Está en la página 1de 277

I FRAY LUIS DE LEÓN

ACADEMIA LITERARIA
RENACENTISTA

I. FRAY LUIS DE LEÓN


CURSOS EXTRAORDINARIOS

ACTAS DE LA I ACADEMIA

Salamanca, 10-12 de Eiiciembre, 1979


ACADEMIA LITERARIA
RENACENTISTA

I. FRAY LUIS DE LEÓN

Edición dirigida por

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

1981
© EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Ediciones Universidad de Salamanca


Apartado postal 325
SALAMANCA (España)

ISBN: 84-7481-139-2
Depósito Legal: S.206-1981

Cubierta: C. Povedano
Composición: Secretariado de Publicaciones de la
Universidad de Salamanca
Impresión y encuademación: I.G. Visedo.
Hortaleza, 1. Salamanca.
ÍNDICE

Presentación 7

«No siempre es poderosa», de Luis de León


por EMILIO ALARCOS LLORACH 11

Clave epistemológica para leer a Fray Luis de León


por SATURNINO ALVAREZ TURIENZO 23'

El ramismo y la crítica textual en el círculo de Luis de León


por EUGENIO ASENSIO 47

El entorno poético de Fray Luis


por ALBERTO BLECUA PERDICES 77

Algunas observaciones semiológicas y semánticas en torno


a Fray Luis de León
por EUGENIO DE BUSTOS 101

El tema Sacro de «Ronda del Galán»


por CRISTÓBAL CUEVAS 147

Fray Luis de León: Exposición del «Cantar de los cantares»


por VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA . . . . 171

Imitación compuesta y diseño retórico en la Oda a Juan de Grial


por FERNANDO LÁZARO CARRETER 193

En torno a la exposición del «Libro de Job», de Fray Luis de León


por ALBERTO NAVARRO ... 225

Tradición y contexto en la poesía de Fray Luis


por FRANCISCO RICO 245"

Aspectos fónicos en la poesía de Fray Luis: Voces y ecos


por RICARDO SENABRE 249

índice 271
7

PRESENTACIÓN

«Academia literaria renacentista»

Escribo estas líneas cuando faltan pocas fechas para que se cumplan los
quinientos años de un libro revolucionario, el de las Introductiones latinae de
Nebrija, que salió de los tórculos de Salamanca en 1481.
Alumno de la vieja Universidad del Estudio, Elio Antonio, hastiado de
Doctrinales y Graecismi, había marchado a Roma con ánimo de peregrinación
a las fuentes del saber clásico. Lo que con él retornaba a España, en 1470, no
era una simple metodología formal lingüística, depurada y racionalizada, sino
mucho más: todo un programa de nueva formación humanística hecha a la
medida del hombre nuevo, que por entonces se convertía en medida de todas
las cosas.
Era consciente Nebrija de que le esperaban duras jornadas y, por ello, de-
cidido emulador de Lorenzo Valla, emprende su tarea con ardor de guerra
santa para «desbaratar la barbaria por todas las partes de España tan ancha i
luengamente derramada». Francisco Rico ha perfilado la crónica de la larga
contienda. A ella son convocados, sobre todo, los jóvenes que, a juzgar por
los ejemplares de las Introductiones vendidos —mil en un solo año—, de-
bieron de responder generosamente.
Se convertía, así, Salamanca, su universidad, en palenque de una reforma
de extraordinario alcance, no exenta, desde luego, como es bien sabido de gra-
ves tensiones. Concluían por aquellos años las obras de la gran biblioteca,
enriquecida en 1547 con los fondos de Juan de Segovia, y en cuyas bóvedas
pintaría Fernando Gallego —va a hacer, también pronto, quinientos años—
«las cuarenta y ocho imágenes de la octava esfera, los vientos y casi toda la
fabrica y cosas de la astrología», así como los emblemas de las artes liberales:
la ilustración, en suma, de una cosmovisión integradora, inspirada en los
libros de Hygino o Quinto Severo.
Coincide la construcción de aquel gran templo bibliotecario con la insta-
lación de las primeras prensas, a cuya promoción no debió de ser ajeno el pro-
pio Nebrija, y de las que en veinte años salieron más de ciento treinta incu-
nables.
8

Cuando, en la última década deis. XV, HyeronimusMünzer visita Sala-


manca, estudian aquí cinco mil alumnos, atraídos, bien es cierto y según el tes-
timonio del viajero alemán, por la excelencia de la despensa salmantina, pero
también, y de manera decisiva, por la categoría de los maestros que en ella
enprofesan. ¡Cómo no!. El mero repaso de la nómina hace palidecer a quien
hoy enseña en Salamanca: Arias Barbosa, el Comendador Griego y el Pin-
ciano, Barrientos y Sánchez de las Brozas. Nada extraño que Lucio Marineo
Sículo proclame a Salamanca como «clarissima civitas omnium virtutum dis-
ciplinarumque genitrix, equitibus et litteratis alumnis illustris». O que Pedro
Mártir de Anghiera refiera emocionado cómo fue llevado a hombros a una de
las aulas del Estudio, en 1488, para iniciar sus lecciones sobre Juvenal. (Bien
es cierto que, fatigados de la prolija explicación, los oyentes comenzaron a
ejercer, pasadas las dos horas, el derecho al pataleo).Eran los mismos estu-
diantes que, cuesta arriba, trasportaban en angarillas alP. Vitoria, en su vejez
impedido por la gota, para que pudiera dictar sus clases.
No hace falta insistir en lo que supuso para la lengua española el continuo
empeño de Nebrija, parejo, tan sólo, de lo que a descubrimientos de nuevas
tierras contribuyó la tarea de Diego de Deza. Pero quisiera remarcar el cuadro
del ambiente literario. Porque, a contrapunto de la investigación filológica, se
escribe aquí La Celestina y se alzan los primeros tinglados del teatro español
del Renacimiento. Y la poesía. No pensemos únicamente en los maestros. Las
crónicas testimonian la celebración de numerosos concursos entre estudiantes,
cuyo fallo corresponde a jurados en lo que figuran fray Luis y Salinas, por
ejemplo. Con razón se ha escrito que «muy pocas veces en la historia, desde la
Atenas de Pericles, se ha dado un caso tan deslumbrante de creación espiritual
y artística como en la Salamanca del siglo XVI» .
Y bien, todo esto obliga. Obliga, desde luego, en una dimensión de
estímulo, al perfeccionamiento cotidiano de cuantos hoy servimos a la univer-
sidad salmantina. Pero proyecta, a la vez, una obligación colectiva, la del es-
tudio concreto de aquella gloriosa etapa renacentista, muchos de cuyos valo-
res literarios reclaman justa valoración, lectura enriquecida, cuando no apre-
mia su elemental exhumación.
Tal es el reto aceptado por nuestra Academia literaria renacentista. Hace
un año, al reclamo de las palabras de fray Luis en su «Oda a Grial», «el tiem-
po nos convida / a los estudios nobles», convocaba a los colegas interesados
en la época. Era en la estación en que el campo había recogido ya en su seno la
hermosura y el cielo aojaba con luz triste el ameno verdor.
A lo largo de tres días —10, 11 y 12 de diciembre— diversos profesores de
universidades españolas, coincidentes en el fervor humanístico, presentaron y
sometieron a discusión sus ponencias sobre el maestro agustino. Su formación
9

y ambiente ideológico; sus claves epistemológicas; las fuentes clásicas de su


poesía, la riqueza formal en todos los niveles lingüísticos y la raigambre reola-
tina de ella; la modernidad, en fin, de sus exégesis, fueron los temas que atra-
jeron la, atención. Como en una verdadera academia de la época, se prolonga-
ba la controversia fuera del aula y no faltaron, incluso, billetes con versos de
circunstancias. Una exposición de autógrafos y primeras ediciones de fray
Luis en la Antigua Librería de Estudio, y un concierto de música del Renaci-
miento completaron la celebración que se clausuraba con un propósito de fi-
delidad a la convocatoria. Porque es mucho lo que cabe y debemos hacer, des-
de el mero intercambio de datos y noticias de investigación a la elaboración de
planes conjuntos.

Restaba sólo elegir un emblema. Entre los muchos que cualquier rincón
salmantino ofrece, hemos optado por uno de los que figuran en la galería alta
del claustro de nuestra universidad. Figura entre los documentados en la Hyp-
nerotomachia de Polifilo y representa la cabal interpretación de la armonía re-
nacentista: «velocitatem sedendo, tarditatem tempera surgendo».

Escribo estas líneas cuando faltan pocos días para que la Academia se
reúna por segunda vez y en esta ocasión de modo extraordinario. Al cumplirse
en 1980 los cuatrocientos años del nacimiento de don Francisco de Quevedo,
hemos pensado que su dimensión de humanista reclamaba de nosotros el ho-
menaje del estudio. Nos aprestamos, también, con él a suplir la ausencia de
convocatorias de este tipo que, a diferencia de otros países y por extraño que
parezca, no suscitó la efemérides.
Estas Actas primeras quieren ser la mejor bienvenida a quienes ha atraído
la llamada de la Academia literaria renacentista.

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA


«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE LUIS DE LEÓN
EMILIO ALARCOS LLORACH
Real Academia Española.
Universidad de Oviedo.

La oda XV, que Merino tituló —no sin fundamento— «Triunfo de la


inocencia» l, es la tercera, y más reciente, de las que el maestro León dedicó a
su protector Portocarrero. Frente a las otras dos dirigidas a éste, que son me-
ros encomios del destinatario, la oda XV, a pesar de escudarse en el tono más
impersonal, es una pura reflexión íntima del poeta, que utiliza a su interlocu-
tor como simple vocativo. Mientras en las odas XXII y II figura Portocarrero
como asunto central de la composición 2, aquí el magnate aparece como oyen-
te pasivo sustituíble por cualquier otro, y son las propias circunstancias del
autor las que informan la sustancia de los versos, si bien, con contenido pu-
dor, no asoma por ninguna parte la primera persona. Parece que esta discreta
modestia, de respetuosa ocultación del yo, fue siempre la actitud adoptada
por fray Luis al dirigirse al poderoso Portocarrero (sobrio distanciamiento
observable también en las otras dos odas mencionadas). Pero desde los tiem-
pos en que se escribieron éstas (en los años 1569 y 1570), según verosímilmente
se puede sospechar, hasta el momento de enviar al procer la que ahora consi-
deramos, el poeta había pasado el largo período casi quinquenal de su
carcelería vallisoletana de la inquisición, y ya no estaba para encomios, y sí
para quejarse con prudente recato de la persecución padecida y del poco efec-
tivo —o al menos lentísimo— apoyo de los amigos poderosos, y para jactarse
de la propia resistencia que le había permitido llegar a la final absolución. No
es que fray Luis pretenda en esta oda reconvenir al protector por su poca efi-
cacia en favor suyo (ya que posteriormente sigue profesándole afecto y agra-
decimiento), pero sí sorprende que en toda la oda no haya una sola mención a
la posible ayuda recibida, y, sólo, en cambio, la satisfacción del mérito perso-

1 «Está sin epígrafe en los Mss.; pero parece que le convendría el de Triunfo de la inocencia;
pues sin duda fray Luis quiso celebrar su triunfo y la confusión y vergüenza de sus acusadores»,
escribe el P. Merino. A falta de su edición, citamos por la que la Academia hizo sobre ella con las
anotaciones de Menéndez Pelayo: Poesías defr. L. de L., Madrid, 1928, p. 72, nota.
2 De estas dos odas nos ocupamos, respectivamente, en Homenaje a Ignacio Aguilera (San-
tander, en prensa) y en Archivum, 27, p. 5 sigs.
12 EMILIO ALARCOS LLORACH

nal del «ánimo constante», capaz de haber superado todo lo adverso y de ha-
berse alzado al fin con la victoria.
Dámaso Alonso 3 ha analizado con sagacidad la situación de ánimo del
poeta al escribir la oda, y podemos suponer —con todos los comentaristas—
que éste, la compuso a raíz de su liberación, a fines de 1576 o a principios de
.1577, cuando se encontraba todavía bajo la presión violenta de la larga lucha
sostenida y envuelto en los vapores triunfales de su recibimiento en la universi-
dad salmantina. Hay, pues, en el fondo material de la oda, estos dos compo-
nentes anímicos: resentida —aunque justificada— virulencia contra los ene-
migos, y segura y satisfecha apreciación del mérito propio. Es un íntimo
desahogo ex abundantia coráis. El vocativo del segundo verso es puro exci-
piente y consecuencia del hábito apelativo con que escribía sus odas fray Luis
(casi siempre se dirige a un interlocutor, real o imaginario). Esta oda también
se la dedica a Portocarrero, pero se trata de un simple envío; de la actitud in-
terna del poeta, de su intención al dirigirse precisamente a Portocarrero, no
podemos colegir nada: sólo conjeturas poco demostrables. ¿No ocultará toda
la complacida suficiencia perceptible en la oda un soterrado sentimiento de
dolido reproche del autor hacia el poderoso destinatario?
El texto de la oda, desde el P. Llobera para acá, puede considerarse bien
fijado, y carece, ciertamente, de complicaciones de interpretación. Solo el ver-
so 32, que criticaba Arjona como «lánguido y recargado» 4, y que casi ningún
comentarista analiza (aunque se expliquen otras obviedades), puede resultar
chocante y difuso: lo propio y lo diverso, ajeno, estraño. Macrí lo traduce
aproximadamente («ricorrano a ogni mezzo lecito e illecito, o non pertinente e
assurdo») 5 , y, por otra parte, Dámaso Alonso, al comentar la oda, nos da
una paráfrasis aclaratoria y precisa («¿No se habían conjurado contra él,
contra el propio poeta; no habían revuelto lo científico y lo más vulgar, acu-
mulando testigos, pedido informes a hostiles teólogos y escriturarios, admiti-
do las chacharas de estudiantes y las insidias, apurado lo distante, Granada,
Sevilla, Murcia, Toledo, hasta Lima y Quito, buscando pruebas contra
él?») 6 .
Rocemos levemente algunos puntos: en el v. 7 algunos mss. leen quanto,
pero, como dice Llobera, «indebidamente» en lugar de cuando, puesto que
«venir al suelo» no es actividad prolongable y presupone un momento concre-
to, el expresado con cuando {cuanto exigiría un correlato en la apódosis); en
nota al v. 12, el P. Vega7 pone la identificación «Parto = intento», cuando el
— 3 En Obras completas, II, p. 820-823.
4 Lo cita J. LLobera, Obras poéticas defr, L. de L., I, 1932, p. 254.
5 O. Macrí, F. L. de L.: Poesie, Firenze, 1950, p. 59.
6 D. Alonso, op. cit., p. 821.
7 A. C. Vega, Poesías defr. L. de L., Madrid 1955, p. 510.
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 13

parto de la Tierra —según acepta él mismo previamente— son los gigantes, re-
belados contra los dioses olímpicos y derrocados por éstos en las entrañas de
su madre; en el v. 20 explica bien Llobera el hipérbaton al fin y (por «y al fin»,
p. 258-259) y más adelante puntualiza con precisión las acepciones de apuren y
tesoro de los v. 31 y 35 («extremen, agoten» y «lustre, brillo, hermosura»);
Tierra en el v. 9, Fama en el 44 y Vitoria en el 48, aparecen inconsecuentemen-
te con minúsculas o mayúsculas: se trata de claras personificaciones; por últi-
mo, no importa mucho que las referencias al tigre y al basilisco de los v. 27-28
(o al tigre y a la sierpe del v. 44) apunten a concretos perseguidores del poeta
(León de Castro y Bartolomé Medina, según pensaba A. Coster) o a sus ene-
migos en general. Sin embargo, aunque la oda se entiende, la puntuación que
comúnmente se adopta creemos que no enlaza ni distribuye conforme a razón
los contenidos manifestados. Por ello daremos aquí el texto tal como lo in-
terpretamos:
No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
5 al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo:
testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
10 que, cuando tuvo puesto
un monte encima de otro y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio que le oprime.
15 Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende
y contra el claro día
las alas escurísimas estiende,
no alcanza lo que emprende,
20 al fin y desparece
y el sol puro en el cielo resplandece,
no pudo ser vencida
—ni lo será jamás— ni la llaneza,
ni la inocente vida,
25 ni la fe sin error, ni la pureza,
por más que la fiereza
14 EMILIO ALARCOS LLORACH

del tigre ciña un lado


y el otro el basilisco emponzoñado.
Por más que se conjuren
30 el odio y el poder y el falso engaño
—y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, estraño—,
jamás le harán daño:
antes —cual fino oro
35 recobra del crisol nuevo tesoro—,
el ánimo constante
—armado de verdad— mil aceradas,
mil puntas de diamante
embota y enflaquece y —desplegadas
40 las fuerzas encerradas—
sobre el opuesto bando
con poderoso pie se ensalza hollando.
Y con cien voces suena
la Fama, que a la sierpe, al tigre fiero
45 —vencidos— los condena
a daño no jamás perecedero;
y con vuelo ligero
veniendo la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria.

Nuestra divergencia procede de considerar la oda como un todo dividido


en cuatro partes centradas sobre sendos contenidos, cuya sustancia esquemáti-
ca podría expresarse así: 1/ El mal no dura siempre y es castigado (estancias 1
y 2, versos 1-14); 11/ La inocencia no puede ser vencida (estancias 3 y 4, v. 15-
28); 111/ El ánimo constante triunfa contra el odio, el poder y el engaño (estro-
fas 5 y 6, v. 29-42); y IW La Fama pregona su victoria (estancia 7, v. 43-49).
Por consiguiente, no hay solución de continuidad, ni debe haber punto (como
ponen las ediciones), entre los versos 21 y 22 ni entre los versos 35 y 36. En
efecto, toda la estrofa 3 (v. 15-21) es una prótasis condicional compleja (cons-
tituida por la copulación de dos segmentos referidos a la niebla y al sol, el pri-
mero de los cuales conlleva la yuxtaposición de dos parejas de elementos co-
pulados: ofende y estiende, no alcanza y desparece). La estancia siguiente (v.
22-28) representa la apódosis que le corresponde. Según otras lecturas, se in-
terpreta que hay una prótasis en los versos 15-18 y que el resto de la estrofa (v.
19-21) manifiesta la necesaria apódosis. Con ello, la cuarta estancia queda
aislada y sin ningún enlace sintáctico con lo anterior (y semánticamente la ter-
cera parece un inciso que no viene a cuento). Bien es verdad que la repetición
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN J5

en la estancia 5 del esquema gramatical utilizado en el antepenúltimo verso de


la 4 (por más que, v. 26 y 29) puede producir la engañosa impresión de que el
complemento pronominal del v. 33 (jamás le harán dañó) señala por anáfora
(y sin concordancia de número) a los términos mentados en los v. 23-25 (llane-
za, inocente vida, fe, pureza). Pero, en realidad, el le del v. 33 es alusión cata-
fórica al singular que viene después: el ánimo constante (esfrofa 6, v. 36), por-
que de lo contrario se hubiera escrito jamás les harán daño. Todavía más: si se
lee correctamente el pasaje de los v. 34-35, el enlace sintáctico de las dos estan-
cias 5 y 6 resulta inevitable. En la puntuación tradicional suelen leerse esos
versos así: antes, cual fino oro, recobra del crisol nuevo tesoro, como creyen-
do que las virtudes de los v. 23-25, supuestamente aludidas por le, son sujeto
tácito de recobra nuevo tesoro, cuando lógicamente es al oro, aducido como
comparación, al que le corresponde «recobrar nuevo tesoro». La unidad ad-
versativa antes (v. 34) exige, pues, decir luego algo que se oponga a lo expresa-
do en los versos precedentes. Y ese algo es lo manifestado en la estancia 6. El
poeta, en estas dos estrofas, nos quiere comunicar más o menos lo siguiente:
«A pesar de las acechanzas, no recibirá mal el ánimo constante; antes bien, así
como el oro se purifica en el crisol, el ánimo, con el escudo de la verdad,
rechaza las flechas que le hostigan y, con las fuerzas que en sí encierra (llane-
za, inocencia, fe, pureza), aplasta al bando contrario (odio, poder, engaño)».
La comparación de los v. 34-35 se establece, pues, entre el oro, purificado con
el sufrimiento del fuego, y el ánimo, sometido a la adversidad del odio.
Aceptando nuestra lectura queda ostensible la rigurosa y equilibrada
construcción con que fray Luis despliega los contenidos de la oda. Partiendo
de sus personales y dolor osas experiencias, el maestro se eleva a un plano teó-
rico y trata de exponer objetivamente el combate moral de los opuestos ban-
dos del bien y del mal. Cada una de las cuatro partes distinguidas en la oda se
ocupa de un aspecto diferente: en la primera se refiere a la condición y al desti-
no funesto de las fuerzas maléficas; en la segunda, afirma el inevitable triunfo
del bien; en la tercera, enfrenta a los dos contrincantes, que se disputan el áni-
mo en combate singular; y en la cuarta, o apoteosis, resplandece la victoria fi-
nal de las virtudes. La configuración sintáctica y semántica de las cuatro par-
tes se produce con procedimientos en esencia contrastivos y paralelísticos, que
tratan de manifestar el proceso análogo y contrario del bien y del mal, y, a la
vez, con machacona insistencia, la consecuente actitud vital del poeta, con-
vencido de las virtudes y de las razones que le asisten.
El contraste se refleja ya en la selección del léxico operada por el autor,
que se mueve en dos ámbitos condensados en torno a los opuestos núcleos se-
mánticos de «mal» y «bien», de lo negativo y lo positivo. A lo largo de la oda»
en sucesiva alternancia o en simultáneo conflicto, aparecen unidades léxicas
16 EMILIO ALARCOS LLORACH

de uno y otro campo que, apoyándose y chocando, aportan un expresivo re-


lieve de sombras y luces. De este modo:

(Connotación negativa) (Connotación positiva)

maldad
envidia
ponzoñosa
fuerza sin ley
suelo cielo

mal osado
derrocado
sin esperanza
gime
oprime

niebla rayo
fría claro
odiosa día
ofende sol
no puro
escurísimas resplandece
II. fiereza llaneza
tigre inocente vida
basilisco fe sin error
emponzoñado pureza
odio
poder foro
falso engaño / crisol
ciegos de ira I tesoro
daño
III. aceradas constante
puntas verdad
6. opuesto poderoso
hollando ensalza
sierpe ligero
tigre corona
IV. fiero gozo
daño gloria
vencidos vencedor
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 17

La particular distribución del léxico concuerda con los contenidos es-


quemáticos que en sus cuatro partes desarrolla la oda:

I. (est. 1. y 2). No siempre es poderosa la maldad.


II. (est. 3. y 4). No pudo ser vencida la llaneza etc.
III. (est. 5. y 6). El ánimo constante vence al opuesto bando.
IV. (est. 7). Los vencidos son condenados; el vencedor, coronado.

Hay, pues, una estudiada gradación del contenido para mostrar que las
fuerzas negativas van decayendo y las positivas afirmándose en el imaginado
combate moral dentro del ánimo. Se comienza rechazando el poder efectivo
del mal, se sigue asegurando la imposibilidad de la derrota del bien, se descri-
be la lucha entre ambos contendientes, se concluye con la victoria definitiva y
previsible del bien.
Las dos primeras partes, destinadas a exponer las posibilidades de los dos
opuestos poderes, se elaboran con enfoque y estructura paralelos, cada una en
dos estancias: una dedicada al bando considerado y otra complementaria que
sirve de ejemplificación concreta. El paralelismo de las partes I y II se altera
con la inversión simétrica del orden de las estrofas componentes (Opinión
sobre el mal-ejemplificación. / Ejemplificación-opinión sobre el bien), y con
el recurso a elementos comparativos de diferente esfera (la mitología para el
mal, la naturaleza para el bien). Tenemos, así, este esquema:

(Opiniones) (Ejemplo comparativo)


1. No siempre es poderosa la maldad.
2. Así fueron castigados los Gigantes.
3. Como la niebla desaparece ante el sol,
4. Las virtudes no serán vencidas por el mal.

Comparemos la estructura sintáctica y semántica de las dos estancias 1 y


4, contrastivas en sus contenidos («mal» y «bien» respectivamente). En ambas
se rechazan ciertos hechos: el poder del mal y el vencimiento del bien. Por
consiguiente, domina en ellas la configuración modal negativa (manifestada
con las unidades no, ni, tan repetidas, y el contraste entre siempre y jamás, v.
1, 2 y 23). En una y otra, la seguridad de las opiniones lleva al autor a de-
sarrollar con insistencia, mediante segmentos copulados, el núcleo semántico
referido en el esquema; pero, a la vez, establece una expresiva distinción entre
la infecunda dispersión de las fuerzas del mal y la conjunta unidad de las del
bien, recurriendo para ello, en el primer Caso, a sucesivos núcleos verbales (es,
atina, inclina), y limitándose, en el segundo, a un solo lexema verbal reiterado
(ser, será): los tres sujetos de la estrofa 1 corresponden a tres verbos diferen-
EMILIO ALARCOS LLORACH
18

tes* los cuatro sujetos de la estancia 4 funcionan conjuntamente (y de ahí el


singular) con el desdoblado núcleo verbal (no pudo ser, ni lo será). Esquemáti-
camente:

No siempre es poderosa - la maldad


Ni siempre atina - la envidia ponzoñosa
Y al fin - la frente inclina - la fuerza sin ley
ni la llaneza
No pudo ser vencida ni la inocente vida
Ni lo será jamás ni la fe sin error
ni la pureza.
Las .analogías y diferencias entre las estancias 1 y 4, basadas en las
intrínsecas condiciones respectivas del mal y del bien, se remachan, en los ver-
sos finales de cada una de ellas (v. 6-7 y 26-28), completando con una causa
explicativa ( v. 6 que) la forzosa inoperancia del mal, y con una concesión (v.
26por más que) el inexorable triunfo del bien. Viene a decirse «el mal es impo-
tente, porque es inútil oponerse al cielo» (v. 6-7); «El bien no será vencido,
aunque lo acechen peligros» (v. 26-28). Este ineluctable determinismo deriva
de la creencia en un orden, que emana del cielo y se realiza a través del bien a
pesar de las dificultades. El mal consiste en oponerse a ese orden y está desti-
nado al fracaso. Desde el principio de la oda, quedan sugeridas ambas creen-
cias y se presupone el resultado del conflicto con los dos ejemplos de las partes
I y II: el testimonio de la verdad mítica (la caída de los Gigantes, est. 2) y la ex-
periencia de los fenómenos naturales (el sol disipa la niebla, est. 3). El vano in-
tento de los hijos de Gea (animados por la maldad, la envidida y la fuerza sin
ley, aludidas en est. 1), al desafiar el orden del cielo, se traslada sintácticamen-
te en la complejidad hipotáctica de toda la estancia 2 y en la abundancia de
unidades adyacentes (con algún que otro hipérbaton, para no hablar de la fre-
cuencia de consonantes dentales /t, d/):

Es testigo — el parto
que puesto y
cuando tuvo
!
levantado —un monte.
gime
—derrocado —al hondo
—sin esperanza
—debajo su edificio
que le oprime.
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 19

En cambio, el desarrollo de la estancia 3, que expone un fenómeno natu-


ral sometido al orden del cielo, discurre con la fluidez sosegada de la parata-
xis. Los gigantes se oponían al cielo y su esfuerzo se refleja en los trenzados de
la estructura del período. La niebla, por el contrario, cumple con su condición
de adversario aparente del orden, y, paso a paso, cede y se retira ante el sol:

—ofende ) .. ', —al rayo que amanece


I —odiosa j
—y extiende las alas... —contra el claro día
. . , —no alcanza lo que emprende
(Si ya) / y W ,
J
\J j —y desaparece
—resplandece —puro —en el cielo.
Todavía puede notarse en la estancia 1 la determinación semántica in
crescendo de las fuerzas maléficas: la primera unidad léxica aparece aislada
{maldady. 2), la siguiente se incrementa con un adyacente adjetivo {la envidia
ponzoñosa v. 3), la tercera se explaya con otro elemento {la fuerza sin ley que
más se empina v. 4). La fusión de las dos primeras estrofas queda realzada por
la resonancia semántica de las nociones de «maldad, envidia, sin ley, inclinar-
se» de la 1 en las de la 2 («mal osado, derrocado»), y, sobre todo, por las
correspondencias siguientes:

v. 6 quien se opone al cielo = v. 9 el parto de la Tierra mal osado,


v. 7 cuando más alto sube = v. 10-11 cuando tuvo puesto y levan-
tado...
v. 5 la frente inclina = v. 13 sin esperanza gime,
v. 7 viene al suelo = v. 12,14 al hondo derrocado, debajo
/su edificio.

Parecidas relaciones se observan entre las estancias 3 y 4. En la primera,


los núcleos semánticos se configuran equilibradamente con grupos binarios de
«sustantivo y adyacente»: niebla fría, rayo que amanece, claro día, alas
escurísimas, sol puro. Los de referencia positiva anticipan en imagen el
conglomerado de virtudes que se alude en la estrofa 4, y que por otra parte se
ordenan simétricamente (dos unidades aisladas, inicial y final: llaneza-pureza;
otras dos centrales de esquema binario: inocente vida-fe sin error). De este
modo:

rayo que amanece v. 16 = llaneza v, 23


claro día v. 17 = inocente vida v. 24
20 EMILIO ALARCOS LLORACH

SOl V. 18 = fe sin error v. 25


puro v. 18 = pureza v. 25.

Además, las dos fases opuestas de la actividad de la niebla se conforman


en correlativo esquema sintáctico que choca con el semántico de contraste:
ofende y estiende (verbos afirmativos para lo «negativo») frente a no alcanza
y desparece (verbos «negativos» para lo positivo). Y aún, las connotaciones
negativas de la estrofa 3 (fría, odiosa, escurísimas) se corresponden con las
que aparecen en la concesión de la 4 {fiereza y emponzoñado, tigre y
. basilisco), construida también con esquema cruzado de valores y ordenación
de sintagmas (según fórmula: S ^ - V - O j - y - C ^ - §2» donde S= sujeto,
V = verbo, O = objeto):

La fiereza del tigre (a de b)


un lado y
el basilisco emponzoñado (b con a)i'clña
el otro

Finalmente, prescindiendo del segmento concesivo (v. 26-28), la secuen-


cia de los componentes de la prótasis y la apódosis de estas dos estancias se
dispone otra vez con simetría contrastiva de parejas, de manera que en la pró-
tasis aparece al principio de cada miembro el sujeto y al final los verbos,
mientras en la apódosis se produce la inversión, restableciendo el orden V-S
(La niebla ofende,.. y el sol resplandece / No pudo ni será... la llaneza...). En
esquema (donde C-elemento adyacente vario):

(Si) S-O-C-V (v. 15-16)


(y) c-o-v (v . 17-18)
V-O (y) V (v. 19-20) V-V-(ni)S-(ni)S-(ni)S-(ni)S(v.22-25).
(y) S-C-V (v. 21)

La parte III, con sus dos estancias enlazadas (5 y 6), tiene como núcleo el
«ánimo constante» y expone, con andadura demorada y detallista, el esforza-
do y despacioso combate contra el mal. Como hemos dicho, consta de dos
segmentos sintácticos independientes contrapuestos por la unidad adversativa
antes y por la diferente función gramatical y real de la referencia nuclear (áni-
mo). En el primero (v. 29-33), el «ánimo» figura como objeto indirecto de los
amenazantes poderes maléficos, apenas aludido por el pronombre del v. 33
(le). Además, como empalmando con la segunda parte de la oda, se reproduce
el esquema sintáctico, pero invirtiendo los componentes de la estrofa anterior
(la 4): en ésta se afirma que las virtudes «no serán vencidas jamás, aunque las
ciña la fiereza y la ponzoña»; aquí, «aunque se conjuren los males, jamás ha-
rán daño al ánimo»; es decir, frente al esquema precedente «afirmación tajan-
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 21

te + concesión», ahora tenemos «concesión + afirmación tajante» en la es-


tancia 5. El polisíndeton y la insistencia de elementos en esos versos 29-32 su-
gieren rítmicamente la oscura pululación de la conjura. El segundo segmento,
iniciado con antes (y tras la comparación con el oro acrisolado al final de la es-
tancia 5), hace explícito el ánimo constante al comenzar la estrofa 6: realzado
al abarcar un heptasílabo completo, ahora funciona como sujeto y desarrolla
en la sustancia dos actividades que se manifiestan con complejidad sintáctica
correspondiente a su laboriosa realización: una, léxicamente desdoblada (em-
bota y enflaquece v. 39), otra, intensificada en duración mediante el empleo
del gerundio (se ensalza hollando v. 42). Los eslabones sintácticos se suceden
entrecortadamente, alterando el orden habitual, con pausas que retienen la
elocución y producen un ritmo de acezante esfuerzo, retrasando la concluyen-
te concatenación del sujeto inicial (el ánimo, que comienza la estrofa) con el
verbo final (se ensalza hollando v. 42) y abarcando entre ambos extremos to-
dos los componentes semánticos y sintácticos, con predominio de elementos
binarios:

mil aceradas
embota y
—armado de verdad — mil... de > puntas
El ánimo enflaquece
diamante !
constante y
—desplegadas.. ¡ sobre el opuesto.,
con poderoso pie
—se ensalza...

Simultáneamente, se producen correspondencia antitéticas entre los lexe-


mas de la estancia 5 y los de la 6: el odio del v. 30 resuena en las mil puntas que
el ánimo rechaza (embotando lo acerado y enflaqueciendo la dureza del
diamante, v. 39); el poder negativo queda compensado con el positivo del po-
deroso pie del ánimo (v. 42); el falso engaño se contrarresta con la verdad de
que está armado el ánimo (v. 37); la ceguera airada del mal (v. 31) se compen-
sa con el despliegue de las fuerzas encerradas del bien (v. 40), y, a la vez, de
nuevo, los elementos léxicos utilizados reflejan el contrastre entre la disper-
sión de lo maléfico y la unión del bien: las potencias negativas requieren aliar-
se para tratar en vano de conseguir algo (se conjuran v. 29), mientras el bien,
desde su interna unidad armoniosa, despliega sus fuerzas (v. 39-40).
22 EMILIO ALARCOS LLORACH

La parte IV cierra la oda con una sola estancia, dispuesta —según apunta
ya Macrí 8— casi escultóricamente como la composición de un tímpano: las
trompetas de la Fama resonando a los lados, a los pies los vencidos condena-
dos a daño eterno, al centro el vencedor aureolado de gozo y gloria por la Vic-
toria revolando en lo alto. Su carácter conclusivo viene expreso por la doble
copulativa (Y- y, v. 43, 47) y por recoger y fundir en el contraste de vencidos y
vencedor los dos campos semánticos del mal y del bien que informan toda la
oda. La duplicidad de elementos, tan insistentemente utilizada, se reitera tam-
bién aquí: si los vencidos son dos {sierpe, tigre v. 44) condenados a daño úni-
co, el vencedor es único pero coronado de dos atributos {gozo y gloria v. 49);
y son también dos los entes personificados {Fama y Vitoria) que funcionan co-
mo sujetos de construcciones paralelas, semánticamente contrastivas:

Y - con cien voces - suena - la Fama - condena - vencidos - a daño.


Y - con vuelo ligero - veniendo - la Vitoria - corona - vencedor - de gozo y glo-
/ria.

8 O. Macrí, Fe L. de L.: «Poesie, Firenze 1964, p. 57-58: «la strofa finale sbozza in classico
marmo la Fama, che condanna le bestie vinte, e la Vittoria, che con agüe voló discende e incorona
di giubilo e di gloria il vincitore. /,../ la singóla persona ha trionfato sull'invido nemico e si auto-
esemplarizza, si ipostatizza: é il 'vencedor' baciato della Fama!»
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN *
SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
Universidad Pontificia. Salamanca.

1. Qué entiendo por «clave epistemológica».


Aunque aquí haya de tener presente toda la obra de fray Luis, quiero dis-
tinguir en ella dos clases de escritos, que podrían, con vieja nomenclatura, de-
nominarse exotéricos y esotéricos. Los primeros provienen de lecturas de cá-
tedra, no publicadas, no al menos por nuestro autor o, cuando lo hizo, no ba-
jo la forma de lecciones escolares, sino profundamente reelaboradas. Los se-
gundos son los que redactó laboriosamente, y a los que se puede aplicar lo que
él dijo de las escrituras «que por los siglos duran»: que «no los dicta la boca»,
sino que «del alma salen, a donde por muchos años las compone y examina la
verdad y el cuidado» (L.J. 952) í . Los escritos que llamo exotéricos son esos

* Ediciones citadas de fray Luis: Obras completas castellanas (ed. Félix García, O.S.A.,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944): Cantar de los Cantares (C.C.); La perfecta casa-
da (P.C.); De los Nombres de Cristo (N.C.); Exposición del libro de Job (L.J.); Poesías (P.).
Incluyo las referencias en el texto según esas abreviaturas; cuando ocurren a pie de página cito por
Obras, junto con la sigla del titulo correspondiente. Mag. Luysii Legionensis Augustiniani divino-
rum librorum primi apud Salmanticenses Interpreta Opera nunc primum ex mss. eiusdem ómni-
bus PP. Augustiniensium studio edita, 7 vols. (Salmanticae 1891-1895), abreviadamente Opera.

1 Fray Luis distingue con frecuencia en los nombres y discursos el sonido y sentido exteriores
del significado y espíritu interiores. Así, en el cap. introductorio de los Nombres de Cristo, habla
de «dos diferencias de nombres: unos que están en el alma y otros que suenan en la boca». En
correspondencia con «lo que del alma sale» y «lo que dicta la boca» (N.C., Obras, p. 394). Del
mismo modo habla de «la corteza de la letra» y del «espíritu» que encierra, o de su «secreto»
(C.C., Obras, p. 27). También de dos sentidos patente y latente de una escritura, en particualar de
la sagrada, distinguiendo al respecto entre «sonus» y «sententia», de modo que «sonus sit exterior
iíle, qui oculis objicitur sensus; sententia vero latens, et occulta intelligentia ea, ad quam exterior
sonus transfertur...» (Opera, II, p. 16). Esos dos aspectos van unidos, pero domina el sentido in-
terior que sale del alma y, en cuanto al nombre, el que afecta al «ser que tienen las cosas en el en-
tendimiento del que las entiende», los cuales «son los nombres principalmente» (N.C., Obras, p.
394).
Su propia obra la compone fray Luis con diligente cuidado. Como quien sabe que «el bien
hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera co-
mo se dice», eligiendo entre las palabras, y contando, pensando y midiendo las letras (N.C.,
24 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

que simplemente «dicta la boca». Los que «del alma salen» serían los esotéri-
cos. Al menos en su caso pueden denominarse así a estos últimos por expresar-
se en los tales lo mas escondido y propio de su genio. La distribución indicada,
de relacionarse con la que, bajo esas calificaciones, se hace de la obra de Aris-
tóteles, queda invertida; pero de ese modo se significa mejor lo que intenta-
mos expresar. En la cátedra habla fray Luis exotéricamente y para el público,
exponiendo, aunque con libertad, doctrinas oficiales. Su secreto nos lo revela
escribiendo, también para el público, pero libre de trabas y en respuesta a los
más genuinos intereses de su ánimo.
La distinción indicada puede apoyarse en otros lugares del propio fray
Luis como aquél de los Nombres de Cristo —obra esotérica suya por
excelencia—, cuando, refiriéndose a los diálogos del libro y el lugar en que se
tienen, comenta: «demás de que este lugar es mejor que la cátedra, lo que aquí
tratamos ahora es sin comparación muy más dulce que lo que leemos allí»
(N.C., 526).
No me ocuparé de informar sobre lo que dijo fray Luis, ni en toda ni en
parte de su producción literaria. Lo que quiero es ver desde dónde lo dijo; des-
de qué actitud escribe, cuál sea la estructura de categorías o lugares mentales
de referencia en función de los cuales se delimita y pauta su discurso. Lo que
interesa, pues, no es el contenido de su obra, al menos in recto. Me ocuparé de
ella in obliquo, para detectar, a través del texto, el esquema infratextual, ei lo-
gos que en él se revela, su apriori o radical significativo; de otro modo, el mo-
delo, paradigma o arquetipo desde el que y en torno al cual se organiza dicho
texto. Es a lo que aludo al hablar de «clave epistemológica de su lectura».
Voy a empezar el análisis por una mínima parcela de su obra, que puede
considerarse representativa. Posteriormente se podrá ampliar el punto de vista
generalizando los resultados de este primer acercamiento. Me refiero a la me-

Obras, p. 674). Declara sus poesías «obrecillas» de su mocedad y casi de su niñez, que se le «caye-
ron como de entre las manos». Los conocedores y los estudiosos de esas «obrecillas» saben nui^
bien cuánta reflexión y lima hay en ellas. «Aquellas obrecillas que, dice fray Luis, se le cayeron de
las manos, son, bajo su aparente sencillez, producto de un arte consciente y refinado. Para des-
montarlas y entender completamente su técnica expresiva no bastaba la critica puramente intuiti-
va del pasado siglo; eran precisos los nuevos métodos de análisis estilístico que han transformado
el cuadro de la historia de nuestra poesía clásica» (SAINZ RODRIGUEZ, P., «Introducción al
estudio de fray Luis de León», en El pensamiento filosófico de fray Luis de León, por Alain Guy,
Madrid 1960, pp. 33-34). La obra escrita de fray Luis es un producto altamente reflexivo, no obra
de la espontaneidad. Referir esa obra a la espontaneidad es uno de los «mitos» que debe ser de-
sechado, junto con el de la «serenidad», para llegar a su interpretación correcta (cf. LAPESA,
R., «El cultismo en la poesía de fray Luis de León», &\.AttidelConvegnoInternazionalesul tema
«Premarinismo e pregongorismo», Roma 1973, p. Z2D).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 25

dia docena de páginas de la «Dedicatoria» de los Nombres de Cristo


(N.C.,379-385).
Dicho sea de paso: No hay «Prólogo» o «Dedicatoria» de los antepuestos
por fray Luis a sus escritos —y parece haber tenido especial gusto, así como
demostraba también especial genio, en prologarse— que no estén llenos de
significado. Suelen ser páginas breves, pero densas, «macizas» (palabra esta
última muy de su estilo). En ellas, sin contar con otra cosa, deja sellada su
maestría de escritor. Pero además suelen estar tan cargadas de intención, fre-
cuentemente crítica, de modo que a una rápida lectura tal intención puede es-
caparse, que bastaría el atento examen de esos «Prólogos» para vislumbrar
muchos de los secretos de su vida y, desde luego, las claves fundamentales pa-
ra la comprensión de su obra. Ningún estudio serio de fray Luis puede permi-
tirse descuidar la rumia atenta de esas breves piezas antológicas. Ellas por sí
solas merecerían un estudio monográfico.

2. Esa «clave» en la «Dedicatoria» de los Nombres de Cristo.


Vengamos a dicha «Dedicatoria». Si nos preguntamos de qué va la cosa
en ella, cuál es su tema, responderíamos que las Sagradas Letras, profética-
mente comunicadas por Dios a los hombres, para servirles de consuelo en los
trabajos y de clara y fiel luz en medio de sus incertidumbres, tinieblas y erro-
res. También para que las almas, dañadas por la pasión y el pecado, reciban
«saludable remedio». Y así fueron dadas esas Escrituras a la humanidad que,
necesitada umversalmente de ellas, estaban llamadas a ser de uso común. Con
ese fin se dictaron en palabras llanas, en lengua vulgar y al alcance de todos.
La cuestión así planteada sería la tesis. Pero las cosas han ido sucediéndo-
se de forma que los hombres han parado en la antítesis. Calamidad grave de
unos tiempos en los que, lo que se había ordenado como «medicina y reme-
dio», pasa a convertirse en «ponzoña». No ocurrió lo mismo en los orígenes,
en «los primeros tiempos de la Iglesia», cuando «el gobierno era bueno». En-
tonces podían andar las Escrituras sin peligro en las manos de todos. Mas «en
la condición triste de nuestros tiempos», que reciben la medicina como ponzo-
ña, ha sido necesario moderar la lectura de esos Libros, apartándolos del libre
curso en lenguas vulgares. La antítesis consiste entonces en que en lugar de
aquellas saludables Escrituras, las que se leen son «escrituras» contrarias. A
eso se ha venido por ignorancia y por soberbia, sobre todo por soberbia: so-
berbia en los llamados a ser maestros, ignorancia en el vulgo.
He ahí un mundo al revés, interviniendo en esa inversión dos vicios: el vi-
cio por exceso de la presunción en unos y el vicio por defecto de la desidia en
otros. El resumen del caso es que los Libros por excelencia, que vivifican y sal-
26 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

van, son dados de lado, mientras se propagan aquellos otros que envanecen o
corrompen.
El vacio dejado por las Escrituras Sagradas es llenado con «la lección de
mil libros» no solamente vanos, sino señaladamente dañosos, los cuales, como
por arte del demonio, como faltaron los buenos, en nuestra edad más que en
otra han crecido». De aquella «antítesis» se pasa, pues a esa lamentable «hi-
pótesis»; hipótesis porque es algo que resulta de lo que en las circunstancias
señaladas puede hacerse; lamentable, porque lo que se hace es entregarse todo
el mundo a lecturas vanas y dañosas. Como, por «la condición triste de nues-
tos siglos», tales circunstancias no van a cambiar, habrá que moverse en la hi-
pótesis, partiendo de ver ordenado «que los libros de la Sagrada Escritura no
anden en lenguas vulgares, de manera que los ignorantes los puedan leer», y
así «se les han quitado al vulgo de entre las manos» 1. En ese supuesto fray
Luis entiende que lo que es necesario hacer es ganar por la mano la carrera de
las circunstancias y, contra la proliferación de lecturas malas, servir lecturas
buenas.
Es el caso que el hueco dejado por la Sagrado Escritura, portadora de
«medicina y remedio», se ve invadido por esa otra «lección de mil libros», que
ni curan ni remedian nada, antes al contrario. En primer lugaT por culpa de la
soberbia. Fray Luis apunta ahí a los maestros que debieran saber las Letras
Santas, para sacar de ellas su enseñanza; pero no las saben u obran como si\as
ignoraran. Resultado de lo cual es que (párrafo sin desperdicio): «En muchos
es esto tan al revés que no sólo no saben aquestas Letras, pero desprecian, o a
lo menos muestran preciarse poco y no juzgar bien de los que las saben. Y con
un pequeño gusto de ciertas cuestiones, contentos e hinchados, tienen título de
maestros teólogos, y no tiene la Teología» (N.C., 382; 682) 3 .

2 Para la historia de las prohibiciones de leer la Biblia en romance y, en general, de los «índi-
ces de libros prohibidos», veáse REUSCH, Die índices Librorum Prohibitorum, Tubinga 1886.
Un resumen de la situación para la época en que escribe fray Luis, ALONSO, D., «Prólogo» a
Paráclesis o Exhortación de Erasmo (en ERASMO, El Enquiridion o Manual del Caballero cris-
tiano y La Paráclesis o Exhortación al estudio de las Letras divinas, ed. Dámaso Alonso, Madrid
1971, pp. 428-429.
3 En su proceso ante la Inquisición, entre los cargos que se le hicieron estaba el de desdeñar la
Teologia de la Escuela. A él responde el propio fray Luis dejando las cosas en su punto: la Esco-
lástica tenía un puesto introductorio señalado para ir al estudio de ia Escritura,, U> que taquería, vm
conocimiento de todas las ciencias, pero de ninguna manera ese conocimiento se agotaba en las
cuestiones escolásticas. A las que sí desdeña es a los que, contentos con su Soto o su Cano, leídos
de otra parte por encima, creían conocer a santo Tomás y a los Padres, y ninguna plict cosa juzga-
ban necesario conocer para el entendimiento de la Escritura (Colección de documentos inéditos
para la Historia de España, ed. M. Salva y P. Sáinz de Baranda, Madrid 1847, X, pp. 361,171;
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 27

Si dejamos a los «contentos e hinchados» con sus gustos «pequeño-


académicos» y volvemos la vista «a los comunes del vulgo», podemos obser-
var la sustitución que ha tenido lugar: «se han entregado sin rienda a la lección
de mil libros, no solamente vanos, sino señaladamente dañosos, los cuales, co-
mo por arte del demonio, como faltaron los buenos, en nuestra edad más que
en otra han crecido. Y nos ha acontecido ío que acontece a la tierra que, cuan-
do no produce trigo, da espinas». En suma, que la gente se entrega a la lectura
de «libros perdidos y desconcertados... con sabor de gentileza y de infideli-
dad» (N.C., 382) V
Ocurre pues que las lecturas que debieran tener lugar no lo tienen y, en
cambio, lo tienen las que no debieran tenerlo. ¿Cabe algún remedio a ese esta-
do de cosas?. Fray Luis piensa que sí, y que ello urge. Puesto que los libros
santos, por la perversión de los tiempos, no han de ponerse en cualquier ma-
no, entiende que es obligado suplir por ellos, «componiendo en nuestra lengua
para éíuso común de todos algunas cosas que, o como nacidas de las Sagradas
Letras, o como allegadas y conformes a ellas, suplan por ellas, cuanto es po-
sible, con el común menester de los hombres» (N.C., 383).
Me interesa subrayar en ese párrafo el carácter de esos libros, que han de
contener doctrinas como nacidas de la Escritura o como allegadas y confor-
mes a ella. Tiene importancia esta observación por lo que nos dice sobre su
concepción general de lo que ha de ser el lenguaje y cómo han de decirse y

cf. GUTIÉRREZ, M., Fray Luis de León y la Filosofía españolo del siglo XVI, Real Monasterio
de El Escorial 1929, p. 47 ss.). Fray Luis se encontraba en superioridad respecto a los teólogos es-
peculativos sobre todo por el conocimiento de las lenguas griega y hebrea, en las que se habían
escrito los Libros santos, lo que hizo notar cuando le pareció oportuno (Colección de documen-
tos..., X, p. 371; N.C., Obras, p. 382), Ironiza sobre los teólogos escolásticos y los inquisidores
que se declaran jueces en las cuestiones de la Yulgata, siendo así que ignoran el griego y ei hebreo:
«theologi scholastici et inquisitores ñeque graece, ñeque hebraice sciunt, et suum tamen statuunt
judicium per hanc editionem Vulgatara in rebus dubiis in fide et moribus...» (Opera, V, p. 296).
4 Saliendo en defensa de los escritos de santa Teresa, se opone a aquellos que, so capa del
bien espiritual, ven en ellos escondidos peligros. Si los tales «se movieran con espíritu de Dios,
primero y ante todas cosas, condenaran los libros de Celestina, los de Caballerías, y otras mü pro-
sas y obras llenas de vanidades y lascivias, con que cada momento se emponzoñan las almas. Mas
como no es Dios quien los mueve, callan esto, que corrompe la cristiandad y costumbres, y hablan
de lo que las ordena y recoge y lleva a Dios con eficacia grandísima» («Carta-Dedicatoria a las
Madres priora Ana de Jesús...», Obras, p. 1363). En la breve introducción a sus traducciones
poéticas sagradas se expresa en parecidos tonos abogando porque sea esa poesía la que regale
nuestros oídos y se haga escuchar de noche y de día por calles y plazas: «mas ha llegado la perdi-
ción del nombre cristiano a tanta desvergüenza y soltura, que hacemos música de nuestros vicios,,
y no contentos con lo secreto de ellos, cantamos con voces alegres nuestra confusión» (P. Obras,
p. 1633).
28 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

nombrarse las cosas. Pero además de esas función edificante que han de
cumplir los libros buenos, tiene otra correctiva, que es la de quitar a la gente
de las manos los malos, «sucediendo» a los otros y ocupando el lugar que ocu-
pan éstos. De modo que, aunque el vacío dejado al retirar los textos bíblicos
esté de hecho lleno de otras lecturas —libros de «cuestiones» teológicas, de
canciones frivolas o amatorias, o de imaginerías novelescas—, todas ellas se
resuelven en vaciedad. Vacía continúa de derecho la república de los buenos
escritos, aunque, y precisamente por ello, se vea llena de «escrituras malas»,
por cierto muy bien «recibidas».
Para colmar ese vacío cuerdamente y con eficacia, han de reunir los libros
que se escriban estas dos condiciones: primera, que nazcan de la Escritura o se
conformen a ella, de modo que se lean por el cristiano como escritos de fami-
lia, que lleven su sangre y su espíritu; segunda, que suplan por los «dañosos y
de vanidad», desplazándolos, «sucediendo en su lugar de ellos». Quiero en-
tender por esta «sucesión» un nuevo modo de recuperar valores viciados por
haber caídos en manos de injustos posesores, para inscribirlos en la propiedad
de sus legítimos titulares.
Fray Luis hace suyo el buen sentido de la humanidad, las intuiciones
sobre el bien y la justicia emanadas de ese buen sentido, y los esfuerzos de las
ciencias y las artes para alcanzar la belleza, la verdad y la paz. Pero entiende
que todo eso se encuentra privilegiadamente contenido en la Escritura, la la
que ha de dirigirse la mirada para, desde ella, componer el mundo, en orden
con su verdadero principio y razón. De ahí que en sus diversas obras oriente el
discurso sobre el de las Sagradas Letras (C.C., 25), manifestándonos «lo que
ha aprendido» de ellasj más bien que de su propia experiencia o a través de los
recursos de su ingenio (P.C., 208). Hasta para su poesía encuentra los mode-
los no superados en el uso que Dios hizo de ella en muchos lugares de los
Libros Sagrados (P., 1447). La misma guía le asiste comentando a Job (L. J.,
849), sin mencionar el caso más patente de los Nombres de Cristo.
Ello es que, al redactar sus escritos, se propone deliberadamente cumplir
con un servicio a la Iglesia, entendiendo que Cristo es alma de ella, y en Cristo
se resume toda la enseñanza que para su bien el hombre puede desear y bus-
car: «la propia y verdadera sabiduría del hombre es saber mucho de Cristo»
(N.C., 385). Sabiduría, que, si es escritura sana, provendrá de las Sagradas
Letras, «como nacida» de ellas; y que conducirá a cuanto «el humano enten-
dimiento puede entender y le conviene que entienda» (N.C., 385), a Cristo:
«todo el bien y esperanza nuestra» (C,C, 26) 5 .

5 Fray Luis se muestra aquí seguidor de la phüosophia Christi difundida por la devoción que
apoyaba el evangelismo erasmiano (cf. BATAILLON, M., Erasmo y España. Estudios sobre la
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 29

Hasta aquí me he movido, casi exclusivamente, dentro del texto de la in-


dicada «Dedicatoria» de los Nombres de Cristo. La estructura de la argumen-
tación es a la vez simple y extraordinariamente significativa. Sus pasos principales son estos:

1) Tesis: uso común y de todos de la Escritura en los primeros tiem-


pos de la Iglesia, no corrompidos,
2) Antítesis: disposición de que «los libros de la Sagrada Escritura
no anden en lenguas vulgares», dada «la condición triste de
nuestros siglos».
3) En esta última hipótesis.
a) Opción espuria: entregarse «sin rienda a la lección de mil
libros, no solamente vanos, sino señaladamente dañosos».
b) Opción legítima: «escribir sanas doctrinas», legitimadas en
provenir «como nacidas de las Sagradas Letras, o como
allegadas y conformes a ellas».
4) Superación de la antítesis en la opción legítima de la hipótesis, de
la que resultará lo que «el humano entendimiento puede entender
y le conviene que entienda», que es en lo que consiste «la propia y
verdadera sabiduría del hombre», y que no es otra cosa que «sa-
ber mucho de Cristo».
5) Para potenciar esa «propia y verdadera sabiduría del hombre», en
la condición hipotética de nuestros míseros siglos, recomienda y
practica «escribir sanas doctrinas», que lo serán si «nacen» de las
Escrituras y les son como «allegadas» y «conformes»; de forma
que:
a) Suplan por dichas Escrituras.

historia espiritual del siglo XVI, México 1966, passim, sobre fray Luis, p. 760 ss.; ID., «Prólogo»
a ERASMO, El Enquiridion o Manual del caballero cristiano..., Madrid 1971, pp. 65-84). El
opúsculo erasmiano Paraclesis ad Christianae philosophiae studium es, en efecto, un «exhorta-
ción» al estudio de la Escritura como fuente de la sabiduría cristiana. No es a fray Luis a quien
pueda aplicarse lo que Erasmo lamenta: «pues vemos que todos los hombres con unas ardientes
agonías cada qual se aplica a sus exercicios, y también vemos que sola esta philosophía de Jesu
Christo, unos ay que, aunque se llaman christianos, se ríen della, y vemos que muchos la me-
nosprecian, y vemos assimismo que los que la tratan son pocos, y que estos lo hazen muy
fríamente, no quiero dezir muy ruynmente. La causa por que es esta cosa de mayor dolor es por-
que vemos por una parte traerse desta manera la filosofía de Jesu Christo, y por otra parte que en
todas las otras disciplinas que se han hallado con industria y saber humano, no hay cosa, por es-
condida y encerrada que esté, que no la aya escudriñado y alcancado la sagacidad y astucia de los
ingenios humanos...» Los estudiosos de otras filosofías cada uno se sabe muy bien las doctrinas
de sus sectas, las defienden y morirían por.ellas. Teniendo los cristianos mayor razón para.cono-
cer y profesar las suyas, las desatienden {Paraclesis..., Ibid. [ed. D. Alonso], p. 451),
SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
30

b) Sucedan a aquellos otros mil libros vanos o dañosos, naci-


dos espuriamente,
c) Las lecturas de procedencia legítima ocuparán el puesto de
esas otras de procedencia espuria, ganándoles la batalla en
el terreno mismo en que se ve planteada.
6) Todo lo cual, si se entiende debidamente, quiere decir que la deso-
lidarización de los escritos vanos y dañosos, tan bien recibidos de
la gente, no necesita ser completa. Aquellos mismos intereses que
en ellos se tratan, sin títulos de legitimidad, son los que han de se-
guir preocupando, pero haciéndolos derivar de su auténtico prin-
cipio. Pueden ser aprovechados sus recursos, sus moldes y su
letra, pero animado todo de otro espíritu, haciéndolo radicar en el
a priori verdadero del que reciben sustento, fuerza y verdad.
A esta luz ha de verse la forma del discurso de la obra frailuisiana. Por
respecto a nueva radicación, todo lo que el hombre puede ingeniar o saber
puede ser recuperado. De ahí que sintamos a fray Luis tan en activo y en con-
sonancia con los ideales humanísticos y las correspondientes formas expresi-
vas de su tiempo. Consonancia activa que le lleva a incorporar los moldes lite-
rarios —los más en uso y los más depurados— de su hora, aunque para lle-
narlos de nueva sustancia. Sustancia en realidad no nueva, sino la más anti-
gua, la que se corresponde con los orígenes puros del universo salido de las
manos de Dios y con los planes salvíficos que tiene sobre él; todo lo cual ha ve-
nido a caer en olvido. Lo olvidado es «el bien divino», para el que quiere que
los ánimos despierten, como canta en la «oda a Francisco Salinas»:

«El alma, que en olvido está sumida,


torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida».

3. Relación con los moldes literarios de la época.


No es cuestión de extremar el peso que los modelos literarios del tiempo
pudieron tener en la decisión de fray Luis de romancear a lo divino, es decir, a
lo cristiano. Mas ese peso ha sido reconocido: la literatura pastoril y de
caballerías, así como la poesía profana, le dieron pie para elaborar su propia
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 31

obra, en la que los moldes de las escrituras seculares se ven presentes 6 . No ha


de extremarse este apunte, pero tampoco puede ser desechado a la hora de ob-
tener claves de lectura y exégesis de sus propios escritos. La vida natural se po-
ne de realce en La perfecta casada. Las costumbres pastoriles dan la letra en el
Cantar, bajo cuya corteza se esconden hondos misterios. Job es el caballero de
la paciencia y del ideal en la aventura que el hombre juega de cara a Dios. Los
Nombres de Cristo constituyen la «Suma» luisiana en la que se combinan los
modelos literarios que recibe de su tiempo, reformulándolos en una epopeya
cristiana de la vida.
Los libros y los nombres en esa última obra no han de entenderse como
una acumulación, aunque feliz, no premeditada. No se trata de un piadoso
libro después de otro, como tampoco de un bendito nombre después de otro 7 .
Son tres, como se sabe, los libros que componen el clásico tratado, en su edi-
ción definitiva. El primero de ellos está dominado por la significación de Cris-
to como «Pastor», aunque este nombre se añadiera en la segunda edición. En
el segundo domina el nombre «Príncipe de la paz», el caballero que, con sus
gestas, lleva a cumplimiento la obra de Dios. El libro tercero se centra en el
nombre «Esposo», en el que se revelan los frutos de los anteriores; aunque to-
do se corone en el nombre de «Jesús», que recapitula los bienes de los demás.
En todo caso, el «saber mucho de Cristo», en lo que se encierra cuanto «el hu-
mano entendimiento puede entender y le conviene que entienda», se ocupa te-
máticamente en tres cosas: «lo que es el nombre», «oficios» que cumple,
«fin» a que se ordenó y bienes que comunica. Son el qué, el cómo y el por qué
en cuya declaración se nos dice cuanto Cristo contiene de ser y de virtud
(N.C., 391, 394, 702).

En estas últimas indicaciones he dejado atrás aquella parcela de la «Dedi-


catoria» a los Nombres de Cristo en que me propuse insistir al comienzo. Los
resultados de su examen me han llevado a considerar el cuerpo de la obra,
aunque en aquel resumen introductorio quede ya prefigurada su clave in-
terpretativa. Ese mismo texto podría constituir el lugar de referencia para ex-
tender la consideración y poder comprobar así cómo lo que en él se adelanta
narrativamente se encuentra argumentalmente confirmado en todos y cada
uno de los escritos que componen el corpus frailuisiano, confirmación que no

6 De la inspiración en «la estética de la novela pastoril» hace mención Bataillon, Erasmo y


España, p. 762. La enseñanza de los Nombres está como destinada a ofrecer el ideal del «caballe-
ro cristiano»: «a la verdad, no hay cosa más alta, ni más generosa, ni más real que el ánimo per-
fectamente cristiano» (N.C., Obras, p. 576). En cuanto al aspecto literario formal en los Nombres
de Cristo alcanza una de sus mayores cimas el «diálogo renacentista» (cf. CUEVAS, C , «Intro-
ducción» a los Nombres de Cristo, Madrid 1977, pp. 47-58).
7 CUEVAS, Ibid., pp. 41-43.
32 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

voy a ofrecer aquí. Baste indicar que la centralidad de Cristo en las preocupa-
ciones literarias de fr. Luis no es exclusiva del tratado de los «nombres», que
derechamente se lo proponen. Ese tema es su constante de autor, su universal
teológico, ya que como obra de teólogo ha de tomarse toda su producción lite-
raria ". A título de muestra quiero indicar solamente que en la letra del Libro de
Job ve oculta la profecía de la venida de Cristo al mundo (L. J., 853), y en las
gestas del patriarca ha de leerse lo que hace el amor de Cristo ardiendo en las
almas de los justos (L.J., 849). En La perfecta casada examina cómo la Escri-
tura «instruye y ordena las costumbres» de la esposa modelo. Pero detrás de
todo está también Cristo. En los mismos lugares en que la Escritura ordena
costumbres, «profetiza misterios secretos...; los misterios que profetiza son el
ingenio y las condiciones que había de poner en su Iglesia, de quien habla co-
mo en figura de una mujer casada» (P.C., 218), Otro tanto ocurre en la «Ex-
posición del Cantar: «Cosa cierta y sabida es que en estos Cantares, como en
persona de Salomón y de su Esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amo-
rosos requiebros explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entra-
ñable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y
de gran peso» (C.C., 27). Al final del libro, contemplando su última venida,
se nos presenta a Cristo «enteramente por el juicio en el mundo» (C.C., 174).
Esos temas crísticos aparecerán en toda su virtud en la Explanación latina al
mismo texto, cuando no se detenga en «declarar la corteza de la letra» {C,C,
27), sino que aspire a interpretar todos los sentidos que ese Cantar encierra, en
el que el Espíritu Santo encerró de misterio más «que en otro alguno» (C.CM
31) 8 .
Lo expuesto es suficientemente indicativo a efectos de poder concluir des-
de dónde escribe fray Luis su obra y cuál sea el paradigma, arquetipo o refe-
rencia radical desde los que hay que leerla y cabe entenderla. Pero antes de pa-
sar a esto quiero hacer unos subrayados, aunque sobre cosas ya apuntadas. 1)
Sobre los intereses humanos presentes en su tiempo y las formas literarias en
que se expresan. 2) Sobre cómo son éstas recibidas y aquéllos reformulados
por él. 3) Sobre la significativa del simbolismo ternario.
1. Consideremos una vez más los Nombres de Cristo. Las pláticas que en
ellos se sostienen son conducidas por Sabino, Juliano y Marcelo. Se han bus-
cado personajes reales que estén detrás de esos nombres. Sin negar interés a
ese tipo de indagaciones, que por lo demás hasta ahora no han salido del terre-

8 El tema cristológico aparece del mismo modo central en la Explanación del profeta Abdías,
alcanzando ahí una plenitud entusiasta que por una parte recoge ecos de la Ciudad de Dios agusti-
niana, y, por otra, llega a ofrecer perspectivas históricas desconcertantes (Opera, III, véanse pp.
29, 153 ss., 172-173).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 33

no de las conjeturas, podría cambiarse la forma de interesarse por ellos, dan-


do de lado a la pregunta relativa a quién pueda estar detrás de dichos
nombres, para hacerla sobre lo que representan. Esa posible representación
queda un tanto desdibujada por el discurso en que les hace intervenir fray
Luis, pero en principio el propio texto les atribuye papeles definidos. En efec-
to, la tipología de los tres colocutores se deja fijada en la «Introducción»: a
Sabino se atribuye la condición y oficio de cantor de la naturaleza; a Juliano,
la permanencia en su ser y la disposición a razonar; siendo Marcelo enigmáti-
co personaje sumergido en sí mismo, asombrado ante el misterio de las cosas
(N.C., 388). De modo que, tendríamos en ellos al poeta, al escolástico y al
místico, como ciertos autores, entre ellos Coster, han insinuado 9 .
Personalmente creo que este tipo de interés por lo que puedan significar o
por lo que puedan representar esos personajes no ha de ser despachado como
si se tratara de una cuestión fútil. Fray Luis mostró siempre un respeto reli-
gioso por los nombres, singularmente los nombres propios. En sus comenta-
rios de la Escritura se detiene sobre cada una de las palabras del texto hacien-
do notar el misterio que se oculta en ellas, y entendiendo que en esas indaga-
ciones etimológicas o semánticas se encuentra más sentido que en cualquiera
otra suerte de argumentaciones sobreañadidas. En su preocupación por los
nombres examina «lo que es nombre, y el oficio para cuyo fin se ordenó», en-
careciendo «la forma que se ha de guardar y aquella a que se ha de tener respe-
to cuando se ponen» (N.C, 394-395). Teniendo esto en cuenta, no es aventu-
rado pensar que los nombres por él puestos a sus personajes, al introducirlos
en el diálogo sobre Cristo, tendrían que responder a esos criterios, guardando
formas y respetos al ponerlos con relación a aquello que en ellos quería en-
cerrarse, en cuanto a condición, oficios y fines del sujeto así nombrado. Me
inclino, pues, a pensar que, en la intención de fray Luis aquellos «tres amigos
y de su Orden» son personificaciones de otras tantas potencias de la vida,y
que esas potencias son en efecto la poética, la aléthica y la agapética; corres-
pondiendo a los intereses por la belleza, la verdad y el bien; o, si se quieren
otras denominaciones, sean las de naturaleza, arte y carisma. Se me escapa
que haya algún otro interés radical en el fondo de la tradición humanista de
todos los tiempos, al menos en la tradición de la que fray Luis se sentía here-
dero. Como también se me escapa que haya obras producto del ingenio huma-
no que no expresen, realcen o se orienten por uno u otro de esos focos de inte-

9 COSTER, A., Luis de León, Nueva York-París 1921, II, p. 102; CUEVAS, loe. cit., pp.
48-51.
34 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

res o por la armónica integración de los mismos 10. La propia literatura de su


tiempo, que rechaza, no insistía en otra cosa. Mas el rechazo sabemos que era
provocado por los malos frutos que daba, derivados de su vana y dañada raíz.
Pero eso mismo, cultivado sin utilidad y hasta con perjuicio, podía volverse
útil y benéfico con sólo rectificar la óptica, haciendo venir las cosas desde sus
orígenes legítimos en vez de dejarlas correr por sus cauces espurios. De ahí el
segundo punto.
2. "Los intereses humanos de que se ocupa y el modo como va a expre-
sarlos literariamente puede muy bien recibirlos indicativamente de su tiempo,
que a su vez los tiene como legado de la tradición. Pero cree necesario refor-
mularlos, para lo cual ha de sacarlos de la apariencia para instalarlos en la sus-
tancia, y con ello alcanzar la hondura intensiva que les corresponde. Lo que
metodológicamente .hace, pues, fray Luis es practicar una suerte de «mayéuti-
ca», consistente en abrir a los espíritus para liberar en ellos los auténticos va-
lores de belleza, verdad y bien, a los que servían en el engaño. Esto puede ha-
cer pensar en los ejercicios educativos platónicos para sacar a los hombres de
la «caverna» en la que consideran las sombras como realidades y volverles ha-
cia la luz, hacia el «mundo verdadero» con verdadera realidad. Igualmente
puede sugerir la metodología socrática haciendo de «partero» de las almas.
No hay inconveniente en aceptar esas relaciones. Oficios parecidos son los que
ha tenido que asumir todo educador. Lo que de esos oficios se espera es el na-
cimiento de un hombre nuevo. La diferencia está en que en el caso de fray
Luis ese hombre nuevo tendrá su medida en lo por él identificado como ar-
quetipo, paradigma o realidad de principio; a saber, Cristo. Su «mayéutica» o
«paideia» no será pues socrática o platónica, sino cristiana. Y ello en el más ri-
co y fuerte sentido de los términos. Lo cual resulta obvio y claro teniendo en
cuenta lo arriba escrito.
Para introducirnos algo más en esa reformulación a lo cristiano de los va-
lores dichos hay que seguirle en su genuino discurso. No rechaza ninguna
fuente de inspiración o información para expresarle. Sabemos que la fuente en
que se cifran todas las demás es la Escritura. También en la Escritura hay apa-
riencias y sustancias, aunque nada, si bien se mira, se quede en lo primero. Lo
que sí encierra son muchos sentidos y todos válidos. A veces, a través de ellos,
«instruye y ordena costumbres», otras, y sobre todo, «profetiza misterios
secretos» (P.C., 218). Al comienzo del Libro de Job —también en la «Dedica-
toria»— resume las muchas maneras como es útil la Escritura: «porque no só-
lo es historia, sino doctrina y profecía».

10 Orientada por esos máximos valores ha de entenderse la obra de un Platón o un san


Agustín, por eje., autores que le fueron a fray Luis congeniales. Aunque la orientación hacia ellos
la recibiera más directamente de la Biblia, texto a la vez poético y profético, doctrinal y salvífico.
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 35

Lo que ante esa riqueza de la Escritura hace en primer lugar fray Luis es
precaverse de la tentación de resumir en una sola de esas riquezas las demás.
Conviene hacer notar su predilección por descifrar el secreto del universo
viéndolo ordenado entre «historia» y «profecía». En cambio, muestra defini-
das reservas frente a la que en su tiempo es una tentación corriente, la de redu-
cir toda la susodicha riqueza a «doctrina», a cuestiones de Escuela; como
ocurre en aquellos maestros teólogos que, con título de tales, «no tienen la
Teología» (N.C., 382). Reaccionando contra esa tendencia es como se inclina
a subrayar la fuerza de la historia y la profecía. Lo que, por otra parte, se
corresponde con lo que es sustancia misma del mensaje bíblico, que desarrolla
ante el hombre el drama tendido entre creación y salvación, o entre naturaleza
y carisma. Advirtiendo además que, según los casos, subraya, bien una, bien
otra de esas valencias. En efecto, a veces hace prevalecer la exigencia de recu-
perarse del olvido de los orígenes arquetípicos o inocentes, medida de toda
bondad, que se restauran en el recuerdo de lo perdido, con la mirada puesta en
la «historia». En otras ocasiones, y son las más, en todo caso las que mejor
definen su obra de madurez, la instancia realizadora en la belleza, el bien, la
justicia y la paz se cumple bajo la guía de un ideal de futuro, abierto a la espe-
ranza y la mirada puesta en la «profecía». Pero esos dos aspectos están llama-
dos a integrarse, siendo precisamente Cristo el eslabón que los junta: la fuente
de la que todo proviene, el eje en torno al que todo se ordena, el fin que todo
lo recapitula n
De esa forma se operan en fray Luis las trasmutaciones del espíritu de su
época en epopeya a lo divino, cuyo eje dinámico es el «arquetipo Cristo»: re-
sumen de una doctrina que es sabiduría de salvación, a la vez poética —arte
creador— y profética —beneficio redentor. Poética y agapética, naturaleza y
utopía, nacer todo de Cristo y nacer Cristo en todo, contienen el resumen, y
revelan el secreto de sus gestas, escenificadas en el «teatro del mundo», en ofi-
cios dominantes de «Pastor», que sabe de la naturaleza y de «Principe», que
sabe del reino.
Gestas que fray Luis traduce a lo divino, recuperando para la verdadera
sabiduría, cuanto los libros vanos y dañosos expresaban en lenguaje humano,
demasiado humano. «Libros perdidos y desconcertados», con «sabor de gen-
tileza y de infidelidad»: paganos y perdidos naturalismos pastoriles, infieles y
desconcertados heroísmos caballerescos. Cristo es el verdadero Pastor y el
verdadero Caballero. De ahí que «saber mucho de Cristo» resuma toda la

11 Cf. ALVAREZ TURIENZO, S., «Fray Luis de León y la Historia», en Estudio Agusti-
niano, XII (1977) pp. 643-696; ID., «Conocimiento y vida. Epistemología de fray Luis de León»-,
en Cuadernos Salmantinos de Filosofía, VI (1979) pp. 285-310.
36 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

sabiduría. En El tenemos el dechado de «Pastor», apacentador de los


hombres y las sociedades, que ya entre vislumbres pusieron por modelo poetas
y filósofos —Homero o Platón—, y también el dechado de caballero, de ideal
de hombre buscado, y no encontrado, por las escuelas de filósofos. En Cristo,
su ser, sus oficios y sus realizaciones se tiene el «manual del caballero cris-
tiano», como Erasmo resumió en su Enquiridion 12.
3. Unas indicaciones sobre la incidencia del número ternario y su carga
simbólica. Algo de esto se ha dicho ya al hacer mención de los tres personajes
que dialogan en los Nombres de Cristo. Repárese también en la estructura ex-
terior de esa obra, en la que se empieza hablando (primera edición) de «nueve
nombres», aunque prometía «diez» (N.C., 391, 403). Al cabo se compone de
tres libros, de los que también se ha dicho que no han de entenderse como
«uno detrás de otro». Su ordenación responde a una idea sistemática, domi-
nando en cada parte uno de los aspectos en los que se declaran los consejos de
Dios sobre el mundo manifestándose entre la creación y la redención.
Fray Luis ve reflejada esa estructura ternaria en el hombre, que, en el
contexto de larga tradición, entiende como abreviatus mundus o «microcos-
mos» 13. Sin detenerme en mostrar su modo de enterderle tridimensionalmente
en el plano entitativo, merece especial mención ef modo triádico como explica
el desarrollo de su vida moral y religiosa, tanto en el individuo como en la his-
toria. Todos los bienes del hombre, cuya consecución lleva a la beata vita, son
tres, a saber, lux, salus, robur. Advierte que en ellos pusieron «nuestros teólo-
gos, toda la razón de alcanzar la vida bienaventurada» 14.
Naturalmente esos bienes se corresponden con las virtudes de prudencia,
templanza y fortaleza, las virtudes cardinales para las que Platón había en-
contrado como fundamento una estructura antropo-política también
triádica15 Por otra parte, el camino del alma hacia la perfección corre por las

12 Erasmo, en su boceto de la figura del «soldado cristiano», recogía de su época, mejor que
enseñaba, un ideal de vida. Sobre él iba a modelarse la aventura religiosa del siglo para el que
escribe. Ideal que, para sus finales, se movia en la desilusión en la cabeza de Cervantes. De todos
modos Don Quijote, «como Cristo Jesús, de quien fue siempre... un fiel discípulo, estaba a lo que
la ventura de los caminos le trajese», según escribe Unamuno, quien no urde demasiado artificio
leyendo la vida de Ignacio de Loyola en paralelo con las hazañas del Caballero de la Mancha (Vi-
da de Don Quijote y Sancho, en Obras completas, III, Madrid 1966, p. 71). «Ignacio de Loyola se
llamaba a sí mismo 'caballero de Cristo' y organiza su Compañía según los principios de la ética
caballeresca, aunque a la vez con el espíritu del nuevo realismo político» (HAUSER, A., Historia
social de la literatura y el arte, Madrid 1968, II, p. 63).
13 La razón de ser un «abreviatus mundus» es porque constituye como un eslabón entre to-
das las cosas, «como un medio entre lo espiritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno
y io otro» (N.C., Obras, p. 412).
14 Opera, I, 117.
15 Cf. Platón, República, IV, 427 e, 428 e y ss., 434 c-d, 439 d.
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 37

vías purgativa, iluminativa y unitiva, enseñanza igualmente antigua, que entra


en la espiritualidad medieval por el Pseudo-Dionisio, pero ya antes elaborada
en medios neoplatónicos por Proclo 16. Esa misma idea la expresa en otras
ocasiones hablando de los grados de nacimiento y crecimiento de Cristo en las
almas, que denomina la ley, de gracia y de gloria (N.C., 721). De tres estados,
tiempos o edades habla igualmente refiriéndose a la Iglesia, que son, en este
caso, de naturaleza, de ley y de gracia (N.C., 657). La triple explanación del
Cantar se ordena sobre esa pauta, haciendo corresponder el desarrollo físico y
el místico, leyendo, «debajo de la corteza de la letra» de este texto, la ascen-
sión del alma por los tres grados de la vida interior, así como las tres edades de
la historia de la Iglesia.
El fundamento último de esas interpretaciones es de índole religiosa, en
relación con el ser y oficios de las tres personas trinitarias: el Padre creador, el
Hijo redentor, el Espíritu santificador. Pero fray Luis localiza ese misterio en
Cristo, en quien y por quien todo fue creado y todo es santificado. Entiende la
creación como libre consejo divino de comunicar su bien al mundo, comuni-
cación que tiene sus grados medidos por los bienes que comunica, y que son de
tres géneros; de naturaleza, de gracia y de unión personaf (N.C.,410-411). Ca-
da uno de los nombres de Cristo se declara hablando de su «naturaleza y per-
fecciones», sus «oficios» y los «fines» o bienes que nacen de cada uno y se
derraman sobre nosotros (N.C., 403).
Sin extenderme más en este punto, lo que para lo que ahora importa me-
rece ser subrayado puede resumirse en dos cosas: primera, cómo en la concep-
ción de fray Luis se refleja una idea «dramática», es decir en desarrollo, del
universo y del hombre en él, idea integrada de creación y redención o de histo-
ria y profecía, siendo esa integración la sustancia de su doctrina; segunda, có-
mo toda se centra, gira y se cumple en Cristo.

4. Lógica latente en el discurso literario de Fray Luis.


En lo expuesto aparece suficientemente indicada la lógica latente en el
discurso literario de fray Luis. Pero pueden ser ordenadas, explicitándolas al-
go más, esas indicaciones. Cabe, en consecuencia, resumir lo antedicho, en los
siguientes números:

1) El a priori que establece la instancia de principio y el eje de referencia


de cuanto «el humano entendimiento puede entender y le conviene que entien-

16 N C , Obras, pp. 441, 422-423; cf. CRISOGONO DE JESÚS, «El misticismo de fray Luis
de León», en Espiritualidad, I (1942), p. 30 ss.
38 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

da», es la Escritura con su enseñanza a través de su diverso documento, que se


resume en ser historia, doctrina y profecía. v
2) Se vio acusado de postergar la doctrina, al menos en la tradición de los
Santos y en la discusión que de ella daban las Escuelas. Fray Luis sin embargo
la reafirma; pero lo mismo que se entendía en la enseñanza oficial de la Iglesia
lo asume de otra manera, a lo cual aludían sus émulos tachándole de adicto a
«novedades)*. Ese eadem, sedaliter, implicaba una doctrina orientada hacia la
integración "de historia y profecía, en relación con el doble motivo en torno al
que se articula el ser y el sentido del universo. La doctrina en que consiste la
teología no es, pues, un orden de cuestiones o argumentaciones tendentes a
dar estatuto de verdad a lo existente. Su saber —su metafísica— no se orienta
sobre el «ver», sino sobre el «oír». Lo que busca es un contexto en el que lo
importante es el bien del alma y su salvación. No le seduce entrar a formar
parte del gremio de los doctores, orgullosos de dejar fijada la verdad en sóli-
das cadenas de razones. Su saber, a la escucha de la palabra de Dios, no se
afirma en un presente de verdades, sino que considera el dicho divino creador
y su decir continuo cifrado en el ser, oficios y bienes de Cristo operante en el
universo; cifra de la que nos dan la clave sus nombres. Esa escucha de la pa-
labra de Dios remite al sentido que se tiende entre historia y profecía, activan-
do un saber que articula la memoria y la esperanza, abriéndose a él los secre-
tos que esconde el misterio del mundo, todos ellos resumidos en el drama en
dos actos de la creación y la redención. Resumido ese misterio en el de Cristo,
asumiendo al mundo para comunicar a él los bienes divinos mediante la unión
personal. Fray Luis pudo, pues, haber dicho, que el universo está escrito en
lenguaje crístico. Esta fórmula, de sabor galileano en cuanto a la estructura,
pienso que refleja a la perfección la sustancia y estilo de su pensamiento.
«He dado mi nombre a Cristo, no a la ambición», atesta fray Luis en de-
fensa propia desde la cárcel. Ese «dar nombre» es su santo y seña, de modo
que ni intimidaciones, ni hipocresías o malas artes podrán constreñirle a otra
obediencia. Cristo es su verdad y su norma. Si, recogiendo el dicho schille-
riano, pensamos que «la historia universal es el juicio universal», también
puede ser traído y aplicado a nuestro caso, entendiendo la historia universal
como el «Cristo universal», el «Cristo todo» 17. Sólo lo injertado en El merece
«parecer ante Dios» (N.C., 415). Su verdad y su norma valen «enteramente
por el juicio en el mundo» ( C e , 174) 18.
3) El lenguaje crístico en que está escrito el mundo, su instancia de prueba
y tribunal de juicio constituyen el apriori de todo entender y de todo obrar, el

17 N.C. Obras, pp. 416, 498; Opera, III, p. 174; SAINZ RODRÍGUEZ, loe. cit., p. 43.
18 Opera, I, p. 249; III, p. 173.
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 39

universo teológico frailuisiano. La naturaleza de ese universal puede decirse


lógico-lingüístico, ya que el secreto de la teología se revela en los «nombres»
de Cristo. Pero entonces «la verdadera sabiduría del hombre» no se alcanza
por los caminos abstractos que siguieron otras sabidurías.

a) No en el universal de las «ideas» consistentes en algún «mundo in-


teligible»;
b) ni tampoco en el de las formas «abstraídas», a su vez un consis-
tente mundo de «naturalezas»;
c) ni en el de las «ideas innatas», que permiten leer lo inteligible en la
propia conciencia;
d) ni menos es el universal tentativo que, moviéndose en lo opinable,
es mero producto de generalizar experiencias;
e) ni es, finalmente, alguna suerte de «totalidad concreta», colocada
en el puesto de lo «concretísimo crístico» para hacer sus veces des-
de la especulación.

Todas esas interpretaciones son cosas de los filósofos, que nada entien-
den de aquel real y sólido entender, consistente en «saber mucho de Cristo».
No es que los filósofos y los sabios no anduvieran ni anden en busca del verda-
dero saber, pero todos fallaron en el intento, aunque de algún modo llegaran a
columbrar su verdad. De ahí que las epistemologías que utilizaron para dar
lectura al universo resultaran tan presuntuosas cuanto vanas., dado que no es-
taba escrito en el lenguaje supuesto en ellas. Repitamos que para fray Luis el
texto del mundo, particularmente el de la naturaleza del hombre, el sentido de
la vida y el de la historia está escrito en clave crística. Clave por tanto sustanti-
va y resolutivamente cristiana, sólo en la cual se entenderá «lo que el humano
entendimiento puede entender». Leer en esa clave el universo significa refe-
rirle al modelo, arquetipo o radical desde el que, por el que y en razón del que
vino a ser, se mantiene siendo, y crece y madura en su virtualidad. Todo esto
se dice en los modos que tuvo Dios de comunicar su bien al mundo, cuyo sum-
mum consiste en la «unión personal» con él, asumiéndolo en Cristo (N.C.,
411-412). Cristo será, pues, el auténtico universal buscado, y ahora encontra-
do. Puesto que es todo en todo, el alfa y omega definitivamente universales; y
lo es «asumiéndolo», asemejándolo a sí: a su «ser» con los bienes de naturale-
za que le ha comunicado; a «la vivienda y bienandanza suya», con los de gra-
cia; a venir a «ser el mismo Dios» en el juntarse con «El en una misma perso-
na». Entendiendo que, «aunque con sola esta humana naturaleza se haga la
unión personal propiamente, en cierta manera también, en juntarse Dios con
ella, es visto juntarse con todas las criaturas, por causa de ser el hombre como
40 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

un medio entre lo espiritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno y


lo otro. Y por ser, como dijeron antiguamente, un menor mundo o un mundo
abreviado» (N.C., 411-412)19.
4. El mundo así asumido y asemejado entrega el secreto de la razón que le
rige. Secreto que no se declara a intuiciones, abstracciones, inducciones o to-
talizaciones en lo abstracto. No hay otro entender real y concreto del mundo
que el que se gana sabiendo de Cristo y de su obra creadora y redentora. El
movimiento de la mente que no quiera perderse en lo errático será aquel que se
identifique con el ser y acción de Cristo, en oficios de «sacar a luz» o «produ-
cir a luz» ese universal teológico-Cristo «parto común y general de todas las
cosas» (N.C., 412-413). He ahí expresada en los términos más directos y pro-
pios, una epistemología «mayéutica» de resolución crística en la que se tiene la
clave para la lectura y comprensión de la obra de fray Luis.
En las epistemologías de los filósofos el verdadero ser del universo se en-
cubre más que se declara. Recibidas, tales cuales se le ofrecen, por un cris-
tiano, no se corresponden con su ser de tal, quedándose en ideaciones platóni-
cas o derivados suyos; ó, si se traducen a lo religioso, darían lugar a arrianis-
mos o docetismos epistemológicos. La epistemología capaz de dar cuenta cris-
tianamente del mundo será ella misma encarnacionista y asumitiva, orientán-
dose, como sobre su modelo, sobre el ser y hacer de Cristo en lo creado, sien-
do desde ahí desde donde el mundo puede decirnos su verdad, su secreto y
misterio. Ahora bien, la novedad, audacia y fecundidad de ese supuesto es tal
que ni el propio fray Luis supo o pudo mantenerlas en todas las partes de su
obra.
5) Lo cual nos lleva al hablar de una graduación con respecto a lo que al
hombre le es dado entender. Desde entenderlo en forma umbrátil y como por
indicios, hasta entenderlo en forma trasparente. Para alcanzar la sabiduría se-
rá preciso echar mano de todos los recursos de que dispone el ingenio del
hombre. La sabiduría será aquella teología que merezca el nombre de tal, cu-
yo «colmo y perfección y lo más alto de ella [se contiene en] las letras Sagra-
das». Mas a su entendimiento se ordenan los demás saberes, de forma que pa-
ra entenderla será menester «saberlo todo»: ciencia y artes, gramática, cues-
tiones de Escuela, doctrina de los Santos. Aunque ninguna de estas últimas
cosas, ni todas juntas, alcanzan por sí solas el colmo y perfección de la «ver-
dadera sabiduría del hombre».
«Dios por medio de Cristo quiere ser conocido. Y el que sin este medio le
conoce, no le conoce» (N.C., 433) 20.

19 Opera, VII, p. 202.


20 N.C., Obras, pp. 415, 437, 576. A este conocimiento llegamos sabiendo mucho de la natu-
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 41

5. Sobre los grados de conocimiento.


Fray Luis no desarrolla determinadamente en ningún lugar y de propósi-
to esa temática de los grados de conocimiento. Mas, recogiendo indicaciones
expresas suyas, y habida cuenta de su modo de pensar in actu exercito, esos
grados pueden ordenarse en la escala siguiente:

a) Conocimiento de hechos (artes, gramática, ciencias todas).


b) Cuestiones de Escuela, es decir discurso racional.
c) Doctrina espiritual de los Santos.
d) Teología o entero entendimiento de la Escritura.

Quiero aducir dos pasajes en los que, con claridad, se nos muestran, aun-
que no se traten temáticamente, esos cuatro lugares teológicos y su correspon-
diente gradación.
«Dije que para el entero entendimiento de la Escriura era menester sa-
berlo todo; la Teología escolástica, lo que escribieron los Santos, las lenguas
griega y hebrea. Y que aunque a mí me faltaba mucho de esto, pero que si en
mi mano fuese el tenerlo, yo lo escogería para mí, para el efecto sobredicho; y
que los que se contentaban con menos eran hombres de mejor contento que
yo» 21.
«Pero en muchos es esto tan al revés, que no sólo no saben aquestas
Letras, pero desprecian, o al menos muestran preciarse poco y no juzgan bien
de los que las saben. Y con un pequeño gusto de ciertas cuestiones contentos e
hinchados, tienen título de maestros teólogos, y no tienen la Teología; de la
cual, como se entiende, el principio son las cuestiones de Escuela, y el creci-
miento la doctrina que escriben los Santos; y el colmo y perfección y lo más al-
to de ella las Letras Sagradas, a cuyo entendimiento todo lo de antes, como a
fin necesario, se ordena» («Dedicatoria», N.C., 382).
En sus rasgos básicos esta epistemología no es nueva. Tiene detrás la
doble tradición griega y hebrea de la que se nutre el pensamiento teológico
cristiano. Por una parte, la tradición platónica, que, a través de Plotino y

raleza y perfecciones de la condición encarnada de Cristo: Cristo-Hombre. Sobre eso es sobre lo


que enseña su «nombres». La insondable verdad que se esconde en la sabiduría del Verbo no po-
demos penetrarla y menos abarcarla. Los nombres que se ha dado a sí mismo son como «cifras
breves» que nos abren el secreto de su humanidad: «cifras breves en que Dios maravillosamente
encerró todo lo que acerca de esto el humano entendimiento puede entender y le conviene que en-
tienda» (N.C., Obras, p. 385). La suma de la enseñanza contenida en cada uno de los nombres se
resume en el de «Jesús».
21 Colección de documentos..., X, pp. 360-361.
42 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

Proclo, por el Pseudo-Dionisio, recapitula la herencia agustiniana, siguiendo


la versión que del agustinismo da el franciscanismo medieval. Por otra, la lec-
tura que los pensadores hebreos hacen de la Biblia, a la escucha a su vez de las
enseñanzas de la filosofía helena, vinculándose también, ante todo, con Pla-
tón, desde Filón de Alejandría, pasando por Maimónides. A este último res-
pecto, sorprende, aunque resulte del todo explicable, el paralelismo que con
esos grados de conocimiento registrados existe en los propuestos por Espino-
sa, sin más que traducir a potencia natural los valores de realidad y de pensa-
miento expresados en fray Luis en términos de potencia transnatural. El pues-
to de Cristo lo tendrá en Espinosa su Deus, sive Substantia, sive Natura, así
como el puesto de la teología lo tendrá la metafísica. Teniendo en cuenta esa
transposición, he aquí los cuatro grados del conocimiento, en el Corto tratado
espinosista:

a) De referencia o por oidas.


b) De simple experiencia.
c) De razonamiento correcto o creencia verdadera.
d) De intuición clara de las cosas mismas.

En la Etica reduce esos conocimientos a tres: 1) de opinión o de imagina-


ción; 2) Conocimiento de razón; 3) Ciencia intuitiva 22. Sobra advertir el eco
que en estas tomas de posición epistemológicas tienen filosofías ya menciona-
das, como son las de Plotino y Maimónides 23.

22 ESPINOSA, B., Etica, II, pr. 40, se. 2; en otros lugares de la obra del filósofo vuelve
sobre esa cuestión, presentándola bajo esquemas ligeramente modificados. Sobre este particular,
ver GUEROULT, M., Spinoza. II, L'áme (Ethique, 2), París 1974, consultar «Appendice n° 16,
pp. 593-608.
23 PLOTINO, Eneadas, III, 8, donde hace de la contemplación «el deseo de todos los seres»;
y se cumple por tres grados, que corresponden a la «naturaleza», al «alma» y a la «razón», ascen-
diendo desde la «contemplación silenciosa» del primer grado hasta el «silencio contemplativo»
del último. Corrientemente atribuimos conocimiento al hombre y no a las cosas brutas por debajo
de él. En ese supuesto hemos mencionado los grados de conocimiento en fray Luis que en un sen-
tido profundo atribuye algún modo del mismo a todo lo creado, viéndolo penetrado del impulso
orientado hacia Cristo. «Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señala-
damente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas
tenga en sí a todas las otras y en que, siendo una, sea todas cuanto le fuere posible; porque en esto
se avecina a Dios, que en sí lo contiene todo. Y cuanto más en esto creciere, tanto se allegará más
a El, haciéndose semejante. La cual semejanza es, si conviene decirlo así, el pío general de todas
las cosas, y el fin y como el blanco adonde envían sus deseos todas las criaturas» ( N C , Obras, £.
392).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 43

6. Sobre las fases de su vida mental.


Como ocurre con cualquier otro autor, la obra de Fray Luis no puede en-
tenderse como un todo compacto, que, desde el primero al último de sus escri-
tos, se expresara con igual plenitud. Toda ella puede leerse en la clave apun-
tada, que refleja el denominador común de su mentalidad. Pero cabría pe-
riodizarla, sin por ello incurrir en separaciones que lleven al consabido expe-
diente de hablar de un primero, segundo, tercero, etc. fray Luis. Entre otras
razones, porque cuanto publicó fue redactado en edad madura, cuando su
pensamiento puede considerarse formado. Dejando aparte algunas de sus
poesías y otras piezas {Cantar en castellano, los tres conocidos Sermones u
Oraciones latinos), que no se publicaron en vida del autor, nada edita hasta
después de haber cumplido los cincuenta y dos años. Ello no obstante, podría
hablarse de un primer periodo orientado sobre el arquetipo de la naturaleza y
su bien perdido. En uno.posterior prevalece la orientación de utopía, abierto a
los bienes del reino. Domina en aquél la memoria vuelta a los orígenes,
mientras en este otro toma primacía la esperanza puesta en los fines. La
contraposición se corresponde con historia y profecía: las dos, lecciones váli-
das de la Escritura, pero acentuando en la primera lo naturalista-poético, en
tanto que en la segunda se acentúa lo salvacionista-profético. Habría incluso
lugar para una tercera fase, en la que de algún modo sale a primer plano la
doctrina; fase, si no de desencanto, si de mayor realismo. Expresión de este úl-
timo fray Luis sería, al menos en parte, su Exposición del libro de Job (tampo-
co publicado por él). Exponente máximo de la segunda serían los Nombres de
Cristo y también la Triplex explanatio in Canticum Canticorum, sobre todo la
segunda y tercera de ellas que anticipa o desarrolla contenidos que aparecen
también en los Nombres, concretamente en el de «Esposo», siendo común la
inspiración. Más en línea con la primera fase estaría la Declaración en roman-
ce del Cantar, atenido a la «corteza de la letra así llanamente, como si en este
Libro no hubiera otro mayor secreto» (C.C., 27) o La perfecta casada, donde
más claro se hace el tomar como guía del discurso el modelo de sencillez e ino-
cencia que nos pone delante la naturaleza. Parte de su obra poética responde
también a ese criterio, sobre todo en cuanto en sus composiciones se dejan
sentir los modelos clásicos.
Esta periodización no ha de tomarse, sin embargo, demasiado a la letra.
Sus diversos intereses se entrecruzan y superponen, dando lugar a la muchas
veces señalada complejidad de su obra.

7. Características de su mentalidad.
La clave epistemológica que abre a la lectura de la obra de fray Luis, per-
severando en cuanto a la sustancia, recibe en él mismo diversas modulaciones,
44 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO

que creo pueden quedar definidas atendiendo a dos pares de características, en


función de las cuales podemos hacernos algo de luz, no sólo sobre la suya, si-
no sobre cualquier otra referencia epistemológica. Estos pares de
características son: rica-pobre (léase sobria), dura-blanca (léase cálida). De
sus combinaciones da idea el siguiente cuadro:

Características
Ricas Blandas (cálidas)
Epistemologías
Pobres Duras (frías)

Sabemos que el logos latente al discurso luisiano se dice en escritura


crística. Aunque pienso que este punto lo vio' de menos a más claro con el
correr de los años y el madurar de su reflexión. Me parece decisivo al respecto
un pasaje (y no es el único en el mismo sentido) que figura también en la «De-
dicatoria» del libro primero de los Nombres. Se refiere al «ocio» en que le pu-
so la injuria y mala voluntad de sus acusadores, es decir a su reclusión en la
cárcel, donde, pese a los trabajos que le tienen cercado, encuentra ánimo para
expresarse así: «el favor largo del cielo, que Dios, Padre verdadero de los
agraviados, sin merecerlo me da, y el testimonio de la conciencia en medio de
todos ellos han serenado mi alma con tanta paz, que no sólo en la enmienda de
mis costumbres, sino también en el negocio y conocimiento de la verdad veo
ahora y puedo hacer lo que antes no hacía. Y hame convertido este trabajo el
Señor en mi luz y salud, y con las manos de los que me pretendían dañar ha sa-
cado mi bien» (N.C., 384). Gracias a lo que ahora ve y antes no veía puede
escribir la obra que prologa, de la que Bataillon escribió: «En este libro impe-
recedero se incorpora definitivamente a ella [a la espiritualidad española, la
Philosophia Christi], resplandece en ella como su riqueza perdurable. Esa vic-
toria del genio tiene algo de asombroso» 2A. Dicha espiritualidad, radicada en
la Philosophia Christi, rinde la clave epistemológica que para la lectura de su
obra hemos buscado. El modo como se advierte operativa puede ilustrarse
echando mano del esquema propuesto.

" Aventuraría entonces, como criterio de interpretación y exégesis de sus


escritos, y sigo refiriéndome a los esotéricos, estas relaciones de
características:
1) Escritos crísticamente pobre-duros (declaraciones de la Escritura
atenidas a la corteza y a la letra).

24 BATAILLON, Erasmo y España, p. 768.


CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 45

2) Escritos dísticamente rico-blandos (sobre todos ellos, los


Nombres de Cristo y las «explanaciones» segunda y tercera del
Cantar de los Cantares).
3) Escritos crísticamente rico-duros (en conjunto, «Declaración» en
romance del Cantar, La Perfecta casada, Exposición del libro de
Job; aunque en todos esos textos se encuentran largas tiradas que
habría que incluir en el primer grupo).

A la luz de su propia obra literaria, no podían contentarle los


escritos mísero-blandos del romancear profano, fuera en verso o
en prosa, por vacíos de Cristo. Como tampoco muestra aprecio
por las «cuestiones de Escuela», que, a esa misma luz, resultan
mísero-duras. La cuestión de sus propias poesías habría que de-
jarla aparte, para someterla a tratamiento más cuidadoso y
específico. Para ese cuidadoso y específico tratamiento habría que
tomar en consideración también aquí la «Dedicatoria» correspon-
diente dirigida a don Pedro Portocarrero. Hablando de sus tra-
ducciones poéticas y en defensa de la lengua —castellano— en que
las hace, escribe: «que nuestra lengua recibe bien todo lo que se la
encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino
de cera y abundante para los que la saben tratar» 25.
Y termino. Si, como entiendo, fray Luis da la medida de su genio reli-
gioso sobre todo en los Nombres de Cristo y en la Explanatio triplex, por la ló-
gica que gobierna esas obras han de entenderse las demás. En la epistemología
rico-blanda (cálida) que a ellas subyace es en la que he fijado especialmente mi
atención: epistemología crística, en los términos fuertes descritos, onmi-
compresiva en su riqueza temática, traspasada de cálido entusiasmo en su te-
matización.

25 Subrayo la oposición «dura-de cera» y «pobre-abundante», para que no se tome por


caprichoso caracterizar con ellas formas de expresión literaria; las encontramos a mano en el uso
del propio fray Luis. (El pasaje citado, en Obras, p. 1449, tomado de la «Dedicatoria» o prólogo
de las Poeszos.Contraposiciones parecidas han sido empleadas desde antiguo para caracterizar las
diversas formas de pensar o de decir; también para indicar la estructura del cosmos.
EL RAMISMO Y LA CRITICA TEXTUAL
EN EL CIRCULO DE LUIS DE LEÓN*
CARTEO DEL BRÓCENSE Y JUAN DE GRIAL
EUGENIO ASENSIO
Instituto Español de Lisboa.

El círculo de admiradores y amigos que se apiña en torno a su persona y


su obra, está de par en par abierto a los movimientos e inquietudes de su tiem-
po más allá de las fronteras. Al examinar sus escritos conviene partir de la hi-
pótesis de que todas o casi todas las revoluciones intelectuales de Europa le
han sido familiares a través de los hombres y de los libros. Tal ocurrió con las
innovaciones del ramismo y con las variaciones de la crítica textual, grandes
temas de su época que no podían dejar indiferente a un humanista ni a un in-
térprete de la Escritura. El carteo polémico de dos de sus amigos, Juan de
Grial y el Brócense, me brinda una oportunidad para ilustrar esta permeabili-
dad de la minoría selecta de humanistas que forman el contorno cultural de
fray Luis de León.

Presentación de los dos corresponsales


1. Juan de Grial. Juan de Grial, amigo y valedor de Luis, se ausenta de
Salamanca en 1570 yéndose a Galicia como secretario de D. Pedro Porto-

* He aprovechado, sin mencionarlos casi nunca, el Luis de León de Adolphe Coster (New
York-Paris, 1921-1922); el Luis de León. A Study of the Spanish Renaissance (Oxford, 1925) y
Francisco Sánchez el Brócense (Oxford, 1924) ambos de Aubrey F.G. Bell. Cito frecuentemente,
en abreviatura, dos obras:
OPERA = Franc. Sanctii Brocensis, Opera omnia (4 tomos, edición de Gregorio Mayans)
Genevae, 1766.
LIAÑO = Jesús María Liaño, Sanctius el Brócense, Universidad de Salamanca, Madrid,
1971.
He usado para la Minerva de 1587 la versión, muy útil a pesar de caídas ocasionales: F.
Sánchez de las Brozas «El Brócense», Minerva o De la propiedad de la lengua latina. Introduc-
ción y traducción por Fernando Riveras Cárdenas, ed. Cátedra, Madrid, 1976. Y naturalmente el
Pedro Urbano González de la Calle, Vida profesional y académica de Francisco Sánchez de las
Brozas, Madrid, 1923.
EUGENIO ASENSIO
48

carrero. Está ausente hasta 1579 en que Portocarrero retorna a la corte y es


nombrado del Consejo Real. En 1582 encomia en 30 dísticos elegantes —a cu-
yo lado palidecen los versillos de Felipe Ruiz— el comentario latino al Cantar
de los Cantares; en febrero de 1587 firma una censura panegírica de la nueva
edición, ampliada con una tercera explanatio, que encabezará el primero y
único tomo de las Opera en 1589. Luis de León le dedicará su último tratado
De utriusque agni, typici atque veri, immolationis legitimo tempore (1590).
Juan de Grial que ha seguido fielmente las fortunas y secretaría de Portocarre-
ro obispo de Calahorra desde 1589, es nombrado canónigo de Calahorra y re-
side ai parecer en Santo Domingo de la Calzada, a juzgar por las dos cartas
que de allí escribe a Juan Vázquez de Mármol el 5 de octubre de 1589, y el 21
de febrero de 1590.
Las dos cosas que más ama son los libros y la vida retirada del estudioso,
vida inasequible para el secretario de Portocarrero que fue sucesivamente
obispo de Córdoba (1594), de Cuenca (1597) y Gran Inquisidor.
En 1587 reside en Madrid en casa de Portocarrero y recibe, enviado de
Salamanca, el flamante tomo de la Minerva del Brócense, la recorre con la
doble afición del amigo y el humanista, felicita al autor, pone reparos a ciertas
afirmaciones y no puede reprimir ciertos gracejos nacidos de su temperamento
tolerante y burlón, que asoma en otras misivas suyas: Esta carta de Grial se ha
perdido aunque podemos reconstruirla por las alusiones en la réplica del Bró-
cense y la contrarréplica de su amigo. La pérdida es natural, pues la fuente de
estas y otras misivas es el archivo de Grial, el cual guardaba las cartas ajenas
solamente, si bien por excepción conservó con enmiendas y tachaduras su
borrador de la respuesta al irascible Brócense.
Las dos cosas que más ama son los libros y la vida retirada del estudioso,
vida inasequible para el secretario de Portocarrero que fue sucesivamente
obispo de Córdoba (1594), de Cuenca (1597) y Gran Inquisidor.
En 1587 reside en Madrid en casa de Portocarrero y recibe, enviado de
Salamanca, el flamante tomo de la Minerva del Brócense, la recorre con la
doble afición del amigo y el humanista, felicita al autor, pone reparos a ciertas
afirmaciones y no puede reprimir ciertos gracejos nacidos de su temperamento
tolerante y burlón, que asoma en otras misivas suyas: Esta carta de Grial se ha
perdido aunque podemos reconstruirla por las alusiones en la réplica del Bró-
cense y la contrarréplica de su amigo. La pérdida es natural, pues la fuente de
estas y otras misivas es el archivo de Grial, el cual guardaba las cartas ajenas
solamente, si bien por excepción conservó con enmiendas y tachaduras su
borrador de la respuesta al irascible Brócense.
Sin duda los archivos episcopales de Calahorra, Córdoba y Cuenca, igual
que los de la Inquisición guardarán copiosos documentos redactados por el
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 49

secretario de Portocarrero. Pero hoy por hoy adivinamos algo de la vida y ca-
rácter de Juan de Grial a través de sus cartas a Juan Vázquez del Mármol —el
corrector de libros y humanista que soñaba con editar a Terenciano Mauro,
De litteris, syllabis et metris Horatii— fiel corresponsal de Luis de León y
Arias Montano y el Brócense. D. Pedro Portocarrero en 1589 fue nombrado
obispo de Calahorra, de cuyo cabildo fue Juan de Grial canónigo. Sus cartas
desde Santo Domingo de la Calzada pululan de peticiones de libros, de pullas
eruditas y glosas a los clásicos. Comenta textos de Catulo, reclama ediciones
de Padres de la Iglesia, manuscritos antiguos, publicaciones modernas, como
los Anales de Baronio. El 21 de febrero de 1590 escribe desde Santo Domingo;
hace comentarios algo desabridos sobre la obra de Pedro Simón Abril Apun-
tamientos. De cómo se deben reformar las doctrinas y la manera de ensé-
ñanos, Madrid, 1589. Le desagradan ciertas cosas, como el que Abril escriba
ciencia y no sciencia. «Yo hize mi officio en esta razón quando se me comuni-
có el dicho trattado, no sé cómo passó por esto el P. M° fr. Luys, que por lo
menos fuera razón dar traslado al Sr. J. López de Velasco». Porque Grial es
un ortografista poco nebrijense, que redobla a la italiana trattar, de tractare,
officio etc. Remata su carta: «Embié nos nuevas de libros, pues yo no pido
más del patio de Palacio» l. Desde Alcalá, 18 de octubre 1594 se queja: «Esta
tierra es muy yerma de libros: assí la pienso de dejar presto». El interesante
prólogo Al lector en la edición nacional de San Isidoro, Madrid 1599, esclare-
ce su intervención y tendencias ecdóticas. Pero de esto más tarde. La última
pieza que de él conozco, es un informe sobre la conveniencia de sustituir el Ar-
te o Gramática latina de Antonio de Nebrija, tortura de escolares, por otra
más moderna. Como es sabido se llegó tras infinito pleito a una solución ab-
surda: preservar el nombre y la cascara del Antonio tolerando radicales modi-
ficaciones internas. Pleito casi tan reñido como el del Voto de Santiago y que
bien merecía un historiador.

2. Francisco Sánchez de las Brozas.


Entró tarde en la amistad de Luis de León, en 1568. En la dedicatoria de las
Silvas de Poliziano, en 1554, se proclama discípulo y seguidor de León de
Castro «lumbrera sin rival de las letras» que, tras dominar el griego y el latín,

Las cartas a Vázquez del Mármol pueden verse en Epistolario español, BAE, vol. 62,
nums. 47 y 48, p. 36. También J. López de Velasco, Orthographia y pronunciación castellanai
Burgos, 1582, dice: «En sola la palabra sciencia no parece que se puede escusar ya la s., porque
.aunque en el hablar no se pronuncie, la costumbre de verla scripta assí haze que parezca mal sin
ella». La carta de febrero 1590 figura en la B.N. de Madrid, «Cartas literarias», P.V. fol. C-36.
50 EUGENIO ASENSIO

ha aprendido a fondo la filosofía, y cultiva la Teología en las tres lenguas 2 .


Poco antes ha hablado en términos vagos de que no es desdoro para él, apre-
miado por sus alumnos, volver a las letras profanas después que dejando las
humanidades, había resuelto arribar a las playas de la sagrada teología» 3 . Es
conocida la historia posterior. Casado y entregado a las humanidades, fue
uno de aquellos enseñantes del Colegio Trilingüe que, con su despierta curiosi-
dad por las novedades intelectuales, turbaban el sueño de ciertos teólogos
petrificados y eran objeto de oscuras denuncias a la Inquisición; como el M°
Termón, y otros menores: Juan Escrivano, Batolomé Barrientos, etc., todos
objeto de procesos mal conocidos. Uno de aquellos a quienes fray Antonio de
Arce —el ignorante calificador de fray Luis que en 1576 se ufanaba de no sa-
ber griego ni hebreo (CODOIN, X, 118-119)— al calificar el De nonnullis
Porphyrii erroribus caracterizaba: «De todo el discurso del libro se collige ser
el autor muy insolente, atrebido, mordaz, como lo son todos los gramáticos y
erasmistas» 4 . Esta misma libertad de espíritu, el común amor a la poesía y las
humanidades, le acercó a Luis de León, en cuyo proceso el 23 de enero de 1573
(CODOIN, X, 297-300) declaró como testigo de descargo: «Dijo que conoce a
fray Luis de León de 5 años a esta parte... que es amigo de dicho fray Luis de
León, y que ha rogado a Dios que aclare la verdad en la causa o causas
porqu'está preso». A continuación denuncia la sinrazón de León de Castro y
su apasionamiento contra los hebraístas. En el expediente por la cátedra de
Biblia incoado a fines de 1579 vuelve a ser uno de los testigos de Luis de
León 5 . Pero donde mejor mostró su intrépida amistad, fue en los comentarios
a las Obras del excelente poeta Garci Lasso de la Vega..., Salamanca, 1574
(LIAÑO, p. 65, n° 24), estando fray Luis en la cárcel con la espada de la In-
quisición sobre su cabeza, intercaló nada menos de 4 Odas de Horacio verti-
das por el poeta encarcelado del que hace un sentido elogio sin nombrarle: «Y

2 Angelí Politiani Sylvae... Poema quidem obscurum sed novis nunc Sholüs ilustratum per
Franciscum Sanctium Brocensem, Excudebat Andreas a Portonariis, Salmanticae M.D.LIIII.
«...unicum literarum columen praeceptor meus Cassius Leo, cuius Musa post Graecas et Latinas
literas feliciter adeptas, non solum Philosophiam percalluit sed divinan Theologiam ore personat
trilingui».
3 Sus términos son algo vagos: «...relictis his Musís humanioribus, iam diu animum ad
sacram Theologiam appulissem. Sed si rursus obiiciat aliquis, non etiam aequum esse a sacris ad
profanas rediré, sciat is me iuventuti Salmantinas non potuisse hoc denegare».
4 Cfr. Pedro U. González de la Galle, Vida profesional... p. 365.
5 Archivo Histórico Hispano-Agustiniano, nov. 1916. Cit. por Bell, Luis de León, pp. 21 y
117.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 51

porque un docto destos reynos la tradujo bien, y ay pocas cosas destas en


nuestra lengua, la pongo aquí toda» (Oda 10, lib. II, Rectius vives) 6 .

El Brócense, a la par que el entero Colegio Trilingüe, mirado con recelo


por los escolásticos de la Facultad de Teología, compartía con Luis de León,
Arias Montano y Cipriano de la Huerga, la creencia en la absoluta necesidad
de conocer los clásicos quien quisiese interpretar la Biblia. Al dedicar, en
1598, la 2 a edición de su Pomponio Mela (LIAÑO, p. 74, n° 51) a Manuel
Sarmiento de Mendoza, formula su convencimiento de que no es posible pe-
netrar los misterios de los dos Testamentos, sin conocer los poetas, oradores e
historiadores de Grecia y Roma (OPERA, t. II, p. 519). Manuel Sarmiento de
Mendoza, biblista y admirador de Luis de León, comunicó a Quevedo el ma-
nuscrito de las poesías que sirvió para la edición princeps de 1631, y suele ser
considerado como el más valioso testimonio de la forma que les dio el poeta
en su madurez 7 .

Carteo de Juan de Grial y el Brócense

El Brócense, que ya en 1562 hizo imprimir en Lyon (Lugduni) un


embrión o esbozo de su Minerva, publicó 25 años más tarde, en 1587, Sala-
manca, la redacción definitiva con el título Minerva seu de causis linguae Lati-
nae (LIAÑO, p. 49, n° 2) 8 . Juan de Grial, obsequiado con un ejemplar, escri-
bió al autor una carta de agradecimiento y crítica, hoy perdida. La réplica del
Brócense y la contrarréplica de Grial se han conservado en los archivos de la
Casa Cadaval, radicada en Mugem, junto a Santarem. Forman parte de un
grueso tomo de correspondencia entre eruditos españoles donde dominan las
misivas de los amigos de Luis de León: de Antonio de Covarrubias, Arias
Montano, García de Loaysa, D. Pedro Portocarrero, etc. Muchas están dirigi-

6 OPERA, IV, pp. 172, 176, 179, 196, Cuando Vázquez del Mármol le aconsejó quitarla, se
resistió. «Esta pusimos por ser del mismo autor que las demás que v. md. no quita, y porque el
autor es conocido y no le pesará que se imprima» (Epistolario español, t. 62, BAE, p. 31).
7 En 1631 era Sarmiento de Mendoza canónigo magistral de Sevilla. Pacheco lo pintó en el
Libro de los retratos; Quevedo elogió, en los preliminares, su Milicia evangélica, Madrid, 1628; y
le dedicó la 3 a parte de su Virtud militante; acabada el 4 de setiembre de 1635, aunque no se
imprimió hasta 1651.
8 La primera y sucinta edición fue descrita y someramente cotejada con la redacción definiti-
va en LIAÑO, tantas veces citado: este libro, extracto de una tesis más amplia, consagra al cotejo
las pp. 83-116. Fue reeditada la primitiva en F. Sánchez de las Brozas, Minerva (1562). Introduc-
ción y edición de Eduardo del Estal Fuentes, Universidad de Salamanca, 1975. Estal la analiza a
la luz de la lingüística de su tiempo, y de la novísima lingüística.
52 EUGENIO ASENSIO

das a Grial, del cual hay algunos apuntes y borradores. Copié al desgaire y
provisionalmente las cartas que me sirven de punto de partida para mi traba-
jo. Como actualmente no tengo acceso al manuscrito, dejo en blanco algunos
pasajes de lectura dudosa, y otros menos interesantes por falta de espacio. El
grueso volumen llevaba antes el n° 983 como signatura.
El carteo de los dos amigos gira en torno a los problemas suscitados por
la Minerva, especialmente a la pretensión del Brócense de dar como absoluta-
mente ciertas una serie de correcciones al texto de Virgilio, para las cuales no
alega manuscritos que las respalden, ni otra autoridad que su ingenio para en-
mendar a los clásicos. Las zumbonas observaciones de Grial sacan de quicio al
irascible Brócense que compara los graciosos razonamientos de Grial con las
Súmulas de Ockham, tortura de escolares. Grial le devuelve la pelota, tildan-
do de la afirmación de la Minerva de que los nombres propios no pueden lle-
var adjetivos de «ramo de aquellos infelices Ramos que nunca se pudieron en-
xerir en Aristóteles y Cicerón, árboles tan fértiles, tan hermosos, tan pro-
vechosos y saludables al mundo». Es decir, incluye al Brócense entre los ra-
mistas debeladores de Aristóteles y Cicerón.
Voy a arrancar de esta pelotera entre amigos para desarrollar dos temas
que estimo importantes: Las doctrinas divergentes de crítica textual que encar-
nan el Brócense y Grial; y la evolución de su ramismo, concentrando mi aten-
ción, en campo tan amplio y de fronteras tan indecisas, sobre el ramismo lite-
rario y retórico, muy descuidado por los investigadores que me precedieron.
Mencionemos antes de paso ciertas notas curiosas de la «conversación
entre ausentes» de los dos humanistas: la desdeñosa referencia del Brócense a
su colega Juan Escrivano, helenista; las rechiflas que Grial hace de la insensi-
bilidad de los animales y la Antoniana Margarita de A. Gómez Pereira; o de la
ruin latinidad del M° Curiel, que a pesar de su latín macarrónico sucedió a
Luis de León en la cátedra de Biblia; o su propuesta final de rebautizar la Mi-
nerva titulándola «Diana ellíptica», ya que «lo más principal que en esta obra
se haze es descubrir ellipsis». No insistamos en las claridades que sobre la ines-
table psicología del Brócense arroja la forma destemplada en que reacciona
poniendo el paño al pulpito y remitiendo a hombre tan docto como Grial a las
páginas de Lorenzo Valla y de la Minerva, para luego, en un quiebro rápido,
pasar de la insolencia y desmesura a la humildad recordando la pobreza en
que surgió su tratado y abriéndose a toda posible crítica, menos la gramatical
en que no reconoce superior. Confesemos que Grial daba en el blanco al
subrayar el carácter quijotesco de su interlocutor: «A la verdad siempre me
dio en rostro un no sé qué que tiene de desgarro y caballero del Phebo».
Lo importante para mi objeto es subrayar que tras estos desgarros y
pullas se esconde una real y significante divergencia en materia de crítica tex-
tual, una polémica entre dos escuelas vivas de edición de los clásicos.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 53

Racionalismo del Brócense frente al «historicismo» de Grial


Las innovaciones del Brócense tomaban a menudo el disfraz, tan
característico para su época entera, de vuelta a los orígenes y las fuentes, de
restauración y renacimiento de verdades olvidadas. Recordemos las frases que
estampó en la primera página de su Paradoxa (LIAÑO, p. 70, n° 38: OPERA,
t. II, p, 7): «Yo siempre fui, esforzándome én ello cuanto pude, amante e in-
vestigador de la antigüedad; y así resulta que cuando enseño cosas muy viejas,
pero ignoradas por casi todos, me llaman inventor de novedades» 9 . Verdad a
medias, contrapesada por otras manifestaciones revolucionarias, como sus
ataques a Aristóteles, Cicerón y Quintiliano, y su libre actitud ante los clási-
cos, que unas veces aplaude, otras censura. Termina la dedicatoria «a sus
oyentes» de su librito «De los errores de Porfirio» con esta incitación; «No
prestéis crédito a nadie, ni a mí mismo, a no ser que las enseñanzas estén
corroboradas por razones y argumentos sólidos».
Esta tendencia racionalista se infiltra en una esfera donde su aplicación es
bastante arriesgada, en la esfera de la crítica textual. Si la hubiese conocido,
habría hecho suya la máxima de Richard Bentley: «Nobis et ratio et res ipsa
centum codicibus potiora sunt» («Para mí el sentido y la razón son más im-
portantes que un centenar de manuscritos»). Esta ilusión de haber penetrado
los últimos secretos de la antigüedad —unida al deseo de hacer «legibles» los
clásicos— arrastró a los primeros humanistas a la tentación irresistible de
fabricar incontables enmiendas y conjeturas, a corregir sin descanso la tradi-
ción manuscrita. El Brócense fue uno de los que, en tiempos más cautelosos,
continuaron este epicureismo del ingenio o furia conjetural. En sus anota-
ciones a las Obras de Garci-Laso (OPERA, t. IV, p. 213) confiesa muy
engreído: «Aunque yo en estas anotaciones no hago mención, sino de pocas
emiendas, puedo jurar que emendé más de ducientas».
La posición del Brócense queda ejemplificada con las cinco enmiendas
que por fuerza pretende imponer al texto de Virgilio. Juan de Grial, contra es-
ta furia depuradora, opone: A) que unas son ociosas, pues las ediciones re-
cientes no aceptan las lecciones condenadas por el Brócense; B) que otras ya
figuran, a título de conjeturas relegadas al rodapié, en el aparato de recen-
siones prestigiosas; C) que varias empeoran el texto. Tal ocurre con la correc-
ción «mediamque» per Elidís urbem», en vez de «mediaeque per Elidís ur-
ben» donde «mediae» significa «interior», «tierra adentro», y no lo que torci-

9 «Ego etenim quo potui semper conatu antiquitatis et amator et investigator extiti: unde fac-
tum est ut cum pervetera doceam, rerum novarum excogitator appeller».
54 EUGENIO ASENSIO

damente piensa la Minerva 10. Grial maneja la mejor y más reciente


bibliografía.
De los casos particulares Grial se eleva a reflexiones generales: «Diz que
es de ingenios bien nacidos no fatigarse por apurar más evidencia de la que ad-
mite la materia de que se tratta... En emendar el primer lugar se suele dar a los
libros antiguos. Y no digo yo que no deven ser ayudados de coniecturas de
hombres doctos, ni tampoco digo que sin libros jamás aya de valer el ingenio y
la razón, aunque la experiencia (h)a mostrado bien estos días quán lúbrico sea
este camino. Pues ya lo que más se tratta es en desemendar emendaciones
hechas por hombres ingeniosos y doctos. Si no, díganlo las obras de Cicerón
emendadas y desemendadas por Lambino». En el caso de Virgilio, no se justi-
fica la manía de regularizar sus expresiones por la pauta de la prosa llana,
pues Virgilio gusta de desviarse de los caminos trillados «desmintiendo con ar-
tificios lo vulgar y... hermosea admirablemente su dezir con extrañezas» y
juegos poéticos.
La firmeza de sus convicciones se transparenta en el libre y agudo prólo-
go a la edición nacional de San Isidoro costeada y promovida por Felipe II. La
prehistoria de la edición «filipina», iniciada por Alvar Gómez en marzo de
1572, nos ha sido contada por Gregorio de Andrés u . Las vicisitudes y proble-
mas, la aportación de cada participante, los retrasos por muertes, fallos y sus-
tituciones, las buscas, hallazgos y pérdidas de códices isidorianos demoraron
un cuarto de siglo el acabamiento de la empresa. Fue Grial quien relató en su
prólogo Ad lectores la magnitud de su esfuerzo para coordinar y complemen-
tar los trabajos dispersos de aquella pléyade de sabios colaboradores. Al juz-
gar la parte de Pedro Chacón en las Etimologías, después de elogiar su talento
y sus múltiples conjeturas, prosigue: «Pero a esta sagacidad para la
conjetura... doy muy poca importancia, quizá menor de lo que sería justo. Si-
go los códices viejos, que encontré tanto menos interpolados y corrompidos,
cuanto más antiguos eran, y tomo en cuenta las fuentes de que derivan, fuen-
tes en gran parte señaladas por el mismo Chacón» 12.

10 Véase la discusión de la enmienda del verso de Aen. VI, 588, «Per Graium populos me-
diaeque per Elidis urbem» en la Minerva, versión citada de Riveras Cárdenas, p. 387.
11 G. de Andrés, «Viaje del humanista Alvar Gómez de Castro en busca de códices de obras
de S. Isidoro para Felipe II. (1572)», en Homenaje a D. Agustín Millares Cario, 1975, t. I, 607-
621.
12 Divi Isidori Episcopi Hispalitania Opera..,, Madrid, 1599, p. 2a del Ad lectores: «Sed
huic coniiciendi sollertiae, nos perparum, minus fortasse quam aequum fuerat, tribuimus: libros
veteres, ut antiquissimi quique erant, ita minus auctos, minusque corruptos jnyenimúsy fontesque
e quibus haustae, ab eodem bona ex parte indicatos, eos sumus seputi».
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 55

Este agridulce intercambio no menguó la amistad. Cuatro años después


se imprimieron P. Virgilü Maronis Bucólica cum scholiis F. Sanctii Brocensis,
Salmanticae, 1.591 (LLANO, p. 73, n° 47), con dedicatoria de Guillermo Fo-
quel a Grial, el cual había prestado un valioso manuscrito. Los «viri doctissi-
mi» que promovieron la edición, exigieron que «no se añadiese, quitase o mu-
dase nada, sin estar respaldado por códices antiguos» (OPERA, t. II, p. 177).
El Brócense se sometió, a regañadientes si juzgamos por ciertos reparos.

El Ramismo penetra en Salamanca.


Investigación Inquisitorial

Falta un panorama global del ramismo en España, que aquilate su influjo


en la enseñanza de la gramática, la lógica y la retórica. Hay alguna tentativa
particular sobre lógica en general y sobre la Minerva en especial13. El Santo
Oficio, con su encuesta de 1568, y su prohibición total en el índice de Quiroga
(1583) frenó la difusión de Pierre de la Ramee, cuyo mayor pecado era figurar
en la lista de protestantes asesinados la noche de San Bartolomé en 1572. Su
nombre asoma raras veces. Los seguidores prefieren citar a Rodolfo Agrícola,
precursor de la escuela; a Audomarus Talaeus (= Omer Talón) su alter ego y
lugarteniente, su portavoz o sombra discreta según las conveniencias. No co-
nozco en España un ramista plenario y de estricta observancia, ni siquiera en
Valencia donde la escuela halló tempranos discípulos, entre ellos Pedro Juan
Nuñez, autor átJnstitutiones oratoriae collectae methodicós ex institutioni-
bus prioribus Audomari Talaei, Authore Petro Ioanne Nuñesio Valentino,
Valencia, Juan Mey, 1552, de la que se guarda el ejemplar de Mayans; y ano-
tador de la Dialéctica Petri Rami cum scholiis Talaei et Nunnesii, actualmente
perdida pero citada en su Retórica (1566) por Lorenzo Palmireno. Y mucho
menos incluiría entre los ramistas activos a un espíritu tan poco gregario, tan
independiente y original como el Brócense. Fue una especie de compañero de
viaje, de simpatizante con algunas de las posiciones de Ramus, con quien
compartía la inclinación racionalista, la tendencia crítica, la aversión al nomi-
nalismo y a las Summulae logicales de Pedro Hispano, la pasión por la Anti-
güedad asociada al gusto por los poetas nacionales, y hasta la situación para-

13 Me refiero a los estudios de Vicente Muñoz Delgado «Fuentes impresas de Lógica


hispano-portuguesa» y «Lógica hispano-portuguesa hasta 1600», publicados en Repertorio de
historia de las ciencias eclesiásticas en España, tomos I y IV, Salamanca, 1967 y 1972. También a
los estudios de Estal sobre las teorías gramaticales de la Minerva, y a G.A. Padley, Grammatical
Theory in Western Europe. 1500-1700, Cambridge, 1976, 97-110.
56 EUGENIO ASENSIO

lela de profesor de la Facultad de Artes y pedagogo que ha de simplificar el


curriculum para poder adoctrinar a legiones de adolescentes; que no diviniza a
Aristóteles y es mirado con recelo por los escolásticos dé'la Facultad de
Teología. En la melodía total de sus escritos suena frecuentemente el registro
ramista sobre el fondo humanístico. Voy a tratar de puntualizar la influencia
tan difusa como imprecisa de la escuela ramista en Salamanca, concentrándo-
me sobre las doctrinas retóricas del Brócense y sus discípulos.

1. Petrus Ramus y Rodolfo Agrícola.


Una de las mayores dificultades para sacar de su estado de latencia al fi-
lorramismo español, es que el propio Ramus fue una especie de Proteo que en
sus casi 30 años de escritor y profesor practicó a la vista del público el arte de
las mutaciones. Estas metamorfosis han sido puestas en claro por el jesuíta
Walter Ong, a cuyo libro capital remito al lector. Lo usaré mucho más que lo
citaré 14.
Pierre de la Ramee (1515-1572) logró un ruidoso y polémico éxito cuan-
do, Maestro de Artes y joven profesor del Collége de l'Ave María, lanzó su
libro 15 Aristotelicae animadversiones (= Observaciones sobre Aristóteles)
acompañado de las Dialecticae institutiones, París, 1543. Su feroz ataque a
Aristóteles fue denunciado a la Facultad, y rebatido por Antonio Gouveia
(Antonius Goveanus) eminente jurista y humanista portugués en Pro Aristote-
le responsio adversus Petri Rami calumnias..., París, 1543. Ataque y defensa
lograron permanente celebridad e iniciaron una guerrilla interminable de
apologías y refutaciones. Todavía en 1566 Palmireno recomendaba a sus
alumnos de Valencia que tuviesen en casa al Goveano y a Petrus Ramus 16.
¿Quién iba a suponer que Ramus, el feroz antiaristotélico, imprimiría, poco
antes de morir, una Defensio pro Aristotele adversus Jacobum Schecium, o
Schegk (1571) en que clamaba: «Aristóteles est meus, non tuus»? Cada nueva
impresión de sus obras es una revisión, un aprendizaje o palinodia a la vista
del público. Con desesperación de su editor parisino André Wechel, el cual le
comparaba a la osa que —según la famosa leyenda todavía viva en Montaigne
y Francisco Sánchez el escéptico— lame y relame sus partos informes hasta
darles forma. De sus doctrinas más permanentes y típicas voy a estractar las

14 Waltler J. Ong, S.J., Ramus. Metod and theDecáy of Dialogue, Cambridge Mass., 1958.
15 Para la bibliografía del ramismo, sus adversarios, precursores y secuaces véase W. Ong,
Ramus and Talón Inventory, Cambridge Mass., 1958, compañero de su magno libro sobre Ra-
mus. La parte española, por falta de pesquisas de los estudiosos nuestros, es deficiente.
16 Cfr. Eugenio Asensio, «Ciceronianos contra erasmistas en España. Dos momentos.
(1528-1560)», en Revue de Littérature Comparée, 1978.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 57

tres que considero más pertinentes en el campo de la retórica. Son: A) la entre-


ga a la dialéctica, o sea a la lógica, de la inventio y dispositio, desgajándolas
de la retórica, a la que tradicionalmente pertenecían; B) reducción de la retóri-
ca a la elocutio, o sea ornamentación y estilo llamativo; C) el desarrollo del
iudicium —otro nombre de la dispositio— que da origen al método, dicotomi-
zado en methodus doctrinae y methodus prudentiae. Esta reforma del trivium
(= gramática, retórica y dialéctica) que constituía la base común o curriculum
de la Facultad de Artes, supuso una pequeña revolución en la pedagogía uni-
versitaria que caminaba hacia la claridad y simplificación. La revolución de la
enseñanza iba acompañada por la mágica seducción de las consignas, apro-
piadas por los ramistas, de método, sistema, enciclopedia. Además la inven-
ción de la imprenta hacía posibles las reducciones de materias complejas a
diagramas, llaves y dicotomías visualmente representadas. Casi nada de esto
había sido creado por el ramismo, pero formaba su atmósfera. El divorcio de
retórica y lógica, y la usurpación de la inventio por la dialéctica habían sido
iniciados por Rodolfo Agrícola, en su obra seminal De inventione dialéctica
libri tres, el cual en su corta vida (1444-1485) sólo consiguió escribir la primera
parte de la Dialéctica, es decir el inventio. La obra de Agrícola, tras un eclip-
se, reapareció triunfante en París, gozando de una gloriosa carrera editorial
después de 1530 en los años formativos de Ramus. Ramus, que no ha recatado
su dependencia de Agrícola, le ha continuado en cierto modo desarrollando el
segundo tratado, el de la dispositio o iudicium o methodus que su precursor
no llegó a escribir.
La Dialéctica, usurpando viejos dominios de la retórica, se apropió los
topoi, tópicos o lugares comunes: el estudio de las circunstancias de la perso-
na, tiempo y lugar con sus problemas psicológicos y epistemológicos. Elimi-
nó, o tendió a eliminar la teoría de las 4 partes del discurso: exordio, narra-
ción, confirmación y peroración. Abolió el estudio de la copia verborum, tan
importante en la escuela erasmista, con su tesoro de apotegmas, sentencias,
proverbios que el alumno almacenaba en su memoria para usarlos en la ampli-
ficatio. Suprimió, o quiso suprimir, la teoría del decorum y la de los tres esti-
los. Tras esta gran liquidación, la retórica quedó limitada a la elocución: tro-
pos, figuras de palabra y sentencia, número oratorio y poético, o dimensión
tonal.
Digamos algo del método, instaurado tardíamente, y acaso con influjo de
Gouveia, por Petrus Ramus que elaboró la dicotomía methodus prudentiae y
methodus doctrjnae. El método de doctrina o enseñanza natural arranca de la
definición y división, descendiendo de lo general a lo particular mediante su-
cesivas dicotomías. El método de prudencia es usado por oradores y poetas
para enseñar al que no podría o no querría ser enseñado. Es un método al re-
vés que por disimulación o por motivos emocionales invierte el orden del tiem-
58 EUGENIO ASENSIO

po y el orden causal. Los tropos y figuras, la hysterología o inversión del or-


den cronológico narrando primero lo que pasó después, la crypsis o artificio
críptico son notas distintivas de los poetas. Tales artimañas dificultan el análi-
sis o retexere, que hoy llamaríamos desconstrucción. Pero quando el avezado
ramista investiga, «la argumentación del poeta queda igualmente reducida a
una suma de definiciones y/o silogismos» (Ong, p, 282). Esto ocurre no sólo
con los discursos de Cicerón, sino con los poemas mejores. Por debajo de la
estructura superficial con sus juegos, exornaciones y artificios crípticos se disi-
mulan las líneas de argumentación y la estructura profunda edificada sobre la
dialéctica 17 . El poeta engaña a sus lectores.
Rodolpho Agrícola, De inventione dialéctica, fue impreso en España por
lo menos dos veces. La segunda impresión existe an la Bib. Nacional con la
signatura R 27983 y fue impresa en Burgos por Juan de Junta, 1555. Pero la
impresión burgalesa es mera reproducción de otra salmantina por Matías
Gast. Basta leer el verso de la portada donde el agustino Gregorio Arcisio se
dirige al lector. «F. Arcisius Gregorius lectori S.D.»:
Pero después de Aristóteles no hallé nadie que enseñase esta parte
de la dialéctica más docta, sutil e ingeniosamente, y con mayor acierto
para la juventud que Rodolfo Agrícola... Por mi parte, lamentando que
en Salamanca se descuidasen tanto las cosas tocantes a la invención de
los argumentos que apenas se daba importancia a los lugares comunes
dialécticos, resolví explicar este autor a mis alumnos. Y como faltasen
ejemplares de la obra, rogué a Matías Gast, tipógrafo reciente, de quien
hace tiempo sabía que era muy aficionado a las buenas letras, que los
imprimiese en sus prensas. Lo cual hizo con más gusto por su ardiente
amor a la utilidad pública 18 .
El libro de Agrícola tuvo resonancias en la Facultad de Artes, y —lo que
es más sorprendente— en la de Teología. Porque el famoso tratado de

17 Sobre Rodolfo Agrícola, y la línea que, pasando por Juan Luis Vives y Johannes Sturm, le
liga a Petrus Ramus, véase Cesare Vasoli, La dialettica e la retorica dell'Umanesimo, pp. 147-248,
Milano, 1968.
18 Rodolphi Agricolae Frisii, De inventione dialéctica libri tres. Burgis. Excudebat Ioannes a
Junta, 1554. (Pero el colofón —tras 5 folios de erratas— puntualiza: Burgis. Anno M.D.LV.) El
texto de Arcisio suena en latín: «hanc vero dialectices partem qui post Aristotelem Rodolpho
Agrícola doctius, subtilius, ingeniosius atque accommodatius docuerit, inveni neminem... Ego
vero deplorans Salmanticae tantam esse in his quae ad argumentorum inventionem pertinent iner-
tiam ut locorum dialecticorum vix ulla habeatur ratio, statui saltem discipulis meis auctorem hunc
interpretari. Ad quod faciendum cum códices desiderarentur, Mathiam Gastium, recentem
quidem typographum, sed quem no vi bonarum litterarum iam pridem studiosissimum, rogavi ut
quam prirnum illos suis typis excuderet. Quod fecit tanto lubentius quanto publicae utilitatis amo-
re flagrat ardentius».
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 59

Melchor Cano De locis theologicis, Matías Gast, Salamanca, 1563, tomó de


Rodolfo Agrícola, a veces literalmente, la teoría de los loci. Otro tanto había
hecho Melanchton. Hasta fines del XVI gozó de fama y séquito el De inven-
tione dialéctica. El Brócense, que en 1567 «leía textos de Rodolfo Agrícola»
en sus clases, le sigue encomiando en 1597, en De erroribus Porphyrii,
mientras otros maestros de retórica le discuten y aprovechan 19.

2. El ramismo en Salamanca.
No cabe duda que en Salamanca, estrechamente ligada a París, repercu-
tieron tanto los ataques de Petrus Ramus a Aristóteles (Petri Rami Veroman-
dui Aristotelicae animadversiones, Paris, 1543) y Cicerón (Petri R&mi...Bruti-
nae quaestiones in Oratorem Ciceronis, Paris, 1547), como las réplicas de
André Gouveia, Perionio, Charpentier y Adrien Turnébe. Pero no he logrado
descubir antes de 1558 ninguna reacción, hostil o aprobatoria, de los hombres
de la Facultad de Artes en textos impresos. De pronto en 1558 aparecen: 1) la
invectiva o embestida de Jacobus Salvator Murgensis o Diego Salvador de
Murcia, poeta neolatino; 2) la refutación de ciertas doctrinas ramistas por Lu-
dovicus Lemosius o Luis de Lemos, médico y filósofo portugués que profesa-
ba en Salamanca; 3) las primeras manifestaciones de simpatías por Petrus Ra-
mus en la obra del Brócense. Por cierto que el Brócense es amigo de Salvator
Murgensis, cuyos poemas o Poética llevan al frente cinco dísticos laudatorios
suyos; y de Lemosius, cuyo comentario a Aristóteles De interpretación (1558)
lleva cuatro. Este comentario salió casi a la par, aunque en otro editor, que
Baradoxorum dialeciicorum libri duó, Salmanticae, Andreas a Portonariis,
donde se enfrenta con pedro Juan Nuñez y Omer Talón.
Los poemas de Diego Salvador —Iacobi Salvatoris Murgensis Poética,
Salmanticae, Ioannes a Canova, 1558— brindan un rico muestrario de los gé-
neros poéticos que lograban más favor en España, Francia e Italia. Sus mode-
los predilectos —fuera de Catulo y Virgilio— son Pontano, Sannazaro y Vida.
Pero conoce y ama poetas más modernos: en España a Juan Vilches el anda-
luz, su íntimo amigo; en Portugal a Jorge Coelho y André de Resende; en
Francia al grupo lionés y parisino, entre los que admira a Salmón Macrino, al

19 Ong, pp. 120-121, ha notado la deuda de Melchor Cano con Agrícola, apoyándose en el
Pére Gardeil, Dictionnaire de théologie catholique, s.v. lieux communs. Que el Brócense leía en
1567 a sus alumnos el texto de Rodolfo, lo consigna González de la Calle, obra cit., p. 75. Véase
también OPERA, I, 461, o la Minerva o el Organum etc. Andrés Sempere, ramista ecléctico, dis-
cute a Agrícola en su Methodus oratoria, Valencia, 1568, pp. 115,122, 141, 152: corno los ramis-
tas es muy amigo de diagramas y dicotomías, ha empezado su carrera refundiendo'las Tabulae
Rhetoricae de Georges Cassandre, protestante irenista.
60 EUGENIO ASENSIO

joven Mureto, a Dampetro o, los que Luden Febvre llamaba «les Apollons de
Collége». Estos contactos con Francia me llaman la atención. A estos poetas
querría gustar, pero no a Vulteius (Jean Visager) al que odia. Dejemos a un la-
do sus cuatro poemas plañendo la muerte del Comendador Griego, o los ver-
sos a Luisa Sigea, para registrar solamente la invectiva «In Petrum Ramun
Veromandum. Trimetri Iambici» (ff. 81-82). Tras una ristra de improperios,
acusa a Ramus de imitar a Heróstrato —incendiario del templo de Diana en
Efeso— injuriando a Aristóteles únicamente por andar en boca de las gentes:
Ut qui impius combussit sedem publicam,
sic sic putas venire in ora gentium
istis tuis sine fine morsiunculis?

Es decir: «Igual que el que prendió fuego al santuario,/ Piensas andar en


boca de las gentes/ con esas incontables dentelladas?». Y termina amenazán-
dole, si la ocasión se tercia, con una nueva andanada de que le hará morder el
polvo. De hecho la oportunidad de saciar su hostilidad se la ofreció Luis de
Lemos.

Tenía Luis de Lemos 23 años cuando en casa de Portonariis descubrió las


Aristotelkae animadversiones, el libro de escándalo de Ramus. Dejémosle
contar su entusiasmo y desengaño: «Hace días, cuando entregaba a la impren-
ta mis comentarios a los libros de Aristóteles De interpretatione» (publicados
por A. de Portonarisi en 1548, el mismo año en que Juan de Junta imprimía
los Paradoxorum dialecticorum libri dúo) «pregunté al impresor si tenía algo
nuevo de Dialéctica. Respondió que las Animadversiones, de Petrus Ramus,
revisadas y aumentadas por su autor (= Andrea Wechel, París, 1556). Al oir
el nombre de Ramus me precipito y con placer hojeo aquellos comentarios, re-
corro los capítulos, devoro más que leo todo. Dios mío, cuántos errores, qué
revesada interpretación, qué citas falseadas, si alguna había. Me llevo el libro
a casa, comienzo a leer más despacio, ya este libro, ya aquel... Nada encontré
digno de nota, está todo plagado de errores» 20. Las Paradoxae son libro juve-
nil, escrito antes de los 24 años (f. 22r), bastante agresivo. Ataca a Petrus His-
panus, a españoles como el complutense Cardillo de Villalpando y el valen-
ciano Juan Pedro Nuñez: pero sus más violentas embestidas apuntan a Audo-
marus Talaeus y Petrus Ramus, los dos gemelos siameses. Jacobus Salvator
Murgensis en una carta preliminar exculpa su acometividad, censurando por

20 Paradoxorum dialecticorum, f. 84r: «Insuperioribus... diebus, cum meas in libros Aristo-


telis De interpretatione enarrationes typis mandarern, typographumrogavi en aliquid dialecticae
novi haberet. Animadversiones Petri Rami nunc denuo ab eodem cognias, respondit. Audito Ra-
mi nomine statim advolo etc.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 61

su cuenta a Ramus, cuya Dialéctica (sin duda la de 1556 en latín) si se le quitan


los versos de poetas, deja reducida a cero la parte de Ramus 21. Lemosius com-
bate las doctrinas ramistas sobre el método —cuya iniciación y aplicación es
mérito de Aristóteles— y la reducción de la retórica a mero ornato. «Elocutio
non est orationis ornamentum, sed exercitatio» (f. 70v). («Elocución no es el
ornamento sino la realización del discurso»).. El género del escrito oscila entre
el tratado escolástico y la diatribe antigua de estilo oratorio, en que el autor
dialoga imaginariamente con Ramus al que moteja de ignorante y mentecato.
Con dos años de intervalo imprimió el Brócense dos ediciones de su ma-
nualito retórico De arte dicendi; la primera, estampada por Andrés de Porto-
nariis, Salamanca, 1556 (LIAÑO, pp. 60-61, n° 5) ofrece doctrina y organiza-
ción tradicional; la segunda, Matías Gast, Salamanca, 1558 (LIAÑO, p. 61,
n° 6) se abre ya a las enseñanzas ramistas. En la impresión de 1556, dirigién-
dose de entrada Rhetoricae studiosis se confiesa discípulo de León de Castro,
o Cassius Leo, como le llama latinamente, reconociendo que debe a su ma-
estro la ordenación y buena parte del trabajo («Ordinem... secuti quem olim a
nostro non poenitendo praeceptore Cassio Leone didicimus. Cui bona pars
huius, quicquid est laboris, debetur».) Arremete, sospecho, contra Ramus y
sus Brutinae quaestiones al par que contra Omer Talón, cuando afirma:
«Otros, en nuestro tiempo, interpretando mal el Orator de Cicerón, asignaron
el título de Retórica a la Elocución solamente. («Alii nostra tempestate, male
intellecto Ciceronis Oratore, solam Elocutionem Rhetorices nomine inscripse-
runt»).
El horizonte mental cambia por entero dos años más tarde en la nueva
edición rehecha y acrecentada: Francisci Sanctii Brocensis... De ratione dicen-
di liber unus denuo auctus et emendatus. Cui accessit In Artem Poeticam Ho-
ratii per eundem auctorem brevis elucidatio. Salmanticae. Excudebat Mathias
Gastius, 1558 22. Ahora la obra va solemnemente dedicada a los doctores y
maestros de la Universidad, anunciando un nuevo planteamiento: «En lo que
atañe a la Elocución (f. 4r) el orden de Omer Talón está de tal modo conforme
con la naturaleza misma de las cosas, que si hubiese intentado yo buscar otro
diferente, lo habría encontrado peor». («Quod autem ad Elocutionem attinet,
Audomari Talaei ordo adeo ipsi naturae rerum consentit, ut si alium quaerere
conarer, peiorem invenissem»). Aunque no entregándose todavía a la corrien-
te ramista, añade: «Ya bien sé que se me preparan contiendas con los secuaces

21 «In Dialecticae minuto libello, poetarum veísibus refertissirho, quos si demás, fere nihil
Rami in libello erit».
22 La eluridatio o explicación fue más tarde reeditada con el título De auctoribus interpretarí-
ais, Amberes, 1581, por Platino y está reproducida en OPERA, II, p. 73.
62 EUGENIO ASENSIO

de Talón porque él piensa que únicamente la Elocución es propia de la Orato-


ria, mientras la Invención y Disposición pertenecen solamente a la
Dialéctica». Este último paso de privar a la Retórica de la Invención y Dispo-
sición entregándoselas a la Dialéctica, lo dará en el Organum Dialecticum en
1579. También Pedro Juan Nuñez pretendía compaginar la actitud de inde-
pendencia personal con ciertas concesiones a las ideas del ramismo, procla-
mando en sus libros Causas de la oscuridad de Aristóteles, f. 92v: «Aunque
fui el primero que en las Escuelas de Valencia hice profesión de seguidor de
Ramus, no se ha de tomar en el sentido de que no tenga yo libertad de apartar-
me de su opinión cuando el espacio y el tiempo lo pidiesen. Porque no soy
esclavo de nadie para jurar fidelidad a las palabras de un maestro» 23.
El comentario al Arte poética rezuma tecnicismos y teoría ramista: «Ta-
rea propia del análisis es retexere (= destejer, desmontar, desconstruir) la
obra entera que se toma para explicar, y lo primero es descubrir la cuestión
(quaestio), es decir, aquello de que se trata. Luego examinar los argumentos
en que se apoya, asignándolos a los lugares comunes de donde están sacados.
Por último observar las reglas de la disposición, y su relación con los argu-
mentos, y el método, viendo si el autor cuya obra se desmonta, ha usado el
método de doctrina o el método de prudencia» (fol. 51v°). El Brócense, para
ilustrar los procedimientos y artificios de los poetas, puntualiza la questio o
verdad central en torno a la cual giran las cinco primeras odas del libro III de
Horacio, que acaba de explicar a sus alumnos. La prueba de que el retexere es
empresa difícil, la ofrecen los variados errores de los comentaristas que va rec-
tificando. Termina: «Quare inspicienda methodus est qua semper Horatius
fallit auditores, ut nisi Lynceis contemplere oculis, credas illum centum pro-
posita in satyra una urgere» (fol. 52v°). («Por eso hay que examinar el méto-
do con que Horacio de tal modo engaña a los oyentes, que, si no lo escudriñas
con ojos de lince, pensarás que en una sola sátira mete cien temas»). Tecnicis-
mo, ordenación, dicotomía de métodos llevan el sello ramista, igual que la
idea extraña de que el poeta engaña a sus lectores u oyentes. Hay un uso ra-
mista que el Brócense no practica, el de reducir el análisis retórico a la identifi-
cación o estadística de tropos y figuras. Así Ramus, explicando la Catilinaria
3 a de Cicerón, tabula sus resultados, igual que ciertos estructuralistas de hoy,
consignando que hay 60 metonimias, casi igual número de sinécdoques, 80
metáforas etc.. El Brócense en cambio, en sus comentarios a Garcilaso y

23 Petras Joannes Nunnesius, De causis obscuritatis Aristotelaeae, Valencia, Juan Mey,


1554, f. 91v.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 63

Juan de Mena, prefiere el estilo corriente de los humanistas aclarando alu-


siones, citando fuentes y paralelos 24.
La investigación y recogida de los escritos de Ramus en 1568 por el Santo
Oficio trabó la circulación del escolarca, pero no de su escuela, estigmatizada
pero no vedada. El Organum dialecticum et Rhetoricum (Salamanca, 1579:
OPERA, II, 379-444) contiene viejas y nuevas doctrinas de la escuela. Viejas
como la de que los poemas están repletos de silogismos (OPERA, I, 439).
Nuevas, como la de que hay que separar Dialéctica y Retórica «pues los retóri-
cos, para prestigiar su arte, invadieron los lindes ajenos, la invención, disposi-
ción, memoria, acción, reivindicándolas para sí junto con la elocución».
(«Nam Rhetores, ut artem suam commendarent, in alienos limites invaserunt,
Inventionem, Dispositionem, Memoriam, Actionem, cum Elocutione... sibi
vendicantes» OPERA, I, 382). Y dos páginas más lejos (OPERA, 1,384): «In-
ventio et Dispositio, quum sint, ut ostendimus, Dialecticae partes, Rhetoricae
partes non erun». Es decir una de las doctrinas básicas de la escuela. En De
nonnullis Porphyrii et aliorum dialecticorum erroribus sostiene que en el pla-
no argumentativo las especies y los individuos son exactamente iguales:
doctrina típicamente ramista.
El filorramismo del Brócense no surgió de una afición aislada, ni murió
con él, sino que fue trasmitido a sus discípulos. La existencia de un círculo ra-
mista nos será confirmada por la encuesta o inquisición de 1568; la trasmisión
está patente en los tratados de retórica de sus discípulos.
La Inquisición tuvo noticia de que Petrus Ramus, tras años de actitudes
indecisas, —todavía en 1562 tomó la comunión católica en la Pascua de 1562
según Nancel, su biógrafo y ayudante— se había declarado abiertamente pro-
testante, juntándose en 1567 al ejército hugonote capitaneado por el Príncipe
de Conde. Ordenó una pesquisa sobre los escritos de Ramus, que culminó en
la recogida de sus obras en Salamanca, Valladolid, Sevilla, y seguramnte en
otras ciudades no documentadas. La «inquisición» de Salamanca, única
publicada 25, contiene las declaraciones de diez profesores, recogidas por el
comisario Francisco Sancho los días 13, 22 y 25 de mayo (Archivo Histórico
Nacional, legajo 3189) de 1568. Es sumamente significativa para el estudioso

24 Cfr. Karl Kohut, «Der Kommentar zu literarischen Texten ais Quelle der Literaturtheorie
im.spanischen Humanismus. Die Kommentare zu Juan de Mena und Garcilaso de la Vega», en
Der Kommentar in der Renaissance, her. von A. Buck und O. Harding, Bonn-Bad Godesberg,
1975, pp. 199-200.
25 P. Miguel de la Pinta Llórente, «Una investigación inquisitorial sobre Pedro Ramus en
Salamanca», Religión y Cultura, vol. XXIV, 1933, 234-251. Incluido, creo, en la colectánea del
mismo autor En torno a hombres y problemas del Renacimiento español, Madrid, 1944, que no
he logrado ver.
64 EUGENIO ASENSIO

del Brócense y de fray Luis de León. Porque los profesores interrogados


—fuera de León de Castro y dos maestros parisinos que han conocido a
Ramus— pertenecen al circulo de amigos de Luis de León. Todos, menos Gas-
par de Grajal, son miembros de la Facultad de Artes, la más acogedora para
las novedades intelectuales. Interesantes, aunque salen de mi marco, son las
mas manifestaciones de los parisinos: el M° Navarro, catedrático de elocuen-
cia, que fue rival, en pretensiones académicas, de Ramus y le tiene por hombre
vano; el M° Venegas, jesuita 26, que ha enseñado desde 1564 en el colegio de
su orden en París la retórica y juzga a Ramus con fiera hostilidad (anodina en
cambio es la testificación de Grajal). Coinciden en afirmar que entre los valen-
cianos y aragoneses estudiantes allí había secuaces de Ramus, y dan nombres
de algunos.
La testificación de León de Castro es belicosa e incriminadora. «Dixo que
(h)a oydo dezir que en Salamanca avía algunos muy aficionados a la doctrina
de Pedro Ramos en artes y philosophía, e que tenían sus libros. Porque en ca-
sa de don Juan de Almeida, que al presente es Rector desta universidad, quan-
do comencava a oyr las artes, o antes que las comencase, se tenían en su casa
conclusiones, y algunas según la opinión de Pedro Ramos; y las sustentava el
doctor Sevastián Pérez, colegial que era entonces en el Colegio de Oviedo, en
esta cibdad, y lector qu'es aora en el Escurial, y qu'este testigo... fue muchas
vezes a argüir contra ellas, e que oyó dezir que de aquel tiempo Sevastián Pé-
rez quedó muy apartado de seguir la doctrina de Pedro Ramos, pero que avía
muchos aficionados a sus desatinos que dezía en Lógica y Pholosophía. Y
porque este testigo era tan enemigo destos desatinos y de las cosas deste Ra-
mos, no se lo declaravan; pero que devían de ser todos estos que se tienen por
muy latinos de Salamanca, y que se podrá saber del dicho doctor Sevastián
Pérez, y del doctor León, que fue también colegial en el colegio de Oviedo..- y
de Chacón, ayo del dicho don Juan de Almeida, y del licenciado Sánchez y de
Juan Scrivano: y esto todo es Retórica, Philosophía e Lógica...»
Dejando a un lado otras declaraciones menos interesantes, que en general
apuntan a una amplia difusión y apasionada discusión de los escritos de Ra-
mus, recojamos el testimonio del Brócense, el más calificado filorramista.
«Dixo que le conoce por oydas de muchas personas, y por aver leydo en sus
libros, de los quales el presente este testigo tiene algunos que son Animadver-
siones in Aristotelem, y Lógica y otros libros de latinidad, como son las Geór-
gicas de Virgilio, y algunas orationes que no se acuerda el testigo dellas; y que
a las personas que (h)a oydo loar al dicho Pedro Ramos de su gran ingenio e

26 Sobre el P. Miguel Venegas, exrector del Colegio Trilingüe, véase el P. A. Astrain, Histo-
ria de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Madrid, 1903, vol. II, p. 357.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 65

latinidad, dixo que fue el primero a un coelgial del colegio de Oviedo desta
cibdad que se llamava el maestro Lielmo, que después de canónigo en Burgos,
y también al maestro Sevastián Pérez, colegial que fue en el mesmo colegio de
Oviedo... y al doctor León, colegial del mesmo colegio,... y a Chacón, ayo e
maestro de don Juan de Almeida, y que todos ellos y este testigo le fueron
muy aficionados a su doctrina e latín, y en lo que toca a lógica e philosophía...
Dixo qu'este testigo vio un arte de gramática qu'el dicho Pedro Ramos com-
puso, y que este testigo imprimió otra arte, en la qual contradezía en algo la
arte de grammática del dicho Pedro Ramos, y que se la enbió con un título de
su letra que dezía, Franciscus Sancius Brocensis Petro Ramo dono mittit, sin
screvirle carta ni otra cosa, ni sabe que aya llegado a sus manos». Preguntado
sobre lo que siente acerca de las obras de Pedro Ramus en materia de fe y
doctrina católica, replicó que «no (h)a visto este testigo, ni los que tiene atrás
dichos cosa sospechosa, ni que toque a nuestra santa fee cathólica». Le sobra-
ba razón al Brócense, pues el único libro religioso de Pierre de la Ramee, Co-
mentariorum de religione christiana libri quattuor, no se publicó hasta 4 años
después de su muerte, en 1576.
La testificación de Pedro Chacón, fuera de confirmar la simpatía ramista
del trío de colegiales, de Oviedo, nada añade a la del Brócense, silencia el tema
de las reuniones en casa de don Juan de Almeida. Afirma que dejó de leer a
Ramus desde que Antonio de Covarrubias, desde Trento y el Concilio, le in-
formó de la sospecha de herejía que pesaba sobre él. Dato útil que nos permite
fijar el año ante quem se sostuvieron las conclusiones ramistas defendidas en
casa de su pupilo y discípulo. El Concilio de Trento se clausuró el 3 de no-
viembre de 1563, lo que invita a colocar la efervescencia del ramismo en Sala-
manca hacia 1560-1562.
Los dos focos de irradiación del ramismo son el colegio de Oviedo y, la ca-
sa del gran señor, todavía adolescente, don Juan de Almeida, humanista,
poeta y teólogo en ciernes 27. Los entusiastas son casi todos amigos y admira-
dores de Luis de León. El M° Lielmo y el doctor Sebastián Pérez fueron pedi-
dos como calificadores en su proceso por fray Luis de León, petición denega-
da por la Inquisición que prefería gentes ignorantes del hebreo. Sebastián Pé-
rez, cercano al rey Felipe en su cátedra del Escorial, medió entre Luis y el

27 El poeta portugués Jorge de Sena, Francisco de la Torre e Joáo de Almeida, Fundado C.


Gulbenkian, Centro Cultural portugués, París, 1974, impugnó la identificación de Francisco de la
Torre con don Juan de Almeida, proponiendo en su lugar la candidatura de su «criado» el M°
Miguel Termón o Tormón. Sí la hipótesis carece de base sólida, en cambio debemos a Jorge de Se-
na la publicación de las obras poéticas, auténticas o atribuíbles, de D. Juan de Almeida, y un eru-
dito cotejo de las obras de F. de la Torre con sus fuentes italianas, y una historia de los orígenes
portugueses del personaje.
66 EUGENIO ASENSIO

Archiduque Alberto, aprobó con encendido elogio el In Canticum Cantico-


rum (1582 y 1587). Fuentidueñas, discípulo y prologador del maestro de fray
Luis y Montano, Cipriano de la Huerga; y Pedro Chacón, el grande humanis-
ta ido a Roma en 1570, intervinieron decididamente con sus cartas en favor de
Luis de León durante el proceso 28. Me pregunto el sentido profundo de esta
convergencia de filorramistas en torno de fray Luis, y no encuentro la respues-
ta. He de contentarme con la clara inferencia de que el círculo de Luis de León
estaba de par en par abierto a los movimientos e inquietudes intelectuales de la
Europa Occidental de su tiempo.
Prematuro sería proponer un cuadro de la difusión del ramismo en las
preceptivas latinas o castellanas de España 29. Mucho más prematuro plantear
el problema de las repercusiones y reverberaciones de las preceptivas filorra-
mistas en la ascendente literatura castellana. Menéndez y Pelayo, genial
«desbravador de florestas» (perdón por el lusismo) intentó abrir caminos en el
matorral de tantas retóricas en que ni teoría ni práctica son fáciles de indivi-
dualizar. Pues los preceptistas, fluctuando entre la tentación especulativa y la
exigencia práctica, entre la coacción pedagógica y la seducción de las noveda-
des, contaminaron a Aristóteles, a Cicerón y Quintiliano o Hermógenes, con
doctrinas y prácticas actuales, propias de una época visual y diagramática, le-
gando a la historia un ovillo enmarañado. Menéndez Pelayo, en el capítulo IX
de la Historia de las ideas estéticas procuró caracterizar los que llamaba retóri-
cos clásicos: tras el Brócense, a sus discípulos Juan de Guzmán, Baltasar de
Céspedes su yerno, y Bartolomé Ximénez Patón. Sin ánimo de rebajar sus me-
recimientos, hay que confesar que no andaba muy enterado de la retórica ra-
mista. Señalará algunas de las doctrinas de Ramus que se han infiltrado en los
escritos de Céspedes y Ximénez Patón.
Gregorio de Andrés en su docta monografía 30 ha registrado y descrito
dos manuscritos en que alumnos de Céspedes recogieron sus lecciones: el uno,
titulado De arte Rhetorica, se conserva en la Biblioteca Nacional y ya fue visto
por Menéndez y Pelayo; el otro, en castellano, se guarda en la Biblioteca del
Palacio Real «consta de 194 páginas... y es un excelente tratado de tropos y fi-

28 Bastará mirar el índice de nombres en Coster, en A.F.G. Bell, y en Ben Rekers, Arias
Montano, Madrid, 1973. El libro de Rekers es muy útil aunque poco seguro en su hipótesis sobre
la pertenencia de Montano al familismo, tesis que se apoya en una interpretación de la correspon-
dencia, pero no en el estudio de la obra.
29 Inglaterra posee un libro excelente de este tipo: el de Wilbur S. Howell, Logic and Rheto-
ric in England. 1500-1700, Princeton, 1956.
30 G. de Andrés, Baltasar de Céspedes y su Discurso de las letras humanas, Escorial, 1965,
pp. 162-169. José Rico Vedú, La retórica española de los siglos XVIy XVII, Madrid, 1973, pp.
357-364, ha reproducido sin indicar procedencia la sección sobre la génesis y el análisis.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 67

guras». Menéndez Pelayo pondera el valor del primero: «En la Retórica tiene
también Céspedes algunos preceptos originales y nuevos. Hace consistir la
crítica en dos partes principales: génesis y análisis. Llama génesis a la compo-
sición total de la obra, que es como una generación o parto del entendimiento,
y análisis al examen y anatomía de la obra hecha, que él divide en cuatro exá-
menes parciales: gramatical, lógica o dialéctica, retórica y ética» 31. Lejos de
revelar la originalidad de Céspedes, los conceptos de génesis y análisis, sinóni-
mos de texere y retexere son tecnicismos de la escuela ramista. Alfonso García
Matamoros en 1570 recomendaba que, aunque fuesen doctrinas de Ramus,
hombre impío, se usaran para estudiar a Cicerón, «ut quae per genesim con-
texta fuerunt, per analysim rursus retexantur» 32.
La Elocuencia española en arte de Ximénez Patón, Toledo, 1604, es, pese
a su tosca tipografía, erratas y gazapos, la más incitante de las preceptivas fi-
lorramistas. Su autor había sido discípulo del Brócense y estaba muy ligado a
Salamanca, cuya jerga junciana ha mencionado el primero 33. Tenía una veta
de hombre fantástico, que le llevó a estusiasmarse con el protorromance cas-
tellano forjado por los falsificadores del Sacro Monte, y con los prisci theolo-
gi, especialmente con Mermes Trimegisto, el mítico teólogo egipcio lanzado
en el siglo XV por la versión de Marsilio Ficino, y relanzado en el XVI por
Francisco Patrizzi, Nova de universis philosophia, Ferrara, 1591. Por eso
cuando en 1621 refundió, amplió y mejoró radicalmente su obra, le dio el
extraño título, parcialmente inspirado por la Minerva: Mercurius Trimegistus,
sive de triplici eloquentia Sacra, Española, Romana, Beatiae (= Baeza) 1621.
Bartolomé Ximénez Patón anuncia desde la portada que es obra para predica-
dores y poetas tanto en latín como en castellano («Opus cancionatoribus... et
poetis utriusque linguae, divinarum et humanarum litterarum studiosis utilis-
simum»), la publica epilogada con juicios reclamistas de retóricos dispersos
por los colegios de media España, trufada con dos críticas solicitadas: la del
dominico fray Estevan de Arroyo, que objeta a la exaltación del egipcio Mer-
mes; y la del jesuíta Francisco de Castro, cuyo De arte rhetorica, Cordubae,

31 Historia de las ideas estéticas, Madrid, 1584, II, p. 292.


32 Cfr. mi artículo «Ciceronianos contra erasmistas en España. Dos momentos. 1528-1560»,
en Revue de Littérature comparée, 1978, Hommage á Marcel Bataillon, p. 154.
33 Escribe (f, lOr): «Casi se introdujera una bastarda lengua en las escuelas de Salamanca,
que llamaban Iunciana, y no sé qué más o menos tiene este modo de hablar que (es) el que llaman
entre la gente de la vida mala Gerigonca, del qual lenguaje se podrán ver algunos romanzes que ni
lo son ni latines. De que ay un librillo con su dicionario que dizen de lengua Germana, y todo es
bárbara lexis, racón bárbara o falta de ella». Por lo visto los Romances de germanía de Juan Hi-
dalgo se habían impreso antes de 1609, fecha de la supuesta princeps de Barcelona. Sobre la jun-
ciana véase José Luis Alonso Hernández, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Universidad
de Salamanca, 1977, p. 467.
68 EUGENIO ASENSIO

1611, había celebrado Góngora en un soneto preliminar. Ximénez Patón


replica al dominico sin cejar, y contesta por puntos a la crítica técnica de
Castro, al cual acepta algunos reparos, suprimiendo por su consejo una
letrilla atrevida de don Luis. Yo prefiero reseñar el texto de 1604, más juvenil
y osado, que además contiene apostillas marginales eliminadas en 1621.
Las primeras frases del capítulo I, «De la definición de la Rhetórica y sus
partes» denuncia su genealogía ramista, escuela del Brócense: «La Rhetórica
es un arte que enseña a adornar la oración, lo que se habla y dize; sus partes
son dos, elocución y acción (sic)... Porque la invención y disposición son par-
tes de la Dialéctica y no de la Rhetórica». Al margen apostilla sus autoridades:
iniciadas por Aristóteles, Cicerón y Brócense, rematadas por Cassander
(Georgius) cuyas Tabulae adaptó Andrés Sempere; y (si leo bien la borrosa
abreviatura) por Freigius (Johan Thomas), lumbrera del ramismo en Alema-
nia (Ong, 198-301). Ya en el prólogo había reseñado con desdén (f. 8) las retó-
ricas en castellano que se usaban: la de Miguel de Salinas (1541), la de Rodrigo
de Espinosa (1578) y hasta la de Juan de Guzmán (1589) discípulo, como él,
del Brócense. La suya era más actual, coloreada por conceptos y prácticas ra-
mistas. Conceptos como la noción de dos métodos, método de natura o
doctrina, método de prudencia; prácticas como la preferencia dada a los
ejemplos contemporáneos de poesía patria, sobre los ejemplos latinos tradi-
cionales de la retórica universitaria o de colegio.
El capítulo 18 «De la Método» dice así: «...comencaremos de la Método.
La qual es la disposición de muchos y diferentes argumentos. Es en dos mane-
ras, o de doctrina o de prudencia. La Método de dotrina es la disposición de
varias cosas comentando de principios universales y generales, descendiendo a
los singulares y particulares, como es el orden de este nuestro librito... La Mé-
todo de prudencia ordena la disposición acomodándose a las personas, cosas,
tiempos, lugares u otras circunstancias» (ff. 109-110). Quien desee ver desen-
vuelta esta dicotomía, lea las páginas 245-254 que Ong consagra a su descrip-
ción. O si prefiere recurrir a fuentes accesibles, dispone de la reciente edición
crítica de la Dialectique francesa de 1555 publicada por M. Dassonville 34.
Verá en ella cómo Ramus enseña la lógica y las leyes de la disposición me-
diante frecuentísimos ejemplos de poetas. Pero no era Ramus un entusiasta de
la poesía que en el fondo consideraba infantil, adecuada para inteligenias sin
desarrollar. Ximénez Patón, en cambio, era poeta en ejercicio, autor de come-
dias y de poesías sacras en castellano 35. Adoraba la lengua castellana y sentía

34 Pierre de la Ramee, Dialectique (1555). (Edición notas y comentario de Michel Dasson-


ville). Genéve, 1964, pp. 144-152.
35 El documento en que cede sus comedias y poemas para ser impresas, puede verse en Pa-
lau, Manual, t. 28, p. 220. Se ignora si se imprimieron.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 69

un apasionado amor por la poesía de Góngora, Quevedo, Liñán con cuyos


versos ejemplificaba los tropos y figuras, usos y normas de la retórica. Lope
de Vega era su dios, cuya grandeza no se hartaba de incensar. Y como, de
acuerdo con la teoría ramista, lo específico de la literatura consistía en el orna-
to, exaltaba la castellana destacando su «grande ornato... tanto que pienso la
Hebrea, Griega y Latina no la exceden en tropos, figuras, modos, frases y ele-
gancias» (f. 6). Lope descuella sobre todos. «Racón será que ya demos princi-
pio a poner exemplos de nuestros Poetas Españoles, y sea el primero del que,
sin hazer agravio a los demás, podemos tener por príncipe de ellos por la per-
feción que a la poesía con sus versos le ha dado... este es el conocido de todos
por tal Lope de Vega Carpió» (f. 19v) «Certifico... que si quisiera exemplifi-
car todos los preceptos de Rhetorica en él solo, que tiene exemplos para todo»
(f. 65v). Su gusto literario abrazaba no solamente la poesía italianizante, sino
las comedias y el romancero.
Por muy escépticos que seamos sobre la influencia del aprendizaje escolar
en el poeta o ficcionista, hemos de admitir que la formación retórica —sea
cual fuere de retórica formativa, o bien la de Erasmo con su énfasis sobre la
doble copia verborum et rerum, o bien la ciceroniana con su imitación del mo-
delo cuya alma y expresión intenta asimilar; o bien la ramista que desarrolla el
ingenio y la ornamentación sobre esquemas y estructuras inevitablemente
lógicas—, repercute en las modalidades de la historia, la oratoria, la novela, el
teatro y la lírica del Siglo de Ora Podemos conjeturar que las ideas y las prác-
ticas de la escuela filorramista han coadyuvado el florecimiento de una poesía
reflexiva donde la inspiración levanta su área arquitectura sobre fundamentos
de lógica o dialéctica, patentes en el método de natura o doctrina, latentes en
el método de prudencia con su técnica críptica Queda por averiguar el alcance
y la forma de esta infiltración.
Y podemos imaginar el efecto, ya que la usanza, no específicamente ra-
mista, de ejemplificar con poesías coetáneas favoreció la literatura castellana.
La exaltación de los poemas de Góngora, Ercilla, Lope de Vega, Quevedo,
respaldada por numerosos fragmentos que desde la edad temprana saturaban
la memoria y sensibilidad de los escolares, fue la mejor defensa e ilustración
de la nueva poesía.
70 EUGENIO ASENSIO

Carteo de Francisco Sánchez de las Brozas


y J u a n de Grial
{Del A r c h i v o da Casa Cadaval, M S . 82 = 935 antiguo).

Carta autógrafa del Brócense: sobrescrito «Al Ldo Ju° de Grial en


Madrid».

De manera que porque Pierio ni otro alguno no haze mención de varia


lectura, avernos de creer que Virgilio haría este verso Quantum omnis mundus
gaudet cantante Sileno. Por cierto que si tales versos son de Virgilio, que no
solamente le diga la Minerva que no sabia Latin, pero ni aun Grammatica le
concedería. Pues qué diremos de la otra añadidura o hemistiquio De eolio fís-
tula pendet. Parece concepto de Juan Escrivano puro y parado. Tampoco
podremos decir que escrivio Virgilio Convexa palus dum sidera pascit, pues
que todos dizen polus y no ay lectura en contrario. Digamos también que
escrivio Virgilio Mirabar quid maesta déos Amarylli vocares, nulio sensu. Yo
emendé Galathea antes que lo viesse en Fulvio Ursino. Digamos que escrivio
Virgilio por la orden que están los versos Dentibus infrendens et tergo decutit
hastas, lib. 10, el qual verso con el precedente se han de leer (vel Prierio ins-
ciente) antes de Haud aliter iustae. Y por acortar digamos que Virgilio avia de
ser tan inconsiderado que avia de dezir Ibat Ule per urbem mediae Elidís: ibat
Ule per medii Tagí flumen. Pésame de alegar para contra el mal sentido de v.
md. a Laurentio Valla y a todos los grammaticos, que no quisiera yo que esta
verdad mia la dixeran ellos. Pero porque, aunque la dixeron, no supieron dar
la razón, esme forcado para essos señores que aun no caen en que la Minerva
no pudo errar, aclararles el camino. Todos grammaticos, nemine demto (sic),
dizem que se dize muy bien Sum Romae, natus Toleti. Sed tamen, si velis ad-
dere adiectivum, genitivo locus non erit. Non enim dices Natus est inclytae
Romae, sed in inclyta Roma. Haec illi recte, sed quare id fíat ignorant. Causa
est: quia nulla nomina propria adiectivum recipere possunt, ñeque in genitivo
nec alio in casu. Nam si dicas Video magnam Román, SUBINTELLIGIS UR-
BEM: in magna Roma subintelligis urbe. Et vos urbs vox generalis est quae
suscipit adiectivum. Non igiturpoteris explere orationem nisi dicas: Natus fmt
in magna urbe Romae. Secus erit si dicas Hic civis est magnae Romae, nam
tum deest urbis.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 71

Cansóme de dezir cosas tan claras aunque no advertidas de otros. No esta


todo el mal sino en no consultar a la Minerva, praecipue fol. 22b et inde 48ab.
Estos lugares se miren con attencion, y no se trate mas de si los nombres
proprios pueden regir adiectivos. Y le doi mi fe, señor licenciado, que he ver-
güenza de mostrar la postrera carta de v. md. a personas de juizio, poque no
vean aquel syllogismo inquo tantum tibi places, en el cual Virgilio burla de la
Minerva, porque cierto parece de las Súmulas de Ocham (sic) sino que lleva
ademas aquella gracia con que festivamente collige lo que quiere, que esto no
se puede negar sino que tiene sal.
Como quiera que sea digo de veras que v. md. tiene el mando y el voto
para poder reprehender a la Minerva, etiam si ex capite Iovis esset nata, quan-
to i mas siendo nascida en una pobre choca y sin mantillas, que para sacarla a
luz tuve necessidad que un enquadernador saliesse a proveerla de la mitad de
la costa para que pudiesse andar. Si acaso oviesse de salir otra impression, o
aunque no aya, preciaria yo mucho tener de v..md. algunos avisos, y ansi
suplico a v. md. me la haga de emplear alunos ratos en ella y apauntarme ansi
del juizio de v. md. como de otros doctos, qué es lo que seria bueno añadir,
quitar, mudar o borrar. Bien sabe v. md. que soi hombre que desseo esto de
veras y que sé estimar el juizio de los doctos. Aunque para dezir la verdad lla-
na, en Grammatica no se me puede encaxar que alguno me enseñe algo de
nuevo, porque no estoy enterado que Tullio la sabia bien, y estoylo en que
Quintiliano era en ella imperitissimo. El que mas assoma es Prisciano, aunque
da muchas caidas. Los Griegos son sin juizio, y Vegara, que es el mejor dellos,
escrivio species como Nebrissa; solo tiene bueno la Ellipsis de las preposi-
ciones, donde contradize toda su dosctrina praedicta.
Dios guarde a v. md. De Salamanca, 20 de Maio, 1587 años.

M° Franco Sánchez

Aeneida I: Non metus officio, nec te certasse priorem


Poeniteat... Lego ne contra todos los Prierios y commentado-
res, sic: Non sit tibi metus ne poeniteat te officio certasse priorem.
72 EUGENIO ASENSIO

Respuesta al Brócense

(Minuta autógrafa de Juan de Grial)

Mudemos voz, quica nos concertaremos, que el falsete no es de todos los


músicos. La Minerva se quexa que no la escuchamos, y acá vemos claramente
que no somos oidos. Para esto será bien que formemos algo la voz, pero de
suerte que tampoco sean gritos que despierten la vezindad, que aunque mere-
ciéssemos acá mucho más, nunca pensamos que Júpiter, por lo que a su auto-
ridad tocava, se descompusiera en tanto grado. Por caso no ay demasia en
bol ver los padres por la honra de las hijas: pero ayla grande en pensar que las
de v. md. no nos duele a nosotros, que cierto, señor, (si otro alguno) ego
quoque illi faveo virgini, sino el primero, muy de los primeros. En no mostrar
mi carta que se escrevió al desgaire, v. md. me hizo merced, si lo hizo assí (que
no consta de lo que dize más de que ha verguenca de mostrarla). Pero poco va
en ello, que lo mesmo es, o mucho peor, aver mostrado v. md. la suya. Y dirá-
me ¿quién lo dixo? Ella mesma con doctíssimas letras. Assí que soy foreado a
reportarme en ésta, y aun a no hablar con la libertad necessaria a quien de ve-
ras busca la verdad en lugar de usar del descuido que se devia al lugar que yo
pensé tenía cerca de v. md. Pero vengamos al caso en que entendí yo sobrava
lo dicho, y pareceme que está peor que estava. Mi carta (quanto me puedo
acordar) quitadas las burlas, dezía que la Minerva no perdería nada en hablar
de sí más templadamente, y que no obstante su dottrina, en que yo no
entremettía, aunque a otros no parecía muy sano, el lugar de Virgilio en nin-
guna manera se mudasse, pues hasta la Minerva no avia ávido variedad de lee-
tión, ni sospecha della. Pregunto a v. md. ¿quál de estas cosas es de Ockan?
No la primera. Porque v. md. mesmo al cabo de la suya approbando el conse-
jo se sujetta al juizio de los doctos: aunque no de muy buena gana, porque
luego, como arrepentiéndose, añade que no sabe quién le pueda enseñar cosa
nueva, y sin más ni más encontinente se pone sobre Cicerón y pisa a Quinti-
Hano y a otros, y enthronizase y házese absoluto en esse reyno. Tampoco la se-
gunda, en quanto no le niega tener gracia y festividad y sal, de lo qual, a lo
que yo puedo sospechar, Ockan no tuvo ni migaja. Y assí parece que lo con-
fiessa también v. md. que le deve conocer mejor, pues tan sin ocasión se acor-
dó del. Resta que el daño esté en cerrarme yo en que no aviendo rastro de va-
ria lectión, por sola contemplación de la Minerva no se deve hazer mudanca, y
cantar luego la victoria con Horatio: Haz Iovem sentiré deosque cunctos spem
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 73

bonam certamque domum reporto, que assí creo que dezía.,. Como si en-
quello se pretendiera ái que 'ridentem dizere verum': y aun no dezirlo sino so-
lamente assomar el medio más probable sin forma de syllogismo, que eso es de
bisónos. No nos tenemos aquí por Minerva, que dize v. md. no puede errar, ni
presumimos tan sin término que hasta con las burlas pensemos que hazemos
demontración cum alus, tum isto modo.
Dizque es de ingenios bien nacidos no fatigarse por apurar ni pedir más
evidencia de la que admite la materia de que se tratta. Y este tenía yo por buen
sentido, no el que siente más de lo que es menester, que v. md. suele dezir que
es de animales espantadizos, Porque sé que llanos estamos que las bestias sien-
ten, que la opinión del médico de Medina entendía yo que se avia enterrado
con el autor... en emendar el primer lugar se suele dar a los libros antiguos. Y
no digo yo que no deven ser ayudados de coniecturas de hombres doctos, ni
tampoco digo que sin libros jamás aya de valer el ingenio y la razón, aunque la
experiencia ha mostrado bien estos días quan lúbrico sea este camino. Pues
ya, lo que más se tratta es en desemendar emendaciones hechas por hombres
ingeniosos y doctos. Si no, díganlo las obras de Cicerón emendadas y dese-
mendadas por Lambino. Y no quiero multiplicar exemplos sino ver quán a
propósito son los que v. md. trae en su carta. Quantum omnis mundus gaudet
cantante Sileno, no le huuo en libro antiguo ni aun por caso en impression que
viesse Pierio, como nunca anduvo en la de Roberto Stephano ni en otras, y as-
si no tuvo para qué hazer mención del. Y esso antes haze por mí. De la mesma
manera De eolio fístula pendet ni lo conoce Tib. Donato, ni alguno de los
libros manuscrittos, como dize Pierio, Galathea vocares también se halla en
libros de mano. Como dize Ursino en los versos de Mezentio no se muda letra
ninguna sino solo Torden. Y con ser la mudanca destos dos lugares tan con-
forme a razón aun no se atreven a usar della ni meterla en el contexto Fulvio
Ursino y Henrico Stephano: quieren advertir, y que otros se atrevan antes que
ellos. Ninguna cosa ay tan cierta que les parezca harto segura para hazer nove-
dad. V md, meta la mano en su pecho y vea lo que hiziera si se pudiera conte-
ner. Resta el convexa palus, lugar advertido también en la edición de Henrico,
el qual trae v. md. por indubitable, y para mí por agora no sólo no es tal, pero
si Virgilio escreviera assí, no fuera quien él es sino qualque pedante odiosso
perdido por escupir sotilezas. Porque qué quiere dezir? que Eneas entrasse a
hablar a Dido en xerigoncas de Epicuro? En ninguna manera se meta v. md.
en cabera que Virgilio pudo ser tan aviesso. Diráme: Pues qué quiere dezir
convexa palus d. s. p.? Muy buen sentido tiene, y v. md. avrá topado con él
mil vezes antes q. llegasse la impression de Henrico. Y estos son todos los lu-
gares que v. md. trae, y córrome q. ninguno sea apropósito. No digo q, no pu-
diera traer otros que los fueran, pero es mal caso syllogizar tan mal quien se
precia de tanto desengaño. En el 'Non metus officio, no te certasse priorem
74 EUGENIO ASENSIO

Poeniteat', parece que quiso tentarme v. md. si me ponía en una letra con los
amigos. Más convenible soy que tanto. Digo que v. md. le quite mucho em
buen hora la c, que estara muy rebién. Pero qué tiene que ver con esto 'me-
diaeque per Elidis urbem?' Que digo otra y mil vezes que aunq. regularmente,
como quiere la Minerva, a proprios no se junten adjectivos, Virgilio pudo
muy bien escrevir y escrevió sin duda ansí. Y dizen estos sus amigos de v. md.
que qualquiera dellos viniéndoles a cuento en ninguna manera rehusaría subir
a la ciudad del alto Toledo, ni meterse por el río del dorado Tajo, y que Virgi-
lio cada passo da el epicteto de una cosa a otra vezina donde le parece que luzi-
rá más, y desmintiendo con artificio lo vulgar y orden, hermosea adm irable-
mente su dezir conestrañezas, y que lo que toca a este lugar, aun como v. md.
lo toma, no era considerable. Y si no ay licencia para esto, que tampoco la
avrá para las que llaman figuras, sino que todo avrá de ir a pata llana, a lo me-
nos donde no pueda socorrer la Minerva con su ellipsi. Pues aun de las sectas
de los philosophos (si no em engaño) dize Servio que haze juego Virgilio y usa
en un lugar de dos contrarias y tiene razón. Mira (dize v. md.) qué tiene que
ver? O qué se me da a mí deso? En las demás artes huelgúese Virgilio y tome la
licencia que se le antojare: con la Gramática no se me burle él, que no se le
suffrirá poco ni mucho. Mas quién dixera que hombre tan cuerdo y casado se-
gunda vez avía de ser tan celoso. Porque prometto a v. md. que los que no sa-
bemos destos achaques, assí clérigos como frailes, no nos passava por pensa-
miento que por este respetto a la Sra. Gramática salía de su mesura, quanto
más que huviesse de perder punto de su honor; y sentir lo contrario llamamos
acá mal sentido. Pero quando esto no valiesse —ya que al fin se ha de obede-
cer la Minerva— (tachado y sustituido por) ya que yo desseo qualquier medio,
dirían (?) que como quando dixo el mesmo Virgilio 'Atque hic undantem bello
magnumque fluentem Nilum' con el undantem y fluentem, la Minerva no es-
cusa para mí (que para estos señores es otra cosa) de añadir fluvium. Ansí en
'mediaeque per Elidis urbem' podría supplir per urbem mediae civitatis Elidis,
o lo que ella mandare, que no por eso reñiremos, como no reñimos por carecer
careza (sic) de dineros... No veo v. md. quanto mejor condición es esta que
hazer mudanca. Porque de la mudanca veamos lo que se puede seguir. Los
que tienen por fe que la Minerva no puede errar (como avrán oido a v. md.
que Cicerón y otros grandes yerran) mife, entenderán que Virgilio también
erró, lo qual ella no querría, y tiene razón, porque se desacredita una gran
cabeca de su vando. Para los incrédulos no sirve sino de indignarlos y que al-
cen la voz diziendo que es disparate, desatino o embaimiento y que para sus-
tentar su porfías, como otros dizen herejías, haze fuerga a los libros. Y como
nadie dexa de ser sospechoso juez en causa propria, ni unos ni otros acabarán
de persuadirse sinoque Virgilio escrevió como se ha leido hasta oy. Assí que
qualquier medio sería más acertado, p(ues) que unos por creer que la Minerva
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 75

sabe más gramática que Virgilio, otros por antoxárseles... Yen tal caso paréce-
me que oyó dezir al buen Juan del Carpió (?) o de Marina: Y si Marina bailó
tome lo que ganó. Y si no basta ninguno, aquí de Dios. Si v. md. no está satis-
fecho que Cicerón supo bien Gramática (que assi lo dize) para qué quiere que
Virgilio la resepa tanto? Hala de saber y no ha de errar. Assí lo digo yo tam-
bién, pero tampoco de ha de emendar. Para lo qual (quoniam satis lusimus)
advierta v. md. que Virgilio no quiso dezir en aquel lugar lo que v. md. piensa,
que es 'por la mitad de la ciudad de Elis'. Bien sabe cómo Achaia (donde está
Elis) se llamó Agialos. i. littoralis porque tiene los pueblos dispuestos por la
marina. Y Elis no está en la marina sino en medio, y esto dixo Virgilio 'Per
Graium populos et per urbem Elidis mediae inter hos populos'. Todo esto dize
Plinio lib. 4. cap. 5. por estas palabras: Achaiae nomen provinciae ab Isthmo
incipit, ante Agialos vocabatur propter urbes in Httore per ordinem dispositas.
Y después que ha referido muchas, añade: Ipsa Elis in mediterráneo. Agora
entienda la Sra. Minerva: Per Graium populos et per urbem Elidis /entis/ ur-
bis mediae, o lo que quisiere. Mas vea v. md. cómo le damos más de lo que
ella, no se entendiendo a sí mesma, pedía. Y vea quán a propósito era me-
diatamente (?) traer por inconveniente 'Ibat ille per medii Tagi numen'. Y vea
quán impertinente cosa fue subirse en cathedra a enseñarnos putidissimos fa-
etores (?) y ayudarse para eso de Lorenco y remitirnos como a niños a la Mi-
nerva. Acabemos ya (dize v. md.) y dezir qué sentís vos. Júntanse adjectivos a
los proprios inmediatamente mediatamente adiectivos o no? Lo primero digo
que v. md. se pudiera contentar con que yo por agora me conformo con la Mi-
nerva. Lo otro digo que la causa que ella da que no se junten sin duda ningu-
na, a primera vista me pareció ramo de aquellos infelices Ramos que nunca se
pudieron enxerir en Aristóteles y Cicerón árboles (nisi quid tu docta Minerva)
tan fértiles, tan hermosos, tan provechosos y saludables al mundo. Bueno es
eso, como si la Minerva no se ayudase también de Aristóteles para eso mesmo.
Esso dizen que es lo peor que ay en ella. V. md. considere más los lugares de
Aristóteles, no sea como lo de Virgilio. Y no piense que lo ha conmigo, sino
con quien, quando no se cate, lo verá cabe sí y no rehuirá la contienda. Allá se
lo ayan entre escuelas menores y mayores. Acabado este pleito, por cumplir lo
que v. md. manda, he querido leer con attención la Minerva. Y antes de entrar
adentro hallo por mi cuenta que contra el título se podría hazer un largo pro-
cesso, que a mí, a la verdad, siempre me dio en rostro un no sé qué que tiene
de desgarro y del cavallero del Phebo. Y mirándolo más digo que aunque no
sea más de por la envidia del nombre (salvo mejor juizio) se debía mudar en la
confirmación. Crece esta envidia leyéndose en el prólogo la razón conforme a
la qual y a las hazañas que pregona aún fuera más acertado llamarse Pallas.
Pero sobre todo dizen ya algunos que es intolerable arrogancia dezir que no
puede errar. Y sea lo que fuere para otros, yo a lo menos antes de entrar en es-
76 EUGENIO ASENSIO

ta provincia, avré de allanar esto para saber con quién me tomo, porque, si no
puede errar, por demás será tratar de desengaño. No digo yo que v. md. en es-
te medio no lo haze como valiente en conservar su position o imposition, que
assí se llama la del nombre. Y porque sepa v. md. que soy amigo de toda ver-
dad, si Minerva se dixo a minando aut a minuendo (como quiere Balbo) yo
confiesso que estos officios de amenazar o desmenuzar cabecas no los hizo
mal por agora la Minerva, Pero señor, son officios odiosos cuya naturaleza es
mejor imaginarla benéfica y (como dice Lucretio) munífica. Lo que, a mi ver,
haze el caso, suppuesto que la modestia las más vezes adquiere crédito y que
los nombres se deven imponer conforme a la naturaleza de las cosas y effectos
dellas, y que todo o lo más principal que en esta obra se haze es descubrir ellip-
sis, dezia yo que en la segunda impressión le llamássemos Diana elliptica o
Diana eclipsada. Remediávase con esto mucho y honradamente. Porque
Diana es cacadora y anda en busca de las causas y no haze ostentación de {ile-
gible) Y dígalo el Sr. M° Curiel si no es bien que hasta el más estirado diga
luego: Ego me non arbitror comprehendisse, sequor autem si comprehendam.
Demás desto de la Minerva no leemos error ninguno (que hasta esto dize bien
v. md.): de la Diana leemos 'Hic canet errantem Lunarn*. Allende desto dízese
las mayores obras que haze que es decubrir ellipsis. Otra cosa, que no dexa de
ser su padre, como se era, Júpiter. Sólo se humana por ser hija de mujer y esto
sí es lo que nos cumple horam (nam?) et cognoscendi et inoscendi dabitur pec-
cati locus. V. md. lo mire bien, porque sin tomarse resolución en esto no po-
demos passar adelante. Y el diablo sería que esta se mostrasse a nadie, porque
si con estas cosas hemos de juntar corro, renegaría hombre de la Minerva y
aun estoy por dezir más adelante. Perdone v. md. que haze a la persona
blasphemar sacándole de sus casillas. Y con tanto yo quedo cansado de reír y
avíalo bien menester según ando achacoso de salud. Por esso no me enoje v.
md. por amor de Dios. Ansí él guarde a v. md. y sus cosas como yo desseo.

*
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS
ALBERTO BLECUA PERDICES
Universidad Autónoma de Barcelona.

Hacia 1640 vivía en Granada un caballero mejor dotado al parecer por


los bienes de la naturaleza que por los de la fortuna. Se llamaba don Alonso
Chirino y poseía la rara habilidad de la improvisación poética. Un anónimo
recopilador de curiosidades refiere la siguiente anécdota de la que fue testigo
presencial y que tuvo como protagonista al mentado caballero: «Se hallaban
reunidos varios amigos con don Alonso Chirino y uno escogió una décima a
las lágrimas de San Pedro; otro un soneto a la rosa; otro una canción a la
Magdalena; otro un romance a una dama; otro una oración latina sobre un
verso de Virgilio y así a otros asuntos desparados. Y comenzó a dictar sin ro-
zarse ni detenerse: dictaba un verso o dos o uno y medio y pasaba dictando a
otro sin concluir la obra de ninguno a pedazos. Volvía a dictar a donde había
quedado y después hacía que cada uno leyera su obra, y cada una era prodi-
giosa en su género». Y añade: «Murió mozo el año de la peste del 50 y ma-
logróse el mayor ingenio que ha tenido el mundo. Murió de 33 años. Repre-
sentaba y predicaba de repente pasmosamente» l
Aunque hoy, época desmemoriada, nos pueda parecer extraordinario, el
caso de don Alonso Chirino no representa más que una muestra extrema de
una 'gala de ingenio' normal en la vida poética de los siglos XVI y XVII.
Improvisar una glosa, un romance, un soneto estaba al alcance de los poetas
inspirados y de los poetas mecánicos. Los testimonios abundan pero sólo re-
cordaré aquella comedia en verso repentizada por los 'académicos ociosos' de
Ñapóles en la que Bartolomé Leonardo de Argensola, «viejo y desdentado»,
desempeñaba el papel de Proserpina 2. Estas situaciones pueden darse con fre-
cuencia en aquel tiempo porque ni la concepción de la poesía ni su difusión ni
sus fines se parecen demasiado a los actuales. Don Alonso Chirino pasmaba
con sus improvisaciones al hallarse inmerso en un ambiente poético y cultural
idóneo. Creo que la pérdida de esas composiciones dictadas de repente no ha
sido una desgracia catastrófica para la reconstrucción de la historia literaria

1 Ap. B.J. Gallardo, Ensayo de una Biblioteca de Libros raros y curiosos, Madrid, 1866, II,
col. 454.
2 Bartolomé Leonardo de Argensola, Rimas, ed. J.M. Blecua, Clásicos Castellanos, 184, p.
XIII.
78 ALBERTO BLECUA PERDICES

española. Y no lo ha sido porque no hace falta más que leer los títulos para
notar al punto que Chirino se limita a reproducir unos moldes establecidos
por la convención poética de su tiempo. Mantiene y transmite tradiciones
aceptadas pero no introduce ninguna novedad que pueda alterar la serie litera-
ria. Que el alma de don Alonso Chirino me perdone si digo que perteneció a la
estirpe simpática e históricamente necesaria de los epígonos. Por este motivo
nos hallamos celebrando una Academia Renacentista sobre fray Luis y no una
Academia Barroca sobre don Alonso Chirino.
La literatura ni se crea ni destruye, se transforma. Quiero decir que la li-
teratura se alimenta básicamente de sí misma, aunque, desde luego, el cambio
literario no puede ni debe explicarse sólo desde esta perspectiva. Nadie pone
en duda que fray Luis introdujo novedades de suma importancia en el dis-
currir poético español del siglo XVI. Y nadie pone en duda tampoco que fray
Luis no crea de la nada porque en literatura la creación ex nihilo resulta, sen-
cillamente, imposible. Aparte de que Dios esté con ellos, los poetas lo son gra-
cias a un especial desarrollo de la memoria, como bien vio Huarte de San
Juan, y como bien ha señalado la crítica formalista. Una historiografía litera-
ria que ignore que los poetas, amén de dedicar algunas horas de su existencia
diaria a alimentarse de los frutos del monte Parnaso y beber en sus fuentes,
sustentan sus cuerpos con el pan de cada día y viven en un momento histórico
concreto no pasará de ser una historiografía incompleta aunque útil. Pero una
historiografía que descuide la tradición literaria nunca podrá explicar en su to-
talidad el cambio literario porque quien desconoce la tradición desconoce la
originalidad.
Hablar, pues, de la originalidad de fray Luis presupone el conocimiento
de la tradición poética en que está inmerso. Este entorno poético no puede re-
ducirse a un grupúsculo de amigos salmantinos sino que debe ampliarse a to-
das aquellas obras que pudo conocer y que fueron el alimento de su memoria
poética. Si fray Luis, a sus quince años, ingresa en el convento en 1543, cuán-
do vieron la luz pública las obras de Boscán y Garcilaso, y muere en 1591,
cuando ya por Salamanca se cantaba el «Hermana Marica» y el «Mira, Zaide,
que te aviso», habrá que determinar en primer lugar qué poesía se compuso en
España —y en Europa— durante este medio siglo, y en segundo lugar qué pu-
do conocer fray Luis de esa ingente cantidad de versos. Sólo así podremos pre-
cisar qué selecciona y qué rechaza, porque la crítica tiende por lo general a se-
ñalar presencias y a menudo olvida que las ausencias no son menos significati-
vas. El poeta selecciona siempre y tanto más un poeta renacentista que era, o
debería ser, abeja exquisita e industriosa de las flores líricas ajenas 3.

3 Vid. al respecto las ponencias de Fernando Lázaro y Francisco Rico en esta Academia Re-
nacentista.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 79

Para tratar de estos aspectos dividiré la materia en tres apartados: en el


primero, me ocuparé de la transmisión de la poesía en el siglo XVI; en el se-
gundo, de las características de la misma; y en el tercero, de las tradiciones que
fray Luis acepta y las que relega voluntariamente al olvido. Este tercer aparta-
do va a su vez subdividido en otras tres partes que se ocupan de los otros tan-
tos grupos en que el propio fray Luis dispuso su colección, aunque he alterado
ligeramente el orden que siguió el poeta y relegado al último lugar la poesía
original.

A) La transmisión de la obra poética en el siglo X V I .

Como petición de principio para dilucidar tema tan discutido como ¿Qué
es la Literatura1!, Sartre establecía dos preguntas: ¿Quién escribe? ¿Para
quién escribe? Por lo que respecta a los siglos XVI y XVII, Noel Salomón da
una respuesta a la primera, limitando a los escritores en dos grandes parcelas
sociales: a) «los escritores aristócratas, para quienes tomar la pluma es un arte
noble del espíritu, un como un lujo en su existencia social y palaciega. Sirvan
de ejemplo el Marqués de Santillana o Garcilaso de la Vega». Y b) «los escri-
tores artesanos, para quienes escribir es una profesión, una actividad para ga-
nar el pan cotidiano. Entran en esta categoría los juglares medievales, los ma-
estros de capilla (Juan del Encina, Lucas Fernández) y los poetas secretarios
'capellanes' del tipo de Lope de Vega hacia el año 1600. Unos y otros viven de
su pluma a la sombra del roble señorial». Y añade: «En realidad, a las dos
categorías que acabamos de establecer, cabría agregar una tercera para la Es-
paña del Siglo de Oro. Si bien algunos escritores como Lope de Vega
aprovecharon, refunfuñando a veces, el régimen de mecenazgo (duques de Al-
ba, de Sessá, conde de Lemos, marqués de Sarria, etc.) encontraron también
en el desarrollo del teatro (considerado por ellos como un género menor, una
como infra-literatura) un medio de vida no desdeñable» 4 .
Siento discrepar del llorado maestro de Burdeos, pero esta clasificación
tan generalizadora impide observar una realidad más compleja. El conde de
Orgaz, relata en una de sus anécdotas Santa Cruz, «tenía por necio al que no
sabía hacer unas coplas y por loco al que hacía dos» 5 . Y, en efecto, como el
fin de la poesía según las doctrinas aristotélico-horacianas era el de enseñar
deleitando, podían componer «poesía» todos aquellos venerables varones que

4 Noel Salomón, «Algunos problemas de la Sociología de las literaturas de lengua española»,


en A. Amorós et al., Creación y público en la literatura española, Madrid, Castalia, p. 21-22.
5 Melchor de Santacruz, Floresta Española, ed. R. Benítez Claros, Madrid, SBE, p. 53, n°
34.
08 ALBERTO BLECUA PERDICES

en la actualidad no se dignarían tomar la péñola para asuntos semejantes 6.


Como, además, la envoltura poética resultaba siempre benéfica para la ense-
ñanza —o maléfica, de ahí los detractores del dulce encanto de lo
'verosímil'—, acudieron a ella todos aquellos escritores didácticos que con ese
medio podían conseguir fines más útiles para la república cristiana. La
«poesía», en prosa o verso, no fue patrimonio de ningún grupo determinado,
aunque sería ocioso advertir que sólo la población más culta reunía las condi-
ciones exigidas para ser poetas en hipótesis. Pero este número no es pequeño:
unos 500.000 españoles (y rebajo las estimaciones de Kagan 7 ). Hacia 1600
pueden contarse en España hasta 70.000 estudiantes de latinidad. Algunos
más tarde cursarían Medicina, Teología, los dos derechos, Artes, pero todos
ellos conocían las reglas, los preceptos de las artes retórica y poética requeri-
dos por la convención literaria de la época. Podrían carecer del furor divino, y
sin embargo, sus estudios y una muy pujante tradición paliaban aquella falta.
Como la literatura es básicamente imitación, no resulta difícil que en épocas
de una anormal exuberancia literaria, puedan aparecer poetas procedentes de
ambientes no cultos, formados sólo en la literatura vulgar, meros «romancis-
tas». Casos como el de los ruiseñores ciegos autores de pliegos sueltos son
extremos, pero entre Góngora y aquéllos existe una amplia gama de poetas de
muy distinta cultura y situación social que en modo alguno pueden reducirse a
los dos o tres grupos señalados por Salomón.
Esta inusitada invasión del verso en la sociedad determinó la complicada
transmisión de la obra poética en los siglos XVI y XVII. En una con razón cé-
lebre conferencia, don Antonio Rodríguez-Moñino, tras analizar los diferen-
tes medios de difusión de la poesía, llega a la conclusión de que el acervo poé-
tico que tiene a su alcance el historiador actual de la lírica del siglo XVI es no-
tablemente distinto del que tuvo el público de aquella época. Así, puede darse
la circunstancia, hasta cierto punto paradójica, de que autores muy apre-
ciados en su tiempo sean hoy poco menos que desconocidos; por el contrario,
autores de gran renombre, apenas fueron leídos por sus contemporáneos.
Tras analizar los distintos tipos de transmisión —impresa, manuscrita, oral—,
concluye que la difusión de la poesía se circunscribe a «islotes geográficos casi
totalmente independientes entre sí y poco permeables» 8, como serían los de

6 Vid. sobre todo, B. Weinberg, A History of Literary Criticism in the Italian Renaissance,
Chicago U;P., 1962, 2 vols., y, para España, A. García Barrio, Formación de la teoría literaria
moderna, Madrid, Planeta, 1977.
7-Richard I. Kagan, Students and Society in early modern Spain, Baltimore-London, The
John Hopkins University, 1974. Estima en un 15% el número de alfabetizados.
8 A. Rodríguez-Moñino, Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de
los siglos XVIy XVII, Madrid, Castalia, 1965, p. 56.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 81

Salamanca, Sevilla, Madrid, Valencia, Zaragoza, Granada, etc. En efecto, los


poetas fueron en general reacios a la publicación de sus obras, pues de entre
los más notables de esta segunda mitad del siglo XVI sólo publican en vida
Juan Hurtado de Mendoza (1550), Alonso Núñez de Reinoso (1552), Monte-
mayor (1554), Diego Ramírez Pagan (1562), Diego de Fuentes (1563), Jeróni-
mo de Lomas Cantoral (1578), Pedro de Padilla (1580, 1585, etc.), Fernando
de Herrera (1582), Juan de la Cueva (1582), Joaquín Romero de Cepeda
(1582), López Maldonado (1586), Damián de Vegas (1590), Vicente Espinel
(1591) y Juan Rufo (1596). En ediciones postumas aparecen las obras de Sil-
vestre (1582), Acuña (1591), Aldana (1591), Francisco de Medrano (1617),
Francisco de Figueroa (1625), fray Luis de León (1631) y San Juan de la Cruz
(1618 y 1630). Y Sebastián de Horozco, Eugenio de Salazar, Barahona de So-
to, Baltasar del Alcázar, Mosquera de Figueroa y Pedro Laynez se publican a
partir del siglo XVIII. Ninguno de ellos, si exceptuamos a Montemayor y a
Silvestre, alcanzó más de dos impresiones y lo normal es una primera y única
edición. Parece, por consiguiente, tener razón Rodríguez-Moñino al afirmar
que la imprenta no fue un medio eficaz de difundir la obra individual. Tampo-
co lo fue el manuscrito —el otro gran medio de difusión literaria— pues, salvo
en los casos de fray Luis de León o de San Juan de la Cruz, no suelen recoger
colecciones de un solo poeta. Esta realidad, sin duda cierta, lleva a Rodríguez-
Moñino a conclusiones que a mi juicio, resultan en exceso tajantes en lo que
atañe a la difusión de la obra individual y, sobre todo, en lo que se refiere a la
circunscripción del conocimiento de la poesía a islotes geográficos. Estas dos
afirmaciones pueden, si no refutarse del todo, a lo menos matizarse bastante.
Es cierto que la obra completa de un poeta que no publicó en vida difícilmente
pudo ser conocida, pero basta un repaso a las antologías manuscritas —los
llamados «cartapacios»—, recopiladas por aficionados a la lírica, para
comprobar que la obra suelta de los grandes poetas, de los medianos y aun de
los menudos abunda en ellas y, en general, esta antologías no guardan ni un
orden cronológico, ni geográfico ni temático, aunque tienden a este último en
grandes grupos de temas y estrofas (burlas, amores, morales y religiosos o
églogas, canciones, sonetos, glosas y romances). Francisco de Figueroa, por
ejemplo, no publicó sus versos pero alguno de sus sonetos y canciones figura
en numerosos manuscritos y aun en impresos. Lo mismo sucede con los po-
emas de don Diego Hurtado de Mendoza, Silvestre, Cetina o Acuña. Valga
como muestra la siguiente afirmación de Lope en El Peregrino: «Para mí tam-
bién son obras las de mano, como las impresas» 9 . No puedo detenerme en es-
te punto, pero, desde luego, la transmisión de la poesía en manuscritos fue
muy dilatada y fudamental para la serie literaria.

9 El Peregrino en su patria, ed. J.B. Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1973, p. 56.


82 ALBERTO BLECUA PERDICES

También las antologías impresas, los Cancioneros, Silvas, Florestas, etc.,


que tanto proliferan desde mediados del siglo, revistieron capital importancia
para la difusión de la poesía octosilábica en particular —canciones, glosas,
villancicos, romances—, pero así mismo para otras manifestaciones, como la
poesía religiosa o los cancioneros-romanceros del tipo del Romancero histo-
riado de Lucas Rodríguez 10.
También el canto difundió la obra poética más de lo que habitualmente se
afirma. Los testimonios abundan, pero sólo mencionaré el de don Quijote que
sabía algún tanto del toscano y se preciaba de cantar algunas estancias del
Ariosto u .
Otros dos medios de difusión de la lírica no han recibido la atención que
merecen. Me refiero a la novela y al teatro. La Diana de Montemayor (h.
1559), con más de treinta ediciones, es obra decisiva para el desarrollo de la
lírica. Montemayor incorporó una amplia colección de poemas de muy exten-
sa variedad métrica, especie de arte poética en la que aparecen desde villanci-
cos hasta la complicada sextina. La difusión de estos versos 12, y la del breve
cancionerillo de Montemayor y otros poetas que suele cerrar las ediciones de
la Diana ,3 , fue considerable, y ya todas las novelas pastoriles —las de Alonso
Pérez, Gil Polo, Lofraso, Gálvez de Montalvo, Cervantes, etc.— insertarán
cerca del centenar de composiciones en diferentes metros, incluidos el arte ma-
yor y el alejandrino. Con la Diana se produce realmente la simbiosis entre tra-
diciones castellanas e italianas al incorporar el universo virgiliano pastoril y
renacentista al/octQSÍbakv La adición del Abecerraje en 1561 hizo posible, en
mi opinión, que el romancero pastoril y el morisco fueran los pilares sobre los
que se sustenta el romancero nuevo, además, claro está, del cambio musical
advertido por Montesinos 14.
El teatro de colegio, y en especial el de los jesuítas, acudió a la polimetría
para las distintas situaciones escénicas. Esto significaba introducir con las

10 Sobre estas antologías vid. la magna obra de A. Rodríguez-Moñino, Manual bibliográfico


de Cancioneros y Romanceros, I-II, Madrid, Castalia, 1973, y su espléndido discurso académico,
Poesía y Cancioneros (siglo XVI), Madrid, Castalia, 1968.
11 Quijote, II, 62. Los testimonios son numerosísimos, pero vid. sólo J.M. Blecua, «Mu-
darra y la poesía del Renacimiento: una lección sencilla», Studia Hispánica in Honorem R. Lape-
sa, I, Madrid, Gredos, 1972, pp. 173-179, ahora en Sobre el rigor poético en España y otros ensa-
yos, Barcelona, Ariel, 1977, pp. 45-56.
12 Vid. Máxime Chevalier, «La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo
XVI», en A. Amorós et al., Creación y público..., p. 49.
13 Por ejemplo, la Fábula de Píramo y Tisbe que llegó incluso a influir directamente en Mari-
no como ha demostrado Dámaso Alonso, En torno a Lope, Madrid, Gredos, 1972, pp.
14 «Algunos problemas del Romancero Nuevo», RPhi, VI (1952-53), pp, 231-247, ahora en
Ensayos y Estudios de Literatura Española, Madrid, Revista de Occidente, 1970, pp. 109-124.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 83

estrofas los diferentes géneros en que aquellas estaban especializadas, o lo que


es lo mismo, trasladar a la escena la lengua de la lírica y de la épica. A partir
de este momento el teatro español estuvo sujeto a los cambios de la métrica y,
por consiguiente, de la lengua poética.
Más adelante volveré sobre este punto, pero creo que el conocimiento de
la poesía —sobre todo, por parte de los poetas más estimados— no puede li-
mitarse a unos grupos geográficos estancos. La forma en la lírica del siglo
XVI es fundamental porque está sujeta a una especial poética, basada en la
teoría de los estilos, aún clasista, y en los modelos dignos de imitación. En
otras palabras; las estrofas y los géneros tienen unos modelos bien conocidos
que son los que hacen escuela. No es necesario que la obra completa de un
poeta se divulgue; basta con que unos poemas determinados lo hagan —por
motivos muy complejos— para que estos sean imitados y se conviertan en pro-
totipos. Aunque no se impriman las obras de un poeta, los cancioneros, las
Dianas, el teatro, la épica son los transmisores, los grandes divulgadores de su
estilo.

B) Características de las corrientes poéticas entre 1550 y 1590.

Desde los aledaños de 1550 se advierte un cambio notable en las publica-


ciones poéticas que podríamos sintetizar en los siguientes aspectos: rápida de-
saparición del arte mayor; triunfo definitivo del endecasílabo con numerosas
reediciones de Boscán y Garcilaso; traducciones en metros italianos del Orlan-
do de.Ariosto por Urrea y Alcocer; de la Eneida por Hernández de Velasco; de
los Triunfos de Petrarca por Hernando de Hozes; éxito notable de los roman-
ceros con la aparición del romance artificioso y éxito igualmente apreciable de
los cancioneros derivados del General que ya incluyen, aunque no con de-
masiada abundancia, poesía endecasílaba ís. Los poetas de este período (ex-
cepción hecha de don Juan Hurtado de Mendoza que compone endecasílabos
sin apenas huellas italianas, con estrofas francesas y con una temática moral
que bien podía haberse escrito en coplas de arte mayor) se mueven en la órbita
de Garcilaso, Boscán, Petrarca, March y las tradiciones castellanas con Cas-
tillejo y Garci Sánchez como modelos (romances, glosas, villancicos, can-
ciones, lamentaciones, epístolas). Cetina y Acuña, por su formación italiana,
dominan fluidamente el endecasílabo, pero los restantes poetas —con Diego

15 Vid. A. Blecua, «Gregorio Silvestre y la poesía italiana», Doce consideraciones sobre el


mundo hxspano-italiano en tiempo de Alfonso y Juan de Valdés (Bologna, 1976), Roma, 1979,
pp. 155-173.
84 ALBERTO BLECUA PERDICES

Hurtado de Mendoza, Silvestre, Montemayor, y no digamos Núñez de


Reinoso— no pueden librarse con facilidad de sus hábitos estilísticos castella-
nos. En realidad, enixeJ540 y 1570 y ..sobre todo, entre 1550 y 1560, se produ-
ce la lenta asimilación de la lengua poética italiana con sus temas, formas y gé-
neros y, a la vez, las tradiciones poéticas castellanas van impregnando la
nueva poesía 16.
En el decenio de 1560 a 1570 la situación por lo que respecta a los impre-
sos poéticos varía poco en relación con los años anteriores. Los romanceros y
los cancionerillos, Boscán y Garcilaso, Montemayor y las célebres traduc-
ciones de Urrea y Hernández de Velasco son los preferidos de los impresores.
Aparecen algunos poemas épicos originales, como La Carolea (1560) de Jeró-
nimo de Sempere, el Cario famoso de don Luis Zapata. (1566) y, sobre todo, la
primera parte de La Araucana (1569) de Ercilla que tanta importancia habrá
de tener en el género. Sólo se publican tres colecciones individuales de poesía,
la de Diego Ramírez Pagan (1562), de notable interés, la de Diego de Fuentes
(1563) más arcaizante, que presenta, entre otras curiosidades, los primeros
versos de cabo roto de que tengo noticia 17, y la colección postuma, de don
Juan Fernández de Heredia (1562). El fenómeno más relevante, como ya se ha
indicado, el éxito de la Diana de Montemayor que daba unos toques nuevos al
bucólismo de Garcilaso al utilizar gran variedad de metros, desde la sextina a
los tercetos, octavas, canciones, glosas, romances y villancicos. Este es el tipo
de poesía que va a dominar en España hasta finales de siglo y, en particular,
hasta 1580.
Pocos cambios revelan las publicaciones entre 1570 y 1580, aunque ya se
advierten algunos al finalizar el decenio. Comienzan a aparecer más impresos
poéticos religiosos con la significativa publicación de las obras de Boscán y
Garcilaso a lo divino (1575) por Sebastián de Córdoba y, sobre todo, el Can-
cionero General de la doctrina cristiana (1579) compilado por López de Ube-
da. Se siguen reeditando las traducciones del Orlando y de la Eneida de Urrea
y Hernández de Velasco, La Araucana y otros poemas épicos, novelas pastori-
les, romanceros y en 1579 se imprime el Romancero historiado de Lucas
Rodríguez (que conocerá numerosas reediciones) y dos colecciones indivi-
duales, la de Lomas Cantoral y las Octavas y canciones espirituales de Cosme
de Aldana, hermano y editor de Francisco. Lo más característico de este
período, por lo que respecta a los impresos, es quizá el auge delaépica —de

16 Vid. J.M. Blecua, «Corrientes poéticas del siglo XVI» [1952] ,eñ Sobre poesía de la Edad
de Oro, Madrid, Gredos, 1970, pp. 11-24; Rafael Lapesa, «Poesía de Cancionero y poesía ita-
lianizante» [1962], en De la Edad Media a nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, pp. 145-171;
Francisco Rico, «De Garcilaso y otros petrarquismos», RLC, LI (1979), pp. 325-338.
17 Diego de Fuentes, Las obras, Zaragoza, 1563, fol.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 85

diversa temática—: la persistencia de lo pastoril en todo tipo de estrofas; y la


presencia cada vez más acusada de lapogsía de tema religioso que tiene su más
CQjnpleto exponente en la antología de López; de Ubeda. Los impresos de este
período revelan, por consiguiente, tendencias poéticas generales, tradiciones
aceptadas, pero pocas innovaciones en lírica. Sin embargo, éstas existen en vi-
da manuscrita. Por estos años, autores como Figueroa, Aldana, Almeida, el
misterioso Francisco de la Torre componen un tipo de poesía que tiene, sí, co-
mo modelo principal a Garcilaso, pero también a los poetas que figuran en las
rimas y flores de poetas ilustres italianos —Varchi, Tansillo, Tomitano, Ri-
nieri, Molza—, iniciadas por la de Giolito en 1546, que no por azar va dedica-
da a Don Diego Hurtado de Mendoza, y que tan profundas huellas dejarán en
la lírica española. Sin olvidar que estos son los años de la madurez de Herrera
y de fray Luis.
En el decenio siguiente, 1580 a 1590, la imprenta recoge ya estos frutos
más nuevos. Hemos visto como a finales de la década anterior se publican va-
rias colecciones individuales y colectivas. El año de 1582 es, en este sentido, el
más fértil, pues aparecen las obras de Herrera, Juan de la Cueva, Romero de
Cepeda, Gregorio Silvestre, las Églogas de Padilla y El Pastor de Fílida de
Gálvez de Montalvo. En 1583 se publica el De los nombres de Cristo de fray
Luis; en 1584 dos poemas épicos importantes. La Austríada de Juan Rufo,
que conocerá varias reediciones, y la Universal Redención de Francisco Her-
nández Blasco, de éxito fabuloso durante cerca de cuarenta años —y hoy sin
publicar ni estudiar—; en 1585 La Galatea de Cervantes; en 1586 el Cancione-
ro de López Maldonado y Las lágrimas de Angélica de Barahona de Soto; en
1587, El Montserrate de Cristóbal de Virués y en 1589 la primera edición in-
completa de Francisco de Aldana y la ya mencionada Flor de romances de
Pedro de Moncayo que inicia las antologías de romances nuevos. Se siguen re-
edit,a.n.dp, con menor frecuencia ya, la poesía de Garcilaso* novelas pastoriles,
las colecciones de romances iniciadas hacia 1550, numerosos poemas épicos de
tema nacional y, sobre todo, religioso, y, en resumen, Garcilaso, Montema-
yor, Figueroa, fray Luis, Herrera, Ercilla y las 'flores' de poetas ilustres ita-
lianos serán los modelos sobre los que Padilla, López Maldonado, Gálvez de
Montalvo, Cervantes, etc., construyen sus poemas. Pero tampoco en este caso
los impresos revelan las innovaciones. Si 1582 conoce la publicación de la
poesía de Herrera y 1583 las traducciones de los salmos de fray Luis, si San
Juan de la Cruz ha compuesto sus mejores poemas, dos jovencísimps poetas
están revolucionando la poesía octosilábica —con letrillas y romances
nuevos— y la poesía endecasílaba —con sonetos—. Son Góngora y Lope. Pe-
ro sus obras no verán la luz pública, salvo excepciones y anónimamente, tiásta
años más tarde, al iniciarse la centuria siguiente, porque en el último decenio
86 ALBERTO BLECUA PERDICES

del siglo XVI la imprenta se dedicó a seguir imprimiendo romanceros, poemas


épicos y poesía con una tendencia cada vez más marcada hacia la temática reli-
giosa.

C) Fray Luis: tradición y originalidad,

¿Qué pudo conocer fray Luis de todo este acervo poético impreso, ma-
nuscrito y oral? Bastante, en mi opinión. En una pequeña ciudad de provin-
cias un aficionado a la poesía, conjurado por Cervantes, el joven Jerónimo de
Arbolanche, en 1566 está al día prácticamente de casi toda la literatura impre-
sa de su tiempo como puede observarse por el aluvión de nombres y títulos
que se precipita en las octavas de la epístola a su maestro en artes Melchor
Enrico: todos los clásicos grecolatinos, Dante, Petrarca, Ariosto, Alcocer,
Mena, Alciato, Castiglione, Feliciano [de Silva], Encina, Sannazaro, la
Diana, Garcilaso, Boscán, la Segunda Celestina, Ausias March, Montemayor,
Alonso Pérez, Ramírez Pagan, La Carolea, Contreras, Santillana, Torres
Naharro, Diego de San Pedro, la Questión de Amor, Garcisánchez y el Can-
cionero General, amén de romances, glosas, ecos y ensaladas 18.
Parece lógico que fray Luis, hombre nada pacato en lecturas y poeta más
«por inclinación de su estrella que por juicio o voluntad» 19, tuviera conoci-
miento de las obras que cita Arbolanche y de bastantes más, puesto que Sala-
manca no era Tudela. Basta recorrer con una mirada la biografía de los inte-
lectuales españoles del siglo XVI para comprobar que la mayoría pasó un
tiempo más o menos dilatado en la ciudad del Tormes. El intercambio poético
entre jóvenes de distintos lugares de España y de Europa hubo de ser necesa-
riamente pródigo. Ya he indicado que en la sociedad de la época la poesía de-
sempeña funciones múltiples hoy apenas existentes. Las universidades, las
academias y los palacios —y hasta las tiendas de los bafUérós—, se contituye-
ron en lugares ideales para la génesis, desarrollo y transmisión de la obra lite-
raria y de la lírica en especial. Las justas poéticas en las universidades y cole-
gios fueron muy frecuentes a partir de 1550. Un solo ejemplo: la universidad
de Salamanca celebra en 1571 un certamen para festejar la batalla de Lepante
Una edición de Virgilio y otra de Garcilaso serán los premios para los vence-
dores en la poesía latina y en la vulgar. Concurre entre otros poetas menos di-
vinos, Francisco de Figueroa. Actúan de jueces el maestro Salinas y ...fray

18 Jerónimo de Arbolanche, Las Abidas, ed. F. González Ollé, II, Edición facsimilar y no-
tas, Madrid, CSIC, 1972, pp. 351-363.
19 Dedicatoria a don Pedro Portocarrero, en Obras completas castellanas, ed. FéliX García,
Madrid, BAC, 19574, LI, p. 739.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 87

Luis de León 20. No podemos elevar esta anécdota a categoría, pero tampoco
debemos relegarla al olvido a la hora de situar a fray Luis en su entorno poéti-
co. Fray Luis estuvo en contacto directo con el Brócense, con Almeida, con
Figueroaj muy probablemente, con Francisco de la Torre 21; y con numerosos
poetas que trasegaban con sus cartapacios desde Alcalá, Sevilla, Valencia, Za-
ragoza, París, Lisboa, Ñapóles o Roma a Salamanca, Alumnos de Mal Lara
lo fueron también de fray Luis y del Brócense como el Juan de Guzmán tra-
ductor de las Bucólicas y de las Geórgicas (y recordemos que el Brócense expli-
caba el primer texto en 1572). En conclusión, fray Luis, por su privilegiada si-
tuación personal y por su fama, antes y después de la prisión, pudo y tuvo que
conocer los avatares poéticos de siglo y medio de poesía española: del Can-
cionero General a Lope y Góngora.
Insisto en este punto porque, de olvidarlo, resulta imposible comprender
en su justa medida la extraordinaria singularidad de fray Luis. Es probable
que compusiera «obrecillas» de circunstancias del tipo de la glosa a «Señora,
vuestros cabellos» que tanto escandalizó a la crítica 22, pero cuando fray Luis
decide recopilar sus obras poéticas aun cuando no tuviera intención de publi-
carlas 23, entre sus páginas sólo se deslizan al parecer cinco sonetos eróticos
que, si bien con el sello de su estilo, pertenecen a una bien conocida
tradición24. Las restantes composiciones, incluso formalmente, se separan de
la tradición poética castellana. Sólo Garcilaso dejó huella imborrable en sus
versos.

20 Ms. D-199 de la Real Academia de la Historia, fol. 176v y ss.


21 En un documentado estudio, Jorge de Sena {Francisco de la Torre e D. Joao de Almeida,
París, Gulbenkian, 1974) publica la poesía de don Juan de Almeida y propone identificar a Fran-
cisco de la Torre con et Maestro Termón. Las pruebas aducidas no son demasiado convincentes y
hay que concluir que de Francisco de la Torre sólo se conoce el nombre, si no es un invento de
Quevedo, Yo me inclinaría más por la identificación con don Juan de Almeida como parece dedu-
cirse de la carta al lector que a su nombre figura en la edición de Quevedo como apéndice.
22 A raíz de las páginas novelescas de Eloy Díaz-Jiménez y Molleda (Escritores españoles del
siglo X alXVI), Madrid, 1929, pp. 161-168). Para la polémica vid. A.C. Vega, «Insistiendo sobre
la mujer de los cabellos de oro», RFE, XXXI (1951), pp, 30-42.
23 Sobre el problema de la Dedicatoria de las poesías —el «doble anonimato» de fray Luis—
vid. Dámaso Alonso, «fray Luis en la Dedicatoria de su poesías», ahora en Obras Completas,
Madrid, Gredos, 1973, II, pp. 843-870. Por los años en que fray Luis compila la colección de sus
versos no es fácil que la Inquisición permitiera el uso del pseudónimo —y desde luego el anonima-
to estaba prohibido, y más en un libro con traducciones de salmos. Todo parece indicar que se
trataba de una colección manuscrita autorizada, un «ejemplar» que serviría de arquetipo para fu-
turas copias.
24 Los sonetos, como es sabido, no se copian en la familia Lugo-Jovellanos ni en San Felipe.
Para un fino análisis de los sonetos vid. Fernando Lázaro, «Los sonetos de fray Luis de León»,
Melanges... Jean Serrailh, II, París, 1966, pp. 29-40.
88 ALBERTO BLECUÁ PERDICES

Las fechas de composición de las obras reunidas por fray Luis no nos son
bien conocidas. La crítica, en general, suele situar las traducciones y paráfra-
sis de clásicos en una primera etapa que tampoco sitúa con precisión; las obras
originales y las traducciones de salmos serían obras de madurez, a partir de los
años inmediatamente anteriores a la prisión, es decir, cuando el poeta ronda-
ba los cuarenta años. Efectivamente, las paráfrasis de Job y bastantes odas
originales pueden datarse con exactitud, pero por lo que respecta a las traduc-
ciones de clásicos hay que reconocer que sólo sabemos que la traducción de la
O navis y las cuatro incluidas por el Brócense en su edición de Garcilaso son
anteriores a 1571 25. De estas traducciones de clásicos me ocupo a conti-
nuación.

a) Las traducciones de «autores profanos»

Hacia 1550 se inicia en España un cambio en el sistema de traducciones.


Se procura traducir el verso en un metro similar y trasladar el sentido del origi-
nal. Eso es lo que intentan hacer, por ejemplo, Hernández de Velasco y Gon-
zalo Pérez y tienen plena conciencia de ello. De hecho, este nuevo rumbo por
el que se encamina la traducción coincide y es consecuencia del triunfo de la
métrica italiana y de la nueva poética, triunfo que se advierte con claridad ha-
cia 1554 26. Hay que reconocer que el arte mayor, por su contextura acentual,
no podía reproducir más que muy torpemente, la andadura del hexámetro y
del pentámetro. Recordemos que Escalígero se burlaba de los que pronun-
ciaban el primer verso de la Eneida a la manera medieval, esto es, con el ritmo
marcado del arte mayor: «Quid enim risum maiorem mouere queat, quam si
ita pronuncies», y a continuación transcribe las notas musicales que deben re-
gir la entonación del verso de acuerdo con la cantidad latina 27.
La novela pastoril y el teatro de colegio sirvieron para experimentar
nuevos metros. Y también todo un sistema de enseñanza que practicaba la in-

25 Es lástima que no exista una edición auténticamente crítica de las traducciones de fray
Luis. La crítica, siguiendo el parecer de don Marcelino, que por lo demás sólo se refirió a algunas
de esas traducciones horacianas que abundaban de «versos flojos y hasta inarmónicos», las consi-
dera, en general, fruto de sus años escolares (por ejemplo, el P. Vega, Poesías de fray Luis de Le1
on, Madrid, Saeta, 1955, p. 72, o las notas del P. Félix García en su edición). Para la datación de
la poesía original debe consultarse la mencionada edición del P. Vega y la de Oreste Macrí, La
poesía de fray Luis de León, Salamanca, Anaya, 1970.
26 Vid. A. Blecua, «Gregorio Silvestre y la poesía italiana», y Francisco Rico, «El destierro
del verso agudo» que ha de aparecer en el Homenaje a J.M. Blecua que imprime la editorial Gre-
dos.
27 J.C. Scaligerus, Poetices libri septem, Heidelberg, 16175, LV, 47, p. 477.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 89

terpretatio en clase, del latín al castellano, del griego al latín. Todo ello iba in-
disolublemente unido a los elogios de las lenguas vulgares —un aspecto más y
no el menos importante de la querella entre antiguos y modernos—; a un de-
seo de divulgación del saber, característico de la educación humanística; y a la
aceptación definitiva de la literatura pagana, a lo que no fue ajena la enseñan-
za de los jesuítas, pero tampoco el De doctrina Christiana de San Agustín, que
permitía la salvación de la «ciencia» de los gentiles para la mejor interpreta-
ción literal de la Biblia.
El ejercicio de la traducción resultaba, pues, imprescindible para el domi-
nio perfecto de los matices de una lengua. Restaurar la latinidad no consistía
sólo en el conocimiento de los verba; también la res debía de ser conocida. De
ahí la labor de los humanistas. No nos sorprenda que el verso quizá más famo-
so de las Bucólicas, «Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi», trajera de
cabeza a los filólogos que no se ponían muy de acuerdo en la significación de
fagus. El Brócense traduce «Títiro, so la encina reposando» 28 y, en cambio,
fray Luis «Tú, Títiro, a la sombra descansando/ desta tendida haya...» 29. La
discusión era importante para la filología y para la historia natural, pero tam-
bién para la interpretación alegórica que podía afectar a un pasaje de la Vul-
gata o a una teoría de los estilos basada en la rota vergiliana. La traducción de
las Bucólicas y de las Geórgicas en modo alguno representaba un ejercicio
ocioso para quien, como fray Luis, tenía que trabajar filológica y alegórica-
mente sobre el vocabulario campesino de la Biblia.
Por aquellos años, el humanismo en vulgar comenzaba a ganar terreno.
Aparte de los rancios comentarios del Comendador Griego a Juan de Mena, la
Philosophía Vulgar es probablemente el ejemplo más representativo de esta
nueva actitud. La obra de Mal Lara, inspirada en los Adagia de Erasmo, se
publicó en 1568 y en ella, de acuerdo con los consejos del holandés en el ada-
gio Herculei labores 30, incluye numerosos pasajes de poetas antiguos y mo-
dernos, desde el venerable padre Homero hasta el licencioso licenciado Tama-
riz. Si Erasmo traduce en verso latino los autores griegos de acuerdo con unas

28 El texto del Brócense en Opera omnia, Ginebra, 1766, IV, p. 14.


29 Fray Luis en Obras Completas, ed. cit., II, p. 835.
30 «Ha de mirar el que leyere esto, quan claro lee el griego y latín, que no ha menester su gra-
mática, y que todo lo que se trae de poetas, assí de griegos como latinos, no me contenté ponerlo
en prosa, sino en verso de muchas maneras castellano, donde ay nueuas traducciones de Marcial,
de Emblemas de Alciato, y de los poetas antiguos, lo qual encareció mucho Erasmo en el adagio
Herculei labores» {Filosofía vulgar, ed. A. Vilanova, Barcelona, Selecciones Bibliófilas, 1958,1,
p. 110). A lo dicho por don Américo Castro [Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1957, pp. 115-
155) añádase que este adagio citado por Mal Lara estaba casi en su totalidad censurado por la In-
quisición.
90 ALBERTO BLECUA PERDICES

normas que expone en el prólogo 31, Mal Lara traducirá sus autoridades en
verso castellano sin transcribir el texto original, siguiendo en esto la iniciativa
de Hernán Núñez 32. En este aspecto la obra de Mal Lara reviste gran impor-
tancia porque por vez primera hablan en castellano, aunque sea fragmenta-
riamente, numerosos autores antiguos y modernos. Por sus páginas desfilan
Homero, Hesíodo, Eurípides, Píndaro, Marcial, Claudiano, \a.Appendix Ver-
giliana, Alciato y otros. Suele traducir intentando remedar la métrica del ori-
ginal con una tendencia a las estrofas aliradas de cuatro, cinco, seis o siete ver-
sos sueltos que suelen terminar en palabra esdrújula. En endecasílabos sueltos
y en tercetos traslada varios pasajes de las Epístolas y Sermones horacianos.
En cambio, tan sólo traduce dos fragmentos de dos odas en cuatro versos
(endecasílabos sueltos y un cuarteto). No parece, por consiguiente, que las
odas despierten especial interés en Mal Lara. Por el contrario, Marcial y Al-
ciato son los autores predilectos. De la Biblia traslada un fragmento de Job en
una octava real («Y porque dize san Jerónimo en el prólogo sobre Job que to-
das las palabras que el mismo Job dize van en versos exámetros, por eso bolvi-
mos aquello que toca a nuestro intento en verso» 33 ). Traduce igualmente va-
rios versículos de los Salmos en diferentes metros. Para los salmos 118 y 49
acude a los tercetos 34 . Sin embargo, para el salmo 127 utiliza cuatro versos en
los que se alternan endecasílabos y heptasílabos sueltos, porque en este caso
no traduce de la Vulgata sino de la declaración latina de Flaminio que presen-
ta la misma estructura:

31 «Graeca quae citamus, omnia ferme Latine reddidimus, haud nescii, cum praeter ueterum
consuetudínem id esse, tum ad orationis nitorem inutile: sed nostri temporis habuimus rationem
Atque utinam Graecanicae literaturae peritia sic ubique propagetur ut is labor meus tanquam su-
peruacaneus mérito contemnatur. Sed nescio quo pacto sumus ad rem tam frugiferam cunctan-
tiores, et quamuis eruditionis umbram citius amplectimur, quám id sine quo nulla constat erudi-
tio, et a quo uno disciplinarum omnium syuceritas pendet. Gauainum* gEQEBpMciBJtótaM^ai?
cidit, suo quodque metri genere reddidimus, pauculis admodum exceptis, nempe Pindaricis ali-
quot Choricisque, quod ridiculae cuiusdam anxietatis uideban fore, si totidem syllabis ea reddi-
dissem: rursum ineptum, si diuersum é próxima serie genus uoluissem assuere». Adagiorum Chi-
liades..,, Lugduni, 1559, a 1).
32 «Quité assí mismo todo el latín que antes auía puesto y dexé las auctoridades en romance
solamente sino en muy pocos lugares donde era muy necessario quedar el latín, en lo qual seguí
non sólo mi parescer, mas el de muchos que importunaron lo hiziesse assy» (Las CCC del
famosíssimopoeta Juan de Mena con glosa, Granada, Juan Várela de Salamanca 1505, h. a ii r.).
33 Ed. cit., II, p. 73.
34 Ed. cit., I, pp. 309-310.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 91

Si el buen padre de todos en concordia


no guarda la república,
en vano guardarán los fuertes príncipes
la ciudad y sus términos 35.

Este contexto académico, de humanismo en lengua vulgar, explica las tra-


ducciones de fray Luis. Parece claro que los fragmentos trasladados de la
Andrómaca fueron compuestos para una posible inclusión ejemplar en La
perfecta Casada, donde se inserta también otro de la misma obra 36. Y este
contexto explica igualmente la búsqueda de nuevas formas métricas que se
plieguen más fielmente a las estructuras originales.
A pesar de este ambiente académico, parece igualmente claro que los pri-
meros ejemplos conocidos de traducciones castellanas de odSs no'fragmenta*
rías de Horacio se deben a fray Luis 37* Si el género hubiera tenido tempranos
cultivadores, resultaría extraño qué Mal Lara no denotara su influjo. Pero
contamos, además, con el testimonio del Brócense sobre la prioridad de fray
Luis, y es testimonio que no admite dudas. AI incluir en sus Comentarios a
Garcilaso de 1574 la traducción de la oda «Si en alto mar, Licino», llevada a
cabo por fray Luis, advierte: «Y porque un docto destos reinos la tradujo
bien, y hay pocas cosas de estas en nuestra lengua, la pondré aquí toda» 38.
Publica a continuación dos odas más traducidas por fray Luis («El hombre
justo y bueno» y «Cumplióse mi deseo»39). Las tres odas están compuestas en
liras de seis versos y el Brócense nada apunta sobre la originalidad de la métri-
ca. En cambio, al incluir una cuarta traducción, la célebre del Beatus Ule, hace
la siguiente observación : «La cual por estar bien trasladada del autor de las

35 Ed. cit., I, p. 238. El texto de Flaminio es el siguiente (cito por Carmina quinqué
illustrium poetarum, Florentiae, Apud Laurentium Torrentinum, MDLII, p. 344):
Nisi ciuitatem, et ciuium concordiam
Defendat optimus pater,
Et ciuitatem, et ciuium concordiam
Frustra tuentur principes...

36 Obras completas castellanas, ed. Félix García, D.S.A., Madrid, BAC, 19574, I, p. 317.
37 El antecedente más ilustre, aunque no se trate de una traducción, es la Ode adflorem Gni-
di de Garcilaso, como lo advirtió Menéndez y Pelayo, Horacio en España, en Bibliografía
Hispano-latina clásica, VI, CSIC, Madrid, 1951, p. 41: «Y es muy de notar que esta oda, tanto
por su belleza intrínseca, como por ser la primera composición lírica verdaderamente del todo clá-
sica que aparece en nuestro Parnaso; clásica al modo latino, no al toscano; clásica en las ideas, en
la sobriedad, en la rapidez, y hasta el corte clásico».
38 Garcilaso de la Vega y su comentaristas, ed. A. Gallego Morell, Madrid, Gredos, 1972, p.
266.
39Ibid.,pp. 269 y 271.
92 ALBERTO BLECUA PERDICES

pasadas, y por ser nueva manera de verso y muy conforme al latino, no pude
dejar de ponerla aquí» 40. La traducción comienza:

Dichoso el que de pleitos alejado,


cual los del tiempo antigo,
labra sus heredades no obligado
al logrero enemigo.

Es decir, la misma estrofa utilizada por Mal Lara para su traducción de


Flaminio, aunque con rima consonante alterna. Y será una de las estrofas pre-
dilectas de fray Luis en sus traducciones de los Salmos.
Las cuatro odas incluidas por el Brócense y las advertencias sobre la no-
vedad del género y del metro fueron, en mi opinión, fundamentales para el ul-
terior desarrollo de la lírica horaciana y para el influjo de fray Luis. Los co-
mentarios del Brócense, que provocaron, como es sabido, polémicas en torno
a la imitación, tuvieron considerable éxito, pues se reeditaron en 1577 y en cin-
co ocasiones más hasta 1612 41. Texto, por consiguiente, de amplia difusión.
En 1580 se publican en Sevilla las Anotaciones de Herrera. Aunque la re-
sonancia popular de la edición del sevillano no alcanzara las cotas elevadas de
los comentos de su antecesor, —no volvió a imprimirse—, el revuelo crítico
que levantó entre los intelectuales castellanos es buen indicio de su difusión en
los círculos universitarios y poéticos. Si la edición del Brócense se caracteriza
por la ajustada precisión de las notas en consonacia con su método pedagógi-
co y filológico, las Anotaciones de Herrera se troquelan en los moldes del
nuevo humanismo del siglo XVI. Quien respondió a los ataques de Prete
Jacopín —quizá el propio Herrera— tuvo buen cuidado en situar los comenta-
rios al arrimo de esa ilustre tradición: «y a la verdad f. de H. pretendió imitar
á Mureto, de {sicpor D.) Lambino, M. Bruto, E.A. Vineto y Josefo Scaliger,
y otros semejantes que escriuieron de aquella manera en las obras de los anti-
guos» 42.
Incluye Herrera numerosas traducciones, completas y fragmentarias, de
un amplio repertorio de autores clásicos y modernos. Traducciones propias y
de amigos a quienes las encarga para «ilustración» de un determinado pasa-

40 Ibid,,?. 286.
41 En 1581, 1589, 1597, 1602, 1604 y 1612. Para estas ediciones y la polémica en torno a la
imitación vid. Gallego Morell, pp. 21-25.
42 Cito por Fernando de Herrera: Controversia sobre sus Anotaciones a las obras de Garcila-
so de la Vega. Poesías inéditas, ed. J.Ma Asensio, Sevilla, SBE, 1970, p. 77. Es pena que no se ha-
yan vuelto a reeditar estas controversias tan interesantes para el humanismo español de la segunda
mitad del siglo XVI.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 93

je 43. Como la fama de algunos de estos poetas no había logrado todavía pasar
más allá del Guadalquivir, Prete Jacopín no desperdició la ocasión de censu-
rar nuevamente las Anotaciones: «y acuérdeseos que ordinaria cosa es dezir de
la sacratíssima Virgen María que pisa las estrellas y la luna, como la suelen
pintar muchas veces, de donde fr. Luis de León, différente testigo que essos
poetas de siete en carga de quien hazeis mochila, en una canción á Ntra. Sra.
digna de ygualarse con las del Petrarcha...» 44. Resulta obvio que las traduc-
ciones de Horacio insertas en las Anotaciones —una de Herrera, otra de
Diego Girón 45— quieren competir con las incluidas por el Brócense, pues no
deja de ser extraña casualidad que se utilice en ellas la misma métrica, aunque
en verso libre, tributo quizá al magisterio de Mal Lara. Comenta Herrera en
contra verosímilmente de las traducciones de fray Luis: «Bien sé que son mo-
lestas a los que saben las traducciones desnudas de artificio y sin algún ornato,
y que no podrán sufrir que yo ocupe lo que fuera mejor en otras cosas concer-
nientes a la materia, con versos tan poco trabajados; pero no atiendo en esta
parte a satisfacer sus gustos, sino los de los hombres que carecen de la noticia
destas cosas; y por esta causa vuelvo en español los versos peregrinos de
nuestra lengua. Aunque no pretendo en ellos más que la fidelidad de la traduc-
ción; porque si quisiera descubrir en este lugar alguna elegancia y virtud poéti-
ca, había ocasión cual podía desear un ambicioso» 46.
La conocida batalla entre andaluces y castellanos desencadenada por las
Anotaciones de Herrera a causa de una impertinente e injusta alusión al Bró-
cense 47, tuvo en mi opinión su lado positivo: estimuló nuevas traducciones de

43 Por ejemplo, la traducción de una Elegía de Tibulo llevada a cabo por Francisco de Medi-
na (ed. cit., p. 330). Numerosas traducciones de Fernando de Cangas y Diego Girón parecen com-
puestas —dada la rareza de sus fuentes— para las Anotaciones.
44 En Controversia, pp. 28-29.
45 Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, p. 452.
46 Herrera traduce «Lydia, dic per omneis», I, 8 (p.415); un fragmento de II, 1 y otro de I,
22 (pp, 464 y 466). Diego Girón, precisamente, traslada el Beatus Ule (p. 502) en clara competen-
cia con fray Luis.
47 «Y atrévome a decir que, sin alguna comparación, va enmendado este libro con más dili-
gencia y cuidado, que todos los que han sido impresos hasta aquí; y que yo fui el primero, que pu-
se la mano en esto, porque todas las correcciones, de que algunos hacen ostentación, y quieren
dar a entender que enmendaron de ingenio, ha mucho tiempo que las hice antes que ninguno se
metiese en este cuidado, pero estimando por no importante esta curiosidad, las comuniqué con
muchos, que las derramaron en partes, donde otros se valieron de ellas» (Garcilaso de la Vega y
sus comentaristas, p. 332). Sobre los métodos de ambos comentaristas vid. En el texto de Garcila-
so, Madrid, 1970, donde me ocupo de esas enmiendas hurtadas de que habla Herrera. No hay que
conceder, sin embargo, demasiada importancia a estas pullas intelectuales. Los humanistas de-
sarrollaron un poco ejemplar vocabulario metafórico para lanzarse dicterios en el que las trasla-
ciones extraídas del campo semántico de «hurtar» son las más abundantes. Es la lucha por la fa-
ma: todos querían ser «primeros inventores».
94 ALBERTO BLECUA PERDICES

clásicos y, en particular, de las odas horacianas, en cuyas traslaciones los inge-


nios andaluces y castellanos compitieron entre sí y, cómo no, intentaron emu-
lar y aun superar a fray Luis. A partir de la controversia herreriana se advierte
un notable incremento de las traducciones e imitaciones de las Odas, Ahí está
el ejemplo de Medrano o el de Juan de la Cueva que amenaza con la traduc-
ción de todo Horacio (y Cueva no amenazaba en vano 48 ), o la significativa
advertencia de Pedro Espinosa en el prólogo a las Flores de poetas Ilustres
(1605), donde recoge numerosas odas traducidas por poetas andaluces: «y de
paso advertir que las odas de Horacio son tan felices, que se aventajan a sí
mesmas en su lengua latina» 49.
En resumen, los datos que hasta el momento conocemos indican que en
torno a fray Luis y Salamanca —el Brócense, Almeida, Espinosa, Francisco
de la Torre— se gestan antes de 1572 las primeras traducciones de las Odas de
Horacio 50 . Si no fue fray Luis el iniciador del género, que todo parece indicar
que si, a lo menos fueron sus traducciones incluidas en la edición de Garcilaso
con Tas notas del Brócense las que comenzaron una moda que, a causa de la
controversia herreriana, tuvo más adeptos, al parecer, entre los poetas anda-
luces. En literatura no existen tanto escuelas como modelos dignos de imita-
ción o emulación. Y fray Luis,se constituyó en el modelo de la oda horaciana
surgida en un especial clima de humanismo vulgar y de horacianismo europeo.
Porque no hay que olvidar que Horacio había sido el lírico preferido por los
poetas neolatinos, que ya en 1566 toda su obra está traducida al italiano, y
que, por los años en que se divulgan en España las traducciones de fray Luis,
los franceses también apreciaban en su lengua vulgar las odas del venusino 51.

b) Las traducciones de los Salmos

Conforme avanza el decenio de 1570 a 1580, como ya se ha indicado, co-


mienzan a aflorar tras la sequía editorial provocada por el índice de Valdés,

48 «Todas las obras del divino Horacio/ he vuelto en mi vulgar...» (Viaje de Sannio, ap.
Gallardo, Ensayo..., II, col. 642).
49 Ed. Juan Quirós de los Ríos y Francisco Rodríguez Marín, Sevilla, 1896,1, p. 3. En la por-
tada de la obra se anuncian también estas odas: «Primera parte de las Flores de Poetas ilustres de
España, dividida en dos libros. Ordenada por Pedro de Espinosa, natural de Antequera. Dedica-
da al Duque de Bejar, Van escritas diez y ocho odas de Horacio, traducidas por diferentes y gra-
ves autores admirablemente».
50 Pueden leerse en Francisco de la Torre, Poesías, ed. A. Zamora Vicente, Clásicos Cas-
tellanos, 124, Madrid, Espasa-Calpe, 1944, pp. 197-201.
51 Vid. R.R. Bolgar, The Classical Heritage and its Beneficiarles, New York, Harper, 1-964,
pp. 528-529.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 95

algunos ramilletes poéticos religiosos52. El Cancionero General de la doctrina


cristiana (1579), convertido tres años más tarde en el Vergel de Flores divinas
(1582), con cambios y adiciones, representa el ejemplo más notable por su co-
piosidad y difusión. Su piadoso compilador, Juan López de TÍbeda, reunió en
esas antologías numerosas representaciones de las principales corrientes poéti-
cas religiosas que, de forma manuscrita, circularon por España entre 1560 y
1580. Allí el lector devoto podía encontrar variados manjares espirituales en
villancicos, romances, sonetos, versos 'líricos' (en liras), octavas, canciones,
glosas, autos e incluso una traducción de la Philomela de Pseudo San Buena-
ventura. No en balde era el Cancionero de fray Ambrosio Montesino el único
ejemplo que López de Ubeda recordaba, porque en su antología abundan las
manifestaciones típicas de la tradición franciscana: la vida de Cristo, poesía
mariana, loor de santos, contrafacta y algo de poesía de meditación. En cam-
bio, en poesía de inspiración bíblica brilla por su ausencia pues se limita a
incluir una imitación de los salmos penitenciales camuflada en la «Elegía del
alma» de Brahojos y una glosa en liras al Super flumina 53.
Cuando López de Úbeda publica el Cancionero la poesía de corte bíblico
o era inexistente o era mirada con cierto recelo. Cosa es bien sabida que el uso
programático que los protestantes hicieron de los Salmos fue una de las causas

52 Entre 1570 y 1580 se editan o reeditan ios siguientes libros poéticos con contenido reli-
gioso:
1570 Juan de Padilla, Retablo de la Vida de Cristo, Toledo.
1572 A. Girón de Rebolledo, Ochavario sacramental, Valencia; ídem, La Pasión según San
Juan, Valencia.
1573 Francisco López, Versos devotos en loor de la Virgen, Lisboa.
1574 Alonso Girón de Rebolledo, La Pasión..., Valencia.
1575 Sebastián de Córdoba, Las obras de Boscán y Garcilaso,.,, Granada.
1576 Francisco López, Versos devotos.,,, Lisboa; Benito Sánchez Galindo, Christi Victoria,
Barcelona; Giacopone da Todi, Cantos morales, trad. anónima, Lisboa; Juan de Coloma,
Década de la Pasión y Resurrección, Cáller.
1577 Padilla, Retablo..., Alcalá; Sebastián de Córdoba, Las obras de Boscán y Garcilaso...,
Zaragoza; Juan Hurtado de Mendoza, Libro del caballero cristiano, Antequera.
1578 Cosme de Aldana, Octavas y canciones espirituales, Florencia.
1579 Diego de Oseguera, Estaciones del cristiano, Valladolid; Jaime Torres, Divina y varia
poesía, Huesca; Juan López de Ubeda, Cancionero General de la doctrina cristiana, Alca-
lá.
1580 Sannazaro, El Parto de la Virgen, trad. Hernández de Velasco Andrés de la Losa, Batalla
y triunfo del hombre contra los vicios, Sevilla; Padilla, Retablo..., Sevilla; Juan González
de la Torre, Nuncia Legato mortal, Madrid.
53 Puede consultarse el Cancionero en la excelente edición de A. Rodríguez-Moñino,
Madrid, SBE, 1962-1964, 2 vols. La Elegía de Brahojos en II, p. 90; el salmo Super flumina glosa-
do se incluye en el Vergel (ap. I, p. 57).
96 ALBERTO BLECUA PERDICES

por las que sus traducciones resultaron sospechosas 54. Por los años en que
aparece el de Valdés, la poesía bíblica comenzaba a tener una cierta difu-
sión55. Se hicieron dos traducciones completas de los Salmos; Montemayor
publica en el Cancionero varias paráfrasis en verso suelto, tomando como
fuente a Savonarola, y que fueron censuradas en las ediciones del Cancionero
posteriores al 1559; el Conde de Monteagudo reúne varias paráfrasis en un
cancionero manuscrito (ms. de la Bibl. Universitaria de Barcelona); y el P.
Cristóbal Cabrera traduce en sonetos numerosos salmos que constituían la
primera parte del Instrumento espiritual, obra que, a pesar de los desvelos
protectores de su autor —encadenarla—, le fue sustraída de la Biblioteca Vati-
cana por un devoto amante de la poesía y de la propiedad ajena 56 . Ese grafó-
mano inédito que fue el P. Cabrera dejó en el prólogo del Instrumento un do-
cumento precioso para reconstruir ciertos aspectos de la poesía del siglo XVI.
Copio un pasaje: «Lo que a mí me movió a comunicarlos fue que, oyendo
unos sonetos profanos a unos conocidos míos, quise experimentar si tomaban
gusto en lo verdadero, como gustaban de lo falso y vano, doliéndome de su
estragado apetito; y diles media docena de sonetos, diciendo que los había
hecho un hombre docto, para convidarles más a cantarlos, y que eran dignos
de tenerlos en la memoria: ellos recibiéronlos de buena gana; comenzáronlos a
cantar, y de tal manera se aficionaron a la letra con el espíritu, que no los de-
jaban ya de la boca, olvidados de lo profano que antes usaban» 57.
No es muy verosímil que los conocidos del P. Cabrera abandonaran de
raíz «su estragado apetito» de sonetos profanos, pero, desde luego, no tu-
vieron oportunidad de aficionarse por mucho tiempo a la letra y al espíritu de
la poesía bíblica. A partir del índice de Valdés, el sabor herético que se
presumía en los poetas inspirados por las musas davídicas hizo enmudecer a
hombres que, como Cabrera, querían llevar a la práctica las aspiraciones
paulinas. Fernando de Valdés no estaba para otros cantos celestiales que no
fuesen los de una poesía de devoción popular. Los poetas profanos siguieron

54 Vid. al respecto Jacques Pineaux, La poésie des protestants de langue frangaise (1559-
1598), París, Klincksieck, 1971 y Michel Jeanneret, Poésie et tradition biblique au XVF siécle,
París, Corti, 1969,
55 PARA LA POESÍA RELIGIOSA HASTA LOS AÑOS DEL ÍNDICE vid. Michel Dar-
bord, La poésie religieuse espagnole desRois Catholiques d Philippe II, París, 1965. Y en general
el libro de Marcel Bataillon Erasmo y España, México, FCE, 1962. Numerosas referncias
bibliográficas en Melquíades Andrés, La Teología española en el siglo XVI, Madrid, BAC, 1976-
77, 2 vols.
56 Sobre la interesante figura de Cristóbal Cabrera vid. Elisa Ruiz, «Cristóbal Cabrera,
apóstol grafómano», Cuadernos de Filología Clásica XII (1977), pp. 59-150.
57 En Poetas religiosos inéditos del siglo XVI, ed. D. Marcelo Macías y García, La Coruña,
Papelería de Ferrer, 1890, p. 20.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN

su vida impresa sin apenas censuras, la poesía de devoción pudo circular en


manuscritos y cantada, pero la poesía de inspiración bíblica, fue arrancada,
como cizaña, cuando comenzaba apenas a germinar. De entre los impresos
publicados de 1559 a 1579 no encuentro otros ejemplos que una paráfrasis al
Superflumina en la Floresta (1562) de Ramírez Pagan —e impresa en Valen-
cia 58— y los mencionados fragmentos de la Philosophía Vulgar de Mal Lar a.
Desconocemos las fechas en que fray Luis comenzó sus traducciones de los
salmos. Quizá habría que remontar alguna de ellas a los años en que Monte-
mayor y Cabrera componían sus paráfrasis. Pero no pasa de ser una mera
conjetura. Cuando en 1583 decide dar a la imprenta varias de sus hermosas
traducciones en De los nombres de Cristo hace renacer con nueva métrica y
mayor literalidad aquella tradición acallada por el índice59. Si López de Ube-
da parece desconocer, quizá curándose en salud, la poesía de inspiración
bíblica y los impresos y manuscritos la ignoran también o la soslayan, a raíz de
la publicación de Los nombres de Cristo los testimonios se suceden inin-
terrumpidamente. El privilegio real que autorizaba el libro era, por lo que se
ve, suficiente salvaguarda.
Como en el caso de la oda horaciana, a fray Luis se debe el desarrollo de
la poesía bíblica, inexistente o ignorada en la lírica religiosa castellana después
del índice de Valdés, aunque no en otras lenguas vulgares ni en la poesía neo-
latina 60.

58 Diego Ramírez Pagan, Floresta de Varia Poesía, ed. A. Pérez Gómez, Barcelona, Selec-
ciones Bibliófilas, 1950,1, p. 210. Entre 1558 y 1562 las prensas castellanas enmudecen en materia
poética casi por completo. En 1558 sólo se publica en Amberes la traducción del Orlando de
Urrea y el Segundo Cancionero de Montemayor; en 1559 se edita la Diana en Valencia y en Milán
y la Segunda Parte del Orlando de Espinosa en Amberes; en 1560 La Carolea de Sempere en Va-
lencia y la Diana en Zaragoza; en 1561 el Sarao de Amores de Timoneda en Valencia; El Cortesa-
no de Luis Milán, en Valencia; Los victoriosos hechos... deD. Alvaro de Bazán, en Granada; La
Silva de romances de Barcelona; y la Diana en Amberes, Cuenca y Valladolid. En 1562 se publica
en Zaragoza la Diana, el Cancionero de Montemayor; en Valencia Las Obras de Fernández de
Heredia y la Floresta de Ramírez Pagan; la Flor de enamorados de Timoneda en Barcelona; los
Romances de Sepúlveda en Medina y la traducción de la Ulixea de Gonzalo Pérez en Venecia. Co-
mo puede observarse, en estos años es el reino de Aragón el que ofrece las novedades, mientras
que Castilla se limita a reimprimir los éxitos seguros, como la Diana.
59 «En 1583, el mismo año que su protector el cardenal Quiroga da a luz el nuevo índice in-
quisitorial, Luis de León intercalará en Los nombres de Cristo sus maravillosas traducciones de
los Salmos, y con él surgirá un nuevo estilo enjuto y ceñido de poema bíblico, muy diferente de las
paráfrasis aguadas del Cancionero General o de Jorge de Montemayor» (E. Asensio, «El erasmis-
mo y las corrientes espirituales afines», RFE, XXXVI [1952], p. 53).
60 En Francia las corrientes poéticas manaban de fuentes distintas y en Italia el Minturno
publica sus Canzoni sopra il salmi y los Soneti tolti dalla Scrittura e da detti de' Santi Padri en Ña-
póles en 1561; las traducciones de los salmos penitenciales de Alamanni circulaban en sus Opere',
Francesco da Trivigo [Francesco Turchi], carmelita, forma una antología de Traducioni de Salmi
98 ALBERTO BLECUA PERDICES

c) Poesía original

Al leer las cosas que fray Luis compuso suyas nos sorprende que, salvo
raras excepciones —una elegía en tercetos o los sonetos—, el poeta limite su
métrica a las estrofas aliradas, que reproducían mejor que otra combinación
estrófica el ritmo de la oda horaciana. Nada hay similar en la poesía castellana
anterior a fray Luis, excepto un antecedente ilustre que no había dejado más
descendencia que la forma métrica: la Ode adflorem Gnidi de Garcilaso. La
lira, cuyo origen es bien conocido 61, se difundió en España a través de la no-
vela pastoril y con contenidos bucólicos ausentes en la Canción Quinta, aun-
que presentes en Bernardo Tasso y sus imitadores italianos. Esta lira de tema
bucólico, con vertebración sintáctica más elemental, es la que llega a San Juan
de la Cruz a través de fragmentos de estancias de Garcilaso («La soledad si-
guiendo») y de la novela pastoril, fáciles de transponer a lo divino:

¿Por qué, di, te detienes


en dar a este mísero consuelo?
¡Ay, ay, ¿cómo no vienes?
Acaba, rompe el velo
de su aflición, miseria y desconsuelo 62.

Era lógico. San Juan está componiendo un poema bucólico inspirado en


el Cantar de los Cantares o dos poemas 'amorosos', La noche oscura y La lla-
ma, para los que servía la tradición del Garcilaso bucólico y del elegiaco, pero
no del clásico de la Canción Quinta. Fray Luis poco debe a la lira bucólica que
era, como hemos visto, la que practicaban los poetas romancistas. En la Ode

penitencian, fatte da diversi en Venecia en 1568 y 1571 con traducciones del Minturno, Buenaven-
tura Gonzaga, Alamanni, Orsilago, y el propio compilador; la traducción de Isette salmipeniten-
cian con algún soneto espiritual de Laura Batiferri Ammannanti se publica en 1564 y se reedita en
1566 y 1570; las leídas Rime spirituali de Fiamma, que incluían algunos salmos traducidos en
estrofas aliradas ven la luz en Venecia en 1570 y se reimprimen en 1573 y 1575 y en la misma Vene-
cia en 1574 imprime Germano de Vecchi una traducción de los Salmos penitenciales (ap. Giusto
Fontanini, Biblioteca dell'Eloquenza Italiana, con le Annotazioni del signor Apostólo Zeno, Ve-
necia, 1753, II, Clase V, V). Como puede observarse, en Italia, tras la publicación de los decretos
del Concilio Tridentino, la poesía de inspiración bíblica parece tener un notable resurgir público
que en España no se produjo. Aquí soplaban vientos huracanados y no brisas inquisitoriales co-
mo en Italia, y los poetas guardaron sus musas bíblicas para mejor ocasión.
61 Vid. Dámaso Alonso, «Sobre los orígenes de la lira», en Poesía española, Madrid, Cre-
dos, 1950, pp. 649-656.
62 Alonso Pérez, Segunda Parte de la Diana (cito por la edición de Lisboa, Crasbeeck, 1624,
p. 477).
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 99

ad florem Gnidi, descubrió, en cambio, el modelo inicial de un tipo de lírica


de inspiración clásica en la forma, en la sintaxis y en los contenidos que podía
parangonarse con la más selecta lírica europea horaciana y pindárica. Pero
conviene señalar que el horacianismo de fray Luis, como el de Garcilaso, no
bebe tanto en las fuentes conocidas de la tradición vulgar —Bernardo Tasso y
compañía— como en las fuentes hoy bastante menos visitadas de la fértil
poesía neolatina del Renacimiento 63.

Conclusión.
A lo largo de las presentes páginas he pretendido mostrar la figura de fray
Luis desligada de la poesía castellana de su tiempo, aunque no de un ambiente
humanístico, español y europeo, ni de la lírica de Garcilaso. No podría ser de
otro modo. Todos somos, querámoslo o no, hijos de nuestro tiempo. La origi-
nalidad de fray Luis, había sido desde antiguo realzada por la crítica. Sin em-
bargo, se suele insistir en la originalidad por presencia: sus odas, sus salmos,
sus traducciones de Horacio, la imitación de diversos (¡Bembo en coplas de
pie quebrado!). Pero tan notable es la originalidad por la ausencia. ¿Por qué
fray Luis no recoge en su colección apenas muestras que se parezcan ligera-
mente al acervo lírico, impreso o manuscrito, de su tiempo? Podría descartar-
se en principio, dada su condición de fraile agustino, la temática amorosa, y
sin embargo, ¿por qué no incluye sonetos, octavas, epístolas en tercetos, can-
ciones al igual que cualquier poeta coetáneo? ¿Por qué en su colección brillan
por su ausencia los villancicos, romances, coplas, y sonetos, metros habituales
en la poesía religiosa de su época? Se deberá, sin duda, al hecho de que fray
Luis o bien no compuso este tipo de obras o bien no quiso que vieran la luz
pública como suyas ni aun encubierto tras el transparente velo del anonimato.
La explicación es clara: fray Luis se aparta conscientemente de la tradi-
ción poética de su entorno. Podrá parecer paradójica esa actitud en el mayor
apologista de la lengua vulgar que tuyo la España del siglo XVI. Pero no hay
incoherencias entre las dos posturas. Fra^Lujs^quería. escribir,, en efecto, en
lengua vulgar; no en una tradición vulgar. Porque dignificar la poesía: Castella-
na consistía, precisamente, en incorporar a ella Jas dosjcnagnasi t?adídoiies li-
terarias aceptadas ppr_el.Huni§nismó: la clásica y la bíblica, Fray L,nis.quiso
ser, y lo fue, el primer poeta hüjm.ams^

63 Para España se halla en prensa el libro de Juan Alcina Rovira, Poetas hispanolatinos del
siglo XVI, Madrid, FUE.
ALGUNAS OBSERVACIONES SEMIOLOGICAS Y SEMÁNTICAS
EN TORNO A FRAY LUIS DE LEÓN
EUGENIO DE BUSTOS
Universidad de Salamanca
A Pilar y Rafael Lapesa, que supieron des-
cubrir la escondida senda.

Como ha recordado no hace mucho tiempo Cristóbal Cuevas, la «jtgpría


del nombre» que fr. Luis de León formula, en la introducción al libro primero
de su De los nombres de Cristo, «parte... del conocimiento y reelaboración de
una larga tradición filosófica, filológica y mística» cuyos hitos y referencias
esenciales el mismo Cuevas detalla por lo que no he de cansarles a Vds. con
datos bien conocidos l. No parece ocioso, en cambio, un reexamen de las cues-
tiones que tal teoría plantea, sus relaciones con otros pasajes del mismo texto
(en especial con la dedicatoria del libro III) y aun con otras obras. Pienso que
tal reflexión puede tener un valor no desdeñable en tres sentidos distintos. En
primer lugar, como contribución a un más cabal entendimiento de algunos pa-
sajes o textos concretos. En segundo término, como muestra de las ideas
lingüísticas del maestro agustino, que no cultiva de modo específico esta rama
de las ciencias sino que se hace eco de lo que en su tiempo se sabe y lo enri-
quece con su experiencia de traductor y escritor. Por último, en el sentido de
que un acercamiento riguroso al estudio del estilo de fray Luis debe partir de
estos presupuestos lingüísticos, explícita o tácitamente contenidos en sus
obras, pues constituyen el fundamento de su personal Poética.

La reflexión del traductor.


No hemos de detenernos demasiado en recordar la acendrada, y aun apa-
sionada, defensa que fray Luis hace del uso del romance desde el principio ge-
neral de que cualquier tema o contenido puede ser expresado en una u otra
lengua: ...«en lo que toca a la lengua no hay diferencia, ni son unas lenguas
para dezir unas cosas, sino en todas ay lugar para todas» 2 . Principio que no

1 Fray Luis de León. De los Nombres de Cristo. Edición de Cristóbal Cuevas. Madrid. Cá-
tedra. 1977. págs. 86 y ss.
2 Edición citada, p. 495.
102 EUGENIO DE BUSTOS

era tan comúnmente aceptado como pensaba Federico de Onís a pesar de to-
das las citas en elogio del romance que puedan allegarse3. Prueba inequívoca
de ello es que fray Luis se sintiera en la necesidad de justificarse, cosa que no
puede extrañar demasiado si recordamos las suspicacias que despertaba el uso
del romance en la exposición de temas teológicos, o que la propia universidad
de Salamanca exigía el uso del latín en la docencia e incluso imponía fuertes
multas a los profesores que no cumplían esta obligación estatutaria 4 . Como
no hemos de entrar ahora en el análisis de la contraposición de latin con ro-
mance, solamente subrayaremos la coherencia entre el principio enunciado y
el comportamiento del maestro agustino como traductor y escritor. Pero de-
bemos añadir enseguida, para matizar la rotundidad del principio inicial, que
fray Luis parece ten^^onctencia muy clara de que cada lengua posee unos de-
terrnínádos; rflatises^ mis-
5
mo llaH^^##épfe^ffttMicí6n>> .
En relación con ello, algún mayor interés para nuestro propósito tiene,
sin duda, la distinción entre «forma de dezir» y lengua. Recogiendo la tradi-
ción retórica sobre los estilos, pero dándole un sentido nuevo, nuestro autor
señala: «En la forma de dezir, la razón pide que las palabras y las cosas que se
dizen por ellas sean conformes, y que lo humilde se diga con llaneza, y lo gran-
de en estilo más levantado, y lo grave con palabras y figuras cuales

3 C. Cuevas parece compartir esta opinión. Vid. ed. cit., p. 493, nota 4.
4 Las palabras de fray Luis son inequívocas: «Y es engaño común tener por fácil y de poca
estima todo lo que se escrive en romance, que ha nascido de lo mal que usamos de nuestra lengua
no la empleando sino en cosas sin ser, o de lo poco que entendemos della creyendo que no es ca-
paz de lo que es de importancia, que lo uno es vicio y lo otro engaño, y todo ello falta nuestra»
{De los Nombres, edic. cit. pp. 494-5. El subrayado es nuestro).
5 Así, una de las dificultades al traducir el Cantar de los Cantares «es ser la lengua hebrea en
que se escribió, de su propiedad y condición, lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas
llenas de diversidad de sentidos» (Prólogo a la traducción del Cantar de los Cantares, ed. de la
BAC, p. 28). Como quiera que el español es distinto del hebreo, el principio de la fidelidad del
traductor le obliga a una otra advertencia: «Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos
tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua
nos forzó a que añadiésemos algunas palabrillas, que sin ellas quedara oscurísimo el sentido; pero
éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas...» (Ibid., p. 30).
En la Dedicatoria de sus poemas insiste en el mismo tema: «...de lo que he traducido, el que
quiera ser juez, pruebe primero qué cosa es traducir poesías elegantes de una lengua extraña a la
suya, sin añadir ni quitar sentencia y guardar cuanto es posible las figuras de su original y su do-
naire, y hacer que hablen en castellano y no como extranjeras y advenedizas, sino como nacidas
en él y naturales...» para reafirmar poco más adelante su positiva consideración del castellano:
«...al cual [trabajo de traductor] me incliné sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo
lo que se la encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante
para los que la saben tratar» (Edic. BAC, p. 1449).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 103

convienen...» 6Y decimos que dándole sentido nuevo porque en la considera-


ción de esta armonía general entre el plano de la expresión y el plano del con-
tenido, el traductor del Cantar de los Cantares se enfrentaba, en principio,
con no menos de tres problemas lingüísticos de diversa índole.
En primer lugar, el de la insuficiencia general del lenguaje para expresar
de modo preciso toda la hondura de los contenidos líricos: ...«lo que suele po-
ner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pa-
siones o afectos, mayormente de amor... es que en el ánimo, enseñoreado de
alguna vehemente pasión, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede dezir
tanto como se siente, y aun esto que se puede no se dize todo, sino a partes y
cortadamente...» 7 De ahí que el fundamental principio de la armonía se ma-
nifieste, en estos casos, merced a la correspondencia entre el ritmo interior deí
sentimiento amoroso y el ritmo semántico de su expresión idiomática: «Pare-
cen también desconcertadas entre sí [las razones], porque responden al movi-
miento que hace la pasión en el ánimo del que las dize, la cual, quien la siente
o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los
meneos de los que bailan, el que viéndolos de lejos no percibiese el son a que
siguen...» 8 . Por ello mismo, el desconocimiento de los afectos amorosos y de
los estados de ánimo que apareja —tanto en el amor humano como en el
divino— constituye una insalvable dificultad para el pleno entendimiento del
poema lírico, como mas adelante señala recordando unos bien conocidos ver-
sos de Ausías March que traduce al castellano 9 .
En segundo término, los concernientes a la específica «propiedad y con-
dición» de la lengua hebrea en que está escrito el original que se traduce, inclu-
yendo en ellos no sólo los relativos a la equivalencia entre una lengua y otra,
también las diferencias histórico-culturales que separan a Salomón del tiempo
de fray Luis: «Y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en
aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica ahora... Co-

6 De los Nombres, edic. cit. p. 495.


7 Prólogo a Cantar de los Cantares (edic. BAC, p. 28; el subrayado es nuestro). A lo largo de
la traducción insiste una y otra vez en referencias análogas.
8 Ibid.
9 Cantar de tos Cantares, VII, 9: «Por lo cual un poeta antiguo, y bien enamorado, de
nuestra nación, dijo bien en el principio de sus canciones esta sentencia:

No vea mis escritos guien no es triste


o quien no ha estado triste en tiempo alguno.

Así que las extrañas cosas que sienten, dicen y hacen los que aman, no se pueden entender ni
creer de los libros de amor; de dónde será forzoso que muchas cosas de este libro sean oscuras, así
al expositor de él como a los demás que en el divino amor están fríos y tibios...» (Edic. BAC, p.
61).
104 EUGENIO DE BUSTOS

mo a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar,


adonde la costumbre usada y recibida sea primor y gentileza, lo que en otra
lengua y otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que
ahora, por su novedad y ser ajeno a nuestro uso, nos desagrada, era todo el
buen hablar y toda la cortesanía entre aquella gente» I0. Claramente se puede
advertir que fray Luis está aludiendo aquí a lo que en otra ocasión hemos lla-
mado valor semiológico de la expresión hebrea frente al de la española. En
realidad nos encontramos con el cruce de dos planos semánticos distintos. Por
un lado, el de las conotaciones de carácter metalingüístico de un determinado
hablar concreto; esto es, lo que en un momento y en una lengua determinados
es «primor y gentileza», «buen hablar y cortesanía», puede ser, en otras cir-
cunstancias, «muy tosco». Por otro, a los valores culturales actualizados a
través de las expresiones idiomáticas, formando parte del significado de las
mismas, que denominamos estereotipos. Así, por citar sólo un ejemplo, el tra-
ductor ha de anotar que el ideal de belleza del cabello femenino que en el Can-
tar de los Cantares se manifiesta no es el mismo que el vigente en época de fray
Luis de León n .

10 Ibid. pp.. 28-29. Sobre ello vuelve en diversas ocasiones; vid. por ej. Cantar de los Canta-
res, VII, 1: «En que [este capítulo] hay gran dificultad, no tanto por ser la mayor parte sacadas de
cosas del campo, que en esto guarda la persona de pastor que representa, cuanto por ser mara-
villosamente ajenas y extrañas de nuestro común uso y estilo, y algunas de ellas contrarias, al pa-
recer, de todo lo que quieren declarar. Si no es, como ya dijimos, que en aquel tiempo y en aquella
lengua estas cosas tenían gran primor; como en cada tiempo y en cada lengua vemos mil cosas re-
cibidas y usadas por buenas, que en otros tiempos o puestas en otras lenguas no se tuvieran por ta-
les» {Ibid, pp. 84-85).
11 Ibid, p. 87: «... Y a esta causa el Esposo, después de los ojos, de ninguna cosa trata prime-
ro que del cabello, que cuando es largo, espeso y rubio, es lazo y gran red para los que se ceban de
semejantes cosas. Lo que es de maravillar aquí es la comparación, que al parecer es grosera y muy
apartada de aquello a que se hace. Fuera acertada si dijera ser como una madeja de oro, o que
competía con los rayos del Sol en muchedumbre y color, como suelen decir nuestros poetas» (el
subrayado es nuestro). Pero fray Luis explica la expresión del texto hebreo («Tu cabello como
manada de cabras que se levantan del monte Galaad) con estas palabras: «Quien habla es pastor,
y para haber de hablar como tal no podía ser cosa más propia que decir de los cabellos de su ama-
da que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte alto; mostrando en
esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros o alheñados (que, como diremos después, a
los tales tienen por de más hermosa color en aquella tierra), y además de esto relucientes como lo
son las cabras que pacen en aquel monte señaladamente». Cantar de los Cantares, IV, 1. cf. VII,
5 «Los cabellos de sobre tu cabeza cómo púrpura» o bien «y la madeja de tu cabeza como la púr-
pura» que en la exposición se aclara de esta manera: «... es de advertir que la púrpura antigua, de
la cual no tenemos ahora noticia por uso, tenía dos cosas: que era finamente bermeja y relucía
desde lejos, como el carmesí que los pintores ponen sobre oro o plata. Conforme a esto, asemejan
aquellas dueñas el cabello de la Esposa a la púrpura, porque debían ser castaños los cabellos que,
aunque no sea perfecto rojo, tira más a ello que a otro color; y porqué en las tierras calientes, co-
mo son las de Asia, no se estima el cabello rubio, antes a los hombres les está muy bien el negro, y
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 105

Importa subrayar, por último, la existencia de una serie de problemas


concretos y específicos de la traslación que ponen de relieve ante el traductor
diversos aspectos del significado y valor de la palabra en una y otra lengua. De
ellos aludiremos sólo a algunos, pero no sin advertir previamente que no po-
cas de las observaciones que, tanto en Cantar de los Cantares como en Job, se
hacen brotan simultáneamente de un afán de precisión y exactitud y de la ne-
cesidad de justificar unas lecturas que, en ciertos casos, se apartaban de la ver-
sión oficial de san Jerónimo.

a) La fidelidad del traductor debe referirse también al mantenimiento, en


cuanto fuere posible, de la polisemia (entendida en un amplio sentido) de las
palabras originales; esto es* «la variedad de significaciones que las originales
tienen, sin limitarlas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la
traducción puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el
original, si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pa-
reciere» 12. Así, por citar un ejemplo concreto, en Cantar de los Cantares IV, 4
traduce: «Como la torre de David el tu cuello, fundada en los collados» pero
en la exposición fray Luis observa las diversas lecturas del hebreo talpioth que
«se declara diversamente por diversos. Unos dicen que es collado o lugar alto;
otros, cosa que enseña el camino a los que pasan; y otros dicen ser lo mismo
que cerca o edificio fuerte y alto, o barbacana, y todo aquello con que se for-
talece alguna casa o edificio fuerte... lo que a mi me parece más acertado en
este lugar, para abrazar todas estas diferencias ya dichas, es trasladar así: Tu
cuello es como la torre de David puesta en atalaya; que es decir casa puesta en
lugar alto y fuerte, y que sirve de descubrir los enemigos, si vienen, y mostrar
el camino a los que pasan; y por el oficio de que sirve y por el sitio que tiene,
de necesidad ha de ser cosa fuerte. Y no hace la comparación con torre edifi-
cada en el llano, sino con la que está puesta en atalaya y lugar alto, porque lo
está así el cuello sobre los hombros» 13.

b) Cercana a esta multiplicidad de sentidos, hemos de considerar la capa-


cidad evocadora que la palabra tiene para sugerir todo un complejo campo de

a las mujeres negro o castaño o alheñado, como ellas lo suelen llevar, y hoy día lo usan las moris-
cas. Porque vemos que el color castaño, y otros que se le parecen, son sus luces rojas, así como las
luces del amarillo tiran a blanco, y las del verde a negro». (Ibid, p. 146).
12 Ibid, pp. 29-30.
13 Ibid, pp. 91-92, cf. las versiones de Nacar-Colunga: «Es tu cuello cual la torre de David,
rodeada de trofeos» (ed. BAC. p. 7016) la edición española de la «Biblia de Jerusalem»: «Tu
cuello, la torre de David, erigida para trofeos» (ed. Desclée de Brouwer, 1967, p. 870) y la «Nueva
Biblia Española» de Schókel-Mateos: «Es tu cuello la torre de David, construida con sillares» (ed.
Cristiandad, 1975, p. 1266).
106 EUGENIO DE BUSTOS

asociaciones diversas. Recordaremos únicamente las presuposiciones o entra-


ñas semánticos !3 bls que se enlazan, con frecuencia, a una serie de connota-
ciones asociativas. Así, por citar también un solo ej., en Job, II, 7, al traducir
fray Luis el nombre de la enfermedad del varón de Hus propone primero pos-
temas malignas', en la explicación se replantea el problema considerándolo
desde la significación de sechin en otros pasajes de la Escritura: «por lo que
allí se dice y por la medicina con que el Rey [Ezequías] se curó, y por las oca-
siones y las circunstancias del tiempo parece claro sechin ser secas o landres»14
para concluir que lo esencial está en la asociación de secas en asco, suciedad,
hedor, dolor y fiebre continua 15; y, por fin, en la traducción en tercetos una
de estas asociaciones connotativas adquiere valor de epíteto: hediondas llagas.
Se produce, pues, una curiosa transformación semántica: la asociación domi-
nante en el primer texto alude al pronóstico de la enfermedad (maligna)16, el
segundo mantiene maligna pero, junto a él, aparecen otros que se reducen en
el tercero al hedor que desprenden los tumores o abcesos abiertos n y, por
ello, convertidos en llagas, término que ya aparece anticipado en el texto de la
explicación.
Precisamente gracias a la existencia de este campo asociativo pueden su-
perarse algunas dificultades de la traducción que, de hacerse literalmente,
desembocaría en una «razón no acabada». Tal sucede con el versículo 6 del
cap. VII de Job que se traduce primero «Mis dias me volaron más que de teje-
dor [es cortada de tela] y consumiéronse sin esperanza» siguiendo a S. Jeróni-
mo, como indica en la explicación i8; pero en ésta se hace eco de otras ver-
13 bis Así por ej. en Cantar de los Cantares, II, 13 (BAC, p. 64): «Su decir levántate se en-
tiende que estaba acostada y mal dispuesta...»
14 Vid. Isaías, XXXVIII, 21 y Reyes, II, XX, 7. La enfermedad de Ezequías fué curada por
el profeta Isaías con «una masa de higos, la medicina que se aplica a las postemas y secas, como
enseñan los médicos». Pocas líneas más arriba ha señalado fray Luis que secas procede de sechin
(«porque a la verdad sechin son secas, como el castellano las llama, que es palabra que desciende
de aquella») en lo que coincide con el Brócense según el testimonio de Covarrubias.
15 «Porque si bien se mira, encierra en sí todo lo que en las enfermedades suele ser de dolor y
trabajo. Porque muchas secas malignas y muy enconadas son clavos agudos y de dolor increíble
que... enciende fiebres ardientes. Y cuando después se abren y rompen, las llagan hacen asco, y la
materia suciedad y hedor; y si, cuando unas maduran, otras comienzan a reverdecer, como a Job
sucedía, júntanse en uno asco, suciedad, hedor, dolor y fiebre continua» (Ed. BAC, 871b-872a).
El subrayado es nuestro.
16 En el que coinciden también las tres versiones de la Biblia que tengo a mano: ulceración
maligna (Nácar-Colunga) llaga maligna (Biblia de Jerusalem y Nueva Biblia Española).
17 Apostema y postema en Nebrija {Vocab. esp.-lat., s.v.): abscesus. En Covarrubias poste-
ma (gr. apostema), supuratio Vid. Galenum in deffinitionibus. Para Covarrubias seca es igual a
tumor y la landre (una seca o tumor en forma de vellota» (s.v. landre).
18 La traducción literal sería: «Mis dias se alivianaron más que de tejedor, y acabáronse sin
esperanza». Y añade fray Luis: «Y lo que dice de tejedor, es razón no acabada, y para acabarla
añade cada uno lo que mejor le parece».
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 107

siones: «y dicen alivianáronse mis días, esto es, pasaron ligeron más que la
lanzadera del tejedor, que a la verdad discurre prestísima» 19 introduciendo el
término lanzadera que se convierte en el eje de la versión en tercetos:

Cual lanzadera en tela, así han corrido


mis dias descansados; mi contento
voló, y el mi esperar en vano ha sido. 20

c) Son precisamente estas connotaciones de todo tipo las que permiten de-
cidir la elección del término más adecuado a cada contexto en los casos de si-
nonimia, tanto si ésta es propia de la lengua del original o de aquella a la que
se traduce. De acuerdo con ello, fray Luis prefiere varón u hombre justo a la
versión mas frecuente hombre 21; o decide entre asir y agarrar en Job II, 3 y
í?22; entre parlar y hablar en Job II, 10 23 y en un gran número de casos análo-
gos que sería impertinente enumerar ahora.

d) En otros casos, el traductor se encuentra ante la imposibilidad de


trasladar fielmente ciertos rasgos semánticos propios del término original por
lo que se hace precisa la aclaración pormenorizada. Ello puede obedecer a di-
versas razones de las que mencionaremos sólo dos que parecen de particular
interés.

19 BAC, p. 939b.
20 BAC, p. 946. Es el sexto de los tercetos.
21 En la explicación aclara: «...como el hombre en la lengua original de este libro tenga tres
diversos nombres, el de este lugar, que nosotros trasladamos varón, es nombre que importa valor
y que no se da a cualquier hombre, sino a los que lo son de veras; digo, a aquellos en quien la ra-
zón manda y el sentido obedece, que es propiamente ser hombres... y porque dice los hechos de
un gran luchador, declara el vigor que para luchar tiene y que consiste, lo primero, en que es va-
rón, esto es, no muelle ni afeminado para la virtud, ni que se vence fácilmente» (BAC, p. 857a).
De las tres versiones castellanas de la Biblia que manejamos sólo Nácar- Colunga emplea varón;
las otras dos traducen hombre.
22 En la explicación de Job II, 3 (BAC, 870a) señala: «...lo que decimos asido, en la palabra
original es asir y aprehender esforzadamente; y dice no sólo allegamiento a aquello que se ase, si-
no fortaleza y firmeza en ello». De ahi que en el vs. 9 traduzca las palabras de la mujer de Job:
«¿Hasta cuando tú agarrado de tu bondad? (BAC, 872a) en la explicación, frente a asido en la
versión primera.
23 «Y la represión es: Como hablan las tontas has hablado: o, al pie de la letra, Parlar de ton-
tas parlaste. Y digo parlar, porque la palabra original, según la fuerza de su orden y puntos, es
hablar no como quiera, sino hablar mucho o como si dijéramos, rehablar; que viene muy bien pa-
ra lo que se habla sin atención y sin tiento, y para lo que ni la razón lo mide ni la consideración lo
modera. Porque todo lo que así se habla, aunque parezca poco y aunque en palabras lo sea, es de-
masiado y muy largo; y el hablar sin considerar, siempre es mucho hablar» (Edic. BAC, p. 872b).
108 EUGENIO DE BUSTOS

Atañe la primera a la pérdida de la motivación morfosemántica que el vo-


cablo tiene dentro del sistema de la lengua a que pertenece como sucede con el
hebreo metzitz (derivado de tzitz) que, en Cantar de los Cantares II, 9, emplea
la Esposa para expresar la entrevista presencia del Amado 24.
Concierne la segunda a la pérdida de motivación semántica por descono-
cimiento del concreto referente de la palabra. Para el lector español, no tenía
sentido que el Esposo comparase ponderativamente los ojos de la Amada con
los de una paloma por lo que fray Luis, en la exposición, aclara la razón y la
fuerza de la metáfora Tus ojos de paloma en Cantar de los Cantares I, 14 25. Y
lo mismo ocurre en multitud de vocablos del mismo poema, como rosa 26 ca-
nela y cinamomo, azucena28, etc, etc..
A la luz de estas consideraciones puede entenderse toda la hondura y la
complejidad de la tarea del «cabal» traductor en el traslado de las palabras.
Pero a ello debe añadirse una otra y no menos difícil fidelidad, que no hemos
de analizar por el momento, relativa al estilo o «aire» que es propio de las cir-
cunstancias históricas y de la lengua en que se escribe el original pues nuestro
autor confiesa: «...pretendí que respondiese esta interpretación con el origi-
nal, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de

24 «En la propiedad de su lengua se toca en estas palabras una gentil comparación, que en
nuestra lengua no se siente... metzitz viene de tzitz que es propiamente mostrarse la flor cuando
brota, o de otra manera se descubre. Pues como suelen los claveles asomar por los agujeros pe-
queños de los encañados que los cercan, o de las vainas que rompen cuando brotan, y como las
rosas que cuando salen no se descubren todas sino solamente un poco, así imagina y dice que su
Esposo, mas que el clavel y que la rosa bella se descubre, ya por una parte, ya por otra, mostran-
do unas veces los ojos y no más, y otras veces solo los cabellos» (Edic. BAC, p. 63). Cif. también
dagul, derivado de daguel (ibid, 116),
25 «Las [palomas] que vemos por acá no las tienen muy hermosos, pero sonlo de
hermosísimos los de tierra de Palestina, que como se sabe por relación de mercaderes y por unas
que traen de Levante, que llaman tripolinas, son muy diferentes de las nuestras, señaladamente en
los ojos, porque los tienen grandes y muy redondos, llenos de resplandor y de un movimiento
velocísimo, y de un color extraño que parece fuego vivo» (Edic. BAC, p. 51). cf. IV, 1, p. 86, en
que explica el sentido amoroso de la metáfora. Y aun más adelante, V, 13 (Ibid. p. 117).
26 « Yo rosa del campo: la palabra hebrea es habatzeleth, que según los más doctos en aquella
lengua, no es cualquiera rosa, sino una cierta especie de ellas en la color negra, pero muy hermo-
sa, y de gentil olor. Y viene bien que se compare a ésta, porque, como parece en lo que habernos
dicho, la Esposa confiesa de sí que, aunque es hermosa, es algo morena» (Cantar de los Cantares,
II, 1; Edic. BAC. p. 55).
27 ídem, IV, 14 (BAC, p. 99).
28 En el contexto «Los sus labios como azucenas» ídem, V, 14 (BAC, p. 118). Fray Luis
aclara «Dioscórides, que trata de ellas, confiesa que hay un género de azucenas coloradas como
carmesí, de las cuales se entiende en este lugar ser semejantes a los labios del Esposo...». Pero en
la traducción prefiere: «Sus labios, violetas» (Ibid. p. 104).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 109

ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible en nuestra


lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas» 29.
Creemos que estas reflexiones del fray Luis traductor no serán imperti-
nentes a la hora de analizar tanto las traducciones mismas cuanto los poemas
o textos originales. Pienso, por señalar un ejemplo concreto, en lo provechoso
que sería un análisis del Libro de Job en su triple aspecto de traducción, decla-
ración o exposición y versión en tercetos desde la perspectiva de la creación
lingüística. Pero, por otro lado, a nadie se le oculta la importancia que su ex-
periencia como traductor tuvo en la configuración de su propio estilo personal
como escritor castellano. En cambio, parece menos común el conectar estas
reflexiones con su «teoría de los nombres» por lo que me voy a detener en ello,
siguiera sea brevemente.

Lajteoria del nombre.


Al comienzo del libro I de su De los Nombres de Cristo, fray Luis pone en
boca de Marcelo una reflexión sobre la naturaleza del nombre que si, por una
parte, responde a la tradición y al acervo cultural de su época, por otra nos
ofrece algunos aspectos de notable modernidad. Aunque parezca obvio, debe
recordarse que las palabras de Marcelo no tienen intencionalidad lingüística
estricta, sino que es necesario encuadrarlas en una perspectiva teológico-
bíblica, dentro de la cual adquieren pleno sentido 30 . Esto es, el término de re-
ferencia no es el nombre, sino los nombres —y no todos— que Cristo recibe
en la Escritura, entendidos —además— como revelaciones o noticias par-
ciales 31 de «aquella palabra eterna e incomprehensible» que es Dios mismo. Y

29 Ibid. p. 29. [ Algo semejante en la Dedicatoria del Libro de Job: «...traslado el texto del
libro por sus palabras, conservando, cuanto es posible, en ellas el texto latino y el aire hebreo, que
tiene su cierta majestad» (BAC, p. 850)]. El texto del prólogo al Cantar de los Cantares continúa:
«De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la ra-
zón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correr el hilo del decir,
pudiéndolo hacer muy fácilmente con mudar algunas palabras y añadir otras; lo cual yo no hice
por lo que he dicho...». Esta alusión al empleo deliberado de arcaísmos puede estar, evidentemen-
te, en conexión con la vetustas de la Retórica clásica pero, aqui cumple una función expresiva
muy determinada. Valga como ejemplo de ello, por citar solo un caso de obra mucho más tardía,
las contraposiciones entre sois venidos / habéis venido, -edes / -eis cuyos primeros miembros
aparecen en el texto de la traducción y los segundos en la explicación de Job, VII, 21 (BAC, p.
928a). Cf. la observación que a este propósito del arcaísmo en las traducciones hace F. de Onis en
su edición de De los Nombres, t. I. p. 101 nota.
30 Y aun habría que precisar que, en este sentido, se insertan en una tradición cristiana que
ha sido estudiada por Walter Repges: Para la historia de los Nombres de Cristo: De la Patrística a
fray Luis de León (BICC, XX, 1965, pp. 325-346).
31 «...no queremos dezir que es cabal nombre o nombre que abraca y nos declara todo
aquello que hay en él» (De los Nombres de Cristo, edic. cit., p. 168).
110 EUGENIO DE BUSTOS

aun añade, al final, que va a tratar en su obra de «aquellos solos que con-
vienen a Christo en quanto hombre, conforme a los ricos thesoros de bien que
encierra en sí su naturaleza humana, y conforme a las obras que en ella y por
ella Dios ha obrado y siempre obra en nosotros» 32 . Pensamos que, desde una
lectura completa de la Introducción, no puede mantenerse —como ha hecho
Alain Guy— que fray Luis se refiera a la generalidad de los nombres 33 ; en tér-
minos lingüísticos, no puede afirmarse más que atiende a una muy específica
clase: la de los nombres propios que responden a una motivación semántica; o
dicho de otro modo, a nombres que son símbolos 34.
Dentro de ese marco general —y por supuesto sin el rigor expositivo de
un tratado lingüístico— fray Luis hace una serie de observaciones que parecen
pertinentes para nuestro propósito en cuanto que en sus obras podemos docu-
mentar su trascendencia estilística. Desde este punto de vista parece conve-
niente destacar algunos aspectos concretos.
Nos referimos, en primer lugar, a la naturaleza teleológica de los
nombres, que tiene en el texto de la Introducción dos perspectivas distintas.
Por un lado, el de su oficio inmediato de carácter vicario: ...«su fin es hazer
que lo ausente que significa, en él nos sea presente, y cercano y junto lo que
nos es alexado»35; finalidad que determina unas específicas condiciones sobre
las que volveremos más adelante. Por otro, (formando parte de la armonía
universal, núcleo del pensamiento luisiano) este «admirable artificio» que es el
nombre hace posible la «perfectión de todas las cosas» 36, dándoles «a cada
una dellas, demás del ser real que tienen en sí, otro ser del todo semejante a es-
te mismo, pero más delicado que él y que nace en cierta manera del, con el
qual estuviessen y viviessen cada una dellas en los entendimientos de sus vezi-
nos, y cada una en todas, y todas en cada una. Y ordenó también que de los

32 De los Nombres, edic. cit., p. 170. Vid. también la nota ilustrativa de C. Cuevas sobre la
distinción entre Nombres de Cristo en cuanto Dios / en cuanto hombre y cómo se refleja en la ins-
trucción cristiana a partir del Concilio de Trento.
33 E incluso de los signos lingüísticos. Vid. C. Cuevas, De los Nombres^ pp. 90-99 y notas
196 y 197.
34 Tendríamos que adelantar que fray Luis centra su atención en el significado {nombre en el
alma) y no en el significante {nombre en la boca); «... Y cuando dezimos nombres, ordinariamen-
te entendemos estos postreros, aunque aquellos primeros son los nombres principalmente. Yassí
nosotros hablaremos de aquéllos teniendo los ojos en éstos» (Edic. cit. p. 158. El subrayado es
nuestro).
35 Ibid. p. 159.
36 «Porque se ha de entender que la perfectión de todas las cosas, y señaladamente de
aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas tenga en sí a
todas las otras, y en que, siendo una, sea todas quanto le fuese posible; porque en esto se avezina
a Dios, que en sí lo contiene todo», {ibid. p. 155).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 111

entendimientos, por semejante manera, saliesen con la palabra a las bocas. Y


dispuso que las que en su ser material piden cada una dellas su propio lugar,
en aquel espiritual ser, pudiesen estar muchos sin embarazarse en un mismo
lugar en compañía juntas, y aun, lo que es más maravilloso, una misma en un
mismo tiempo en muchos lugares» 37. Claro está que las dos perspectivas no
son independientes sino que la segunda da sentido a la primera; si las palabras
sustituyen a las cosas es para lograr la segunda de las finalidades expresivas:
«Y assí queda claro lo que al principio diximos, que el nombre es como ima-
gen de la cosa de quien se dize, o la misma cosa disfrazada en otra manera,
que sustituye por ello y se toma por ella para el fin y propósito de perfectión y
comunidad que diximos» 38.
En segundo lugar señalaremos que, como claramente se advierte en los
textos que acabamos de transcribir, nos encontramos ante una concepción ter-
naria de la estructura de los signos cuyos elementos constituyentes se corres-
ponden muy de cerca con los del llamado «triángulo fundamental» de Ogden
y Richards. En la terminología de fray Luis: nombre en la boca, nombre en el
entendimiento y lo nombrado o cosa que es sustituida por el nombre 39. No
parece necesario subrayar que tal consideración está dentro de la tradición fi-
losófica y gramatical en que fray Luis se fundamenta , y en forma particular
aparece en la para él muy entrañable filiación agustiniana. Ahora bien, las
perspectivas desde las que se contemplan esta estructura y la naturaleza y va-
lor de las relaciones que entre sus constituyentes se establecen son notable-
mente distintas. Como es bien sabido, la semántica moderna ha fijado su
atención, de modo primordial, en las relaciones entre significante y significa-
do y ha prescindido en general —cuando» no las arroja al limbo de lo «extra-
lingüístico»— de las relaciones entre significado y cosa. En el pensamiento de
fray Luis, en cambio, el significado constituye el núcleo o eje en torno al cual
se articula tanto la teoría de los nombres cuanto la mayor parte de las observa-
ciones o aclaraciones lingüísticas que surgen al hilo de su labor traductora co-
mo hemos señalado anteriormente. Y en ambos planos se concede una espe-
cial atención a las relaciones entre significados y cosas.
Los nombres aparecen en el texto luisiano como «imágenes de la verdad»
en las que el «ser de tomo y lomo y de cuerpo, y ser estable que assí permane-
ce» de las cosas «házense a la condición del [entendimiento] y son espirituales
y delicadas». Pero inmediatamente después se apunta la fundamental distin-

37 Ibid. p. 156.
3SIbid. p. 157.
39 En la pág. 165 se emplean los sintagmas nombre de boz y concepto de entendimiento para
los dos primeros términos.
112 EUGENIO DE BUSTOS

ción entre las dos clases de nombres en un pasaje, que por su intrés reproduci-
mos completo: «Y desto mismo se conoce también que ay dos maneras o dos
differencias de nombres: unos que están en el alma y otros que suenan en la
boca, los primeros son el ser que tienen las cosas en el entendimiento del que
las entiende, y los otros, el ser que tienen en la boca del que, como las entien-
de, las declara y saca a la luz con palabras. Entre las cuales ay esta conformi-
dad: que los unos y los otros son imágenes... Más ay también esta desconfor-
midad: que los unos son imagines por naturaleza y los otros por arte. Quiero
dezir, que la imagen y figura que está en el alma sustituye por aquellas cosas,
cuya figura es, por la semejanca natural que tiene con ellas; mas las palabras,
porque nosostros, que fabricamos las bozes, señalamos para cada cosa la su-
ya, por esso sustituyen por ellas. Y quando dezimos nombres, ordinariamente
entendemos estos postreros, aunque aquellos primeros son los nombres prin-
cipalmente. Y assí nosostros hablaremos de aquellos teniendo los ojos en es-
tos» 40. Queda claramente de manifiesto, pues, que las relaciones entre sign-
fiicado y cosa son de carácter necesario, de «semejanca natural», en tanto que
las de significante (en este caso «palabra») y cosa son de tipo convencional:
somos nosotros quienes «fabricamos las bozes» y, en definitiva, atribuimos
una palabra a cada cosa. Quedan en la penumbra, en cambio, las relaciones
entre significado y significante y no creemos posible afirmar más que parece
apuntarse una cierta dependencia del significante, entendido como declara-
ción del significado.
Ahora bien, estas imágenes por naturaleza que son los significados pose-
en otras características que convendría precisar siquiera brevemente. Al es-
tablecer la distinción entre nombre común y nombre propio, fray Luis formu-
la una contraposición entre ambos basada en dos rasgos. El primero de ellos
corresponde a la cultura gramatical de su tiempo: el de la pluralidad o singula-
ridad de sus referentes 41. El otro (que en cierto modo parece consecuencia in-
mediata del anterior) concierne a dos modos de relación entre signifiado y co-
sa. El significado del nombre común implica una operación intelectual en vir-
tud de la cual contiene «aquello en que muchas cosas, que por lo demás son
diferentes, convienen entre sí y se parecen»; en cambio el de los nombres pro-
pios no supone abstracción de las diferencias sino que, al referirse a una cosa
única es «propio retrato della, que no dize con otra» 42. Parece insinuarse aquí
una distinción clara en cuanto a la naturaleza y funciones semánticas de am-

40 Ibid. pp. 157-8.


41 Así, por ej. en Nebrija, Gramática castellana, lib. III, cap. II: «Proprio nombre es aquel
que conviene a uno solo... Común nombre es aquel que conviene a muchos particulares...» Edic.
González LLubera, p. 74.
42 De los Nombres, edic. cit. p. 158.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 113

bos tipos de nombres —que se especificará con más detenimiento en lo que a


los nombres propios se refiere —cifrada en la contraposición imagen / retra-
to. Aunque hemos de volver sobre ello, cabe anticipar que los nombres comu-
nes aparecen como signos convencionales y tienen como función esencial la
significación (esto es, se refieren de modo inmediato al significado y, sólo a
través de éste, a las cosas) en tanto que los nombres propios —al menos los
que «de intento se ponen»— son generalmente motivados y, en la medida en
que lo son, de alguna manera declaran parte de la esencia del ser al que se re-
fieren; esto es, tienen como función primordial la designación o definición.
Pero antes de proseguir el análisis de los nombres propios, debemos pre-
guntarnos si los nombres comunes, de acuerdo con la tradición filosófica des-
de la que fray Luis reflexiona (aun cuando con desviaciones que no hemos de
apuntar ahora) tienen un significado que sea reducible a puro y simple concep-
to (vox significat mediante conceptibus) o si al utilizar preferentemente la pa-
labra imagen 43 puede decirnos algo más. Aunque la respuesta no es sencilla (y
en cualquier caso debe quedar explícitamente formulada sólo como hipótesis)
creemos legitimo aducir a este respecto algunas observaciones de distinta
índole, pensando —con fray Luis— que «la palabra que se forma en la boca,
es imagen de lo que el ánimo esconde».
Aludiremos en primer lugar, por su carácter de marco general, al peculiar
enfoque global de la Teología —y aun de la teoría del conocimiento— que
subyace a la obra toda de fray Luis, y de un modo particular a De los
Nombres de Cristo. En efecto, «todo nuestro conocimiento, assi commo
comienca de los sentidos, assi no conosce bien lo espiritual si no es por
semejanca de lo sensible que conosce primero» ^ y, por ello mismo, toda la
construcción de De los Nombres se orienta a dar corporeidad, entrañable pal-
pitación vital, a una teología no ya meramente especulativa —es decir, enten-
dida como sistema de racionalizaciones dialécticas— sino renovada en la Sala-
manca renacentista por el magisterio de Melchor Cano 45 y centrada radical y
esencialmente en el conocimiento de la Escritura. Más allá de la polémica
entre «lógicos» y «gramáticos», para nuestro genial agustino la Escolástica,
como la Filología y aun todas las demás ciencias que su tiempo histórico le
ofrece no son sino métodos de acceso a un más exacto, profundo y vital cono-
cimiento de esa Sagrada Escritura que es la Teología misma 46. En definitiva,

43 Solamente hemos documentado en una ocasión «concepto de entendimiento».


44 Vid. C. Cuevas, De los Nombres, pp. 78 y 55.
45 Vid. por ej,, Curtius, E.R. Literatura europea y Edad Media latina. México, Fondo de
Cultura Económica. 1955, II, pp. 767-6.
46 Cf. Saturnino Alvarez Turienzo: Fray Luis de León. Valor de actualidad de su estilo inte-
lectual y humano. Salamanca. Universidad Pontificia. 1973. 71 p. Vid. El texto de la dedicatoria:
114 EUGENIO DE BUSTOS

toda la plasticidad estilística de De los Nombres de Cristo (en la que habría


que incluir desde la sustitución en la forma silogística por la del diálogo rena-
centista, hasta el uso del exemplum, el «símil» o la metáfora) intenta propor-
cionar al lector ese conocimiento primero de lo sensible que fundamente un
mejor conocimiento de lo espiritual. Teología poética que utiliza la eficacia
del arte no ya, o no solamente, como recurso para lograr una amplia
difusión47, sino como procedimiento eficaz para lograr dos objetivos nada
desdeñables: por un lado, la armonía o fidelidad con la Escritura misma, que
es palabra poética con la que Dios ha hablado al hombre; por otro, método
que permite profundizar y actualizar —en cuanto recreación lingüística— el
contenido mismo de esa Revelación para el hombre de su tiempo. El empleo
del castellano en De los Nombres de Cristo, obra teológica, adquiere así su
sentido último pues no se trata de obviar el hecho de la prohibición de las tra-
ducciones de la Biblia a la lengua vulgar 48 sino de devolver al texto sagrado
toda la eficacia comunicativa, y por ello mismo salvadora, que en su lengua
originaria tenía. Parece no demasiado injustificable pensar que si fray Luis se
conformara con la reducción de los significados a puros conceptos, habría en-
contrado en la teología escolástica el sistema expresivo suficiente —y aún
unívocamente definido merced a una terminología cerrada— a sus propósitos.

«Pero en muchos es esto tan al revés, que no sólo no saben aquestas letras, pero desprecian o, a lo
menos, muestran preciarse poco y no juzgar bien de los que las saben. Y con un pequeño gusto de
ciertas questiones contentos e hinchados, tienen título de maestros theólogos y no tienen la
theología; de la qual como se entiende, el principio son las questiones de la Escuela, y el creci-
miento la doctrina que escriven los sanctos y el colmo y perfectión y lo más alto de ellas las letras
sagradas, a cuyo entendimiento todo lo de antes, como a fin necessario, se ordena» (Edic. C.
Cuevas, pp. 142-3). Más radical será el padre Sigüenza quien, fundándose en S. Jerónimo, afir-
ma: «... verdadera Teología la Escritura Santa, a cuyo conocimiento se enderezan todas las reglas
de la Teología metódica o escolástica... No admite corrupción ni vejez; que la que padece estas
mudanzas no es Teología, sino fantasías o sueños de opinantes metafísicos, que brotan de inge-
nios ociosos o lujuriantes» (Apud. Alvarez Turienzo. op. cit., p. 39. El subrayado es nuestro).
47 Existe una cierta contradicción entre las dedicatorias de los libros I y III a este propósito.
En el libro I vemos que «a mi juyzio todos los buenos ingenios en quien puso Dios partes y facul-
tad para semejante negocio tienen obligación de occuparse en él, componiendo en nuestra lengua,
para el uso común de todos, algunas cosas que, o como nascidas de las sagradas letras, o como
allegadas y conformes a ellas, suplan por ellas, quanto es posible, en el común menester de los
hombres...» (Edic. cit. p. 144). En el libro III, respondiendo —o previniendo— a cierto tipo de
críticas, escribe: «Y si dizen que no es estilo para los humildes y simples, entiendan que, assí como
los simples tienen su gusto, assí los sabios y los graves y los naturalmente compuestos no se appli-
can bien a lo que se escrive mal y sin orden, y confiessen que devemos tener cuenta con ellos, y se-
ñaladamente en las escripturas que son para ellos solos, como aquesta lo es» (Id. p. 499. Los
subrayados son nuestros).
48 Es evidente que los potenciales lectores a que se dirige conocen más que suficientemente el
latín de la Vulgata.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 115

Que no era así, lo testimonia la obra toda y la medida de su insatisfacción ante


tal sistema nos la dan todas las dificultades, polémicas, acusaciones y denun-
cias que su biografía nos presenta y alcanza plena dimensión si recordamos
que De los Nombres se gesta, e inicia su redación, en las cárceles inquisito-
riales de Valladolid.
En segundo lugar mencionaremos algunas observaciones de carácter
estrictamente lingüístico que pueden servirnos de indicios de lo que bullía en la
mente de fray Luis al hablar del nombre en el alma. Recordaremos, ante todo,
las frecuentes referencias que tanto en el Cantar de los Cantares, como en el
Job (e incluso en De los Nombres) hace el maestro agustino a lafuerca del sig-
nificado de algunos términos como algo que se pierde —o puede perderse— al
trasladar los vocablos de una lengua a otra. De un modo general podría enten-
derse que esta fuerca está en relación inmediata con la función esencial de los
nombres: sería tanto mayor cuanto más inmediata y exactamente nos hicieran
presentes en la conciencia las cosas a que se refieren. En buena medida, los
nombres propios que Dios emplea —directa o indirectamente— en la Escritu-
ra son el dechado de esa perfección lingüística, que consiste en la conformidad
de palabra y ser 49 y aun cabría añadir que fray Luis se inserta claramente en la
corriente de quienes consideraban al hebreo como modelo general de tal con-
formidad. A este tipo de «fuerza» corresponden sin duda los nombres de Cris-
to luisianos y ello es lo que individualiza, desde una perspectiva lingüística, su
posición dentro de la tradición cristiana de los nomina Dei50. En armonía con
ello, como quiera que la poesía «no es sino una comunicación del aliento ce-
lestial y divino», resulta que la palabra poética estará ordenada al logro de
una perfección semejante 51. De este modo la teología poética de que hemos
hablado en el párrafo precedente tiene como contrapartida la poesía teológica
a que alude Curtius.

49 Vid. como ej. de ello la construcción del valor expresivo de la palabra Monte. (De los
Nombres, edic. cit., pp. 246-7).
50 Como ya señaló María R. Lida en su reseña al libro de Curtius (Romance Philology, V,
1951-2, p. 114) nada más lejos del gusto medieval por el valor puramente ornamental de la
etimología que la riqueza y madurez del pensamiento luisiano al analizar el origen y valor de los
nombres que Cristo recibe, proféticamente, en el Antiguo Testamento.
51 «La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres pa-
ra, con el movimiento y spíritu della, levantarlos al cielo de donde ella procede; porque poesía no
es sino una comunicación del aliento celestial y divino; y assí, en los prophetas quasi todos, assí
los que fueron movidos verdaderamente por Dios como los que, incitados por otras causas
sobrehumanas, hablaron, el mismo Spíritu que los despertava y levantava a ver lo que otros
hombres no vían, les ordenava y componía y como metrificava en la boca las palabras con núme-
ro y consonancia devida, para que hablassen por más subida manera que las otras gentes habla-
van, y para que el estilo del dezirse asemejasse al sentir, y las palabras y las cosas fuessen confor-
mes» (De los Nombres, edic. cit., pp. 253-4. El subrayado es nuestro).
116 EUGENIO DE BUSTOS

Es preciso, sin embargo, matizar inmediatamente esta afirmación general


para no caer en un reduccionismo inexacto pues esta «fuerza» —que frecuen-
temente aparece unida al concepto de «propiedad»— no surge siempre, ni ne-
cesariamente, de la estricta conformidad entre palabra y cosa, lo que aleja a
fray Luis de un platonismo lingüístico cerrado. En numerosas ocasiones pro-
viene de la situación de la palabra dentro del sistema —cercana pues al con-
cepto saussiriano de «valor» —como hemos apuntado más arriba al hablar de
metzitz', no faltan ocasiones en que se relaciona con la riqueza de connota-
ciones evocadoras 52, de la propia riqueza polisémica susceptible de provocar
varias lecturas aceptables e incluso de las reacciones emotivas que el vocablo
suscita53; en otras depende de la presencia de rasgos semánticos de carácter in-
tensificador afectivo 54; en ciertas circunstancias surge de un matiz irónico
provocado por el contexto 55 y, en fin, son numerosos los casos en que su par-
ticular minero es el uso de figuras retóricas como la comparación, la metáfora
o la antonomasia, por citar sólo algunos ejemplos56. En el extremo contrario;
esto es, cuando la fuerza significativa es prácticamente nula, nos encontramos
con algunas partículas como el artículo 57 y, lo que resulta más llamativo, con
la interjección, «Boz tosca, y como si dixésemos, sin rostro y sin facciones ni
miembros» 58.
El estudio de los nombres propios nos presenta dos planos de análisis cla-
ramente distintos. El primero concierne a la naturaleza semántica de los mis-

52 Vid. por ej., Cordero: «Cordero dize mansedumbre, y esto se nos viene a los ojos luego
que oymos cordero». (De los Nombres, edic. cit., p. 565) ...«inocencia y pureza»... {id. p. 571)
...«cordero de sacrificio»... (id. p. 585).
53 Vid. por ej.: «No es posible que hable el enfermo de la salud y que no haga significación
de lo mucho que le duele verse sin ella» (De los Nombres, edic. cit., p. 644).
54 Vid. por ej., «Donde dice mi viña, en el hebreo tiene doblada fuerza, porque dicen mia,
remia, dando a entender cuan propia suya es y cuánto cuidado debe tener de ella; como si dijera,
la mi querida viña o la viña de mi alma...» (Cantar de los Cantares, I, 5; Edic. BAC, p. 42).
55 Vid. Cantar de los Cantares, V, 16, a propósito del hebreo bachur en «Erguidos como
cedros». A propósito de Eclesiastés, XI, 9 señala la intencionalidad irónica del uso de bachur.
«... siendo su intento del Espíritu Santo reprender, mofando el desacuerdo de los mancebos y
amenazarlos con la pena, no los llama mancebos por el nombre propio de su edad, sino llamándo-
los erguidillos, usó de nombre que declara su natural brío de los tales y su altivez y lozanía...».
(Edic. BAC, pp. 120-21).
56 «Porque siempre que el nombre común se da a uno por su nombre propio y natural, se ha
de entender que aquel a quien se da tiene en sí toda la fuerza del nombre; como si llamássemos a
uno por su nombre Virtud, no queremos dezir que tiene virtud como quiera, sino que se resume en
él la virtud». (De los Nombres, edic. cit., p. 644).
57 «... y el officio del artículo es reduzira a ser lo común, y como demostrar y señalar lo con-
fuso, y ser guía del nombre, y darle su qualidad y su linage, y levantarle de quilates y añadirle ex-
cellencia...» (De los Nombres, edic, cit., pp. 616-7).
58 Ibid., p. 624.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 117

mos y a ello hemos aludido anteriormente al contraponerlos a los nombres co-


munes. Tenemos que referirnos ahora de modo particular a los nombres que
Cristo recibe en la Escritura, considerados como medios de acceso al conoci-
miento de las perfecciones divinas: «Las quales perfectiones todas, o gran par-
te dellas, se entenderán si entendiéremos la fuerca y la significación de los
nombres que el Spiritu Sancto le da en la Divina Escriptura; porque son estos
nombres como unas cifras breves en que Dios, maravillosamente, encerró to-
do lo que acerca desto el humano entendimiento puede entender y le conviene
que entienda» 59 . Ahora bien, desde esta perspectiva, es preciso anotar de mo-
do inmediato la existencia de una no pequeña dificultad que Juliano se apresu-
ra a plantear: la inefabilidad misma de Dios 60. La respuesta de Marcelo arran-
ca de una distinción entre nombre propio y nombre igual o cabal; el primero
declara sólo alguna propiedad de la cosa a la que se refiere en tanto que el se-
gundo abraza a la totalidad del ser 61. Sobre tal distinción, fray Luis culmina
De los Nombres afirmando que sólo hay dos nombres propios iguales o caba-
les de Cristo, «uno según la naturaleza divina en que nasce del Padre eterna-
mente, que solemos en nuestra lengua llamar Verbo o Palabra (en hebreo Da-
bar) y otro según la humana naturaleza que es Jesús», en tanto que los demás
estudiados hasta entonces son «nombres comunes» que se aplican metafórica-
mente, y en función de ello, propios —en el sentido de apropiados— de Cris-
to 62. Podrá afirmarse, pues, que este nombre Jesús incluye dentro de su signi-

59 Ibid.,p. 147.
60 «... si el nombre es imagen que sustituye por cuyo es, ¿qué nombre de boz, o qué concepto
de entendimiento puede llegar a ser imagen de Dios? Y si no puede llegar, ¿en qué manera dire-
mos que es su nombre proprio?» Ibid., p. 165.
61 «... quando dezimos que Dios tiene nombres proprios o que aqueste es nombre proprio de
Dios, no queremos dezir que es cabal nombre, o nombre que abraca y que nos declara todo
aquello que ay en él. Porque uno es el ser proprio y otro el ser igual o cabal. Para que sea proprio
basta que declare, de las cosas que son proprias a aquella de quien se dize, alguna dellas, mas si no
las declara todas entera y cabalmente no será igual. Y assí a Dios, si nosotros le ponemos nombre,
nunca le pondremos un nombre entero y que le iguale, como tampoco le podemos entender como
quien él es entera y perfectamente, porque lo que dice la boca es señal de lo que se entiende en el
alma. Y assí, no es possible que llegue la palabra adonde el entendimiento no llega». (Ibid. 168-9).
62 «El nombre de Jesús, Sabino, es el proprio nombre de Christo, porque los demás que se
han dicho hasta ahora, y otros muchos que se pueden dezir, son nombres comunes suyos, que se
dizen del por alguna semejanca que tiene con otras cosas de las quales también se dizen los mis-
mos nombres, los quales y los proprios diffieren, lo uno, en que los proprios, como la palabra lo
dize, son particulares de uno y los comunes competen a muchos; y lo otro, que los proprios, si es-
tán puestos con arte y con saber, hazen significación de todo lo que ay en su dueño, y son como
imagen suya, como al principio diximos, mas los comunes dizen algo de lo que ay, pero no todo.
Assí que, pues Jesús es nombre proprio de Christo, y nombre que se le puso Dios por la boca del
ángel, por la misma razón no es como los demás nombres, que le significan por partes, sino como
ninguno de los demás, que dize todo lo del y que es como una figura suya que nos pone en los ojos
su naturaleza y sus obras, que es todo lo que ay y se puede considerar en las cosas» (Ibid. p. 615).
118 EUGENIO DE BUSTOS

ficación a todos los demás, que vendrían a ser como semas o elementos consti-
tuyentes de su significado 63. Junto a ello, debe advertirse que la serie de estos
semas, o nombres comunes apropiados a Cristo, es de hecho ilimitada (fray
Luis seleciona los que considera «mas sustanciales») por lo que nos encontra-
mos ante una nueva manifestación de conformidad o armonía: la infinitud
misma de Dios se corresponde con la inmunerabilidad de los nombres que re-
cibe en las Escrituras 64.
El segundo de los planos atañe a la específica clase de relaciones que se es-
tablecen entre los elementos constituyentes del nombre propio en cuanto sig-
no. Cuando han sido creados intencionalmente, «mucho conviene que en el
sonido, en la figura, o verdaderamente en la origen y significación de aquello
de donde nasce, se avezine y asemeje a cuyo es, quanto es possible avezinarse a
una cosa de tomo y ser el sonido de una palabra» 65. Dicho en términos
lingüísticos actuales, fray Luis parece postular la conveniencia —subrayemos,
conveniencia, no necesidad, aunque la razón y naturaleza de ellos lo pida— de
que tales nombres propios sean signos motivados gráfica, fónica y semántica-
mente, sobre todo en este último aspecto 66.
La motivación semántica, tal como la explica fray Luis en esta introduc-
ción, es realmente morfosemántica; esto es, relativa a la creación nominal de
compuestos y derivados: «quando el nombre que se pone a alguna cosa se de-
duze y deriva de alguna otra palabra y nombre, aquello de donde se deduze ha
de tener significación de alguna cosa que se avezine a algo de aquello que es

63 «... todos los demás officios de Christo, y los nombres que por ellos tiene, son como par-
tes que se ordenan a esta salud, y el nombre de Jesús es el todo, según que todo lo que significan
los otros nombres, o es parte de esta salud que es Christo y que Christo haze en nosotros, o se or-
dena a ella, o se sigue della por razón necessaria...». «De arte que, diziendo que se llama Christo
Jesús, dezimos que es Esposo y Rey, y Príncipe de Paz y Braco, y Monte y Padre, y Camino y
Pimpollo, y es llamarle, como también la Escripíura le llama, Pastor y Oveja, Hostia y Sacerdote,
León y Cordero, Vid, Puerta, Médico, Luz, Verdad y Sol de Iusticia, y otros nombres assí».
{Ibid., pp. 626 y 627 respectivamente).
64 «... la causa porque a Christo nuestro señor se le dan muchos nombres, conviene a saber:
su mucha grandeza y los thesoros de sus perfectiones riquíssimas, y juntamente la muchedumbre
de sus officios y de los demás bienes que nascen del y se derraman sobre nosotros, los quales, assí
como no pueden ser abracados con una vista del alma, assí mucho menos pueden ser nombrados
con una palabra sola... Y assí vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escriptura divina
da a Christo...» {Ibid,, p. 169). C. Cuevas anota justamente: «La idea de que a Dios, como suma
de todas las perfecciones, convienen infinitos nombres, procede del Pseudo Areopagita». (nota
82).
65 Ibid., p. 159.
66 Nótese la presencia de adverbios intensificadores en dos parejas de esta misma pág.: « Ver-
daderamente en la origen y significación...; ...y señaladamente en la origen de su derivación y sig-
nificación».
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 119

propio al nombrado, para que el nombre, saliendo de allí, luego que sonare
ponga en el sentido del que lo oyere la imagen de aquella particular propiedad,
esto es, para que el nombre contenga en su significación algo de lo mismo que
la cosa nombrada contiene en su essencia» 67. Pero algunos de los ejemplos de
la Escritura que menciona inmediatamente 68 y el argumento esencial de toda
obra —el origen y valor significativo de los nomina Christi— responde a una
estricta motivación semántica de carácter metafórico. Nótese, con todo, que
fray Luis no habla, ni alude tan siquiera, a la motivación o convencionalidad
del vocablo originario del que se deduce o deriva el propio; esto es, pimpollo,
camino, pastor, monte, cordero, etc. sólo son motivados en cuanto nombres
propios aplicados a Cristo en la Escritura, no en cuanto nombres comunes 69.
La motivación se funda en que el significado del nombre común tiene al me-
nos un rasgo semántico en que se asemeja a lo que Cristo significa: «todos los
nombres que se ponen por orden de Dios traen consigo significación de algún
particular secreto que la cosa nombrada en sí tiene, y que en esta significación
se asemeja a ella» 70. Desde esta perspectiva es perfectamente posible
comprender —y aun compartir si se tiene fe— el artificio teológico fundamen-
tal de De los Nombres', esto es, el desciframiento de las razones de semejanza
que subyacen a los Nombres que «convienen a Christo en quanto hombre,
conforme a los ricos thesoros de bien que encierra en sí, su naturaleza huma-
na, y conforme a las obras que en ella y por ella Dios ha obrado y siempre
obra en nosotros» 71. Dicho de otro modo: la motivación semántica (relación
de semejanza o analogía) permite al creyente ir desde el nombre bíblico al co-
nocimiento de Dios.
Menor importancia tiene, sin duda, la motivación fónica ya que aparece
restringida en principio a las palabras que «significan alguna cosa que, o se
haga con boz, o que embie son alguno de sí». En tales casos, la semejanza o
conformidad pide «que sea el nombre que se pone de tal qualidad, que cuando
se pronunciare suene como suele sonar aquello que significa, o quando habla,
si es cosa que habla, o en algún otro accidente que le acontezca»72. Parece cla-

67 Ibid., p. 160. Los vocablos españoles que, «por razón de exemplo» aduce fray Luis son
corregidores ( •=; corregir) y casamenteros, compuesto según él de casar y mentar. Aunque pa-
rezca minucia, señalaré que estos ejemplos no aparecen en la primera edición, la de 1583, por
Juan Fernández en Salamanca. Parecen, pues, añadidos para la de 1585, fecha del prólogo-
dedicatoria del libro III.
68 Por ej., Jacob 'suplantador' —*~ Israel'Dios lucha'. En otros casos podría pensarse en
derivados por incremento: Abram 'padre excelso' —*- Abraham 'padre de multitudes'; o dis-
minución: Sarai 'señora mia' —*- Sara 'señora'. Vid. las notas de C. Cuevas, pp. 160 y 161.
69 En los ejs. españoles, casamentero es motivado, no así casar y mentar; corregidor sí, pero
no corregir.
70 De los Nombres, edit. cit., p. 162.
71 Ibid. p. 170.
72 Ibid. p. 163.
120 EUGENIO DE BUSTOS

ro, pues, que nuestro autor se refiere casi exclusivamente al tipo de motiva-
ción fónica de la onomatopeya y, aunque parece dejar abierta una posibilidad
más, cuando asegura, a continuación el cumplimiento general de esta regla en
el hebreo, se ciñe estrictamente a ella.
Precisamente esa puerta entreabierta («algún otro accidente que le acon-
tezca») se abre de par en par, en la cima misma de la obra, al analizar el
nombre Jesús. Fray Luis ya había aludido a los valores simbólicos de la grafía
caldea de tres letras iguales y al simbolismo fónico de las cuatro hebreas (YH-
VH: yod, he, wau, he) en la introducción general del Libro 1. 73 ; al acercarse al
final de la obra señala que la palabra original Iehosuah —cuyo «traslado» cas-
tellano es Jesús— «tiene todas las letras de que se compone el nombre de Dios,
que llaman de quatro letras [Yahweh], y demás dellas tiene otras dos. Pues,
como sabéys, el nombre de Dios de quatro letras, que se encierra en este
nombre, es nombre que no se pronuncia, o porque son vocales todas, o por-
que no se sabe la manera de su sonido, o por la religión y respeto que devemos
a Dios, o porque, como yo algunas vezes sospecho, aquel nombre y aquellas
letras hazen la señal con que el mudo que hablar no puede, o cualquiera que
no osa hablar, significa su affecto y mudez con un sonido rudo y desatado y
que no haze figura... assí que es nombre ineffable y que no se pronuncia este
nombre» 74 . Nos encontramos, pues, ante una motivación fónica de índole to-
talmente distinta a la de la onomatopeya que, inevitablemente, nos trae a la
memoria el balbuceo místico de san Juan de la Cruz: la inefabilidad es mani-
festada por el sonido inarticulado, interjectivo, del nombre porque, como
decía David, «el embaraco de nuestra lengua y el silencio quando nos levanta-
mos a El es su nombre y loor». La añadidura de dos letras a las cuatro origina-
rias, hacen que este sonido inarticulado se transforme en «pronunciación cla-
ra y sonido formado y significación entendida» para simbolizar
—motivadamente también— la Encarnación de Dios en Jesús de forma tal
que «acontezca en el nombre lo mismo que pasó en Cristo y para que sea, co-
mo dicho tengo, retrato el nombre del ser». No cabe encontrar una más per-
fecta armonía —en escritor tan querencioso siempre de ella— que el proceso
de nominación de este Dios, pura, absoluta e infinita armonía El mismo. Su
nombre no aparece en el Génesis sino después de creado el hombre y ante peti-
ción de Moisés en el Horeb 75 y no se transforma en sonido articulado sino con

73 Ibid. pp. 164-5.


74 Ibid. pp. 623-4.
75 Vid. Génesis, 3, 13-15. Vid. También Xavier León-Dufour y otros: Vocabulario de
Teología Bíblica, Herder, Barcelona 1973 y O. de la Brosse, A.M. Henry y Ph. Rouillard: Dic-
cionario del Cristianismo, Herder H., Barcelona 1974, s.v.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 121

la salvación del hombre 76. En síntesis, el nombre cabal, «retrato entero» de


Cristo ofrece el siguiente esquema.

Dios creador • > Dios de Israel > Dios cristiano

* \ \
silencio > sonido inarticulado :=> sonido articulado: 7
\ t t
0 > Yahweh > Iehosuah =$> Jesús

De la tercera de las motivaciones —la gráfica— solo señalaremos que la


conformidad en la figura se manifiesta solo en las letras hebreas —o en el sig-
no de las tres letras iguales caldeas— pero no se alude a ninguna otra. Según el
propio fray Luis, son «cosas menudas» y bien conocidas de los hebraístas y no
les dedica mayor atención, recurriendo al artificio literario del diálogo, «seña-
ladamente porque pertenecen propiamente a los ojos y assí, para dichas y oy-
das, son cosas escuras». De hecho, en De los Nombres sólo se hace análisis de
la motivación gráfica —no siempre claramente diferenciada de la fónica por la
ambivalencia de letra —sino en los casos de Iehosuah y Dabar, nombres
hebreos cuyos «traslados» españoles son Jesús y Palabra respectivamente; pe-
ro fray Luis «porque sea más cierta la doctrina» se refiere sólo a los originales
hebreos 78.

76 «En lo qual es cosa digna de considerar el amaestramiento secreto del Spíritu Sancto que
siguió el sancto Moysés, acerca desto, en el libro de la creación de las cosas. Porque tratando allí
la historia de la creación, y aviendo escripto todas las obras della, y aviendo nombrado en ellas a
Dios muchas vezes, hasta que uvo criado al hombre y Moysés lo escrivió, nunca lo nombró en este
su nombre, como dando a entender que, antes de aquel punto no avía necessidad de que Dios tu-
viesse nombre, y que, nascido el hombre que le podía entender y no le podría ver en esta vida, era
necesario que se nombrasse. Y como Dios tenía ordenado de hazerse hombre después, luego que
salió a luz el hombre, quiso humanarse nombrándose». {De los Nombres edic. cit., pp. 167-8).
77 Curiosamente, en las Anotaciones de F. de Herrera a Garcilaso, el poeta sevillano recoge
una distinción de S, Juan Crisóstomo (que no parece impertinente) entre voz y palabra: «dice [S.
Juan C ] que la voz es un sonido confuso, que no señala algún secreto del corazón, mas que sólo
significa que quiere decir algo el que da voces; pero que la palabra es sermón razonable, que des-
cubre el misterio del corazón». Vid. A. Gallego Morell: Garcilaso de la Vega y sus comentaristas,
Granada, Universidad, 1966, p. 361.
78 De los Nombres, edic. cit., p. 616.
122 EUGENIO DE BUSTOS

Siguiendo el consejo del gran maestro de la Estilística española79, nos he-


mos demorado un tanto en torno a las ideas que sobre el nombre desarrolla
fray Luis en su obra máxima. Algunas de las ideas que Dámaso Alonso avan-
zaba entonces necesitaban matización o revisión pormenorizada aun cuando
lo esencial de ellas —su valor introductorio al arte de fray Luis— tiene
completa vigencia. Las tales ideas luisianas sólo pueden alcanzar pleno senti-
do estilístico —esto es, pertinencia en el análisis crítico— si se articulan, con la
coherencia que fuere posible, al servicio de un canon o norma de perfección
expresiva, esto es en una poética aun cuando sea —juguemos con la motiva-
ción gráfica, si me lo permiten— con minúscula.

El bien hablar.
Es bien conocido que en la segunda edición de De los Nombres de Cristo
se añade un libro III en cuya dedicatoria se encuentra el pasaje que se ha repe-
tido uno y otra vez en los estudios dedicados a fray Luis. Dentro de su defensa
del castellano como lengua teológica, nuestro autor contempla su propia obra
y, no sin justificada satisfacción, se ufana de haber puesto orden, concierto y
número en el romance. En ese contexto afirma: «el bien hablar no es común,
sino negocio de particular juyzio, ansi en lo que se dize como en la manera co-
mo se dize, y negocio que, de las palabras que todos hablan, elige las que con-
vienen, y mira el sonido dellas, y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa y las
mide y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pre-
tende dezir, sino también con armonía y dulcura» 80 . El texto —y lamento re-
petir cosas muy sabidas, pero es inevitable hacerlo ahora— es una personal
formulación del tópico renacentista sobre el canon de lengua, que se inicia con
el mismo Garcilaso, como veremos, y se convertirá en piedra de toque de la
guerra literaria de la época barroca llenando todo nuestro Siglo de Oro. Pero,
con todo, no me parece ocioso que analicemos —por brevemente que sea—
los elementos que integran el modelo luisiano.

El primer aspecto de este no común negocio afecta al contenido del


hablar mismo («lo que se dize»); esto es, de la obra literaria. No vamos a dete-
nernos especialmente en este punto, pero si hemos de hacer dos observaciones
elementales para no perder la perspectiva histórica de las palabras de nuestro
agustino. Por un lado, de forma global, tendremos que aludir a la relatividad
del concepto de originalidad —temática y aun de procedimientos formales—
propio del Renacimiento. La antigüedad clásica y la poesía, italiana renacen-

79 Dámaso Alonso: Poesía española, Madrid, Gredbs, I a ed.s 1950, pp. 117-120,
80 De los Nombres edic. cit., p. 497.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 123

tista funcionan en este sentido como cánones de la dignidad o valor de los con-
tenidos literarios. Ello explica la constante repetición de temas —que acaban
desembocando en tópicos más o menos trivializados —sin que ello suponga
ningún desdoro para los escritores 81. Si se consideran de cerca los comenta-
rios del Brócense a las obras de Garcilaso en su edición de 1574, e incluso las
más criticas de Fernando de Herrera en 1580 82, observaremos (no sin cierto
punto de inicial sorpresa para nuestros actuales hábitos culturales) que no
aparece la menor referencia negativa al hecho de que el poeta toledano imite o
traslade a poetas latinos o italianos; antes al contrario, deben entenderse co-
mo implícitos elogios que, en algún caso, son tan explícitos como las palabras
con que el Brócense sale al paso de torcidas interpretaciones de su comento:
«Pero una de las [opiniones contrarias] que más cuenta se haze es dezir, que
con estas anotaciones más afrenta se haze al poeta, que honra, pues por ellas
se descubren, y manifiestan los hurtos, que antes estavan encubiertos. Opi-
nión por cierto indigna de respuesta, si hablassemos con los muy doctos. Mas
por satisfacer a los que tanto no lo son, digo, y afirmo, que no tengo por buen
poeta al que no imita los excelentes antiguos» 83. En consonancia con este
principio, no deja de ser curioso y aun ejemplar, que en sus anotaciones a
Garcilaso, el Brócense incluya hasta cuatro traducciones de odas horacianas
hechas por fray Luis (aunque no menciona su nombre) con esta advertencia
primera: «Y porque un docto de estos tiempos la tradujo bien, y hay pocas co-
sas de éstas en nuestra lengua, la pondré aquí toda», que se completa en el ca-
so de la traslación del Beatus Ule con una alusión a los procedimientos forma-
les: «por estar bien trasladada del autor de las passadas, y por ser nueva mane-

81 Tal sentido tiene un aspecto del elogio que Garcilaso hace de la traducción de El Corte-
giano realizada por Boscán: «Y también tengo por muy principal el beneficio que se haze a la len-
gua castellana en poner en ella cosas que merezcan ser leídas, porque no sé qué desventura ha sido
siempre la nuestra, que apenas nadie ha escripto en nuestra lengua, sino lo que se pudiera muy
bien escusar, aunque esto sería malo de provar con los que traen entre las manos estos libros que
matan hombres». (A. Gallego Morell, op. cit., p. 232).
82 Elijo a estos dos por razones obvias de valor ejemplar y de proximidad cronológica a la re-
dacción de este libro III de De los Nombres.
83 Y aun añade: «Y si me preguntan, por qué entre tantos millares de poetas, como nuestra
España tiene, tan pocos se pueden contar dignos de este nombre, digo, que no ay otra razón, sino
porque les faltan las ciencias, lenguas y doctrinas para saber imitar» y, después de aducir
ejemplos clásicos, concluye: «lo mismo se puede dezir de nuestro Poeta, que aplica y traslada los
versos y sentencias de otros Poetas, tan a su propósito, y con tanta destreza, que ya no se llaman
ágenos, sino suyos; y más gloria merece por esto, que no si de su cabeza lo compusiera, como lo
afirma Horacio en su Arte Poética» (A. Gallego Morell, op. cit., pp. 25-26).
124 EUGENIO DE BUSTOS

ra de verso, y muy conforme al latino, no pude dejar de ponerla aquí» 84. Y


también Herrera, aun señalando que nadie debe limitarse a una simple imita-
ción, propone enriquecer la lengua literaria con los «admirables despojos» de
los «mejores antiguos» y de los italianos 85. Efectivamente, el utilizar fuentes
clásicas o italianas era una garantia de calidad en el mirar bien lo que se dize
de nuestros escritores áureos; un criterio selectivo a cuya luz tendrán sentido
pleno los estudios de fuentes 86.
De un modo análogo y muy próximo, y refiriéndome en concreto a fray
Luis, quisiera llamar la atención de todos —no se ha aludido a ello en las co-
municaciones que hemos oido hasta ahora— sobre la importancia que, en mi
opinión tienen las «imitaciones» de autores clásicos o italianos en la elabora-
ción de su propia lengua poética. Creo que todos convendremos en la impor-
tancia que tuvo la imitatio como disciplina en la que se va forjando el dominio
de la lengua literaria, y la consiguiente adquisición de recursos estilísticos,
sobre los cuales —aunque claro está que no de modo exclusivo— se descubre
el propio estilo. Pero no he de insistir en ello.
Por otra parte, en torno a este mismo problema de la originalidad
quisiera referime a un tema muy concreto al que apenas he aludido más arri-
ba, al hablar de la motivación del lenguaje. Se trata, sencillamente, del tema
del lenguaje primero o, más exactamente, de los nombres originarios, los que
Adán impuso a las criaturas según el relato del Génesis (II, 19) 81, tema que
constituye también un tópico del Siglo de Oro, ligado al del carácter primige-
nio del hebreo. Ya Cristóbal Cuevas anotó el paralelismo entre el texto
luisiano con otro de Huarte de San Juan en su Examen de ingenios para las

84 Las odas traducidas que incluye el Brócense son: la X del lib. II: «Si en alto mar Licyno»;
la XIII del lib, IV: «Cumplióse mi deseo», que aparece traída un tanto forzadamente como
contraejemplo del soneto del carpe diem; la XXII del lib. I: «El hombre justo y bueno» y la II de
los Epodos: «Dichoso el que de pleitos alejados». Vid. Gallego-Morell, op. cit,, pp. 240-1, 244-5,
246-7 y 260-1 respectivamente.
85 V. Gallego Morell, op. cit., p. 286. Contraprueba segura de esta positiva valoración de
imitaciones y traducciones es la frecuencia con que el mismo Herrera introduce obras suyas
—traducciones e imitaciones— en sus anotaciones a los textos garcilasianos,
86 Lo que explicaría, además, la ausencia de referencias a poetas contemporáneos como
Ausías March, o a la poesía de cancioneros, en estas Anotaciones del Brócense y de F. de Herrera;
ausencia ya subrayada por R, Lapesa en su inestimable estudio La trayectoria poética de Garcila-
so.
87 «Porque si no es esto, ¿qué es lo que se dize en el Génesi, que Adam, inspirado por Dios,
puso a cada cosa su nombre, y que lo que él las nombro, ésse es el nombre de cada una? Esto es
dezir que a cada una les venía como nascido aquel nombre, y que era assí suyo, por alguna razón
particular y secreta que si se pusiera a otra cosa no le viniera ni quadrara tan bien» (De los
Nombres, edic. cit., p. 159).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 125

ciencias de 1575 88; a éste yo añadiría otros dos de autores más estrictamente
lingüísticos, uno del Brócense y otro del Tesoro de Covarrubias. Podría pen-
sarse que, además del obligado acatamiento a la autoridad de la Escritura, nos
encontramos ante una manifestación más del platonismo renacentista y, en
concreto, de la doctrina sobre la naturaleza physei de los nombres; y así pare-
ce pensarlo Cuevas. Sin embargo, un examen, más detenido de los pasajes en
que aparecen tales referencias nos obligaría a matizar esta primera suposición.
En efecto, Huarte de S. Juan contempla el problema como una «cuestión que
hay entre Platón y Aristóteles muy celebrada» y, aun considerando que la
Escritura favorece la opinión de Platón, se inclina en principio por la aristoté-
lica 89, pero salva la contradicción introducciendo en la convencionalidad del
signo un factor racional, claro está que no refiriéndose sino a los nombres
adánicos 90. El Brócense también menciona expresamente a Platón cuya opi-
nión compartirá si se refiriese —como dice fray Luis— sólo a la primera len-
gua, pero tampoco se conforma completamente con el convencionalismo aris-
totélico, haciendo especial hincapié en la motivación etimológica de un modo
análogo al de su compañero del claustro salmantino 91. Sebastián de Covarru-
bias, en el prólogo a su Tesoro de la lengua Castellana o Española de 1611,
también se refiere a la nominación adánica en términos muy parecidos a los

88 Vid. C. Cuevas, De los Nombres, p. 92. El texto que reproduce Cuevas en la nota 201
corresponde a las pp. 111-112 del Examen de ingenios para las ciencias (edic. de Esteban Torre,
Madrid, Editora Nacional, 1976) y dice literalmente: «Y que dos inventores de lenguas puedan
fingir unos mesmos vocablos —uniendo el mismo ingenio y habilidad— es cosa que se deja enten-
der considerando que, como Dios crió a Adán, y le puso todas las cosas delante para que a cada
una le pusiera el nombre con que se había de llamar, formara luego otro nombre con la mesma
perfección y gracia sobrenatural; pregunto yo ahora: si a éste le trujera Dios las mesmas cosas pa-
ra darle el nombre que habían de tener ¿qué tales fueran? Yo no dudo sino que acertara con los
mesmos de Adán; y es la razón muy clara porque ambos habían de mirar a la naturaleza de la co-
sa, la cual no era más que una».
89 «El uno dice que hay nombres propios, que naturalmente significan las cosas, y que es me-
nester mucho ingenio para hallarlos; la cual opinión favorece la divina Escritura diciendo que
Adán ponía a cada cosa, de las que Dios le puso delante, el propio nombre que le convenía. Pero
Aristóteles no quiere conceder que haya, en ninguna lengua, nombre ni manera de hablar que sig-
nifique naturalmente la cosa, porque todos los nombres son fingidos y hechos al antojo y volun-
tad de los hombres; y así, parece por experiencia que el vino tiene mas de sesenta nombre y el pan
otros tantos, en cada lengua el suyo, y de ninguno se puede afirmar que es natural y conviniente,
porque de él usarían todos los hombres del mundo» (Examen de ingenios, edic. cit., pp. 176-7).
90 «Pero, con todo eso, la sentencia de Platón es más verdadera. Porque puesto caso que los
primeros inventores fingieran los vocablos a su plácito y voluntad, pero fue un antojo racional,
comunicado con el oído, con la naturaleza de la cosa, con la gracia y el donaire en el pronunciar».
—Ibid., p. 177). Vid. sobre todo ello, Esteban Torre: Ideas lingüísticas y literarias del doctor
Huarte de San Juan, Sevilla, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1977, pp. 73-82.
91 En el cap. I del lib. I de su Minerva seu De Causis Linguae Latinae (1587). Citaremos por
la traducción de Fernando Riveras Cárdenas. (Madrid, Cátedra, 1976). El Brócense recoge las
126 EUGENIO DE BUSTOS

empleados por fray Luis 92 y, aun más ampliamente lo hace su prologuista —el
licenciado Baltasar Sebastián Navarro de Arroyta— el cual parece compartir
la explicación de Garopio Vecano quien supone que los nombres adánicos
fueron de carácter onomatopéyico, momento originario que sería seguido de
una motivación semántica 93. Claro está que no intento, en este momento, ha-
cer una historia del tema, ni siquiera reduciéndome a la época de transición
entre los siglos XVI y XVIL Si me he permitido recordar estos textos concre-
tos ha sido para situar históricamente la opinión de fray Luis (anotando lo que
de saber mostrenco y de posición personal hay en su planteamiento; la polémi-
ca platónico-aristotélica se entrecruza con la verdad del Génesis y ha de bus-
carse una salida conciliatoria) y matizar un tanto el tópico de su platonismo
cristianizado. Sin duda podemos sonreimos ante el contenido de la discusión
(ya ei Brócense dice que no es problema de los gramáticos); pero en ella estaba
parte de la ciencia lingüística de la época y, por otro lado, no nos costaría de-
masiado trabajo aducir ejemplos formalmente, análogos —e incluso más
cerradamente dogmáticos— en la lingüística contemporánea.

posturas de Platón («afirma que los nombres y los verbos existen por naturaleza,... sostiene que
la lengua toma su origen en la naturaleza, no en el arte») y Aristóteles para concluir «Por tanto,
[porque los nombres son «como instrumentos de las cosas y señal de ellas»] es probable que
quienes pusieron nombre a las cosas en primer lugar hicieran esto luego de deliberar. Creería que
Aristóteles entendió esto cuando dijo que los nombres tienen su significado (?) según el parecer.
«En efecto, quienes sostienen que los nombres fueron hechos al azar son muy audaces; evi-
dentemente, son los que intentaban convencernos de que el orden y la arquitectura del mundo en-
tero nació por azar y por casualidad. De muy buen grado declararía con Platón que los nombres y
los verbos indican la naturaleza de las cosas, si él hubiese declarado esto solamente acerca de la
primera de todas las lenguas. Así leemos en el Génesis ... Puede uno ver que los nombres y las
etimologías fueron sacadas de la misma naturaleza de las cosas en aquella primera lengua, cual-
quiera que ella fuese. Pero así como no puedo asegurar esto en las otras lenguas, así también
tendría con facilidad la convicción de que puede expresarse una causa en toda lengua...». Y poco
más adelante atiende a la dificultad de la diferencia de los nombres en las distintas lenguas: «Se
puede decir: ¿cómo puede suceder que sea verdadera la etimología de un nombre si una y la mis-
ma cosa se denomina con variados nombres por el orbe de la tierra? Respondo que de una misma
cosa existen causas diversas, unos se fijan en unas, nosotros en otra...». Edic. cit., pp. 43-44. En
el cap. V {Del nombre) tiene un recuerdo sobre el tema: «Es grave problema si los nombres signifi-
can por naturaleza o por azar, pero un problema enteramente físico, no corresponde a los gramá-
ticos; sin embargo algo hemos tocado en el cap. I». (Jbid., p. 58).
92 «De modo que la comunicación de entre los dos [Adán y Eva] de allí adelante, fue median-
te el lenguage, no adquirido ni inventado por ellos, sino infundido del Señor, y con tanta pro-
piedad, que los nombres que Adán puso a los animales terrestres y a las aves, fueron los propios
que le competían; porque conociendo sus cualidades y propiedades, les dio a cada uno el que es-
sencialmente le convenía. Que si hasta agora durara la noticia destas etimologías, no teníamos pa-
ra qué cansarnos en buscar otras...» (Edic. de Martín de Riquer, Barcelona, S.A. Horta LE.,
1943, p. 19).
93 Navarro de Arroyta cita expresamente a Platón: «Y como la mayor parte del conocimien-
to de las cosas depende del de los vocablos, el que ayuda a ésta [la etimología], ayuda mucho a to-
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 127

ber mostrenco y de posición personal hay en su planteamiento; la polémica


platónico-aristotélica se entrecruza con la verdad del Génesis y ha de buscarse
una salida conciliatoria) y matizar un tanto el tópico de su platonismo cris-
tianizado. Sin duda podemos sonreimos ante el contenido de la discusión (ya
el Brócense dice que no es problema de los gramáticos); pero en ella estaba
parte de la ciencia lingüística de la época y, por otro lado, no nos costaría de-
masiado trabajo aducir ejemplos formalmente análogos —e incluso más
cerradamente dogmáticos— en la lingüística contemporánea.
El segundo aspecto importante de este buen hablar se refiere a su base
lingüística estricta («el como se dize») y se articula en varios rasgos parciales
que examinaremos en el mismo orden con que se enuncia pensando que tal or-
den tiene algún valor significativo. El primero de ellos atañe a la extensión de
tal base lingüística y viene precisado, en la formulación luisiana, en el elegir
entre las palabras que todos hablan. No es ningún secreto —ya lo señaló R.
Lapesa de modo definitivo— que tal afirmación constituye uno de los princi-
pios estilísticos configuradores del Renacimiento; tampoco lo es que tal prin-
cipio se nos presenta con dos formulaciones: positiva una: la naturalidad', ne-
gativa la otra, la afectación. Claro está que ambas, en principio, se presentan
inseparablemente unidas, de tal modo, que afirmar una entraña negar su
contraria; ahora bien, llamaré la atención sobre el hecho de que la dualidad
misma de la presentación permitirá, como veremos enseguida, la aparición de
posiciones sincréticas o neutralizadoras que sirven de transición al barroco.
Espero disculpen la casi impertinencia de recordar hasta qué punto el tema
arranca de la antigüedad latina —de la poética horaciana en concreto— como
ha mostrado Antonio García Berrio más que suficientemente 94.

das las ciencias; y assí los grandes filósofos antiguos trabajaron mucho en esta parte, como fue
Platón en su diálogo Cratillo, que oy en día leemos...» (p. 10). Y más adelante señalando que los
vocablos primitivos —esto es, no derivado de otros, a los que llama «rayzes»— son pocos en nú-
mero, añade: «Y assí devio ser en el primer lenguage del mundo, que no podemos saber quál fue;
solo sabemos que el inventor del fue nuestro padre Adán, el qual, como dize la Escritura Sagrada,
puso a cada cosa su propio nombre. Aunque esta proposición no se entiende tan fácilmente, es-
carvando algo en ella, porque dizen que Adán impuso los nombres a las cosas aludiendo a la natu-
raleza dellas; como digamos por exemplos, que pusiese por nombre a piedra, piedra, aludiendo a
la dureza que en aquel vocablo se significa. Agora pregunto: ¿si a la piedra llamó assí por la dure-
za, a la dureza porqué la llamó assí, o aludiendo a qué? Vendríamos a dar un progresso en infinito
o un círculo que es el mesmo error. Garopio Vecano, en aquel ingenioso libro que llamó Orígenes
Antuerpianas, sintió esta dificultad y dize sutilmente a ella que, sobre presupuesto que ay vo-
cablos como sabemos en todos los lenguajes impuestos, por la que los griegos llaman onomatope-
ya... a los quales casi nos podríamos atrever a llamar vocablos naturales, como a las interjec-
ciones; desta manera dize que pondría Adán a las cosas los nombres, y que de aquellos, por tro-
pos, deduziría todo el lenguage, para declarar sus conceptos en cosas corporales y espirituales»
{Ibid. pp. 10 y 13).
94 Vid., entre otros trabajos, su articulo Ideas lingüísticas en las paráfrasis renacentistas de
128 EUGENIO DE BUSTOS

La primera formulación de tal principio de que tenemos noticia —en la


época que estamos estudiando y con referencia al castellano— aparece en la ya
mencionada carta de Garcilaso de la Vega a doña Jerónima Palova de Almo-
gávar que sirve de prólogo a la traducción hecha por Boscán de El Cortesano
de Castiglione. En ella, en loor del traductor, afirma: «Guardó una cosa en la
lengua castellana que muy pocos la han alcanzado, que fue huyr del afetación,
sin dar consigo en ninguna sequedad; y con gran limpieza de estilo usó de tér-
minos muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oydos, y no nuevos ni al
parecer desusados de la gente»95. Bien es verdad que, en el texto garcilasiano,
este la gente no es el común de las gentes, sino que tiene una restricción so-
ciológica muy clara tanto por la naturaleza del contenido mismo de la obra
cuanto por la del público específico al que se dirige el original de Castiglione y
la traducción de Boscán: los cortesanos, tomando esta palabra en el sentido
sociológico estricto que tiene a comienzos del siglo XVI % .
Mayor resonancia, sin duda, han tenido las reflexiones de Juan de Valdés
en su Diálogo de la lengua —compuesto casi al mismo tiempo en que se
imprimía la traducción de Boscán: 1535? —sobre todo la correspondiente al
pasaje en que, respondiendo a la sexta de las cuestiones que Marcio le plantea
(«los primores que guarda quanto al estilo»), airma: «el estilo que tengo me es
natural, y sin afetación ninguna scrivo como hablo; solamente tengo cuidado
de usar los vocablos que signifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo quanto
más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está
bien el afetación. Quanto al hazer diferencia en al alear o abaxar el estilo, se-
gún lo que scrivo, o a quien scrivo, guardo lo mismo que guardáis vosotros en
el latin» 97. Bien es verdad que, a la hora de concretar el principio, se limita a
enunciar unos cuantos consejos sintácticos de detalle 98 y dos observaciones de
carácter más genérico: una, referente a la universal conveniencia de evitar la
anfibología " y otra en la que cifra el buen hablar castellano en el

Horacio, Estructura del significante y del significado literarios. (Homenaje a M. Muñoz Cortés,
Murcia. Universidad. 1977, I, pp. 181-201).
95 Apud A. Gallego Morell, op. cit., p. 233.
96 Vid. sobre ello el fundamental estudio de Margherita Morreale: Castiglione y Boscán: el
ideal cortesano en el Renacimiento español. Madrid. 1959.
97 Citamos por la edición de J.M. Lope Blanch. Madrid. Clásicos Castalia. 1969, p. 154.
98 Usos superfluos de que y de; colocación enclítica del pronombre complemento respecto al
infinitivo; uso de a ante objeto directo; colocación de es antepuesto para evitar ambigüedades por
fonética sintáctica: es mal y no mal es; propiedad de la doble negación en castellano y rechazo de
la colocación del verbo al final de la frase.
99 «Hablar o escrivir de suerte que nuestra razón pueda tener dos entendimientos, en todas
lenguas es muy gran falta del que habla o escrive». (Diálogo de la lengua, edic. cit., p. 155).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 129

laconismo100. Parece innecesario subrayar que Valdés habla de su propio esti-


lo personal y que él mismo es un cortesano, que está hablando con otros per-
sonajes tan cortesanos como él y que no siempre pone en práctica los consejos
que da a sus interlocutores como ha señalado R. Lapesa 101. Pero si me
atrevería a insistir en que esta «voluntad de estilo» rechaza por igual el vulga-
rismo 102 que la afectación de cultura recriminada a Juan de Mena 103, pero no
a la cultura en cuanto esta enriquece la vida y la lengua del hombre.
Pero, avanzada ya la segunda mitad del XVI, se produce un claro cambio
en la consideración de esta forma canónica del hablar y se van a poner en tela
de juicio tanto el criterio geográfico (habla toledana) como el sociológico (el
cortesano) y el estético (la naturalidad). Es precisamente Fernando de Herrera
quien desata la polémica con sus Anotaciones en la edición de las obras de
Garcilaso 104. Ya en la primera de ellas, el poeta sevillano parece enfrentarse
directamente con la opinión de Valdés: «en este pecado [perder los «números
y la dignidad conveniente»] caen muchos que piensan acabar una grande ha-
zaña cuando escriben de la manera que hablan; como si no fuese diferente el
descuido y llaneza que demanda el sermón común, de la observación, que pide
el artificio y cuidado de quien escribe, no reprehendo la facilidad, sino la afec-
tación della...» 105 y poco más adelante insiste en la condena de esta afectación
de facilidad o sencillez al justificar el propio estilo de sus anotaciones 106. Fer-

100 «Con deziros esto, pienso concluir este razonamiento desabrido: que todo el bien hablar
castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes, de tal ma-
nera que, explicando bien el conceto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de
las palabras que pusiéredes en una clausula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la
sentencia della o al encarecimiento o a la elegancia» (Ibid. p. 158).
101 Vid. R. Lapesa: Historia de la lengua española, 8 a edic. Madrid. Gredos. 1980, pp. 309-
11.
102 Y ello a pesar del elogio a los refranes, equivalente popular de los Adagia erasmianos y
ejemplos de laconismo. Pero hay un frecuente rechazo del rusticismo (ej. pp. 78, 80, 87, 132 de la
edic. cit.) y aun advierte a Marcio contra las consonancias del refrán (p. 159).
103 «...dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena, y a mi parecer, aunque la merezca
quanto a la doctrina y alto estilo, yo no se la daría quanto al dezir propiamente ni quanto al usar
propios y naturales vocablos, porque, si no me engaño, se descuidó mucho en esta parte, a lo me-
nos en aquellas sus Trezientas, en donde, quiriendo mostrarse doto, escrivió tan escuro, que no es
entendido, y puso ciertos vocablos, unos que por grosseros se devrían desechar y otros que por
muy latinos no se dexan entender de todos...» (Ibid. p. 161).
104 Publicadas por Alonso de la Barrera, en Sevilla, el año 1580 pero cuya elaboración pare-
ce haberse iniciado ya en 1571. cf. Antonio Alatorre: «Garcilaso, Herrera, Prete Jacopin y don
Tomás Tamayo de Vargas» (MLN, LXXVIII, 1963, p. 140).
105 Cito por A. Gallego Morell, op. cit., p. 282.
106 «No dudo que este modo de anotar, ha de parecer difícil y oscuro a los que solo entien-
den la habla común; y que desearan más claridad, pero es demasiada afectación procurar esta fa-
cilidad en todo». Ibid. p. 292.
130 EUGENIO DE BUSTOS

nando de Herrera sigue pensando que la afectación es mala, incluso


«odiosa»107, pero descubre que también puede ser afectada la sencillez o llane-
za; para él no tiene vigencia la contraposición afectación / naturalidad sino
que el término opuesto a afectación es moderación.
Como quiera que la crítica ha hecho especial hincapié en la defensa que
Herrera hace del neologismo, bien que acogiéndose al ejemplo de Garci-
laso108, me parece oportuno insistir en que también se justifica el arcaismo y
que todo ello tiene sentido si recordamos que el gran tema de las Anotaciones
es el del enriquecimiento de la lengua nacional 109 . Para Herrera, al contrario
de lo que casi un siglo antes pensaba Nebrija (claro que desde perspectiva dis-
tinta), el español no había llegado aún a su «última perfección» (aun cuando
«ahora la vemos en la más levantada cumbre que jamás se ha visto, y que an-
tes amenaza declinación que crecimiento») porque «en tanto vive la lengua y
se trata, no se puede decir que ha hecho curso; porque siempre se alienta a pa-
sar y dejar atrás lo que era estimado» n o . El castellano estaba vivo y alentaba
en Herrera un optimismo histórico que la literatura inmediatamente posterior
a él vendría a justificar; el latin en cambio es una lengua muerta («ya está aca-

107 En la anotación 299, a propósito del arcaismo abastanza cuyo uso justifica aduciendo la
autoridad de Quintiliano, señala: «pero importa mucho la moderación, porque no sean muy fre-
cuentes, ni manifiestas, porque no hay cosa mas odiosa que la afectación...» (A. Gallego Morell,
op. cit., p. 411).
108 El pasaje de Herrera es ya casi un tópico pero tendremos que recogerlo porque al modelo
garcilasiano se añada la autoridad latina: «Osó G.L. entremeter en la lengua y plática española
muchas voces latinas, italianas y nuevas, y sucedióle bien esta osadía; y ¿temeremos nosotros tra-
er al uso y ministerio de ella otras voces extrañas y nuevas, siendo limpias, propias, significantes,
convenientes, magníficas, numerosas y de buen sonido y que sin ellas no se declara el pensamiento
con una sola palabra? Apártese este rústico miedo de nuestro ánimo; sigamos el ejemplo de
aquellos antiguos varones que enriquecieron el sermón romano con las voces griegas y peregrinas
y con las bárbaras mismas; no seamos únicos jueces contra nosotros, padeciendo pobreza de la
habla» (anotación 597, A. Gallego Morell, op. cit., p. 508). Pero recuérdese que pocas líneas más
adelante insiste en la moderación con que deben emplearse: «¿Por qué no pensarán que es lícito a
ellos lo que a otros, guardando modo en el uso, y trayendo legítimamente a la naturaleza española
aquellas dicciones con juicio y prudencia?.
109 Y en consonancia con ello, su confrontación casi obsesiva con el italiano en la que no fal-
tan rasgos de exacerbado nacionalismo. Vid. por ej. el extenso texto de la primera anotación y en
particular las pp. 285-88 de la edición de A. Gallego Morell ya citada.
110 Vid. A. Gallego Morell, op. cit., Herrera añade: «Y cuando fuera posible persuadirse al-
guno que había llegado al supremo grado de su grandeza, era flaqueza indigna de ánimos genero-
sos desmayar, imposibilitándose con aquella desesperación de merecer la gloria debida al trabajo
y perseverancia de la nobleza de estos estudios... así debemos buscar en la elocución poética, no
satisfaciéndonos con lo estrenado que vemos y admiramos, sino procurando con el entendimiento
modos nuevos y llenos de hermosura» (p. 399).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 131

bada, que no queda el uso della sino en los libros») y, por ello mismo, más
«rara y peligrosamente» pueden crearse neologismos en ella m .
Ahora bien, este enriquecimiento, siempre posible 1I2, puede realizarse en
dos direcciones distintas: de un lado, sobre la nítida distinción entre lengua
hablada y lengua literaria y, aun dentro de esta, entre poesía y prosa; de otro,
sobre la ampliación del uso lingüístico que sirve de base a la obra literaria. En
el primero de los ejes, la doctrina del escribir como se habla entrañaría la re-
nuncia a toda la capacidad creadora del arte: desde las innovaciones léxicas o
la creación metafórica hasta el ornato retórico que es el propio de la lengua li-
teraria y no tiene cabida en el hablar cotidiano. En la segunda de las perspecti-
vas, la ampliación posible tiene, a su vez, también dos dimensiones; una, de
carácter diacrónico: la introducción —moderada siempre— de arcaísmos y
neologismos 113; otra, de carácter sociológico: aunque todavía se condena el
vulgarismo y el rusticismo, al modelo cortesano se añaden dos variedades que
le eran personalmente entrañables: el habla de los doctos y el habla urbana U4 .

111 Vid. A. Gallego Mordí, op. cit., p. 508. Curiosamente coincide con el Brócense quien
había criticado los neologismos latinos de Juan Luis Vives. Vid. A. García Berrio, art. cit., pp,
194-5.
112 «No hay lengua tan pobre y tan bárbara que no se pueda enriquecer y adornar con dili-
gencia» {Ibid. p. 508).
113 Entre los muchos pasajes que podrían aducirse, citaremos uno en que neologismo y ar-
caísmo aparecen sancionados con la indiscutible autoridad de Horacio y en el que está patente la
moderación con que deben emplearse: «No la enriquece [la lengua] quien usa vocablos humildes,
indecentes y comunes, ni quien trae a ella voces peregrinas, inusitadas y no significantes; antes la
empobrece con el abuso. Y en esto se puede desear más cuidado y diligencia en algunos escritores
nuestros que se contentan con la llaneza y estilo vulgar, y piensan que lo que es permitido en el
trató de hablar, se puede, o debe trasferir a los escritos, donde cualquier pequeño descuido ofende
y deslustra los conceptos y exornación de ellos; mayormente en la poesía... Mas el uso de los vo-
cablos es vario y no constante; y así no tienen más estimación que la que les da el tiempo, que los
admite como la moneda corriente. Por esta causa dijo prudentemente Horacio:

multa renascentur, quae iam cecidere, cadentque,


quae nunc sunt in honore, vocabula, si volet usus,
quem penes arbitrium est, et ius, et norma loquendi. [vrs. 70-72)

{Ibid,, p. 389). cf. más adelante: «Es el uso certísimo maestro de hablar, y el sermón, con que he-
mos de publicar nuestros conceptos, ha de ser tratado y recibido, como la moneda que corre; mas
esto no impide la renovación de los vocablos antiguos, ni la invención de los nuevos» {Ibid, p
411).
114 Pese a esto, ios clásicos y los italianos sirven de modelo: «Los italianos, hombres de
juicio y erudición y amigos de ilustrar su lengua, ningún vocablo dejan de admitir, sino los torpes
y rústicos, mas nosotros olvidamos los nuestro, nacidos en la ciudad, en la corte, en las casas de
los hombres sabios; por parecer solamente religiosos en el lenguaje, y padecemos pobreza en tanta
riqueza y en tanta abundancia. Permitido es que el escritor se valga de la dicción peregrina, cuan-
132 EUGENIO DE BUSTOS

Pero, como no podia menos de ser, el acento se pone en el saber, en la erudi-


ción, de tal modo que sólo los doctos tienen autoridad sobre el uso literario;
una y otra vez se repiten frases del tipo : «júzguenlo los que saben y tienen ver-
dadero conocimiento de estas cosas» (pag. 316) o «para esto conviene juicio
cierto y buen oído que conozca por ejercicio y arte la fuerza de las palabras»
(pag. 398), etc. La moderación teórica va a vencerse —y la propia obra de
Herrera es el mejor testimonio— hacia el artificio innovador. Pero no debe-
mos dejar que la ulterior polémica de los culteranos deforme o nos haga olvi-
dar los justos términos en que Herrera se manifiesta, siempre con el apoyo de
Horacio y de Quintiliano.
Dentro de esta trayectoria hemos de situar la posición de fray Luis ¿Qué
sentido exacto tiene el «de las palabras que todos hablan, elige»? En una pri-
mera consideración podría pensarse que nos encontramos ante un eco de la
llaneza valdesiana; esto es, el poeta tendría que elegir entre las palabras de uso
común —aunque, naturalmente, se excluya al vulgo— evitando lo «nuevo» o
«desusado» como decia Garcilaso. Tal interpretación podría aducir en su fa-
vor algunos argumentos entre los cuales señalaré tres. En primer lugar, la con-
sideración de su obra poética como «obrecillas», lo que en el estado actual de
nuestros conocimientos sobre el proceso de corrección sucesiva de los poemas
no se podría mantener con demasiado rigor científico. En segundo término, el
encendido elogio del estilo teresiano que hace en la carta —prólogo a su edi-
ción de las obras de la Santa carmelita: «y en su forma de decir, y en la pureza
y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en
una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en
nuestra lengua escritura que se le iguale» 115, Pero, aun admitiendo el tópico
—que como todos encierra parte de verdad— de la «facilidad» o «llaneza» te-
do no la tiene propia y natural, o cuando es de mayor significación. Y Aristóteles alaba en la
Poética y en la Retórica el uso de las voces extrañas, porque dan más gracia a la compostura, y la
hacen más deleitosa y más retirada del hablar ordinario». Pero enseguida advierte contra su in-
moderado uso, o contra la conversión de ello en un fin en si mismo, desengañando a quien pone la
atención sólo en el «aparato y exornación de la lengua»... «Porque no hay cosa más inoportuna y
molesta, que el sonido y juntura de palabras cultas y numerosas, sin que resplandezca en ellas al-
gún pensamiento grave o agudo, o alguna lumbre de erudición y así dice prudentemente Quinti-
liano en el lib. 8 que el cuidado ha de ser de las palabras, y la solicitud de las cosas». (Ibid. pp.
316-317).
115 Citamos por la edición de las Obras castellanas de fray Luis de la BAC. p. 1352. (Los
subrayados son nuestros.) y en la pág. siguiente, aludiendo a su respeto como editor, reitera el
juicio y se hace cargo de algún reproche posible: «porque si entendieran bien castellano, vieran
que el de la Madre es la elegancia misma. Que aunque en algunas partes de lo que escribe, antes
que acabe la razón que comienza, la mezcla con otras razones, y rompe el hilo, comenzando
muchas veces con cosas que injiere; mas injiérelas tan diestramente y hace con tan buena gracia la
mezcla, que ese mismo vicio la acarrea hermosura, y es el lunar del refrán».
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 133

resianas, que tan aguda y fundadamente ha puesto en cuestión Víctor García


de la Concha 1I6, habríamos de tener en cuenta que no se corresponde con la
de Garcilaso o Valdés; en todo caso, sería manifestación de una variedad
socio-lingüística muy otra a la del cortesano ni. Me arriesgaré a formular
—sin fundamenfcación crítica explícita— la opinión de que la Reformadora del
Carmelo escribe desde una retórica de «pobre monja sin letras» —en la que no
falta un tantico de ironía sobre la situación socio-cultural de la mujer de su
tiempo— sobre una base lingüística castellano-vieja (no toledana) de carácter
coloquial o, si se prefiere, de nivel social marcado como 'no culto'. Pero tam-
poco coincide con la «afectación de claridad» de que hablaba Herrera sino
que obedece a muy distintas y complejas razones en las que no he de entrar
ahora.
Por último, en favor de esta interpretación «valdesiana» de las palabras
de fray Luis, podría aducirse su notable moderación en el empleo de neologis-
mos, y concretamente de cultismos léxicos (bien es verdad que en términos re-
lativos) analizada y puesta de relieve por Lapesa. Tal argumento cuenta a su
favor con la no desdeñable autoridad del primer editor de la obra poética, d.
Francisco de Quevedo, quien en las dos cartas que sirven de prólogo a su edi-
ción, presenta a los poemas íuisianos como antídoto contra las exageraciones
culteranas 118. Claro está que es preciso situar las palabras de Quevedo en el
contexto polémico en que se producen y que, examinadas más de cerca, los va-
lores que expresan pueden centrarse en torno a la oposición herreriana mode-
ración /afectación o, si se prefiere ceñirlas más a la polémica, claridad / oscu-
ridad 119. Dicho de otro modo, lo que se alaba es el equilibrio de una lengua
116 El arte literario de Santa Teresa. Barcelona. Caracas. México. Edit. Ariel, 1978 especial-
mente pp. 91-133, 184-227 y 275-316.
117 En ello me aparto de la tesis central de Juan Manchal: Santa Teresa en el ensayismo his-
pánico (recogido en La voluntad de estilo. Teoría e historia del ensayismo hispánico. Barcelona.
Seix y Barral. 1957. pp. 103-105.
118 En la dirigida a D. Manuel Sarmiento de Mendoza: «Dejóme vuesa merced estas obras
grandes en estas palabras doctas y estudiadas, para que sirviesen de antídoto, en público, a tanta
inmensidad de escándalos que se imprimen...» y en la del Conde-Duque: «No tiene mucha edad
este delirio, que pocos años ha que algunos hipócritas de nominativos empezaron a salpicar de la-
tines nuestra habla que, gastando de su caudal, enriqueció a Europa con tan esclarecidos escrito-
res en prosa y en versos; y hoy duran de aquel tiempo muchos que sirven de antídoto con sus
obras a la edad, preservándola de la inundación de jerigonzas...» (Cito por la edición de F. Buen-
dia. Madrid. Aguilar SA. 1966. 5, pp. 465b y 470a respectivamente).
119 Nótese que en el elogio de fray Luis se hace especial hincapié en la claridad aun cuando se
ordenan los aspectos partiendo del contenido; las obras de «los grandes y famosos escritores» de
su tiempo no tienen comparación con las de fray Luis «ni en lo serio y útil de los intentos, ni en la
dialéctica de los discursos, ni en la pureza de la lengua, ni en la facilidad de los números, ni en la
claridad, virtud de quien hago tres diferencias...» Y con la autoridad del De oratione de Antonio
Lullo resume esta claridad en dos notas: «pureza y castidad de las dicciones», «la explicación, dis-
tinción y elegancia» y «la evidencia, poniendo delante de los ojos lo que dicen». (Ibid., p. 472b).
134 EUGENIO DE BUSTOS

que no cae en lo vulgar «ni se hace peregrina con lo impropio», un estilo que
no «se pierde en la confusión afectada de figuras, y en la inundación de pa
labras extranjeras» 120. Por ello puede considerar también a Herrera «tesere
de la cultura española, siempre admirado de los buenos juicios» 121.
Ahora bien, buena parte de las observaciones que llevamos hechas y un
examen —siquiera parcial— del léxico luisiano nos india a pensar que el con-
tenido de este «todos hablan» debe ser entendido desde una perspectiva inclu-
yente de las diversas variantes lingüísticas que en la comunidad idiomática se
integran. Esto es, consideramos que el significado auténtico del sintagma su-
pone una radical ampliación de la base léxica —sobre la que el escritor opera
selectivamente— en las mismas direcciones que hemos señalado al estudiar la
posición de Herrera, aunque superándola en muchos aspectos. Y ello sobre
una base teórica muy cercana —si no la misma— a la que su colega salmanti-
no Francisco Sánchez de las Brozas revela en sus Anotaciones a la poética ho-
raciana 122.
En el eje temporal del idioma, tendríamos que recordar la relativa fre-
cuencia con que, en la obra luisiana, aparecen los arcaísmos, usados unas ve-
ces de modo deliberado (en cuanto se les asignan unas determinadas funciones
estilísticas, ligadas a sus connotaciones) como apuntamos más arriba o, más
simplemente, mantenidos en la lengua literaria pese a que, en algunos casos,
F. de Herera había emitido un juicio desfavorable sobre ellos 123. Algo seme-

120 Ibid., p. 466a.


121 Ibid., p. 467b. Claro está que en este elogio puede haber algún tanto de lisonja al Conde-
Duque. Pensamos, con todo, que el polemista Quevedo tenía que recordar muy favorablemente
las cautelas establecidas por Herrera respecto al uso de neologismos cultos.
122 In Artem Poeticam Horatii Annotationes. Publicadas por G. Mayans en Opera Omnia,
Ginebra, 1776, p. 116. Los pasajes más significativos a este propósito los cita A. García Berrio:
Art° cit., p. 195. Quizás no sea ocioso dar la traducción del texto si recordamos que nuestros estu-
diantes, por desgracia, saben cada vez menos latín. «Pero apenas pueden enumerarse cuantos
errores, en esta mal entendida norma, se cometen por los hombres de nuestro tiempo: teólogos,
médicos y filósofos. Y yo no puedo admirar suficientemente al doctísimo Luis Vives, que de for-
ma tan audaz, y tan alejada de lo justo y lo adecuado, ha creado tantas palabras en su Exercitatio
LinguaeLatinae. En efecto, nada se dice ahora correctamente en latín sino sólo aquello que se en-
cuentra en las obras de latinidad más correcta. Mientras aquella lengua estaba viva, estaba permi-
tido a los doctos y a los expertos (siempre que el uso lo aprobara) inventar algunos términos y di-
vulgarlos en el uso común. Fenómeno que también ahora será lícito a los españoles en la lengua
española y a los franceses e italianos en la suya, siempre que todo el pueblo lo apruebe. Pero en
las lenguas griegas, hebrea y latina (que ya no son utilizadas por el pueblo, sino que deben dedu-
cirse solo de las otras) no es lícito en absoluto crear palabras, ni añadir nada a la lengua latina,
que no tenga un fundamento en las obras de los escritores latinos».
123 Tal ocurre, por citar sólo un par de ejemplos, con alimaña {Oda a Santiago, vs. 2: cf.
Herrera, edic. cit., p. 389: «Dicción antigua y rústica, y no conveniente para escritor culto y ele-
gante») y tamaño {Noche Serena, vs. 29; cf. Herrera, ibid., p. 316: «Esta dicción es ya desusada
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 135

jante en cuanto a la frecuencia podría decirse respecto a los neologismos entre


los que destacan —como ha mostrado R. Lapesa 124— los cultismos semánti-
cos, a los cuales habrá que añadir los que he denominado cultismos semiológi-
cos, es decir, el heterogéneo conjunto de formas (metáforas, símbolos, sintag-
mas y perífrasis, etc.) cuyo contenido semántico no es inteligible sino desde un
buen conocimiento de la cultura clásica I25 y, en el caso particular de fray
Luis, también de la hebrea 126.
En este punto concreto, quisiera anotar que la frontera entre arcaísmo y
neologismo semántico culto no siempre está claramente definida o aparece, en
cierto modo, neutralizada. Señalaré un caso, un tanto límite, en el que, ade-
más, habría que tener en cuenta la posibilidad de que se trate de un italianis-
mo. Sin duda todos Vds. recuerdan que Lapesa 127 ha considerado el uso de le-
ño (en el sentido de 'navio') como un cultismo semántico cuyas fuentes latinas
e italianas señala. Pero un más detallado estudio de la historia del término nos
muestra que leño ya aparece en las Partidas alfonsies para designar a una clase
específica de naves pequeñas 128 y en las Cantigas se registra «lenhos de cata-
laes» 129; es relativamente frecuente tanto en el Poema de Alfonso Xlcovao en
la Crónica del mismo monarca y también aparece en autores del siglo XV asi
como en la traducción de la Divina Commedia atribuida a D. Enrique de Ara-
gón 13°. Pero sea arcaísmo, italianismo o latinismo semántico —sin que tales

de los buenos escritores, y justamente; porque ni la formación de ella es buena, ni el sonido agra-
dable, ni el significado tan eficaz que no se hallen voces que representen su sentido»).
124 Vid. El cultismo en la poesía de fray Luis de León, recogido en el volumen Poetas y pro-
sistas de ayer y de hoy, Madrid, Gredos, 1977, pp. 110-145.
íí,J
Por ej. coronado y hiedra no son cultismos léxicos; pero coronado de hiedra tiene un sig-
nificado culto cuyo antecedente horaciano ha señalado Lapesa: Garcilaso y fray Luis de León:
coincidencias temáticas y contrastes de actitudes en Poetas yprosistas de ayerydehoy, pp. 146 y
ss. Vid. p. 157.
126 Vid., por ej., las perífrasis del tipo el vencedor Gazano (Las serenas vs. 34) en lugar de
Sansón sobre el conocimiento de la victoria que el héroe israelita obtuvo sobre los filisteos en la
batalla de Gaza.
127 R. Lapesa: El cultismo en la poesía de fray Luis de León, edic. cit., pp. 115-117.
128 «Navios para andar sobre el mar son de muchas guisas... et otros menores que son desta
manera et dícenles nombres por que sean conoszudos, assí como carracones, et buzos, et taridas,
et cocas, et leños, et haloques et barcas» (Partida II, título XXIV, ley VII). La palabra aparece
también en la Ley I del mismo Título y Partida: «La segunda es armada de algunas galeras, o de
leños corrientes, o de naves armadas en corso».
129 Vid. R. Lorenzo: Sobre cronología de vocabulario galego-portugués, Edit. Galaxia,
1968, p. 224.
130 Vid. J.A. Pascual Rodríguez: La traducción de la «Divina Comedia» atribuida a don
Enrique de Aragón, Salamanca, Universidad, 1974, pp. 74-75. El autor da abundantes ejemplos
del uso medieval de leño en este sentido y sugiere la hipótesis de que pueda tratarse de una acep-
ción de origen mediterráneo. Para el uso de lignum, en latin medieval, por 'navio' vid., Du Can-
ge, s.v. en que se cita también a Alfonso X y a Montaner.
136 EUGENIO DE BUSTOS

atribuciones se excluyan entre sí—, tal vez sea más importante señalar que este
enriquecimiento semántico adquiere difusión en el español literario inme-
diatamente posterior a fray Luis. Lapesa ya señaló su presencia en Góngora
131
y el Diccionario de Autoridades recoge dos menciones: una de El amante li-
beral de Cervantes y otra de la Circe de Lope de Vega. A tales documenta-
ciones —en una muy rápida exploración— pueden añadirse bastantes más: en
Cervantes aparece también en el Quijote y la Entretenida132; de Tirso de Moli-
na encuentro ejemplo en los Cigarrales de Toledo133; no falta en la obra poéti-
ca de Quevedo 134 y el mismo Lope ofrece tres ejemplos más (Dorotea, Acertar
errando y El asalto de Mastrique) el último de los cuales aparece en un contex-
to cuyo último verso parece clara resonancia del vs. 62 de la Vida retirada
luisiana135. Pero dejemos de momento la historia de leño porque más adelante
volveremos sobre él.
Esta ampliación de la base léxica tiene también su lugar en la segunda de
las coordenadas ya apuntadas a propósito de Herrera: en la dimensión de las
variantes socio-lingüísticas. Una vez más recordaremos que Lapesa ha llama-
do la atención sobre la presencia en algunas odas luisianas de «términos
concretos y vulgares» como pajizo, aoja o ñudosa136 y, naturalmente, no sería
difícil añadir más ejemplos, y aun multiplicarlos con otros procedentes de las
traducciones. Pero es sin duda, en la prosa donde adquieren mayor extensión
y relieve. En ella, por referirnos sólo a un aspecto concreto como ejemplo, las
frases hechas de carácter coloquial o proverbial son introducidas, generalmen-
te, por el sintagma como dizen 137 no sólo en las partes de diálogo entre Marce-

131 R. Lapesa: El cultismo..., p. 117.


132 Vid. Carlos Fernández Gómez: Vocabulario de Cervantes, Madrid, Real Academia Es-
pañola, 1972, s.v. (p. 597b).
133 Edic. de V. Said Armesto, Madrid, 1913, p. 251: «Y aunque ya nos dauan alcance y lle-
gavan con los tiros casi a nuestro leño las cuatro saetías y tres galeras».
134 «Ni a ultraje de mis leños apercibe / el mar su inobediencia peligrosa» (v.s. 93-94 de la
canción El Escarmiento. Edic. Blecua, Castalia, 1969, vol. I, p. 159). Curiosamente todo el poe-
ma está dirigido contra la ambición desmedida, muy cercano al tema de la Vida retirada, desde el
desengaño.
135 «Dura cosa es seruir tyrano dueño; / graue, tener un pleyto, el juez airado; / terrible,
pobremente estar casado; / triste, por ambición perder el sueño. / Fuerte, fiar la vida a vn corto
teño.» Vid. Carlos Fernández Gómez, Vocabulario completo de Lope de Vega, Madrid, Real
Academia Española, 3 vols., 1971, s.v. (vol. II, pp. 1630-1).
136 Historia de la lengua española, 8 a ed., p. 325.
137 Dentro del siglo XVI, este como dizen lo encuentro por primera vez documentado en
Juan de Valdés: «Al que, por aver muerto algún hombre, anda, como dizen, asombra de tejados,
llaman en Asturias homiziado» (Diálogo de la lengua, edic. cit., p. 127). También es frecuente su
uso en Santa Teresa. Vid., V. García de la Concha (op. cit. pp. 285 y ss.) para quien este como di-
zen «subraya el carácter popular» de la expresión que introduce. A finales del XV es frecuente en
la Celestina.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 137

lo, Sabino y Juliano —en que, lógicamente, son más frecuen-


tes 138— sino en el cuerpo mismo de la exposición 139. La misma fórmula se
emplea para introducir alusiones al mundo clásico e incluso se dan casos en
que las dos clases de referencias —la coloquial y la culta— aparecen contiguas
en la secuencia 140. Tampoco faltan casos en que está ausente el verbo dicendi,
de modo que la frase hecha, o proverbial —e incluso la tomada de un habla
específica— se incrusta directamente en el decurso 141. Señalaremos, en fin, la
existencia de casos en que nuestro escritor parece recrear la expresión de refra-
nes bien conocidos como sucede con «de esas fuentes manan estas
corrientes»142. Sí, efectivamente, el hablar bien no es hablar como el vulgo,
pero no se proscribe sino que se acepta un moderado uso de los coloquialis-
mos, y aun vulgarismos 143, en la lengua literaria.
La limitación del tiempo me obliga a no demorarme más en este aspecto,
pero un mínimo rigor intelectual exige que, al menos, aludamos también a la
incorporación en esta norma literaria de vocablos propios de grupos sociales
de muy diversa naturaleza. En ocasiones, tales términos responden a exigen-

138 Citaré sólo dos ejemplos del comienzo y final de De los Nombres: «...convendrá que to-
memos el salto, como dicen, de más atrás» (p. 153) y «... mas atrevamonos, Sabino, a Marcelo,
que, como dizen, a los osados la fortuna» (p. 502), expresión esta última que procede del refrán
registrado por Correas: «A los osados aiuda la fortuna; o favorece la fortuna» (Vid., Vocabulario
de refranes y frases proverbiales, Edit. de L. Combet, Burdeos, Instituí d'Etudes iberiques. 1976,
p. 10).
139 Valga un solo ej. «...y quando suben, como dizen, el agua por una torre» (De los
Nombres, edic. cit., p. 343. Cf. la explicación que da Federico de Orís en su edición de la obra).
140 También citaremos sólo un caso: «... ni hizo a los suyos con cuerpos no penetrables al
hierro, como dizen de Achiles, sino antes se los puso, como suelen dezir, en las uñas y
permitió...» (De los Nombres, edic. cit-, p. 352). En algún caso aislado se emplea la fórmula para
explicar el sentido de un latinismo inusual: «... la thésera militar, o lo que en la guerra dezimos
dar nombre, que está secreto entre solos el capitán y los soldados que hazen cuerpo de guarda»
(De los Nombres, edic. cit., p. 195). Thésera aparece con la grafía téssera en el Universal Vocabu-
lario de Alonso de Palencia (13b. vid. John M. Hill, s.v.) El Dice, de Autoridades registra el tér-
mino como «voz puramente latina».
141 Recogeremos algunos ejemplos de distinta procedencia. De origen paremiológico expre-
so: «Y si los hijos salen a los padres de quien nacen ¿cómo no saldrán a las amas con quien pacen,
si es verdadero el refrán español?» (Perfecta Casada, edic. BAC, p. 318). De origen musical es:
«¡Bueno es —respondió Marcello— hazer concierto sin la portel» (De ¡os Nombres, edic. cit., p.
503). Alude a la redención de cautivos: «Y lo rescata, y como solemos dezir, lo saca por el tanto» (
De los Nombres, edic. cit., p. 217).
142 Sobre el esquema de «De esos polvos vienen esos lodos» o «De esas coladas se hizieron
esas papadas» que recoge Correas, (edic. cit., p. 311b). No he encontrado documentación alguna
de la forma que le da fray Luis.
143 Citaré solo un ejemplo cuya frecuencia es patente a cualquier mediano lector de fray
Luis: estropegar y estropieco. Condenados como «grosería» por Valdés (Diálogo de la lengua,
edic. cit., p. 116) y calificado de «bárbaro» por Covarrubias, a pesar de que lo registrase Nebrija.
138 EUGENIO DE BUSTOS

cias de la propiedad o precisión semántica; en otras, tienen un función


estilística de carácter evocador; a las veces, sirven a la concreción de conceptos
abstractos y, en fin, tampoco faltan casos en que obedecen a la caracteriza-
ción social (real o fingida) de los personajes literarios. Por supuesto, no hay
que decir que no aparece el léxico que Alonso Hernández ha definido como
propio del «marginalismo español» y ello tanto por razones de contenido y es-
tilo como a causa de las ineludibles restricciones que imprime la personal con-
dición de nuestro autor. Claro está que, por estos mismos motivos, abundan
en cambio (aunque siempre de forma relativa) los tecnicismos de carácter filo-
sófico, escriturario o teológico —siempre refrenados, como ha apuntado C.
Cuevas 144— y que también tiene una notable presencia el léxico científico
corriente en la Universidad de su tiempo: recuérdese, por citar sólo algunos
ejemplos, las abundantes referencias que encontramos a la Botánica 145, a la
Medicina I46 y a la Astronomía 147, por no mencionar a la Música, muchas ve-
ces imbricada con la Astronomía. Igualmente es conocido que el léxico bucóli-
co y el de la naturaleza tienen una especial frecuencia no sólo por el influjo de
la tradición bíblica, clásica y renacentista de lo pastoril sino a causa de su va-
lor simbólico, de carácter religioso, que tan altas cimas alcanza en los
nombres Pimpollo. Monte, Cordero y, sobre todo, en el de Pastor. Pero tam-
poco falta el léxico de otros grupos sociales más específicos —y más sometidos
a las circunstancias históricas— de entre los cuales, para no abusar de la pa-
ciencia de Vds señalaré sólo dos casos. Por un lado, el de los pintores 148; por
otro, el de algunos aspectos muy concretos del mundo femenino como en la
condena de los afeites que se hace en el cap. IX de La Perfecta Casada o el del

144 C. Cuevas, op. cit., p. 40.


145 Limitándonos a la explanación del Cantar de los Cantares, (edit. de la BAC), Dioscóri-
des aparece en las pp. 49, 98, 99, 100, 118; Plinio en las pp. 49, 99, y 100 y Galeno en la 99. En al-
gún caso, incluso, fray Luis anota que «en algunas partes de España se llama azumbar al nardo»
(P. 99).
146 Véase lo que hemos indicado antes sobre seca, landre, etc. a propósito de la traducción
del hebreo sechin en el Libro de Job.
147 De las relaciones entre fray Luis y la Astronomía, tan patentes a cualquier mediano lec-
tor de sus poemas, nos hemos ocupado en nuestro trabajo sobre ía enseñanza de las teorías de Co-
pérnico en la Universidad de Salamanca.
148 Señalaré sólo dos pasajes de La Perfecta Casada: «Y así, conforme a lo que suelen hacer
los que saben de pintura, y muestran algunas imágenes de excelente labor a los que no entienden
tanto del arte, que les señalan los lejos y lo que esta pintado como cercano, y les declaran las luces
y las sombras y la fuerza del escorzado...» (p. 210) «... es como hacer un retrato o pintura adonde
el pintor no hace la tabla, sino en la tabla que íe ofrecen y dan pone él los perfiles, e induce des-
pués los colores, y levantando en su lugar las luces y bajando las sombras a donde conviene...»(p.
226).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 139

vestido y aderezo femeninos que aparece en la traducción de Isaías III, 18-23


incluida al comienzo del nombre Pimpollo 149.
Para terminar nuestra comunicación tendremos que referirnos a los crite-
rios selectivos que están entrañados en el mismo contenido semántico del ver-
bo elegir. Como es obvio, tales criterios pueden ordenarse en dos planos: 1) El
de los valores finales que se pretenden conseguir: en nuestro caso la «clari-
dad» por un lado, y «la armonía y dulcura», por otro. 2) El de los procedi-
mientos o técnicas empleados para lograr esas finalidades. Y todo ello consi-
derado en la perspectiva que el marco contextual impone para la interpreta-
ción de las palabras de fray Luis que se encuentran —insistamos una vez
más— dentro de una general defensa del castellano, lengua en la que existe la
posibilidad— personalmente asumida por nuestro poeta— de lograr el orden,
el concierto y la armonía 15°.
Por razones que todos Vds. comprenden muy bien —y he de mostrar mi
reconocimiento por su paciencia—, me ceñiré al estudio de dos casos concre-
tos, estrechamente ligados a cuanto venimos diciendo, que permitan analizar
con algún detalle el funcionamiento de esta elección de los vocablos en fray
Luis desde la perspectiva semántica.
El primero de ellos es el uso de leño con la acepción de 'navio', cuyo ori-
gen hemos apuntado hace unos minutos. Pero ahora tendremos que pregun-
tarnos ¿por qué elige fray Luis un uso que, a juzgar por los datos que hemos
podido allegar, era prácticamente desconocido en la primera mitad del siglo
XVI? ¿Se trata de una simple manifestación de neologismo (sea cultismo, ita-
lianismo o arcaísmo) perteneciente a las técnicas de la exornación o artificio
ornamental, que la retórica de su tiempo recomendaba? ¿Nos encontramos
ante una sencilla imitación de usos poéticos latinos o italianos? Basándome en
el análisis de los contextos a ios que pertenece, me atreveré a formular una
explicación semántica concorde con ese «elegir las palabras que convienen»
componiéndolas con otras para que la sentencia o el discurso diga «con clari-
dad lo que se pretende».
Como ya hemos indicado, Lapesa ha recogido los textos poéticos en que
leño 'navio' aparece. Son sólo tres: «los que de un flaco leño se confian» (vs.

149 En ella aparecen todos estos términos: chapín, garvines, lunetas, collares, ajorcas, rebo-
zos, botillas y calzados altos, apretadores, zarcillos, sortijas, cotonías, almalafa, escarcela, vo-
lantes, y espejos, {De los Nombres, edic. cit., p. 173).
150 «... dizen que no hablo romance porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque
pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar...». Y poco después de manifestar
su ideal de lengua, añade que si esto es novedad, «Yo confieso que es nuevo y camino no usado
por los que escriben en esta lengua poner en ella número, levantándola del decaymiento ordina-
rio...» (De los Nombres, edic. cit., p. 497).
140 EUGENIO DE BUSTOS

62 de Vida Retirada «Qué descansada vida», edic. BAC. p. 1452); «¿cómo se-
rá parte un afligido / que va, el leño deshecho, / de flaca tabla asido / contra
un abismo inmenso, embravecido», (vs. 58 de Al apartamiento: «Oh ya segu-
ro puerto», edic. BAC. p. 1478) y «mil olas a porfía / hunden en el abismo un
desarmado / leño de vela y remo...» (vs. 83 de A nuestra Señora: «Virgen que
el sol más pura, edic. BAC. p. 1493). Todos los ejemplos proceden de poemas
originales. En cambio, un rápido repaso de las traducciones no nos permite
documentar ningún caso de leño 'navio' 151; en las situaciones o contextos en
que podría ocurrir solamente hemos encontrado árboles 152 o pino 153.
Si consideramos más de cerca estos ejemplos, nos encontramos con que,
además de coincidir en que aparecen en poemas originales, tienen en común
también el contexto situacional en que se presentan: el de un naufragio físico o
moral. Además, tal situación se explícita léxicamente en el discurso con la pre-
sencia de adjetivos (o participios con función adjetiva) que hacen referencia a
la inminente destrucción del navio: flaco leño (en Vida retirada), leño desar-
mado de vela y remo (A Nuestra Señora), destrucción ya cumplida en el caso
de leño deshecho (Al Apartamiento). En las traducciones, en cambio, la ima-
ginada presencia del navio se produce en situaciones de signo contrario: bien
se trate de la alegre llegada al puerto seguro (árbol velero de la Geórgica I),
bien de un imaginario regreso a la «edad dorada» (al pino mercader y velero
de la Égloga IV) y sólo en el caso de la oda O navis nos encontramos con la
amenaza de la tempestad, pero la perspectiva es positiva como indica la pre-
sencia de aunque y la reiteración del adjetivo positivo noble. .
Curiosamente, en los poetas posteriores a fray Luis nos encontramos con
una distribución semejante. En los casos recogidos, leño aparece, como he-

151 Sólo encuentro un ejemplo en el que aparecen expresos los dos términos de la sinécdo-
que, pero donde leño no significa 'navio' sino 'árbol abatido': «Que el labrador la reja allí embo-
tada / afila de su espacio y cava el leño / un barco...» (vs. 473-75 de la traducción de la Geórgica
I, edic. BAC, pp, 1564-5. El texto latino vs. 262: «cauat arbore lintris»). Cf. John M. Hill, Uni-
versal Vocabulario de Alonso de Palencia. Registro de Voces internas (Madrid, Real Academia
Española, 1957, p. 105b) s.v. leño, 67b «Caupillus es leño cauado como barqueta o copanete».
152 De Virgilio tenemos la traducción de la Geórgica I (vs. 303-4): «cum iam portum tetigere
carinae / puppibus et laeti nautae impossuere coronas» traducido por «entran al puerto dulce y
deseado / cargados los navios de provecho; / alegres con laurel los marineros / coronan a los ár-
boles veleros» (vs. 549-52, Edic. BAC, p. 1566).
153 De Virgilio (Égloga IV Sicelides Musae) «náutica pinus» se traslada «el pino mercader ri-
co y velero» (vs. 70, Edic. BAC, 1528), y de Horacio (Oda XIV del lib. I): «non tibi sunt integra
lintea, / non di, quos iterum pressa voces malo / quamvis Pontica pinus / silvae filia nobilis» tra-
ducido por «No tienes vela sana, / ni dioses a quien llames en tu amparo, / aunque te precies
vana-/ mente de tu linaje y nombre claro, / y seas noble pino, / hijo de noble selva en el Euxino»
(vs. 13-18, edic. BAC, 1592-3). Existe otro caso, de interpretación dudosa en la traducción de la
oda X del lib. II. (vs. 13-14, edic. BAC, p. 1598).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 141

mos anotado, en una situación premonitoria de tempestad y naufragio. Pero


es Lope de Vega quien, tal vez por la mayor riqueza,de ejemplos, nos ofrece
un paralelismo más sorprendente. En efecto, las cuatro ocurrencias de leño
responden a esa misma visión de fray Luis y también aparecen acompañados
de adjetivo: pobre leño mió 154, un corto leño 155, este leño sumergido 156 y le-
ño contrastado de los vientos 157; en cambio, la presencia de pino 'navio'
corresponde con las situaciones positivas que hemos apuntado en las traduc-
ciones luisianas: soberbios pinos 158 y sin adjetivo, pero en situación de poder
y dominio sobre el mar 159, o de menosprecio de su posible alteración 160. Con
menor regularidad, también en las ocurrencias documentadas por Lapesa en
las Soledades de Góngora, aparece leño acompañado de mal seguro (vs. 397),
frente a la seguridad triunfante del alado roble (vs. 394) o de abetos (vs. 413)
y, quizás también, de pino (vs. 371).
Creemos lícito pensar que una tan acusada y nítida distribución semánti-
ca no puede ser resultado del azar. Como quiera que el latin medieval lignum
'navio', a juzgar por la documentación que recoge Du Cauge, carece de estos
matices y características y que lo mismo sucede con los ejemplos españoles
medievales de leño, en los que predomina la acepción de 'nave auxiliar o de
pequeño tamaño', hemos intentado comprobar si procedía de una posible
influencia del italiano legno. Pero en los ejemplos, pertinentes cronológica-
mente, que recoge S. Battaglia 161 tampoco aparece la clara distribución que
presentan los casos españoles de finales del siglo XVI; solo en el uso figurado
de sentido moral (como metáfora de la propia vida) aparece en algunas oca-

154 «Ya pobre leño mío, / que tantos años fuiste / desprecio de las ondas, / por Scila y Ca-
ribdis» (Dorotea).
155 Vid. nuestra nota 135.
156 «¡Cielo! favor os pido. / ¡Amparad este leño sumergido, que en el mayor extremo, /
vuestra esperanza es el timón y el remo» (Acertar errando).
157 «Y el leño contrastado de los vientos / a la vista del puerto zozobraba» (Circe, fol. 125,
apud. Diccionario de Autoridades). Los tres ejemplos anteriores proceden del Vocabulario de Lo-
pe de Vega citado antes.
158 «En sus azules espaldas / sufrió los soberbios pinos / que se juzgaron eternos / sobre al-
cázares de vidrio». (El prodigio de Etiopía).
159 «Qué Jasón intentó primero / pasar el mar temerario / poniendo yugo a su cuello / los
pinos y lienzos de Argos». (El castigo sin venganza).
160 «En una barca, aunque la mar se altera / entramos juntos, y volando el pino / del edifi-
cio breve, el rejón muerde / la blanca orilla de la tierra verde». (Amor con vista).
161 Grande Dizionario della Lingua Italiana. Unione Tipográfica Torinese, 1973. Vid. en es-
pecial los ejs. de Boccaccio («E' legno tra marinai general nome di qualunque spezie di navilio, e
massimamente de' grossi») Bembo («L' armata de* Turchi... era d'ogni qualitá di legni lunghi
furnita»), Ariosto y Tasso.
142 EUGENIO DE BUSTOS

siones aisladas, pero no de forma generalizada y regular 162. Tendremos que


pensar, pues, que se trata de una selección personal de nuestro autor en los
que se ponen en juego los criterios y valores que hemos recogido más arriba.
Al seleccionar, fray Luis prescinde completamente de la acepción me-
dieval (si es que llegó a conocerla) para centrarse en una perspectiva semántica
no específicamente denotativa sino correspondiente al plano que hemos lla-
mado del estereotipo. El leño es la nave que, vencida por el temporal, está a
punto de zozobrar, o la vida que naufraga en las tormentas existenciales. En
ambos casos, adquiere un primer plano su fragilidad o debilidad y el navio,
atacado por los vientos y las olas, perdidos los mástiles y remos, se convierte
en algo informe que, sin gobierno posible, es arrastrado al abismo. De algún
modo, fray Luis nos ofrece (por supuesto, sin proponérselo) en sus ejemplos
un ciclo completo: la labor del hombre convierte el informe leño que un árbol
abatido es en navio (recuérdese al campesino que «cava el leño en barco» de la
Geórgica 1163) y la tempestad, destruyendo el admirable artificio humano, de-
vuelve el navio a su originaria condición de leño:

í árbol velero )
leño > í ) > leño
[ pino velero )

Proceso en el que sería de considerar, porque me parece que no es en modo al-


guno desdeñable, la asociación con leña, asociación basada en una doble vin-
culación; la del significante y la del significado plano éste en que se daria la
correspondencia entre /destrucción del árbol —- leña / y / naufragio del na-
vio -*- leño / en la que no parece necesario insistir.
Creemos, pues, que la selección se ha realizado sobre un principio de
congruencia semántica entre la palabra elegida y su contexto de situación (tor-
menta, naufragio inminente) y lingüístico (flaco, deshecho, desarmado en
fray Luis; sumergido, pobre, corto, mal seguro, en otros poetas). Y en esta
congruencia —fenómeno del mismo orden que el de la compatibilidad
semántica— del enunciado reside la conveniencia y «fuerza» de la expresión;
fray Luis descubrió la palabra exacta y, con ello, una forma de armonía que
tiene su fundamento y desarrollo en el plano del significado.
El último caso —y les prometo solemnemente terminar aquí— que
quisiera comentar puede tener un tratamiento más ligero. En su muy exacta
comunicación, Fernando Lázaro nos ha expresado alguna duda sobre las

162 Tenemos un ej. de Petrarca, con adjetivo negativo: «Chiuso gran tempo in questo ciecco
legno / errai senza levar occhio alia vela» paralelo al rotto legno de B. Tasso que recoge Lapesa
(Arí°. cit., p. 117, nota 8).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 143

causas del empleo de la perífrasis, alusiva a las grullas, que aparece en los vs.
11-13 de la oda Al licenciado Juan de Griah «Ya el a,ve vengadora / del Ibico
navega los nublados, / y con voz ronca llora». No he de detenerme en reiterar
cómo en la poesia latina traducida por fray Luis, la presencia de los bandos
migratorios de grullas aparece asociada a la llegada de los fríos otoñales; sólo
añadiré que, si no me he descuidado en mi repaso, la perífrasis que nos ocupa
sólo aparece en esta oda. Tampoco he de demorarme mucho en recordar o re-
petir el mito, bien conocido en el siglo XVI, del asesinato del poeta Ibico
cuando se dirigía a los juegos ístmicos y el subsiguiente castigo de los crimina-
les que se delataron gracias a la presencia de una bandada de grullas.
Pero si quisiera solicitar su atención durante unos momentos sobre algu-
nos aspectos significativos, subyacentes a la perífrasis misma, que me parece
pueden tener un cierto valor simbólico y, por ello mismo, susceptible de
contribuir a explicar la presencia de tal circunloquio en una oda dirigida a per-
sona para quien tales aspectos y valores eran absolutamente transparentes 163.
En primer término aludiré, muy sumariamente, a la posible conexión o
motivación fónica que parece subyacer, en la gestación misma del mito, entre
el nombre del poeta y el de un ave de género próximo y aspecto semejante al
de la grulla —por lo que no era difícil la confusión—: el ibyx ,cuya denomina-
ción tiene un claro origen onomatopéyico, fenómeno nada sorprendente en
los nombres de las aves. Claro está que no se me ocultan las diferencias que
entre ellas existen y la naturaleza egipcia del ibis, pero no es menos cierto que
habremos de situarnos en el tiempo histórico-cultural en que el mito se produ-
jo y no olvidar la influencia egipcia que podríamos sintetizar en dos nombres
propios: Creta y Herodoto. Confío en que mi compañero el Dr. López Eire
—a quien debo parte de estas sugerencias— explicará la posible concurrencia
entre ibyx y el vocablo de estirpe indoeuropea que en griego designaba a la
grulla. Por lo que nos concierne como romanistas, sólo recordaré que en
nuestro venerable y útilísimo Diccionario de Autoridades se recoje el refrán
«grulla trassera passa a la delantera» 164 poniendo como paralelo latino: «si
sensim pergas postremo longius ibis» con lo que se hace patente la equivalen-
cia ibis-grulla. Y añadiré —aunque la aproximación, sin duda, sea más
discutible— que la función vengadora de las grullas en el mito no está muy le-
jana del carácter sagrado del ibis egipcio, o de una de las habilidades que a las
grullas se atribuían en nuestro Siglo de Oro:- su atención vigilante 165.

163 Sobre la amistad de Juan de Grial con fray Luis, el Brócense, Arias Montano, etc., vid.,
por ej., Aubrey F.G. Bell, Luis de León, Barcelona, Edit. Araluce, pp. 148-9.
164 Recogido también en Correas, edic. cit., p. 348b.
165 Así en el Quijote, por citar sólo un caso, encontramos: «De los perros, el vómito y el
agradecimiento; de las grullas, la vigilancia» (II, III. Cif. Vocabulario de Cervantes, citado má¡=
144 EUGENIO DE BUSTOS

Mayor interés tiene la conexión que se establece entre estas aves y la cre-
ación de la letra Ípsilon, atribuida ya en la antigüedad clásica y, consecuente-
mente, en nuestro siglo aúreo a Palamedes quien se habría inspirado en la for-
ma que adoptan los bandos de grullas en su vuelo 166. Y habría que recordar
que también se atribuyó su invención a Pitágoras: la disposición de los rasgos
gráficos del signo tendría un valor simbólico, de orden moral, que aparece re-
cogido, por lo que a nuestra lengua se refiere, ya en el Universal Vocabulario
de Alonso de Palencia167 y, más tarde, en otros autores de los que citaré solo a
Jiménez Patón 168 y a Covarrubias 169 para alcanzar todavía al Diccionario de

arriba). Y en Covarrubias leemos: «De noche, mientras duermen, y de día, en tanto pazen, tienen
sus centinelas que les avisan si viene gente». {Tesoro, s.v. grulla).
166 En el prólogo a las Reglas de Orthographia en la Lengua Castellana (Alcalá de Henares,
1517) Nebrija dice: «Porque ni Palamedes, en la guerra de Troia ganó tanto nombre en ordenar
las batallas, en dar las señas, en comunicar el apellido, en repartir las rondas & velas, en hallar los
pesos & medidas, quanta en la ínuención de quatro letras: la y griega, & tres que se aspiran: ch,
ph t th». (Edic. González Llubera, p. 231, quien menciona a Plinio como fuente de Nebrija). Co-
varrubias {Tesoro s.v.) aduce la autoridad de Marcial: «Llamó Marcial a la grulla ave de Palame-
des, por lo que contempló en la figura de su esquadrón, de do sacó la Y, y dize...».
167 543d: «Pithágoras formó primero la .y. a demostración de la vida humana. Ca la virgule-
ta que desciende a lo baxo significa la primera edad ser incierta y las que arriba se apartan en dos
vías dan comienco de la adolescencia cuya parte a la diestra es empinada mas encaminada a la
bienauenturada. La siniestra es más facile mas encaminase de la luz a la muerte». (Registro de vo-
ces internas, John M. Hill, cit., p. 203a).
168 «A la Y llaman letra pytagórica, porque sacó Pitágoras della una moralidad... Sentencia
y doctrina bien conforme a la euangélica, que dice: el camino angosto lleva a la vida eterna, el
ancho a la perdición. Esto lo significaban por aquellos dos gajos que el de la mano yzquierda
comienca ancho y espacioso (qual es el camino del vicio) y acaba en estrecho (como es el infierno);
el de la mano derecha, comienca en angosto (que tal es el camino de la virtud) y acaba en un gran
espacio, symbolo de la bienauenturanca. Lo qual también declaró Cicerón en sus Oficios y lo
exemplificó con la visión que (dice) tubo Hércules». {Epítome de la Ortografía Latina y Castella-
na, Edic. de A. Quilis y J.M. Rozas, Madrid, CSIC, Clásicos Hispánicos, 1965, pp. 66-67).
169 «Y la qual [Ípsilon] también se llama letra de Pitágoras porque nos figuró en ella el pro-
cesso de esta vida, y el camino ancho de los vicios y el estrecho de la virtud, tan atinadamente que
simboliza con lo que dixo por su boca la mesma verdad». {Tesoro, s.v., grulla. Vid. también
Letra).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 145

Autoridades aunque atribuyendo a Pitágoras la motivación de Palamedes 170.


Y no parece necesario recordar aquí y ahora la importancia que lo pitagórico
tiene en fray Luis.
Con estas dos leves observaciones me atrevo a sugerirles que el uso de la
perífrasis desata en el lector a quien la oda se dirige todo un cruce de motiva-
ciones: fónicas (onomatopeya del nombre del ave), gráficas (motivación de la
Y en el vuelo de las aves), semánticas (presencia de la grulla en el otoño) y aun
simbólicas de orden moral tan acentuadas en la situación del propio otoño vi-
tal de fray Luis. En la cima del monte de la perfección lingüística estaba el
nombre de Jesús, en la ladera florece el huerto luisiano cultivando una expre-
sión que reflejara esta belleza: la armonía de letra, sonido, significado y cosa
en la perfección que a la obra humana le da su sentido moral.

170 «Llámase la letra Y letra de Fythágoras, porque se supone, que este Philosopho la aña-
dió al alphabeto griego, tomando su figura de la que forman al volar las grullas».
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DEL GALÁN»
(¿Fray Luis fuente de Lope?)
CRISTÓBAL CUEVAS
Universidad de Málaga.

Al estudiar María Rosa Lida la transmisión y recreación de temas greco-


latinos en la poesía lírica española, llamaba la atención sobre la ternura con
que Lope y Valdivielso, a propósito de la solicitud de Dios por el alma pecado-
ra, trataron «a lo divino» el motivo de «la ronda del galán» l. El tema, desde
su perspectiva profana, cuenta, desde luego, con una larga tradición en
nuestra literatura, señaladamente en la poesía popular, desde las jarchas
—«¿Qué faré, mamma? / Meu-1-habib est'ad yana»—, hasta poemillas como
«El mi corazón madre», «Dame acogida en tu hato» «¡Ah, hermosa!», «¡No
paséis, el caballero», etc 2 . Sus elementos constitutivos esenciales son el
«amante» y la «amada» —la cual puede o no corresponder al amor—, la
reclusión voluntaria o forzosa de ésta, la búsqueda del encuentro amoroso por
parte de aquél, la ronda de la calle, y la llamada de viva voz o golpeando la
puerta con la aldaba. La figura del amante se presenta desde la concreta pers-
pectiva de «galán», en su acepción de 'enamorado joven y apuesto', de acuer-
do con el étimon de este vocablo, que deriva de «gala»: «Y porque los enamo-
rados —explica Covarrubias—de ordinario andan muy apuestos para afi-
cionar a sus damas, ellas los llaman sus galanes» 3 . Aunque nada se diga
expresamente, parece sobreentenderse en esta tradición que la relación entre
ambos puede ser, alternativamente, de aspiración o de conquista lograda, pe-
ro siempre con exclusión del matrimonio. Difícilmente se encontraría una
coplilla popular en que el rondador sea el esposo rechazado que quiere recon-

1 RFH, I (1959), pp. 20-63; reproduce este trabajo en La tradición clásica en España, Barce-
lona, Ariel, 1975, pp. 37-117; nuestra cita se hace por este libro, y está en la p. 68.
2 Dámaso Alonso y J.M. Blecua, Antología de la poesía española. Poesía de tipo tradicional,
Madrid, Credos, 1956, pp. 4, 32,35, 52 y 78 respectivamente; reproduce los dos primeros poemas
Margit Frenk Alatorre, Lírica española de tipo popular, Madrid, Cátedra, 1977, pp. 36 y 150 (és-
te, sin la glosa explicativa, esencial); ver también J.M. Alín El cancionero español de tipo tradi-
cional, Madrid, Taurus, 1968, pp. 182-184.
3 Tesoro, s.v. «galán». Valen también las siguientes acepciones del Diccionario de autorida-
des:'t\ que galantea, solicita, ó logra alguna mugér'; y, «en término cortesano», 'persona que se
dedica á cortejar, y servir á alguna mugér'.
148 CRISTÓBAL CUEVAS

quistar los favores y el lecho de la esposa. Sin embargo, en la tradición sacra


del tema la cosa no es tan simple, al intervenir elementos literarios procedentes
de campos muy lejanos, lo que complica el tratamiento del «topos», enri-
queciéndolo y dándole originalidad. Y es precisamente desde esta perspectiva
desde donde nosotros vamos a llevar a cabo nuestro trabajo, atendiendo con
especial interés la época del Segundo Renacimiento y principios del Barroco
español, dado su intrínseco valor literario y la repercusión que sus textos han
tenido en la literatura posterior.
Pero para comprender el tratamiento que la literatura espiritual española
del Siglo de Oro ha dado a este tema, hemos de partir de una fuente muy dis-
tinta de la poesía popular. Se trata concretamente de la Biblia, verdadero pun-
to de arranque de la vertiente sacra de este motivo literario, que, para no-
sotros, tiene su origen en tres textos fundamentales: Cantares V, 2-5; Apoca-
lipsis III, 20; y Juan X, 1-5:

I. «[ESPOSA] Yo duermo, pero mi corazón vela. La voz de mi ama-


do, que toca a la puerta. [ESPOSO] Ábreme, hermana mía, com-
pañera mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está lle-
na de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche. [ESPOSA] He-
me desnudado mi ropa; cómo la tengo de vestir? He lavado mis
pies, cómo los tengo de ensuciar? ...Yo me levantaré para abrir á
mi amado».
***

II. «He aquí, que estoy á la puerta, y llamo: si alguno oyere mi voz, y
abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo».

III. «De cierto, de cierto os digo, que el que no entra por la puerta del
corral de las ovejas, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y ro-
bador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A
este abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y á sus ovejas llama
por nombre y las saca. Y como ha sacado fuera todas las propias,
va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, antes huirán de él; porque no conocen
la voz de los extraños» 4 .

Repasando estos textos, encontramos en ellos los siguientes constitutivos


esenciales: En I: el «esposo» y la «esposa» —frente a la pareja «amante» y
«amada» de la tradición profana—; el sueño de ésta; la llamada de aquél, por

4 Citamos por la traducción de Cipriano de Valera, [1602], Madrid, Sociedad Bíblica, 1877.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 149

la voz y golpeando la puerta; la incomodidad del rocío nocturno e,


implícitamente, del frío exterior; la resistencia de la esposa a abrir; su decisión
final de hacerlo. En II: la presencia del enamorado ante la puerta; la llamada;
el ofrecimiento de la cena en común. En III: el amante como pastor y la ama-
da como oveja; la entrada por la puerta; la llamada por la voz —o por «el sil-
bo», alternativamente—. (Este texto, por lo demás, actúa sólo como contami-
nante). Tales elementos, independientemente o combinándose entre sí, confi-
guran una larga tradición en nuestra literatura espiritual clásica, en cuyo con-
texto habrá que entender las referencias al tema existentes en fray Luis y en
otros escritores que se ocupan del mismo. A veces se trata de meras alusiones
indirectas; con frecuencia, estas perícopas se citan explícitamente y por exten-
so. En general podemos afirmar que siempre que aparece el tema de la ronda
de Cristo-galán, se hace referencia a alguna de ellas, con un orden de frecuen-
cia paralelo al que hemos seguido. Por otra parte, es importante señalar que,
puesto que se trata de aplicaciones de textos sagrados a la exposición de asun-
tos religiosos, no puede hablarse en rigor de contrafacta o «versiones a lo divi-
no» —falta la profanidad del punto de partida—, sino de aprovechamiento
devoto, casi siempre por aplicación de técnicas alegóricas, de lugares
escriturísticos bien conocidos 5 .
Como hemos dicho, los casos de alusiones indirectas o parciales son muy
frecuentes. Recuérdese, por ejemplo, aquel pasaje del Purificador de la con-
ciencia (1550) del dominico fray Agustín de Esbarroya, en que, citando al car-
denal Cayetano, afirma que es defecto lamentable «no oír la voz del Pastor
que nos llama de dentro», y que uno de los beneficios más señalados que Dios
puede hacer es «esperar a penitencia», por lo que el hombre debe «abrir los
ojos del entendimiento, y mirar cuántos momentos, horas y días, meses, años
ha que Dios nuestro Redentor... le espera, para que a él se convierta..., no
cerrando los ojos y oídos para ver los beneficios y mercedes que de El reci-
bieron, y oír las aldabadas que da a las puertas de sus conciencias» 6 . Como
puede comprobarse, la presencia de los elementos bíblicos es aquí fragmenta-
ria e indirecta: aparecen el amante-Pastor, la llamada, la espera interminable,
el sueño (aunque sólo implícitamente), las aldabadas y la puerta. Hasta aquí,
el recuerdo de Cantares es claro. Pero hay una contaminación con el texto de
San Juan al convertirse el esposo en pastor, mientras la alegoría ve en la espo-
sa al pecador, en la llamada la invitación a la penitencia, en los ojos cerrados

5 No importa que, en su origen, los Cantares surgieran como un canto epitalámico de enamo-
rados humanos; en la mente de nuestros escritores de espiritualidad, su sentido religioso estaba
fuera de toda duda.
6 Purificador de la conciencia, [1550], ed. de A, Huerga, Madrid, UPS-FUE, 1973, p. 285.
Hemos uniformado las formas verbales en la 3 a pers. del sing. por comodidad de cita.
150 CRISTÓBAL CUEVAS

por el sueño la desatención e inadvertencia culpable, en la puerta la concien-


cia. Es notable, por otra parte, que el reclamo divino se haga, no desde fuera,
sino desde lo más íntimo del alma, recuerdo sin duda, del método plotiniano
de buscar a Dios por un proceso de interiorización 7 , divulgado por el Seudo
Agustín en sus leidísimos Soliloquios: «No te hallava, Señor, de fuera, porque
mal te buscava fuera, que estavas dentro» 8 .
Parecido a éste es el texto, muy cercano en el tiempo, de la Glosa de mo-
ral sentido (1552) de Luis de Aranda, quien nos dice que «el ánima q(ue) esta
durmie(n)do en la cama de los vicios..., tan mortificada esta con el veleño y la
mandragora de la frialdad de la noche (que como diximos es la culpa) que
tiene perdido el sentido del oyr, pues no oye las bozes que da el que clama en el
desierto, diziendo. Hazed penitencia: ca el reyno de los cielos se acerca... Pues
si el anima de todo bien desierta, es tornada por sus maldades como desierto,
de que nos marauillamos que no oya las bozes del q(ue) clama en el desierto,
especialmente durmie(n)do en sueño tan profundo 9, que no oye los golpes de
las inspiraciones que da el esposo a las aldauas de las puertas de su concien-
cia» 10. Otra vez tenemos como trasfondo el Cantar de los cantares —son
inequívocas las referencias al sueño, la frialdad de la noche, el esposo, las vo-
ces y las aldabadas—, pero ahora la esposa se ha convertido en «el alma»
—transformación muy común, que jugará un papel fundamental en textos
posteriores—, hay un lecho que simboliza los vicios —con lo que la referencia
al pecador es también clara—, el frío de la noche es señal de la insensibilidad
que produce la culpa, las puertas son las de la conciencia... Y aparece un ele-
mento de gran originalidad: el alma, desierta de bien, permite, por asociación
de imágenes, identificar al esposo: es el que clama en el desierto, o sea, Cris-
to u . Encontramos, pues, otra equivalencia esencial: el esposo se convierte en
Jesús, que ronda al alma-esposa para despertarla del vicio. Pero ella no res-
ponde, sencillamente porque no oye la voz.
A medida que avanzamos en el tiempo, la referencia a los Cantares se va
haciendo más explícita y pormenorizada. Por una parte, el Renacimiento ha

7 Plotino, Ennéadas, IV, 7, 10.


8 Soliloquios, cap. XXXI; ML, XL, 888. La traducción es de San Juan de la Cruz, Cántico
espiritual; cf. nuestra ed., Madrid, Alhambra, 1979, p. 133.
9 Estas palabras nos traen el recuerdo de una rama colateral del tema, la que desarrolla en
exclusiva el texto de Juan, X, 1-5, y que Lope, entre otros, trató en su soneto «Pastor que con tus
silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño» —Rimas sacras, [1614], En Lope de Vega.
Obras poéticas, ed. de J.M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1969, pp. 322-323.
10 Glosa de moral sentido en prosa. A las famosas y muy excelentes coplas de don Jorge
Mantique..., [Valladolid, 1552], fol. iiij v.
11 Juan I, 23: Cristo responde a los sacerdotes y levitas que le preguntan por su identidad:
«Yo soy voz de quien clama en el desierto».
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 151

desarrollado plenamente la sensibilidad ante los atractivos de la naturaleza y


el goce de los sentidos, lo que permite interpretar estos textos desde una pers-
pectiva más fiel a su erotismo originario, alejándose de esas alegorías secas e
intelectuales que tantas reminiscencias medievales nos traen. Por otra, la prác-
tica de los predicadores ha ido convirtiendo este pasaje en lugar de referencia
obligada cuando se trata del tema de la vuelta del hombre a Dios. Además, la
literatura pastoril, cuyo cénit poético está en las Églogas de Garcilaso, y que,
desde finales de la década de los cincuenta, habían difundido en prosa Jorge
de Montemayor con su Diana, y Gaspar Gil Polo con su Diana enamorada
(1564), pone una nota de actualidad en el epitalamio sulamítico, que los
místicos adoptan —con la curiosa excepción de este pasaje— como el símbolo
más acabado de los amores de Dios y el alma. En cuanto al estilo, los textos
bíblicos se van glosando por aplicación de la técnica de la amplificatio-, en bus-
ca de una mayor vehemencia afectiva n. Esta nota será en adelante común en
el tratamiento del tema, que adopta con frecuencia matices patéticos, lo que
era inevitable desde el momento en que lo había hecho suyo la literatura devo-
cional y, sobre todo, la oratoria sagrada.

«Veo —dice fray Diego de Estella— que en los Cantares estás ro-
gando a tu criatura 13 y la provocas y la incitas a tu amor, dicien-
do: Ábreme, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía y por todas
maneras mía, ábreme, y si no quieres abrirme por mí, a lo menos
ábreme por tí, porque mi cabeza está llena de rocío. Mi divinidad
está llena de toda suvidad y dulzura, pues luego ábreme y cenaré
contigo 14, y no a costa tuya, porque yo de mi hacienda haré todo
el gasto, y te porné delante manjares suavísimos y muy de-
leitables. Y el ánima ingrata con todo esto, respondió con indigna-
ción desde la cama: ¿Heme desnudado de mi vestidura y téngola
agora de tornar a vestir? Lavé mis pies, ¿cómo los tornaré a ensu-
ciar agora?15 ¡Oh ingrata, oh mísera y ciega! ¿Y así respondes a tu
Amado y a tu Dios? ¿Así menosprecias a tu Criador y amador tu-

12 «La amplificación y descripción de las cosas —advierte fray Luis de Granada—, aunque
son muy poderosas para persuadir ó disuadir, alabar ó vituperar; no menos, sino aun mucho mas
conducen para mover los afectos» —Los seis libros de la retórica eclesiástica, o de la manera de
predicar, en Obras del V.P.M, fray Luis de Granada, t. III, Madrid, BAE, t. XI, 1945, p. 547 b;
el tema de la amplificatio ocupa todo el Libro III, extendiéndose desde la p. 530 a la 553.
13 «Aquí se está llamando a las criaturas», dice San Juan de la Cruz, rozando el tema, en el
«Cantar de el alma que se goza de conocer a Dios por fee» (h. 1578); cf. Cántico espiritual.
Poesías, ed. cit., p. 348. La cita es de Cant V, 2.
14 Apoc III, 20.
15 Cant V, 3.
152 CRISTÓBAL CUEVAS

yo?... No la dejó el piísimo amador suyo en su dureza, mas antes


metió su mano, y así, la que primero había despreciado la voz, a
su tocamiento se le movieron las entrañas, y vencida y sobrepuja-
da de la fortaleza de aquel tocamiento, se levantó congojosa para
abrir a su Amado» 16.
Este texto, verdaderamente ejemplar, representa ya una nueva manera de
ver el tema de la ronda del galán-Cristo. La llamada se hace en forma reitera-
da y apremiante, el rocío simboliza ahora lo fascinante de la Divinidad, la ce-
na apocalíptica se promete explícitamente —estamos ante un ejemplo típico
de contaminación de textos, en que sólo falta la referencia a Juan X, 1-5—, el
alma ya no es solamente sorda, sino que rechaza con violencia la «recuesta»
amorosa, el que llama es el Amado (cuya personalidad se precisa como «Dios,
«Criador» y «Amador» activo), la insistencia produce al fin su fruto. Por otra
parte, en la medida en que la dependencia de los Cantares es más directa, el
enfoque moral cede terreno a una cierta orientación mística, no ya solamente
por la dialéctica «Amado/criatura», sino por la alusión a la pasividad con que
el alma recibe los dones del banquete («yo de mi hacienda haré todo el gasto»,
dice el Amado). Por lo demás, la madurez que ha adquirido ya la literatura es-
piritual hace que el «topos» aparezca progresivamente enriquecido por la
influencia de diversos textos, aunque las aportaciones de experiencia personal
del escritor sean prácticamente nulas hasta Lope de Vega.
Quizá el mejor ejemplo de aprovechamiento de este tema por la oratoria
sagrada sea el que ofrece Juan de Ávila. La ronda sacra del galán es en sus pá-
ginas un verdadero «leit motiv», que se repite en los Sermones y en el Episto-
lario 17. Por este camino, y gracias en gran parte a la extraordinaria difusión
que lograron sus escritos por obra de la Compañía de Jesús, el motivo de
Cristo-rondador se extiende por una amplia parcela de nuestra literatura
áurea, apareciendo frecuentemente en sermonarios y poesía devota, autos
sacramentales, comedias sacras, etc. Veamos dos textos capitales del autor del
Audi, filia:

16 Meditaciones devotísimas del amor de Dios, [1576], en Místicos franciscanos españoles, t.


III, Madrid, BAC, MCMXLIX, pp. 308-309.
17 Las ediciones antiguas más importantes son: Primera y Segunda parte del Epistolario espi-
ritual para todos estados, Madrid, Pierre Cosin, 1578 (ed. a cargo de Juan de Villarás y Juan
Díaz, dicípulos del santo); 2 a ed., Alcalá, Juan de Lequerica, 1579; 3 a ed., Madrid, Pedro Madri-
gal, 1588; 4 a ed., Madrid, Luis Sánchez, 1595; 5 a ed., Sevilla, Francisco Pérez, 1604, etc. En
cuanto a los sermones, Tercera parte de las obras delP. Mtro. Iuan de Aulla, predicador en elAn-
daluzia. Dirigidas a doña Beatriz Ramírez de Mendoga, condesa del Castellar..., Madrid, P.
Madrigal, 1596, 2 ts.; 2 a ed., Sevilla, B. Gómez, 1603, etc. El simple repaso de estos datos de-
muestra la difusión que tuvieron en nuestro Siglo de Oro las obras del Maestro Ávila.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 153

I. «¡Oh quién un rato hablase a solas y en seso con su ánima propria


y le preguntase qué es aquello por lo cual no abre a su Señor y cuál
es el estorbo que tiene para servirle! ¿Quién puede hacer contrape-
so a estar Dios llamando a la puerta, convidándonos con que si le
abrimos cenará con nos y nos con él?ls... ¿Qué es aquello, ánima
mía, qué es aquello que tienes en tu corazón porque no abres
luego, luego y de priesa al Señor, que a tu puerta llama? Su cabeza
tiene llena de rocío, y sus cabellos llenos de gotas de la noche19...
¿Porqué eres desagradecida a tanto amor y mal criada a tal Majes-
tad? Abre ya y echa de tu corazón cualquier cosa que te estorbe el
puro y fuerte amor que le debes... ¿Qué esperas a mañana, que no
sabes si lo verás ni cómo en él estarás?»
***
II. «Pintaros a Jesucristo crucificado y las imagines en los templos,
¿qué es sino rondaros Jesucristo los ojos, para que os acordéis que
Él es vuestro esposo natural? Como os ve Jesucristo que no vais
tras El, dícele a la ovejita 20: Salte conmigo, hermana mía, querida
mía, columba mía; ábreme y vente conmigo. Mira que yo soy tu
esposo natural, y ese con quien estás es rufián. Mira, hermana
mía, lo que paso en tu recuesta y por desposarte conmigo. Quia
caput meum plenum est rore» 21.
Como puede observarse, el tema adquiere en la pluma de Ávila una gran
novedad. Por lo pronto nos encontramos por primera vez con la combinación
de los tres pasajes escriturísticos que conducen al mismo: la espera nocturna al
relente (Cant V, 2), la promesa de la cena (Apoc III, 20), y la llamada a la ove-
ja (Juan X, 1-5). Esto da al tratamiento avilino una gran riqueza de matices.
Pero además, la esposa no está ya sola en su albergue, sino que comete adulte-
rio «con un rufián», que suplanta en su lecho al Amado. A nuestro parecer,
hay aquí una nueva contaminación, procedente esta vez del cap. II de Oseas22,
en que Dios amenaza a la esposa adúltera —símbolo del pueblo escogido, pero
infiel— con los mayores castigos, aunque en el cap. XI y en el XIV, tras la pe-
nitencia, vuelva a recibirla como esposa. Para el predicador que es Juan de

18 Apoc III, 20.


19 Cant V, 2.
20 Juan X, 1-5.
21 Cant V, 2. Los textos proceden de Obras completas delBto. Juan de Avila, ed. de Luis Sa-
la Balust, t. I, Madrid, BAC, MCMLII, p. 485 —Epistolario, ed. de 1578—, y t. II, p. 308
—Sermonario, ed. de 1596—. Ver otros textos que tratan el tema en t. II, pp. 75-76 y 307.
22 Piénsese que, sólo en el Epistolario, Sermones y Escritos menores, Oseas es citado nueve
veces.
154 CRISTÓBAL CUEVAS

Ávila, ese «rufián» que impide la entrada del esposo legítimo es el símbolo de
todo aquello que mantiene al alma alejada de Dios. En lo estilístico, ese
«luego, luego y de priesa» manifiesta una exigencia de inmediatez y premura
que tiene, como veremos, un sorprendente paralelo en Lope de Vega. Lo mis-
mo podemos decir del «mañana», reflejo del eras agustiniano, y foco a su vez
de nuevas influencias. Por fin, nos parece de singular importancia ese «ronda-
ros Jesucristo los ojos», que sitúa plenamente a Juan de Ávila en la tradición
espiritual de la ronda del galán, ahora sí con un sentido de vuelta «a lo
divino», pues ofrece en vertiente religiosa un proceder típicamente profano.
Ello se evidencia hasta la saciedad con la ponderación que hace el amante a la
amada de «lo que paso en tu recuesta» 23.
Dentro de esta tradición, de cuya permanencia y madurez dan idea los
textos que llevamos espigados, se sitúa fray Luis de León. El prof. Lapesa ha
dedicado al tema un fino artículo, poniendo al maestro agustino, desde esta
perspectiva, en relación de fuente con Lope de Vega y su célebre soneto «¿Qué
tengo yo, que mi amistad procuras?» ^ Más adelante hablaremos de esta po-
sible dependencia. Por lo pronto señalemos que el motivo de la ronda del ga-
lán aparece reiteradamente en la obra luisiana, como no podía ser menos en
un escritor tan entusiasta del Cantar de los cantares. No es, pues, de extrañar
que aparezca explícitamente en sus comentarios a dicho libro, ya sea en la
Explanatio latina, ya en la versión castellana 25. Ambas fueron ampliamente

23 «Requestar —dice el Dice, de Autoridades—, metaphoricamente vale acariciar, atraher


con el halago, u dulzura de amante». Ávila expone la comparación explícitamente en otro pasaje
muy significativo: «Hace Nuestro Señor con el ánima lo que hará un esposo o marido bueno con
su esposa que se hubiese ido con otro y él la amase y tuviese deseo de volvella a su amistad. ¿Qué
haría éste? Irse hía por donde supiese que ella estaba, y diría entre sí: 'Quizá se parará a la venta-
na y me verá, y viéndome se acordará que yo soy su esposo-, y que aquél con quien está es rufián, y
se acordará del amor que le tuve y de lo que hice por ella, y se le moverán las entrañas de amor y se
saldrá y volverá conmigo'. Y ansí Cristo Nuestro Señor, esposo del ánima, viendo que se le ha ido
y está amancebada con el demonio, ronda la calle, paséase por donde está». —Sermones, ed. cit-,
p. 307—; el subrayado es mío.
24 «Presencia de fray Luis en el soneto de Lope ¿Qué tengo yo que amistad procuras?», en
Homenaje a don Agustín Millares Cario, t. II, Madrid, Confederación Española de Cajas de
Ahorros, 1975, pp. 699-703 —citamos por esta edición—; el artículo se halla incluido en Poetas y
prosistas de ayer y de hoy, Madrid, Gredos, 1977, pp. 178-185.
25 El texto latino conoció varias ediciones tempranas: F. Luysii Legionensis, Augustiniani,
Divinorum Librorum primi apud Salmanticenses Interpretis, In Cántica canticorum Salomonis
Explanatio..., Salmanticae, Excudebat Lucas a Iunta, 1580; SecundaEditio..., Salmanticae, Ex-
cudebat Lucas á Iunta, 1582; In Canticum canticorum triplex Explanatio, Salmanticae, apud
Guill. Foquel, 1589 (a las explanaciones literal y mística de las ediciones anteriores, añade la ana-
gógica); Expositio in Cántica canticorum..., Venetiis, apud lo. Batptistam Ciotum, 1604; Exposi-
tio in Canticum..., Parisiis, apud E. Foucault, 1608. El texto castellano permanece inédito hasta
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 155

leídas en su tiempo, la primera gracias a las diversas ediciones que de ella se hi-
cieron en España y en el extranjero, y la segunda en los numerosos manuscri-
tos que corrieron entre lectores avisados 26. El pasaje que aquí nos interesa es
el siguiente:
I. «[Cant V, 3] Voz de mi amado que llama.
Dice que al punto que ella despide al sueño, el cual, por causa de
traer desasosegado y alborotado el corazón, tenía ligero, llega el
Esposo y llama a la puerta, cuya voz ella bien conoce, el cual decía
así: Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta
mía; que todas son palabras llenas de regalo, y que muestran bien
el amor que la tiene y le traía vencido. Y en este repetir mía cada
vez y a cada palabra, muestra bien el afecto con que la llama, para
moverla a abrir aquel de quien tanto es amada.,. Y porque no
puede sufrir quien ama de ver a su amado padecer, dícela por mo-
verla más: Que mi cabeza llena es de rocío. Que es decir, cata que
no puedo estar fuera, que hace gran sereno, y cae un rocío del cual
traigo llena mi cabeza y cabellos. En que muestra la necesidad
grande que traía de tomar reposo, y la incita aque abra con mayor
voluntad y brevedad. Y esto decía el Esposo. Mas dice ella que le
oyó, y comenzó a decir con una tierna y regalada pereza entre sí:
4. Desnúdeme mi vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies;
¿cómo los ensuciaré?
Que es decir: ¡Ay cuitada! Yo estaba ya desnuda, ¿y tengo agora
de tornarme a vestir? Y los mis pies que acabo de lavar, ¿téngolos
de ensuciar luego? En lo cual se pinta muy al vivo un melindre, o
como lo llamáremos, que es común a las mujeres, haciéndose es-
quivas donde no es menester; y muchas veces, deseando mucho
una cosa, cuando la tienen a la mano fingen enfadarse de ella y
que no la quieren...; la Esposa, agora que lo ve venido, ensober-
bécese y emperézase en abrirle, y hace de la delicada por hacerle

1798: Traducción literal y Declaración del Libro de los Cantares de Salomón, hecha por el Mtr.
fr, Luis de León, del Orden de San Agustín. Doctor en Teología y Catedrático de Sagrada Escri-
tura de la Universidad de Salamanca. En Salamanca: En la Oficina de Francisco de Tovar. Año
de M.DCC.XC.VIII.
26 «La Exposición del Cantar —dice F. García— fue traída y llevada con el procesamiento
de fr. Luis. Mientras tanto, las copias se multiplicaban, y aquel manuscrito, puesto en entredicho,
constituía un regalo para los buenos catadores de la lengua y de la exégesis sagrada. El P. Merino
habla de las innumerables copias antiguas y modernas que, en su tiempo, se encontraban por las
bibliotecas públicas y particulares». «Su difusión, en copias, fue extraordinaria. Se leyó este libro
con avidez». —Intr. a la ed. de la Exposición, en Obras completas castellanas de fray Luis de
León, t. I, Madrid, Bac, MCMLVII, pp. 67 y 61.
156 CRISTÓBAL CUEVAS

penar y ganar aquella victoria más de él. Y dice, poniendo frias


excusas: Desnúdeme mi camisa,» etc. 27

En términos parecidos se expresa la Triplex explanatio latina, aunque


ahora se añade un dato que me importa destacar: al hacer la explicación ana-
gógica, fray Luis identifica el rocío nocturno con «los males a que esta vida es
sometida; Cristo, hecho hombre por los hombres, soportó las miserias de la
vida humana y males duros..., esto es, ser humedecido por el rocío y empapa-
do por las gotas de la noche» 28. La interpretación del rocío como tormento
del amante aparecerá también en Lope de Vega, pero es radicalmente opuesta
a «la suavidad y dulzura» de que hablaba Estella. No menos radical es el giro
que ha sufrido el tema: nada de interpretaciones morales, ni de adulterios, ni
de contaminación de textos. El enfoque de la célebre perícopa es el que podía
esperarse de un especialista de la exégesis bíblica, que arranca primordialmen-
te del sentido literal, para apoyar en él todos los demás como en cimiento inex-
cusable. Por otra parte, nos desconcierta un poco esa interpretación de la re-
nuncia de la esposa a abrir la puerta como simple añagaza de mujer, que «ha-
ce de la delicada» para encelar al amante. Vemos aquí un procedimiento esen-
cialmente opuesto al contrafactum divinizador, pues asistimos a la desacrali-
zación de un texto bíblico, interpretado desde coordenadas de menuda
sicología de enamorados profanos. En todo caso, la dinámica ascendente-
descendente (de lo humano a lo divino, y viceversa) que entraña esta
peculiarísima forma de entender la ronda sacra del galán permanece fluida
gracias a estos inesperados «melindres».
Junto al texto que acabamos de analizar habría que poner el que Lapesa
considera fuente directa del soneto XVIII de las Rimas sacras. Se trata de un
pasaje procedente del capítulo «Pastor» de Los nombres de Cristo, añadido
por primera vez al libro, como se sabe, en su segunda edición de 1587:

II. «Mas si es pastor Christo por el lugar de su vida, ¿quánto con más
razón lo será por el ingenio de su condición, por las amorosas
entrañas que tiene, a cuya grandeza no ay lengua ni encaresci-
miento que allegue? Porque demás de que todas sus obras son

27 Exposición, en Obras completas, ed. cit., t. I, pp. 148-149.


28 Puede leerse la Triplex explanatio, traducida al castellano, en la tesis doctoral de J.M. Be-
cerra Hiraldo Las obras latinas literarias de fray Luis de León, t. II, p. 658-t. III, p. 1220; nuestro
texto se halla, concretamente, en las pp. 1056-1057 de este último vol. La tesis, leída en la Fac. de
Filosofía y Letras de la Univ. de Granada, fue dirigida por mi maestro el prof. Dr. Orozco Díaz.
El texto latino, en la ed. de Salamanca, 1892, de las Opera, t. II, es sobradamente conocido de los
especialistas.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 157

amor..., la affición y la terneza de entrañas y la solicitud y cuyda-


do amoroso... excede todo quanto se puede imaginar y dezir. No
r

ay madre assí solícita, ni esposa assí blanda, ni coragón de amor


assí tierno y vencido, ni título ninguno de amistad assí puesto en
fineza, que le yguale o le llegue. Porque antes que le amemos nos
ama; y offendiéndole y despreciándole locamente, nos busca; y no
puede tanto la ceguedad de mi vista ni mi obstinada dureza, que
no pueda más la blandura ardiente de su misericordia dulcíssima.
Madruga, durmiendo nosotros descuydados del peligro que nos
amenaza. Madruga, digo, antes que amanezca se levanta; o por
dezir verdad, no duerme ni reposa, sino, asido siempre a la aldava
de nuestro coragón, de contino y a todas horas le hiere y le dize,
como en los Cantares se escrive: Ábreme, hermana mía, esposa
mía, ábreme; que la cabera traygo llena de rocío y las guedejas de
mis cabellos llenas de las gotas de la noche. No duerme, dize Da-
vid, ni se adormesce el que guarda a Israel.» 29
Como se ve, el tema aflora por asociación entre la solicitud de Cristo en
adelantarse al amor del hombre —expresada por el verbo «madrugar»—, y la
imagen patética del esposo rondador de los Cantares que llama en la madruga-
da a la puerta alegórica de la cabana de la esposa. La contaminación entre este
texto capital y Juan X, 1-5 aparece clara en su inclusión en el nombre de «Pas-
tor», así como en ese «nos busca» que no procede de Cantares —aquí se sabe
bien dónde está la amada—, sino del relato evangélico en que Cristo busca a la
oveja perdida. Pero además, la voz de llamada, la noche, el frío nocturno,
etc., no se presentan como materiales literarios reelaborados por el escritor
para hacer una obra personal, sino como constitutivos de un texto ajeno, que
se aduce en forma de cita literal 30. Fray Luis, por último, en su deseo de
subrayar la solicitud de Cristo, lo presenta asido a la aldaba —también alegó-
rica, pues llama al corazón— día y noche, «siempre», «de continuo y a todas
horas», lo que suprime el tópico de la nocturnidad, consustancial a la versión
que los Cantares ofrecen del tema, para expresar con más claridad el dogma
católico de la llamada continua a la gracia.

29 De los nombres de Cristo, ed. de C. Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, pp. 227-228.
30 Lapesa busca la referencia al frío invernal en otro pasaje de Nombres, incluido también en
«Pastor»: «Y si es del pastor trabajar por su ganado al frío y al yelo, ¿quién qual Christo trabajó
por el bien de los suyos? Con verdad Iacob, como en su nombre, dezía: Gravemente lazeré de
noche y de día, unas vezes al calor y otras vezes al yelo, y huyó de mis ojos el sueño». —ed. cit., p.
239—. Pero, como se ve, este frío no es el que padece el rondador enamorado que espera en la
noche invernal a la puerta de la amada, sino el del pastor que lleva —aquí no busca— a sus ovejas
por montes y breñas.
158 CRISTÓBAL CUEVAS

Para nosotros, hay todavía en Los nombres de Cristo otro pasaje


—incluido en el cap. «Rey de Dios»—, que recoge el tema de la ronda sacra
del galán de forma muy parecida a como lo hace Lope de Vega en su soneto,
aunque también aquí valen las reflexiones que hemos hecho a propósito del
texto aducido por Lapesa. La única diferencia estriba en que fray Luis omite
ahora la alusión al «pastor», con lo que consigue una mayor nitidez de contor-
nos en ese ambiente de enamorados no eglógicos que caracteriza el soneto del
genial dramaturgo:

III. «Porque, ¿quién podrá dezir ni entender, si no es el mismo que en


sí lo experimenta y lo siente, las formas piadosas que Dios usa con
uno para que no se pierda, aun cuando él mismo se procura per-
der? Sus inspiraciones continuas, su nunca cansarse ni darse por
vencido de nuestra ingratitud tan continua, el rodearnos por todas
partes y como en castillo torreado y cercado, el tentar la entrada
por differentes maneras, el tener siempre la mano en la aldava de
nuestra puerta, el rogarnos blanda y amorosamente que le abra-
mos como si a él le importara alguna cosa, y no fuera nuestra sa-
lud y bienandanca toda el abrirle, el dezirnos por horas y momen-
tos con el Esposo: Ábreme, hermana mía, esposa mía, paloma
mía, y mi amada y perfecta, que traygo llena de rocío mi cabeca y
con las gotas de las noches las mis guedejas» 31.

Los elementos esenciales de la ronda de Cristo-galán aparecen aquí con


notable claridad: Dios-rondador, la esposa como símbolo del hombre en gene-
ral («las formas piadosas de que Dios usa con uno para que no se pierda»), la
ingratidud (que incluye de forma implícita la condición de «esposa» del
hombre, pues ha recibido beneficios del esposo que debería agradecer), el ron-
dar la casa —aunque ahora metamorfoseado en la imagen del asedio a un cas-
tillo espiritual («el rodearnos por todas partes y como en castillo torreado y
cercado, el tentar la entrada por differentes maneras»), seguramente por
influencia teresiana—, el llamar a la puerta, el rogar de palabra que se le fran-
quee la entrada, el rocío invernal, etc. Por lo demás, también ahora el elemen-
to nocturno es mera reliquia no operativa del texto de los Cantares, pues, en
las palabras de fray Luis, el esposo llama «siempre», «por horas y por mo-
mentos». En realidad, si se leen bien los textos luisianos, el que emplea las pa-
labras claves de la ronda del galán no es Cristo mismo, sino el esposo bíblico,
cuyas expresiones se apropia el Dios-providencia del agustino para dirigirse a

31 Nombres de Cristo, ed. cit., p. 380.


EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 159

su criatura. De nuevo observamos cómo un elemento tan esencial en la tradi-


ción sacra de este tema como la nocturnidad, el frío,.de relente, etc., ha sido
desvirtuado por el comentarista del epitalamio salomónico para dejar en claro
que la llamada a la gracia no es cosa transitoria, sino que se reitera ininterrum-
pidamente mientras dura la vida.
El motivo vuelve a aparecer con todas sus características peculiares en
otro escritor agustino, discípulo y lector de fray Luis, pero gran admirador y
comentarista de San Juan de la Cruz. Nos referimos a fray Agustín Antolínez
(1554-1626), Maestro de los estudiantes del convento de Salamanca desde
1582, y apadrinado en la toma de los grados de Licenciado y Maestro en
Teología por el P. Juan de Guevara, en sustitución del autor de Los nombres
de Cristo, cuya cátedra de Biblia ocuparía en 1604 32. Gran simpatizante del
Carmelo, seguramente colaborador de fray Luis en la preparación de la edi-
ción de las obras completas de Santa Teresa, Antolínez ofrece una visión del
tema sacro de la ronda nocturna del galán de sorprendente pureza de rasgos:

I. «Estando [la Esposa] acostada, y repossando vino su esposso, y


llamo a la puerta, que le abriese. Y conociendo la voz dice: Sí, la
voz es de mi querido que esta llamando. Y attendiendo oyó que
decia, ábreme hermana mía, mi amiga, la mi Paloma sin hiél, que
hace noche muy recia y tengo la caueca ya hecha vna escarcha.
Mas aunque oyó estubose queda, dando escusas para no abrirle;
pero el esposso como pudo intento abrir la puerta, haciendo de
sus dedos Uaue, y trabajando por abrirla.» 33

Estamos ante una traducción casi literal de Cant V, 2-5, aunque con algu-
nos matices peculiares —la esposa está acostada y reposando, «hace noche
muy recia», el esposo tiene la cabeza «hecha vna escarcha», los impedimentos
para abrir quedan resumidos en la palabra «escusas», la mano que introduce
el enamorado se interpreta como un intento de abrir la puerta (tergiversando
su sentido erótico primigenio), etc.—. Pero el desarrollo del tema al hilo del
comentario muestra toda la capacidad recreadora de Antolínez, que enfoca el
viejo tópico desde una nueva sensibilidad, amanerando y complicando la
expresión de acuerdo con los gustos del Barroco:

32 Sobre su figura, cf. J. Krynen, «La vie et l'oeuvre d'Agustín Antolínez», en Le «Cantíque
spirituel» de Sait Jean de la Croix commenté et refondu au XVII6 siécle, Salamanca, Universidad,
1948, pp. 7-31; A.C. Vega, Intr. a su ed. de Amores de Dios y el alma de Antolínez, Madrid, Es-
corial, 1956, pp. XIX-LXXX.
33 Amores de Dios i el alma, con la exposición del Illmo. Sor el M. Fr. Avg[vsti}n Antolínez,
Arcobispo de S.Tiago, de la orden de S. Augfustijn, ed. facsimilar del ms. 7072 de la Bibl. Nac.
de Madrid, en Jean Krynen, op. cit., fol. 7 r.
160 CRISTÓBAL CUEVAS

II. «Esto se offrece quanto al sonido de las palabras, de las quales lo


que se colige es una condición de este Señor que hasta rendir a una
alma, que no hará? Estarse ha los dias y las noches en la calle, y
sufrir [h]á la elada, y verse llena de escarcha la caueca a trueque de
poner fuego en el coracón de el alma, como le succedio aqui, que
se esta quedo en la calle al sereno, y gusta le cayga la escarcha en
la cabeca. Y esta inuención, para que? Para quemar y abrasar vna
alma. Pues con yelo? Sí. No han oydo decir, Señor vna elada tan
grande [h] á hauido que dexa abrassado todo el campo? Pues se-
pan que esso passa aqui. Que dexa Dios le cayga aquessa elada en
la cabeca y después de muy elada dice a una Alma que le mire qual
esta: Y oyendo decñ ella que por su causa esta la cabeca de el ama-
do tan nebada, abrasase en su amor, y quemansele las entrañas, y
como ay tanto fuego, echa la ropa fuera: y la que antes temia po-
ner el pie descalco en el suelo, y dar vn passo para abrir a su Dios
que le llamaba, ya va en su busca desnuda, y a pies descalcos.» 34
Dios y el alma son, pues, una vez más, en este texto, los polos en que se
apoya la dialéctica amorosa. La ronda, por su parte, aparece, al igual que en
fray Luis (III), como un «cerco» que busca «rendir» por amor. El asedio es
permanente35 —como en fray Luis y por idénticos motivos—; el frío se desta-
ca inequívocamente —«helada», «escarcha», «sereno», «yelo», «nevada»—,
en procura del contraste, muy barroco, con el calor —«poner fuego»,
«quemar», «abrasar»—. En cuanto a la interferencia de Juan X, 1-5, aunque
no aparezca en los textos citados, aflora con frecuencia en las páginas del libro
—lo que no puede extrañar en un comentario a los versos del Cántico
espiritual—, subrayándose en el último folio del manuscrito, que dice: «Y
concluyo dando fin a los Amores de Dios y el alma, disfrazados en los de vn
Pastor y vna Pastora su esposa, lumbre de sus ojos y espejo en quien se via su
regalo.» Por lo demás, y pese a la contención retórica de su modelo, Antolínez
se aleja de la sobriedad luisiana de acuerdo con los gustos de su tiempo. La
búsqueda del oppositum manierista «fuego/hielo», «quemar/helar», etc.
—de remota filiación petrarquesca— es manifiesta, y acusa los modos y mo-
das de los predicadores a lo Paravicino 36.

34 Ib, fol. 8 r-v.


35 «Mírenle aqui [a Dios] —añade en fol. 9 r—, que no ay quitarse de la puerta de el alma».
36 Por eso nos parece excesivamente temprana la datación de Krynen entre 1602 y 1604 —op.
cit., pp. 23-24—; M. Bataillon y A.C. Vega sitúan la redacción de la obra en los años inmediata-
mente anteriores a 1618 —Intr. cit., p. XLVII—. En todo caso, nos parece indudable la proximi-
dad al año 1614, fecha de aparición de las Rimas sacras.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 161

Llegamos así a Lope de Vega, en cuyo soneto «¿Qué tengo yo que mi


amistad procuras?» alcanza el tema sacro de la ronda del galán su indiscutible
culminación poética. Aunque Moratín, por razones obvias 37, no lo incluyera
en su colección de Sonetos escogidos, sí lo hizo Menéndez y Pelayo en sus
Cien mejores poesías líricas38, mientras Gerardo Diego lo considera «el sone-
to quizá más bello que se ha escrito en nuestra lengua» 39. J, Fernández Mon-
tesinos, por su parte, lo encuadra entre «aquellos soliloquios desgarradores»
que marcan la cima poética de las Rimas sacras, siendo «obra de alta poesía,
aunque no de la más selecta religiosidad»40. En fin, un crítico tan experto co-
mo J.M. Blecua lo inserta entre «los más bellos y emocionantes sonetos reli-
giosos de la poesía española» 41. Para los críticos, esta belleza radica funda-
mentalmente en su patética sinceridad, al reflejar un momento culminante de
la crisis espiritual que padece el Fénix entre 1612 —Cuatro soliloquios— y
1614 —ordenación sacerdotal y publicación de las Rimas sacras—. En este
breve lapso de tiempo, Lope ha perdido a su hijo Carlos Félix y a su segunda
mujer, Juana de Guardo, y su espíritu desengañado ha ido tomando progresi-
vamente conciencia de lo desordenado de su vida, acabando por buscar en el
sacerdocio un dique de defensa contra su propia tempestad interior. Pero tam-
poco ahora domina sus pasiones, ni el Duque de Sessa le dispensa de sus hu-
millantes servidumbres, lo que aumenta su angustia ante la amenaza de su
confesor de negarle la absolución. De esa forma va tomando cuerpo en su
conciencia un lacerante sentimiento de culpabilidad, debido, no sólo a las pre-
siones canónicas que encarna fray Martín de San Cirilo —a quien, sintomáti-
camente, dedica sus Rimas sacras—, sino a la contradicción flagrante que
constata entre sus creencias y su conducta, entre lo que creía deber hacer y lo
que irremediablemente hacía 42. Realmente, como dice Lapesa, «la entrega a

37 «La absoluta sequedad religiosa del alma de Moratín —dice J. de Entrambasaguas— si-
guió insensible, en su sectarismo volteriano, a tanta belleza poética, de modo realmente increíble
en hombre de tan fina percepción literaria». —pról. a Sonetos escogidos por Leandro Fernández
de Moratín, Madrid, D.G.A.B., 1960, p. 39—. En efecto, ni un solo soneto religioso —incluido
«No me mueve, mi Dios para quererte»— figura en tan discutible antología.
38 Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana, sel. y pról. de M. Menéndez y Pe-
iayo, Madrid, Pueyo, [s.a.]; nuestro soneto figura con el n° 45 en la p. 133 de esta edición.
39 «Música y ritmo en la poesía de-San Juan de la Cruz», Esc, IX (1942), p. 176.
40 Intr. a Lope de Vega. Poesías líricas, t. I, Madrid, Espasa-Calpe, 1951, p. XLIX.
41 Intr. a las Rimas sacras, ed. cit., pp. 295-296.
42 A. Prieto ha visto, con admirable comprensión, este aspecto de las Rimas sacras, ponién-
dolo en relación con el Secretum de Petrarca, y su ovidiano E veggio il meglio ed alpeggior m 'ap-
piglio —«Con un soneto de Lope», en Ensayo semiológico de sistemas literarios, Barcelona, Pla-
neta. 1972, p. 261.
162 CRISTÓBAL CUEVAS

su pasión le era amarga, atormentada por remordimientos» 43, y su soneto es


buena prueba de ello.
En el contexto de esta crisis hay que situar, pues, el tratamiento que da el
Fénix al tema de la ronda de Cristo-galán, y que, precisamente por estos años,
aparece al menos tres veces en sus escritos: una, en el conocido soneto; otra,
en el poema «Agustino a Dios»; y la tercera, en un olvidado pasaje del act. IV
de El serafín humano, comedia sobre San Francisco de Asís que debió de com-
ponerse alrededor de 1614 44. He aquí los textos:

I. «¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?


¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!

43 «Presencia de fray Luis...», loe. cit., p. 700. Ver también a este respecto J. de Entramba-
saguas, Vivir y crear de Lope de Vega, vol. I, Madrid, CSIC, MCMXLVI, pp. 279-303; R. Ri-
card, «Sacerdocio y literatura en la España del Siglo de Oro. El caso de Lope de Vega», en Estu-
dios de literatura religiosa española, Madrid, Gredos, 1964, pp. 246-258; A. Castro-H. Rennert,
Vida de Lope de Vega (1562-1633). Notas adicionales de F. Lázaro Carreter, Salamanca, Anaya,
1969, pp. 204 y 209; J.F. Montesinos, Estudios sobre Lope de Vega, Salamanca, Anaya, 1969, p.
188. Como decía Azorín, en las Rimas sacras hay —permítasenos matizar la generalización del
maestro— «sonetos, canciones, romances en que el autor va explayando su fervor religioso y su
íntima pesadumbre por el tiempo perdido. Su pesadumbre, sobre todo. Al hablar de los años pa-
sados, de sus descaminos, de sus disipaciones, de su cantar loco y jovial, Lope llega a acentos de
contrición, de dolor, de sinceridad pungente y dolorosa, adonde no han llegado sus coetáneos.»
—«Las Rimas sacras», en De Granada a Castelar, Madrid, Espasa-Calpe, 1958 , p. 87.
44 Para J. de Entrambasaguas, es posible que esta comedia se representara en Alba de Tor-
mes, por la compañía de Morales, el 4 de octubre de 1614 —Estudios sobre Lope de Vega, t. II,
Madrid, CSIC, 1947, p. 600—; la fecha coincide a la perfección con la de la crisis que apuntamos;
por su parte, S. Griswold Morley-C. Bruerton proponen una datación aproximada entre «1610-15
(probablemente 160-12)» —Cronología de las comedias de Lope de Vega, [1940], Madrid, Gre-
dos, 1963, p. 394—. El pasaje que vamos a estudiar parece coincidir, en todo caso, con el espíritu
que inspira los sonetos de las Rimas sacras.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 163

¡Y cuántas, hermosura soberana,


'Mañana le abriremos', respondía
para lo mismo responder mañana!» 45
***
II. AGUSTINO A DIOS
«Debajo de una higuera está sentado,
los ojos hechos fuentes, ^ Agustino,
herido el corazón de amor divino.
'¿Hasta cuándo, Señor, dice llorando,
diré «mañana voy», pues no te sigo?
Que, en viéndola llegar lo mismo digo.
'Siempre, Señor, te digo «espera un poco»,
y pasan tantos pocos cada día
que sola tu piedad me esperaría.» 47
***
III. «Dulcísimo Jesús, yo estaba ciego,
yo estaba ciego, vida de mi vida,
pues no te abrí cuando llamaste luego...
¿Es posible, mi Dios, que no te oyese
Francisco cuando tú dabas suspiros
porque la puerta a tu hermosura abriese?
Vida del alma, yo sentí tus tiros
en mi casa acostado alguna noche
y no dije: Señor, ya salgo a abriros...
Tú los inviernos en mi calle, helando
tu regalado cuerpo, y yo durmiendo
muerto y amortajado en lienzo blanco...» 48

En cuanto al soneto, Lapesa lo ha estudiado ejemplarmente, poniéndolo


en relación con el segundo de los textos de fray Luis que antes hemos citado.
Analiza, en efecto, las reminiscencias léxicas —amistad 'amor', entrañas—,
las diferencias entre la universalidad del Maestro León y el personalismo de

45 El soneto aparece en las Rimas sacras, primera parte, de Lope de Vega Carpió, clérigo
presbítero. Dirigidas al Padre Fray Martin de San Cirilo, religioso descalzo de Nuestra Señora del
Carmen. Año 1614. En Madrid, por la viuda de Alonso Martin, Se reimprime en el vol, XIII de
Obras sueltas. Véase en Lope de Vega. Obras poéticas, ed. cit-, pp. 324-325.
46 El recuerdo del luisiano «despiden larga vena /los ojos, hechos fuente», de la estr. 2 a de la
«Oda a Diego Olarte» es inesquivable.
47 Rimas sacras, ed. cit., p. 522.
48 J.F. Montesinos advirtió la semejanza temática entre este soliloquio y el célebre soneto en
Lope de Vega. Poesías líricas, ed. cit., t. I, p. 158, n. 1.
CRISTÓBAL CUEVAS
164

Lope —«yo», «mi amistad», etc.—, el singular apostrofe a «Jesús» —el agus-
tino se refiere a Cristo—, los valores estilísticos de cuartetos y tercetos, etc. Y
concluye: «Aunque todo el soneto gire en torno a una situación trazada por,
fray Luis, Lope creó una obra viva, perfecta, personalísima» 49.
Para nosotros, la dependencia de Lope —en los tres textos que de éste
proponemos, no sólo en el soneto— respecto del autor de Los nombres de
Cristo es, desde luego, posible, y no sólo en cuanto al pasaje alegado por La-
pesa, sino a los otros que páginas atrás hemos transcrito. No creemos, en cam-
bio, que esta influencia sea exclusiva, ni que los versos del Fénix hayan de vin-
cularse a esos pasajes de fray Luis como a fuentes únicas. Más bien pensamos
que estos representan en última instancia un eslabón más, aunque de valor li-
terario singularísimo, en la versión sacra de la ronda del galán, y que los ver-
sos de Lope han recibido el impacto de múltiples influencias. Entre ellas
habría que destacar, sobre todo, la de los textos bíblicos que alegamos al prin-
cipio —junto a otros que, como veremos enseguida, enriquecen y completan
el tema—, pero sin olvidar la de diversos autores de literatura espiritual, lectu-
ra que sin duda hubo de frecuentar el genial dramaturgo en la época de la cri-
sis.
Pensemos, por ejemplo, en la pregunta inicial del soneto. En ella se
expresa el estupor del hombre que no comprende los motivos por los que
Dios, como si tuviera necesidad de su criatura, busca con ahinco su amor. Tal
perplejidad no es, sin embargo, original de Lope, habiendo sido comentada
antes de él por legión de exegetas y biblistas, pues aparece ya en el salmo VIII,
4-5: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna, y las estrellas, que tú
formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que hagas de él memoria, y el hijo del
hombre, que lo visites?» 50. La literatura devocional española desarrollará,
por su parte, casi obsesivamente el mismo tema en la pluma de fray Diego de
Estella, cuyas Meditaciones devotísimas del amor de Dios, tan difundidas en
la España del Siglo de Oro, 51 leyó seguramente nuestro gran dramaturgo. Re-
cordemos un fragmento de la meditación XX:

49 loe. cit., p. 703.


50 Es la traducción de Cipriano de Valera. Nácar-Colunga dicen: «¿Qué es el hombre, para
que de él te acuerdes, ni el hijo del hombre para que tú cuides de él?» —Salmos, VIII, 5—. Para
una exégesis de esta perícopa, cf. M. García Cordero, «Libro de los Salmos», en Biblia comenta-
da, t. IV, Libros sapienciales, Madrid, BAC, MCMLXVII , p.228, en que la pone en relación con
Isaías, XL, 22: «Está Él sentado sobre el orbe de la tierra, cuyos habitantes son ante Él como lan-
gostas».
51 Se editan, en efecto, en 1576, 1578 (tres ediciones), 1582, 1597; en latín, en 1602 y 1603
(sólo atendemos a ediciones anteriores o contemporáneas a Lope).
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 165

«Preguntaría yo, Señor, a tu divina majestad si osase y si no fuese


en mi perjuicio: ¿Por qué amas, Señor, una cosa tan vil y una
criatura tan inútil como el hombre? Acaece tener un señor un
esclavo muy feo y abominable a quien ama mucho su señor, y si
preguntamos a este señor por qué pone su amor en cosa tan dis-
forme, responderá que le tiene amor porque es de él amado y le
sirve con mucho cuidado y diligencia, y alegará algunas cosas que
ha hecho por él. ¡Oh Señor!, ¿callaré o hablaré? Verdaderamente
yo callaría si la justa razón no me forzase a hablar. Amas, Señor,
a este siervo miserable, afeado con mil máculas de pecados; y sien-
do tú quien eres, y siendo él quien es, no menosprecias su bajeza
ni te desdeñas de emplear joya tan rica como tu santo amor en co-
sa tan vil.» 52

Igual podría decirse del resto de los elementos literarios que hallamos en
los versos de Lope, y que tienen, uno a uno, su precedente en los textos alega-
dos en este trabajo. Encontramos, en efecto, la equiparación del Esposo de
Cantares con Cristo en Luis de Aranda —«la voz del que clama en el
desierto»— y en fray Luis (II), mientras, más cerca de las Rimas sacras, Juan
de Ávila (II) lo identifica con Jesucristo. La Esposa se mantiene como tal en
los escritores cercanos al misticismo, mientras los moralistas y predicadores la
transforman en el «alma», el «pescador», o incluso el «hombre» en general.
Lope adopta la primera opción en (I) y (III), pero lo mismo habían hecho an-
tes Luis de Aranda —«el ánima que duerme», «el ánima, de todo bien disier-
ta»...—, y Antolínez (II) —«hasta rendir a una alma, que no hará?»—. Inclu-
so el tema de la ingratitud, tan lopesco en apariencia, se encuentra antes en
fray Diego de Estella —«el ánima ingrata», «¡Oh, ingrata]»— y Juan de Ávila
(I) —«¿por qué eres desagradecida a tanto amor?»— reiterándose en fray
Luis (III) —«nuestra ingratitud tan contina»—. Por lo demás, la alusión a las
«entrañas» está preludiada en Estella —«se le movieron las entrañas»—, y en
Antolínez (II) —«quémansele las entrañas»—, aparte «las amorosas entra-
ñas» de fray Luis (II) que señala Lapesa, En cuanto al tercer personaje del te-
ma, tal como aparece en Lope —el «Ángel»—, aunque no figure explí-
citamente en ninguno de los textos que llevamos leídos, recordemos las fun-
ciones que la teología católica le atribuye de ayudar a los hombres con mensa-
jes divinos 53 y santas inspiraciones: Si bonae cogitationes —escribía Orígenes

52 Meditaciones, ed. cit., p. 111. El tema aparece también en las meditaciones XIV —«De
dónde nasce el amor que Cristo nos tiene»—, y XV —«Del origen y causa del amor de
Jesucristo»—, pp. 94 y 98 respectivamente.
53 No en vano, «ángel» significa etimológicamente 'enviado', 'mensajero'.
166 CRISTÓBAL CUEVAS

en las Homilías sobre San Lucas, poco posteriores al año 233— in corde
nostro fuerínt, et in animo iustitia pullularit. Haud dubium quin nobis lo-
quatur ángelus Domini54. En este sentido, el «Ángel» lopesco podría estar
preludiado en el propio Orígenes55, e implícitamente aludido en Luis de Aran-
da —«no oye los golpes de las inspiraciones»— y en fray Luis (III) —«las ins-
piraciones continas».
En cuanto a las circunstancias temporales en que Lope sitúa la ronda, to-
dos los elementos constituyentes le vienen dados por una larga tradición: la
noche procede directamente de los Cantares, donde la esposa aparece acosta-
da, durmiendo —mientras vela su corazón—, en tanto que el esposo dice tener
la cabeza llena «de las gotas déla noche». De aquí arranca toda la tradición de
nocturnidad que tiene el tema de la ronda sacra, y que no es esencial en la ver-
sión profana. Es cierto, como ya hemos advertido, que por motivos dogmáti-
cos, algunos escritores hablan de «noche y día», para subrayar que la llamada
divina se produce siempre. Pero halamos explícitamente «la frialdad de la-
noche» en Aranda, y, dentro de la cita del texto bíblico, en fray Luis (II) y
(III) y en Antolínez (I). Lo mismo sucede con el sueño, el lecho, el descanso y
similares, cuyo arranque a partir del texto de Cantares es patente. Lo repite,
entre otros, Aranda, en un sentido alegórico de claro regusto de oratoria me-
dieval —«durmiendo en la cama de los vicios»—; reaparece en Diego de Es-
tella —«respondió con indignación desde la cama—, vuelve a encontrarse en
fray Luis (I) —«ella despide al sueño»— y (II) —«madruga, durmiendo no-
sotros»—, y adopta un escueto enunciado denotativo en Antolínez (I) —«es-
tando la esposa acostada y reposando».

El tema de la llamada se halla en los tres textos bíblicos que constituyen la


fuente capital del tema, aunque en Cantares se diversifica explícitamente en
«golpes» y «voz», en Apocalipsis implícitamente, mientras que Juan alude só-
lo a la llamada oral. Los textos de Lope recogen bien este elemento, contando
con claros y abundantes precedentes hispanos, que desbordan una vez más el
marco luisiano. Así, el reclamo por la voz aparece en Esbarroya —«la voz del
Pastor»—, Aranda —«las bozes que da el que clama en el desierto»—, Estella
—«la que primero había despreciado la voz, junto al parlamento de
Cantares—, Ávila (I) —«llamando a la puerta, convidándonos que si le abri-

54 MG 13, 1829; L 5, 127. Podríamos traducirlo así: «Si se hallasen en nuestro corazón
buenos pensamientos, y si germinara en nuestro espíritu ía justicia, es indudable que el ángel del
Señor nos habla».
55 Otros textos patrísticos que tratan el mismo tema se hallan en San Basilio —Contra Euno-
mio (ca. 363-365), MG 29, 656—; San Jerónimo —Comentarios al Evangelio de San Mateo (398),
ML 26, 130—; Teodoreto —Comentarios a la Sagrada Escritura (ca. 447), MG 81, 1496, etc.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 167

mos cenará con nos» (con contaminación de Apoc III, 20), fray Luis (I), (II) y
(III) —parlamento de Cantares—, y Antolínez (I) —«conociendo la voz, y
otra vez el texto de Cantares—. En cuanto a la llamada por golpes en la puer-
ta, aldabadas, etc., aparece en Esbarroya —«las aldabadas que da a las puer-
tas de sus conciencias»—, Luis de Aranda —«los golpes de las inspiraciones...
a las aldauas de las puertas de su conciencia»—, Ávila (I) —«llamando a la
puerta», «que a tu puerta llama»—, fray Luis (II) y (III) —«asido siempre a la
aldava de nuestro coracón», «el tener siempre la mano en la aldava de nuestra
puerta»— y Antolinez (I) —«llamo a la puerta».
Especialmente rica es la tradición del frío nocturno, que arranca de nuevo
del libro de los Cantares. El rocío aparece en todos los textos que dependen
del epitalamio salomónico; y entre ellos, sin ninguna connotación especial, en
fray Luis (I) y (III). Hallamos en Aranda «la frialdad dz la noche». Antolínez,
con sensibilidad barroca que ya hemos apuntado, destaca el tema de forma es-
pecial, buscando la contraposición con el calor: «hace noche muy recia y ten-
go la caueca hecha vna escarcha» (I), «sufrir [h] á la elada y verse llena de es-
carcha la caueca», «y se esta quedo en la calle al sereno, y gusta le cayga la es-
carcha en la cabeca». El mismo hielo lopesco aparece en Antolínez (II) —«con
yelo»—, y quizá pudiera rastrearse una premonición del «secó las llagas de tus
plantas puras», que en Lope se refiere al esposo, en las siguientes palabras, re-
feridas por Antolínez a la esposa: «La que antes temía poner el pie descaigo en
el suelo, y dar vn passo para abrir a su Dios que le llamaba, ya va en su busca
desnuda, y a pies descalcos». Únicamente los efectos del frío en las plantas de
los pies —restañar la sangre y atormentar al mismo tiempo— no se halla en los
textos que alegamos, pero el dato era lugar común en la medicina de la época,
contando con amplia divulgación desde tiempos tan antiguos como los de Hi-
pócrates (V, 20 y 23):Ulceribusfrigidum quidem mordax. In his autem frígido
uti oportet unde sanguis erumpit, aut erupturus est: non super ipsa, sed circa
hac unde fluit56.
«El final del soneto —dice Lapesa— no manifiesta el júbilo de quien se
siente libre para siempre de un pasado ominoso, sino la amarga melancolía del
que no está seguro de sí» 57. Tenemos, en efecto, ese dejar para mañana el ge-
neroso franquear de la puerta al que se alude en Lope (III) —«pues no te abrí
cuando llamaste luego»—, que se halla antes en Estella —«pues luego ábreme
y cenaré contigo»—, y en Ávila (I) —«¿Qué es aquello, ánima mía, qué es

56 Cf. Aforismo de Hipócrates. En latín y castellano, ed. y traducción del Dr. García Suelto,
Barcelona, Pubul, 1923, pp. 106-107 y 108-109: «El frío exacerba las úlceras». «Conviene aplicar
el frío cuando sale sangre o amenazara salir, mas no en la parte misma, sino en las inmediatas».
57 loe. cit., p. 703.
168 CRISTÓBAL CUEVAS

aquello que tienes en tu corazón porque no abres luego, luego y de priesa al


Señor?»—, y que en el célebre soneto adopta la forma de «mañana le abrire-
mos», con precedente inmediato también en Ávila (I) —«¿qué esperas a ma-
ñana?»—, y remoto en San Agustín, Confesiones, VIII, 12, como advierte
expresamente Lope en el texto (III), «Agustino a Dios» —«¿Hasta cuándo,
Señor, dice llorando, / diré 'mañana voy', pues no te sigo? / Que, en viéndola
llegar, lo mismo digo»—. Nos parece que en este epílogo se halla, por fin, un
rasgo de participación personal en el tema por parte del escritor, o mejor, una
autoaplicación del mismo al propio «yo» acongojado por el complejo de cul-
pa. En esta desalada constatación de su impotencia íntima se halla el punto de
bifurcación en que Lope abandona sus modelos y refleja su personal situación
de hombre aherrojado por las pasiones, que le hacen diferir la conversión de-
finitiva. Porque mientras en la tradición de los Cantares la esposa termina
siempre abriendo, y la literatura devocional pone a contribución toda su capa-
cidad suasoria para convencer al pecador de que deje entrar a Dios, Lope
constata que no puede dar ese paso —recuérdese que, según el texto del sone-
to, Jesús «pasa» todavía las noches a las puertas del alma, cubierto de
rocío—. La situación nos parece próxima a la del texto (II), en que San
Agustín —ya en la inminencia de la «metanoia» definitiva— llora su irresolu-
ción en aceptar la llamada (aunque a lo largo del poema se dice que «al fin me
llamó la piedad tuya, / abriéndome los ojos tu belleza, / rompiendo a mis
oídos la dureza»). También este Lope gemebundo, que deplora su propia du-
reza de corazón, muestra un deseo sincero, aunque impotente hasta ahora, de
ceder a la insistencia del amante divino, y en la esperanza de que esto suceda
deja al lector. Pero nada garantiza el que esta esperanza se vaya a convertir en
realidad en un futuro más o menos próximo. Muy distinta es en esto la actitud
reflejada en el texto (III), en que Francisco de Asís, después de su conversión,
habla a puertas abiertas con el esposo, mientras la pasada ceguedad (curiosa-
mente, no la sordera) es sólo un amargo recuerdo.
En conclusión, pensamos que existe en la literatura espiritual cristiana de
todos los tiempos, y, por lo que aquí nos interesa, en la española del Siglo de
Oro, una tradición que enfoca la llamada a la conversión y a la penitencia des-
de la perspectiva de la ronda del galán. Esta tradición arranca de los tres pasa-
jes bíblicos a que tantas veces nos hemos referido, los cuales configuran el te-
ma de forma independiente o combinándose entre sí. De entre ellos, el texto
de Cantares tiene un interés especial, pues es el que mejor y más frecuente-
mente lo tipifica, hasta el punto que, siempre que se le cita con una cierta ex-
tensión, se nos dibuja este motivo literario en sus rasgos esenciales. Dentro de
esta tradición, fray Luis es un eslabón más, y no, desde luego, el de más
aquilatada originalidad. En él se reitera el tema con perfecta lógica, dado su
carácter de catedrático de Biblia y su interés concreto por el Cantar de los can-
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 169

tares. Esto ha podido contribuir, habida cuenta del favor que siempre han go-
zado sus escritos —y en especial Los nombres de Cristo—, entre los lectores
españoles, a la difusión del tema en la literatura posterior. ¿Influyó concreta-
mente en Lope de Vega? Es posible, y hasta probable, pero, como ya hemos
dicho, creemos que no de manera exclusiva. Si analizamos los datos maneja-
dos a lo largo de este trabajo —y no tenemos pretensiones de exhaustividad—,
veremos que, tan cerca como fray Luis (II) —fuente propuesta por Lapesa—
se encuentran al menos Estella, Ávila y Antolínez, además de fray Luis (I) y,
sobre todo, (III). Pensamos, pues, que las aficiones literarias de Lope, emi-
nentemente populares y proclives a la obras de divulgación, le hubieron de lle-
var, en el campo del pensamiento religioso, al manejo de los libros de devo-
ción más leídos en su tiempo: un Estella, un Ávila, un fray Luis... Y, a su la-
do, la predicación cotidiana que tanto insistía en el tema al invitar al pecador a
la penitencia, al hablar de la bondad de Dios, de su predisposición a perdonar.
¿Cuál de estas fuentes es, al menos, la principal? Nuestra opinión es que ni si-
quiera en este punto se puede precisar tajantemente. La más próxima nos pa-
rece Ávila. Luego, Estella y fray Luis. Quizá Antolínez, si lo permiten las
fechas. Pero es muy posible que varios de ellos, tal vez todos, hayan influido
en mayor o menor grado. Los poemas de Lope son el resultado de la fermen-
tación conjunta de unos textos eminentemente tiernos y devocionales en el al-
ma de un impulsivo primario, tentado y vencido por los frescos racimos de la
carne, y angustiado por una ansia lacerante de purificación.

58 Aunque no podemos determinar si es fuente del soneto o reflejo suyo, pues ello depende
de la fecha de redacción de los Amores de Dios y el alma, lo que, como hemos visto, es cuestión
discutida. Por lo demás, extraña que el tema no aparezca con claridad ni en Santa Teresa ni en
San Juan de la Cruz. Es posible que el empecinado tratamiento que de él había hecho la oratoria
sagrada y la literatura devota para tratar de la conversión del pecador lo hubiera dejado momen-
táneamente inservible para la expresión de los más elevados grados de la mística. Recuérdese que
San Juan de la Cruz comienza el Cántico espiritual con la angustiada interrogación de la esposa
ya fuera de su cabana, buscando anhelante al esposo que había desaparecido. Pero esto es ya
Cant V, 6 ss., es decir, cuando la ronda acaba de terminar. En cuanto a Santa Teresa, ni siquiera
menciona esta perícopa en sus Meditaciones sobre los Cantares, compuestas probablemente entre
1567 y 1575.
FRAY LUIS DE LEÓN:
EXPOSICIÓN DEL CANTAR DE LOS CANTARES
VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
Universidad de Salamanca.

Comencemos por recordar lo sabido, al hilo de las declaraciones del pro-


pio fray Luis.
A instancias de una monja comendadora del convento salmantino de
Sancti Spiritus, Isabel de Osorio, que deseaba poder desentrañar la trama lite-
raria y la base alegórica del Cantar de los Cantares, cuyo sentido espiritual
conocía perfectamente, aborda el maestro en 1561-1562 la tarea de una ver-
sión del texto hebreo al romance castellano y teje su exposición doctrinal del
mismo. Cumplido el servicio espiritual, siempre según fray Luis, vuelve el ma-
nuscrito único al cajón de su escritorio donde lo halla un indiscreto novicio,
Diego de León, el cual —«inscio et nolente auctore»— lo trascribe, iniciando
de esta manera un proceso de imprevista diseminación de copias. La verdad es
que muchas de las precisiones filológicas, la amplia documentación interpre-
tativa aneja y, lo que resulta más decisivo, el criterio exegético, del que arran-
ca una construcción de lectura autónoma cuyo alcance explicaré enseguida,
apuntan, más que a una monja devota, al ámbito del humanismo renacentista
cristiano del siglo XVI español.
En todo caso, proyectada o no para ser difundida en mejor momento, la
Exposición muestra factura de libro, con sus prolegómenos —introducción,
dedicatoria— y un cuerpo de exposición que desborda con mucho la perspecti-
va de un destinatario personal único. Pasarán, por desgracia, más de dos
siglos y sufrirá su autor un contencioso inquisitorial, antes de que dicha Tra-
ducción literal y Declaración del Libro de los Cantares sea editada en Sala-
manca, en 1798 l. Pero bastantes años atrás, cuando apenas había amainado
la tormenta, recomendaron los amigos y mandaron, en última instancia, los
Superiores a fray Luis que, con objeto de que no quedara sospecha alguna en
la opinión pública eclesiástica sobre la naturaleza y alcance de su exégesis

1 Mejoró notablemente el texto el P. Antolín Merino, Exposición del Cantar de los Cantares,
en la ed. de Obras delM. fray Luis de León, 1804-1816. Es la que utiliza el P. Félix García, corri-
giendo puntuaciones y erratas, en Obras Completas castellanas de fray Luis de León, I, Madrid,
B.A.C., 1958 , edición que sigo en mis citas.
172 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

publicara, entre otros libros, su lectura del Cantar. Así surgió, la In Cántica
Canticorum Explanatio que, terminada ya en 1578, sale de los tórculos de Lu-
cas de Junta, también en Salamanca, dos años más tarde, en 1580. Para evitar
suspicacias adicionales, en el Prólogo «Lectori», fray Luis atribuye la deman-
da de la traducción y su declaración a la persona «cuiusdam amici mei».
La edición aparece llena de erratas, porque el manuscrito, según cuenta el
tipógrafo, era tan malo «nobis ut saepe divinandum fuerit» y, para colmo, el
maestro agustino se hallaba ausente de la ciudad durante la impresión. Se
corrigen los defectos en la segunda edición, del mismo Lucas de Junta, en
1582, cuyo texto seguiré en mis citas. El éxito es, entonces, fulgurante. Así lo
reflejan las laudes poéticas de Grial y Felipe Ruiz o la dedicatoria del maestro
al Cardenal-Archiduque Alberto, en la que le recuerda «quali me et vultus hi-
laritate et verborum comitatu recepisses» al entregarle el ejemplar.
Me apresuro a decir que, contra lo que se cree y difunden no pocos ma-
nuales —algunos de no poca monta—, la Explanatio no es una mera traduc-
ción latina de la Exposición romance. Tan craso error no sólo acarrea el des-
conocimiento concreto de la Explanatio sino, lo que es más grave, impide co-
nocer la construcción de una lectura del Cantar realizada en uno de los proce-
sos intelectuales literarios más fecundos para la comprensión del Renacimien-
to español. Un proceso, añadiré, que dura treinta años. Porque el éxito al que
acabo de aludir, obliga a fray Luis —un poco contra su voluntad— a comple-
tar la obra con una interpretación espiritual referida a la Iglesia —la tertia
explanatio—, que se añade en la tercera edición, ya definitiva, de 1589 2. De
este modo, las contenidas aplicaciones alegórico-espirituales al alma incrusta-
das en el cuerpo básico de la Declaración literal de la versión romance, se con-
vierten, en la primera edición de la Explanatio, en un comentario yuxtapues-
to, con entidad propia e independiente, al que, en un tercer paso, se une, en
forma concéntrica, el desarrollo alegórico de la aplicación a la Iglesia. Soy
consciente de que, señalando esta forma de concentricidad, sugiero la in-
terpretación que tradicionalmente se viene haciendo del desarrollo orgánico
de una misma célula básica. Pero estas líneas pretenden matizar esa fácil lectu-
ra y, en cierto modo, problematizar la comprensión de los propósitos exegéti-
cos de fray Luis.
Sugiero que para ello nos situemos en el momento de redacción de la ver-
sión romance y de la Exposición de la misma. Al realizarlas, tenía fray Luis a
la vista otra análoga que le había facilitado Arias Montano. Y uno y otro
conocían, sin duda, el Commentarium in Canticum Canticorum de Cipriano

2 La incluida en F. Luysii [...] Divinorum librorum primi apud Salmanticenses interpretes


explanationum in eosdem Tomus Primus, Salamanca, Guillermo Foquel, 1589, pp. 1-445.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 173

de la Huerga, que, si bien no fue publicado hasta 15823, circulaba en numero-


sos manuscritos. En una advertencia al lector, el monje Ignacio Fermín Ibero,
cisterciense encargado de la edición postuma de Huerga, advierte que los ma-
nuscritos de su hermano de Orden habían sido en bastantes lugares «aliorum
cálamo oblitterata et emendata». Fray Luis había escuchado, además, sus lec-
turas bíblicas en el curso 1566-1567, mientras Arias estaba, a su vez, en el Tri-
lingüe.
El rigor del exegeta cisterciense se mostraba, ante todo, en su precisa dis-
tinción entre los diversos géneros de comentarios bíblicos: Isagoge, Concor-
dia, Scholia, Harmonía, Syllegmata, Paraphrases, Explanationes, Enarra-
tiones, etc. Sus comentarios a Job, que tanto influyen en los de fray Luis, per-
tenecen, por ejemplo, al género de los Scholia: «nam et ipse auctor illos vocat
conceptus, quasi dicas selectiones, ac magis recónditas sententias et quasi
propriis laboribus ac vigiliís mente conceptas et ex penitissimis commentariis
priora decem et octo capita libri lob sine pretermissione ne unius quidem verbi
exponit». Sobre esta base, la Explanatio in Cántica de Cipriano de la Huerga
gravita, desde el inicio y por completo, hacia el plano de la alegorización espi-
ritual:

«Quae vero Salomón hoc Epithalamio cecinit, excedunt corpórea


omnia, nihil habent cum corpore, nihil cum carne commercü.
Totius autem libri huius materia, divinus amor est Sponsae,
hoc est, Ecclesiae aut cuiusque animae sanctae erga Deum: ob
eamque rem a plerisque veré Epithalamium apellatur» (p.4).

Para hablar de ello, añade, necesita el hombre la inspiración divina, en-


tendida en el sentido de información espiritual de la persona: «Id enim ipso
statim initio insinuavit cum dixit 'osculetur me ósculo oris sui'. Huius rei
causa [...] ea est quod humanus animus harum rerum sublimitatem per se at-
tingere non potest, nisi adsit vehementissimus amor et charitatis sensus
quídam potentissimus». Por eso mismo, comparados con el Cantar, todos los
epitalamios profanos «facelsant plusquam anilia deliramenta». Por supuesto
que Huerga reconoce el valor propio de la base humana en que se sustenta la
significación alegórica espiritual, pero enfatiza ésta de un modo tan absoluto
que aquélla queda relativizada y desvaída en su lectura. A punto de comenzar
la glosa del primer versículo, «Osculetur me ósculo oris sui», avanza estas pre-
cauciones:

3 Commentaria in Librum Beati lob et in Cántica canticorum Salomonis regis. Alcalá, Juan
Iñiguez de Lequerica, 1582.
174 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

«Is enim perpetuus sanctarum Scripturarum mos: ut quamvis ad


res divinas explicandas verborum translationibus utatur et a rebus
humanis, quae positae etiam sint in communi usu hominum, me-
taphoras et allegorias assumat, eatenus tantum idfacit quatenus
in verbis, summa modestia et pudore, quendam ingenium liceat
conspicere. Eodem itaque consilio, Salomón, Spiritu Dei plenus,
alus ómnibus praetermissis quae in amore vulgari deprehendunt,
congressus osculi dumtaxat meminit, quod et naturam amoris et
ingenium citra petulantiam omnem et impudicitiam explicat» (p.
9).
No se ha medido hasta ahora el alcance revolucionario que, a mi enten-
der, supone, en relación con este punto de partida, la visión que fray Luis po-
ne de manifiesto en el «Prólogo» de su Exposición romance. Diré previamente
que no me parece casual el que se haya abordado tantas veces la glosa del Can-
tar bíblico en pleno auge de la literatura pastoril en todos sus géneros 4. Re-
cuerda fray Luis, de entrada, que, porque propio del amor es «volver al que
ama en las condiciones e ingenio del que es amado», Dios decide medirse a sí
mismo a la medida de cada una de las criaturas, para ser así gozado de ellas. Y
por eso, en la Biblia, el Espíritu Santo puso especial cuidado «en conformarse
con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje, e imitando en sí toda la va-
riedad de nuestro ingenio y condiciones»:

«Pues entre las demás Escrituras divinas, una es la canción


suavísima que Salomón, Rey y Profeta, compuso, en la cual, de-
bajo de un enamorado razonamiento entre dos, Pastor y Pastora,
más que en alguna otra Escritura, se muestra Dios herido de
nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que
este afecto suele y puede hacer en los corazones más blandos y
más tiernos: ruega y arde y pide celos; vase como desesperado y
vuelve luego y, variando entre esperanza y temor, alegría y triste-
za, ya canta de contento, ya publica sus quejas haciendo testigos a
los montes y árboles de ellos, y a los animales y a las fuentes, de la
pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amoro-
sos fuegos de los divinos amantes, los encendidos deseos, los per-
petuos cuidados, las recias congojas que el ausencia y el temor en
ellos causan, juntamente con los celos y sospechas que entre ellos
se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros mensa-
jeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamien-

4 Cf. Mia I. Gerhardt, Essai d'analyse littéraire de la pastorale, Utrech, Hes, 1975.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 175

tos, que van unas veces vestidos de esperanza y otras de temor. Y,


en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados aman-
tes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuan-
to más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano» (p.
26).

Creo que basta cotejar los subrayados que por mi cuenta he realizado en
el texto de Huerga y en el de fray Luis, para comprender el cambio de perspec-
tiva en la lectura. Frente a aquel «eatenus tantum id facit» y el precavido énfa-
sis en el «summa modestia et pudore», el entonces todavía joven maestro
agustino subraya la incorporación de todos los elementos que la vivencia del
amor humano conlleva y la viveza de su descripción. Y tan aguda íe parece és-
ta que, a renglón seguido, añade:

«A cuya causa la lección de este Libro es dificultosa a todos y pe-


ligrosa a los mancebos y a todos los que aún no están muy adelan-
tados y muy firmes en virtud; porque en ninguna Escritura se
explica la pasión del amor con más fuerza y sentido que en éste»
(P-27).
En una primera aproximación, podemos ver marcadas las diferencias si
cotejamos rápidamente la actitud de uno y otro ante el primer versículo. No
acierta o no quiere ver Cipriano de la Huerga en la espontánea petición de be-
sos, «osculetur me ósculo oris sui», más que un desencarnado «congressus os-
culi», «alus ómnibus praetermissis quae in amore vulgari deprehendunt» y,
aun admitiendo que la Esposa no se contenta con un solo beso, aclara:

«Nam divinus amor, cuius laudes Salomón celebrandas suscepit,


cum multis alus rationibus tum vero máxime vulgarem et impudi-
cum amorem ista ratione excellit: quod vulgaris amor ad fasti-
dium et nauseam oscula complexusque multiplicat, divinus
autem, adeo fastidium ullum ingenerare non possit, ut semper re-
cens maneat et avidus, in diesque gliscat ardentius» (p. 10).

Fray Luis, en cambio, acepta en todo su valor la efusión amorosa sin es-
pecificaciones:

«Y así la propia medicina de esta afición, y lo que más en ella se


pretende y desea es cobrar cada uno que ama su alma, que siente
serle robada; la cual, porque parece tener su asiento en el aliento
que que se coge por la boca, de aquí es el desear tanto y deleitarse
los que se aman en juntar las bocas y mezclar los alientos, como
176 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

guiados por esta imaginación y deseo de restituirse en lo que les


falta de su corazón, o acabar de entregarlo del todo» (pp. 33 y s.).

No, no se pasan por alto en el Cantar bíblico las costumbres del amor vul-
gar. Todo lo contrario; se elige una pareja de amantes selectos, Salomón y la
bella Sulamita, a quienes se reviste de pastores, precisamente, para que
puedan realizar su amor, en y por la palabra, sin la cortapisa de las convenien-
cias, en el ámbito de lo natural. Nada tiene de extraño, según eso, que en al-
gún punto las expresiones de los amantes rayen en el impudor: «el cerco de tus
muslos [es] como ajorcas hechas por mano de oficial», canta el Coro en VII,
1; y glosa fray Luis: «Desciende aquí a tantas particularidades el Espíritu San-
to, que es cosa que espanta». Pero rechacemos cualquier temor. Si el texto al-
canza tan intensidad de erotismo, es porque para probar cuál sea el amor divi-
no hacia el hombre, no encuentra el Espíritu cosa mejor que ceñirse a la medi-
da de los hombres y convertir la aventura amorosa de los más sublimes ama-
dores en el cañamazo sobre el que, a la par, se teje la historia de la suya divina.
Huelga insistir en la significación humanística de la versión directa del
original hebreo. Importa más destacar cómo bastantes años antes de teorizar,
en la «Dedicatoria» del Libro III De los nombres de Cristo, sobre el ritmo de
la prosa, se propone como norma de traductor «ser fiel y cabal y, si fuese po-
sible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos». Lo que
debe interpretarse no sólo en el sentido de simple propósito de reducción «ad
litteram» sino, sobre todo, como medio de reproducir la armonía de los núme-
ros pitagóricos de la métrica original y sus cadencias. Dichas palabras han de
ser, además, «de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones
que las originales tiene, sin limitarlas a su propio sentido y parecer, para que
los que leyeren la traducción puedan entender toda la variedad de sentidos a
que da ocasión el original». En el cap. IV de su largamente olvidado Tractatus
desensibus Sacrae Scripturae5, tras delimitar la naturaleza del sentido literal,
histórico o gramatical de la Biblia, que de las tres maneras lo califica, se ex-
tiende fray Luis sobre esta multiplicidad 6 que, por lógica consecuencia, re-
fuerza el sentido de una lectura autónoma en el nivel semántico de la literali-
dad. En esta misma línea recomienda una gran moderación en el recurso al
apoyo interpretativo alegórico, extrínseco, bien que ligado, al sentido literal 7 .

5 Olegario García de la Fuente, que lo editó, con rigor científico, en La ciudad de Dios, CL-
XX, 1957, pp. 297-334, con buen estudio introductorio, pp. 258-296, lo data en 1581.
6 La opinión procede de San Agustín y fray Luís la sostiene en varias de sus exégesis. Cf.
García de la Fuente, p. 274, n. 5.
7 En dependencia directa de San Agustín, distingue fray Luis entre alegoría sermonis y alego-
ría facti. Es aquélla la que pertenece al sentido literal y, muy próximo a Quintiliano, la define co-
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 177

Pertenece el Cantar de los Cantares a la literatura de los cantos de boda,


elemento básico en la celebración festiva de la semana nupcial en Oriente 8 . La
presencia de numerosos arameísmos y de influencias helénicas hacen descartar
en este caso la autoría de Salomón; comenzó a atribuírsele muy pronto, sin
duda por ser el iniciador del género sapiencial. No conocemos la lectura del
antiguo judaismo; pienso que aciertan Dubarle y Audet 9 al sostener que el po-
ema nació como canto del amor humano y que como tal fue utilizado largo
tiempo en las bodas, hasta que el rabinismo tardío trasfirió la lectura al plano
alegórico —bodas de Yahvé con Israel—, sentando, así, las bases de la lectura
cristiana más común. Sólo en el s. IV, Teodoro de Mopsuestia propugnó
aquella hipotética primitiva interpretación, al ver en el Cantar un como prelu-
dio al Banquete de Platón. Su propuesta, quizás no condenada pero sí mal
acogida, halló eco a mediados del s. XVI en el exegeta judío Sebastián Cas-
tellón, quien se esforzó en defender tal sentido histórico —canto de las bodas
de Salomón con una princesa egipcia— como intrasferible al campo de la
alegoría espiritual.
Fray Luis representa una posición intermedia, que, en cierto modo, pre-
sagia la moderna más frecuente 10. En efecto, él considera el Cantar como ale-
goría sermonis de las nupcias de Salomón con la hija del Rey de Egipto; pero
piensa, al tiempo, que dicha estructura literal puede sustentar —y a tal efecto
la habría inspirado el Espíritu— otra alegoría espiritual, la de las ya referidas
nupcias de amor de Dios con los hombres en la Iglesia. La modernidad se
cifra, sobre todo, en la cuidadosa distinción de planos aplicada en la lectura.
Avisa en el «Prólogo» que él se propone, sobre la traducción, «declarar la cor-
teza de letra así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secre-
to del que muestran aquellas palabras desnudas y, al parecer, dichas y respon-
didas entre Salomón y su Esposa, que será solamente declarar el sonido de
ellas, y aquello que está en la fuerza de la comparación y del requiebro». Esto
es, se propone leer el Cantar como un libro del eros humano, prescindiendo de
que intencionalmente la historia de ese amor humano pueda servir de cañama-
zo a la alegoría espiritual trascendente.
Es verdad que a lo largo de la Exposición romance fray Luis salpica una
docena de particularizadas trasposiciones alegórico espirituales, pero tan
mo «quando aliud praetenditur verbis, aliud significatur in sensu». Nos hallamos, en cambio, an-
te una alegoría facti típica de la Biblia, cuando «id quod verbis significatur, gestum est revera, sed
res gestae et significatas per voces, alias significant et figurant» (Tractatus, cap. VII): los sacrifi-
cios de Abrahám, Melquisedech, etc., son, por ejemplo, alegorías facti del de Cristo.
8 Cf. S. Schott, Les chants d'amour de l'Egypte ancienne, París, Ed. du Cerf, 1956.
9 A.M. Dubarle, «Le Cantique des cantiques», RSPT, 1954, pp. 92-94; J.P. Audet, «Le sens
du Cantique des cantiques», RB, 1955, pp. 197-221.
10 Cf. H. Lusseau, «Le Cantique des cantiques», en A. Robert, A. Feuilíet y otros, Introduc-
tion a la Bible, I, Desclée, 1959, p. 661.
178 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

apretadas en pocas líneas, que tal parece como si fueran incrustaciones. Mere-
ce la pena examinarlas en detalle. En el cap. I, tras declarar por extenso, en
treinta y cinco líneas, la significación humana del v.4 —«Morena yo, pero
amable»—, concentra en estas diez la aplicación espiritual:

«Esto es cuanto a la letra; que, según el sentido que principalmen-


te pretende el Espíritu Santo, clara está la razón por que la Igle-
sia, esto es la compañía de los justos y cualquiera de ellos, tiene el
parecer de fuera moreno y feo, por el poco caso y poca cuenta, o,
por mejor decir, por el grande mal tratamiento que el mundo les
hace; que, al parecer, no hay cosa más desamparada, ni más
pobre ni abatida, que son los que tratan de bondad y virtud, como
a la verdad están queridos y favorecidos de Dios y llenos en el al-
ma de incomparable belleza» (p.40).

Se mantiene una proporción análoga en 1,7 —35 y 20 líneas,


respectivamente—; 1,14 —43 y 7—; 11,2 —21 y 13—; IV, 16 —22 y 16—-; V,3
—38 y 6 y 16 y 7—. Hay un caso, en 111,3, donde la proporción se invierte
—sólo 6 líneas para la base humana y 17 para la aplicación espiritual—, y
otro, en V,8, donde se iguala en 7 y 7 líneas. Forman un tercer grupo aquellos
lugares en los que fray Luis explica únicamente la trasposición alegórico espi-
ritual de una parte del versículo. Así, en VII,7, donde aplica la primera parte
—«¡Cuan lindos son tus pasos en el tu calzado, hija del Príncipe!»—, pero
queda sin explicitar lo que sigue: «Los cercos de tus muslos como ajorcas,
obra de mano de oficial». Acontece lo mismo en VII,4; allí el maestro desbor-
da en 14 líneas la aplicación espiritual del verso, «El tu cuello, como torre de
marfil» y quedan sin trasponer otros dos rasgos físicos: «tus ojos, como estan-
ques de Esebón junto a la puerta de Bathrabim; tu nariz, como la torre de
Líbano, que mira frontero de Damasco».
Poco añaden en esta línea las muy contadas reflexiones moralizadoras,
como la que hace sobre el amor matrimonial en VII, 10 ó la alusión al desatino
protestante de la salvación por la fe sin obras, en IV, 15. Bastaría, en fin,
mensurar el desarrollo de VII, 10 para convencerse de que la apreciación del
P. Félix García —«No se contenta fray Luis con la explanación literal, como
se propuso al principio, sino que de continuo hace aplicaciones al sentido espi-
ritual y místico del Cantar...» H— es de todo punto inexacta. Queda, claro,
como recurso explicativo de estos datos el supuesto de que, según declara fray
Luis en la Introducción de la Explanatio, la monja «destinataria» no necesita-

11 Edición, nota 2 a V, 3.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 179

ba que le explicara «quid arcani [ = sentido espiritual] scripta illa continerent,


nam audivisse id a multis et a singulis suo modo dicebat, sed quo modo recte
quasi construendus esset ille verborum ordo, valde, ut videtur, perturbatus et
involutus». Pero ya he apuntado que tal supuesto resulta controvertible. El
hecho, en todo caso, está ahí: la atención de la Exposición romance se con-
centra, casi con exclusividad, en el plano de los amores humanos, en su di-
mensión psicofísica. Y parece mejor buscar la explicación donde el maestro
salmantino la sitúa: cuánto más calemos en la captación de aquéllos, tanto
más ahondaremos en la profundidad del amor divino hacia los hombres.
En la Explanatio, redactada en la década siguiente 12, el criterio de divi-
sión de planos de lectura se radicaliza: la interpretación literal de la alegoría y
la trasposición alegórica espiritual se aislan y aparecen, incluso, tipográfica-
mente compartimentadas. Cabe, por ello, seguir la lectura de la égloga pasto-
ril sin interferencia alguna del plano trascendente, que es lo que me propongo
hacer aquí. Lo natural es respetado y potenciado; y es, al mismo timpo, donde
sin trabas, se revela la fuerza de construcción poética del maestro salmantino,
crítico literario.
Más aún. Este mismo principio de coherencia de lectura en la autonomía
de cada plano, le lleva, al comienzo de la Explanatio alegórico espiritual del
capítulo I, pp. 24-26, a desaprobar en el nivel de dicha trasposición alegórica,
aquellas interpretaciones que refieren unas partes del Cantar a las relaciones
divinas de cada hombre y otras a las relaciones con la Iglesia. Todo puede ser
referido, argumenta, al individuo y a la colectividad; pero, a la hora de tras-
poner la égloga humana a una significación alegórico espiritual, ha de optarse
por seguir uno u otro hilo narrativo de manera independiente, o, si se teje una
lectura simultánea, ha de ponerse buen cuidado en no interferir un plano en
otro. De hecho, él opta en la primera y segunda edición de la Explanado (1580
y 1582) por perseguir «id tantum quod ad singulos pertinet» y acomoda la
estructura del Cantar a los grados del proceso de la perfección espiritual.
Cuando, a la vista de su riqueza, le piden que complete la alegorización espiri-
tual desarrollando el otro hilo, el de la alegorización colectiva, fray Luis, «co-
actus» según propia confesión —entre otras cosas, porque el oficio de escritor
se ha tornado en ese tiempo «valde periculosum»—, pone manos a la obra y
en la que debemos considerar tercera edición de la Explanatio, la de 1589,
añade, compartimentada también tipográficamente y sin retocar un punto la
estructura de los textos anteriores, dicha alegorización anagógica, «[quae]

12 A comienzos de 1578 el Provincial agustiniano, fray Pedro Xuarez, ordena a fray Luis
publicar, «in meritum sanctae oboedientiae», «quos habes confectos in Canticum canticorum Sa-
lomonis commentarios». Cf. Prólogo «Lectori» en la Explanatio, ed. de 1582.
180 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

comprehendit Ecclesiae militantis a mundi initio usque ad finem saeculi, amo-


ris cursum atque rationem».
Bajo el título unitario de Explanatio queda así la obra estructurada en
tres «Explanationes» compartimentadas: «quarum prima verborum interpre-
tationes continet; altera Deum amantis anímae progressus in amore complec-
titur; tertia comprehendit Ecclesiae militantis a mundi initio usque ad finem
saeculi amoris cursus atque rationem». Aunque, como es lógico, tales de-
sarrollos alegórico espirituales referidos al alma y a la Iglesia presentan conco-
mitancias con la docena de brevísimos apuntes del mismo tipo intercalados en
la Exposición romance, las Explanationes segunda y tercera han de reputarse
como totalmente nuevas en relación con dicha Exposición.
Mientras que ésta construía la lectura sobre la traducción romance del
texto hebreo, lo que comportaba variantes respecto de la Vulgata, la Explana-
tio opera sobre el texto latino de San Jerónimo. Así, por ejemplo, en el cap. V
de la Exposición comenta fray Luis el v. 12: «su cabeza como oro de Tibar;
sus cabellos crespos, negros como cuervo». Falta, en cambio, ahí la compara-
ción «comae eius [sicut] elatae palmarum» que aparece en la Explanatio, p.
178 r° y v°, donde razona el por qué de la inclusión ya en la versión de los Se-
tenta. En el mismo cap. V, 14, la distinta base literal condiciona la imagen;
mientras que en la versión directa leía «las sus mejillas como hileras de hierbas
y plantas olorosas», la Vulgata pone «genae illius sicut areolae aromatum
consitae a pigmentariis»; y fray Luis corrige: «circuios autem pigmentorum,
ut suspicor, appellant fictiles catinos, parvos et orbiculatos purpurisso imbu-
ios, e quibus non inepta similitudo traheretur ad sponsi pulchre rubentes ge-
nas laudandas pergit» (p. 180, r°).
A veces, ante situaciones como éstas en que se produce una relativa
discrepancia, el maestro salmantino se esfuerza en aprovechar los materiales
de la Exposición, deducidos «ex hebraico». Podemos verlo en el cap. II, 4.
Había traucido «metióme en la cámara del vino, y la bandera suya en mi
amor», lo que declaraba con esta alternativa: o se mostró abanderado en
amarme, esto es, el primero en el amor, o «la bandera que a mí me lleva tras sí
y a quien yo sigo, es el su amor». Pero la Vulgata dice: «et ordinavit in me
chántateme. Fray Luis, manteniendo, entonces, la semántica básica de la pa-
labra hebrea, lagal, levantar bandera, la flexibiliza hacia la pauta obligada de
la Vulgata y resuelve: «suam erga sponsam charitatem ordinasse sponsus [...]
id nimirum dicitur nihil ad summum amorem fecisse sibi reliqui [...] et tan-
quam sustulisse amoris signum quoddam» (p. 71, v°). Por supuesto, no se
doblega a la Vulgata cuando es consciente de un error de versión por parte de
San Jerónimo. En el desarrollo de IV, 1 de la Explanatio, pp. 133 v°, recoge el
maestro casi al pie de la letra —y el dato me parece revelador— una parte ca-
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 181

pital de la «Respuesta» que en propia defensa redactó en la cárcel: adhesión


sustancial a la Vulgata y discrepancia en lo accidental13. Creyendo, equivoca-
do, que tsamatech significaba sólo las pudibundeces de la mujer, San Jeróni-
mo había traducido: «Oculi tui columbarum absque eo quod intrinsecus
latet». Pero la citada palabra hebrea significa también cabellos, versión que
sostiene fray Luis como poéticamente más-coherente, ya que «sic intelligimus
commendari sponsae oculos, non solum a nitore, propter quem columbarum
oculis praedicantur símiles, sed etiam ab eo quod intrinsecus latent, id est, ex
eo quod positi sub iis capillis qui illius fronti involitabant».
Hay otro capítulo de variaciones de la primera Explanatio respecto de la
Exposición, que resulta mucho más fecundo para el estudio literario. En el
tiempo que trascurre entre una y otra, fray Luis ha debido de volver una y otra
vez sobre su propia lectura, de modo que la primera aparece, aquí y allá, pre-
cisada, cuestionada o modificada. Las palabras de III, 4, «Conjuróos, hijas
de Jerusalén, por las cabras y los ciervos del campo, que no despertéis..,», que
en la Exposición eran puestas en boca de la Esposa, son atribuibles, según la
Explanatio, p. 103, que se apoya aquí en el texto hebreo, al Esposo o a la Es-
posa, y aclara fray Luis cómo esto cabe deducirlo «ex ipsa re», esto es, de la
coherencia de la historia referida, ya que pudo ser el Esposo quien, apenas
entrado en el cubículo, se durmió, o bien ella la que, fatigada de tanto bus-
carle, se rinde al sueño cuando lo halla. La mutación interpretativa de hipós-
tasis es mucho más radical en los versículos siguientes, donde llega a alterar la
acción dramática: «Quién es ésta que sube del desierto [...]?» v.5; «Veis el
lecho suyo que es el de Salomón [...],» v.6. En su primera lectura figuraba
fray Luis que estos vv. y lo que resta hasta el final del cap. III, lo proclamaban
los compañeros del Esposo loándola primero a Ella, v. 5, y después, v. 6-10, a
El. Todo cambia en la Explanatio, pp. 104-108, Apenas inician los amigos del
Esposo la alabanza, v. 5, Ella les interrumpe, v. 6, reclamando la atención
sobre El: primero sobre su lecho, después sobre su trono y sobre la general
magnificencia. Curiosamente, olvidándose que él había premitido la otra lec-
tura, dice ahora el maestro: «Ego quidem certe sic sendo, nonnullos tamen es-
se scio [...] qui ab illo 'En lectulum Salomonis...', non ab sponsased de spon-
sa dici volunt ab iis spectatoribus...», p. 107 v° 14.
Dentro aún de este capítulo de variantes, hemos de anotar también los lu-
gares en los que la segunda lectura completa la ofrecida en la Exposición. En
II, 3 canta la Esposa: «Como el manzano entre los árboles silvestres, así el mi

13 Cf. Obras Completas castellanas, I, pp. 211-216.


14 Otros trueques de la dramatización pueden verse cotejando Exposición y Explanatio en
los capítulos IV, 6 —p. 134 y 142 v°—; VI, 2 —p. 164 y 219 v°—; VII, 9 —p. 187 y 246 v°—.
182 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

amado entre los hijos». En su primera lectura señalaba fray Luis que «en esto
la Esposa da mayor loor al Esposo del que ella había recibido; que él la com-
paró a la azucena que es cosa hermosa, pero de poco o ningún fruto; y el man-
zano, a quien ella le compara, tiene lo uno y lo otro». Pero la Explanatio
incrementa incluso la razón de preeminencia por la sola belleza: «Nam folia
praeter quam quod figuram habent valde concinnam, viridi inficiuntur valde
amoeno: pomis vero ex albo aureoque modice rubentibus nihil ad aspectum
pulchrius fieri potest», p. 70 r°. Idéntica incrementación estética se produce
en VI, 3, mientras que en otros casos —tal en VIII, 4— la amplificación deriva
de las mutaciones introducidas en la dramatización 15.
En la Explanatio se resuelven, en fin, algunas de las alternativas de lectu-
ra antes propuestas, al tiempo que se establecen otras. Sobre las palabras de
VI, 1, imaginaba en la Explanatio que o eran respuesta de la Esposa a las
dueñas de Jerusalén o «que ésta no es respuesta [...] sino que, luego que acabó
de hablarlas, se dio a buscar a su Esposo» y tales palabras constituyen su
exclamación al hallarle. La relectura descarta la primera configuración y se
queda con la segunda16. Pero, a la vez, a las dos lecturas de II, 9 apuntadas en
la Exposición como posibles, se añade en la Explanatio, p. 77 v°, una tercera
17
. Permanecen, claro está, muchas alternativas de lectura basadas en la poli-
valencia del sentido literal: I, 3 y 6; V, 3; VII, 5, con preciosa declaración;
VIII, 10. Puede afirmarse que, en conjunto, la Explanatio refleja un propósi-
to de mayor ceñimiento a una linealidad simple, la que supone el hilo de la ac-
ción dramática. Esto explica, a la vez, que desaparezcan algunos excursus,
breves, como el inserto en V, 16, que añadía lugares bíblicos paralelos 18} o ex-
tensos, tales los que en VII, 9 explicaban las «tres condiciones y diferencias»
que pueden darse en el amor de dos personas, pp. 187-190, o el que en VIII, 2
glosa «el grado más subido de amor que hay entre Dios y los justos», pp. 195-
197. Fray Luis tenía conciencia, ya en la primera redacción, de que realmente
se distraía en excursus; lo demuestra el hecho de que en este último ejemplo
aducido concluya: «Mas tiempo es ya de que tornemos a nuestro propósito.
Dice la Esposa...», p. 197.

No siempre se logra el propósito de depuración. Hay también en la


Explanatio casos en los que la autonomía de la lectura de la alegoría profana,
la que recoge el diálogo kinésico y verbal de los dos pastores, se hace perme-

15 Compárense, respectivamente, pp. 127 con 220 v°; 197 con 259 v°.
16 Pueden verse otros ejemplos en el cotejo de I, 3 —pp. 81 y s. con p. 7 v°; VI, 1 —pp. 163 y
s. con p. 219 Vo—,
17 Cf. también en esta línea la mutación de VI, 1 de la Explanatio, p. 239 v°.
18Compárense las pp. 159 y s. con 181 v°.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 183

able a la perspectiva, más bien intuida, eso si, de la interpretación espiritual:


lo que fray Luis llama la sententia subyacente al sonum (p. 2 r° y v°). Cuando
la Explanatio llega en el cap. III al v. 6, «Veis el lecho suyo, que es el de Salo-
món...», el maestro aclara que la lectura imaginativa que sobre él construye,
«ad hanc rudem, in qua nunc insistimus, expositionem parum certe pertineat:
tamen ad veram sententiam de qua mox dicturi sumus [la «explanatio» espiri-
tual], non parum contulerit», p. 105 v°. Pero el principio permanece claro y,
de hecho, a propósito de IV, 1, rechaza el parecer de aquellos que piensan que
si Salomón se detuvo morosamente en pintar con vivas comparaciones el
retrato de la Esposa —ojos de paloma, cabellos como un rebaño de cabras en
Galaad, etc.—, lo hizo sólo pensando en «eas animae vires quas haec membra
significant»; fray Luis sostiene, por el contrario, p. 137 r° y v°, que la descrip-
ción y la anécdota humana tienen valor autónomo, si bien preparan y esperan
la interpretación en clave espiritual trascendente: «verum omnino illud et retí-
nendum esse contendo, causa declarandorum amorum spiritualium hic descri-
bí, corpóreos amores, eorumque omnes rationes in singulis huius libri parti-
bus explican, atque ita demum de amore divino transíate ista dici, ut possint
omnia in corporeum istum amorem litterate conferri».
La naturaleza de este amplio capítulo de variantes podría, tal vez, sugerir
una valoración de superioridad literaria a favor de la lectura de la Explanatio.
No es así. En primer lugar porque, como he apuntado, sobre fray Luis pesan
al redactarla serios condicionamientos: si no tenemos por qué aceptar al pie de
la letra su declaración de que escribe coactus, no debemos, tampoco, desoír su
confesión autocrítica: «Displiceo mihi in plerisque» («Lectori»). Dos motivos
constituyen, a mi juicio, el torcedor: la muy costrictiva pauta de la Vulgata y
la forzada gravitación del comentario hacia la dimensión significativa espiri-
tual. La Exposición está escrita con mayor libertad de espíritu y, como vamos
a ver enseguida, con verdadero regodeo en la estética del poema y en su recre-
ación lingüística hispana. Tenía el maestro justa fama de buen latinista; por
ello, Arias Montano le ruega que traduzca la versión y comentarios del Cantar
que él mismo había escrito. En la. Explanatio hay páginas latinas de gran valor
poético, mas no igualan en esta línea a las castellanas. Postulo, por todo ello,
una lectura del sentido literal que avance por una y otra vía, aprovechando, en
síntesis, todos los valores.
Más arriba queda apuntada la base de interpretación: «éste libro en su
primer origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril...» («Pró-
logo», p. 72). Es obvio que la base dialogística del texto original sugería una
cierta dramatízación y no fue, desde luego, fray Luis el primero en verlo. Pe-
ro, apoyado en el principio aristotélico del arte como imitación y guiado por
las normas críticas consecuentes, él enriqueció mucho la lectura de construc-
184 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

ción teatral, aprovechando posibilidades textuales insospechadas. Comienza


por situar figurativamente el escenario del drama en Jerusalén y aprovecha su
geografía real para localizar las diversas partes de la acción: «El mi Amado
descendió al su huerto [..,]. dícese que descendió porque ella le buscaba en Je-
rusalén que era ciudad puesta en lo alto de un monte y en los arrabales y alde-
as que estaban a la halda estaba el huerto de la rústica pastora...» (VI, 1).
Recordando la doctrina de Aristóteles sobre los caracteres y, en concreto,
sobre la necesaria verosimilitud de sus parlamentos y acciones 19, fray Luis
explica la razón de que Salomón, hipotético autor, eligiera caracteres de pas-
tores: porque una pareja de ese nivel social ofrece más posibilidades a la
expresión de las locuras de amor. ¿Cómo una princesa, por ejemplo, iba a sa-
lir sola en la noche, acuciada de amor?; «itaque, quia intellexit aut decorum a
se negligi aut bonam huius carminis partem omitti deberi, idcirco personam
sumpsit de medio rurique eductam [...], quo decore servato, exprimeret in ea
omnem amoris vim» (p. 101 v° y s.). Podemos ver como ejemplo suficiente y
decisivo el elogio que de la verosimilitud del Cantar hace en la Explanatio, II,
5.
Comenta allí el versículo «fulcite me ñoribus, stipate malis quia amore
langueo», y comienza por recordar que la fragilidad de nuestro espíritu hace
que nos dañen por igual el gozo y la tristeza. «Quamobrem, qui ardenter
amant, crebro animo deficiunt [...] et magis quam viri, foeminae». De ahí
arranca la dolorida expresión de la Esposa:
«Itaque exanimata, et inter sponsi manus collapsa, vel dum colla-
bitur potius, sibi deficienti, quibuscumque rebus possint, ut opem
ferant, a suis comitibus petit, aut certe petiisse fingitur, non
quidem se animo deficere simpliciter dicens, sed ea loquens quae,
quos animus déficit, loqui solent, quod est multo venustius».

He subrayado por mi cuenta tres incisos que remarcan la voluntad de pre-


cisión en la verosimilitud: desmayada, o, mejor, mientras se desmaya; pidió
o, por lo menos, hay que imaginar que pidió...; se nos presenta no sólo des-
mayada sino diciendo las incoherencias que quien ha perdido el sentido, dice.

«Incredibilis est, et maior fortasse quam quae ullo ingenio expli-


can possit, et harum litterarum praestantia et rerum naturae inter
ipsas consensio».

19 «Y también en los caracteres, lo mismo que en la estructuración de los hechos, es preciso


buscar siempre lo necesario o la verosímil, de suerte que sea necesario o verosímil que tal persona-
je hable u obre de tal modo, y sea necesario o verosímil que después de tal cosa se produzca tal
otra». Poética de Aristóteles, ed. de Valentín García Yebra, Madrid, Gredos, 1974, 15, 33-36.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 185

Para probar la prestancia, recuerda fray Luis el principio de que la poesía


no es otra cosa «quam pictura loquens totumque eius studium in imitanda na-
tura versatur» y denuncia el error de los poetas amatorios de la época que, ale-
jándose de la imitación de cuanto en realidad hacen y dicen los amantes, «ab
optimi poetae officio longissime recesserunt». No así Salomón, que los aven-
taja como el sol a la sombra, porque «nihil eorum quae in amore accidunt veí
est praetermissum, vel non ita dictum, quomodo dici optime et significantissi-
me potest»: en esa línea comienza el amante Rey por recoger los deseos y sus-
piros, las blandezas verbales a las que siguen las caricias y abrazos, «quibus ex
rebus incredibilis voluptas exoritur», y, así, lo que todos callan, lo canta él.

«Ac demum nequa in re deesset suscepto argumento —vale decir:


para llegar hasta las últimas consecuencias—, quia interdum con-
tingit, ut ingenti voluptate liquescens, et in laetitiam effusus ama-
torum animus corpus destituat [...] ideo sponsam inducit ad extre-
mum laetitiae veluti oneri succumbentem, ac ómnibus cum corpo-
ris tum animi viribus dissolutis collabentem».
Todo esto —añade— no lo cuenta Salomón como algo ocurrido, sino co-
mo algo que los actores desarrollan ante los ojos del lector. Y advierte al tiem-
po:

«Id habuit causae, quare tam exquisite, tamque ómnibus suis par-
tibus integre constantem humani amoris effigiem in hoc libro per-
fecerit: nimirum, quia videbat nihil in illo amore, praeter lasciva,
esse quod non apte atque conmode posset ad divinos amores
transferri».

Precavida con tal advertencia cualquier torcida interpretación —en los


tiempos que corrían, recordémoslo, juzgaba el fraile agustino «valde periculo-
sum» su oficio de escritor—, reconstruye de esta guisa el coloquio amoroso
del versículo que comenta:

«Animo, inquit [sponsa], destituor, nec laetitiae vim ferré susti-


neo: accedite proprius, flores date, vina spargite, fugientem spiri-
tum quibuscumque potest revocan rebus, floribus, vino, pomis
revócate, Et ad ipsum sponsum conversa: fulci, inquit, tua laeva,
languidum meum caput, vinci dextra occiduum corpus, meque
ruentem retine...».
Atque ea cum dicit, non solum illam defecisse intelligimus,
sed deficientem, collabentem, opem implorantem ipsam, eiusque
declive caput, et suffusas pallore genas pene videmus».
186 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

Podremos medir mejor el alcance revolucionario de la exégesis de fray


Luis, si cotejamos este comentario con el que al mismo lugar bíblico había
hecho su maestro Cipriano de la Huerga. Parece el punto de partida casi el
mismo: el cisterciense interpreta, en efecto, las quejumbrosas palabras de la
esposa como «clamores quídam more aegrotantium». Pero notemos la dife-
rencia: donde Huerga no acierta a ver más que una analogía, destaca fray Luis
la enfermedad propia del amor. Continúa aquél imaginando que la esposa
entró en la bodega del vino y «adeo (ut credendum est) vino indulsit, ut tan-
quam ebria dicat». Es una borrachera de amor divino, razona, como la que
hará al apóstol San Pablo afirmar: «Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me
Christus». Tipificada ya de esta manera alegórica espiritual la posición perso-
nal desde la que la esposa habla, comienza el exegeta a rastrear los precedentes
bíblicos análogos:

Pero volvamos ya a fray Luis. Dentro de los parlamentos de los amantes


del Cantar, distingue él dos niveles de decoro: el que corresponde a la pro-
piedad de los amantes y el específico de unos amantes rústicos. En cuanto al
primero, ha de notarse que todo discurso que traduce una pasión, cualquiera
que ella sea, mostrará las razones a primera vista «cortadas y desconcertadas»
(«Prólogo» a la Exposición, p. 73) y, en concreto, «la retórica de ios enamora-
dos consiste más en lo que hablen dentro de sí que en lo que por la lengua
publican» (VIH, 6). Fray Luis sale con esto al paso del hermetismo de algunos
fragmentos del Cantar, se esfuerza en buscar la clave de los deliquios amoro-
sos —«[...] yo soy suya, que apacienta entre las azucenas: [...] es propio de
enamorados el hablar de esta manera, dando estos vocablos de rosas y flores a
todo lo que toca a sus amados» (II, 16)—, pero reconoce que «algunas pa-
labras de estas no carecen de oscuridad» (ibid.). Nos hallamos en el ámbito de
la vivencia quasi mística, de suyo inefable: el «no se qué que quedan balbu-
ciendo», de San Juan de la Cruz.

De otro lado, ya en el segundo nivel, si tenemos en cuenta la diferencia


entre las hipóstasis reales de la acción —un rey y una princesa— y los caracte-
res dramáticos elegidos, unos pastores, comprenderemos las dificultades que
acechan al decoro. Cuando la oímos a Ella excusarse por el color de su piel
tostada al sol del trabajo, hemos de entenderlo «presupuesta la persona que
representa y a quien imita hablando, que es de pastora» (I, 5). En boca de pas-
tor cuadra mejor, según fray Luis, la comparación de los cabellos de la amada
con una manada de cabras que con «una madeja de oro o [que decir] que
competía con los rayos del sol en muchedumbre y color, como suelen decir
nuestros poetas» (IV, 1; cf., en esta misma línea, V, 1 y en laExplanatio, pp.
137 v° a 138 v°). No debemos maravillarnos de algunos extremos expresivos
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 187

porque «el rústico y gracioso Esposo, aunque pastor, muestra bien la elocuen-
cia que aprendió en las escuelas de amor» 20.
Puede el lector sorprenderse ante algunas concretas comparaciones —«A
la yegua mía en el carro de Faraón te compare, amiga mía» (I, 8)—, pero, tras
explicar que lo que aquí aprovecha el autor son los valores connotativos 21,
fray Luis aclara que otros, poetas clásicos en la literatura profana y los
SS.PP. en materias espirituales, recurren al mismo procedimiento 22. El ámbi-
to de desarrollo del decoro en el plano de los parlamentos queda así muy
ampliado. Hay, con todo, casos en los que «es tan grande el artificio con que
la rústica Esposa loa a su Esposo» (V, 15), y lo mismo a la inversa, que aquél
peligra; más aún, el maestro salmentino no deja de reconocer que a veces los
protagonistas «se olvidan de la persona que representan y hablan conforme a
quién son» en la realidad histórica, tal como sucede en I, 8 donde El «muestra
tener coches traídos desde Egipto, con gentiles yeguas que los guíen, lo cual no
cabe en un pobre pastor».
Idéntico criterio de verosimilitud guía la interpretación en el plano de las
acciones. Con escrupulosa fidelidad a la norma aristotélica —«se debe prefe-
rir lo imposible verosímil a lo posible increíble» 23, fray Luis realiza aquí una
tarea formidable. La pauta que el texto ofrece a la dramatización, es muy en-
juta. Por eso, buscando apoyo, sin extrapolaciones, en lo que es habitual en el
proceso de relación de dos amantes, va completando la construcción imagina-
tiva. En primer lugar, la de los personajes. La denominación genérica «hijas
de Jerusalén» podría inducir a englobar en un solo grupo a quienes son acto-
ras con funciones diversas. Distingue, en cambio, fray Luis a las vecinas de Je-
rusalén o mujeres en general, «foeminae quae partes chori agunt in hoc dra-
mate» (p. 239 vi) —aludidas en I, 4 y s.; III, 11; V, 9, 18; VIII, 4— y en cuya
boca se ponen algunos parlamentos —V, 10, 18; VI, 9, 12; VII, 11 y ss.—, de
otro grupo más restringido de mujeres que «la Esposa traía consigo, y éstas
eran cazadoras» (II, 7), «gente de ella» (III, 4), con papel más activo en el dra-
ma. Aparte están los compañeros del Esposo (III, 5) y el pueblo en general
(VIII, 5), con lo que se establece una correlación de proporcionalidad
típicamente renacentista:

20 Cf. el excelente artículo de Aurora Egido Martínez, «La Universidad de amor y La dama
boba», BBMP, LIV, 1978.
21 «Praestant equi inter omnia animantia apta membrorum et totius corporis compositione,
atque figura, inestque illis elegans quiddam, atque generosum [...]. Valet ergo haec ab aequibus
ducta similitudo ad declarandum libérale illud et ingenuum et elegans quod elucebat in sponsae
facie atque corpore» (p. 14 v°).
22 Explanatio, pp. 15 v°-I7 v°, Se repite el mismo esquema de comentario en II, 7 {Explana-
tío, pp. 76 v° y s.) y en II, 17 {Explanatio, p. 85 v°).
23 Poética 24, 26 y s.
188 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

Esposa - Esposo
Compañeras - Compañeros
Pueblo- Pueblo

Delimitado así el escenario de la acción y tipificados todos los actores,


cuida la construcción imaginativa de todas las partes. El texto del Cantar se li-
mita, por ejemplo, a decir en 1,1 «Béseme de besos de su boca; porque buenos
[son] sus amores más que el vino». Y fray Luis: «habernos de fingir que tenía
a su Amado ausente, y estaba de ello tan apenada, que la congoja y deseo la
traía muchas veces a desfallecer y desmayarse»; las compañeras le ofrecen vi-
no para reanimarla y «ella lo desecha y responde: 'El verdadero y mejor vino
para mi remedio, será ver a mi Esposo'» 24. Con frecuencia, utiliza un proce-
dimiento que se desarrolla en dos tiempos: a) establece o recuerda lo que es
habitual en el proceso amoroso; b) introduce la aplicación concreta, «y así la
Esposa». Puede verse un caso concreto en II, 1. Otras veces aparece el es-
quema invertido: vid. III, 7. Sirven también de puntos de apoyo a las configu-
raciones, referencias a costumbres de la época: «Manojuelo de mira es mi
amado a mí, morará entre mis pechos», se lee en I, 12. Y comenta el maestro:
«Como es cosa hermosa y amada de las doncellas un ramillete de flores [...]
que traen siempre en las manos y lo llegan a las narices, y por la mayor parte
lo esconden entre sus pechos, lugar querido y hermoso, tal dice que es para
ella su Esposo» 25. Las acotaciones escenográficas y de acción resultan, así,
riquísimas. Si tuviera que señalar un solo ejemplo, no dudaría en elegir todo el
pasaje de V, 3-7. La Esposa duerme y el Amado la llama: «Ábreme, hermana
mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía». En la Exposición decía fray
Luis que «este repetir mía a cada vez y a cada palabra, muestra bien el
afecto...»; pero en la Explanado, p. 171 v°, enriquece la construcción: el Es-
poso pronuncia estas palabras melosas para calmar a la Esposa enfadada por
su ausencia. Y así ella, después, «comenzó a decir con una tierna y regalada
pereza entre sí: 'Desnúdeme mi vestidura...'. Todo el juego subsiguiente de
pausas y entregas es desarrollado con minucia: «viene el Esposo cansado y
mojado [...] y ella rehusa de sufrir por él la camisa fría», etc.

Según Aristóteles, «... los incidentes que componen una fábula deben es-
tar dispuestos de tal manera que si uno de ellos fuera alternado o suprimido,
la unidad del todo se turbaría o destruiría. Pues si la presencia o ausencia de

24 Análogas configuraciones, hechas según el modelo de la técnica de la «composición de lu-


gar», se suceden de continuo: vide, por ejemplo, en el mismo capítulo, I, 4, 9, 12 y 14.
25 Cf. en la misma línea 1,15 ó V, 7 donde se habla de los capeadores nocturnos a que aludía
también el hidalgo de El Lazarillo.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 189

algo no lo modifica sensiblemente, no es parte integral de ese todo» 26. Cabría


aducir muchos lugares en prueba de la preocupación ele fray Luis por la cohe-
rencia de la lectura, vale decir, por construir con todos y solos los elementos
que el texto facilita, explicados desde la retórica del discurso amoroso y en
congruencia con el sentido del momento histórico 27. Me fijaré sólo en uno
muy breve; el v. 1 del cap. II, «Yo rosa del campo y lirio de los valles»,
podría, en principio, atribuirse por coherencia lógica —«por ser mujer, tiene
más licencia para loarse»— y, sobre todo, para que estas palabras, en conver-
gencia textual, «vengan dependientes y hagan una sentencia con lo que acaba
de decir en el fin del primer capítulo: 'Nuestro lecho florido y nuestra casa de
ciprés'». Pero es que, además —añade— la palabra hebrea es habatzeleth,
«una cierta especie de [rosas] en la color negra, pero muy hermosa y de gentil
color»; con lo que la convergencia se refuerza, ya que «la Esposa confiesa de
sí que, aunque es hermosa, es algo morena».
También está en Aristóteles el precepto de «estructurar las fábulas y per-
feccionarlas con la elocución poniéndolas ante los propios ojos lo más viva-
mente posible» 28. Apoyándose en la relación establecida en la Poética, con
propósito definitorio entre poesía y pintura, formuló Horacio lo que vino a
convertirse en un adagio autónomo 29. Basta trascribir unas líneas de nuestro
crítico-poeta para comprender la impostación de su lectura. Dice así en el elo-
gio ya citado del Cantar.

«... cum poesis nihil aliud sit quam pictura loquens, totumque
eius studium in imitanda natura versetur [...] eamque quoddam-
modo loqui doceat [...] cumque in eo uno poeta máxime elaborare
debeat, ut quae insunt in re proposita, aut quae pro illius rei natu-
ra inesse ipsi par est, ea sententiarum, atque verborum tamquam
coloribus expressa, atque descripta ita exhibeat oculis conspicien-
da, ut non tan dici, quam agi videatur...» (pp. 72 v° y s.).

26 Poética VIH, 4, Este principio, básico en el estructuralismo, vertebra la definición que Al-
berti da de la belleza: «certa cum ratione concinnitas universarum partium in eo cuius sint ut addi
aut diminui aut inmutari possit nihil, quin improbabilius reddatur» {De re (¡edificatoria Lib. II,
cap. 2).
27 Vid. I, 3,5,6,7; IV, 9; V, 2; etc.
28 Poética 17. 22-25.
29 Cf. Antonio García Berrio, «Historia de un abuso interpretativo: 'Ut pictura poesis», en
Estudios ofrecidos a Emilios Atareos Llorach 1, Universidad de Oviedo, 1977, pp. 291-307.
Cabría precisar que la interpretación sinestética no surge con el Manierismo; estaba ya en el
Trattato di pintura de Leonardo.
190 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

Insiste el maestro sobre esta idea en otros lugares —«Prólogo» p. 71; I,


15; II, 3; IV, 15; V, 4; VIII, 6—, siempre para destacar el alto grado de expre-
sividad realista del Cantar. En la también citada descripción de los muslos y el
vientre de la Amada (VIII, 1 y 2) le parece que «desciende aquí a tantas parti-
cularidades el Espíritu Santo, que es cosa que espanta» (p. 178). Pero no-
sostros podemos añadir que, habiendo justificado en el comienzo la necesidad
de. desentrañar la mayor riqueza natural posible del texto de la égloga a fin de
disponer de un cañamazo valioso para la superposición de la textura espiri-
tual, fray Luis logra el propósito de «vencer la naturaleza con el arte» (VIII,
10, p. 206), y escribe páginas de comentario dignas del poeta bíblico mismo.
Rechaza el falso pudor —véase la descripción del beso en la boca (I, 1)—
y no oculta su preferencia por el canon renacentista de belleza corporal 30.
Junto a los clásicos latinos aparecen mencionados con elogio Ausias March
(II, 9) y Petrarca (V, 14); también, de manera implícita (IV, 1), Garcilaso. Pe-
ro, al tiempo, recurre al Cancionero popular en un punto, bien significativo
por cierto, cuando, para comentar el v. 3 del capítulo III, «Asile y no le dejaré
hasta que le meta en casa de la mi madre y en la cámara de la que me en-
gendró», dice: «Llama a su casa, no suya, sino casa de su madre, y cámara de
la que la parió, imitando en esto la común manera de hablar de las doncellas,
que se usa también en nuestra lengua castellana, como se ve en diversos canta-
res». Podría tener en mente, entre otros, aquel cantarcillo: «No sois vos para
en cámara, Pedro, / no sois vos para en cámara, non, / sino para en cama-
ranchón».
Pero todo esto es símbolo de lo que acontece en el plano lingüístico. Hay
un crítico-filólogo-poeta que sabe extraer de la palabra hebrea todo el jugo
poético que las versiones de los Setenta o la Vulgata dejaron inédito. Recuér-
dese la precisión sobre la rosa negra. No me resisto a señalar otro ejemplo for-
midable. Trátase de II, 10, donde, al explicar su versión, «Helo, ya está tras la
pared, acechando por las ventanas, descubriéndose por las rejas», dice:

«Mostrándose por las ventanas. En la propiedad de su lengua se


toca en estas palabras una gentil comparación, que en nuestra len-

30 Decía Leonardo: «Ciascun colore pare piú nobile ne' confini del suo contrario che non
parra nel suo mezzo» (Trattato dellapintura; apud Mario Praz, Mnemosina. Paraleo entre la lite-
ratura y las artes visuales, Monte Avila, 1976, p. 98). Comentando V, 12, fray Luis dice que «al
rostro de un hombre muy blanco mejor le están los cabellos y barba negra que los rubios, por ser
colores contrarios, que el uno da luz al otro». Cf., también, IV, 4, que ha de leerse a la luz de la
doctrina renacentista del alma como creadora del cuerpo: cf. Menéndez Peíayo, «Tratadistas de
Bellas Artes en el Renacimiento Español», en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria.
Ed. Nacional, vol. VII, p. 155.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 191

gua no se siente. Donde decimos mostrándose, la palabra hebrea


es metzitz, que viene de tzitz, que es propiamente el mostrarse la
flor cuando brota, o de otra manera se descubre. Pues como
suelen los claveles asomar por los agujeros pequeños de los enca-
ñados que los cercan o de las vainas que rompen cuando brotan, y
como las rosas que cuando salen no se descubren todas sino sola-
mente un poco, así imagina y dice que su Esposo, más que el cla-
vel y que la rosa bella se descubre, ya por una parte ya por otra,
mostrando unas veces los ojos y no más, y otras veces solos los ca-
bellos».

En la misma línea, en la Explanatio de VI, 9, la revisión del «sicut aurora


consurgens» de la Vulgata, le lleva a detectar una estructura de «encareci-
miento acrecentado» apuntada ya en el lugar correlativo de la Exposición 31.
Mas ese mismo filólogo humanista aprovecha toda la capacidad expresi-
va de ías frases populares —«a saco mano», p. 78; «jugar al tras», p. 106;
etc.— y eleva lo coloquial a rango estético (VI, 8). El comentario de este últi-
mo texto, «una es la mi paloma, la mi perfecta...», nos enseña cómo fray Luis
anticipa la técnica crítica de la permutación: «Dice mi paloma y mi alindada, y
no mi Esposa, para demostrar, aún en la manera de nombrar, la razón grande
que tenía de amarla...».
Entre los variados logros de la Exposición y la Explanatio, he querido fi-
jarme aquí en el que para la literatura me parece básico: el descubrimiento, la
proclamación y la conquista de la autonomía de lectura de la base alegórica.
Ligado, todavía, a la tradición medieval, Cipriano de la Huerga, en su Co-
mentario al Cantar de los Cantares —el maestro Eugenio Asensio me ha
hecho notar que no así en el de los Salmos— contempla dicha base alegórica
como virtualmente transparente, un mero punto de apoyo para saltar a la tras-
cendencia, corteza de levísima entidad que, según aconsejaba Berceo, hay que
quitar presto para entrar en el meollo.
Fray Luis, en cambio, con la «novella vista» que alumbraba el Renaci-
miento, potenciando la captación del valor entitativo de lo creado, explora la
égloga pastoril en todas sus dimensiones, afanado en captar todos los matices
emocionales y sensoriales propios del amor humano cifrados en la literalidad
hebrea. De ahí al perfecto humanista en quien la más rigurosa filología se hace
estética, el que convierte una retractatio expositiva en creación literaria. Pero
seamos fieles a la totalidad del texto y respetemos la fidelidad superior del

31 Véase también la lectura correcta de Aminadab (VI, 11) y cotéjese el cambio de división
entre los capítulos VI y VII en la Explanatio, p. 239 v°.
192 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

autor: porque fray Luis, «quasi apis matina», realiza esa gigantesca tarea
humanística convencido de que cuanto más rica sea nuestra penetración de la
base humana del Cantar, más profundizaremos —queda ya dicho— en el ine-
fable proceso de amor entre el alma y Cristo, entre la Iglesia y su Esposo. Más
aún, desde esa perspectiva sostiene nuestro salmantino maestro que fue el
Espíritu quien inspiró esa bellísima égloga pastoril humana para encarnar en
ella la significación arcana. He aquí, entonces, al humanista cristiano. Si po-
demos proclamar a fray Luis de León síntesis del humanismo español es, pre-
cisamente, porque en él se maridan, con perfecta armonía renacentista, la ve-
ritas hebraica y la eloquentia cristiana; la defensa del valor de lo humano y la
afirmación de su gravitación trascendente.
En él la filología se hizo estética. Y la estética, religión.
IMITACIÓN COMPUESTA Y DISEÑO RETORICO
EN LA ODA A JUAN DE GRIAL
FERNANDO LÁZARO CARRETER
Real Academia Española
Universidad Complutense.

Un segundo exhorto.
«Siempre que he leído esta oda a Grial1, me he imaginado a fray Luis,
allá por el otoño de 1571, contemplando melancólicamente los suaves colores
del cielo y el desnudarse del follaje de los árboles:

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.

1 Para comodidad del lector, la reproduzco aquí; sigo la edición de O. Macrí, La poesía de
Fray Luis de León, Salamanca, Anaya, 1970, pgs. 243-4:

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
5 las cimas de los árboles despoja.
Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Eolo al mediodía
10 soplando espesas nubes nos envia;
ya el ave vengadora
del Ibico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y, el yugo al cuello atados,
15 los bueyes van rompiendo los sembrados.
El tiempo nos convida
a los estudios nobies, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte Uama,
20 do no podrá subir la postrer llama;
194 FERNANDO LÁZARO CARRETER

alarga el bien guiado


paso y la cuesta vence y solo gana
la cumbre del collado
y, do más pura mana
25 la fuente, satisfaz tu ardiente gana;
no cures si el perdido
error admira el oro y va sediento
en pos de un bien fingido,
que no ansí vuela el viento
30 cuanto es fugaz y vano aquel contento;
escribe lo que Febo
te dicta y favorable, que no antiguo
iguala y pasa el nuevo
estilo; y, caro amigo,
35 no esperes que podré atener contigo,
que yo de un torbellino
traidor acometido y derrocado
del medio del camino
al hondo, el plectro amado
40 y del vuelo las alas he quebrado.

La naturaleza parece, en ese decrecer que anuncia el invierno, estar invi-


tando al silencio de las bibliotecas y al gustoso trabajo del estudio. Es oda pa-
ra intelectuales, que debe ser grata a los intelectuales».
Pertenecen estas palabras al discurso con que Dámaso Alonso inauguró
el año académico 1955-6 en la Universidad de Madrid2. Y dos versos de la oda
le servían para rematarlo, como estímulo para sus oyentes:

El tiempo nos convida


a los estudios nobles...

Como es natural, fray Luis no había compuesto estos versos para ningu-
na solemnidad académica, ni cabía inaugurar los cursos con poemas en lengua
vulgar 3 . Sin embargo, vamos a ver enseguida cómo el gran poeta y gran
crítico que oficiaba en la ceremonia de 1955 no se había equivocado al barrun-

2 Está recogido en la Obras completas del autor, Madrid, Gredos, vol. II (1972), págs. 789 y
ss.
3 El curso solía abrirse en toda Europa a mediados de octubre con unaprelusio en latín, en la
cual se alababan las artes liberales y las otras disciplinas que se enseñaban en la Universidad. Cfr.
Francisco Rico, «Laudes litterarum. Humanismo y dignidad del hombre en la España del Renaci-
miento». Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1978,
p. 895.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 195

tar, por misteriosa especie, que la oda luisiana tenía algo que ver con las ri-
tuales sesiones de otoño que ponen en marcha el quehacer universitario. To-
mado a la letra, el poema es una invitación del agustino a un querido amigo
para que siga cultivando el espíritu y escribiendo poesía, cuando él ya no
podrá hacerlo, porque le ha acometido un torbellino traidor (¿las denuncias
de 1571?; ¿las pesadumbres de la cárcel o el desánimo que siguió a su libera-
ción en 1577? 4 ).
En cualquier caso, el tiempo invita a que Grial no desmaye; los fríos esti-
mulan al estudio. Que la canícula lo dificulta, se lo decía a fray Luis el Brócen-
se en un poema poco conocido, y que constituye sobre todo un testimonio
inapreciable sobre el carácter de nuestro autor:

Docte Leo indoctae dignator parcere turbae,


sic faveant votis numina cuneta tuis.
Saevitum est multum, tua jam desaeviat ira:
sis licet ipse Leo, férrea corda doma.
Fervet in ignitis rabidisque caloribus aestas,
non arment senticae virgaque saeva manus.
Témpora sunt alia studio nostro apta; sed isto
tempore qui est firmus, discere, credo, satis 5 .
Juan de Grial pertenecía al grupo de escritores que admiraban a fray Luis
y lo animaban a empresas altas. Precisamente en 1571, el año de Lepanto, de-
bió de instarle para que cantara la gloria de las armas españolas, y el maestro,
repitiendo un tópico de los elegiacos latinos que Horacio había consagrado en
una oda célebre (11-12), le contesta:

Al canto y lira mía


no dicen las escuadras, las francesas
banderas en Pavía
cautivas, ni las armas cordobesas,
ni el nuevo mundo hallado,
ni el mar con turca sangre hora bañado 6,

4 Esos tres momentos se han atribuido a la redacción del poema; cfr. Macrí, op. cit., p. 350.
5 Publicó estos versos, sacándolos de un manuscrito de la Biblioteca de Palacio, Raimundo
de Miguel como apéndice a sus propias Poesías, Madrid, Jubera, 1877, p. 501, acompañados de
una deslealísima traducción; ni siquiera se dio cuenta de que están dedicados a fray Luis. El cari-
ño y admiración que Sánchez sentía por el agustino, lo confirma otro poema en que lo señala co-
mo modelo a dos jóvenes poetas: «Sit speculum vobis doctissimus usque magister, / sit specuíum
vobis, alter Apollo, Leo» (p. 533).
6 Cito los poemas que no figuran en Macrí por la ed. del P. Llobera; éste, en el vol. II,
Madrid, 1933, p. 484 y ss.
196 FERNANDO LÁZARO CARRETER

En esta transparente imitación, de tono ligero y festivo, se contiene la pri-


mera exhortación a Grial para que escriba, para que sea quien haga sonar «la
trompa clara». El, en esa fecha muy próxima a Lepanto, se reserva ficticia y
horacianamente para sólo cantar la hermosura de Nise. Ambas odas, dirigidas
al mismo amigo, deponen sobre la índole literaria que tuvieron sus relaciones;
en la primera, lo anima a ensayar tonos épicos; en la que nos ocupa, le pide
que continúe escribiendo en el «nuevo estilo»; sobre cuál sea éste, discurrire-
mos luego.
Los dos poemas parecen estrechamente vinculados. Si muy poco después
de octubre (mes de la batalla), fray Luis traza jovialmente un programa temá-
tico para él y para Grial, la segunda oda tiene los rasgos de una corrección de
aquella lozanía. Creo que el P. Llobera acierta al suponer que sus respectivas
redacciones están muy cercanas 7. Y puesto que los motivos ambientales de la
segunda son otoñales, y dado que el torbellino antiluisiano no cuajó formal-
mente hasta diciembre 8 , no parece aventurado situar la redacción de este
emocionante poema en los alrededores del solsticio invernal de 1571. No se
objete que los primeros versos, refiriéndose a la caída de las hojas, remiten a
los comienzos del otoño: fray Luis de León es muy fiel a las tradiciones retóri-
cas, y para los humanistas era inconcebible pintar aquella estación sin aludir
al desnudamiento del campo.
Al tono desenfadado que constituye el encanto de la primera exhorta-
ción, ha sucedido este otro, triste pero no sin aliento, puesto que sigue ani-
mando a su amigo poeta a que prosiga. Ese tipo de exhortos no falta en la tra-
dición clásica, y había excedido en ellos Ausonio, con sus epístolas a Theon, a
Paulus, a Tetradius, a Paulinus (que, por cierto, le había pedido poemas épi-
cos: «a me heroico metro desideras»). Pero no es de esa tradición de la que re-
cibe impulso fray Luis para componer su oda.
Poliziano.
En efecto, la inducción le venía de más cerca; curiosamente, de una ora-
ción inaugural universitaria; la praelectio en metro horaciano que Angelo
Ambrogini Poliziano leyó para una apertura de curso el año 1487. Dice así es-
te «epigramma»:

1 Iam cornu gravidus praecipitem parat


afflatus subitis frigoribus fugam

7 Ibid., I, p. 415.
8 Cfr. A. Bell, Luis de León, Barcelona, Araluce, 1927, p. 124.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 197

Autumnus pater et deciduas sinu


frondes excipit arborum.
2 Cantant emeritis, Bacche, laboribus
te nunc agricolae, sed male sobrios
ventosae querulo murmure tibiae
saltatu subigunt frui.
3 Nos anni rediens órbita sub iugo
Musarum revocat, dulce ferentibus,
porrectisque monent sidera noctibus,
carpamus volucrem diem.
4 I mecum, docilis turba, biverticis
Parnassi rapidis per iuga passibus
expers quo senii nos vocat et rogi
consors gloria coelitum.
5 Nam me seu comitem, seu, juvenes, ducem
malitis, venio; nec labor auferet
quaerentem tetricae difficili gradu
virtutis penetralia 9 .
En el se advierten algunas articulaciones que son básicas en la oda a
Grial:
Estrofa L Los dos poetas escriben en la estación otoñal, cuando ésta se
dirige iam/ya hacia el invierno. Es común a ambos, aunque tópica, la evoca-
ción de la caída de las hojas. En el italiano, Otoño las recoge en su seno; en el
nuestro, es el campo el que recoge en el suyo la hermosura que fenece.
Estrofas 3 y 4. Aportan elementos a los versos 7-8 y 16-20 del poema cas-
tellano. Por un lado, la reducción de las horas de luz; por otro, la alusión al
tiempo que nos revocat / nos convida a la frecuentación de las musas, y en que
la gloria (Poliziano) o Infama (fray Luis) nos vocat / nos llama hacia el Par-
naso (el «sacro monte» 10).
Estrofa 5. Induce por contraste los versos 35-40 de la oda (los cuales se
acogen según veremos a otra inspiración): mientras Poliziano se ofrece a
acompañar o a conducir a la grey estudiantil por los difíciles caminos del sa-
ber, el agustino informa a Grial de que no podrá seguir sus pasos.

9 Tomo el texto de Angelí Politiani operum, tomus primus, Lyon, 1539, p. 324.
10 Con su habitual rudeza crítica, escribía el P. Ángel C. Vega a propósito de este verso 19:
«No creemos que se refiera al Parnaso, sino al templo de la Gloria, que situaban los poetas en un
monte». ¿No se daba cuenta de que, en los vs. 24-5, el autor alude inequívocamente a la fuente
Castalia? Y hay otros motivos que examinaremos.
Í98 FERNANDO LÁZARO CARRETER

Sin embargo, estos estímulos que, como puede verse, parecen claros, ni
de lejos explican el poema luisiano. Son como una tenue plantilla, como un
delicado esqueleto que los sustenta; otros muchos elementos de la oda lo des-
bordan. Por contra, faltan en ella algunas piezas del «epigramma». Pero de
que éste servía de fondo a su construcción, no puede cabernos duda; y ello
permite acercarse con alguna seguridad al modo como fray Luis escribe, al
núcleo de su poética. En un momento dado —casi seguro, ese de la asechanza
a que aludimos—, acude a su memoria la praelectio polizianesca, tan hermo-
sa, tan serena, tan cuajada de reminiscencias clásicas. La había escrito un pro-
fesor lleno de gloria, libre para adelantar en su vocación de poeta y humanis-
ta. El tiempo es el mismo: el otoño que despoja los árboles, acorta los días e
invita al estudio intenso y a la conquista de la fama. Pero él no puede ya diri-
girse a una docilis turba {indocta la llamaba el Brócense), y se acuerda de
Grial, casi de seguro desfalleciente por la adversidad del maestro: que él conti-
núe al menos. La gentil invitación final del «epigramma» se le cambia, por la
fuerza de las cosas, en una deprecación doliente. Pero no sólo eso transforma:
había trocado e introducido muchas cosas más. En su oda genial, fray Luis,
imbuido del método poético consagrado por el Humanismo, alcanzaba el fin a
que ese método tendía: la originalidad.
H
La imitación compuesta
Nadie ponía en duda la necesidad de imitar. Al poeta podía servirle de
modelo la Naturaleza misma, pero otra vía tan fecunda y más segura era la de
imitar a los grandes maestros que la habían interpretado con sublimidad. El
deseo de inventar sin modelo resultaba peligroso: «Se adunque Vartificio del
scrivere consiste sommamente nella imitatione, come nel vero consiste, é ne-
cessario che, volendo far profitto, habiamo maestri eccellentissimi [...]. Colo-
ro che [...] ci propongono le compositioni di proprio ingegno ci ponno fare
grandissimo danno», escribía Marco Antonio Flaminio a Luigi Calmo 12. Por
ptra parte, los antiguos habían propuesto y habían practicado ellos mismos
dicho método. La imagen aristofanesca de la abeja que, libando en múltiples
flores, elabora su propia miel, se repite insistentemente entre los latinos:
Lucrecio, con versos que recordará Poliziano; Horacio {Odas, IV-2, vs., 27-
32), confesando proceder como ella para componer sus «operosa carmina»;
Séneca {Espístolas, 84): «Apes, ut aiunt, debemus imitari». Este último for-

11 Emplea este término, que adoptamos por su brevedad y precisión, refiriéndose a la


Pléiade, Henri Weber, La création poétique au XVF siéele en Frunce, París, Nizet, 1955, p. 122.
12 Lettere uolgari di diuersi nobilissime huomini et eccellentissime ingegni scritte in diuerse
materie, Venecia, 1588, fol. 58 r. Conservo la ortografía de los textos italianos que cito por edi-
ciones antiguas.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 199

muía, incluso, un procedimiento: conviene coleccionar cuanto resulte atracti-


vo en las lecturas, y tratar luego de dar a lo recogido un único sabor. Otra
imagen suya: la digestión de alimentos diversos, «ut unum quiddam fiat ex
multis»-. Así debe proceder el espítiru, celando aquello de que se ha nutrido, y
mostrando únicamente lo que ya ha convertido en sangre propia. ¿Hay riesgo
con ello de que el imitador sea descalificado porque se descubre la imitación?,
No, si la ha practicado bien —responde Séneca—, si un espíritu vigoroso ha
sabido fundir en un solo tono las voces que ha escuchado: «Talem animum es-
se nostrum uolo: multae in illo artes, multa praecepta sint multarum aetatum
exempla, sed in unum conspirata».
Los humanistas hicieron fervientemente suya esta doctrina, bajo la égida
de Petrarca, que, a su vez, se había acogido al pensamiento de Séneca 13. En la
invención, amonestaba a Tommaso da Messina, procédase como las abejas,
que combinando néctares florales producen cera y miel. Por supuesto, sería
mejor que el escritor emulara a los gusanos que segregan seda de sus visceras,
creando con solo su ingenio los conceptos y el estilo; pero ello no está al alcan-
ce de cualquiera: «aut nulli [...] aut paucissimis datum est». La norma sene-
quista, convalidada por Petrarca, se constituyó en centro de la poética rena-
centista. Hubo, claro es, disidentes: si, entre los clásicos, algunos fueron mo-
delos que otros imitaron, ¿por qué no fijarse en ellos sólo, por qué no atenerse
a los indiscutibles maestros, Cicerón, Virigilio y Horacio entre todos? Poli-
ziano reaccionó vigorosamente contra tal sistema poético (y oratorio), que ja-
más permitiría exceder al dechado. De ahí su defensa de Estacio, como lírico,
y de Quintiliano como guía de la elocuencia. En su oración sobre estos «mino-
res», se leen palabras terminantes: siendo máximo vicio querer imitar a uno
sólo, no constituye extralimitación proponer como modelos a cuantos lo me-
rezcan, tomando lo útil de donde convenga, como dice Lucrecio: al igual que
las abejas liban por doquier en los prados floridos, por doquier debemos
nutrirnos de dichos áureos 14.
Pero aún alcalzó mayor resonancia en Europa su epístola al pío cicero-
niano Paolo Córtese, que le había dado a leer una colección de cartas en las

13 Familiares, I, 8: «Si fortasse inefficax experimento deprehenderis, Senecam culpabis».


14 «Itaque cum máximum sit uitium unum tantum aliquem solumque imitari uelle, haud ab
re profecto facimus, si non minus hos nobis quam illos praeponimus, si quae ad nostrum usum fa-
ciunt elicimus atque, ut est apud Lucretium:

Floriferis ut apes in saltibus omnia libant,


omnia nos itidem depascimur áurea dicta

Ed. cit., tertius tomus, pp. 108-9.


200 FERNANDO LÁZARO CARRETER

cuales creía ver reproducido fielmente el estilo del gran orador romano. Poli-
ziano se las devuelve indignado por haberle hecho perder el tiempo. El cree
más respetable el aspecto del toro o del león que el de la mona, aunque ésta se
parezca más al hombre. Y truena contra quienes componen imitando así: son
como loros, carecen de fuerza, de vida, de energía, «iacent, dormiunt, ster-
tunt». Si alguien le advierte a él que no se expresa como Cicerón, contesta or-
gulloso: «Non enim sum Cicero; me tamen, ut opinor, exprimo» 15. En esta
celebérrima carta se contiene, tal vez como en ningún otro texto humanístico,
el más claro y sencillo razonamiento sobre las virtudes de la imitación com-
puesta. Cuando el poeta fija su admiración en uno sólo, cuando su ideal es
acercarse a él, nunca logrará ponerse a su altura. Nadie puede correr con más
velocidad que otro si ha de ir pisando sus huellas. Hay que leer profundamen-
te a Cicerón, sí, pero «cum bonis alus», con otros muchos que son sus pari-
guales. Sólo entonces, dice a Córtese, si tu pecho está repleto de lecturas, te se-
rá posible componer algo que sea verdaderamente tuyo, algo en que sólo estés
tú. Los consejos de Poliziano —algunos semejantes recibieron los Pisones—
tratan, pues, de proteger la personalidad, que se desvanece al ser invadida por
una única devoción. (No de otro modo un gran humanista contemporáneo, T.
S. Eliot, defiende la lectura múltiple para el desarrollo del individuo y la de-
fensa de su propio juicio 16. Casi a cinco siglos de distancia, sorprende la simi-
litud de sus razonamientos).
La discusión se reanimó, también con amplia audiencia, en el siglo XVI,
a raíz del Ciceronianus de Erasmo, fiel a Séneca, y de la sonada polémica que
mantuvieron, entre 1512 y 1513, Gian Francesco Pico, sobrino del polígrafo,
y Pietro Bembo. Fue éste quien disintió de la imitación compuesta, por cuan-
to, según él, mide a todos los antiguos con el mismo rasero, y subvierte el or-
den de su indiscutible jerarquía, no son «omnes boni» quienes deben ser imi-
tados, como sostenía Pico, pues «si inter illos quicumque boni dicuntur esse,
unus est omnium longe optimus longeque praestantissimus» 17, ¿por qué no
ha de ser él, y sólo él, el modelo?.
La imitación compuesta ofrecía el riesgo previsto por Séneca: la de que
resultara un zurcido inhábil. Una simple taracea es fácil de urdir para disimu-
lar la carencia de fuerzas propias. Pero si lo ajeno, forzosamente disperso al
ser múltiple, se vertebra y refunde en un organismo único, y si en éste resplan-

15 Ibid., p. 47.
16 «Religión and Literature» (1936) en W. Scott (recopilador), Five Approaches of Literary
Criticism, New York, Collier Books, 1962, p. 49.
17 Cito por Opera de Bembo, Basilea, 1556, p. 19. Su carta y la de Pico ocupan las pp. 3-14.
Al cardenal, la postura de Poliziano le parecía imprudente (p. 18).
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 201

dece el espíritu del escritor, nadie podrá negarle el dictado de original. Pico
della Mirándola, halagando a Lorenzo de Médicis, le confiesa haber reconoci-
do en una obra suya ciertas sentencias platónicas y aristotélicas, pero tan
transformadas, «ut tua videantur esse et non illorum» 18. Por otra parte, el
método impone otra condición inexcusable: el escritor ha de tener bien nutri-
da su memoria de versos y prosas que le hayan impresionado por su verdad o
su hermosura. El ideal del humanista aparece en el retrato que, puesto en la-
bios de Coiuccio Salutati, hace Bruni Luigi Marsili en el primer libro de su
diálogo «Ad Petrum Paulum Histrum» (1401). Tenía presente, dice, no sólo
cuanto se refiere a la religión, sino cuanto atañe a las cosas gentiles. Siempre
aducía las opiniones de Cicerón, Virgilio, Séneca «aliosque veteres» y no se li-
mitaba a las sentencias, sino que reproducía exactamente sus palabras, de tal
manera que no parecían ajenas, sino creadas por él 19. Y añade: «permultos
memorari potui, qui haec eadem factitarunt». Sí, eran muchos los capaces de
proezas así, antes, entonces y después: cuantos aspiraban a la palma de poetas
y oradores. Al principio, en Italia; después, en toda Europa: un temprano hu-
manista nuestro, el valenciano Juan Ángel González, remata su Sylva de
laudibuspoeseos (1525) con un exhorto característico: «Disce puer vatum car-
mina, disce senex» 20.
Poesía romance e imitación.
Ni que decir tiene que la poesía en vulgar, con los ejemplos de Dante y de
Petrarca, entró por la vía de la imitación compuesta. Y no sólo los antiguos
fueron beneficiados, sino, en la práctica, también los modernos. Ello no
siempre mereció la aprobación de los sabios, pero halló por fin sanción docta
favorable en las Prose de Bembo 21. En Francia, Ronsard describía así a Jean
Passerat el método que había hecho suyo:

...Mon Passerat, je ressemble a l'abeille


qui va cueillant tantót la fleur vermeille,
tantót la jaune; errant de pré en pré
volé en la part qui plus lui vient á gré,
contre l'Hiver amassant forcé vivres.

18 En Prosatori latini del Quattrocento, ed. E. Garin, Milán-Nápoles, Ricciardi, 1952, p.


808.
19 Ibid., p. 50.
20 Ed. de Juan Alcina Rovira, en su opúsculo Juan Ángel González y la «Sylva de laudibus
poeseos» (1525), Universidad Autónoma de Barcelona, 1978, p, 51.
21 Cfr. Luigi Baldaci, II petrarchismo italiano nel Cinquecento, Padua, Liviana Editrice,
1974, p. 27 y ss.
202 FERNANDO LÁZARO CARRETER

Ainsi courant et feuilletant mes livres,


j'amasse, trie et choisis le plus beau,
qu'en cent couleurs je peins en un tablau,
tantót en l'autre, et, maítre en ma peinture,
sans me forcer j'imite la Nature 22.

Los poetas se sienten obligados a hacer declaraciones de este tipo como


justificación del mester que practican, y, muchas veces, para hacerlo
comprender a los profanos. Así, estando en Gante, Bernardo Tasso había sido
comprometido por don Francisco de Toledo, don Luis de Avila y otros ca-
balleros del ejército imperial, para escribir en italiano un poema inspirado en
el Amadis, Hasta la estrofa —la estancia— le impusieron, con harta amargura
suya 23. Cuando la obra iba ya adelantada, envía una carta a Avila: que ni él ni
el virrey esperen demasiada fidelidad al relato castellano, porque traducir es
cosa «indegna del decoro et dell'arte del poeta». Por el contrario, éste «dee
sempre d'un ampio e spatioso campo d'inventione, a guisa d'ape, il piu vago,
e'l piu leggiadro fiore sciegliere; dapoi, con l'humore del suo purgato giudicio
coltivarlo» ^
Esta fue, pues, la doctrina común en todas partes donde triunfó el Rena-
cimiento, y una comprensión profunda de nuestra lírica áurea —ideal aún
remoto— sólo podrá alcanzarse a partir de un trabajo filológico que restaure
el prestigio de la investigación de fuentes. Se trata de actuar con el mismo
espíritu con que procedieron los humanistas en el comentario de los poetas.
No puede caber duda de que en su esfuerzo por descubrir influencias, traduc-
ciones o adaptaciones había un componente de autocomplacencia: hallarlas

22 Poésies choisies de Ronsard, ed. P. de Nolhac, París, Garnier, 1954, pp. 439-440.
23 Por ser cuestión muy apartada de mi interés actual, no me he preocupado de averiguar si
los críticos italianos o los italianistas han estudiado las circunstancias en que Tasso compuso el
Amadigi: es de suponer que sí. A quienes, al hablar de la difusión de nuestra literatura en Europa,
introducen en sus listas de obras influidas ese poema, llamo la atención sobre el hecho de que Tas-
so no sintió la menor simpatía por nuestra vieja novela (ni, parece, por ios españoles). En carta a
su idolatrado Sperone Speroni, le confiesa que la materia que ha tenido que introducir en el canto
primero es «árida et forse fastidiosa», por lo cual se ha visto obligado a «aiutarla con la inuen-
tione et con la essornatione; et con la elocutione renderla uaga et piaceuole»; en otro paisaje se re-
fiere a «l'asprezza et barbarie» de los nombres propios: los ha cambiado para hacerlos «dolci, so-
nori e degni della compagnia dell'altre uoci»; en Li tre libri delle lettere di M. Bernardo Tasso.
Aili quali nuouamente s'é aggiunto iiquarto libro, Venecia, Giglio, 1559, fols. 67-8. Otras cartas
de esta importante recopilación ofrecen motivos para sospechar que, al afán de congraciarse con
los caballeros de la corte cesárea, se unía en Tasso el de obtener un permiso para exportar a Roma
los vinos de su cosecha napolitana.
24 Ibid., fol. 81 r.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 203

en el escritor admirado representaba descubrirle un secreto, hombrearse con


él, atraerse parte de su pretigio. Pero había también el noble intento de enten-
der y de glorificar. Herrera, en trance de ilustrar a Garcilaso, escribe: «Deseo
que sea esta mi intención bien acogida de los que saben; y que se persuadan a
creer que la honra de la nación y la nobleza y excelencia del escritor presente
me obligaron a publicar estas rudezas de mi ingenio 25. Esas rudezas eran, ya
se sabe, en su mayor parte, un rastreo por antiguos y modernos, para exhibir
la propia cultura, claro, pero sobre todo la cultura del toledano.
Naturalmente que hoy no basta eso: los datos dicen poco si no se integran
en una explicación plausible, orientada a descubrir y entender la poética pecu-
liar del escritor, es decir, los rasgos distintivos de contenido y de forma que
permiten caracterizarlo en el seno de la poética de su tiempo. No es aún este
mi propósito en el presente trabajo, limitado a un solo poema de fray Luis y
poco atento a las cuestiones de lenguaje. Únicamente pretendo aquí mostrar
cómo el gran agustino practicó el método de la imitación, en el cual le había
precedido, entre nuestros poetas, Garcilaso desde 1533, como resultado de su
aprendizaje italiano 26. Creo que fray Luis lo aplicó de modo consciente en to-
das sus poesías originales, por convicción adquirida en la lectura de los clási-
cos y por conocimiento directo de las defensas del método que hicieron los
modernos. Las obras de Poliziano, en particular, debieron de serle extremada-
mente familiares: su amigo Sánchez de las Brozas editó y comentó varios poe-
mas del italiano 27; y Arias Barbosa,, su compañero de claustro, también había
sido discípulo del famoso humanista 28. Existió, pues, en Salamanca un fervor
polizianesco que constituye el clima que permitió nacer la oda a Grial. Nótese
que hablamos ahora del clima; antes denominábamos tenue modelo a la
praelectio: es que otras muchas cosas pululaban por la mente del poeta al
componerla, según advertimos. Y estaba, sobre todo, su talento único, tan
correspondiente, al imitar, a aquel precepto horaciano que Luis de Zapata
medio tradujo así:

La pública materia harás tuya


si en un círculo vil y abierto a todos
detener y tardar no te quisieres,
y si de imitador los pies no metes

25 Annotaciones (1580); ed. A. Gallego Morell, Universidad de Granada, 1966, p. 281.


26 Cfr. Rafael Lapesa, La trayectoria poética de Garcilaso, Madrid, Revista de Occidente, 2 a
ed., 1968, p. 100.
27 AngelíPolitiani. Nutricia. Rusticus. Manto. Ambra... illustratum per Franciscum Sanc-
tium Brocensem, Salmanticae, Andreas á Portonarijs, 1555; se publicó otra edición en 1596, a
cargo de Pedro Lasso.
28 Cfr. A. Bell. op. cit., p. 23.
204 FERNANDO LÁZARO CARRETER

de donde al fin no puedes de vergüenca


y por la ley de la obra dar la buelta 29.

Para los renacentistas, las fuentes eran de dominio público, que podían
hacer privado mediante un golpe de genio si, renunciando a la fiel sumisión, se
salían del círculo mostrenco que dichas fuentes delimitaban. Este y no otro
fue el sistema de imitar que adoptó fray Luis en la oda que nos ocupa: usa el
marco de lapraelectio para acoger otros varios motivos, también circulantes,
pero sin hacerse esclavo de ninguno. Otra economía, otra «operis lex» que no
está en ninguna de sus lecturas, convierte el resultado en posesión «privati
iuris».

El diseño retorico.
Me permito emplear este término para designar, dentro de la estructura
del poema, la secuencia de ciertos rasgos característicos, normalmente grama-
ticales, en posiciones relevantes, que articulan el fluir del discurso poético. Es
algo muy semejante a lo que María Rosa Lida llamó dibujo rítmico o diseño
sintáctico, ál sostener que los esquemas idiomáticos con que Quevedo constru-
ye sus versos Cerrar podrá mis ojos la postrera y Llama, que a la inmortal vida
trasciende, reproducen estos otros de Herrera y Garcilaso respectivamente:
Llevar me puede bien la suerte mia; Arboles, que os estáis mirando en ellas30.
Encuentro en favor del término diseño el ejemplo de Bernardo-Tasso, el cual,
tras justificar la necesidad de evitar la monótona imitación de Dante y de
Petrarca, declara escribir «nuovi e inusitati disegni fingendo» 31. En cuanto a
calificarlo de retórico, baso mi preferencia en que esa vertebración, suscep-
tible de extenderse a lo largo de muchos versos, de un poema entero, incluso,
no sólo desempeña funciones rítmicas (el ritmo se produce como efecto), y en

29 El Arte Poética de Horacio, traducido por don Luis de Zapata (1592); cito por la ed.
facsímil de la R.A.E., 1954, fol. 10 r. El pasaje corresponde a los versos 131-5 del original, que di-
cen así:

Publica materies priuati iuris erit, si


non circa uilem patulumque moraberis orbem,
nec uerbo uerbum curabis reddere fidus
interpres nec desilies imitator in artum,
unde pedem proferre pudor uetet aut operis lex.

30 «Para las fuentes de Quevedo», RFH, I, 1939, pp. 374-5.


31 En la dedicatoria de sus Rime al Príncipe de Salerno, que cito por la edición de Venecia,
1560.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 205

que excede lo puramente sintáctico, ya que implica también transiciones del


contenido (aunque éstas, claro está, se realicen mediante engranajes gramati-
cales).
El diseño retórico está sometido a las mismas leyes de la imitación com-
puesta que las restantes partes de la obra. Quiero decir que el resultante puede
estar constituido por tramos procedentes de modelos diversos. Un poeta gran-
de suele serlo también como inventor o difusor de diseños; él mismo puede
reiterar los que acuñó: es el caso de Petrarca, por ejemplo, cuyo arranque si-
milar promueve movimientos discursivos bastante análogos en muchos sone-
tos:

Quand'io mi volgo indietro a mirar gli anni...


Quand'io son tutto volto in quella parte...
Quand'io movo i sospiri a chiamar voi.

Garcilaso tuvo muy en cuenta ese comienzo al componer el soneto I {Cuando


me paro a contemplar mi estado...); su filiación petrarquista queda más sóli-
damente garantizada por él que por las dudosas afinidades temáticas hasta
ahora señaladas con el Canzoniere 32.

La «Oda a Grial»: primeros tramos.


Horacio había empleado una estructura retórica destinada a perdurar. En
una de sus odas, (1-4), tras exponer que el áspero invierno se está ablandando
con la llegada de la primavera (vs. 1-4), prosigue:

Iam Cytherea choros ducit Venus imminente luna


iunctaeque Nymphis Gratiae decentes
alterno terram quatiunt pede, dum grauis Cyclopum
Volcanus ardens urit officinas.

En otra (111-29), el movimiento introducido por el sintagma iam + pre-


sente de indicativo en tercera persona es más amplio, y vuelve a aplicarse para
indicar un cambio de estación: ahora ha llegado el verano; el poeta ruega a

32 El diseño se repitió abundantemente en la tradición petrarquista. En concreto, el esquema


de Garcilaso coincide exactamente con el de un soneto de Francesco María Molza, que enfrenta
los cuartetos en relación adversativa: «Quando mi tiene il mió destín diviso / da voi... / /Ma
poiché al dolce ed onorato viso, / ond'ho la mia vital aura, pur viene...»; cito por la ed. Dellepo-
esie volgare e latine, Bérgamo, 1747.
206 FERNANDO LÁZARO CARRETER

Mecenas que abandone sus ocupaciones en Roma y que lo visite en su casa,


donde lo aguarda con un jarro de vino:

Iam clarus occultum Andromedae pater


ostendit ignem, iam Procyon furit
et stella uesani Leonis
20 solé dies referente sáceos;
iam pastor umbras cum grege lánguido
riuumque fessus quaerit et horridi
dumeta Siluani caretque
ripa uagis taciturna uentis.

Tras esta descripción, que relaciona los astros con las manifestaciones del
estío, Horacio se dirige a su protector: «pero tú te cuidas de que el estado de la
ciudad sea satisfactorio...» En este pasaje se potencian, pues, duplicando el
artificio, los efectos articuladores del mencionado sintagma; y ello, para
hablar de una estación del año en que se entra o se está 33.
Tal cauce inspiró, sin duda, a Poliziano el principio del diseño de su
«epigramma». Y por ejemplo suyo (y, naturalmente, con el modelo antiguo
ante los ojos), otros escritores neolatinos reiteraron el esquema polizianesco,
que situaba aquel sintagma en cabeza, para iniciar con él la pintura de la esta-
ción cambiada o cambiante en que el poeta escribe34. Se trata, pues, de un tó-
pico cuando lo adopta fray Luis. Es cierto que bastaría el modelo común, Ho-
racio, para explicar el arranque de su poema, hasta el verso 15; pero el am-
biente otoñal descrito en él, y otras coincidencias temáticas que vimos ahí y en
lo que sigue, fuerzan a pensar que la praelectio fue modelo más próximo.
Tras ese cuadro de género, en cuyos detalles entraremos luego, el diseño
pasa a la segunda persona, para iniciar el exhorto a Grial que ocupará las
cuatro estrofas siguientes. Este cambio de rumbo no parece ya horaciano. Es-
tá, en cambio, en el humanista italiano cuando se dirige a su dócil auditorio;
pero de modo mucho más próximo a fray Luis, porque se invita particular-
mente a un poeta, en Bernardo Tasso.
Asombra que no se haya profundizado aún en la posibilidad de que este
notable lírico influyera en nuestro agustino. Fue K. Vossler quien la apuntó 35 ,

33 Otros líricos latinos lo emplearon también, aunque con motivos arguméntales distintos;
así, Ovidio, al comienzo de su conmovedora elegía «Uxori» (Pónticas, 1-4).
34 Hallo ese giro, y aplicado así, en líricos como Navagero y Flaminio. Cfr. Carmina quin-
qué illustrium poetarum, 2 a ed., Florencia, 1549, pp. 35, 67, 117 y 232.
35 Fray Luís de León, trad. Carlos Clavería, Buenos Aires, Austral, 1946, pp. 116-8.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 207

y la necesidad de explorarla se ha reiterado por Dámaso Alonso 36; Oreste


Macri, sin duda el investigador mejor equipado para jesolver, se limita a repe-
tir la «no improbable hipótesis» de Vossler37, y a mantener un error de éste38:
el de que Tasso dedicó algunas odas de «regusto salmístico» a Margarita de
Valois en 1577, es decir, cuando ya fray Luis había escrito odas de ese «regus-
to» con lo cual se atenúa la probabilidad del influjo. Pero ocurre que, en
1577, Tasso llevaba muerto ocho años, y que, desde 1560, esas odas podían le-
erse en la densa compilación de Venecia ya citada. El gran hispanista alemán
formuló además la opinión, calificada por él mismo de «extraordinaria», de
que «parece como si Bernardo fuera más una imitación de fray Luis que fray
Luis de aquél, que es de una generación anterior (1493)». Esta tontísima
ocurrencia —¿por qué no puede dormir Homero?— se ha repetido ambi-
guamente por fervorosos luisianos hasta convertirla casi en hipótesis. La ver-
dad histórica es que Tasso, con un breve manojo de poemas morales —los sal-
mos, algunos himnos y odas— abrió un surco que fray Luis ahondó e hizo im-
perecederamente fecundo. Lo ha explicado bien un estudioso de Tasso: «Era-
no direzioni —las del italiano— che avrebbero meritato (e che avrebbero tro-
vato altrove: in certi esiti supremi della poesía di fray Luis de León, ad asem-
pio) un piú laborioso impegno, una piü intensa capacita di concentrazione e di
scavo, ma suprattutto un maggior coraggio, una maggior decisione» 39. Pero
no la tuvo: Bernardo se quedó en un lenguaje blando, fácil y conocido, a pesar
de sus intenciones, en las que fray Luis aprendió, sin embargo, una actitud re-
belde al petrarquismo, y la vía para volver a Horacio e incorporar motivos
morales y sacros con el instrumento delicado de la lira tassiana que había na-
cionalizado Garcilaso.
Pues bien, el autor del Amadigi fue uno de tantos poetas, aunque él en
lengua vulgar, que había adoptado el diseño de Horacio-Poliziano para iniciar
un poema de temática estacional; es el dedicado «Al signor Lelio Capilupo»,
en estrofa muy próxima a la lira:

Gia il freddo, hórrido verno


che versava ad ogn'hor grandine e gelo,
che ricopriva il cielo
d'un nembo húmido eterno

36 Poesía española, Madrid, Gredos, 1952, p. 617.


37 Op. cit., p. 336. Asegura también: «Podemos incluso destacar ciertas influencias de Ber-
nardo, aunque advertimos en nuestro autor mucha mayor profundidad de significación y tono»;
pero tampoco hace otra cosa que reiterar el posible influjo ya sugerido por Vosselr.
38 O de la traducción española, que quizá sea errata.
39 G. Cerboni Baiardi, La lírica di Bernardo Tasso, Urbino, Argalia, 1966, p. 20.
208 FERNANDO LÁZARO CARRETER

•5 e facea l'aere chiaro, oscuro inferno,


sen fugge; e seco mena
le nevi, i ghiacci e i giorni brievi, e rei
sovra i monti Rifei
ove di rabbia piena
10 l'orsa agghiaccia dal ciel Tonda, e l'arena.
Gia co gli occhi ridenti
la primavera candida et vermiglia,
leggiadra a meraviglia,
mostra a le Hete genti
15 le sue rare bellezze e gl'ornamenti...

Al igual que la praelectio de Poliziano, empieza, pues, con un cuadro de


género, aunque aquí, como era casi obligado, primaveral. Tanto un poeta co-
mo el otro —y como después fray Luis— escriben en pleno cambio de esta-
ción, cuando ya la nueva está desplazando a la que acaba. La cual se pinta con
rápidos trazos en el «epigramma», y con detallados pormenores en la oda a
Capilupo. Pero lo notable de ésta es que, como la castellana, hace seguir al
tramo descriptivo del diseño, otro consistente, precisamente, en la 'exhorta-
ción a un poeta para que alcance la gloria escribiendo, porque el tiempo
descrito es propicio':

Tu, Capilupo mió,


cui del gran Mantovan la gloria aspira,
prendí la dotta lira
che di gentil desio
50 le fiere accende e fa fermar il rio.
Et altamente canta
si, che la voce del tuo canto a voló
cerchi questo e quel polo...

Ante esta transición, parece lícito preguntarse si no fue tenido en cuenta


por fray Luis. Vimos que ese tipo de exhortaciones abunda en la tradición clá-
sica, pero no hemos encontrado —tal vez por insuficiente búsqueda— esa po-
sición del exhorto tras una descripción del cambio de estaciones, propiciador
del ruego. Con todo, hay algo de fray Luis que está en Poliziano y no en Tas-
so: ese tiempo nos convida, nos revocat, implicando al autor mismo en la lla-
mada. Se trata de un eslabón importante del diseño, que sigue vinculando la
oda, hasta la estrofa cuarta, al «epigramma» neolatino.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 209

Los detalles del cuadro otoñal.

El cuadro de género, que comparte elementos importantes con su modelo


como vimos, acoge otros de varia y difusa procedencia. La imagen del cielo
que aoja el follaje, tan original para el lector moderno, no lo era para el coetá-
neo: en la creencia popular, los árboles podían ser aojados 40, y el P. Llobera
aporta datos que confirman, si no la trivialidad, sí la normalidad de dicha
imagen.
Poliziano incorpora al diseño, en su segunda estrofa, un hermoso tópico
virgiliano: el de los rustica otia, consagrados por las Geórgicas (i, vs.
302-310): «hiems ignaua colono». Tampoco lo olvidó Tasso, que lo empleó
varias veces, entre otras, en su oda «O Pastori felici» (el poema célebre entre
nosotros por ser el único escrito en liras que pudo conocer Garcilaso). Pero
fray Luis desdeña esa sugerencia estructural, por cuanto en su oda no caben
contemplaciones dichosas, ni protagonizan los hombres acción alguna: el
campo recoge, el cielo aoja, Febo inclina el paso, Eolo envia nubes, la grulla
navega los nublados y los bueyes rompen la tierra. Tan importantes como los
elementos subsistentes de un diseño, son los omitidos: aceptando y rehusan-
do, el escritor forja su solución que, como en este caso, puede ser extremada y
hermosamente personal.
Fray Luis rechaza, pues, ese trozo de trayecto virgiliano que el «epigram-
ma» recorre en su segunda estrofa, y permanece en la simple sugerencia hora-
ciana, aunque, naturalmente, adoptando los signos al tiempo que describe:

Ya Febo inclina el paso


al resplandor egeo...

El P. Llobera explicó a la perfección el significado de estos versos: «Ya el


sol va moviéndose hacia el Capricornio, dejando atrás el Sagitario. El Capri-
cornio es el décimo signo del Zodíaco, que el sol recorre aparentemente al co-
menzar el invierno, y en el cual entra el 22 de diciembre. Llámase en griego
Aigokeros, de aíx 'cabra', 'macho cabrío', y keros 'cuerno'; del primero de
estos sustantivos, se forma el adjetivo egeo 'de la cabra'» 41. Los clásicos lati-
nos no emplearon ese adjetivo heleno, ni los neolatinos que he explorado; su
castellanización pudo ser idea de nuestro poeta, inducido por la lectura de
aígeios 'de la cabra' en Homero, Aristóteles o Hipócrates 42.

40 Cfr. Covarrubias, s. v. aojar.


41 Ed. cit., I, pp. 207-8, donde señala otro «resplandor egeo» en su traducción de Horacio,
111-27 (por supuesto, no figura en el original latino).
42 Mi ilustre amigo el Prof. Sánchez Ruipérez me ayudó en el intento de elucidar el vocablo
egeo; a él debo los escasos datos complementarios que añado a Llobera.
210 FERNANDO LÁZARO CARRETER

Mediante ese tropo complejísimo —extraña que aún hablen algunos de la


simplicidad formal de fray Luis—, éste alude al próximo invierno astronómi-
co: el tiempo en que llegará el resplandor de Capricornio, cuando, rebasado el
solsticio de diciembre, crecen los días y retorna la luz. Otro tópico poético
(asociado en la tradición cristiana al nacimiento de Jesús), que Giovanni Pon-
tano había expresado así en su oda «De Capricornio»:

Principium Capricorne tibi debetur et anni


per te namque hominum generi lux óptima surgit.
Per te Sol terris itéralos suscitat ortus,
annuaque ingenti parat incunabula mundo 43 .

Un nuevo lugar común, el del viento y las nubes, entra seguidamente en el


diseño luisiano. Tampoco está en Poliziano ni, claro es, en el poema estival de
Horacio. Pero el objetivo —el tiempo frío— lo impone, y se repite inevitable-
mente por los renacentistas en latín o en romance 44 . Ni en la correspondencia
privada era olvidado: «Hora siamo nel fondo del verno, et vanno per l'aria
venti et nebbia crudeli», escribía Bonfadio a Paolo Manutio 45.
Mucho más sorprendente y original es la incorporación de el ave venga-
dora / del Ibico, es decir, la grulla, al cuadro. No la he encontrado en ningún
diseño clásico ni humanístico, Y aún menos se la alude mediante esa perífrasis
vindicativa: me atrevería a afirmar que, salvo en Ausonio, no existe tal refe-
rencia a las grullas en la poesía latina. Abundan, claro, las alusiones al ave,
que inmigra con los fríos; Estacio (Silvas, IV-6, v. 9) la llama grulla invernal;
Virgilio (y, siguiéndole, Tasso) incluye su caza entre los otia campesinos de la
estación:

Tum gruibus pedicas et retia poneré ceruis


auritosque sequi lepores... ^

Juvenal recuerda a otro propósito los gritos de sus bandadas: «Ad súbitas
Thracum volucres nubemque sonoram...» (Sátiras, XIII, v. 167). Pero no la
he hallado como elemento compositivo del cuadro otoñal. Su presencia y el
modo de aludirla parecen también decisión personal de fray Luis, que contó

43 Urania sitie de Stellis; cito por la ed. de Florencia, 1514, fol. 48 v. Más adelante, fol. 50 r.,
insiste en la idea: «Quod medio fulsit radians Capricornus olympo».
44 Así, por Flaminio en su poema «De aduentu hymis», op. cit. en la nota 34, p. 17.
45 Lettere uolgarí citadas en la nota 12, fol. 33 v.
46 Loe. cit., vs. 307-8; fray Luis tradujo así: «... y que aprovecha / para enredar la grulla fu-
gitiva,/ para poner al ciervo en red estrecha, / seguir la liebre...» (vs. 555-8).
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 211

con dos recuerdos literarios muy probables, referentes a la función denuncian-


te de las grullas. Uno, casi seguro, el de Plutarco, que en Moralia, 509, había
narrado la conocida anécdota (Ibyce vindices adesse 47 ). Otro pudo ser un ver-
so de.Ausonio:

Ibycus ut periit, índex fuit altivolans grus 48;


sin embargo, la imagen de la grulla precisamente vengadora hace pensar que
dominaba Plutarco en la memoria de nuestro poeta 49.
El vuelo del ave que navega los nublados llorando con voz ronca, obedece
a un estereotipo que Textor, en su Epithetorum opus (s.v. grues) expone así:
«Silentio volantes per sublime, serenitatem praesagiunt, festinantes vero tem-
pestatem». Con los nublados se designa el aire denso y oscurecido, pero tam-
bién las nubes, conforme a la precisión de Autoridades (s.v. nublado), que
añade: «tómase regularmente por la que amenaza tempestad». La utilización,
pues, de navegar no es audazmente metafórica: son nubes preñadas de agua
las que el poeta imagina surcadas por las aves gimientes; y tal vez tiene inten-
ción latinizante el uso transitivo de ese verbo, sobre el modelo ciceroniano na-
vigare terram.
Por fin, esa tercera lira se cierra con otro elemento impuesto por la litera-
tura de la estación: el de los bueyes roturadores; traduciendo la primera Geór-
gica, fray Luis escribió:

Ansí que, como digo, el mes primero


del año, el fuerte buey con el arado
trastorne el fértil suelo... (vs. 113-5).

En cuanto a romper (los sembrados), el uso parece normal, a la vista de


ejemplos como éste del P. Granada, al enumerar las labores de la estación
fría: «Con las primeras aguas que entonces vienen, comienca el labrador a
romper la tierra y hazer sus sementeras» 50. El sujeto bueyes, común a fray
Luis y a Virgilio, hace pensar que era éste el autor recordado en ese momento.
Pero, en su visión de la sumisa bestia, un sintagma garcilasiano se entromete:

47 Según la trad. latina de la ed. Didot, 1885, p. 617. Naturalmente, fray Luis leyó ese texto
en alguna traducción del siglo XVI o directamente en griego.
48 De Historüs, v. 77. En un manuscrito con poesías luisianas aparecido recientemente en
Córdoba, que estudia en estos momentos mi querido amigo don Feliciano Delgado, el copista ha
puesto el verso de Ausonio como ilustración de ese pasaje de la oda.
49 Como los datos transmitidos por Plutarco bastan para justificar esos versos, no creo nece-
sario sospechar un influjo del epitafio a Ibico que aparece en la Antología palatina, VII-745; p.
328 en la trad. de M. Fernández Galiano, Madrid, Gredos, 1978.
50 Introduction del symbolo de la fe; cito por la 2 a ed., Salamanca, 1584, p. 30 a.
212 FERNANDO LÁZARO CARRETER

aquel de la Canción V, v. 19, que evoca a los capitanes alemanes y franceses el


fiero cuello atados; sobre ese esquema, fray Luis escribe:

y, el yugo al cuello atados,


los bueyes van rompiendo los sembrados 51.

El sintagma, aun manteniéndose grecizante, varía tal vez porque, en Garcila-


so, atados va sin complemento. Y tal vez también por fidelidad a la fuente del
toledano, que no he visto señalada hasta ahora y que no es otra que un poema
a Germánico en que Ovidio, enumerando detalles de un cortejo de triunfo en
Roma, escribe;

totque tulisse duces captiuos addita collis


uincula...52

El famoso sintagma estaba, pues, ahí tan a disposición de Garcilaso como de


fray Luis, que lo conoció igual que el toledano, y que lo empleó autorizado
por su ejemplo. Nada es desechable para un poeta renacentista, todo puese ser
movilizado mediante el método de la imitación. Nunca como entonces, el
poeta fue tanto, según la sentencia de Hólderlin, el más utilitario de los seres.

51 Hay editores, así los PP. Llobera y García, que prefieren y al yugo el cuello atados. Según
el P. Vega, ni Quevedo ni las fuentes manuscritas permiten esa lectura. Fray Luis escribió en su
traducción de la cuarta égloga virgiliana, vs. 73-5:

Que adonde quiera todo será hallado


sin reja y sin esteva o podadera
sin que ante al yugo el toro el cuello atado.

Lo cual, piensa Llobera, autoriza la corrección; pero nuestro poeta escribió también, en su tra-
ducción de la quinta (vs. 49-50):

Que por tu mano, Daphni, el yugo atado


al cuello va el león...,

coincidiendo con lo que acredita la tradición escrita de la oda a Grial.


52 Póníicas, II-1, vs. 43-4; antes, en Tristes, IV-2, vs. 19-21, dijo también:

Ergo omnis populus poterit spectare triumphos


cumque ducum titulis oppida capta leget
vinclaque capíiua reges ceruice gerentes...
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 213

La cuarta lira.
Sirve de gozne entre el cuadro invernal de las tres primeras y la depreca-
ción que se extiende a lo largo de las tres siguientes. Sintetiza, como dijimos,
las estrofas 3 y 4 de Poliziano:

El tiempo nos convida


a los estudios nobles, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte llama,
de no podrá subir la postrer llama.

El vocativo turba cede el puesto a Grial: ya hemos adelantado una expli-


cación. Pero el primer sujeto gramatical es el mismo en ambos diseños; la es-
tación de los fríos que torna anualmente y nos llama a altas empresas intelec-
tuales. Nos convida dice fray Luis, tal vez como reminiscencia de las Geórgi-
cas (I, v. 302): «Inuitat genialis hiems...», que él tradujo, refiriéndose a los
labradores: Convídalos a ello el tiempo helado (v. 545) 53 . También el segun-
do sujeto de la lira, la. fama, es semánticamente contiguo al del «epigramma»
(gloria), y ocupa otro punto del diseño importante para la filiación. Fama y
gloria llaman a ambos escritores y a los destinatarios de sus poemas a subir al
Parnaso. El cual es designado por fray Luis como sacro monte, al igual, su-
pongo, que otros poetas romances o neolatinos; pero sólo en uno he podido
documentar tal designación: precisamente en Bernardo Tasso, y precisamente
en unos versos dirigidos a la marquesa de Pescara... exhortándola a escribir
poesía:

Et hor, che dato v'han l'alto governo


le Muse, álzate a la lor gloria antica
per voi, del suo famoso e sacro monte54.

«Témpora sunt alia studio nostro apta», decía el Brócense en plena


canícula: y ya ha llegado ese otro tiempo propicio para los estudios que el
agustino llama nobles. Entre tales estudios, el cultivo de la poesía ocupa una

53 pero el sintagma convidar el tiempo parece completamente usual, a juzgar por este pasaje
de la traducción de los Coloquios de Erasmo (1527): «Estos tres [passeaderos] tengo fechos para
estudiar solo conmigo, e passeándome con algunos de mis amigos. Otras vezes, quando el tiempo
me combida, como en ellos», NBAE, XXI, p. 181 a.
54 En el «libro secondo» de las Rime, ed. cit., p. 104. A juzgar por los datos lexicográficos
que poseo, parece que los latinos no denominaron nunca así al Parnaso.
214 FERNANDO LÁZARO CARRETER

posición relevante. Consortes studii, pia turba, llamaba Ovidio a los poetas
(Tristes, V-3, v. 47); derrotado por el infortunio, confiesa seguir escribiendo
versos y practicando aquel inútil «estudio» (Sic ego constanter studium non
utileseruo; Pónticas, 1-5, v. 41); y dirigiéndose al rey Cotys exalta en él su de-
dicación a los «apacibles estudios» que le han permitido componer versos de
calidad impensable en un tracio (ibid., II-9, vs. 49-52). El término estudios co-
mo equivalente de 'actividad poética' parece, pues, inducido por Ovidio. En
cuanto a llamarlos nobles, tal vez adopte así fray Luis una posición beligeran-
te contra quienes los consideraban peligrosamente frivolos. El no vaciló nunca
en su cultivo, perfectamente compatible con la fe. Su lema pudo haber sido la
proclamación de Ermolao Bárbaro: «Dúos agnosco dóminos: Christum et rit-
ieras» 55. Por otra parte, éstas son una de las vías que conducen a la fama;
¿quizá la mejor? Así lo piensan muchos; Pontano proclama que los doctos
ocupan siempre el primer lugar en las empresas máximas 56.
Cultivar, pues, las letras implica haber oído la voz de la fama que convo-
ca a la ascensión del Parnaso, do no podrá subir la postrer llama. El P. Vega
confesaba no entender este verso: si fray Luis se había referido a «la inspira-
ción última, esto es, la de un poeta mediocre, la expresión es obscura y poco
feliz», sentenciaba. Tal explicación la había dado el P. Llobera: ese verso, di-
ce, alude a «un poeta de menguada inspiración, un ingenio vulgar». Es claro
que eso significa; y no con inoportunidad o por puro expediente, sino por
coherencia con el pensamiento clásico y humanístico, que reconocía la predes-
tinación en los poetas. No podía serlo quien quisiera, sino el agraciado con el
don celeste; sólo los elegidos eran capaces de emprender la marcha al sacro
monte, casi como los justos al de Sión. Ronsard formuló con exactitud los tér-
minos de esa discriminación que la oda a Grial condensa:

Deux sortes il y a de métiers sur le mont


oü les neuf belles Soeurs leurs demeurances font;
l'un favorise a ceux qui riment et composent,
qui les vers par leur nombre arrangent et disposent,
et sont du nom de vers dits Versificateurs.
lis ne sont que de vers seulement inventeurs,
froids, gelés et glacés [...
...] sans nom ils demeurent derriére
et ne sont jamáis íus, car Phébus Apollon
ne les a point touchés de son ápre aiguillon.

55 Prosatori, ed. cit,} p. 842.


56 Ibid., p. 1036.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 215

L'autre préside á ceux qui ont la fantaisie


éprise ardentement du feu de Poésie,
qui n'abusent du nom, mais á la verité
sont remplis de frayeur et de divinité 57.
He resaltado en cursiva el equivalente a la «postrer llama». En cuanto a
la llama misma, como 'espíritu' o 'inspiración', no requiere ser documentada:
desde Cicerón que habla de la «flamma oratoris» {Bruto, 93), hasta Petrarca,
que la hace metáfora de 'mujer amada', e incluso llega a numerarla
(«quell'altra é Giulia, e duolsi del marito/ch'a la seconda fiammapiü s'inchi-
na») 58, fray Luis contaba con múltiples precedentes que dictaban a su plunja
un simple lugar común.

La deprecación: estrofas 5-7.


Hemos visto cómo la cuarta lira establece un punto de equilibrio y transi-
ción entre las tres estrofas del cuadro otoñal y las tres que contienen el exhorto
al amigo. Esta meditada geometría resulta del propósito artístico de fray Luis,
que, sin embargo, sigue a Poliziano en la distribución de las personas gramati-
cales, en su aparición en el diseño. La tercera persona del sujeto en los quince
primeros versos, continúa en la cuarta lira, pero aquí con un complemento en
primera plural (nos), con el cual se introducen poeta y destinatario. Las tres
estrofas siguientes, en correspondencia con úlmecum del «epigramma», pa-
san al imperativo: alarga, vence, gana, satisfaz, no cures, escribe... En la últi-
ma, como en Poliziano también, aparecerá la primera singular (venio /yo he
quebrado). Los esquemas presentan, pues, un paralelismo que elimina cual-
quier sospecha de azar.
Repetimos que nuestro lírico cambia el destinatario: la estrofa quinta es
la deliberada réplica a los versos en que el maestro italiano exhorta a sus alum-
nos a que vayan con él Parnassi rapidisper iugapassibus; cfr.: «alarga el bien
guiado /paso y la cuesta vence y solo gana /la cumbre del collado». Los impe-
rativos se suceden con acumulación de verbos de significación graduada, con-
forme a una conocida preferencia estilística de fray Luis 59. En cuanto al
exhorto en sí, dirigido a poetas, ya dijimos que cuenta con larga tradición lati-
na y humanística. El mismo Poliziano compuso algunos poemas con ese tema:

57 Ed. cit., p. 432-3.


58 Triumphus cupídinis, III, vs. 32-3. El marido es Pompeyo, y la «seconda fiamma» su es-
posa Cornelia; cito por la ed. de G. Ponte, Milán, Mursia, 1968.
59 Habló de ella, D. Alonso, Poesía..., pp. 148, 176 y otros lugares.
216 FERNANDO LÁZARO CARRETER

«Vince Philetaeos molli cum carmine lusus»; «Mitte leues numerus cálamo
nec parce iocoso», había escrito a sendos amigos m (pero, claro, sin hacer pre-
ceder el exhorto de una descripción estacional, que es lo distintivo en la
praelectio, en Tasso y en nuestra oda).
A esa estrofa sigue la sexta, de carácter disuasorio (no cures...); la sépti-
ma volverá a las instrucciones positivas (escribe), formando con las dos ante-
riores otro segmento simétrico dentro del diseño, correspondiente a la depre-
cación. Son estos equilibrios, tan sabiamente buscados, los que confieren ca-
rácter clásico a la arquitectura luisiana. Fuera otra vez del esquema de Poli-
ziano, nuestro lírico sigue libando para producir su miel; y otro tópico al que
fue permanentemente sensible, el de la renuncia al oro y a los bienes del mun-
do para preservar la libertad del espíritu, acude, se diría que automáticamen-
te, a llenar los versos 26-30. Horacio lo multiplicó en sus odas, acuñándolo de
diversos modos, algunos de los cuales tienen eco en su discípulo hispano. En
ese desinterés, predicaba el venusino, deben sobresalir los poetas (Epístolas,
II-1, vs. 119 y ss.); y ¿cómo pueden ser las musas propicias a los romanos, si
éstos son educados desde niños en la ambición?, explicaba a los Pisones (vs.
323-332). Pero Séneca (Epístolas, 84) expone la idea de modo muy próximo,
amonestando a Lucilio para que cultive el espíritu, alcance la cima («si cons-
cendere hunc uerticem libet»), y renuncie a los bienes y a la ambición: «tumi-
da res est, uaná, uentosa...». Se trata de otro tópico 61, presente también en
Bernardo Tasso, en el ya mencionado poema en que, celebrando el numen de
la marquesa de Pescara, concluye invocándola así:

O Dona gloriosa, che non teme


sprezzar, qual cosa vil, I'argento e Tauro,
e tutto quel che quí fa Thuom beato
per farsi eterna in quel felice stato.
Reiteremos que estos versos no son la «fuente» de la estrofa sexta: se tra-
taba de un lugar de pública propiedad 62, respaldado por la autoridad de Ho-

60 Marsupino y Póntico, respectivamente; ed. cit., pp. 281 y 288.


61 Las fuentes y ¡os temas del Polifemo de Góngora, Madrid, CSIC, 1957, 1, pp. 75-89.
62 He aquí un ejemplo de Sannazaro, Opere volgari, Bari, Laterza, 1961, p. 137; dirigiéndo-
se a las musas, dice:

lo benedico il primo alto desio


che a cercar mi contrisse il vostro coro
e benedico il di che gemme et oro
et ogni vil pensier posi ín oblio.

La idea de la incompatibilidad de la sabiduría con la riqueza era también vigente en el pensamien-


to neoplatónico. León Hebreo la expone así: «Mercurio, porque da inclinación para investigar
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 217

racio y de Séneca. Las Rime tassianas, tal vez en éste y de seguro en otros pun-
tos, fueron simples mediadoras entre fray Luis y el mundo clásico, sugiriéndo-
le cómo era posible el beneficio de su temática moral por un poeta moderno.
Y con esa revelación, y con la estrofa de Bernardo —deuda capital, no lo olvi-
demos; la canción a Violante Sanseverino difícilmente hubiera persuadido a
fray Luis—, éste emprendió su propia marcha hacia cumbres que ni de lejos
rozó el mediador.
La última invitación se desarrolla en la lira séptima: Escribe lo que
Febo/te dicta favorable, donde aparece dictar con su significado latino de
'inspirar', tan doctamente elucidado, a propósito de Góngora, por Antonio
Vilanova en su libro fundamental 61. Señala en él su origen ovidiano y su pre-
sencia en las poesías italiana y española, con dos sujetos habituales (dejando
aparte la Providencia de Mena): Amor o alguna de las musas. Ningún caso re-
gistra de Apolo dictante. Nunca se puede asegurar, en casos así, que no exista:
sí que, si hubiese sido relativamente frecuente, no hubiera escapado a la dili-
gencia de mi ilustre amigo, que sólo lo señala en este paso de fray Luis. Mis
pesquisas no han dado frutos copiosos, ya que únicamente he hallado un
ejemplo en que Febo sea evocado en su función de dictar. Aparece —casi
podría adivinarse— en Poliziano, el cual, en su poema «In laudem Cardinalis
Mantuani», escribe:

...an uati haec canenti dictat Apollo?


Phoebe quae dictas, rata fac, precamur.

¿Mero azar? Es difícil concederlo, en presencia de otros hechos que con-


ducen hacia el gran humanista.
Por fin, el exhorto acaba con una explicación causal (Que lo antigo /
iguala y pasa el nuevo / estilo...), interpretada por algunos —así, el P. Llobe-
ra63— como un eco de la discusión entre italianizantes y castellanistas desen-
cadenada por las novedades de Boscán y Garcilaso. El P. Vega acoge la expli-
cación con alguna prudencia («Hay quien quiere ver...»); pero como puntúa

ciencias sutiles e ingeniosas doctrinas, aparta el ánimo de la ganancia de la hacienda, y por esto las
más vezes los sabios son poco ricos, y los ricos poco sabios, porque las ciencias se alcancan con el
entendimiento especulativo y las riquezas con el activo, y siendo el ánima humana una, quando se
da a la contemplación no estima los negocios mundanos, y estos tales hombres son pobres por
elección», Diálogos de amor, NBAE, XXI, p. 349, Francesco Fidelfo (Depaupertate) no parecía
muy conforme con la regla de que los filósofos prefieren la pobreza: «Vixerunt sane illi pauperes
[...] quoniam divites esse non possent», Prosatori, ed. cit., p. 516.
63 Significativamente, Macrí no comenta estos versos. En su texto, corrijo antiguo por anti-
go que exige la rima.
218 FERNANDO LÁZARO CARRETER

disparatadamente (que lo antigo / iguala, y vence el nuevo / estilo...), trans-


formando en imperativo un indicativo, comenta, ya sin prevenciones: «Según
fray Luis, dejándose llevar Grial de su estro propio, produciría cosas que
igualasen las antiguas rimas castellanas y venciesen las nuevas o
garcilasianas». Pero el sentido obvio es que 'el nuevo estilo iguala y aun pasa
al antiguo'. Resulta difícil decidir con certeza a qué aludía el agustino. Pensar
que se refiere a la mencionada polémica, peca de trivialidad: no parece que
fray Luis tuviera ya que defender las innovaciones, pues no lo eran tanto. Más
bien creo que ahí resuenan los ecos de una larga preocupación humanística: la
verdadera «querelle des anciens et des modernes» que se sostuvo en Italia y
que llegó hasta principios del siglo XVII 64. Leonardo Bruni la planteó en el
cuatrocientos con singular brillantez en el diálogo ya citado «Ad Petrum
Paulum Histrum», que circuló impreso desde 1536. Se trataba, puede imagi-
narse, de discutir si los antiguos eran invencibles, si los modernos, incluso
escribiendo en vulgar, podían excederlos. Y de resolver, claro es, que sí. Bruni
expresa un concepto que está presente en los versos de la oda que ahora nos
ocupan. Un personaje del diálogo, Nicolaus (Niccoló Niccoli), tras defender-
la inalcanzable calidad de los latinos, confiesa que no lo dice sin algún rubor,
estando Coluccio presente; ya que tú, dice, «vel anteiberis vel certe ada-
equaveris» a los antiguos. Son el 'pasar' e 'igualar' luisianos. Esa misma rela-
ción semántica aparece en otras palabras del propio Coluccio: «...plurimus-
que esse, confido, qui acritate ingenii et mihi antecellere et tibi pares essepos-
sint». (Todavía se dice de Petrarca que tuvo tanto ingenio, «ut carminibus
probatissimos poetas, soluta oratione disertissimos oratores adaequaret» 65 ).
Naturalmente, la relación 'igualar o superar' no tendría nada de característica
de no aparecer en un contexto que opone las letras modernas a las antiguas.
Fueron muchos los escritores que, desde Dante, participaron en la polé-
mica 65, uno de ellos, Lorenzo de Médicis, en cuyo Commento sopra alcuni
de' suoisonetti (que dejó huellas claras en Herrera 67 ), escribía: «Chi negherá
nel Petrarca trovarsi uno stilo grave, lepido e dolce, e queste cose amorose con

64 Cfr. G. Mazzacurati, La questione della lingua del Bembo alV Accademia florentina, Ña-
póles Liguori, 1965, p. 68 y ss.
65 Loe. cit., pp. 60, 64 y 92, respectivamente.
66
Me parece evidente que la famosa dedicatoria del libro III de Los nombres de Cristo la
refleja. Aunque el autor no olvida, claro, la defensa que Cicerón hace del latín en Tusculanas, I y
II, y en las páginas primeras de Académica, Definibus, De natura deorum... A él lo censuraban
por tratar en su lengua, y no en griego, materias nobles. Dante, Convivio, I-XI, contó con su
ejemplo.
67 En sus comentarios a Garcilaso, según señalo en un trabajo en prensa.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 219

tanta gravita e venusta trattate, quale senza dubbio non si truova in Ovidio,
Tibullo, Catullo e Properzio o alcun altro latino?» 68. He aquí, concretamen-
te, un estilo moderno opuesto al antiguo.
En ningún caso pretendo postular una «influencia» directa de Bruni
—menos, de Lorenzo— en nuestro poeta. Si aporto testimonios de ese tipo es
para probar que, no sólo los conceptos, sino, a veces, las palabras mismas de
la oda pertenecían a un ámbito intelectual y poético ampliamente compartido
por los humanistas. Y no me parece ilícito suponer que el exhorto a Grial, en
ese punto, representa una toma de posición por parte de fray Luis en cuestión
tan viva aún en su tiempo 69. El se alineaba en una corriente típica del quinien-
tos, diagnosticada por Mazzacurati como de «progressiva 'democratizza-
zione' della cultura», dispuesta a transferir a la lengua vulgar los bienes inte-
lectuales que antes eran privilegio del latín 70. Y ello, no por aversión a éste, si-
no por amor rendido, que hacía desear para el idioma materno idéntica gloria.
En esa empresa, los italianos del XVI suelen lamentarse del estado de sus
letras, pero Dante, Petrarca y Boccaccio los llenan de orgullo, y pueden pre-
tender que han superado a los antiguos. Fray Luis no cuenta con tan sublimes
apoyos. Ha extrañado a veces que, en su poco aprecio a las obras escritas has-
ta entonces en castellano, no hiciera excepciones; y entre todas las posibles,
una: Garcilaso. La estima se la mostró de otra manera: leyéndolo con fervor y
acogiendo varias de sus acuñaciones verbales. Pero un poeta erótico de
magrísima obra no bastaba para autorizar una lengua, para conferirle digni-
dad. No significa olvido del toledano el que fray Luis justifique el poco presti-
gio del romance por «lo mal que usamos de nuestra lengua no la empleando si-
no en cosa sin ser», y por «lo poco que entendemos della creyendo que no es
capaz de lo que es de importancia» 71. (Más chocante es que no conceda aten-
ción a la literatura espiritual, que contaba con los nombres eminentes de Osu-
na, Laredo o Estella). Es, simplemente, que la autoridad de un idioma la da-
ban los escritores que habían tratado materias graves. Lazzaro Bonamico, el
cual encarna en el Dialogo delle tingue de Speroni el humanismo más reac-
cionario («dico che piú tostó vorrei saper parlare come parlava Marco Tullio

68 Cito por la ed. Rizzoli, B.U.U., vol. II, p. 112.


69 Me parece audible el eco del Diálogo delle lingue (1542) de Sperone Speroni en el pensa-
miento luisiano.
70 Op. cit., p. 6. Reflejan bien tal actitud estas palabras de la citada dedicatoria: «... ni es
justo dezir que, porque fueran entendidas de menos, por esso no las quisieren ver en romance,
porque es embidia no querer que el bien sea común a todos, y tanto más fea quanto el bien es ma-
yor»; ed. de Cristóbal Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, p. 495.
71 Los nombres..., ed. cit., p. 449,
220 FERNANDO LÁZARO CARRETER

latino, chésser Papa Clemente» afirma 72 ), descalifica al idioma toscano por-


que sus cumbres, Petrarca y Boccaccio, ni de lejos se aproximan (né iguali...
né inferiori troppo vicini») a Virgilio u Homero, a Demóstenes o a Cicerón.
Cuando fray Luis, olvidando la literatura romance anterior o coetánea,
afirma que lo antigo / iguala y pasa el nuevo / estilo, está pensando, casi segu-
ro, en su propio quehacer, en el puesto que él mismo se asigna dentro «de los
que se esfuercan a poner en ella [la lengua castellana] todo lo grave y precioso
que en alguna de las otras se halla». Las otras, obvio resulta decirlo, eran el
latín, el griego y, tal vez, el italiano. Su designio de autor es escribir altamente
en vulgar. A ese objetivo hay que remitir sus citadísimas y, de ordinario, su-
perficialmente leídas declaraciones de Los nombres de Cristo, en que procla-
mando la originalidad de su esfuerzo, afirma, por ejemplo, que «es nuevo y
camino no usado por los que escriven en esta lengua poner en ella número» 73 .
Con ello está afirmando algo de singular importancia; tendremos ocasión de
demostrarlo en un trabajo próximo.
Fray Luis, pues, según pensamos, al afirmar que lo moderno está
igualando o sobrepasando lo antiguo (latino), no alude tanto al estado que
han alcanzado las letras castellanas en su tiempo, como a la revolución que él
mismo y tal vez su círculo poético —Grial en él— están acometiendo. Es ple-
namente consciente de que, en verso y prosa, su obra se orienta a dotar al cas-
tellano de la dignidad del latín; y ello, tanto por la forma como por la majes-
tad de los contenidos.

La inflexión ovidiana.
Súbitamente, por una muy breve transición (vs. 34-5), la oda desemboca
en la última lira que imprime al diseño una inflexión acusadamente póntica.
Es la estrofa lírica, la portadora del yo, la confidente del dolor del poeta. No
hay en ella una queja: falta esa nota, a veces vilísima, que caracteriza a Ovi-
dio: fray Luis queda en la mera manifestación de su derrocamiento, que, por
eso, emociona más. Que el recuerdo de las Tristes y de las Pónticas acudió a su
pluma en ese remate, parece claro: puede multiplicarse la enumeración de con-
ceptos e imágenes que, en estos libros, son comparables con los de la lira octa-
va.
Por un lado, está la imposibilidad de seguir escribiendo cuando una
desgracia abate el espíritu; y ocurre que ahora fray Luis yace derribado por un
torbellino; cf.:

72 Cito por la ed. de Venecia, 1552, fol. 89 r.


73 Ed. cit., p. 497.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 221

Carmina proueniunt animo deducía sereno:


nubila sunt subitis témpora nostra malis.
Carmina secessum scribentis et otia quaerunt;
me mare, me venti, me fera iactat hiems
{Tristes, 1-1, vs. 39-42) 74.

Por otro, la fuerza de iactor in indómito... profundo (1-11, v. 39) parece con-
servada en acometido y derrocado /.../al hondo 75. Es también ovidiana la
idea del rompimiento de las alas: Nasón se compara con Icaro que, por no se-
guir el tranquilo vuelo de Dédalo, cayó al mar 76. Esa sugerencia icárica se
mantiene en la oda.
Fray Luis tenía que recordar también el poema de Ovidio a su discípula
Perilla («...dic, studiis communibus ecquid inhaeres?», Tristes, III-6, v. 11),
en que se pregunta si ella, en vista de su desgracia, habrá dejado de escribir; y
la amonesta: «in bonas artes., redi». Este poema pudo desencadenar, a través
del lugar común 'exhorto a un poeta amigo' la tonalidad ovidiana de la lira úl-
tima; aunque no es hipótesis necesaria: la similitud de destinos que siente el
fraile perseguido con el desterrado en Tomis bastaba para suscitarla.

Conclusión.
Tal vez no sea impertinente extraer de los resultados que hemos obtenido
en nuestro análisis, algunas conclusiones de carácter general, aplicables a la
interpretación de la obra lírica original de fray Luis de León, y aun a la poéti-
ca del Renacimiento. El escritor de aquella edad, educado en la doctrina que
consagró el Humanismo, sitúa la imitación en el centro de su actividad. La
originalidad absoluta constituye un ideal remoto, que no se niega, pero tam-
poco se postula exigentemente: es privilegio concedido a poquísimos, y existe,
además, la posibilidad de alcanzarla con el método imitativo. La imagen del
gusano de seda, que elabora sacándolos de sí sus hilos, atrae; pero se presenta
como más segura la de la abeja, que es capaz de fabricar su dulce secreción li-

74 Cfr. igualmente: «Ingenium fragere meum mala...» (Ibid., 111-14, v. 33); «...carmina lae-
tum / sunt opus et pacem mentís habere uolunt» (Ibid., V-12, vs. 3-4).
75 La imagen del hundimiento en el hondo, también en Tristes, 11-40, v. 99; y en Póníicas, II-
7, v. 54.
76 «Qui fuit ut tutas agitaret Daedalus alas, / Icarus inmensas nomine signe aquas?» (Tris-
tes, III-4, vs. 21-2). Concepto parecido en 1-1, vs. 89-90.
222 FERNANDO LÁZARO CARRETER

bando el néctar de diversas flores. En los bordes del método, amenazándolo


siempre, está la posibilidad de que el escritor se limite a acarrear material aje-
no, almacenándolo sin elaboración. A la imagen de la abeja, tan persuasiva,
Lorenzo Valla oponía, en el prefacio al cuarto libro de sus Elegantiae (1471),
otra como vitanda: la de las hormigas, «quae ex próximo sublata furto grana
in latibulis suis abscondunt»; y añadía: por lo que a mí respecta, prefiero ser
abeja.
El poeta, el verdadero poeta, ha de sentir él. Unas veces, la lectura le pro-
vocará un deseo de escribir, porque percibe una real homología entre el autor
que lee y el estado de su espíritu. Otras, ante una emoción que sacude su alma,
busca en sus recuerdos de lector aquellos pasos que, en un antiguo —o
moderno— bueno y a ser posible óptimo, permitan expresarla. Pero, si se li-
mita a él, si se encierra en el cuadro que trazó, ningún esfuerzo le permitirá su-
perarlo. La imitación de uno solo no pasaría de mero ejercico escolar; de ahí,
la necesidad de acudir a varios que, bien asimilados, transformados y reduci-
dos a unidad, es decir, convertidos al sentimiento personal que impulsa a la
escritura, permite no identificarse con ninguno y, si se triunfa en el empeño,
obtener un resultado patentemente original. Urgido el poeta en su alma para
escribir, no se dirige, pues, directamente a la expresión de su sentimiento, sino
que da un rodeo por su memoria, bien abastecida de lecturas, de temas, con-
ceptos y hasta iuncturae verbales, que pueden servirle en aquel, en cualquier
momento. No está excluido que, conforme Séneca recomendaba, los escrito-
res construyeran su propio archivo de lugares recordables, perfectamente cla-
sificados («quaecumque ex diuersa lectione congessimus, separare [debemus]
—melius enim distincta seruantur—...»): algunas compilaciones, como las
muy conocidas de Ravisio Textor, no tenían otra finalidad que sistematizar un
repertorio útil para la imitación. No son enciclopedias para descifrar tanto co-
mo recetas ordenadas para cifrar, para componer, que los grandes (pero ¿lo
hacían siempre?) tenían que desechar.
En cuanto a la práctica misma de la imitación, debió diferenciar a unos
poemas y a unos poetas de otros. Hemos visto cómo fray Luis, en la oda a
Grial, para lamentar la imposibilidad de aplicarse a la poesía cuando el tiempo
lo exige, se acuerda de un «epigramma» de Poliziano que exalta los beneficios
de la estación fría; y mantiene la línea fundamental de su diseño, articulada
sobre el sintagma «iam + indicativo» y la sucesión de las personas gramatica-
les. Pero no olvida que Tasso se había valido de un expediente parecido —un
cuadro estacional, si bien de primavera— como preámbulo para exhortar a
Capilupo; y, muy probablemente conforme a ese modelo, cambia la invita-
ción que Poliziano dirigía a sus alumnos. Sin embargo, dado que su situación
no tiene parangón con la de tales autores, y sí con la de Ovidio perseguido y
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 223

privado de paz para escribir, es a éste, a su desaliento póntico, al que acude


para rematar su discurso.
No es eso sólo, como hemos visto. El tono melancólico y abatido del
poema excluye la referencia a los gozos otoñales de los campesinos, que el po-
eta neolatino había recibido de Virgilio. A cambio, va incorporando saberes
más o menos comunes, junto con otros más exigentes. Así, la extraña presen-
tación de la grulla, que lo acredita de culto; sintagmas griegos —el yugo al
cuello atados—; alusiones insólitas: Febo dictando...; rasgos no inventados,
pero sí recónditos. Y, puesto que exhorta a un poeta, no olvida un par de cues-
tiones que debatían los humanistas, y ante las que toma postura: las renuncias
del escritor y la posibilidad de igualar o exceder a los antiguos.
Se ha posado en múltiples flores, y ha fabricado un producto de gusto
único, mediante una elaboración personalísima, en el cual resaltan el reparto
del material en sectores tripartitos y equilibrados, como hemos visto; el traza-
do del cuadro otoñal sin agentes humanos (lo cual permite un emotivo
contraste con la entrada del nos en la estrofa cuarta —contraste inexistente en
Poliziano—, y la reducción al yo de la soledad y el desamparo en la última); y
un acento de sinceridad, de autenticidad, revelador de que el sentimiento ha
precedido a la búsqueda de los materiales, y no al revés.
Este sistema de la oda a Grial lo aplica fray Luis en varios poemas; no
podría asegurar aún que en todos. Ni que lo adopten todos los líricos que
compusieron en el siglo XVI, los cuales emplearon quizá otros procedimien-
tos. Importa describir éstos con pormenor si queremos que el concepto histo-
riográfico 'poesía renacentista' adquiera alguna profundidad. Entre otras co-
sas, hay que saber quiénes fueron, y cómo, gusanos de seda, abejas y hormi-
gas.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB»
DE FRAY LUIS DE LEÓN
ALBERTO NAVARRO
Catedrático de Literatura Española.
Universidad de Salamanca.

Creo debe ser normal que, al cabo de los años, un profesor universitario
tenga mayor o menor número de carpetas y ficheros con datos, ideas y proyec-
tos que esperan una última mano para salir a la luz en forma de artículo, co-
municación o libro.
Este hecho me parece que debe ser especialmente frecuente entre profeso-
res españoles, pues, de continuo, vemos interrumpida, trastornada o rota
nuestra normal labor docente e investigadora por tareas administrativas, a ve-
ces ineludibles, y por la obligada participación en inacabables pruebas, reváli-
das, tribunales, reuniones, juntas, etc., etc.
Por lo que a mí respecta, debo decir que, en relación con el título de esta
comunicación, desde hace años tengo detenidos dos proyectos en los que he
invertido bastantes «trabajos y días».
Es el primero un estudio sobre El Libro de Job en la Literatura Española.
Lógico parece que, dado el concepto trascendente del vivir humano en el
Cristianismo y dado que el propio Cristo escogió la cruz como camino de sal-
vación, los exégetas cristianos adoptaran nueva actitud ante la presencia del
dolor y del infortunio en la vida del hombre, y que, desatendiendo los
humanísimos lamentos, reproches y argumentos de Job y de sus amigos,
vieran en él, ante todo, el esforzado capitán de la paciencia que, justo y sin
maldecir a Jehová, prefiguraba y preanunciaba a Cristo que, mucho más jus-
to, salvó al mundo con sus llagas y su cruz l.

1 Recuérdese cómo el propio Cristo, con parábolas como las del trigo y la cizaña o la de la
red y los peces, en sus bienaventuranzas y en otras múltiples ocasiones, expresamente manifiesta
que Dios hace salir el sol y llover sobre buenos y malos, que sólo al final de la jornada se distin-
guirá y separará a unos de otros, y que sólo quien tome su cruz y le siga entrará en el Reino de los
Cielos y hallará la verdad y la vida. (San Mateo, 5,3 a 11; 6, 19 y 20; 10, 38; 13, 30 y 49; 16, 24 y
26; 18, 3; 25, 31 a 46, etc.).
226 ALBERTO NAVARRO

Ahora bien, aun teniendo en cuenta la general lección de paciencia que el


poeta Prudencio y los exégetas cristianos extraen del Libro de Job, creo que
ofrece especial interés la pertinaz exaltación que de esta virtud han hecho
escritores españoles del Siglo de oro tan representativos como Santa Teresa,
Cervantes, Espinel, Quevedo, Calderón etc.; que, siglos después, Galdós la
considere como la virtud más característica del pueblo español, y que los des-
garradores lamentos, reproches y quejas de Job, a penas tuvieran otro eco en
la Literatura española que los "maravillosos versos de los frenéticos e indómi-
tos héroes calderonianos 2 .
Dentro del general panorama de la literatura española inspirada en el
Libro de Job —y aún dentro del entero campo del humanismo cristiano del
siglo XVI— la Exposición de fray Luis ocupa uno de los lugares culminantes,
y a ella nos vamos a referir exclusivamente aquí.
Mi segundo proyecto relacionado con la citada obra de fray Luis es el de
su estudio y edición, de acuerdo con el inapreciable autógrafo del mismo que
se guarda en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca,
De ello me ocuparé aquí limitándome al estudio y valoración del citado
autógrafo salmanticense.
Se trata de un trabajo que inicié allá por el año 1945, cuando aún resona-
ba el estruendo de las hecatombes finales de la última guerra mundial, y cuan-
do en la serena ciudad del Tormes no éramos pocos los que, en diversa mane-

2 Mientras Santa Teresa, anhelante de seguir a Cristo por la senda del dolor, en sus Loas a la
Cruz afirma que «la paciencia / todo ío alcanza», su admirador Cervantes, en el Prólogo a las
Novelas Ejemplares afirma: «Fue soldado muchos años y cinco y medio cautivo, donde aprendió
a tener paciencia en las adversidades».
El colérico Vicente Espinel, tras escarmentadoras experiencias, desde su sereno descanso
madrileño dice en el Marcos de Obregón: «mi principal intento es enseñar a tener paciencia, a
sufrir trabajos y a padecer desventuras».
Quevedo, en la impresionante confesión que hace en Constancia y paciencia del Santo Job,
preso en San Marcos, escribe: «Estoy armando de paciencia mi corazón con estudiarla»; y Calde-
rón, en su Príncipe Constante, presenta a un héroe cristiano abrazado pacientemente al infortu-
nio.
En cuanto a Galdós, al hablar de las grandes virtudes nacionales, únicamente cita «la pacien-
cia y el cumplimiento del deber», en el famoso discurso que pronunció en Madrid el 9 de Di-
ciembre de 1900 ante sus paisanos:
«El Archipiélago canario, centinela avanzado de España en medio del Océano, conoce bien
las responsabilidades de su puesto y en él permanece y permanecerá... sintiendo en su alma todo el
fuego del alma española, que siempre fue el alma de las grandes virtudes, de aquellas que superan
al heroísmo, en su forma más espiritual: la paciencia y el cumplimiento del deber». La Fé Na-
cional, Las Palmas de Gran Canaria, 1973.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 227

ra, reparábamos perdidas, golpes, ruinas y heridas de la reciente contienda es-


pañola en la que también abundó tanto heroísmo, generosidad, abnegación,
sufrimiento, miseria y barbarie.
Yo acababa entonces mi Tesis Doctoral sobre la Agudeza y Arte de Inge-
nio de Gracián, aquel gran escritor, profundo y áspero, que habló como nadie
del ingenio sin citar ni una vez al «Príncipe de los ingenios españoles», Miguel
de Cervantes, al que solo en contadas ocasiones alude con abierta animadver-
sión.
La lectura y estudio del autógrafo luisiano era para mí un nuevo trabajo
en el que con gusto me engolfaba.
La preparación de acuciantes oposiciones y mi posterior traslado a la
Universidad de La Laguna con la consiguiente entrega a una absorvente labor
docente en la recién creada Sección de Filología Románica, así como a las ta-
reas impuestas por el cargo de Rector de la Universidad Canaria que durante
doce años desempeñé, interrumpieron por completo mis proyectos.
Decía Cervantes que «las cosas de este mundo, la mayoría de las veces,
suelen siempre llegar tarde, mal ó nunca».
Yo espero que, relativamente libre ya de tareas administrativas, pueda al
fin reanudar también mis estudios sobre fray Luis, aunque solo sea para dejar
verdadero a mi viejo amigo Germán Bleiberg 3 .
He aquí, de momento, parte del resultado de aquellas lejanas tareas.

Interés e importancia del autógrafo salmanticense de la


«Exposición del Libro de Job» de Fr. Luis de León.

El ms. 219 de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca es un autógra-


fo de fray Luis, cuyos 518 folios, encuadernados en pergamino, contienen la

3 Siendo Germán Bleiberg y yo Profesores en un Curso para alumnos norteamericanos, orga-


nizado por el Instituto de Cultura Hispánica en Fuenterrabía, el verano de 1949, hablamos de mi
proyectada edición del Libro de Job de fray Luis, para la que el recordado amigo Rafael Balbín
ofrecía la debida ayuda desde el CSIC.
Germán Bleiberg, sin duda favorablemente impresionado, al incluirme en el Diccionario de
la Literatura Española de la Revista de Occidente decía, y con razón, que «había realizado investi-
gaciones sobre fray Luis».
También el P. Félix García, en la Advertencia a la segunda edición de las Obras Completas
Castellanas de fray Luis, cortés y generosamente dice que, para el texto del Libro de Job, utilizó
unas notas mias que previamente le había enviado.
228 ALBERTO NAVARRO

Dedicatoria a la Madre Ana de Jesús y la traducción y exposición de cada uno


de los 42 capítulos del Libro de Job, varios de los cuales van precedidos de un
breve argumento 4 .
El autógrafo puede contribuir a aclarar ciertos aspectos interesantes de la
vida y obra del famoso agustino y, como aquí también intentaremos mostrar,
posee trascendental importancia para realizar la necesaria edición crítica de la
citada Exposición y para comprobar la forma como componía y pulía su pro-
sa el maravilloso artista literario que fue fray Luis.

1. Interés del autógrafo para explicar la tardía edición del


Libro de Job.
Según resume el P. Félix García en la documentada e inteligente Intro-
ducción que inserta en las Obras Completas Castellanas de fray Luis, en 1592
el Convento agustino de Salamanca encargó la edición del autógrafo a Fr. Ba-
silio Ponce de León quien, en su Variarum Disputationum Pars Prima (Sala-
manca 1611), dice que ya lo tenía presto para la imprenta 5.
La obra fue censurada favorablemente, por orden del Consejo, por el
Maestro Juan Alonso de Curiel y, según supone el P. Gregorio de Santiago
Vela que transcribe íntegro el texto de dicha Censura, ésta se redactó en 15936.
Sea ésta u otra la fecha de la citada Censura, el intento de editar la obra
del recién fallecido fray Luis se corrobora con las cartas que la Madre Ana de
Jesús dirige por esos años al P. Ponce de León, según el P. Merino, o al P.
Diego de Guevara, según el P. Gregorio de Santiago, y que recoge el P.
Manrique en su Vida de la Venerable Madre Ana de Jesús (Bruselas, 1632):
«El Libro de Job deseo que se imprima luego, que de Madrid han ofreci-
do que prestarán doscientos ducados para la impresión... Si allá no hay como-
didad para imprimirlo, envíemelo con sus aprobaciones, que acá se imprimirá
como viniere».
En Marzo de 1610 volvía a escribir, desde Flandes, esta admirable com-
pañera de Santa Teresa de Jesús:

4 Según Juan Urbiana, este manuscrito «se extravió en la Guerra de la Independencia y fue a
parar a Granada donde lo vio y adquirió el Magistrado de aquella Audiencia, D. Mauricio Baro-
dad y Béjar, y lo regaló a la Biblioteca de esta Universidad». {Reseña biográfica y bibliográfica
del Maestro fray Luis de León, Salamanca 1858). Vid. Catálogo de la exposición bibliográfica en
torno a fray Luis, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1979 p.23).
5 Fray Luis de León Obras Completas Castellanas, Prólogo y notas del P. Félix García,
O.S.A., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1951, p. 793-812.
6 Autógrafos de fray Luis de León y El Libro de Job del P.M. fray Luis de León (Arch. His-
pano Agust. vol. 15, 1921 y vol. 12, 1919.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 229

«Mucho me consolaré que se imprima este Libro de Job, y salga a luz lo


que trabajó N.P.M. que esté en el Cielo. Suplico a V.P. se deje de poner en él
lo que sabe me ha de ser de mortificación» 7 .
El P. Manrique, en su citada Vida de la Venerable Ana de Jesús, comen-
ta:
«La impresión no llegó a tener efecto, si bien ahora me dicen que se trata
de hacer. ¡Ojalá salga y gocemos de ella todos!».
En el Prólogo de la edición de 1779 se dice que «La causa de no imprimir-
se por entonces no fue otra que o la falta de caudales o la sobra de otros cuida-
dos en los que estaban encomendados del asunto».
Fuera ésta u otra la causa de que, ni a raiz de la muerte de fray Luis ni ha-
cia 1630, se llevara a cabo la edición del autógrafo luisiano, es lo cierto que,
desde esa fecha hasta que a mediados del siguiente siglo el P. Vidal lo trajo
desde San Felipe el Real de Madrid a Salamanca, nada vuelve a decirse del
autógrafo ni de nuevos intentos de su edición.
Por otra parte, ¿Cómo es que el P. Vidal trajo a Salamanca un manuscri-
to que en Salamanca debía estar?. ¿Quién y por qué llevó el autógrafo desde el
convento salmantino al de San Felipe el Real de Madrid?
Creo que lo que escribe Benito Arce, en una de las hojas de guarda que
anteceden al texto luisiano, ayuda a responder las citadas preguntas y a expli-
car el largo silencio de más de un siglo que rodea al libro de fray Luis.:
«Este libro tuve noticia que le llevaron a la Inquisición con otros papeles
de un religioso, y sabiendo yo que era del Maestro fray Luis de León, según
costa por el título del Prólogo, hablé al Inquisidor General, Arce de Reinoso,
y le supliqué nos lo mandase volver a la librería.
Di sobre ello memoria al Consejo, y respondió que a su tiempo se acorda-
se, y después de año y medio, habiendo hablado otras veces sobre ello, se nos
entregó y yo lo puse en la librería deste convento.
Trátese bien porque no se rompa, que es libro muy necesario y de persona
tan eminente como su autor».
El folio no está datado, ignoro quien sea Benito Arce, probablemente
agustino de San Felipe el Real, y tampoco he averiguado quien fuera el reli-
gioso al que quitaron el autógrafo de fray Luis ni cuando llevaron sus «pape-
les» a la Inquisición.
Ahora bien. Teniendo en cuenta que Diego de Arce y Reinoso fue In-
quisidor General desde 1645 a 1665, por esos años debió ser cuando el

7 Obras Completas Castellanas de fray Luis de León, ed. cit. p. 807.


230 ALBERTO NAVARRO

autógrafo iría desde Salamanca a la Inquisición, y desde ésta a la librería de


San Felipe el Real.
El posterior silencio en torno al Libro de Job de fray Luis queda suficien-
temente explicado también con los reparos que en 1777 pone la Inquisición a
la edición solicitada en 1776 por el P. Madariaga, y con la carta que el 6 de
Febrero de 1779 escribía Meléndez Valdés a Jovellanos:
«La Exposición de Job, obra tan preciosa como los Nombres de Cristo,
es lástima que está aun inédita por el ligerísimo inconveniente de tener antes
del comentario el texto traducido» 8 .
Como es sabido, tras la Defensa del P. Merino, hoy lastimosamente desa-
parecida, la Inquisición, con gran acierto, autorizó la edición sin necesidad de
que la traducción que desde el hebreo hizo fray Luis tuviera que sustituirse por
el texto de la Vulgata.
La más extensa obra del famoso catedrático salmantino, y en la que invir-
tió más años, al fin vio la luz en 1779, pero los agustinos de San Felipe el Real
no utilizaron el autógrafo de Salamanca, sino una esmerada copia, hoy desa-
parecida, que del mismo hizo el P. Méndez 9.

2. Importancia del autógrafo para fijar la fecha y el lugar en los


que fray Luis terminó los distintos capítulos.

Al concluir cada uno de los diez últimos capítulos fray Luis expresamente
indica en el autógrafo el día y la ciudad en que los terminó, por lo que fácil re-
sulta comprobar que, desde la terminación del capítulo XXXIII a la del XLII,
transcurrieron más de diez años:
XXXIII Pinciae Novembris An 80; XXXIV Valladolid 10 Dec. 80;
XXXV Valladolid 13 de Diciembre An. 80; XXXVI Madrid 27 de Octubre de
90; XXXVII Madrid 29 de Noviembre de 1590; XXXVIII14 de Diciembre de
90; XXXIX Madrid 6 de Enero de 91; XL Madrid 1 de Hebrero de 91; XLI
Salamanca 19 de Hebrero de 91; XLII 8 de Marzo de 1591.
Ahora bien, si nos fijamos atentamente, también resulta fácil comprobar
que los 32 primeros capítulos y la exposición de los 19 primeros versículos del
XXXIII están escritos con letra más serena y regular, y en cuadernos de distin-
to tamaño, que los diez últimos, escritos con letra más cursiva y apresurada10.

8 BAE., LXIII, p. 84.


9 Exposición del Libro de Job, obra postuma del Padre Maestro Fr. Luis de León, Madrid,
Imprenta de Pedro Marín, 1779.
10 El tamaño de los 233 primeros folios es de 17 x 23,5, de 15,5 x 22 los siguientes hasta el
380, y de 14,5 x 21,5 los restantes hasta el 518, que según ya indicamos corresponden a los 10 úl-
timos capítulos.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 231

Si a ello añadimos que en ninguno de los 32 primeros capítulos indica


fray Luis el lugar y día en que los terminó; que las correcciones son mucho
más abundantes y considerables en los 10 últimos capítulos y en los comenta-
rios de los últimos versículos del XXXIII; y si observamos que el comentario
del versículo 19 del capítulo XXXIII se interrumpe al comienzo del folio
380v., y el del 20 inicia cuaderno nuevo de diverso tamaño, podemos deducir
que los 32 primeros capítulos y la exposición de los 19 primeros versículos del
XXXIII fray Luis los escribió seguida y sosegadamente, pasándolos desde
borradores previos, bastante antes del 1580.
Ahora bien. ¿Cuándo escribió fray Luis la traducción y exposición de los
32 primeros capítulos y de los 19 primeros versículos del XXXIII, y cuando las
pasó en limpio al autógrafo salmanticense?.
El P. Félix García, basándose en la confesión del propio fray Luis que el
6 de Marzo de 1572 declaraba tener acabada una traducción en lengua vulgar
del Libro de Job que pensaba publicar, y apoyándose también en considera-
ciones estilísticas y en el hecho de que en su defensa del 25 de Enero de 1574
fray Luis cita dos versículos del capítulo XX, cree que los 20 primeros
capítulos ya estaban traducidos y comentados hacia fines de 1573, y que los
primeros «más próximos a la manera pintoresca y vivaz de los comentarios del
Cantar de los Cantares debió escribirlos posiblemente de 1570 a 1572».
El análisis del autógrafo salmanticense no permite formular tajantemente
tales afirmaciones o suposiciones, pero sí corrobora el hecho de que fray Luis,
mucho antes de 1580, había escrito traducciones y exposiciones del Libro de
Job, cuyos 32 primeros capítulos y parte del XXXIII puso en limpio, con
tiempo y sosiego, también bastante antes de 1580.
Si tenemos en cuenta que ya en 1560 fray Luis ocupó durante un curso la
Cátedra vacante de Biblia, que en 1579 ganó por oposición dicha Cátedra, y
que en los comentarios al Libro de Job hay veladas referencias a sus propios
infortunios, bien podremos suponer que, no «casi todos los 31 primeros
capítulos» como dice Oreste Macrí, sino 32 y parte del XXXIII pudo escri-
birlos en la cárcel; y que en la cárcel o recién salido de ella, con tiempo y so-
siego, los pasó a limpio, antes de tornar a explicar Biblia tras su pleiteada opo-
sición de 1579 frente a Fr. Domingo de Guzmán, hijo del poeta Garcilaso de la
Vega11.
Acaso, como supone el P. Félix, fray Luis escribiera los primeros
capítulos entre 1570 y 1572, capítulos que en ese caso debió reformar sustan-

II Oreste Macrí La poesía de fray Luis de León, Anaya, Salamanca, 1970, p. 39.
232 ALBERTO NAVARRO

cialmente al pasarlos a limpio tras su experiencia carcelaria 12. Yo más bien


creo que la mención que hace fray Luis del Libro de Job, en su citada declara-
ción de 1572, no se refería al comentario sino solamente a la traducción, que
bien podría ser la bellísima que hizo en tercetos, precedidos de los correspon-
dientes argumentos; traducción parafrástica que hoy se conserva en el inapre-
ciable manuscrito 9-2076 de la Academia de la Historia y que, como el
autógrafo salmanticense, espera la crítica edición que se merece.
En cuanto al hecho de que en la traducción del texto hebraico aparezcan
voces con f- inicial y otros arcaismos, nada quiere decir sobre la anterioridad
de dicha traducción, pues, como más adelante volveremos a indicar, todo ello
se debe, tanto en los 33 primeros capítulos como en los 10 últimos, al afán de
fray Luis por pasar fidelísimamente al vulgar castellano la letra y el alma de
las palabras sagradas.
Pero junto al hecho corroborado por ei autógrafo salmanticense de que
los 32 primeros capítulos y parte del XXXIII fueron escritos y pasados a lim-
pio bastante antes de 1580, interesa también fijarnos en el intervalo de más de
10 años que van desde que, a fines de 1580 fray Luis se decide en Valladolid a
continuar su interrumpida traducción y exposición del Libro de Job, hasta
que en Madrid la reanuda a finales también de 1590.
¿Cómo es que fray Luis vuelve a interrumpir durante tan largo tiempo
una traducción y exposición empezadas varios años antes y reanudadas a fines
de 1580?
¿Cómo es que, al fin, en 1590 se decide a terminar su labor, traduciendo y
exponiendo los 7 últimos capítulos a ritmo tenaz e ininterrumpido?.
A este última pregunta parece que podría contestar el texto de la Dedica-
toria a la Madre Ana de Jesús, pues, según el P. Manrique, hacia 1588 rogó a
fray Luis le explicara el Libro de Job.
El P. Félix, al reseñar en su esmerada edición de las Obras Completas
Castellanas las discrepantes hipótesis o afirmaciones de diversos estudiosos (el
P. Merino, Coster, Bell y el P. Gregorio de Santiago) expone su lógica opinión
de que:
«La Exposición de fray Luis, escrita y pensada con anticipación, aparece
así, por una ficción lógica, como obra motivada por los ruegos de quien ver-
daderamente contribuyó a que quedara preparada para la imprenta».
12 Recuérdese que en la exposición del capítulo VIII fray Luis inserta la famosa lira: «Bien
como la ñudosa-carrasca, en alto desmochada - con acha poderosa, - que de ese mismo hierro que
es cortada - saca vigor y fuerza renovada», primera poética versión del lema «Ab ipso ferro» que,
al ponerlo al frente de su edición del In Cántica Canticorum (1580) provocó la nueva acusación
que el franciscano Nicolás Ramos elevó a la Inquisición, y que aún se conserva en al Archivo His-
tórico Nacional de Madrid.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 233

Sin poder entrar detenidamente en la debatida cuestión del papel que tu-
vo la Madre Ana de Jesús en hacer que fray Luis redactara su Exposición,
queremos señalar un hecho que deberá tenerse en cuenta.
Me refiero a que, en el autógrafo salmanticense, la citada Dedicatoria an-
tecede al texto de la Exposición y va escrita con el mismo tipo de letra serena y
clara de los 32 primeros capítulos y de los primeros 19 versículos del XXXIII.
Es decir, que la intervención de la animosa compañera de Santa Teresa
para que fray Luis escribiera o publicara su Exposición fue bastante anterior a
1588, y que, probablemente, a ella se debe que fray Luis se decidiera a pasar
en limpio los primeros 32 capítulos y parte del XXXIII el año 1580, lo que no
obsta para que también volviera a insistirle posteriormente, ya que se trataba
de un libro entonces de «actualidad» en los «medios» en que vivían fray Luis y
la Madre Ana de Jesús 13,
Esta hipótesis que especialmente basamos en el testimonio del autógrafo
salmanticense, se corrobora si tenemos en cuenta también que la citada carme-
lita profesó en Salamanca el año 1571, y que en una de sus cartas da a enten-
der que su trato con fray Luis fue prolongado e íntimo:
«Pídole a V.R., por el amor que nos tenemos, que me ayude siempre en
sus oraciones y las ofrezca muchas veces por el P. Maestro fray Luis de León,
que se lo debemos todo; yo mas que persona a otra en la tierra. Presto irá a
esa. Trátele V.R. que es muy sancto y para cuanto nosotras hemos menester.
Tiene mucho caudal de Dios, con gran deseo de servir a Su Majestad en hacer-
nos bien. Harto nos ha hecho aquí en cosas de que gozará toda la Orden» 14.
Pero incitárale la Madre Ana a escribir o ultimar el Libro de Job, antes o
después, ¿Cómo es que, a pesar de tales incitaciones y a pesar de tener su tarea
muy avanzada, tarda otros 10 años en decidirse a escribir los 7 últimos
capítulos?.
¿No será que fray Luis, tras llegar a ocupar la Cátedra de Biblia después
de controvertidas oposiciones, preferiría entregar su tiempo a ocupaciones
más gratas que las cotidianas de las aulas?

13 Recuérdese que en 1582 publica en Alcalá el hebraísta Huerga su Commentaría in Librum


Beati Job et in Cántica Canticorum, uno de cuyos ejemplares, con las debidas expurgaciones de
1613, 1632 y 1640, proveniente de la librería del Colegio de la Compañía, se conserva en la
Biblioteca de la Universidad de Salamanca; y que dos años después salían de Toledo, dedicados a
Felipe II In Job commentaría del hebraísta agustino Diego de Zúñiga, otro de cuyos ejemplares,
expurgado «conforme al expurgamiento de 1707» también existe en la citada Biblioteca.
14 P. Manrique Vida de la Venerable Ana de Jesús, Bruselas 1632,1, IV, p. 328 (Tomado de
la citada edición de las Obras Completas Castellanas de fray Luis de León del P. Félix García.
234 ALBERTO NAVARRO

Que a fray Luis le convirtieron su tarea universitaria en un áspero trabajo


de ganapán es algo que él mismo pone de manifiesto en la carta que dirigió a
Arias Montano el 28 de Octubre de 1570, y que Rodríguez Moñino publicó en
Badajoz el año 1935:
«trabajo en esta atahona ocupado siempre en las letras de que menos gus-
to, y cada dia con mas deseo de salir dellas y de todo lo que es Universidad y
vivir lo que resta en sosiego y en secreto, aprendiendo lo que cada día voy olvi-
dando mas».
Tras sentir en su carne y en su espíritu las dentelladas de la envidia y la
mentira, nada extraña que este gran maestro llegara a preferir «ser azacán a
explicar a estudiantes» (el poste costó al Brócense un proceso inquisitorial), y
que reiteradamente expresara su deseo de huir del tempestuoso mar de las
aulas.
Dice así en la Introducción al Libro I de los Nombres de Cristo:
«después de una carrera tan larga como la de un año en la vida que allí se
vive, se retiró como a puerto sabroso a la soledad de una granja que, como
V.M. sabe, tiene mi monasterio en la ribera del Tormes».
Y más abiertamente expresa sus ansias de descansar del moledor trabajo
docente, en la Introducción al Libro II o :
«Aunque quien suele leer en medio de los caniculares tres lecciones en las
escuelas, muchos dias arreo, bien podría platicar entre estas ramas la mañana
y la tarde de un dia, o, por mejor decir, no habrá maldad que no haga.
—Razón tiene Sabino— respondió Marcelo, mirando hacia Juliano—
que es género de maldad ocuparse uno tanto y en tal tiempo en la escuela.
Y de aquí veréis cuan malvada es la vida que así nos obliga. Así que bien
podréis preseguir, Sabino, sin miedo, que demás de que este lugar es mejor
que la cátedra, lo que aquí tratamos ahora es sin comparación muy mas dulce
que lo que leemos allí, y así, con ello mismo se alivia el trabajo».
Teniendo, pues, en cuenta que por esos años, fray Luis explica Biblia, ló-
gico parece suponer que, al salir de las aulas, prefiriera entregarse a tareas dis-
tintas a las de traducir y exponer uno de los más profundos y obscuros libros
de la Biblia, del que precisamente entonces se estaban publicando en España
extensos y documentados comentarios.
Y sea verdadera o no nuestra suposición, es lo cierto que en esa década de
los 80 fray Luis se está ocupando en publicar sus preferidas obras:
1580 In Cántica Canticorum e In Psalmum vigesimumsextum explanatio
(reeditadas en 1582); 1583 Los Nombres de Cristo y La perfecta casada (reedi-
tadas en 1587); 1588 Los libros de la Madre Teresa de Jesús; 1589 In Abdiam y
Epístola ad Galatas; 1590 De utriusque agni typici atque veri inmolationis le-
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 235

giümo tempore; y que también hacia 1580 parece que andaba preparando la
edición de sus maravillosas poesías.

3. Interés del autógrafo para la biografía de fray Luis.


Antes de pasar a ver los aspectos más importantes del autógrafo, quere-
mos detenernos unos instantes en señalar otros que, aunque intrascendentes,
ayudan a fijar y comprender ciertos datos relacionados con el vivir y el crear
literario de fray Luis.
Me refiero a la datación de los diez últimos capítulos que, de un lado nos
manifiestan el ritmo regular —salvo la mencionada interrupción de diez
años— con que los va escribiendo, y del otro nos especifica el lugar en que ter-
mina cada uno de ellos.
Según el autógrafo, en efecto, resulta evidente que fray Luis, desde el 6
de Noviembre al 13 de Diciembre de 1580 estuvo en Valladolid, donde escribió
la traducción y comentario de tres capítulos; que los cinco siguientes los escri-
bió en Madrid, desde el 27 de Octubre de 1590 al primero de Febrero de 1591,
y que los dos últimos los acabó en Salamanca desde el 19 de Febrero al 8 de
Marzo del mismo año.
Es decir que, salvo el capítulo XXXV que lo escribe en tres días, para ca-
da uno de los demás suele invertir de quince a treinta.
Especial interés ofrecen las fechas en que termina los capítulos XL y XLI:
Primero de Febrero en Madrid, diecinueve de Febrero en Salamanca.
La primera permite matizar la afirmación del P. Ángel Custodio Vega de
que fray Luis de León marchó de Madrid a fines de Enero «ante la orden seca
de Felipe II de que se fuese de Madrid a entender en su oficio de Provincial».
La segunda nos permite también comprobar el interés de fray Luis por
acabar su exposición, ya que, a pesar de las molestias del viaje de Madrid a Sa-
lamanca, sigue tenazmente escribiendo su Exposición al mismo ritmo que los
restantes capítulos últimos.
4. Importancia del autógrafo para una edición crítica de la
«Exposición del Libro de Job».
Excelente y muy cuidada fué la edición que en 1779 hicieron los agustinos
de San Felipe el Real, y también excelente y muy cuidada la del P. Félix en su
ya citada edición de las Obras Completas Castellanas de fray Luis de León.
Un gran acierto de la primera fué completar la copia que del autógrafo
salmanticense hizo el P. Méndez con los argumentos y las paráfrasis en terce-
tos que del Libro de Job había hecho también fray Luis.
236 ALBERTO NAVARRO

Otro cierto considero también que fray Diego González añadiera los ar-
gumentos que faltaban, las traducciones en verso de Horacio, Virgilio y
Claudiano para los que fray Luis dejó espacio en blanco (Capítulo XXXVIII),
y que el mismo poeta mirobriguense completara con 105 tercetos las inacaba-
das paráfrasis poéticas de cinco capítulos (21 en el Capítulo XXIV, 19 en el
XXVII, 17 en el XXVIII, 26 en el XXX y 22 en el XXXI).

Las traducciones poéticas de fray Diego son tan excelentes y tan similares
a las de fray Luis, que con dificultad se distinguirían de los bellísimos tercetos
de éste, si los editores primeros no hubieran tenido cuidado de editarlas con
distinto tipo de letra o entre paréntesis.
No tan acertado me parece, en cambio, que el P. Merino incluyera en el
Capítulo XXXVIII la traducción completa que del Salmo XVII hizo fray Luis
y que Quevedo recogió en la edición de sus poesías, pues, dado el espacio en
blanco que hay en al autógrafo, sin duda fray Luis sólo pensaba recoger los
versos que concretamente se referían a lo que en su exposición estaba dicien-
do.
Ahora bien. A pesar de las excelencias citadas de las ediciones de la Expo-
sición del Libro de Job, creo resulta necesaria una edición crítica a base del
autógrafo salmanticense, y de los argumentos y paráfrasis en tercetos que con-
tiene el ya citado manuscrito de la Academia de la Historia de Madrid.
Hay que tener en cuenta, en efecto, que la edición de 1779 se hizo, no
sobre el autógrafo de Salamanca, sino sobre una copia del mismo.
Es cierto que la copia del P. Méndez fué fidelísima, pero, dejando-ahora
a un lado las numerosas correcciones que aparecen en el autógrafo de las que
mas adelante hablaremos, hay que concretar:
1°.- Cuales son «las citas que faltaban y que apuntó» el P. Merino.
2°.- Cuales los «textos de las Escrituras sólo apuntadas» y que el P. Meri-
no «completó».
3°.- Cuales las «palabras hebreas que agregó por echarse de menos en los
comentarios».
4°.- Cuales fueron las «palabras que se enmendaron», por parecerle
«erratas del copista» o de fray Luis a la Inquisición o al P. Merino.
La necesidad de esta edición crítica implícitamente la reconoce el propio
P. Félix García cuando, en nota puesta al final de su Introducción al Libro de
Job, dice:
«nos atenemos al original que se conserva en Salamanca, y a la primera
edición, llevada a cabo por el P. Diego González.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 237

No tiene objeto en una edición de este género recoger tachaduras, en-


miendas desechadas por el mismo fray Luis, y una serie de detalles que puedan
reservarse para una edición estrictamente erudita...
Con pena sacrificamos —ya que no tendría interés más que para contadas
personas— los términos hebreos y algún pasaje o cita griega».

5. Importancia del autógrafo para conocer cómo fray Luis


componía y pulía su prosa.
Hace muchos años, allá por el 1945 y 1946, recogí y clasifiqué más de mil
enmiendas, tachaduras, sustituciones y adiciones que fray Luis hizo, tanto en
el texto de la traducción del hebreo, como en el de su exposición de los distin-
tos capítulos.
Como al principio indicamos, estas interesantísimas correcciones abun-
dan más en los diez últimos capítulos que, repito, dan la impresión de ser di-
rectamente escritos por fray Luis sin la previa versión en borrador que debió
preceder a los 33 primeros.
Otra clara distinción cabe hacer, por lo que a las citadas correcciones se
refiere, entre las que figuran en el texto de la traducción del hebreo del Libro
de Job y las que aparecen en los comentarios de fray Luis.
En cuanto a las primeras, creo que se deben al afán de atenerse escrupulo-
samente al sentido del texto sagrado, y aun esperan a un buen hebraísta que
compruebe qué texto hebreo utilizó y cómo se esforzó por no traicionar la
letra y el espíritu de las palabras sagradas al pasarlas al vulgar castellano 15.
Que ese afán de atenerse rigurosa y fielmente al sentido de las palabras
hebreas, es el que motiva las correcciones que aparecen en las traducciones del
Libro de Job, se comprueba fácilmente, si vemos que en el texto de estas tra-
ducciones fray Luis no duda en violentar el castellano, acudiendo a arcaísmos,
neologismos, concordancias, giros desusados, sobreabundancia de participios
presentes y cacofonías que, en vano, buscaríamos en la maravillosa prosa de
su Exposición.

15 En la Biblioteca de la Universidad de Salamanca existen los siguientes textos bíblicos


hebreos que fray Luis pudo consultar:
Biblia Hebraica cum interpretatione Latina, ms. copiado por Alonso de Zamora en Alcalá de
Henares para la Universidad de Salamanca (J. Llamas, Los manuscritos hebreos de la Universi-
dad de Salamanca, Sefard X, 1950).
Políglota Complutense (1514-1517), Políglota de Arias Montano (1569-72) Job (Hebraice
Tantum) Parisiis ex officina Roberti Stephani, typographi Regis 1541.
238 ALBERTO NAVARRO

La mayor o menor presencia de las citadas voces o frases en los distintos


capítulos no se deben, como podrá verse, a la diversa época en la que fray Luis
los compuso, si no a su diferente extensión y al contenido más o menos narra-
tivo, poético y profundo de los mismos.
Sin necesidad de traer aquí excesivos ejemplos, bástenos recoger algunos,
tanto de los que aparecen en los 33 primeros capítulos como en los restantes,
cuyas violencias sintácticas, como podrá verse, recuerdan las que también
aparecen en la Cuarta Parte del Conde Lucanor de Don Juan Manuel:
«y familia mucha mucho», «Ansí», «y hirió» I - «agora» «Plégate en-
viar», «plagó a Job con postemas», «parlaste», «lueñe» II - «no se ayunte con
dias de año», «lacería» «pequeño y grande allí ellos», «y esclavo horro de su
señor», «A los que esperan la muerte, y no ella» III - «fasta», «miembra»,
«derecheros», «resuello», «espavorecer», «alimpiará», «fizo» IV - «vide»,
«melecinarán», «huesa», «castiguerío», «fambre» V - «vedes», «asolloza-
dos», «escalentando», «temedes», «pensades», «derechez» VI - «solombra»
(por sombra), «asollozados», «escalentando», «carcelería», «fablare», «al-
quiladizo» «¿Por qué no alzas mi rebeldía, y faces pasar mi delicio? Porque
agora yaceré en polvo, amenzarme has, y no yo». VIII - «pesquisar», «Aun él
en su árbol y no cortado, y antes de toda yerba se seca. Que despreciará su de-
satino, y casa de araña su fiucia», «falsario», «pimpollecerá» VIII
-«alimpie», «Hace grandezas hasta que no pesquisa», «lodazar» IX
-«fazme», «desafierre», «ficieron», «ficiste», «farás», «longura», «atalase»,
«alongares», «membrarás». «Y reposarás, y no asombrante; y pregarán tus
faces muchos», «cuita» XI - «hacho» (manojo de pajas para alumbrar), «lon-
gura», «fabla», «fonduras», «Palparon tinieblas y no luz; fizólos errar como
borracho» XII - «Escuchedes», «no caerá en somo», «Poneos silencio», «Oid
oidura», «Tu palma alueña de mí» XIII - «faces venir», «Al olor del agua
tallecerá», «descaecerá», «y esperanza de hombre heciste perecer por el seme-
jante» XIV - «fenchirá», «solleva», «bebiente como aguas maldad»,
«destruidor», «resollo» XV - «Heciste rugas en mí», «magrez mía en mi cara
responderá», «maxila», «barragán», «Sabidor» XVI - «falsador», «fuesa»,
«folganza» XVII - «porneis» (pondréis), «se amatará», «fiucia», «enlaza-
miento», «ni remaniente en sus moradas» XVII - «ansiades», «adoliéndome»,
«fizo», «mis conocientes», «fablaban», «se apegó mi hueso», «¡apiadadvos,
apiadadvos de mí!», «no vos hartades», «escriptas», «Conpéndola de fierro»
XIX - «gargüero», «cubijarla», «endurarla ha», «gomitolo», «áspide»,
«abondo», «Fuirá de arma de fierro», «remanecido», «delicio» XX - «catad a
mí», «Su buey empreñó», «amatará», «abastado», «cubijarán», «falsía»
XXI - «feciste», «arredrado», «erguidez», «sei pacífico» XXII
-«engraveció», «derecheza», XXIII - «conocientes», «prendaron buey» (sacar
en prenda), «fambriento», «anochecimiento», «ansí», «fructo», «Alevantá-
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 239

ronse» XXIV - «alimpiará» XXV - «so la agua», «se enpavorece», «ayunta


los mares», «tronido» XXVI - «Lueñe», «vocería»,, «Enseñarvos he», «tor-
bellinarse ha de su lugar» XXVII - «no la conoció la ave», XXVIII - «mi
mancebía» (mocedad), «cadira» (silla), «Víanme mozos y ascondíanse», «len-
gua a su paladar se apegaba», «ojo que me vía», «Bendición de bendiciente»,
«pies yo para el zopo», XXIX - «mis zagueros dias», «aquesto», «forados de
tierra», «sollevó», «asemejado soy a polvo», «Trocádote me has en cruel»,
«acabamiento», «cuita», XXX - «ajenamiento», «en somo de ella», «no di
cobija al mendigo», «aborreciente», «sulcos», (surcos) XXXI - «Zaguero yo
de dias», «fablaré, «arguyente no respondiente», «Hallado habernos
sabiduría, Dios le alanzó y no hombre», «sciencia», «Facedor» XXXII - «gar-
güero», «Derecheza de mi corazón», «espiráculo del Omnipotente me vivifi-
có» «en los dormires sobre el lecho», «castiguerío», «fuesa», XXXIII.
Tras el Cap. XXXIII que, como ya dijimos, fray Luis escribió años des-
pués de todo lo anterior, hallamos también análogas voces y expresiones:
«scientes», «facedores», «espiráculo», «Endemás» (además), «aborre-
ciente», «respectado», «allende», «Demenuzará grandes no pesquisa», «es-
tablecerá postreros después dellos», «estropiezos», «varón sabio oyente de
mí», «sciencia», «hablas suyas no en entendimieto», «entre nosostros palme-
ará» XXXIV - «fructo», «nos aveza allende bestias de tierra», «agora»,
«Sciencia» XXXV «lueñe», «sciencias», «delictos», «castiguerío», «no ci-
mientos so ella», «grosura», «Miémbrate» XXXVI - «se espeluzó», «Avéza-
nos», «agora», «sciencias» XXXVII - «tenebregura», «Para llover en tierra
de no varón, en desierto do en él no hombre. Para hartar yermo y descamina-
da, y producir verduras de yerbas ¿Quén es a la lluvia padre», XXXVIII - «fa-
lar comida», «preñez». «A quien puse desierto casa suya, y tabernáculos del
salitrosa», «sulco». «Herboroso y furibundo», «lueñe» XXXIX - «abájale»,
«agora», «niervos de su vergüenzas», «enhebrados», «fiucia», «alesna» (lez-
na), «miémbrate» XL - «Una con otra se apegan», «encendida y hirviente»,
XLI - «agora», «sciencia», «y id a mi siervo», «y fueron a él catorce mil ove-
jas», XLII.
Muy distinto es el caso de las abundantes correcciones que hallamos en
las exposiciones de los diversos capítulos.
En la Dedicatoria del Libro Tercero de sus Nombres de Cristo, fray Luis
de León había escrito:
«...dicen que no hablo romance, porque no hablo desatadamente y sin
orden, y porque pongo en las palabras concierto y las escojo y les doy su lu-
gar..., y no conocen que el bien hablar no es común, sino negocio de particu-
lar juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que
de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido de
240 ALBERTO NAVARRO

ellas, y aún cuenta a veces las letras, y las pesa y las mide, y las compone, para
que no solamente digan con claridad lo que se pretende, sino también con
armonía y dulzura».
Pues bien, las numerosas correcciones del autógrafo salmenticense
corroboran la verdad de las anteriores afirmaciones, y nos permiten compro-
bar cómo, este gran maestro de Cervantes forja y pule su prosa con arte y es-
mero análogos a los de su maravillosa poesía.
Sin poder traer aquí ni una mínima parte de estas correcciones que, como
las también interesantísimas que aparecen en al autógrafo de la paráfrasis en
tercetos de la Academia de la Historia, deberán recogerse y estudiarse en la ne-
cesaria edición crítica, sí queremos hacer algunas observaciones en torno a las
mismas.
Dejando a un lado las no escasas que se deben a motivos ortográficos, y
que pueden interesar a los estudiosos de la ortografía castellana del Siglo de
Oro, las más frecuentes e interesantes son las que hace fray Luis por el doble
afán de expresarse de forma más precisa y armoniosa.
Entre ellas, las más numerosas son las que hace para cambiar el orden de
colocación de un vocablo dentro de la frase, ya por razones de armonía, ya
por atenerse al orden lógico de la frase castellana: 16
«prueua Dios en su discurso por (manera) manifiesta manera» 4v.
«aunque no es de las cosas que da Dios a los buenos solas o de las que
(siempre) les da siempre, sino de las que por (secreto) orden secreto de su pro-
videncia da a buenos y malos» 10.
«de manera que era Job (abastado de hijos y en) de hijos abastado y en
hacienda rico» 11.
«a quien (le conviene) la qualidad le conviene» 134.
«que (en esto) pensaban agradar a Dios en esto» 181 v.
«como (dize) el original dize» 185.
«bolviendo (sobre sí) Job sobre sí» (185).
Siguen en número e interés las que hace fray Luis para cambiar unos vo-
cablos por otros más precisos, claros o armoniosos:
«dar reposo y (alegrar) regocijar el corazón» 423,
«es propio (a) de Dios la (alteza) grandeza» 493 v.
«esto es que de (copioso) caudaloso que era antes» 497.

16 Lo puesto entre paréntesis está (tachado) en el autógrafo, y lo subrayado está añadido.


EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 241

También son numerosas, aunque ya en menor proporción, las que hace


para añadir vocablos que amplíen o, mejor, precisen su idea:
«Porque su alma, esto es, su razón y su deseo, juzga y apetece» 154 v.
«y el medio con que lo prueba es porque lo vee todo y él es gouernador de
todo» 393.
«nos templa y guisa y haze más sabroso el bien» 449.
En otras ocasiones eliminará vocablos y, como los ripios en poesía, ca-
erán ante la pluma del maravilloso artista de la prosa castellana voces o frases
que no comporten significado o armonía necesarios para la exacta y dulce
expresión de lo que desea decir:
«también nos compone las costumbres (con sabias razones) y nos profeti-
za algunos misterios venideros» 1 v.
«Pues ansí Job (de quien se decia) que era de su natural (simple) recto y
sencillo» 9v.
«por el sonido (y por lo que parecía) no por lo que (en realidad de verdad)
declaradamente dezir quería» 487.
Larra se lamentaba de que en la literatura española escaseaban los escri-
tores «razonables». Con ello, seguramente expresaba su animadversión hacia
prosistas que, como luego verá Azorín en De Granada a Castelar, elaboraban
su prosa sobre moldes oratorios.
Los centenares de correccines que aparecen en el autógrafo salmanticense
manifiestan que fray Luis, maestro de Cervantes y mal predicador, si tiene en
cuenta determinados artificios retóricos, busca en su prosa un ritmo poético,
grave y armonioso, distante del oratorio del otro gran fray Luis y de los
complicados artificios posteriores de un Quevedo o un Gracián.

6. Interés del autógrafo para precisar la evolución


del pensamiento y el estilo de fray Luis.
El P. Félix García, teniendo en cuenta que en el Libro de Job fray Luis,
como antes el Canciller Ayala en su Rimado de Palacio, invirtió unos veinte
años, dice que:
«Entre sus capítulos iniciales, más próximos a la manera pintoresca y vi-
va de los comentarios al Cantar de los Cantares, escritos posiblemente de 1570
a 1572, y los capítulos terminales, rematados en vísperas de su muerte, 1591,
existe una notable diferencia de tono, de pensamiento y de estilo».
El estudio del autógrafo salmanticense manifiesta que fray Luis no en-
mienda, rectifica ni amplía de forma notable ninguna de las ideas expuestas en
los 33 primeros capítulos.
242 ALBERTO NAVARRO

También puede verse en él cómo, aún los diez últimos capítulos que por
la razón antes indicada presentan mayor número de correcciones, tachaduras
y espacios en blanco, los redacta fray Luis con amplitud análoga a los 33 pri-
meros y no muestran signos de cansancio y precipitación.
Claro que el tono y el estilo de la Exposición del Libro de Job varían res-
pecto a los del Cantar de los Cantares y a los de Los Nombres de Cristo y de
La perfecta casada.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que estas últimas obras las escribe
fray Luis cuando está escribiendo también parte áú Libro de Job, sería intere-
sante hacer un cotejo detenido bajo el punto de vista del pensamiento, del to-
no y del estilo, sobre todo entre sus dos obras más extensas y profundas: Los
Nombres de Cristo y el Libro de Job.
Tras la atenta lectura de ambas, creo que las principales diferencias que
entre ellas se perciben se deben fundamentalmente al distinto tono, estilo y
pensamiento que le inspiran a fray Luis los temas a comentar en el Cantar de
los Cantares, Los Nombres de Cristo y La perfecta casada de un lado, y del
otro en el Libro de Job, el poema que hasta ahora —dejados a un lado sus as-
pectos proféticos y sagrados— ha expresado de forma más genial, humana y
desgarrada la presencia del dolor en la vida del hombre que, desconocedor
aún del mensaje trascendente de Cristo, se considera desvalido ser de un dia
abocado al sepulcro.
Ello puede comprobarse si cotejamos, por ejemplo, las conocidas exalta-
ciones que de la vida del pastor y del labriego hace fray Luis en Los Nombres
de Cristo («Pastor») y en La perfecta casada (capítulos 2 y 4), con la siguiente
cruda acusación de los males del «pobre labrador», que bien podrían suscribir
Torres Villarroel, Meléndez Valdés y Gabriel y Galán, y que precisamente fi-
gura en uno de los 32 primeros capítulos:
«Porque sin duda es mal grandísimo al pobre labrador, que con el sudor
suyo y de su familia ha lacerado todo un año, volviendo y revolviendo la
tierra, pasando malos dias y no descansando las noches, madrugando y ayu-
nando, al calor y al hielo, en la cultura del campo, y lo que es mas, confiando
de las aradas ese poco de trigo en que estaba su sustento y su vida; el señor del
suelo donde sembró, ocioso y descansado y durmiendo, al fin de su trabajo,
despojarle de todo el fructo del y comer el ocioso y vicioso tantos sudores aje-
nos, y alegrarse él con lo que el miserable llora y sospira» 17.
Algo análogo cabría decir, si nos fijamos en la verdadera oda en pro-
sa a la noche serena que hallamos en Los Nombres de Cristo al comienzo de

17 Obras Completas Castellanas, edic. cit., Capit. XXXI, vers. 38, p. 1148.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 243

«crían sueños pesados y horribles» a los de «humor melancólico», de que fray


Luis habla en el Libro de Job.
Ahora bien, si vemos que junto a las noches así descritas en los Cap. IV y
VIII, fray Luis en el mismo Cap IV habla de las noches que con su silencio y
tinieblas «ponen sosiego y paz en el pensamiento», y hacen que el alma suba
«al cielo, que entonces por una cierta manera se le abre resplandeciente y
clarísimo... y en medio de la oscuridad de la noche le amanece la luz», creo
que habrá que andar con tiento para ver genéricas y conscientes «simboliza-
ciones», y para afirmar evoluciones y cambios de pensamiento, tono y estilo
que, la mayoría de las veces —repito— le vienen impuestos a fray Luis por el
texto a comentar 18.

Conclusión.
Pocas obras literarias han tenido tan pertinaz y profunda influencia en la
literatura y en la vida occidentales como el Libro de Job, a cuyo autor desco-
nocido Víctor Hugo situaba entre otros genios de la humanidad, como Home-
ro, Esquilo, Isaías, Ezequiel, Lucrecio, Juvenal, Tácito, San Pablo, Dante,
Rabelais, Cervantes y Shakespeare.
La Exposición que del mismo hizo fray Luis de León creo figura en lugar
descollante entre las obras que se ocuparon de la presencia del dolor en la vida
humana, desde el citado Libro de Job a La Peste de Camus, pasando por La
Consolación de Boecio, Las Morales de San Gregorio y los incontables co-
mentarios y tratados consolatorios 19.
Concretándonos al autógrafo salmanticense del Libro de Job de fray
Luis, creo que posee interés para ayudar a aclarar ciertos aspectos relaciona-
dos con dicha Obra, e incluso con la vida de fray Luis.
La importancia del autógrafo nos parece trascendental para ver como
fray Luis componía y pulía su prosa y para realizar la necesaria edición crítica
del Libro de Job.

18 Alberto Navarro González De las noches... de fray Luis a las noches... de Unamuno,
Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, Salamanca 1975, XXII, pag. 33-59.
M a Jesús Fernández Leborans La noche en fray Luis de León, PROHEMIO, Madrid, n°
Abril-Septiembre 1973.
19 Véase el interesante libro de José M a Cabodevilla que, frente a la tradicional exaltación de
la paciencia de Job, se fija en su humanísima impaciencia y desconcierto ante el dolor que inexpli-
cablemente le muerde y le rodé: La impaciencia de Job, (Estudio sobre el sufrimiento humano),
BAC, Madrid 1970, (3 a edic).
244 ALBERTO NAVARRO

«Principe de la paz», o en la también oda en prosa a la mañana que vemos en


La perfecta casada (Cap. VI); y las comparamos con las oscuras y horrorosas
noches que «turban», «espantan», «atemorizan», «espeluzan el cabello» y
En cambio, para ver la evolución o cambio del pensamiento, tono y estilo
de fray Luis a lo largo de los 15 o 20 años que van desde el comienzo hasta la
terminación de su Exposición, poco ayuda el análisis del autógrafo.
Más bien creo que esos cambios deberían comprobarse, cotejando la Ex-
posición del Libro de Job con las restantes obras castellanas escritas por fray
Luis esos mismos años, ya que la mayor parte de ellos le vendrían impuestos
por el hecho de tener que comentar el profundo y amargo libro, sin duda me-
nos «dulce» y «grato» para el catedrático salmantino que El Cantar de los
Cantares, y que la materia a tratar en los «dulces» Nombres de Cristo y en la
también «dulce» Perfecta Casada.
TRADICIÓN Y CONTEXTO EN LA POESÍA DE FRAY LUIS
FRANCISCO RICO
Universidad Autónoma de Barcelona.

La literatura es historia de la literatura, la tradición literaria es condición


de inteligibilidad y de apreciación estética de la obra literaria singular. Quizá
ningún otro poeta del Renacimiento español pide con más urgencia que Luis
de León una nueva lectura a la luz de esos criterios elementales*. Tomemos un
solo verso:

Vivir quiero conmigo...

¿Quién no lo repite de coro? Pero ¿qué edición moderna y solvente le dedica


siquiera una escueta glosa? Sin embargo, el sentido literal y no digamos el al-
cance intelectual de la frase se nos escapan si no tenemos presentes el «non...
tecum esse potes» de Horacio, el «tecum habita» de Persio, el «consistere et
secum morari» de Séneca, etc., etc.,
O bien leamos una estrofa célebre:

¿Es más que un breve punto


el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Las mejores y más recientes ediciones remiten al Somnium Scipionis, a la Na-


turalis historia, a la Elegía Primera de Garcilaso. No basta, y aun tal vez sea
causa de error: pues no es lo mismo citar a una autoridad que poner en verso
un rudimento, de manual, ni se confunden imitar a Garcilaso y evocar a Ho-
mero. Porque la lira no parte de un hallazgo de Cicerón o Plinio, sino de un
topos de enciclopedia o libro de texto, durante milenios reiterado ipsissimis
verbis, incluso en prosa y verso españoles; ni la versión de fray Luis se limita a
remontarse a Garcilaso: antes compite con él, y lo vence, en recrear la noción
y la formulación escolares sacando a relucir un lugar homérico («lo que es, lo
que será, lo que ha pasado»), borroso en el toledano (de ahí que no le señala-
ran los escoliastas) y, en cambio, aducido ya por Epicuro y Metrodoro con
* Las presentes páginas son solo un breve extracto de la comunicación presentada oralmente.
246 FRANCISCO RICO

iguales miras que en la Noche serena (marco, por otro lado, probablemente en
particular dependencia de las Turculanas).
Demos un poema entero por último ejemplo. No solo los estudiosos no
han identificado al «Cherinto» a quien se destinan Las Serenas, sino que han
advertido —así el Padre Vega— que «el argumento de esta oda es difícil de
precisar». Pero «Cherinto» es sencillamente el «Cerinthus» a quien la apa-
sionada Sulpicia deseaba atraer a sí, como sirena, con cantos de amor que las
viejas ediciones del corpus Tibullianum solían titular Ad Cherintum: y al per-
catarnos de la fisonomía (o la máscara) del destinatario, el pretexto argumen-
tal de la oda se aclara sin mayores problemas.
La tradición literaria, pues, ofrece un trasfondo imprescindible para en-
tender versos, estrofas, poemas de fray Luis. Otro tanto podría comprobarse
(por largo) en «los más simples y breves elementos significantes», cuya impor-
tancia en las odas ha tendido a rebajar un admirado maestro. Para mí, en
cambio, los refinamientos de estilo, el primor con que «cuenta a veces las
letras y las pesa y las mide» (según confiesa, con una discreta alusión entre
bíblica y ciceroniana), el arte de la forma mínima, constituyen los supremos
logros de fray Luis. Conviene realzar, en cualquier caso, que los tales logros se
descubren tan en deuda con una cierta tradición cuanto en polémica con otra.
Pienso, claro, en la tradición clásica (y neolatina) y en la tradición vulgar (cas-
tellana, italiana o italianizante).
La vena más ilustre de la poesía romance, la nacida de Petrarca, era rica
en motivos, resonancias y patrones clásicos; pero en conjunto distaba de ser
substancial, constitutivamente clásica: se quedaba en rama ennoblecida —por
injertos antiguos— del frondoso tronco vulgar. Los timbres estrictamente clá-
sicos no podían reclamarlos sino la poesía neolatina, entonces, al mediar el
siglo XVI, en el momento de sumo esplendor (el propio Garcilaso, cuando
quiso asumir cabalmente el clasicismo, optó por el camino liso, llano y de-
recho de escribir en latín). No obstante, el «nuevo estilo».que fray Lüí§:incul-
caba a Grial (o el Brócense proponía en 1574) aspiraba a conseguir en castella-
no la meta que muchos creían solo alcanzable en la lengua sabia. Permítaseme
decirlo así, habida cuenta del contexto literario de la época: fray Luis es un
poeta neolatino en romance.
Los humanistas deploraban especialmente en la lírica vulgar la falta de
las exquisiteces formales que eran el encanto del verso clásico. «Poetae illi vul-
gares et illiterati —denunciaba en Salamanca Arias Barbosa— pedum acci-
dentia, sublationes, positiones, témpora, resolutiones, figuras, proportiones
totamque hanc vel praecipuam prosodiae scientiam penitus ignorant». Apro-
piarse en castellano de esos recursos más sutiles era parte vital del designio de
fray Luis. Pero la medida en que el intento de superar el mero italianismo del
TRADICIÓN Y CONTEXTO EN LA POESÍA DE FRAY LUIS 247

pasado reciente forzaba a las coincidencias con los poetas neolatinos se ilustra
en otros aspectos con mayor facilidad que a propósito de «los más simples y
breves elementos significantes».
Recojamos por muestra Las Serenas arriba mencionadas. Si la oda se di-
rige «A Cherinto», es inútil buscar el apellido «'Chirino' en Cuenca y su pro-
vincia» (como hacía el bueno de Coster); aún si no hubiéramos reconocido a
«Cerinthus», lo primero debiera haber sido notar un uso corriente de los vates
neolatinos: dirigir el poema a un personaje disfrazado con nombre antiguo, y
a menudo al destinatario de una pieza clásica. Así, «Ad Avitum», «Ad Pris-
cum», «In Carinum»..., o «Ad Charillum», «In Posthumum», «Ad Polycar-
mum»..., por espigar algún epígrafe, únicamente del apéndice de Juan Petre-
yo a los Divae Magdalenae Libri IV (Toledo, 1552) y de los Poética de Diego
Salvador (Salamanca, 1558). Ni para dar ejemplos es necesario pasar de los
epígrafes, que en la mitad de las odas de fray Luis se limitan o se detienen a
nombrar al amigo a quien se endereza la composición. Pues tal rasgo no es
sencillamen^un reflejo de los modos horádanos, sino más bien de las intitula-
ciones rituales en la lírica neolatina: lírica en gran parte de circunstancias, de
academia o círculo de entendidos que se complacen en enviarse poemas que
elevan a categoría y arte selecta las anécdotas de la experiencia entrañable-
mente compartida.
Típica al respecto es la «Canción al nacimiento de la hija del Marqués de
Alcañices». Llobera y Macrí la han vinculado a «la canción de Herrera a don
Juan de Austria {Cuando con resonante), con motivo de la rebelión de los mo-
ros en las Alpujarras en 1571, del mismo género encomiástico». No osaría yo
subscribir la última frase. Los versos de fray Luis pertenecen a otro género,
nada conspicuo en vulgar, pero comunísimo entre los autores neolatinos, en
España y fuera de España: el genethliacus (o, en griego, para mayor claridad,
genethliacori), escrito a manera de horóscopo en ocasión de un natalicio o
cumpleaños.
Los paralelos casi podrían multiplicarse por el número de odas del agusti-
no. Alberto Blecua acaba de llamar la atención, con pleno acierto, sobre el de-
sinterés de fray Luis por los temas amorosos, a salvo cinco sonetos
verosímilmente extraños a la colección de sus obras poéticas, donde, como
fuera, «apenas» hay textos «que se parezcan ligeramente al acervo lírico,
impreso o manuscrito, de su tiempo». Entiéndase, por supuesto —con el prof.
Blecua—, 'acervo lírico en castellano'. Porque, como se verá en el capital in-
ventario de Juan F. Alcina, la poesía hispanolatina del Quinientos permite do-
cumentar pródigamente todas esas divergencias de fray Luis en relación con
las tradiciones vernáculas, con el contexto romance, E incluso nos sorprende-
rá, ahí, comprobar que la relativa escasez de los versos de amor solo se reme-
dia un poco merced a la influencia del petrarquismo en vulgar...
248 FRANCISCO RICO

Pero no es hacedero recorrer ahora semejantes veredas. Conluiré, por


tanto, con una minucia harto sintomática. Fresco está aún el análisis, esplén-
dido como suyo, que Fernando Lázaro ha brindado de las liras «Al licenciado
Juan de Grial». En esa prodigiosa invitación «a lo estudiosos nobles», al lle-
gar los fríos, don Fernando ha resaltado copiosos rastros de clásicos y huma-
nistas, y en particular la decisiva huella de una praelectio de Poliziano en
metro de Horacio. Un «elemento compositivo del cuadro otoñal» pintado por
fray Luis, sin embargo, cree ausente de la tradición previa el docto y segaz co-
mentarista: «la incorporación de 'el ave vengadora del íbico', es decir, la
grulla. No la he encontrado —precisa— en ningún diseño clásico ni
humanístico». Mas ni siquiera en tal aprieto nos falla el cotejo con la poesía
neolatina. La praelectio y la prolusio de andadura lírica fueron también culti-
vadas en España, y, así, entre los carmina de Alvar Gómez de Castro —cuya
edición tiene en prensa Antón Alvar—, se halla un pulida exhortación «Ad
Plinianae lectionis sodales» («Phoebi...corus» presto a aprender «quae ex
adytis refert Apollo»). La apertura, al esbozar el paisaje otoñar de rigor, nos
depara el rasgo que asimismo aprovechó fray Luis:

et quaerunt calidos grues recessus.

Hay grullas y grullas. Pero todas vuelan en un horizonte.


ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS
RICARDO SENABRE
Universidad de Extremadura. Cáceres.

Al comentar la canción V de Garcilaso («Si de mi baja lira»), Herrera se


sintió obligado a mostrar su desacuerdo con el verso 8 o , «las fieras alimañas»,
y lo hizo con palabras tajantes que constituyen, en síntesis, una «ars poética»:

Alimañas. Dicción antigua y rústica, y no conveniente para


escritor culto y elegante. Porque ninguna cosa debe procurar tan-
to el que desea alcanzar nombre con las fuerzas de la elocución y
artificio, como la limpieza y escogimiento y ornato de la lengua.
No la enriquece quien usa vocablos humildes, indecentes y comu-
nes, ni quien trae a ella voces peregrinas, inusitadas y no signifi-
cantes; antes la empobrece con el abuso. Y en esto se puede dese-
ar más cuidado y diligencia en algunos escritores nuestros, que se
contentan con la llaneza y estilo vulgar, y piensan que lo que es
permitido en el trato de hablar, se puede, o debe transferir a los
escritos; donde cualquiera pequeño descuido ofende y deslustra
los conceptos y exornación de ellos; mayormente en la poesía, que
tanto requiere la elegancia y propiedad, no sólo simple, pero figu-
rada y artificiosa '.

No podemos conjeturar qué hubiera hecho fray Luis de León de haber


podido conocer estos juicios cuando, unos años antes, se aplicaba a componer
la oda a Santiago, en cuyo segundo verso reproduce las mismas palabras de
Garcilaso:

Las selvas conmoviera,


las fieras alimañas, como Orfeo,
si ya mi canto fuera
igual a mi deseo,
cantando el nombre santo Zebedeo 2.
1 Cito por la ed. de A. Gallego Mordí, Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, Granada,
Universidad, 1966, p. 389.
2 Los textos de fray Luis se citarán, salvo que se indique io contrario, por la ed. del P. Ángel
C. Vega (Madrid, Saeta, 1955), tal vez con leves modificaciones en la puntuación.
250 RICARDO SENABRE

En todo caso, el maestro no tuvo empacho alguno en repetir «salvajes ali-


mañas» en unos versos de los Nombres de Cristo 3, libro impreso cuando ya
circulaban las Anotaciones de Herrera. De cualquier modo, no se trata ahora
de calibrar la razón o sinrazón de Herrera en su desdén por los «vocablos hu-
mildes» 4, sino de recalcar que las «fieras alimañas» de la oda luisiana tienen
su origen inmediato en la canción de Garcilaso. La reiteración del sintagma es
tan sólo un indicio; la prueba está en su inclusión en un movimiento expresivo
afín al que fray Luis no pudo sustraerse. Recordemos elípticamente los versos
de Garcilaso:

Si de mi baxa lira
tanto pudiesse el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento...

y en ásperas montañas
con el suave canto enterneciesse
las fieras alimañas,
los árboles moviesse... 5

Constituyen las dos primeras liras, como es obvio, una prolongada próta-
sis condicional, artificio básico en la primera parte de la composición. Burda-
mente prosificado, el razonamiento discurriría así: «Si el son de mi lira pu-
diese aplacar el viento, y su canto enterneciese las fieras alimañas y moviese
los árboles...» Cotejemos los dos últimos versos citados con los dos primeros
de fray Luis, que al P. Vega se le antojaban «reminiscencia clásica de las odas
pindáricas 6 :

Las selvas conmoviera,


las fieras alimañas...

A la identidad del segmento «las fieras alimañas» hay que añadir la indu-
dable vecindad entre «los árboles moviese» y «las selvas conmoviera», produ-
cida por la análoga ordenación sintáctica, por la igualdad morfológica que

3 Ed. C. Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, p. 306. Cfr. también «alimañas» en p. 526.
4 Tamayo de Vargas, por ejemplo, discrepa abiertamente de Herrera con respecto al término
alimañas (cfr. A. Gallego Morell, ob, cit., p. 603).
5 Utilizo la ed. de Elias L. Rivers 2 (Madrid, Castalia, 1968). Los pasajes citados no figuran
entre los discutidos por A. Blecua, En el texto de Garcilaso, Madrid, ínsula, 1970.
6 En su nueva edic. de Poesías, Barcelona, Planeta, 1970, p. 64.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 251

ofrecen el número del sustantivo y el tiempo verbal, y, finalmente, por la se-


lección de un léxico afín por contigüidad {árboles / selvas) o por derivación
(moviese / conmoviera). Todo ello, además, depende de una estructura hipo-
tética que en Garcilaso brotaba enunciada desde el principio y cuya aparición
relegará fray Luis al tercer verso: Si de mi baja lira / si ya mi canto. La desa-
parición del término lira en el poeta agustino ha dejado, como compensación,
una pista inequívoca: la referencia a Orfeo. La calificación de la lira garcila-
siana como «baja» —y lo que este rasgo significa— halla un correlato a lo lar-
go de dos heptasílabos de fray Luis: «Si ya mi canto fuera / igual a mi deseo».
Parece indudable, pues, que el movimiento inicial de la canción V y la organi-
zación de sus elementos constituyen factores de peso que operan decisivamen-
te en el ánimo de fray Luis cuando éste se decide a tomar la pluma para com-
poner la oda a Santiago 7 . Y no son estos los únicos ecos que resuenan en la
oda. Garcilaso evoca (vv. 16 ss.) a «aquellos capitanes»

por quien los alemanes,


el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados.

Y fray Luis (vv. 8 ss.) canta al Apóstol

por quien son las Españas


del yugo desatadas
del bárbaro furor, y libertadas.

Una vez más, el diseño de los versos de Garcilaso parece haber condi-
cionado el impulso creador de fray Luis, en un marco ponderativo de gráfí"si-
militud. En primer lugar, sé ha mantenido la traiectio retórica; por otra parte,
hay analogías morfológicas entre elementos situados en posición equivalente
(los alemanes / las Españas; el fiero cuello atados / del yugo desatados)^ de-
sarrollos semánticos de obvia filiación: el término yugo de fray Luis deriva de
la suma de las nociones 'fiero cuello' y 'atar' de Garcilaso. Por último, las an-
tonimias —también en posición análoga— entre atados / desatadas y domesti-
cados / libertadas acreditan un real parentesco y no una coincidencia fortuita.
Al aceptar las constricciones impuestas por lo que Samuel R. Levin llama la
«matriz convencional» 8 , fray Luis ha tenido presente el modelo de Garcilaso,

7 Esta circunstancia invita a pensar en una fecha temprana de redacción, como suponían Llo-
bera y Aubrey C. Bell, opinión que no comparten otros estudiosos de la obra luisiana (cfr. A.
Coster, en Revue Hispanique, XLVI, 1919, p. 225; O. Macrí, La poesía de fray Luis de León, Sa-
lamanca, Anaya, 1970, p. 364).
8 En Estructuras lingüísticas en la poesía, Madrid, Cátedra, 1974, pp. 65 ss.
252 RICARDO SENABRE

que supuso la introducción de la lira en España 9, y esta atención ha dejado


huellas evidentes. Los esquemas sintácticos examinados y su distribución
métrica son de tal modo equivalentes que aconsejan leer con tiento otros ver-
sos de la oda, como aquellos (vv. 79-80) en que el poeta, dirigiéndose a Espa-
ña, vaticina:

... te verás derrocada,


en sangre, en llanto y en dolor bañada.

Y Garcilaso, al referirse ai «fiero Marte airado» í0 , lo había caracterizado


así:

... a muerte convertido,


de polvo y sangre y de sudor teñido.

En un contexto similar de muerte y destrucción, lo que fray Luis repite,


sin duda inconscientemente, es lo que Gianfranco Contini ha llamado n una
«figura rítmica», esquema expresivo en el que la reducción o incluso la desa-
parición de los elementos léxicos del modelo es indiferente si, a cambio, se
mantienen ciertos rasgos estructurales —aquí de naturaleza métrica y
sintagmática— que permiién la identificación de la fórmula originaria. En el
caso de los versos de fray Luis, la reiteración del término sangre y la analogía
entre el segmento luisiano en dolor bañada y el de Garcilaso de sudor teñido
corroboran la impresión de que nos hallamos de nuevo ante un recuerdo pro-
cedente de la canción V. Pero, además, en este camino desde la sintaxis y el lé-
xico hasta el ritmo del enunciado, el paso siguiente nos conduce a la reminis-
cencia casi meramente fónica. Recordemos de nuevo cómo Garcilaso desea
que el son de su lira aplaque «la ira»

9 Y de ello se percataban los contemporáneos. En su Arte poética en romance castellano


(1580), Sánchez de Lima ilustra sus consideraciones sobre la lira copiando, en primer lugar, el co-
mienzo de la canción V, y añadiendo luego un ejemplo de Montemayor y otro de Figueroa (cfr.
ed. Balbín Lucas, Madrid, C.S.I.C., 1944, p. 95).
10 La expresión es tópica, y el mismo Garcilaso menciona de nuevo a «Marte airado» en la
égloga II (v. 1379); pero no estará de más recordar que fray Luis utilizó el sintagma «el fiero Mar-
te airado» en la canción al nacimiento de la hija del Marqués de Alcañices («Inspira nuevo
canto»), y «el Marte airado» en la oda a don Pedro Portocarrero («La cana y alta cumbre»), y
que ambas composiciones pueden situarse, con bastante seguridad, en los años 1569-1570.
11 En su importante trabajo «Un 'interpretazione di Dante', publicado en la revistaParago-
ne en 1965 e incorporado luego al libro Varianti e altra lingüistica, Torino, Einaudi, 1970, pp.
369—405; existe, además, una traducción francesa, con el título «Dante et íamémoire poétique»,
enPoétique, 27, 1976, pp. 297-316. Cfr. también R. Paoli, «Strutture mnemoniche nella poesia di
Antonio Machado» (il Bimestre, I, 1969, pp. 16-18) y mis «Estructuras mnemónicas en la poesía
de Espronceda», en Revista de estudios extremeños, XXXIV, ii, 1978, pp. 5-20.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 253

del animoso viento


y la furia del mar y el movimiento.

Fray Luis, por su parte, evoca «la mar de Berbería» y la flota musulmana
dispuesta a invadir España, y escribe:

Con voluntad conforme


las proas contra ti se dan al viento,
y con clamor deforme
de pavoroso acento
avivan de remar el movimiento.

Hay elementos comunes en el contexto —el viento, el mar, subrayados


por un rasgo sonoro: son / clamor— que justifican la adopción, por parte de
fray Luis, de los dos versos finales de la lira:

del animoso viento / de pavoroso acento


y la furia del mar y el movimiento / avivan de remar el movimiento

La estructura acuñada por Garcilaso actúa como modelo rítmico y fóni-


co. En la «memoria» de fray Luis se reproduce, así, un esquema cuyo valor
significativo global se ha independizado ya de sus componentes semánticos,
pero que se presenta como hallazgo irrenunciable en un contexto marcado por
la presencia de ciertos elementos léxicos.
Claro está que fray Luis, como todo poeta, recibe, pero también trans-
forma y elabora. Y en este proceso, perfectamente analizable en todo artista,
algunas fórmulas propias se convierten a la vez en modelos repetibles para su
mismo creador. Examinemos algún caso. Como es sabido, la datación de la
mayoría de las odas luisianas es sumamente insegura. En el caso de la
«Profecía del Tajo», muchos comentaristas le han asignado una fecha
temprana, y sólo Llobera la juzga porterior a la oda a Santiago. En el estado
actual de las investigaciones, ninguno de los datos que poseemos es concluyen-
te, lo que explica las enormes divergencias entre los estudiosos. Las fechas
conjeturadas para la composición de la «Profecía del Tajo» van desde 1551
hasta 1580, y esta llamativa oscilación sería suficiente para hacernos meditar
acerca de las múltiples lagunas que hay todavía en nuestro conocimiento de la
poesía de fray Luis, No obstante, la idea de que la oda a Santiago y la
«Profecía del Tajo» son obras cercanas entre sí —y, a mi modo de ver, más
juveniles de lo que pensaba Llobera— puede apoyarse en la confrontación de
dos pasajes que ilustran sobre el nacimiento de un esquema sintáctico y su
254 RICARDO SENABRE

aprovechamiento posterior, ya como «figura rítmica». En la oda a Santiago


leemos (vv. 71 ss.):

Esfuerza, viento, esfuerza,


hinche la santa vela, hiere en popa;
el curso haz que no tuerza
do Abila casi topa
con Calpe, hasta llegar al fin de Europa.
Y tú, España, segura
del mal y cautiverio que te espera,
con fe y voluntad pura
acude a la ribera...

Reconstruyamos el contexto. Se trata de dos apelaciones: la primera, al


viento que impulsa la nave en que viaja el cuerpo del apóstol Santiago hacia
España; la segunda, a los fieles, para que acudan a recibir y honrar a quien les
salvará de las próximas desgracias. La urgencia es nota característica del con-
tenido 12, y se expresa mediante recursos estilísticos bien notorios en los que
ahora no es preciso detenerse. Tampoco se tendrá en cuenta la sospecha de
Macrí n según la cual nos hallaríamos ante una reminiscencia de Garcilaso
(égl. II, vv. 734-736): «Ay viento freco y manso y amoroso, / almo, dulce,
sabroso! Esfuerza, esfuerza / tu soplo...» Lo decisivo es que se ha producido
aquí un hallazgo, y que fray Luis lo aprovechó, más sabiamente aún, en la
«Profecía del Tajo» (vv, 61-62):

Acude, acorre, vuela,


traspasa la alta sierra, ocupa el llano...
Si cotejamos ambas parejas de versos advertiremos inmediatamente su
cercanía. También en la «Profecía del Tajo» se trata de una apelación, en este
caso al rey Rodrigo, para que se apresure a detener la invasión sarracena. El
mismo carácter de urgencia, pues, que en la oda a Santiago, y un trasfondo
histórico y temático afín. Los procedimientos estilísticos serán los mismos,
aunque la selección de términos es mucho más feliz. El imperativo acude que
brotaba en el v. 79 de la oda a Santiago 14 encabeza ahora la enumeración.

12 Anota el P. Vega en su ed. cit. de 1970, p. 67: «Es admirable el movimiento de estas estro-
fas, que quieren competir en rapidez con la nao dichosa».
13 Ob. cit., p. 366.
14 Es lugar en que discrepan los códices. Algunos ofrecen ocupa la ribera. Pero acude está
más de acuerdo con las nociones de movimiento de la estrofa anterior, de la que es correlato, y,
además, no establece asonancia con el adjetivo pura del verso precedente.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 255

Frente a la repetición de esfuerza, fray Luis ha preferido ahora una gradación


de tres imperativos, pero la huella del modelo anterior pervive, no sólo en el
mantenimiento de tres elementos yuxtapuestos, sino en la asonancia esfuerza
/ vuela. El segundo verso conserva la división en dos hemistiquios, cada uno
de ellos gobernado por un nuevo imperativo, y a la reiteración de la estructura
rítmica se une de nuevo la asonancia:

hinche la santa vela / traspasa la sita sierra

Y hay algo más. En la «Profecía del Tajo», tras la lira encabezada por los
dos versos citados aparece otra —probablemente derivada de Horacio— y, a
renglón seguido, una nueva estrofa en que resurgen los rasgos conativos in-
terrumpidos por la anterior:

Y tú, Betis divino,


de sangre ajena y tuya amancillado...

Se reanuda, así, el paralelo, ocasionalmente truncado, con los versos de


la oda a Santiago citados antes:

Y tú, España, segura


del mal y cautiverio que te espera...
Las diferencias léxicas no pueden hacer olvidar semejanzas patentes. Pa-
ra empezar está el hecho de que ambas estrofas surgen como continuación de
las anteriores: «Esfuerza, viento, esfuerza.. Y tú, España...»; «acude, acorre,
vuela, [Rodrigo]... Y tú, Betis...» En segundo lugar, la misma fórmula —«y
tú...»— encabeza los dos enunciados, y en ambos el vocativo es un nombre
geográfico. Por si esto no fuera suficiente, las analogías sintácticas no se li-
mitan a la reiteración homofuncional de elementos conativos, sino que se ex-
tienden al resto de la frase mediante expansiones preposicionales: el Betis está
«amancillado de sangre ajena»; España, «segura del mal». Por último, no pa-
rece necesario insistir en que los caracteres semánticos que ofrecen los versos
de ambas odas revelan un parentesco cercano: el «mal y cautiverio» de España
—por obra de los musulmanes— tiene mucho que ver con el Betis «amancilla-
do» de sangre por la invasión de los árabes.
A pesar de la existencia de indudables retoques, se advierte todavía, en las
que sin duda son obras primerizas, el trabajo de tanteo, la búsqueda de módu-
los que el poeta varía y experimenta. A veces, la huella perdura con cierta niti-
dez; en otras ocasiones se hace borrosa o desaparece por completo. En la oda
«La cana y alta cumbre», sobre cuya datación hay pocas vacilaciones (1569 o
256 RICARDO SENABRE

principios de 1570), se evoca a don Alfonso Portocarrero en plena batalla


contra los moriscos (vv. 55-60):

Como en la ardiente arena


el líbico león las cabras sigue,
las haces desordena
y rompe y las persigue
armado relumbrando,
la vida por la gloria despreciando.

Dos elementos caracterizadores se funden en la apología del caballero: su


comparación con el león de Libia y sus armas que relumbran. Ambos reapare-
cerán, y probablemente muy poco tiempo después, en la oda a Santiago, cuan-
do el Apóstol surge, «un otro Marte hecho», a socorrer a los cristianos:

Vesle de limpio acero


cercado y con espada relumbrante;
como un rayo ligero
cuanto le vá delante
destroza y desbarata en un instante,
(vv. 121-125)
Como león hambriento
sigue, teñida en sangre espada y mano,
de más sangre sediento,
al Moro que huye en vano...
(vv. 131-134)
Otros versos de la oda a Santiago parecen haber repercutido en un texto
posterior. Dirigiéndose a España, el poeta vaticina (vv. 76-80):
Que tiempo será cuando,
de innumerables huestes rodeada,
del cetro real y mando
te verás derrocada,
en sangre y llanto y en dolor bañada.

A cualquier lector de fray Luis le resulta familiar el segundo verso, muy


cercano, en efecto, al segundo de la estrofa con que se inicia« Cuando con-
templo el cielo»:

Cuando contemplo el cielo


de innumerables luces adornado,
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 257

y miro hacia el suelo,


de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado...

Aunque la huella pueda parecer muy diluida, el esquema del verso «de in-
numerables huestes rodeada», que reaparece ahora —indudablemente varios
años después—, arrastra elementos contextúales afines: la determinación tem-
poral, marcada por la presencia de cuando en los dos casos; la expresión de la
«caída» en el verso 4 o (te verás derrocada / [suelo] de noche rodeado), unida a
la vecindad fónica entre derrocada y rodeado', la estructura del verso de cierre:
en sangre y liando y en dolor bañada / en sueño y en olvido sepultado. Claro
está que ambas odas caminan por senderos diferentes; sin embargo, ciertas le-
janas analogías han provocado el rebrote del esquema inicial, convertido ya
en figura rítmica e independizado del contexto en que nació.
Todos estos datos, estos ecos de voces propias y ajenas cuyo análisis dete-
nido está por hacer, revelan, al menos, la presencia de un poeta agudamente
sensible a las estructuras rítmicas y a las sustancias de expresión. Además, si la
percepción sensorial de fray Luis le resultaba insuficiente —lo que, natural-
mente, no podemos saber—, tenía a la mano, como todos los humanistas del
XVI, referencias de numerosos gramáticos, seguidores a distancia de Dionisio
de Halicarnaso, acerca de los sonidos de la lengua y de su presunto valor signi-
ficativo. Con respecto a la s, por ejemplo, ya había indicado Messala que
expresaba «sibilum quemdam potius quam vocem humanam», y Marciano
Capella, con mayor precisión fonética, indicaba que la s «sibilum facit denti-
bus verberatis» 15. Todavía recordaba Nebrija en su Diccionario, a propósito
de la r. «persius litteram caninam appellat». Una aclaración cumplida de esta
curiosa calificación ofrece, entre otros, Alejo de Venegas: «La r se forma po-
niendo el pico de la lengua empinado en el paladar superior, de suerte que ha-
ga un temblor que imite la risa que hazen los perros» 16. Y hasta Covarrubias
acoge la vieja tradición: «Llamáronla letra canina, por el estridor con que se
pronuncia, como el perro quando regaña». Ya mucho antes, en 1525, el influ-
yente Pietro Bembo había establecido un completo código de corresponden-

15 Apud A. Alonso, «Examen de las noticias de Nebrija sobre antigua pronunciación espa-
ñola», en NRFH, III, 1949, p. 33. Sobre el origen remoto de estas teorías, cfr. I. Fónagy, «Le lan-
gage poétique: forme et fonction», en el vol. Problémes du langage, Paris, Gallimard, 1966, p.
75.
16 Apud A. Alonso, De la pronunciación medieval a la moderna en español, I, Madrid, Gre-
dos, 1967, p. 99. También Forcellini {Lexicón totius latinitatis) documenta con el testimonio de
varias autoridades esta noticia: «Haec littera dicta est canina, quia canes provocati eam videntur
exprimere: unde hirrire dicuntur».
258 RICARDO SENABRE

cias entre articulaciones fonéticas y valores semánticos 17, para concluir: «Co-
nosciute ora queste forze tute delle lettere, torno a diré, che secondamente che
ciascuna voce le ha in sé, cosi ella é ora grave, ora leggiera, quando áspera,
quando molle, quando d'una guisa e quando d'altra; e quali sonó poi le guise
delle voci, che fanno alcuna scrittura, tale é il suono, che nel mescolamento di
loro esce o nella prosa o nel verso, e talora gravita genera e talora piacevolez-
za» 18. Bien había aprendido la lección Cáscales cuando, en 1617, aseveraba
que el poeta
a de tener conocimiento de las virtudes de las letras. Qual es llena
y sonora, qual humilde, qual áspera, qual agradable, qual larga,
qual breve, qual aguda, qual grave, qual blanda, qual dura, qual
ligera, qual tardia. La a es sonora y clara. La o, llena y grave. La i
aguda y humilde. La u sutil y lánguida. La e de mediano sonido.
En las consonantes se consideran espiritu y sonido: el espiritu dize
en si estridor y rechinamiento: el sonido, sacudimiento, aspereza,
retintin y bramido. La fy s son espirituosas [...]. L, m, n, son
blandas [...]. La r suena ásperamente [...]. La z significa un sordo
ruido... 19

Tampoco dejó Cáscales de notar el valor de algunas agrupaciones fóni-


cas:

Las quales [consonantes) juntas con otras consonantes,


cobran más fuerca y aliento. Porque mas suena tumba que no tu-
ba-, y mas suena planto que no plato', y mas suena canto que no ca-
to.

Pero no eran sólo teorías. Se podía aprender —como hizo fray Luis en la
práctica de Virgilio, que ofrecía incontables ejemplos de expresividad fónica
20
. Y existían además, aplicaciones críticas de estos principios, como las muy

17 Así, por ejemplo, de todas las vocales «miglior suono rende la A; con ció sie cosa che ella
piü di spirito manda fuori, perció che con piü aperíe labbra ne 7 manda e piü al cielo ne va esso
spirito»; IÜLQS «molle e dilicata e piacevolissima», y la i? «áspera ma di generoso spirito» {Prose
della volgar lingua, II; ed. C. Dionisotti2, UTET, 1966, pp. 148 ss.).
18 Ed. cit., pp. 150 s.
19 Tablas poéticas, diálogo V; apudla Vinaza, núm. 422, col. 943. En cuanto al posible valor
de laz, conservamos una caracterización atribuida por Capella a Apio Claudio (Forcellini, s. v.):
«2 idcirco Appius Cladius detestatur, quod dentes mortui, dum exprimitur, imitatur».
20 Entre los varios trabajos dedicados a este asunto, cfr. el reciente de W.M. Clarke, «ínten-
tional Alliteration in Vergil and Ovid», en Latomus, XXXV, 1976, pp. 276-300. Con carácter más
general es siempre útil la consulta del libro clásico de Marouzeau (Traite de stylistique latiné) o de
N.I. Herescu, La poésie latine. Étude des structures phoniques, París, Les Belles Lettres, 1960.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 259

numerosas observaciones de Herrera esparcidas a lo largo de sus Anotaciones


a Garcilaso 21. En este ámbito de preocupaciones estilísticas se mueve fray
Luis, y en él encajan perfectamente las archiconocidas palabras de los
Nombres de Cristo: «Pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su
lugar, porque [...] el bien hablar no es común, sino negocio de particular juy-
cio, ansí en lo que se dize como en la manera como se dize, y negocio que, de
las palabras que todos hablan, elige las que convienen, y mira el sonido dellas,
y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa y las mide y las compone...» 22 Si esta
minuciosa atención a factores como el sonido y la contextura de los vocablos
opera —como sucede, en efecto— en la prosa luisiana, no puede resultar
sorprendente que tal actitud se manifieste asimismo en la obra poética. Las
ocasiones y los procedimientos son de muy variada índole, pero en todos los
casos se trata de subrayar y realzar los valores de contenido del texto 23. Exa-
minemos algunos casos, sin ánimo de agotar el muy abundante repertorio que
la poesía de fray Luis ofrece al lector atento.
Volvamos, para reanudar el hilo, a la oda de Santiago (versos 3-5):

...si ya mi canto fuera


igual a mi deseo,
cantando el nombre santo Zebedeo.

21 Así, la presencia de muchas consonantes en un verso lo hace «grave, tardo y lleno» (ed.
cit., p. 297); las vocales «suenan más dulcemente que las consonantes» (p. 321), aunque hay ca-
sos, como el de /, cuya aliteración es suave (p. 373); a propósito de unos versos de Virgilio gober-
nados por la forma verbal canebat observa Herrera que las aliteraciones detyd «representan bien
el gesto del que canta» (p. 405). Comentando el verso de Garcilaso «que las agudas proras
dividían (Égl. II, 1625) anota Herrera lacónicamente: «Áspero número es cuando se juntan pa-
labras de tres o cuatro consonantes. Pero en este lugar es conveniente» (p. 544).
22 De los nombres de Cristo, ed. cit., p. 497.
23 Sobre los problemas teóricos que plantean estas cuestiones, ya suscitados hace años por
Sapir («A Study in Phonetic Symbolism», en Journal of Experimental Psychology, 1929, pp. 225-
239) y nunca abandonados por los psicólogos (cfr. M. Wertheimer, «The Relation between the
Sound of a Word and its Meaning», en American Journal of Psychology, 71, 1958, pp. 412-415),
hay numerosos estudios en los últimos años, cfr. el libro de J.M. Peterfalvi, Recherches espéri-
mentales sur le symbolismephonétique, París, CNRS, 1970. Con una orientación distinta, P. Del-
bouille, Poésie et sonorités, Paris, Les Belles Lettres, 1961; P.R. León, Essais de phonostylisti-
que, Paris, Didier, 1971; C. Tatilon, Sonorités et texte poétique, Paris, Didier, 1976. Cfr. tam-
bién las consideraciones de E. Aíarcos Llorach en «Fonología expresiva y poesía» [1950], en el
vol. Ensayos y estudios literarios, Madrid, Júcar, 1976, pp. 219-236; y las páginas del mismo
autor dedicadas a la «expresividad del material fónico» en La poesía de Blas de Otero 2 , Salaman-
ca, Anaya, 1973, pp. 139 ss., y znÁngelGonzález, poeta, Oviedo, Universidad, 1969, pp. 163 ss.
260 RICARDO SENABRE

Anota Macrí: «Obsérvese la aliteración temática: 'canto... cantando', no


más elegante que los dos 'canto' en rima de la oda IV, 1-3» 24. Ahora bien:
más que de aliteración temática habría que hablar simplemente de un fenóme-
no de aliteración 25 unido a una «derivatio» retórica, que es la establecida
entre canto y cantando. Lo decisivo son las aliteraciones del tercero de los ver-
sos citados, basadas en la repetición de un grupo vocal + nasal + dental (c-ant-
and-o / s-ant-ó) —reforzada por otra nasalización (nom-bré)— y en una rima
interna en á-o entre los dos vocablos aliterados. Fray Luis anticipa, con la
práctica, la reflexión de Cáscales: «más suena canto que no cato». Porque, en
realidad, el designio del poeta es reforzar la noción de 'canto' que gobierna to-
da esta lira; en consecuencia, ha traducido fónicamente el sema 'sonoridad'
que comportaba la forma verbal. Algo similar acontece en la oda «Alma re-
gión luciente», donde el Pastor divino, rodeado del «hato» de sus fieles, toca
el rabel y

con dulce son deleita el santo oído.


(v. 25)

También aquí, las aliteraciones de grupos con nasal —con, son, santo—
cumplen una función análoga: simultáneamente, la regular distribución de
otros sonidos aliterados, como d y /, subraya el carácter sereno y apaciguador
de la música 26. Dos versos más se prolonga esta sensación con procedimientos
semejantes:

Toca el rabel sonoro


y el inmortal dulzor al alma pasa...

Aun a riesgo de incurrir en una «derivatio» entre dulce y dulzor fray Luis
extiende a este último verso los grupos formados por vocal + /. Si antes el
«son» había sido calificado de «dulce», ahora se atribuirá a un «rabel», para
desembocar en un verdadero derroche de formas aliteradas sin rehuir siquiera

24 Ob cit., p. 365. Se refiere el hispanista italiano al comienzo de la canción al nacimiento de


la hija del Marqués de Alcañices: «Inspira nuevo canto, / Calíope, en mi pecho, en este día / que
de los Borjas canto / y Enríquez la alegría».
25 En el sentido que le confiere P. Valesio, Strutture deli'alliterazione, Bologna, Zanichelli,
1967.
26 Recuérdese además cómo, según Herrera, la aliteración de / «es suave» (vid. supra, n. 21),
y que para Bembo la / era «molle e dilicata e piacevolissima» (vid. supra, n. 17). Un ejemplo de
técnica muy similar en «Folgaba el rey Rodrigo», vv. 31-32: «Oye que al cielo toca / con temeroso
son la trompa fiera» (obsérvense también las aliteraciones de s y t).
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 261

colisiones que una actitud férreamente purista consideraría cacofónicas: «el


inmortal dulzor al atoa pasa» 27.
Los efectos de las combinaciones fonemáticas se conjugan a veces con
factores puramente métricos, como en la oda «¡Oh ya seguro puerto...!»,
donde evoca fray Luis al náufrago afligido que lucha,

de flaca tabla asido,


contra un abismo inmenso, embravecido,
(vv. 59-60)

La fragilidad de la tabla y la inmensidad del mar se sitúan en dos versos


de distinta longitud, por razones obvias. Fray Luis ha reservado para la ima-
gen, sin embargo, el final de la estrofa porque de este modo podía aproximar
ambos versos por medio de la rima: había también que expresar, en efecto, el
ámbito común del náufrago y el mar, y no sólo sus dispares fuerzas. Estos re-
cursos son evidentes y no es necesario insistir en ellos. Sí convendrá, en cam-
bio, señalar cómo los artificios fónicos recalcan la distinta extensión de las
unidades métricas. Frente al heptasílabo, con el golpeteo de sus sílabas libres,
el endecasílabo acumula las sinalefas y las sílabas trabadas por articulaciones
nasales; este hecho, unido a la mayor contextura fónica de los términos selec-
cionados, aumenta imaginativamente las dimensiones del endecasílabo y, en
consecuencia, las del mar destructor que amenaza al indefenso náufrago.
He aquí un caso de mayor complejidad, extraído de una de las odas dedi-
cadas a Felipe Ruiz («En vano el mar fatiga»):

...y Tántalo, metido


en medio de las aguas, afligido
de sed está; y más dura
la suerte es del mezquino, que sin tasa
se cansa ansí, y endura
el oro, y la mar pasa
osado, y no osa abrir la mano escasa 28.
(vv. 14-20)

27 Hay, claro está, otros artificios, como la distribución de los fonemas vocálicos, con cinco
ocurrencias de / a / en las cinco últimas sílabas del verso.
28 Me aparto aquí de la lección que acoge el P. Vega para el v. 18 (se cansa así), aunque, se-
gún el parecer del editor, «hace mejor sentido» (ed. de 1970, p. 21). Creo, por el contrario, que
ansí no es sólo una lectura respaldada por numerosos códices, sino la única que da pleno sentido
al verso.
262 RICARDO SENABRE

El mezquino se caracteriza porque es capaz de esforzarse para lograr la ri-


queza y, al mismo tiempo, por su incapacidad para ser generoso. Pero en la
selección léxica para conformar esta idea han desempeñado un papel decisivo
los elementos fónicos. La ambición del mendigo se muestra en que «sin tasa /
se cansa ansí... y... pasa / osado» 29. Súbitamente, las aliteraciones adquieren
una función caracterizadora en el contexto. Y, si las constricciones de la rima
imponen al poeta la elección de la forma verbal endura, fray Luis procura no
apartarse de la técnica empleada y funde los componentes del sintagma, a pe-
sar del encabalgamiento, merced a una nueva aliteración: endura / oro. Aho-
ra bien: la ambición del mezquino es igual a su avaricia; por consiguiente, este
último rasgo se expresará también mediante la recurrencia de los mismos ele-
mentos fónicos utilizados para el anterior —osa, escasa—, reforzada por la
«derivatio» que, a modo de señal, relaciona osa con el osado del segmento
precedente. Como es fácil advertir, estos juegos fónicos no buscan el mero
logro de efectos onomatopéyicos 30, sino que asumen funciones conectivas
entre segmentos cuyo significado contextual los hace afines. Así ocurre, por
ejemplo, con una estrofa (vv. 31-35) de la oda «¿Qué vale cuanto vee...?», de-
dicada a Felipe Ruiz:

Bien como la ñudosa


carrasca en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada.
Se ha hecho notar la voluntad expresiva del autor, que en una primera
versión había escrito «en alto monte, término sustituido luego por risco para
incrementar las aliteraciones de //•/, que intensifican «las notas de furia y re-
sistencia» 31. El recuerdo horaciano ha encontrado aquí, en efecto, una pode-

29 Naturalmente, hay otras menudas reiteraciones, como los grupos con nasal sin-cansa-
ansí-endura, y la similitud rítmica y fónica entre sin-tá-sa y se-cán-sa,
30 Hay casos, no obstante, en que este parece ser el único designio, como en los vv. 41-45 de
«¿Cuándo será que pueda...?», que dicen: «Y entre las nubes mueve / su carro Dios ligero y relu-
ciente; / horrible son conmueve, / relumbra fuego ardiente, / treme la tierra, humíllase la gente».
Aquí, el «horrible son» ha determinado la selección de vocablos con abundancia del fonema //•/
y, en general, de articulaciones oclusivas, así como de grupos trabados por nasal. Un ejemplo si-
milar es el de la oda «Las selvas conmoviera» (vv. 81-85): «De hacia el Mediodía / oye que ya la
voz amarga suena; / la mar de Berbería / de flotas veo llena; / hierve la costa en gente, en sol la
arena» (para este último verso adopto una lección distinta de la que ofrece el P. Vega). También
aquí el sema 'sonoridad', explícito en los términos oye y voz, condiciona las aliteraciones amarga-
mar y Berbería-hierve.
31 R. Lapesa: «Las odas de fray Luis de León a Felipe Ruiz», en el vol. De la Edad Media a
nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, p. 180.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 263

rosa apoyatura fónica. Pero hay algo más. La estrofa se organiza en torno a
dos nociones nucleares— el árbol y la poda—, a cada una de las cuales se
adhieren aliteraciones de distinta naturaleza: el árbol está representado por la
concurrencia de //•/, y la poda por la aliteración entre desmochada y hacha,
Al mismo tiempo, la vecindad entre el hacha y el efecto producido por ella se
consolida mediante la rima de los versos 2 o y 4 o , que recae en dos atributos
contiguos: desmochada / despedazada. Pero de lo que se trata, como en Ho-
racio, es de afirmar que el árbol podado extrae fuerza para sus renuevos del
mismo hierro que lo desmochó. El hacha y el árbol se funden, así, en los vas-
tagos. Por eso el último verso de la estrofa reúne términos pertenecientes a los
dos núcleos temáticos —hierro por 'hacha' y rica y esforzada como atributos
de la «carrasca»— y mezcla sus representaciones fónicas: el fonema //*/ de ri-
ca invade la nueva mención del hacha —hierro—, y rica se une a esforzada pa-
ra contraponer, gracias a la rima, el renacimiento de la encima frente a su si-
tuación anterior {desmochada, despedazada).
En un mismo texto, las diversas manipulaciones de la sustancia de expre-
sión pueden obedecer a razones distintas, acordes con los contenidos que van
sucediéndose en el discurso. Véase, por ejemplo, lo que ocurre en los vv. 9-15
de la oda a Grial:
Ya Éolo al mediodía 32
soplando espesas nubes nos envía.
Ya el ave vengadora
del íbico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y el yugo al cuello atados,
los bueyes van rompiendo los sembrados.
En el verso segundo de los reproducidos, el «soplo» del viento se refuerza
mediante la aliteración del fonema / s / ; su continuidad, merced a los grupos
con nasal y la reiteración de / n / . En los dos versos siguientes, en cambio, las
homofonías son de índole conectiva, y tienden a reafirmar la solidaridad entre
elementos separados por razones métricas: el ave es la misma que navega, y és-
ta es vengadora. Dicho de otro modo: ave se relaciona con navega por la
inclusión total de sus componentes fonemáticos en la forma verbal, y se apro-
xima a vengadora no sólo por su posición y por la marca gramatical de atribu-
ción que supone la concordancia, sino por la reiteración de la sílaba ve. A su
vez, navega y vengadora mantienen su cercanía gracias a la parcial semejanza
entre (na)vega-venga(doia). El verso siguiente —«y con ronca voz llora»—

32 De nuevo me aparto en este verso de la lección aceptada por el P. Vega.


264 RICARDO SENABRE

tiene como sustancias de contenido el sonido y el llanto. El primero aparece


subrayado por la r y por la aliteración con-ronca 33; en cuanto a la aflicción
inherente a llanto, su equivalencia fónica reside en la considerable repetición
de un fonema grave como / o / , sobre el que recaen, además, los acentos del
verso y que, combinado con /a/, provoca una rima interna —rónca/Wóra—
que ayuda a sugerir la continuidad del imaginario llanto del ave. En los dos úl-
timos versos, la mención de un animal característicamente lento provoca la
aparición de una perífrasis durativa en el endecasílabo; además, como en
otros casos ya estudiados, fray Luis acumula las sílabas trabadas por nasal
(van, rompien-, sem-) para subrayar la lentitud del proceso.
Nos hallamos, en efecto, ante un poeta que «mira el sonido» de las pa-
labras. Fray Luis sabía, sin necesidad de recurrir a la rudimentaria fonética de
Nebrija, que ciertas articulaciones para cuya realización no se interrumpe en
ningún momento la trayectoria del aire son aptas para expresar, por ejemplo,
la idea de movimiento sin obstáculo. Por eso, en la oda «¡Oh ya seguro puer-
to...!» se ve a sí mismo «casi desnudo / deste corporal velo» y afirma (vv. 34-
35):

Traspasaré la vida
en goso, en paz, en luz no corrompida.

A continuación del heptasílabo, cuya brevedad y ligereza aumentan al


retrasar el acento hasta la cuarta sílaba, la aliteración de la interdental corro-
bora esta misma aérea fuga espiritual.
También se percataba fray Luis, a buen seguro, de que las agrupaciones
fonemáticas de difícil articulación se adaptan bien a contenidos que implican
dureza o brusquedad, lo que tampoco escapó a la fina perspicacia de Herre-
ra 34. He aquí algunos versos extraídos de la oda «¿Qué vale cuanto vee...?»
que muestran claramente la buscada solidaridad entre contenido y expresión:

...Y contra sí se mués ira crudo y fiero


(v. 10)
..ante el tirano airado,
de hierro, de crueza, y fuego armado.

33 Ya señalaba Herrera, que, frente a un término como aguas, la forma ondas «es dicción
más sonora y llena y más grave» (Anotaciones, ed. cit., p.381). Evidentemente, el efecto está pro-
ducido por la presencia de la vocal o y la resonancia proporcionada por la nasalización.
34 Cfr. supra, n. 21.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 265

«El fuego —dice— enciende;


aguza el hierro crudo, rompe y llega
Y, si me hallares, prende
y da a tu hambre ciega...
. (w. 44-49)

desvuelva las enírañas el insano


puñal; pene/re al cendro...
(vv. 58-59)

Los ejemplos son abundantes. En la «Profecía del Tajo», la violencia de


la guerra encuentra su equivalencia fónica en las agrupaciones de vocal +
vibrante:

Las armas y el bramido


de Marte, de furor y ardor ceñido,
(vv. 9-10)

De modo análogo, la reiteración de articulaciones palatales y la recurren-


cia del fonema / i / , tiñen un contexto donde el rasgo 'líquido' es primordial; se
trata de la oda «¿Cuándo será que pueda...?» (vv. 46-47):

La //uvia baña el techo;


mv/an largos nos los co//ados...

No hay que olvidar, sin embargo, que las aliteraciones son siempre una
apoyatura fónica del significado, y no tienen por qué «traducir» sonidos. El
presunto valor de 'susurro' del fonema / s / en el conocido ejemplo de Garcila-
so «En el silencio sólo se escuchaba / un susurro de abejas que sonaba» existe
únicamente en virtud del contenido léxico de los versos, como en «el silbo de
los aires amorosos» creemos percibir el silbido porque nos induce a ello su
mención al comienzo del verso, y no las cinco ocurrencias de / s / . El mismo
fonema puede, por tanto, adaptarse a contenidos diferentes, sobre todo cuan-
do estos no se refieren a efectos perceptibles mediante los sentidos, como en
los siguientes versos de la oda «¿Qué vale cuanto vee...?» (vv. 11-14):

El otro, que sediento


anhela al señorío, sirve ciego
y, por subir su asiento,
abájase a vil ruego...
266 RICARDO SENABRE

Es evidente que la densidad de aparición del fonema / s / —en un contexto


en el que, además, no existen formas en plural— sobrepasa ampliamente la
frecuencia media de este fonema en español; nos hallamos, por consiguiente,
ante una buscada aliteración. Pero aquí ya no va acompañada de lexemas que
signifiquen 'ruido', y no hay más remedio que adscribirla a un significado
abstracto, constituido, claro está, por la actitud afanosa de quien ambiciona
cargos y riquezas a cualquier precio.
El tratamiento de la sustancia fónica en la poesía de fray Luis incluye
homofonías y rimas internas —contra todos los vetos de los preceptistas—
que se combinan con las estructuras sintagmáticas y métricas y ayudan a crear
un ritmo y una ordenación peculiar de los contenidos que difícilmente
hallaríamos en poetas anteriores o coetáneos. Algunos ejemplos, entre los
muchos posibles, permitirán ilustrar convenientemente este aspecto. En «Al-
ma región luciente», el divino Pastor conduce a las ovejas

y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña...
(vv. 16-18)

Los segmentos del alto bien y del gozo fiel son isosilábicos, y la rima aso-
nante se convierte en indicio de una relación entre ellos; ambos ocupan posi-
ciones equivalentes y dependen de sendos encabalgamientos iniciados por ele-
mentos contiguos (montaña, vena); en los dos casos, además, el enunciado se
completa con un sintagma predicativo de análoga composición (las guía, las
baña). La razón de estas semejanzas radica en la similar función que el «alto
bien» y el «gozo fiel» desempeñan en el camino hacia la beatitud. A veces este
procedimiento, combinado con las variaciones de la rima, proporciona a la
textura compositiva una especial complejidad. Así, en un pasaje de la
«Profecía del Tajo» (vv. 71-75):

Y tú, Betis divino,


de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

La vecindad, incluso fónica, entre los segmentos cuánto yelmo y cuánto


cuerpo, similar a la establecida en el ejemplo anterior, deriva de su común de-
pendencia sintáctica del predicado darás, pero también de la relación semánti-
ca entre yelmo y cuerpo, fortalecida por la adición de dos atributos significati-
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 267

vamente cercanos: quebrado y destrozado (la expansión «de nobles» apenas


logra encubrir la identidad estructural de ambos versos). Pero, además, la pre-
ceptiva distribución de la rima contribuye a deslindar y agrupar entre sí las dos
sustancias de contenido que vertebran la estrofa: los dramáticos indicios de la
batalla y el río que lleva los despojos al mar. En efecto; el Betis y el mar se vin-
culan merced a la rima de sus atributos —divino y vecino—, y no únicamente
por el nexo que establece entre ambos el predicado darás. La rima en -ado se
reserva, en cambio, para las nociones de ruina y destrucción que atestiguan la
dura lid entre los nobles visigodos y los musulmanes invasores: amancillado,
quebrado, destrozado 35. Rimas y asonancias internas refuerzan, de este mo-
do, la cohesión de la estrofa.
Algo similar acontece en la última lira de la oda «Cuando contemplo el
cielo», con su jubilosa exaltación de la bienaventuranza soñada:

¡Oh campos verdaderos!


¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles de mil bienes llenos! 36
De nuevo, la vecindad entre los dos primeros versos, recalcada mediante
su análoga configuración exclamativa, se refuerza en virtud de la relación se-
mántica entre los términos campos y prados, que se integran, además, en seg-
mentos isosilábicos ligados por la rima asonante. Pero los rasgos identificado-
res no conlcuyen aquí. Si el atributo de campos en el verso inicial es verdade-
ros, los prados del siguiente serán calificados de frescos y amenos, pero el eco
de verdaderos se percibe en la fórmula adverbial con verdad. Y todavía hay un
detalle más que aproxima el segundo verso al heptasílabo anterior: la va-
riación de la rima no es completa, ya que, aun respetando el principio de la no
consonancia, la elección de amenos provoca una rima asonante, subrayada,
además, por su repetición en la pareja de calificaciones —frescos / amenos—,
cuando tan fácil era, para evitar la concurrencia, sustituir el adjetivo frescos
por otros frecuentes en el vocabulario luisiano, como * dulces,* ricos o *puros.
Esta circunstancia autoriza a conjeturar que las asonancias son deliberadas, y
que su función es la de trabar íntimamente los elementos léxicos seleccionados
a fin de expresar con mayor nitidez la esencial unidad de los bienes celestiales.

35 Cfr. un ejemplo similar, de la oda «¿Y dejas, Pastor santo...?», analizado en mis Tres es-
tudios sobre fray Luis de León, Salamanca, Universidad, 1978, p. 87.
36 Vuelvo a apartarme, en el v. 2, de la versión dulces y amenos aceptada por el P. Vega
—que la considera «lectura armoniosa» (ed. cit., p. 477)—, por las razones que se deducirán de lo
que expongo a continuación.
268 RICARDO SENABRE

La misma técnica se aplica en los dos versos siguientes, en que mineros ( =


'manantiales') y senos, vinculados merced a la asonancia, subrayan con la ri-
ma su contigüidad semántica. Por otra parte, esta identidad parcial de la rima
permite relacionar cada uno de los elementos nucleares de estos dos versos con
la pareja de calificaciones del anterior, que actúan casi como prolepsis. Así,
frescos es un atributo anticipado de mineros, mientras que amenos prepara la
aparición de senos, de acuerdo con un procedimiento ya examinado. La inno-
vación en este caso ha consistido en ampliar la relación marcada por la rima
consonante (amenos-senos) a otro término {mineros), aun a costa de incurrir,
dentro del mismo verso, en la asonancia frescos-amenos, cuya función parece
ahora clara. En cuanto al último verso, es indudable su carácter de síntesis, ya
que «repuestos valles»37 subsume las menciones locativas anteriores {campos,
prados, etc.), mientras que «de mil bienes llenos» trata de reunir y potenciar,
mediante una cuantificación indefinida, las cualidades de frescor, riqueza,
etc. atribuidas a los lugares enumerados. Por último, en esta fusión postrera,
las semejanzas fónicas contribuyen a la amalgama entre los dos segmentos del
verso: asonancia entre repuestos / llenos y aliteración va//es / llenos.
Un tratamiento semejante de las rimas aparece en la oda «¿Cuándo será
que pueda...?», combinado con el ya conocido recurso a la aliteración. Go-
bernadas por un «veré» situado en el verso 16, las liras quinta y sexta (vv. 21-
30) se desarrollarán así;

...por qué tiembla la tierra,


por qué las hondas mares se embravecen,
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y descrecen;
de dó manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos.

Dejemos aparte el juego de aliteraciones, muy rico y variado. Una vez


más, la rima se acopla a la distribución de temas en la estrofa: las «hondas

37 El P. Vega (ed. de 1970, p. 32) entiende repuestos como atributo de bienes. Creo, no obs-
tante, que el sentido del itaiianistno repuestos ('ocuitos, escondidos') encaja perfectamente con
valles (antes se ha hablado de mineros y senos) y que no hay razón alguna para aceptar la violen-
cia sintáctica que supondría —y sobre todo en este contexto— la interpretación «repuestos...
bienes».
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 269

mares» se embravecen y «las aguas del océano» —variante de contenido—


crecen y descrecen', en cuanto a la noción 'temblar Ja tierra', su correlato es
mover guerra, y nuevamente la rima se encarga de subrayar la afinidad. Pero
los términos «mares» y «océano» tienen su continuación natural en la lira in-
mediata con las «fuentes» y las «corrientes» de los ríos. En consecuencia, am-
bos elementos se destacan en los extremos de los versos I o y 3 o de la estrofa,
unidos por la rima que, a su vez, recuerda la asignada antes a los mares gracias
a la asonancia establecida entre embravecen-crecen-descrecen y fuentes-
corrientes. En cambio, los dos últimos versos, dependientes de un nuevo y
explícito veré y portadores de otro tema —el frío y el calor de las estaciones—
adoptan una rima enteramente diversa: fríos-estíos. Como es lógico, la confi-
guración fija de la estrofa ha determinado la aparición anterior de esta rima
en el verso 2 o , que, indudablemente, corresponde al tema «acuático». Induci-
do por esta constricción, y para no romper el esquema de rimas en e-e tan su-
tilmente tramado, fray Luis ha optado por deslizar una nueva asonancia inter-
na en el punto de inflexión de uno de los acentos principales del endecasílabo:
bastece, tan cercano a descrecen como & fuentes. El mismo criterio ordenador
preside la elaboración de las estrofas posteriores, en cuyo análisis detallado no
es preciso entrar ahora.
Estas breves calas son suficientes para advertir que en el examen interno
de la poesía de fray Luis existen todavía muy amplias zonas inexploradas que
invitan a la urgente atención de los estudiosos. Nos hallamos ante una poética
extraordinariamente compleja e innovadora, no escrita jamás en forma teóri-
ca por el agustino, sino desgranada a lo largo de unos pocos centenares de ver-
sos en los que nada parece ser producto del azar, y sí de un tenaz estudio, de
muchas horas de pensar, escribir y rehacer, midiendo escrupulosamente el sig-
nificado de las palabras, y aun «el sonido dellas», en una ejemplar búsqueda
de la perfección.
ÍNDICE

Presentación 7

«No siempre es poderosa», de Luis de León


por EMILIO ALARCOS LLORACH 11

Clave epistemológica para leer a Fray Luis de León


por SATURNINO ALVAREZ TURIENZO 23'

El ramismo y la crítica textual en el círculo de Luis de León


por EUGENIO ASENSIO 47

El entorno poético de Fray Luis


por ALBERTO BLECUA PERDICES 77

Algunas observaciones semiológicas y semánticas en torno


a Fray Luis de León
por EUGENIO DE BUSTOS 101

El tema Sacro de «Ronda del Galán»


por CRISTÓBAL CUEVAS 147

Fray Luis de León: Exposición del «Cantar de los cantares»


por VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA . . . . 171

Imitación compuesta y diseño retórico en la Oda a Juan de Grial


por FERNANDO LÁZARO CARRETER 193

En torno a la exposición del «Libro de Job», de Fray Luis de León


por ALBERTO NAVARRO ... 225

Tradición y contexto en la poesía de Fray Luis


por FRANCISCO RICO 245"

Aspectos fónicos en la poesía de Fray Luis: Voces y ecos


por RICARDO SENABRE 249

índice 271
/

También podría gustarte