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LACAN JACQUES

LO SIMBÓLICO, LO IMAGINARIO Y LO REAL

8 de Julio de 1953

Como podrán ver, para esta primera comunicación llamada “científica” de nuestra
nueva Sociedad, he usado un título no exento de ambición. Además comenzaré de
entrada por excusarme, rogándoles que consideren esta comunicación, llamada científica,
al mismo tiempo como un resumen de puntos de vista que algunos de los que están aquí,
sus alumnos, conocen bien, están familiarizados con ellos desde hace ya dos años por su
enseñanza, y también como una especie de prefacio o introducción a una cierta
orientación de estudio del psicoanálisis.
De hecho, creo que el retorno a los textos freudianos, que fueron objeto de mi
enseñanza desde hace dos años, me ha, o más bien nos ha, a todos los que trabajamos
juntos, dado la idea cada vez más certera de que no hay toma más total de la realidad
humana que aquélla que se hace por la experiencia freudiana, y que no es posible no
retornar a las fuentes y aprehender estos textos verdaderamente en todos los sentidos de
la palabra. Es imposible impedirse pensar que la teoría del psicoanálisis, y al mismo
tiempo su técnica, que no forman sino una sola y misma cosa, no haya sufrido una
especie de estrechamiento, y a decir verdad, degradación. En efecto, no es fácil
mantenerse a nivel de tal plenitud.
Por ejemplo: un texto como el del “Hombre de los lobos” pensaba tomarlo esta
noche como base y ejemplo de lo que tengo que exponer. Pero durante el día de ayer
volví a leerlo completamente, había hecho de él un seminario el año pasado, y
simplemente sentí que era del todo imposible darles aquí una idea, aunque afuera
aproximada, y que con mi seminario del año pasado sólo tenía una cosa para hacer:
rehacerlo el año próximo.
Porque lo que me surgió de este texto formidable, luego del trabajo y el progreso
que hemos hecho este año alrededor del texto del “Hombre de las Ratas”, me deja
pensando que lo que había sacado el año pasado como principio, como ejemplo, como
tipo de pensamiento característico provisto por este texto extraordinario, era literalmente
un simple “approach” [aproximación; entrada], como dicen en lenguas anglosajonas;
dicho de otro modo: un balbuceo. De manera que, en suma, haré tal vez incidentalmente
una breve alusión, pero intentaré sobretodo, simplemente, decir algunas palabras sobre lo
que quiere decir la posición de tal problema, sobre lo que quiere decir la confrontación
de estos tres registros que son los registros esenciales de la realidad humana, registros
muy distintos llamados: el simbólico, el imaginario y el real.
Primero, algo que es evidentemente impactante y no se nos podría escapar: a
saber, que hay en el análisis toda una parte de real en nuestros sujetos, precisamente que
se nos escapa, que sin embargo no se le escapaba a Freud cuando se las tenía que ver con
cada uno de sus pacientes. Pero, por supuesto, si bien no se le escapaba, estaba fuera de
su captura y de su alcance. Uno no podría sorprenderse demasiado por el hecho, por la
manera en que habla de su “Hombre de las ratas”, distinguiendo entre “sus
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personalidades”. Ahí concluye: “la personalidad de un hombre fino, inteligente y


cultivado”, la pone en contraste con las otras personalidades con las que tuvo que
enfrentarse. Si bien esto se atenúa cuando habla de su “Hombre de los Lobos”, también
habla de eso. Pero, a decir verdad, no estamos forzados a suscribir todas sus
apreciaciones. No parece que se trate en el “Hombre de los Lobos” de alguien de tan
gran clase. Pero, es impactante, lo pongo aparte como un punto particular. En cuanto a
su “Dora”, ni hablemos de eso, poco falta para decir que la amó.
Entonces, hay algo que, evidentemente, no deja de asombrarnos y que, en suma,
es algo con lo que tenemos que ver todo el tiempo. Simplemente diré que este elemento
directo, este elemento de peso, de apreciación de la personalidad, es algo bastante
diferente a aquello con lo que nos tenemos que enfrentar en el registro mórbido, por una
parte, e incluso, sobre el registro de la experiencia analítica, con sujetos que no caen
absolutamente bajo el registro mórbido. Es algo que siempre nos es necesario, en suma,
reservar, y que está particularmente presente en nuestra propia experiencia, en tanto
cargados con este pesado fardo de elegir a aquéllos que se someten al análisis con un fin
didáctico.
¿Qué decimos, al fin de cuentas, cuando hablamos, al término de nuestra
selección, si no son todos los criterios invocados “¿hace falta una neurosis para hacer
un buen analista: un poquito, mucho, seguramente no, para nada”? Pero, al fin de
cuentas, ¿es eso lo que nos guía en un juicio que ningún texto puede definir, y que nos
hace apreciar las cualidades personales, esta realidad expresada en esto: que un sujeto
tiene tela o no la tiene, que es, como dicen los chinos, “she un-ta”, “hombre tamaño
grande”, o “sha hoyen”, “hombre tamaño pequeño? Es algo de lo que hay que decir que
constituye los límites de nuestra experiencia. Que en este sentido se puede decir, para
plantear la pregunta de saber qué se pone en juego en el análisis: ¿qué es? ¿Es esta
relación real con el sujeto, a saber, según una cierta manera y según nuestra medida de
reconocerlo, es eso con que nos lo tenemos que ver en un análisis?
Ciertamente no. Es incuestionablemente otra cosa. Y ahí justamente está la
pregunta que nos planteamos sin cesar y que se plantean todos aquellos que intentan dar
una teoría de la experiencia analítica. ¿Qué es esta experiencia singular entre todas que
va a aportar en los sujetos transformaciones tan profundas? ¿Y qué son? ¿Cuál es su
resorte?
Todo esto, la elaboración de la doctrina analítica, desde hace años, está hecha
para responder a esta pregunta. Es cierto que el hombre del público común no parece
asombrarse más de la eficacia de esta experiencia que transcurre toda entera en palabras,
y de alguna manera, en el fondo, tiene mucha razón, puesto que en efecto, anda, y para
explicarla parecería que no tenemos más que demostrar de entrada su movimiento
andando. Y hablar es ya introducirse en el sujeto de la experiencia analítica. Es eso, en
efecto, lo que conviene proceder y saber, antes de plantear la pregunta: ¿qué es la
palabra, es decir el símbolo?
A decir verdad, a lo que asistimos es más bien a un evitamiento de esta pregunta.
Y por supuesto, constatamos que estrechando esta pregunta, queriendo no ver en los
elementos y los resortes propiamente técnicos del análisis más que algo que debe llegar,
por una serie de acercamientos, a modificar las conductas, los resortes, las costumbres
del sujeto, desembocamos muy rápido en un cierto número de dificultades, de impasses.
No ciertamente al punto de encontrarles un lugar en el conjunto de una consideración
total de la experiencia analítica, sino que, de continuar en este sentido, nos dirigimos
cada vez más hacia un cierto número de opacidades que se nos oponen, y que tienden a
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transformar a partir de ahí el análisis en algo, por ejemplo, que parecerá mucho más
irracional de lo que en realidad es.
Es impactante ver cómo nuevos recién llegados a la experiencia analítica se han
presentado, en su primera forma de expresarse sobre su experiencia, planteando la
pregunta del carácter irracional de este análisis, en tanto parece que no hay tal vez, por el
contrario, técnica más transparente. Y, por supuesto, todo marcha en esa vía.
Abundamos en un cierto número de enfoques psicológicos más o menos parciales
del sujeto paciente: hablamos de su “pensamiento mágico”, hablamos de toda suerte de
registros que incuestionablemente tienen su valor y se encuentran de manera muy viva
por la experiencia analítica. De ahí a pensar que el análisis mismo juega en un cierto
registro, por supuesto en el pensamiento mágico, no hay más que un paso, muy
rápidamente franqueado cuando no se parte y no se decide sostenerse en la pregunta
primordial: ¿qué es esta experiencia de la palabra? Y, para decirlo todo, plantear al
mismo tiempo la pregunta de la experiencia analítica, la pregunta de la esencia y el
intercambio de la palabra.
Creo que se trata de partir de esto: hablemos de la experiencia tal como nos es
presentada de entrada en las primeras teorías del análisis. ¿Qué es este “neurótico” con el
que tenemos que ver en la experiencia analítica? ¿Qué va a ocurrir en la experiencia
analítica? ¿Y este pasaje del inconciente al conciente? ¿Y cuáles son las fuerzas que dan a
este equilibrio una cierta existencia? Lo llamamos principio del placer.
Para ir rápido, diremos con M. de Saussure que “el sujeto alucina su mundo”, es
decir que sus ilusiones o sus satisfacciones ilusorias no pueden ser de todos los órdenes.
Va a hacerle seguir evidentemente un orden distinto al de sus satisfacciones que
encuentran su objeto en lo real puro y simple. Nunca un síntoma apaciguó el hambre o la
sed de manera duradera, fuera de la absorción de alimentos que los satisfagan, incluso si
a una baja general del nivel de vitalidad pudiera responder, en casos límites, por ejemplo
la hibernación natural o artificial. Todo esto no es concebible más que como una fase que
no podría, por supuesto, durar, salvo acarreando daños irreversibles.
La reversibilidad incluso de los trastornos neuróticos implica que la economía de
las satisfacciones que están ahí implicadas son de otro orden, infinitamente menos ligadas
a los ritmos orgánicos fijos, aunque comandando por supuesto una parte de ellos.
Esto define la categoría conceptual que define esta suerte de objetos. Es
justamente la que voy a calificar de imaginario, si uno quiere reconocer ahí todas las
implicancias que le convienen. A partir de ahí, es totalmente simple, claro, fácil, ver que
este orden de satisfacción imaginaria no puede encontrarse más que en el orden de los
registros sexuales.
Todo ahí está dado, a partir de esta suerte de condición previa de la experiencia
analítica. No es asombroso aunque, por supuesto, ciertas cosas hayan debido ser
confirmadas, controladas, inauguradas, diría, por la experiencia, que una vez hecha la
experiencia las cosas parecen de un perfecto rigor.
El término libido es una noción que no hace más que expresar esta noción de
reversibilidad, que implica la de equivalencia, de un cierto metabolismo de imágenes.
Para poder pensar esta transformación, hay un término energético al que ha servido el
término libido. Se trata, por supuesto, de algo complejo.
Cuando digo “satisfacción imaginaria”, no es evidentemente el simple hecho que
Demetrio se satisfizo por el hecho de haber soñado que poseía a la sacerdotisa
cortesana... aunque este caso no es más que un caso particular en el conjunto... Pero es
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algo que va mucho más lejos y actualmente es recortado por toda una experiencia, la
experiencia que los biólogos evocan en lo concerniente a los ciclos instintivos, muy
especialmente en el registro de los ciclos sexuales y de la reproducción: a saber que,
dejando de lado los estudios aún más o menos inciertos e improbables en lo concerniente
a los relevos neurológicos en el ciclo sexual, que no son de lo más sólidos en sus
estudios, está demostrado que estos ciclos en los mismos animales (......) no encontraron
otro término que la misma palabra que sirve para designar las molestias y los resortes
primarios sexuales de los síntomas en nuestros sujetos, a saber el desplazamiento.
El estudio de los ciclos sexuales en los animales muestra precisamente su
dependencia de un cierto número de disparadores, de mecanismos de
desencadenamiento, esencialmente del orden imaginario. Es lo más interesante de los
estudios del ciclo instintivo, a saber que su límite, su definición, la manera de precisarlos,
fundadas sobre la puesta a prueba de un cierto número de sus (......) hasta un cierto límite
de borramiento, son susceptibles de provocar en el animal esta suerte de puesta en
erección de la parte del ciclo del comportamiento sexual del que se trata. Y el hecho que,
en el interior de un ciclo de comportamiento determinado, es siempre susceptible de ser
recordado, en ciertas condiciones, un cierto número de desplazamientos: por ejemplo, en
un ciclo de combate, el brusco advenimiento, en el retorno de este ciclo, (en los pájaros,
uno de los combatientes de golpe se pone a alisar sus plumas), de un segmento del
comportamiento de parada que intervendrá ahí en medio de un ciclo de combate.
Mil ejemplos más pueden ser dados. No estoy aquí para enumerarlos. Esto es
simplemente para darles la idea que este elemento de desplazamiento es un resorte
absolutamente esencial del orden de los comportamientos ligados a la sexualidad. Sin
duda, estos fenómenos no son electivos en los animales. Pero otros comportamientos
(Cf. los estudios de Lorenz sobre las funciones de la imagen en el ciclo de la
alimentación), muestran que el imaginario juega ahí un papel tan eminente como en el
orden de los comportamientos sexuales. Y finalmente, en el hombre es siempre sobre este
plano, y principalmente sobre este plano, que nos encontramos ante este fenómeno.
De ahora en adelante señalamos, puntuamos esta exposición por esto: estos
elementos de comportamientos instintivos desplazados en el animal son susceptibles de
algo cuyo esbozo vemos, de aquello que llamaremos un comportamiento simbólico. Lo
que se llama en el animal un comportamiento simbólico es, a saber, cuando uno de estos
segmentos desplazados toma un valor socializado, sirve al grupo animal de referencia
para un cierto comportamiento colectivo.
Es así que planteamos que un comportamiento puede ser imaginario cuando su
orientación sobre imágenes de su propio valor de imagen para otro sujeto, lo hace
susceptible de desplazamiento fuera del ciclo que asegura la satisfacción de una
necesidad natural.
A partir de ahí, el conjunto del que se trata en su raíz, el comportamiento
neurótico, puede ser dicho, sobre el plano de la economía instintiva, ser elucidado - y de
saber por qué se trata siempre de comportamiento sexual, por supuesto -. No tengo
necesidad de volver sobre eso, si no fuera para indicar brevemente que que un hombre
pueda eyacular a la vista de una pantufla es algo que no nos sorprende, no más que un
conjunto que se sirva de él para llevarlo a mejores sentimientos, pero seguramente nadie
puede soñar que una pantufla pueda servir para apaciguar la hambruna, ni siquiera
extrema, de un individuo.
Así como con lo que constantemente nos la tenemos que ver es con fantasmas.
En el orden del tratamiento, no es raro que el paciente, el sujeto, haga intervenir en el
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curso del análisis un fantasma como el de fellatio de la pareja analista. ¿Eso también es
algo que haremos entrar en un ciclo arcaico de su biografía de cualquier manera? ¿Una
sub-alimentación anterior? Es muy evidente que, cualquiera sea el carácter incorporativo
que damos a estos fantasmas, nunca pensaremos en eso. ¿Qué quiere decir?
Puede querer decir muchas cosas. De hecho, es muy necesario ver que el
imaginario está al mismo tiempo muy lejos de confundirse con el dominio de lo
analizable, y que, por otra parte, puede haber otra función además del imaginario. No es
porque el analizable se encuentra con lo imaginario que lo imaginario se confunda con lo
analizable, que sea todo entero lo analizable, y que sea todo entero lo analizable o lo
analizado.
Para tomar el ejemplo de nuestro fetichista, aunque sea raro, si admitimos que se
trata de una suerte de perversión primitiva, no es imposible encarar casos semejantes.
Supongamos que se trate de uno de esos tipos de desplazamiento imaginario, tal como
los que encontramos realizados en el animal. Supongamos, en otros términos, que la
pantufla sea aquí, estrictamente, el desplazamiento del órgano femenino, puesto que el
fetichismo existe mucho más a menudo en el macho. Si no hubiera literalmente nada que
pueda presentar una elaboración en relación a este dato primitivo, sería tan inanalizable
como es inanalizable tal o cual fijación perversa.
Inversamente, para hablar de nuestro paciente, o sujeto, presa de un fantasma, ahí
es otra cosa que tiene todo un sentido, y ahí es bien claro que si este fantasma puede ser
considerado como algo que representa el imaginario, puede representar ciertas fijaciones
en un estadio primitivo oral de la sexualidad, por otra parte no diremos que este
“felador” sea un “felador” constitucional.
Entiendo por eso que aquí el fantasma del que se trata, el elemento imaginario,
no tiene estrictamente más que un valor simbólico que sólo debemos apreciar y
comprender en función del momento del análisis donde vendrá a insertarse. En efecto,
incluso si el sujeto retiene su confesión, este fantasma surge y su frecuencia muestra
bastante que surge en un momento del diálogo analítico. Está hecho para expresarse,
para ser dicho, para simbolizar algo, y algo que tiene un sentido muy diferente según el
momento mismo del diálogo.
Entonces, ¿qué quiere decir? Que no es suficiente que un fenómeno represente un
desplazamiento, dicho de otro modo: se inscriba en los fenómenos imaginarios, para ser
un fenómeno analizable, por una parte, y que para que lo sea es necesario que represente
otra cosa que él mismo, si se puede decir.
Para abordar de cierta manera el tema del que hablo, a saber el simbolismo, diré
que una gran parte de las funciones imaginarias en el análisis no tiene más relación con la
realidad fantasmática que ellas manifiestan que, si quieren, la sílaba po con el vaso de
formas preferentemente simples que ella designa. Como se puede ver fácilmente en el
hecho que en policía o poltrona esta sílaba po tiene evidentemente otro valor. Se podrá
servir del pote para simbolizar la sílaba po, inversamente en el término policía o
poltrona, pero será entonces conveniente agregar al mismo tiempo otros términos
igualmente imaginarios que no serán tomados por nada más que como sílabas destinadas
a completar la palabra.
Es así que es necesario ir al simbólico del que se trata en el intercambio analítico,
a saber: que lo que encontramos, y aquello de lo que hablamos, es lo que encontramos y
reencontramos sin cesar. Aquello que Freud ha manifestado como siendo la realidad
esencial, ya sea que se trate de síntomas reales, actos fallidos, y sea lo que sea que se
inscriba, se trata una vez más y siempre de símbolos, y de símbolos incluso muy
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específicamente organizados en el lenguaje, por lo tanto funcionando a partir de este


equivalente del significante y del significado: la estructura misma del lenguaje.
No es mío el término que “el sueño es un jeroglífico”; es de Freud mismo. Y que
el síntoma expresa, también, algo estructurado y organizado como un lenguaje, está
suficientemente manifiesto en el hecho, para partir del más simple de ellos, del síntoma
histérico, que es, que siempre da algo equivalente a una actividad sexual, pero nunca un
equivalente unívoco, por el contrario siempre es multívoco, superpuesto,
sobredeterminado, y para decirlo todo, muy exactamente construido a la manera en que
se construyen las imágenes en los sueños, como representando un concurso, una
superposición de símbolos, tan complejo como lo es una frase poética que vale tanto por
su tono, su estructura, sus retruécanos, sus ritmos, su sonoridad, por lo tanto
esencialmente sobre varios planos, y del orden y del registro del lenguaje.
A decir verdad, esto no se nos manifestará suficientemente en todo su relieve si
no intentamos ver, sin embargo, qué es, en todo caso, originariamente, el lenguaje. Por
supuesto, la cuestión del origen del lenguaje - no estamos aquí para hacer un delirio
colectivo, ni organizado, ni individual - es uno de los temas que pueden prestarse mejor a
estas especies de delirios sobre el tema del origen del lenguaje. El lenguaje está ahí, es un
emergente. Y ahora que ha emergido, no sabremos nunca más cuándo ni cómo ha
comenzado, ni cómo era antes de ser.
Pero incluso, ¿cómo expresar ese algo que debe tal vez haberse presentado como
una de las formas más primitivas del lenguaje? Piensen en las contraseñas [ mot de passe].
Ven, elijo a propósito este ejemplo, justamente porque el error y el espejismo cuando se
habla del tema del lenguaje siempre es creer que su significación es lo que designa. ¡Pero
no, pero no! Por supuesto que designa algo, llena alguna función. Y elijo a propósito la
contraseña porque la contraseña tiene la propiedad de ser elegida justamente de manera
totalmente independiente a su significación - y si ésta es idiota, en qué la Escuela
responde... sin duda nunca hay que responder... - porque la significación de tal palabra es
la de designar a aquél que la pronuncia como que tiene tal o cual propiedad que responde
a la pregunta, que hace dar la palabra. Otros dirían que el ejemplo está mal elegido
porque es tomado en el interior de una convención, mejor aún, y por otro lado, no se
puede negar que la contraseña tenga virtudes de lo más preciosas: sirve simplemente a
evitar que lo maten.
Es así que podemos considerar efectivamente el lenguaje como teniendo una
función. Nacido entre esos animales feroces que debieron ser los hombres primitivos (a
juzgar por los hombres modernos no es inverosímil), la contraseña es justamente aquello
por lo cual no “se reconocen los hombres del grupo” sino que “se constituye el grupo”.
Hay otro registro donde se puede meditar sobre esta función del lenguaje: en el
lenguaje estúpido del amor, que consiste, en última instancia, en el espasmo del éxtasis,
o, por el contrario, de la rutina, según los individuos, en calificar súbitamente a su
compañero sexual con el nombre de una legumbre de las más vulgares o de un animal de
los más repugnantes. Esto expresa también ciertamente algo que no está por cierto lejos
de tocar la cuestión del horror del anonimato. No es por nada que tal o cual de estos
apelativos de animal o soporte más o menos totémico se reencuentra en la fobia. Es
evidente que hay entre ambos algún punto común. El sujeto humano está especialmente
expuesto, veremos luego, a esta suerte de vértigo que surge y experimenta la necesidad
de alejarlo, la necesidad de hacer algo trascendente. No por nada está en el origen de la
fobia.
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En estos dos ejemplos, el lenguaje está particularmente desprovisto de


significación. Ven ahí muy bien qué distingue al símbolo del signo, a saber, la función
interhumana del símbolo. Quiero decir: algo que nace con el lenguaje y que hace que
después que la palabra, y para eso sirve la palabra, haya sido verdaderamente palabra
pronunciada, ambos integrantes de la pareja son otra cosa que antes. Esto en el ejemplo
más simple.
Se equivocarían si creyeran que no son justamente ejemplos particularmente
plenos. Seguramente a partir de algunas marcaciones, podrán darse cuenta que,
igualmente, ya sea en la contraseña o en la palabra llamada de amor, se trata de algo que,
al fin de cuentas, tiene todo su alcance. Digamos que la conversación que hayan podido
tener, en un momento intermedio de vuestra carrera de estudiantes, en una cena con un
jefe igualmente intermedio, donde el modo y la significación de las cosas de intercambio
(......) cómo este carácter es equivalente a aquel de las conversaciones encontradas en la
calle y el ómnibus, que no es otra cosa que una cierta manera de hacerse reconocer, lo
cual justificaría a Mallarmé al decir que el lenguaje era comparable a esta moneda
borrada que se pasa de mano en mano en silencio.
Veamos entonces, en suma, de qué se trata a partir de ahí y, en suma, qué se
establece cuando el neurótico llega a la experiencia analítica. Sucede que él también
comienza a decir cosas. Dice cosas y las cosas que dice no debe asombrarnos
enormemente si al comienzo no son tampoco más que palabras de poco peso a las que
acabo de aludir. Sin embargo, hay algo fundamente diferente: viene al analista para algo
más que para decir sandeces y banalidades, de ahora en adelante en la situación algo está
implicado, algo que no es poca cosa, puesto que, en suma, lo que viene a buscar es más
o menos su propio sentido, algo que está ahí místicamente planteado sobre la persona de
aquél que lo escucha.
Por supuesto, avanza hacia esta experiencia, hacia esta vía original, con, ¡mi
dios!, lo que tiene a su disposición: a saber, que él cree al comienzo que le es necesario
hacer de médico él mismo, que informe al analista. Por supuesto, ustedes tienen
experiencia cotidiana, recolocándola en su plano digamos que no es de eso que se trata,
no es de eso, pero que se trata de hablar, y preferentemente sin buscar él mismo de poner
ahí un cierto orden, organización, es decir, de ponerse, según un narcisismo bien
conocido, en el lugar de su interlocutor.
Al fin de cuentas, la noción que tenemos del neurótico es que en sus síntomas
mismos, en una “palabra amordazada” se expresan, digamos, un cierto número de
transgresiones de un cierto orden, que por sí mismas gritan al cielo el orden negativo en
el cual se han inscrito. A falta de realizar el orden del símbolo de una manera viva, el
sujeto realiza imágenes desordenadas que son sus sustitutos. Por supuesto, eso de
entrada y en adelante va a interponerse a toda relación simbólica verdadera.
Aquello que el sujeto expresa desde el comienzo y en lo sucesivo cuando hable,
se explica: es este registro que llamamos las resistencias. Lo cual no quiere y no puede
interpretarse de otra manera que como el hecho de una realización aquí y ahora, en
situación y con el analista, de la imagen o imágenes de la experiencia precoz. Y es ahí
que toda la teoría de la resistencia fue edificada, y eso sólo luego del gran
reconocimiento del valor simbólico del síntoma y de todo lo que puede ser analizado.
La experiencia prueba y encuentra justamente algo distinto a la realización del
símbolo: es la tentativa por el sujeto de constituir aquí y ahora, en la experiencia
analítica, esta referencia imaginaria, lo que llamamos las tentativas del sujeto de hacer
entrar al analista en su juego.
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Lo vemos, por ejemplo, en el caso del Hombre de las ratas, cuando nos damos
cuenta rápidamente, pero no enseguida, y Freud tampoco, que al contar su historia
obsesiva, la gran observación alrededor del suplicio de las ratas, hay una tentativa del
sujeto de realizar, ahora o nunca, aquí y con Freud, esta especie de relación sádico-anal
imaginaria, que constituye por sí sola la sal de la historia. Y Freud se da cuenta muy bien
que se trata de algo que se traduce y se traiciona fisionómicamente, en la cabeza, la cara
del sujeto, porque califica este momento como horror al goce ignorado.
A partir del momento en que los elementos de la resistencia sobrevinieron en la
experiencia analítica, se han podido medir, plantearse como tales, es un momento
significativo en la historia del análisis. Y se puede decir que a partir del momento en que
se supo hablar de eso de manera coherente, y en la fecha, por ejemplo, del artículo de
Reich, uno de los primeros artículos sobre este tema, aparecido en el International
Journal, en el momento que Freud hacía surgir el segundo en la elaboración de la teoría
analítica, y que representa nada menos que la teoría del yo; alrededor de esta época, en
1920, aparece “Das Es”, y en ese momento comenzamos a percibir en el interior - hay
que mantenerlo siempre en el interior del registro de la relación simbólica - que el sujeto
resiste, que esta resistencia no es como una simple inercia opuesta al movimiento
terapéutico, como en física se podría decir que la masa resiste a toda aceleración; es algo
que establece un cierto lazo, que se opone como tal, como una acción humana, a la del
terapeuta. Pero excepto esto, no es necesario que el terapeuta se equivoque, no es ante
él, en tanto realidad, que hay oposición; es en la medida en que, en su lugar, se realiza
una cierta imagen que el sujeto proyecta sobre él. A decir verdad, estos términos son sólo
aproximativos.
En ese mismo momento nace la noción de instinto agresivo, y hay que agregar a
la libido el término de destrudo. Y esto no sin razón. Porque a partir del momento en que
su objeto [......] las funciones totalmente esenciales de estas relaciones imaginarias, tales
que ellas [......] bajo la forma de resistencia, aparece otro registro que está ligado a nada
menos que a la función propia que juega el yo [ moi], en esta teoría del yo en la cual no
entraré hoy. Es lo que absolutamente hay que distinguir en toda noción coherente y
organizada del yo [moi] en el análisis, a saber del yo [ moi] como función imaginaria del
yo, como unidad del sujeto alienado de sí mismo, del yo [ moi] como eso en lo cual el
sujeto no puede reconocerse al comienzo más que alienándose, y por lo tanto no puede
encontrarse más que aboliendo el alter ego del yo, quien, como tal, desarrolla la
dimensión, muy distinta de la agresión, que se llama, en sí misma y de ahora en adelante,
la agresividad.
Creo que necesitaríamos ahora retomar la cuestión en estos dos registros: la
cuestión de la palabra y la cuestión de lo imaginario.
La palabra, se los he mostrado bajo una forma abreviada, juega el papel esencial
de mediación. De mediación, es decir de algo que cambia a ambos integrantes presentes
de la pareja, a partir del momento en que eso se ha realizado. Esto, por otra parte, no
tiene nada que no nos sea dado hasta en el registro semántico de ciertos grupos
humanos. Y si leen - no es un libro que merezca todas las recomendaciones, pero es
bastante expresivo y particularmente manejable y excelente como introducción para
aquellos que tienen necesidad de ser introducidos - el libro de Leenhardt, Do kamo.
Verán ahí que entre los canacos se produce algo bastante particular sobre el plano
semántico, a saber, que la palabra “palabra” significa algo que va mucho más lejos de lo
que llamamos como tal. Es una acción.
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Y, por otra parte, para nosotros la “palabra dada” es también una forma de acto.
Pero a veces es también un objeto, es decir, algo que uno lleva, un espectro... Es
cualquier cosa. Pero a partir de ahí, algo existe que no existía antes. Convendría también
hacer otra marcación: esta palabra mediadora no es pura y simplemente mediadora sobre
este plano elemental de permitir a dos hombres trascender la relación agresiva,
fundamental al espejismo del semejante.
Es necesario que sea también otra cosa, puesto que si reflexionamos se ve que no
sólo constituye esta mediación, sino también constituye la realidad misma: esto es
completamente evidente si se considera lo que se llama una estructura elemental, es decir
arcaica, del parentesco. Están lejos de ser elementales, no lo son siempre. Por ejemplo,
especialmente complejo, pero, a decir verdad, estas estructuras complejas no existirían
sin el sistema de palabras que los expresa, el hecho que, para nosotros, las prohibiciones
que regulan el intercambio humano de alianzas, en el verdadero sentido de la palabra, se
reducen a un número de prohibiciones excesivamente estrictos, tiende a hacernos
confundir términos como “padre”, “madre”, “hijo”, con relaciones reales.
Porque el sistema de relaciones de parentesco, en tanto fue hecho, es
extremadamente reducido en sus bordes, y por lo tanto en su campo. Pero si forman
parte de una civilización donde no pueden casarse con tal prima en séptimo grado,
porque es considerada como prima paralela, o inversamente como prima cruzada, o
porque se encuentra con ustedes en una cierta homonimia que vuelve cada tres o cuatro
generaciones, se darán cuenta que la palabra y los símbolos tienen una influencia decisiva
en la realidad humana. Precisamente, las palabras tienen exactamente el sentido que
decreto al darles, como diría Humpty-Dumpty en Lewis Carroll, cuando se le pregunta
por qué, responde admirablemente: “porque soy el amo”.
Dicen ustedes que al comienzo está bien, claro, el hombre es quien da sentido a la
palabra. Y si las palabras luego se encontraron en el común acuerdo de la
comunicabilidad, a saber, que las mismas palabras sirven para reconocer lo mismo, es
precisamente en función de relaciones, de una relación de partida, que permitió a las
personas ser gente que se comunica. En otros términos, no es cuestión para nada, salvo
en una percepción psicológica expresa, intentar deducir cómo las palabras salen de las
cosas y luego les son sucesiva e individualmente aplicadas, sino comprender que en el
interior del sistema total del discurso, del universo de un lenguaje determinado, que
comporta, por una serie de complementariedades, un cierto número de significaciones, se
debe significar, a saber, las cosas arreglarse, tomar lugar.
Es así que las cosas se constituyen a través de la historia. Es lo que hace
particularmente pueril cualquier teoría del lenguaje, en tanto se debería comprender el
papel que juega en la formación de símbolos; la que fue dada, por ejemplo, por
Hasserman, que publicó en el International Journal of Psychoanalysis, en 1944, un muy
lindo artículo llamado “Language, behaviour and dynamic psychiatry”. Está claro que
uno de los ejemplos que da muestra bastante la debilidad del punto de vista
behaviourista. Porque se trata de eso en este caso. Cree resolver la cuestión de la
simbólica del lenguaje dando este ejemplo: el condicionamiento que tendría efecto en la
reacción de contracción de la pupila ante la luz que se habría hecho producir al mismo
tiempo que una campanita. Se suprime luego la excitación de la luz, la pupila se contrae
cuando se agita la campanita. Se terminaría por obtener la contracción de la pupila por
simple audición de la palabra “contract”.
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¿Creen ustedes que con eso han resuelto la cuestión del lenguaje y la
simbolización? Pero está bien claro que si, en lugar de “contract” se hubiera dicho otra
cosa, se hubiera podido obtener exactamente el mismo resultado. Y se trata no del
condicionamiento de un fenómeno, sino que de lo que se trata en los síntomas es de la
relación del síntoma con el sistema entero del lenguaje, es decir el sistema de las
significaciones de las relaciones interhumanas como tal.
Creo que el resorte de lo que acabo de decir es esto: ¿qué constatamos y en qué
el análisis recorta muy exactamente estas marcaciones y nos muestra hasta el detalle su
alcance y su presencia? Ni más ni menos que esto: que toda relación analizable, es decir
interpretable simbólicamente, está siempre más o menos inscripta en una relación de tres.
Ya lo hemos visto en la estructura misma de la palabra: mediación entre tal o cual sujeto
de lo que es realizable libidinalmente. El análisis nos muestra, y da su valor a este hecho
afirmado por la doctrina y demostrado por la experiencia, que finalmente no se interpreta
nada - porque de eso se trata - sino por intermedio de la realización edípica. Eso quiere
decir que toda relación de a dos está siempre más o menos marcada por el estilo del
imaginario, y que para que una relación tome su valor simbólico es necesaria la
mediación de un personaje tercero que realice, con relación al sujeto, el elemento
trascendente gracias al cual su relación al objeto pueda ser mantenida a cierta distancia.
Entre la relación imaginaria y la relación simbólica está toda la distancia que hay
en la culpa. Por eso, la experiencia lo muestra, la culpa es preferible a la angustia. La
angustia, en sí misma y de ahora en adelante - lo sabemos por los progresos de la
doctrina y la teoría de Freud - está siempre ligada a una pérdida, es decir a una
transformación del yo [moi], es decir a una relación de a dos a punto de desvanecerse y a
la cual debe suceder alguna otra cosa que el sujeto no puede abordar sin un cierto
vértigo. Ése es el registro y la naturaleza de la angustia. A partir de la introducción del
tercero, (......) en la relación narcisista, se introduce la posibilidad de una mediación real,
por intermedio esencialmente del personaje que, en relación al sujeto, representa un
personaje trascendente, dicho de otro modo: una imagen de dominio, por intermedio de
la cual ese deseo y su realización pueden realizarse simbólicamente. En este momento
interviene otro registro, justamente el que se llama o el de la ley o el de la culpa, según el
registro en que es vivido.
Sienten que abrevio un poco, es el término. Creo que dando de manera abreviada
no los desvío demasiado sin embargo, puesto que son cosas que aquí o en otros lugares
en nuestras reuniones he repetido varias veces.
Lo que quisiera subrayar en lo concerniente a este registro simbólico es sin
embargo importante. A saber esto: desde que se trata del simbólico - es decir aquello
donde el sujeto se compromete en una relación propiamente humana, desde que se trata
de un registro del yo [je], en el cual el sujeto se compromete en “yo quiero..., me
gusta...”, hay siempre algo, literalmente hablando, de problemático, es decir que hay un
elemento temporal muy importante a ser considerado. ¿Qué quiero decir con esto? Esto
plantea todo un registro de problemas que deben ser tratados paralelamente a la cuestión
de la relación del simbólico y el imaginario. La cuestión de la constitución temporal de la
acción humana es absolutamente inseparable de la primera.
Aunque no pueda determinar su amplitud esta noche, al menos es necesario
indicar que la encontramos sin cesar en el análisis, y quiero decir de la manera más
concreta. También ahí, para comprenderla conviene partir de una noción estructural, si es
posible decir existencial, de la significación del símbolo.
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Uno de los puntos que parece más esencial de la teoría analítica, a saber el de
automatismo, del pretendido automatismo de repetición, del que Freud mostró muy
bien el primer ejemplo, y cómo actúa su primer matriz, el niño al que se le abolía el
primer juguete; esta repetición primitiva, esta escansión temporal que hace que la
identidad del objeto sea mantenida, tanto en la presencia como en la ausencia: tenemos
ahí exactamente su alcance, la significación del símbolo en tanto referido al objeto, es
decir a lo que se llama el concepto.
Ahora bien, encontramos también ahí ilustrado algo que parece tan oscuro
cuando se lo lee en Hegel, a saber: que el concepto es el tiempo. Haría falta una
conferencia de una hora para demostrar que el concepto es el tiempo. Cosa curiosa, el
Sr. Hyppolite, que trabaja la Fenomenología del espíritu, se contentó con agregar una
nota diciendo que era uno de los puntos más oscuros de la teoría de Hegel.
Pero ahí se han acercado a esto tan simple que consiste en decir que el símbolo
del objeto es justamente “el objeto ahí”. Cuando no está ahí, es el objeto encarnado en su
duración, separado de sí mismo y que por sí mismo puede estarles siempre presente,
siempre ahí, siempre a vuestra disposición. Reencontramos ahí la relación que existe
entre el símbolo y el hecho que todo lo que es humano es considerado como tal; y cuanto
más humano es, más preservado está, si podemos decir, del lado inestable y
descompensante del proceso natural. El hombre hace, y ante todo a él mismo, subsistir
en una cierta permanencia todo lo que ha durado como humano.
Y reencontramos un ejemplo. Si hubiera querido abordar por otro lado la
cuestión del símbolo, en vez de partir de la palabra, de la palabra o del haz, hubiera
partido del túmulo sobre la tumba del jefe o sobre la tumba de cualquiera. Lo que
caracteriza la especie humana es justamente el rodear el cadáver con algo que constituye
una sepultura, mantener el hecho que “esto ha durado”. El túmulo o cualquier otro signo
de sepultura merece exactamente el nombre de símbolo, de algo humanizante. Llamo
símbolo a todo lo que intenté mostrando la fenomenología.
Por eso, si les señalo esto, no es sin razón evidentemente, y la teoría de Freud
debió abrirse camino hasta la noción valorizada del instinto de muerte, y todos aquellos
que, a continuación, poniendo el acento únicamente sobre el elemento resistencia, es
decir el elemento acción imaginaria durante la experiencia analítica, y anulando más o
menos la función simbólica del lenguaje, son los mismos para quienes el instinto de
muerte es algo que no tiene razón de ser.
Esta forma de realizar, en el propio sentido de la palabra, de llevar a un cierro
real, estando la imagen, por supuesto, incluida como función, esencialmente un particular
signo de este real, llevar al real la expresión analítica es siempre, en aquéllos que no
tienen este registro, que la desarrollan bajo este registro, es siempre correlativa a la
puesta entre paréntesis - incluso exclusión - de lo que Freud puso bajo el registro del
instinto de muerte, o que llamó, más o menos, automatismo de repetición.
En Reich es esencialmente característico. Para Reich todo lo que el paciente
cuenta es “flatus vocis”, la manera en que el instinto manifiesta su armadura. Punto
significativo, muy importante, pero como tiempo de esta experiencia. En la medida en
que es puesta entre paréntesis toda esta experiencia como simbólica, el instinto de
muerte es él mismo excluido, puesto entre paréntesis. Por supuesto, este elemento de la
muerte no se manifiesta más que sobre el plano del símbolo. Saben que se manifiesta más
o menos en lo que es del registro narcisista. Pero se trata de otra cosa, está mucho más
cerca de este elemento de anulación final, ligada a toda suerte de desplazamiento. Por
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supuesto se puede concebir el origen, la fuente, como lo he indicado a propósito de


elementos desplazados, de la posibilidad de transacción simbólica del real. Pero también
es algo que tiene mucha menos relación con el elemento duración, proyección temporal,
en tanto entiendo el porvenir esencial del comportamiento simbólico como tal.
Se dan cuenta, estoy forzado a ir un poco rápido. Hay muchas cosas para decir
sobre todo eso. Es cierto que el análisis de nociones tan diferentes como estos términos
de resistencia, resistencia de transferencia, transferencia como tal, la posibilidad de hacer
comprender respecto de esto lo que hay que llamar con propiedad transferencia y dejar
la resistencia, creo que todo eso puede fácilmente inscribirse en relación a estas nociones
fundamentales del simbólico y el imaginario.
Quisiera simplemente, para terminar, ilustrar de alguna manera, - siempre hay que
ofrecer alguna pequeña ilustración de lo que se cuenta - darles algo, no es sino una
aproximación en relación a elementos de formalización que desarrollé mucho más con
los alumnos del seminario, por ejemplo del Hombre de las ratas. Puedo llegar a
formalizar completamente con la ayuda de elementos como los que les voy a indicar. Son
de una especie que les mostrará lo que quiero decir.
Es así como un análisis podría, muy esquemáticamente, inscribirse desde su
comienzo hasta el fin:
rS - rI - iI - iR - iS - sS - sI - sR - rR - rS (1)
(1) La continuidad de términos propuestos por Lacan es la continuidad de
combinaciones dos a dos de tres letras, I, R, S, debiendo la primera ser escrita en
minúscula. Esta continuidad se obtiene por el método del árbol:

Realizar el símbolo es la posición de partida. El analista es un personaje simbólico


como tal. Con este título vienen a encontrarlo, en tanto es al mismo tiempo el símbolo
por sí mismo de la omnipotencia, él mismo es ya una autoridad, el amo. En esta
perspectiva, el sujeto viene a encontrarlo y se coloca en una cierta postura más o menos
como ésta: “Usted tiene mi verdad”, postura completamente ilusoria, pero es la postura
típica.
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rI: luego, tenemos ahí la realización de la imagen. Es decir, la instauración más o


menos narcisista en la cual el sujeto entra en una cierta conducta, justamente analizada
como resistencia. Esto, ¿en razón de qué? De una cierta relación iI.
iI: imaginación
imagen

La captación de la imagen es esencialmente constitutiva de toda realización


imaginaria, en tanto la consideramos como instintiva, esta realización de la imagen que
hace que el picón hembra sea cautivada por los mismos colores que el picón macho y
entran progresivamente en una cierta danza que los lleva donde ustedes saben.
¿Qué constituye esta imagen en la experiencia analítica? Lo pongo por el
momento en un círculo.
Luego tenemos:
iR: que es la continuación de la transformación precedente: i es transformado en
R.
Es la fase de resistencia, de transferencia negativa, o incluso en el límite, de
delirio, que hay en el análisis. Es de alguna manera lo que ciertos analistas tienden cada
vez más a realizar [réaliser = realizar, pero también darse cuenta]: “El análisis es un
delirio bien organizado”, fórmula que escuché de la boca de uno de mis maestros,
parcial pero inexacta.
Luego, ¿qué sucede? Si la salida es buena, si el sujeto no tiene todas las
disposiciones para ser psicológico, en ese caso quedaría en el estadio iR, pasa a is: la
imaginación del símbolo. Imagina el símbolo. Tenemos en el análisis mil ejemplos de la
imaginación del símbolo. Por ejemplo: el sueño. El sueño es una imagen simbolizada.
Aquí interviene:
sS: que permite el vuelco, la simbolización de la imagen, dicho de otro modo lo
que se llama la interpretación. Y esto únicamente después del franqueamiento de la fase
imaginaria, que engloba más o menos:
rI - iI - iR - iS

Comienza la dilucidación del síntoma por la interpretación: sS, sI.


A continuación tenemos:
sR: que es, en suma, el objetivo de toda salud, que es, no como se cree
adaptarse a un real más o menos bien definido, o bien organizado, sino hacer reconocer
su propia realidad, dicho de otro modo, su propio deseo, como lo subrayé muchas veces,
hacerlo reconocer por sus semejantes, es decir simbolizarlo.
En ese momento encontramos:
rR
lo cual nos permite llegar al final a:
rS
Es decir, exactamente al lugar de donde partimos. No puede ser de otra manera,
porque si el análisis es humanamente válido, no puede ser más que circular. Y un análisis
puede comprender muchas veces este ciclo.
iI: es la parte propia del análisis, es lo que se llama equivocadamente
comunicación de inconcientes. El analista debe ser capaz de comprender el juego que
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juega su sujeto. Debe comprender que es él mismo el picón macho o hembra, según el
baile que dirige su sujeto.
El sS es la simbolización del símbolo. Es el analista quien debe hacerlo. No le va
a costar mucho, él mismo ya es un símbolo. Es preferible que lo haga con completud,
cultura e inteligencia. Por eso es preferible, necesario, que el analista tenga una
formación lo más completa posible en el orden cultural. Cuanto más sepan mejor será. Y
eso (sS) no debe intervenir más que luego de un cierto estadio, luego de franqueada una
cierta etapa.
Y particularmente, en este registro pertenece, del lado del sujeto, no por nada no
lo he separado, el sujeto forma siempre y más o menos una cierta unidad más o menos
sucesiva, cuyo elemento esencial se constituye en la transferencia, y el analista viene a
simbolizar el superyo, que es el símbolo de los símbolos.
El superyo es simplemente una palabra que no dice nada, una palabra que
prohíbe. El analista no necesita hacer ningún esfuerzo para simbolizarla. Es precisamente
lo que hace.
El rR es su trabajo, impropiamente designado bajo el término de esta famosa
neutralidad benévola, de la que se habla a tontas y a locas, que simplemente quiere decir
que para un analista todas las realidades, en suma, son equivalentes: que todas son
realidades. Esto parte de la idea que todo lo que es real es racional, o inversamente. Es
lo que debe darle esta benevolencia sobre la cual viene a romperse [......] y llevar a buen
puerto su análisis.
Todo fue dicho algo rápidamente.
Hubiera podido hablarles de muchas otras cosas. Pero, al fin de cuentas, no es
más que una introducción, un prefacio de lo que intentaré tratar más completamente, más
concretamente, el informe que espero presentar en Roma, sobre el sujeto del lenguaje en
el psicoanálisis.

Traducción: Beatriz Rajlin.


No se estimó posible editar la discusión que sigue el texto porque es casi ilegible, dado que se
trata de fragmentos mal grabados.

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