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Analis

En la última década, la sociedad guatemalteca ha vivido un incremento


sustancial de la conflictividad social y ambiental en torno a proyectos
extractivos. El rechazo que manifiestan las comunidades rurales a la presencia
en sus territorios de actividades industriales de carácter extractivo se debe a
los impactos sociales y al ambiente natural, principal fuente de los bienes y
servicios ecosistémicos que son la base de la vida, cultura y del sustento
económico de dichas comunidades.

En el caso de Guatemala, estos problemas han alcanzado dimensiones de


crisis porque para la mayoría de ellos, al mantener invariable el esfuerzo actual
de gestión, está en duda la posibilidad de modificarlos y cesarlos.

Contrario a una importante proporción de la opinión pública y a las


potencialidades del país, el gobierno y el sector privado han visto en la minería
una oportunidad para atraer inversión extranjera. Se argumenta que las
comunidades cercanas a las explotaciones pueden beneficiarse directamente
con empleos y proyectos financiados con las regalías que reciben los gobiernos
locales.

Más aún, se justifica que las comunidades se favorecen con los proyectos que
impulsan las compañías transnacionales como parte de sus políticas de
responsabilidad social empresarial, y que el gobierno central se beneficia de los
impuestos que pagan

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