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Reflexión acerca de “LA EDUCACIÓN INCLUSIVA: EL CAMINO HACIA EL FUTURO”.

En “La educación inclusiva: el camino hacia el futuro”, se compilan cuatro


documentos que reflexionan acerca del significado del término “inclusión” en el
contexto del sistema educativo, pensando en los beneficios y en los retos que
implican la implementación y desarrollo de una educación inclusiva.

En mi opinión, los autores aciertan al iniciar la discusión debatiendo la


diferencia entre “inclusión” e “integración”. El concepto de “inclusión”, pues, suele
ser valorado rápidamente como: la inclusión de todos los miembros de una
comunidad dentro de un marco común (la sociedad, la ley, la educación, etcétera)
con todos los derechos (y no tanto así las obligaciones) que ello implica;
ignorándose su complejidad en cuanto a lo que implica su aplicación en la
realidad –como ser la construcción de un sistema educativo inclusivo sostenible–
, misma que Rosa Blanco evidencia en el siguiente fragmento:

La finalidad de la inclusión es más amplia que la de la integración. […] la aspiración de


esta última es asegurar el derecho de las personas con discapacidad a educarse en las
escuelas comunes, [mientras que] la inclusión aspira a hacer efectivo para toda la
población el derecho a una educación de calidad, preocupándose especialmente de
aquellos que, por diferentes causas, están excluidos o en riesgo de ser marginados. (p.
7)

Blanco, al igual que el resto de los autores, subraya que la inclusión es una
realización de la integración, en tanto refiere a la elaboración o reestructuración
de un sistema educativo capaz de otorgar al estudiante ingresado (incapacitado
o no) una enseñanza equitativa y personalizada, diseñada para potenciar sus
fortalezas y lidiar con sus debilidades (sean físicas, emocionales, mentales,
etcétera). En otras palabras: “la transformación de los sistemas educativos y de
las escuelas para que sean capaces de atender la diversidad de necesidades de
aprendizaje del alumnado” (Blanco: ibid.). La educación inclusiva, así, no puede
“simularse”; parafraseando a Inés Aguerrondo, los estudiantes no deben adaptar
sus individualidades y potencialidades a los modelos educativos sino a la inversa.
La lectura de los autores acerca de este modelo educativo es tan
pertinente como reveladora, ya que otorga una apreciación global de las falencias
del sistema educativo actual, que yacen, principalmente, en docentes y en
metodologías que prefieren permanecer estáticos y no responder a los problemas
y desafíos de una profesión que, al final, constituye la compleja tarea de convertir
las falencias de un estudiante (cualquiera que sea) en fortalezas.

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