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1. La filosofía estudia toda la realidad a la luz de la razón natural.

Más allá de
los conocimientos particulares proporcionados por la experiencia sensible,
busca las explicaciones más radicales que se pueden dar de la realidad; por esto
suele decirse que estudia la realidad a la luz de sus causas últimas. En esta
perspectiva la Filosofía de la Naturaleza no es otra cosa que la reflexión
metafísica sobre el mundo corpóreo en el que el hombre se encuentra sumergido
y en diálogo permanente con él. El pensamiento filosófico responde a una
aspiración fundamental del hombre, que desde el principio se da cuenta que no
está rígidamente atado al acontecer natural, sino que debe enfrentarse con la
realidad para configurar en ella su vida de un modo autónomo y responsable.
De ahí la preocupación por el principio y fundamento de todas las cosas.
Si la Filosofía de la Naturaleza se dirige ante todo a considerar lo existente es
preciso delimitar qué tipo de ente es su objeto propio y del modo en que esta lo
aborda. Todo lo que cae bajo la razón de ser, esto es, el ente, responde a dos
clases diferentes según sea la forma de su existencia; así, encontramos seres
ideales, que existen únicamente en el orden del pensamiento, y seres reales que
existen en el orden de la realidad extra mental pero no son necesariamente
materiales pues algunos existen separados de ella y así, los hay de dos tipos:
seres materiales y seres espirituales cuyo conocimiento se alcanza únicamente
por el entendimiento. Junto a estas dos modalidades de seres podemos
establecer otra: ser contingente y ser necesario. El primero es aquel cuya
existencia permanece en la posibilidad mientras que el segundo se dice del ser
cuya existencia se dice necesaria como causa de la generación de todo lo que
ha llegado a la existencia; este último es Dios, ya que a todos les parece que
Dios es causa y cierto principio de las cosas. El ser material no es el único ser
contingente, también los son los espirituales que han comenzado a existir por
causa del primer ser pero su contingencia no equivale a finitud.
La Filosofía de la Naturaleza, atendiendo a las modalidades de seres
anteriormente descritas, considera el ente corpóreo, el ser real material y no a la
totalidad de los seres. Este objeto lo comparte con las ciencias naturales pero
como ciencia que considera el ente corpóreo en tanto que es ente se pregunta
por su existencia y por sus causas últimas trascendiendo el nivel óntico en que
se enmarcan las ciencias naturales que consideran los fenómenos por sus causas
próximas, ninguna de estas ciencia, en efecto, se ocupa del ser mismo de lo que
es, en tanto algo que es, sino que tras seleccionar de ello una parte, considera
sus accidentes y sus causas próximas. La atención que esta ciencia presta al ser
de las cosas hace de ella una metafísica aplicada al ente corpóreo no sólo físico,
también el orgánico. Metafísica y Filosofía de la Naturaleza coinciden en parte
en su objeto material, la primera se dirige al ser en general mientras que la
segunda lo hace al ser particular en ente corpóreo.
Si esta ciencia busca ante todo las causas últimas de la realidad ha de dirigir su
atención a las cuatro causas fundamentales de todo lo existente y que responden
a cuatro preguntas que se aplican a cualquier ser de carácter finito:

Intrínsecas Extrínsecas
-Material: de qué está hecho -Eficiente: Cuál es el origen
-Formal: (la esencia) cómo está hecho -Final: Para qué está hecho

La condición material del ente corpóreo revela una característica fundamental,


la finitud. Ser finito significa ser materialmente limitado, si algo tiene límites es
finito. Pero la finitud significa mucho más que la temporalidad y esta última, a
su vez, es más que la finitud si se la piensa como la imposibilidad de perdurar
sin fin en el tiempo. Finito es por tanto el ente que ha llegado a la existencia
porque ha recibido el ser como “Don” y esto implica que, de suyo, no tenga la
posibilidad de tenerse a sí mismo y subsistir por sí. Finito no es sólo lo que tiene
fin en el tiempo, es lo que ha recibido el ser, posee una determinación que lo
limita en su identidad esencial y por lo tanto no es causa de sí mismo. En el ente
corpóreo, además de las características anteriores, encontramos un nuevo
principio de finitud: la materia.
Anteriormente se dijo que la Filosofía de la Naturaleza estudia la realidad a la
luz de la razón natural. Ahora, procedemos a determinar el uso que hace de ella.
De entre las llamadas “racionalidades” identificamos los siguientes usos de la
razón: empírico, técnico, científico, tecnológico y filosófico. Este último
explica los fenómenos por sus causas últimas, apunta a la esencia de las cosas
y a sus definiciones esenciales. La pregunta por el ser de las cosas se conecta
con la experiencia de la realidad empírica pues todo conocimiento inicia con la
sensibilidad pues aunque las primeras ideas corresponden a la experiencia
sensible es a partir de las sensaciones que la inteligencia puede alcanzar la
esencia de las cosas y aun, las realidades espirituales. El conocimiento del alma
humana, por ejemplo, ser extra mental de naturaleza espiritual que en razón de
haber llegado a la existencia se presenta como contingente, no es objeto de los
sentidos pero llegamos a conocerla por sus operaciones: el pensamiento o las
construcciones lógicas como los primeros principios que son, por lo demás,
inteligibles. La Filosofía de la Naturaleza considera los fenómenos naturales por
sus causas últimas que responden al qué es de la naturaleza, el ente corpóreo,
etc. Así, está en capacidad de formular definiciones esenciales de las cosas sin
prescindir de las definiciones operacionales del cómo es propias del
conocimiento científico.
Se ha dicho, no sin razón, que el conocimiento empieza con los sentidos y a
partir de él se alcanza la esencia de las cosas. Por lo tanto, el conocimiento
filosófico hace abstracción de contenidos y apunta a la estructura, esto es, a la
forma de las cosas. La inmaterialidad del entendimiento lo confirma pues su
operación no radica en ningún órgano y así, al conocer busca la forma de las
cosas. La mirada de la inteligencia, antes de alcanzar el ser en cuanto ser de las
cosas de la naturaleza y a su pura inteligibilidad metafísica, puede y debe captar
en ellas una inteligibilidad en lo sensible; conocer no por opinión sino de un
modo firme y demostrativo esas mismas cosas. No es posible una filosofía sobre
el universo sensible, del cambio, del movimiento, del devenir, sino con la
condición de que existan centros y vínculos de inteligibilidad en el propio ente
considerado como tal.
Del mismo modo en el pensamiento científico hay supuestos filosóficos, es
decir, la construcción de la ciencia contiene elementos propios del pensamiento
filosófico pero el positivismo, que hace del contenido de la ciencia
epistemológicamente autónomo en su estructura temática con una
configuración propia y autónoma, impide la articulación entre ciencia y
filosofía, conocimiento y sabiduría. Pero si la articulación de la temática
filosófica con el contenido de la ciencia no debe establecerse en el aparato
metodológico que sostiene al segundo, podría decirse que la temática filosófica
no es un componente esencial del conocimiento científico que no lo estructura
ni lo justifica y esto resulta inadvertido. Los primeros principios son de carácter
ontológico y también lógicos, del ser y del pensar resultando inherentes no sólo
en la filosofía sino en la ciencia e incluso en el mismo modo de conocer las
cosas, de lo contrario, todo conocimiento sería imposible pues las mismas
ciencias naturales al considerar un aspecto particular de la realidad se dirige a
él como distinguiéndolo de todos los demás, esto para citar un ejemplo de los
principios de identidad y de no contradicción en el conocimiento científico.
La racionalidad filosófica que se ocupa del aspecto ontológico del ente corpóreo
implica un abordaje más universal de la realidad que se construye sobre la base
de hechos observables, parte de lo sensible y por vía de reflexión llega a al
conocimiento de los principios inteligibles del ente. Tenemos ahora que el
método de la Filosofía de la Naturaleza ha de ser reflexivo y crítico. Reflexivo
en tanto vincula lo observado y contrastado empíricamente con los principios
inteligibles. Un conocimiento científico que se cierra a la reflexión sobre la
realidad resulta parcial en su utilidad, pues no se ordena cabalmente al deseo de
conocimiento del hombre que en tanto ser espiritual llamado a la trascendencia
busca conocer, no de cualquier modo, sino las causas ultimas de la realidad que
habrán de conducirlo hacia su finalidad esencial. De este modo, La Filosofía de
la Naturaleza se presenta como un tópico generador de inquietudes científicas
y aun estéticas, literarias etc., con un papel intermedio entre ciencia y filosofía
sin desdibujar la relativa autonomía de cada uno.
2. Si dirigimos la mirada hacia el exterior, como es cosa natural para el hombre
ingenuo, pero no como hombres prácticos que dirigen su interés en una
dirección determinada, sino que lo hacemos de manera puramente reflexiva y
con una mirada que no halla limitada por nada contemplamos un mundo que se
extiende espacialmente en torno a nosotros y que además no es un todo
homogéneo sino que en él destacan cosas, unas se presentan inmediatamente a
nuestra mirada, otras, observadas secundariamente, van llagando gradualmente
a un límite más allá de nuestra mirada. Pero con el horizonte visual que limita
el campo visual, no termina el mundo sino que se abren nuevas amplitudes que
se hallan detrás de él.
La manera en que la física contempla la realidad difiere de la mirada filosófica.
Si el conocimiento de la naturaleza es un problema filosófico es preciso hacer
una transición a la actitud reflexiva. Aquellos sobre lo que reposa la mirada es
la naturaleza, el mundo de los objetos, pero ahora efectuamos un cambio radical
en nuestra mirada. La actitud que podemos denominar “natural” corre el riesgo
de olvidar; se absorbe en el mirar, investigar, elaborara con el pensamiento el
mundo, sin atender a que es un mundo contemplado, investigado, pensado.
Cuando reflexionamos se abren todas las dimensiones de objetos de
investigación no observados anteriormente.
La naturaleza se nos presenta como un todo formado por unidades entitativas
que se hallan en conexión mutua, cada una de cuyas unidades se encuentran
bajo la influencia de las otras, se encuentran en una conexión de acontecer
causal. A parte de los factores constitutivos una Filosofía de la Naturaleza
investiga también en qué consiste su conexión, la unidad y la totalidad de las
cosas.
Esta actitud reflexiva se halla en oposición al hoy difundido punto de vista
positivista que fiel a la ingenua actitud de la experiencia y del método científico
supone que la realidad material es absoluta. Pero no sólo supone que es absoluta
sino que además es el único ser. Contra esto hemos visto que el método de las
ciencias naturales exactas no capta la realidad plena sino que se atiene a
determinados aspectos particulares de ella y por lo tanto no agota lo que de la
realidad podemos llegar a conocer. La esfera natural no puede pretender reducir
el conocimiento de la realidad. Dicha pretensión reduccionista se debe al
naturalismo moderno que ha surgido del positivismo en el siglo XIX. La
creciente exaltación a la ciencia natural ha excluido el mundo circundante, la
reducción positivista a una ciencia de los hechos ha acabado por perder y olvidar
el significado de la vida humana y de la misma realidad.
El eclipse de la filosofía de la naturaleza en favor de las ciencias de la naturaleza
hizo que esta última se presente como oposición a la filosofía con pretensiones
epistemológicas ajenas a su propia naturaleza. De este modo aparece el esquema
positivista de la ciencia que elimina la aspiración natural del espíritu a la
filosofía primera. El advenimiento de la racionalidad cientificista que ha
permeado desproporcionadamente en el ámbito educativo, social e incluso
político ha desplazado la reflexión filosófica al ámbito de las opiniones
personales, actitud de un marcado sello relativista.
Se ha visto la necesidad que tiene para el recto conocimiento de la realidad la
articulación que debe haber entre ciencia y filosofía. La actitud del científico
que se cierra a la posibilidad de ubicar a la ciencia en el orden del conocimiento
metafísico es ya evidente, el caso contrario, es el del filósofo que ve en la ciencia
un conjunto de saberes sistemáticos de la realidad material del que puede
prescindir por estar habituado a la consideración de las realidades supremas. Es
aquí donde el estudio de la Filosofía de la Naturaleza juega el papel intermedio
entre las dos ramas de conocimiento, en aras de conjugar conocimiento y
sabiduría, pues supone una actitud que no sólo es más adecuada en el orden
cognoscitivo sino genuinamente filosófica que comprende los dos niveles de lo
real: el óntico y el ontológico.
La investigación científica no debe agotar la realidad en la materia. La filosofía
ha de incluir en el sector de sus reflexiones toda la plenitud del ser, y ha de hacer
comprensible la posibilidad de distinciones y abstracciones que las ciencias
naturales presuponen ya en sus procedimientos. La verdad de una proposición
significa que esta da expresión válida a lo que podemos denominar un estado
de cosas existente, es decir, las cosas tal y como ellas se dan, en este caso, en la
realidad material. Hay proposiciones construidas en modo formalmente
correcto pero a las que no corresponden ningún estado de cosas, para citar un
ejemplo tenemos: el cuadrilátero es redondo. La proposición es verdadera en
cuanto a su forma, pero es falsa porque el estado de cosas a que se refiere, no
puede existir. Una filosofía que se construye con base en elaboraciones lógico-
formales sin referencia alguna a la realidad extra mental, material o espiritual,
cae en un idealismo ingenuo.
El reconocimiento de todo lo anterior es un progreso en la evolución del propio
pensamiento.

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