, políticos, sociales, económicos y culturales, en
ocasiones de difusos contornos pero vinculados entre sí” nota 9).

Nota 8).- No creo necesario entrar aquí en el problema de si una sociedad con derechos es
moralmente superior a una sociedad desconocedora de que sus miembros tienen algún
tipo de derecho que reclamar. Sin embargo sí es preciso apuntar que el campo de los
derechos no agota, en ningún caso, el campo de lo moral o ético. Los derechos humanos
han de ser vistos como el contenido de la ética pública de las sociedades democráticas y
han traducido al lenguaje jurídico exigencias morales muy importantes para la
convivencia social, pero existen ideas del bien y del mal y valores y virtudes, además de
un ámbito privado de la ética y deberes morales no necesariamente conectados con los
derechos. Creo que tiene razón Mary Warnock, al señalar que: “Por esencial que sea el
ideal de la justicia para la moral pública, hay otros aspectos de la moral que atañen
necesariamente a los individuos, a sus motivaciones, personalidades y conciencias… una
moral fundada sobre el concepto de derechos sería una moral empobrecida, por ser
esencialmente pública”, en “An Intelligent Person`s Guide to Ethics”, Gerald Duckwont
1.998. Hay traducción castellana, de Pedro Tena, por la que se cita, en Fondo de Cultura
Económica, México 2.002, pags. 111 y 112.

Nota 9).- F. Javier Annsuátegui “La historia de los derechos humanos”, en Diccionario
crítico de los derechos humanos, dirigido y coordinado por Ramón Soriano Díaz, Carlos
Alarcón Cabrera y Juan Mora Molina, Universidad Internacional de Andalucía, Sede
Iberoamericana, 2.000, pag, 71.
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Una mirada a la historia de los derechos humanos nos tiene que


mover a preguntarnos y a pensar cuáles son los motivos por los que la
idea de que las personas son portadores de derechos, que traducen su
dignidad o valor, ha surgido en un determinado contexto histórico y
no en otro, o en una cultura y no en otras. Y una vez que surge esa
idea, cómo se producen variaciones en los derechos, al mismo tiempo
que van naciendo otros nuevos y todo como resultado de las
transformaciones de la historia de la humanidad. Indudablemente,
desde finales de la Edad Media hasta la actualidad, todos los hechos
históricos de importancia, en el plano ideológico, económico, político,
científico, etc., acaecidos en Occidente, han tenido claras
repercusiones en los derechos humanos. Cada momento histórico ha
significado un nuevo capítulo de la historia de los derechos humanos,
que ha extendido su alcance a los aspectos más determinantes de la
vida humana. Unas nuevas fases han complementado las ya
existentes, en un proceso sin duda acumulativo y progresivo aunque
en ningún caso lineal.

Estos momentos sucesivos, según ha enunciado Gregorio Peces-


Barba, corresponden a las cuatro fases de positivación de los derechos,
generalización de los derechos (entendida en la doble dirección de los
titulares como de los derechos), proceso de internacionalización y
proceso de especificación. También hay que subrayar que el paso de
una fase a otra no significa que la precedente esté cerrada, sino que
cada una de las cuatro fases va respondiendo a las innovaciones y
cambios que tienen lugar en la historia de las sociedades.

En todo caso, la historia de los derechos humanos siempre será


una historia abierta pues así lo es la historia de la humanidad.

Es de sobra conocida, y ha sido varias veces utilizada entre


nosotros, la postura de Norberto Bobbio acerca del fundamento de los
derechos humanos y la conexión que existe entre esa cuestión teórica
y la historia de los derechos humanos. Existen traducciones
castellanas tanto del texto originario tomado directamente de las Actas
de los encuentros de L´Aquila de 1964, como de la versión italiana
14

aparecida en el nº 42 de la Revista Internazionale di Filosofía del


Diritto (1.965) nota 10).

La perspectiva de la que parte Bobbio es la de fijarse en la


evolución histórica de los derechos humanos para desde allí derivar
algunos asuntos previos a la ineludible pregunta sobre su fundamento.
Creo que a pesar del paso del tiempo y de la existencia de trabajos de
calidad posteriores, también entre los autores españoles que nos
dedicamos a estas tareas, las ideas del profesor turinés, allí
expresadas, no han perdido interés por su agudeza y claridad.

En primer lugar por cuestionar lo que él llama la ilusión del


fundamento absoluto de los derechos humanos “es decir –son sus
palabras- la ilusión de que, a fuerza de discutir razones y argumentos,
acabaremos por encontrar la razón y el argumento irresistible al que
ninguno podrá negarse a adherir”. El ejemplo mejor para comprender
esa ilusión del fundamento absoluto nos la brinda la teoría
iusnaturalista sobre los derechos humanos, interpretados siempre en
clave de derechos naturales “Durante siglos esta ilusión –señala
Bobbio- fue común a los iusnaturalistas, quienes creyeron haber
logrado que ciertos derechos (pero no siempre los mismos) quedaran a
salvo de toda posible refutación derivándoles directamente de la
naturaleza del hombre. Pero la naturaleza del hombre se demostró
muy frágil como fundamento absoluto de derechos irresistibles”.

De ahí concluirá Bobbio que: “No se trata de hallar el


fundamento absoluto –empresa sublime pero desesperada- sino, en
cada caso, los distintos fundamentos posibles. Pero tampoco esta
búsqueda de los fundamentos posibles –empresa legítima y no
destinada como la otra al fracaso- tendrá alguna importancia histórica

Nota 10).- N. Bobbio “Sul fondamento di diritti dell´uomo”, en L´età dei/diritti, Giulio
Einaudi, editore, Torino 1.990, pag. 5 y ss. Anteriormente publicado en “Il Problema
della guerre e la vie della pace”, Il Mulino, Bologna, 1.979, pag. 119 y ss.
Hay traducción castellana, de Rafael de Asís, en Editorial Sistema, Madrid 1.991,
pag. 53 y ss., y en Diccionario Crítico de los Derechos Humanos, ya citado, pag. 9 y ss.
15

si no va acompañada del estudio de las condiciones, los medios y las


situaciones en que éste o aquel derecho pueda realizarse. Tal estudio
es tarea de las ciencias históricas y sociales”.

En segundo lugar, y se desprende fácilmente del texto anterior,


porque N. Bobbio nos invita a observar bien la historia para no
fracasar en el intento de buscar razones para los derechos, tanto para
los ya positivizados jurídicamente, como para los que siendo aún
exigencias morales pretenden convertirse en normas jurídicas.

En este sentido, señala: “La lista de los derechos del hombre se


ha modificado y sigue haciéndolo con el cambio de las condiciones
históricas, es decir de las necesidades, los intereses, las clases en el
poder, los medios disponibles para su realización, las
transformaciones técnicas, etc. Derechos que habían sido declarados
absolutos a finales del siglo XVIII, como la propiedad sagrada e
inviolable, han sido sometidos a radicales limitaciones en las
declaraciones contemporáneas; derechos que las declaraciones del
siglo XVIII no mencionaban siquiera como derechos sociales, resultan
proclamados con gran ostentación en todas las declaraciones recientes
nota 11). No es difícil prever que en el futuro podrá surgir nuevas
exigencias que ahora no logramos apenas entrever, como el derecho a
no llevar armas contra su propia voluntad, o el derecho de respetar la
vida incluso de los animales y no sólo de los hombres”.

La conclusión de N. Bobbio, que afecta necesariamente al


concepto y al fundamento de los derechos humanos , es:

“Todo esto prueba que no existen derechos fundamentales por


naturaleza. Lo que parece fundamental es una época histórica o en

Nota 11).- Recuérdese que estamos en 1.964. Hoy, también por motivos históricos, la
cosa no es así, por desgracia (también histórica).
16

una civilización determinada no es fundamental en otras épocas o


culturas. No sé cómo puede darse un fundamento absoluto de
derechos históricamente relativos” nota 12).

Cuando en 1.982 publiqué mi trabajo sobre “El problema del


fundamento de los derechos humanos” nota 13), había tomado buena
nota de estas ideas de Norberto Bobbio, sobre todo para hacer
hincapié en los obstáculos teóricos de una fundamentación
iusnaturalista, para animar a que se tuviera en cuenta el punto de vista
histórico, que no fundamentación histórica, a la hora de elaborar una
filosofía o teoría rigurosa de los derechos humanos (en este caso hablo
de rigor como la virtud teórica más alejada de emotivismos y retórica,
y de un discurso más efectista y manipulable políticamente que
sólidamente argumentado) y porque me pareció que encajaba muy
bien con una fundamentación ética de los derechos humanos y con un
concepto que respondiera a ella y para cuyo objetivo tomé prestado de
C. Santiago Nino, aunque utilizándolo en un sentido más amplio que
él, la expresión derechos morales (posteriormente tuve conocimiento
de la historia de esta expresión y de su uso muy contextualizado en la
tradición de la filosofía moral, política y jurídica inglesa y
estadounidense).

Sin embargo, siempre me ha presionado, desde aquel tiempo, la


necesidad de añadir alguna matización a las tan razonables reflexiones

Nota 12).- N. Bobbio “L´illusion du fundament absolu”, en Le fondement des droits de


l´homme, Actes des entretiens de L´Aguila (14-19 septiemvre 1.964), Institut
International de Philosophíe, La Nuova Italia, Firenze 1.966, pag. 5.

Nota 13).- Publicado en el Anuario del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad


Complutense, nº 1, Madrid 1.982. Se trata de un resumen del Curso que impartí en el
primer año de andadura del Instituto, al hacerme cargo de la asignatura “Concepto y
fundamento de los derechos humanos”. Más tarde se incluyó en el libro “Teoría de la
Justicia y Derechos Humanos, Ed. Debate, Madrid 1.984).
Excusado por la tendencia a la vanidad, que se va acrecentando con la edad, de
los profesores universitarios, pero también con el sano objetivo de hacer historia, me
permito señalar que se trata de uno de los primeros trabajos que en España reflexionaron
sobre el fundamento de los derechos humanos.
17

De N. Bobbio. Más o menos, y a vuela pluma, serían las dos


siguientes:

1º.- Los derechos humanos, variables y heterogéneos hasta el punto de


no admitir un único fundamento absoluto, sí contarían con distintos
fundamentos posibles que podemos elaborar y analizar siempre a
partir del estudio de las condiciones históricas de la génesis y
desarrollo de cada derecho. No obstante, sí cabría aunar distintos
derechos como traducción de un único fundamento (único fundamento
para un tipo de derechos, se entiende) con lo que la categoría de
distintos fundamentos posibles se rebajaría mucho. Es decir, valores
como la vida, la autonomía personal, la seguridad, la libertad o la
igualdad, cada uno de ellos podría recoger toda una familia de
derechos variables históricamente pero respondiendo a exigencias
históricas similares. Así, por ejemplo, entre las libertades políticas
que gozaba el ciudadano ateniense bajo el sistema democrático y los
derechos políticos de las actuales democracias, existe un contexto
histórico condicionado por situaciones muy diferentes y razones muy
distintas para defender la libertad política y sistemas diferentes para
ejercerlas. Sin embargo, todas las razones apoyadas en la historia de
las libertades políticas no gozan de independencia como para
posibilitar un fundamento posible para la libertad política griega y otro
fundamento posible, totalmente diferente, para las libertades políticas
actuales.

2º.- Es cierto, como señala Bobbio, que “No se ve cómo puede darse
un fundamento absoluto de derechos históricamente relativos”. Sin
embargo, si entendemos los derechos humanos hoy como los
contenidos materiales del valor justicia, como la posibilidad de una
ética globalizada, como la comprobación de una sociedad decente,
etc., entonces tenemos que conceder un estatus especial a este tipo de
derechos humanos que son fundamentales, tanto por ser el fundamento
de una vida digna como por ser la base sobre la que constituir los
sistemas sociales, políticos y jurídicos que pretenden estar a la altura
de la correspondencia con las exigencias del valor que se atribuye a
los seres humanos o dignidad humana.
18

De esta categoría de derechos humanos fundamentales, dentro


de una más general de derechos, necesitamos proclamar también
fundamentos especiales. En definitiva, creo que se podría añadir a la
proposición de N. Bobbio de que “no se ve cómo puede darse un
fundamento absoluto de derechos históricamente relativos”, esta otra
de que tampoco se ve “como puede darse un fundamento relativo de
derechos históricamente fundamentales”. Es decir, la historia también
nos puede ayudar a distinguir entre lo menos fundamental, aunque
importante, y lo fundamental, por imprescindible, con lo cual el
propio relativismo histórico se encuentra a sí mismo relativizado.

Creo que, entre nosotros, un autor conocedor de la historia de la


ideas, como Francisco J. Laporta, cuando ha utilizado la expresión
derechos morales no lo ha hecho desde supuestos inmutables, ni desde
la ilusión de búsqueda de ningún fundamento absoluto, sino desde la
apertura a lo histórico, pero a partir de una selección que da una fuerza
especial a ciertas exigencias morales. Así me parece que ocurre
cuando señala que “la noción de derechos morales es sin embargo
particularmente apta para dar cuenta de la especial naturaleza que
adscribimos a los derechos humanos como manifestación privilegiada
de una idea de justicia” nota 14) o cuando asigna a los derechos
humanos “los rasgos fundamentales” de tratarse de derechos
universales, absolutos e inalienables.

Indudablemente, dentro de los defensores de esa concepción


moral que cree y defiende ciertos derechos humanos como
fundamentales, porque sin su reconocimiento nos situamos por debajo
de una vida digna, concepción moral que es el resultado de una

Nota 14).- Francisco J. Laporta “El concepto de los derechos humanos”, en “Diccionario
crítico de los derechos humanos”, op. Cit. Pag. 17 y ss.
Ver también en la Revista Doxa su trabajo sobre el concepto de derechos
humanos, los comentarios de A.E. Pérez Luño (“Concepto y concepción de los derechos
humanos (Acotaciones a la ponencia de Francisco Laporta)”) y la posterior respuesta de
F. Laporta, nº 4, Alicante 1.988, pag. 23 y ss. Y pag. 75 y ss., respectivamente.
19

tradición histórica determinada (aquella que entendió que hablar de


dignidad humana significaba el derecho a tener derechos) ha pasado a
un lugar marginal la ilusión por buscar un fundamento absoluto, pero
tampoco está satisfecha con los fundamentos relativos y exige
razones, siempre teniendo en cuenta la enseñanza de la historia,
especialmente sólidas y contundentes.

III.- LA POSIBILIDAD Y TENTACIÓN DE MANIPULAR LA


HISTORIA . ENTRE LO PARTICULAR Y LO UNIVERSAL.

En 1.947 la Unesco llevó a cabo una investigación acerca de los


problemas teóricos a que daba lugar la elaboración de una Declaración
Universal de Derechos del Hombre. Para ello se envió un cuestionario
a un número significativo de pensadores y escritores, elegidos entre
las naciones pertenecientes a la propia UNESCO nota 15). Entre las
respuestas al cuestionario se encuentran las de Benedetto Croce,
Mahatma Gandhi, Aldous Huxley, Harold Lasky, Salvador de
Madariaga, Jacques Maritain o Pierre Teilhard de Chardin.

En el Memorandum y Cuestionario, “acerca de las bases


teóricas de los derechos del hombre distribuido por la Unesco”, se
señala que la formulación originaria de las declaraciones clásicas de
los derechos del hombre tiene lugar en el siglo XVIII, “basándose en
un concepto intrínseco de los derechos del hombre individuales como
absolutos e innatos” y como meta de un camino preparado por “dos
sucesos históricos: primero, la Reforma, con un llamamiento a la
autoridad absoluta de la conciencia individual, y, segundo, la
rebelión del capitalismo incipiente, con su insistencia en la libertad de

Nota 15).- Las respuestas pueden encontrarse en el libro publicado en 1.949 por la
Unesco, bajo el título “Human Rights. Comments and Interpretation. A Simposium.
Introduction by J. Maritain”. Aquí se cita por la edición aparecida en la Editorial Laia,
Barcelona 1.973, con traducción de M. Villegas de Robles, M. Frenk de Alatorre, M.
Sánchez Sarto, A. Alatorre y T. Ortiz.
20

iniciativa individual contra la sujeción de la Iglesia y el Estado”. Sin


embargo, también se apunta en el texto, el desarrollo posterior,
durante los siglos XIX y XX, iba a revelar las omisiones de esas
declaraciones al acentuar la falta de respuesta a nuevos problemas
planteados por el desarrollo histórico, tanto en el plano occidental
como internacional. Hasta llegar a “la presente situación” de
“confrontación de las dos concepciones vigentes de los derechos
humanos”: la una corresponde a la premisa de los derechos
individuales innatos y a un “prejuicio contra una autoridad central
poderosa”, la otra se basa en “principios marxistas y en la premisa de
un gobierno central poderoso… planificación total… y gobierno de un
solo partido”. No obstante el contenido del texto irradia optimismo
(no olvidemos que estamos en 1.947), en el sentido de pensar que
ambas concepciones enfrentadas se han ido modificando y tanto la una
como la otra se van encaminando hacia su opuesta. Por ello, prosigue
indicando el texto, “una de las tareas principales que tenemos por
delante en el futuro inmediato es el encontrar claramente algún
denominador común para el desarrollo futuro de las dos tendencias o,
en términos de dialéctica marxista, lograr una reconciliación de las
dos contrarias en una síntesis superior”.

El, Memorandum también añade otro punto de interés, que


puede interpretarse como una llamada de atención para no “descuidar
el hecho de que en otras partes del mundo han surgido otras teorías de
derechos humanos y siguen surgiendo o surgirán”. No sé si, también
en este caso, el texto es demasiado generoso al atribuir, como “otra
teoría de derechos humanos”, “los puntos de vista de un hombre como
el Mahatma Gandhi, o de los numerosos pensadores de la India que
creen en la importancia social y en el valor individual de la meditación
y de la experiencia mística. Y podemos estar casi seguros de que el
fermento de pensamiento ya visible en los pueblos de piel negra, parda
o amarilla, desde Africa al Lejano Oriente, está destinado a
producir otras declaraciones”. Generoso o no, aunque siempre
bienintencionado, desde 1.947 al 2.003 podemos comprobar la
exactitud de esas predicciones sobre la producción de otra teoría y
otras declaraciones de derechos humanos. Comprobación que, como
es suficiente conocido por el estudioso de estos asuntos, no está exenta
de agudas e interesadas, a la vez que interesantes, polémicas. Pero el
21

texto no deja dudas sobre su cometido, sin poder esquivar nunca el


difícil equilibrio entre la deseada unidad y la inevitable diversidad. Se
trata “de desarrollar un conjunto común de ideas y principios. Uno de
éstos es una declaración común de derechos del hombre”. Una
declaración que sirva para reconciliar lo divergente y que sea a la vez
“precisa”, dada su vocación práctica, “pero también suficientemente
general y flexible” para así poder aplicarse “a todos los hombres” y
poder ajustarse “a los pueblos que se encuentran en diferentes fases
de desarrollo social y político”.

A cualquier estudioso o interesado en la historia de la


humanidad, y deberíamos ser las dos cosas a la vez, puesto que la
historia sigue y seguirá cumpliendo ese eterno papel de maestro de la
vida, no le pasará desapercibido que estas preocupaciones de 1.947
siguen vigentes hoy, aunque desde ese tiempo al actual se han
experimentado ya distintas prácticas que deben ser tenidas en
consideración.

Creo también, ya que nuestro tema es el papel de la historia y su


relación con los derechos humanos, que se desprende fácilmente de
todos los textos anteriormente citados tanto la historicidad de toda
convivencia humana como la dependencia de lo histórico por parte de
toda la invención o construcción de los seres humanos. Y, sin duda,
una de esas creaciones históricas es la idea de que todos los seres
humanos tienen derechos morales que han de serles reconocidos y
garantizados social, política y jurídicamente.

Y sin salirnos de nuestra pequeña historia, la particular de la


Declaración Universal de la ONU de 1.948, existe otro documento de
interés, “Las bases de una declaración internacional de derechos del
hombre”, redactada por una comisión de expertos de la Unesco, en
julio de 1.947, tomando como base las diversas contribuciones
teóricas a la encuesta antes mencionada.

Aquí se conecta el papel institucional de las Naciones Unidas


con una declaración internacional de derechos del hombre, que “tiene
22

que ser tanto la expresión de una fé que hay que mantener como un
programa de actos para realizarla”. Para ello, se insiste, se precisa de
una comprensión común de convicciones que también han de ser
comunes, es decir, “convicciones universalmente compartidas por los
hombres, por grandes que sean las diferencias en sus circunstancias y
en su manera de formular los derechos del hombre”. De todas formas
en estas “Bases” no se pasa por alto que compartir principios comunes
no significa dejar de “anticipar algunas de las dificultades y las
diferencias de interpretación que de otra manera pudiera retrasar o
impedir un acuerdo sobre los derechos fundamentales que entran en la
declaración”.

La mención continua a la búsqueda de este equilibrio entre los


principios comunes de la paz, la democracia y, sobre todo “la fe en la
dignidad intrínseca de los hombres y mujeres” y, por otro lado, “las
culturas variadas” y “las instituciones diferentes” sirve para hacernos
una idea de que, para los autores de estas bases filosóficas de una
declaración internacional y universal de derechos humanos, la
búsqueda de ese equilibrio era una preocupación real y auténtica. Ello
sirve para relativizar en gran medida el alcance de la acusación que
hoy hacen los multiculturalistas a la Declaración de 1.948, como una
declaración de derechos, producto de la cultura occidental, que bajo la
envoltura de la universalidad pretende imponer los valores
occidentales. Y no creo que ninguna persona que pretenda un estudio
histórico objetivo y riguroso pueda poner muchas objeciones, salvo las
interesadas desde el punto de vista ideológico, o sentirse atacados en
su “sensibilidad cultural” por textos tan “imperialistas” como el que
sigue:

“La historia de la discusión filosófica de los derechos del


hombre, de la dignidad y de la hermandad del hombre, y de su común
ciudadanía en la gran sociedad, es larga: se extiende más allá de los
estrechos límites de la tradición occidental y sus comienzos en el
Occidente tanto como en el Oriente coinciden con los de la filosofía.
Por otro lado, la historia de las declaraciones de derechos del
hombre es breve y sus comienzos se encuentran en el Occidente en el
Bill de Derechos inglés y en las Declaraciones de Derechos de los
23

Estados Unidos y Francia, formulados el primero en el siglo XVII y


las segundas en el XVIII, aunque el derecho del pueblo a rebelarse
contra la opresión política se reconoció y se estableció hace ya
mucho tiempo en China”.

En este ambiente intelectual previo a la Declaración parece


claro que la historicidad de las declaraciones de derechos
(dependencia histórica occidental y moderna) no es incompatible con
la universalidad de los derechos humanos, entendida en el sentido de
que los derechos proclamados pertenecen a “todos los hombres de
todas las partes el mundo sin diferencia de raza, sexo, idioma o
religión”. ¿Por qué seguir dando pábulo a los paranoicos que han
convertido una idea noble en conspiración imperialista y occidental?,
¿no habrá otras razones y excusas, menos culturales y más interesadas
en mantener un statu quo negador de esos derechos universales?, ¿por
qué tomamos en serio a los que quieren seguir negando los derechos a
la vida, la libertad de convicciones, las libertades políticas o los
derechos económicos, sociales y culturales a los miembros de las
culturas no occidentales?, ¿es que se trata de incompetentes básicos,
condenados a no alcanzar nunca la madurez ni la autonomía individual
para preservar así “los derechos colectivos” de tribus, patrias,
religiones, clases sociales o géneros?.

También los expertos reunidos por la Unesco en París, en julio


de 1.947, se adelantaron a muchas objeciones posteriores y que han
alcanzado especial notoriedad en la bibliografía actual sobre teoría de
los derechos humanos. Es el caso del texto siguiente, donde se
distingue entre un consenso sobre derechos (sobre lo justo, diríamos
hoy) y un consenso doctrinal (sobre lo bueno o el bien). Distinción
que es imprescindible para garantizar el pluralismo de todo tipo.

Dice así:

“Pero la Comisión está convencida de que el problema


filosófico que supone una declaración de derechos del hombre no es
el de conseguir un acuerdo general de carácter doctrinal, sino, más
24

bien, un acuerdo sobre los derechos, y también sobre las medidas


encaminadas a realizar y defender los derechos, acuerdo que puede
estar justificado por razones doctrinales muy divergentes” nota 16).

La prudencia de la Comisión, inteligente y oportuna, al


distinguir entre esas tipos de acuerdos no debe utilizarse como punto
final sino como punto de partida (por otro lado nada fácil). Con ello
quiero decir que la historia posterior no ha dejado de ser muestra de
que los desacuerdos doctrinales se convierten en falta de acuerdos
sobre derechos o sobre alcance y jerarquía de derechos humanos. A
ello se refirió J. Maritain en el Prólogo del libro y con su mención nos
situamos en línea más directa con el tema del papel de la historia en
un teoría de los derechos humanos.

Para J. Maritain, en el terreno de las doctrinas filosóficos,


existen dos grupos diferenciados y opuestos: “los que aceptan más o
menos explícitamente y los que rechazan más o menos explícitamente
la “ley natural” como fundamento de dichos derechos”. El rechazo
o aceptación de la ley natural afecta al concepto de derechos humanos,
puesto que para unos el dato más definitivo es su inmutabilidad,
mientras que, para los otros, lo es su variabilidad histórica. Así, “para
los primeros, el hombre, en razón de las exigencias de su esencia,
posee ciertos derechos fundamentales e inalienables anteriores (por su
naturaleza) y superiores a la sociedad y por ella misma, nace y se
desarrolla la vida social, con cuantos deberes y derechos implica.
Para los segundos, el hombre en razón del desarrollo histórico de la
sociedad, se ve revestido de derechos de continuo variables y
sometidos al flujo del devenir y que son el resultado de la sociedad
misma, a medida que progresa a compás del movimiento de la
historia”.

Nota 16).- La Comisión estuvo constituida por Edward H. Carr, Richard Mckeon, Pierre
Auger, Georges Friedmann, Harold Laski, Chug-Shu Lo y Luc Somerhausen.
25

Expuestas de esta manera las dos posturas, nos damos


enseguida cuenta de que los ejemplos puros que podemos extraer del
cumplimiento de las características así establecidas son más bien
pocos. Hasta el iusnaturalista más cerrado tiene que admitir que
hablar de los derechos inherentes al ser humano y anteriores a la
sociedad no es una descripción, sino la construcción de una teoría
moral que desea hacer hincapié en que toda sociedad que se pretenda
justa debe reconocer ciertos derechos, básicos y fundamentales, a sus
miembros. La idea de “anterioridad” no es histórica o cronológica,
sino moral. Y también ese mismo iusnaturalista admitirá que no todos
los derechos tienen el mismo valor y que el desarrollo histórico puede
llegar a “relativizar” esa supuesta “inmutabilidad”.

Y algo similar ocurre con el positivista-historicista. Aún


admitiendo que los derechos han ido apareciendo como respuesta al
desarrollo histórico de la sociedad, tendrá que aceptar que entre los
derechos que se hallan en las declaraciones hay unos que no varían de
forma continua sino que se mantienen bastante constantes en cuanto a
su contenido. Para entender esta idea podemos ayudarnos con la
comparación entre los derechos de seguridad y autonomía y los
derechos de carácter económico y político. Mientras los derechos de
participación política y los económicos y sociales varían como
resultado de los cambios sociales concretos en el ámbito político y
económico, es difícil pensar en los derechos humanos fundamentales
sin incluir lo nuclear de los derechos a la vida, a la integridad física o
moral o a la libertad de pensamiento. Es decir, la historia de los
derechos humanos ha ido desplegando distintos tipos de derechos, las
generaciones de derechos, al responder a necesidades humanas
generadas en sociedades históricas, pero a partir de la idea básica de
que hay que crear las condiciones sociales, también básicas, que
respeten la dignidad o valor de las personas. Por ello me parece que
hay que matizar la respuesta que dio Benedetto Croce a la encuesta de
la Unesco. Para él hay que abandonar la consideración de los
derechos humanos como derechos universales del hombre y reducirlos
a derechos del hombre en la historia: “Esto equivale a decir –señala-
que los derechos son aceptados como tales para hombres de una época
particular. No se trata, por consiguiente, de demandas eternas, sino
26

sólo de derechos históricos, manifestaciones de las necesidades de tal


o cuál época, e intentos de satisfacer dichas necesidades”.

Del estudio de la historia de la cultura occidental y de la historia


y actualidad de otras culturas parece desprenderse un acuerdo general
con lo expresado por B. Croce. Los derechos humanos “son
aceptados como tales para hombres de una época particular”. Todos
los derechos son derechos históricos. Incluso podríamos pensar en
una época futura donde los seres humanos dejarían de pensar que
tienen derechos inherentes, de la misma manera que, a lo largo de la
historia, en la mayor parte de las épocas y las culturas, no han
“sabido” que tenían derechos. Sin embargo mi matización va en el
sentido de que una vez que los seres humanos, a partir de un
momento histórico determinado, han sido conscientes y han
reivindicado la idea de que les pertenecían ciertos derechos humanos
fundamentales y básicos, reflejo histórico-moral de una determinada
versión de su dignidad, sostuvieron también la idea de que esos
derechos a los que se referían eran algo más que “sólo derechos
históricos”. Una teoría actual de los derechos humanos tiene que
fundamentar y estructurar, moral, política y jurídicamente ese “algo
más”.

Hace ya varios años insistí en que había que distinguir entre


una visión histórica de los derechos humanos y una fundamentación
historicista de los derechos humanos nota 17). Hoy me mantengo en
esa idea.

Efectivamente, el estudio y análisis de la historia de los


derechos humanos no permite otra concepción distinta a la de éstos
como derechos en la historia. No son demandas eternas, sino
respuesta a necesidades sociales e históricas. Pero aunque la
historia sea la referencia sobreutilizada por los defensores de la

Nota 17).- Eusebio Fernández “Teoría de la Jurídica y derechos humanos”, op. cit., pag.
103.
27

fundamentación historicista, una visión histórica de los derechos


humanos puede y suele ser compartida por los defensores de otros
conceptos y otros fundamentos de los derechos humanos. Es más, me
atrevería a decir que es incorrecto hablar de fundamentación
historicista de los derechos humanos, porque la historia no
fundamenta nada. El estudio de la historia nos puede ayudar a
comprender las razones y causas de los acontecimientos sociales,
puede auxiliarnos a la hora de tomar decisiones prácticas y así evitar
errores pasados, pero no sirve para justificar o legitimar un
determinado orden social o político, un sistema jurídico o una
declaración de derechos.

Creo que la integración del punto de vista histórico o de la


dimensión histórica en el análisis del concepto y del fundamento de
los derechos humanos es algo muy asumido en la mayor parte de los
filósofos del Derecho españoles, independientemente de las
convicciones ideológicas de unos y otros. Y ello tanto en los trabajos
sobre derechos humanos anteriores a la Constitución de 1.978 como
en los posteriores. A ello hay que añadir también las propias
evoluciones teóricas personales y la apertura hacia planteamientos
más flexibles y pluralistas, incluidos los distintos tipos de
iusnaturalismos defensores de los derechos humanos nota 18).

Nota 18).- Valgan como ejemplo (necesariamente parcial) los siguientes trabajos de
filósofos del Derecho que, a pesar de la heterogeneidad teórica y del pluralismo
ideológico, no han olvidado la perspectiva histórica: el estudio preliminar de Antonio
Truyol y Serra a “Los derechos humanos. Declaraciones y Convenios Internacionales”,
Ed. Tecnos, Madrid 1.968 (con varias reimpresiones y ediciones), pag. 11 y ss.; Antonio-
Enrique Pérez Luño “El proceso de positivación de los derechos fundamentales”, pag.
173 y ss. de José Luis Cascajo Castro, Benito de Castro Cid, Carmelo Gómez Torres,
Antonio-Enrique Pérez Luño “Los derechos humanos. Significación, estatuto jurídico y
sistema”, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla 1.979; Antonio Fernández-
Galiano “Derecho Natural. Introducción filosófica al Derecho”, Ed. Ceura, Madrid 1.986
(quinta edición, corregida y aumentada), pag. 301 y ss.; Nicolás María López Calera
“Introducción al estudio del Derecho”, Granada 1.987 (2ª edición, corregida y
aumentada), pag. 273 y ss.; Gregorio Peces-Barba “Sobre el puesto de la historia en el
concepto de los derechos fundamentales”, en “Escritos sobre derechos fundamentales”,
Eudema, Madrid 1.988, pag. 227 y ss.; José Martínez de Pisón “Derechos Humanos:
historia, fundamento y realidad”, Egido Editorial, Zaragoza 1.997, pag. 57 y ss.; Benito
de Castro Cid, Ignacio Ara Pinilla, y otros “Introducción al estudio de los derechos
humanos”, Editorial Universita, Madrid 2.003, pag. 27 y ss.
28

IV.- ACERCA DE SI LA HISTORIA DE LOS DERECHOS


HUMANOS TIENE ALGO QUE DECIR SOBRE EL
INDIVIDUALISMO MORAL Y LOS DERECHOS
COLECTIVOS.

Muchas veces se ha insistido entre algunos colegas-filósofos del


Derecho españoles, durante los últimos años en que nuestras
sociedades están abocadas al multiculturalismo y que este nuevo
fenómeno, estimulado fundamentalmente por los hechos migratorios y
por la inmigración laboral, inevitablemente va a afectar a la teoría y a
la práctica de los derechos humanos, que, como conjunto de normas
jurídicas que han de regir la convivencia, no pueden permanecer
ajenos a la creciente ola de innovaciones sociales. Por ello se exige la
creación de nuevos planteamiento teóricos y políticas sociales que den
respuesta a esos fenómenos y para los que la visión exclusivamente
occidental, de los derechos humanos, que hasta ahora ha sido la
predominante, ha demostrado ya su incapacidad (o su agotamiento en
la postura más radicalizada) para dar adecuadas y justas soluciones.

La señal emitida, por tanto, es que el concepto de derechos


humanos debe convertirse en un concepto multicultural para de esta
manera dar respuesta a otro concepto en boga, cual es el de la
ciudadanía diferenciada nota 1).

Pues bien, creo que merece la pena reflexionar seriamente sobre estos
temas, sin duda trascendentes, pero no exentos de confusiones entre
los elementos teóricos que ayudan a su tratamiento. Así, no está
suficientemente claro y los riesgos de caer en retórica compasiva,
demagogia o en la manipulación de intereses no confesados son muy

Nota 19).- Ver los trabajos recogidos en el libro, coordinado por Javier de Lucas, “La
multiculturalidad”, donde se tratan las cuestiones más candentes acerca de este asunto,
Cuadernos de Derecho Judicial, Consejo General del Poder Judicial, Madrid 2.001.
29

grandes, cuál es el alcance del reto del multiculturalismo, de la


interculturalidad y de la ciudadanía diferenciada a la visión liberal e
igualitarista de los derechos humanos.

No creo que el derecho a la vida, la libertad de creencias, los


derechos de seguridad jurídica o la garantía de la subsistencia básica
(o cualquiera de los derechos que históricamente han aparecido
conectados al liberalismo, la democracia o el Estado Social de
Derecho) tengan cada uno de ellos dos versiones: la real, que es el
reflejo de una historia que ya ha sido escrita, y la posible, es decir la
misma historia “reinventada” desde planteamientos multiculturalistas,
interculturalistas y de ciudadanía diferenciada.

La primera historia, la real, se puede hacer mejor o peor, más


objetiva o menos comprometida, pero siempre cuenta a su favor con
un presente que es tomado como lo real y que es producto de una serie
de componentes históricos y de sucesos, no mecánicos, pero si
encadenados por una determinada lógica. No desconozco el hecho de
que hay interpretaciones que más que servir para comprender una
historia la desfiguran o manipulan; pero, por el momento, sigue
teniendo sentido discutir sobre interpretaciones históricas correctas e
incorrectas.

La segunda historia, la imaginada o inventada o deseada, por


multiculturalistas, interculturalistas y reivindicadores de la
ciudadanía diferenciada para agradar a otros multiculturalistas,
intermulticulturalistas y reivindicadores de la ciudadanía diferenciada
no pasa de ser una construcción demasiado forzada como para darnos
confianza.

En definitiva, lo que quiero decir es que cuando alguien nos


exige una versión multicultural del derecho a la vida o de la igualdad
entre sexos, haciéndonos creer que en ciertas culturas el contenido de
ese derecho ha de entenderse de manera distinta a lo que ha venido
significando su lectura histórica literal, debemos darnos cuenta de que
nos está tomando el pelo. Y si la otra cultura entiende por derecho a
30

la vida el derecho a vivir y por libertad de creencias, la igualdad en el


ejercicio del derecho a pensar lo que se quiera, entonces coincidimos
en el contenido literal de esos derechos y ha desaparecido el problema
del multiculturalismo, de la interculturalidad y de la ciudadanía
diferenciada a la hora de conocer el alcance de un derecho.

Otro es el problema, este sí serio y complejo, de que, si los


derechos humanos son pertenencia de todos y cada uno de los seres
humanos, hemos de estar abiertos a la discusión de otras perspectivas
culturales, con concepciones y forma de vida distintas a las nuestras.
Entre estas pueden incluirse aquellas concepciones que piensan la
convivencia humana al margen del reconocimiento de derechos a los
miembros de sus sociedades o aquellos otros que piensan la
convivencia social en términos de derechos colectivos. La
complejidad, de la discusión, lo mismo que la posibilidad de llegar a
acuerdos tras ésta, varía mucho según sean los interlocutores y según
sean los temas a tratar, puesto que aquella discusión que se dé entre
fundamentalistas o fanáticos (y basta que uno de los interlocutores lo
sea) está siempre llamada al fracaso.

En todo caso, una sociedad que se tome en serio la libertad


siempre exigirá la vigencia de un grado satisfactorio de pluralismo. El
pluralismo en el campo cultural nos lleva hacia el multiculturalismo,
que puede entenderse como el término “que hace referencia a la
presencia de una sociedad de distintos grupos cada uno de los cuales
pretende mantener su cultura y vivir en ella” nota 20). Y surgen
inmediatamente las preguntas: ¿los miembros respetuosos de los
derechos humanos de una sociedad democrática están obligados a
respetar el derecho a la identidad cultural de los miembros de culturas
que los nieguen?, ¿una política correcta de inmigración laboral debe
esforzarse en integrar en su seno a los que rechazan en profundidad
los valores de quienes les den trabajo?.

Nota 20).- María José Añón Roig “La interculturalidad posible: ciudadanía diferenciada
y derechos”, en el libro colectivo, ya citado, “La multiculturalidad”, pag. 223.
31

Creo que la Constitución española posibilita políticas justas y


generosas en materia de inmigración, por supuesto que más
ambiciosas que las llevadas a cabo hasta ahora. De la misma manera,
los derechos en ella proclamados pueden actuar como un constante
acicate para mantener el valor del pluralismo, como uno de los
valores superiores de la Constitución y la coexistencia de nuestras
tradiciones culturales con otras tradiciones culturales (siempre y
cuando respeten los derechos humanos entendidos como las reglas de
juego de una sociedad democrática). A veces me produce cierto
asombro que estudiosos de estos temas, entre nosotros, den
rápidamente por supuesto que España ya es un país multicultural o
que, ingenuamente, confíen en que es posible la convivencia, dentro
del mismo territorio, entre sistemas de valores distintos.

En todo caso, las vías que establece la Constitución, al


proclamar y garantizar los derechos individuales a la libertad de
expresión son las adecuadas. Con ello nuestra Constitución
permanece dentro de la tradición histórica del individualismo moral,
poco amiga del concepto de derechos colectivos, que suele ser el
preferido de los creyentes en el multiculturalismo y la
interculturalidad.

Y la defensa de la existencia de derechos humanos, sin cuyo


reconocimiento los seres humanos viven por debajo de las exigencias
de su dignidad es, sin duda, un ideal moral. Un ideal moral que se fue
construyendo lentamente hasta encontrar la manera de darle forma
histórica. Como todo fenómeno social, fueron un conjunto de
circunstancias históricas las que permitieron que se viera con claridad
que los individuos eran sujetos universales de derechos también
universales.

Las razones de que esto ocurriera en una determinada fase


histórica, y no desde el comienzo de la humanidad, y además, dentro
de una determinada tradición cultural y no en otra, eso constituye el
objetivo a esclarecer por parte del estudioso. Sin embargo, esta tarea
32

precisa buenas dosis de información, metodología apropiada y amor a


la objetividad.

¿Es tan importante la comprensión de una concepción


individualista de la sociedad para la historia de los derechos
humanos?. Creo que sí. I. Berlin, en la Introducción a su obra
“Cuatro ensayos sobre la libertad”, se preguntaba sobre la fecha y las
circunstancias en que se hizo explícita en Occidente la idea de la
libertad individual, respondiendo que ésta aún no había surgido en la
cultura griega ni en ninguna otra civilización antigua. Y añadía el
siguiente comentario:

“Hay muchos valores que han discutido los hombres, y en


favor y en contra de los cuales han luchado, que no se mencionan en
algunas fases anteriores de la historia, bien porque se presuponen sin
hacerse siquiera cuestión de ellos, o porque los hombres, por las
razones que sean, no están en condiciones de concebirles. Bien puede
ser que las formas más refinadas de libertad individual no incidieran
en la conciencia de las masas humanas, simplemente porque éstas
vivían con estrecheces y oprimidas. Apenas puede esperarse que los
hombres que viven en unas condiciones en que no tienen suficiente
comida, calor, refugio y un mínimo de seguridad, se preocupen de la
libertad de contratación o de la libertad de prensa nota 21).

Me parece que el individualismo moral responde a este tipo de


valores citados por I. Berlin. Normalmente dentro de las sociedades
capitalistas, liberales y democráticas no se hace cuestión de él,
mientras que en otras culturas y sociedades, tanto históricas como
actuales, parece que no se concibe. ¿Puede que sea el resultado de un
desarrollo histórico, social y económico, que permite a algunas
sociedades, en general, tener satisfechas las necesidades básicas de

Nota 21).- I. Berlin “Cuatro ensayos sobre la libertad”, Alianza Editorial, Madrid 1.988,
trad. de Julio Baroja, pag. 43.
33

subsistencia y seguridad mínimas?. Probablemente y, como mínimo,


hay que conceder que algo tienen que ver entre sí esos fenómenos.

Una comparación entre culturas distintas y entre fases históricas


dentro de una misma cultura, comprensión que precisa mucho estudio
y prudencia para no caer en interesadas simplificaciones, puede arrojar
cierta luz a la hora de tratar este asunto.

Norberto Bobbio ha señalado al respecto que:

“Para que pudiera darse…el paso del código de los deberes al


código de los derechos, sería necesario dar la vuelta a la moneda:
que el problema moral fuera considerado desde el punto de vista no
solamente de la sociedad, sino también del individuo. Sería necesaria
una verdadera y propia revolución copernicana… Aquí hablo de
revolución copernicana en el sentido kantiano, como inversión del
punto de observación”.

Bien, esa revolución coperniana o inversión del punto de


observación es una manera de entender la referencia que en la
introducción se hace al cambio de paradigma. Y eso tiene una fecha
histórica, la modernidad, y una cultura determinada, la occidental.

Permite todo esto derivar que, ya que el fenómeno de los


derechos humanos surge y se desarrolla en sociedades individualistas,
capitalistas, con separación entre el poder político y el religioso,
básicamente igualitarias y liberal-democráticas, ¿esos datos históricos
se convierten en presupuestos imprescindibles que precisan otras
sociedades y culturas que aspiran a respetar los derechos humanos y a
garantizar su ejercicio?. No tengo razones fuertes para contestar
afirmativamente de manera terminante, pero posiblemente las
relaciones entre esos logros históricos y los derechos humanos, son
bastante estrechas.
34

En todo caso, no tengo ninguna duda sobre la corrección del


dato histórico de que la noción de derechos naturales presupuso una
concepción individualista de la sociedad y del Estado (que también
tuvo que evolucionar desde las razones de Estado a los derechos como
verdadera razón de Estado).

Como también indica N. Bobbio:

“Concepción individualista significa que primero está el individuo,


se entiende, el individuo singular, que tiene valor por sí mismo, y
después está el Estado, y no viceversa” nota 22).

Si aplicamos esto también a la sociedad, resulta que el individuo


singular tiene valor por sí mismo y después está la sociedad, y no
viceversa. Aquí radica la verdadera peculiaridad y elemento distintivo
de la modernidad occidental.

Leamos a algunos de los estudiosos de otras culturas para


posibilitar mejor la comprensión de este hecho.

Empecemos por el caso de la India. Louis Dumont opone la


idea del hombre como individuo y

“el hecho indio fundamental de la interdependencia de los hombres


en el sistema de castas. Por “idea de individuo” entendemos el hecho
de que para nosotros, los valores esenciales han terminado por
vincularse de forma predominante, al hombre particular tomado
como universal … en el sistema de castas, sobre todo en su modelo
clásico donde la sociedad está dividida en cuatro categorías o estados
distintos, un obstáculo se interpone entre el hombre particular y lo
universal, que no es otro que la casta o estado que prescribe a cada
uno su deber especial. Lo que los tratados describen como moral

Nota 22).- N. Bobbio “El tiempo de los derechos”, pags. 105 y 107.
35

común, es poca cosa, y apenas hablan de deber universal, sino sobre


todo de deberes de estado. No se es hombre; se es, según el caso,
sacerdote, príncipe, cultivador o servidor…

Si estudiamos instituciones como la casta, y por poner otros dos


ejemplos, los derechos del suelo y el parentesco, nos damos cuenta de
que el hombre particular no es, propiamente hablando, el sujeto”
nota 23).

No es de extrañar, por tanto, que en la India tradicional, lo


mismo que en China o Japón, el concepto predominante sea el de
deber. El choque cultural, por tanto, con la tradición de una sociedad
de derechos individuales siempre se va a dar.

En las sociedades tradicionales africanas nos ocurre un


fenómeno similar: no existe la noción de individuo particular al
margen de la sociedad, ni tampoco la de derechos individuales, sí, por
supuesto, la de deberes de total sumisión del individuo a la
comunidad. De ahí la especial crudeza que tienen los enfrentamientos
tribales.

Según un conocedor de esa realidad, los derechos humanos en


las sociedades africanas tradicionales responden a un concepto de
derecho con titularidad grupal y a un concepto de derecho con
significado de deber.

“En las sociedades africanas tradicionales –leemos- existieron


también algunos principios para el respeto y la protección de

Nota 23).- Louis Dumont “La civilización india y nosotros”, Alianza Universidad,
Madrid 1.989, trad. de Rogelio Rubio-Hernández, pags. 24 y 25.
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los derechos humanos. En efecto, el África tradicional dispuso de un


sistema de derechos y libertades, aunque no existía ni un
reconocimiento formal ni una fórmula escrita de esos derechos y
libertades, tal y como son enunciados actualmente”.

Este texto, además de estimular el escepticismo, podría


aplicarse a casi todas las culturas y civilizaciones. Me temo que se
está hablando más de deseos, basados en supuestos históricos, que de
hechos sociales (reales).

“Sin embargo –prosigue nuestro autor- en el África tradicional,


el individuo como un ser singularizado no existe; se confunde y se
integra con el grupo abandonando el derecho a constituir un ser
individualizado, aislado… El individuo descubre sus derechos y goza
de ellos por su condición de miembro del grupo. Así el individuo y el
grupo se complementan”.

Debo apuntar que si el individuo “descubre sus derechos y goza


de ellos” por su condición de miembro del grupo, eso significa que el
individuo no tiene derechos por sí mismo, derivados de su valor o
dignidad.

No es posible hacer converger una concepción individualista de


los derechos humanos (el individuo tiene derechos por su propia
dignidad) con una concepción comunitarista o colectivista de los
derechos (el individuo tiene derechos por ser miembro de un grupo).
La historia de los derechos humanos (la real) es la que despliega la
concepción individualista, mientras que la historia desarrollada según
la concepción comunitarista es pura ficción. Además, habría que
añadir que, en la práctica, la concepción individualista es integradora
y cosmopolita, mientras que la comunitarista suele ser excluyente y
tribal.
37

Resulta también curioso que, frente a las justas críticas al


imperialismo occidental, suele surgir en este tipo de trabajos, con el
apoyo de todo tipo de multiculturalistas, otro tipo de imperialismo
que intenta mantener la superioridad de las culturas no occidentales.
Así, se suele comparar al ser “individualizado, aislado, egoísta,
agresivo” con otro tipo de sociedad idílica, de seres humanos
solidarios y hechizados por el bien común. “En este sentido –se dice-,
la sociedad africana era solidaria y humanista, de tal modo que el
respeto al ser humano era una característica intrínseca de la misma”
nota 24).
Por seguir con las comparaciones, cabe hacer una más entre el
individuo reducido a ciudadano de la Grecia clásica y el individuo
aislado en su intimidad y privacidad, propio del mundo moderno
(comparación que ya hizo B. Constant en su célebre discurso parisino,
en 1.819). O la influencia que tuvo el individualismo religioso,
propiciado por el cristianismo, en el idividualismo moral moderno
nota 25). Nuestra investigación puede incluso ampliarse a cómo
afecta al individualismo moral y a la concepción de los derechos
humanos la corriente actual de filosofía política conocida como
republicanismo, teniendo en cuenta que Maquiavelo es uno de sus más
importantes iniciadores y que, según uno de sus creadores actuales:
“La de Maquiavelo es una teoría de la libertad negativa, pero él la
desarrolla sin recurrir a concepto alguno de los derechos
individuales… no hay entre sus escritos políticos, que yo sepa, lugar
alguno en el que hable de agentes individuales como portadores de
diritti o derechos” nota 26).

Nota 24).- Tshimpanga Matala Kabangu “Los derechos humanos en África.


Enunciación, garantías y aplicación” en Tiempo de paz. Declaración Universal de
Derechos Humanos, nº 48, Madrid, primavera de 1.998, pag. 49.

Nota 25).- Ver Jean-Pierre Vernant “El individuo en la ciudad”, en P. Veyne, J.P.
Vernant, L. Dumont, P. Ricoeur y otros “Sobre el individuo” Ed. Paidos, Barcelona
1.990, trad. de Irene Agoll., pag. 25 y ss.

Nota 26).- Quentin Skinner “La idea de libertad negativa: perspectiva filosófica e
histórica”, en R. Rorty, J.B. Schneewind, Q. Skinner “La filosofía en la historia”, Ed.
Paidos, Barcelona 1.990, trad. de Eduardo Sinnot, pag. 256.
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La defensa del individualismo moral como el motor de la


historia de los derechos humanos es, por tanto, otra de las claras
enseñanzas del análisis de la historia.

La era de los derechos humanos (entendidos como derechos


naturales, en el umbral de las primeras declaraciones) vino precedida
históricamente por el triunfo de la filosofía individualista en todas las
vertientes (religiosa, económica, social, moral o política). El principio
individualista del valor moral primordial de cada ser humano permitió
inventar al protagonista de los derechos humanos. Como ha señalado
Javier Muguerza “no hay otros sujetos morales que los individuos”
nota 27).

Si se acepta lo anteriormente expuesto y se reconoce su


veracidad, podemos afirmar que una concepción individualista de la
sociedad es un presupuesto necesario para hablar de los derechos
humanos. No se trata de una opción ideológica, sino de un dato
derivado del estudio de la historia de los derechos humanos. Por
tanto, creo que no es desacertado defender que la existencia de
derechos colectivos es una ficción. El derecho a la identidad cultural
cobra valor como un derecho individual (universal), sin necesidad de
proclamar la existencia de un derecho colectivo a la misma identidad
(siempre de un grupo, es decir, parcial).

Me parece que el conocimiento de la historia de los derechos


humanos nos permite calificar al proceso que va desde una concepción
individualista de la sociedad hasta el despliegue de las distintas
generaciones de derechos, como un proceso irreversible que impone
un camino a seguir y unos requisitos que cumplir.

Nota 27).- Javier Muguerza “Ciudadanía: Individuo y comunidad. Una aproximación


desde la ética pública”, en “Retos pendientes en ética y política”, dirigido por J. Rubio
Carracedo, J.M. Rosales y M. Toscano, Ed. Trotta, Madrid 2.002, pag. 19.
39

Si añadimos a esto la idea anteriormente mencionada de que no


existen otros sujetos morales que los individuos, opino que cualquier
intento de someter los derechos humanos a los derechos colectivos
supone perder lo que de revolucionario tuvieren en su momento las
teorías de los derechos naturales, además de desvirtuar su
configuración como base de una sociedad justa.

La dignidad sólamente se puede proclamar de los seres


humanos tomados individualmente. Por importantes que sean los
Estados, las patrias, las confesiones religiosas, las razas o las clases
sociales, no pueden ser sujetos de derechos, sino que encarnan otros
valores sociales.

En definitiva, confieso que a pesar de un notable esfuerzo, buen


asesoramiento bibliográfico y buenas intenciones, no he logrado
rebajar mi escepticismo sobre los derechos colectivos. También es
posible que aún no haya llegado a comprender lo que nos quieren
decir los partidarios de los derechos colectivos. Si se trata de una
nueva categoría de derechos, en el mismo plano que los derechos
humanos individuales, creo que la teoría está llamada al fracaso. Si se
trata de insistir en ciertos derechos especiales para grupos o colectivos
también especiales vgr. minorías culturales, minusválidos, ancianos,
etc., no entiendo qué añade la idea de derechos colectivos a los
derechos específicos.

No hacen buena pareja los derechos individuales con los


derechos colectivos. Es más, me produce cierto asombro y
desconfianza el hecho de que algunos partidarios de los derechos
colectivos se olviden rápidamente y con mucha frecuencia de los
derechos individuales. Los dictadores, a menudo, son partidarios de
los derechos colectivos, porque no representan ningún obstáculo para
la realización de sus tropelías. ¿Podrían llegar a ser el anuncio de un
nuevo tipo de totalitarismo?. Si no garantizamos de manera sólida el
individualismo moral, la separación entre el poder religioso y el poder
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político y la igualdad entre hombre y mujer, es posible que corramos


ese riesgo nota 28).

Nota 28).- Sobre las distintas cuestiones que plantean los denominados derechos
colectivos puede consultarse el libro editado por Fco. Javier Ansuátegui, “Una discusión
sobre los derechos colectivos”, que recoge las distintas ponencias presentadas en un
seminario que tuvo lugar, en febrero de 2.001, en el seno del Instituto de Derechos
Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Carlos III de Madrid, Ed. Dykinson,
Madrid 2.001.
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