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A mis queridos viejos…

Y sí, viejos, porque la ternura jamás me dio para algo mejor, porque el orgullo
quizás, o tal vez la forma en la que siempre nos comunicamos nunca me enseñó a
encontrar las bellas palabras que a muchos sí pude darles. Viejos porque así tenía
que ser, pues más jóvenes vivieron sus vidas y de pronto yo no tenía derecho a
dañarlas con la responsabilidad que les significó el conocerme y romperse la
espalda cada día de su vida por hacer de mí nombre algo que valiera la pena.
A mi vieja, a esa pecosa hermosa que tantos dolores de cabeza me soportó, a su
querido y anhelado sazón, a su ternura ingenua con la que me preguntaba todo lo
que no sabía, a la fortaleza infinita con la que nos sacó adelante a mí y a mis
hermanos, con ese tesón de plomo, con ese fuego del cosmos, con ese brillo de
estrella, con ese valor de soldado. A esa mujer hermosa por donde se le mirará,
que a cambio de su vida entera, de sus lágrimas en soledad, de sus nostalgias
heladas y de su infinita depresión lejos de aquellos a quienes amaba, lo único que
se atrevió a pedir, era que trapeáramos bien, que laváramos la olleta del chocolate
cuando era lo único que hacía falta por lavar, que no tardáramos en bajar a
almorzar cuando ella ya tenía todo servido y que no nos entráramos a bañar
cuando era la hora de almorzar. Peticiones que siempre nos rompieron la cabeza
de mal genios y que hoy parecen simplemente palabras de amor.
A mi querido padre, aquel que la vida me dio, ese con el que se me dio la
oportunidad que muy pocos niños tienen, a ese que Dios me permitió conocer y
disfrutar, a ese que no pudo con el sonido de la J y a quién eso lo hacía único. A
ese italiano de sepa, que nunca le dio la espalda a aprender de Colombia, al que
las manos se le calentaban cuando veía este insólito país sin siquiera conocerlo, a
ese que dejó su vida, su familia y su historia por venir a defender la casa de una a
quien llevaba en moto a hacer mercado, a 15,000 kilómetros de mi casa. A ese
que dejó todo lo que tenía y que pudo haber tenido, solamente por venir a cuidar a
tres niños malcriados que nunca fueron de él. Al que dejó atrás la oportunidad de
tener uno propio, para amar como suyo al de otro, a ese que se hiso cargo de los
regaños, de los sobornos, de los juegos de futbol en el parque, de morderse la
lengua ante mis faltas de respeto, a ese que nos mantuvo unidos, mientras su
esposa nos mantenía a salvo.
A esa pareja de extraños, tan diferente como la leche y el chocolate que solíamos
disfrutar cada fin de semana unidos en el comedor, a esos que viven
reprochándose sus diferencias y que cada día sin falta, siguen la rutina de una
pareja que se ama y a la que hace mucho dejó de importarle todo, incluso ellos
mismos, esos que dejaron atrás el orgullo y la alevocería, la vanidad y la
vanagloria para seguir levantándose cuando no deben, a preparar el desayuno
que no requieren y hacer recorridos por la ciudad que no les obliga.
A esos ángeles que jamás podré agradecer, que mantienen vivo a un parásito que
nada les puede ofrecer, que cuidan de mí, cada día como si tuvieran una
responsabilidad, cuando muchos otros habrían podido dedicarse a ser felices, con
la satisfacción del deber cumplido. A esos dos seres de otro mundo que decidieron
sacrificarlo todo, cuando ya no tenían más, simplemente para seguirnos teniendo
una mano que quizás no merecemos, que tal vez no sabemos recompensar y que
siempre se sentirá mucho más cálida que la de cualquier otro ser.
A esa ella y a ese él, que hoy tomo como ciertos, como eternos y presentes y a
quienes habré de llorar con las lágrimas más frías que podré derramar por nadie
en el mundo, una vez que Dios decida que ya es momento de verles descansar, a
esos dos que en silencio siempre he sabido amar, a esos que han tolerado mis
iras y reproches, mis faltas de respeto mi absoluta ignorancia sobre el valor infinito
que tienen.
A esos a quienes solo abrazo en ocasiones especiales aunque en el fondo sé que
cada parpadeo lo agradezco como si fuera más valioso que mi propia vida, a esos
que se despojaron de todo lo que pudieron obtener, simplemente por dármelo a
mí. A esos dos les quiero agradecer.
Decirles lo que mi estúpida brújula no me permite consentir cuando llega el
momento de tomar decisiones, a esos por los que daría la vida una y otra vez,
aunque a veces ni los miro para hablar. A esos con los que no suelo compartir
pero cuya compañía disfruto más que el sabor de los alimentos que como cuando
nos sentamos juntos de vez en cuando. A aquellos a los que les pido bajar el
volumen y a quienes quisiera escuchar gritando en la casa cuando no están. A
esos a quienes culpo de que se me pierdan las cosas y que en secreto hago la
única razón de ser quien soy, la única excusa para despertar cada día, lo único
que verdaderamente vale la pena de mí.
A mis queridos viejos, porque cada día sé que la vida se nos hace corta a todos,
pero es aterrador darse cuenta que ya me llevan 30 años de ventaja, a esos a
quienes un angelito me hizo prometer cuidar y acompañar y qué triste que haya
sido ella y la promesa que le hice, la que me acercó un poco más a ustedes, pero
ahora lo aprenderé a valorar. A esos que extraño cuando no están, con quienes
me molesto cuando tardan en llegar, a esos dos, que son los mejores y los que
jamás se podrán reemplazar. Hoy tengo miedo, pues vi algo que me asustó y no
se los puedo decir, porque mi orgullo no me lo permitirá, pero sé que aunque han
hecho un trabajo ejemplar conmigo, nunca podré estar preparado para cuando no
estén y tengo miedo de despertar y no verlos más, y sé que me va a doler, tal y
como me duele ahora que escribo esto.
No quiero amanecer en un mundo lejos de ustedes, pues el sol que tanto detesto
se siente cálido y agradable cuando comparto las mañanas con ustedes, la
soledad que tanto disfruto se siente como rocas en mis pulmones cuando llego a
casa y no están, la comida me sabe a arena y el agua a mar cuando tengo que
almorzar lejos de su compañía, del “pere pere pere” de l viejo o del “ta servidoooo”
de la pecosa.
Sí, aunque no se los diga nunca, los amo con el amor que a nadie más le daré
jamás. Los extraño más que a la más querida de mis novias o al más cercano de
mis amigos, deseo que estén conmigo más de lo que deseo todo lo demás y por
alguna razón cuando pienso en ustedes le pierdo el miedo al vida pues soy un
cobarde pero a su lado me siento un héroe, capaz de lograr lo que sea y con
ganas de hacerlo. Porque la vida me enseño que no importa cuánto quiera a
alguien, si se va, ya nada de mi vida le va a importar, pero con ustedes siempre
me siento el mejor, el que más vale, el más importante y aunque en realidad son
ustedes los dueños de esos adjetivos se siente bien mirarlos a los ojos de vez en
cuando y ver el brillo de que ven a un hijo, que para ustedes lo logro, a pesar de
que le hace falta tanto y todo por conseguir.
Esto que leen nunca se los he dicho y discúlpenme, no solo por todas las
estupideces que he cometido en mi vida sino también porque de pronto esta vez
tampoco se los voy a decir. Pero quiero que sepan que este 26 de abril del 2018, a
las 10 y 11 minutos de la noche, he llorado mucho más fuerte y profundo de lo que
jamás he llorado antes y es porque en medio de perder mi tiempo con una
estúpida serie, me di cuenta de lo infinitamente afortunado que soy al poder
levantarme cada día con su voz, y poder darles un beso y un abrazo cuando me
voy de viaje. De lo enorme que es mi orgullo al contar su historia y ver cómo cada
ser humano que la escucha siente ganas de llorar mientras sonríe, porque sí que
lo han sabido hacer ustedes dos, de alguna forma se las ingeniaron para tener
éxito en este mundo y ojalá eso se me pegue a mí. Ustedes dos, son lo mejor de
este mundo y cada persona cercana a mí que los conoce se enamora de ustedes
y así como le pasa a un buen restaurante, esas personas también le hablan
maravillas de ustedes a los demás y sin que se den cuenta, ya muchos los
conocen cuando llegan a la casa y se sienten como en familia, simplemente por
ustedes dos y esa magia maravillosa que inspiran.
Gracias mis queridos viejos, gracias por todo, por tolerarme, por educarme, por
haber hecho de mí algo que los demás admiran, por seguir ahí cuando muchos se
echaron para atrás, por confiar en mí y por haberme sacado de tantos abismos de
los que nunca se enterarán pero que sin su apoyo, seguro no habría podido
superar.

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