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Aprendizajes, debates y reflexiones alrededor del paradigma sistémico

María José Jaimes Ávila

“El amor ocurre en el fluir de las conductas relacionales a través de las cuales la otra, el
otro, o lo otro, surge como legítimo en convivencia con uno”

(Maturana, 1998, p.10)

A mi parecer, cuando empleamos una cita para dar apertura a un texto, ensayo,
protocolo, necesitamos estar relativamente convencidos que es la cita pertinente, ya que
constituye el primer esbozo de lo que queremos exponer, aquello que resonó en nosotros y
que ahora consideramos valioso compartir. En esta ocasión particularmente, me resultó
algo complicado optar por una sola cita de las que deseaba retomar, pues en el
reconocimiento de mi sentipensante ser (Fals Borda, 2015) que no divorcia la cabeza del
cuerpo, ni el cuerpo de la razón, me siento en la libertad de señalar que el desarrollo de la
asignatura “Modelos de evaluación, análisis y transformación IV” me ha y continúa
transformado mientras escribo estas líneas que usted está leyendo.

Antes de ingresar a estudiar psicología y aún en los primeros dos o tres semestres,
recuerdo preguntarme constantemente durante los viajes de una hora en el transporte
público capitalino de casa a la universidad y a la inversa, el por qué en múltiples contextos
escuchaba expresiones que indicaban por un lado, que los psicólogos están unívoca y
exclusivamente al servicio de aquellas personas denominadas socioculturalmente como
“locas”, por otro, la no creencia en mencionados profesionales debido a algunas
experiencias desfavorables y más allá, en términos generales, me cuestionaba cómo
construirme como una profesional co-gestora de caminos creadores de nuevas
posibilidades, profundamente respetuosa de los procesos y decisiones de los seres humanos
con los que en alguna ocasión tendría la oportunidad de trabajar, aunque por supuesto, en
ese momento no lo refería de tal manera.

Decidí entonces referenciar aquel fragmento del libro “Formación humana y


capacitación” (Maturana, 1998), para dar apertura a una de las reflexiones, a mi parecer,
más valiosas que he venido construyendo en las diversas relaciones tejidas a lo largo de la
carrera, pero que se ha desarrollado con mayor ahínco en el transcurso de la asignatura
convocante, nexada a la ética -una ética del reconocimiento del otro como legítimo en la
medida que entiendo que es experto en su experiencia, dolor, sufrimiento, que no se
construye en el plano individual, trasciende al social, comunitario, familiar, cultural, con
posibilidades de transformación y construcción de recursos, que supone la paridad
ontológica de la estabilidad e inestabilidad, orden y desorden, necesidad y azar, equilibrio y
desequilibrio, así como de la predictibilidad e impredecibilidad-, que he leído
profundamente imbricada a los modelos, modos de construir, operar y comprender
fenómenos específicos desde el paradigma sistémico1 y que he descubierto dialoga, hace

1
Léase paradigma en tanto desde la primera clase comprendí vincula principios con los cuales establezco
relaciones, “son las constelaciones de creencias, valores, técnicas, etc., que comparten los miembros de una
comunidad académica” (Estupiñán y Hernández, 2008, p. 46).
sentido, resuena con aquellas cuestiones que alguna vez debatía, sin muchos resultados,
durante los largos trayectos en el transporte público.

Alrededor de este proceso precisamente, organicé el presente protocolo, para el que


empleo como herramienta, tal como llevamos a cabo en distintas sesiones de clase, la
exposición breve de un caso compartido en la materia Procesos Psicológicos IV, mediante
el cual intentaré traer a colación mi proceso de aprendizaje; ahora bien, más que un análisis
profundo del caso o intento por su resolución, propenderé construir un ejercicio en el que
logre poner en diálogo algunos conceptos, nociones e ideas emergentes en las diversas
sesiones de mencionada materia.
Así pues, el motivo de consulta – del caso compartido bajo el nombre “Caso
Nicolás”- presentado por Carlos, emana de una preocupación por el sufrimiento de su hijo
de 6 años, Nicolás y un no saber qué hacer con él tras distintos sucesos en los que el
pequeño relata a la psicóloga de su colegio la muerte simbólica de Andrea - su madre-, no
le hace caso a su profesora, no tiene muchas ganas de hacer tareas y trabajos, momentos de
agresividad con algunas de sus compañeras de clase, el uso de palabras como cuca, teta y
otras expresiones que primordialmente en el contexto escolar producen desconcierto,
desorden en sus cuadernos, además de un diagnóstico de Trastorno Por Déficit de Atención
e Hiperactividad (TDAH) sugerido por dicha psicóloga escolar, entre otros aspectos.
Durante la exposición del caso, la profesora que nos lo compartió, nos comentaba que
Carlos y Andrea eran novios desde el colegio y en ese periodo ella queda embarazada de
Nicolás, situación que los invita a tomar la decisión de vivir juntos. Posteriormente, en
algunos momentos en los que estuvieron distanciados, dada la ida de Carlos a Estados
Unidos en busca de nuevas oportunidades económicas y académicas – empezaba a estudiar
medicina-, en él empiezan a despertar sentimientos de amor hacia otro hombre y al volver a
Colombia decide compartirlo con Andrea, la cual opta por volver a la casa de su familia -
conformada por su mamá y hermano, quienes comparten unas creencias significativamente
tradicionales, rígidas, frente a lo que comprenden debe ser un hombre en la sociedad- y
criar allí a Nicolás.

En este sentido, creo significativo mencionar que desde el paradigma sistémico lejos
de entender la terapia de expertos cuyos conocimientos se encuentran por encima de los del
consultante y prefiguran como desarrollos normados, propende por procesos de terapia con
estas personas, agentes singulares, históricos, activos, constructores de su propia
experiencia y expertos en ella, con recursos, potencialidades factibles de emerger en
contextos dialógicos (Dora Schnitman, 2016).

Así, para dar inicio a un proceso generativo - de co-construcción de mundos


posibles- considero, de la mano de Dora Schnitman (2016), indispensable la construcción
de una plataforma de trabajo que logre desplegarse desde del motivo de consulta hacia un
proyecto de trabajo consensuado y co-gestado durante los encuentros entre el consultante,
que en este caso fue Carlos - padre de Nicolás- y el o los terapeutas, proceso que desde esta
perspectiva no es estático, puede ir transformándose conforme transcurran las múltiples
aproximaciones que puedan desarrollarse no solo con mencionado actor, sino con Nicolás,
su mamá -Andrea-, abuela materna y tío, parte también de los sistemas sociales, culturales,
contextuales que atraviesan, rodean y entrelazan al niño.
De esta manera, reconozco importantes contrastes paradigmáticos en función de las
construcciones teórico-prácticas sobre la familia entre un paradigma positivista –
epistemología clásica y uno sistémico -epistemología constructivista generativa. Desde el
primero, el sistema familiar constituiría un objeto pasivo de conocimiento objetivo de
expertos y la unidad de análisis sería Nicolás, cuyas conductas o hechos se encontraría
como centro, para a partir de éstas identificar aquellas causas que pudieran ser eliminadas.
En este contexto, Estupiñán y Hernández (2008) indican que desde mencionada perspectiva
el agente de intervención debe estar fuera del sistema intervenido y mantener así su rol de
experto, poseedor de teorías objetivas que en algunos casos podrían adoptarse como
normativas, además de la posición de la matriz social y cultural como una variable
adicional o causa y el “énfasis en la primera ley de la termodinámica: el orden y la
conservación” (p. 48), a partir de la cual comprendo que los métodos para el manejo
planificado de la situación terapéutica juegan un papel primordial.

Por su parte, desde el paradigma sistémico “conocer a la familia es un proyecto que


se construye en la interacción que transforma a sus miembros y a quienes pretenden
conocerla” (Estupiñán y Hernández, 2008, p.47), de tal manera que el terapeuta, consultor,
operador institucional -dependiendo de la situación - construye una experticia solo en la
generación y el cuidado de un contexto favorable para este proyecto de conocimiento, en
tanto terapeuta y familia son un sistema de ayuda, ambos analizan el problema y acuerdan
procesos en función de su transformación. Adicional a ello, desde este paradigma la familia
podría constituirse como la unidad de análisis, y las pautas relacionales, reglas, límites,
como focos del proceso de investigación-intervención. Así pues, la causalidad circular y
reticular sería uno de los principios explicativos a través de los cuales los fenómenos surgen
y se comprenden en el juego de diversas circunstancias – en las que ingresa la matriz social
y cultural - que participan en su emergencia, adquieren sentido. Finalmente, destacaría el
énfasis en la segunda ley de la termodinámica y entropía negativa, mediante la que la
incertidumbre, espontaneidad, caos, crisis como posibilidades de cambio, se empiezan a
valorar en la medida en que se comprende a la familia como un sistema abierto que
intercambia con su entorno energía e información, evoluciona, co-evoluciona
constantemente.

Ahora bien, teniendo en cuenta la breve exposición realizada un par de párrafos


atrás del motivo de consulta, se empezaría a construir en el devenir de los múltiples
encuentros, la plataforma de trabajo consensuada. De esta manera, colocándome en el rol
de terapeuta, me parecería importante ir reflexionando durante esta trayectoria en torno a
preguntas vinculadas con

“¿cómo crear un clima relacional propicio al proceso?; ¿de qué hablamos los
consultantes y los profesionales cuando hablamos de esta consulta en particular?;
¿cuáles son los desafíos, problemas, conflictos y crisis específicos de los
consultantes?; ¿qué circunstancias les motivan a consultar en este momento?, ¿hubo
intentos previos?; ¿qué posibilidades novedosas ofrecería una exploración de sus
perspectivas y contextos, más amplia que el motivo que presentan?; ¿con qué
recursos cuentan?; ¿reconocen los recursos disponibles o tienen la posibilidad de
vislumbrar otros?” (Schnitman, 2016, p. 3,4).
Estas preguntas convocan un ejercicio al que durante las sesiones de clase se hizo
hincapié y fue el proceso de redefinición estratégica del problema -a través del cual
reflexiono que los procesos interventivos tienen una intención clara, las acciones de alguna
u otra manera se encuentran orientadas por propósitos y en el que resulta indispensable
confrontar, nutrir, contextualizar, reencuadrar, connotar el problema hacia uno con
posibilidad de solución, teniendo en cuenta los recursos y potencialidades de la familia, sus
actores– que pasa por la recepción del motivo de consulta y el estudio de la demanda,
procesos que conllevan una aproximación a la historia del problema, el reconocimiento de
su sentido en el espacio-tiempo emergente, los intentos de solución del mismo, los actores
y sus maneras de vinculación con el problemas e intentos de solución, los sistemas de
creencias construidos, entre otros aspectos.

En este punto, considero pertinente destacar un aspecto que resultó significativo


especialmente durante la lectura del texto “Psicoterapia sistémica breve” (Hernández, 2004)
nexado a que en el proceso de investigación-intervención desde el paradigma sistémico, no
se trata de volver al pasado para cambiarlo, en su lugar, se trabaja en el presente con miras
a la construcción de futuro bajo la comprensión de que el pasado se actualiza
constantemente en el presente para diseñar lo venidero; así, el tiempo psicológico es un
tiempo experiencial, se inventa en las relaciones, no es cronológico; la psicoterapia
sistémica breve me ayudó a reconocer tal construcción temporal, en palabras de Maturana
(1998), “los seres humanos vivimos en el presente; el futuro es un modo de estar en el
presente, y el pasado también” (p.14).

El funcionamiento de la familia de Nicolás como un todo entonces, no depende


tanto de conocer aquello que aconteció tiempo atrás, ni de la personalidad individual de los
miembros de esta, sino de las reglas, pautas organizativas del sistema familiar emergentes
en el momento en que nos estamos aproximando a ella. Este punto, distingo dialoga con el
principio de equifinalidad, pues poniendo en tensión la idea de que la causa explica el
efecto, sitúa sobre la mesa la existencia de una interdependencia puesta en los procesos de
retroalimentación, en otras palabras, que idénticos resultados pueden tener orígenes
diversos, en tanto lo decisivo es la naturaleza de la organización.

Ante estas cuestiones, puede resultar valioso tener presente que cada tipo de proceso
en el que se trabaja requiere de condiciones diferenciales definidas por las necesidades
mismas de las personas consultantes. En este caso particular, el contexto de consulta clínica
-ámbito en el que diversos conocimientos, que pueden incluir la psicopatología, se aplica a
un caso particular - supone, por ejemplo, que los múltiples encuentros se desarrollen no
solo con un actor, sino con todos los agentes inmiscuidos en el espacio vincular de Nicolás,
su mamá -Andrea, papá - Carlos, abuela materna y tío. En principio, no serían todos al
mismo tiempo, pero si están de acuerdo, podrían organizarse en diversas sesiones; yendo
muy rápido, unas con Carlos y Andrea, dada la hipótesis organizada en la clase de un
sistema parental en momentos de crisis que requeriría ser puesto en diálogo y
confrontación; otras, Andrea y su hijo, con quienes podríamos construir un espacio de
encuentro amoroso, de cuidado, liberador, en el que pudiesen conversar de múltiples
aspectos que han podido resultar doloroso para ambos; creo que este sistema constituye un
nodo importante si se tiene en cuenta la muerte simbólica de Andrea para Nicolás, sus
significados; por su parte, otro encuentro entre Andrea, su madre y hermano, donde se han
tejido múltiples sistemas de creencias - alrededor del trato de la mujer, los roles de género,
ser hombre en la sociedad y la familia, la homosexualidad- significativos de visibilizar y ser
conscientes de cómo implican unas relaciones que posteriormente Nicolás recrea en otros
contextos como el escolar; y unos últimos entre Carlos, Nicolás y Andrea, como sistema
primordial para el desarrollo vincular del pequeño.

Ello, intentando hacer un esfuerzo por co-construir en los encuentros con la familia,
que aunque el motivo de consulta se concentró en Nicolás, el problema no es el niño como
persona aislada en el mundo, sino que este entramado que para su familia se ha tornado
conflictivo, se amplía a las relaciones que ellos y ellas entablan, tejen en su contexto
particular, que los cambios comportamentales de Nicolás - motivos de consulta-, no
corresponden a un patrón inamovible y cristalizado en él, sino a unos procesos que se
transformaron a partir del tejido de unas experiencias vitales que lo atraviesan como ser
humano, pero que no son únicas del niño, que se dan en las relaciones entre todos ellos, en
últimas, que el self está en las pautas de interacción como cualidad emergente, que “el sí
mismo, por lo tanto, está siempre envuelto en un devenir conversado, en una construcción y
reconstrucción que ocurre a través de la continua interacción” (Anderson, 1999).

Todos estos actores hacen parte del sistema relacional, de ese todo, que es más que
la suma de las partes, en el que la totalidad y las partes configuran procesos
interdependientes, por lo que trasformaciones en las partes suponen cambios en el todo y
modificaciones en el todo invitan a giros en las partes, en el que se hace posible la
emergencia de aquellos sentires y hacer de Nicolás.

Lo anterior, atendiendo a la identificación de la familia como sistema en el que


continuamente se gestan procesos de retroalimentación, mediante los cuales la información
retorna constantemente a su emisor, en la medida en que por ejemplo, la conducta de cada
uno de sus miembros “influye” la de las otras personas y es, a su vez, “influida” por éstas.
Las múltiples interacciones del sistema familiar dentro-fuera pueden posibilitar
amplificaciones o transformaciones en ella o ser “contrarrestada” con propósitos de
mantener su estabilidad, homeostasis, según los mecanismos de retroalimentación sean
positivos o negativos respectivamente.

En este mismo orden de ideas, ingresa a dialogar el diagnóstico de Nicolás como


niño con TDAH, pues si bien el contexto clínico sistémico inmiscuye la comprensión de la
psicopatología, entiendo, considera que no se trata de rotular al sujeto bajo la categoría de
“trastornado mental” - que a propósito se ha significado, a través de multiplicidad de voces
que han construido el discurso patologizante, como aislante, incapacitante, necesitado de
medicación, control absoluto - sino de entender un “yo” que no se gesta desde una
cognición encerrada en el adentro, que está en constante intercambio con el mundo. Así,
cuando se transforma el sistema relacional contextual que lo entrelaza, cambian también
sus múltiples maneras de estar siendo, estando, sintiendo. De la mano de Covini, Fiocchi,
Pasquinino y Selvini (1987), me encuentro convencida que

“todo comportamiento desviado es considerado como una consecuencia de


modalidades relacionales insatisfactorias. No es el cerebro de cada uno el que no
funciona, sino que se da en un juego interactivo en particular que produce en
algunos de sus participantes, un sufrimiento que se expresa mediante modalidades
que tradicional pero equívocamente se han etiquetado como síntomas
psicopatológicos individuales” (p. 26).

Como indican Minuchin, Colapinto y Minuchin (2000) en “Pobreza, institución,


familia”, “para simplificar podemos decir que la tarea conceptual de un enfoque con
orientación familiar es doble: por un lado, “pensar en grande” y por el otro, tomar en cuenta
la organización familiar” (p. 48). La primera labor supondría trascender al individuo, hacer
una suerte de pausa y llevar la definición del sistema pertinente más allá de las personas
que con más facilidad podrían indicarse inmiscuidas. Desde mi perspectiva, ello no solo
atañe, como ya desarrollé previamente, a demás miembros de la familia o incluso, a
subsistemas dentro del sistema familiar como la relación conyugal, fraternal o parental, sino
también a las interacciones dentro - fuera que el sistema familiar / miembros entablan,
aquellas instituciones, cuerpos normativos, jurídicos, culturales compuestos de valores,
creencias, ideas que lo atraviesan, según Schvarstein (1991) que determinan las formas de
intercambio social. De hecho, tener la posibilidad de hacer la lectura de “Psicología social
de las organizaciones”, entre otros aspectos, permite entender cómo las instituciones -aun
cuando muchas no se ven, como las relaciones etarias con los abuelos, los roles de género,
entre otras- marcan de alguna u otra manera las relaciones que construimos.

Por su parte, la segunda labor, implicaría estar atentos a multiplicidad de aspectos


como la calidad de las relaciones entre las personas, las pautas habituales del
funcionamiento familiar, las reglas implícitas que regulan sus relaciones, la cualidad de sus
fronteras, el lugar en el ciclo familiar en el que se encuentran, pudiendo estar en dos fases
al mismo tiempo, en tanto no constituye un proceso ascendente, lineal de etapas, su
tipología familiar, en otras palabras, al modo de organización familiar como cualidad
emergente en el contexto de múltiples situaciones en el que todos estos procesos se leen en
interdependencia dinámica, constructiva y cambiante.

En este sentido, lo psíquico como tejido complejo de redes puede ser abordado
desde una perspectiva eco-eto-antropológica que implica la convergencia y conjugación de
regímenes heterogéneos -biológicos, evolutivos, psicológicos, sociales, históricos, políticos,
etc.- como dimensiones irreductibles, cada una con sus propias pautas de operación
(Hernández, 2010). De esta manera, las actitudes, comportamientos, motivaciones,
cogniciones, afectos y emociones de Nicolás se gestan en un entramado sistémico de
relaciones ecológicas organizadas en subsistemas y estas a su vez en sistemas más amplios.

Ahora bien, volviendo al proceso de hacernos, junto a la familia de Nicolás y el,


más conscientes que el problema no se encuentra encarnado unívocamente en el niño, este
debe pasar, desde mi parecer, por diálogos en los que el lenguaje empleado vele por el
cuidado del otro, en el que la familia no se sienta culpable o señalada por aquello que
Nicolás experimenta, que en su lugar, vislumbren que ellos también hacen parte activa del
desarrollo del niño y como no, del proceso de transformación del problema. Covini,
Fiocchi, Pasquinino y Selvini (1987) señalan “en una concepción sistémica no existen ni
culpables ni víctimas, sino únicamente procesos circulares de acciones y retroacciones, a
las cuales todos contribuyen” (p. 37).
En este orden de ideas, se enmarca una de las partes más significativas a mi parecer
de los procesos terapéuticos, dar apertura al desplazamiento de la mirada concentrada en
los problemas y déficits hacia otra que también incorpore los recursos y posibilidades de
cambio -redefinición del problema- que pueden ser construidas por los consultantes en
acompañamiento del terapeuta. Ello pasa por connotar positivamente cuando por ejemplo,
las personas narren mecanismos de afrontamientos de los momentos difíciles que han
vivenciado - transformaciones en la orientación sexual, duelo por la pérdida del ser amado,
cambios en la estructura familiar, mudanzas; confrontar y animar diseños de futuros
posibles, preguntado por cuáles creen ellos son algunas de las vías de solución, por aquello
que requieren, anhelan y necesitan para estar mejor, los límites al definir estas expectativas;
desarrollar autorreferencias en las que se de apertura -a través de compartir momentos,
circunstancias parecidas a las que las personas narran- la posibilidad de darse cuenta que
no se encuentran solos atravesando estas situaciones difíciles, dolorosas y que podemos
entender aquello que están sintiendo, por lo que están pasando; el uso de diálogos/
preguntas reflexivas, por colocar un ejemplo, aunque también intentaría traerse a colación
diálogos transformadores de relaciones, narrativas, creación de contextos, que facilitaran
relaciones, mediadores, negociadores, posibilitadores, etc., que contribuyan en procesos tan
difíciles como ponerse en el lugar del otro; particularmente para Andrea y Carlos, cuyas
versiones pueden entrar en conflicto por la puntuación que cada uno hace, dadas sus
diversas perspectivas acerca de los conflictos parentales y conyugales pasados traídos al
presente y extrapolados al futuro.

Así, el dispositivo de las narrativas / diálogos conversacionales supone un gran


esfuerzo por restituir la narración cargada de sentidos, significados, experiencias, logros,
conflictividades en las complejidades de la vida, lo social y lo humano, otorgándole a la
conversación reflexiva un rol fundamental en términos de organización y reorganización de
la experiencia y en general, en torno a los acontecimientos vinculares vitales en los órdenes
diacrónicos y sincrónicos. Este dispositivo entonces se vuelve una herramienta fundamental
en lo que a la intervención - investigación atañe, puesto que no solo reivindica el acto
narrativo como un acto ecológico en el que se crean relatos con otros, sino también
reconoce a un ser humano activo en los procesos de transformación, puesto que asume que
en el camino narrativo de narrarse y ser narrado emerge un nuevo significado de la
experiencia (Estupiñán, 2015).

A propósito de los diálogos conversacionales podría resultar provechoso traer a


colación algunos de los aprendizajes concernientes a la “Teoría de la comunicación
humana” (1981) mediante la cual se precisa que aunque todo comunique, conversar implica
mucho más que hablar, “es una condición sine qua non de la vida humana y el orden
social” (p.17), un proceso de interacción que siendo más analíticos que sintéticos, tiene un
aspecto de contenido o referencial y otro connotativo, que dialoga con aquello que ha de
entenderse en el contexto comunicacional - por ejemplo, una señal en el aula de clase en la
que se tacha una hamburguesa y una vaso, indica prohibido comer cualquier alimento en
dicho lugar, no únicamente el gráficamente señalado; además, que nos comunicamos
análoga y digitalmente; gestamos procesos de puntuación que implican aquello que
entendemos que se está gestando desde nuestra perspectiva en un proceso comunicativo; y
esta puntuación ocurre en pautas de simetría – pareja cuando se encuentra, en diversas
ocasiones, en similares condiciones- y complementariedad – la madre no puede existir sin
su hijo, ni el hijo sin la madre-, es decir “en el primer caso, los participantes tienden a
igualar especialmente su conducta recíproca, y así su interacción puede considerarse
simétrica. […] en el segundo caso, la conducta de uno de los participantes complementa la
del otro” (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1981, p.60).

Ahora bien, al principio de este escrito plasmé que el nombre dado al caso fue
“Caso Nicolás”, ya que durante la sesión de clase en la que nos fue compartido, lo
nombramos inconsciente o conscientemente así, pero muy probablemente no intentamos
hacer alusión a que fuera únicamente del niño. De hecho, si algo es claro, es que la
redefinición del problema desde el paradigma sistémico nos invitan a pensar que en
definitiva, no, la “realidad” no puede ser abordada desde una perspectiva reduccionista,
única, simplificadora, necesitamos tener presentes las múltiples voces que hacen parte de
los distintos procesos relacionales complejos, dolorosos, de sufrimiento, en los que muchas
veces los seres humanos nos encontramos entrelazados y en los que la vocación humana de
vivir para contarlo podría constituir valiosos caminos de transformación y posibilidades de
cambio.
Finalmente, considero que este escrito no hace las suficientes conexiones que podría
con lo tratado, vivido y sentido durante este semestre, el cual, sin duda alguna, a través de
su desarrollo me ha acercado a poner en tensión mis formas de pensar, ser y estar en el
mundo como futura psicóloga, persona, como las múltiples “yo” que estoy siendo en las
redes de la inmensa telaraña que me rodean, entrelazan, que construyo, que habiendo sido
atravesada por esta clase, siento pueden empezar con reconocer cada día al otro como
legítimo desde el amor.

Referencias bibliográficas

Anderson, H. (1999). Conversación, lenguaje y posibilidades. Buenos Aires: Amorrortu

Covini, Fiocchi, Pasquinino, Selvini (1987). Hacia una nueva psiquiatría. Barcelona:
Herder

Estupiñán, J. & Hernández, A. Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (2008).


Lineamientos técnicos para la inclusión y atención de familias. Bogotá: ICBF
Estupiñán, J. (2015). Narrativa conversacional, relatos de vida y tramas humanos. Bogotá:
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individuos, parejas y familias. Bogotá: El Búho

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Paidós. Cap. 1 y 2
Universidad Pedagógica de Colombia. (2015). Orlando Fals Borda: Investigación acción
participativa. Video YouTube. [En Línea]. Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=op6qVGOGinU

Watzlawick, P., Beavin, H. & Jackson, D. (1981). Teoría de la comunicación humana.


Barcelona: Herder

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