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EXPERIENCIA DE DIOS Y DESEO

- Anselm Grün-

A Dios no lo podemos experimentar directamente, solo podemos


tener una vivencia de él en este mundo en tanto y en cuanto lo
percibamos como el origen de toda existencia. Nuestro corazón desea
palpar a Dios en un fragmento del mundo. En cada persona hay
oculto un anhelo que no puede ser apaciguado por nada en esta vida.
Paul M. Zulehner habla sobre conceptos erróneos de personas “que
creen tranquilizar rapidamente un deseo incontenible con un acto de
felicidad pasajero” (Zulehner, Fur Kirchen – Liebhaberinnen, 20)
Nuestro deseo tiende a lo infinito y no puede ser calmado por una
meta finita. Al deseo no lo podemos “apaciguar con una series de
pequeñas experiencias circunscriptas al poder, a los hombres o al
dinero” (Arnold, Befreiungstherapie Mystik, “ mística de la terapia de
la liberación”, 16). Para Zulehnner, nuestro deseo de sentir a Dios se
desarrolla en forma discreta, “de este modo recobramos el recuerdo del
Dios olvidado” (Ibíd., 20). Cuando no logramos experimentar a Dios,
podemos entrar en contacto con nuestro deseo, el cual mantiene
abierta la pregunta sobre Dios. Sino podemos concebir a Dios, por lo
menos, llegamos a imaginarlo a través del deseo.
El anhelo es el reflejo de Dios en nuestra alma. Mientras nosotros
contemplamos la imagen reflejada de Dios en nuestra alma, va
creciendo en nosotros la instrucción de quien es este Dios que es el
único que puede calmar neutro deseo.
Deseo
Es el puente
Entre tu y yo.

Silencio
Es el sonido,
Que tu oído percibe.

Amor
Es la fuente
De la que bebemos.

Unidad
Es la raíz,
Que nos sostiene.

Recuerdo
Es el secreto
De nuestra vida cotidiana.

A menudo muchas personas, se quejan lisa y llanamente de que


no pueden sentir a Dios . Dios se ha recluido; quieren tener una
relación profunda con Él , pero se les presenta como algo lejano. Yo les
infundo valor para que concreten su deseo . Ayudados por este afán de
deseo, pueden llegar a percibir señales de Dios en su corazón y, algún,
día esas señales los pueden guiar nuevamente hacia la experiencia de
Dios . Un camino para entrar en contacto con nuestro propio deseo,
podría consistir en colocar la mano sobre nuestro corazón . Se podrá
percibir qué sucede en el corazón con los deseos. Se trata de un deseo
de relación, de amor, que el corazón impulsa ; un deseo de sentir a
Dios, que es el que da sosiego al corazón . Si a pesar de esto no sienten
a Dios, al menos pueden presentir el deseo de experimentar el amor de
Dios . En el momento en que se entra en contacto con el deseo, se
presiente la presencia de Dios en el corazón . El deseo es el ansia que
Dios ha puesto en el alma para poder asirse; es la puerta abierta a través
de la cual Dios puede entrar en nosotros.
Mucha de la gente que está en la búsqueda siente que la sociedad
moderna, que exige eficiencia, no es capaz de satisfacer el deseo. Pero
también experimentan que la Iglesia quizá no es el lugar donde su
deseo pueda encontrar una respuesta . La Iglesia está tan ocupada
consigo misma “que no percibe más el llamado del deseo de la gente”
(Ibíd. . 57). En la historia de la Iglesia existieron dos grandes teólogos
que supieron auscultar los deseos humanos y que abordaron el tema
en sus escritos : San Agustín y San Bernardo de Claraval . San Agustín
logró ahondar sobre el deseo humano y lo investigó con desvelo .
Descubrió que el origen del deseo se encuentra en la insatisfacción
que, tanto ahora como antaño, representa una característica humana .
Y San Agustín nunca se cansó de demostrar a los hombres cuál era la
verdadera meta del deseo; “A ti, alma, sólo te basta con Aquel que te ha
creado . Todo lo otro a lo que te vuelques te será miserable, porque a ti
sólo te alcanza con Aquel que te ha creado según su imagen” (Ibíd. .
99). Todo aquello a lo que pretendamos aferrarnos y que no se
corresponda con la voluntad de Dios se transformará en algo sin
sentir. Nuestro corazón no se calmará hasta que encuentre paz en Dios
.
Bernardo de Claraval observó detenidamente a la gente de su
época . Al igual que San Agustín, San Bernardo descubrió en el afán de
deseo la incesante búsqueda de Dios: Cada ser que dispone de
entendimiento tiende afanosamente por naturaleza a querer más de
aquello que considere valioso o necesario. No logra saciarse con nada,
pues siempre descubre algo que le resulte superior e imprescindible...
puedes ver personas colmadas de bienes y posesiones y, a pesar de ello,
siguen sumando día a día un trozo más de tierra a sus bienes en
incontenible codicia que no encuentra freno alguno . También puedes
ver personas que moran en regias mansiones y amplios palacios y, sin
embargo, continúan construyendo casas sin cesar, para luego
demolerlas y remplazar una residencia cuadrada por una redonda o
una redonda por una cuadrada” (Ibíd. 101). Las observaciones que
realiza San Bernardo se pueden aplicar hoy a muchas personas que
siempre están a la búsqueda de algo más y que nunca se sienten
satisfechas . Esta situación también se da en forma incontenible en
aquellos que persiguen un desmesurado afán de reputación y que
siempre pretenden obtener posiciones cada vez más prestigiosas que,
en vez de producirles satisfacción, terminan agotándolos con tanto
ajetreo . Los seres humanos nunca podremos calmar nuestro deseos,
pues siempre iremos tras nuevas sensaciones . Por ello debemos
intentar contemplar nuestros deseos a través del Espíritu . Es necesario
que dejemos de pensar en nuestro deseos, para así poder reconocer que
Dios es la meta de todos nuestros anhelos . De esta manera, nuestro
espíritu atribulado llega a encontrar paz .

Ernesto Cardenal , contemporáneo nuestro, ha tomado muy en


serio la cuestión del deseo y lo ha descrito de forma conmovedora .
Su famoso libro Vida en el amor comienza con la siguiente
oración : “Y en los ojos de todo ser humano hay un anhelo insaciable .
En las pupilas de los hombres de todas las razas ; en las miradas de los
niños y de los ancianos y de las madres y de las mujer enamorada, del
policía y del empleado y el aventurero y el asesino y el revolucionario y
el dictador y el santo : existe en todos la misma chispa de deseo
insaciable, el mismo secreto fuego, el mismo abismo sin fondo, la
misma ambición infinita de felicidad y de gozo y de posesión sin fin
“para Ernesto Cardenal cada persona anhela un amor incondicional,
un amor que le dé valor a la vida y que le tramita que es única y valiosa
como persona.
Los poetas poseen desde antaño un agudo sentido para expresar
el deseo humano. Ellos dejan al descubierto el deseo y abren la
pregunta sobre Dios. “El deseo es el origen de todo”, dice Nelly Sachs.
Con el deseo, el ser humano transita el camino para llegar a ser él
mismo. Sin este deseo no seria persona; sin el deseo, se entumece y
pierde su capacidad de vivir. Para Joachim Ernst Berendt, la meta de
todo deseo es la entrega: “El que anhela busca entregarse y el deseo es
el comienzo. Sin el deseo nada funciona.” El ser humano llega a serlo
plenamente cuando se entrega a lo sublime, cuando – según Berendt –
se entrega a si mismo, cuando entrega a su verdadero ser que es mas
grande que su propio yo.
Rainer Maria Rilke plasmo en una poesía su posición al respecto.
Dios da a cada hombre una palabra para el camino antes de enviarlo a
la noche de este mundo. El poeta lo expresa de esta forma:

“partiendo de tus sentidos,


ve hasta los confines de tus deseos: ofrécele tu manto.”

Dios ha introducido el deseo en el corazón humano para que la


persona salga al mundo a descubrir su belleza y en esta belleza – como
en todas las demás cosas – buscar a Dios mismo. Rikel nos impele para
que lleguemos hasta los limites de nuestro deseo, para que dejemos de
pensar en nuestro deseo y nos dejemos trasportar por encima de las
fronteras de este mundo. Solo así nuestro deseo nos guiara a Dios.
En otra poesía, Rikel define al deseo de esta manera:
“Esto es el deseo, vivir en constante devenir y no poseer ninguna
morada en el tiempo.”
El deseo consiste en vivir en medio de las tribulaciones de este
tiempo sin poseer ninguna morada. Nuestra morada se encuentra en
otro lugar; San Pablo, está en el cielo. El deseo quiere recordarnos, en
medio de este tiempo, que sólo podemos vivir de verdad allí donde la
eternidad irrumpe en nuestro tiempo, donde tiempo y eternidad se
derrumban. En definitiva, todos añoramos la morada. El
romanticismo habla la flor habla la flor azul que buscamos. Novalis,
uno de los mas profundos pensadores del romanticismo, dice de la
filosofía: “ Filosofía es nostalgia... el deseo de estar en casa en cualquier
lugar.” Todo pensamiento filosófico y teológico es sólo “un intento de
calmar la nostalgia. Y la verdadera morada de nuestro espíritu es Dios”
( Walter, Auf der Suche Nach Dem UnfaBbaren Gott. “En búsqueda
del Dios inalcanzable”, 46). Christian Morgenstem se compara con
una paloma mensajera que anhela toda su vida su antigua morada:
Perturbada cruza los paisajes, cae al suelo y se hiere: pero una ves que
vuelve a recomponer sus alas, vuela nuevamente a través del único
camino que satisface su incontenible deseo en busca de su lugar de
origen.”

Nuestra época es una época de la desilusión. La esencia de la


desilusión se muestra a través del escepticismo y del cinismo. Se han
desvanecido las visiones y no confiamos en la grandilocuencia. Para
algunos el deseo pasó a ser un espejismo. En la posmodernidad
vivimos sin ilusiones. Sólo hay un “post”, un después. Sin esperanzas
ni anhelos, y no hay ningún “pre”, ningún antes, que hace a la esencia
del deseo.
No obstante, el hombre no puede dejar de lado su deseo inclusive
en los tiempos posmodernos de la desilusión. Con sólo mirar a nuestro
alrededor percibiremos la gran cantidad de deseo que entonan
nuestros cantante de baladas románticas. Descubrimos los deseos
ocultos en nuestras apetencia y necesidades que la sociedad de
consumo despierta y pretende saciar. Se comercializa con los deseos
escondiéndolos detrás de infinidad de placeres sustitutos.
O simplemente contemplando la popularidad de ciertos
personajes que, a través de los medios gráficos, generan la ilusión de ser
partícipes del brillo de algún artista o deportista famosos, o la
curiosidad de experimentar lo que sucede en las casas y familias reales.
Se desearía ser tal o cual princesa o rey . Seria muy interesante indagar
hasta qué punto este tipo de publicidad influye sobre los deseos más
íntimos de las personas y llega a tocar el aspecto religioso del deseo,
para intentar convencer a un espectador de comprar un determinado
producto . Éste es el camino opuesto al que tomó San Agustín, quien
investigó las necesidades mundanas como una manifestación religiosa
del deseo . Hoy en día, el aspecto religioso del deseo ha sido puesto al
servicio de la estrategia comercial secular .

DESEO Y ADICCIÓN

Normalmente detrás de alguna adicción se esconde nuestro


deseo. Adicción es siempre un deseo incontenible. En la adicción
busco realmente aquello que anhelo en lo más profundo de mi
corazón .
Como no reconozco mi deseo, pretende ignorarlo a través de la
adicción y simulo que tomo directamente aquello tanto ansió. El
vocablo “adicción” en el alto alemán medieval se escribe Sucht, que
proviene de la palabra siech, que significa estar enfermo . También
existe la palabra Suche que significa “buscar” . Pero en nuestra época,
se ha relacionado Sucht con Suche, es decir que se ha relacionado
adicción con búsqueda . La adicción provoca dependencia y
enfermedad. Dejo de buscar y me entrego a la dependencia que
aparentemente me ofrece lo que yo anhelo, pero en realidad nunca
recibiré aquello que deseo.
Las adicciones son hoy enfermedades muy corrientes: no sólo el
alcoholismo o la drogodependencia, o la bulimia y la anorexia, sino
también la adicción al juego al trabajo, a las relaciones al ser reconocido
y al endeudamiento . Una vez que nos animamos a analizar
profundamente el origen de nuestras adicciones, esta situación nos
puede orientar a Dios y llevarnos a una verdadera experiencia de Dios .
¿Pero cómo sucede esto? Quizás una solución sea no emitir ningún
juicio sobre nuestras adicciones sino simplemente preguntarnos sobre
lo que buscamos en los más íntimo de nuestros corazones . ¿Qué es lo
que persigo al tomar tanto alcohol? ¿Acaso pretende huir de la
banalidad cotidiana, deseo experimentar algún sentimiento nuevo,
quiero elevarme por encima de la diaria depresión para experimentar el
mundo desde una posición más agradable y bella? Andrés Gide
considera que el origen del alcoholismo se da cuando tenemos la
ilusión de poder conseguir a través de la bebida algo que en realidad no
nos es posible alcanzar . Con el alcohol nos engañamos a nosotros
mismo creyendo soñar con la felicidad, pues corremos detrás de ella
infructuosamente . Más aún, Gide constata una amarga realidad : “Lo
más triste es que nunca se puede tomar lo suficiente” (Ibíd. 39). La
bebida nunca calmará mi deseo. Los sueños no igualan a la realidad
que yo tanto anhelo .
¿Qué es lo que persigo cuando no logro liberarme del trabajo?
Posiblemente intente cubrir con trabajo el vacío interior que se
produciría si no tuviera nada para hacer y corro sin poder detener mi
carrera . No soportaría enfrentarme a mí mismo y a mi realidad en mis
momentos de ocio. Es probable que anhele reconocimiento social . Por
ello me exijo cada vez más y evito pensar en mi propia persona .
Anhelo una relación estable para sentir y experimentar que puedo ser
querido. Deseo ser aceptado incondicionalmente, aceptarme a mí
mismo y poder amar .
En vez de luchar contra mi adicción, debería concentrarme en lo
más intimo de mí y descubrir el deseo que allí yace. De esta manera, la
adicción se irá transformando lentamente en deseo . Si lucho
frontalmente contra mi adicción, siempre perderé la batalla, y si
abandono la adicción transitoriamente, volverá a aparecer aun con más
fuerza . En vez de luchar contra la adicción, debería tomarla en serio y
reconocer en qué me he vuelto adicto, en qué me he vuelto
dependiente . De este modo debo dejar de obsesionarme por ella .
¿Acaso logro elevar mi estima a través del alcohol y así solucionar
todos mis problemas? ¿O es que no deseo algo más? ¿Acaso no anhelo
una realidad totalmente distinta, una realidad del espíritu?
“Spiritus contra spiritus” afirma C. G. Jung. Solo la apertura a lo
espiritual puede superar al alcoholismo . Jung escribe sobre uno de sus
pacientes: “Su adicción al alcohol se relaciona con un escalón inferior
de la sed espiritual humana en búsqueda del todo, en el lenguaje
medieval, de la unión con Dios ·”(cit. en Grof, Sehnsuchtnach
Ganzheit, “El deseo en búsqueda de todo” , 9) . Y Christina Grof,
psicóloga americana que sufrió el alcoholismo, escribe sobre su deseo y
cómo intentó saciarlo a través de la bebida : “Si me retrotraigo a mi
infancia, me doy cuenta de que siempre estuve a la búsqueda de algo
que yo misma no podía definir . Fuera lo que fuese, era el deseo de
sentirme bien, de sentirme como en casa, de sentir que pertenezco a ese
lugar . Si hubiera descubierto mi deseo, no habría permanecido tanto
tiempo sola . Habría sabido lo que significa querer y ser querido y
hubiera podido brindar amor . Habría sido feliz, plena y hubiera
estado en paz conmigo misma , con mi vida y con el mundo . Me
hubiera sentido libre, ágil abierta a los demás y llena de alegría” (Ibíd.
17 ). Su búsqueda era, en realidad, una búsqueda espiritual, pero su
ansia la llevó rápidamente a ahogarse en la bebida . Una vez que ella
pudo verificar el origen de su enfermedad, reconoció que su deseo era
una profunda sed en búsqueda del todo, de una identidad espiritual,
de un origen celestial, en definitiva , de Dios . Superaremos nuestra
adicción una vez que ésta llegue a ser transformada en deseo.

EL DESEO COMO FUNDAMENTO EXISTENCIAL DEL


SER HUMANO

Para San Agustín, el anhelo es el fundamento existencial de los


seres humanos . Cada persona, en el fondo, anhela la protección, el
amor , la verdadera morada, la autenticidad y la libertad . Dios mismo
ha colocado en nuestros corazones el deseo de tener una comunión
eterna con Él . Más allá de nuestras propias intenciones, siempre que
anhelamos algo con pasión, estamos en definitiva buscando a Dios . Si
acumulamos incesantemente riquezas no llegaremos a cubrir nuestro
afán de deseo . Detrás de la búsqueda de riquezas hay un deseo de
bienestar y de vivir tranquilo . Pero lo trágico de esta situación es que
nos obsesionamos con las posesiones y esto nos lleva a un estado de
mayor intranquilidad .
Cuando perseguimos el éxito, buscamos ser valorados, pero a la
vez sabemos que este éxito no calma de ningún modo nuestro deseo.
Solo en Dios llegamos a experimentar una auténtica valoración
de nuestra persona . Cada persona anhela, en última instancia, amar y
ser amada . Con solo leer los periódicos descubrimos cuántos de estos
anhelos no logran ser satisfechos, quedan excluidos o no obtienen
respuesta alguna . No obstante, en cada pequeño amor, hasta en el más
sensual, se oculta el deseo del amor absoluto, el deseo de amar a Dios .
Es bien conocida la expresión de San Agustín : “Nuestro corazón está
inquieto, señor, hasta descanse que en ti .” El ser humano está poseído
por un apetito incontenible de estar junto a Dios, de estar en la
morada absoluta, de sentirse protegido, de reencontrarse con Dios en
el paraíso perdido . Y aunque las metas humanas transiten por otro
camino, Dios será siempre la ultima meta . Inclusive aquellas personas
que se han alejado de Dios manifiestan el deseo de buscar algo más, de
buscar a Aquel que es capaz de saciarnos .
Cuando dejamos de pensar en nuestros deseos y anhelos, nos
sobreviene el deseo de buscar algo más, de sumergirnos en lo secreto
que nos hacen trascender y que es más grande que nosotros mismos :
en definitiva, buscamos a Dios . San Agustín dice de si mismo : “ No
creo que pueda encontrar algo que anhele tanto como el deseo de
encontrar a Dios .” Él estuvo en una constante búsqueda a lo largo de
su vida . Primero intentó encontrar su felicidad en la relación con una
mujer, luego en la filosofía, más tarde en la ciencia, en el éxito y en la
amistad . Pero tuvo que aceptar que el motor de su búsqueda era
Dios . Sólo cuando encontro a Dios, logró calmar su corazón .
Lo triste es que existen personas que, a pesar de haber alcanzado
todo aquello que desearon, a menudo se sienten invadidas por un
vacío interior . “Uno llega a ser el futbolista más famoso, otro se
doctora con un sobresaliente, otro ha logrado formar la pareja ideal, o
simplemente tiene tanto dinero que puede conseguir todo lo que
desee en su vida” (Grof, ídem . 22). Pero en medio de toda esta
saciedad queda un vacío interior y el deseo de buscar algo más se
incrementa en nosotros . Nada puede calmar nuestra inquietud : ni el
éxito terrenal, ni ninguna persona, ni siquiera la más amada. El amor
mismo, que todos anhelamos, está en íntima relación con el deseo .
No existe amor alguno sin deseo . Peter Schellenbaum ha descrito
la estrecha relación que existe entre ambos . Él opina que tanto el amor
como el deseo se localizan en un mismo lugar del cuerpo, “Justo en
medio del pecho a la altura del corazón, donde las manos de los que
sufren por amor o deseo se juntan” (Schellenbaum, Die Wunde der
Ungeliebten, “Las heridas de los que no son amados”, 84) . Justamente
la tensión producida por el deseo hace más valioso al amor que lo llena
con su insondable profundidad. La felicidad que brinda un gran amor
o el sufrimiento desmesurado por el desamor coexisten uno junto al
otro .
El amor nos lleva a aquel que está por encima de uno mismo . En
el amor anhelamos lo absoluto y lo incondicional ; en definitiva,
anhelamos el amor divino .

EL DESEO COMO AYUDA PARA ACEPTAR MI


REALIDAD

Para sentir nuestro deseo, no es necesario evadir la realidad en la


que vivimos . Por el contrario, si sentimos en nuestro interior el deseo
de experimentar a Dios, de buscar aquello que está en el más allá, en
algún lugar que trascienda este mundo, podremos reconciliarnos con
la banalidad de nuestra realidad. Más aún, no nos sentiremos
defraudados cuando a la persona que tanto amamos no logramos
calmarle el profundo deseo de encontrar el amor absoluto .
De este modo, no recargamos nuestra relación de pareja con
expectativas que en realidad sólo Dios puede satisfacer. Siempre me
encuentro con personas que pretenden que su parejas las salve, las
remida, las libere y les dé sentido a su vida . Pero esto es sólo una vana
esperanza, ya que ninguna persona puede cumplir este anhelo .
El deseo de sentir a Dios relativiza nuestras aspiraciones, en
especial cuando descubrimos que ésta no pueden ser satisfechas por
persona alguna . Por ello, este deseo nos ayuda a convivir entre
nosotros y deja que una persona sea lo que debe ser sin permitir
comparación alguna con Dios .
Las desilusiones forman parte de nuestra vida . Nuestra familia
nos desilusiona, nuestra profesión y nos desilusionamos de nosotros
mismo. No hemos hecho ilusiones sobre nosotros mismos y sobre los
demás . Pero nos hemos decepcionado y reconocerlo nos hiere, por
ello muchos prefieren evadir ese dolor .
Esto sólo los lleva a huir permanentemente de si mismos y nunca
encuentran paz en sus vida . Cuando reconocemos nuestro deseo, nos
reconciliamos con la idea de que nuestra profesión no terminará de
llenar nuestras aspiraciones, y de este modo nos reconciliamos con
nosotros mismos, con nuestros errores y debilidades . No nos debemos
conformar con nosotros mismos, ya que nuestra deseo va por encima
de nuestra profesión e inclusive de nosotros mismos, y su meta es Dios
. Sólo Dios puede llegar a complacer nuestro deseo . El deseo de sentir
a Dios relativiza todo aquello que nosotros podemos llegar a encarar y
nos libera de ese obstinado empeño de pretender ser aún más exitosos
y de buscar un mayor reconocimiento; en una palabra, nos libera de la
presión que a menudo ejercemos sobre nosotros mismo. Conozco a
mucha gente que no vive de acuerdo con su propia persona, sino con
las expectativas que los demás tienen de ella. Y como piensa que debe
cumplir con estas expectativas, termina viviendo bajo una gran presión
que ella misma se impone . El deseo de sentir a Dios nos lleva a que
nos acerquemos a nuestra persona . Si logro sentir mi deseo, es que he
logrado llegar a mi corazón . De este modo nadie podrá ejercer poder
alguno sobre mi persona. El deseo evita que reaccione con resignación
ante los desengaños en mi vida . Por el contrario, el desengaño
mantiene despierto mi deseo . Hace casi treinta años realice un
sensitivity – training (entrenamiento de sensibilidad).
En esa oportunidad logré entrar en contacto con mis necesidades
insatisfechas de la niñez, lo que desencadenó en mí una crisis . Tuve la
sensación de haber salido peor de lo que había entrado . Pero en otra
ocasión, estando de vacaciones, me senté frente a un lago a solas y,
mientras contemplaba el oleaje del agua, me sobrevino una sensación
de profunda paz . En ese momento pude aceptar de una vez y para
siempre todas mis necesidades insatisfechas y me dije: “Es muy bueno
que no te sientas satisfecho . Esto logra mantener atento, vivo y abierto
a Dios . Quizás hubieras llegado a ser un burgués e inclusive te hubiera
conformado con ello . Pero en definitiva no habría descubierto tu
verdadera vocación .” Considero que mi vocación es mantener
despierto el deseo en mi corazón y, de este modo, estar a Dios con un
corazón que se expande y llega a las personas que me rodean . El deseo
no sólo llega hasta Dios, sino también hasta las personas . Un corazón
grande tiene suficiente espacio para las personas . Un corazón grande
no juzga, sino que acepta y experimenta la vida con sus decepciones y
desilusiones . Tampoco se retrae, pues las desilusiones le han servido
como trampolín para llegar al Dios todopoderoso. Una vez que el
corazón asume su situación , va creciendo en él el deseo de sentir a
Dios . Es el deseo el que enaltece al corazón .
Si considero mis satisfacciones e insatisfacciones a la luz del deseo,
todo puede llegar a transformarse en una experiencia de Dios ; de este
modo, la persona que me ama es una señal del amor de Dios . A través
de su amor puede llegar a experimentar el amor infinito de Dios, sin
hostigar a mi pareja con reclamos de un amor infinito. Pero no sólo el
amor de mi pareja sino también la frustración de un amor no
correspondido, mi propia decepción de no ser entendido, puede
guiarme al terreno de la experiencia divina.
Justamente la decepción que me producen las personas me sirve
de señal para llegar a Dios . En vez de quejarme de que el otro es
insensible, debería profundizar mi deseo de amor a Dios a través de esa
insensibilidad. La convivencia con otras personas será posible sólo
cuando fundamente mi ser en Dios, y no en otros . Del mismo modo,
pondré superar los vaivenes de éxitos y fracasos profesionales cuando
reconozca que Dios es mi único sostén, ya que sólo de éxitos no puede
vivir . Debo basar mi vida en otro tipo de realidad .
Si considero mi vida cotidiana a la luz del deseo, todo me servirá
como punto de partida para llegar a Dios . Así no huyo de mi realidad,
sino que ésta se transforma en el lugar que me señala constantemente a
Dios .
Durante una entrevista realizada al celebrar sus 90 años, el
filósofo ateo Ernst Bloch expresó : “He descubierto en mi vida que el
deseo es la única y genuina cualidad del ser humano .” Sobre cualquier
otra cosa se puede mentir o se puede llegar a fingir o engañar. El amor
puede ser fingido, la cortesía sólo inculcada, el ayudar puede perseguir
motivos egoísta, pero el ser humano no puede manipular el deseo . El
ser humano es su anhelo.
He estado con personas que escriben color de rosa todo aquello
que realizan . Si hablan de sus vacaciones, ellas fueron maravillosas . Si
realizaron algún curso, éste les produjo la experiencia más profunda de
sus vidas. A menudo tuve la sospecha de que detrás de tanto esplendor
se esconde una frustración . En realidad, su vida es la de una persona
común, durante sus vacaciones hubo sólo peleas con su pareja, pero
hacia fuera no se debe hablar de esto . Al mismo tiempo la persona
debe demostrarse a si misma que todo lo que realiza está bien, a pesar
de que detrás de esta fachada se observa algo totalmente distinto .
El deseo me permite contemplar genuinamente mi vida . No
necesito exagerar ni demostrar a los demás cuán profundas son mis
experiencias o qué avances he logrado en mi camino interior . Me
acepto tal cual soy, como una persona común, siempre en la búsqueda,
en la lucha, con éxitos y fracasos, sensible e insensible, espiritual pero a
la vez superficial. Contemplo mi vida tal cual es, pues mi deseo va por
encima de esta vida. El deseo no puede ser manipulado. El deseo se
hace sencillamente presente. Y allí donde ésta el deseo, se encuentra la
vida verdadera. Sólo allí donde está mi deseo, estoy sobre la pista de mi
vida.
Durante los retiros espirituales me pregunto y les pregunto a los
que participan : “¿Cuál es tu más profundo anhelo?” Yo mismo no
puedo dar una respuesta inmediata, pero cuando me hago esta
pregunta abandono toda búsqueda compulsiva de tratar de
mejorarme.
Todo aquello que me podría llegar a preocupar se transforma en
algo intrascendente. De este modo llego a relacionarme conmigo
mismo, con mi corazón, con mi propia vocación. ¿Quién soy yo en
realidad? ¿Cuál es mi misión? ¿Qué rastros pretende dejar en este
mundo? ¿Qué es lo que satisface mi deseo? Finalmente, siempre me
encuentro a Dios como última meta de mi deseo.
La pregunta sobre mi más profundo deseo no sólo me lleva a
Dios, sino que incluso satisface mi necesidad primaria de que Dios
también anhele mi persona. Dios también me anhela, anuncian los
místicos. Matilde de Magdeburgo le habla a Dios con estas palabras :
¡Oh Dios que ardes en tu deseo!” Dios anhela amar a los seres
humanos. Si llego a preguntarme sobre mi más profundo anhelo,
descubro que quiero responder al anhelo de Dios sobre mí, del mismo
modo que yo anhelo a Dios. Mi mas profundo anhelo consiste en ser
lo mas permeable posible al amor de Dios y su bondad, a su
misericordia y dulzura, sin ningún tipo de falsedades originadas por mi
egoísmo, sin ser enturbiado por mi afán de reconocimiento o de éxito.

Tú Dios de la vida
Y de mis relaciones.
Tú Dios de la alegría de vivir
Y Dios de mi anhelo.
Tú, Dios, que me buscas y llamas
Y que vienes a mi encuentro.
Tú, Dios, que estas en mi,
En mi mundo interior.
Tú, protector de la vida, creador de la vida.
Tú, Dios, que estas presente en mi.
Tú, Dios, que me asistes,
Tú, Dios ardiente en tu anhelo.
DESEO Y ORACIÓN

¿De que forma podemos llegar a relacionarnos con nuestros


deseos? Uno de los caminos es contemplar nuestra vida y descubrir
qué deseo oculto hay detrás de nuestras pretensiones, adicciones,
pasiones, necesidades, anhelos y esperanzas. En definitiva, uno de los
caminos hacia Dios es dejar de pensar sobre todo aquellos que
experimentamos, para concentrarnos en la esencia de nuestras
experiencias. El otro camino es transitar por la oración. Según San
Agustín, la oración tiene como tarea estimular nuestros deseos.
Cuando pedimos en el padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, no
significa – según San Agustín – que debamos implorar a Dios que
finalmente el reino se haga presente, sino que estimulemos en nosotros
el anhelo por ese Reino. Para San Agustín, los salmos son cantos del
deseo. Mientras los cantamos, crece en nosotros el deseo por la
verdadera morada en Dios. Cuando cantamos los salmos, San Agustín
nos compara con peregrinos que cantan. En la época de San Agustín se
peregrinaba durante la noche para evitar a los ladrones pero a menudo
los envidia un miedo tremendo. Para alejarlo los temores, los
peregrinos entonaban canciones oculares de su tierra natal. Del mismo
modo, nosotros, en este mundo terrenal, alejados de la morada de
nuestro Padre, entonamos cánticos de amor sobre aquel lugar divino
para así sobrellevar el miedo a la oscuridad y estimular nuestro deseo
de sentir a Dios. No se trata de cantar cada palabra con devoción, ya
que este modo solo me concentraría en el sentido de las palabras. Mas
bien, cada palabra cantada debería despertar y reforzar en mí el deseo
de sentir a Dios. Esto no se circunscribe solamente a las palabras de
deseo de los salmos, como ocurre en el salmo 63: “Dios, Tu mí Dios, yo
te busco, sed de Ti tiene mi alma, en pos de Ti languidecen mi carne,
cual tierra seca, agotada, sin agua” (Sl. 63, 2) o el Salmo 84, que es el
canto de un peregrino en camino hacia el ansiado templo: “¡Que
amable es Tu morada, Oh Yahvé Sebaot! Anhela mi alma y languidece
detrás de los atrios de Yahvé” (Sl. 84,2). Toda palabra debe profundizar
nuestro deseo de sentir a Dios. En el Antiguo Testamento, el hombre
piadoso es aquel que anhela a Dios con todo su corazón. Así lo expresa
Isaías: “Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu
por la mañana te busco” (Is. 26,9).

Imprime tu riza

Y el brillo de tu rostro,
la bondad de tu mirad,
y las estrellas de tus ojos
en mis grietas del corazón,
que anhelantes te esperan.

Para San Agustín, la oración no se limita solo estimular nuestro


deseo de sentir a Dios. El deseo ya es una oración. El monacato de la
iglesia primitiva quería cumplir la consigna del apóstol Pablo en la
Epístola a los tesalonicenses: “¡Orar sin cesar!” (Tes. 5,17).
San Agustín opina que no podríamos orar sin pausa con nuestra
boca, ni podemos tampoco doblar nuestras rodillas constantemente.
El único camino para orar sin cesar es orar con el deseo. Así escribe
Agustín sobre los versos del salmo delante de Ti están mis deseos: “Tu
deseo es tu oración. Si es un deseo persistente, también es una oración
persistente... si no quieres interrumpir tu oración, no interrumpas el
deseo. Tu deseo ininterrumpido es tu voz, (orante) ininterrumpida”.
Orar significa entrar en contacto con el deseo interior que se encuentra
en nuestro corazón, es el deseo que ya en este mundo terrenal se une a
Dios. Para San Agustín, este deseo se encuentra en el amor. Por ello:
“Te callas, cuando dejas de amar... el enfriamiento del amor es el
enmudecimiento del corazón. La fogosidad del amor es el llamado del
corazón”. Anhelar a Dios significa también amar a Dios, significa
también llegar a Dios a través del amor. Orar es la expresión de ese
amor, y orar pretende al mismo tiempo profundizar en mi este amor.
Para mi, orar significa entrar constantemente en contacto con mi
mas profundo deseo, en lo mas hondo de mi corazón. Para ello, cruzar
mis manos sobre el pecho me ayuda a menudo a orar. Esto me provoca
una sensación de calidez interior. De este modo presiento que hay en
mi un deseo que, ante todo, me hace sentir persona; es el deseo de
sentir a Dios, el deseo del amor divino que no es vulnerable como el
amor humano. Contactarme con este tipo de amor me hace sentir libre
y torna relativo todo lo otro. Siento en mi corazón que estoy por
encima de este mundo, anclado allí donde se encuentra el gozo
verdadero, tal como lo expresa la oración de la misa. Orar no significa
ante todo desperdiciar palabras, sino que las palabras de mi oración me
hacen recordar que aquí no me encuentro en casa, que mi morada está
en el Cielo, tal como lo expresa san Pablo en la Epístola a los
Filipenses.
Una hermosa narración, “La estrella perdida”, de Ernst Wiechert,
relata la historia de un soldado alemán que pudo por fin regresar a su
casa luego de su presidio en Rusia. Él se alegra de estar nuevamente en
su hogar. Pero luego de unas semanas, descubre que ya no se siente
más como en casa. Habla de eso con su abuela y descubren que la
estrella de la casa se ha perdido y que el misterio no habita más entre
ellos. Se ha estado viviendo superficialmente. Se planea, se construye,
se hacen mejoras, se preocupan para que la vida funcione, pero lo
esencial se ha perdido. La estrella del deseo ha desaparecido.
Allí donde esta estrella se ha caído de nuestros corazones, no
podremos sentirnos más como en casa. Estar en casa es estar donde
mora el misterio. Esto vale tanto para la familia como para la
comunidad de un monasterio. La morada no se puede recrear a través
de la repetición de viejos rituales, sino escudriñando el misterio y a
Dios que moran entre nosotros.
Esto vale también para nosotros. Según los místicos, hay en
nosotros un espacio en el cual Dios mora : un lugar de silencio adonde
sólo Dios tiene acceso. Este lugar está libre de todo tipo de
pensamiento bullicioso y también de las aspiraciones y deseos de los
que nos rodean. Este lugar también se encuentra libre de nuestros
reproches, desvalorizaciones y culpabilidades. Este espacio, en el que
también el mismo Dios mora en nosotros, nos permite librarnos del
dominio de otras personas y nos resguarda de todo daño. Allí estamos
a salvo. Allí somos nosotros mismos. Allí donde el misterio habita en
nosotros nos sentimos como en casa. Quien se siente consigo mismo
como en casa, podrá experimentar la morada de Dios en cualquier
lugar. Pero si en este silencio nos tropezamos con nosotros mismos,
con nuestros problemas, nuestro defectos, nuestra represiones, con la
complejidad de nuestra psique, deberíamos en algún momento
alejarnos de esta situación. Nadie puede soportar confrontarse consigo
mismo constantemente. Pero cuando sé que, en medio de todas estas
represiones y vulnerabilidades, Dios mismo habita en mí, puedo
soportarlas, ya que experimento en mi interior un lugar en el cual me
siento como en casa : el misterio habita en mí.

¿Dónde se encuentra el lugar


que está a salvo en mi interior,
donde tú Dios,
te mantienes al resguardo?
Lo presiento
En algún lugar en mi cuerpo,
Lo descubro
En un lugar menos pensado
Y lo siento
En forma y color,
En este lugar santo,
Protegido y claro,
Lleno de misterio resguardado
En medio de mi ser.

Ven, canta en mi, mi Dios,


Un canto de libertad,
Que aleja
Todo lastre de imágenes tuyas de antaño.
Solo ahí donde hay un lugar vacío,
Puede originarse algo nuevo,
Sólo allí donde las viejas imágenes
Se arrojan al cesto de basura,
es el lugar
para un Dios de la vida.

El deseo es el reflejo de Dios en mi espíritu y es, a la vez, la fuerza


que infunde Dios en mi corazón. De este modo ora San Agustín :
“Te invoco a ti en el interior de mi alma tú preparaste, para que te
acepte a través del deseo que tú inspiraste.” Dios me ha dado el don
del deseo, a través del cual no dejo de buscarlo y de experimentarlo. En
el deseo no logro ninguna imagen de Dios ante mis ojos, pero, una vez
que me relaciono con mi deseo, presiento que Dios está presente en
mi, que el misterio de mi interior me supera y que ya en el deseo de
sentirlo, he podido alcanzar a Dios.
Yo mismo soy el verdadero lugar donde transcurre la experiencia
divina. Mientras ausculto de lo profundo de mi corazón, descubro el
deseo y experimento a Dios en mi interior, que mora en mí y es que el
siempre agita a mi alma a través del deseo que se mueve en mí .
Amadeo Cencini, "Amarás al Señor ,tu Dios"

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