pacios ptiblicos, que comprenden ademas de
las calles y de las plazas, las zonas verdes des-
tinadas a publica diversién. Los parques
constituyen quizds la mayor novedad de este
periodo. Derivan de los modelos dulicos del
ancien régime para uso de todos los ciuda
danos. Los parques reales en la zona occi-
dental de Londres —Kensigton Gardens,
Hyde Park, Green Park, St. James Park—ya
estan abiertos al puiblico en el siglo XVIII; a
éstos se afiade, ademés, por un decreto del
Parlamento en 1811, el Regent’s Park, si-
tuado en la zona norte de la ciudad y pro-
yectado por John Nash.
La Revoluci6n convierte los parques rea
les en Parfs en puiblicos; Napoledn promueve
la construccién de nuevos parques en varios
paises del Imperio y sobre todo en Italia: los
Giardini de Venecia (1807), el Pincio (figs.
25-21) y los parques arqueolégicos de Roma
(1809-1814).
En su conjunto, todas estas disposiciones
transforman el escenario ciudadano, pero no
controlan en absoluto los cambios provoca-
dos por la revoluci6n industrial, cambios que
se van acumulando de forma totalmente des-
proporcionada. Saldran a la luz en el periodo
siguiente y exigiran nuevas respuestas, de las
que hablaremos en el préximo capitulo
2. Ingenieria y neoclasicismo
El perfodo entre 1760 y 1830, que para los
historiadores de la economia es la era de la
revoluci6n industrial, corresponde, en los li-
bros de historia del arte, al neoclasicismo.
Idéntico espiritu de critica y de innovacién
alcanza a la cultura arquitect6nica, pero se
encuentra enfrentado a una tradicién sui ge-
neris, ligada ya, a partir del Renacimiento, a
una exigencia de reglamentacién intelectual.
Junto con la pintura y la escultura, la ar-
quitectura forma la triada de las artes ma-
yores; ésta y las demis artes estén condicio-
nadas por un sistema de reglas, deducidas en
parte de la antigiiedad y en parte identifica-
das por la convergencia de los artistas del
La formacién de la ciudad industrial
Renacimiento, consideradas universales y
permanentes, basadas en la naturaleza de las
cosas y la experiencia de la antigiiedad, con-
cebida a manera de una segunda naturaleza
En los tres tiltimos siglos, el repertorio cla-
sico ha sido empleado por todos los paises
civilizados y adaptado a las mas diversas exi-
gencias pricticas y de gusto; la universalidad
intencional de las formas canénicas casi ha
logrado quedar completamente traducida a
realidad, a través del nimero casi infinito de
sus aplicaciones.
Pero todo el sistema de la arquitectura cla-
sica se rige por una convencién inicial: atri-
buir carcter necesario y suprahistérico a
cada opcién particular. Las supuestas leyes
naturales ¢ inmutables de la arquitectura se
reducen a ciertas constantes, deducidas de
forma aproximada de los monumentos ro-
manos, de Vitruvio o también de la expe-
riencia de los maestros modernos; su univer-
salidad es un atributo histérico, figurado ¢
impropio.
Tal convencién, mientras se mantiene
dentro de la cultura clasica, no puede ser
nunca formulada directamente; es percibida
de vez en cuando como linde y como pér-
dida, en el camino hacia algunas experien-
cias mas profundas, y la tensién que de ello
deriva es una de las fuerzas principales que
hacen mover la cultura arquitecténica, par-
ticularmente en sus tiltimas fases.
Pero la Ilustracién, en el siglo XVIII, se
dispone a discutir todas las instituciones tra-
dicionales, cribandolas a la luz de la raz6n.
Lesprit de raison, aplicado a la cultura ar-
quitectonica, ataca y pone en claro lo que
permanecfa en sombras desde el siglo XV, es
decir, el exacto alcance de las reglas formales.
del clasicismo, analizando objetivamente los
ingredientes del lenguaje corriente y estu-
diando sus fuentes hist6ricas, o sea la arqui-
tectura antigua y renacentista, Llega asi, ne-
cesariamente, a negar la validez universal de
estas reglas, colocdndolas en una perspectiva
histérica correcta, subvirtiendo las bases del
mismo clasicismo y poniendo fin, tras mas de
tres siglos, al movimiento fundado en ellas.Revoluci6n industrial y arquitectura (1760-1830)
28-29. Versalles, el pequefio Trianon (1762) y la granja
La nueva orientacién se advierte ya en la
primera mitad del siglo, mediante un cambio
de tono en la producci6n arquitecténica y el
desarrollo de los estudios arqueoldgicos.
Obsérvese, por ejemplo, la transicién de la
arquitectura de Luis XIV ala de Luis XV en
Francia, 0 el cambio de rumbo del barroco
romano en 1730 con Clemente XII. La ob-
servaci6n de los preceptos can6nicos se hace
més rigurosa y el control racional sobre el
proyecto mas exigente y sistematico; la con-
tinuidad del lenguaje barroco queda ate-
nuada en nombre de una creciente tendencia
al analisis de cada parte del edificio; frecuen-
temente, se prefiere separar los érdenes ar-
quitecténicos del sistema de muros y poner
de manifiesto el entremado de columnas y
cornisas.
Al mismo tiempo se exige el mas exacto
conocimiento de los monumentos antiguos,
mediante minuciosos controles directos y no
a través de vagas aproximaciones. El patri-
monio arqueoldgico, apenas entrevisto en el
Renacimiento, pese al entusiasmo de los hu-
manistas, es ahora explorado con métodos
49
de Marfa Antonieta (1783-1786)
istematicos. En este periodo se inician las
excavaciones de Herculano (1711), del Pa-
latino (1729), de la Villa Adriana en Tivoli
(1734), de Pompeya (1748); se publican las
primeras colecciones sistematicas de planos,
no limitdndose solamente a los restos ro-
manos, sino buscando un conocimiento di-
recto del arte griego (Gronovius, 1694), pa-
leocristiano (Boldetti, 1720), etrusco (Gori,
1734), e incluso de la prehistoria, sobre la
que se discute en Paris, alrededor de 1730.
De esta forma, la antigiiedad clasica, que
hasta entonces habia sido considerada como
una edad de oro, colocada idealmente en los
confines del tiempo, comienza a ser conocida
en su objetiva estructura temporal.
La conservacién de los objetos antiguos
deja de constituir un entretenimiento pri-
vado y pasa a ser un problema publico. El
primer museo puiblico de escultura antigua
se abre en Roma en 1732, en Campidoglio:
las colecciones vaticanas se abren al ptiblico
as del Luxembourg, en Paris, en
n 1753 sir H. Sloane lega a la nacién
inglesa sus objetos de arte, y su casa de50
30. G.B. Piranesi, Los templos de Paestum en 1778
Bloomsbury es abierta al ptiblico en 1759,
constituyendo el primer niicleo del British
Museum.
Todas estas contribuciones, recogidas en
la primera mitad del siglo, son analizadas y
sistematizadas racionalmente por Johann
Joachim Winckelmann (1717-1768), a co-
mienzos de la segunda mitad.
Winckelmann llega a Roma en 1755 y su
obra principal, la Historia del Arte Antiguo
aparece en 1764, Por vez primera, se pro-
pone estudiar la produccién artistica de los
antiguos tal y como es, objetivamente, y no
como es entendida por la moda de cada
€poca, haciéndose acreedor al nombre de
fundador de la Historia del Arte. Al mismo
tiempo, presenta las obras antiguas como
modelos concretos a imitar, convirtiéndose
en el teGrico del nuevo movimiento: el neo-
sicismo. Expone asi sus intenciones:
La formacién de la ciudad industrial
Cuantos trataron hasta ahora acerca de lo be-
llo, por pereza mental més que por falta de c
nocimiento, lo han henchido de ideas metafisicas.
Han llegado a imaginarse una infinidad de belle-
zas, y las han reconocido en las estatuas griegas,
pero en lugar de mostrarlas han hablado de ellas
en abstracto... como si todos los monumentos hu-
bieran sido aniquilados 0 se hubieran perdido.
Por ello, para tratar de las artes plasticas entre los
griegos... y revelar su calidad, en beneficio tanto
de los aficionados, como de los artifices, se debe
pasar de lo ideal a lo sensible, de lo general a lo
individual; haciéndolo, no con discursos vagos &
indefinidos, sino con una precisa determinacién
de los contornos y siluetas de donde surgen esas
apariencias que Ilamamos formas bellas.””
37. Del’arte del disegno dei Greci ¢ della belleza
(1767) escrito por Winckelmann en italiano, trad. cast.
en Lo bello en el arte, Buenos Aires, 1964, p. 84.