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Capitulo 3 Ana Freud Normalidad
Capitulo 3 Ana Freud Normalidad
Para el analista de niños, la reconstrucción del pasado del paciente o el rastreo de los síntomas
hasta sus orígenes en los primeros años de vida constituye una tarea muy diferente de la detección de los
agentes patógenos antes de que éstos hayan comenzado su tarea nociva; de la evaluación del grado de
progreso normal de un niño pequeño; del pronóstico de su desarrollo; de interferir con el tratamiento del
niño; de guiar a los padres; o en general de prevenir las neurosis, las psicosis y la asocialidad. Mientras que
el entrenamiento reconocido para la terapia psicoanalítica prepara al analista de niños para llevar a cabo
las primeras tareas señaladas, aún no se ha preparado un plan de estudios oficial para que logre cumplir
todas las demás.
El interés en los problemas del pronóstico o de la prevención conduce inevitablemente al estudio
de los procesos mentales normales opuesto al estudio de los patológicos, o a la transición insensible entre
los dos estados que concierne al analista de adultos. Este conocimiento de lo normal al que Ernst Kris
(1951) denominó campo "subdesarrollado" o "problemático" del psicoanálisis, se ha ampliado
considerablemente gracias a las extrapolaciones teóricas de los hallazgos clínicos realizados por Heinz
Hartmann y Ernst Kris. También se debe mucho a la creciente importancia de los principios y
presunciones de la psicología psicoanalítica del niño dentro del pensamiento meta-psicológico, que
"comprende el campo total del desarrollo, normal y anormal" (Ernst Kris, 1951: 15). El analista de
adultos en su trabajo clínico tiene poco interés en el concepto de normalidad, excepto de manera
marginal, en cuanto se refiere al funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendimiento en el
trabajo). En contraste, el analista de niños que considera el desarrollo progresivo como la función más
esencial de un inmaduro, está profunda y centralmente comprometido con la integridad o el
trastorno, es decir, la normalidad o anormalidad de este proceso vital.
Como ya lo he indicado desde hace varios años (1945) se puede evaluar el grado de desarrollo y las
necesarias indicaciones terapéuticas en el niño a través del escrutinio, por un lado, de los impulsos
libidinales y agresivos, y por el otro, del yo y del superyó de la personalidad infantil por medio de
signos que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su retardo. Con la secuencia de las
fases de la libido y una lista de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea no es en
modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar para el analista de niños. Pero las indicaciones que
así se obtienen son más útiles para establecer el diagnóstico y para revelar el pasado que para decidir
las cuestiones relativas a lo normal o las perspectivas futuras, y demuestran de manera satisfactoria
las formaciones y soluciones de compromiso que se han logrado en la personalidad del paciente; pero
no incluyen señales de cuáles son las oportunidades que existen para mantener, mejorar o disminuir
su nivel de rendimiento.
LA TRASLACIÓN DE LOS HECHOS EXTERNOS A LAS EXPERIENCIAS INTERNAS
Los analistas, en la medida en que se los considera expertos en niños, deben enfrentar una
multitud de interrogantes que el público les plantea, acerca de la crianza de los niños y de las
decisiones que los padres deben tomar en relación con la vida de sus hijos y que pueden resultarles
conflictivas. El hecho de que las consultas se refieren a situaciones de la vida diaria no es razón para
delegar las respuestas en quienes carecen de entrenamiento analítico y se ocupan habitualmente de la
vida mental normal (tales como los mismos padres, los pediatras, las enfermeras, las maestras jardineras,
las maestras, los funcionarios de bienestar social, las autoridades educacionales, etc.). En efecto, los
interrogantes planteados circunscriben precisamente aquellos campos en que pueden aplicarse con gran
provecho las teorías psicoanalíticas desde el punto de vista preventivo. Los siguientes constituyen algunos
ejemplos.
¿Debe la madre cuidar en forma exclusiva a su pequeño, y la madre sustituta significa un peligro para el
desarrollo del niño? Si el niño está al cuidado exclusivo de la madre, ¿cuándo puede comenzar a dejado
durante cortos períodos para tomarse un descanso o para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus
propios padres, etc.? ¿Cuáles son las ventajas de amamantado comparadas con la alimentación a biberón o
de la alimentación según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios rígidos de comidas?
¿Cuál es la mejor edad para comenzar el entrenamiento del control de esfínteres? ¿A qué edad es
beneficiosa la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de juegos? ¿Cuál es la edad adecuada
para su ingreso al jardín de infantes? Si se requiere una intervención quirúrgica (hernia, circuncisión,
amigdalectomía, etc.) y si existe la posibilidad de elegir el momento, ¿es mejor llevada a cabo cuando el
niño es muy pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o informal) es más adecuada para qué
tipo de niño? ¿Cuándo debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades determinadas para tolerar con
mayor facilidad el nacimiento de un hermano? ¿Qué actitud tomar frente a sus actividades autoeróticas?
¿Debe permitírsele el chupeteo del dedo, la masturbación, etc., sin control y sería válida la misma actitud
en relación con los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse libremente la expresión de agresión?
¿Cuándo y de qué manera debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este caso ¿se les debe
hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de las escuelas para alumnos
externos e internos? Y finalmente, ¿existe un momento específico durante el proceso de la adolescencia en
el que sea conveniente para el joven "alejarse" (Anny Katan, 1937) de su hogar correspondiendo al
distanciamiento emocional de sus padres?
Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en apariencia son más simples, la reacción del
analista tiene un doble carácter.
Como resulta obvio, no basta con señalar que no existen respuestas generales aplicables para todos los
niños, sino solamente respuestas particulares que se adaptan a un niño específico; ni tampoco que no
pueden basarse tales respuestas en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto en la rapidez de
su crecimiento emocional y social como en el momento en que empiezan a sentarse, caminar, hablar, etc.,
y en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente evaluar el nivel del desarrollo del niño cuya
conducta es consultada.
Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su tarea y quizá sea la más simple. La otra
parte, no menos esencial, consiste en la evaluación del significado psicológico de la experiencia o de las
exigencias a las que los padres intentan someter al niño.
Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la razón, la lógica y las necesidades prácticas, el
niño los experimenta según su realidad psíquica, es decir de acuerdo con los complejos, afectos, ansiedades
y fantasías que esos mismos planes originan y que corresponden a las distintas fases de su desarrollo. La
tarea del analista consiste, por consiguiente, en señalar a los padres las discrepancias que existen entre la
interpretación del adulto y la que hace el niño de estos hechos, explicándoles las formas y niveles
específicos de funcionamiento que son característicos de la mentalidad infantil.
CUATRO CAMPOS DIFERENTES ENTRE EL NIÑO Y EL ADULTO
Existen varios campos en la mente del niño de los que parecen derivarse estos "malentendidos" de las
acciones adultas.
Ante todo, el punto de vista "egocentrista" que gobierna las relaciones del infante con el mundo de los
objetos. Antes de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal, el objeto, es decir la persona que
cumple las funciones de madre, no es percibido por el niño como poseedor de una existencia
independiente y propia, sino sólo en relación con el papel que tiene asignado dentro del esquema de las
necesidades y deseos del niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al objeto, se interpreta
desde el punto de vista de la satisfacción o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la madre, su
interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u otras cosas, sus depresiones, enfermedades,
ausencias, incluso muerte, son transformadas en experiencias de rechazo y deserción. Por la misma razón,
el nacimiento de un hermano se interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como una
expresión de la falta de satisfacción y la crítica de sus padres hacia su propia persona; en resumen, como un
acto hostil al cual el niño responde a su vez con hostilidad y desilusión que se expresa a través de
exigencias o en un retraimiento emocional con sus consecuencias negativas.
Existe en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual infantil que no le deja al niño alternativa, sino
que lo fuerza a traducir los hechos genital es adultos en pregenitales. Esto explica la razón de que las
relaciones sexuales entre los padres se interpreten como escenas brutales de violencia y conduce a
todas las dificultades que resultan de la identificación con la supuesta víctima o el supuesto agresor,
que se revelan posteriormente en la incertidumbre con respecto a su propia identidad sexual. Ello
explica también, como lo sabemos desde hace mucho tiempo, el fracaso relativo y la desilusión de los
padres con respecto a la información sexual de los hijos. En lugar de aceptar los hechos sexuales de la
manera razonable con que se les explica, el niño no puede evitar traducidos en términos
que concuerdan con su experiencia, es decir, convertidos en las llamadas "teorías sexuales infantiles"
de inseminación a través de la boca (como en los cuentos), el nacimiento a través del ano, la
castración de la mujer durante las relaciones sexuales, etcétera.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en donde la hita de comprensión por parte del
niño está basada no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en la relativa debilidad de
los procesos secundarios del pensamiento cuando se comparan con la intensidad de los impulsos y las
fantasías. Un niño pequeño, después del segundo año de vida, puede entender muy bien, por
ejemplo, la importancia de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico o del cirujano,
la necesidad de tomar las medicinas al margen de su sabor desagradable, de respetar ciertos
regímenes dietéticos o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar que se mantenga
esta comprensión. A medida que la visita del médico o la operación se acercan, la razón naufraga y la
mente del niño se inunda de fantasías de mutilación, castración, asalto violencia, etc. El hecho de que
deba permanecer en cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral intolerable; los
padres que permiten que sucedan todas esas cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan
de ser figuras protectoras y se convierten en hostiles, contra las cuales el niño descarga su hostilidad,
enojo o agresión. (1)
Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significativas entre el funcionamiento de la mente
infantil y la del adulto. Menciono como la más representativa la diferente evaluación del tiempo en las
distintas edades. El sentido de la duración del tiempo, largo o corto, de un determinado período, parece
depender de que la medida se tome por medio del funcionamiento del ello o del yo.
Los impulsos del ello, por definición, no toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes son
introducidas por el yo y, entre ellas, postergar la acción (por interpolación de los procesos del
pensamiento) es tan característico como la urgencia de gratificación para el ello. La manera como el niño
experimente un período determinado dependerá, por consiguiente, no sólo de su duración
real medida objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino de las relaciones subjetivas
internas del ello o del yo sobre el dominio de su funcionamiento. Estos últimos factores decidirán si los
intervalos fijados con respecto a la alimentación, la ausencia de la madre, la duración de la asistencia al
jardín de infantes, la hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos, tolerables o intolerables, resultando
por lo tanto nocivos o inofensivos con respecto a sus consecuencias.
El egocentrismo, la inmadurez de la vida sexual, la preponderancia de los derivados del ello sobre las
respuestas del yo, la diferente evaluación del tiempo son características de la mente infantil que pueden
explicar muchas de las insensibilidades aparentes de los padres, por ejemplo su dificultad para trasladar los
hechos externos a experiencias internas. En consecuencia, la información de los padres sobre los
antecedentes del niño en las entrevistas diagnósticas es superficial y engañosa. Los informes pueden
contener explicaciones acerca "de una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró poco
tiempo"; "del rechazo inicial del niño en el segundo año de vida, de un sustituto de la madre durante la
enfermedad de ésta"; o del niño "que desconoció a la madre momentáneamente cuando ésta retornó de la
maternidad con el nuevo bebé"; de la "pasajera infelicidad del niño en el hospital", etcétera (2)
Se requiere toda la ingenuidad del diagnostica dar y algunas veces un período de tratamiento analítico
para poder reconstruir, desde las descripciones, los conflictos dinámicos que yacen detrás del cuadro
clínico superficial y que a menudo son los responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil,
desde la relación positiva, el cariño normal hacia los padres, al retraimiento, el resentimiento y la
hostilidad; del sentimiento de haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como un objeto sin valor
alguno, etcétera.
Para ofrecer respuestas útiles a las consultas de los padres en relación con los problemas del desarrollo,
las decisiones externas bajo consideración deben trasladarse a su significado interno, lo casual no es
posible, como mencionamos más arriba, si se consideran aisladamente el desarrollo de los impulsos y del
yo, aunque esto es necesario para el propósito de realizar análisis clínicos y disecciones teóricas.
Hasta ahora, en nuestra teoría psicoanalítica, las secuencias del desarrollo se han establecido solamente
en relación con ciertos aspectos particulares circunscriptos de la personalidad del niño. Con respecto al
desarrollo de los impulsos sexuales, por ejemplo, poseemos la secuencia de las fases libidinales (oral, anal,
fálica, período de latencia, preadolescencia, genitalidad adolescente) que, a pesar de su considerable
superposición, corresponden de manera aproximada con edades específicas. En relación con los impulsos
agresivos somos menos precisos y por lo general nos contentamos con correlacionar las expresiones
agresivas específicas con las fases específicas de la libido (tales como morder, escupir y devorar con la fase
oral; las torturas sádicas, golpear, patear, destruir con la fase anal; la conducta arrogante, dominante con la
fase fálica; la falta de consideración, la crueldad mental, las explosiones asociales con la adolescencia, etc.).
Del lado del yo, las conocidas fases y niveles del sentido de la realidad en la cronología de la actividad
defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen una norma. Los psicólogos miden y clasifican las
funciones intelectuales por medio de escalas de distribución relacionadas con la edad, en los diferentes
tests de inteligencia.
No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras evaluaciones algo más que estas escalas
seleccionadas del desarrollo que son válidas solamente para aspectos aislados de la personalidad del niño y
no para su totalidad. Lo que buscamos es la interacción básica entre el ello y el yo y sus distintos niveles
de desarrollo, y también las secuencias de las mismas de acuerdo con la edad, que en importancia,
frecuencia y regularidad son comparables con las secuencias de maduración del desarrollo de la libido
o el gradual desenvolvimiento de las funciones del yo. Naturalmente, estas secuencias de interacción
entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse si ambos son bien conocidos, como
sucede por ejemplo en relación con las fases de la libido y las expresiones agresivas del ello y las
correspondientes actitudes de relaciones objetales del yo. Así podemos rastrear las combinaciones
que conducen desde la completa dependencia emocional del niño hasta la comparativa
autosuficiencia, madurez sexual y de relaciones objetales del adulto, una línea graduada de desarrollo
que provee la base indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez emocional, la
normalidad o la anormalidad.
Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas similares de desarrollo cuya validez
puede demostrarse para casi todos los campos de la personalidad individual. En cada caso trazan el
gradual crecimiento del niño desde las actitudes dependientes, irracionales, determinadas por el ello y
los objetos hacia un mayor control del mundo interno y del externo por el yo. Estas líneas, a las que
contribuyen el desarrollo del ello y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del lactante
con la amamantación y el destete, hasta la actitud racional, antes que emotiva, del adulto hacia la
alimentación; desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al niño por las presiones
ambientales, hasta el control más o menos integrado y establecido del adulto; desde la fase en que el
niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta la exigencia del adolescente de su
independencia y propia determinación en cuanto a la disposición de su cuerpo; desde el concepto
infantil egocentrista del mundo y de los otros seres humanos hasta el desarrollo de sentimientos de
empatía, mutualidad y compañerismo con los otros niños; desde los primeros juegos de carácter
erótico con su propio cuerpo y con el cuerpo de su madre a través de los objetos
de transición (Winnicott, 1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente hacia el trabajo,
etcétera.
Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos de estos aspectos, representa el
resultado de la interacción entre el desarrollo de los impulsos y el desarrollo del yo, del superyó y de
sus reacciones frente a las influencias del medio, es decir, entre los procesos de maduración,
adaptación y estructuración. Lejos de constituir abstracciones teóricas, las líneas del desarrollo en el
sentido que aquí se les atribuye, son realidades históricas que en conjunto proporcionan un cuadro
convincente de los logros de un determinado niño o, por otro lado, de los fracasos en el desarrollo de su
personalidad.
Prototipo de una línea del desarrollo: desde la dependencia hasta la autosuficiencia
emocional y las relaciones objetales adultas
Para establecer el prototipo, hay una línea básica de desarrollo sobre la que han dirigido su atención los
analistas desde las etapas iniciales. Se trata de la secuencia que conduce desde la absoluta dependencia del
recién nacido de los cuidados de la madre, hasta la autosuficiencia, material y emocional, del adulto joven,
para la cual las fases sucesivas del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica) simplemente forman la base
congénita de maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los análisis de adultos y de niños y
también a través de la observación analítica directa de niños, y se pueden enumerar aproximadamente en
la forma siguiente:
Mientras que los detalles de estas posiciones han formado parte durante mucho tiempo del conocimiento
común en los círculos analíticos, su importancia en relación con los problemas prácticos está siendo
investigada cada vez más en los últimos años. Por ejemplo, con respecto a las controvertidas consecuencias
de la separación del niño de la madre, de los padres o del hogar, una rápida mirada al desenvolvimiento de
esta línea de desarrollo será suficiente para demostrar de manera convincente la razón de las reacciones
comunes y las respectivas consecuencias patológicas frente a hechos tan variados como lo demuestra la
experiencia y que están relacionados con las realidades psíquicas variables del niño en los diferentes
niveles. Las interferencias con el vínculo biológico de la relación madre-hijo (fase 1), debidas a cualquier
motivo, darán lugar a una ansiedad de separación propiamente dicha (Bowlby, 1960); la incapacidad de la
madre para cumplir con su rol como organismo estable para la satisfacción de necesidades y para brindar
confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de individuación (Mahler, 1952) o una depresión
anaclítica (Spitz, 1946) u otras manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el precoz desarrollo del yo
(James, 1960) o lo que se ha denominado un "falso yo" (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales
insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón inadecuados durante la fase de sadismo anal
(fase 4) trastornarán la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y darán origen a una agresividad, una
destrucción, etc., incontrolables (A. Freud, 1949). Es solamente después que se ha alcanzado la constancia
objetal (fase 3) que la ausencia externa del objeto se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una
imagen interna que permanece estable; para fortalecer esta determinación pueden extenderse las
separaciones temporales, en proporción al progreso de la constancia objetal. Por consiguiente, aun cuando
sea imposible señalar la edad cronológica en que pueden tolerarse las separaciones, aquélla puede
establecerse de acuerdo con la línea del desarrollo cuando las separaciones se adecuen al yo y no sean
traumáticas, un punto de importancia práctica en relación con las vacaciones de los padres, la
hospitalización del niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de infantes, etcétera. (3)
También hemos aprendido otras lecciones de carácter práctico gracias a esta secuencia del desarrollo,
tales como las siguientes:
- que la actitud de marcado apego durante el segundo año de la vida (fase 4) es el resultado de la
ambivalencia preedípica, y no de los exagerados mimos maternales;
- que no es realista, por parte de los padres, esperar durante el período preedípico (hasta el final de
la fase 4) las relaciones objetales mutuas que pertenecen sólo al siguiente nivel de desarrollo (fase
5);
- que ningún niño se puede integrar completamente con un grupo hasta que la libido se haya
transferido desde los padres a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del complejo
de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de una neurosis infantil, serán comunes
los trastornos de adaptación al grupo, la pérdida de interés, las fobias escolares (escolaridad
diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos internos);
- que las reacciones en relación con la adopción son más severas durante la última parte del período
de latencia (fase 6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión normal de
los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y las emociones relacionadas con la
adopción real se mezclan con la presencia del "romance familiar";
- que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico (fase 5) y desarrolladas durante el período
de latencia (fase 6) pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7) no a través de trastornos del
desarrollo o de la educación, sino debido a la regresión hacia niveles anteriores (fases 2, 3 Y 4) que
es propia de esta fase; que es tan poco realista por parte de los padres oponerse a la liberación del
vínculo existente con la familia o a la lucha contra los impulsos pregenitales del adolescente (fase 8)
como quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las manifestaciones autoeróticas
pregenitales durante las fases 1, 2, 3, 4 Y 7.
Algunas líneas del desarrollo hacia la independencia corporal
El hecho de que el yo del individuo comienza inicialmente y sobre todo como un yo corporal, no
significa que el niño alcanza la independencia en cuanto al cuidado de su cuerpo con anterioridad a su
autosuficiencia emocional o moral. Al contrario: la posición narcisista de la madre con respecto al cuerpo
de su hijo coincide con los deseos arcaicos del niño de sumergirse en la madre y con la confusión de los
límites corporales que se deriva del hecho de que en las etapas vitales iniciales la distinción entre el mundo
interno y el externo se basa no en la realidad objetiva, sino en las .experiencias subjetivas de placer y
displacer. Por consiguiente, mientras que el pecho de la madre, su cara, sus manos, su pelo pueden ser
tratados (o maltratados) por el infante como si fueran partes de sí mismo, el hambre, el cansancio, la falta
de confort del niño le conciernen a la madre en igual medida. Aunque durante la época de la primera
infancia la vida del niño está dominada por sus necesidades corporales y derivados, la cantidad y calidad de
las gratificaciones y frustraciones están determinadas no por el niño sino por influencias ambientales. Las
únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones auto eróticas que desde el principio están bajo su
control y, por consiguiente, le conceden una independencia limitada del mundo objetal.
Contrapuestos, como lo demostraremos más adelante, se encuentran los procesos de la alimentación,
del sueño, de la evacuación, de la higiene corporal y de la prevención de daño o enfermedad, procesos
que deben sufrir un complicado y largo desarrollo antes de convertirse en interés propio del individuo
en crecimiento.
El niño debe superar una larga línea de desarrollo antes de alcanzar el punto en que es capaz, por
ejemplo, de regular de modo activo y racional la ingestión de alimentos, tanto en cantidad como en
calidad, de acuerdo con sus propias necesidades y apetito, y de manera independiente de sus
relaciones con la persona que lo alimenta y de sus fantasías conscientes e inconscientes. Los pasos
que sigue son aproximadamente los siguientes:
Las reacciones del infante en la fase 2 (es decir, el destete y la introducción de alimentos con
sabores y consistencias nuevos) reflejan por primera vez sus inclinaciones, bien hacia el progreso y la
intrepidez (que ve con gusto todas las experiencias nuevas) o la tenaz aferración a los placeres ya existentes
(que hace que todos los cambios y nuevas experiencias se perciban como peligros y privaciones).
Cualquiera que sea la actitud que domine los procesos de la alimentación, ésta también ejercerá influencias
importantes en otros campos del desarrollo. La relación comida-madre que persiste durante las fases 1 a 4
fundamenta la convicción subjetiva de la madre de que el rechazo del niño hacia la comida está dirigido
personalmente en contra de ella, es decir, expresa el rechazo del niño por la atención y los cuidados
maternos, convicción que origina una hipersensibilidad durante los procesos alimentarías sobre la que se
basan las batallas de la alimentación con respecto a la madre. También explica por qué en estas fases el
rechazo y el extremo disgusto demostrado con respecto a ciertos alimentos desaparecen por la sustitución
temporaria de la madre para alimentar al niño. Entonces los niños comen cuando están en el hospital, en la
escuela o de visita, sin que esto varíe en modo alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la
madre está presente. También esta observación explica la razón de que las separaciones traumáticas de la
madre sean seguidas a menudo por rechazos del alimento (rechazo del sustituto materno) o por excesos
alimentarías (cuando el niño considera a la comida como un sustituto del cariño maternal).
Los trastornos de la alimentación de la fase 5 que no están relacionados con objetos externos sino que
se originan en conflictos estructurales internos, no se modifican por la presencia o ausencia física de la
madre, hecho que puede utilizarse para establecer el diagnóstico diferencial.
Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es la responsable de la alimentación, las
dificultades previas con la madre pueden ser reemplazadas por un desacuerdo interno entre el deseo
manifiesto de comer y la incapacidad inconscientemente determinada de tolerar ciertas comidas, es decir
los diversos trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimentos, de carácter neurótico.
Puesto que la finalidad expresa de esta línea de desarrollo no es la supervivencia relativamente intacta
de los derivados de los impulsos sino el control, la modificación y transformación de las tendencias
uretrales y anales, se pueden observar claramente los conflictos entre el ello, el yo, el superyó y las fuerzas
ambientales:
1. La duración de la primera fase, durante la cual el niño tiene completa libertad con respecto a la
evacuación, se determina no por el grado de maduración alcanzado, sino por influencias
ambientales, es decir, por la decisión materna de interferir, también a su vez presionada por
necesidades personales, familiares, sociales y médicas. En las condiciones actuales, esta fase puede
durar desde unos pocos días (el entrenamiento comienza inmediatamente después del nacimiento
y está basado en reflejos condicionados) hasta los dos o tres años (el entrenamiento basado en la
relación con los objetos y en el control del yo).
2. En contraste con la fase primera, la segunda fase se inicia por un avance en la maduración. El
papel dominante en la actividad de los impulsos se traslada desde la zona oral a la
anal y debido a esta transición el niño aumenta su oposición a cualquier interferencia
relacionada con sus emociones vitales. En esta fase, los productos de la evacuación se
encuentran grandemente catectizados con la libido y como se consideran objetos preciosos, el
niño les otorga un carácter de "regalo" que entrega a la madre como un signo de amor;
puesto que reciben también una carga agresiva, constituyen instrumentos por medio de los
cuales se descargan las desilusiones, la rabia y la agresión en las relaciones con los objetos. En
correspondencia con esta doble carga de estos productos, la actividad del niño hacia el mundo
objetal, alrededor del segundo año de la vida, está dominada por la ambivalencia, es decir, por
violentas fluctuaciones entre el amor y el odio (libido y agresión no fusionadas entre sí). Este
hecho está equiparado con respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior del
organismo, por el placer en la suciedad y el desorden, en modelar, en los juegos de retención
como vaciar y llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, destruir, etc. Mientras que
las tendencias observadas durante esta fase son bastante uniformes, los hechos reales varían
de acuerdo con la actitud de la madre. Si mantiene su sensibilidad con respecto a las
necesidades del niño con las que está tan identificada como en lo referente a la alimentación,
entonces podrá mediar hábilmente entre las exigencias higiénicas del medio y las tendencias
uretrales o anales opuestas de su niño; en este 'caso el entrenamiento del control esfinteriano
progresará gradualmente, con tranquilidad y sin trastornos. Por otra parte, establecer esta
empatía con el niño durante la fase anal puede ser imposible para la madre debido a su propio
control de esfínteres, sus formaciones reactivas de disgusto, la tendencia al orden, la
minuciosidad u otros elementos obsesivos en su personalidad. Si estos elementos la dominan,
la madre impondrá las exigencias para el control esfinteriano de manera severa y sin
concesiones, dando origen al comienzo de una batalla en la que el niño está tan determinado a
defender su derecho a evacuar cuando lo desee, como la madre en entrenarlo para que logre
la limpieza y la regularidad, es decir, los rudimentos sine qua non de la socialización.
3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las actitudes de la madre y el ambiente con
respecto al entrenamiento esfinteriano convirtiéndolas por medio de identificaciones, en una
parte integral de las exigencias de su yo y superyó; desde ese momento en adelante el control
de esfínteres será un precepto interno y se crearán barreras internas contra los deseos
uretrales y anales a través de la actividad defensiva del yo en las formas familiares bien
conocidas de represión y formaciones reactivas. La repugnancia, el orden, el aseo, el disgusto
por las manos sucias, etc., protegen contra el retorno de lo reprimido; la puntualidad, la
escrupulosidad y la fidelidad son productos laterales de la regularidad anal; la inclinación al
ahorro y a coleccionar son evidencias del alto valor de las materias fecales desplazado hacia
otros objetos. En suma, en este período tiene lugar la modificación y transformación de largo
alcance de los derivados de los impulsos pregenitales anales que -si se mantienen dentro de
límites normales- suministran a la personalidad una estructura de cualidades sumamente
valiosas.
Es importante recordar, en relación con estos progresos, que se basan en identificaciones e
internalizaciones y como tales, no son totalmente seguros antes de la resolución del
complejo de Edipo. El control anal preedípico permanece vulnerable y en especial al comienzo
de la tercera fase depende de los objetos y de la estabilidad de las relaciones positivas del niño
con ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del orinal o del inodoro en su casa no
quiere utilizarlos en lugares extraños, lejos de la madre. Un niño que está seriamente
desilusionado de su madre o separado de ella, o que sufre de cualquier forma de pérdida de
objeto puede no sólo perder la apetencia internalizada de estar limpio, sino que puede
reactivar el empleo agresivo de la incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pueden
originar incidentes de incontinencia que se consideran como "accidentes”.
4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el control de los esfínteres, cuando éste ya
no depende de las relaciones objetales y alcanza el estadio de intereses totalmente neutralizados
y autónomos del yo y del superyó. (4)
La satisfacción de las necesidades físicas esenciales, tales como la alimentación y la evacuación (5) que
permanece durante años bajo el control externo y que surge tan lentamente, corresponde con la manera
lenta y gradual con que el niño asume la responsabilidad del cuidado y la protección de su propio cuerpo
contra posibles daños.
Como ya lo he descripto en detalle anteriormente (A. Freud, 1952), el niño que está bien atendido por
su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados, mientras adopta actitudes indiferentes y
desinteresadas o de absoluta indiferencia, como un arma que utiliza en las batallas contra su madre. Sólo el
niño que no disfruta de una adecuada atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre en lo
que se refiere a los hábitos higiénicos saludables y juegan "a la mamá" con sus propios cuerpos, como los
hipocondríacos.
Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo, también aquí existen varias fases
consecutivas que deben distinguirse entre sí, aunque nuestro conocimiento actual no es tan detallado
como en otros campos.
1. Durante los primeros meses y debido al progreso de maduración, la agresión se dirige desde el propio
cuerpo hacia el mundo exterior. Este paso vital limita la autolesión por morderse, rasguñarse, etc., aunque
también pueden observarse indicios posteriores de estas tendencias en muchos niños, como remanentes
de esta fase. (6) El progreso normal se debe, en parte, al establecimiento de barreras contra el dolor, en
parte como la respuesta del niño a la catexis libidinal de la madre con respecto a su cuerpo, con una catexis
narcisista de sí mismo (según Hoffer, 1950).
2. A continuación se producen avances en el funcionamiento del yo, tales como la orientación en el mundo
exterior, la comprensión de causa y efecto, el control de deseos peligrosos en beneficio del principio de la
realidad.
Junto con las barreras contra el dolor y la catexis narcisista del cuerpo, estas funciones del yo
recientemente adquiridas protegen al niño de los peligros externos tales como el agua, el fuego, las alturas,
etc. Pero existen muchos casos en los cuales -debido a la deficiencia de cualquiera de estas funciones del
yo- este progreso se retarda y el niño permanece vulnerable y expuesto si no es protegido por los adultos.
3. La última fase normalmente está caracterizada por la aceptación voluntaria de las reglas de higiene y
sanitarias. En lo que concierne a evitar alimentos nocivos, a comer en exceso y a mantener el cuerpo
aseado no es concluyente desde que las actitudes importantes en este sentido pertenecen más bien a las
vicisitudes de los componentes instintivos orales y anales, que a esta línea de desarrollo. Esta situación es
diferente con respecto a la salud y a la obediencia de las órdenes del médico sobre la ingestión de
medicinas o restricciones matrices o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la angustia de castración
pueden, por supuesto, motivar a todo niño a cuidar (es decir, temer) la seguridad de su cuerpo. Cuando no
están bajo la influencia de estos factores, los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo que a la
salud se refiere. A juzgar por las frecuentes quejas de las madres, los niños se comportan como si
consideraran un derecho personal el poner en peligro su salud mientras que le dejan a la madre la
responsabilidad de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a menudo persiste hasta el final de la
adolescencia y que quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis original entre madre e hijo.
Hay muchos otros ejemplos de líneas de desarrollo, como las dos descriptas más arriba, de las que el
analista conoce cada paso y que pueden seguirse sin dificultad bien hacia atrás por medio de la
reconstrucción del cuadro adulto, o hacia adelante por medio de la exploración analítica longitudinal y la
observación del niño.
1. Una perspectiva egoísta y narcisista orientada hacia el mundo objetal en la que los otros niños
no figuran en absoluto o son percibidos solamente en sus roles como perturbadores de la
relación madre-hijo y como rivales en el amor de los padres.
2. Los otros niños considerados como objetos inanimados, es decir, como juguetes que pueden
ser manipulados, maltrata- dos, buscados o descartados según sus estados de humor, sin
esperar respuesta positiva o negativa a este tratamiento.
3. Los otros niños considerados como colaboradores para realizar una actividad determinada tal
como jugar, construir, destruir, cometer travesuras, etc. La duración de esta sociedad está
determinada por la tarea a realizar y es secundaria a ella.
4. Los otros niños considerados como socios y objetos con derecho propio a quienes el niño
puede admirar, temer o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos sentimientos se
identifica, cuyos deseos reconoce y a menudo respeta, y con quienes puede compartir
posesiones sobre una base de igualdad.
Durante las primeras dos fases, aun cuando el bebé sea estimado y tolerado por los hermanos
mayores, es asocial por necesidad, a pesar de todos los esfuerzos que realice la madre en sentido
contrario; puede tolerar la vida comunitaria con otros niños en esta etapa, pero no será provechosa. El
tercer estadio representa el requerimiento mínimo de socialización, bajo la forma de aceptación de los
hermanos dentro de la comunidad hogareña o de ingreso al jardín de infantes integrando un grupo de
su misma edad. Pero sólo la cuarta fase equipa al niño para el compañerismo y para .entablar
amistades y enemistades de todo tipo y duración.
De la línea del desarrollo corporal hacia el juguete y desde el juego hacia el trabajo, basados
especialmente en sus fases posteriores, se deriva una cantidad de importantes actividades para el
desarrollo de la personalidad, tales como el soñar despierto, las aficiones (hobbies) y ciertos juegos.
Soñar despierto: Cuando los juguetes y las actividades relaciona-
dos con los deseos van desapareciendo en la profundidad, éstos que al principio se ponían en acción con la
ayuda de objetos materiales, es decir eran satisfechos en el juego, pueden elaborarse en la imaginación en
forma de ensoñaciones conscientes, fantasías que pueden persistir hasta la adolescencia y aun en etapas
posteriores.
Juegos estructurados: El origen de muchos juegos deriva de las actividades grupales imaginativas durante
el período edípico (véase la fase 4, d, 3) del cual se desarrollan en expresiones altamente formalizadas y
simbólicas de tendencias hacia el ataque agresivo, la defensa, la competencia, etc. Desde que están
gobernados por reglas inflexibles a las que deben someterse los participantes, los niños no pueden
participar en ellos hasta tanto no hayan adquirido algún grado de adaptación a la realidad y cierta
tolerancia a las frustraciones y, naturalmente, nunca antes de haber alcanzado la fase 3 de la línea de
desarrollo hacia el compañerismo.
Los juegos pueden requerir un equipo especial (no juguetes) y en razón de su valor simbólico fálico, por
ejemplo masculino-agresivo, son altamente valorados por el niño.
En muchos juegos de competencia el propio cuerpo y la destreza del niño se desempeñan como
instrumentos indispensables.
La eficiencia y el placer lúdicos son, por consiguiente, logros de naturaleza compleja que dependen de la
contribución de muchos campos de la personalidad infantil, tales como la dote y la integridad del aparato
motor, una catexis positiva del cuerpo y sus capacidades, la aceptación de compañerismo y actividades de
grupo, el empleo positivo de la agresión controlada al servicio de la ambición, etc. De manera
correspondiente, la función en estas áreas está abierta a un gran número de trastornos que pueden
originarse por dificultades e insuficiencias en el desarrollo de cualquiera de ellas, así como de las
inhibiciones en determinadas fases del desarrollo, de
la agresión anal y de la masculinidad fálico-edípica.
Aficiones: En la mitad del camino entre el juego y el trabajo se encuentran los hobbies que tienen ciertos
caracteres comunes con ambas actividades. Con el juego comparten las siguientes características:
a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con un relativo desprecio a las presiones y
necesidades externas;
b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero que no se encuentran muy alejados de la
gratificación de impulsos eróticos o agresivos;
c) de perseguir estos fines con una combinación de energías instintivas no modificadas y en distintos
estados y grados de neutralización.
Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del período de latencia (colecciones, investigaciones
primarias, especialización de intereses), sufren todo tipo de modificaciones de contenido, pero pueden
persistir como forma específica de actividad a lo largo de toda la existencia.
Para retornar a los problemas y los interrogantes planteados por los padres que mencionamos más
arriba:
Con los argumentos previos in mente, el analista de niños no necesita responderlos basándose en la
edad cronológica, factor que en psicología no es concluyente; o en la comprensión intelectual del niño de
una situación determinada, que es un concepto diagnóstico unilateral. En su reemplazo, puede considerar
las diferencias psicológicas básicas entre la madurez y la inmadurez según las líneas del desarrollo. La
disposición con que el niño tiende a enfrentar hechos tales como el nacimiento de un nuevo hermano, la
hospitalización, el ingreso a la escuela, etc., se considera entonces como el resultado directo del progreso
de su desarrollo en todas las líneas que están relacionadas con esa experiencia específica. Si se han
cumplido las etapas adecuadas, las circunstancias tendrán un resultado beneficioso y constructivo para el
niño; en caso contrario, sea en todas o sólo en algunas de las líneas, el niño se sentirá perplejo y oprimido y
ningún esfuerzo de los padres, maestros o enfermeras podrá prevenir su inquietud, su infelicidad y su
sentimiento de fracaso, que a menudo asumen proporciones traumáticas.
Este "diagnóstico del niño normal" puede ser ilustrado con un ejemplo práctico, tomando (uno entre
tantos) el problema de señalar cuáles son las circunstancias de desarrollo bajo las cuales el niño está
dispuesto a ausentarse de su hogar transitoriamente por vez primera, o a separarse de la madre y formar
parte de un grupo en el jardín de infantes sin sufrir demasiado y con resultados beneficiosos.
En un pasado no distante se opinaba que un niño que hubiese alcanzado la edad de tres años y medio
debería ser capaz de separarse de su madre a la puerta de entrada del jardín de infantes en el día de su
ingreso y que podría adaptarse al nuevo ambiente físico, a los maestros nuevos y compañeros, todo ello
durante la primera mañana. Se pretendía desconocer la inquietud de los nuevos alumnos; se consideraban
poco importantes el llanto por sus madres y su falta inicial de participación y cooperación. Lo que sucedía
entonces era que la mayoría de los niños pasaban a través de una fase inicial de infelicidad extrema,
después de la cual se adaptaban a la rutina del jardín. Algunos niños invertían la secuencia de estos hechos:
comenzaban con un período de aceptación y de aparente placer que de pronto, para sorpresa de padres y
maestros, concluía una semana después en intensa infelicidad, sin participar de las actividades. En estos
casos, la reacción demorada se debía a la lentitud intelectual para comprender las circunstancias externas.
El hecho importante en relación con ambos tipos de reacción es que anteriormente no se consideraba de
modo alguno la forma en que los períodos individuales respectivos de inquietud y desolación afectaban
internamente a cada niño y, aún más importante, que esos períodos eran aceptados como inevitables.
Examinados desde el actual punto de vista, sólo son inevitables si se desestiman las consideraciones que
conciernen al desarrollo. Si al ingresar al jardín un niño de cualquier edad cronológica todavía se encuentra
en la primera o segunda etapas de esta línea del desarrollo, la separación del hogar y de la madre, aunque
sea por períodos cortos, es inadecuada y contraria a sus necesidades más vitales; la protesta y el
sufrimiento en estas condiciones son legítimos. Si ha alcanzado al menos constancia objetal (fase 3), la
separación de la madre será menos desconcertante y el niño estará preparado para establecer relaciones
con gente nueva y para aceptar nuevos riesgos y aventuras. Aun entonces, el cambio debe ser gradual, en
pequeñas dosis; los períodos de independencia no demasiado prolongados y al comienzo debe dejarse
librado a la decisión del niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.
Algunos niños no se encuentran cómodos en el jardín de infantes porque son incapaces de disfrutar de
las comidas o bebidas que le ofrecen o de usar el inodoro para orinar o defecar. Esta situación no depende
en realidad del tipo de comida ofrecido o de las reglas con relación al uso del artefacto sanitario, aunque el
niño por lo general utiliza su falta de familiaridad como una racionalización. La diferencia real entre la
capacidad para su adaptación o su inadaptación corresponde al desarrollo. En la línea de la comida es
necesario que haya alcanzado por lo menos la fase 4, es decir, alimentarse por sí mismo; en la línea del
control de los esfínteres que haya alcanzado la fase 3.
El niño que no haya alcanzado por lo menos el nivel en que considera a los otros niños como
colaboradores en el juego (fase 3) será un elemento molesto dentro del grupo del jardín y se sentirá
desdichado. Llegará a ser un miembro constructivo y destacado en el grupo tan pronto como aprenda a
aceptar a los otros niños como socios con derecho propio, paso que le permite también formalizar
verdaderas amistades (fase 4). En efecto, si el desarrollo en este aspecto no ha superado los niveles
inferiores, no debería aceptarse su inscripción en el jardín o si ha sido inscripto, se debe permitir que
interrumpa su asistencia habitual.
El niño por lo general ingresa al jardín de infantes al comienzo de la fase en que "el material de juegos
sirve a las actividades del yo y a las fantasías subyacentes" (fase 4), y asciende gradualmente por la escala
del desarrollo, atravesando la secuencia de los juguetes y sus materiales hasta que al concluir el jardín se
encuentra en los comienzos del "trabajo", que es un requisito previo necesario para ingresar a la escuela
primaria. Al respecto, la tarea del maestro consiste en adaptar las necesidades de trabajo del niño y su
expresión al material ofrecido, evitando el aburrimiento o el fracaso que se originan por haber esperado
demasiado antes de ofrecerlos o por anticiparse al nacimiento de la necesidad.
En cuanto a la capacidad del niño para comportarse adecuadamente en el jardín de infantes depende no
sólo de las líneas del desarrollo descriptas sino también en general de las interrelaciones entre su ello y su
yo.
En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las maestras jardineras lleva consigo la imagen del
alumno "ideal" del jardín que no exhibe signos de impaciencia o inquietud; que pide lo que desea en vez de
apoderarse de ello; que puede esperar su turno; que queda satisfecho con su participación; que no tiene
rabietas y que puede tolerar desilusiones. Aun cuando ningún niño desplegará todas estas formas de
conducta, se encontrarán en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a uno u otro aspecto de la vida
diaria. En términos analíticos esto significa que durante ese período los niños aprenden a dominar sus
impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos a su merced. Los instrumentos del desarrollo de que
disponen pertenecen sobre todo al crecimiento del yo: el avance desde el funcionamiento de procesos
primarios a los secundarios, es decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento y la
anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida a su logro (Hartmann, 1947); el progreso desde el
principio del placer al principio de la realidad. La ayuda proviene del ello con la fase de adecuación del yo -
probablemente determinada por factores orgánicos-, que disminuye la urgencia de los impulsos.
A continuación analizaremos, relacionado con la "escala de regresión" infantil normal (Ernst Kris, 1950,
1951), el hecho de que no debería esperarse que ningún niño pequeño mantenga su mejor nivel de
rendimiento o conducta durante un tiempo prolongado. Estas declinaciones temporarias en el nivel de
funcionamiento, aun cuando ocurran con facilidad y frecuencia, no afectan la selección del niño para
ingresar al jardín de infantes.
Las líneas del desarrollo y sus desarmonías descriptas más arriba no son en sí responsables de todas las
complejidades que se presentan durante la niñez, y especialmente de no todos los obstáculos y
detenciones que impiden su curso uniforme.
Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inmadurez al de madurez sobre líneas congénitas
determinadas pero influidas y moldeadas a cada paso por las condiciones ambientales, noción con la que
estamos familiarizados en el crecimiento orgánico; donde los procesos anatómicos, fisiológicos y
neurológicos están en constante flujo. Lo que estamos acostumbrados a ver en el cuerpo es que el
crecimiento procede en una línea progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, solamente
interferida por enfermedades o lesiones graves y finalmente, por los procesos destructivos e involutivos de
la vejez.
No hay duda de que un movimiento progresivo similar subyace al desarrollo psíquico, es decir, que en el
desenvolvimiento de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la razón y la moralidad, el individuo
también sigue caminos determinados previamente y, sujeto a circunstancias ambientales, prosigue hasta su
término. Pero la analogía entre los dos campos no puede extenderse más allá.
Mientras que normalmente, en el lado físico, el desarrollo progresivo es la única fuerza innata que
opera, del lado mental invariablemente tenemos que contar con un segundo conjunto de influencias
complementarias que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las regresiones. Sólo el
reconocimiento de ambos movimientos, progresivo y regresivo, y de sus interacciones, provee
explicaciones satisfactorias de los hechos relacionados con las líneas del desarrollo descriptas más arriba.
En un apéndice (1914) de La interpretación de los sueños (1900) se distinguen tres tipos de regresión:
a) Topográfica, en que las excitaciones tienen dirección retrógrada, desde el extremo motor al sensorial
del aparato mental, hasta que alcanza el sistema perceptivo; este es el proceso regresivo que produce la
satisfacción de deseos alucinatorios en lugar de los procesos racionales del pensamiento; b) temporal,
como un salto atrás hacia viejas estructuras psíquicas; e) formal, que determina que los métodos
primitivos de expresión y representación reemplacen a los contemporáneos. Se establece en este
sentido que estas "tres clases de regresión son en el fondo una misma cosa, y coinciden en la mayoría
de los casos, pues lo más antiguo temporalmente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más
cercano en la topografía psíquica al final de la percepción" (S. Freud, Obras completas, vol. 1). A pesar de
sus similitudes, para nuestros propósitos actuales las acciones de los distintos tipos de
regresión son lo suficientemente distintas como para analizadas y tratadas de manera separada en
relación con los aspectos variados de la personalidad del individuo inmaduro y aun cuando fuesen más
subdivididas.
Para facilitar el pensamiento en nuestro lenguaje metapsicológico habitual comienzo por traducir
el concepto topográfico previo del aparato mental en términos estructurales más actuales. La
referencia de La interpretación de los sueños entonces debería leerse de la siguiente manera: que la
regresión puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de la estructura de la personalidad, tanto en el
ello como en el yo o en el superyó; y que pueden estar comprometidos no sólo el contenido psíquico,
sino también los métodos de funcionamiento; que la regresión temporal sobreviene en relación con
impulsos de fines determinados, con las representaciones objetales y con el contenido de las
fantasías; las regresiones topográfica y formal afectan las funciones del yo, los procesos secundarios del
pensamiento, el principio de la realidad, etcétera.
Como analistas nos hemos familiarizado tanto con la constante interacción entre las fijaciones de los
impulsos y las regresiones, que debemos cuidarnos para no cometer el error casi automático de
considerar los procesos regresivos del yo y del superyó como correspondientes. Mientras que los
primeros están determinados sobre todo por la persistente adhesión de los impulsos a todos los
objetos y posiciones que han producido satisfacción en algún momento, este rasgo no es compartido
por las regresiones del yo que se basan en principios diferentes y siguen reglas distintas.
El movimiento retrógrado del desarrollo normal de las funciones que se presenta en todos los niños
es bien conocido para todos aquellos que tratan con pequeños y su educación en capacidades
prácticas. Para éstos, la regresión funcional se da por sentada como una característica común de la
conducta infantil. (10)
Actualmente, cuando se estudian en detalle, se puede demostrar que las tendencias regresivas
están relacionadas con todos los logros importantes del niño: en las funciones del yo que controlan la
motricidad, la prueba de la realidad, la integración, el habla; en la adquisición del control esfinteriano;
en los procesos secundarios del pensamiento y el dominio de la ansiedad; en los elementos de
adaptación social, como la tolerancia de frustraciones, el control de los impulsos, los modales; en las
exigencias del superyó, como la honestidad, la justicia con respecto a los demás, etc. En todos estos
aspectos la capacidad individual de cada niño para actuar a un nivel comparativamente alto no es
garantía de que su rendimiento sea estable y continuo. Por el contrario: el retorno ocasional a una
conducta más infantil debe ser aceptado como un signo normal. Por consiguiente, decir tonterías o
aun adoptar el lenguaje de un bebé tiene derecho a un lugar específico en la vida del niño, paralelo al
lenguaje racional y alternando con éste. Los hábitos higiénicos no se adquieren al instante, sino que
toman un largo camino a través de una serie interminable de avances, retrocesos y accidentes. El
juego constructivo con juguetes alterna con el desorden, la destrucción y el juego erótico corporal. La
adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones al egoísmo puro, etc. En efecto, lo
que nos sorprende no son los retrocesos sino los logros repentinos ocasionales y los avances. Estos
progresos pueden estar relaciona- dos con la alimentación y toman la forma de un súbito rechazo del
pecho materno y la transición hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líquidos a los sólidos;
desaparecen de manera súbita a una edad posterior el disgusto y los caprichos por determinados
alimentos. También sabemos que suceden en relación con los hábitos, como el súbito abandono de
chuparse el dedo, o de los objetos de transición, de las disposiciones fijadas para dormirse, etc. En el
entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos de un cambio casi instantáneo de la
encopresis y enuresis al control absoluto de esfínteres; con respecto a la agresión, su desaparición de
un día para otro reemplazada por una conducta tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas
transformaciones son convenientes para el medio, el diagnosticador las observa con sospecha y las
relaciona no con el flujo ordinario del desarrollo progresivo sino con influencias y ansiedades
traumáticas que aceleran indebidamente su curso normal. De acuerdo con la experiencia, el método
lento de ensayo y error, la progresión y la regresión temporaria son más convenientes para el
desarrollo de la salud mental.
El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios durante las horas de vigilia del niño
Este reconocimiento práctico de la ubicuidad de las regresiones del yo en la vida normal del niño no
se relacionó durante muchos años con un tratamiento correspondiente del tema en la bibliografía
analítica. Personalmente me ha interesado este problema por largo tiempo y lo presenté a la Sociedad
Psicoanalítica de Viena en la década de 1930 en un breve trabajo titulado "El deterioro del
funcionamiento de los procesos secundarios mientras el niño está despierto". Concluí entonces que
estos deterioros se manifiestan en muchas situaciones que comparten un factor común: el control del
yo de las funciones mentales está disminuido por una razón u otra, como por ejemplo:
a) En el análisis de niños, como en toda condición analítica, se toman ciertas disposiciones con la
intención de apoyar al niño para que reduzca sus defensas y controles y aumente la libertad de las
fantasías, de los impulsos y de los procesos preconscientes e inconscientes. En estas condiciones se
puede demostrar de qué manera el juego infantil y sus expresiones verbales pierden gradualmente las
características de procesos secundarios del pensamiento como la lógica, la coherencia, la racionalidad,
y despliegan en cambio los caracteres del funcionamiento de los procesos primarios, como
generalizaciones, desplazamientos, repeticiones, distorsiones y exageraciones. Un determinado tema
de importancia que inicialmente ocupa un lugar lógico en una fantasía o juego
estructurado puede súbitamente des controlarse y aparecer conectado con cada elemento de la
construcción, no importa cuán forzada e inadecuada sea la relación; o puede intensificarse hasta el
absurdo. Pasamos a dar ejemplos tomados del análisis pasado y actual: un niño de cinco años
representaba en sus juegos con muñecos el elemento de "pelea" de una manera tentativa y juiciosa,
haciendo que los distintos miembros de la pequeña familia de muñecos se envolvieran en discusiones
los unos con los otros; pero a medida que el juego progresaba el elemento de pelea se hizo
incontrolable y se extendió desde las personas a los objetos inanimados hasta que en el momento de
mayor intensidad todos los muebles estaban comprometidos y el fregadero de la cocina estuvo
envuelto en una batalla salvaje "mano a mano" con la mesa y los armarios. De modo similar el dibujo
de un barco de batalla de un niño puede incluir uno o dos cañones colocados en posiciones correctas,
mientras que en los dibujos siguientes aumentan en número y están colocados en cualquier parte
hasta que todo el barco, por encima y por debajo del agua, está erizado con ellos.'! Los ítems como
morder, que aparecen primero en fantasías relacionadas con algún animal salvaje como el tigre o
cocodrilo, pueden abandonar el lugar donde se encuentran "confinados" por representación simbólica
y una vez libres del control del yo, manifestase en cualquier lugar, con todo el mundo y todas las cosas
mordiéndose unas a otras, etcétera.
b) Casi idénticas manifestaciones pueden demostrarse fuera del medio analítico en la conducta normal
del niño a la hora de acostarse durante el período de transición desde la actividad hasta que está
dormido, cuando aun los niños más razonables y bien adaptados comienzan a enojarse, gimotear,
decir tonterías, apegarse a la madre y a exigir la atención física que recibían cuando eran más
pequeños. Aquí también lo que llama la atención especialmente es el aumento en la desorganización
de los procesos del pensamiento, la perseveración de una palabra o frase, la labilidad general de los
afectos demostradas en los cambios casi instantáneos del humor que fluctúan de la hilaridad hasta el
llanto. Para el estudioso de la regresión, difícilmente puede existir un cuadro más convincente del
deterioro gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función después de la otra hasta que
finalmente todas las funciones del yo cesan y el niño se duerme.
e) En realidad, mi primer encuentro con estas manifestaciones sucedió cuando aún asistía a la escuela. Me
recuerdo vívidamente a mí misma cuando pertenecía a un grupo de alumnos de sexto grado que se
encontraba exhausto por el horario continuado de clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso.
Aunque éramos muy sensibles y atentos en el comienzo de la mañana, hacia la quinta o sexta hora
esta atención se debilitaba y las palabras más inocentes de cualquier persona producían salvajes
estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los maestros que tenían la desgracia de dictar clases
en esas horas denunciaban indignados a la clase de niñas como "una manada de gansos tontos". Yo
comprendía nuestro cansancio y me sorprendía que nos hiciera comportar tontamente, pero lo único
que podía hacer entonces era archivar este hecho en mi memoria para explicarlo más adelante.
Otras regresiones del yo bajo stress
Aunque mis descripciones despertaron poco o ningún interés en la Sociedad Vienesa en aquel
momento (y no fueron publicadas), el tema ha sido discutido en fecha posterior por varios analistas.
Después de observar la conducta de pequeños en el jardín de infantes, Ernst Kris introdujo el concepto
y el término "escala de regresión", y demostró con ejemplos que mientras el niño es más joven, más
corto es el período durante el cual su rendimiento es óptimo. Esto explica el hecho bien conocido
empíricamente por las maestras jardineras, de que la ,actividad y la atención de sus alumnos es menor
hacia el final de la mañana en relación con su comienzo y la razón de que estas regresiones afecten la
manipulación del material de juego (retorno desde la fase de juego constructivo dominada por el yo, hacia
la fase del juego desordenado, agresivo y destructivo dominada por los impulsos); las relaciones sociales (el
retorno desde la colaboración con los compañeros y la consideración debida, hacia el egoísmo y la
tendencia a las querellas); y la tolerancia a las frustraciones (disminución del control del yo sobre los
impulsos con el aumento resultante de la urgencia de la actividad instintiva).
Otras publicaciones señalan situaciones de stress además del cansancio como factores operativos en la
regresión funcional, aunque en estos casos la regresión del yo por lo general acompaña la regresión
simultánea de los impulsos o la precede o es consecuencia de aquélla. Estos trabajos se refieren por una
parte a la influencia del dolor somático, la fiebre, la incomodidad física de cualquier tipo y señalan el hecho de
que en lo que respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrenamiento del control esfinteriano,
el juego y la adaptación en general, los niños enfermos tienen que ser considerados y tratados como si
fracasaran por una situación potencialmente regresiva, con una marcada reducción o hasta suspensión de
su capacidad funcional adecuada al yo (A. Freud, 1952). Por otra parte, desde 1940 en adelante se ha
prestado cada vez mayor atención al efecto resultante del dolor somático originado por situaciones
traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento del niño pequeño cuando es separado de sus primeros
objeto amorosos (angustia de separación). Las severas regresiones de la libido y del yo que se producen por
estas causas, han sido estudiadas y des criptas en detalle en niños internados en hogares durante la guerra,
y en otras instituciones residenciales, hospitales, etcétera. (12)
Existe una característica que distingue a las regresiones del yo independiente de los variados factores
etiológicos. En contraste con la regresión de los impulsos, el movimiento retrógrado en la escala del yo no
retrocede a posiciones previamente establecidas puesto que no existen puntos de fijación. En su lugar
vuelve a trazar, paso a paso, el camino seguido durante el curso del desarrollo, observación confirmada por
el hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último alcanzado es el que invariablemente
desaparece primero. (13)
Otro tipo de empobrecimiento de las funciones del yo merece describirse como una "regresión",
aunque por lo general no se incluya en esta categoría.
A medida que el yo del niño crece y mejora en su funcionamiento, su mayor toma de conciencia del
mundo interno y externo lo hace entrar en contacto con muchos aspectos dolorosos y desagradables; el
dominio creciente del principio de la realidad disminuye la expresión del deseo; el mejor progreso de la
memoria conduce a la retención no sólo de las experiencias agradables sino también de las dolorosas y
atemorizantes; la función sintética prepara el terreno para los conflictos entre las distintas operaciones
internas, etc. El flujo resultante del displacer y de la ansiedad es más intenso de lo que un ser humano
puede tolerar, y en consecuencia es mantenido a distancia por medio de los mecanismos de defensa que
actúan para proteger al yo.
Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de las percepciones del mundo externo por medio
de la exclusión de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto en el mundo interno al retraer la catexis
consciente de los elementos desagradables. Las formaciones reactivas reemplazan lo ingrato y lo indeseable
por sus opuestos. Estos tres mecanismos interfieren en la memoria, es decir, con su funcionamiento
imparcial, independiente del placer y del displacer. La proyección es contraria a la función sintética al
eliminar de la imagen de la personalidad los elementos que provocan ansiedad, atribuyéndolos al mundo
objetal.
En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adaptación presionan hacia el aumento de la
eficiencia gobernada por la realidad, en todas las funciones del yo las defensas contra el displacer
trabajan en dirección opuesta e invalidan a su vez las funciones del yo. En este campo también, por
consiguiente, el movimiento constante hacia adelante y hacia atrás, progresión y regresión, alternan e
interactúan entre sí.
En las consideraciones anteriores está sobreentendido que las regresiones de los impulsos así como las
del yo y del superyó son procesos normales que tienen su origen en la flexibilidad del individuo inmaduro y
que constituyen respuestas útiles frente a las tensiones de un determinado momento, siempre accesibles al
niño para enfrentar situaciones que de otro modo podrían resultarle intolerables. (14) Por consiguiente,
sirven simultáneamente a los procesos de adaptación y defensa y ambas funciones contribuyen al
mantenimiento del estado de normalidad.
Lo que no se ha remarcado de manera suficiente hasta el momento es que este aspecto beneficioso de
la regresión se refiere sólo a aquellos casos en que el proceso es temporario y espontáneamente reversible.
El empobrecimiento de la función debido al cansancio desaparece entonces de modo automático después
del descanso o el sueño; si fue determinado por frustraciones, dolor, inquietud, las posiciones de los
impulsos de adecuación del yo o los métodos de funcionamiento del yo se autorestab1ecen tan pronto
como se haya suprimido la causa de tensión, o al menos poco después. (15) Pero sería un optimismo
indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable en la inmensa mayoría de los casos. A
menudo son tan frecuentes, en especial después de tensiones de naturaleza traumática, ansiedades,
enfermedades, etc., que una vez establecidas, las regresiones se hacen permanentes; la energía de los
impulsos se desvía entonces de los fines adecuados a la edad, y las funciones del yo y del superyó quedan
empobrecidas, de modo que todo desarrollo progresivo posterior estará severamente lesionado. Cuando
esto sucede, la regresión deja de ser factor beneficioso del desarrollo normal y se convierte en un agente
patógeno. Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de las regresiones como procesos en franca
evolución progresiva, es casi imposible establecer en el caso de un niño determinado si el peligroso paso
del carácter transitorio al permanente ya ha sido dado o si puede aún esperarse la reinstalación
espontánea de los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no conozco opinión al respecto, a
pesar de que la decisión acerca de la anormalidad del niño puede depender de esta diferenciación.