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Cruzaremos

la puerta juntos
AuraLuna

Título: Cruzaremos la puerta juntos
© AuraLuna, 2018
© De los textos: AuraLuna
Arreglos de la ilustración de portada: AuraLuna
2ª edición

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en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la
distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o prestamos públicos.
A todos los que creen en la unión y el más allá.
PARTE I

Dicen que, a pesar del tiempo, los cuentos se comienzan con un buen
“Había una vez…”, y esta historia corta no será la excepción.

Había una vez, en un lugar muy apartado del mundo, una estructura vieja
y demacrada, edificada con bloques grises y suelo de madera. A su alrededor no
existía nada, solo el hermoso prado cubierto de florecillas amarillas y rojas.
Nadie tenía conocimiento de su existencia, las carreteras, caminos y letreros no
eran visibles. Aquel lugar estaba en medio de la nada.
Solo un moderado grupo de personas habitaba allí. Personas transitorias
que aceptaban la muerte y esperaban salir por La Puerta hacia la luz. Dentro de
la estructura vieja se respiraba aire seco, los dudosos rayos del sol no lograban
entrar por las ventanas quebradas y las escaleras de un piso a otro parecían
colapsar en cualquier momento.
Justo allí, en el último piso, donde esperaban pacientemente los cuerpos
más antiguos, estaba el cuidador de La Puerta. Nadie podía entrar sin su
decisión ni salir de ese discordante e incomodo lugar sin su aprobación. Del
cuidador nadie sabía, fue el primer hombre en pisar aquel viejo edificio. Su
aspecto arrugado y severo, junto a la altura y delgadez, provocaban temor en los
demás.
Las personas deambulaban de un lado para el otro, sin sentido, sin
esperanza. Muchos llevaban largos años, esperando su llamada a cruzar La
Puerta. Sus caras demacradas expulsaban desolación, la angustia se había vuelto
parte de sus carnes, de sus identidades.
Pero ahí, en una esquina, tapado con un abrigo roto de capucha, estaba
Sean. Su aspecto juvenil no había cambiado, seguía pareciendo un chico de
veinticinco años. Pero su cuerpo estaba allí desde hacía mucho tiempo ya, las
marcas de frustración que había dejado en las paredes se volvieron borrosas y sin
forma. Ya casi no recordaba cuánto tiempo estaba allí, tumbado sobre el suelo o
caminando de un lado al otro, sin saber. Tal vez fueron diez años, tal vez más, ya
su mente le fallaba.
Se acercó sin esperanza al cuidador de La Puerta. Le miró a los ojos y
abrió su boca para hablar, aun cuando conocía la respuesta.
—Hola, Hermes —así le decían todos—. ¿Ha llegado mi turno?
El viejo hombre sacó un libro arrugado de su chaqueta y lo miró con
cuidado por varios segundos.
—No —se limitó a decir.
Sean bajó la mirada. «Mierda», se dijo a sí mismo. Estaba tan cansado de
preguntar, pero los días le estaban matando lentamente y eso lo sabía muy bien.
Volvió a la misma esquina de siempre y retomo su línea de pensamientos.

Dos semanas mas habían pasado y Sean no se movía de su esquina. No se
preocupen por el alimento, aquello ya no era necesario. El ruido de pisadas
apresuradas lo despertaron de su raquítico sueño.
—Aquí vamos de nuevo.
Se levantó con pesadez y se unió al grupo de personas que comenzaban a
bajar las escaleras con lentitud y pesadez. Todos salían de sus guaridas para
llegar hasta la puerta principal. Sean no tenía más remedio que unirse a los
demás. Lo único que le reconfortaba era mirar hacia las afueras el hermoso cielo
azul que un día esperaba apreciar durante horas, tal como lo hacía antes, ver las
lindas florecillas que hacía años no lograba oler con gusto. Se ubicó detrás de
algunos viejecitos y esperó... esperó... y espero entre los murmullos. Hasta que
por fin la puerta principal se abrió de golpe. La luz que entraba dejaba ciegos a
todos, pero Sean era el único que tenia un no sé qué para mirar fijamente
mientras la nueva persona entraba al maldito mundo de lo desconocido.
Mientras la puerta volvía a cerrarse, y todos se tapaban con terror los ojos,
Sean quedó petrificado sobre el suelo al ver la maravilla más hermosa ante sus
ojos. Una radiante y hermosa joven estaba justo frente a él. Su cabello color
café, revuelto y ondulado, contrastaba a la perfección con el blanco de su piel.
Cerró los ojos por instinto. «Huele a verano», dijo mentalmente.
Abrió los ojos poco después, ya no quedaban personas a su alrededor.
Todos se habían vuelto a esconder, a esperar la salida para algún mundo mejor.
Excepto ella, allí estaba esa chica, con hermosos ojos grises, mirándolo
fijamente. Algo no estaba bien, esa linda joven no podía estar llorando. Miró un
poco más abajo y vio cómo el costado le sangraba.
—Por favor, ayúdame...
El rostro de Sean se contrajo. Jamás había sentido tanta rabia y dolor al
mismo tiempo. Jamás había sentido eso por nadie, por ninguna de las personas
que entraban a ese viejo edificio. Podía escribir un libro entero de las cosas tan
horribles que veía. Pero siempre era así. Aún recordaba cómo había llegado, con
un enorme hueco en el corazón a causa de una navaja que lo perforó. Recordaba
el dolor intenso, toda la sangre que por días y días brotaba sin parar. Pero luego
de un tiempo se recompuso, la herida había sanado y ya no dolía más.
—Por favor... dime dónde estoy.
La joven intentó alcanzar su mano pero Sean la miró con horror. «Nadie
me ha tocado», pensó. Dio dos pasos atrás y se quedó mirándola. Su mente por
fin corría con fluidez y los pensamientos iban muy de prisa. «Tal vez me quiere
lastimar... tal vez solo tiene miedo.... está asustada...»
Sean se quitó el abrigo, con las manos temblorosas y se lo entregó con
cuidado. Aun teniendo sus dudas, no podía apartar los ojos de ella, era tan
hermosa. «Esto no debería pasar, una chica tan linda como ella no puede estar
aquí.» La joven aceptó el abrigo sin perder contacto visual, pero sus ojos
continuaban llenos de lágrimas y persistía el sangrado del costado, que se lo
intentaba cubrir con la mano. Aun así, la mirada de Sean la calmaba, sentía que
podía confiar en él.
—Gracias —dijo con la voz quebrantada—. ¿Me podrías decir dónde
estoy?
Sean salió del transe.
—Nadie sabe dónde estamos.
La joven se asombró por el sonido de aquella voz, fuerte y dulce a la vez.
—Entonces... debo creer que he muerto.
—Sí —a Sean le dolió confirmárselo—, todos aquí lo estamos.
—¿Son muchos? —la joven estuvo a punto de caer al suelo a causa de su
herida, pero los brazos de Sean la atraparon sobre la fría madera.
—Te ayudaré a subir. Cierra los ojos y descansa, ya se te pasará el dolor.
La levantó del suelo, con unas ganas intensas de volver a la vida y hacer
picadillo al maldito que le ocasionó la muerte. La apretó con cuidado sobre su
pecho, sintiendo en su interior un sentimiento casi extinto para él: protección.
PARTE II

Sean depositó con delicadeza el cuerpo dormido de la joven sobre el
colchón de su diminuta y oscura habitación. La arropó con su abrigo y la dejó
dormir, solo después salió por la puerta sin seguro y la dejó entreabierta.
—Tengo q dejarla sola... No, no puedo... ¡maldita sea!
—No pensarás dejarla sola, ¿verdad?
Un anciano de cabello blanco lo sorprendió hablando solo.
—Vamos, muchacho. Llevas años muriendo lentamente y culpándote por
algo que no fue tu intención hacer.
—Ya no tengo más culpas que mencionar —se pasó las manos por la
cabeza—. No se trata de eso.
—Pero es por la chica. Te gusta. Tal vez encuentres el amor con ella. Se
ve en tus ojos.
Sean abrió los ojos de par en par y se giró bruscamente para no verle la
cara.
—¿Y qué sabes tú de amor? —le gritó—. Yo... yo no tengo corazón. Está
roto.
—Mírame —el anciano pasó sus manos sobre los hombros del joven—. El
hecho de que estés aquí y que aquellos hombres perforaran tú corazón a punta de
balas, no significa que te hayan roto los sentimientos.
—Pero es que no...
—Nada, muchacho. Sólo piénsalo y verás que aún puedes. Eres un buen
chico.
El anciano le dio la espalda y se marchó por el pasillo, sin rumbo ni
motivos de llegada.
Sean escuchó un suave ruido dentro de su habitación. Volvió a abrir la
puerta y entró de prisa. Encontró a la hermosa joven intentando quitarse los
zapatos. Se veía tan bella, con el cabello rodeando su cara. Pero de nuevo miró la
herida en su costado y sus dientes crujieron en silencio.
Se acercó un poco hasta ella.
—Déjame ayudarte —se arrodillo frente a ella—. ¿Cómo te llamas?
—Alina.
La suave voz entró por sus oídos y sintió cierto alivio profundo recorrer
todo su cuerpo. La miró a los ojos mientras le quitaba los zapatos.
—¿Por qué te los quieres quitar?
—Me lastiman los pies. ¿Cómo te llamas tú?
—Sean.
Ambos se encontraron mirándose, como si mantuvieron una intensa
comunicación no verbal. Sean bajó la vista y no pudo evitar preguntar.
—¿Te duele?
—Ya no. Pero sigue sangrando y no sé por qué.
—Tranquila, ya se detendrá.
Sean estuvo a punto de levantarse del suelo, pero algo se lo impedía,
necesitaba hacer la pregunta.
—¿Quieres contarme que te pasó?
Alina clavó los ojos al suelo. El solo recuerdo de lo sucedido le
ocasionaba demasiado dolor. Pero ya era tarde, no podía cambiar las cosas, así
que se armó de valor.
—Mi madre estaba muy enferma. El cáncer estaba regado y lo único que
podía hacer era conseguirle algunas medicinas para alivia su dolor. Mi padre
murió cuando yo era pequeña y mi única hermana mayor se había mudado a otro
país, sin importarle nada.
De forma inconsciente la mano de Sean sujetaba la de Alina, mientras
intentaba buscar aquellos lindos ojos entre las lágrimas.
—Toda la responsabilidad cayó sobre mí. Solo tengo diecinueve años —
sonrió un poco—. Una noche salí a la farmacia. Entré y fui al área de
medicamentos. No sabía lo que estaba pasando. Todo fue... fue muy rápido. Tres
hombres estaban con armas, apuntando al farmacéutico y otras dos empleadas.
Me vieron... me apuntaron... y me quitaron todo el dinero.
El corazón roto de Sean bombeaba con la fuerza que apenas podía dar, sin
embargo, era capaz de sentir la adrenalina correr por su cuerpo como si nunca le
hubiesen herido el corazón.
—Uno de ellos me tiró muy fuerte al suelo. Recuerdo el dolor de cabeza.
El segundo intentó levantarme del suelo por el pelo, pero no le dejé. Le di en las
pelotas lo más fuerte que pude.
Ambos rieron sin saber por qué. Sean comenzaba a pensar que las cosas se
arreglarían. Pasó un mechón de pelo sobre la frente de Alina por detrás de su
oreja y solo aquel contacto le erizó la piel. Alina se sorprendió por la extraña
sensación. Sus dedos eran más suaves de lo que aparentaban.
—Cuando lo golpeé me levanté rápido. Agarré el pote de medicina que
necesitaba y comencé a correr —Alina empezó a llorar— lo tomé y me fui. No
pagué nada...
—No. No llores, Alina. Tú lo necesitabas. Te robaron todo lo que tenías y
debías irte de allí.
—Pues fue lo peor que hice. Debí quedarme y soportar los golpes que me
hubiesen dado. Todo fue mucho peor. Los tres hombres comenzaron a correr por
mí. Me alcanzaron, entonces me golpearon. Intentaron… intentaron violarme —
su voz solo fue un sollozo y Sean tuvo que cerrar los ojos para no salir corriendo
a patear cosas—, pero uno de los hombres no tuvo piedad y me... me...
—Te quito la vida —terminó la frase por ella.
—Sí. Y me lo merezco, por robar.
—¡¿Qué?! —exclamó nervioso—. No, claro que no. Alina —sus dedos
rozaron las mejillas de la chica—, llegaste con dinero, ibas a pagar, pero toda esa
situación te puso nerviosa y tú solo actuaste por instinto de supervivencia, como
cualquier persona hubiera hecho.
—No debí correr. Quizá… quizá no me hubiesen matado —sin pensarlo
mucho, Alina se lanzó a los brazos de Sean y lloró más fuerte—. He dejado a mi
madre sola.
Sean no sabía qué hacer, quedó tan sorprendido por la reacción de Alina
que estuvo inmóvil por varios segundos. Hacia demasiados años que no lo
abrazaban, que no estaba en contacto físico con nadie. El calor de su cuerpo le
provocaba algo bonito, algo en su interior lo movía y no dudó en abrazar a la
chica fuerte contra él, inhalando su olor a verano.
—Alina —Sean la mecía en sus brazos—, tranquila, yo voy a estar aquí,
contigo. ¿Oíste? Mírame… —la joven lo miró— eso es, ya está.
Sean limpió su rostro con suavidad. Dejó la mano derecha sobre el rostro
y con su mano libre apretó con delicadeza la herida.
—Esto sanará, lo juro. Haré que te sientas mejor. Solo confía en mí. Llevo
aquí mucho tiempo como para decirte que… que yo… yo también he sufrido
bastante, pero estoy bien. Ahora lo estoy y me siento… bien.
Alina no sabía con claridad si el muchacho hablaba para ella o más bien
para sí. Hablaba con tanta tristeza y emoción al mismo tiempo, que sus palabras
salían una encima de la otra. Entonces, habiendo alcanzado un estado más
tranquilo, tuvo curiosidad por saber su historia. La razón por la que un hombre
tan apuesto y sombrío en similar medida podía estar allí.
—Y tú… ¿por qué estás aquí? ¿Qué ha sucedido?
—Mi historia es muy aburrida.
Sean se levantó del suelo y la ayudó a sentarse al borde del colchón junto
a él.
—Te diré que llevo mucho tiempo aquí.
—¿Demasiado? —preguntó curiosa.
—Sí, demasiado, creo que unos… treinta o treintaicinco años —se le
escapó una sonrisa ladeada.
—¿En serio? Pero… es que tú no aparentas…
—¿Ser un viejo? —bromeó— no, solo tengo veinticinco años.
—Pero entonces, ¿cómo es que no has envejecido?
—Cuando llegas aquí te quedas tal y como entraste. Y así mismo sales.
Pero dicen que, al salir, te vas a un lugar mejor si fuiste una buena persona. Si
no… pues, aún no se ha dicho lo que sucede.
—¿Entonces puedo salir? Eso no lo sabía, yo quiero irme, volver, ¿puedo
volver? —la joven hablaba tan deprisa que el eco de su voz resonaba por el
pasillo.
—Alina, no puedes volver. Has muerto, igual que yo, igual que todos —
Sean observó como el brillo de sus ojos desaparecía. Oh, no, eso jamás—. Mira,
ven conmigo, te mostraré cómo funciona esto.
Sean extendió su mano para que Alina fuera junto a él, pero ella tenía
miedo. Se encontraba en un mundo ajeno a lo que conocía. Con dudas aceptó su
mano y juntos caminaron hacia el pasillo.
Fueron pocos pasos hasta llegar al final. La Puerta nunca estaba sin
vigilancia, el cuidador siempre estaba allí. Alina se refugió tras la espalda de
Sean con miedo.
—Alina, él es Hermes. Es quien cuida La Puerta cada segundo. Y por
aquí pasarás… algún día.
Alina se acercó solo un poco, lo suficiente para apreciar la enorme puerta
oscura y el viejo hombre sin sonrisa.
—¿A dónde me llevará esto?
—A donde el destino decida —dijo sin más el anciano con cara de pocos
amigos.
—¿Puedo irme ya?
El viejo hombre sacó su libro arrugado y leyó en voz baja algo
inentendible. Luego lo cerró de un manotazo.
—Tu tiempo está cerca. Pero me temo que no podrás irte hasta que quedes
limpia.
—¿Qué? Sean —volteó hacia él—, no entiendo lo que dice.
El rostro de Sean era indescifrable. Sabía lo que ese hombre decía, pues ya
lo había escuchado para sí. Pero ni siquiera luego de su limpieza había logrado
salir. «Mierda, esto será muy duro», pensó. Regresó en silencio a su habitación,
acompañado por Alina. Le invitó a sentarse al borde del colchón.
—Alina, es muy difícil lo que te voy a decir.
—¿Ah? Me estas asustando —dijo con voz temblorosa.
—Lo sé. Tienes que limpiarte y hacer eso es algo… bastante
desagradable.
—¿Qué? —Alina se subió más a la cama, uniendo sus rodillas hasta el
rostro con miedo— ¿Qué tengo que hacer? ¿Me vas a lastimar?
—Lo siento —se acercó con mucho cuidado—, yo te voy a ayudar, lo haré
contigo, pero te dolerá.
La joven dejo escapar varias lágrimas. Sentía miedo y quería salir
corriendo. Pero mirar a Sean a los ojos le daba cierta tranquilidad. Tenía la
sensación de poder confiar en él, que encontrarían muchas cosas juntos. Levantó
el rostro, con el miedo corriendo por sus venas, y se llenó de valor.
—De acuerdo, ¿qué tenemos que hacer?
PARTE III

Sean estaba sentado junto a Alina. Sus manos le acariciaban el cabello
mientras la consolaba. «Ya he pasado por esto solo, no dejaré que ella pase por
lo mismo.»
Con la cabeza acostada sobre los muslos de Sean, Alina dejó de llorar. Las
manos del chico le ayudaban a calmarse, en especial aquella dulce melodía que
tarareaba bajito.
—¿Ya lo hiciste tú?
—Sí, pero estuve solo.
—¿Y por qué sigues aquí?
—Lo mismo me he preguntado. Pero lo importante es que tú tienes
oportunidad de salir pronto de aquí.
—Sí, pero… tengo miedo.
Sean deslizó un dedo bajo la barbilla de Alina para que lo mirara,
tomando su rostro entre las manos para encontrar esos hermosos ojos grises.
—Eres hermosa, Alina —ni siquiera vio venir esas palabras de su propia
boca.
—Sean… tal vez el destino me quiso poner aquí.
—El destino no puede ser tan cruel contigo —su voz se tornó sombría,
pero todo mal sentimiento se esfumó de inmediato cuando la chica empezó a
hablar.
—El destino me ha hecho conocer a un hombre maravilloso, donde jamás,
jamás pensé encontrar. Tú… me gustas, Sean —sus mejillas se tornaron rosadas
y aquel color provocó una ligera sonrisa en él—. Pero más me gusta esto —dejó
reposar su mano sobro el corazón del chico.
—Siento lo mismo que tú. Me gustas, Alina —confesó por fin—, pero
aquí no hay nada.
—Si lo hay —sonrió con dulzura—, hay todo lo que una chica podría
desear.
Sin dejar pasar más tiempo, los labios de Sean llegaron a los de Alina para
sellarlos en el más puro y deseoso beso que jamás hayan tenido los dos. El
hombre la besó con dedicación, sintiendo unas cataratas de placer infinito
recorrer su piel. No recordaba algo tan maravilloso y estaba seguro de que ella
tampoco. Lo notaba en su rostro y su respirar agitado. Las manos de Sean
recorrieron el cuello de la chica hasta llegar a su pecho, justo encima del
corazón.
—Hagamos esto rápido —dijo ella.
—Perdóname, por favor, perdóname.
—Sean, no tienes que…
Alina no pudo terminar, cuando sintió algo que le desgarraba la herida de
su costado. Sentía cómo se le helaba la piel y la sangre, cómo el corazón
bombeaba con tanta fuerza al punto de parecer querer salir de su lugar. Su grito
cubrió todo el edificio, pero nadie salió a mirar. Todos sabían lo que estaba
pasando, pues ellos algún día pasaron por lo mismo. La respiración estaba
llegando a su fin, veía a lo lejos el rostro de Sean, cubierto de lágrimas y
murmurando algo para ella, pero no podía escuchar. Y la oscuridad llegó, entre el
dolor inmensurable y la ansiada paz.

Horas más tarde, Alina abrió los ojos. Se sentía pesada, pero
curiosamente, su costado ya no dolía. Se incorporó sobre el colchón y miró la
herida. Ya no sangraba, estaba limpia y solo quedaba el rastro de una marcha de
tres pulgadas de largo. Sintió unas cálidas manos sobre la espalda y supo
enseguida a quién pertenecían.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Sean con tristeza.
—Estoy bien. Ya no me duele —sonrió, pero la tristeza de Sean le
provocaba el mismo sentimiento—. No estés triste, ya pasó.
—Desearía no estar así. Desearía arrancarme este dolor que siento por lo
que te hice, pero no puedo.
—Pero era necesario, tú lo sabes, así es como se debe hacer para poder
salir, ¿no?
—Sí, pero no me gusta hacerlo y menos si… menos si te quiero.
—Oh, Sean —la joven lo abrazó con fervor—, yo también te quiero.
Aun abrazados con alegría, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Ambos se sorprendieron y la joven miró asustada al viejo cuidador de la puerta
parado frente a ellos. Su mirada severa dejaba mucho que decir. Algo no estaba
bien.
—Ustedes dos, levántense ahora mismo y vengan conmigo.
Ambos obedecieron sin chistar. Sean se volcó en sus pensamientos, pues
nunca había ocurrido algo como eso. «Debe ser un error», pensó. Llegaron al
final del pasillo y les sorprendió verse parados frente a La Puerta. El cuidador
sacó su libro y los miró severamente.
—Verán, tenemos un grave problema aquí.
—¿Qué sucede, Hermes?
—Sus almas se han ligado. Y como sabes, Sean, solo uno puede pasar.
—¿Cómo que solo uno puede pasar?
—¿No puedo salir yo primero y luego él? —preguntó la joven con tono
nervioso.
—Sí, pero serán enviados a lugares diferentes.
—¡No!
—Esto nadie me lo dijo, Hermes, nunca mencionaste algo así.
—Cuida tu tono, Sean. No olvides con quién hablas.
Alina intentaba controlar sus lágrimas, pero quería a este hombre. Solo
bastó unos días para saber que él era su destino. Sufría por no estar viva, con su
madre, pero se había enamorado por primera vez en la vida, o lo que fuera que
tuviera en ese momento. Y lo mejor de todo… ella era correspondida.
—Por favor —suplicaba—, ya me he limpiado. Deje que Sean se vaya
conmigo, por favor, se lo imploro.
—Lo siento, no puedo permitirlo. El problema es que están ligados. Sean
lleva aquí muchos años, tú has llegado recién. A donde él le toque ir, iras tú
también.
—¡No! —gritó Sean— Yo sé a dónde iré y ella no va a estar allí.
—Tú no sabes eso, Sean. Por favor —Alina comenzó a llorar—, yo iré
contigo, donde sea. ¿No quieres estar conmigo?
—Alina, no digas eso —rodeó su rostro con las manos para besarla—,
quiero que estemos juntos… por siempre.
Sean lo pensó un poco.
—Hagamos un trato, Hermes.
—¿Un trato?
—Eres un mensajero, lo puedes hacer, ¿no?
—Yo… —el cuidador se veía confundido por instantes, pero luego cerró
los ojos, resopló con desgana y aceptó—dime qué quieres.
—Te ofrezco lo que falta de mi corazón… y mi alma, si dejas que Alina se
vaya a un lugar seguro y en paz.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No! ¿Cómo puedes decir eso? —Alina comenzó a darle
golpes en el pecho de Sean mientras sollozaba con fuerza— No lo hagas, ¿cómo
puedes hacer algo así? ¡Nunca te veré, nunca te veré!
—Trato hecho —respondió Hermes luego de mirar a la nada.
—¡NO!
La joven fue pegada a la pared del pasillo por una fuerza invisible. Le
tocaría mirar lo más horrible que sus ojos hayan presenciado. Sean se quedó
parado frente a Hermes mientras esperaba algún movimiento de su parte. El
cuidador acercó su mano al pecho de Sean. Sintió temor y giró su rostro para
encontrarse con la chica que lo había salvado de la oscuridad.
—Te amo, Alina.
—Sean… Sean, no lo hagas, por favor, no me dejes sola. Te necesito.
—No te preocupes, mariposa. Yo te iré a buscar —le dolía ver a su
hermosa chica de ojos grises llorar por él y el nudo en su garganta crecía cada
vez más—. Mírame, mírame, te lo pido. Te juro que haré lo imposible para que
estemos juntos.
—Oh, Sean, te amo, te amo también —lloraba sin parar.
Sean cerró los ojos sintiendo el calor de la mano del cuidador acercarse a
su pecho. Alina gritaba más fuerte, pues un sonido agudo y latente se escuchaba
por todo el edificio. Un pequeño temblor sacudió las paredes y el suelo, y una
luz potente salió de la mano de Hermes sobre el pecho del otro.
Entonces llegó el silencio.
El lugar retomó el color de siempre, el aire volvió a ser áspero y seco. Y
allí estaba Sean, parado en el mismo lugar, con el cuidador frente a él y su mano
aun extendida. Abrió los ojos con asombro, pues vio que aún seguía en el mismo
lugar. Buscó a Alina, que estaba sobre el suelo en shock, con la mano sobre su
pecho.
—Pero, ¿qué…?
—Has pasado la prueba.
—¿Qué? No entiendo.
—Has sobrepasado tu temor, te has limpiado desde adentro —el cuidador
señaló sobre su pecho—. Tu corazón esta restaurado, así como tu alma. Ahora
puedes salir por La Puerta con ella.
Sean estaba asombrado, no podía creer las palabras de Hermes, hasta que
le dejó pasar frente a La Puerta. Era cierto, podía irse por fin, con Alina. Buscó
su mano y la atrajo hasta su cuerpo. La abrazó como si la vida se le fuera en ello
y la besó tiernamente.
—Nos vamos a casa.
—Sí.
—Te amo, Alina. Todo este tiempo… tan solo era la espera de tu llegada.
Ha valido la pena, lo ha valido todo.
—Me alegro de haber llegado —le sonrió con dulzura—, te amo.
—Ahora, ¿cruzamos la puerta?
—Cruzaremos la puerta… juntos.
Se tomaron de la mano, con una sonrisa en los labios. Sean hizo girar el
pomo y abrió La Puerta, dejando escapar todo el resplandor por ella. Ya no había
miedo, ni inseguridad ni desesperanza. Estaban juntos, y juntos irían al infinito.
Las personas se agruparon para observar ese momento único, donde por fin
aquellos seres se habían ido juntos a un lugar mejor, un lugar en paz. Quizá para
enmendar algún error, o simplemente… para vivir una nueva vida con amor.

FIN
AURALUNA

AuraLuna nació en la hermosa isla de Puerto Rico. Es madre de tres hijos, esposa, gamer, social
media & community manager, diseñadora gráfica, bloggera, amante de la música, la informática, fotografía
y literatura. Entre sus géneros favoritos está el romance, erotismo, vampiros, misterio y suspenso, pero
disfruta placenteramente de cualquier lectura. Se le desconoce su edad. Vive en el campo, rodeada de
animales, flores y plantas.

Puedes buscar más información en: www.wattpad.com/AuraLuna

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