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En la década de los años 80 años, 1 de cada 10 niños que iniciaban sus estudios podía
llegar a bachiller 12 años después. Y si bien hoy, no se nota una evolución favorable, no
podemos dejar de mencionar que ese promedio esconde también una realidad perversa
que todos debemos conocer. Se estima que en el año 2013, cerca de 70.000 niños y
niñas nacieron en el seno de familias que viven en situación de pobreza o pobreza
extrema, para esos niños, el clima educativo familiar y las condiciones de vida,
conspiran negativamente, desde su nacimiento, contra su desempeño educativo. Se
espera que sólo el 2% de esos 70.000 niños, unos 1400 niños, pueda terminar el
bachillerato. Si no damos prioridad a combatir la pobreza infantil, esto habrá de
ocurrir, independientemente a que tengamos el mejor sistema educativo del
mundo.
La docencia es algo más complejo que enseñar a aprender, por lo que la formación de
los docentes habrá de promover las siguientes competencias:
Pensar en diferentes palabras para llamar a la violencia que habita la sociedad y las
prácticas escolares, supone tener una relación con “el quiebre de la palabra”. Al decir
de M. Percia (2000) que el comprender y atender las violencias cotidianas presume
experiencias de una palabra: lastimada, rota y golpeada; el autor se interroga ¿cómo se
cura la palabra?…entonces se piensa (continuando con la metáfora) en impartir un
“tratamiento” de la palabra: “la palabra se cura hablando”; para recuperar el poder de
pensar; ya que no se resuelve su cura con más violencia. “Tener palabras es pensar lo
que nos pasa”. M. Percia (2000)
Me ha llevado a revisar mi propia biografía escolar, donde prosperaban lo que
llamábamos “cargadas” “hostigamiento” “discriminación” o “insultos” de parte de
nuestros compañeros/as de clase; pero que siempre “existía” un “adulto” que ponía fin a
cada situación; marcaba el límite roto por la palabra y se trabajaba el valor de la
empatía.
Luego de repensar la propia experiencia escolar, profundicé en el recuerdo de cada
observación áulica de la cátedra Espacio de la Práctica docente, en escuelas públicas y
privadas.
Recordé algunas situaciones en N. Primario y N. Secundario…donde estas cargadas,
etiquetamientos o descalificaciones dentro del aula hacia otro/a niño/a eran en algunos
casos invisibilizados por los docentes a cargo de los mismos. He visto docentes (nadie
me lo contó): que sí marcaban los límites del cuidado de la palabra, parando la clase
para “enseñar” a sus alumnos la importancia del respeto de la palabra hacia un
compañero/a; como también he presenciado situaciones donde se hace oídos sordos
continuando con la “transmisión de contenidos”. Adultos presentes y adultos ausentes
ante lo tradicionalmente llamado falta de disciplina y hoy denominado “Bullying”, en
casi todos los espacios sociales y principalmente en la escuela.
El pacto escuela-familia
María del Carmen Feijoó ; Silvina Corbetta
“la relación entre familia y escuela es importante no sólo por las posibles
intersecciones entre ambas instituciones sino también porque la acción de la escuela se
constituyó históricamente sobre el supuesto implícito de una relación de colaboración
mutua con la familia. La institución escolar espera que las familias organizadas
alrededor del modelo tradicional participen de sus actividades, de la cooperadora y de
los actos escolares pero, mucho más importante que eso, espera también que acompañe
y refuerce el desempeño escolar de los chicos. Esta relación de complementariedad
tiene como supuesto que los padres comparten los mismos códigos que la escuela”
(Feijoó, 2002). En esta fase de la investigación, los indicios de su existencia surgen
sobre todo a partir del relato de los docentes acerca de lo que esperan de las familias, y,
en menor grado, del discurso de los padres en sus demandas hacia la institución escolar.
Y los indicios de la tensión existente en el pacto surgen de la asimetría de las quejas
hacia lo que los otros no dan. En el caso de los maestros, la falta de atención de los
hogares a la tarea escolar, o la falta de apoyo y seguimiento, mientras que, en el caso de
los padres, las quejas se centran en pedidos excesivos de materiales, poca comprensión
de las restricciones económicas que caracterizan la vida actual de las familias, la
arbitrariedad en la aplicación del sistema de sanciones, la baja capacidad de seguimiento
de los problemas específicos de los chicos, y la debilidad en la atención de lo que
consideran la tarea principal de la escuela: impartir conocimientos.
El rol de padres de alumnos es totalmente un rol social, ya que obliga a los padres a
afrontar situaciones de interacción alguno de ellos no muy bueno y otras satisfactorias.
Hay muchos maestro que no valoran la carga emocional que tiene para muchos padres
esta participación en la escuela y a veces no se les facilita demasiado las cosas o no se
les acoge de la manera más adecuada para que se sientan cómodos e incluso se da al
contrario, a muchos profesores/as le provoca angustia los encuentros con los padres
dando impresión de profesionales arrogantes.
En cuanto a los roles de la escuela se clasifican en cognitivos referente a los
aprendizajes metódicos, colectivos; en cuanto al rol pedagógicos, los profesores eligen
el método pedagógico a usar con su alumnado y lo más beneficioso para ellos/as; el rol
evaluativo facilita la participación de los padres de toda la información referente a los
sistemas de evaluación, proceso de enseñanza y aprendizaje usado con sus hijos/as y por
último el rol de profesionales que deben hacerse responsables del fracaso escolar del
alumno y aceptar sus funciones y su papel.
Desigualdad y exclusión
Conclusión
A lo largo de los años en Argentina se han potenciado las dificultades que enfrentan los
jóvenes para ingresar a la vida adulta, envuelto en contextos desfavorables
socioeconómicos, culturales “erróneos”, impregnados de violencia, drogas y
marginación donde los problemas adquieren mayor extensión, y constituyen un factor
de alto riesgo de desempleo, de discriminación y desafiliación socio-institucional.
Generalmente se tiende a decir que en Argentina la educación es gratuita, es decir que
implica que las universidades son públicas, por lo tanto la persona que no se convierte
en profesional o la persona que no progresa en la vida es porque “no quiere”. Otra frase
muy común en nuestra sociedad es que como Argentinos no aprovechamos nuestras
oportunidades para progresar, estas frases despectivas no tienen ningún sustento firme o
concreto mas allá de sus procesos generadores de marginación y exclusión de los
alumnos llevándolos a valorarse o pensar que son menos que otras personas por su
contexto sociocultural o económico. Creyendo que un alumno pobre, marginado, que
convive en un contexto de violencia, armas, drogas, asesinatos, robos y violaciones “NO
PROGRESA PORQUE NO QUIERE”. Esto nos lleva como futuros docentes a
plantearnos, contener a esos alumnos marginados por su país, la sociedad y en muchos
casos su propia familia lo cual nos debería llenar de orgullo esta difícil tarea y tomarlo
con profunda vocación y responsabilidad y desde nuestro pequeño lugar que serán las
aulas tratar de hacer una pequeña diferencia en la vida de los nuestros alumnos.