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ASOC ACADEMIAS LENGUA ESPANOLA REAL ACADEMIA ESPANIOLA, ACADEMIA COLOMBIANA DE LA LENGUA. ACADEMIA ECUATORIANA DE LA LENGUA, ACADEMIA MEXICANA DE LA LENGUA. ACADEMIA SALVADORENIA DE LA LENGUA. ACADEMIA VENEZOLANA DE LA LENGUA. ACADEMIA CHILENA DE LA LENGUA. ACADEMIA PERUANA DE LA LENGUA, ACADEMIA GUATEMALTECA DE LA LENGUA, ACADEMIA COSTARRICENSE DE LA LENGUA. ACADEMIA FILIPINA DE LA LENGUA ESPANIOLA. ACADEMIA PANAMENA DE LA LENGUA, ACADEMIA CUBANA DE LA LENGUA. ACADEMIA PARAGUAYA DE LA LENGUA ESPANIOLA. ACADEMIA BOLIVIANA DE LA LENGUA. ACADEMIA DOMINICANA DE LA LENGUA, ACADEMIA NICARAGUENSE DE LA LENGUA. ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS. ACADEMIA NACIONAL DE LETRAS DE URUGUAY, ACADEMIA HONDURENA DE LA LENGUA, ACADEMIA PUERTORRIQUENA DE LA LENGUA ESPARIOLA, ACADEMIA NORTEAMERICANA DE LA LENGUA ESPARIOLA, Il i 3UARA Se Il | LA CIUDAD Y LOS PERROS sen ee UAL Nod turas y el otro roméntico. En el tranvia me sentfa mny Coatento y se me venfan a la cabeza muchas ideas. La es- peté como siempre en la tienda de Alfonso Ugarte, y, cuando salié, me acerqué inmediatamente. Nos dimos la mzno y empezamos a conversar de su colegio. Yo tenia las revistas bajo el brazo. Cuando cruzamos la plaza Bologne- si, ella, que las miraba de reojo hacia rato, me dijo: «;Tie- nes chistes? Qué bien. Me los prestas cuando los leas?» Yo le dije: «Los he comprado para regaléctelos». Y ella me dijo: «De veras?». «Claro», le contesté, «Témalos». Me dijo: «Muchas gracias», y se puso a hojeatlos mientras ca- miadbamos. Me di cuenta que el primero que vio y en el que mas se demoré fue el romantico. Pensé: «Debi com- pratle tes romanticos, a ella no le pueden interesar las aventuras». Y en la avenida Arica, me dijo: «Cuando los lea, te los presto», Le dije que bueno. No hablamos duran- te un rato. De pronto ella me dijo: «Eres muy bueno». Yo me ref y solo contesté: «No creas» «Debfa haberle dicho y a lo mejor me daba un consejo, ;ttt ees que lo que voy a haceres peor y que el tinico fregado seré yo? (Estoy seguro, quién estd seguro? A mi no puedes engafiarme, hijo de perra, he visto la cara que tienes, te jure que las vas a pagar caro. Pero cdebia?». Alberto mira ¥; con sorpresa, descubre ante él la vasta explanada cubier- ta de hierba donde se emplazan los cadetes del Leoncio Prado el 28 de julio, para el desfile. ;Cémo ha llegado al Campo de Marte? La explanada desierta, el frio suave, la briss, la luz del crepaisculo que cae sobre la ciudad como una Iluvia parda, le recuerdan el colegio. Mira su celoj: camina sin rambo hace tres horas. «It a mi casa, acostar- ‘me, llamar al médico, tomar una pastilla, dormir un mes, LA crumab ¥ 10s PeaRos 3a olvidarme de todo, de mi nombre, de Teresa, del colegio, ser toda la vida un enfermo, pero con tal de no acordar- me». Da media vuelta y desanda el camino que acaba de hacer. Se para junto al monumento a Jorge Chavez; en la penumbra, el compacto tridngulo y sus estatuas volantes parecen de brea. Un rfo de automéviles anega la avenida y éLespera en la esquina, con otros transetintes. Pero cuan- do el rio se detiene y las personas que lo rodean cruzan la pista ante una muralla de parachoques, él permanece en el sitio, mirando estépidamente la luz roja del seméforo, «Si se pudiera retroceder y hacer las cosas de nuevo y, por ejemplo, esa noche, decitle dénde esté el Jaguar, no est4, chau, y a mi qué diablos que le cobaran st sacéa, cada uno se las arregla como puede, nada més que eso y yo estatfa tranquilo, sin problemas, oyendo a mi mamé, Albertito, tu papd siempre lo mismo, con las malas mujeres dia y no- che, noche y dia con las polillas, hijito, siempre lo mis- mo». Ahora estd en el paradero del Expreso, en la aveni- da 28 de Julio, y ha dejado atris el bar. Al pasar lo miré solo de reojo, pero todavia recuerda el ruido, la claridad hiriente y el humo que salfan hasta la calle. Viene un Ex- preso, la gente sube, el conductor le pregunta: «:¥ us- ted?», y como él lo mira con indiferencia, se encoge de hombros y cierra la puerta. Alberto gira y, por tercera vez, tecorre el mismo sector de la avenida.,Llega a la puerta del bar y entra. El ruico lo amenaza de todas direcciones, la luz lo ciega y pestaiiea varias veces. Consigue Iegat al ‘mostrador entre cuerpos que huelen a alcohol y a tabaco. Pide una guia telefnica. «Se lo estarin comiendo a pocui- tos, si comenzaron pot los ojos que son tan blandos, ya deben esrar en el cuello, ya se teagaron la natiz, las oxeits, se le han metido dentro de las ufias como piques y estén. devorando la carne, qué banquete se deben estar dando. Debi llamar antes que empezaran a comérselo, antes quc lo enterraran, antes que se muiera, antes», El bullicio lo man. tiriza, le impide concentrarse lo suficiente para localizar, entre las columnas de nombres, el apellido que busca, Fi nalmente, lo encuentrs. Levanta de golpe el auricular, pero, cuando va a marcar ef niimero, su mano queda suspendida 2 milfmetros del tablero; en sus ofdos resuena ahora un pito estridente. Sus ojos perciben a un metro, tras el mos. crados, una casaca blanca, con las solapas arrugadas. Marca ¢l ndimero y escucha la Hamada: un silencio, un espasmo sonoro, un silencio. Echa un vistazo alrededor. Alguien, en una esquina del bar, brinda por una mujer: ottos con. ‘estan y repiten un nombre. La campanilla del teléfono sigue llamando, con intervalos idénticos. «;Quién es?», dice una voz. Queda mudo; su garganra es un trozo de hielo. La sombra blanca que esta al frente se mueve, se aproxima. «El teniente Gamboa, pot favor», dice Alberto, «Whisky americano», dice la sombra, «whisky de mier da, Whisky inglés, buen whisky». «Un momento», dice la voz. «Voy a lamarlo», Tras él, el hombre que brindaba, ha iniciado un discurso. «Se Hama Leticia y no me da ver, slienza decir que la quiero, muchachos. Casarse es algo serio. Pero yo la quiero y por eso me caso con la chola, muchachos». «Whisky, insiste la sombra. «Scotch. Buen whisky. Escocés, inglés, da lo mismo, No americano, sino escocés 0 inglés». «Ald», escucha. Siente un estremeci- miento y separa ligeramente el auricular de su cara, «Siv, diceel ceniente Gamboa. <;Quién es?», «Se acabé la jara. a para siempre, muchachos. En adelante, hombre serio amés no poder. Y a trabajar duro para hacer dinero y tenet contenta a la cholan. «¢Teniente Gamboa?», pregunta Al- berto. «Pisco Montesierpe», afitma la sombta, «mal pisco. Pisco Motocachy, buen pisco». «Yo soy. ¢Quién habla?» LA CIUDAD ¥ 108 PERROS. 333 «Un cadete>, responde Alberto. «Un cadete de quinto ation. «Viva mi chola y vivan mis amigos». «:Qué quie- 1e?». «El mejor pisco del mundo, a mi entender», asegura la sombra. Pero rectifica: «O uno de los mejores, sefior. Pisco Motocachy». «Su nombre», dice Gamboa. «Teadré diez hijos. Todos hombres. Para ponerles el nombre de cada uno de mis amigos, muchachos. El mio a ninguno, solo los nombres de ustedes». «A Arana lo mataron», dice Alberto, «Yo sé quién fue. -Puedo ir a su casa». «Su nom- bre», dice Gamboa, «:Quiere usted matar a una ballena? Dele pisco Motocachy, sefior». «Cadete Alberto Fernan- dez, mi ceniente. Primera secci6n. ;Puedo it?». «Venga inmediaramente», dice Gamboa. «Calle Bolognesi 327. Barranco». Alberto cuelga,~ - Todos estén distintos, a lo mejor yo también, solo que no me doy cuenta. El Jaguat ha cambiado mucho, es para asustarse. Anda furioso, no se le puede hablar, uno se le acerca a hacerle una pregunta, a peditle un cigarzillo, y ahf mismo se pone como si le hubieran bajado el pancalén y empieza a decir brutalidades. No aguanta nada, por cualquier cosa, bum, la risica de las peleas y hay que estar calméndolo, Jaguar, qué ce pasa, si yo no me meto conti- 0, no te sulfures, matoneas sin motivo, ¥ a pesar de las dis- culpas se le va la mano por cualquier cosa, en estos dias he visto a varios machucados. No solo anda asf con los de la seccién, también con el Rulos y conmigo, parece men- tira que se porte asi con nosotros que somos del Circulo. Pero el Jaguar ha cambiado por lo del serrano, yo pesco coxlas las cosas. Por mas que se tiera y quisiera demos que le importaba un pito, la expulsi6n del serrano Cava lo ha transformado. Nunca le habfa visto esos ataques de ra-

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