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Natalia Sinde
Sobre el estilo renacentista
y el fin de la arquitectura española
De la majestuosidad desnuda a la castidad nacionalista
“…el encuentro de varios maestros en una ciudad y en torno a una obra, con
objeto de seleccionar sus trazas, para resolver los problemas que la fábrica
presentaba o incluso para elegir a la persona que habría de dirigirla, era
oportunidad extraordinaria para el intercambio de opiniones, la comunicación
de ideas y proyectos, para la discusión de problemas constructivos o estéticos.
En resumen, para aprender y para enseñar” (MORALES, 1991, 76).
Para Morales, un artista que domina su oficio siempre está abierto a la influencia
de sus pares y, aun así, se expresa con un mismo lenguaje sin suponer esto una expresión
monótona o reiterativa sino recurrente en sus modelos habituales, en su léxico común
cuyo perfecto dominio invita a la sorpresa y al juego. Asimismo, agrega como una de las
causas de la uniformidad estética la solicitud del cliente de aplicar fórmulas o soluciones
ya prestigiadas (MORALES, 1991, 74). A propósito de ello, da cita al caso sevillano y a
los viajes efectuados por los maestros mayores de la catedral a las localidades de Jerez,
Puerto de Santa María y Utrera a fin de concertar la extracción de la sillería para las
dependencias adosadas al templo durante el siglo XVI. Afirma que estos eventos fueron
aprovechados luego en el proceso constructivo de las iglesias parroquiales. Esto explica
la intervención no documentada de los arquitectos de la catedral de Sevilla en la torre-
fachada de la iglesia de Santa María de la Mesa de Utrera –estilísticamente asignada a
Martín de Gainza– y la portada lateral de la parroquia de Real de la Jara –a la que juzga
como una indudable creación de Hernán Ruiz II–.
“…sólo el conocimiento preciso del estilo o lenguaje de los artistas servirá para
clarificar el asunto y para explicar satisfactoriamente las concomitancias y
similitudes o las disparidades y peculiaridades que se aprecian en edificios de
distintas poblaciones, en los que se sabe o se sospecha de la intervención de un
artista concreto” (MORALES, 1991, 75).
“Se nos demuestra que murió en 1636 y, por lo tanto, se le supone de edad muy
avanzada, dado que sus primeras noticias, de 1569, en Sevilla, lo situarían en
esta fecha con unos 20 años; esto es, habría nacido en torno a 1549 y habría
fallecido con unos 87, cifra bastante excepcional, incluso si la comparamos con
los 82 que vivió otro de sus colegas, reconocido como longevo, Alonso de
Covarrubias, fallecido a los 82, y jubilado a los 77 años por la catedral toledana
por «su antigüedad y vejez»; Díaz de Palacios, sin embargo, permanece al frente
de las obras catedralicias de Málaga hasta 1629, hasta los ochenta. Se nos dice
también que tuvo un hijo, asimismo llamado Pedro, por lo tanto homónimo, que
aparece en 1585 cuando requiere del padre que intervenga en la tasación de una
obra propia, realizada en la villa burgalesa de Badocondes; se asume que, al no
volver a comparecer en documento alguno y no aparecer en ninguno de los
testamentos paternos, debió morir muy poco después” (MARÍAS, 1991, 41).
“Si el hijo tiene que nacer hacia 1560, su padre contaría de 25 a 30 años, lo
normal de un matrimonio, y habría debido nacer entre 1530 y 1535. A su muerte
habría contado con la no despreciable edad de 106 o 101 años y habría trabajado
hasta los 99 o 94, convirtiéndose en un verdadero prodigio de la naturaleza. ¿No
parecería más lógico que nos encontráramos ante dos arquitectos homónimos,
padre e hijo? Uno, maestro mayor de la catedral de Sevilla, habría nacido hacia
1530/35, accedido a la maestría en 1569 y desaparecido en 1592, en torno a los
60 años de edad. El hijo, nacido en torno a 1560, alcanza la maestría malacitana
en 1599, a los 39 y fallece a los 76, dejando de trabajar a los 67. Todas,
evidentemente son fechas aproximadas pero probables en términos generales. El
hijo que solo aparece, con el padre, en 1585, no muere de inmediato, sino que no
reaparece con él porque es el padre el que ha fallecido.” (MARÍAS, 1991, 42).
Bastaría con contrastar la caligrafía del maestro sevillano y la del malacitano para
comprobar esta segunda hipótesis. Concluye entonces que la causa de tal confusión es la
inercia. Es decir, estamos tan acostumbrados a tratar con un único Pedro Díaz de Palacios
que ni siquiera ante una cronológica sugestiva nos planteamos la posibilidad de que se
trate de al menos dos personas con el mismo nombre: un padre y su hijo.
Según Morales son prácticamente nulas las novedades detectadas a lo largo del
1500 (MORALES, 1991, 75) y, aun así, para las innovaciones estéticas acaecidas será
fundamental tanto el intercambio entre la península itálica y la ibérica que conforman la
Hesperia como la influencia en esta última de lo moruno, lo americano y viceversa.
Llegado este punto, Morales plantea también la necesidad de valorar la ornamentación
diciendo:
“…los edificios no se levantaron para mostrar la desnudez de sus paredes, sino
para contener los más diversos objetos y obras artísticas, contribuyendo a la
exacta valoración de los inmuebles, a su enriquecimiento y transformación. Tales
piezas, que podrían agruparse bajo el concepto de decoración, deben ser pues
consideradas como elementos básicos a la hora de estudiar e individualizar cada
uno de los edificios, más allá de los rasgos comunes que puedan derivarse de
consideraciones de carácter tipológico” (MORALES, 1991, 77).
“…el desarrollo de la escalera en el siglo XVI español tuvo que ver con una
modificación de los hábitos domésticos, de las formas de vida. En concreto
habría que ponerla en relación con la creciente tendencia a vivir durante los
meses de invierno al menos (es decir, durante la mayor parte del año) en un piso
alto, siempre más fácil de calentar y más luminosos que las plantas bajas. La
escalera habría venido en consecuencia a ocupar un papel similar al del zaguán
en épocas anteriores; una especie de diafragma entre el espacio más público de
la planta baja y el más privado (siempre relativamente) de la planta alta,
destinado además, por su tamaño y riqueza, a revelar la «calidad» del dueño.
(…) Algunas alusiones en la literatura contemporánea sugieren que el señor de
la casa acudía a recibir a sus huéspedes más distinguidos al pie de la escalera,
lo que le confería un carácter de espacio de representación” (LLEO CAÑAL,
1991, 37).
“…nada hay tan difícil como gustar el encanto del desnudo arquitectónico… A
mí por mi parte me ocurre que cuando veo en un edificio un adorno cuya función
arquitectónica no comprendo, se me antoja que está allí para tapas una grieta o
un defecto de construcción.” (RODRÍGUEZ RUIZ, 2002, 315).
Rodríguez Ruiz va más lejos al suponer que las severas críticas que había sufrido
la edificación hasta entonces tenían una directa relación con cuestiones políticas. Tras la
llegada al trono hispano en el año 1700, Felipe V, nuevo rey de la Casa de Borbón y nieto
de Luis XIV, se enfrenta con el modelo histórico de los Habsburgo, teniendo esta disputa
con la Casa de Austria un correlato estético y otro bélico que asegura su permanencia en
la corona española. De acuerdo con Rodríguez Ruiz:
“El motivo de que algo tan representativo y simbólico del arte de la época de los
Austrias pudiera ser objeto de reflexión por parte de una institución foránea sólo
podía ser debido, precisamente, a la presencia en el trono de esa monarquía, la
hispánica, de un rey francés, o, al menos, eso parece lo más lógico”
(RODRÍGUEZ RUIZ, 2002, 318-319).
Luego agrega que, de acuerdo con el historiador del arte Yves Bottineau, entre
julio y agosto de 1703, la Academia francesa estudió el plano y la construcción del
Escorial para concluir con una valoración injusta de su arquitectura, mostrando, según
Bottineau, ignorancia sobre ciertos usos españoles, estrechez mental y falta de interés por
comprender la concepción monumental en su conjunto.
Ahora bien, ¿por qué en 1703 la academia desprecia El Escorial y poco más de
media década después lo rescata para encumbrarlo, sintomáticamente, en lo más alto de
la arquitectura española? Como decíamos al comienzo de este ensayo, hablar de una obra
renacentista implica hablar de un mundo recientemente globalizado en el que se debaten
los límites entre los Estados modernos emergentes, la armonía entre tradiciones culturales
e históricas disímiles y la necesidad de encontrar un fundamento ideológico común que
subsuma las diferencias socioculturales. Ese fundamento ideológico que germina durante
el Renacimiento y madura en el Clasicismo es el nacionalismo y debe convivir con el
universalismo atravesando desavenencias estilísticas.
“Es de nuevo, desde Francia, desde donde se pretende inaugurar una tradición
arquitectónica nacional propia de la Monarquía Hispánica. De hecho, ese sexto
orden nacional fue recogido en un tratado español en fecha relativamente
temprana, aunque de su efectiva realización o aplicación en alguna obra no se
tengan noticias.” (RODRÍGUEZ RUIZ, 2002, 321).
“Si, además, tenemos en cuenta que esta serie de pinturas sobre El Escorial iban
acompañadas de otras de los Sitios Reales propios de las Austrias, podríamos
convenir en que la obra de Houasse, al lado de sus cualidades pictóricas,
iconográficas y documentales, aportaba un contenido simbólico a esas
representaciones de tal forma que podían constituir para Felipe V una forma de
reconocimiento de su renovado poder sobre esas casas de la Monarquía
Hispánica, propias ahora de la nueva dinastía de los Borbones.” (RODRÍGUEZ
RUIZ, 2002, 330).
Bibliografía específica
HERRERA, Juan de (1589). Sumario y breve declaración de los diseños y estampas de la Fábrica de San Lorenzo El
Real del Escorial, Madrid: Publ. por viuda de Alonso Gómez, Biblioteca Digital Hispánica.
MORALES, Alfredo J. (1991). “El Renacimiento en la arquitectura”, Príncipe de Viana, Pamplona: Fondo de
Publicaciones del Gobierno de Navarro.
MARÍAS, Fernando (1991). “Hacia una historia de los usos arquitectónicos del Renacimiento español”, Príncipe de
Viana, Pamplona: Fondo de Publicaciones del Gobierno de Navarro.
LLEO CAÑAL, Vicente (1991). “Dos líneas de investigación: contexto social de la arquitectura y los estudios
anticuarios en el Renacimiento español”, Príncipe de Viana, Pamplona: Fondo de Publicaciones del Gobierno de
Navarro.
RODRÍGUEZ RUIZ, Delfín (2002). “En El Escorial «murió la arquitectura»”, El Monasterio del Escorial y la
arquitectura: actas del Simposium, Madrid: Coord. por Francisco J. Campos y Fernández de Sevilla.