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En un
mismo momento. Un momento eterno que cambiaría el curso de las cosas
para siempre.
Sus padres le prohibían salir solo a esas horas de la noche, pero esta vez no
le importó.
Había escuchado de su amigo Mike, que le había dicho John, que había
escuchado de Elizabeth, la niña de las trenzas graciosas, que sus primos Chad
y Brad le habían dicho, que en la madrugada habían visto una nave espacial
surcando el cielo nocturno. Así que el niño iba a toda velocidad por la
pendiente. Le gustaba sentir el viento estrellándose contra él, la sensación de
que en cualquier momento podría salir volando y, quizá, sólo quizá, nunca
regresar.
Pisó los frenos de su bicicleta y, poniendo los pies firmes sobre el asfalto, fue
avanzando lentamente. Contenía la respiración por lo que pudiese encontrar.
Nunca había sido un creyente de los extraterrestres y esas cosas, pero… ¿qué
pasaba si los encontraba?
— ¡Da la vuelta! ¡No te acerques más! —grité. Pero fue en vano, el niño siguió
avanzando.
Fue entonces cuando entendí que nada de lo que hiciera podría cambiar los
acontecimientos.
Observe a un padre con su pequeño, los observe reír, pero a mis oídos sólo
llego una risa femenina. Su risa. Cerré los ojos fuertemente tratando, en vano,
de despejar de mi mente su esencia. No tenía idea de lo que había hecho en
mi en tan poco tiempo y no tenía idea de cómo podía deshacerme de aquello.
El dolor que sentí en ese momento y justo ahora, al saber que ella no podría
quererme cómo yo lo hacía, me era conocido. Un viejo amigo que despierta
luego de un largo y tranquilo sueño. Va estirando sus brazos y sus
extremidades, recorre el lugar, acomodándose y sintiéndose a gusto en su
entorno.
Es muy tarde para mí, pensé. Ya estaba más allá del punto de retorno.
Tan sólo quería despejar su mente, alejar la tormenta lejos, pero él lo sabía
mejor… que aquello no era posible.
Había sido un tonto al pensar que podía intentar algo con una chica como ella.
Ahora lo sabía. Había sido un tonto al pensar que tendría una oportunidad, que
realmente la tendría. Después de todo lo que ella había dicho, yo aún había
estado allí, esperando… algo. Y ese algo indudablemente había llegado, pero,
¿cómo, después de todo, podía saber si eso era real?
Irónicamente era por esa última razón que había estado mucho por aquí. Ella
no lo sabía, por supuesto. Pero realmente no podía dejarla sola, no por aquí.
Es por eso, que cada noche, la mayoría de ellas al menos, luego de que ella
saliera de su trabajo, de ese bar de mala muerte en el que era camarera, la
acompañaba a casa desde la distancia. Todas las veces queriendo acercarme
y todas las veces manteniéndome lejos.
Froté mis ojos, despejando mi rostro de la lluvia creciente. Me dije que fue por
esa razón, por el peligro, que comencé a acercarme a su puerta. Sólo
necesitaba verla, necesitaba saber si estaba bien. Si había llegado bien a su
casa. Sólo observar su rostro y me iría. Sólo… saber que estaba protegida.
Paso tras paso me acerqué más a la pequeña casa, y algo extraño oprimió mi
pecho al saber que ella tenía que pasar todas las noches en aquel lugar. Subí
la escalinata de dos en dos y me detuvo ante la desgastada puerta.
Formé un puño con mi mano y lo sostuvé delante de la misma con la intención
de llamar. Ocho, nueve, diez segundos pasaron. Y sólo pude quedarme allí.
Empapándome en la tormenta. El frío se extendía poco a poco por todo mi
cuerpo, entumeciendo, de momento, el dolor.
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