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vigencia el
18
de
julio
de
1978.
Es
una
de
las
bases
El Estado no sólo está obligado a satisfacer este derecho, sino que también debe
garantizar los medios. Es decir que puede disponer de la coacción como instrumento
para cumplir con dicha función, como en efecto ha hecho. Las expropiaciones, los
aportes del Fondo de Ahorro Obligatorio para la Vivienda, las Carteras crediticias
obligatorias para Vivienda, las invasiones, etc.; son todas violaciones a la propiedad
privada justificadas por el derecho a la vivienda, y que además no han resuelto el
problema.
La cuestión sobre lo que una agencia de gobierno tiene la facultad de hacer o qué
grado de poder sobre los individuos se le permite ejercer es central en la discusión
que se tiene que dar acerca de la discrecionalidad que tiene Estado para “garantizar”
un derecho.
La consecuencia ulterior termina siendo la destrucción del imperio de la Ley
producto de que el patrimonio (como conjunto de bienes y derechos) de los
ciudadanos, y el ciudadano mismo, comienza a constituir los medios de los que
dispone el Estado para “garantizar” derechos. En la medida que le permitimos al
Estado intentar satisfacer todas nuestras necesidades, estamos abriendo la puerta a
la discrecionalidad y a la violación de nuestros propios derechos.
Respondiendo a las dos preguntas planteadas anteriormente, el Estado no debería
garantizar los derechos de los ciudadanos, sólo hacerlos respetar. Sin embargo, la
participación del Estado es posible siempre y cuando se cumpla la condición de que
dicha participación sea o como árbitro –creando las condiciones idóneas para la
satisfacción de los derechos, o como jugador –siempre que esté regido bajo las
mismas condiciones que los demás actores, pero nunca en ambas calidades.
En conclusión, el rol que tiene el Estado debe estar muy bien definido, asegurando
que el accionar del Estado no atente contra nuestros derechos excusándose en la
garantía de otros. No se trata de argumentar en contra o a favor de un derecho a la
vivienda, sino de preguntarse de qué manera y a costa de qué el Estado podrá
garantizarlo. Si reconocer un derecho supone violentar otro, lo más probable es que
estemos hablando de un “derecho” que nunca lo fue.