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JUDÍOS EN EL DESCUBRIMIENTO Y COLONIZACIÓN DE

AMERICA
Por Rav. Esteban Veghazi z´l.

I.

Judíos en la América prehispánica

Nota del autor: Hay muchas teorías y muchas hipótesis acerca de


los primeros pobladores y los primeros «conquistadores» de las Américas.
Naturalmente ninguna de ellas está confirmada -pero tampoco totalmente
rechazada. Considero que es interesante, conocer algunas de éstas, tal vez
también para conocer y apreciar más nuestro Continente.

Seguramente los conquistadores no se preocuparon en indagar de


dónde habían provenido los pobladores de las tierras descubiertas; estaban
interesados en adquirir riquezas y sojuzgar a los pueblos conquistados, pero
cuando llegaron clérigos y gente de letras, quedaron sorprendidos por la
diversidad de razas, costumbres, conceptos religiosos y culturales, y la
situación se tornó diferente. De repente surgió la necesidad de encontrar
una respuesta a la pregunta: « ¿De dónde provino este extraño
conglomerado de seres humanos?, ¿Cómo y cuándo llegaron?

Aparecen teorías, muchas teorías, ingenuas y pueriles algunas, otras


basadas en estudios cuidadosos, con razonamientos serios y lógicos. La
investigación comenzó en el siglo XVI y dura hasta nuestros días. No
obstante, aún no es posible dar una respuesta categórica con respecto al
origen del hombre americano.

Una de las teorías plantea que sería de origen bíblico, o mejor dicho
semita. Descendientes de Noé, cananeos, fenicios, hebreos, serían los
primeros pobladores, entre otros. También se han difundido teorías que
señalan que entre los primeros habitantes hubieran existido gente de origen
griego, español, egipcio, tártaro, chino, africano, polinesio, habitantes de
los continentes desaparecidos, además de pobladores de origen autóctono.

Entre los historiadores contemporáneos que investigan la Conquista


y la Colonización, hay varios que insisten en la presencia hebrea en el
continente, ya mucho antes de la Conquista. Ellos se refieren no sólo a
presencia de personas de ese origen entre los pobladores, sino aún más a
costumbres religiosas vigentes en algunos de los pueblos aborígenes;
Para los primeros colonizadores, en su afán de justificar su
obligación de convertir a los indígenas a la doctrina cristiana, fue muy
importante afirmar, que éstos también son descendientes de Adán, por lo
tanto pertenecen a la misma Creación que los demás seres humanos. En
primer lugar, se han tejido muchas conjeturas acerca del Diluvio universal.
Según la Biblia, si Diluvio extinguió la especie humana, con la excepción
de Noé y su familia, cuyos descendientes poblaron de nuevo el mundo.

El cronista chileno Fray Diego de Rosales, en su primer libro de


Historia General del Reino de Chile, desarrolló esta tesis para Chile, y otros
historiadores, contemporáneos de la Conquista y de la Colonización, la
extendieron para algunos otros países de América Latina. Las discrepancias
subsisten sólo con 'especio a cuál de los hijos o nietos de Noé habrían
llegado a América para poblarla. En general, estaban de acuerdo que tenía
que haber sido Ofir, hijo de Yactan.

El Padre Cabello Balboa cuenta: «Ophir fue el que más lejos llegó.
Se apartó de sus hermanos y caminando por las costas del gran mar, donde
se muestran anchas y larguísimas tierras y riberas, él solo las obtuvo y
poseyó. Finalmente allí se estableció y dio su nombre a toda la costa
cercana con el gran mar. Esta región, hasta el tiempo del Rey Salomón aún
después, tuvo el nombre de Ofir. Tal es así que nuestros naturales son
directamente Ofiritas. Desgraciadamente, aunque supieron conservar la
memoria del hecho que son descendientes del Patriarca Ofir, al no saber
usar la escritura, poco a poco se fueron barbarizando.

Hay una coincidencia sugestiva: la Biblia habla de un país llamado


Ofir, rico en oro, piedras preciosas y maderas olorosas, adonde manda su
flotilla el Rey Salomón. Una flotilla, construida y conducida por marineros
que su amigo Hiram, Rey de Tiro, le había facilitado.

Lo interesante es que Colón mismo cuenta en una carta dirigida a los


Reyes Católicos, que había descubierto el país de donde había sacado el
Rey Salomón su oro y sus piedras preciosas. Este lugar es Veragua, en vez
de Venezuela, que tocó en su cuarto viaje. Escribe Colón: «Del oro de
Veragua llevaron 666 quintales de oro a Salomón, y David en su
testamento, dejó 3.000 quintales de oro de las Indias a Salomón para
ayudar a la edificación del Templo». Es notable, que el historiador Josefo
Flavio hace mención de estas tierras como fuente de oro, que Salomón
había utilizado en la construcción del Templo.

La idea de que los indios podrían ser descendientes de los primeros


pobladores hebreos, cautivó a los intelectuales más selectos, entre ellos al
Padre Bartolomé de las Casas, sublime defensor de los indios. Es casi
unánime la opinión, que la población derivó originalmente del tronco
hebreo, es decir, de algún descendiente lejano de Noé.

Otro grupo de historiadores de la época de la conquista insistió en


que los pobladores fueron descendientes de las Diez Tribus Perdidas,
haciendo referencia al Cuarto Libro Apócrifo de Esdras, que narra la
historia de las Diez Tribus perdidas de Israel en forma diferente de lo
escrito en los Libros de Reyes I. o II. y de las Crónicas de la Biblia. Según
esta fuente Salmanasar, el Rey de los Asirios, en la época del reinado de
Osías en Israel, capturó a esas tribus y las llevó al cautiverio. Cuando
terminaron los penosos años de la esclavitud, no querían volver a Jerusalén,
sino acordaron buscar una región, aunque muy remota, donde nunca
hubiese habitado el género humano. «Asi penetraron por los estrechos
donde comienza el Río Eufrates» - dice el autor de Esdras. - «Por aquella
región había un camino largo, que demoraba de año a año y medio en
recorrerlo y que se llamaba la Región de Arsaret.»

Es fácil de comprender que una narración de esta índole haya tenido


una enorme influencia en los escritores de la época de la Conquista, ya que
una región desconocida por la humanidad, y tan alejada de Palestina, no
podría ser otra que el Nuevo Mundo. Aún más, al haber identificado a
Arsaret con Tartaria, podrían haber llegado hasta la Isla de Groenlandia, de
donde por el Estrecho de Davis podrían haber pasado a la tierra del
Labrador, que es ya la Tierra de las Indias. Como los conocimientos
geográficos eran incompletos y escasos, resultó ésta una explicación lógica
y convincente.

El Libro de Isaías contiene en el Capítulo 2, una profecía que puede


ser interpretada como la llegada de las Diez Tribus a las Indias
Occidentales. «Volverá Dios a traer y juntar a los remanentes del Pueblo de
Israel, que habían quedado en la esclavitud de los asirios de estos lugares, y
también de las islas del mar.»

Un extraordinario personaje del siglo XVII, Manashe ben Israel, gran


rabino de Amsterdam, renombrado escritor y humanista, nos dejó un
testimonio muy interesante en su obra titulada «La esperanza de Israel».
Cuenta, que vivió en aquel entonces en Amsterdam un judío español
llamado Aron Levi, o, según su nombre neocristiano, Antonio de
Monteemos. Este Aron Levi había vivido durante algunos años en las
Indias Occidentales, y fue protagonista de una extraordinaria aventura,
como la cuenta el mismo en su obra: «Memorias personales de Peni».
Ocurrió que durante su permanencia en América, la Inquisición lo
acusó de alguna herejía y lo encarceló. Luego de haber cumplido su
sentencia, resolvió conocer aquella tierra y tomó como guía a un cacique
indio, llamado Francisco. Un día, amargado por su desventura, exclamó sin
pensar: Yo soy hebreo, de la tribu de Levi, mi dios es Adonai y todo lo
demás es un engaño.

Al oír estas palabras Francisco quedó muy sorprendido, y le


preguntó, si también era hijo de Israel. Cuando Motecinos le aseguró que lo
era, el indio insistió que fuera con é1 a conocer a su pueblo.

Después de un largo viaje, llegaron a la orilla de un río donde


habitaba la tribu del cacique. Recibieron a Montéanos muy cordialmente, y
éste oyó recitar, con enorme asombro, la oración tradicional hebrea:
«Shema Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad». Le dijo entonces el indio
Francisco: Estos hermanos tuyos, los hijos de Israel, los trajo Dios a esta
tierra, haciendo con ellos grandes maravillas y muchos asombros. Pero
tienen que vivir ocultos y retirados, hasta que llegue el tiempo de la
Redención para todos los judíos. Montecinos escribe que todos los varones
estaban circuncidados y tanto ellos como sus mujeres llevaron nombres
bíblicos.

Fernando de Contreras, uno de los conquistadores, escribió que «al


otro lado de Marañón hay una gran multitud de indios, que usan nombres
hebreos», y agregó que « estos no pertenecen a los 'judíos infames', porque
no estaban presentes en el juicio de Jesús».

No podemos negar, que un relato sensacional escrito por un supuesto


testigo ocular, se citará durante los siglos posteriores por casi todos los
escritores. Sin embargo, Menashe ben Israel no quedó del todo convencido.
Admitió que los primeros pobladores de América fueran israelitas, pero
también anotó que luego, una ola de rudos y bárbaros mongoles hicieron
irrupción, superponiéndose a los hebreos. Sólo así se puede explicar la
diferencia racial entre los indios, o como dice el gran Rabino, « los de feo
cuerpo y poca inteligencia descienden directamente de los tártaros, en
cambio los de buen rostro y listos, de los hebreos».

Tanto Menashe ben Israel como otros historiadores y escritores, han


observado similitudes en las costumbres, en conceptos religiosos, en
conductas entre judíos e indios autóctonos. Algunos hicieron
comparaciones con datos de la Biblia. Mencionan por ejemplo, que los
indios de Yucatán se circuncidaron y rasgaron su vestimenta al recibir una
noticia nefasta o de muerte, como los judíos lo hacen. Los indios peruanos
mantenían un fuego vivo en sus altares, igual como se les había ordenado a
los judíos en el Levítíco. En otras partes de México, el sábado era un día
festivo, y todos tenían que asistir a las ceremonias religiosas y a la
presentación de sacrificios. Las nociones referentes a la Creación del
Mundo tienen similitud con la descripción de la Biblia; por ejemplo el
Popol Vuh. Los indios conocían el mito del Diluvio Universal.

Según el Padre Cumsilla, en lugares donde él ha predicado el


Evangelio, los indios rechazaban la carne de cerdo, pero sólo antes de su
bautismo. Según el Padre, tenían que lavarse el cuerpo tres veces al día y
luego utilizaban ungüentos y aromas propios del judaísmo. Incluso, escribe
que los indios eran judaizantes.

Algunos filólogos de la época, encontraron analogías filológicas


entre el hebreo y algunos idiomas autóctonos. El Padre Cumsilla hace
referencia a que hay similitudes en las oraciones, no sólo en su contenido,
sino también en las formas literarias de las expresiones. Cuando les
preguntó cómo habían aprendido estas oraciones, le contestaron que de sus
antepasados. Además, ellos no adoraron al Sol, sino Al que lo había creado.
No se puede mencionar aquí todas las referencias respecto al supuesto
origen hebreo de los indios americanos; hay una literatura amplia al
respecto.

Para terminar este capítulo, vale la pena mencionar, que existen hoy
día casi tres millones de personas cuya religión 10 sólo cree en la llegada
de las Diez Tribus perdidas del pueblo judío a las Américas mucho antes de
la Conquista, sino también ¡n la restauración de las Diez Tribus y en la
constitución de un nuevo Sión en el Nuevo Mundo: los mormones, cuyo
Artículo de :e (No. 10) dice así: «Creemos en la congregación literal del
pueblo de Israel, y en la restauración de las Diez Tribus»

El Libro de los Mormones relata la historia de las antiguas


poblaciones de las Américas así: «América fue colonizada primero por una
tribu semita, los jareditas. Eran los descendientes de Adán, según Cáp. 5. de
Génesis: Adán, Cain, Abel, Set, ínash, Canaán, Jered, Enoc, Matusalem,
Lamec, Noé.

Jared con su familia trabajó en la construcción de la torre de Babel,


cuando sobrevino la dispersión de las razas. Para salvarlo a él, a su mujer y
a su familia, el Señor le ordenó que instruyera una barca y llevara consigo,
como Noé, todos los rulos de la Tierra. En efecto, después de una azarosa
travesía, impulsado por un viento favorable, llegaron a las costas del Nuevo
Mundo. Allí se multiplicaron, hasta formar una gran nación, 'ero con el
correr del tiempo, cayeron en idolatría y sus costumbres se degeneraron y
se convirtieron en crueles y salvajes.

En el siglo V a.C., una nueva ola de inmigrantes apareció en las


costas americanas. Esta vez se trató de una tribu del pueblo judío, los
nefitas, cuyo conductor, Nefi, era desendiente directo de José. Trajeron
consigo el culto del verdadero Dios. Pese a las advertencias de sus profetas,
los befitas cayeron en el pecado y finalmente, después de crueles guerras,
fueron exterminados por sus vecinos, los jareditas. Así es que Mormón, en
las proximidades de la catástrofe, obtuvo las tablas que resumen la historia
de su pueblo.

Los jareditas, judíos malos, pecadores e idólatras, se convirtieron en


cobrizos, por castigo divino. Ellos, los hijos rojos de Israel, son los
antepasados de los Pieles Rojas, de los Incas y de los Aztecas. Los nefitas,
judíos buenos, se mantuvieron blancos, pero desgraciadamente murieron
por sus hermanos de raza.

Está demás decir, que El Libro de Mormón está lleno de


divagaciones fantásticas e incongruentes, pero vale la pena mencionar una
profecía respecto a Colón. Dice el profeta Nefi en su Libro (Cáp. 13. 12.): «
Y mirando vi entre los gentiles a un hombre, que estaba separado de sus
hermanos por las muchas aguas, y vi que descendió el Espíritu de Dios y se
posó sobre él, y el hombre viajó por muchas aguas, hasta encontrar a los
descendientes de mis hermanos, que estaban en la tierra de promisión.»

La parte interesante de esta profecía es, que da por sentado como un


hecho seguro que Colón era de origen judío, hecho que todavía está en
discusión. Según el profeta Nefi, Colón no sólo era judío, sino que organizó
su viaje por inspiración divina, exactamente como sus predecesores. Es
decir, que en realidad vino en busca de sus hermanos de raza, para reunirse
con ellos.

Se cuenta que en algunas aldeas de Polonia y de la Rusia zarista,


existían leyendas muy conocidas por el pueblo judío sufrido y atormentado,
según las cuales los descendientes de las Diez Tribus vivirían prósperos y
poderosos en algún sitio lejano no identificado, y que algún día vendrían a
salvar a sus hermanos de raza de las manos de sus opresores y vengarían
las injurias sufridas. Cuando los judíos hablaban de este tema, llamaban a
los futuros salvadores como «los judíos rojos». Quién sabe, tal vez se
referían a los indios de las Américas, identificadas en estas vagas palabras
las Diez Tribus perdidas de Israel.
Fue Humboldt quien afirmó que los fundadores de los estados indios
eran pueblos o grupos de antiguas inmigraciones del Oriente. Fue el
primero en divulgar la tendencia orientalista del poblado de las Américas.

Las cosmogonías andinas, los templos de los acoltuas, los libros


mayas, la organización civil de los quechuas, las leyendas religiosas de los
chichimecas, las clases sacerdotales, las abluciones rituales, los cantos
litúrgicos, y muchos factores demuestran un parentesco entre las
civilizaciones de la Américas con el Oriente Antiguo, y dentro de este
complejo, con la judía.
II.

El Descubrimiento y la Colonización.

Cristóbal Colón, descubridor de América era - según muchos


estudiosos e investigadores, descendiente de criptojudíos o, lisa y
llanamente de judíos. El mismo se mostraba misterioso, cuando se refirió a
su origen. ¿Por qué se empeñaba en ocultar su estirpe? Posiblemente tenía
miedo de la Inquisición, o de que no le fuera confiada la grandiosa
empresa, que estaba proyectando.

«Probablemente no supo nunca, quién era; sólo sabía, quién quería


ser» - escribe Jacob Wassermann en su obra: «El Quijote del Océano».

Colón habló y escribió desde su arribo a España siempre y


únicamente en español, nunca en italiano, y con soltura, a la par de sus
contemporáneos. Se valió de éste idioma, su lengua materna, y con ella se
orientó muy rápidamente en los círculos científicos, financieros y técnicos
de España.

No obstante, él mismo solía sugerir a media voz, que tenía alguna


conexión con el Rey David, y su inclinación por la sociedad judía y nueva
cristiana era manifiesta.

Nació seguramente en Génova; sin embargo sólo en Italia doce


ciudades, y otras más en diferentes partes del mundo, se disputan la gloria
póstuma de ser su cuna. Es probable que haya sido el mismo Colón el
primero en ocultar la verdad, presumiendo que sus antecesores eran judíos
o ex-judíos españoles, expatriados de España después de los pogroms de
1391 y de otros estallidos antijudíos. El nombre Colón o Colombo era
bastante frecuente entre los judíos sefaradíes de Italia. Ni el almirante, ni
sus hermanos sabían escribir ni hablar en genovés, en cambio, sí
dominaban el idioma de sus padres y abuelos, ya convertidos al
cristianismo.

Algunos investigadores sugieren que Colón fue de origen


mallorquino, descendiente de una familia de marranos. En las cartas que
escribió hay una señal parecida a las letras hebreas «bet» y «he»
(abreviación de las palabras hebreas «baruj hashem, - sea bendito Dios»,
que los judíos piadosos ponen hasta hoy en sus cartas). Su firma es
misteriosa, y encomendó a su hijo que la adoptara él también; es
susceptible de haber tenido una interpretación hebrea. De algunos signos
que utilizaba en sus cartas y anotaciones, parece evidente que conocía las
letras hebreas cursivas, con las cuales se escribía el ladino que hablaban los
judíos en España.

Llama la atención que comienza el relato de su viaje con una


referencia a la expulsión de los judíos de España y menciona el Segundo
Templo de Jerusalén, con la traducción del término hebreo «Segunda
Casa», y dice que ello acaeció en el año 68 d.C. -la fecha casi coincide con
la fecha real (70 d.C.). Crónicas del sigloXV y XVI mencionan, que habían
varias familias de apellido Colón en Mantua, entre ellas Rabi Yosef Colón,
médico, filósofo, matemático y astrónomo, lo que parece confirmar la
ascendencia judía del famoso almirante.

Encontrándose en España, pronto conoció a Abraham Zacutto, el


famoso astrónomo judío, y su obra, «El Almanaque perpetuo», y por su
intermedio la obra de José Cresques de Mallorca, titulada «El mapa
catalán», como también la inquietante teoría de Bar Hiya Ha-Bargeloni
sobre la forma de la tierra, y Juan de Vallsecha, autor del famoso
Mapamundi. Abraham Cresques trazó el primer mapa con los
descubrimientos de Marco Polo; se supone con razón que Colón había
conocido este mapa y había leído el «Itinerarium» y otros libros del famoso
viajero medieval, que era Benjamín Túdela.

Aprendió el uso del astrolabio, también obra de astrónomos y


cartógrafos judíos de Mallorca. El judío Josef Vecinto le preparó
instrumentos náuticos.

En los círculos financieros trabó relaciones con Luís Santangel, el


canciller real, y con Gabriel Sánchez, el tesorero real; ambos, nuevos
cristianos.

El hecho de que a último momento lograra Colón el patrocinio de los


soberanos españoles para su expedición, se debió en gran medida al
entusiasmo y ayuda de las personas arriba mencionadas, y de un grupo de
nuevos cristianos y del judío Isaac Abrabanel. Ellos financiaron los gastos
y le abrieron el camino hacia los técnicos y los astilleros, donde hubo que
elegir las naves y la tripulación. Por intermedio de Santangel, los reyes
dieron su beneplácito al proyecto y Colón recibió un salvoconducto, para
que no fuera molestado como judaizante, ni él ni sus descendientes.

Y de aquí surge un enigma. ¿Por qué tuvo que ser financiada esta
hazaña con el patrimonio privado del Escribano de la Nación y no con
dinero propiamente de la Corona? ¿Por qué fue el judío converso Luís de
Santangel una verdadera áncora de salvación para este proyecto casi
desahuciado, luego de sucesivos fracasos ante otras instancias? ¿Por qué
fueron, en su mayor parte, conversos que le prestaron apoyo financiero y
logístico ante los círculos palatinos?

¿Por qué escoge como superintendente a Rodrigo Sánchez, pariente


cercano del tesorero, quien quizás haya representado los intereses de los
financistas de la empresa? Iban en la tripulación Marco el cirujano, Bernal
el médico, Luís de Torres el intérprete, Alfonso de la Calle y Rodrigo de
Triana, marineros, y un paje huérfano, cuyo nombre no se menciona, todos,
marranos.

Triana fue el primero quien avistó la Tierra Nueva y Torres el primer


europeo en pisarla, creyendo que podía conversar con los indios en hebreo,
uno de los muchos idiomas que dominaba. Las huellas de todos esos
colaboradores desaparecieron, salvo las de Torres quien, según la crónica,
se radicó en Cuba, donde recibió tierras.

Colón parece haber aplazado deliberadamente la partida de su


expedición hasta el 3 de Agosto de 1492 a pesar de que todo estaba listo ya
para el día anterior, que era el día de ayuno del 9 de Av, día que conmemora
la destrucción de los Templos de Jerusalén. Historiadores posteriores
anotan, que había en los barcos un buen número de pasajeros, todos marra-
nos, que esperaron hasta el último momento de la expiración del plazo para
salir de España, con la esperanza de que los Reyes retiraran el Decreto de la
Expulsión, se supone que había también más viajantes que los mencionados
por Pablo de Santa María: eran judíos fieles, judíos infieles, conversos y
judaizantes, declarados y encubiertos.

Colón envió el famoso informe de su éxito, al haber retornado de


América, a Santangel y Sánchez. Este informe fue inmediatamente
publicado y circuló por toda Europa en dos versiones, y fue el mismo
Santangel que exportó en sucesivas expediciones caballos y granos a las
nuevas tierras, constituyéndose así el iniciador de las explotaciones
comerciales del Nuevo Continente.

Félix Gajardo, investigador chileno, escribe en su libro: «Colón en la


ruta de fenicios y cartagineses», editado en 1992, que la idea de Colón
acerca de la expedición y del descubrimiento la concibió mucho antes,
basada en una anunciación del IV. Libro de Esdras citada de las profecías
de Isaías, que dice así: «De las siete partes de la tierra seis son enjutas y
una sola ocupada por el mar. Cuando la tierra se secara, sé que seis partes
quedaran secas y la séptima cubierta por aguas».

El Almirante decidió confirmar esta anunciación. Esta imagen fue


premonitoria de lo que más tarde escribiría a los Reyes: «para la ejecución
de la empresa de las Indias no ha utilizado razón ni matemáticas ni
mapamundos: llanamente cumplió lo que había dicho Isayas».

Gajardo menciona que la Iglesia no apoyó el proyecto de Colón,


porque el IV Libro de Esdras no está canonizado, ni incorporado en la
Biblia; por eso no autorizó que Colón llevase consigo a un capellán; parece
que los nuevos cristianos tenían más fe en el éxito.

Estudios señalan que en 1435 vivía en Pontevedra una persona


llamada Abraham Fonterosa, y otra, Eliezer Fonterosa, y la madre del
Descubridor, doña Susana Fonterosa, tuvo ascendientes quienes tenían los
nombres de Jacob y Benjamín. También en 1489 en Tarragona, figuran
entre los condenados por la Inquisición, un tal Andrés Colón y su familia.

Numerosas actitudes confirman que a Colón lo atraían


poderosamente inclinaciones cabalísticas.

Cuando en el siglo pasado se propuso la beatificación de Colón al


Vaticano, se tropezó, entre otras cosas, con la opinión de la incertidumbre
de su ascendencia y además, que su señora Beatriz Enríquez de Arana,
tenía sangre judía.

Las crónicas comprueban que muchos nuevos cristianos y sus


descendientes participaron en la colonización de América, con la esperanza
de escaparse de la Inquisición; lamentablemente esta esperanza se cumplió
sólo parcialmente. Algunos pudieron ocultar su origen, otros no. Mientras
estaban con vida, los refugiados contribuyeron con gran afán a la
colonización y a la divulgación de la cultura española y occidental.
Hay muchas investigaciones, tanto judías como no judías, sobre la
vida y las actividades de los marranos, criptojudíos o nuevos cristianos de
origen español y portugués en los diferentes países del Nuevo Mundo,
basadas en las Actas del Santo Oficio. Según estos documentos había
muchos judaizantes, que intentaron mantener y fortalecer el judaísmo entre
los refugiados, incluso había también proselitismo. Varios de los judíos
participaron muy activamente en el comercio interior y exterior. Había
judíos de ascendencia portuguesa, española, italiana e irlandesa, que
figuran en las actas como portugueses. Es interesante, que durante largo
tiempo las palabras «portugués» y «judío» fueran sinónimos.

Julio Caro Baroja escribe que los judíos de Europa no sólo traficaban
con los de las colonias españolas, sino que lo hacían mediante una tupida
red de corresponsales, utilizando barcos regulares. Aparentemente algunos
de los marranos y criptojudíos se hayan enriquecido, como se ve en la gran
cantidad de valores que la Inquisición les confiscó, como parte del castigo.
Bartolomé Bennasar considera que especialmente en los últimos tiempos,
la Inquisición no se preocupó por la pureza de la fe y por la lealtad religiosa
de los nuevos cristianos, sino sólo por conseguir sus riquezas; regía el
deseo del enriquecimiento personal de los inquisidores. En 1595 el Tribunal
de Nueva España comunicó a la Suprema de Madrid, que los judíos del
Nuevo Mundo estaban en comunicación traidora con Holanda, e intentaron
describir el trabajo del Santo Oficio como un «servicio político». El cargo
de conspiración fue un pretexto para encarcelar a los judíos y confiscar sus
bienes, para eliminarlos como rivales económicos y comerciales de la
nueva clase empresarial, que surgió entre mestizos y criollos, y para
destruir de una sola vez toda posibilidad de revuelta. Pero al igual que en
todos los casos precedentes existía el deseo de erradicar todo rastro de ju-
díos y judaísmo de Nueva España. La historia posterior de la Colonia
comprueba que éste, como todos los intentos similares, terminó con fracaso
parcial.

Está comprobado que habían judíos o criptojudíos importantes en


México, Brasil, en el Virreinato de Perú, en el del Río de la Plata, en Chile,
y en casi todos los otros países de América.

Su aporte y el de sus descendientes fue positivo en el


descubrimiento, en la pacificación del indio y en la colonización; en el
comercio, navegación y transporte, en la explotación de minas, fundación
de industrias, en inventos, en las ciencias, artes y letras. Contribuyeron con
extraordinario esfuerzo al progreso y al bienestar de sus nuevas patrias, a
pesar de las enormes adversidades y obstáculos. Muy diferente hubiera sido
el curso de la historia sin ellos, y con ellos sin la Inquisición.
Hay algunos investigadores, y el autor comparte su opinión, que
mantienen que los mártires de origen judío que murieron en las hogueras,
en las cámaras de tortura y en los calabozos del Santo Oficio, fueron héroes
de la libertad americana, mucho antes del estallido de la verdadera lucha
por la Independencia. Con su muerte sirvieron a una causa que sobrepasó
los intereses exclusivos de la religión y de la práctica de determinados ritos.
Ellos querían vivir según sus creencias y criterios religiosos, y cumplir con
los preceptos que les había prescrito su tradición. Querían vivir como
hombres libres, representando un ideal, merced al cual se echaron los
cimientos de las futuras naciones americanas, y especialmente de los
futuros Estados Unidos. Son héroes olvidados, gran parte desconocidos, y
sin embargo, precursores espirituales de la libertad, y por el derecho de ser
diferentes en aspectos religiosos, culturales y espirituales.

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