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--
impreso]/ Raúl Zurita (Antologador)/. la ed. --Santiago
LOM Ediciones, 2004.
322 p.: 16x21 cm.- (Coleccibn Enhe Mares Poesía)
R.PI. : 142.457
ISBN : 956-282-6744
D e ~ e y: Ch861.- cdd 21
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I
7.
~:ci"+~: Agencia CatdogrBfica Chilena
Cantares
Nuevas voces de la póecía chilena
Selección
LOM PALABRA DE LA LENGUA YAMANA QUE SIGNIFICA SOL
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RAOLZURITA 1
Registro de Propiedad 1nteley:tuh N":142.457
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Dirige esta colección: Naín Nbmez
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Esa particularidad no es en sí explicable, pero quizás tiene
que ver con una constatación: Chile mucho antes de ser un país
fue un poema. Eso es lo que significa La Araucana de Alonso de
Ercilla. Ella nos señala en última instancia que, no se sabe si como
un atributo o como una tragedia, carecemos de otra historia que
no sea la historia de nuestra poesía. En todo caso, lo cierto es que
todo lo escrito en nuestra lengua con posterioridad al siglo de
oro y a la épica de Ercilla fue literalmente borrado y esto porque
hasta Rubén Darío nada hubo en el castellano de los últimos
trescientos cincuenta años, ningún autor, ningún poema, ninguna
obra que pueda explicar la gran poesía que emergió en
Latinoamérica y muy especialmente en este territorio.
Así alIado de César Vallejo, de Goytisolo y de Paz, obras como
Sonetos de la muerte de Gabriela Mistral, Canto del macho anciano
de Pablo de Rokha, Altazor de Vicente Huidobro, Residencia en
la tierra y Canto General de Pablo Neruda, Obra Gruesa de
Nicanor Parra, Venus en el pudridero de Eduardo Anguita y los
mayores poemas de Gonzalo Rojas (como su desollante
"Rimbaud"), representan algo de una magnitud que no puede
predecirse sencillamente porque nada existe en un idioma ni en
un ser humano que pueda contener siquiera la posibilidad de
que esas obras hayan sido escritas. Y sin embargo fueron escritas.
Esta poesía ha emergido así a través de esas irrupciones bruscas
durante períodos concretos de tiempo, que han afirmado de una
u otra manera lo que se puede entender por una tradición. La
nuestra pasa por las obras nombradas; sus antecedentes están
en otras literaturas y su continuidad no se produjo en la poesía
sino en la novela. Fueron los narradores: Rulfo, Carcía Márquez,
Lezama Lima, Cortázar, Carpentier, Vargas Llosa, Fuentes,
Donoso, Onetti, quienes sostuvieron la vastedad de ese aliento
inaugural, mientras que la mayoría de los poetas que surgieron en
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el mismo período se iban empequeñeciendo, se hacían cada vez
más privados, casi como si se acomplejaran. Es un asunto de escala:
así libros como Pedro Páramo, Cien años de soledad, Paradiso,
Rayuela, La casa verde y Terra Nostra, entre otros, se constituyeron
en los nuevos grandes referentes, en los nuevos cantos generales,
en los nuevos Trilce, evidenciándonos de paso que en la escritura,
que en la creación en general, no son infrecuentes las metamorfosis
y que a un movimiento pletórico en un campo le suceda un período
de empequeñecimiento y vacío.
Es lo que en general sucedió con la poesía latinoamericana
después de Nicanor Parra. Nada hace presagiar el nacimiento de
una obra nueva hasta que se está frente a ella y la constatación en
Chile de ese hecho se ha vuelto hoy impresionante. Hablaré
entonces de la irrupción en los últimos años de una poesía cuyos
autores no estaban contemplados. Mejor dicho, que surgen
cuando, de un modo mucho más visible que medio siglo atrás,
todo en la sociedad, en el mundo que vivimos, en la cultura, nos
está mostrando que la poesía es hoy un acto imposible. La
constatación es tajante: en el último tiempo ha irrumpido en
Chile un impresionante número de poetas cuya fuerza y
originalidad nos remiten, y prácticamente sin mediaciones, a la
fuerza y originalidad de los poetas inaugurales. Al menos por un
tiempo todo gran creador anula el porvenir y en cierto sentido
asesina a quienes debían continuarlos. En la poesía chilena ocurrió
exactamente eso. Se trata entonces de un corte fulminante y
nítido: ese tiempo ha tocado a su fin y los pocos y extraordinarios
poemas que surgieron en el intertanto (como el Chile que emerge
de la descollante poesía de José Ángel Cuevas o La Tirana de
Diego Maquieira) pueden ahora ser revisitados también como
anuncios. Lo que estos nuevos poetas han traído es una potencia
que se había perdido y una nueva certeza. No la certeza en un
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futuro que finalmente debía prevalecer, como en el Canto General
de Neruda, sino la certeza en la poesía precisamente en un mundo
insolidario, mercantiIista, que ha sentenciado la muerte del poema.
Es lo que muestra el poema Un panorama de Germán Carrasco
que abre esta antología que sigue luego el orden cronológico. Este
poema de su libro Calas es en sí una ética, un testimonio y una
denuncia, y Carrasco, junto a Javier Bello y Héctor Hernández
Monteemos, quizás los creadores más emblemáticos de hoy,
demarca el abismo que separa la poesía que ha emergido (y que
continúa emergiendo) de la anterior. Las estéticas y los discursos
son múltiples y la contundencia de sus voces recogen las líneas y
ecos más diversos. Las imitaciones acríticas a Nicanor Parra han
desaparecido y entre los referentes se destacan.los redescubiertos
autores de raíz metafísica o surrealista que habían sido
prematuramente cancelados, como Rosamel del Valle, Humberto
Díaz Casanueva, Ornar Cáceres y Eduardo Anguita, y entre las
posteriores se pueden citar junto a Maquieira y Cuevas, las
experiencias de arte público y político del grupo CADA, la escritura
límite de la novelística de Diamela Eltit (quien de una vez por todas
debe ser también leída desde la poesía y que está presente en poéticas
tan radicales como las de Héctor Hemández Montecinos, Paula
llabaca, Diego Rarnírez Yotros), la despersonalización de Juan Luis
Martínez y Gonzalo Millán (notoria en Gustavo Barrera y Gabriel
Silva), la poesía desafiante e iluminadora de Stella Díaz VarÍn y, en
alguno de ellos, los poemas de corte existencial de Enrique Lihn.
De nuevo vuelven a plantearse proyectos totales que implican un
riesgo sumo, integrando en un solo cuerpo la poesía en su forma
ortodoxa con la performance, el video, la música, la creación en red
y el poder omnipresente de la oralidad, corno si ser expuestas frente
a grandes públicos -al igual que en los conciertos rock- fuese
inseparable de su escritura.
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Por otra parte, la amplitud de experiencias, de situaciones y de
voces que abarcan es igualmente rotunda, como si por segunda vez
en un arco no mayor de quince años hubiese surgido un mundo
no antes escrito y que continúa expandiéndose en una generación
de poetas más jóvenes aún, casi adolescentes, como Macarena
Valenzuela, Alexia Caratazos, Luisa Rivera y Eduardo Cortés. Como
decíamos, los tonos son múltiples y van desde el desborde
alucinatorio y desgarrado de Javier Bello (cuyo Fulgor del vacío que
reúne su obra es uno de los libros de poesía más impresionantes de
nuestra época), del esplendor de los lenguajes de Cristián Gómez y
del experimentalismo convulsionante de Matria de Antonio Silva,
hasta la contención máxima, lacerada, de Tanatorio de Edmundo
Condon, de Thera de Kurt Folch y de los más hirientes poemas de
La enfermedad del dolor de Alejandra González.
Así encontramos desde la multiplicidad de registros: coloquiales,
cultos, jerguísticos, de Germán Carrasco (después de él se sigue el
orden cronológico) y, en sus antípodas, la poesía ortodoxamente
métrica de Rafael Rubio, quien al reocuparla la renueva otorgándole
una tonalidad no oída antes, primero lúdica, luego solemne,
finalmente desesperada corno en sus Elegías. Están los microrrelatos
de Andrés Anwandter y de Alejandro Zambra frente al que es quizás
el epitafio más desolado de una época: No durmió en Menphis de
Elizabeth Oria. Vemos el poder desacralizador de Aniversario y otros
poemas de Matías Rivas y las señales de un neorromanticismo en
Sol de acero de Rodrigo Rojas y en las recientes obras de David Bustos.
Están las alucinadas reformulaciones épicas (como en un Saint John
Perse inesperado) de Las extensiones de Carlos Baier y de Teseo en el
mar hacia Cartagena de Marcelo Guajardo, junto con la potencia de
la nueva crónica de Christian Forrnoso, de Juan Paulo Wirimilla y,
más cerca de Vallejo, el poema Reducciones de Cristián Cruz. Va
desde un lirismo del yo que asumiendo a Alejandra Pizamick
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roza la iluminación como en las notables Damsi Figueroa, Lila
Díaz y Rosario Concha, hasta la total despersonalización de Adornos
en el espacio vado de Gustavo Barrera y la reflexividad lógica de
Números del reo de Gabriel Silva. AlIado de las construcciones, de
raigambre metafísica como Tres bóvedas de Leonardo Sanhueza,
Escrito en Braille de Alejandra del Río y la estructura dramática,
coral, de Las metamorfosis de un animal sin paraíso de Julio Espinoza
Guerra, se encuentra la desfachatez irónica, rockera y finalmente
desolada de De amor y de balas y Pálida de Benjamín Aguayo.
Entre los más jóvenes, y en medio de una verdadera explosión
de nuevos autores, de nuevas formas y nuevos lenguajes que se
produce a partir del 2000, se puede -por ahora- citar la nueva
sentimentalidad (derrotada, urbana, conmovedora) de Gladys
González, los relatos epifánicos de Claudio Gaete, el luminoso
clasicismo de Carola Vesely y la textura onírica, casi fílrnica, de La
Insistencia de Carmen Garda; los experimentos visivos de D de
Walter Hilliger, la ferocidad jerguística, agónica y crítica de Bajezas
de Machu Picchu de Felipe Ruiz y de otro de los más contundentes
y remarcables libros de estos últimos años: El barrio de los niños
malos de Pablo Paredes. Al lado de ellos encontrarnos las
experiencias de un hibridismo textual llevado a sus consecuencias
extremas, orgiásticas y disolutorias en los deslumbrantes Diego
Ramírez Gajardo, Paula llabaca y Héctor Hemández Montecinos
(autor a los 23 años de tres libros que constituyen unas de las
escrituras más arriesgadas y lúcidas de hoy) y, en sus opuestos, la
poesía vanguardista, sorprendente, que retornando los ternas de
la pubertad, da cuenta de una nueva forma de la pureza (y del
poema) de Macarena Valenzuela, Alexia Caratazos y Luisa Rivera.
Como reanunciando el comienzo, el más joven de estos poetas,
Eduardo Fuentes, cierra esta antología devolviéndonos a un
panorama.
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Los 42 poetas incluidos representan una escritura urgente, de
hoy, de este momento, y las típicas coartadas estadísticas que se
argumentan para señalar que son muy pocos los que al final
sobreviven, no le resta un átomo a la absoluta concretud y
permanencia de cada uno de los poemas que aquí se reúnen. Al
mismo tiempo, hay en el conjunto ~n la cantidad de poetas
nuevos, en la contundencia de sus lenguajes, en la irrupción
definitiva de grandes poetas mujeres- algo que los sobrepasa,
un efecto total como si -lo señalábamos al comienzo-
colectivamente se estuviesen escribiendo otra vez los Cantares
de Ezra Pound. Es la razón del título de esta muestra. Ellos obligan
a remirar lo que se ha escrito desde Nicanor Parra hasta hoy
(cosa que para cierto establíshment literario parece resultar
aterrador) y entender que lo que está emergiendo es en definitiva
una era nueva de la que es muy poco lo que se puede vaticinar.
Nada existe, decíamos, en el Chile de hoy que pudiese favorecer
la aparición de estas obras y ellas sin embargo plenamente están
aquí, mostrándonos el centro de una profunda incomodidad,
de una extrañeza que lo social está hoy menos que nunca en
condiciones de responder porque sus sueños (como sus
pesadillas) no encuentran ni en la política, ni en la cultura, ni en
la economía, seres sociales que las encamen. Los poemas que
emergen -desollantes y desesperados, irremediablemente bellos-
están cumpliendo con el vaticinio de ver constituirse un mundo
que no se ha querido. Ellos representan la deserción del suicidio
(la pérdida de su aura), la travesía de un infierno mudo y sin
palabras (el Chile de hoy jamás podría pensarse a sí mismo como
un infierno) y nos muestra el nuevo sujeto que surge desde la
suspensión de lo social, o si se quiere, de la suspensión de lo
social tal como fue entendido en Latinoamérica hasta las
postrimerías del siglo XX.
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Así como Ercilla definió un poema que mucho después sería
un país, la poesía que aquí se está escribiendo nos traza el esbozo
de algo que inevitablemente será el mundo, es decir, nos traza el
itinerario de la nueva forma con que se entenderán los hombres
y por ende nombra una ciudad nueva. En síntesis: nombra algo
que emergerá, que no tiene otra posibilidad que la de emerger.
En uno de los poemas más superlativos de esta nueva saga: Baile
general de los niños, el joven poeta Diego Ramírez Gajardo le
responde al Canto General de Neruda con la imagen de una
resplandeciente noche, de un baile cuya alegría es proponemos
la construcción de un nuevo deseo y de una nueva ternura. Al
final -apelando a un sueño que es en sí un fu turo- le pide a la
historia general de Chile que aprenda a bailar con él. Ese es tal
vez el único sentido.
Raúl Zurita
Santiago, julio de 2002
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Notas sobre esta edición
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Frente a él o ella me disculpo y no; las injusticias y las omisiones
son un combustible formidable para un artista verdadero. Su
obra sobrevivirá.
Germán Carrasco
Antonio Silva Fuentes
Kurt Folch
Chrisfian Formoso
Matías Rivas
Cristián Gómez
Rodrigo Rojas
Carlos Baier
Javier Bello
David Bustos
Alejandra del Río
Juan Paulo Wrimilla
Cristián Cruz
Leonardo Sanhueza
Gabriel Silva
Andrés Anwandter
Julio Espinoza Guewa
Elizabeth Oria
Gustavo Barrera
Edmundo Condon
Lila Díaz
Rafael Rubio
Alejandro Zambra
Damsi Figueroa
Alejandra González
Benjamín Aguayo
Marcelo Guajardo
Rosario Concha
Claudio Gaete
Paula llabaca
Carmen García
Héctor Hemández Montecinos
Felipe Ruiz
Carola Vesely
Gladys González
Walter Hilliger
Pablo Paredes
Diego Ramírez Gajardo
Macarena Valenzuela
Alexia Caratazos
Luisa Rivera
Eduardo Fuentes
Un panorama
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Siempre hay algo, sin embargo, en las ferias persas
de la mente, en las bodegas:
primeras ediciones
de tu memoria para conectarte con los años,
el canal seco con todos sus residuos,
Juguetes mutilados,
reyes sin cabeza de un ajedrez de lapislázuli,
o la biblioteca, souvenirs y un monóculo
de una aristócrata en decadencia o muerto
(muerto, dije).
Ay, Jullán,
es que lucimos tan ridículos
al trasladar un pony de aserrin embalsamado
en las micros en las plazas donde nadie
se toma siquiera una fotografía.
Yo creo que así debe ver la sociedad
a los
dementes
que escriben
COSAS.
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Algunos reemplazaron a los ponys
zampándose unos ladrillos ilegibles
tratando de enderezar signos de interrogación
forjados en acero.
Otros adoptaban las guarradas americanas
del realismo sucio o la contracultura que llegaban
con años de retraso al correo
de Nueva Quillahue y Nueva Barrancas
y había quien confundía la escritura
con el nuevo testamento, o el antiguo.
No faltaba al que se le desordenaba el engominado
gritando que había que volver a la bodega
donde se desgranan las habas y frijoles de la métrica. No hubo
fusión de lo elegante y lo demótico.
Nunca una mezcla de ideas clases estilos sexos.
En el país de las patotas,
el huacho se muere de hambre.
Así, nos dedicamos a vender nuestro elixir,
nuestro muday o champagne
como malos de la cabeza.
21
Ruby, de hecho, se aburría como otra en los recitales;
yo, ingenuamente, para compensar, le escribía de amor
y le mostraba daguerrotipos de Santiago.
G.c.
22
Antonio Silva
(1970)
Matria
la óperafue ensayada día y noche, una pieza sentimental para los
comensales
una pequeña ventanita de cholguán y visillo color muerto permite al
lectorfisgonear -y por qué no reír de la india travestida de selva
lírica.
23
Para el cuenco donde las cosas caen y
donde cada sentido riza la concavidad de un cuerpo
Para la pequeña distancia de tus huesos
que imita un futuro día blanco Blanco
de mi memoria
Para el espeja! gesto de tu mano
en la trenza de la selva
Para la disposición de lo bello;
el oxígeno de tu boca sobre
el pelaje de mis dedos
Para tu cabeza india
24
Toda bandera es un río de sangre
S.tella.díazvarín
Una patria
De la mano de un poeta
junto a las aves de la noche,
hacia el quejumbroso amanecer de una lagartija
hacia el diestro y manco de un corazón:
el luminoso Santiago su cojera su música;
una droga espiritual, indecorosa.
25
Dónde está tu casa
Dónde están tus pájaros de polen
Dónde está tu foto, tal vez en aquella vitrina pintada en la orfandad
de una calle.
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La insignificancia del gesto
1
Como una noviezuela
en la nocturna soledad de una plaza,
el amor se peina en una silla
calzones raídos y zapatos de polvo de diamantes
dejan oír el musiqueo de una campesina.
27
II
Una partícula de amor:
(sÍ, increscendo)
28
He aquí mi signo
He aquí mi diamante invertido
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Lingual
Liada en el límite de un lunar venusto
Lees el lupanar latido de tu nombre
Lacrada y loca haces de tu voz un
Látex lingual en el rosal de las vocales
3D
digamos que eran estúpidas y feas; albinas y ojerosas -unas
Venus del siglo V- Todas ellas las niñas de la moda. En
Juana Iris despertaba una protagónica y pasarela fantasía,
mas en la temporera el óseo crujido de sus pómulos daba
al programa de variedades una lúdica combinación de
reality show y documental sudaca.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&k&&&&&&&&&&&&&&k&&&&
& (Vestuario) &
&&&&&&&k&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
esta higuera que da ciruelas
Confeccionas un vestuario
Una manta para la niña
Que atraviesa el prostibular
Corazón en busca de un padre.
(de Matria)
31
Kurt Folch
(1970)
Mi madre
entierra a su padre: el rostro
huesudo: mejillas de piel
y pulpa de blanco higo
reblandecido. (No
Asistido
Mi madre
lamenta la pobreza de los oficios,
32
la lejanía del campo santo (no
tener un auto) y la constante
odiosidad de los hermanos
en medio del crudo frío
(onda polar) en que fue
Mi madre
es un muñón de pena sola
que mira la tierra (no
el cielo) oscurecida ya
por los cuatro costados.
33
Los amantes
Cayó
El rostro
dócilmente
34
El resto fue cuestión de simple oficio:
practicar una incisión, repartir, comer.
35
Mampostería
Herencia
de la lluvia: tierra negra y charcos;
nuestro pesado sueño de toda la mañana,
el tibio vaho de las bestias que sube
desde el horizonte: ánforas de silencio
y escudillas para recoger el tierno légamo
de las lágrimas: el corazón puesto a orear
al fondo de la noche.
Uno a uno
y silenciosos, aparecemos de pie
o sentados en el mimbre del corredor,
entre pilares podridos; empuñando
tazas picadas o vasos neblinosos
de baja por algún pariente cuyo lema es: todo
sirve, nada se bota;
o leyendo una página de diario
extendida en el suelo. Anoche,
la sombra de un árbol
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algunos centímetros sobre el suelo. Fue necesario
37
Christian Formoso
(1971)
Lo conocemos todo
en la hora del golpe, todo señor
del fuego la tierra allá en su frío
también ardió un pelaje
de agua y un no y una hembra.
38
Leonardo Garda
t 28 - ID - 1953
La raza, la especie, la miseria
el poder que bajó de los árboles
de ramas hice mi aburrimiento
lo feroz a una hora aún ahora.
Todos saben
todos llevan hace tanto
el corazón por los suelos.
39
Ángel Gómez
t 20 - X - 1986
Del hueso huye la carne
y el agua huye del hueso.
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Juan Manrique, soldado, natural de Medina de Rioseco
Aúllo para huir del horizonte, del tiempo del hijo melancólico
como una piedra marchita, del tiempo herido por su premeditada
derrota, arrojado a esta orilla por una vieja ola, y permanezco ciego
y atento a la marea, a escuchar el lamento de gaviotas y el vuelo
plácido del viento, perdidamente ensimismado y envejeciendo,
perdido entre las hojas mortales de la esperanza, sin ánima ni aura,
sin destino, muriendo entre las fauces de un minuto sin tregua.
De tal modo me levanto, me retracto de mis días y mis noches,
rodeado de animales y fantasmas. Y paso entre unas pocas mujeres
intocables, y entre niños llorosos y municiones herrumbrosas. Y
caen a mis pies las estaciones diariamente, en la tregua del sol
descolorido, y caen señales tan llenas de despojos, entre grandes
rocas y sobre acantilados, como alas empapadas, a morir entre las
piedras. Y así por cada piedra, eternidad partida ahogada en una
gota; resplandeciente hijo de la brecha y la conciencia. Voy con la
sangre hundida en mis escombros, y una hembra ardiendo en
cada dedo de la noche, con resistencia y furia respiro mi esperanza,
y me devora el corazón este desastre.
Así, de cuando en cuando, voy donde llaman mi alma compartida,
y me dibujo una palabra en la mejilla, en mi cadáver donde brota el
manantial de la verdad. Porque quiero ser herido por mi forma
desmembrada, por mi seca victoria sobre el tiempo de los dioses.
Yo quiero recordar la medida de mi estrella tendido sobre el duro
despertar de mi ceniza. De pie, llorando sobre el aire endurecido,
en la ausente, en la cansada presencia de lo eterno, callando la
sentencia que se lleva la raíz al imperio de la noche. Yo desciendo a
los rastros más oscuros, a mi huella ante el pie del adversario, ante
el tiempo soñoliento y enfundado en la rueda de los cielos ateridos.
Yo bebo de mi copa polvareda y maldigo cada tarde de esta tierra, y
me recreo en las olas transitorias y el tranquilo destronar de funerales.
En mi vestido hay un recuerdo transformado: un hijo de la nieve,
callado por venganza, blandiendo un arcabuz como una estrella.
41
Juan Martín, soldado, natural de Estepa
Estos navíos me han devorado la lengua, con su disparo rojo en
la cabeza de los mares, en las banderas que sisaron mis nombres
y les ahogaron sin piedad entre sus barcos, con una vela quebrada
en un oasis marino, con oraciones mortuorias y legiones
mortuorias, con la ciencia de la estrella perdida que yo amaba.
Yo era una rama entre los ríos de mi patria, y me vestía con el
agua de sus rastros, con el follaje de la brisa perfumada, con la
humedad de un cielo de raíces. Y pasaba entre otros con orgullo,
con pabellones de hermosas rendidas en la noche y una mirada
de fuego entre los labios. Porque se hacía más grande en mí la
sangre, más fuerte en cada copa de la aurora, más dura en la
montaña de mis ojos, con tranco de guerrero y residencia. Más
no pedía oír y no escuchaba.
Entonces vine a dar con los navíos, por dar un pie emedado en
la marea, por dar con otras bocas en los mares y en islas donde el
sol se hace mujer.
Yo sería capitán en la derrota, pero un señuelo seco me llamaba,
haciendo a mi medida la fosa de la tierra, haciendo un reguero
de cenizas y de lágrimas.
Yo caminé entre jarcias mucho antes de ver el fondo de los mares,
y levanté el pendón de la batalla y de los besos, y una substancia
de roca corrió en mis venas al entrar en otra sangre: Yo imité los
ríos perdiéndose en la mar.
Tan cierta y natural fue mi cobija, que nada mortal me parecía,
hasta que vine a dar con los navíos. Así me despojaron de mi lengua,
la llevaron peces río arriba, en la geografía blanca de su especie,
hasta dar con la boca de la muerte, por donde ahora hablo.
42
Dos mujeres cercadas por la tarde
1
-Oh dios, levanta mi cabeza sumergida en este ancho caminar de
los abismos. Demonios me han vencido, me han traído su correa
de lamento, de fuego alimentado con sangre, hecho pálido desvelo
en la llama de una promesa impura, escondida como ando y
temblando, entre los árboles, escondiendo mi pecho sediento. Y
le doy agua con su boca de mañana, y le doy de comer con su
mano escondida en lo hondo de las hojas, en la suya madera
húmeda del bosque que recibe mi mancha como una hora de
crepúsculo en su guante emojecido, en mi boca emojecida, con
las paredes echando aire por hablar sin boca ni denuncia. Es todo
lo que doy de mí estas noches, tendida a su lado como un río de
calores y de sombras transformadas. No tengo otra esperanza más
que ver, este día llegando hasta la noche.
11
Hijo, mío amado hijo de piedra, esta cárcel de tierra me aleja de
tu mano echada en la marea, de tu voz que viene a cerrar mi
sangramiento, estoy lavando tu nombre y disputándolo a los
muertos. Y ahí va -dicen los otros- mostrando mi mortaja, mi
resto coagulado de alegría. Pero dolor, promesa de mi gozo, aire
de mi lecho abandonado y taciturno, ¿qué cortó tu respiro,
hundido en la espesura de la muerte y de este bosque, ahogado
en la rompiente de mi llanto? Yo habría andado por ti hasta las
horas más frías, y habría hecho por ti una nave feliz yendo a
otras estaturas. Mas ya no puedo estarme quieta, tranquila entre
el desvelo y la luz muerta, sabiendo que te llamo y por respuesta
hay un coro de palabras no dichas y enterradas, que no tengo
otra esperanza más que ver, este día llegando hasta la noche.
43
El sol baja sangrando a la cabeza de mi madre
veo que el sol
baja sangrando a la cabeza de mi madre
y su cabeza es un patio
y la cabeza ensangrentada del sur
44
Matías Rivas
(1971)
Absolución
Ególatra de posesiones considerables y buena familia
se ofrece hoy, en cuerpo y alma, sin más compasión
hacia sí, que esa que puedan otorgarle sus ilustres
colegas, a ser fustigado severamente con palabras y
actos por ramplonería y mala leche inexpugnable.
Desearía, incluso, que se llevase a cabo en su contra
un juicio por vanidad, mal olor y robo de planes ajenos.
y de esta manera limpiar los obscuros rastros
que deja su cabeza en la almohada
durante las noches donde esparce
su dormir. Está dispuesto también,
si sus amigos se lo piden, a hacerse ver
por los famosos sicólogos, el doctor Strachey
y el eminente Mister Joshua Baretti.
Encontrando posiblemente en el tratamiento de análisis
algún salvoconducto para sus pérdidas
y desvarío con las damas,
cuya posesión le obsesiona
hasta las más aberrantes elucubraciones.
Las que incluyen: el asesinato de pobres,
la traición a la familia
y, sobre todo, un gusto meloso en la lengua
después de perseguir niñas arias por las calles.
Ruega paciencia con su vida
y decisión a la hora de actuar.
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Señora Gabriela Mistral
Su piedad piadosa de virgen violada,
de reina de los afligidos y madre de leche roja,
escasa como densa, señora de pocos aspavientos,
nadie le va a negar el lugar suyo en la corte de
los presumidos señores de la lengua.
Aunque se derramaran hordas de ira contra
su gusto a clavo muerto y se encendieran piras
con sus libros, sería sólo por vemos reflejados
en el espejo infeliz de un niño mordiendo
su propia mano.
Nadie se espanta, sin embargo, con las cascadas
de letras que aterran el decir.
Nadie sumerge su cara en el agua quebrada
de su lirismo de veguina del Siglo de Oro.
Señora, usted, que masca la lengua de llanto
y reza en acaloradas iglesias plegarias de viva,
disculpe la torpeza de los alcaldes y del mundo
cultural; usted ya no es una estatua, su gusto
a nada parecido es el sostén de los peñones
más duros de nuestro idioma. Una vieja para Chile,
qué honor.
46
Para una nínfula irreductible
Ardilla pulcra y manipuladora
se hace llamar niña. Enciende y apaga
su vida a caprichos y argucias vergonzantes;
finge taquicardia y pena negra en el espíritu
y los hace patentes con lágrimas
y gritos sexualizados.
Es difícil escapar intacto al verla dormir
porque desnuda
desnuda su cama y su mente frente
a los ojos de sus preceptores. Inocencia
febril, regaña su madre. Dolores
de cabeza y testículos argumentan sus
admiradores en el parque.
Al parecer, todo y nada la hace feliz:
un burro podría llevársela a un internado
de degeneraditas y enseñarle normas
un tanto menos singulares
que las que practica para torturar a sus abuelos
con calculados e histéricos gemidos.
47
Cristián Gómez
(1971)
Ultramar
(El relato final de Marlow o tres sonetos negros y blancos)
La flor del cerezo
a punto de caer y desprenderse
es un guerrero
apunto de caerse y perecer
Que bien visto, do la marea se estremece
i las olas maldicen nuestra gracia
i trazan mapas los alarifes
como si el mar se domase trazando algún futuro
que por supuesto ya no nos espera
no, por lo menos, aquí en medio
de todo i de nada i de nadie,
carentes entonces buscamos un guerrero
de los de lanza en astillero, adarga antigua
rocín flaco i galgo corredor
como pocos valeroso i llegue
a la tierra do la marea se estremece
(la tierra a la que víne no tiene primavera)
donde los poetas ya no pueden
o no saben, o no quieren
ver lo que ellos vieron
profanos, sagrados í corrompidos
alli en el territorio de los pocos
alli debajo de las aguas
48
do la marea se estremece
i un guerrero ha cometido
(acometido: mi seria miseria)
la peor de sus locuras
dejándose morir por otras manos
que no las de la melancolía.
No quiso oír el canto de los tripulantes.
No quiso enviar una carta que no leería nadie
(nadie lee cartas que no se envían), no quiso
estar enfermo i aislado en su pena, aguardando
cada día por la muerte.
No dejó de vagabundear
Sin dar un paso más allá de la cerca de su casa
Do la marea se estremece y una muchacha
Joven, por escasísimos denarios
Acortaría sus distancias con el cielo:
En la genealogía de los dioses
49
El cielo protector
(albada)
Mancharemos un poco más las sábanas de ese motel de sábanas
manchadas y camareras que fisgonean más por oficio que
indiscreción y se divierten con lo que ellas creen es una máscara
de cerdo al ver mi rostro contraído al iniciar mis oraciones de
espalda y de rodillas con tal de que no se vengan abajo las
catedrales i tú no salgas corriendo violentamente y sin aviso antes
de que se avecine el alba: aún no ha despuntado el día en que
tengamos que hacer los papeles tú el de una perdida en el
desierto, yo el de un poeta con rumbo o sin rumbo pero alejado:
sin saber muy bien de qué pero alejado, distante de no haber otro
destino o un camarote con las sábanas manchadas al cual llegar.
Haremos nuestro el tópico del viajero inmóvil: y no me dejaré
vencer por una sospechosa inclinación hacia la nostalgia y no
pasaré por la puerta del edificio donde vives y no se me agolparán
los recuerdos que no me atreveré a calificar de felices e
imborrables: desde la azotea distinguimos con precisión de
anatomistas el rostro de las constelaciones: pero ninguna tuvo las
respuestas: que en otras circunstancias hubiéramos esgrimido
ante el rigor de los censores: hoy, sin embargo, están de nuestra
parte y escogeremos el peor de los poemas de un romanticismo
decimonónico y provinciano como el nuestro para interpretarlo
como si fuera una canción de amor más bien piadosa y apegada
con orteguiana tristeza a las circunstancias: los mismos
transeúntes habitualmente parcos y temerosos dejarán de mirar
para el lado cuando nos acerquemos a entregarles como si
estuviéramos en la mitad de mil novecientos sesenta y ocho este
riguroso montón de flores plásticas: paraísos naturales y
artificiales que en ese momento del crepúsculo del amanecer o de
la noche (cuando amanezca ya te habrás ido) estarán como este
cielo de pacotilla al alcance de tus manos.
(de Pie quebrado)
50
Versus
(tándem)
51
una ruma de histéricos insustanciales, perdidos en gritos
inconsecuentes", "...su tenaz hermetismo y su vuelta a las
formas clásicas no tiene ninguna justificación. Sin embargo no
hay tampoco ninguna justificación histórica para su retomo a
las fuentes españolas"). Allá al fondo viene un par de
adolescentes como si fueran una declaración de
independencia. Y qué puede hacer el mar con ellos. Y qué
puedo hacer yo con ellos. Y la arena, y el viento (" ...perdidos
en el círculo de la problemática burguesa, oscilando dentro de
un intelectualismo helado y estéril"). Cuando pasan por mi
lado me preguntan la hora ("Frente a esto nosotros
proponemos una poesía viviente. Y una orgía de trabajo para la
labor poética") y ni siquiera se detienen a oír mi respuesta.
52
La pregunta de los cuervos
Más de alguna vez nos echaron de la fiesta
y no era el momento ni el lugar oportuno
para darle las disculpas del caso
a un dios que brillaba por su ausencia
-la casa queda para ti, pero yo los tengo todo el fin de semana.
53
se hubiera enorgullecido ~ables de alta tensión,
grúas, sobre todo las grúas y las herramientas
sobre todo los mismos rostros de siempre que
operan y manejan y cargan y utilizan las grúas y las herramientas
y seguirán siendo siempre los mismos rostros de siempre:
gente (como nosotros) ensayando lo que ante el obturador
no se sabe exactamente si es o no es una despedida.
pródiga, verbo.
(de Ex)
54
Un verano que aún se nos pega aquí en la piel
Esto no es un poema en prosa sino tu cuerpo. Tampoco
una explicación ni una disculpa a estas alturas innecesarias
sino más bien las ganas de volver a tenerte entre mis brazos,
cerrar el círculo de ser posible desa larga rueda de las
reencarnaciones:
muchísimo menos
la especulación financiera del mercado de capitales
para asfixiar a los accionistas minoritarios que
55
quien se atrevería en este tiempo sin tragedia
a recoger una lata vacía de cerveza como un trofeo
sobre la piel.
(Inédito)
56
Gloucester
" ... no había más que caminar en vano, el polvo que venía
comiéndonos los pies se puso a tu lado, nos deja atrás en su
infamia carrera, los uniformes cargando a los soldados, la patria
asomándose al balcón para despertar de un largo sueño y
recostarse entre mis faldas para volver a soñar despierta con
lanzarse al precipicio desde la planta baja de nuestro hogar color
olvido, no había otra cosa entre todas las cosas que no debíamos
hacer sino salir a las calles de nuestra tierra, llamarla por su
nombre a pesar de que hace tanto tiempo lo hubiéramos olvidado
(hemos olvidado tantas cosas durante el largo transcurso de la
negra madrugada en que se dilata esta primavera y que insiste
en dejar de lado a una mujer con las compras del supermercado
y a un señor con bicicleta y cortadora de pasto que sin lugar a
dudas son los protagonistas deste tomo infinito y cruel), no
podíamos, no queríamos respirar otro aire sino el aire negro que
siempre nuestros ojos respiraron: me tiembla la mano de sólo
pensar que otros escribieron esto, de sólo pensar que no había
otra cosa sino el más descarado asombro, este insomnio vulgar y
rutilante, que podríamos llamar también de otra manera lisa y
llanamente mi descaro: perder los ojos y soñar que aunque fueran
soles todas las letras, aunque fueran soles todas las letras, no
podría ni siquiera ni quisiera verlas".
57
Seis A.M. (Recién se fue)
(Huidobriano para Chester K.)
Uno de los pocos lugares donde los gringos se permiten
fumar y beber al mismo tiempo. Alguien pronunciaría
allí un discurso sobre el imperialismo, el napalm y la
58
que todas las atrocidades cometidas en el nombre de
la belleza no habrían sido en vano de no haber
(Inédito)
59
Rodrigo Rojas
(1971)
Sépanlo
He venido a buscar la abundancia.
60
Todos ustedes son bellos.
Se parecen al mar
cuando salpica con su violencia.
Espuma levantada por el viento
son ojos que hacen sagrado al corazón
bocas que lamen
santo, santo.
61
El sol disparo la verdad contra mi cara
y ha hecho del paraíso un estúpido vacío.
En esta ciudad
dios y hambre tienen el mismo sonido
un lenguaje furioso que los niños nos arrojan en la cara.
62
La muerte es luminosa
Una semilla sobre tierra caliente y húmeda.
la muerte es luminosa
es luminosa una semilla
las abejas y el pasto mojado por zumbidos.
Tiene luz el vibrar de la tierra por insectos.
Es luminosa una oruga
sus púas.
El panal de desgrana en pequeños puntos de luz
lleno de alas y calor
y el vibrar del pasto por el ruido.
Vibra la luz de los insectos
con el vuelo de la muerte.
Vuela la boca
pistillo y estambre al morir el insecto.
63
nI.
(el riesgo)
Todavía cuando empiezo a beber
aunque quiera romperse mi cabeza
el amor sigue siendo el camino.
misteriosos nace entonces con los brotes
con azúcar en las piernas.
Así es cuando moja la lengua.
Así con la humedad.
Cuando un panal cosquillea
en mis granos de azúcar
derretido así:
Muy lacio sin estambres
insinuándose borracho a las flores.
Culebrea lento, me dice
Por mí se va al eterno dolor.
64
V.
(la canción)
Que no desate el hombre las estrellas
migajas en la gran mesa de Dios.
Que no destroce los cardos, el áspero
metal de los pétalos, flores como lanzas
que no las esparza el hombre.
No el clavo, no la madera
ni el débil brote de la espina
el botón de sangre que une a mis manos
que ningún hombre separe estas cosas.
Que nadie contenga esos liquidas.
Así nosotros sin dolor, casi ardiendo
desarmado todo por el bulbo
en eso del amor abriremos las flores.
65
Carlos Baier
(1972)
El reniego
Entonces ya no quise entrar en los Océanos
Ya no quise abrirme paso entre el tumulto
Ya no quise entrar en las arenas dando tumbos
Ya no quise estar con los hombres caminando
Ya no quise estar
Con las mujeres bañándome en los ríos
Sólo quise subir hacia los cerros
Hacia las cordilleras
Abrirme paso entre ellos para salir de las Ciudades
Yo quise dejar estas praderas abiertas
Y extensas, amor
Porque veo aún en ellas la infamia
Y el castigo. Y lo hice.
Desde ahí, de la más alta vastedad gris
De las montañas, pude ver estas Ciudades
Que se están quemando
Estos bares de mala muerte
Donde dejábamos el sueño
Estos bares de mala muerte
Donde se nos corría la baba
Estas bahías locas donde fornicábamos
Los valles con sus gritos
Estas Ciudades de la locura con los ojos vacíos.
66
Los espasmos
Contigo en una roca
De estos ríos que avanzan sin parar llenos de cenizas
Que van abriendo este desierto donde estás tú
Yyo
Rasguñándonos de susto el miedo de entender
Lo que viene para este loco mundo que arderá
De viento y soledad
Se partirá entero con vientos huracanados
Caídos de los cerros
Miedo nuestro de sentir el fósforo
Impregnado en nuestras narices
Esta polvareda que se levanta a la hora de la quema
Este polvo oscuro que todo lo cubre, este mar
Estas cordilleras del norte dando espasmos
Juntos a oír el ruido
Que vendrá tras los fardos
Entonces, contigo en una roca, hablándonos de eso
Que era entrar en Las Espléndidas Ciudades
Cuando ya no queríamos sino irnos los dos
En el vuelo
Abandonando juntos las habitaciones de esta tierra
Subir, entiendes, entrar a esas columnas
Que están ahí frente a nosotros
En los cerros
Un poco más allá de este desierto hecho de aire
Ocultamos de las aguas. Entonces
Me dan ganas de llorar
y lloro.
67
El canto de los locos
y en este viaje que hago voy contigo amor
Por las Ciudades solas con tus senos duros al aire
Corriendo también la pradera desnuda y en llamas
Con tu espalda al aire
Con tu espalda al aire y desnuda y en llamas
Llenándola de sales
Cuando viajas por el mundo hacia el norte
Hacia el norte bestia mía a donde vamos
Hacia el norte bestia mía a donde vamos
y no hay límites
Cruzando los pantanos para llegar hacia la luz
Puros y virtuosos jóvenes
Habitantes de Ciudades en llamas. Cómo no
Cómo no, loca mía
Si hemos oído cantar a locos, amor
Los hemos oído entre rocas y piedras que arden
Avanzando en la oscuridad hacia el hemisferio norte
En la oscuridad amor mío
Llegando a la esquina del mundo
Donde nos vamos a juntar a cantar
Con las costillas quemadas. Oigo los silbidos
Sudor, refriega
Púas en mis pezones, entonces. Oigo silbidos
Como asmas.
68
Ciudades de la locura
Es este el día entonces en que las Ciudades se elevan
En que las Ciudades serán estos desiertos
Que se van quedando solos
Ciudades de la locura que no tendrán más habitantes
Que seres humanos sin rostro
y no tendrán más habitantes que los condenados
A no subir
A no subir estas cordilleras que no tienen nombre
Condenados a no salir de sus huecos
Debajo de estos puentes
Hechos de musgo y lodo
Huecos donde se toma té y también se ama
Huecos de musgo y lodo donde habitan hombres
Parecidos a Dios.
69
El hedor
Yo vi entonces cómo los malvados se quemaban
Yo vi cómo los malvados se torcían
Cómo se arqueaban dando espasmos
Yo vi cómo desaparecían entre ellos sin voz
Yo vi en los malvados a mí mismo de rodillas
Abierto de muslos al sol yo vi en ellos al poeta
Irse transformando en serpiente con alas
Y luego en gárgola loca y en celo echando moco
Y baba afuera. Los malvados
Y un caballo. Los malvados
Y un caballo en llamas al cielo. Entonces
Amnesia de mí.
70
Nuevamente la locura
y abajo los países
y abajo están las locas y las santas
Estas santas locas que caminan solas por el mundo
Están caminando solas
Estas santas mías
Que vienen por la senda de los desaparecidos
Que están en los países de la locura
De la refriega
Del sudor
De los silbidos como asmas
Santas vírgenes del desierto en llamas
Santas abajo de las cordilleras
Las locas
Las hembras y las locas
Mi hermana revolcándose entre las alfalfas oscuras
71
Angustia de amor
Yesos somos amor por el desierto
Yesos somos amor por la pradera
Yesos somos amor bajo las cordilleras
Yesos somos amor sobre los mares
Yesos somos amor encerrados en el encanto
Yesos somos amor en la hermosura del tiempo
Yesos somos amor
Cuando nos acercamos a los Océanos
Amor, amor al amanecer del último día
Portadores de lo eterno
De aquello que nos hace invisibles
Amor, amor entonces
Los amantes al amanecer con todo el sol en la cara
De los que se aman y padecen sin cama y sin cielo
De los que se aman y se aman a alcohol y a tabaco
De los que se aman cruzando el Océano Pacífico
Como una estrella
Cruzándolo como amantes oscuros y hermosos
Amor, amor de amantes que se aman
y se aman como desaparecidos.
72
El amor
Así nos vamos perdiendo entre el humo que levanta
El viento
A la hora de la quema
A la hora de la quema donde no te veo y te amo
Donde no te veo y te entro entera
Ahora que se va acabando el mundo sin tu cuerpo
Se va acabando el mundo sin mi cuerpo
Se va acabando el mundo sin nuestros cuerpos de sal.
73
Javier Bello
(1972)
XI
Noticias del dolor, anuncios enterrados, una heredad sin luz, más
luz que aquellos cuerpos que vuelan encendidos de
esperma y de ceniza.
Así es el corazón, así su llama fría, una espiga muerta que el odio
reconoce, que las aves de hielo desangran de su ira.
No hay voz que dé al amor tanta ceniza, no hay voz que desde
un púlpito señalados nos vea como gárgolas.
74
Ésa es el ala que nos dijo la muerte, ésa la edad de los pastores
que se apaga en tus manos, que se apaga en tus manos la
noche en la cal de los pilares, si el amor o la muerte se
tiñeran de cantos, se abrieran de palomas para saludar la
mano de la nieve.
Vengo despierto del amor, vengo dormido del amor, corno los
muchachos que labran tu pecho de libélulas, pero no fueron
colmados pues la sangre fue arena.
75
Ha de temblar, hoy no quedan más labios.
76
XI
Quiero palabras grandes corno caballos grandes, palabras
pesadas, candados en los bolsillos de enfrente, palabras
enormes, el cielo después del relámpago, palabras, polvo
para cubrir las huellas.
77
La jaula del canto
Cuánto amo todavía mi buche hinchado de presagios, mi vientre
preñado de tormenta,
cuánto quiero a mi animal que se echa a dormir los días de lluvia
junto al patio,
mi bestia que se tiende hacia el sur con la lengua teñida de
números impares,
su lengua que llega hasta el mar para lamer la barba de mis
antepasados,
los brazos abiertos en honor a mis deudos indicando la casa de
los polos,
el desastre del pájaro que silba en el jardín quemado por el viento
de las premoniciones,
la cantidad de almendras que ahora he de contar para morder
las sílabas que me otorguen la gracia,
los heliotropos que acarrean el mal, el canto como una gran paloma.
78
los enigmas, las piedras, las manos que irrumpen de noche con
las largas herencias.
79
La jaula de la sentencia
1
Cuídate de los viajes, hijo mío,
cuídate de los viajes y de los trenes
y del tambaleo de los barcos en la batalla del amanecer.
80
para que recuerdes, hijo mío,
que el norte de las brújulas se come la cabeza de tu propio animal.
81
Il
Sólo miras el cielo,
conoces la intemperie,
las pedradas del sol.
Conoces lo que dices,
el olfato del perro
vuelve a ver las piedras que pisó.
Animal de la lluvia,
bestia de hielo y flores,
puro cuando el invierno te llamaba
a abandonar tu cuerpo, a obedecer
a la flechas calientes,
a los cepos quemados en las salas de piedra.
Miras el cielo,
es engañoso el mundo,
separas tus palabras de las demás herencias,
te rozas con la muerte
pero no puedes verla.
82
De nada servirá tu memoria
contra el canto de un dios,
de nada servirá tu memoria
cuando clamen las aguas
su fervor de asesino.
83
III
Los que marcan los libros mueren jóvenes,
lo invisible quema nuestros actos con la fuerza del sol.
No hay libertad en la transparencia de las partituras,
no hay libertad a la hora confiscada por el cielo,
tatuamos nuestros días con el dedo de un dios.
84
Los que marcan los libros mueren jóvenes,
también los que les rezan,
también los que les ladran.
Cualquier otra verdad es ominosa,
cualquier otra mentira es un campo de alambres:
la palabra que viene, va descalza.
85
Jaula del padre
De todos los que comen de esta mesa
el único que vive de su fuego es el padre.
Yo no sé de dónde vienen estas piedras
ni tampoco conozco a quien las trajo,
pero aquí las comemos, pero aquí las mascamos.
Salvaje padre sorprendido en tu error,
enemigo caliente de mirada amarilla,
me refiero a tu casa quemada por los bárbaros,
me refiero a tu lecho marcado por un nudo,
me refiero a tu alma que sale a predicar a la calle
el domingo volcánico de los evangelios,
palabra medio rota que envenena el suburbio
coronado por la lengua de un ángel,
coronado por la lengua que has de obedecer,
el decimal que te dará la muerte.
Padre en silencio, eliges el peso de tu voz,
el exacto calibre que arma tu vergüenza,
el bastón de la rabia, el cristal de la sed
cuando el cáncer congela tu garganta
y te deja alucinar en su hueco.
Padre furioso contra un sol de neón
padre furioso contra un grito de fuego,
encerrado con la luz que no entiendes,
encerrado en la jaula del mal,
perseguido por tus bestias de piedra
ofendes la raíz de los árboles.
Las hormigas se comen un perro,
el perro se come la cara de un hombre,
el hombre el excremento de un buey.
Bajo las mantas están tus hermanos
86
agazapados en la lágrima de su propio calor.
Este fuego es su fuego, y es mi fuego también,
este fuego es su hambre con las alas de mosca.
Un hombre se come la cara de un hombre.
Yo, mi padre, el padre de mi padre.
87
No conozco el río, alguien acaba de llegar.
Una noche de gas, las linternas vivas en el ojo del ebrio, el corazón
entra de puntillas en la cabaña de la mala fe.
Hay luz dentro del árbol que derrama en secreto su propio centro
frío, su propia habla que no pide disculpas.
88
David Bustos
(1972)
Exilio en Tánger
Una lata de bebida pateada por el viento.
El viento que nos patea el culo,
la mantis que se agrieta.
The sheltering sky.
y Tánger es un cuarto olvidado
por las hormigas.
y la lata que insiste en rebotar en el viento
y las homigas
Que se untan la lengua con el dedo.
89
Peces de colores
Mover la mano en la pecera no quiere decir atrapar un pez
si se advierte que los peces jamás cierran sus ojos
y el agua pocas veces sube
aunque hay versos ascendentes en la caída
secos en el golpe
en el instante del papel.
90
En la ruta de las hormigas
Uno
Vivíamos en la pensión de los imbéciles
durante las tardes nos prestábamos calor
y abríamos latas de cerveza.
Dos
El picoteo del lenguaje en tu cabeza.
El inglés y el español se disputaban
un trozo de pan.
Mientras bostezo (un alarido del alma):
rastreo el eslabón de tus pechos
el surco inagotable de la letra.
Tres
Las hormigas de las lápidas
rastrearon nuestro nicho de amor
la geometría del cuerpo a cuerpo
acechada por la flecha del ojo
en el blanco del instante.
Cuatro
y ahora comienza el silencio -me dijiste
y grabarnos nuestras huellas
contra la opacidad.
Cinco
Nada termina
cuando todo se agita por dentro.
91
Seis
No te culpo:
en este país nos acostumbramos a esperar.
La frontera está demasiado lejos
cuando uno piensa en la ruta de las hormigas.
92
Interrupción del diálogo
del deseo
Estoy sentado a la diestra
del Dios que incendió el mar en una sola noche
y le pregunto cómo es eso:
lo de las brasas.
(Inédito)
93