César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 16
de marzo de 1892-París, 15 de abril de 1938) fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país.1 Es, en opinión del crítico Thomas Merton, «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal»2 y según Martin Seymour-Smith, «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas».3 Publicó en Lima sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918), con poesías que si bien en el aspecto formal son todavía de filiación modernista, constituyen a la vez el comienzo de la búsqueda de una diferenciación expresiva; y Trilce (1922), obra que significa ya la creación de un lenguaje poético muy personal, coincidiendo con la irrupción del vanguardismo a nivel mundial. En 1923 dio a la prensa su primera obra narrativa: Escalas, colección de estampas y relatos, algunos ya vanguardistas. Ese mismo año partió hacia Europa, para no volver más a su patria. Hasta su muerte residió en París, con algunas breves estancias en Madrid y en otras ciudades europeas en las que estuvo de paso. Vivió del periodismo4 complementado con trabajos de traducción y docencia. En la última etapa de su vida no publicó libros de poesía, aunque escribió una serie de poemas que aparecerían póstumamente. Sacó en cambio, libros en prosa: la novela proletaria o indigenista El tungsteno (Madrid, 1931) y el libro de crónicas Rusia en 1931 (Madrid, 1931). Por entonces escribió también su cuento más famoso, Paco Yunque, que saldría a luz años después de su muerte. Sus poemas póstumos fueron agrupados en dos poemarios: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicados en 1939 gracias al empeño de su viuda, Georgette Vallejo. La poesía reunida en estos últimos volúmenes es de corte social, con esporádicos temas de posición ideológica y profundamente humanos. Para muchos críticos, los Poemas humanos constituyen lo mejor de su producción poética, que lo han hecho merecedor del calificativo de «poeta universal». Obras: Los heraldos negros (1918), poemario Trilce (1922), poemario Escalas (1923), narraciones Fabla salvaje (1923), novela corta El Tungsteno (1931), novela Paco Yunque (1931), cuento Rusia en 1931 (1931), ensayos España, aparta de mi este cáliz(1939), poemario Poemas humanos (1939), poemario LOS HERALDOS NEGROS XII MASA
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante Al fin de la batalla, ellos, y muerto el combatiente, vino hacia él un la resaca de todo lo sufrido hombre se empozara en el alma... ¡Yo no sé! y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Se le acercaron dos y repitiéronle: Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» o los heraldos negros que nos manda la Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Muerte. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, Son las caídas hondas de los Cristos del alma clamando «¡Tanto amor y no poder nada de alguna fe adorable que el Destino blasfema. contra la muerte!» Esos golpes sangrientos son las crepitaciones Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. como cuando por sobre el hombro nos llama una Entonces todos los hombres de la tierra palmada; le rodearon; les vio el cadáver triste, vuelve los ojos locos, y todo lo vivido emocionado; se empoza, como charco de culpa, en la mirada. incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar... Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...