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ACADEMIA LITERARIA
RENACENTISTA
ACTAS DE LA I ACADEMIA
1981
© EDICIONES UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
ISBN: 84-7481-139-2
Depósito Legal: S.206-1981
Cubierta: C. Povedano
Composición: Secretariado de Publicaciones de la
Universidad de Salamanca
Impresión y encuademación: I.G. Visedo.
Hortaleza, 1. Salamanca.
ÍNDICE
Presentación 7
índice 271
7
PRESENTACIÓN
Escribo estas líneas cuando faltan pocas fechas para que se cumplan los
quinientos años de un libro revolucionario, el de las Introductiones latinae de
Nebrija, que salió de los tórculos de Salamanca en 1481.
Alumno de la vieja Universidad del Estudio, Elio Antonio, hastiado de
Doctrinales y Graecismi, había marchado a Roma con ánimo de peregrinación
a las fuentes del saber clásico. Lo que con él retornaba a España, en 1470, no
era una simple metodología formal lingüística, depurada y racionalizada, sino
mucho más: todo un programa de nueva formación humanística hecha a la
medida del hombre nuevo, que por entonces se convertía en medida de todas
las cosas.
Era consciente Nebrija de que le esperaban duras jornadas y, por ello, de-
cidido emulador de Lorenzo Valla, emprende su tarea con ardor de guerra
santa para «desbaratar la barbaria por todas las partes de España tan ancha i
luengamente derramada». Francisco Rico ha perfilado la crónica de la larga
contienda. A ella son convocados, sobre todo, los jóvenes que, a juzgar por
los ejemplares de las Introductiones vendidos —mil en un solo año—, de-
bieron de responder generosamente.
Se convertía, así, Salamanca, su universidad, en palenque de una reforma
de extraordinario alcance, no exenta, desde luego, como es bien sabido de gra-
ves tensiones. Concluían por aquellos años las obras de la gran biblioteca,
enriquecida en 1547 con los fondos de Juan de Segovia, y en cuyas bóvedas
pintaría Fernando Gallego —va a hacer, también pronto, quinientos años—
«las cuarenta y ocho imágenes de la octava esfera, los vientos y casi toda la
fabrica y cosas de la astrología», así como los emblemas de las artes liberales:
la ilustración, en suma, de una cosmovisión integradora, inspirada en los
libros de Hygino o Quinto Severo.
Coincide la construcción de aquel gran templo bibliotecario con la insta-
lación de las primeras prensas, a cuya promoción no debió de ser ajeno el pro-
pio Nebrija, y de las que en veinte años salieron más de ciento treinta incu-
nables.
8
Restaba sólo elegir un emblema. Entre los muchos que cualquier rincón
salmantino ofrece, hemos optado por uno de los que figuran en la galería alta
del claustro de nuestra universidad. Figura entre los documentados en la Hyp-
nerotomachia de Polifilo y representa la cabal interpretación de la armonía re-
nacentista: «velocitatem sedendo, tarditatem tempera surgendo».
Escribo estas líneas cuando faltan pocos días para que la Academia se
reúna por segunda vez y en esta ocasión de modo extraordinario. Al cumplirse
en 1980 los cuatrocientos años del nacimiento de don Francisco de Quevedo,
hemos pensado que su dimensión de humanista reclamaba de nosotros el ho-
menaje del estudio. Nos aprestamos, también, con él a suplir la ausencia de
convocatorias de este tipo que, a diferencia de otros países y por extraño que
parezca, no suscitó la efemérides.
Estas Actas primeras quieren ser la mejor bienvenida a quienes ha atraído
la llamada de la Academia literaria renacentista.
1 «Está sin epígrafe en los Mss.; pero parece que le convendría el de Triunfo de la inocencia;
pues sin duda fray Luis quiso celebrar su triunfo y la confusión y vergüenza de sus acusadores»,
escribe el P. Merino. A falta de su edición, citamos por la que la Academia hizo sobre ella con las
anotaciones de Menéndez Pelayo: Poesías defr. L. de L., Madrid, 1928, p. 72, nota.
2 De estas dos odas nos ocupamos, respectivamente, en Homenaje a Ignacio Aguilera (San-
tander, en prensa) y en Archivum, 27, p. 5 sigs.
12 EMILIO ALARCOS LLORACH
nal del «ánimo constante», capaz de haber superado todo lo adverso y de ha-
berse alzado al fin con la victoria.
Dámaso Alonso 3 ha analizado con sagacidad la situación de ánimo del
poeta al escribir la oda, y podemos suponer —con todos los comentaristas—
que éste, la compuso a raíz de su liberación, a fines de 1576 o a principios de
.1577, cuando se encontraba todavía bajo la presión violenta de la larga lucha
sostenida y envuelto en los vapores triunfales de su recibimiento en la universi-
dad salmantina. Hay, pues, en el fondo material de la oda, estos dos compo-
nentes anímicos: resentida —aunque justificada— virulencia contra los ene-
migos, y segura y satisfecha apreciación del mérito propio. Es un íntimo
desahogo ex abundantia coráis. El vocativo del segundo verso es puro exci-
piente y consecuencia del hábito apelativo con que escribía sus odas fray Luis
(casi siempre se dirige a un interlocutor, real o imaginario). Esta oda también
se la dedica a Portocarrero, pero se trata de un simple envío; de la actitud in-
terna del poeta, de su intención al dirigirse precisamente a Portocarrero, no
podemos colegir nada: sólo conjeturas poco demostrables. ¿No ocultará toda
la complacida suficiencia perceptible en la oda un soterrado sentimiento de
dolido reproche del autor hacia el poderoso destinatario?
El texto de la oda, desde el P. Llobera para acá, puede considerarse bien
fijado, y carece, ciertamente, de complicaciones de interpretación. Solo el ver-
so 32, que criticaba Arjona como «lánguido y recargado» 4, y que casi ningún
comentarista analiza (aunque se expliquen otras obviedades), puede resultar
chocante y difuso: lo propio y lo diverso, ajeno, estraño. Macrí lo traduce
aproximadamente («ricorrano a ogni mezzo lecito e illecito, o non pertinente e
assurdo») 5 , y, por otra parte, Dámaso Alonso, al comentar la oda, nos da
una paráfrasis aclaratoria y precisa («¿No se habían conjurado contra él,
contra el propio poeta; no habían revuelto lo científico y lo más vulgar, acu-
mulando testigos, pedido informes a hostiles teólogos y escriturarios, admiti-
do las chacharas de estudiantes y las insidias, apurado lo distante, Granada,
Sevilla, Murcia, Toledo, hasta Lima y Quito, buscando pruebas contra
él?») 6 .
Rocemos levemente algunos puntos: en el v. 7 algunos mss. leen quanto,
pero, como dice Llobera, «indebidamente» en lugar de cuando, puesto que
«venir al suelo» no es actividad prolongable y presupone un momento concre-
to, el expresado con cuando {cuanto exigiría un correlato en la apódosis); en
nota al v. 12, el P. Vega7 pone la identificación «Parto = intento», cuando el
— 3 En Obras completas, II, p. 820-823.
4 Lo cita J. LLobera, Obras poéticas defr, L. de L., I, 1932, p. 254.
5 O. Macrí, F. L. de L.: Poesie, Firenze, 1950, p. 59.
6 D. Alonso, op. cit., p. 821.
7 A. C. Vega, Poesías defr. L. de L., Madrid 1955, p. 510.
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 13
parto de la Tierra —según acepta él mismo previamente— son los gigantes, re-
belados contra los dioses olímpicos y derrocados por éstos en las entrañas de
su madre; en el v. 20 explica bien Llobera el hipérbaton al fin y (por «y al fin»,
p. 258-259) y más adelante puntualiza con precisión las acepciones de apuren y
tesoro de los v. 31 y 35 («extremen, agoten» y «lustre, brillo, hermosura»);
Tierra en el v. 9, Fama en el 44 y Vitoria en el 48, aparecen inconsecuentemen-
te con minúsculas o mayúsculas: se trata de claras personificaciones; por últi-
mo, no importa mucho que las referencias al tigre y al basilisco de los v. 27-28
(o al tigre y a la sierpe del v. 44) apunten a concretos perseguidores del poeta
(León de Castro y Bartolomé Medina, según pensaba A. Coster) o a sus ene-
migos en general. Sin embargo, aunque la oda se entiende, la puntuación que
comúnmente se adopta creemos que no enlaza ni distribuye conforme a razón
los contenidos manifestados. Por ello daremos aquí el texto tal como lo in-
terpretamos:
No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
5 al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo:
testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
10 que, cuando tuvo puesto
un monte encima de otro y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio que le oprime.
15 Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende
y contra el claro día
las alas escurísimas estiende,
no alcanza lo que emprende,
20 al fin y desparece
y el sol puro en el cielo resplandece,
no pudo ser vencida
—ni lo será jamás— ni la llaneza,
ni la inocente vida,
25 ni la fe sin error, ni la pureza,
por más que la fiereza
14 EMILIO ALARCOS LLORACH
maldad
envidia
ponzoñosa
fuerza sin ley
suelo cielo
mal osado
derrocado
sin esperanza
gime
oprime
niebla rayo
fría claro
odiosa día
ofende sol
no puro
escurísimas resplandece
II. fiereza llaneza
tigre inocente vida
basilisco fe sin error
emponzoñado pureza
odio
poder foro
falso engaño / crisol
ciegos de ira I tesoro
daño
III. aceradas constante
puntas verdad
6. opuesto poderoso
hollando ensalza
sierpe ligero
tigre corona
IV. fiero gozo
daño gloria
vencidos vencedor
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 17
Hay, pues, una estudiada gradación del contenido para mostrar que las
fuerzas negativas van decayendo y las positivas afirmándose en el imaginado
combate moral dentro del ánimo. Se comienza rechazando el poder efectivo
del mal, se sigue asegurando la imposibilidad de la derrota del bien, se descri-
be la lucha entre ambos contendientes, se concluye con la victoria definitiva y
previsible del bien.
Las dos primeras partes, destinadas a exponer las posibilidades de los dos
opuestos poderes, se elaboran con enfoque y estructura paralelos, cada una en
dos estancias: una dedicada al bando considerado y otra complementaria que
sirve de ejemplificación concreta. El paralelismo de las partes I y II se altera
con la inversión simétrica del orden de las estrofas componentes (Opinión
sobre el mal-ejemplificación. / Ejemplificación-opinión sobre el bien), y con
el recurso a elementos comparativos de diferente esfera (la mitología para el
mal, la naturaleza para el bien). Tenemos, así, este esquema:
Es testigo — el parto
que puesto y
cuando tuvo
!
levantado —un monte.
gime
—derrocado —al hondo
—sin esperanza
—debajo su edificio
que le oprime.
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 19
La parte III, con sus dos estancias enlazadas (5 y 6), tiene como núcleo el
«ánimo constante» y expone, con andadura demorada y detallista, el esforza-
do y despacioso combate contra el mal. Como hemos dicho, consta de dos
segmentos sintácticos independientes contrapuestos por la unidad adversativa
antes y por la diferente función gramatical y real de la referencia nuclear (áni-
mo). En el primero (v. 29-33), el «ánimo» figura como objeto indirecto de los
amenazantes poderes maléficos, apenas aludido por el pronombre del v. 33
(le). Además, como empalmando con la segunda parte de la oda, se reproduce
el esquema sintáctico, pero invirtiendo los componentes de la estrofa anterior
(la 4): en ésta se afirma que las virtudes «no serán vencidas jamás, aunque las
ciña la fiereza y la ponzoña»; aquí, «aunque se conjuren los males, jamás ha-
rán daño al ánimo»; es decir, frente al esquema precedente «afirmación tajan-
«NO SIEMPRE ES PODEROSA» DE FRAY LUIS DE LEÓN 21
mil aceradas
embota y
—armado de verdad — mil... de > puntas
El ánimo enflaquece
diamante !
constante y
—desplegadas.. ¡ sobre el opuesto.,
con poderoso pie
—se ensalza...
La parte IV cierra la oda con una sola estancia, dispuesta —según apunta
ya Macrí 8— casi escultóricamente como la composición de un tímpano: las
trompetas de la Fama resonando a los lados, a los pies los vencidos condena-
dos a daño eterno, al centro el vencedor aureolado de gozo y gloria por la Vic-
toria revolando en lo alto. Su carácter conclusivo viene expreso por la doble
copulativa (Y- y, v. 43, 47) y por recoger y fundir en el contraste de vencidos y
vencedor los dos campos semánticos del mal y del bien que informan toda la
oda. La duplicidad de elementos, tan insistentemente utilizada, se reitera tam-
bién aquí: si los vencidos son dos {sierpe, tigre v. 44) condenados a daño úni-
co, el vencedor es único pero coronado de dos atributos {gozo y gloria v. 49);
y son también dos los entes personificados {Fama y Vitoria) que funcionan co-
mo sujetos de construcciones paralelas, semánticamente contrastivas:
8 O. Macrí, Fe L. de L.: «Poesie, Firenze 1964, p. 57-58: «la strofa finale sbozza in classico
marmo la Fama, che condanna le bestie vinte, e la Vittoria, che con agüe voló discende e incorona
di giubilo e di gloria il vincitore. /,../ la singóla persona ha trionfato sull'invido nemico e si auto-
esemplarizza, si ipostatizza: é il 'vencedor' baciato della Fama!»
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN *
SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
Universidad Pontificia. Salamanca.
* Ediciones citadas de fray Luis: Obras completas castellanas (ed. Félix García, O.S.A.,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944): Cantar de los Cantares (C.C.); La perfecta casa-
da (P.C.); De los Nombres de Cristo (N.C.); Exposición del libro de Job (L.J.); Poesías (P.).
Incluyo las referencias en el texto según esas abreviaturas; cuando ocurren a pie de página cito por
Obras, junto con la sigla del titulo correspondiente. Mag. Luysii Legionensis Augustiniani divino-
rum librorum primi apud Salmanticenses Interpreta Opera nunc primum ex mss. eiusdem ómni-
bus PP. Augustiniensium studio edita, 7 vols. (Salmanticae 1891-1895), abreviadamente Opera.
1 Fray Luis distingue con frecuencia en los nombres y discursos el sonido y sentido exteriores
del significado y espíritu interiores. Así, en el cap. introductorio de los Nombres de Cristo, habla
de «dos diferencias de nombres: unos que están en el alma y otros que suenan en la boca». En
correspondencia con «lo que del alma sale» y «lo que dicta la boca» (N.C., Obras, p. 394). Del
mismo modo habla de «la corteza de la letra» y del «espíritu» que encierra, o de su «secreto»
(C.C., Obras, p. 27). También de dos sentidos patente y latente de una escritura, en particualar de
la sagrada, distinguiendo al respecto entre «sonus» y «sententia», de modo que «sonus sit exterior
iíle, qui oculis objicitur sensus; sententia vero latens, et occulta intelligentia ea, ad quam exterior
sonus transfertur...» (Opera, II, p. 16). Esos dos aspectos van unidos, pero domina el sentido in-
terior que sale del alma y, en cuanto al nombre, el que afecta al «ser que tienen las cosas en el en-
tendimiento del que las entiende», los cuales «son los nombres principalmente» (N.C., Obras, p.
394).
Su propia obra la compone fray Luis con diligente cuidado. Como quien sabe que «el bien
hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera co-
mo se dice», eligiendo entre las palabras, y contando, pensando y midiendo las letras (N.C.,
24 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
que simplemente «dicta la boca». Los que «del alma salen» serían los esotéri-
cos. Al menos en su caso pueden denominarse así a estos últimos por expresar-
se en los tales lo mas escondido y propio de su genio. La distribución indicada,
de relacionarse con la que, bajo esas calificaciones, se hace de la obra de Aris-
tóteles, queda invertida; pero de ese modo se significa mejor lo que intenta-
mos expresar. En la cátedra habla fray Luis exotéricamente y para el público,
exponiendo, aunque con libertad, doctrinas oficiales. Su secreto nos lo revela
escribiendo, también para el público, pero libre de trabas y en respuesta a los
más genuinos intereses de su ánimo.
La distinción indicada puede apoyarse en otros lugares del propio fray
Luis como aquél de los Nombres de Cristo —obra esotérica suya por
excelencia—, cuando, refiriéndose a los diálogos del libro y el lugar en que se
tienen, comenta: «demás de que este lugar es mejor que la cátedra, lo que aquí
tratamos ahora es sin comparación muy más dulce que lo que leemos allí»
(N.C., 526).
No me ocuparé de informar sobre lo que dijo fray Luis, ni en toda ni en
parte de su producción literaria. Lo que quiero es ver desde dónde lo dijo; des-
de qué actitud escribe, cuál sea la estructura de categorías o lugares mentales
de referencia en función de los cuales se delimita y pauta su discurso. Lo que
interesa, pues, no es el contenido de su obra, al menos in recto. Me ocuparé de
ella in obliquo, para detectar, a través del texto, el esquema infratextual, ei lo-
gos que en él se revela, su apriori o radical significativo; de otro modo, el mo-
delo, paradigma o arquetipo desde el que y en torno al cual se organiza dicho
texto. Es a lo que aludo al hablar de «clave epistemológica de su lectura».
Voy a empezar el análisis por una mínima parcela de su obra, que puede
considerarse representativa. Posteriormente se podrá ampliar el punto de vista
generalizando los resultados de este primer acercamiento. Me refiero a la me-
Obras, p. 674). Declara sus poesías «obrecillas» de su mocedad y casi de su niñez, que se le «caye-
ron como de entre las manos». Los conocedores y los estudiosos de esas «obrecillas» saben nui^
bien cuánta reflexión y lima hay en ellas. «Aquellas obrecillas que, dice fray Luis, se le cayeron de
las manos, son, bajo su aparente sencillez, producto de un arte consciente y refinado. Para des-
montarlas y entender completamente su técnica expresiva no bastaba la critica puramente intuiti-
va del pasado siglo; eran precisos los nuevos métodos de análisis estilístico que han transformado
el cuadro de la historia de nuestra poesía clásica» (SAINZ RODRIGUEZ, P., «Introducción al
estudio de fray Luis de León», en El pensamiento filosófico de fray Luis de León, por Alain Guy,
Madrid 1960, pp. 33-34). La obra escrita de fray Luis es un producto altamente reflexivo, no obra
de la espontaneidad. Referir esa obra a la espontaneidad es uno de los «mitos» que debe ser de-
sechado, junto con el de la «serenidad», para llegar a su interpretación correcta (cf. LAPESA,
R., «El cultismo en la poesía de fray Luis de León», &\.AttidelConvegnoInternazionalesul tema
«Premarinismo e pregongorismo», Roma 1973, p. Z2D).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 25
van, son dados de lado, mientras se propagan aquellos otros que envanecen o
corrompen.
El vacio dejado por las Escrituras Sagradas es llenado con «la lección de
mil libros» no solamente vanos, sino señaladamente dañosos, los cuales, como
por arte del demonio, como faltaron los buenos, en nuestra edad más que en
otra han crecido». De aquella «antítesis» se pasa, pues a esa lamentable «hi-
pótesis»; hipótesis porque es algo que resulta de lo que en las circunstancias
señaladas puede hacerse; lamentable, porque lo que se hace es entregarse todo
el mundo a lecturas vanas y dañosas. Como, por «la condición triste de nues-
tos siglos», tales circunstancias no van a cambiar, habrá que moverse en la hi-
pótesis, partiendo de ver ordenado «que los libros de la Sagrada Escritura no
anden en lenguas vulgares, de manera que los ignorantes los puedan leer», y
así «se les han quitado al vulgo de entre las manos» 1. En ese supuesto fray
Luis entiende que lo que es necesario hacer es ganar por la mano la carrera de
las circunstancias y, contra la proliferación de lecturas malas, servir lecturas
buenas.
Es el caso que el hueco dejado por la Sagrado Escritura, portadora de
«medicina y remedio», se ve invadido por esa otra «lección de mil libros», que
ni curan ni remedian nada, antes al contrario. En primer lugaT por culpa de la
soberbia. Fray Luis apunta ahí a los maestros que debieran saber las Letras
Santas, para sacar de ellas su enseñanza; pero no las saben u obran como si\as
ignoraran. Resultado de lo cual es que (párrafo sin desperdicio): «En muchos
es esto tan al revés que no sólo no saben aquestas Letras, pero desprecian, o a
lo menos muestran preciarse poco y no juzgar bien de los que las saben. Y con
un pequeño gusto de ciertas cuestiones, contentos e hinchados, tienen título de
maestros teólogos, y no tiene la Teología» (N.C., 382; 682) 3 .
2 Para la historia de las prohibiciones de leer la Biblia en romance y, en general, de los «índi-
ces de libros prohibidos», veáse REUSCH, Die índices Librorum Prohibitorum, Tubinga 1886.
Un resumen de la situación para la época en que escribe fray Luis, ALONSO, D., «Prólogo» a
Paráclesis o Exhortación de Erasmo (en ERASMO, El Enquiridion o Manual del Caballero cris-
tiano y La Paráclesis o Exhortación al estudio de las Letras divinas, ed. Dámaso Alonso, Madrid
1971, pp. 428-429.
3 En su proceso ante la Inquisición, entre los cargos que se le hicieron estaba el de desdeñar la
Teologia de la Escuela. A él responde el propio fray Luis dejando las cosas en su punto: la Esco-
lástica tenía un puesto introductorio señalado para ir al estudio de ia Escritura,, U> que taquería, vm
conocimiento de todas las ciencias, pero de ninguna manera ese conocimiento se agotaba en las
cuestiones escolásticas. A las que sí desdeña es a los que, contentos con su Soto o su Cano, leídos
de otra parte por encima, creían conocer a santo Tomás y a los Padres, y ninguna plict cosa juzga-
ban necesario conocer para el entendimiento de la Escritura (Colección de documentos inéditos
para la Historia de España, ed. M. Salva y P. Sáinz de Baranda, Madrid 1847, X, pp. 361,171;
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 27
cf. GUTIÉRREZ, M., Fray Luis de León y la Filosofía españolo del siglo XVI, Real Monasterio
de El Escorial 1929, p. 47 ss.). Fray Luis se encontraba en superioridad respecto a los teólogos es-
peculativos sobre todo por el conocimiento de las lenguas griega y hebrea, en las que se habían
escrito los Libros santos, lo que hizo notar cuando le pareció oportuno (Colección de documen-
tos..., X, p. 371; N.C., Obras, p. 382), Ironiza sobre los teólogos escolásticos y los inquisidores
que se declaran jueces en las cuestiones de la Yulgata, siendo así que ignoran el griego y ei hebreo:
«theologi scholastici et inquisitores ñeque graece, ñeque hebraice sciunt, et suum tamen statuunt
judicium per hanc editionem Vulgatara in rebus dubiis in fide et moribus...» (Opera, V, p. 296).
4 Saliendo en defensa de los escritos de santa Teresa, se opone a aquellos que, so capa del
bien espiritual, ven en ellos escondidos peligros. Si los tales «se movieran con espíritu de Dios,
primero y ante todas cosas, condenaran los libros de Celestina, los de Caballerías, y otras mü pro-
sas y obras llenas de vanidades y lascivias, con que cada momento se emponzoñan las almas. Mas
como no es Dios quien los mueve, callan esto, que corrompe la cristiandad y costumbres, y hablan
de lo que las ordena y recoge y lleva a Dios con eficacia grandísima» («Carta-Dedicatoria a las
Madres priora Ana de Jesús...», Obras, p. 1363). En la breve introducción a sus traducciones
poéticas sagradas se expresa en parecidos tonos abogando porque sea esa poesía la que regale
nuestros oídos y se haga escuchar de noche y de día por calles y plazas: «mas ha llegado la perdi-
ción del nombre cristiano a tanta desvergüenza y soltura, que hacemos música de nuestros vicios,,
y no contentos con lo secreto de ellos, cantamos con voces alegres nuestra confusión» (P. Obras,
p. 1633).
28 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
nombrarse las cosas. Pero además de esas función edificante que han de
cumplir los libros buenos, tiene otra correctiva, que es la de quitar a la gente
de las manos los malos, «sucediendo» a los otros y ocupando el lugar que ocu-
pan éstos. De modo que, aunque el vacío dejado al retirar los textos bíblicos
esté de hecho lleno de otras lecturas —libros de «cuestiones» teológicas, de
canciones frivolas o amatorias, o de imaginerías novelescas—, todas ellas se
resuelven en vaciedad. Vacía continúa de derecho la república de los buenos
escritos, aunque, y precisamente por ello, se vea llena de «escrituras malas»,
por cierto muy bien «recibidas».
Para colmar ese vacío cuerdamente y con eficacia, han de reunir los libros
que se escriban estas dos condiciones: primera, que nazcan de la Escritura o se
conformen a ella, de modo que se lean por el cristiano como escritos de fami-
lia, que lleven su sangre y su espíritu; segunda, que suplan por los «dañosos y
de vanidad», desplazándolos, «sucediendo en su lugar de ellos». Quiero en-
tender por esta «sucesión» un nuevo modo de recuperar valores viciados por
haber caídos en manos de injustos posesores, para inscribirlos en la propiedad
de sus legítimos titulares.
Fray Luis hace suyo el buen sentido de la humanidad, las intuiciones
sobre el bien y la justicia emanadas de ese buen sentido, y los esfuerzos de las
ciencias y las artes para alcanzar la belleza, la verdad y la paz. Pero entiende
que todo eso se encuentra privilegiadamente contenido en la Escritura, la la
que ha de dirigirse la mirada para, desde ella, componer el mundo, en orden
con su verdadero principio y razón. De ahí que en sus diversas obras oriente el
discurso sobre el de las Sagradas Letras (C.C., 25), manifestándonos «lo que
ha aprendido» de ellasj más bien que de su propia experiencia o a través de los
recursos de su ingenio (P.C., 208). Hasta para su poesía encuentra los mode-
los no superados en el uso que Dios hizo de ella en muchos lugares de los
Libros Sagrados (P., 1447). La misma guía le asiste comentando a Job (L. J.,
849), sin mencionar el caso más patente de los Nombres de Cristo.
Ello es que, al redactar sus escritos, se propone deliberadamente cumplir
con un servicio a la Iglesia, entendiendo que Cristo es alma de ella, y en Cristo
se resume toda la enseñanza que para su bien el hombre puede desear y bus-
car: «la propia y verdadera sabiduría del hombre es saber mucho de Cristo»
(N.C., 385). Sabiduría, que, si es escritura sana, provendrá de las Sagradas
Letras, «como nacida» de ellas; y que conducirá a cuanto «el humano enten-
dimiento puede entender y le conviene que entienda» (N.C., 385), a Cristo:
«todo el bien y esperanza nuestra» (C,C, 26) 5 .
5 Fray Luis se muestra aquí seguidor de la phüosophia Christi difundida por la devoción que
apoyaba el evangelismo erasmiano (cf. BATAILLON, M., Erasmo y España. Estudios sobre la
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 29
historia espiritual del siglo XVI, México 1966, passim, sobre fray Luis, p. 760 ss.; ID., «Prólogo»
a ERASMO, El Enquiridion o Manual del caballero cristiano..., Madrid 1971, pp. 65-84). El
opúsculo erasmiano Paraclesis ad Christianae philosophiae studium es, en efecto, un «exhorta-
ción» al estudio de la Escritura como fuente de la sabiduría cristiana. No es a fray Luis a quien
pueda aplicarse lo que Erasmo lamenta: «pues vemos que todos los hombres con unas ardientes
agonías cada qual se aplica a sus exercicios, y también vemos que sola esta philosophía de Jesu
Christo, unos ay que, aunque se llaman christianos, se ríen della, y vemos que muchos la me-
nosprecian, y vemos assimismo que los que la tratan son pocos, y que estos lo hazen muy
fríamente, no quiero dezir muy ruynmente. La causa por que es esta cosa de mayor dolor es por-
que vemos por una parte traerse desta manera la filosofía de Jesu Christo, y por otra parte que en
todas las otras disciplinas que se han hallado con industria y saber humano, no hay cosa, por es-
condida y encerrada que esté, que no la aya escudriñado y alcancado la sagacidad y astucia de los
ingenios humanos...» Los estudiosos de otras filosofías cada uno se sabe muy bien las doctrinas
de sus sectas, las defienden y morirían por.ellas. Teniendo los cristianos mayor razón para.cono-
cer y profesar las suyas, las desatienden {Paraclesis..., Ibid. [ed. D. Alonso], p. 451),
SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
30
voy a ofrecer aquí. Baste indicar que la centralidad de Cristo en las preocupa-
ciones literarias de fr. Luis no es exclusiva del tratado de los «nombres», que
derechamente se lo proponen. Ese tema es su constante de autor, su universal
teológico, ya que como obra de teólogo ha de tomarse toda su producción lite-
raria ". A título de muestra quiero indicar solamente que en la letra del Libro de
Job ve oculta la profecía de la venida de Cristo al mundo (L. J., 853), y en las
gestas del patriarca ha de leerse lo que hace el amor de Cristo ardiendo en las
almas de los justos (L.J., 849). En La perfecta casada examina cómo la Escri-
tura «instruye y ordena las costumbres» de la esposa modelo. Pero detrás de
todo está también Cristo. En los mismos lugares en que la Escritura ordena
costumbres, «profetiza misterios secretos...; los misterios que profetiza son el
ingenio y las condiciones que había de poner en su Iglesia, de quien habla co-
mo en figura de una mujer casada» (P.C., 218), Otro tanto ocurre en la «Ex-
posición del Cantar: «Cosa cierta y sabida es que en estos Cantares, como en
persona de Salomón y de su Esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amo-
rosos requiebros explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entra-
ñable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y
de gran peso» (C.C., 27). Al final del libro, contemplando su última venida,
se nos presenta a Cristo «enteramente por el juicio en el mundo» (C.C., 174).
Esos temas crísticos aparecerán en toda su virtud en la Explanación latina al
mismo texto, cuando no se detenga en «declarar la corteza de la letra» {C,C,
27), sino que aspire a interpretar todos los sentidos que ese Cantar encierra, en
el que el Espíritu Santo encerró de misterio más «que en otro alguno» (C.CM
31) 8 .
Lo expuesto es suficientemente indicativo a efectos de poder concluir des-
de dónde escribe fray Luis su obra y cuál sea el paradigma, arquetipo o refe-
rencia radical desde los que hay que leerla y cabe entenderla. Pero antes de pa-
sar a esto quiero hacer unos subrayados, aunque sobre cosas ya apuntadas. 1)
Sobre los intereses humanos presentes en su tiempo y las formas literarias en
que se expresan. 2) Sobre cómo son éstas recibidas y aquéllos reformulados
por él. 3) Sobre la significativa del simbolismo ternario.
1. Consideremos una vez más los Nombres de Cristo. Las pláticas que en
ellos se sostienen son conducidas por Sabino, Juliano y Marcelo. Se han bus-
cado personajes reales que estén detrás de esos nombres. Sin negar interés a
ese tipo de indagaciones, que por lo demás hasta ahora no han salido del terre-
8 El tema cristológico aparece del mismo modo central en la Explanación del profeta Abdías,
alcanzando ahí una plenitud entusiasta que por una parte recoge ecos de la Ciudad de Dios agusti-
niana, y, por otra, llega a ofrecer perspectivas históricas desconcertantes (Opera, III, véanse pp.
29, 153 ss., 172-173).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 33
9 COSTER, A., Luis de León, Nueva York-París 1921, II, p. 102; CUEVAS, loe. cit., pp.
48-51.
34 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
Lo que ante esa riqueza de la Escritura hace en primer lugar fray Luis es
precaverse de la tentación de resumir en una sola de esas riquezas las demás.
Conviene hacer notar su predilección por descifrar el secreto del universo
viéndolo ordenado entre «historia» y «profecía». En cambio, muestra defini-
das reservas frente a la que en su tiempo es una tentación corriente, la de redu-
cir toda la susodicha riqueza a «doctrina», a cuestiones de Escuela; como
ocurre en aquellos maestros teólogos que, con título de tales, «no tienen la
Teología» (N.C., 382). Reaccionando contra esa tendencia es como se inclina
a subrayar la fuerza de la historia y la profecía. Lo que, por otra parte, se
corresponde con lo que es sustancia misma del mensaje bíblico, que desarrolla
ante el hombre el drama tendido entre creación y salvación, o entre naturaleza
y carisma. Advirtiendo además que, según los casos, subraya, bien una, bien
otra de esas valencias. En efecto, a veces hace prevalecer la exigencia de recu-
perarse del olvido de los orígenes arquetípicos o inocentes, medida de toda
bondad, que se restauran en el recuerdo de lo perdido, con la mirada puesta en
la «historia». En otras ocasiones, y son las más, en todo caso las que mejor
definen su obra de madurez, la instancia realizadora en la belleza, el bien, la
justicia y la paz se cumple bajo la guía de un ideal de futuro, abierto a la espe-
ranza y la mirada puesta en la «profecía». Pero esos dos aspectos están llama-
dos a integrarse, siendo precisamente Cristo el eslabón que los junta: la fuente
de la que todo proviene, el eje en torno al que todo se ordena, el fin que todo
lo recapitula n
De esa forma se operan en fray Luis las trasmutaciones del espíritu de su
época en epopeya a lo divino, cuyo eje dinámico es el «arquetipo Cristo»: re-
sumen de una doctrina que es sabiduría de salvación, a la vez poética —arte
creador— y profética —beneficio redentor. Poética y agapética, naturaleza y
utopía, nacer todo de Cristo y nacer Cristo en todo, contienen el resumen, y
revelan el secreto de sus gestas, escenificadas en el «teatro del mundo», en ofi-
cios dominantes de «Pastor», que sabe de la naturaleza y de «Principe», que
sabe del reino.
Gestas que fray Luis traduce a lo divino, recuperando para la verdadera
sabiduría, cuanto los libros vanos y dañosos expresaban en lenguaje humano,
demasiado humano. «Libros perdidos y desconcertados», con «sabor de gen-
tileza y de infidelidad»: paganos y perdidos naturalismos pastoriles, infieles y
desconcertados heroísmos caballerescos. Cristo es el verdadero Pastor y el
verdadero Caballero. De ahí que «saber mucho de Cristo» resuma toda la
11 Cf. ALVAREZ TURIENZO, S., «Fray Luis de León y la Historia», en Estudio Agusti-
niano, XII (1977) pp. 643-696; ID., «Conocimiento y vida. Epistemología de fray Luis de León»-,
en Cuadernos Salmantinos de Filosofía, VI (1979) pp. 285-310.
36 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
12 Erasmo, en su boceto de la figura del «soldado cristiano», recogía de su época, mejor que
enseñaba, un ideal de vida. Sobre él iba a modelarse la aventura religiosa del siglo para el que
escribe. Ideal que, para sus finales, se movia en la desilusión en la cabeza de Cervantes. De todos
modos Don Quijote, «como Cristo Jesús, de quien fue siempre... un fiel discípulo, estaba a lo que
la ventura de los caminos le trajese», según escribe Unamuno, quien no urde demasiado artificio
leyendo la vida de Ignacio de Loyola en paralelo con las hazañas del Caballero de la Mancha (Vi-
da de Don Quijote y Sancho, en Obras completas, III, Madrid 1966, p. 71). «Ignacio de Loyola se
llamaba a sí mismo 'caballero de Cristo' y organiza su Compañía según los principios de la ética
caballeresca, aunque a la vez con el espíritu del nuevo realismo político» (HAUSER, A., Historia
social de la literatura y el arte, Madrid 1968, II, p. 63).
13 La razón de ser un «abreviatus mundus» es porque constituye como un eslabón entre to-
das las cosas, «como un medio entre lo espiritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno
y io otro» (N.C., Obras, p. 412).
14 Opera, I, 117.
15 Cf. Platón, República, IV, 427 e, 428 e y ss., 434 c-d, 439 d.
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 37
16 N C , Obras, pp. 441, 422-423; cf. CRISOGONO DE JESÚS, «El misticismo de fray Luis
de León», en Espiritualidad, I (1942), p. 30 ss.
38 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
17 N.C. Obras, pp. 416, 498; Opera, III, p. 174; SAINZ RODRÍGUEZ, loe. cit., p. 43.
18 Opera, I, p. 249; III, p. 173.
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 39
Todas esas interpretaciones son cosas de los filósofos, que nada entien-
den de aquel real y sólido entender, consistente en «saber mucho de Cristo».
No es que los filósofos y los sabios no anduvieran ni anden en busca del verda-
dero saber, pero todos fallaron en el intento, aunque de algún modo llegaran a
columbrar su verdad. De ahí que las epistemologías que utilizaron para dar
lectura al universo resultaran tan presuntuosas cuanto vanas., dado que no es-
taba escrito en el lenguaje supuesto en ellas. Repitamos que para fray Luis el
texto del mundo, particularmente el de la naturaleza del hombre, el sentido de
la vida y el de la historia está escrito en clave crística. Clave por tanto sustanti-
va y resolutivamente cristiana, sólo en la cual se entenderá «lo que el humano
entendimiento puede entender». Leer en esa clave el universo significa refe-
rirle al modelo, arquetipo o radical desde el que, por el que y en razón del que
vino a ser, se mantiene siendo, y crece y madura en su virtualidad. Todo esto
se dice en los modos que tuvo Dios de comunicar su bien al mundo, cuyo sum-
mum consiste en la «unión personal» con él, asumiéndolo en Cristo (N.C.,
411-412). Cristo será, pues, el auténtico universal buscado, y ahora encontra-
do. Puesto que es todo en todo, el alfa y omega definitivamente universales; y
lo es «asumiéndolo», asemejándolo a sí: a su «ser» con los bienes de naturale-
za que le ha comunicado; a «la vivienda y bienandanza suya», con los de gra-
cia; a venir a «ser el mismo Dios» en el juntarse con «El en una misma perso-
na». Entendiendo que, «aunque con sola esta humana naturaleza se haga la
unión personal propiamente, en cierta manera también, en juntarse Dios con
ella, es visto juntarse con todas las criaturas, por causa de ser el hombre como
40 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
Quiero aducir dos pasajes en los que, con claridad, se nos muestran, aun-
que no se traten temáticamente, esos cuatro lugares teológicos y su correspon-
diente gradación.
«Dije que para el entero entendimiento de la Escriura era menester sa-
berlo todo; la Teología escolástica, lo que escribieron los Santos, las lenguas
griega y hebrea. Y que aunque a mí me faltaba mucho de esto, pero que si en
mi mano fuese el tenerlo, yo lo escogería para mí, para el efecto sobredicho; y
que los que se contentaban con menos eran hombres de mejor contento que
yo» 21.
«Pero en muchos es esto tan al revés, que no sólo no saben aquestas
Letras, pero desprecian, o al menos muestran preciarse poco y no juzgan bien
de los que las saben. Y con un pequeño gusto de ciertas cuestiones contentos e
hinchados, tienen título de maestros teólogos, y no tienen la Teología; de la
cual, como se entiende, el principio son las cuestiones de Escuela, y el creci-
miento la doctrina que escriben los Santos; y el colmo y perfección y lo más al-
to de ella las Letras Sagradas, a cuyo entendimiento todo lo de antes, como a
fin necesario, se ordena» («Dedicatoria», N.C., 382).
En sus rasgos básicos esta epistemología no es nueva. Tiene detrás la
doble tradición griega y hebrea de la que se nutre el pensamiento teológico
cristiano. Por una parte, la tradición platónica, que, a través de Plotino y
22 ESPINOSA, B., Etica, II, pr. 40, se. 2; en otros lugares de la obra del filósofo vuelve
sobre esa cuestión, presentándola bajo esquemas ligeramente modificados. Sobre este particular,
ver GUEROULT, M., Spinoza. II, L'áme (Ethique, 2), París 1974, consultar «Appendice n° 16,
pp. 593-608.
23 PLOTINO, Eneadas, III, 8, donde hace de la contemplación «el deseo de todos los seres»;
y se cumple por tres grados, que corresponden a la «naturaleza», al «alma» y a la «razón», ascen-
diendo desde la «contemplación silenciosa» del primer grado hasta el «silencio contemplativo»
del último. Corrientemente atribuimos conocimiento al hombre y no a las cosas brutas por debajo
de él. En ese supuesto hemos mencionado los grados de conocimiento en fray Luis que en un sen-
tido profundo atribuye algún modo del mismo a todo lo creado, viéndolo penetrado del impulso
orientado hacia Cristo. «Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señala-
damente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas
tenga en sí a todas las otras y en que, siendo una, sea todas cuanto le fuere posible; porque en esto
se avecina a Dios, que en sí lo contiene todo. Y cuanto más en esto creciere, tanto se allegará más
a El, haciéndose semejante. La cual semejanza es, si conviene decirlo así, el pío general de todas
las cosas, y el fin y como el blanco adonde envían sus deseos todas las criaturas» ( N C , Obras, £.
392).
CLAVE EPISTEMOLÓGICA PARA LEER A FRAY LUIS DE LEÓN 43
7. Características de su mentalidad.
La clave epistemológica que abre a la lectura de la obra de fray Luis, per-
severando en cuanto a la sustancia, recibe en él mismo diversas modulaciones,
44 SATURNINO ALVAREZ TURIENZO
Características
Ricas Blandas (cálidas)
Epistemologías
Pobres Duras (frías)
* He aprovechado, sin mencionarlos casi nunca, el Luis de León de Adolphe Coster (New
York-Paris, 1921-1922); el Luis de León. A Study of the Spanish Renaissance (Oxford, 1925) y
Francisco Sánchez el Brócense (Oxford, 1924) ambos de Aubrey F.G. Bell. Cito frecuentemente,
en abreviatura, dos obras:
OPERA = Franc. Sanctii Brocensis, Opera omnia (4 tomos, edición de Gregorio Mayans)
Genevae, 1766.
LIAÑO = Jesús María Liaño, Sanctius el Brócense, Universidad de Salamanca, Madrid,
1971.
He usado para la Minerva de 1587 la versión, muy útil a pesar de caídas ocasionales: F.
Sánchez de las Brozas «El Brócense», Minerva o De la propiedad de la lengua latina. Introduc-
ción y traducción por Fernando Riveras Cárdenas, ed. Cátedra, Madrid, 1976. Y naturalmente el
Pedro Urbano González de la Calle, Vida profesional y académica de Francisco Sánchez de las
Brozas, Madrid, 1923.
EUGENIO ASENSIO
48
secretario de Portocarrero. Pero hoy por hoy adivinamos algo de la vida y ca-
rácter de Juan de Grial a través de sus cartas a Juan Vázquez del Mármol —el
corrector de libros y humanista que soñaba con editar a Terenciano Mauro,
De litteris, syllabis et metris Horatii— fiel corresponsal de Luis de León y
Arias Montano y el Brócense. D. Pedro Portocarrero en 1589 fue nombrado
obispo de Calahorra, de cuyo cabildo fue Juan de Grial canónigo. Sus cartas
desde Santo Domingo de la Calzada pululan de peticiones de libros, de pullas
eruditas y glosas a los clásicos. Comenta textos de Catulo, reclama ediciones
de Padres de la Iglesia, manuscritos antiguos, publicaciones modernas, como
los Anales de Baronio. El 21 de febrero de 1590 escribe desde Santo Domingo;
hace comentarios algo desabridos sobre la obra de Pedro Simón Abril Apun-
tamientos. De cómo se deben reformar las doctrinas y la manera de ensé-
ñanos, Madrid, 1589. Le desagradan ciertas cosas, como el que Abril escriba
ciencia y no sciencia. «Yo hize mi officio en esta razón quando se me comuni-
có el dicho trattado, no sé cómo passó por esto el P. M° fr. Luys, que por lo
menos fuera razón dar traslado al Sr. J. López de Velasco». Porque Grial es
un ortografista poco nebrijense, que redobla a la italiana trattar, de tractare,
officio etc. Remata su carta: «Embié nos nuevas de libros, pues yo no pido
más del patio de Palacio» l. Desde Alcalá, 18 de octubre 1594 se queja: «Esta
tierra es muy yerma de libros: assí la pienso de dejar presto». El interesante
prólogo Al lector en la edición nacional de San Isidoro, Madrid 1599, esclare-
ce su intervención y tendencias ecdóticas. Pero de esto más tarde. La última
pieza que de él conozco, es un informe sobre la conveniencia de sustituir el Ar-
te o Gramática latina de Antonio de Nebrija, tortura de escolares, por otra
más moderna. Como es sabido se llegó tras infinito pleito a una solución ab-
surda: preservar el nombre y la cascara del Antonio tolerando radicales modi-
ficaciones internas. Pleito casi tan reñido como el del Voto de Santiago y que
bien merecía un historiador.
Las cartas a Vázquez del Mármol pueden verse en Epistolario español, BAE, vol. 62,
nums. 47 y 48, p. 36. También J. López de Velasco, Orthographia y pronunciación castellanai
Burgos, 1582, dice: «En sola la palabra sciencia no parece que se puede escusar ya la s., porque
.aunque en el hablar no se pronuncie, la costumbre de verla scripta assí haze que parezca mal sin
ella». La carta de febrero 1590 figura en la B.N. de Madrid, «Cartas literarias», P.V. fol. C-36.
50 EUGENIO ASENSIO
2 Angelí Politiani Sylvae... Poema quidem obscurum sed novis nunc Sholüs ilustratum per
Franciscum Sanctium Brocensem, Excudebat Andreas a Portonariis, Salmanticae M.D.LIIII.
«...unicum literarum columen praeceptor meus Cassius Leo, cuius Musa post Graecas et Latinas
literas feliciter adeptas, non solum Philosophiam percalluit sed divinan Theologiam ore personat
trilingui».
3 Sus términos son algo vagos: «...relictis his Musís humanioribus, iam diu animum ad
sacram Theologiam appulissem. Sed si rursus obiiciat aliquis, non etiam aequum esse a sacris ad
profanas rediré, sciat is me iuventuti Salmantinas non potuisse hoc denegare».
4 Cfr. Pedro U. González de la Galle, Vida profesional... p. 365.
5 Archivo Histórico Hispano-Agustiniano, nov. 1916. Cit. por Bell, Luis de León, pp. 21 y
117.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 51
6 OPERA, IV, pp. 172, 176, 179, 196, Cuando Vázquez del Mármol le aconsejó quitarla, se
resistió. «Esta pusimos por ser del mismo autor que las demás que v. md. no quita, y porque el
autor es conocido y no le pesará que se imprima» (Epistolario español, t. 62, BAE, p. 31).
7 En 1631 era Sarmiento de Mendoza canónigo magistral de Sevilla. Pacheco lo pintó en el
Libro de los retratos; Quevedo elogió, en los preliminares, su Milicia evangélica, Madrid, 1628; y
le dedicó la 3 a parte de su Virtud militante; acabada el 4 de setiembre de 1635, aunque no se
imprimió hasta 1651.
8 La primera y sucinta edición fue descrita y someramente cotejada con la redacción definiti-
va en LIAÑO, tantas veces citado: este libro, extracto de una tesis más amplia, consagra al cotejo
las pp. 83-116. Fue reeditada la primitiva en F. Sánchez de las Brozas, Minerva (1562). Introduc-
ción y edición de Eduardo del Estal Fuentes, Universidad de Salamanca, 1975. Estal la analiza a
la luz de la lingüística de su tiempo, y de la novísima lingüística.
52 EUGENIO ASENSIO
das a Grial, del cual hay algunos apuntes y borradores. Copié al desgaire y
provisionalmente las cartas que me sirven de punto de partida para mi traba-
jo. Como actualmente no tengo acceso al manuscrito, dejo en blanco algunos
pasajes de lectura dudosa, y otros menos interesantes por falta de espacio. El
grueso volumen llevaba antes el n° 983 como signatura.
El carteo de los dos amigos gira en torno a los problemas suscitados por
la Minerva, especialmente a la pretensión del Brócense de dar como absoluta-
mente ciertas una serie de correcciones al texto de Virgilio, para las cuales no
alega manuscritos que las respalden, ni otra autoridad que su ingenio para en-
mendar a los clásicos. Las zumbonas observaciones de Grial sacan de quicio al
irascible Brócense que compara los graciosos razonamientos de Grial con las
Súmulas de Ockham, tortura de escolares. Grial le devuelve la pelota, tildan-
do de la afirmación de la Minerva de que los nombres propios no pueden lle-
var adjetivos de «ramo de aquellos infelices Ramos que nunca se pudieron en-
xerir en Aristóteles y Cicerón, árboles tan fértiles, tan hermosos, tan pro-
vechosos y saludables al mundo». Es decir, incluye al Brócense entre los ra-
mistas debeladores de Aristóteles y Cicerón.
Voy a arrancar de esta pelotera entre amigos para desarrollar dos temas
que estimo importantes: Las doctrinas divergentes de crítica textual que encar-
nan el Brócense y Grial; y la evolución de su ramismo, concentrando mi aten-
ción, en campo tan amplio y de fronteras tan indecisas, sobre el ramismo lite-
rario y retórico, muy descuidado por los investigadores que me precedieron.
Mencionemos antes de paso ciertas notas curiosas de la «conversación
entre ausentes» de los dos humanistas: la desdeñosa referencia del Brócense a
su colega Juan Escrivano, helenista; las rechiflas que Grial hace de la insensi-
bilidad de los animales y la Antoniana Margarita de A. Gómez Pereira; o de la
ruin latinidad del M° Curiel, que a pesar de su latín macarrónico sucedió a
Luis de León en la cátedra de Biblia; o su propuesta final de rebautizar la Mi-
nerva titulándola «Diana ellíptica», ya que «lo más principal que en esta obra
se haze es descubrir ellipsis». No insistamos en las claridades que sobre la ines-
table psicología del Brócense arroja la forma destemplada en que reacciona
poniendo el paño al pulpito y remitiendo a hombre tan docto como Grial a las
páginas de Lorenzo Valla y de la Minerva, para luego, en un quiebro rápido,
pasar de la insolencia y desmesura a la humildad recordando la pobreza en
que surgió su tratado y abriéndose a toda posible crítica, menos la gramatical
en que no reconoce superior. Confesemos que Grial daba en el blanco al
subrayar el carácter quijotesco de su interlocutor: «A la verdad siempre me
dio en rostro un no sé qué que tiene de desgarro y caballero del Phebo».
Lo importante para mi objeto es subrayar que tras estos desgarros y
pullas se esconde una real y significante divergencia en materia de crítica tex-
tual, una polémica entre dos escuelas vivas de edición de los clásicos.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 53
9 «Ego etenim quo potui semper conatu antiquitatis et amator et investigator extiti: unde fac-
tum est ut cum pervetera doceam, rerum novarum excogitator appeller».
54 EUGENIO ASENSIO
10 Véase la discusión de la enmienda del verso de Aen. VI, 588, «Per Graium populos me-
diaeque per Elidis urbem» en la Minerva, versión citada de Riveras Cárdenas, p. 387.
11 G. de Andrés, «Viaje del humanista Alvar Gómez de Castro en busca de códices de obras
de S. Isidoro para Felipe II. (1572)», en Homenaje a D. Agustín Millares Cario, 1975, t. I, 607-
621.
12 Divi Isidori Episcopi Hispalitania Opera..,, Madrid, 1599, p. 2a del Ad lectores: «Sed
huic coniiciendi sollertiae, nos perparum, minus fortasse quam aequum fuerat, tribuimus: libros
veteres, ut antiquissimi quique erant, ita minus auctos, minusque corruptos jnyenimúsy fontesque
e quibus haustae, ab eodem bona ex parte indicatos, eos sumus seputi».
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 55
14 Waltler J. Ong, S.J., Ramus. Metod and theDecáy of Dialogue, Cambridge Mass., 1958.
15 Para la bibliografía del ramismo, sus adversarios, precursores y secuaces véase W. Ong,
Ramus and Talón Inventory, Cambridge Mass., 1958, compañero de su magno libro sobre Ra-
mus. La parte española, por falta de pesquisas de los estudiosos nuestros, es deficiente.
16 Cfr. Eugenio Asensio, «Ciceronianos contra erasmistas en España. Dos momentos.
(1528-1560)», en Revue de Littérature Comparée, 1978.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 57
17 Sobre Rodolfo Agrícola, y la línea que, pasando por Juan Luis Vives y Johannes Sturm, le
liga a Petrus Ramus, véase Cesare Vasoli, La dialettica e la retorica dell'Umanesimo, pp. 147-248,
Milano, 1968.
18 Rodolphi Agricolae Frisii, De inventione dialéctica libri tres. Burgis. Excudebat Ioannes a
Junta, 1554. (Pero el colofón —tras 5 folios de erratas— puntualiza: Burgis. Anno M.D.LV.) El
texto de Arcisio suena en latín: «hanc vero dialectices partem qui post Aristotelem Rodolpho
Agrícola doctius, subtilius, ingeniosius atque accommodatius docuerit, inveni neminem... Ego
vero deplorans Salmanticae tantam esse in his quae ad argumentorum inventionem pertinent iner-
tiam ut locorum dialecticorum vix ulla habeatur ratio, statui saltem discipulis meis auctorem hunc
interpretari. Ad quod faciendum cum códices desiderarentur, Mathiam Gastium, recentem
quidem typographum, sed quem no vi bonarum litterarum iam pridem studiosissimum, rogavi ut
quam prirnum illos suis typis excuderet. Quod fecit tanto lubentius quanto publicae utilitatis amo-
re flagrat ardentius».
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 59
2. El ramismo en Salamanca.
No cabe duda que en Salamanca, estrechamente ligada a París, repercu-
tieron tanto los ataques de Petrus Ramus a Aristóteles (Petri Rami Veroman-
dui Aristotelicae animadversiones, Paris, 1543) y Cicerón (Petri R&mi...Bruti-
nae quaestiones in Oratorem Ciceronis, Paris, 1547), como las réplicas de
André Gouveia, Perionio, Charpentier y Adrien Turnébe. Pero no he logrado
descubir antes de 1558 ninguna reacción, hostil o aprobatoria, de los hombres
de la Facultad de Artes en textos impresos. De pronto en 1558 aparecen: 1) la
invectiva o embestida de Jacobus Salvator Murgensis o Diego Salvador de
Murcia, poeta neolatino; 2) la refutación de ciertas doctrinas ramistas por Lu-
dovicus Lemosius o Luis de Lemos, médico y filósofo portugués que profesa-
ba en Salamanca; 3) las primeras manifestaciones de simpatías por Petrus Ra-
mus en la obra del Brócense. Por cierto que el Brócense es amigo de Salvator
Murgensis, cuyos poemas o Poética llevan al frente cinco dísticos laudatorios
suyos; y de Lemosius, cuyo comentario a Aristóteles De interpretación (1558)
lleva cuatro. Este comentario salió casi a la par, aunque en otro editor, que
Baradoxorum dialeciicorum libri duó, Salmanticae, Andreas a Portonariis,
donde se enfrenta con pedro Juan Nuñez y Omer Talón.
Los poemas de Diego Salvador —Iacobi Salvatoris Murgensis Poética,
Salmanticae, Ioannes a Canova, 1558— brindan un rico muestrario de los gé-
neros poéticos que lograban más favor en España, Francia e Italia. Sus mode-
los predilectos —fuera de Catulo y Virgilio— son Pontano, Sannazaro y Vida.
Pero conoce y ama poetas más modernos: en España a Juan Vilches el anda-
luz, su íntimo amigo; en Portugal a Jorge Coelho y André de Resende; en
Francia al grupo lionés y parisino, entre los que admira a Salmón Macrino, al
19 Ong, pp. 120-121, ha notado la deuda de Melchor Cano con Agrícola, apoyándose en el
Pére Gardeil, Dictionnaire de théologie catholique, s.v. lieux communs. Que el Brócense leía en
1567 a sus alumnos el texto de Rodolfo, lo consigna González de la Calle, obra cit., p. 75. Véase
también OPERA, I, 461, o la Minerva o el Organum etc. Andrés Sempere, ramista ecléctico, dis-
cute a Agrícola en su Methodus oratoria, Valencia, 1568, pp. 115,122, 141, 152: corno los ramis-
tas es muy amigo de diagramas y dicotomías, ha empezado su carrera refundiendo'las Tabulae
Rhetoricae de Georges Cassandre, protestante irenista.
60 EUGENIO ASENSIO
joven Mureto, a Dampetro o, los que Luden Febvre llamaba «les Apollons de
Collége». Estos contactos con Francia me llaman la atención. A estos poetas
querría gustar, pero no a Vulteius (Jean Visager) al que odia. Dejemos a un la-
do sus cuatro poemas plañendo la muerte del Comendador Griego, o los ver-
sos a Luisa Sigea, para registrar solamente la invectiva «In Petrum Ramun
Veromandum. Trimetri Iambici» (ff. 81-82). Tras una ristra de improperios,
acusa a Ramus de imitar a Heróstrato —incendiario del templo de Diana en
Efeso— injuriando a Aristóteles únicamente por andar en boca de las gentes:
Ut qui impius combussit sedem publicam,
sic sic putas venire in ora gentium
istis tuis sine fine morsiunculis?
21 «In Dialecticae minuto libello, poetarum veísibus refertissirho, quos si demás, fere nihil
Rami in libello erit».
22 La eluridatio o explicación fue más tarde reeditada con el título De auctoribus interpretarí-
ais, Amberes, 1581, por Platino y está reproducida en OPERA, II, p. 73.
62 EUGENIO ASENSIO
24 Cfr. Karl Kohut, «Der Kommentar zu literarischen Texten ais Quelle der Literaturtheorie
im.spanischen Humanismus. Die Kommentare zu Juan de Mena und Garcilaso de la Vega», en
Der Kommentar in der Renaissance, her. von A. Buck und O. Harding, Bonn-Bad Godesberg,
1975, pp. 199-200.
25 P. Miguel de la Pinta Llórente, «Una investigación inquisitorial sobre Pedro Ramus en
Salamanca», Religión y Cultura, vol. XXIV, 1933, 234-251. Incluido, creo, en la colectánea del
mismo autor En torno a hombres y problemas del Renacimiento español, Madrid, 1944, que no
he logrado ver.
64 EUGENIO ASENSIO
26 Sobre el P. Miguel Venegas, exrector del Colegio Trilingüe, véase el P. A. Astrain, Histo-
ria de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Madrid, 1903, vol. II, p. 357.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 65
latinidad, dixo que fue el primero a un coelgial del colegio de Oviedo desta
cibdad que se llamava el maestro Lielmo, que después de canónigo en Burgos,
y también al maestro Sevastián Pérez, colegial que fue en el mesmo colegio de
Oviedo... y al doctor León, colegial del mesmo colegio,... y a Chacón, ayo e
maestro de don Juan de Almeida, y que todos ellos y este testigo le fueron
muy aficionados a su doctrina e latín, y en lo que toca a lógica e philosophía...
Dixo qu'este testigo vio un arte de gramática qu'el dicho Pedro Ramos com-
puso, y que este testigo imprimió otra arte, en la qual contradezía en algo la
arte de grammática del dicho Pedro Ramos, y que se la enbió con un título de
su letra que dezía, Franciscus Sancius Brocensis Petro Ramo dono mittit, sin
screvirle carta ni otra cosa, ni sabe que aya llegado a sus manos». Preguntado
sobre lo que siente acerca de las obras de Pedro Ramus en materia de fe y
doctrina católica, replicó que «no (h)a visto este testigo, ni los que tiene atrás
dichos cosa sospechosa, ni que toque a nuestra santa fee cathólica». Le sobra-
ba razón al Brócense, pues el único libro religioso de Pierre de la Ramee, Co-
mentariorum de religione christiana libri quattuor, no se publicó hasta 4 años
después de su muerte, en 1576.
La testificación de Pedro Chacón, fuera de confirmar la simpatía ramista
del trío de colegiales, de Oviedo, nada añade a la del Brócense, silencia el tema
de las reuniones en casa de don Juan de Almeida. Afirma que dejó de leer a
Ramus desde que Antonio de Covarrubias, desde Trento y el Concilio, le in-
formó de la sospecha de herejía que pesaba sobre él. Dato útil que nos permite
fijar el año ante quem se sostuvieron las conclusiones ramistas defendidas en
casa de su pupilo y discípulo. El Concilio de Trento se clausuró el 3 de no-
viembre de 1563, lo que invita a colocar la efervescencia del ramismo en Sala-
manca hacia 1560-1562.
Los dos focos de irradiación del ramismo son el colegio de Oviedo y, la ca-
sa del gran señor, todavía adolescente, don Juan de Almeida, humanista,
poeta y teólogo en ciernes 27. Los entusiastas son casi todos amigos y admira-
dores de Luis de León. El M° Lielmo y el doctor Sebastián Pérez fueron pedi-
dos como calificadores en su proceso por fray Luis de León, petición denega-
da por la Inquisición que prefería gentes ignorantes del hebreo. Sebastián Pé-
rez, cercano al rey Felipe en su cátedra del Escorial, medió entre Luis y el
28 Bastará mirar el índice de nombres en Coster, en A.F.G. Bell, y en Ben Rekers, Arias
Montano, Madrid, 1973. El libro de Rekers es muy útil aunque poco seguro en su hipótesis sobre
la pertenencia de Montano al familismo, tesis que se apoya en una interpretación de la correspon-
dencia, pero no en el estudio de la obra.
29 Inglaterra posee un libro excelente de este tipo: el de Wilbur S. Howell, Logic and Rheto-
ric in England. 1500-1700, Princeton, 1956.
30 G. de Andrés, Baltasar de Céspedes y su Discurso de las letras humanas, Escorial, 1965,
pp. 162-169. José Rico Vedú, La retórica española de los siglos XVIy XVII, Madrid, 1973, pp.
357-364, ha reproducido sin indicar procedencia la sección sobre la génesis y el análisis.
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 67
guras». Menéndez Pelayo pondera el valor del primero: «En la Retórica tiene
también Céspedes algunos preceptos originales y nuevos. Hace consistir la
crítica en dos partes principales: génesis y análisis. Llama génesis a la compo-
sición total de la obra, que es como una generación o parto del entendimiento,
y análisis al examen y anatomía de la obra hecha, que él divide en cuatro exá-
menes parciales: gramatical, lógica o dialéctica, retórica y ética» 31. Lejos de
revelar la originalidad de Céspedes, los conceptos de génesis y análisis, sinóni-
mos de texere y retexere son tecnicismos de la escuela ramista. Alfonso García
Matamoros en 1570 recomendaba que, aunque fuesen doctrinas de Ramus,
hombre impío, se usaran para estudiar a Cicerón, «ut quae per genesim con-
texta fuerunt, per analysim rursus retexantur» 32.
La Elocuencia española en arte de Ximénez Patón, Toledo, 1604, es, pese
a su tosca tipografía, erratas y gazapos, la más incitante de las preceptivas fi-
lorramistas. Su autor había sido discípulo del Brócense y estaba muy ligado a
Salamanca, cuya jerga junciana ha mencionado el primero 33. Tenía una veta
de hombre fantástico, que le llevó a estusiasmarse con el protorromance cas-
tellano forjado por los falsificadores del Sacro Monte, y con los prisci theolo-
gi, especialmente con Mermes Trimegisto, el mítico teólogo egipcio lanzado
en el siglo XV por la versión de Marsilio Ficino, y relanzado en el XVI por
Francisco Patrizzi, Nova de universis philosophia, Ferrara, 1591. Por eso
cuando en 1621 refundió, amplió y mejoró radicalmente su obra, le dio el
extraño título, parcialmente inspirado por la Minerva: Mercurius Trimegistus,
sive de triplici eloquentia Sacra, Española, Romana, Beatiae (= Baeza) 1621.
Bartolomé Ximénez Patón anuncia desde la portada que es obra para predica-
dores y poetas tanto en latín como en castellano («Opus cancionatoribus... et
poetis utriusque linguae, divinarum et humanarum litterarum studiosis utilis-
simum»), la publica epilogada con juicios reclamistas de retóricos dispersos
por los colegios de media España, trufada con dos críticas solicitadas: la del
dominico fray Estevan de Arroyo, que objeta a la exaltación del egipcio Mer-
mes; y la del jesuíta Francisco de Castro, cuyo De arte rhetorica, Cordubae,
M° Franco Sánchez
Respuesta al Brócense
bonam certamque domum reporto, que assí creo que dezía.,. Como si en-
quello se pretendiera ái que 'ridentem dizere verum': y aun no dezirlo sino so-
lamente assomar el medio más probable sin forma de syllogismo, que eso es de
bisónos. No nos tenemos aquí por Minerva, que dize v. md. no puede errar, ni
presumimos tan sin término que hasta con las burlas pensemos que hazemos
demontración cum alus, tum isto modo.
Dizque es de ingenios bien nacidos no fatigarse por apurar ni pedir más
evidencia de la que admite la materia de que se tratta. Y este tenía yo por buen
sentido, no el que siente más de lo que es menester, que v. md. suele dezir que
es de animales espantadizos, Porque sé que llanos estamos que las bestias sien-
ten, que la opinión del médico de Medina entendía yo que se avia enterrado
con el autor... en emendar el primer lugar se suele dar a los libros antiguos. Y
no digo yo que no deven ser ayudados de coniecturas de hombres doctos, ni
tampoco digo que sin libros jamás aya de valer el ingenio y la razón, aunque la
experiencia ha mostrado bien estos días quan lúbrico sea este camino. Pues
ya, lo que más se tratta es en desemendar emendaciones hechas por hombres
ingeniosos y doctos. Si no, díganlo las obras de Cicerón emendadas y dese-
mendadas por Lambino. Y no quiero multiplicar exemplos sino ver quán a
propósito son los que v. md. trae en su carta. Quantum omnis mundus gaudet
cantante Sileno, no le huuo en libro antiguo ni aun por caso en impression que
viesse Pierio, como nunca anduvo en la de Roberto Stephano ni en otras, y as-
si no tuvo para qué hazer mención del. Y esso antes haze por mí. De la mesma
manera De eolio fístula pendet ni lo conoce Tib. Donato, ni alguno de los
libros manuscrittos, como dize Pierio, Galathea vocares también se halla en
libros de mano. Como dize Ursino en los versos de Mezentio no se muda letra
ninguna sino solo Torden. Y con ser la mudanca destos dos lugares tan con-
forme a razón aun no se atreven a usar della ni meterla en el contexto Fulvio
Ursino y Henrico Stephano: quieren advertir, y que otros se atrevan antes que
ellos. Ninguna cosa ay tan cierta que les parezca harto segura para hazer nove-
dad. V md, meta la mano en su pecho y vea lo que hiziera si se pudiera conte-
ner. Resta el convexa palus, lugar advertido también en la edición de Henrico,
el qual trae v. md. por indubitable, y para mí por agora no sólo no es tal, pero
si Virgilio escreviera assí, no fuera quien él es sino qualque pedante odiosso
perdido por escupir sotilezas. Porque qué quiere dezir? que Eneas entrasse a
hablar a Dido en xerigoncas de Epicuro? En ninguna manera se meta v. md.
en cabera que Virgilio pudo ser tan aviesso. Diráme: Pues qué quiere dezir
convexa palus d. s. p.? Muy buen sentido tiene, y v. md. avrá topado con él
mil vezes antes q. llegasse la impression de Henrico. Y estos son todos los lu-
gares que v. md. trae, y córrome q. ninguno sea apropósito. No digo q, no pu-
diera traer otros que los fueran, pero es mal caso syllogizar tan mal quien se
precia de tanto desengaño. En el 'Non metus officio, no te certasse priorem
74 EUGENIO ASENSIO
Poeniteat', parece que quiso tentarme v. md. si me ponía en una letra con los
amigos. Más convenible soy que tanto. Digo que v. md. le quite mucho em
buen hora la c, que estara muy rebién. Pero qué tiene que ver con esto 'me-
diaeque per Elidis urbem?' Que digo otra y mil vezes que aunq. regularmente,
como quiere la Minerva, a proprios no se junten adjectivos, Virgilio pudo
muy bien escrevir y escrevió sin duda ansí. Y dizen estos sus amigos de v. md.
que qualquiera dellos viniéndoles a cuento en ninguna manera rehusaría subir
a la ciudad del alto Toledo, ni meterse por el río del dorado Tajo, y que Virgi-
lio cada passo da el epicteto de una cosa a otra vezina donde le parece que luzi-
rá más, y desmintiendo con artificio lo vulgar y orden, hermosea adm irable-
mente su dezir conestrañezas, y que lo que toca a este lugar, aun como v. md.
lo toma, no era considerable. Y si no ay licencia para esto, que tampoco la
avrá para las que llaman figuras, sino que todo avrá de ir a pata llana, a lo me-
nos donde no pueda socorrer la Minerva con su ellipsi. Pues aun de las sectas
de los philosophos (si no em engaño) dize Servio que haze juego Virgilio y usa
en un lugar de dos contrarias y tiene razón. Mira (dize v. md.) qué tiene que
ver? O qué se me da a mí deso? En las demás artes huelgúese Virgilio y tome la
licencia que se le antojare: con la Gramática no se me burle él, que no se le
suffrirá poco ni mucho. Mas quién dixera que hombre tan cuerdo y casado se-
gunda vez avía de ser tan celoso. Porque prometto a v. md. que los que no sa-
bemos destos achaques, assí clérigos como frailes, no nos passava por pensa-
miento que por este respetto a la Sra. Gramática salía de su mesura, quanto
más que huviesse de perder punto de su honor; y sentir lo contrario llamamos
acá mal sentido. Pero quando esto no valiesse —ya que al fin se ha de obede-
cer la Minerva— (tachado y sustituido por) ya que yo desseo qualquier medio,
dirían (?) que como quando dixo el mesmo Virgilio 'Atque hic undantem bello
magnumque fluentem Nilum' con el undantem y fluentem, la Minerva no es-
cusa para mí (que para estos señores es otra cosa) de añadir fluvium. Ansí en
'mediaeque per Elidis urbem' podría supplir per urbem mediae civitatis Elidis,
o lo que ella mandare, que no por eso reñiremos, como no reñimos por carecer
careza (sic) de dineros... No veo v. md. quanto mejor condición es esta que
hazer mudanca. Porque de la mudanca veamos lo que se puede seguir. Los
que tienen por fe que la Minerva no puede errar (como avrán oido a v. md.
que Cicerón y otros grandes yerran) mife, entenderán que Virgilio también
erró, lo qual ella no querría, y tiene razón, porque se desacredita una gran
cabeca de su vando. Para los incrédulos no sirve sino de indignarlos y que al-
cen la voz diziendo que es disparate, desatino o embaimiento y que para sus-
tentar su porfías, como otros dizen herejías, haze fuerga a los libros. Y como
nadie dexa de ser sospechoso juez en causa propria, ni unos ni otros acabarán
de persuadirse sinoque Virgilio escrevió como se ha leido hasta oy. Assí que
qualquier medio sería más acertado, p(ues) que unos por creer que la Minerva
RAMISMO Y CRÍTICA TEXTUAL EN EL CÍRCULO DE FRAY LUIS DE LEÓN 75
sabe más gramática que Virgilio, otros por antoxárseles... Yen tal caso paréce-
me que oyó dezir al buen Juan del Carpió (?) o de Marina: Y si Marina bailó
tome lo que ganó. Y si no basta ninguno, aquí de Dios. Si v. md. no está satis-
fecho que Cicerón supo bien Gramática (que assi lo dize) para qué quiere que
Virgilio la resepa tanto? Hala de saber y no ha de errar. Assí lo digo yo tam-
bién, pero tampoco de ha de emendar. Para lo qual (quoniam satis lusimus)
advierta v. md. que Virgilio no quiso dezir en aquel lugar lo que v. md. piensa,
que es 'por la mitad de la ciudad de Elis'. Bien sabe cómo Achaia (donde está
Elis) se llamó Agialos. i. littoralis porque tiene los pueblos dispuestos por la
marina. Y Elis no está en la marina sino en medio, y esto dixo Virgilio 'Per
Graium populos et per urbem Elidis mediae inter hos populos'. Todo esto dize
Plinio lib. 4. cap. 5. por estas palabras: Achaiae nomen provinciae ab Isthmo
incipit, ante Agialos vocabatur propter urbes in Httore per ordinem dispositas.
Y después que ha referido muchas, añade: Ipsa Elis in mediterráneo. Agora
entienda la Sra. Minerva: Per Graium populos et per urbem Elidis /entis/ ur-
bis mediae, o lo que quisiere. Mas vea v. md. cómo le damos más de lo que
ella, no se entendiendo a sí mesma, pedía. Y vea quán a propósito era me-
diatamente (?) traer por inconveniente 'Ibat ille per medii Tagi numen'. Y vea
quán impertinente cosa fue subirse en cathedra a enseñarnos putidissimos fa-
etores (?) y ayudarse para eso de Lorenco y remitirnos como a niños a la Mi-
nerva. Acabemos ya (dize v. md.) y dezir qué sentís vos. Júntanse adjectivos a
los proprios inmediatamente mediatamente adiectivos o no? Lo primero digo
que v. md. se pudiera contentar con que yo por agora me conformo con la Mi-
nerva. Lo otro digo que la causa que ella da que no se junten sin duda ningu-
na, a primera vista me pareció ramo de aquellos infelices Ramos que nunca se
pudieron enxerir en Aristóteles y Cicerón árboles (nisi quid tu docta Minerva)
tan fértiles, tan hermosos, tan provechosos y saludables al mundo. Bueno es
eso, como si la Minerva no se ayudase también de Aristóteles para eso mesmo.
Esso dizen que es lo peor que ay en ella. V. md. considere más los lugares de
Aristóteles, no sea como lo de Virgilio. Y no piense que lo ha conmigo, sino
con quien, quando no se cate, lo verá cabe sí y no rehuirá la contienda. Allá se
lo ayan entre escuelas menores y mayores. Acabado este pleito, por cumplir lo
que v. md. manda, he querido leer con attención la Minerva. Y antes de entrar
adentro hallo por mi cuenta que contra el título se podría hazer un largo pro-
cesso, que a mí, a la verdad, siempre me dio en rostro un no sé qué que tiene
de desgarro y del cavallero del Phebo. Y mirándolo más digo que aunque no
sea más de por la envidia del nombre (salvo mejor juizio) se debía mudar en la
confirmación. Crece esta envidia leyéndose en el prólogo la razón conforme a
la qual y a las hazañas que pregona aún fuera más acertado llamarse Pallas.
Pero sobre todo dizen ya algunos que es intolerable arrogancia dezir que no
puede errar. Y sea lo que fuere para otros, yo a lo menos antes de entrar en es-
76 EUGENIO ASENSIO
ta provincia, avré de allanar esto para saber con quién me tomo, porque, si no
puede errar, por demás será tratar de desengaño. No digo yo que v. md. en es-
te medio no lo haze como valiente en conservar su position o imposition, que
assí se llama la del nombre. Y porque sepa v. md. que soy amigo de toda ver-
dad, si Minerva se dixo a minando aut a minuendo (como quiere Balbo) yo
confiesso que estos officios de amenazar o desmenuzar cabecas no los hizo
mal por agora la Minerva, Pero señor, son officios odiosos cuya naturaleza es
mejor imaginarla benéfica y (como dice Lucretio) munífica. Lo que, a mi ver,
haze el caso, suppuesto que la modestia las más vezes adquiere crédito y que
los nombres se deven imponer conforme a la naturaleza de las cosas y effectos
dellas, y que todo o lo más principal que en esta obra se haze es descubrir ellip-
sis, dezia yo que en la segunda impressión le llamássemos Diana elliptica o
Diana eclipsada. Remediávase con esto mucho y honradamente. Porque
Diana es cacadora y anda en busca de las causas y no haze ostentación de {ile-
gible) Y dígalo el Sr. M° Curiel si no es bien que hasta el más estirado diga
luego: Ego me non arbitror comprehendisse, sequor autem si comprehendam.
Demás desto de la Minerva no leemos error ninguno (que hasta esto dize bien
v. md.): de la Diana leemos 'Hic canet errantem Lunarn*. Allende desto dízese
las mayores obras que haze que es decubrir ellipsis. Otra cosa, que no dexa de
ser su padre, como se era, Júpiter. Sólo se humana por ser hija de mujer y esto
sí es lo que nos cumple horam (nam?) et cognoscendi et inoscendi dabitur pec-
cati locus. V. md. lo mire bien, porque sin tomarse resolución en esto no po-
demos passar adelante. Y el diablo sería que esta se mostrasse a nadie, porque
si con estas cosas hemos de juntar corro, renegaría hombre de la Minerva y
aun estoy por dezir más adelante. Perdone v. md. que haze a la persona
blasphemar sacándole de sus casillas. Y con tanto yo quedo cansado de reír y
avíalo bien menester según ando achacoso de salud. Por esso no me enoje v.
md. por amor de Dios. Ansí él guarde a v. md. y sus cosas como yo desseo.
*
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS
ALBERTO BLECUA PERDICES
Universidad Autónoma de Barcelona.
1 Ap. B.J. Gallardo, Ensayo de una Biblioteca de Libros raros y curiosos, Madrid, 1866, II,
col. 454.
2 Bartolomé Leonardo de Argensola, Rimas, ed. J.M. Blecua, Clásicos Castellanos, 184, p.
XIII.
78 ALBERTO BLECUA PERDICES
española. Y no lo ha sido porque no hace falta más que leer los títulos para
notar al punto que Chirino se limita a reproducir unos moldes establecidos
por la convención poética de su tiempo. Mantiene y transmite tradiciones
aceptadas pero no introduce ninguna novedad que pueda alterar la serie litera-
ria. Que el alma de don Alonso Chirino me perdone si digo que perteneció a la
estirpe simpática e históricamente necesaria de los epígonos. Por este motivo
nos hallamos celebrando una Academia Renacentista sobre fray Luis y no una
Academia Barroca sobre don Alonso Chirino.
La literatura ni se crea ni destruye, se transforma. Quiero decir que la li-
teratura se alimenta básicamente de sí misma, aunque, desde luego, el cambio
literario no puede ni debe explicarse sólo desde esta perspectiva. Nadie pone
en duda que fray Luis introdujo novedades de suma importancia en el dis-
currir poético español del siglo XVI. Y nadie pone en duda tampoco que fray
Luis no crea de la nada porque en literatura la creación ex nihilo resulta, sen-
cillamente, imposible. Aparte de que Dios esté con ellos, los poetas lo son gra-
cias a un especial desarrollo de la memoria, como bien vio Huarte de San
Juan, y como bien ha señalado la crítica formalista. Una historiografía litera-
ria que ignore que los poetas, amén de dedicar algunas horas de su existencia
diaria a alimentarse de los frutos del monte Parnaso y beber en sus fuentes,
sustentan sus cuerpos con el pan de cada día y viven en un momento histórico
concreto no pasará de ser una historiografía incompleta aunque útil. Pero una
historiografía que descuide la tradición literaria nunca podrá explicar en su to-
talidad el cambio literario porque quien desconoce la tradición desconoce la
originalidad.
Hablar, pues, de la originalidad de fray Luis presupone el conocimiento
de la tradición poética en que está inmerso. Este entorno poético no puede re-
ducirse a un grupúsculo de amigos salmantinos sino que debe ampliarse a to-
das aquellas obras que pudo conocer y que fueron el alimento de su memoria
poética. Si fray Luis, a sus quince años, ingresa en el convento en 1543, cuán-
do vieron la luz pública las obras de Boscán y Garcilaso, y muere en 1591,
cuando ya por Salamanca se cantaba el «Hermana Marica» y el «Mira, Zaide,
que te aviso», habrá que determinar en primer lugar qué poesía se compuso en
España —y en Europa— durante este medio siglo, y en segundo lugar qué pu-
do conocer fray Luis de esa ingente cantidad de versos. Sólo así podremos pre-
cisar qué selecciona y qué rechaza, porque la crítica tiende por lo general a se-
ñalar presencias y a menudo olvida que las ausencias no son menos significati-
vas. El poeta selecciona siempre y tanto más un poeta renacentista que era, o
debería ser, abeja exquisita e industriosa de las flores líricas ajenas 3.
3 Vid. al respecto las ponencias de Fernando Lázaro y Francisco Rico en esta Academia Re-
nacentista.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 79
Como petición de principio para dilucidar tema tan discutido como ¿Qué
es la Literatura1!, Sartre establecía dos preguntas: ¿Quién escribe? ¿Para
quién escribe? Por lo que respecta a los siglos XVI y XVII, Noel Salomón da
una respuesta a la primera, limitando a los escritores en dos grandes parcelas
sociales: a) «los escritores aristócratas, para quienes tomar la pluma es un arte
noble del espíritu, un como un lujo en su existencia social y palaciega. Sirvan
de ejemplo el Marqués de Santillana o Garcilaso de la Vega». Y b) «los escri-
tores artesanos, para quienes escribir es una profesión, una actividad para ga-
nar el pan cotidiano. Entran en esta categoría los juglares medievales, los ma-
estros de capilla (Juan del Encina, Lucas Fernández) y los poetas secretarios
'capellanes' del tipo de Lope de Vega hacia el año 1600. Unos y otros viven de
su pluma a la sombra del roble señorial». Y añade: «En realidad, a las dos
categorías que acabamos de establecer, cabría agregar una tercera para la Es-
paña del Siglo de Oro. Si bien algunos escritores como Lope de Vega
aprovecharon, refunfuñando a veces, el régimen de mecenazgo (duques de Al-
ba, de Sessá, conde de Lemos, marqués de Sarria, etc.) encontraron también
en el desarrollo del teatro (considerado por ellos como un género menor, una
como infra-literatura) un medio de vida no desdeñable» 4 .
Siento discrepar del llorado maestro de Burdeos, pero esta clasificación
tan generalizadora impide observar una realidad más compleja. El conde de
Orgaz, relata en una de sus anécdotas Santa Cruz, «tenía por necio al que no
sabía hacer unas coplas y por loco al que hacía dos» 5 . Y, en efecto, como el
fin de la poesía según las doctrinas aristotélico-horacianas era el de enseñar
deleitando, podían componer «poesía» todos aquellos venerables varones que
6 Vid. sobre todo, B. Weinberg, A History of Literary Criticism in the Italian Renaissance,
Chicago U;P., 1962, 2 vols., y, para España, A. García Barrio, Formación de la teoría literaria
moderna, Madrid, Planeta, 1977.
7-Richard I. Kagan, Students and Society in early modern Spain, Baltimore-London, The
John Hopkins University, 1974. Estima en un 15% el número de alfabetizados.
8 A. Rodríguez-Moñino, Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de
los siglos XVIy XVII, Madrid, Castalia, 1965, p. 56.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 81
16 Vid. J.M. Blecua, «Corrientes poéticas del siglo XVI» [1952] ,eñ Sobre poesía de la Edad
de Oro, Madrid, Gredos, 1970, pp. 11-24; Rafael Lapesa, «Poesía de Cancionero y poesía ita-
lianizante» [1962], en De la Edad Media a nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, pp. 145-171;
Francisco Rico, «De Garcilaso y otros petrarquismos», RLC, LI (1979), pp. 325-338.
17 Diego de Fuentes, Las obras, Zaragoza, 1563, fol.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 85
¿Qué pudo conocer fray Luis de todo este acervo poético impreso, ma-
nuscrito y oral? Bastante, en mi opinión. En una pequeña ciudad de provin-
cias un aficionado a la poesía, conjurado por Cervantes, el joven Jerónimo de
Arbolanche, en 1566 está al día prácticamente de casi toda la literatura impre-
sa de su tiempo como puede observarse por el aluvión de nombres y títulos
que se precipita en las octavas de la epístola a su maestro en artes Melchor
Enrico: todos los clásicos grecolatinos, Dante, Petrarca, Ariosto, Alcocer,
Mena, Alciato, Castiglione, Feliciano [de Silva], Encina, Sannazaro, la
Diana, Garcilaso, Boscán, la Segunda Celestina, Ausias March, Montemayor,
Alonso Pérez, Ramírez Pagan, La Carolea, Contreras, Santillana, Torres
Naharro, Diego de San Pedro, la Questión de Amor, Garcisánchez y el Can-
cionero General, amén de romances, glosas, ecos y ensaladas 18.
Parece lógico que fray Luis, hombre nada pacato en lecturas y poeta más
«por inclinación de su estrella que por juicio o voluntad» 19, tuviera conoci-
miento de las obras que cita Arbolanche y de bastantes más, puesto que Sala-
manca no era Tudela. Basta recorrer con una mirada la biografía de los inte-
lectuales españoles del siglo XVI para comprobar que la mayoría pasó un
tiempo más o menos dilatado en la ciudad del Tormes. El intercambio poético
entre jóvenes de distintos lugares de España y de Europa hubo de ser necesa-
riamente pródigo. Ya he indicado que en la sociedad de la época la poesía de-
sempeña funciones múltiples hoy apenas existentes. Las universidades, las
academias y los palacios —y hasta las tiendas de los bafUérós—, se contituye-
ron en lugares ideales para la génesis, desarrollo y transmisión de la obra lite-
raria y de la lírica en especial. Las justas poéticas en las universidades y cole-
gios fueron muy frecuentes a partir de 1550. Un solo ejemplo: la universidad
de Salamanca celebra en 1571 un certamen para festejar la batalla de Lepante
Una edición de Virgilio y otra de Garcilaso serán los premios para los vence-
dores en la poesía latina y en la vulgar. Concurre entre otros poetas menos di-
vinos, Francisco de Figueroa. Actúan de jueces el maestro Salinas y ...fray
18 Jerónimo de Arbolanche, Las Abidas, ed. F. González Ollé, II, Edición facsimilar y no-
tas, Madrid, CSIC, 1972, pp. 351-363.
19 Dedicatoria a don Pedro Portocarrero, en Obras completas castellanas, ed. FéliX García,
Madrid, BAC, 19574, LI, p. 739.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 87
Luis de León 20. No podemos elevar esta anécdota a categoría, pero tampoco
debemos relegarla al olvido a la hora de situar a fray Luis en su entorno poéti-
co. Fray Luis estuvo en contacto directo con el Brócense, con Almeida, con
Figueroaj muy probablemente, con Francisco de la Torre 21; y con numerosos
poetas que trasegaban con sus cartapacios desde Alcalá, Sevilla, Valencia, Za-
ragoza, París, Lisboa, Ñapóles o Roma a Salamanca, Alumnos de Mal Lara
lo fueron también de fray Luis y del Brócense como el Juan de Guzmán tra-
ductor de las Bucólicas y de las Geórgicas (y recordemos que el Brócense expli-
caba el primer texto en 1572). En conclusión, fray Luis, por su privilegiada si-
tuación personal y por su fama, antes y después de la prisión, pudo y tuvo que
conocer los avatares poéticos de siglo y medio de poesía española: del Can-
cionero General a Lope y Góngora.
Insisto en este punto porque, de olvidarlo, resulta imposible comprender
en su justa medida la extraordinaria singularidad de fray Luis. Es probable
que compusiera «obrecillas» de circunstancias del tipo de la glosa a «Señora,
vuestros cabellos» que tanto escandalizó a la crítica 22, pero cuando fray Luis
decide recopilar sus obras poéticas aun cuando no tuviera intención de publi-
carlas 23, entre sus páginas sólo se deslizan al parecer cinco sonetos eróticos
que, si bien con el sello de su estilo, pertenecen a una bien conocida
tradición24. Las restantes composiciones, incluso formalmente, se separan de
la tradición poética castellana. Sólo Garcilaso dejó huella imborrable en sus
versos.
Las fechas de composición de las obras reunidas por fray Luis no nos son
bien conocidas. La crítica, en general, suele situar las traducciones y paráfra-
sis de clásicos en una primera etapa que tampoco sitúa con precisión; las obras
originales y las traducciones de salmos serían obras de madurez, a partir de los
años inmediatamente anteriores a la prisión, es decir, cuando el poeta ronda-
ba los cuarenta años. Efectivamente, las paráfrasis de Job y bastantes odas
originales pueden datarse con exactitud, pero por lo que respecta a las traduc-
ciones de clásicos hay que reconocer que sólo sabemos que la traducción de la
O navis y las cuatro incluidas por el Brócense en su edición de Garcilaso son
anteriores a 1571 25. De estas traducciones de clásicos me ocupo a conti-
nuación.
25 Es lástima que no exista una edición auténticamente crítica de las traducciones de fray
Luis. La crítica, siguiendo el parecer de don Marcelino, que por lo demás sólo se refirió a algunas
de esas traducciones horacianas que abundaban de «versos flojos y hasta inarmónicos», las consi-
dera, en general, fruto de sus años escolares (por ejemplo, el P. Vega, Poesías de fray Luis de Le1
on, Madrid, Saeta, 1955, p. 72, o las notas del P. Félix García en su edición). Para la datación de
la poesía original debe consultarse la mencionada edición del P. Vega y la de Oreste Macrí, La
poesía de fray Luis de León, Salamanca, Anaya, 1970.
26 Vid. A. Blecua, «Gregorio Silvestre y la poesía italiana», y Francisco Rico, «El destierro
del verso agudo» que ha de aparecer en el Homenaje a J.M. Blecua que imprime la editorial Gre-
dos.
27 J.C. Scaligerus, Poetices libri septem, Heidelberg, 16175, LV, 47, p. 477.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 89
terpretatio en clase, del latín al castellano, del griego al latín. Todo ello iba in-
disolublemente unido a los elogios de las lenguas vulgares —un aspecto más y
no el menos importante de la querella entre antiguos y modernos—; a un de-
seo de divulgación del saber, característico de la educación humanística; y a la
aceptación definitiva de la literatura pagana, a lo que no fue ajena la enseñan-
za de los jesuítas, pero tampoco el De doctrina Christiana de San Agustín, que
permitía la salvación de la «ciencia» de los gentiles para la mejor interpreta-
ción literal de la Biblia.
El ejercicio de la traducción resultaba, pues, imprescindible para el domi-
nio perfecto de los matices de una lengua. Restaurar la latinidad no consistía
sólo en el conocimiento de los verba; también la res debía de ser conocida. De
ahí la labor de los humanistas. No nos sorprenda que el verso quizá más famo-
so de las Bucólicas, «Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi», trajera de
cabeza a los filólogos que no se ponían muy de acuerdo en la significación de
fagus. El Brócense traduce «Títiro, so la encina reposando» 28 y, en cambio,
fray Luis «Tú, Títiro, a la sombra descansando/ desta tendida haya...» 29. La
discusión era importante para la filología y para la historia natural, pero tam-
bién para la interpretación alegórica que podía afectar a un pasaje de la Vul-
gata o a una teoría de los estilos basada en la rota vergiliana. La traducción de
las Bucólicas y de las Geórgicas en modo alguno representaba un ejercicio
ocioso para quien, como fray Luis, tenía que trabajar filológica y alegórica-
mente sobre el vocabulario campesino de la Biblia.
Por aquellos años, el humanismo en vulgar comenzaba a ganar terreno.
Aparte de los rancios comentarios del Comendador Griego a Juan de Mena, la
Philosophía Vulgar es probablemente el ejemplo más representativo de esta
nueva actitud. La obra de Mal Lara, inspirada en los Adagia de Erasmo, se
publicó en 1568 y en ella, de acuerdo con los consejos del holandés en el ada-
gio Herculei labores 30, incluye numerosos pasajes de poetas antiguos y mo-
dernos, desde el venerable padre Homero hasta el licencioso licenciado Tama-
riz. Si Erasmo traduce en verso latino los autores griegos de acuerdo con unas
normas que expone en el prólogo 31, Mal Lara traducirá sus autoridades en
verso castellano sin transcribir el texto original, siguiendo en esto la iniciativa
de Hernán Núñez 32. En este aspecto la obra de Mal Lara reviste gran impor-
tancia porque por vez primera hablan en castellano, aunque sea fragmenta-
riamente, numerosos autores antiguos y modernos. Por sus páginas desfilan
Homero, Hesíodo, Eurípides, Píndaro, Marcial, Claudiano, \a.Appendix Ver-
giliana, Alciato y otros. Suele traducir intentando remedar la métrica del ori-
ginal con una tendencia a las estrofas aliradas de cuatro, cinco, seis o siete ver-
sos sueltos que suelen terminar en palabra esdrújula. En endecasílabos sueltos
y en tercetos traslada varios pasajes de las Epístolas y Sermones horacianos.
En cambio, tan sólo traduce dos fragmentos de dos odas en cuatro versos
(endecasílabos sueltos y un cuarteto). No parece, por consiguiente, que las
odas despierten especial interés en Mal Lara. Por el contrario, Marcial y Al-
ciato son los autores predilectos. De la Biblia traslada un fragmento de Job en
una octava real («Y porque dize san Jerónimo en el prólogo sobre Job que to-
das las palabras que el mismo Job dize van en versos exámetros, por eso bolvi-
mos aquello que toca a nuestro intento en verso» 33 ). Traduce igualmente va-
rios versículos de los Salmos en diferentes metros. Para los salmos 118 y 49
acude a los tercetos 34 . Sin embargo, para el salmo 127 utiliza cuatro versos en
los que se alternan endecasílabos y heptasílabos sueltos, porque en este caso
no traduce de la Vulgata sino de la declaración latina de Flaminio que presen-
ta la misma estructura:
31 «Graeca quae citamus, omnia ferme Latine reddidimus, haud nescii, cum praeter ueterum
consuetudínem id esse, tum ad orationis nitorem inutile: sed nostri temporis habuimus rationem
Atque utinam Graecanicae literaturae peritia sic ubique propagetur ut is labor meus tanquam su-
peruacaneus mérito contemnatur. Sed nescio quo pacto sumus ad rem tam frugiferam cunctan-
tiores, et quamuis eruditionis umbram citius amplectimur, quám id sine quo nulla constat erudi-
tio, et a quo uno disciplinarum omnium syuceritas pendet. Gauainum* gEQEBpMciBJtótaM^ai?
cidit, suo quodque metri genere reddidimus, pauculis admodum exceptis, nempe Pindaricis ali-
quot Choricisque, quod ridiculae cuiusdam anxietatis uideban fore, si totidem syllabis ea reddi-
dissem: rursum ineptum, si diuersum é próxima serie genus uoluissem assuere». Adagiorum Chi-
liades..,, Lugduni, 1559, a 1).
32 «Quité assí mismo todo el latín que antes auía puesto y dexé las auctoridades en romance
solamente sino en muy pocos lugares donde era muy necessario quedar el latín, en lo qual seguí
non sólo mi parescer, mas el de muchos que importunaron lo hiziesse assy» (Las CCC del
famosíssimopoeta Juan de Mena con glosa, Granada, Juan Várela de Salamanca 1505, h. a ii r.).
33 Ed. cit., II, p. 73.
34 Ed. cit., I, pp. 309-310.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 91
35 Ed. cit., I, p. 238. El texto de Flaminio es el siguiente (cito por Carmina quinqué
illustrium poetarum, Florentiae, Apud Laurentium Torrentinum, MDLII, p. 344):
Nisi ciuitatem, et ciuium concordiam
Defendat optimus pater,
Et ciuitatem, et ciuium concordiam
Frustra tuentur principes...
36 Obras completas castellanas, ed. Félix García, D.S.A., Madrid, BAC, 19574, I, p. 317.
37 El antecedente más ilustre, aunque no se trate de una traducción, es la Ode adflorem Gni-
di de Garcilaso, como lo advirtió Menéndez y Pelayo, Horacio en España, en Bibliografía
Hispano-latina clásica, VI, CSIC, Madrid, 1951, p. 41: «Y es muy de notar que esta oda, tanto
por su belleza intrínseca, como por ser la primera composición lírica verdaderamente del todo clá-
sica que aparece en nuestro Parnaso; clásica al modo latino, no al toscano; clásica en las ideas, en
la sobriedad, en la rapidez, y hasta el corte clásico».
38 Garcilaso de la Vega y su comentaristas, ed. A. Gallego Morell, Madrid, Gredos, 1972, p.
266.
39Ibid.,pp. 269 y 271.
92 ALBERTO BLECUA PERDICES
pasadas, y por ser nueva manera de verso y muy conforme al latino, no pude
dejar de ponerla aquí» 40. La traducción comienza:
40 Ibid,,?. 286.
41 En 1581, 1589, 1597, 1602, 1604 y 1612. Para estas ediciones y la polémica en torno a la
imitación vid. Gallego Morell, pp. 21-25.
42 Cito por Fernando de Herrera: Controversia sobre sus Anotaciones a las obras de Garcila-
so de la Vega. Poesías inéditas, ed. J.Ma Asensio, Sevilla, SBE, 1970, p. 77. Es pena que no se ha-
yan vuelto a reeditar estas controversias tan interesantes para el humanismo español de la segunda
mitad del siglo XVI.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 93
je 43. Como la fama de algunos de estos poetas no había logrado todavía pasar
más allá del Guadalquivir, Prete Jacopín no desperdició la ocasión de censu-
rar nuevamente las Anotaciones: «y acuérdeseos que ordinaria cosa es dezir de
la sacratíssima Virgen María que pisa las estrellas y la luna, como la suelen
pintar muchas veces, de donde fr. Luis de León, différente testigo que essos
poetas de siete en carga de quien hazeis mochila, en una canción á Ntra. Sra.
digna de ygualarse con las del Petrarcha...» 44. Resulta obvio que las traduc-
ciones de Horacio insertas en las Anotaciones —una de Herrera, otra de
Diego Girón 45— quieren competir con las incluidas por el Brócense, pues no
deja de ser extraña casualidad que se utilice en ellas la misma métrica, aunque
en verso libre, tributo quizá al magisterio de Mal Lara. Comenta Herrera en
contra verosímilmente de las traducciones de fray Luis: «Bien sé que son mo-
lestas a los que saben las traducciones desnudas de artificio y sin algún ornato,
y que no podrán sufrir que yo ocupe lo que fuera mejor en otras cosas concer-
nientes a la materia, con versos tan poco trabajados; pero no atiendo en esta
parte a satisfacer sus gustos, sino los de los hombres que carecen de la noticia
destas cosas; y por esta causa vuelvo en español los versos peregrinos de
nuestra lengua. Aunque no pretendo en ellos más que la fidelidad de la traduc-
ción; porque si quisiera descubrir en este lugar alguna elegancia y virtud poéti-
ca, había ocasión cual podía desear un ambicioso» 46.
La conocida batalla entre andaluces y castellanos desencadenada por las
Anotaciones de Herrera a causa de una impertinente e injusta alusión al Bró-
cense 47, tuvo en mi opinión su lado positivo: estimuló nuevas traducciones de
43 Por ejemplo, la traducción de una Elegía de Tibulo llevada a cabo por Francisco de Medi-
na (ed. cit., p. 330). Numerosas traducciones de Fernando de Cangas y Diego Girón parecen com-
puestas —dada la rareza de sus fuentes— para las Anotaciones.
44 En Controversia, pp. 28-29.
45 Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, p. 452.
46 Herrera traduce «Lydia, dic per omneis», I, 8 (p.415); un fragmento de II, 1 y otro de I,
22 (pp, 464 y 466). Diego Girón, precisamente, traslada el Beatus Ule (p. 502) en clara competen-
cia con fray Luis.
47 «Y atrévome a decir que, sin alguna comparación, va enmendado este libro con más dili-
gencia y cuidado, que todos los que han sido impresos hasta aquí; y que yo fui el primero, que pu-
se la mano en esto, porque todas las correcciones, de que algunos hacen ostentación, y quieren
dar a entender que enmendaron de ingenio, ha mucho tiempo que las hice antes que ninguno se
metiese en este cuidado, pero estimando por no importante esta curiosidad, las comuniqué con
muchos, que las derramaron en partes, donde otros se valieron de ellas» (Garcilaso de la Vega y
sus comentaristas, p. 332). Sobre los métodos de ambos comentaristas vid. En el texto de Garcila-
so, Madrid, 1970, donde me ocupo de esas enmiendas hurtadas de que habla Herrera. No hay que
conceder, sin embargo, demasiada importancia a estas pullas intelectuales. Los humanistas de-
sarrollaron un poco ejemplar vocabulario metafórico para lanzarse dicterios en el que las trasla-
ciones extraídas del campo semántico de «hurtar» son las más abundantes. Es la lucha por la fa-
ma: todos querían ser «primeros inventores».
94 ALBERTO BLECUA PERDICES
48 «Todas las obras del divino Horacio/ he vuelto en mi vulgar...» (Viaje de Sannio, ap.
Gallardo, Ensayo..., II, col. 642).
49 Ed. Juan Quirós de los Ríos y Francisco Rodríguez Marín, Sevilla, 1896,1, p. 3. En la por-
tada de la obra se anuncian también estas odas: «Primera parte de las Flores de Poetas ilustres de
España, dividida en dos libros. Ordenada por Pedro de Espinosa, natural de Antequera. Dedica-
da al Duque de Bejar, Van escritas diez y ocho odas de Horacio, traducidas por diferentes y gra-
ves autores admirablemente».
50 Pueden leerse en Francisco de la Torre, Poesías, ed. A. Zamora Vicente, Clásicos Cas-
tellanos, 124, Madrid, Espasa-Calpe, 1944, pp. 197-201.
51 Vid. R.R. Bolgar, The Classical Heritage and its Beneficiarles, New York, Harper, 1-964,
pp. 528-529.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 95
52 Entre 1570 y 1580 se editan o reeditan ios siguientes libros poéticos con contenido reli-
gioso:
1570 Juan de Padilla, Retablo de la Vida de Cristo, Toledo.
1572 A. Girón de Rebolledo, Ochavario sacramental, Valencia; ídem, La Pasión según San
Juan, Valencia.
1573 Francisco López, Versos devotos en loor de la Virgen, Lisboa.
1574 Alonso Girón de Rebolledo, La Pasión..., Valencia.
1575 Sebastián de Córdoba, Las obras de Boscán y Garcilaso,.,, Granada.
1576 Francisco López, Versos devotos.,,, Lisboa; Benito Sánchez Galindo, Christi Victoria,
Barcelona; Giacopone da Todi, Cantos morales, trad. anónima, Lisboa; Juan de Coloma,
Década de la Pasión y Resurrección, Cáller.
1577 Padilla, Retablo..., Alcalá; Sebastián de Córdoba, Las obras de Boscán y Garcilaso...,
Zaragoza; Juan Hurtado de Mendoza, Libro del caballero cristiano, Antequera.
1578 Cosme de Aldana, Octavas y canciones espirituales, Florencia.
1579 Diego de Oseguera, Estaciones del cristiano, Valladolid; Jaime Torres, Divina y varia
poesía, Huesca; Juan López de Ubeda, Cancionero General de la doctrina cristiana, Alca-
lá.
1580 Sannazaro, El Parto de la Virgen, trad. Hernández de Velasco Andrés de la Losa, Batalla
y triunfo del hombre contra los vicios, Sevilla; Padilla, Retablo..., Sevilla; Juan González
de la Torre, Nuncia Legato mortal, Madrid.
53 Puede consultarse el Cancionero en la excelente edición de A. Rodríguez-Moñino,
Madrid, SBE, 1962-1964, 2 vols. La Elegía de Brahojos en II, p. 90; el salmo Super flumina glosa-
do se incluye en el Vergel (ap. I, p. 57).
96 ALBERTO BLECUA PERDICES
por las que sus traducciones resultaron sospechosas 54. Por los años en que
aparece el de Valdés, la poesía bíblica comenzaba a tener una cierta difu-
sión55. Se hicieron dos traducciones completas de los Salmos; Montemayor
publica en el Cancionero varias paráfrasis en verso suelto, tomando como
fuente a Savonarola, y que fueron censuradas en las ediciones del Cancionero
posteriores al 1559; el Conde de Monteagudo reúne varias paráfrasis en un
cancionero manuscrito (ms. de la Bibl. Universitaria de Barcelona); y el P.
Cristóbal Cabrera traduce en sonetos numerosos salmos que constituían la
primera parte del Instrumento espiritual, obra que, a pesar de los desvelos
protectores de su autor —encadenarla—, le fue sustraída de la Biblioteca Vati-
cana por un devoto amante de la poesía y de la propiedad ajena 56 . Ese grafó-
mano inédito que fue el P. Cabrera dejó en el prólogo del Instrumento un do-
cumento precioso para reconstruir ciertos aspectos de la poesía del siglo XVI.
Copio un pasaje: «Lo que a mí me movió a comunicarlos fue que, oyendo
unos sonetos profanos a unos conocidos míos, quise experimentar si tomaban
gusto en lo verdadero, como gustaban de lo falso y vano, doliéndome de su
estragado apetito; y diles media docena de sonetos, diciendo que los había
hecho un hombre docto, para convidarles más a cantarlos, y que eran dignos
de tenerlos en la memoria: ellos recibiéronlos de buena gana; comenzáronlos a
cantar, y de tal manera se aficionaron a la letra con el espíritu, que no los de-
jaban ya de la boca, olvidados de lo profano que antes usaban» 57.
No es muy verosímil que los conocidos del P. Cabrera abandonaran de
raíz «su estragado apetito» de sonetos profanos, pero, desde luego, no tu-
vieron oportunidad de aficionarse por mucho tiempo a la letra y al espíritu de
la poesía bíblica. A partir del índice de Valdés, el sabor herético que se
presumía en los poetas inspirados por las musas davídicas hizo enmudecer a
hombres que, como Cabrera, querían llevar a la práctica las aspiraciones
paulinas. Fernando de Valdés no estaba para otros cantos celestiales que no
fuesen los de una poesía de devoción popular. Los poetas profanos siguieron
54 Vid. al respecto Jacques Pineaux, La poésie des protestants de langue frangaise (1559-
1598), París, Klincksieck, 1971 y Michel Jeanneret, Poésie et tradition biblique au XVF siécle,
París, Corti, 1969,
55 PARA LA POESÍA RELIGIOSA HASTA LOS AÑOS DEL ÍNDICE vid. Michel Dar-
bord, La poésie religieuse espagnole desRois Catholiques d Philippe II, París, 1965. Y en general
el libro de Marcel Bataillon Erasmo y España, México, FCE, 1962. Numerosas referncias
bibliográficas en Melquíades Andrés, La Teología española en el siglo XVI, Madrid, BAC, 1976-
77, 2 vols.
56 Sobre la interesante figura de Cristóbal Cabrera vid. Elisa Ruiz, «Cristóbal Cabrera,
apóstol grafómano», Cuadernos de Filología Clásica XII (1977), pp. 59-150.
57 En Poetas religiosos inéditos del siglo XVI, ed. D. Marcelo Macías y García, La Coruña,
Papelería de Ferrer, 1890, p. 20.
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN
58 Diego Ramírez Pagan, Floresta de Varia Poesía, ed. A. Pérez Gómez, Barcelona, Selec-
ciones Bibliófilas, 1950,1, p. 210. Entre 1558 y 1562 las prensas castellanas enmudecen en materia
poética casi por completo. En 1558 sólo se publica en Amberes la traducción del Orlando de
Urrea y el Segundo Cancionero de Montemayor; en 1559 se edita la Diana en Valencia y en Milán
y la Segunda Parte del Orlando de Espinosa en Amberes; en 1560 La Carolea de Sempere en Va-
lencia y la Diana en Zaragoza; en 1561 el Sarao de Amores de Timoneda en Valencia; El Cortesa-
no de Luis Milán, en Valencia; Los victoriosos hechos... deD. Alvaro de Bazán, en Granada; La
Silva de romances de Barcelona; y la Diana en Amberes, Cuenca y Valladolid. En 1562 se publica
en Zaragoza la Diana, el Cancionero de Montemayor; en Valencia Las Obras de Fernández de
Heredia y la Floresta de Ramírez Pagan; la Flor de enamorados de Timoneda en Barcelona; los
Romances de Sepúlveda en Medina y la traducción de la Ulixea de Gonzalo Pérez en Venecia. Co-
mo puede observarse, en estos años es el reino de Aragón el que ofrece las novedades, mientras
que Castilla se limita a reimprimir los éxitos seguros, como la Diana.
59 «En 1583, el mismo año que su protector el cardenal Quiroga da a luz el nuevo índice in-
quisitorial, Luis de León intercalará en Los nombres de Cristo sus maravillosas traducciones de
los Salmos, y con él surgirá un nuevo estilo enjuto y ceñido de poema bíblico, muy diferente de las
paráfrasis aguadas del Cancionero General o de Jorge de Montemayor» (E. Asensio, «El erasmis-
mo y las corrientes espirituales afines», RFE, XXXVI [1952], p. 53).
60 En Francia las corrientes poéticas manaban de fuentes distintas y en Italia el Minturno
publica sus Canzoni sopra il salmi y los Soneti tolti dalla Scrittura e da detti de' Santi Padri en Ña-
póles en 1561; las traducciones de los salmos penitenciales de Alamanni circulaban en sus Opere',
Francesco da Trivigo [Francesco Turchi], carmelita, forma una antología de Traducioni de Salmi
98 ALBERTO BLECUA PERDICES
c) Poesía original
Al leer las cosas que fray Luis compuso suyas nos sorprende que, salvo
raras excepciones —una elegía en tercetos o los sonetos—, el poeta limite su
métrica a las estrofas aliradas, que reproducían mejor que otra combinación
estrófica el ritmo de la oda horaciana. Nada hay similar en la poesía castellana
anterior a fray Luis, excepto un antecedente ilustre que no había dejado más
descendencia que la forma métrica: la Ode adflorem Gnidi de Garcilaso. La
lira, cuyo origen es bien conocido 61, se difundió en España a través de la no-
vela pastoril y con contenidos bucólicos ausentes en la Canción Quinta, aun-
que presentes en Bernardo Tasso y sus imitadores italianos. Esta lira de tema
bucólico, con vertebración sintáctica más elemental, es la que llega a San Juan
de la Cruz a través de fragmentos de estancias de Garcilaso («La soledad si-
guiendo») y de la novela pastoril, fáciles de transponer a lo divino:
penitencian, fatte da diversi en Venecia en 1568 y 1571 con traducciones del Minturno, Buenaven-
tura Gonzaga, Alamanni, Orsilago, y el propio compilador; la traducción de Isette salmipeniten-
cian con algún soneto espiritual de Laura Batiferri Ammannanti se publica en 1564 y se reedita en
1566 y 1570; las leídas Rime spirituali de Fiamma, que incluían algunos salmos traducidos en
estrofas aliradas ven la luz en Venecia en 1570 y se reimprimen en 1573 y 1575 y en la misma Vene-
cia en 1574 imprime Germano de Vecchi una traducción de los Salmos penitenciales (ap. Giusto
Fontanini, Biblioteca dell'Eloquenza Italiana, con le Annotazioni del signor Apostólo Zeno, Ve-
necia, 1753, II, Clase V, V). Como puede observarse, en Italia, tras la publicación de los decretos
del Concilio Tridentino, la poesía de inspiración bíblica parece tener un notable resurgir público
que en España no se produjo. Aquí soplaban vientos huracanados y no brisas inquisitoriales co-
mo en Italia, y los poetas guardaron sus musas bíblicas para mejor ocasión.
61 Vid. Dámaso Alonso, «Sobre los orígenes de la lira», en Poesía española, Madrid, Cre-
dos, 1950, pp. 649-656.
62 Alonso Pérez, Segunda Parte de la Diana (cito por la edición de Lisboa, Crasbeeck, 1624,
p. 477).
EL ENTORNO POÉTICO DE FRAY LUIS DE LEÓN 99
Conclusión.
A lo largo de las presentes páginas he pretendido mostrar la figura de fray
Luis desligada de la poesía castellana de su tiempo, aunque no de un ambiente
humanístico, español y europeo, ni de la lírica de Garcilaso. No podría ser de
otro modo. Todos somos, querámoslo o no, hijos de nuestro tiempo. La origi-
nalidad de fray Luis, había sido desde antiguo realzada por la crítica. Sin em-
bargo, se suele insistir en la originalidad por presencia: sus odas, sus salmos,
sus traducciones de Horacio, la imitación de diversos (¡Bembo en coplas de
pie quebrado!). Pero tan notable es la originalidad por la ausencia. ¿Por qué
fray Luis no recoge en su colección apenas muestras que se parezcan ligera-
mente al acervo lírico, impreso o manuscrito, de su tiempo? Podría descartar-
se en principio, dada su condición de fraile agustino, la temática amorosa, y
sin embargo, ¿por qué no incluye sonetos, octavas, epístolas en tercetos, can-
ciones al igual que cualquier poeta coetáneo? ¿Por qué en su colección brillan
por su ausencia los villancicos, romances, coplas, y sonetos, metros habituales
en la poesía religiosa de su época? Se deberá, sin duda, al hecho de que fray
Luis o bien no compuso este tipo de obras o bien no quiso que vieran la luz
pública como suyas ni aun encubierto tras el transparente velo del anonimato.
La explicación es clara: fray Luis se aparta conscientemente de la tradi-
ción poética de su entorno. Podrá parecer paradójica esa actitud en el mayor
apologista de la lengua vulgar que tuyo la España del siglo XVI. Pero no hay
incoherencias entre las dos posturas. Fra^Lujs^quería. escribir,, en efecto, en
lengua vulgar; no en una tradición vulgar. Porque dignificar la poesía: Castella-
na consistía, precisamente, en incorporar a ella Jas dosjcnagnasi t?adídoiies li-
terarias aceptadas ppr_el.Huni§nismó: la clásica y la bíblica, Fray L,nis.quiso
ser, y lo fue, el primer poeta hüjm.ams^
63 Para España se halla en prensa el libro de Juan Alcina Rovira, Poetas hispanolatinos del
siglo XVI, Madrid, FUE.
ALGUNAS OBSERVACIONES SEMIOLOGICAS Y SEMÁNTICAS
EN TORNO A FRAY LUIS DE LEÓN
EUGENIO DE BUSTOS
Universidad de Salamanca
A Pilar y Rafael Lapesa, que supieron des-
cubrir la escondida senda.
1 Fray Luis de León. De los Nombres de Cristo. Edición de Cristóbal Cuevas. Madrid. Cá-
tedra. 1977. págs. 86 y ss.
2 Edición citada, p. 495.
102 EUGENIO DE BUSTOS
era tan comúnmente aceptado como pensaba Federico de Onís a pesar de to-
das las citas en elogio del romance que puedan allegarse3. Prueba inequívoca
de ello es que fray Luis se sintiera en la necesidad de justificarse, cosa que no
puede extrañar demasiado si recordamos las suspicacias que despertaba el uso
del romance en la exposición de temas teológicos, o que la propia universidad
de Salamanca exigía el uso del latín en la docencia e incluso imponía fuertes
multas a los profesores que no cumplían esta obligación estatutaria 4 . Como
no hemos de entrar ahora en el análisis de la contraposición de latin con ro-
mance, solamente subrayaremos la coherencia entre el principio enunciado y
el comportamiento del maestro agustino como traductor y escritor. Pero de-
bemos añadir enseguida, para matizar la rotundidad del principio inicial, que
fray Luis parece ten^^onctencia muy clara de que cada lengua posee unos de-
terrnínádos; rflatises^ mis-
5
mo llaH^^##épfe^ffttMicí6n>> .
En relación con ello, algún mayor interés para nuestro propósito tiene,
sin duda, la distinción entre «forma de dezir» y lengua. Recogiendo la tradi-
ción retórica sobre los estilos, pero dándole un sentido nuevo, nuestro autor
señala: «En la forma de dezir, la razón pide que las palabras y las cosas que se
dizen por ellas sean conformes, y que lo humilde se diga con llaneza, y lo gran-
de en estilo más levantado, y lo grave con palabras y figuras cuales
3 C. Cuevas parece compartir esta opinión. Vid. ed. cit., p. 493, nota 4.
4 Las palabras de fray Luis son inequívocas: «Y es engaño común tener por fácil y de poca
estima todo lo que se escrive en romance, que ha nascido de lo mal que usamos de nuestra lengua
no la empleando sino en cosas sin ser, o de lo poco que entendemos della creyendo que no es ca-
paz de lo que es de importancia, que lo uno es vicio y lo otro engaño, y todo ello falta nuestra»
{De los Nombres, edic. cit. pp. 494-5. El subrayado es nuestro).
5 Así, una de las dificultades al traducir el Cantar de los Cantares «es ser la lengua hebrea en
que se escribió, de su propiedad y condición, lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas
llenas de diversidad de sentidos» (Prólogo a la traducción del Cantar de los Cantares, ed. de la
BAC, p. 28). Como quiera que el español es distinto del hebreo, el principio de la fidelidad del
traductor le obliga a una otra advertencia: «Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos
tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua
nos forzó a que añadiésemos algunas palabrillas, que sin ellas quedara oscurísimo el sentido; pero
éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas...» (Ibid., p. 30).
En la Dedicatoria de sus poemas insiste en el mismo tema: «...de lo que he traducido, el que
quiera ser juez, pruebe primero qué cosa es traducir poesías elegantes de una lengua extraña a la
suya, sin añadir ni quitar sentencia y guardar cuanto es posible las figuras de su original y su do-
naire, y hacer que hablen en castellano y no como extranjeras y advenedizas, sino como nacidas
en él y naturales...» para reafirmar poco más adelante su positiva consideración del castellano:
«...al cual [trabajo de traductor] me incliné sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo
lo que se la encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante
para los que la saben tratar» (Edic. BAC, p. 1449).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 103
Así que las extrañas cosas que sienten, dicen y hacen los que aman, no se pueden entender ni
creer de los libros de amor; de dónde será forzoso que muchas cosas de este libro sean oscuras, así
al expositor de él como a los demás que en el divino amor están fríos y tibios...» (Edic. BAC, p.
61).
104 EUGENIO DE BUSTOS
10 Ibid. pp.. 28-29. Sobre ello vuelve en diversas ocasiones; vid. por ej. Cantar de los Canta-
res, VII, 1: «En que [este capítulo] hay gran dificultad, no tanto por ser la mayor parte sacadas de
cosas del campo, que en esto guarda la persona de pastor que representa, cuanto por ser mara-
villosamente ajenas y extrañas de nuestro común uso y estilo, y algunas de ellas contrarias, al pa-
recer, de todo lo que quieren declarar. Si no es, como ya dijimos, que en aquel tiempo y en aquella
lengua estas cosas tenían gran primor; como en cada tiempo y en cada lengua vemos mil cosas re-
cibidas y usadas por buenas, que en otros tiempos o puestas en otras lenguas no se tuvieran por ta-
les» {Ibid, pp. 84-85).
11 Ibid, p. 87: «... Y a esta causa el Esposo, después de los ojos, de ninguna cosa trata prime-
ro que del cabello, que cuando es largo, espeso y rubio, es lazo y gran red para los que se ceban de
semejantes cosas. Lo que es de maravillar aquí es la comparación, que al parecer es grosera y muy
apartada de aquello a que se hace. Fuera acertada si dijera ser como una madeja de oro, o que
competía con los rayos del Sol en muchedumbre y color, como suelen decir nuestros poetas» (el
subrayado es nuestro). Pero fray Luis explica la expresión del texto hebreo («Tu cabello como
manada de cabras que se levantan del monte Galaad) con estas palabras: «Quien habla es pastor,
y para haber de hablar como tal no podía ser cosa más propia que decir de los cabellos de su ama-
da que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte alto; mostrando en
esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros o alheñados (que, como diremos después, a
los tales tienen por de más hermosa color en aquella tierra), y además de esto relucientes como lo
son las cabras que pacen en aquel monte señaladamente». Cantar de los Cantares, IV, 1. cf. VII,
5 «Los cabellos de sobre tu cabeza cómo púrpura» o bien «y la madeja de tu cabeza como la púr-
pura» que en la exposición se aclara de esta manera: «... es de advertir que la púrpura antigua, de
la cual no tenemos ahora noticia por uso, tenía dos cosas: que era finamente bermeja y relucía
desde lejos, como el carmesí que los pintores ponen sobre oro o plata. Conforme a esto, asemejan
aquellas dueñas el cabello de la Esposa a la púrpura, porque debían ser castaños los cabellos que,
aunque no sea perfecto rojo, tira más a ello que a otro color; y porqué en las tierras calientes, co-
mo son las de Asia, no se estima el cabello rubio, antes a los hombres les está muy bien el negro, y
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 105
a las mujeres negro o castaño o alheñado, como ellas lo suelen llevar, y hoy día lo usan las moris-
cas. Porque vemos que el color castaño, y otros que se le parecen, son sus luces rojas, así como las
luces del amarillo tiran a blanco, y las del verde a negro». (Ibid, p. 146).
12 Ibid, pp. 29-30.
13 Ibid, pp. 91-92, cf. las versiones de Nacar-Colunga: «Es tu cuello cual la torre de David,
rodeada de trofeos» (ed. BAC. p. 7016) la edición española de la «Biblia de Jerusalem»: «Tu
cuello, la torre de David, erigida para trofeos» (ed. Desclée de Brouwer, 1967, p. 870) y la «Nueva
Biblia Española» de Schókel-Mateos: «Es tu cuello la torre de David, construida con sillares» (ed.
Cristiandad, 1975, p. 1266).
106 EUGENIO DE BUSTOS
siones: «y dicen alivianáronse mis días, esto es, pasaron ligeron más que la
lanzadera del tejedor, que a la verdad discurre prestísima» 19 introduciendo el
término lanzadera que se convierte en el eje de la versión en tercetos:
c) Son precisamente estas connotaciones de todo tipo las que permiten de-
cidir la elección del término más adecuado a cada contexto en los casos de si-
nonimia, tanto si ésta es propia de la lengua del original o de aquella a la que
se traduce. De acuerdo con ello, fray Luis prefiere varón u hombre justo a la
versión mas frecuente hombre 21; o decide entre asir y agarrar en Job II, 3 y
í?22; entre parlar y hablar en Job II, 10 23 y en un gran número de casos análo-
gos que sería impertinente enumerar ahora.
19 BAC, p. 939b.
20 BAC, p. 946. Es el sexto de los tercetos.
21 En la explicación aclara: «...como el hombre en la lengua original de este libro tenga tres
diversos nombres, el de este lugar, que nosotros trasladamos varón, es nombre que importa valor
y que no se da a cualquier hombre, sino a los que lo son de veras; digo, a aquellos en quien la ra-
zón manda y el sentido obedece, que es propiamente ser hombres... y porque dice los hechos de
un gran luchador, declara el vigor que para luchar tiene y que consiste, lo primero, en que es va-
rón, esto es, no muelle ni afeminado para la virtud, ni que se vence fácilmente» (BAC, p. 857a).
De las tres versiones castellanas de la Biblia que manejamos sólo Nácar- Colunga emplea varón;
las otras dos traducen hombre.
22 En la explicación de Job II, 3 (BAC, 870a) señala: «...lo que decimos asido, en la palabra
original es asir y aprehender esforzadamente; y dice no sólo allegamiento a aquello que se ase, si-
no fortaleza y firmeza en ello». De ahi que en el vs. 9 traduzca las palabras de la mujer de Job:
«¿Hasta cuando tú agarrado de tu bondad? (BAC, 872a) en la explicación, frente a asido en la
versión primera.
23 «Y la represión es: Como hablan las tontas has hablado: o, al pie de la letra, Parlar de ton-
tas parlaste. Y digo parlar, porque la palabra original, según la fuerza de su orden y puntos, es
hablar no como quiera, sino hablar mucho o como si dijéramos, rehablar; que viene muy bien pa-
ra lo que se habla sin atención y sin tiento, y para lo que ni la razón lo mide ni la consideración lo
modera. Porque todo lo que así se habla, aunque parezca poco y aunque en palabras lo sea, es de-
masiado y muy largo; y el hablar sin considerar, siempre es mucho hablar» (Edic. BAC, p. 872b).
108 EUGENIO DE BUSTOS
24 «En la propiedad de su lengua se toca en estas palabras una gentil comparación, que en
nuestra lengua no se siente... metzitz viene de tzitz que es propiamente mostrarse la flor cuando
brota, o de otra manera se descubre. Pues como suelen los claveles asomar por los agujeros pe-
queños de los encañados que los cercan, o de las vainas que rompen cuando brotan, y como las
rosas que cuando salen no se descubren todas sino solamente un poco, así imagina y dice que su
Esposo, mas que el clavel y que la rosa bella se descubre, ya por una parte, ya por otra, mostran-
do unas veces los ojos y no más, y otras veces solo los cabellos» (Edic. BAC, p. 63). Cif. también
dagul, derivado de daguel (ibid, 116),
25 «Las [palomas] que vemos por acá no las tienen muy hermosos, pero sonlo de
hermosísimos los de tierra de Palestina, que como se sabe por relación de mercaderes y por unas
que traen de Levante, que llaman tripolinas, son muy diferentes de las nuestras, señaladamente en
los ojos, porque los tienen grandes y muy redondos, llenos de resplandor y de un movimiento
velocísimo, y de un color extraño que parece fuego vivo» (Edic. BAC, p. 51). cf. IV, 1, p. 86, en
que explica el sentido amoroso de la metáfora. Y aun más adelante, V, 13 (Ibid. p. 117).
26 « Yo rosa del campo: la palabra hebrea es habatzeleth, que según los más doctos en aquella
lengua, no es cualquiera rosa, sino una cierta especie de ellas en la color negra, pero muy hermo-
sa, y de gentil olor. Y viene bien que se compare a ésta, porque, como parece en lo que habernos
dicho, la Esposa confiesa de sí que, aunque es hermosa, es algo morena» (Cantar de los Cantares,
II, 1; Edic. BAC. p. 55).
27 ídem, IV, 14 (BAC, p. 99).
28 En el contexto «Los sus labios como azucenas» ídem, V, 14 (BAC, p. 118). Fray Luis
aclara «Dioscórides, que trata de ellas, confiesa que hay un género de azucenas coloradas como
carmesí, de las cuales se entiende en este lugar ser semejantes a los labios del Esposo...». Pero en
la traducción prefiere: «Sus labios, violetas» (Ibid. p. 104).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 109
29 Ibid. p. 29. [ Algo semejante en la Dedicatoria del Libro de Job: «...traslado el texto del
libro por sus palabras, conservando, cuanto es posible, en ellas el texto latino y el aire hebreo, que
tiene su cierta majestad» (BAC, p. 850)]. El texto del prólogo al Cantar de los Cantares continúa:
«De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la ra-
zón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correr el hilo del decir,
pudiéndolo hacer muy fácilmente con mudar algunas palabras y añadir otras; lo cual yo no hice
por lo que he dicho...». Esta alusión al empleo deliberado de arcaísmos puede estar, evidentemen-
te, en conexión con la vetustas de la Retórica clásica pero, aqui cumple una función expresiva
muy determinada. Valga como ejemplo de ello, por citar solo un caso de obra mucho más tardía,
las contraposiciones entre sois venidos / habéis venido, -edes / -eis cuyos primeros miembros
aparecen en el texto de la traducción y los segundos en la explicación de Job, VII, 21 (BAC, p.
928a). Cf. la observación que a este propósito del arcaísmo en las traducciones hace F. de Onis en
su edición de De los Nombres, t. I. p. 101 nota.
30 Y aun habría que precisar que, en este sentido, se insertan en una tradición cristiana que
ha sido estudiada por Walter Repges: Para la historia de los Nombres de Cristo: De la Patrística a
fray Luis de León (BICC, XX, 1965, pp. 325-346).
31 «...no queremos dezir que es cabal nombre o nombre que abraca y nos declara todo
aquello que hay en él» (De los Nombres de Cristo, edic. cit., p. 168).
110 EUGENIO DE BUSTOS
aun añade, al final, que va a tratar en su obra de «aquellos solos que con-
vienen a Christo en quanto hombre, conforme a los ricos thesoros de bien que
encierra en sí su naturaleza humana, y conforme a las obras que en ella y por
ella Dios ha obrado y siempre obra en nosotros» 32 . Pensamos que, desde una
lectura completa de la Introducción, no puede mantenerse —como ha hecho
Alain Guy— que fray Luis se refiera a la generalidad de los nombres 33 ; en tér-
minos lingüísticos, no puede afirmarse más que atiende a una muy específica
clase: la de los nombres propios que responden a una motivación semántica; o
dicho de otro modo, a nombres que son símbolos 34.
Dentro de ese marco general —y por supuesto sin el rigor expositivo de
un tratado lingüístico— fray Luis hace una serie de observaciones que parecen
pertinentes para nuestro propósito en cuanto que en sus obras podemos docu-
mentar su trascendencia estilística. Desde este punto de vista parece conve-
niente destacar algunos aspectos concretos.
Nos referimos, en primer lugar, a la naturaleza teleológica de los
nombres, que tiene en el texto de la Introducción dos perspectivas distintas.
Por un lado, el de su oficio inmediato de carácter vicario: ...«su fin es hazer
que lo ausente que significa, en él nos sea presente, y cercano y junto lo que
nos es alexado»35; finalidad que determina unas específicas condiciones sobre
las que volveremos más adelante. Por otro, (formando parte de la armonía
universal, núcleo del pensamiento luisiano) este «admirable artificio» que es el
nombre hace posible la «perfectión de todas las cosas» 36, dándoles «a cada
una dellas, demás del ser real que tienen en sí, otro ser del todo semejante a es-
te mismo, pero más delicado que él y que nace en cierta manera del, con el
qual estuviessen y viviessen cada una dellas en los entendimientos de sus vezi-
nos, y cada una en todas, y todas en cada una. Y ordenó también que de los
32 De los Nombres, edic. cit., p. 170. Vid. también la nota ilustrativa de C. Cuevas sobre la
distinción entre Nombres de Cristo en cuanto Dios / en cuanto hombre y cómo se refleja en la ins-
trucción cristiana a partir del Concilio de Trento.
33 E incluso de los signos lingüísticos. Vid. C. Cuevas, De los Nombres^ pp. 90-99 y notas
196 y 197.
34 Tendríamos que adelantar que fray Luis centra su atención en el significado {nombre en el
alma) y no en el significante {nombre en la boca); «... Y cuando dezimos nombres, ordinariamen-
te entendemos estos postreros, aunque aquellos primeros son los nombres principalmente. Yassí
nosotros hablaremos de aquéllos teniendo los ojos en éstos» (Edic. cit. p. 158. El subrayado es
nuestro).
35 Ibid. p. 159.
36 «Porque se ha de entender que la perfectión de todas las cosas, y señaladamente de
aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas tenga en sí a
todas las otras, y en que, siendo una, sea todas quanto le fuese posible; porque en esto se avezina
a Dios, que en sí lo contiene todo», {ibid. p. 155).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 111
37 Ibid. p. 156.
3SIbid. p. 157.
39 En la pág. 165 se emplean los sintagmas nombre de boz y concepto de entendimiento para
los dos primeros términos.
112 EUGENIO DE BUSTOS
ción entre las dos clases de nombres en un pasaje, que por su intrés reproduci-
mos completo: «Y desto mismo se conoce también que ay dos maneras o dos
differencias de nombres: unos que están en el alma y otros que suenan en la
boca, los primeros son el ser que tienen las cosas en el entendimiento del que
las entiende, y los otros, el ser que tienen en la boca del que, como las entien-
de, las declara y saca a la luz con palabras. Entre las cuales ay esta conformi-
dad: que los unos y los otros son imágenes... Más ay también esta desconfor-
midad: que los unos son imagines por naturaleza y los otros por arte. Quiero
dezir, que la imagen y figura que está en el alma sustituye por aquellas cosas,
cuya figura es, por la semejanca natural que tiene con ellas; mas las palabras,
porque nosostros, que fabricamos las bozes, señalamos para cada cosa la su-
ya, por esso sustituyen por ellas. Y quando dezimos nombres, ordinariamente
entendemos estos postreros, aunque aquellos primeros son los nombres prin-
cipalmente. Y assí nosostros hablaremos de aquellos teniendo los ojos en es-
tos» 40. Queda claramente de manifiesto, pues, que las relaciones entre sign-
fiicado y cosa son de carácter necesario, de «semejanca natural», en tanto que
las de significante (en este caso «palabra») y cosa son de tipo convencional:
somos nosotros quienes «fabricamos las bozes» y, en definitiva, atribuimos
una palabra a cada cosa. Quedan en la penumbra, en cambio, las relaciones
entre significado y significante y no creemos posible afirmar más que parece
apuntarse una cierta dependencia del significante, entendido como declara-
ción del significado.
Ahora bien, estas imágenes por naturaleza que son los significados pose-
en otras características que convendría precisar siquiera brevemente. Al es-
tablecer la distinción entre nombre común y nombre propio, fray Luis formu-
la una contraposición entre ambos basada en dos rasgos. El primero de ellos
corresponde a la cultura gramatical de su tiempo: el de la pluralidad o singula-
ridad de sus referentes 41. El otro (que en cierto modo parece consecuencia in-
mediata del anterior) concierne a dos modos de relación entre signifiado y co-
sa. El significado del nombre común implica una operación intelectual en vir-
tud de la cual contiene «aquello en que muchas cosas, que por lo demás son
diferentes, convienen entre sí y se parecen»; en cambio el de los nombres pro-
pios no supone abstracción de las diferencias sino que, al referirse a una cosa
única es «propio retrato della, que no dize con otra» 42. Parece insinuarse aquí
una distinción clara en cuanto a la naturaleza y funciones semánticas de am-
«Pero en muchos es esto tan al revés, que no sólo no saben aquestas letras, pero desprecian o, a lo
menos, muestran preciarse poco y no juzgar bien de los que las saben. Y con un pequeño gusto de
ciertas questiones contentos e hinchados, tienen título de maestros theólogos y no tienen la
theología; de la qual como se entiende, el principio son las questiones de la Escuela, y el creci-
miento la doctrina que escriven los sanctos y el colmo y perfectión y lo más alto de ellas las letras
sagradas, a cuyo entendimiento todo lo de antes, como a fin necessario, se ordena» (Edic. C.
Cuevas, pp. 142-3). Más radical será el padre Sigüenza quien, fundándose en S. Jerónimo, afir-
ma: «... verdadera Teología la Escritura Santa, a cuyo conocimiento se enderezan todas las reglas
de la Teología metódica o escolástica... No admite corrupción ni vejez; que la que padece estas
mudanzas no es Teología, sino fantasías o sueños de opinantes metafísicos, que brotan de inge-
nios ociosos o lujuriantes» (Apud. Alvarez Turienzo. op. cit., p. 39. El subrayado es nuestro).
47 Existe una cierta contradicción entre las dedicatorias de los libros I y III a este propósito.
En el libro I vemos que «a mi juyzio todos los buenos ingenios en quien puso Dios partes y facul-
tad para semejante negocio tienen obligación de occuparse en él, componiendo en nuestra lengua,
para el uso común de todos, algunas cosas que, o como nascidas de las sagradas letras, o como
allegadas y conformes a ellas, suplan por ellas, quanto es posible, en el común menester de los
hombres...» (Edic. cit. p. 144). En el libro III, respondiendo —o previniendo— a cierto tipo de
críticas, escribe: «Y si dizen que no es estilo para los humildes y simples, entiendan que, assí como
los simples tienen su gusto, assí los sabios y los graves y los naturalmente compuestos no se appli-
can bien a lo que se escrive mal y sin orden, y confiessen que devemos tener cuenta con ellos, y se-
ñaladamente en las escripturas que son para ellos solos, como aquesta lo es» (Id. p. 499. Los
subrayados son nuestros).
48 Es evidente que los potenciales lectores a que se dirige conocen más que suficientemente el
latín de la Vulgata.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 115
49 Vid. como ej. de ello la construcción del valor expresivo de la palabra Monte. (De los
Nombres, edic. cit., pp. 246-7).
50 Como ya señaló María R. Lida en su reseña al libro de Curtius (Romance Philology, V,
1951-2, p. 114) nada más lejos del gusto medieval por el valor puramente ornamental de la
etimología que la riqueza y madurez del pensamiento luisiano al analizar el origen y valor de los
nombres que Cristo recibe, proféticamente, en el Antiguo Testamento.
51 «La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres pa-
ra, con el movimiento y spíritu della, levantarlos al cielo de donde ella procede; porque poesía no
es sino una comunicación del aliento celestial y divino; y assí, en los prophetas quasi todos, assí
los que fueron movidos verdaderamente por Dios como los que, incitados por otras causas
sobrehumanas, hablaron, el mismo Spíritu que los despertava y levantava a ver lo que otros
hombres no vían, les ordenava y componía y como metrificava en la boca las palabras con núme-
ro y consonancia devida, para que hablassen por más subida manera que las otras gentes habla-
van, y para que el estilo del dezirse asemejasse al sentir, y las palabras y las cosas fuessen confor-
mes» (De los Nombres, edic. cit., pp. 253-4. El subrayado es nuestro).
116 EUGENIO DE BUSTOS
52 Vid. por ej., Cordero: «Cordero dize mansedumbre, y esto se nos viene a los ojos luego
que oymos cordero». (De los Nombres, edic. cit., p. 565) ...«inocencia y pureza»... {id. p. 571)
...«cordero de sacrificio»... (id. p. 585).
53 Vid. por ej.: «No es posible que hable el enfermo de la salud y que no haga significación
de lo mucho que le duele verse sin ella» (De los Nombres, edic. cit., p. 644).
54 Vid. por ej., «Donde dice mi viña, en el hebreo tiene doblada fuerza, porque dicen mia,
remia, dando a entender cuan propia suya es y cuánto cuidado debe tener de ella; como si dijera,
la mi querida viña o la viña de mi alma...» (Cantar de los Cantares, I, 5; Edic. BAC, p. 42).
55 Vid. Cantar de los Cantares, V, 16, a propósito del hebreo bachur en «Erguidos como
cedros». A propósito de Eclesiastés, XI, 9 señala la intencionalidad irónica del uso de bachur.
«... siendo su intento del Espíritu Santo reprender, mofando el desacuerdo de los mancebos y
amenazarlos con la pena, no los llama mancebos por el nombre propio de su edad, sino llamándo-
los erguidillos, usó de nombre que declara su natural brío de los tales y su altivez y lozanía...».
(Edic. BAC, pp. 120-21).
56 «Porque siempre que el nombre común se da a uno por su nombre propio y natural, se ha
de entender que aquel a quien se da tiene en sí toda la fuerza del nombre; como si llamássemos a
uno por su nombre Virtud, no queremos dezir que tiene virtud como quiera, sino que se resume en
él la virtud». (De los Nombres, edic. cit., p. 644).
57 «... y el officio del artículo es reduzira a ser lo común, y como demostrar y señalar lo con-
fuso, y ser guía del nombre, y darle su qualidad y su linage, y levantarle de quilates y añadirle ex-
cellencia...» (De los Nombres, edic, cit., pp. 616-7).
58 Ibid., p. 624.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 117
59 Ibid.,p. 147.
60 «... si el nombre es imagen que sustituye por cuyo es, ¿qué nombre de boz, o qué concepto
de entendimiento puede llegar a ser imagen de Dios? Y si no puede llegar, ¿en qué manera dire-
mos que es su nombre proprio?» Ibid., p. 165.
61 «... quando dezimos que Dios tiene nombres proprios o que aqueste es nombre proprio de
Dios, no queremos dezir que es cabal nombre, o nombre que abraca y que nos declara todo
aquello que ay en él. Porque uno es el ser proprio y otro el ser igual o cabal. Para que sea proprio
basta que declare, de las cosas que son proprias a aquella de quien se dize, alguna dellas, mas si no
las declara todas entera y cabalmente no será igual. Y assí a Dios, si nosotros le ponemos nombre,
nunca le pondremos un nombre entero y que le iguale, como tampoco le podemos entender como
quien él es entera y perfectamente, porque lo que dice la boca es señal de lo que se entiende en el
alma. Y assí, no es possible que llegue la palabra adonde el entendimiento no llega». (Ibid. 168-9).
62 «El nombre de Jesús, Sabino, es el proprio nombre de Christo, porque los demás que se
han dicho hasta ahora, y otros muchos que se pueden dezir, son nombres comunes suyos, que se
dizen del por alguna semejanca que tiene con otras cosas de las quales también se dizen los mis-
mos nombres, los quales y los proprios diffieren, lo uno, en que los proprios, como la palabra lo
dize, son particulares de uno y los comunes competen a muchos; y lo otro, que los proprios, si es-
tán puestos con arte y con saber, hazen significación de todo lo que ay en su dueño, y son como
imagen suya, como al principio diximos, mas los comunes dizen algo de lo que ay, pero no todo.
Assí que, pues Jesús es nombre proprio de Christo, y nombre que se le puso Dios por la boca del
ángel, por la misma razón no es como los demás nombres, que le significan por partes, sino como
ninguno de los demás, que dize todo lo del y que es como una figura suya que nos pone en los ojos
su naturaleza y sus obras, que es todo lo que ay y se puede considerar en las cosas» (Ibid. p. 615).
118 EUGENIO DE BUSTOS
ficación a todos los demás, que vendrían a ser como semas o elementos consti-
tuyentes de su significado 63. Junto a ello, debe advertirse que la serie de estos
semas, o nombres comunes apropiados a Cristo, es de hecho ilimitada (fray
Luis seleciona los que considera «mas sustanciales») por lo que nos encontra-
mos ante una nueva manifestación de conformidad o armonía: la infinitud
misma de Dios se corresponde con la inmunerabilidad de los nombres que re-
cibe en las Escrituras 64.
El segundo de los planos atañe a la específica clase de relaciones que se es-
tablecen entre los elementos constituyentes del nombre propio en cuanto sig-
no. Cuando han sido creados intencionalmente, «mucho conviene que en el
sonido, en la figura, o verdaderamente en la origen y significación de aquello
de donde nasce, se avezine y asemeje a cuyo es, quanto es possible avezinarse a
una cosa de tomo y ser el sonido de una palabra» 65. Dicho en términos
lingüísticos actuales, fray Luis parece postular la conveniencia —subrayemos,
conveniencia, no necesidad, aunque la razón y naturaleza de ellos lo pida— de
que tales nombres propios sean signos motivados gráfica, fónica y semántica-
mente, sobre todo en este último aspecto 66.
La motivación semántica, tal como la explica fray Luis en esta introduc-
ción, es realmente morfosemántica; esto es, relativa a la creación nominal de
compuestos y derivados: «quando el nombre que se pone a alguna cosa se de-
duze y deriva de alguna otra palabra y nombre, aquello de donde se deduze ha
de tener significación de alguna cosa que se avezine a algo de aquello que es
63 «... todos los demás officios de Christo, y los nombres que por ellos tiene, son como par-
tes que se ordenan a esta salud, y el nombre de Jesús es el todo, según que todo lo que significan
los otros nombres, o es parte de esta salud que es Christo y que Christo haze en nosotros, o se or-
dena a ella, o se sigue della por razón necessaria...». «De arte que, diziendo que se llama Christo
Jesús, dezimos que es Esposo y Rey, y Príncipe de Paz y Braco, y Monte y Padre, y Camino y
Pimpollo, y es llamarle, como también la Escripíura le llama, Pastor y Oveja, Hostia y Sacerdote,
León y Cordero, Vid, Puerta, Médico, Luz, Verdad y Sol de Iusticia, y otros nombres assí».
{Ibid., pp. 626 y 627 respectivamente).
64 «... la causa porque a Christo nuestro señor se le dan muchos nombres, conviene a saber:
su mucha grandeza y los thesoros de sus perfectiones riquíssimas, y juntamente la muchedumbre
de sus officios y de los demás bienes que nascen del y se derraman sobre nosotros, los quales, assí
como no pueden ser abracados con una vista del alma, assí mucho menos pueden ser nombrados
con una palabra sola... Y assí vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escriptura divina
da a Christo...» {Ibid,, p. 169). C. Cuevas anota justamente: «La idea de que a Dios, como suma
de todas las perfecciones, convienen infinitos nombres, procede del Pseudo Areopagita». (nota
82).
65 Ibid., p. 159.
66 Nótese la presencia de adverbios intensificadores en dos parejas de esta misma pág.: « Ver-
daderamente en la origen y significación...; ...y señaladamente en la origen de su derivación y sig-
nificación».
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 119
propio al nombrado, para que el nombre, saliendo de allí, luego que sonare
ponga en el sentido del que lo oyere la imagen de aquella particular propiedad,
esto es, para que el nombre contenga en su significación algo de lo mismo que
la cosa nombrada contiene en su essencia» 67. Pero algunos de los ejemplos de
la Escritura que menciona inmediatamente 68 y el argumento esencial de toda
obra —el origen y valor significativo de los nomina Christi— responde a una
estricta motivación semántica de carácter metafórico. Nótese, con todo, que
fray Luis no habla, ni alude tan siquiera, a la motivación o convencionalidad
del vocablo originario del que se deduce o deriva el propio; esto es, pimpollo,
camino, pastor, monte, cordero, etc. sólo son motivados en cuanto nombres
propios aplicados a Cristo en la Escritura, no en cuanto nombres comunes 69.
La motivación se funda en que el significado del nombre común tiene al me-
nos un rasgo semántico en que se asemeja a lo que Cristo significa: «todos los
nombres que se ponen por orden de Dios traen consigo significación de algún
particular secreto que la cosa nombrada en sí tiene, y que en esta significación
se asemeja a ella» 70. Desde esta perspectiva es perfectamente posible
comprender —y aun compartir si se tiene fe— el artificio teológico fundamen-
tal de De los Nombres', esto es, el desciframiento de las razones de semejanza
que subyacen a los Nombres que «convienen a Christo en quanto hombre,
conforme a los ricos thesoros de bien que encierra en sí, su naturaleza huma-
na, y conforme a las obras que en ella y por ella Dios ha obrado y siempre
obra en nosotros» 71. Dicho de otro modo: la motivación semántica (relación
de semejanza o analogía) permite al creyente ir desde el nombre bíblico al co-
nocimiento de Dios.
Menor importancia tiene, sin duda, la motivación fónica ya que aparece
restringida en principio a las palabras que «significan alguna cosa que, o se
haga con boz, o que embie son alguno de sí». En tales casos, la semejanza o
conformidad pide «que sea el nombre que se pone de tal qualidad, que cuando
se pronunciare suene como suele sonar aquello que significa, o quando habla,
si es cosa que habla, o en algún otro accidente que le acontezca»72. Parece cla-
67 Ibid., p. 160. Los vocablos españoles que, «por razón de exemplo» aduce fray Luis son
corregidores ( •=; corregir) y casamenteros, compuesto según él de casar y mentar. Aunque pa-
rezca minucia, señalaré que estos ejemplos no aparecen en la primera edición, la de 1583, por
Juan Fernández en Salamanca. Parecen, pues, añadidos para la de 1585, fecha del prólogo-
dedicatoria del libro III.
68 Por ej., Jacob 'suplantador' —*~ Israel'Dios lucha'. En otros casos podría pensarse en
derivados por incremento: Abram 'padre excelso' —*- Abraham 'padre de multitudes'; o dis-
minución: Sarai 'señora mia' —*- Sara 'señora'. Vid. las notas de C. Cuevas, pp. 160 y 161.
69 En los ejs. españoles, casamentero es motivado, no así casar y mentar; corregidor sí, pero
no corregir.
70 De los Nombres, edit. cit., p. 162.
71 Ibid. p. 170.
72 Ibid. p. 163.
120 EUGENIO DE BUSTOS
ro, pues, que nuestro autor se refiere casi exclusivamente al tipo de motiva-
ción fónica de la onomatopeya y, aunque parece dejar abierta una posibilidad
más, cuando asegura, a continuación el cumplimiento general de esta regla en
el hebreo, se ciñe estrictamente a ella.
Precisamente esa puerta entreabierta («algún otro accidente que le acon-
tezca») se abre de par en par, en la cima misma de la obra, al analizar el
nombre Jesús. Fray Luis ya había aludido a los valores simbólicos de la grafía
caldea de tres letras iguales y al simbolismo fónico de las cuatro hebreas (YH-
VH: yod, he, wau, he) en la introducción general del Libro 1. 73 ; al acercarse al
final de la obra señala que la palabra original Iehosuah —cuyo «traslado» cas-
tellano es Jesús— «tiene todas las letras de que se compone el nombre de Dios,
que llaman de quatro letras [Yahweh], y demás dellas tiene otras dos. Pues,
como sabéys, el nombre de Dios de quatro letras, que se encierra en este
nombre, es nombre que no se pronuncia, o porque son vocales todas, o por-
que no se sabe la manera de su sonido, o por la religión y respeto que devemos
a Dios, o porque, como yo algunas vezes sospecho, aquel nombre y aquellas
letras hazen la señal con que el mudo que hablar no puede, o cualquiera que
no osa hablar, significa su affecto y mudez con un sonido rudo y desatado y
que no haze figura... assí que es nombre ineffable y que no se pronuncia este
nombre» 74 . Nos encontramos, pues, ante una motivación fónica de índole to-
talmente distinta a la de la onomatopeya que, inevitablemente, nos trae a la
memoria el balbuceo místico de san Juan de la Cruz: la inefabilidad es mani-
festada por el sonido inarticulado, interjectivo, del nombre porque, como
decía David, «el embaraco de nuestra lengua y el silencio quando nos levanta-
mos a El es su nombre y loor». La añadidura de dos letras a las cuatro origina-
rias, hacen que este sonido inarticulado se transforme en «pronunciación cla-
ra y sonido formado y significación entendida» para simbolizar
—motivadamente también— la Encarnación de Dios en Jesús de forma tal
que «acontezca en el nombre lo mismo que pasó en Cristo y para que sea, co-
mo dicho tengo, retrato el nombre del ser». No cabe encontrar una más per-
fecta armonía —en escritor tan querencioso siempre de ella— que el proceso
de nominación de este Dios, pura, absoluta e infinita armonía El mismo. Su
nombre no aparece en el Génesis sino después de creado el hombre y ante peti-
ción de Moisés en el Horeb 75 y no se transforma en sonido articulado sino con
* \ \
silencio > sonido inarticulado :=> sonido articulado: 7
\ t t
0 > Yahweh > Iehosuah =$> Jesús
76 «En lo qual es cosa digna de considerar el amaestramiento secreto del Spíritu Sancto que
siguió el sancto Moysés, acerca desto, en el libro de la creación de las cosas. Porque tratando allí
la historia de la creación, y aviendo escripto todas las obras della, y aviendo nombrado en ellas a
Dios muchas vezes, hasta que uvo criado al hombre y Moysés lo escrivió, nunca lo nombró en este
su nombre, como dando a entender que, antes de aquel punto no avía necessidad de que Dios tu-
viesse nombre, y que, nascido el hombre que le podía entender y no le podría ver en esta vida, era
necesario que se nombrasse. Y como Dios tenía ordenado de hazerse hombre después, luego que
salió a luz el hombre, quiso humanarse nombrándose». {De los Nombres edic. cit., pp. 167-8).
77 Curiosamente, en las Anotaciones de F. de Herrera a Garcilaso, el poeta sevillano recoge
una distinción de S, Juan Crisóstomo (que no parece impertinente) entre voz y palabra: «dice [S.
Juan C ] que la voz es un sonido confuso, que no señala algún secreto del corazón, mas que sólo
significa que quiere decir algo el que da voces; pero que la palabra es sermón razonable, que des-
cubre el misterio del corazón». Vid. A. Gallego Morell: Garcilaso de la Vega y sus comentaristas,
Granada, Universidad, 1966, p. 361.
78 De los Nombres, edic. cit., p. 616.
122 EUGENIO DE BUSTOS
El bien hablar.
Es bien conocido que en la segunda edición de De los Nombres de Cristo
se añade un libro III en cuya dedicatoria se encuentra el pasaje que se ha repe-
tido uno y otra vez en los estudios dedicados a fray Luis. Dentro de su defensa
del castellano como lengua teológica, nuestro autor contempla su propia obra
y, no sin justificada satisfacción, se ufana de haber puesto orden, concierto y
número en el romance. En ese contexto afirma: «el bien hablar no es común,
sino negocio de particular juyzio, ansi en lo que se dize como en la manera co-
mo se dize, y negocio que, de las palabras que todos hablan, elige las que con-
vienen, y mira el sonido dellas, y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa y las
mide y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pre-
tende dezir, sino también con armonía y dulcura» 80 . El texto —y lamento re-
petir cosas muy sabidas, pero es inevitable hacerlo ahora— es una personal
formulación del tópico renacentista sobre el canon de lengua, que se inicia con
el mismo Garcilaso, como veremos, y se convertirá en piedra de toque de la
guerra literaria de la época barroca llenando todo nuestro Siglo de Oro. Pero,
con todo, no me parece ocioso que analicemos —por brevemente que sea—
los elementos que integran el modelo luisiano.
79 Dámaso Alonso: Poesía española, Madrid, Gredbs, I a ed.s 1950, pp. 117-120,
80 De los Nombres edic. cit., p. 497.
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 123
tista funcionan en este sentido como cánones de la dignidad o valor de los con-
tenidos literarios. Ello explica la constante repetición de temas —que acaban
desembocando en tópicos más o menos trivializados —sin que ello suponga
ningún desdoro para los escritores 81. Si se consideran de cerca los comenta-
rios del Brócense a las obras de Garcilaso en su edición de 1574, e incluso las
más criticas de Fernando de Herrera en 1580 82, observaremos (no sin cierto
punto de inicial sorpresa para nuestros actuales hábitos culturales) que no
aparece la menor referencia negativa al hecho de que el poeta toledano imite o
traslade a poetas latinos o italianos; antes al contrario, deben entenderse co-
mo implícitos elogios que, en algún caso, son tan explícitos como las palabras
con que el Brócense sale al paso de torcidas interpretaciones de su comento:
«Pero una de las [opiniones contrarias] que más cuenta se haze es dezir, que
con estas anotaciones más afrenta se haze al poeta, que honra, pues por ellas
se descubren, y manifiestan los hurtos, que antes estavan encubiertos. Opi-
nión por cierto indigna de respuesta, si hablassemos con los muy doctos. Mas
por satisfacer a los que tanto no lo son, digo, y afirmo, que no tengo por buen
poeta al que no imita los excelentes antiguos» 83. En consonancia con este
principio, no deja de ser curioso y aun ejemplar, que en sus anotaciones a
Garcilaso, el Brócense incluya hasta cuatro traducciones de odas horacianas
hechas por fray Luis (aunque no menciona su nombre) con esta advertencia
primera: «Y porque un docto de estos tiempos la tradujo bien, y hay pocas co-
sas de éstas en nuestra lengua, la pondré aquí toda», que se completa en el ca-
so de la traslación del Beatus Ule con una alusión a los procedimientos forma-
les: «por estar bien trasladada del autor de las passadas, y por ser nueva mane-
81 Tal sentido tiene un aspecto del elogio que Garcilaso hace de la traducción de El Corte-
giano realizada por Boscán: «Y también tengo por muy principal el beneficio que se haze a la len-
gua castellana en poner en ella cosas que merezcan ser leídas, porque no sé qué desventura ha sido
siempre la nuestra, que apenas nadie ha escripto en nuestra lengua, sino lo que se pudiera muy
bien escusar, aunque esto sería malo de provar con los que traen entre las manos estos libros que
matan hombres». (A. Gallego Morell, op. cit., p. 232).
82 Elijo a estos dos por razones obvias de valor ejemplar y de proximidad cronológica a la re-
dacción de este libro III de De los Nombres.
83 Y aun añade: «Y si me preguntan, por qué entre tantos millares de poetas, como nuestra
España tiene, tan pocos se pueden contar dignos de este nombre, digo, que no ay otra razón, sino
porque les faltan las ciencias, lenguas y doctrinas para saber imitar» y, después de aducir
ejemplos clásicos, concluye: «lo mismo se puede dezir de nuestro Poeta, que aplica y traslada los
versos y sentencias de otros Poetas, tan a su propósito, y con tanta destreza, que ya no se llaman
ágenos, sino suyos; y más gloria merece por esto, que no si de su cabeza lo compusiera, como lo
afirma Horacio en su Arte Poética» (A. Gallego Morell, op. cit., pp. 25-26).
124 EUGENIO DE BUSTOS
84 Las odas traducidas que incluye el Brócense son: la X del lib. II: «Si en alto mar Licyno»;
la XIII del lib, IV: «Cumplióse mi deseo», que aparece traída un tanto forzadamente como
contraejemplo del soneto del carpe diem; la XXII del lib. I: «El hombre justo y bueno» y la II de
los Epodos: «Dichoso el que de pleitos alejados». Vid. Gallego-Morell, op. cit,, pp. 240-1, 244-5,
246-7 y 260-1 respectivamente.
85 V. Gallego Morell, op. cit., p. 286. Contraprueba segura de esta positiva valoración de
imitaciones y traducciones es la frecuencia con que el mismo Herrera introduce obras suyas
—traducciones e imitaciones— en sus anotaciones a los textos garcilasianos,
86 Lo que explicaría, además, la ausencia de referencias a poetas contemporáneos como
Ausías March, o a la poesía de cancioneros, en estas Anotaciones del Brócense y de F. de Herrera;
ausencia ya subrayada por R, Lapesa en su inestimable estudio La trayectoria poética de Garcila-
so.
87 «Porque si no es esto, ¿qué es lo que se dize en el Génesi, que Adam, inspirado por Dios,
puso a cada cosa su nombre, y que lo que él las nombro, ésse es el nombre de cada una? Esto es
dezir que a cada una les venía como nascido aquel nombre, y que era assí suyo, por alguna razón
particular y secreta que si se pusiera a otra cosa no le viniera ni quadrara tan bien» (De los
Nombres, edic. cit., p. 159).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 125
ciencias de 1575 88; a éste yo añadiría otros dos de autores más estrictamente
lingüísticos, uno del Brócense y otro del Tesoro de Covarrubias. Podría pen-
sarse que, además del obligado acatamiento a la autoridad de la Escritura, nos
encontramos ante una manifestación más del platonismo renacentista y, en
concreto, de la doctrina sobre la naturaleza physei de los nombres; y así pare-
ce pensarlo Cuevas. Sin embargo, un examen, más detenido de los pasajes en
que aparecen tales referencias nos obligaría a matizar esta primera suposición.
En efecto, Huarte de S. Juan contempla el problema como una «cuestión que
hay entre Platón y Aristóteles muy celebrada» y, aun considerando que la
Escritura favorece la opinión de Platón, se inclina en principio por la aristoté-
lica 89, pero salva la contradicción introducciendo en la convencionalidad del
signo un factor racional, claro está que no refiriéndose sino a los nombres
adánicos 90. El Brócense también menciona expresamente a Platón cuya opi-
nión compartirá si se refiriese —como dice fray Luis— sólo a la primera len-
gua, pero tampoco se conforma completamente con el convencionalismo aris-
totélico, haciendo especial hincapié en la motivación etimológica de un modo
análogo al de su compañero del claustro salmantino 91. Sebastián de Covarru-
bias, en el prólogo a su Tesoro de la lengua Castellana o Española de 1611,
también se refiere a la nominación adánica en términos muy parecidos a los
88 Vid. C. Cuevas, De los Nombres, p. 92. El texto que reproduce Cuevas en la nota 201
corresponde a las pp. 111-112 del Examen de ingenios para las ciencias (edic. de Esteban Torre,
Madrid, Editora Nacional, 1976) y dice literalmente: «Y que dos inventores de lenguas puedan
fingir unos mesmos vocablos —uniendo el mismo ingenio y habilidad— es cosa que se deja enten-
der considerando que, como Dios crió a Adán, y le puso todas las cosas delante para que a cada
una le pusiera el nombre con que se había de llamar, formara luego otro nombre con la mesma
perfección y gracia sobrenatural; pregunto yo ahora: si a éste le trujera Dios las mesmas cosas pa-
ra darle el nombre que habían de tener ¿qué tales fueran? Yo no dudo sino que acertara con los
mesmos de Adán; y es la razón muy clara porque ambos habían de mirar a la naturaleza de la co-
sa, la cual no era más que una».
89 «El uno dice que hay nombres propios, que naturalmente significan las cosas, y que es me-
nester mucho ingenio para hallarlos; la cual opinión favorece la divina Escritura diciendo que
Adán ponía a cada cosa, de las que Dios le puso delante, el propio nombre que le convenía. Pero
Aristóteles no quiere conceder que haya, en ninguna lengua, nombre ni manera de hablar que sig-
nifique naturalmente la cosa, porque todos los nombres son fingidos y hechos al antojo y volun-
tad de los hombres; y así, parece por experiencia que el vino tiene mas de sesenta nombre y el pan
otros tantos, en cada lengua el suyo, y de ninguno se puede afirmar que es natural y conviniente,
porque de él usarían todos los hombres del mundo» (Examen de ingenios, edic. cit., pp. 176-7).
90 «Pero, con todo eso, la sentencia de Platón es más verdadera. Porque puesto caso que los
primeros inventores fingieran los vocablos a su plácito y voluntad, pero fue un antojo racional,
comunicado con el oído, con la naturaleza de la cosa, con la gracia y el donaire en el pronunciar».
—Ibid., p. 177). Vid. sobre todo ello, Esteban Torre: Ideas lingüísticas y literarias del doctor
Huarte de San Juan, Sevilla, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1977, pp. 73-82.
91 En el cap. I del lib. I de su Minerva seu De Causis Linguae Latinae (1587). Citaremos por
la traducción de Fernando Riveras Cárdenas. (Madrid, Cátedra, 1976). El Brócense recoge las
126 EUGENIO DE BUSTOS
empleados por fray Luis 92 y, aun más ampliamente lo hace su prologuista —el
licenciado Baltasar Sebastián Navarro de Arroyta— el cual parece compartir
la explicación de Garopio Vecano quien supone que los nombres adánicos
fueron de carácter onomatopéyico, momento originario que sería seguido de
una motivación semántica 93. Claro está que no intento, en este momento, ha-
cer una historia del tema, ni siquiera reduciéndome a la época de transición
entre los siglos XVI y XVIL Si me he permitido recordar estos textos concre-
tos ha sido para situar históricamente la opinión de fray Luis (anotando lo que
de saber mostrenco y de posición personal hay en su planteamiento; la polémi-
ca platónico-aristotélica se entrecruza con la verdad del Génesis y ha de bus-
carse una salida conciliatoria) y matizar un tanto el tópico de su platonismo
cristianizado. Sin duda podemos sonreimos ante el contenido de la discusión
(ya ei Brócense dice que no es problema de los gramáticos); pero en ella estaba
parte de la ciencia lingüística de la época y, por otro lado, no nos costaría de-
masiado trabajo aducir ejemplos formalmente, análogos —e incluso más
cerradamente dogmáticos— en la lingüística contemporánea.
posturas de Platón («afirma que los nombres y los verbos existen por naturaleza,... sostiene que
la lengua toma su origen en la naturaleza, no en el arte») y Aristóteles para concluir «Por tanto,
[porque los nombres son «como instrumentos de las cosas y señal de ellas»] es probable que
quienes pusieron nombre a las cosas en primer lugar hicieran esto luego de deliberar. Creería que
Aristóteles entendió esto cuando dijo que los nombres tienen su significado (?) según el parecer.
«En efecto, quienes sostienen que los nombres fueron hechos al azar son muy audaces; evi-
dentemente, son los que intentaban convencernos de que el orden y la arquitectura del mundo en-
tero nació por azar y por casualidad. De muy buen grado declararía con Platón que los nombres y
los verbos indican la naturaleza de las cosas, si él hubiese declarado esto solamente acerca de la
primera de todas las lenguas. Así leemos en el Génesis ... Puede uno ver que los nombres y las
etimologías fueron sacadas de la misma naturaleza de las cosas en aquella primera lengua, cual-
quiera que ella fuese. Pero así como no puedo asegurar esto en las otras lenguas, así también
tendría con facilidad la convicción de que puede expresarse una causa en toda lengua...». Y poco
más adelante atiende a la dificultad de la diferencia de los nombres en las distintas lenguas: «Se
puede decir: ¿cómo puede suceder que sea verdadera la etimología de un nombre si una y la mis-
ma cosa se denomina con variados nombres por el orbe de la tierra? Respondo que de una misma
cosa existen causas diversas, unos se fijan en unas, nosotros en otra...». Edic. cit., pp. 43-44. En
el cap. V {Del nombre) tiene un recuerdo sobre el tema: «Es grave problema si los nombres signifi-
can por naturaleza o por azar, pero un problema enteramente físico, no corresponde a los gramá-
ticos; sin embargo algo hemos tocado en el cap. I». (Jbid., p. 58).
92 «De modo que la comunicación de entre los dos [Adán y Eva] de allí adelante, fue median-
te el lenguage, no adquirido ni inventado por ellos, sino infundido del Señor, y con tanta pro-
piedad, que los nombres que Adán puso a los animales terrestres y a las aves, fueron los propios
que le competían; porque conociendo sus cualidades y propiedades, les dio a cada uno el que es-
sencialmente le convenía. Que si hasta agora durara la noticia destas etimologías, no teníamos pa-
ra qué cansarnos en buscar otras...» (Edic. de Martín de Riquer, Barcelona, S.A. Horta LE.,
1943, p. 19).
93 Navarro de Arroyta cita expresamente a Platón: «Y como la mayor parte del conocimien-
to de las cosas depende del de los vocablos, el que ayuda a ésta [la etimología], ayuda mucho a to-
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 127
das las ciencias; y assí los grandes filósofos antiguos trabajaron mucho en esta parte, como fue
Platón en su diálogo Cratillo, que oy en día leemos...» (p. 10). Y más adelante señalando que los
vocablos primitivos —esto es, no derivado de otros, a los que llama «rayzes»— son pocos en nú-
mero, añade: «Y assí devio ser en el primer lenguage del mundo, que no podemos saber quál fue;
solo sabemos que el inventor del fue nuestro padre Adán, el qual, como dize la Escritura Sagrada,
puso a cada cosa su propio nombre. Aunque esta proposición no se entiende tan fácilmente, es-
carvando algo en ella, porque dizen que Adán impuso los nombres a las cosas aludiendo a la natu-
raleza dellas; como digamos por exemplos, que pusiese por nombre a piedra, piedra, aludiendo a
la dureza que en aquel vocablo se significa. Agora pregunto: ¿si a la piedra llamó assí por la dure-
za, a la dureza porqué la llamó assí, o aludiendo a qué? Vendríamos a dar un progresso en infinito
o un círculo que es el mesmo error. Garopio Vecano, en aquel ingenioso libro que llamó Orígenes
Antuerpianas, sintió esta dificultad y dize sutilmente a ella que, sobre presupuesto que ay vo-
cablos como sabemos en todos los lenguajes impuestos, por la que los griegos llaman onomatope-
ya... a los quales casi nos podríamos atrever a llamar vocablos naturales, como a las interjec-
ciones; desta manera dize que pondría Adán a las cosas los nombres, y que de aquellos, por tro-
pos, deduziría todo el lenguage, para declarar sus conceptos en cosas corporales y espirituales»
{Ibid. pp. 10 y 13).
94 Vid., entre otros trabajos, su articulo Ideas lingüísticas en las paráfrasis renacentistas de
128 EUGENIO DE BUSTOS
Horacio, Estructura del significante y del significado literarios. (Homenaje a M. Muñoz Cortés,
Murcia. Universidad. 1977, I, pp. 181-201).
95 Apud A. Gallego Morell, op. cit., p. 233.
96 Vid. sobre ello el fundamental estudio de Margherita Morreale: Castiglione y Boscán: el
ideal cortesano en el Renacimiento español. Madrid. 1959.
97 Citamos por la edición de J.M. Lope Blanch. Madrid. Clásicos Castalia. 1969, p. 154.
98 Usos superfluos de que y de; colocación enclítica del pronombre complemento respecto al
infinitivo; uso de a ante objeto directo; colocación de es antepuesto para evitar ambigüedades por
fonética sintáctica: es mal y no mal es; propiedad de la doble negación en castellano y rechazo de
la colocación del verbo al final de la frase.
99 «Hablar o escrivir de suerte que nuestra razón pueda tener dos entendimientos, en todas
lenguas es muy gran falta del que habla o escrive». (Diálogo de la lengua, edic. cit., p. 155).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 129
100 «Con deziros esto, pienso concluir este razonamiento desabrido: que todo el bien hablar
castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiéredes, de tal ma-
nera que, explicando bien el conceto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis dezir, de
las palabras que pusiéredes en una clausula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la
sentencia della o al encarecimiento o a la elegancia» (Ibid. p. 158).
101 Vid. R. Lapesa: Historia de la lengua española, 8 a edic. Madrid. Gredos. 1980, pp. 309-
11.
102 Y ello a pesar del elogio a los refranes, equivalente popular de los Adagia erasmianos y
ejemplos de laconismo. Pero hay un frecuente rechazo del rusticismo (ej. pp. 78, 80, 87, 132 de la
edic. cit.) y aun advierte a Marcio contra las consonancias del refrán (p. 159).
103 «...dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena, y a mi parecer, aunque la merezca
quanto a la doctrina y alto estilo, yo no se la daría quanto al dezir propiamente ni quanto al usar
propios y naturales vocablos, porque, si no me engaño, se descuidó mucho en esta parte, a lo me-
nos en aquellas sus Trezientas, en donde, quiriendo mostrarse doto, escrivió tan escuro, que no es
entendido, y puso ciertos vocablos, unos que por grosseros se devrían desechar y otros que por
muy latinos no se dexan entender de todos...» (Ibid. p. 161).
104 Publicadas por Alonso de la Barrera, en Sevilla, el año 1580 pero cuya elaboración pare-
ce haberse iniciado ya en 1571. cf. Antonio Alatorre: «Garcilaso, Herrera, Prete Jacopin y don
Tomás Tamayo de Vargas» (MLN, LXXVIII, 1963, p. 140).
105 Cito por A. Gallego Morell, op. cit., p. 282.
106 «No dudo que este modo de anotar, ha de parecer difícil y oscuro a los que solo entien-
den la habla común; y que desearan más claridad, pero es demasiada afectación procurar esta fa-
cilidad en todo». Ibid. p. 292.
130 EUGENIO DE BUSTOS
107 En la anotación 299, a propósito del arcaismo abastanza cuyo uso justifica aduciendo la
autoridad de Quintiliano, señala: «pero importa mucho la moderación, porque no sean muy fre-
cuentes, ni manifiestas, porque no hay cosa mas odiosa que la afectación...» (A. Gallego Morell,
op. cit., p. 411).
108 El pasaje de Herrera es ya casi un tópico pero tendremos que recogerlo porque al modelo
garcilasiano se añada la autoridad latina: «Osó G.L. entremeter en la lengua y plática española
muchas voces latinas, italianas y nuevas, y sucedióle bien esta osadía; y ¿temeremos nosotros tra-
er al uso y ministerio de ella otras voces extrañas y nuevas, siendo limpias, propias, significantes,
convenientes, magníficas, numerosas y de buen sonido y que sin ellas no se declara el pensamiento
con una sola palabra? Apártese este rústico miedo de nuestro ánimo; sigamos el ejemplo de
aquellos antiguos varones que enriquecieron el sermón romano con las voces griegas y peregrinas
y con las bárbaras mismas; no seamos únicos jueces contra nosotros, padeciendo pobreza de la
habla» (anotación 597, A. Gallego Morell, op. cit., p. 508). Pero recuérdese que pocas líneas más
adelante insiste en la moderación con que deben emplearse: «¿Por qué no pensarán que es lícito a
ellos lo que a otros, guardando modo en el uso, y trayendo legítimamente a la naturaleza española
aquellas dicciones con juicio y prudencia?.
109 Y en consonancia con ello, su confrontación casi obsesiva con el italiano en la que no fal-
tan rasgos de exacerbado nacionalismo. Vid. por ej. el extenso texto de la primera anotación y en
particular las pp. 285-88 de la edición de A. Gallego Morell ya citada.
110 Vid. A. Gallego Morell, op. cit., Herrera añade: «Y cuando fuera posible persuadirse al-
guno que había llegado al supremo grado de su grandeza, era flaqueza indigna de ánimos genero-
sos desmayar, imposibilitándose con aquella desesperación de merecer la gloria debida al trabajo
y perseverancia de la nobleza de estos estudios... así debemos buscar en la elocución poética, no
satisfaciéndonos con lo estrenado que vemos y admiramos, sino procurando con el entendimiento
modos nuevos y llenos de hermosura» (p. 399).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 131
bada, que no queda el uso della sino en los libros») y, por ello mismo, más
«rara y peligrosamente» pueden crearse neologismos en ella m .
Ahora bien, este enriquecimiento, siempre posible 1I2, puede realizarse en
dos direcciones distintas: de un lado, sobre la nítida distinción entre lengua
hablada y lengua literaria y, aun dentro de esta, entre poesía y prosa; de otro,
sobre la ampliación del uso lingüístico que sirve de base a la obra literaria. En
el primero de los ejes, la doctrina del escribir como se habla entrañaría la re-
nuncia a toda la capacidad creadora del arte: desde las innovaciones léxicas o
la creación metafórica hasta el ornato retórico que es el propio de la lengua li-
teraria y no tiene cabida en el hablar cotidiano. En la segunda de las perspecti-
vas, la ampliación posible tiene, a su vez, también dos dimensiones; una, de
carácter diacrónico: la introducción —moderada siempre— de arcaísmos y
neologismos 113; otra, de carácter sociológico: aunque todavía se condena el
vulgarismo y el rusticismo, al modelo cortesano se añaden dos variedades que
le eran personalmente entrañables: el habla de los doctos y el habla urbana U4 .
111 Vid. A. Gallego Mordí, op. cit., p. 508. Curiosamente coincide con el Brócense quien
había criticado los neologismos latinos de Juan Luis Vives. Vid. A. García Berrio, art. cit., pp,
194-5.
112 «No hay lengua tan pobre y tan bárbara que no se pueda enriquecer y adornar con dili-
gencia» {Ibid. p. 508).
113 Entre los muchos pasajes que podrían aducirse, citaremos uno en que neologismo y ar-
caísmo aparecen sancionados con la indiscutible autoridad de Horacio y en el que está patente la
moderación con que deben emplearse: «No la enriquece [la lengua] quien usa vocablos humildes,
indecentes y comunes, ni quien trae a ella voces peregrinas, inusitadas y no significantes; antes la
empobrece con el abuso. Y en esto se puede desear más cuidado y diligencia en algunos escritores
nuestros que se contentan con la llaneza y estilo vulgar, y piensan que lo que es permitido en el
trató de hablar, se puede, o debe trasferir a los escritos, donde cualquier pequeño descuido ofende
y deslustra los conceptos y exornación de ellos; mayormente en la poesía... Mas el uso de los vo-
cablos es vario y no constante; y así no tienen más estimación que la que les da el tiempo, que los
admite como la moneda corriente. Por esta causa dijo prudentemente Horacio:
{Ibid,, p. 389). cf. más adelante: «Es el uso certísimo maestro de hablar, y el sermón, con que he-
mos de publicar nuestros conceptos, ha de ser tratado y recibido, como la moneda que corre; mas
esto no impide la renovación de los vocablos antiguos, ni la invención de los nuevos» {Ibid, p
411).
114 Pese a esto, ios clásicos y los italianos sirven de modelo: «Los italianos, hombres de
juicio y erudición y amigos de ilustrar su lengua, ningún vocablo dejan de admitir, sino los torpes
y rústicos, mas nosotros olvidamos los nuestro, nacidos en la ciudad, en la corte, en las casas de
los hombres sabios; por parecer solamente religiosos en el lenguaje, y padecemos pobreza en tanta
riqueza y en tanta abundancia. Permitido es que el escritor se valga de la dicción peregrina, cuan-
132 EUGENIO DE BUSTOS
que no cae en lo vulgar «ni se hace peregrina con lo impropio», un estilo que
no «se pierde en la confusión afectada de figuras, y en la inundación de pa
labras extranjeras» 120. Por ello puede considerar también a Herrera «tesere
de la cultura española, siempre admirado de los buenos juicios» 121.
Ahora bien, buena parte de las observaciones que llevamos hechas y un
examen —siquiera parcial— del léxico luisiano nos india a pensar que el con-
tenido de este «todos hablan» debe ser entendido desde una perspectiva inclu-
yente de las diversas variantes lingüísticas que en la comunidad idiomática se
integran. Esto es, consideramos que el significado auténtico del sintagma su-
pone una radical ampliación de la base léxica —sobre la que el escritor opera
selectivamente— en las mismas direcciones que hemos señalado al estudiar la
posición de Herrera, aunque superándola en muchos aspectos. Y ello sobre
una base teórica muy cercana —si no la misma— a la que su colega salmanti-
no Francisco Sánchez de las Brozas revela en sus Anotaciones a la poética ho-
raciana 122.
En el eje temporal del idioma, tendríamos que recordar la relativa fre-
cuencia con que, en la obra luisiana, aparecen los arcaísmos, usados unas ve-
ces de modo deliberado (en cuanto se les asignan unas determinadas funciones
estilísticas, ligadas a sus connotaciones) como apuntamos más arriba o, más
simplemente, mantenidos en la lengua literaria pese a que, en algunos casos,
F. de Herera había emitido un juicio desfavorable sobre ellos 123. Algo seme-
de los buenos escritores, y justamente; porque ni la formación de ella es buena, ni el sonido agra-
dable, ni el significado tan eficaz que no se hallen voces que representen su sentido»).
124 Vid. El cultismo en la poesía de fray Luis de León, recogido en el volumen Poetas y pro-
sistas de ayer y de hoy, Madrid, Gredos, 1977, pp. 110-145.
íí,J
Por ej. coronado y hiedra no son cultismos léxicos; pero coronado de hiedra tiene un sig-
nificado culto cuyo antecedente horaciano ha señalado Lapesa: Garcilaso y fray Luis de León:
coincidencias temáticas y contrastes de actitudes en Poetas yprosistas de ayerydehoy, pp. 146 y
ss. Vid. p. 157.
126 Vid., por ej., las perífrasis del tipo el vencedor Gazano (Las serenas vs. 34) en lugar de
Sansón sobre el conocimiento de la victoria que el héroe israelita obtuvo sobre los filisteos en la
batalla de Gaza.
127 R. Lapesa: El cultismo en la poesía de fray Luis de León, edic. cit., pp. 115-117.
128 «Navios para andar sobre el mar son de muchas guisas... et otros menores que son desta
manera et dícenles nombres por que sean conoszudos, assí como carracones, et buzos, et taridas,
et cocas, et leños, et haloques et barcas» (Partida II, título XXIV, ley VII). La palabra aparece
también en la Ley I del mismo Título y Partida: «La segunda es armada de algunas galeras, o de
leños corrientes, o de naves armadas en corso».
129 Vid. R. Lorenzo: Sobre cronología de vocabulario galego-portugués, Edit. Galaxia,
1968, p. 224.
130 Vid. J.A. Pascual Rodríguez: La traducción de la «Divina Comedia» atribuida a don
Enrique de Aragón, Salamanca, Universidad, 1974, pp. 74-75. El autor da abundantes ejemplos
del uso medieval de leño en este sentido y sugiere la hipótesis de que pueda tratarse de una acep-
ción de origen mediterráneo. Para el uso de lignum, en latin medieval, por 'navio' vid., Du Can-
ge, s.v. en que se cita también a Alfonso X y a Montaner.
136 EUGENIO DE BUSTOS
atribuciones se excluyan entre sí—, tal vez sea más importante señalar que este
enriquecimiento semántico adquiere difusión en el español literario inme-
diatamente posterior a fray Luis. Lapesa ya señaló su presencia en Góngora
131
y el Diccionario de Autoridades recoge dos menciones: una de El amante li-
beral de Cervantes y otra de la Circe de Lope de Vega. A tales documenta-
ciones —en una muy rápida exploración— pueden añadirse bastantes más: en
Cervantes aparece también en el Quijote y la Entretenida132; de Tirso de Moli-
na encuentro ejemplo en los Cigarrales de Toledo133; no falta en la obra poéti-
ca de Quevedo 134 y el mismo Lope ofrece tres ejemplos más (Dorotea, Acertar
errando y El asalto de Mastrique) el último de los cuales aparece en un contex-
to cuyo último verso parece clara resonancia del vs. 62 de la Vida retirada
luisiana135. Pero dejemos de momento la historia de leño porque más adelante
volveremos sobre él.
Esta ampliación de la base léxica tiene también su lugar en la segunda de
las coordenadas ya apuntadas a propósito de Herrera: en la dimensión de las
variantes socio-lingüísticas. Una vez más recordaremos que Lapesa ha llama-
do la atención sobre la presencia en algunas odas luisianas de «términos
concretos y vulgares» como pajizo, aoja o ñudosa136 y, naturalmente, no sería
difícil añadir más ejemplos, y aun multiplicarlos con otros procedentes de las
traducciones. Pero es sin duda, en la prosa donde adquieren mayor extensión
y relieve. En ella, por referirnos sólo a un aspecto concreto como ejemplo, las
frases hechas de carácter coloquial o proverbial son introducidas, generalmen-
te, por el sintagma como dizen 137 no sólo en las partes de diálogo entre Marce-
138 Citaré sólo dos ejemplos del comienzo y final de De los Nombres: «...convendrá que to-
memos el salto, como dicen, de más atrás» (p. 153) y «... mas atrevamonos, Sabino, a Marcelo,
que, como dizen, a los osados la fortuna» (p. 502), expresión esta última que procede del refrán
registrado por Correas: «A los osados aiuda la fortuna; o favorece la fortuna» (Vid., Vocabulario
de refranes y frases proverbiales, Edit. de L. Combet, Burdeos, Instituí d'Etudes iberiques. 1976,
p. 10).
139 Valga un solo ej. «...y quando suben, como dizen, el agua por una torre» (De los
Nombres, edic. cit., p. 343. Cf. la explicación que da Federico de Orís en su edición de la obra).
140 También citaremos sólo un caso: «... ni hizo a los suyos con cuerpos no penetrables al
hierro, como dizen de Achiles, sino antes se los puso, como suelen dezir, en las uñas y
permitió...» (De los Nombres, edic. cit-, p. 352). En algún caso aislado se emplea la fórmula para
explicar el sentido de un latinismo inusual: «... la thésera militar, o lo que en la guerra dezimos
dar nombre, que está secreto entre solos el capitán y los soldados que hazen cuerpo de guarda»
(De los Nombres, edic. cit., p. 195). Thésera aparece con la grafía téssera en el Universal Vocabu-
lario de Alonso de Palencia (13b. vid. John M. Hill, s.v.) El Dice, de Autoridades registra el tér-
mino como «voz puramente latina».
141 Recogeremos algunos ejemplos de distinta procedencia. De origen paremiológico expre-
so: «Y si los hijos salen a los padres de quien nacen ¿cómo no saldrán a las amas con quien pacen,
si es verdadero el refrán español?» (Perfecta Casada, edic. BAC, p. 318). De origen musical es:
«¡Bueno es —respondió Marcello— hazer concierto sin la portel» (De ¡os Nombres, edic. cit., p.
503). Alude a la redención de cautivos: «Y lo rescata, y como solemos dezir, lo saca por el tanto» (
De los Nombres, edic. cit., p. 217).
142 Sobre el esquema de «De esos polvos vienen esos lodos» o «De esas coladas se hizieron
esas papadas» que recoge Correas, (edic. cit., p. 311b). No he encontrado documentación alguna
de la forma que le da fray Luis.
143 Citaré solo un ejemplo cuya frecuencia es patente a cualquier mediano lector de fray
Luis: estropegar y estropieco. Condenados como «grosería» por Valdés (Diálogo de la lengua,
edic. cit., p. 116) y calificado de «bárbaro» por Covarrubias, a pesar de que lo registrase Nebrija.
138 EUGENIO DE BUSTOS
149 En ella aparecen todos estos términos: chapín, garvines, lunetas, collares, ajorcas, rebo-
zos, botillas y calzados altos, apretadores, zarcillos, sortijas, cotonías, almalafa, escarcela, vo-
lantes, y espejos, {De los Nombres, edic. cit., p. 173).
150 «... dizen que no hablo romance porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque
pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar...». Y poco después de manifestar
su ideal de lengua, añade que si esto es novedad, «Yo confieso que es nuevo y camino no usado
por los que escriben en esta lengua poner en ella número, levantándola del decaymiento ordina-
rio...» (De los Nombres, edic. cit., p. 497).
140 EUGENIO DE BUSTOS
62 de Vida Retirada «Qué descansada vida», edic. BAC. p. 1452); «¿cómo se-
rá parte un afligido / que va, el leño deshecho, / de flaca tabla asido / contra
un abismo inmenso, embravecido», (vs. 58 de Al apartamiento: «Oh ya segu-
ro puerto», edic. BAC. p. 1478) y «mil olas a porfía / hunden en el abismo un
desarmado / leño de vela y remo...» (vs. 83 de A nuestra Señora: «Virgen que
el sol más pura, edic. BAC. p. 1493). Todos los ejemplos proceden de poemas
originales. En cambio, un rápido repaso de las traducciones no nos permite
documentar ningún caso de leño 'navio' 151; en las situaciones o contextos en
que podría ocurrir solamente hemos encontrado árboles 152 o pino 153.
Si consideramos más de cerca estos ejemplos, nos encontramos con que,
además de coincidir en que aparecen en poemas originales, tienen en común
también el contexto situacional en que se presentan: el de un naufragio físico o
moral. Además, tal situación se explícita léxicamente en el discurso con la pre-
sencia de adjetivos (o participios con función adjetiva) que hacen referencia a
la inminente destrucción del navio: flaco leño (en Vida retirada), leño desar-
mado de vela y remo (A Nuestra Señora), destrucción ya cumplida en el caso
de leño deshecho (Al Apartamiento). En las traducciones, en cambio, la ima-
ginada presencia del navio se produce en situaciones de signo contrario: bien
se trate de la alegre llegada al puerto seguro (árbol velero de la Geórgica I),
bien de un imaginario regreso a la «edad dorada» (al pino mercader y velero
de la Égloga IV) y sólo en el caso de la oda O navis nos encontramos con la
amenaza de la tempestad, pero la perspectiva es positiva como indica la pre-
sencia de aunque y la reiteración del adjetivo positivo noble. .
Curiosamente, en los poetas posteriores a fray Luis nos encontramos con
una distribución semejante. En los casos recogidos, leño aparece, como he-
151 Sólo encuentro un ejemplo en el que aparecen expresos los dos términos de la sinécdo-
que, pero donde leño no significa 'navio' sino 'árbol abatido': «Que el labrador la reja allí embo-
tada / afila de su espacio y cava el leño / un barco...» (vs. 473-75 de la traducción de la Geórgica
I, edic. BAC, pp, 1564-5. El texto latino vs. 262: «cauat arbore lintris»). Cf. John M. Hill, Uni-
versal Vocabulario de Alonso de Palencia. Registro de Voces internas (Madrid, Real Academia
Española, 1957, p. 105b) s.v. leño, 67b «Caupillus es leño cauado como barqueta o copanete».
152 De Virgilio tenemos la traducción de la Geórgica I (vs. 303-4): «cum iam portum tetigere
carinae / puppibus et laeti nautae impossuere coronas» traducido por «entran al puerto dulce y
deseado / cargados los navios de provecho; / alegres con laurel los marineros / coronan a los ár-
boles veleros» (vs. 549-52, Edic. BAC, p. 1566).
153 De Virgilio (Égloga IV Sicelides Musae) «náutica pinus» se traslada «el pino mercader ri-
co y velero» (vs. 70, Edic. BAC, 1528), y de Horacio (Oda XIV del lib. I): «non tibi sunt integra
lintea, / non di, quos iterum pressa voces malo / quamvis Pontica pinus / silvae filia nobilis» tra-
ducido por «No tienes vela sana, / ni dioses a quien llames en tu amparo, / aunque te precies
vana-/ mente de tu linaje y nombre claro, / y seas noble pino, / hijo de noble selva en el Euxino»
(vs. 13-18, edic. BAC, 1592-3). Existe otro caso, de interpretación dudosa en la traducción de la
oda X del lib. II. (vs. 13-14, edic. BAC, p. 1598).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 141
154 «Ya pobre leño mío, / que tantos años fuiste / desprecio de las ondas, / por Scila y Ca-
ribdis» (Dorotea).
155 Vid. nuestra nota 135.
156 «¡Cielo! favor os pido. / ¡Amparad este leño sumergido, que en el mayor extremo, /
vuestra esperanza es el timón y el remo» (Acertar errando).
157 «Y el leño contrastado de los vientos / a la vista del puerto zozobraba» (Circe, fol. 125,
apud. Diccionario de Autoridades). Los tres ejemplos anteriores proceden del Vocabulario de Lo-
pe de Vega citado antes.
158 «En sus azules espaldas / sufrió los soberbios pinos / que se juzgaron eternos / sobre al-
cázares de vidrio». (El prodigio de Etiopía).
159 «Qué Jasón intentó primero / pasar el mar temerario / poniendo yugo a su cuello / los
pinos y lienzos de Argos». (El castigo sin venganza).
160 «En una barca, aunque la mar se altera / entramos juntos, y volando el pino / del edifi-
cio breve, el rejón muerde / la blanca orilla de la tierra verde». (Amor con vista).
161 Grande Dizionario della Lingua Italiana. Unione Tipográfica Torinese, 1973. Vid. en es-
pecial los ejs. de Boccaccio («E' legno tra marinai general nome di qualunque spezie di navilio, e
massimamente de' grossi») Bembo («L' armata de* Turchi... era d'ogni qualitá di legni lunghi
furnita»), Ariosto y Tasso.
142 EUGENIO DE BUSTOS
í árbol velero )
leño > í ) > leño
[ pino velero )
162 Tenemos un ej. de Petrarca, con adjetivo negativo: «Chiuso gran tempo in questo ciecco
legno / errai senza levar occhio alia vela» paralelo al rotto legno de B. Tasso que recoge Lapesa
(Arí°. cit., p. 117, nota 8).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 143
causas del empleo de la perífrasis, alusiva a las grullas, que aparece en los vs.
11-13 de la oda Al licenciado Juan de Griah «Ya el a,ve vengadora / del Ibico
navega los nublados, / y con voz ronca llora». No he de detenerme en reiterar
cómo en la poesia latina traducida por fray Luis, la presencia de los bandos
migratorios de grullas aparece asociada a la llegada de los fríos otoñales; sólo
añadiré que, si no me he descuidado en mi repaso, la perífrasis que nos ocupa
sólo aparece en esta oda. Tampoco he de demorarme mucho en recordar o re-
petir el mito, bien conocido en el siglo XVI, del asesinato del poeta Ibico
cuando se dirigía a los juegos ístmicos y el subsiguiente castigo de los crimina-
les que se delataron gracias a la presencia de una bandada de grullas.
Pero si quisiera solicitar su atención durante unos momentos sobre algu-
nos aspectos significativos, subyacentes a la perífrasis misma, que me parece
pueden tener un cierto valor simbólico y, por ello mismo, susceptible de
contribuir a explicar la presencia de tal circunloquio en una oda dirigida a per-
sona para quien tales aspectos y valores eran absolutamente transparentes 163.
En primer término aludiré, muy sumariamente, a la posible conexión o
motivación fónica que parece subyacer, en la gestación misma del mito, entre
el nombre del poeta y el de un ave de género próximo y aspecto semejante al
de la grulla —por lo que no era difícil la confusión—: el ibyx ,cuya denomina-
ción tiene un claro origen onomatopéyico, fenómeno nada sorprendente en
los nombres de las aves. Claro está que no se me ocultan las diferencias que
entre ellas existen y la naturaleza egipcia del ibis, pero no es menos cierto que
habremos de situarnos en el tiempo histórico-cultural en que el mito se produ-
jo y no olvidar la influencia egipcia que podríamos sintetizar en dos nombres
propios: Creta y Herodoto. Confío en que mi compañero el Dr. López Eire
—a quien debo parte de estas sugerencias— explicará la posible concurrencia
entre ibyx y el vocablo de estirpe indoeuropea que en griego designaba a la
grulla. Por lo que nos concierne como romanistas, sólo recordaré que en
nuestro venerable y útilísimo Diccionario de Autoridades se recoje el refrán
«grulla trassera passa a la delantera» 164 poniendo como paralelo latino: «si
sensim pergas postremo longius ibis» con lo que se hace patente la equivalen-
cia ibis-grulla. Y añadiré —aunque la aproximación, sin duda, sea más
discutible— que la función vengadora de las grullas en el mito no está muy le-
jana del carácter sagrado del ibis egipcio, o de una de las habilidades que a las
grullas se atribuían en nuestro Siglo de Oro:- su atención vigilante 165.
163 Sobre la amistad de Juan de Grial con fray Luis, el Brócense, Arias Montano, etc., vid.,
por ej., Aubrey F.G. Bell, Luis de León, Barcelona, Edit. Araluce, pp. 148-9.
164 Recogido también en Correas, edic. cit., p. 348b.
165 Así en el Quijote, por citar sólo un caso, encontramos: «De los perros, el vómito y el
agradecimiento; de las grullas, la vigilancia» (II, III. Cif. Vocabulario de Cervantes, citado má¡=
144 EUGENIO DE BUSTOS
Mayor interés tiene la conexión que se establece entre estas aves y la cre-
ación de la letra Ípsilon, atribuida ya en la antigüedad clásica y, consecuente-
mente, en nuestro siglo aúreo a Palamedes quien se habría inspirado en la for-
ma que adoptan los bandos de grullas en su vuelo 166. Y habría que recordar
que también se atribuyó su invención a Pitágoras: la disposición de los rasgos
gráficos del signo tendría un valor simbólico, de orden moral, que aparece re-
cogido, por lo que a nuestra lengua se refiere, ya en el Universal Vocabulario
de Alonso de Palencia167 y, más tarde, en otros autores de los que citaré solo a
Jiménez Patón 168 y a Covarrubias 169 para alcanzar todavía al Diccionario de
arriba). Y en Covarrubias leemos: «De noche, mientras duermen, y de día, en tanto pazen, tienen
sus centinelas que les avisan si viene gente». {Tesoro, s.v. grulla).
166 En el prólogo a las Reglas de Orthographia en la Lengua Castellana (Alcalá de Henares,
1517) Nebrija dice: «Porque ni Palamedes, en la guerra de Troia ganó tanto nombre en ordenar
las batallas, en dar las señas, en comunicar el apellido, en repartir las rondas & velas, en hallar los
pesos & medidas, quanta en la ínuención de quatro letras: la y griega, & tres que se aspiran: ch,
ph t th». (Edic. González Llubera, p. 231, quien menciona a Plinio como fuente de Nebrija). Co-
varrubias {Tesoro s.v.) aduce la autoridad de Marcial: «Llamó Marcial a la grulla ave de Palame-
des, por lo que contempló en la figura de su esquadrón, de do sacó la Y, y dize...».
167 543d: «Pithágoras formó primero la .y. a demostración de la vida humana. Ca la virgule-
ta que desciende a lo baxo significa la primera edad ser incierta y las que arriba se apartan en dos
vías dan comienco de la adolescencia cuya parte a la diestra es empinada mas encaminada a la
bienauenturada. La siniestra es más facile mas encaminase de la luz a la muerte». (Registro de vo-
ces internas, John M. Hill, cit., p. 203a).
168 «A la Y llaman letra pytagórica, porque sacó Pitágoras della una moralidad... Sentencia
y doctrina bien conforme a la euangélica, que dice: el camino angosto lleva a la vida eterna, el
ancho a la perdición. Esto lo significaban por aquellos dos gajos que el de la mano yzquierda
comienca ancho y espacioso (qual es el camino del vicio) y acaba en estrecho (como es el infierno);
el de la mano derecha, comienca en angosto (que tal es el camino de la virtud) y acaba en un gran
espacio, symbolo de la bienauenturanca. Lo qual también declaró Cicerón en sus Oficios y lo
exemplificó con la visión que (dice) tubo Hércules». {Epítome de la Ortografía Latina y Castella-
na, Edic. de A. Quilis y J.M. Rozas, Madrid, CSIC, Clásicos Hispánicos, 1965, pp. 66-67).
169 «Y la qual [Ípsilon] también se llama letra de Pitágoras porque nos figuró en ella el pro-
cesso de esta vida, y el camino ancho de los vicios y el estrecho de la virtud, tan atinadamente que
simboliza con lo que dixo por su boca la mesma verdad». {Tesoro, s.v., grulla. Vid. también
Letra).
OBSERVACIONES SEMIOLÓGICAS Y SEMÁNTICAS EN TORNO A FRAY LUIS 145
170 «Llámase la letra Y letra de Fythágoras, porque se supone, que este Philosopho la aña-
dió al alphabeto griego, tomando su figura de la que forman al volar las grullas».
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DEL GALÁN»
(¿Fray Luis fuente de Lope?)
CRISTÓBAL CUEVAS
Universidad de Málaga.
1 RFH, I (1959), pp. 20-63; reproduce este trabajo en La tradición clásica en España, Barce-
lona, Ariel, 1975, pp. 37-117; nuestra cita se hace por este libro, y está en la p. 68.
2 Dámaso Alonso y J.M. Blecua, Antología de la poesía española. Poesía de tipo tradicional,
Madrid, Credos, 1956, pp. 4, 32,35, 52 y 78 respectivamente; reproduce los dos primeros poemas
Margit Frenk Alatorre, Lírica española de tipo popular, Madrid, Cátedra, 1977, pp. 36 y 150 (és-
te, sin la glosa explicativa, esencial); ver también J.M. Alín El cancionero español de tipo tradi-
cional, Madrid, Taurus, 1968, pp. 182-184.
3 Tesoro, s.v. «galán». Valen también las siguientes acepciones del Diccionario de autorida-
des:'t\ que galantea, solicita, ó logra alguna mugér'; y, «en término cortesano», 'persona que se
dedica á cortejar, y servir á alguna mugér'.
148 CRISTÓBAL CUEVAS
II. «He aquí, que estoy á la puerta, y llamo: si alguno oyere mi voz, y
abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo».
III. «De cierto, de cierto os digo, que el que no entra por la puerta del
corral de las ovejas, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y ro-
bador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A
este abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y á sus ovejas llama
por nombre y las saca. Y como ha sacado fuera todas las propias,
va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, antes huirán de él; porque no conocen
la voz de los extraños» 4 .
4 Citamos por la traducción de Cipriano de Valera, [1602], Madrid, Sociedad Bíblica, 1877.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 149
5 No importa que, en su origen, los Cantares surgieran como un canto epitalámico de enamo-
rados humanos; en la mente de nuestros escritores de espiritualidad, su sentido religioso estaba
fuera de toda duda.
6 Purificador de la conciencia, [1550], ed. de A, Huerga, Madrid, UPS-FUE, 1973, p. 285.
Hemos uniformado las formas verbales en la 3 a pers. del sing. por comodidad de cita.
150 CRISTÓBAL CUEVAS
«Veo —dice fray Diego de Estella— que en los Cantares estás ro-
gando a tu criatura 13 y la provocas y la incitas a tu amor, dicien-
do: Ábreme, amiga mía, paloma mía, inmaculada mía y por todas
maneras mía, ábreme, y si no quieres abrirme por mí, a lo menos
ábreme por tí, porque mi cabeza está llena de rocío. Mi divinidad
está llena de toda suvidad y dulzura, pues luego ábreme y cenaré
contigo 14, y no a costa tuya, porque yo de mi hacienda haré todo
el gasto, y te porné delante manjares suavísimos y muy de-
leitables. Y el ánima ingrata con todo esto, respondió con indigna-
ción desde la cama: ¿Heme desnudado de mi vestidura y téngola
agora de tornar a vestir? Lavé mis pies, ¿cómo los tornaré a ensu-
ciar agora?15 ¡Oh ingrata, oh mísera y ciega! ¿Y así respondes a tu
Amado y a tu Dios? ¿Así menosprecias a tu Criador y amador tu-
12 «La amplificación y descripción de las cosas —advierte fray Luis de Granada—, aunque
son muy poderosas para persuadir ó disuadir, alabar ó vituperar; no menos, sino aun mucho mas
conducen para mover los afectos» —Los seis libros de la retórica eclesiástica, o de la manera de
predicar, en Obras del V.P.M, fray Luis de Granada, t. III, Madrid, BAE, t. XI, 1945, p. 547 b;
el tema de la amplificatio ocupa todo el Libro III, extendiéndose desde la p. 530 a la 553.
13 «Aquí se está llamando a las criaturas», dice San Juan de la Cruz, rozando el tema, en el
«Cantar de el alma que se goza de conocer a Dios por fee» (h. 1578); cf. Cántico espiritual.
Poesías, ed. cit., p. 348. La cita es de Cant V, 2.
14 Apoc III, 20.
15 Cant V, 3.
152 CRISTÓBAL CUEVAS
Ávila, ese «rufián» que impide la entrada del esposo legítimo es el símbolo de
todo aquello que mantiene al alma alejada de Dios. En lo estilístico, ese
«luego, luego y de priesa» manifiesta una exigencia de inmediatez y premura
que tiene, como veremos, un sorprendente paralelo en Lope de Vega. Lo mis-
mo podemos decir del «mañana», reflejo del eras agustiniano, y foco a su vez
de nuevas influencias. Por fin, nos parece de singular importancia ese «ronda-
ros Jesucristo los ojos», que sitúa plenamente a Juan de Ávila en la tradición
espiritual de la ronda del galán, ahora sí con un sentido de vuelta «a lo
divino», pues ofrece en vertiente religiosa un proceder típicamente profano.
Ello se evidencia hasta la saciedad con la ponderación que hace el amante a la
amada de «lo que paso en tu recuesta» 23.
Dentro de esta tradición, de cuya permanencia y madurez dan idea los
textos que llevamos espigados, se sitúa fray Luis de León. El prof. Lapesa ha
dedicado al tema un fino artículo, poniendo al maestro agustino, desde esta
perspectiva, en relación de fuente con Lope de Vega y su célebre soneto «¿Qué
tengo yo, que mi amistad procuras?» ^ Más adelante hablaremos de esta po-
sible dependencia. Por lo pronto señalemos que el motivo de la ronda del ga-
lán aparece reiteradamente en la obra luisiana, como no podía ser menos en
un escritor tan entusiasta del Cantar de los cantares. No es, pues, de extrañar
que aparezca explícitamente en sus comentarios a dicho libro, ya sea en la
Explanatio latina, ya en la versión castellana 25. Ambas fueron ampliamente
leídas en su tiempo, la primera gracias a las diversas ediciones que de ella se hi-
cieron en España y en el extranjero, y la segunda en los numerosos manuscri-
tos que corrieron entre lectores avisados 26. El pasaje que aquí nos interesa es
el siguiente:
I. «[Cant V, 3] Voz de mi amado que llama.
Dice que al punto que ella despide al sueño, el cual, por causa de
traer desasosegado y alborotado el corazón, tenía ligero, llega el
Esposo y llama a la puerta, cuya voz ella bien conoce, el cual decía
así: Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta
mía; que todas son palabras llenas de regalo, y que muestran bien
el amor que la tiene y le traía vencido. Y en este repetir mía cada
vez y a cada palabra, muestra bien el afecto con que la llama, para
moverla a abrir aquel de quien tanto es amada.,. Y porque no
puede sufrir quien ama de ver a su amado padecer, dícela por mo-
verla más: Que mi cabeza llena es de rocío. Que es decir, cata que
no puedo estar fuera, que hace gran sereno, y cae un rocío del cual
traigo llena mi cabeza y cabellos. En que muestra la necesidad
grande que traía de tomar reposo, y la incita aque abra con mayor
voluntad y brevedad. Y esto decía el Esposo. Mas dice ella que le
oyó, y comenzó a decir con una tierna y regalada pereza entre sí:
4. Desnúdeme mi vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies;
¿cómo los ensuciaré?
Que es decir: ¡Ay cuitada! Yo estaba ya desnuda, ¿y tengo agora
de tornarme a vestir? Y los mis pies que acabo de lavar, ¿téngolos
de ensuciar luego? En lo cual se pinta muy al vivo un melindre, o
como lo llamáremos, que es común a las mujeres, haciéndose es-
quivas donde no es menester; y muchas veces, deseando mucho
una cosa, cuando la tienen a la mano fingen enfadarse de ella y
que no la quieren...; la Esposa, agora que lo ve venido, ensober-
bécese y emperézase en abrirle, y hace de la delicada por hacerle
1798: Traducción literal y Declaración del Libro de los Cantares de Salomón, hecha por el Mtr.
fr, Luis de León, del Orden de San Agustín. Doctor en Teología y Catedrático de Sagrada Escri-
tura de la Universidad de Salamanca. En Salamanca: En la Oficina de Francisco de Tovar. Año
de M.DCC.XC.VIII.
26 «La Exposición del Cantar —dice F. García— fue traída y llevada con el procesamiento
de fr. Luis. Mientras tanto, las copias se multiplicaban, y aquel manuscrito, puesto en entredicho,
constituía un regalo para los buenos catadores de la lengua y de la exégesis sagrada. El P. Merino
habla de las innumerables copias antiguas y modernas que, en su tiempo, se encontraban por las
bibliotecas públicas y particulares». «Su difusión, en copias, fue extraordinaria. Se leyó este libro
con avidez». —Intr. a la ed. de la Exposición, en Obras completas castellanas de fray Luis de
León, t. I, Madrid, Bac, MCMLVII, pp. 67 y 61.
156 CRISTÓBAL CUEVAS
II. «Mas si es pastor Christo por el lugar de su vida, ¿quánto con más
razón lo será por el ingenio de su condición, por las amorosas
entrañas que tiene, a cuya grandeza no ay lengua ni encaresci-
miento que allegue? Porque demás de que todas sus obras son
29 De los nombres de Cristo, ed. de C. Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, pp. 227-228.
30 Lapesa busca la referencia al frío invernal en otro pasaje de Nombres, incluido también en
«Pastor»: «Y si es del pastor trabajar por su ganado al frío y al yelo, ¿quién qual Christo trabajó
por el bien de los suyos? Con verdad Iacob, como en su nombre, dezía: Gravemente lazeré de
noche y de día, unas vezes al calor y otras vezes al yelo, y huyó de mis ojos el sueño». —ed. cit., p.
239—. Pero, como se ve, este frío no es el que padece el rondador enamorado que espera en la
noche invernal a la puerta de la amada, sino el del pastor que lleva —aquí no busca— a sus ovejas
por montes y breñas.
158 CRISTÓBAL CUEVAS
Estamos ante una traducción casi literal de Cant V, 2-5, aunque con algu-
nos matices peculiares —la esposa está acostada y reposando, «hace noche
muy recia», el esposo tiene la cabeza «hecha vna escarcha», los impedimentos
para abrir quedan resumidos en la palabra «escusas», la mano que introduce
el enamorado se interpreta como un intento de abrir la puerta (tergiversando
su sentido erótico primigenio), etc.—. Pero el desarrollo del tema al hilo del
comentario muestra toda la capacidad recreadora de Antolínez, que enfoca el
viejo tópico desde una nueva sensibilidad, amanerando y complicando la
expresión de acuerdo con los gustos del Barroco:
32 Sobre su figura, cf. J. Krynen, «La vie et l'oeuvre d'Agustín Antolínez», en Le «Cantíque
spirituel» de Sait Jean de la Croix commenté et refondu au XVII6 siécle, Salamanca, Universidad,
1948, pp. 7-31; A.C. Vega, Intr. a su ed. de Amores de Dios y el alma de Antolínez, Madrid, Es-
corial, 1956, pp. XIX-LXXX.
33 Amores de Dios i el alma, con la exposición del Illmo. Sor el M. Fr. Avg[vsti}n Antolínez,
Arcobispo de S.Tiago, de la orden de S. Augfustijn, ed. facsimilar del ms. 7072 de la Bibl. Nac.
de Madrid, en Jean Krynen, op. cit., fol. 7 r.
160 CRISTÓBAL CUEVAS
37 «La absoluta sequedad religiosa del alma de Moratín —dice J. de Entrambasaguas— si-
guió insensible, en su sectarismo volteriano, a tanta belleza poética, de modo realmente increíble
en hombre de tan fina percepción literaria». —pról. a Sonetos escogidos por Leandro Fernández
de Moratín, Madrid, D.G.A.B., 1960, p. 39—. En efecto, ni un solo soneto religioso —incluido
«No me mueve, mi Dios para quererte»— figura en tan discutible antología.
38 Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana, sel. y pról. de M. Menéndez y Pe-
iayo, Madrid, Pueyo, [s.a.]; nuestro soneto figura con el n° 45 en la p. 133 de esta edición.
39 «Música y ritmo en la poesía de-San Juan de la Cruz», Esc, IX (1942), p. 176.
40 Intr. a Lope de Vega. Poesías líricas, t. I, Madrid, Espasa-Calpe, 1951, p. XLIX.
41 Intr. a las Rimas sacras, ed. cit., pp. 295-296.
42 A. Prieto ha visto, con admirable comprensión, este aspecto de las Rimas sacras, ponién-
dolo en relación con el Secretum de Petrarca, y su ovidiano E veggio il meglio ed alpeggior m 'ap-
piglio —«Con un soneto de Lope», en Ensayo semiológico de sistemas literarios, Barcelona, Pla-
neta. 1972, p. 261.
162 CRISTÓBAL CUEVAS
43 «Presencia de fray Luis...», loe. cit., p. 700. Ver también a este respecto J. de Entramba-
saguas, Vivir y crear de Lope de Vega, vol. I, Madrid, CSIC, MCMXLVI, pp. 279-303; R. Ri-
card, «Sacerdocio y literatura en la España del Siglo de Oro. El caso de Lope de Vega», en Estu-
dios de literatura religiosa española, Madrid, Gredos, 1964, pp. 246-258; A. Castro-H. Rennert,
Vida de Lope de Vega (1562-1633). Notas adicionales de F. Lázaro Carreter, Salamanca, Anaya,
1969, pp. 204 y 209; J.F. Montesinos, Estudios sobre Lope de Vega, Salamanca, Anaya, 1969, p.
188. Como decía Azorín, en las Rimas sacras hay —permítasenos matizar la generalización del
maestro— «sonetos, canciones, romances en que el autor va explayando su fervor religioso y su
íntima pesadumbre por el tiempo perdido. Su pesadumbre, sobre todo. Al hablar de los años pa-
sados, de sus descaminos, de sus disipaciones, de su cantar loco y jovial, Lope llega a acentos de
contrición, de dolor, de sinceridad pungente y dolorosa, adonde no han llegado sus coetáneos.»
—«Las Rimas sacras», en De Granada a Castelar, Madrid, Espasa-Calpe, 1958 , p. 87.
44 Para J. de Entrambasaguas, es posible que esta comedia se representara en Alba de Tor-
mes, por la compañía de Morales, el 4 de octubre de 1614 —Estudios sobre Lope de Vega, t. II,
Madrid, CSIC, 1947, p. 600—; la fecha coincide a la perfección con la de la crisis que apuntamos;
por su parte, S. Griswold Morley-C. Bruerton proponen una datación aproximada entre «1610-15
(probablemente 160-12)» —Cronología de las comedias de Lope de Vega, [1940], Madrid, Gre-
dos, 1963, p. 394—. El pasaje que vamos a estudiar parece coincidir, en todo caso, con el espíritu
que inspira los sonetos de las Rimas sacras.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 163
45 El soneto aparece en las Rimas sacras, primera parte, de Lope de Vega Carpió, clérigo
presbítero. Dirigidas al Padre Fray Martin de San Cirilo, religioso descalzo de Nuestra Señora del
Carmen. Año 1614. En Madrid, por la viuda de Alonso Martin, Se reimprime en el vol, XIII de
Obras sueltas. Véase en Lope de Vega. Obras poéticas, ed. cit-, pp. 324-325.
46 El recuerdo del luisiano «despiden larga vena /los ojos, hechos fuente», de la estr. 2 a de la
«Oda a Diego Olarte» es inesquivable.
47 Rimas sacras, ed. cit., p. 522.
48 J.F. Montesinos advirtió la semejanza temática entre este soliloquio y el célebre soneto en
Lope de Vega. Poesías líricas, ed. cit., t. I, p. 158, n. 1.
CRISTÓBAL CUEVAS
164
Lope —«yo», «mi amistad», etc.—, el singular apostrofe a «Jesús» —el agus-
tino se refiere a Cristo—, los valores estilísticos de cuartetos y tercetos, etc. Y
concluye: «Aunque todo el soneto gire en torno a una situación trazada por,
fray Luis, Lope creó una obra viva, perfecta, personalísima» 49.
Para nosotros, la dependencia de Lope —en los tres textos que de éste
proponemos, no sólo en el soneto— respecto del autor de Los nombres de
Cristo es, desde luego, posible, y no sólo en cuanto al pasaje alegado por La-
pesa, sino a los otros que páginas atrás hemos transcrito. No creemos, en cam-
bio, que esta influencia sea exclusiva, ni que los versos del Fénix hayan de vin-
cularse a esos pasajes de fray Luis como a fuentes únicas. Más bien pensamos
que estos representan en última instancia un eslabón más, aunque de valor li-
terario singularísimo, en la versión sacra de la ronda del galán, y que los ver-
sos de Lope han recibido el impacto de múltiples influencias. Entre ellas
habría que destacar, sobre todo, la de los textos bíblicos que alegamos al prin-
cipio —junto a otros que, como veremos enseguida, enriquecen y completan
el tema—, pero sin olvidar la de diversos autores de literatura espiritual, lectu-
ra que sin duda hubo de frecuentar el genial dramaturgo en la época de la cri-
sis.
Pensemos, por ejemplo, en la pregunta inicial del soneto. En ella se
expresa el estupor del hombre que no comprende los motivos por los que
Dios, como si tuviera necesidad de su criatura, busca con ahinco su amor. Tal
perplejidad no es, sin embargo, original de Lope, habiendo sido comentada
antes de él por legión de exegetas y biblistas, pues aparece ya en el salmo VIII,
4-5: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna, y las estrellas, que tú
formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que hagas de él memoria, y el hijo del
hombre, que lo visites?» 50. La literatura devocional española desarrollará,
por su parte, casi obsesivamente el mismo tema en la pluma de fray Diego de
Estella, cuyas Meditaciones devotísimas del amor de Dios, tan difundidas en
la España del Siglo de Oro, 51 leyó seguramente nuestro gran dramaturgo. Re-
cordemos un fragmento de la meditación XX:
Igual podría decirse del resto de los elementos literarios que hallamos en
los versos de Lope, y que tienen, uno a uno, su precedente en los textos alega-
dos en este trabajo. Encontramos, en efecto, la equiparación del Esposo de
Cantares con Cristo en Luis de Aranda —«la voz del que clama en el
desierto»— y en fray Luis (II), mientras, más cerca de las Rimas sacras, Juan
de Ávila (II) lo identifica con Jesucristo. La Esposa se mantiene como tal en
los escritores cercanos al misticismo, mientras los moralistas y predicadores la
transforman en el «alma», el «pescador», o incluso el «hombre» en general.
Lope adopta la primera opción en (I) y (III), pero lo mismo habían hecho an-
tes Luis de Aranda —«el ánima que duerme», «el ánima, de todo bien disier-
ta»...—, y Antolínez (II) —«hasta rendir a una alma, que no hará?»—. Inclu-
so el tema de la ingratitud, tan lopesco en apariencia, se encuentra antes en
fray Diego de Estella —«el ánima ingrata», «¡Oh, ingrata]»— y Juan de Ávila
(I) —«¿por qué eres desagradecida a tanto amor?»— reiterándose en fray
Luis (III) —«nuestra ingratitud tan contina»—. Por lo demás, la alusión a las
«entrañas» está preludiada en Estella —«se le movieron las entrañas»—, y en
Antolínez (II) —«quémansele las entrañas»—, aparte «las amorosas entra-
ñas» de fray Luis (II) que señala Lapesa, En cuanto al tercer personaje del te-
ma, tal como aparece en Lope —el «Ángel»—, aunque no figure explí-
citamente en ninguno de los textos que llevamos leídos, recordemos las fun-
ciones que la teología católica le atribuye de ayudar a los hombres con mensa-
jes divinos 53 y santas inspiraciones: Si bonae cogitationes —escribía Orígenes
52 Meditaciones, ed. cit., p. 111. El tema aparece también en las meditaciones XIV —«De
dónde nasce el amor que Cristo nos tiene»—, y XV —«Del origen y causa del amor de
Jesucristo»—, pp. 94 y 98 respectivamente.
53 No en vano, «ángel» significa etimológicamente 'enviado', 'mensajero'.
166 CRISTÓBAL CUEVAS
en las Homilías sobre San Lucas, poco posteriores al año 233— in corde
nostro fuerínt, et in animo iustitia pullularit. Haud dubium quin nobis lo-
quatur ángelus Domini54. En este sentido, el «Ángel» lopesco podría estar
preludiado en el propio Orígenes55, e implícitamente aludido en Luis de Aran-
da —«no oye los golpes de las inspiraciones»— y en fray Luis (III) —«las ins-
piraciones continas».
En cuanto a las circunstancias temporales en que Lope sitúa la ronda, to-
dos los elementos constituyentes le vienen dados por una larga tradición: la
noche procede directamente de los Cantares, donde la esposa aparece acosta-
da, durmiendo —mientras vela su corazón—, en tanto que el esposo dice tener
la cabeza llena «de las gotas déla noche». De aquí arranca toda la tradición de
nocturnidad que tiene el tema de la ronda sacra, y que no es esencial en la ver-
sión profana. Es cierto, como ya hemos advertido, que por motivos dogmáti-
cos, algunos escritores hablan de «noche y día», para subrayar que la llamada
divina se produce siempre. Pero halamos explícitamente «la frialdad de la-
noche» en Aranda, y, dentro de la cita del texto bíblico, en fray Luis (II) y
(III) y en Antolínez (I). Lo mismo sucede con el sueño, el lecho, el descanso y
similares, cuyo arranque a partir del texto de Cantares es patente. Lo repite,
entre otros, Aranda, en un sentido alegórico de claro regusto de oratoria me-
dieval —«durmiendo en la cama de los vicios»—; reaparece en Diego de Es-
tella —«respondió con indignación desde la cama—, vuelve a encontrarse en
fray Luis (I) —«ella despide al sueño»— y (II) —«madruga, durmiendo no-
sotros»—, y adopta un escueto enunciado denotativo en Antolínez (I) —«es-
tando la esposa acostada y reposando».
54 MG 13, 1829; L 5, 127. Podríamos traducirlo así: «Si se hallasen en nuestro corazón
buenos pensamientos, y si germinara en nuestro espíritu ía justicia, es indudable que el ángel del
Señor nos habla».
55 Otros textos patrísticos que tratan el mismo tema se hallan en San Basilio —Contra Euno-
mio (ca. 363-365), MG 29, 656—; San Jerónimo —Comentarios al Evangelio de San Mateo (398),
ML 26, 130—; Teodoreto —Comentarios a la Sagrada Escritura (ca. 447), MG 81, 1496, etc.
EL TEMA SACRO DE «LA RONDA DE GALÁN» 167
mos cenará con nos» (con contaminación de Apoc III, 20), fray Luis (I), (II) y
(III) —parlamento de Cantares—, y Antolínez (I) —«conociendo la voz, y
otra vez el texto de Cantares—. En cuanto a la llamada por golpes en la puer-
ta, aldabadas, etc., aparece en Esbarroya —«las aldabadas que da a las puer-
tas de sus conciencias»—, Luis de Aranda —«los golpes de las inspiraciones...
a las aldauas de las puertas de su conciencia»—, Ávila (I) —«llamando a la
puerta», «que a tu puerta llama»—, fray Luis (II) y (III) —«asido siempre a la
aldava de nuestro coracón», «el tener siempre la mano en la aldava de nuestra
puerta»— y Antolinez (I) —«llamo a la puerta».
Especialmente rica es la tradición del frío nocturno, que arranca de nuevo
del libro de los Cantares. El rocío aparece en todos los textos que dependen
del epitalamio salomónico; y entre ellos, sin ninguna connotación especial, en
fray Luis (I) y (III). Hallamos en Aranda «la frialdad dz la noche». Antolínez,
con sensibilidad barroca que ya hemos apuntado, destaca el tema de forma es-
pecial, buscando la contraposición con el calor: «hace noche muy recia y ten-
go la caueca hecha vna escarcha» (I), «sufrir [h] á la elada y verse llena de es-
carcha la caueca», «y se esta quedo en la calle al sereno, y gusta le cayga la es-
carcha en la cabeca». El mismo hielo lopesco aparece en Antolínez (II) —«con
yelo»—, y quizá pudiera rastrearse una premonición del «secó las llagas de tus
plantas puras», que en Lope se refiere al esposo, en las siguientes palabras, re-
feridas por Antolínez a la esposa: «La que antes temía poner el pie descaigo en
el suelo, y dar vn passo para abrir a su Dios que le llamaba, ya va en su busca
desnuda, y a pies descalcos». Únicamente los efectos del frío en las plantas de
los pies —restañar la sangre y atormentar al mismo tiempo— no se halla en los
textos que alegamos, pero el dato era lugar común en la medicina de la época,
contando con amplia divulgación desde tiempos tan antiguos como los de Hi-
pócrates (V, 20 y 23):Ulceribusfrigidum quidem mordax. In his autem frígido
uti oportet unde sanguis erumpit, aut erupturus est: non super ipsa, sed circa
hac unde fluit56.
«El final del soneto —dice Lapesa— no manifiesta el júbilo de quien se
siente libre para siempre de un pasado ominoso, sino la amarga melancolía del
que no está seguro de sí» 57. Tenemos, en efecto, ese dejar para mañana el ge-
neroso franquear de la puerta al que se alude en Lope (III) —«pues no te abrí
cuando llamaste luego»—, que se halla antes en Estella —«pues luego ábreme
y cenaré contigo»—, y en Ávila (I) —«¿Qué es aquello, ánima mía, qué es
56 Cf. Aforismo de Hipócrates. En latín y castellano, ed. y traducción del Dr. García Suelto,
Barcelona, Pubul, 1923, pp. 106-107 y 108-109: «El frío exacerba las úlceras». «Conviene aplicar
el frío cuando sale sangre o amenazara salir, mas no en la parte misma, sino en las inmediatas».
57 loe. cit., p. 703.
168 CRISTÓBAL CUEVAS
tares. Esto ha podido contribuir, habida cuenta del favor que siempre han go-
zado sus escritos —y en especial Los nombres de Cristo—, entre los lectores
españoles, a la difusión del tema en la literatura posterior. ¿Influyó concreta-
mente en Lope de Vega? Es posible, y hasta probable, pero, como ya hemos
dicho, creemos que no de manera exclusiva. Si analizamos los datos maneja-
dos a lo largo de este trabajo —y no tenemos pretensiones de exhaustividad—,
veremos que, tan cerca como fray Luis (II) —fuente propuesta por Lapesa—
se encuentran al menos Estella, Ávila y Antolínez, además de fray Luis (I) y,
sobre todo, (III). Pensamos, pues, que las aficiones literarias de Lope, emi-
nentemente populares y proclives a la obras de divulgación, le hubieron de lle-
var, en el campo del pensamiento religioso, al manejo de los libros de devo-
ción más leídos en su tiempo: un Estella, un Ávila, un fray Luis... Y, a su la-
do, la predicación cotidiana que tanto insistía en el tema al invitar al pecador a
la penitencia, al hablar de la bondad de Dios, de su predisposición a perdonar.
¿Cuál de estas fuentes es, al menos, la principal? Nuestra opinión es que ni si-
quiera en este punto se puede precisar tajantemente. La más próxima nos pa-
rece Ávila. Luego, Estella y fray Luis. Quizá Antolínez, si lo permiten las
fechas. Pero es muy posible que varios de ellos, tal vez todos, hayan influido
en mayor o menor grado. Los poemas de Lope son el resultado de la fermen-
tación conjunta de unos textos eminentemente tiernos y devocionales en el al-
ma de un impulsivo primario, tentado y vencido por los frescos racimos de la
carne, y angustiado por una ansia lacerante de purificación.
58 Aunque no podemos determinar si es fuente del soneto o reflejo suyo, pues ello depende
de la fecha de redacción de los Amores de Dios y el alma, lo que, como hemos visto, es cuestión
discutida. Por lo demás, extraña que el tema no aparezca con claridad ni en Santa Teresa ni en
San Juan de la Cruz. Es posible que el empecinado tratamiento que de él había hecho la oratoria
sagrada y la literatura devota para tratar de la conversión del pecador lo hubiera dejado momen-
táneamente inservible para la expresión de los más elevados grados de la mística. Recuérdese que
San Juan de la Cruz comienza el Cántico espiritual con la angustiada interrogación de la esposa
ya fuera de su cabana, buscando anhelante al esposo que había desaparecido. Pero esto es ya
Cant V, 6 ss., es decir, cuando la ronda acaba de terminar. En cuanto a Santa Teresa, ni siquiera
menciona esta perícopa en sus Meditaciones sobre los Cantares, compuestas probablemente entre
1567 y 1575.
FRAY LUIS DE LEÓN:
EXPOSICIÓN DEL CANTAR DE LOS CANTARES
VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
Universidad de Salamanca.
1 Mejoró notablemente el texto el P. Antolín Merino, Exposición del Cantar de los Cantares,
en la ed. de Obras delM. fray Luis de León, 1804-1816. Es la que utiliza el P. Félix García, corri-
giendo puntuaciones y erratas, en Obras Completas castellanas de fray Luis de León, I, Madrid,
B.A.C., 1958 , edición que sigo en mis citas.
172 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
publicara, entre otros libros, su lectura del Cantar. Así surgió, la In Cántica
Canticorum Explanatio que, terminada ya en 1578, sale de los tórculos de Lu-
cas de Junta, también en Salamanca, dos años más tarde, en 1580. Para evitar
suspicacias adicionales, en el Prólogo «Lectori», fray Luis atribuye la deman-
da de la traducción y su declaración a la persona «cuiusdam amici mei».
La edición aparece llena de erratas, porque el manuscrito, según cuenta el
tipógrafo, era tan malo «nobis ut saepe divinandum fuerit» y, para colmo, el
maestro agustino se hallaba ausente de la ciudad durante la impresión. Se
corrigen los defectos en la segunda edición, del mismo Lucas de Junta, en
1582, cuyo texto seguiré en mis citas. El éxito es, entonces, fulgurante. Así lo
reflejan las laudes poéticas de Grial y Felipe Ruiz o la dedicatoria del maestro
al Cardenal-Archiduque Alberto, en la que le recuerda «quali me et vultus hi-
laritate et verborum comitatu recepisses» al entregarle el ejemplar.
Me apresuro a decir que, contra lo que se cree y difunden no pocos ma-
nuales —algunos de no poca monta—, la Explanatio no es una mera traduc-
ción latina de la Exposición romance. Tan craso error no sólo acarrea el des-
conocimiento concreto de la Explanatio sino, lo que es más grave, impide co-
nocer la construcción de una lectura del Cantar realizada en uno de los proce-
sos intelectuales literarios más fecundos para la comprensión del Renacimien-
to español. Un proceso, añadiré, que dura treinta años. Porque el éxito al que
acabo de aludir, obliga a fray Luis —un poco contra su voluntad— a comple-
tar la obra con una interpretación espiritual referida a la Iglesia —la tertia
explanatio—, que se añade en la tercera edición, ya definitiva, de 1589 2. De
este modo, las contenidas aplicaciones alegórico-espirituales al alma incrusta-
das en el cuerpo básico de la Declaración literal de la versión romance, se con-
vierten, en la primera edición de la Explanatio, en un comentario yuxtapues-
to, con entidad propia e independiente, al que, en un tercer paso, se une, en
forma concéntrica, el desarrollo alegórico de la aplicación a la Iglesia. Soy
consciente de que, señalando esta forma de concentricidad, sugiero la in-
terpretación que tradicionalmente se viene haciendo del desarrollo orgánico
de una misma célula básica. Pero estas líneas pretenden matizar esa fácil lectu-
ra y, en cierto modo, problematizar la comprensión de los propósitos exegéti-
cos de fray Luis.
Sugiero que para ello nos situemos en el momento de redacción de la ver-
sión romance y de la Exposición de la misma. Al realizarlas, tenía fray Luis a
la vista otra análoga que le había facilitado Arias Montano. Y uno y otro
conocían, sin duda, el Commentarium in Canticum Canticorum de Cipriano
3 Commentaria in Librum Beati lob et in Cántica canticorum Salomonis regis. Alcalá, Juan
Iñiguez de Lequerica, 1582.
174 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
4 Cf. Mia I. Gerhardt, Essai d'analyse littéraire de la pastorale, Utrech, Hes, 1975.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 175
Creo que basta cotejar los subrayados que por mi cuenta he realizado en
el texto de Huerga y en el de fray Luis, para comprender el cambio de perspec-
tiva en la lectura. Frente a aquel «eatenus tantum id facit» y el precavido énfa-
sis en el «summa modestia et pudore», el entonces todavía joven maestro
agustino subraya la incorporación de todos los elementos que la vivencia del
amor humano conlleva y la viveza de su descripción. Y tan aguda íe parece és-
ta que, a renglón seguido, añade:
Fray Luis, en cambio, acepta en todo su valor la efusión amorosa sin es-
pecificaciones:
No, no se pasan por alto en el Cantar bíblico las costumbres del amor vul-
gar. Todo lo contrario; se elige una pareja de amantes selectos, Salomón y la
bella Sulamita, a quienes se reviste de pastores, precisamente, para que
puedan realizar su amor, en y por la palabra, sin la cortapisa de las convenien-
cias, en el ámbito de lo natural. Nada tiene de extraño, según eso, que en al-
gún punto las expresiones de los amantes rayen en el impudor: «el cerco de tus
muslos [es] como ajorcas hechas por mano de oficial», canta el Coro en VII,
1; y glosa fray Luis: «Desciende aquí a tantas particularidades el Espíritu San-
to, que es cosa que espanta». Pero rechacemos cualquier temor. Si el texto al-
canza tan intensidad de erotismo, es porque para probar cuál sea el amor divi-
no hacia el hombre, no encuentra el Espíritu cosa mejor que ceñirse a la medi-
da de los hombres y convertir la aventura amorosa de los más sublimes ama-
dores en el cañamazo sobre el que, a la par, se teje la historia de la suya divina.
Huelga insistir en la significación humanística de la versión directa del
original hebreo. Importa más destacar cómo bastantes años antes de teorizar,
en la «Dedicatoria» del Libro III De los nombres de Cristo, sobre el ritmo de
la prosa, se propone como norma de traductor «ser fiel y cabal y, si fuese po-
sible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos». Lo que
debe interpretarse no sólo en el sentido de simple propósito de reducción «ad
litteram» sino, sobre todo, como medio de reproducir la armonía de los núme-
ros pitagóricos de la métrica original y sus cadencias. Dichas palabras han de
ser, además, «de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones
que las originales tiene, sin limitarlas a su propio sentido y parecer, para que
los que leyeren la traducción puedan entender toda la variedad de sentidos a
que da ocasión el original». En el cap. IV de su largamente olvidado Tractatus
desensibus Sacrae Scripturae5, tras delimitar la naturaleza del sentido literal,
histórico o gramatical de la Biblia, que de las tres maneras lo califica, se ex-
tiende fray Luis sobre esta multiplicidad 6 que, por lógica consecuencia, re-
fuerza el sentido de una lectura autónoma en el nivel semántico de la literali-
dad. En esta misma línea recomienda una gran moderación en el recurso al
apoyo interpretativo alegórico, extrínseco, bien que ligado, al sentido literal 7 .
5 Olegario García de la Fuente, que lo editó, con rigor científico, en La ciudad de Dios, CL-
XX, 1957, pp. 297-334, con buen estudio introductorio, pp. 258-296, lo data en 1581.
6 La opinión procede de San Agustín y fray Luís la sostiene en varias de sus exégesis. Cf.
García de la Fuente, p. 274, n. 5.
7 En dependencia directa de San Agustín, distingue fray Luis entre alegoría sermonis y alego-
ría facti. Es aquélla la que pertenece al sentido literal y, muy próximo a Quintiliano, la define co-
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 177
apretadas en pocas líneas, que tal parece como si fueran incrustaciones. Mere-
ce la pena examinarlas en detalle. En el cap. I, tras declarar por extenso, en
treinta y cinco líneas, la significación humana del v.4 —«Morena yo, pero
amable»—, concentra en estas diez la aplicación espiritual:
11 Edición, nota 2 a V, 3.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 179
12 A comienzos de 1578 el Provincial agustiniano, fray Pedro Xuarez, ordena a fray Luis
publicar, «in meritum sanctae oboedientiae», «quos habes confectos in Canticum canticorum Sa-
lomonis commentarios». Cf. Prólogo «Lectori» en la Explanatio, ed. de 1582.
180 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
amado entre los hijos». En su primera lectura señalaba fray Luis que «en esto
la Esposa da mayor loor al Esposo del que ella había recibido; que él la com-
paró a la azucena que es cosa hermosa, pero de poco o ningún fruto; y el man-
zano, a quien ella le compara, tiene lo uno y lo otro». Pero la Explanatio
incrementa incluso la razón de preeminencia por la sola belleza: «Nam folia
praeter quam quod figuram habent valde concinnam, viridi inficiuntur valde
amoeno: pomis vero ex albo aureoque modice rubentibus nihil ad aspectum
pulchrius fieri potest», p. 70 r°. Idéntica incrementación estética se produce
en VI, 3, mientras que en otros casos —tal en VIII, 4— la amplificación deriva
de las mutaciones introducidas en la dramatización 15.
En la Explanatio se resuelven, en fin, algunas de las alternativas de lectu-
ra antes propuestas, al tiempo que se establecen otras. Sobre las palabras de
VI, 1, imaginaba en la Explanatio que o eran respuesta de la Esposa a las
dueñas de Jerusalén o «que ésta no es respuesta [...] sino que, luego que acabó
de hablarlas, se dio a buscar a su Esposo» y tales palabras constituyen su
exclamación al hallarle. La relectura descarta la primera configuración y se
queda con la segunda16. Pero, a la vez, a las dos lecturas de II, 9 apuntadas en
la Exposición como posibles, se añade en la Explanatio, p. 77 v°, una tercera
17
. Permanecen, claro está, muchas alternativas de lectura basadas en la poli-
valencia del sentido literal: I, 3 y 6; V, 3; VII, 5, con preciosa declaración;
VIII, 10. Puede afirmarse que, en conjunto, la Explanatio refleja un propósi-
to de mayor ceñimiento a una linealidad simple, la que supone el hilo de la ac-
ción dramática. Esto explica, a la vez, que desaparezcan algunos excursus,
breves, como el inserto en V, 16, que añadía lugares bíblicos paralelos 18} o ex-
tensos, tales los que en VII, 9 explicaban las «tres condiciones y diferencias»
que pueden darse en el amor de dos personas, pp. 187-190, o el que en VIII, 2
glosa «el grado más subido de amor que hay entre Dios y los justos», pp. 195-
197. Fray Luis tenía conciencia, ya en la primera redacción, de que realmente
se distraía en excursus; lo demuestra el hecho de que en este último ejemplo
aducido concluya: «Mas tiempo es ya de que tornemos a nuestro propósito.
Dice la Esposa...», p. 197.
15 Compárense, respectivamente, pp. 127 con 220 v°; 197 con 259 v°.
16 Pueden verse otros ejemplos en el cotejo de I, 3 —pp. 81 y s. con p. 7 v°; VI, 1 —pp. 163 y
s. con p. 219 Vo—,
17 Cf. también en esta línea la mutación de VI, 1 de la Explanatio, p. 239 v°.
18Compárense las pp. 159 y s. con 181 v°.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 183
«Id habuit causae, quare tam exquisite, tamque ómnibus suis par-
tibus integre constantem humani amoris effigiem in hoc libro per-
fecerit: nimirum, quia videbat nihil in illo amore, praeter lasciva,
esse quod non apte atque conmode posset ad divinos amores
transferri».
porque «el rústico y gracioso Esposo, aunque pastor, muestra bien la elocuen-
cia que aprendió en las escuelas de amor» 20.
Puede el lector sorprenderse ante algunas concretas comparaciones —«A
la yegua mía en el carro de Faraón te compare, amiga mía» (I, 8)—, pero, tras
explicar que lo que aquí aprovecha el autor son los valores connotativos 21,
fray Luis aclara que otros, poetas clásicos en la literatura profana y los
SS.PP. en materias espirituales, recurren al mismo procedimiento 22. El ámbi-
to de desarrollo del decoro en el plano de los parlamentos queda así muy
ampliado. Hay, con todo, casos en los que «es tan grande el artificio con que
la rústica Esposa loa a su Esposo» (V, 15), y lo mismo a la inversa, que aquél
peligra; más aún, el maestro salmentino no deja de reconocer que a veces los
protagonistas «se olvidan de la persona que representan y hablan conforme a
quién son» en la realidad histórica, tal como sucede en I, 8 donde El «muestra
tener coches traídos desde Egipto, con gentiles yeguas que los guíen, lo cual no
cabe en un pobre pastor».
Idéntico criterio de verosimilitud guía la interpretación en el plano de las
acciones. Con escrupulosa fidelidad a la norma aristotélica —«se debe prefe-
rir lo imposible verosímil a lo posible increíble» 23, fray Luis realiza aquí una
tarea formidable. La pauta que el texto ofrece a la dramatización, es muy en-
juta. Por eso, buscando apoyo, sin extrapolaciones, en lo que es habitual en el
proceso de relación de dos amantes, va completando la construcción imagina-
tiva. En primer lugar, la de los personajes. La denominación genérica «hijas
de Jerusalén» podría inducir a englobar en un solo grupo a quienes son acto-
ras con funciones diversas. Distingue, en cambio, fray Luis a las vecinas de Je-
rusalén o mujeres en general, «foeminae quae partes chori agunt in hoc dra-
mate» (p. 239 vi) —aludidas en I, 4 y s.; III, 11; V, 9, 18; VIII, 4— y en cuya
boca se ponen algunos parlamentos —V, 10, 18; VI, 9, 12; VII, 11 y ss.—, de
otro grupo más restringido de mujeres que «la Esposa traía consigo, y éstas
eran cazadoras» (II, 7), «gente de ella» (III, 4), con papel más activo en el dra-
ma. Aparte están los compañeros del Esposo (III, 5) y el pueblo en general
(VIII, 5), con lo que se establece una correlación de proporcionalidad
típicamente renacentista:
20 Cf. el excelente artículo de Aurora Egido Martínez, «La Universidad de amor y La dama
boba», BBMP, LIV, 1978.
21 «Praestant equi inter omnia animantia apta membrorum et totius corporis compositione,
atque figura, inestque illis elegans quiddam, atque generosum [...]. Valet ergo haec ab aequibus
ducta similitudo ad declarandum libérale illud et ingenuum et elegans quod elucebat in sponsae
facie atque corpore» (p. 14 v°).
22 Explanatio, pp. 15 v°-I7 v°, Se repite el mismo esquema de comentario en II, 7 {Explana-
tío, pp. 76 v° y s.) y en II, 17 {Explanatio, p. 85 v°).
23 Poética 24, 26 y s.
188 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
Esposa - Esposo
Compañeras - Compañeros
Pueblo- Pueblo
Según Aristóteles, «... los incidentes que componen una fábula deben es-
tar dispuestos de tal manera que si uno de ellos fuera alternado o suprimido,
la unidad del todo se turbaría o destruiría. Pues si la presencia o ausencia de
«... cum poesis nihil aliud sit quam pictura loquens, totumque
eius studium in imitanda natura versetur [...] eamque quoddam-
modo loqui doceat [...] cumque in eo uno poeta máxime elaborare
debeat, ut quae insunt in re proposita, aut quae pro illius rei natu-
ra inesse ipsi par est, ea sententiarum, atque verborum tamquam
coloribus expressa, atque descripta ita exhibeat oculis conspicien-
da, ut non tan dici, quam agi videatur...» (pp. 72 v° y s.).
26 Poética VIH, 4, Este principio, básico en el estructuralismo, vertebra la definición que Al-
berti da de la belleza: «certa cum ratione concinnitas universarum partium in eo cuius sint ut addi
aut diminui aut inmutari possit nihil, quin improbabilius reddatur» {De re (¡edificatoria Lib. II,
cap. 2).
27 Vid. I, 3,5,6,7; IV, 9; V, 2; etc.
28 Poética 17. 22-25.
29 Cf. Antonio García Berrio, «Historia de un abuso interpretativo: 'Ut pictura poesis», en
Estudios ofrecidos a Emilios Atareos Llorach 1, Universidad de Oviedo, 1977, pp. 291-307.
Cabría precisar que la interpretación sinestética no surge con el Manierismo; estaba ya en el
Trattato di pintura de Leonardo.
190 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
30 Decía Leonardo: «Ciascun colore pare piú nobile ne' confini del suo contrario che non
parra nel suo mezzo» (Trattato dellapintura; apud Mario Praz, Mnemosina. Paraleo entre la lite-
ratura y las artes visuales, Monte Avila, 1976, p. 98). Comentando V, 12, fray Luis dice que «al
rostro de un hombre muy blanco mejor le están los cabellos y barba negra que los rubios, por ser
colores contrarios, que el uno da luz al otro». Cf., también, IV, 4, que ha de leerse a la luz de la
doctrina renacentista del alma como creadora del cuerpo: cf. Menéndez Peíayo, «Tratadistas de
Bellas Artes en el Renacimiento Español», en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria.
Ed. Nacional, vol. VII, p. 155.
EXPOSICIÓN DEL «CANTAR DE LOS CANTARES» 191
31 Véase también la lectura correcta de Aminadab (VI, 11) y cotéjese el cambio de división
entre los capítulos VI y VII en la Explanatio, p. 239 v°.
192 VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA
autor: porque fray Luis, «quasi apis matina», realiza esa gigantesca tarea
humanística convencido de que cuanto más rica sea nuestra penetración de la
base humana del Cantar, más profundizaremos —queda ya dicho— en el ine-
fable proceso de amor entre el alma y Cristo, entre la Iglesia y su Esposo. Más
aún, desde esa perspectiva sostiene nuestro salmantino maestro que fue el
Espíritu quien inspiró esa bellísima égloga pastoril humana para encarnar en
ella la significación arcana. He aquí, entonces, al humanista cristiano. Si po-
demos proclamar a fray Luis de León síntesis del humanismo español es, pre-
cisamente, porque en él se maridan, con perfecta armonía renacentista, la ve-
ritas hebraica y la eloquentia cristiana; la defensa del valor de lo humano y la
afirmación de su gravitación trascendente.
En él la filología se hizo estética. Y la estética, religión.
IMITACIÓN COMPUESTA Y DISEÑO RETORICO
EN LA ODA A JUAN DE GRIAL
FERNANDO LÁZARO CARRETER
Real Academia Española
Universidad Complutense.
Un segundo exhorto.
«Siempre que he leído esta oda a Grial1, me he imaginado a fray Luis,
allá por el otoño de 1571, contemplando melancólicamente los suaves colores
del cielo y el desnudarse del follaje de los árboles:
Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.
1 Para comodidad del lector, la reproduzco aquí; sigo la edición de O. Macrí, La poesía de
Fray Luis de León, Salamanca, Anaya, 1970, pgs. 243-4:
Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
5 las cimas de los árboles despoja.
Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Eolo al mediodía
10 soplando espesas nubes nos envia;
ya el ave vengadora
del Ibico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y, el yugo al cuello atados,
15 los bueyes van rompiendo los sembrados.
El tiempo nos convida
a los estudios nobies, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte Uama,
20 do no podrá subir la postrer llama;
194 FERNANDO LÁZARO CARRETER
Como es natural, fray Luis no había compuesto estos versos para ningu-
na solemnidad académica, ni cabía inaugurar los cursos con poemas en lengua
vulgar 3 . Sin embargo, vamos a ver enseguida cómo el gran poeta y gran
crítico que oficiaba en la ceremonia de 1955 no se había equivocado al barrun-
2 Está recogido en la Obras completas del autor, Madrid, Gredos, vol. II (1972), págs. 789 y
ss.
3 El curso solía abrirse en toda Europa a mediados de octubre con unaprelusio en latín, en la
cual se alababan las artes liberales y las otras disciplinas que se enseñaban en la Universidad. Cfr.
Francisco Rico, «Laudes litterarum. Humanismo y dignidad del hombre en la España del Renaci-
miento». Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1978,
p. 895.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 195
tar, por misteriosa especie, que la oda luisiana tenía algo que ver con las ri-
tuales sesiones de otoño que ponen en marcha el quehacer universitario. To-
mado a la letra, el poema es una invitación del agustino a un querido amigo
para que siga cultivando el espíritu y escribiendo poesía, cuando él ya no
podrá hacerlo, porque le ha acometido un torbellino traidor (¿las denuncias
de 1571?; ¿las pesadumbres de la cárcel o el desánimo que siguió a su libera-
ción en 1577? 4 ).
En cualquier caso, el tiempo invita a que Grial no desmaye; los fríos esti-
mulan al estudio. Que la canícula lo dificulta, se lo decía a fray Luis el Brócen-
se en un poema poco conocido, y que constituye sobre todo un testimonio
inapreciable sobre el carácter de nuestro autor:
4 Esos tres momentos se han atribuido a la redacción del poema; cfr. Macrí, op. cit., p. 350.
5 Publicó estos versos, sacándolos de un manuscrito de la Biblioteca de Palacio, Raimundo
de Miguel como apéndice a sus propias Poesías, Madrid, Jubera, 1877, p. 501, acompañados de
una deslealísima traducción; ni siquiera se dio cuenta de que están dedicados a fray Luis. El cari-
ño y admiración que Sánchez sentía por el agustino, lo confirma otro poema en que lo señala co-
mo modelo a dos jóvenes poetas: «Sit speculum vobis doctissimus usque magister, / sit specuíum
vobis, alter Apollo, Leo» (p. 533).
6 Cito los poemas que no figuran en Macrí por la ed. del P. Llobera; éste, en el vol. II,
Madrid, 1933, p. 484 y ss.
196 FERNANDO LÁZARO CARRETER
7 Ibid., I, p. 415.
8 Cfr. A. Bell, Luis de León, Barcelona, Araluce, 1927, p. 124.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 197
9 Tomo el texto de Angelí Politiani operum, tomus primus, Lyon, 1539, p. 324.
10 Con su habitual rudeza crítica, escribía el P. Ángel C. Vega a propósito de este verso 19:
«No creemos que se refiera al Parnaso, sino al templo de la Gloria, que situaban los poetas en un
monte». ¿No se daba cuenta de que, en los vs. 24-5, el autor alude inequívocamente a la fuente
Castalia? Y hay otros motivos que examinaremos.
Í98 FERNANDO LÁZARO CARRETER
Sin embargo, estos estímulos que, como puede verse, parecen claros, ni
de lejos explican el poema luisiano. Son como una tenue plantilla, como un
delicado esqueleto que los sustenta; otros muchos elementos de la oda lo des-
bordan. Por contra, faltan en ella algunas piezas del «epigramma». Pero de
que éste servía de fondo a su construcción, no puede cabernos duda; y ello
permite acercarse con alguna seguridad al modo como fray Luis escribe, al
núcleo de su poética. En un momento dado —casi seguro, ese de la asechanza
a que aludimos—, acude a su memoria la praelectio polizianesca, tan hermo-
sa, tan serena, tan cuajada de reminiscencias clásicas. La había escrito un pro-
fesor lleno de gloria, libre para adelantar en su vocación de poeta y humanis-
ta. El tiempo es el mismo: el otoño que despoja los árboles, acorta los días e
invita al estudio intenso y a la conquista de la fama. Pero él no puede ya diri-
girse a una docilis turba {indocta la llamaba el Brócense), y se acuerda de
Grial, casi de seguro desfalleciente por la adversidad del maestro: que él conti-
núe al menos. La gentil invitación final del «epigramma» se le cambia, por la
fuerza de las cosas, en una deprecación doliente. Pero no sólo eso transforma:
había trocado e introducido muchas cosas más. En su oda genial, fray Luis,
imbuido del método poético consagrado por el Humanismo, alcanzaba el fin a
que ese método tendía: la originalidad.
H
La imitación compuesta
Nadie ponía en duda la necesidad de imitar. Al poeta podía servirle de
modelo la Naturaleza misma, pero otra vía tan fecunda y más segura era la de
imitar a los grandes maestros que la habían interpretado con sublimidad. El
deseo de inventar sin modelo resultaba peligroso: «Se adunque Vartificio del
scrivere consiste sommamente nella imitatione, come nel vero consiste, é ne-
cessario che, volendo far profitto, habiamo maestri eccellentissimi [...]. Colo-
ro che [...] ci propongono le compositioni di proprio ingegno ci ponno fare
grandissimo danno», escribía Marco Antonio Flaminio a Luigi Calmo 12. Por
ptra parte, los antiguos habían propuesto y habían practicado ellos mismos
dicho método. La imagen aristofanesca de la abeja que, libando en múltiples
flores, elabora su propia miel, se repite insistentemente entre los latinos:
Lucrecio, con versos que recordará Poliziano; Horacio {Odas, IV-2, vs., 27-
32), confesando proceder como ella para componer sus «operosa carmina»;
Séneca {Espístolas, 84): «Apes, ut aiunt, debemus imitari». Este último for-
cuales creía ver reproducido fielmente el estilo del gran orador romano. Poli-
ziano se las devuelve indignado por haberle hecho perder el tiempo. El cree
más respetable el aspecto del toro o del león que el de la mona, aunque ésta se
parezca más al hombre. Y truena contra quienes componen imitando así: son
como loros, carecen de fuerza, de vida, de energía, «iacent, dormiunt, ster-
tunt». Si alguien le advierte a él que no se expresa como Cicerón, contesta or-
gulloso: «Non enim sum Cicero; me tamen, ut opinor, exprimo» 15. En esta
celebérrima carta se contiene, tal vez como en ningún otro texto humanístico,
el más claro y sencillo razonamiento sobre las virtudes de la imitación com-
puesta. Cuando el poeta fija su admiración en uno sólo, cuando su ideal es
acercarse a él, nunca logrará ponerse a su altura. Nadie puede correr con más
velocidad que otro si ha de ir pisando sus huellas. Hay que leer profundamen-
te a Cicerón, sí, pero «cum bonis alus», con otros muchos que son sus pari-
guales. Sólo entonces, dice a Córtese, si tu pecho está repleto de lecturas, te se-
rá posible componer algo que sea verdaderamente tuyo, algo en que sólo estés
tú. Los consejos de Poliziano —algunos semejantes recibieron los Pisones—
tratan, pues, de proteger la personalidad, que se desvanece al ser invadida por
una única devoción. (No de otro modo un gran humanista contemporáneo, T.
S. Eliot, defiende la lectura múltiple para el desarrollo del individuo y la de-
fensa de su propio juicio 16. Casi a cinco siglos de distancia, sorprende la simi-
litud de sus razonamientos).
La discusión se reanimó, también con amplia audiencia, en el siglo XVI,
a raíz del Ciceronianus de Erasmo, fiel a Séneca, y de la sonada polémica que
mantuvieron, entre 1512 y 1513, Gian Francesco Pico, sobrino del polígrafo,
y Pietro Bembo. Fue éste quien disintió de la imitación compuesta, por cuan-
to, según él, mide a todos los antiguos con el mismo rasero, y subvierte el or-
den de su indiscutible jerarquía, no son «omnes boni» quienes deben ser imi-
tados, como sostenía Pico, pues «si inter illos quicumque boni dicuntur esse,
unus est omnium longe optimus longeque praestantissimus» 17, ¿por qué no
ha de ser él, y sólo él, el modelo?.
La imitación compuesta ofrecía el riesgo previsto por Séneca: la de que
resultara un zurcido inhábil. Una simple taracea es fácil de urdir para disimu-
lar la carencia de fuerzas propias. Pero si lo ajeno, forzosamente disperso al
ser múltiple, se vertebra y refunde en un organismo único, y si en éste resplan-
15 Ibid., p. 47.
16 «Religión and Literature» (1936) en W. Scott (recopilador), Five Approaches of Literary
Criticism, New York, Collier Books, 1962, p. 49.
17 Cito por Opera de Bembo, Basilea, 1556, p. 19. Su carta y la de Pico ocupan las pp. 3-14.
Al cardenal, la postura de Poliziano le parecía imprudente (p. 18).
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 201
dece el espíritu del escritor, nadie podrá negarle el dictado de original. Pico
della Mirándola, halagando a Lorenzo de Médicis, le confiesa haber reconoci-
do en una obra suya ciertas sentencias platónicas y aristotélicas, pero tan
transformadas, «ut tua videantur esse et non illorum» 18. Por otra parte, el
método impone otra condición inexcusable: el escritor ha de tener bien nutri-
da su memoria de versos y prosas que le hayan impresionado por su verdad o
su hermosura. El ideal del humanista aparece en el retrato que, puesto en la-
bios de Coiuccio Salutati, hace Bruni Luigi Marsili en el primer libro de su
diálogo «Ad Petrum Paulum Histrum» (1401). Tenía presente, dice, no sólo
cuanto se refiere a la religión, sino cuanto atañe a las cosas gentiles. Siempre
aducía las opiniones de Cicerón, Virgilio, Séneca «aliosque veteres» y no se li-
mitaba a las sentencias, sino que reproducía exactamente sus palabras, de tal
manera que no parecían ajenas, sino creadas por él 19. Y añade: «permultos
memorari potui, qui haec eadem factitarunt». Sí, eran muchos los capaces de
proezas así, antes, entonces y después: cuantos aspiraban a la palma de poetas
y oradores. Al principio, en Italia; después, en toda Europa: un temprano hu-
manista nuestro, el valenciano Juan Ángel González, remata su Sylva de
laudibuspoeseos (1525) con un exhorto característico: «Disce puer vatum car-
mina, disce senex» 20.
Poesía romance e imitación.
Ni que decir tiene que la poesía en vulgar, con los ejemplos de Dante y de
Petrarca, entró por la vía de la imitación compuesta. Y no sólo los antiguos
fueron beneficiados, sino, en la práctica, también los modernos. Ello no
siempre mereció la aprobación de los sabios, pero halló por fin sanción docta
favorable en las Prose de Bembo 21. En Francia, Ronsard describía así a Jean
Passerat el método que había hecho suyo:
22 Poésies choisies de Ronsard, ed. P. de Nolhac, París, Garnier, 1954, pp. 439-440.
23 Por ser cuestión muy apartada de mi interés actual, no me he preocupado de averiguar si
los críticos italianos o los italianistas han estudiado las circunstancias en que Tasso compuso el
Amadigi: es de suponer que sí. A quienes, al hablar de la difusión de nuestra literatura en Europa,
introducen en sus listas de obras influidas ese poema, llamo la atención sobre el hecho de que Tas-
so no sintió la menor simpatía por nuestra vieja novela (ni, parece, por ios españoles). En carta a
su idolatrado Sperone Speroni, le confiesa que la materia que ha tenido que introducir en el canto
primero es «árida et forse fastidiosa», por lo cual se ha visto obligado a «aiutarla con la inuen-
tione et con la essornatione; et con la elocutione renderla uaga et piaceuole»; en otro paisaje se re-
fiere a «l'asprezza et barbarie» de los nombres propios: los ha cambiado para hacerlos «dolci, so-
nori e degni della compagnia dell'altre uoci»; en Li tre libri delle lettere di M. Bernardo Tasso.
Aili quali nuouamente s'é aggiunto iiquarto libro, Venecia, Giglio, 1559, fols. 67-8. Otras cartas
de esta importante recopilación ofrecen motivos para sospechar que, al afán de congraciarse con
los caballeros de la corte cesárea, se unía en Tasso el de obtener un permiso para exportar a Roma
los vinos de su cosecha napolitana.
24 Ibid., fol. 81 r.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 203
Para los renacentistas, las fuentes eran de dominio público, que podían
hacer privado mediante un golpe de genio si, renunciando a la fiel sumisión, se
salían del círculo mostrenco que dichas fuentes delimitaban. Este y no otro
fue el sistema de imitar que adoptó fray Luis en la oda que nos ocupa: usa el
marco de lapraelectio para acoger otros varios motivos, también circulantes,
pero sin hacerse esclavo de ninguno. Otra economía, otra «operis lex» que no
está en ninguna de sus lecturas, convierte el resultado en posesión «privati
iuris».
El diseño retorico.
Me permito emplear este término para designar, dentro de la estructura
del poema, la secuencia de ciertos rasgos característicos, normalmente grama-
ticales, en posiciones relevantes, que articulan el fluir del discurso poético. Es
algo muy semejante a lo que María Rosa Lida llamó dibujo rítmico o diseño
sintáctico, ál sostener que los esquemas idiomáticos con que Quevedo constru-
ye sus versos Cerrar podrá mis ojos la postrera y Llama, que a la inmortal vida
trasciende, reproducen estos otros de Herrera y Garcilaso respectivamente:
Llevar me puede bien la suerte mia; Arboles, que os estáis mirando en ellas30.
Encuentro en favor del término diseño el ejemplo de Bernardo-Tasso, el cual,
tras justificar la necesidad de evitar la monótona imitación de Dante y de
Petrarca, declara escribir «nuovi e inusitati disegni fingendo» 31. En cuanto a
calificarlo de retórico, baso mi preferencia en que esa vertebración, suscep-
tible de extenderse a lo largo de muchos versos, de un poema entero, incluso,
no sólo desempeña funciones rítmicas (el ritmo se produce como efecto), y en
29 El Arte Poética de Horacio, traducido por don Luis de Zapata (1592); cito por la ed.
facsímil de la R.A.E., 1954, fol. 10 r. El pasaje corresponde a los versos 131-5 del original, que di-
cen así:
Tras esta descripción, que relaciona los astros con las manifestaciones del
estío, Horacio se dirige a su protector: «pero tú te cuidas de que el estado de la
ciudad sea satisfactorio...» En este pasaje se potencian, pues, duplicando el
artificio, los efectos articuladores del mencionado sintagma; y ello, para
hablar de una estación del año en que se entra o se está 33.
Tal cauce inspiró, sin duda, a Poliziano el principio del diseño de su
«epigramma». Y por ejemplo suyo (y, naturalmente, con el modelo antiguo
ante los ojos), otros escritores neolatinos reiteraron el esquema polizianesco,
que situaba aquel sintagma en cabeza, para iniciar con él la pintura de la esta-
ción cambiada o cambiante en que el poeta escribe34. Se trata, pues, de un tó-
pico cuando lo adopta fray Luis. Es cierto que bastaría el modelo común, Ho-
racio, para explicar el arranque de su poema, hasta el verso 15; pero el am-
biente otoñal descrito en él, y otras coincidencias temáticas que vimos ahí y en
lo que sigue, fuerzan a pensar que la praelectio fue modelo más próximo.
Tras ese cuadro de género, en cuyos detalles entraremos luego, el diseño
pasa a la segunda persona, para iniciar el exhorto a Grial que ocupará las
cuatro estrofas siguientes. Este cambio de rumbo no parece ya horaciano. Es-
tá, en cambio, en el humanista italiano cuando se dirige a su dócil auditorio;
pero de modo mucho más próximo a fray Luis, porque se invita particular-
mente a un poeta, en Bernardo Tasso.
Asombra que no se haya profundizado aún en la posibilidad de que este
notable lírico influyera en nuestro agustino. Fue K. Vossler quien la apuntó 35 ,
33 Otros líricos latinos lo emplearon también, aunque con motivos arguméntales distintos;
así, Ovidio, al comienzo de su conmovedora elegía «Uxori» (Pónticas, 1-4).
34 Hallo ese giro, y aplicado así, en líricos como Navagero y Flaminio. Cfr. Carmina quin-
qué illustrium poetarum, 2 a ed., Florencia, 1549, pp. 35, 67, 117 y 232.
35 Fray Luís de León, trad. Carlos Clavería, Buenos Aires, Austral, 1946, pp. 116-8.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 207
Juvenal recuerda a otro propósito los gritos de sus bandadas: «Ad súbitas
Thracum volucres nubemque sonoram...» (Sátiras, XIII, v. 167). Pero no la
he hallado como elemento compositivo del cuadro otoñal. Su presencia y el
modo de aludirla parecen también decisión personal de fray Luis, que contó
43 Urania sitie de Stellis; cito por la ed. de Florencia, 1514, fol. 48 v. Más adelante, fol. 50 r.,
insiste en la idea: «Quod medio fulsit radians Capricornus olympo».
44 Así, por Flaminio en su poema «De aduentu hymis», op. cit. en la nota 34, p. 17.
45 Lettere uolgarí citadas en la nota 12, fol. 33 v.
46 Loe. cit., vs. 307-8; fray Luis tradujo así: «... y que aprovecha / para enredar la grulla fu-
gitiva,/ para poner al ciervo en red estrecha, / seguir la liebre...» (vs. 555-8).
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 211
47 Según la trad. latina de la ed. Didot, 1885, p. 617. Naturalmente, fray Luis leyó ese texto
en alguna traducción del siglo XVI o directamente en griego.
48 De Historüs, v. 77. En un manuscrito con poesías luisianas aparecido recientemente en
Córdoba, que estudia en estos momentos mi querido amigo don Feliciano Delgado, el copista ha
puesto el verso de Ausonio como ilustración de ese pasaje de la oda.
49 Como los datos transmitidos por Plutarco bastan para justificar esos versos, no creo nece-
sario sospechar un influjo del epitafio a Ibico que aparece en la Antología palatina, VII-745; p.
328 en la trad. de M. Fernández Galiano, Madrid, Gredos, 1978.
50 Introduction del symbolo de la fe; cito por la 2 a ed., Salamanca, 1584, p. 30 a.
212 FERNANDO LÁZARO CARRETER
51 Hay editores, así los PP. Llobera y García, que prefieren y al yugo el cuello atados. Según
el P. Vega, ni Quevedo ni las fuentes manuscritas permiten esa lectura. Fray Luis escribió en su
traducción de la cuarta égloga virgiliana, vs. 73-5:
Lo cual, piensa Llobera, autoriza la corrección; pero nuestro poeta escribió también, en su tra-
ducción de la quinta (vs. 49-50):
La cuarta lira.
Sirve de gozne entre el cuadro invernal de las tres primeras y la depreca-
ción que se extiende a lo largo de las tres siguientes. Sintetiza, como dijimos,
las estrofas 3 y 4 de Poliziano:
53 pero el sintagma convidar el tiempo parece completamente usual, a juzgar por este pasaje
de la traducción de los Coloquios de Erasmo (1527): «Estos tres [passeaderos] tengo fechos para
estudiar solo conmigo, e passeándome con algunos de mis amigos. Otras vezes, quando el tiempo
me combida, como en ellos», NBAE, XXI, p. 181 a.
54 En el «libro secondo» de las Rime, ed. cit., p. 104. A juzgar por los datos lexicográficos
que poseo, parece que los latinos no denominaron nunca así al Parnaso.
214 FERNANDO LÁZARO CARRETER
posición relevante. Consortes studii, pia turba, llamaba Ovidio a los poetas
(Tristes, V-3, v. 47); derrotado por el infortunio, confiesa seguir escribiendo
versos y practicando aquel inútil «estudio» (Sic ego constanter studium non
utileseruo; Pónticas, 1-5, v. 41); y dirigiéndose al rey Cotys exalta en él su de-
dicación a los «apacibles estudios» que le han permitido componer versos de
calidad impensable en un tracio (ibid., II-9, vs. 49-52). El término estudios co-
mo equivalente de 'actividad poética' parece, pues, inducido por Ovidio. En
cuanto a llamarlos nobles, tal vez adopte así fray Luis una posición beligeran-
te contra quienes los consideraban peligrosamente frivolos. El no vaciló nunca
en su cultivo, perfectamente compatible con la fe. Su lema pudo haber sido la
proclamación de Ermolao Bárbaro: «Dúos agnosco dóminos: Christum et rit-
ieras» 55. Por otra parte, éstas son una de las vías que conducen a la fama;
¿quizá la mejor? Así lo piensan muchos; Pontano proclama que los doctos
ocupan siempre el primer lugar en las empresas máximas 56.
Cultivar, pues, las letras implica haber oído la voz de la fama que convo-
ca a la ascensión del Parnaso, do no podrá subir la postrer llama. El P. Vega
confesaba no entender este verso: si fray Luis se había referido a «la inspira-
ción última, esto es, la de un poeta mediocre, la expresión es obscura y poco
feliz», sentenciaba. Tal explicación la había dado el P. Llobera: ese verso, di-
ce, alude a «un poeta de menguada inspiración, un ingenio vulgar». Es claro
que eso significa; y no con inoportunidad o por puro expediente, sino por
coherencia con el pensamiento clásico y humanístico, que reconocía la predes-
tinación en los poetas. No podía serlo quien quisiera, sino el agraciado con el
don celeste; sólo los elegidos eran capaces de emprender la marcha al sacro
monte, casi como los justos al de Sión. Ronsard formuló con exactitud los tér-
minos de esa discriminación que la oda a Grial condensa:
«Vince Philetaeos molli cum carmine lusus»; «Mitte leues numerus cálamo
nec parce iocoso», había escrito a sendos amigos m (pero, claro, sin hacer pre-
ceder el exhorto de una descripción estacional, que es lo distintivo en la
praelectio, en Tasso y en nuestra oda).
A esa estrofa sigue la sexta, de carácter disuasorio (no cures...); la sépti-
ma volverá a las instrucciones positivas (escribe), formando con las dos ante-
riores otro segmento simétrico dentro del diseño, correspondiente a la depre-
cación. Son estos equilibrios, tan sabiamente buscados, los que confieren ca-
rácter clásico a la arquitectura luisiana. Fuera otra vez del esquema de Poli-
ziano, nuestro lírico sigue libando para producir su miel; y otro tópico al que
fue permanentemente sensible, el de la renuncia al oro y a los bienes del mun-
do para preservar la libertad del espíritu, acude, se diría que automáticamen-
te, a llenar los versos 26-30. Horacio lo multiplicó en sus odas, acuñándolo de
diversos modos, algunos de los cuales tienen eco en su discípulo hispano. En
ese desinterés, predicaba el venusino, deben sobresalir los poetas (Epístolas,
II-1, vs. 119 y ss.); y ¿cómo pueden ser las musas propicias a los romanos, si
éstos son educados desde niños en la ambición?, explicaba a los Pisones (vs.
323-332). Pero Séneca (Epístolas, 84) expone la idea de modo muy próximo,
amonestando a Lucilio para que cultive el espíritu, alcance la cima («si cons-
cendere hunc uerticem libet»), y renuncie a los bienes y a la ambición: «tumi-
da res est, uaná, uentosa...». Se trata de otro tópico 61, presente también en
Bernardo Tasso, en el ya mencionado poema en que, celebrando el numen de
la marquesa de Pescara, concluye invocándola así:
racio y de Séneca. Las Rime tassianas, tal vez en éste y de seguro en otros pun-
tos, fueron simples mediadoras entre fray Luis y el mundo clásico, sugiriéndo-
le cómo era posible el beneficio de su temática moral por un poeta moderno.
Y con esa revelación, y con la estrofa de Bernardo —deuda capital, no lo olvi-
demos; la canción a Violante Sanseverino difícilmente hubiera persuadido a
fray Luis—, éste emprendió su propia marcha hacia cumbres que ni de lejos
rozó el mediador.
La última invitación se desarrolla en la lira séptima: Escribe lo que
Febo/te dicta favorable, donde aparece dictar con su significado latino de
'inspirar', tan doctamente elucidado, a propósito de Góngora, por Antonio
Vilanova en su libro fundamental 61. Señala en él su origen ovidiano y su pre-
sencia en las poesías italiana y española, con dos sujetos habituales (dejando
aparte la Providencia de Mena): Amor o alguna de las musas. Ningún caso re-
gistra de Apolo dictante. Nunca se puede asegurar, en casos así, que no exista:
sí que, si hubiese sido relativamente frecuente, no hubiera escapado a la dili-
gencia de mi ilustre amigo, que sólo lo señala en este paso de fray Luis. Mis
pesquisas no han dado frutos copiosos, ya que únicamente he hallado un
ejemplo en que Febo sea evocado en su función de dictar. Aparece —casi
podría adivinarse— en Poliziano, el cual, en su poema «In laudem Cardinalis
Mantuani», escribe:
ciencias sutiles e ingeniosas doctrinas, aparta el ánimo de la ganancia de la hacienda, y por esto las
más vezes los sabios son poco ricos, y los ricos poco sabios, porque las ciencias se alcancan con el
entendimiento especulativo y las riquezas con el activo, y siendo el ánima humana una, quando se
da a la contemplación no estima los negocios mundanos, y estos tales hombres son pobres por
elección», Diálogos de amor, NBAE, XXI, p. 349, Francesco Fidelfo (Depaupertate) no parecía
muy conforme con la regla de que los filósofos prefieren la pobreza: «Vixerunt sane illi pauperes
[...] quoniam divites esse non possent», Prosatori, ed. cit., p. 516.
63 Significativamente, Macrí no comenta estos versos. En su texto, corrijo antiguo por anti-
go que exige la rima.
218 FERNANDO LÁZARO CARRETER
64 Cfr. G. Mazzacurati, La questione della lingua del Bembo alV Accademia florentina, Ña-
póles Liguori, 1965, p. 68 y ss.
65 Loe. cit., pp. 60, 64 y 92, respectivamente.
66
Me parece evidente que la famosa dedicatoria del libro III de Los nombres de Cristo la
refleja. Aunque el autor no olvida, claro, la defensa que Cicerón hace del latín en Tusculanas, I y
II, y en las páginas primeras de Académica, Definibus, De natura deorum... A él lo censuraban
por tratar en su lengua, y no en griego, materias nobles. Dante, Convivio, I-XI, contó con su
ejemplo.
67 En sus comentarios a Garcilaso, según señalo en un trabajo en prensa.
IMITACIÓN Y DISEÑO EN LA ODA A JUAN GRIAL 219
tanta gravita e venusta trattate, quale senza dubbio non si truova in Ovidio,
Tibullo, Catullo e Properzio o alcun altro latino?» 68. He aquí, concretamen-
te, un estilo moderno opuesto al antiguo.
En ningún caso pretendo postular una «influencia» directa de Bruni
—menos, de Lorenzo— en nuestro poeta. Si aporto testimonios de ese tipo es
para probar que, no sólo los conceptos, sino, a veces, las palabras mismas de
la oda pertenecían a un ámbito intelectual y poético ampliamente compartido
por los humanistas. Y no me parece ilícito suponer que el exhorto a Grial, en
ese punto, representa una toma de posición por parte de fray Luis en cuestión
tan viva aún en su tiempo 69. El se alineaba en una corriente típica del quinien-
tos, diagnosticada por Mazzacurati como de «progressiva 'democratizza-
zione' della cultura», dispuesta a transferir a la lengua vulgar los bienes inte-
lectuales que antes eran privilegio del latín 70. Y ello, no por aversión a éste, si-
no por amor rendido, que hacía desear para el idioma materno idéntica gloria.
En esa empresa, los italianos del XVI suelen lamentarse del estado de sus
letras, pero Dante, Petrarca y Boccaccio los llenan de orgullo, y pueden pre-
tender que han superado a los antiguos. Fray Luis no cuenta con tan sublimes
apoyos. Ha extrañado a veces que, en su poco aprecio a las obras escritas has-
ta entonces en castellano, no hiciera excepciones; y entre todas las posibles,
una: Garcilaso. La estima se la mostró de otra manera: leyéndolo con fervor y
acogiendo varias de sus acuñaciones verbales. Pero un poeta erótico de
magrísima obra no bastaba para autorizar una lengua, para conferirle digni-
dad. No significa olvido del toledano el que fray Luis justifique el poco presti-
gio del romance por «lo mal que usamos de nuestra lengua no la empleando si-
no en cosa sin ser», y por «lo poco que entendemos della creyendo que no es
capaz de lo que es de importancia» 71. (Más chocante es que no conceda aten-
ción a la literatura espiritual, que contaba con los nombres eminentes de Osu-
na, Laredo o Estella). Es, simplemente, que la autoridad de un idioma la da-
ban los escritores que habían tratado materias graves. Lazzaro Bonamico, el
cual encarna en el Dialogo delle tingue de Speroni el humanismo más reac-
cionario («dico che piú tostó vorrei saper parlare come parlava Marco Tullio
La inflexión ovidiana.
Súbitamente, por una muy breve transición (vs. 34-5), la oda desemboca
en la última lira que imprime al diseño una inflexión acusadamente póntica.
Es la estrofa lírica, la portadora del yo, la confidente del dolor del poeta. No
hay en ella una queja: falta esa nota, a veces vilísima, que caracteriza a Ovi-
dio: fray Luis queda en la mera manifestación de su derrocamiento, que, por
eso, emociona más. Que el recuerdo de las Tristes y de las Pónticas acudió a su
pluma en ese remate, parece claro: puede multiplicarse la enumeración de con-
ceptos e imágenes que, en estos libros, son comparables con los de la lira octa-
va.
Por un lado, está la imposibilidad de seguir escribiendo cuando una
desgracia abate el espíritu; y ocurre que ahora fray Luis yace derribado por un
torbellino; cf.:
Por otro, la fuerza de iactor in indómito... profundo (1-11, v. 39) parece con-
servada en acometido y derrocado /.../al hondo 75. Es también ovidiana la
idea del rompimiento de las alas: Nasón se compara con Icaro que, por no se-
guir el tranquilo vuelo de Dédalo, cayó al mar 76. Esa sugerencia icárica se
mantiene en la oda.
Fray Luis tenía que recordar también el poema de Ovidio a su discípula
Perilla («...dic, studiis communibus ecquid inhaeres?», Tristes, III-6, v. 11),
en que se pregunta si ella, en vista de su desgracia, habrá dejado de escribir; y
la amonesta: «in bonas artes., redi». Este poema pudo desencadenar, a través
del lugar común 'exhorto a un poeta amigo' la tonalidad ovidiana de la lira úl-
tima; aunque no es hipótesis necesaria: la similitud de destinos que siente el
fraile perseguido con el desterrado en Tomis bastaba para suscitarla.
Conclusión.
Tal vez no sea impertinente extraer de los resultados que hemos obtenido
en nuestro análisis, algunas conclusiones de carácter general, aplicables a la
interpretación de la obra lírica original de fray Luis de León, y aun a la poéti-
ca del Renacimiento. El escritor de aquella edad, educado en la doctrina que
consagró el Humanismo, sitúa la imitación en el centro de su actividad. La
originalidad absoluta constituye un ideal remoto, que no se niega, pero tam-
poco se postula exigentemente: es privilegio concedido a poquísimos, y existe,
además, la posibilidad de alcanzarla con el método imitativo. La imagen del
gusano de seda, que elabora sacándolos de sí sus hilos, atrae; pero se presenta
como más segura la de la abeja, que es capaz de fabricar su dulce secreción li-
74 Cfr. igualmente: «Ingenium fragere meum mala...» (Ibid., 111-14, v. 33); «...carmina lae-
tum / sunt opus et pacem mentís habere uolunt» (Ibid., V-12, vs. 3-4).
75 La imagen del hundimiento en el hondo, también en Tristes, 11-40, v. 99; y en Póníicas, II-
7, v. 54.
76 «Qui fuit ut tutas agitaret Daedalus alas, / Icarus inmensas nomine signe aquas?» (Tris-
tes, III-4, vs. 21-2). Concepto parecido en 1-1, vs. 89-90.
222 FERNANDO LÁZARO CARRETER
Creo debe ser normal que, al cabo de los años, un profesor universitario
tenga mayor o menor número de carpetas y ficheros con datos, ideas y proyec-
tos que esperan una última mano para salir a la luz en forma de artículo, co-
municación o libro.
Este hecho me parece que debe ser especialmente frecuente entre profeso-
res españoles, pues, de continuo, vemos interrumpida, trastornada o rota
nuestra normal labor docente e investigadora por tareas administrativas, a ve-
ces ineludibles, y por la obligada participación en inacabables pruebas, reváli-
das, tribunales, reuniones, juntas, etc., etc.
Por lo que a mí respecta, debo decir que, en relación con el título de esta
comunicación, desde hace años tengo detenidos dos proyectos en los que he
invertido bastantes «trabajos y días».
Es el primero un estudio sobre El Libro de Job en la Literatura Española.
Lógico parece que, dado el concepto trascendente del vivir humano en el
Cristianismo y dado que el propio Cristo escogió la cruz como camino de sal-
vación, los exégetas cristianos adoptaran nueva actitud ante la presencia del
dolor y del infortunio en la vida del hombre, y que, desatendiendo los
humanísimos lamentos, reproches y argumentos de Job y de sus amigos,
vieran en él, ante todo, el esforzado capitán de la paciencia que, justo y sin
maldecir a Jehová, prefiguraba y preanunciaba a Cristo que, mucho más jus-
to, salvó al mundo con sus llagas y su cruz l.
1 Recuérdese cómo el propio Cristo, con parábolas como las del trigo y la cizaña o la de la
red y los peces, en sus bienaventuranzas y en otras múltiples ocasiones, expresamente manifiesta
que Dios hace salir el sol y llover sobre buenos y malos, que sólo al final de la jornada se distin-
guirá y separará a unos de otros, y que sólo quien tome su cruz y le siga entrará en el Reino de los
Cielos y hallará la verdad y la vida. (San Mateo, 5,3 a 11; 6, 19 y 20; 10, 38; 13, 30 y 49; 16, 24 y
26; 18, 3; 25, 31 a 46, etc.).
226 ALBERTO NAVARRO
2 Mientras Santa Teresa, anhelante de seguir a Cristo por la senda del dolor, en sus Loas a la
Cruz afirma que «la paciencia / todo ío alcanza», su admirador Cervantes, en el Prólogo a las
Novelas Ejemplares afirma: «Fue soldado muchos años y cinco y medio cautivo, donde aprendió
a tener paciencia en las adversidades».
El colérico Vicente Espinel, tras escarmentadoras experiencias, desde su sereno descanso
madrileño dice en el Marcos de Obregón: «mi principal intento es enseñar a tener paciencia, a
sufrir trabajos y a padecer desventuras».
Quevedo, en la impresionante confesión que hace en Constancia y paciencia del Santo Job,
preso en San Marcos, escribe: «Estoy armando de paciencia mi corazón con estudiarla»; y Calde-
rón, en su Príncipe Constante, presenta a un héroe cristiano abrazado pacientemente al infortu-
nio.
En cuanto a Galdós, al hablar de las grandes virtudes nacionales, únicamente cita «la pacien-
cia y el cumplimiento del deber», en el famoso discurso que pronunció en Madrid el 9 de Di-
ciembre de 1900 ante sus paisanos:
«El Archipiélago canario, centinela avanzado de España en medio del Océano, conoce bien
las responsabilidades de su puesto y en él permanece y permanecerá... sintiendo en su alma todo el
fuego del alma española, que siempre fue el alma de las grandes virtudes, de aquellas que superan
al heroísmo, en su forma más espiritual: la paciencia y el cumplimiento del deber». La Fé Na-
cional, Las Palmas de Gran Canaria, 1973.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 227
4 Según Juan Urbiana, este manuscrito «se extravió en la Guerra de la Independencia y fue a
parar a Granada donde lo vio y adquirió el Magistrado de aquella Audiencia, D. Mauricio Baro-
dad y Béjar, y lo regaló a la Biblioteca de esta Universidad». {Reseña biográfica y bibliográfica
del Maestro fray Luis de León, Salamanca 1858). Vid. Catálogo de la exposición bibliográfica en
torno a fray Luis, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1979 p.23).
5 Fray Luis de León Obras Completas Castellanas, Prólogo y notas del P. Félix García,
O.S.A., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1951, p. 793-812.
6 Autógrafos de fray Luis de León y El Libro de Job del P.M. fray Luis de León (Arch. His-
pano Agust. vol. 15, 1921 y vol. 12, 1919.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 229
Al concluir cada uno de los diez últimos capítulos fray Luis expresamente
indica en el autógrafo el día y la ciudad en que los terminó, por lo que fácil re-
sulta comprobar que, desde la terminación del capítulo XXXIII a la del XLII,
transcurrieron más de diez años:
XXXIII Pinciae Novembris An 80; XXXIV Valladolid 10 Dec. 80;
XXXV Valladolid 13 de Diciembre An. 80; XXXVI Madrid 27 de Octubre de
90; XXXVII Madrid 29 de Noviembre de 1590; XXXVIII14 de Diciembre de
90; XXXIX Madrid 6 de Enero de 91; XL Madrid 1 de Hebrero de 91; XLI
Salamanca 19 de Hebrero de 91; XLII 8 de Marzo de 1591.
Ahora bien, si nos fijamos atentamente, también resulta fácil comprobar
que los 32 primeros capítulos y la exposición de los 19 primeros versículos del
XXXIII están escritos con letra más serena y regular, y en cuadernos de distin-
to tamaño, que los diez últimos, escritos con letra más cursiva y apresurada10.
II Oreste Macrí La poesía de fray Luis de León, Anaya, Salamanca, 1970, p. 39.
232 ALBERTO NAVARRO
Sin poder entrar detenidamente en la debatida cuestión del papel que tu-
vo la Madre Ana de Jesús en hacer que fray Luis redactara su Exposición,
queremos señalar un hecho que deberá tenerse en cuenta.
Me refiero a que, en el autógrafo salmanticense, la citada Dedicatoria an-
tecede al texto de la Exposición y va escrita con el mismo tipo de letra serena y
clara de los 32 primeros capítulos y de los primeros 19 versículos del XXXIII.
Es decir, que la intervención de la animosa compañera de Santa Teresa
para que fray Luis escribiera o publicara su Exposición fue bastante anterior a
1588, y que, probablemente, a ella se debe que fray Luis se decidiera a pasar
en limpio los primeros 32 capítulos y parte del XXXIII el año 1580, lo que no
obsta para que también volviera a insistirle posteriormente, ya que se trataba
de un libro entonces de «actualidad» en los «medios» en que vivían fray Luis y
la Madre Ana de Jesús 13,
Esta hipótesis que especialmente basamos en el testimonio del autógrafo
salmanticense, se corrobora si tenemos en cuenta también que la citada carme-
lita profesó en Salamanca el año 1571, y que en una de sus cartas da a enten-
der que su trato con fray Luis fue prolongado e íntimo:
«Pídole a V.R., por el amor que nos tenemos, que me ayude siempre en
sus oraciones y las ofrezca muchas veces por el P. Maestro fray Luis de León,
que se lo debemos todo; yo mas que persona a otra en la tierra. Presto irá a
esa. Trátele V.R. que es muy sancto y para cuanto nosotras hemos menester.
Tiene mucho caudal de Dios, con gran deseo de servir a Su Majestad en hacer-
nos bien. Harto nos ha hecho aquí en cosas de que gozará toda la Orden» 14.
Pero incitárale la Madre Ana a escribir o ultimar el Libro de Job, antes o
después, ¿Cómo es que, a pesar de tales incitaciones y a pesar de tener su tarea
muy avanzada, tarda otros 10 años en decidirse a escribir los 7 últimos
capítulos?.
¿No será que fray Luis, tras llegar a ocupar la Cátedra de Biblia después
de controvertidas oposiciones, preferiría entregar su tiempo a ocupaciones
más gratas que las cotidianas de las aulas?
giümo tempore; y que también hacia 1580 parece que andaba preparando la
edición de sus maravillosas poesías.
Otro cierto considero también que fray Diego González añadiera los ar-
gumentos que faltaban, las traducciones en verso de Horacio, Virgilio y
Claudiano para los que fray Luis dejó espacio en blanco (Capítulo XXXVIII),
y que el mismo poeta mirobriguense completara con 105 tercetos las inacaba-
das paráfrasis poéticas de cinco capítulos (21 en el Capítulo XXIV, 19 en el
XXVII, 17 en el XXVIII, 26 en el XXX y 22 en el XXXI).
Las traducciones poéticas de fray Diego son tan excelentes y tan similares
a las de fray Luis, que con dificultad se distinguirían de los bellísimos tercetos
de éste, si los editores primeros no hubieran tenido cuidado de editarlas con
distinto tipo de letra o entre paréntesis.
No tan acertado me parece, en cambio, que el P. Merino incluyera en el
Capítulo XXXVIII la traducción completa que del Salmo XVII hizo fray Luis
y que Quevedo recogió en la edición de sus poesías, pues, dado el espacio en
blanco que hay en al autógrafo, sin duda fray Luis sólo pensaba recoger los
versos que concretamente se referían a lo que en su exposición estaba dicien-
do.
Ahora bien. A pesar de las excelencias citadas de las ediciones de la Expo-
sición del Libro de Job, creo resulta necesaria una edición crítica a base del
autógrafo salmanticense, y de los argumentos y paráfrasis en tercetos que con-
tiene el ya citado manuscrito de la Academia de la Historia de Madrid.
Hay que tener en cuenta, en efecto, que la edición de 1779 se hizo, no
sobre el autógrafo de Salamanca, sino sobre una copia del mismo.
Es cierto que la copia del P. Méndez fué fidelísima, pero, dejando-ahora
a un lado las numerosas correcciones que aparecen en el autógrafo de las que
mas adelante hablaremos, hay que concretar:
1°.- Cuales son «las citas que faltaban y que apuntó» el P. Merino.
2°.- Cuales los «textos de las Escrituras sólo apuntadas» y que el P. Meri-
no «completó».
3°.- Cuales las «palabras hebreas que agregó por echarse de menos en los
comentarios».
4°.- Cuales fueron las «palabras que se enmendaron», por parecerle
«erratas del copista» o de fray Luis a la Inquisición o al P. Merino.
La necesidad de esta edición crítica implícitamente la reconoce el propio
P. Félix García cuando, en nota puesta al final de su Introducción al Libro de
Job, dice:
«nos atenemos al original que se conserva en Salamanca, y a la primera
edición, llevada a cabo por el P. Diego González.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 237
ellas, y aún cuenta a veces las letras, y las pesa y las mide, y las compone, para
que no solamente digan con claridad lo que se pretende, sino también con
armonía y dulzura».
Pues bien, las numerosas correcciones del autógrafo salmenticense
corroboran la verdad de las anteriores afirmaciones, y nos permiten compro-
bar cómo, este gran maestro de Cervantes forja y pule su prosa con arte y es-
mero análogos a los de su maravillosa poesía.
Sin poder traer aquí ni una mínima parte de estas correcciones que, como
las también interesantísimas que aparecen en al autógrafo de la paráfrasis en
tercetos de la Academia de la Historia, deberán recogerse y estudiarse en la ne-
cesaria edición crítica, sí queremos hacer algunas observaciones en torno a las
mismas.
Dejando a un lado las no escasas que se deben a motivos ortográficos, y
que pueden interesar a los estudiosos de la ortografía castellana del Siglo de
Oro, las más frecuentes e interesantes son las que hace fray Luis por el doble
afán de expresarse de forma más precisa y armoniosa.
Entre ellas, las más numerosas son las que hace para cambiar el orden de
colocación de un vocablo dentro de la frase, ya por razones de armonía, ya
por atenerse al orden lógico de la frase castellana: 16
«prueua Dios en su discurso por (manera) manifiesta manera» 4v.
«aunque no es de las cosas que da Dios a los buenos solas o de las que
(siempre) les da siempre, sino de las que por (secreto) orden secreto de su pro-
videncia da a buenos y malos» 10.
«de manera que era Job (abastado de hijos y en) de hijos abastado y en
hacienda rico» 11.
«a quien (le conviene) la qualidad le conviene» 134.
«que (en esto) pensaban agradar a Dios en esto» 181 v.
«como (dize) el original dize» 185.
«bolviendo (sobre sí) Job sobre sí» (185).
Siguen en número e interés las que hace fray Luis para cambiar unos vo-
cablos por otros más precisos, claros o armoniosos:
«dar reposo y (alegrar) regocijar el corazón» 423,
«es propio (a) de Dios la (alteza) grandeza» 493 v.
«esto es que de (copioso) caudaloso que era antes» 497.
También puede verse en él cómo, aún los diez últimos capítulos que por
la razón antes indicada presentan mayor número de correcciones, tachaduras
y espacios en blanco, los redacta fray Luis con amplitud análoga a los 33 pri-
meros y no muestran signos de cansancio y precipitación.
Claro que el tono y el estilo de la Exposición del Libro de Job varían res-
pecto a los del Cantar de los Cantares y a los de Los Nombres de Cristo y de
La perfecta casada.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que estas últimas obras las escribe
fray Luis cuando está escribiendo también parte áú Libro de Job, sería intere-
sante hacer un cotejo detenido bajo el punto de vista del pensamiento, del to-
no y del estilo, sobre todo entre sus dos obras más extensas y profundas: Los
Nombres de Cristo y el Libro de Job.
Tras la atenta lectura de ambas, creo que las principales diferencias que
entre ellas se perciben se deben fundamentalmente al distinto tono, estilo y
pensamiento que le inspiran a fray Luis los temas a comentar en el Cantar de
los Cantares, Los Nombres de Cristo y La perfecta casada de un lado, y del
otro en el Libro de Job, el poema que hasta ahora —dejados a un lado sus as-
pectos proféticos y sagrados— ha expresado de forma más genial, humana y
desgarrada la presencia del dolor en la vida del hombre que, desconocedor
aún del mensaje trascendente de Cristo, se considera desvalido ser de un dia
abocado al sepulcro.
Ello puede comprobarse si cotejamos, por ejemplo, las conocidas exalta-
ciones que de la vida del pastor y del labriego hace fray Luis en Los Nombres
de Cristo («Pastor») y en La perfecta casada (capítulos 2 y 4), con la siguiente
cruda acusación de los males del «pobre labrador», que bien podrían suscribir
Torres Villarroel, Meléndez Valdés y Gabriel y Galán, y que precisamente fi-
gura en uno de los 32 primeros capítulos:
«Porque sin duda es mal grandísimo al pobre labrador, que con el sudor
suyo y de su familia ha lacerado todo un año, volviendo y revolviendo la
tierra, pasando malos dias y no descansando las noches, madrugando y ayu-
nando, al calor y al hielo, en la cultura del campo, y lo que es mas, confiando
de las aradas ese poco de trigo en que estaba su sustento y su vida; el señor del
suelo donde sembró, ocioso y descansado y durmiendo, al fin de su trabajo,
despojarle de todo el fructo del y comer el ocioso y vicioso tantos sudores aje-
nos, y alegrarse él con lo que el miserable llora y sospira» 17.
Algo análogo cabría decir, si nos fijamos en la verdadera oda en pro-
sa a la noche serena que hallamos en Los Nombres de Cristo al comienzo de
17 Obras Completas Castellanas, edic. cit., Capit. XXXI, vers. 38, p. 1148.
EN TORNO A LA EXPOSICIÓN DEL «LIBRO DE JOB» 243
Conclusión.
Pocas obras literarias han tenido tan pertinaz y profunda influencia en la
literatura y en la vida occidentales como el Libro de Job, a cuyo autor desco-
nocido Víctor Hugo situaba entre otros genios de la humanidad, como Home-
ro, Esquilo, Isaías, Ezequiel, Lucrecio, Juvenal, Tácito, San Pablo, Dante,
Rabelais, Cervantes y Shakespeare.
La Exposición que del mismo hizo fray Luis de León creo figura en lugar
descollante entre las obras que se ocuparon de la presencia del dolor en la vida
humana, desde el citado Libro de Job a La Peste de Camus, pasando por La
Consolación de Boecio, Las Morales de San Gregorio y los incontables co-
mentarios y tratados consolatorios 19.
Concretándonos al autógrafo salmanticense del Libro de Job de fray
Luis, creo que posee interés para ayudar a aclarar ciertos aspectos relaciona-
dos con dicha Obra, e incluso con la vida de fray Luis.
La importancia del autógrafo nos parece trascendental para ver como
fray Luis componía y pulía su prosa y para realizar la necesaria edición crítica
del Libro de Job.
18 Alberto Navarro González De las noches... de fray Luis a las noches... de Unamuno,
Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, Salamanca 1975, XXII, pag. 33-59.
M a Jesús Fernández Leborans La noche en fray Luis de León, PROHEMIO, Madrid, n°
Abril-Septiembre 1973.
19 Véase el interesante libro de José M a Cabodevilla que, frente a la tradicional exaltación de
la paciencia de Job, se fija en su humanísima impaciencia y desconcierto ante el dolor que inexpli-
cablemente le muerde y le rodé: La impaciencia de Job, (Estudio sobre el sufrimiento humano),
BAC, Madrid 1970, (3 a edic).
244 ALBERTO NAVARRO
iguales miras que en la Noche serena (marco, por otro lado, probablemente en
particular dependencia de las Turculanas).
Demos un poema entero por último ejemplo. No solo los estudiosos no
han identificado al «Cherinto» a quien se destinan Las Serenas, sino que han
advertido —así el Padre Vega— que «el argumento de esta oda es difícil de
precisar». Pero «Cherinto» es sencillamente el «Cerinthus» a quien la apa-
sionada Sulpicia deseaba atraer a sí, como sirena, con cantos de amor que las
viejas ediciones del corpus Tibullianum solían titular Ad Cherintum: y al per-
catarnos de la fisonomía (o la máscara) del destinatario, el pretexto argumen-
tal de la oda se aclara sin mayores problemas.
La tradición literaria, pues, ofrece un trasfondo imprescindible para en-
tender versos, estrofas, poemas de fray Luis. Otro tanto podría comprobarse
(por largo) en «los más simples y breves elementos significantes», cuya impor-
tancia en las odas ha tendido a rebajar un admirado maestro. Para mí, en
cambio, los refinamientos de estilo, el primor con que «cuenta a veces las
letras y las pesa y las mide» (según confiesa, con una discreta alusión entre
bíblica y ciceroniana), el arte de la forma mínima, constituyen los supremos
logros de fray Luis. Conviene realzar, en cualquier caso, que los tales logros se
descubren tan en deuda con una cierta tradición cuanto en polémica con otra.
Pienso, claro, en la tradición clásica (y neolatina) y en la tradición vulgar (cas-
tellana, italiana o italianizante).
La vena más ilustre de la poesía romance, la nacida de Petrarca, era rica
en motivos, resonancias y patrones clásicos; pero en conjunto distaba de ser
substancial, constitutivamente clásica: se quedaba en rama ennoblecida —por
injertos antiguos— del frondoso tronco vulgar. Los timbres estrictamente clá-
sicos no podían reclamarlos sino la poesía neolatina, entonces, al mediar el
siglo XVI, en el momento de sumo esplendor (el propio Garcilaso, cuando
quiso asumir cabalmente el clasicismo, optó por el camino liso, llano y de-
recho de escribir en latín). No obstante, el «nuevo estilo».que fray Lüí§:incul-
caba a Grial (o el Brócense proponía en 1574) aspiraba a conseguir en castella-
no la meta que muchos creían solo alcanzable en la lengua sabia. Permítaseme
decirlo así, habida cuenta del contexto literario de la época: fray Luis es un
poeta neolatino en romance.
Los humanistas deploraban especialmente en la lírica vulgar la falta de
las exquisiteces formales que eran el encanto del verso clásico. «Poetae illi vul-
gares et illiterati —denunciaba en Salamanca Arias Barbosa— pedum acci-
dentia, sublationes, positiones, témpora, resolutiones, figuras, proportiones
totamque hanc vel praecipuam prosodiae scientiam penitus ignorant». Apro-
piarse en castellano de esos recursos más sutiles era parte vital del designio de
fray Luis. Pero la medida en que el intento de superar el mero italianismo del
TRADICIÓN Y CONTEXTO EN LA POESÍA DE FRAY LUIS 247
pasado reciente forzaba a las coincidencias con los poetas neolatinos se ilustra
en otros aspectos con mayor facilidad que a propósito de «los más simples y
breves elementos significantes».
Recojamos por muestra Las Serenas arriba mencionadas. Si la oda se di-
rige «A Cherinto», es inútil buscar el apellido «'Chirino' en Cuenca y su pro-
vincia» (como hacía el bueno de Coster); aún si no hubiéramos reconocido a
«Cerinthus», lo primero debiera haber sido notar un uso corriente de los vates
neolatinos: dirigir el poema a un personaje disfrazado con nombre antiguo, y
a menudo al destinatario de una pieza clásica. Así, «Ad Avitum», «Ad Pris-
cum», «In Carinum»..., o «Ad Charillum», «In Posthumum», «Ad Polycar-
mum»..., por espigar algún epígrafe, únicamente del apéndice de Juan Petre-
yo a los Divae Magdalenae Libri IV (Toledo, 1552) y de los Poética de Diego
Salvador (Salamanca, 1558). Ni para dar ejemplos es necesario pasar de los
epígrafes, que en la mitad de las odas de fray Luis se limitan o se detienen a
nombrar al amigo a quien se endereza la composición. Pues tal rasgo no es
sencillamen^un reflejo de los modos horádanos, sino más bien de las intitula-
ciones rituales en la lírica neolatina: lírica en gran parte de circunstancias, de
academia o círculo de entendidos que se complacen en enviarse poemas que
elevan a categoría y arte selecta las anécdotas de la experiencia entrañable-
mente compartida.
Típica al respecto es la «Canción al nacimiento de la hija del Marqués de
Alcañices». Llobera y Macrí la han vinculado a «la canción de Herrera a don
Juan de Austria {Cuando con resonante), con motivo de la rebelión de los mo-
ros en las Alpujarras en 1571, del mismo género encomiástico». No osaría yo
subscribir la última frase. Los versos de fray Luis pertenecen a otro género,
nada conspicuo en vulgar, pero comunísimo entre los autores neolatinos, en
España y fuera de España: el genethliacus (o, en griego, para mayor claridad,
genethliacori), escrito a manera de horóscopo en ocasión de un natalicio o
cumpleaños.
Los paralelos casi podrían multiplicarse por el número de odas del agusti-
no. Alberto Blecua acaba de llamar la atención, con pleno acierto, sobre el de-
sinterés de fray Luis por los temas amorosos, a salvo cinco sonetos
verosímilmente extraños a la colección de sus obras poéticas, donde, como
fuera, «apenas» hay textos «que se parezcan ligeramente al acervo lírico,
impreso o manuscrito, de su tiempo». Entiéndase, por supuesto —con el prof.
Blecua—, 'acervo lírico en castellano'. Porque, como se verá en el capital in-
ventario de Juan F. Alcina, la poesía hispanolatina del Quinientos permite do-
cumentar pródigamente todas esas divergencias de fray Luis en relación con
las tradiciones vernáculas, con el contexto romance, E incluso nos sorprende-
rá, ahí, comprobar que la relativa escasez de los versos de amor solo se reme-
dia un poco merced a la influencia del petrarquismo en vulgar...
248 FRANCISCO RICO
Si de mi baxa lira
tanto pudiesse el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento...
y en ásperas montañas
con el suave canto enterneciesse
las fieras alimañas,
los árboles moviesse... 5
Constituyen las dos primeras liras, como es obvio, una prolongada próta-
sis condicional, artificio básico en la primera parte de la composición. Burda-
mente prosificado, el razonamiento discurriría así: «Si el son de mi lira pu-
diese aplacar el viento, y su canto enterneciese las fieras alimañas y moviese
los árboles...» Cotejemos los dos últimos versos citados con los dos primeros
de fray Luis, que al P. Vega se le antojaban «reminiscencia clásica de las odas
pindáricas 6 :
A la identidad del segmento «las fieras alimañas» hay que añadir la indu-
dable vecindad entre «los árboles moviese» y «las selvas conmoviera», produ-
cida por la análoga ordenación sintáctica, por la igualdad morfológica que
3 Ed. C. Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, p. 306. Cfr. también «alimañas» en p. 526.
4 Tamayo de Vargas, por ejemplo, discrepa abiertamente de Herrera con respecto al término
alimañas (cfr. A. Gallego Morell, ob, cit., p. 603).
5 Utilizo la ed. de Elias L. Rivers 2 (Madrid, Castalia, 1968). Los pasajes citados no figuran
entre los discutidos por A. Blecua, En el texto de Garcilaso, Madrid, ínsula, 1970.
6 En su nueva edic. de Poesías, Barcelona, Planeta, 1970, p. 64.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 251
Una vez más, el diseño de los versos de Garcilaso parece haber condi-
cionado el impulso creador de fray Luis, en un marco ponderativo de gráfí"si-
militud. En primer lugar, sé ha mantenido la traiectio retórica; por otra parte,
hay analogías morfológicas entre elementos situados en posición equivalente
(los alemanes / las Españas; el fiero cuello atados / del yugo desatados)^ de-
sarrollos semánticos de obvia filiación: el término yugo de fray Luis deriva de
la suma de las nociones 'fiero cuello' y 'atar' de Garcilaso. Por último, las an-
tonimias —también en posición análoga— entre atados / desatadas y domesti-
cados / libertadas acreditan un real parentesco y no una coincidencia fortuita.
Al aceptar las constricciones impuestas por lo que Samuel R. Levin llama la
«matriz convencional» 8 , fray Luis ha tenido presente el modelo de Garcilaso,
7 Esta circunstancia invita a pensar en una fecha temprana de redacción, como suponían Llo-
bera y Aubrey C. Bell, opinión que no comparten otros estudiosos de la obra luisiana (cfr. A.
Coster, en Revue Hispanique, XLVI, 1919, p. 225; O. Macrí, La poesía de fray Luis de León, Sa-
lamanca, Anaya, 1970, p. 364).
8 En Estructuras lingüísticas en la poesía, Madrid, Cátedra, 1974, pp. 65 ss.
252 RICARDO SENABRE
Fray Luis, por su parte, evoca «la mar de Berbería» y la flota musulmana
dispuesta a invadir España, y escribe:
12 Anota el P. Vega en su ed. cit. de 1970, p. 67: «Es admirable el movimiento de estas estro-
fas, que quieren competir en rapidez con la nao dichosa».
13 Ob. cit., p. 366.
14 Es lugar en que discrepan los códices. Algunos ofrecen ocupa la ribera. Pero acude está
más de acuerdo con las nociones de movimiento de la estrofa anterior, de la que es correlato, y,
además, no establece asonancia con el adjetivo pura del verso precedente.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 255
Y hay algo más. En la «Profecía del Tajo», tras la lira encabezada por los
dos versos citados aparece otra —probablemente derivada de Horacio— y, a
renglón seguido, una nueva estrofa en que resurgen los rasgos conativos in-
terrumpidos por la anterior:
Aunque la huella pueda parecer muy diluida, el esquema del verso «de in-
numerables huestes rodeada», que reaparece ahora —indudablemente varios
años después—, arrastra elementos contextúales afines: la determinación tem-
poral, marcada por la presencia de cuando en los dos casos; la expresión de la
«caída» en el verso 4 o (te verás derrocada / [suelo] de noche rodeado), unida a
la vecindad fónica entre derrocada y rodeado', la estructura del verso de cierre:
en sangre y liando y en dolor bañada / en sueño y en olvido sepultado. Claro
está que ambas odas caminan por senderos diferentes; sin embargo, ciertas le-
janas analogías han provocado el rebrote del esquema inicial, convertido ya
en figura rítmica e independizado del contexto en que nació.
Todos estos datos, estos ecos de voces propias y ajenas cuyo análisis dete-
nido está por hacer, revelan, al menos, la presencia de un poeta agudamente
sensible a las estructuras rítmicas y a las sustancias de expresión. Además, si la
percepción sensorial de fray Luis le resultaba insuficiente —lo que, natural-
mente, no podemos saber—, tenía a la mano, como todos los humanistas del
XVI, referencias de numerosos gramáticos, seguidores a distancia de Dionisio
de Halicarnaso, acerca de los sonidos de la lengua y de su presunto valor signi-
ficativo. Con respecto a la s, por ejemplo, ya había indicado Messala que
expresaba «sibilum quemdam potius quam vocem humanam», y Marciano
Capella, con mayor precisión fonética, indicaba que la s «sibilum facit denti-
bus verberatis» 15. Todavía recordaba Nebrija en su Diccionario, a propósito
de la r. «persius litteram caninam appellat». Una aclaración cumplida de esta
curiosa calificación ofrece, entre otros, Alejo de Venegas: «La r se forma po-
niendo el pico de la lengua empinado en el paladar superior, de suerte que ha-
ga un temblor que imite la risa que hazen los perros» 16. Y hasta Covarrubias
acoge la vieja tradición: «Llamáronla letra canina, por el estridor con que se
pronuncia, como el perro quando regaña». Ya mucho antes, en 1525, el influ-
yente Pietro Bembo había establecido un completo código de corresponden-
15 Apud A. Alonso, «Examen de las noticias de Nebrija sobre antigua pronunciación espa-
ñola», en NRFH, III, 1949, p. 33. Sobre el origen remoto de estas teorías, cfr. I. Fónagy, «Le lan-
gage poétique: forme et fonction», en el vol. Problémes du langage, Paris, Gallimard, 1966, p.
75.
16 Apud A. Alonso, De la pronunciación medieval a la moderna en español, I, Madrid, Gre-
dos, 1967, p. 99. También Forcellini {Lexicón totius latinitatis) documenta con el testimonio de
varias autoridades esta noticia: «Haec littera dicta est canina, quia canes provocati eam videntur
exprimere: unde hirrire dicuntur».
258 RICARDO SENABRE
cias entre articulaciones fonéticas y valores semánticos 17, para concluir: «Co-
nosciute ora queste forze tute delle lettere, torno a diré, che secondamente che
ciascuna voce le ha in sé, cosi ella é ora grave, ora leggiera, quando áspera,
quando molle, quando d'una guisa e quando d'altra; e quali sonó poi le guise
delle voci, che fanno alcuna scrittura, tale é il suono, che nel mescolamento di
loro esce o nella prosa o nel verso, e talora gravita genera e talora piacevolez-
za» 18. Bien había aprendido la lección Cáscales cuando, en 1617, aseveraba
que el poeta
a de tener conocimiento de las virtudes de las letras. Qual es llena
y sonora, qual humilde, qual áspera, qual agradable, qual larga,
qual breve, qual aguda, qual grave, qual blanda, qual dura, qual
ligera, qual tardia. La a es sonora y clara. La o, llena y grave. La i
aguda y humilde. La u sutil y lánguida. La e de mediano sonido.
En las consonantes se consideran espiritu y sonido: el espiritu dize
en si estridor y rechinamiento: el sonido, sacudimiento, aspereza,
retintin y bramido. La fy s son espirituosas [...]. L, m, n, son
blandas [...]. La r suena ásperamente [...]. La z significa un sordo
ruido... 19
Pero no eran sólo teorías. Se podía aprender —como hizo fray Luis en la
práctica de Virgilio, que ofrecía incontables ejemplos de expresividad fónica
20
. Y existían además, aplicaciones críticas de estos principios, como las muy
17 Así, por ejemplo, de todas las vocales «miglior suono rende la A; con ció sie cosa che ella
piü di spirito manda fuori, perció che con piü aperíe labbra ne 7 manda e piü al cielo ne va esso
spirito»; IÜLQS «molle e dilicata e piacevolissima», y la i? «áspera ma di generoso spirito» {Prose
della volgar lingua, II; ed. C. Dionisotti2, UTET, 1966, pp. 148 ss.).
18 Ed. cit., pp. 150 s.
19 Tablas poéticas, diálogo V; apudla Vinaza, núm. 422, col. 943. En cuanto al posible valor
de laz, conservamos una caracterización atribuida por Capella a Apio Claudio (Forcellini, s. v.):
«2 idcirco Appius Cladius detestatur, quod dentes mortui, dum exprimitur, imitatur».
20 Entre los varios trabajos dedicados a este asunto, cfr. el reciente de W.M. Clarke, «ínten-
tional Alliteration in Vergil and Ovid», en Latomus, XXXV, 1976, pp. 276-300. Con carácter más
general es siempre útil la consulta del libro clásico de Marouzeau (Traite de stylistique latiné) o de
N.I. Herescu, La poésie latine. Étude des structures phoniques, París, Les Belles Lettres, 1960.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 259
21 Así, la presencia de muchas consonantes en un verso lo hace «grave, tardo y lleno» (ed.
cit., p. 297); las vocales «suenan más dulcemente que las consonantes» (p. 321), aunque hay ca-
sos, como el de /, cuya aliteración es suave (p. 373); a propósito de unos versos de Virgilio gober-
nados por la forma verbal canebat observa Herrera que las aliteraciones detyd «representan bien
el gesto del que canta» (p. 405). Comentando el verso de Garcilaso «que las agudas proras
dividían (Égl. II, 1625) anota Herrera lacónicamente: «Áspero número es cuando se juntan pa-
labras de tres o cuatro consonantes. Pero en este lugar es conveniente» (p. 544).
22 De los nombres de Cristo, ed. cit., p. 497.
23 Sobre los problemas teóricos que plantean estas cuestiones, ya suscitados hace años por
Sapir («A Study in Phonetic Symbolism», en Journal of Experimental Psychology, 1929, pp. 225-
239) y nunca abandonados por los psicólogos (cfr. M. Wertheimer, «The Relation between the
Sound of a Word and its Meaning», en American Journal of Psychology, 71, 1958, pp. 412-415),
hay numerosos estudios en los últimos años, cfr. el libro de J.M. Peterfalvi, Recherches espéri-
mentales sur le symbolismephonétique, París, CNRS, 1970. Con una orientación distinta, P. Del-
bouille, Poésie et sonorités, Paris, Les Belles Lettres, 1961; P.R. León, Essais de phonostylisti-
que, Paris, Didier, 1971; C. Tatilon, Sonorités et texte poétique, Paris, Didier, 1976. Cfr. tam-
bién las consideraciones de E. Aíarcos Llorach en «Fonología expresiva y poesía» [1950], en el
vol. Ensayos y estudios literarios, Madrid, Júcar, 1976, pp. 219-236; y las páginas del mismo
autor dedicadas a la «expresividad del material fónico» en La poesía de Blas de Otero 2 , Salaman-
ca, Anaya, 1973, pp. 139 ss., y znÁngelGonzález, poeta, Oviedo, Universidad, 1969, pp. 163 ss.
260 RICARDO SENABRE
También aquí, las aliteraciones de grupos con nasal —con, son, santo—
cumplen una función análoga: simultáneamente, la regular distribución de
otros sonidos aliterados, como d y /, subraya el carácter sereno y apaciguador
de la música 26. Dos versos más se prolonga esta sensación con procedimientos
semejantes:
Aun a riesgo de incurrir en una «derivatio» entre dulce y dulzor fray Luis
extiende a este último verso los grupos formados por vocal + /. Si antes el
«son» había sido calificado de «dulce», ahora se atribuirá a un «rabel», para
desembocar en un verdadero derroche de formas aliteradas sin rehuir siquiera
27 Hay, claro está, otros artificios, como la distribución de los fonemas vocálicos, con cinco
ocurrencias de / a / en las cinco últimas sílabas del verso.
28 Me aparto aquí de la lección que acoge el P. Vega para el v. 18 (se cansa así), aunque, se-
gún el parecer del editor, «hace mejor sentido» (ed. de 1970, p. 21). Creo, por el contrario, que
ansí no es sólo una lectura respaldada por numerosos códices, sino la única que da pleno sentido
al verso.
262 RICARDO SENABRE
29 Naturalmente, hay otras menudas reiteraciones, como los grupos con nasal sin-cansa-
ansí-endura, y la similitud rítmica y fónica entre sin-tá-sa y se-cán-sa,
30 Hay casos, no obstante, en que este parece ser el único designio, como en los vv. 41-45 de
«¿Cuándo será que pueda...?», que dicen: «Y entre las nubes mueve / su carro Dios ligero y relu-
ciente; / horrible son conmueve, / relumbra fuego ardiente, / treme la tierra, humíllase la gente».
Aquí, el «horrible son» ha determinado la selección de vocablos con abundancia del fonema //•/
y, en general, de articulaciones oclusivas, así como de grupos trabados por nasal. Un ejemplo si-
milar es el de la oda «Las selvas conmoviera» (vv. 81-85): «De hacia el Mediodía / oye que ya la
voz amarga suena; / la mar de Berbería / de flotas veo llena; / hierve la costa en gente, en sol la
arena» (para este último verso adopto una lección distinta de la que ofrece el P. Vega). También
aquí el sema 'sonoridad', explícito en los términos oye y voz, condiciona las aliteraciones amarga-
mar y Berbería-hierve.
31 R. Lapesa: «Las odas de fray Luis de León a Felipe Ruiz», en el vol. De la Edad Media a
nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, p. 180.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 263
rosa apoyatura fónica. Pero hay algo más. La estrofa se organiza en torno a
dos nociones nucleares— el árbol y la poda—, a cada una de las cuales se
adhieren aliteraciones de distinta naturaleza: el árbol está representado por la
concurrencia de //•/, y la poda por la aliteración entre desmochada y hacha,
Al mismo tiempo, la vecindad entre el hacha y el efecto producido por ella se
consolida mediante la rima de los versos 2 o y 4 o , que recae en dos atributos
contiguos: desmochada / despedazada. Pero de lo que se trata, como en Ho-
racio, es de afirmar que el árbol podado extrae fuerza para sus renuevos del
mismo hierro que lo desmochó. El hacha y el árbol se funden, así, en los vas-
tagos. Por eso el último verso de la estrofa reúne términos pertenecientes a los
dos núcleos temáticos —hierro por 'hacha' y rica y esforzada como atributos
de la «carrasca»— y mezcla sus representaciones fónicas: el fonema //*/ de ri-
ca invade la nueva mención del hacha —hierro—, y rica se une a esforzada pa-
ra contraponer, gracias a la rima, el renacimiento de la encima frente a su si-
tuación anterior {desmochada, despedazada).
En un mismo texto, las diversas manipulaciones de la sustancia de expre-
sión pueden obedecer a razones distintas, acordes con los contenidos que van
sucediéndose en el discurso. Véase, por ejemplo, lo que ocurre en los vv. 9-15
de la oda a Grial:
Ya Éolo al mediodía 32
soplando espesas nubes nos envía.
Ya el ave vengadora
del íbico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y el yugo al cuello atados,
los bueyes van rompiendo los sembrados.
En el verso segundo de los reproducidos, el «soplo» del viento se refuerza
mediante la aliteración del fonema / s / ; su continuidad, merced a los grupos
con nasal y la reiteración de / n / . En los dos versos siguientes, en cambio, las
homofonías son de índole conectiva, y tienden a reafirmar la solidaridad entre
elementos separados por razones métricas: el ave es la misma que navega, y és-
ta es vengadora. Dicho de otro modo: ave se relaciona con navega por la
inclusión total de sus componentes fonemáticos en la forma verbal, y se apro-
xima a vengadora no sólo por su posición y por la marca gramatical de atribu-
ción que supone la concordancia, sino por la reiteración de la sílaba ve. A su
vez, navega y vengadora mantienen su cercanía gracias a la parcial semejanza
entre (na)vega-venga(doia). El verso siguiente —«y con ronca voz llora»—
Traspasaré la vida
en goso, en paz, en luz no corrompida.
33 Ya señalaba Herrera, que, frente a un término como aguas, la forma ondas «es dicción
más sonora y llena y más grave» (Anotaciones, ed. cit., p.381). Evidentemente, el efecto está pro-
ducido por la presencia de la vocal o y la resonancia proporcionada por la nasalización.
34 Cfr. supra, n. 21.
ASPECTOS FÓNICOS EN LA POESÍA DE FRAY LUIS: VOCES Y ECOS 265
No hay que olvidar, sin embargo, que las aliteraciones son siempre una
apoyatura fónica del significado, y no tienen por qué «traducir» sonidos. El
presunto valor de 'susurro' del fonema / s / en el conocido ejemplo de Garcila-
so «En el silencio sólo se escuchaba / un susurro de abejas que sonaba» existe
únicamente en virtud del contenido léxico de los versos, como en «el silbo de
los aires amorosos» creemos percibir el silbido porque nos induce a ello su
mención al comienzo del verso, y no las cinco ocurrencias de / s / . El mismo
fonema puede, por tanto, adaptarse a contenidos diferentes, sobre todo cuan-
do estos no se refieren a efectos perceptibles mediante los sentidos, como en
los siguientes versos de la oda «¿Qué vale cuanto vee...?» (vv. 11-14):
y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña...
(vv. 16-18)
Los segmentos del alto bien y del gozo fiel son isosilábicos, y la rima aso-
nante se convierte en indicio de una relación entre ellos; ambos ocupan posi-
ciones equivalentes y dependen de sendos encabalgamientos iniciados por ele-
mentos contiguos (montaña, vena); en los dos casos, además, el enunciado se
completa con un sintagma predicativo de análoga composición (las guía, las
baña). La razón de estas semejanzas radica en la similar función que el «alto
bien» y el «gozo fiel» desempeñan en el camino hacia la beatitud. A veces este
procedimiento, combinado con las variaciones de la rima, proporciona a la
textura compositiva una especial complejidad. Así, en un pasaje de la
«Profecía del Tajo» (vv. 71-75):
35 Cfr. un ejemplo similar, de la oda «¿Y dejas, Pastor santo...?», analizado en mis Tres es-
tudios sobre fray Luis de León, Salamanca, Universidad, 1978, p. 87.
36 Vuelvo a apartarme, en el v. 2, de la versión dulces y amenos aceptada por el P. Vega
—que la considera «lectura armoniosa» (ed. cit., p. 477)—, por las razones que se deducirán de lo
que expongo a continuación.
268 RICARDO SENABRE
37 El P. Vega (ed. de 1970, p. 32) entiende repuestos como atributo de bienes. Creo, no obs-
tante, que el sentido del itaiianistno repuestos ('ocuitos, escondidos') encaja perfectamente con
valles (antes se ha hablado de mineros y senos) y que no hay razón alguna para aceptar la violen-
cia sintáctica que supondría —y sobre todo en este contexto— la interpretación «repuestos...
bienes».
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Presentación 7
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