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EMBALSES DE OBJETIVOS

Carolina Opazo

Las Residencias de Arte Colaborativo del programa Red Cultura convocan cada año a
artistas a postular para desarrollar un proyecto de tres a seis meses de intercambio
horizontal de saberes con la comunidad del territorio específico donde el artista decide
trabajar fuera de su región de origen, a partir de alternativas entregadas según los
vínculos antes instaurados por el programa con la red cultural de algunas comunas de
cada región del país. Como en casi todo el país, las localidades posibles, en su totalidad
son zonas descentralizadas donde se ejerce la explotación y/o extractivismo que tienen
por consecuencia relaciones sociales deterioradas e inmersas en un flujo de productividad
económica y asistencialismo gubernamental, donde la función del arte debiese ser
reparadora (los elementos que influyen en esta “reparación” de la condición en las que se
encuentran las comunidades es un tema que trataré más adelante).

Por ahora, analizaré nuestra presencia en el territorio. Llegar a localidades intervenidas de


esta forma, implica en primera instancia investigar aquellas posibilidades de interacción
donde sea posible profundizar en reflexiones críticas que hagan sentido al estar ahí, junto
a encontrar espacios de confianza y horizontalidad donde no se negocie una proyección
que continúe replicando el modelo económico capitalista, sino más bien se pueda abrir
paso a discusiones que permita deconstruir conceptos que tenemos preconcebidos o
impuestos sobre “la realidad”. No es si no esto último, lo más interesante de nuestras
relaciones con el otro?

Cualquier escucha atenta, paso lento, gestualidad cariñosa podrían dar lugar al encuentro
de estos espacios de confianza, sin embargo, pareciera tratarse también de un proyecto
utópico, una idealización entre tantos otros programas institucionales, mientras de forma
paradójica la sociedad, bosques y acuíferos se continúan explotando. Ahora bien, en
algunos casos “los artistas nos aproximamos de otra forma a la realidad”, una forma que
debiera ser mucho más sensible, en contraposición al automatismo que conduce el
capitalismo, por lo tanto, si se trata del desarrollo de un proceso de arte colaborativo,
cada intercambio es significativo, la obra aquí no es otra cosa del cómo se teje la red de lo
cotidiano con los otros.

Pero a pesar de la poética que implica asumir de esta forma el trabajo. Antes de nuestra
llegada al territorio, de forma paralela a nuestra residencia y luego de esta, la forma en
como las políticas públicas operan esta mediada por discursos y conocimientos
ideológicos que como manera de seguir las evoluciones y transformaciones debidas a la
‘globalización’ tienen a la tecnocracia con un consiguiente desinterés de los ciudadanos
por estas formas de gestión de la política en la cual la opinión ciudadana es secundaria
(Baeza, 2006, p.18). En este sentido, estar ahí o no estar ahí entra en una profunda
dicotomía… siempre se debiese estar ahí, encontrar aquellos nichos posibles para poder
amplificar el estar ahí, siempre que sea, asumiendo también los riesgos que se implican,
vale decir, también a sabiendas que se opera dentro del campo del sistema neoliberal, lo
que no quiere decir que respecto de lo mismo no se origine una inmersión crítica o
deconstructiva, dicho de otro modo, como sujeto sensible, no puedo no comprender mi
ejercicio profesional y relacional en su contexto global. Analizar contraforma, forma y
contenido de mi práctica me permitiría una aproximación más consecuente.

Como lo expresa Diego Parra en su crítica sobre el cinismo: Frente a los muros, el cínico
responde apáticamente: ¿y? Pero cuando, me sitúo en un trabajo que tiene en su
fundamento la generación de una red de confianza y afectividad –conceptos anclados en el
ejercicio del arte colaborativo– debiese existir una honestidad a priori.

El espacio público entonces no puede ser considerado simplemente escenario neutro y


predispuesto para la experiencia (estética o no) de un agente concreto (el artista o trabajador
cultural). La experiencia que se pretende representar pasa por aparecer como genuina y
única, aunque es totalmente artificial. Es decir queda asentada y descrita en unos parámetros
de contención delimitados por el artista y sobretodo por la institución desde donde el artista
predispone el campo experiencial para la experiencia estética.

Claramonte, J. (31 de mayo de 2018). Arte colaborativo: Política de la


experiencia. Estética y teoría del arte. [Blog]. Recuperado de
http://jordiclaramonte.blogspot.com/2008/05/arte-colaborativo-politica-de-
la.html

A partir de esto, pareciera fundamental abordar este tipo de residencias desde la diversidad
de condiciones de los contextos y esferas de lo público, inclusive institucionales. Según
Claramonte (2018) esto provocaría una relación orgánica de la experiencia como punto de
partida para la acción política por la capacidad de ser apropiada y modulada por otros
agentes o bien por otras luchas o problemáticas asociadas (quisiera entenderla también
como una posición horizontal y dialogante, que no quiere decir menos crítica). Se trata
entonces, de abrir el campo de posibilidades de manifestación política desde la diferencia.

Si bien es cierto, en Chile, los procesos de arte colaborativo son relativamente nuevos en la
escena pública, los centros de arte están aún muy lejos de promoverlos en su esencia, la
vinculación con la comunidad sigue siendo ahí una suerte de estrategia política para
subsanar sus relaciones con el entorno e inscribirse en el precario medio. Las residencias de
Arte Colaborativo de Red Cultura en este contexto se han transformado en una primera
aproximación para nosotros, aun llena de lagunas de ambas partes, en algunos casos más o
menos zanjadas.

Ahora, a través de este programa, desplazarnos hacia diferentes intersticios del territorio
nos permite una pequeña respiración en ello, lo aparentemente microscópico de este
intercambio, nos brinda cierta autonomía en la diseminación de nuestro campo de acción.

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