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A veces tienes que renunciar para

seguir adelante
Por STEPHANIE LEE 12 de junio de 2018

Todos conocemos el dicho “Los triunfadores nunca se rinden y los que se


rinden nunca triunfan”.

Pero ¿qué tal si hemos juzgado la renuncia de modo incorrecto? ¿Qué tal
si, en lugar de significar un paso hacia atrás, renunciar con intención
puede ser una manera de acercarte a tus metas?

Aquí es donde entra la “renuncia estratégica”, un enfoque


aparentemente ilógico que te ayudará a dejar más tiempo libre, energía y
dinero para las cosas que realmente importan (otra manera de ver esto
es aprender el poder del “No”).

Digamos que quieres escribir un libro. Es un proyecto enorme, que te


consumirá energía y que, con toda probabilidad, requerirá que
“renuncies” a tus otros proyectos creativos o pasatiempos, según explica
Mark Manson en su libro The Subtle Art of Not Giving a —.

“A lo que renuncio cuando estoy escribiendo un libro es a la creatividad


en otras áreas”, dijo Manson. “Tengo una cantidad limitada de jugo
creativo que puedo usar cada día”, así que escribir un libro se lleva la
mayor parte de esa porción creativa.

El autor Seth Godin, en su libro The Dip: A Little Book That Teaches
You When To Quit (and When to Stick), establece que los triunfadores
son derrotistas inteligentes que renuncian con frecuencia, como cuando
se dan cuenta de que su camino y decisiones actuales no los acercarán
más hacia su objetivo principal. Asumir sus pérdidas les permite
redistribuir su tiempo y energía para las cosas que sí los llevan hacia
delante, djo.

“Es mejor solo comenzar las cosas que sabes que puedes terminar. No
querrás que los momentos difíciles te tomen por sorpresa, mejor estar
preparado para ellos”, dijo Godin. “El reto que tenemos es cómo vamos a
encontrar la fuerza y las herramientas para superarlos”.

Centrarse exclusivamente en algo es crucial, pero ese nivel intenso de


compromiso puede ser poco común en estos tiempos de constante
estimulación externa. (¿Cuándo fue la última vez que renunciaste a tu
teléfono por una semana o siquiera un día, con el único objetivo de
enfocarte en tus pasiones?). De hecho, los investigadores de la
Universidad de Adelaida exploraron la simple idea de que nos cuesta
trabajo alejarnos de la miríada de alternativas frente a nuestros ojos, en
especial cuando las ganancias son inciertas.

En el experimento, 32 personas participaron en un juego de


computadora en el que se les pidió repetidamente que escogieran una de
las nueve puertas para entrar. Cada puerta que los participantes
escogían para ingresar y explorar los premiaba con un tesoro de distinto
valor, que determinaba su remuneración. Pero en algunas versiones del
juego, las puertas que se dejaban sin abrir en algún momento
desaparecían. Bajo esta condición, los investigadores observaron que los
participantes estaban dispuestos a renunciar a una recompensa más
grande para mantener viables esas opciones.

En otras palabras, tratar de hacer y aferrarse a demasiadas cosas


canibaliza nuestros preciados y limitados recursos que podrían utilizarse
en otras cosas —pero nunca tendremos la certeza—.

Aquí es donde entra la renuncia estratégica y, con ella, la comprensión


del costo de las oportunidades. En términos simples, esta es la idea de
que para poder dedicarnos a una opción, debemos renunciar a otras, dijo
Godin. Esto significa escoger entre cuatro horas de The Office en Netflix
o trabajar en tu obra maestra o estudiar algo nuevo.

“Es muy costoso”, dijo Godin, “porque todas estas horas que podrías
pasar leyendo un libro, entrenando al equipo local de balonmano o
trabajando por tu comunidad, decides pasarlas frente a la televisión”. En
este punto, el costo monetario de Netflix es excedido en mucho por el
costo de oportunidad que representa, explicó.

Uno de esos costos es el tiempo, pues tendemos a pensar erróneamente


que por obra de magia tendremos más en un futuro incierto, según
mostró un estudio de 2006 publicado en Journal of Public Policy &
Marketing. No obstante, no olvidemos que “tenemos las mismas 24
horas al día” que Beyoncé. Si gastas una hora aquí y allá, tendrás menos
horas para escribir tu libro o ir al gimnasio a hacer ejercicio.

Tratar de hacer y aferrarse a demasiadas cosas canibaliza nuestros preciados y


limitados recursos que podrían utilizarse en otras cosas —pero nunca tendremos la
certeza—.
Renunciar hace que nos sea aún más difícil justificarnos debido al costo
perdido de invertir nuestro tiempo, energía y recursos en algo. Imagina
que has estado en una fila durante treinta minutos y entonces te enteras
de que aún tienes que esperar una hora más. Ya invertiste esos treinta
minutos, así que renunciar en este momento no te parece productivo. No
obstante, eso no es racional. Un artículo publicado en la American
Psychological Association culpa a nuestra necesidad de llevar al exceso la
regla de “no desperdiciar”. Es decir, sentimos que deberíamos darle
buen uso a esos treinta minutos.
Sin embargo, negarse a abandonar esas inversiones puede ser costoso.
Por cada momento que dupliques en algo que no está funcionando, estás
renunciando a otras oportunidades de valor potencial.

“La manera correcta de ver el costo perdido es decir: ‘Obtuve un regalo


de mi otro yo, el viejo yo’”, dijo Godin. “Una vez que te das cuenta de que
lo que sea que estás dejando a un lado es un regalo de tu antiguo yo, no
tienes que aceptar”.

La perseverancia hacia una meta a largo plazo sin beneficio se vuelve


una carga cuando te sientes infeliz y haces que otros también se sientan
abatidos. Un estudio de la Universidad Northwestern muestra que
cuando desechamos metas poco realistas y las cambiamos por objetivos
alternos estamos más felices, más saludables físicamente y menos
estresados.

“En definitiva se trata de un asunto de ego o autoestima porque creemos


que queremos ser exitosos y, ante nuestros ojos, renunciar es una
especie de fracaso”, dijo Kristin Neff, profesora adjunta de la
Universidad de Texas especializada en psicología educativa. Es esta
asociación con el fracaso lo que hace que sea emocionalmente doloroso
aceptar la renuncia a ciertas cosas, dijo Neff.

Aun así, darse por vencido en el momento adecuado es difícil. ¿Así que,
cómo sabes cuándo esforzarte todavía más para alcanzar tu meta y
cuándo es momento de renunciar y cambiar el rumbo?

Neff recomendó que pretendas darle un consejo a un buen amigo o a un


familiar como si estuviera exactamente en la misma situación.

“Es común que seamos más sabios y más comprensivos con otros que
con nosotros mismos”, dijo. “Si lo piensas, te ofrece un punto de vista
distinto que no has considerado”.

También reconoce que hay gente que ha alcanzado las mismas metas
que tú. ¿Cuál fue su experiencia? ¿A qué tuvieron que renunciar para
alcanzar el éxito? Al final, todo tiene un costo de oportunidad. No
importa cuál sea tu meta, tienes que pagar el costo en efectivo, con dolor,
a costa de relaciones interpersonales, con esfuerzo o tiempo. Además,
estos costos no son siempre obvios.

El punto es que, una vez que te das cuenta de los costos relacionados con
tus metas, puedes evaluar si puedes alcanzarlas con los recursos con los
que cuentas actualmente, dijo Godin. Además, lo más importante es
saber a qué debes renunciar y dejarlo ir para poder llegar hasta donde
deseas.
El peor momento para dejar algo es de hecho cuando más te duele.
Cuando se trata de empleos, por ejemplo, la mayoría de nosotros no
tenemos el valor de renunciar intencionalmente hasta que las
circunstancias se vuelven tan nefastas que nos vemos forzados a darnos
por vencidos. Si estás al inicio de tu carrera, te será benéfico buscar otro
trabajo como una oportunidad para crecer cuando menos necesitas el
trabajo, según Godin.

Sin embargo, cuando se trata de renunciar, incluso si es a algo pequeño,


puede ser una batalla real. La solución, dice Neff, es sacar a tu ego de la
ecuación. Cuando te enfocas en proteger tu ego, pones tu atención en las
preguntas incorrectas, como: “¿Soy un fracaso?” o “¿Tengo lo que se
requiere?”.

En lugar de eso, pregúntate: “¿Qué necesito para ser feliz?” o “¿Qué es lo


mejor para mí?”.

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