Está en la página 1de 3

No sé si escribir esto valga la pena, si lo voy a poder

mandar, si lo van a recibir, si me van a creer. Pero creo que vale


la pena hacer el esfuerzo.
Mi sábado comenzó como cualquier otro. Me desperté tarde,
como es costumbre, desayuné rápidamente y me puse mi
vestido favorito. Bajé las escaleras como un rayo y me despedí
de mi hermano sin darle tiempo a que me dijera nada. Ese día
me reuniría con ustedes, mis amigos, en la plaza. La idea era
encontrarnos ahí e ir a pasear por el centro, poniéndonos al día
con todo lo que habíamos hecho en el verano, y discutiendo
acontecimientos actuales –política, relaciones internacionales, lo
que podrías esperar de modelistas de ONU–.
Los extrañaba tanto, que no esperé a mis padres para que
me llevaran. Tampoco quería esperar el colectivo, así que me fui
caminando sola, y tomé varios atajos por barrios turbios. En
retrospectiva suena estúpido, sí, pero en ese momento no me
importaba que fuera peligroso, ya que en la inconsciencia de la
juventud no creí que me fuera a pasar nada. Y, de todas formas,
es imposible saber si la tragedia podría haberse evitado; si de
haber estado acompañada, de haber tomado otra ruta, algo
habría cambiado. Porque les puedo asegurar que lo que pasó no
se acerca a nada que estén pensando. No fue un robo, una
violación, un asesinato, o cualquier otro crimen cotidiano que se
hayan imaginado.
Más o menos a mitad de camino, en una calle angosta,
sucia y desierta, es donde todo salió mal. Si hubiera prestado
atención, habría notado cómo desapareció el viento para ser
reemplazado por un silencio sepulcral, y cómo el cielo se tornó
más oscuro que en una noche sin luna. Pero estaba escuchando
música, perdida en mis pensamientos, en la anticipación del
encuentro, y lo único que sentí fue como, unos segundos más
tarde, el suelo bajo mis pies desapareció.
Caí. No sé por cuanto tiempo. ¿Un segundo? ¿Mil años?
Capaz que el tiempo no existía en aquel lugar. Moverme era
inútil, y los sonidos que hice se perdieron al momento que
dejaban mi boca. A mi alrededor había oscuridad, un vacío negro
que lo tragaba todo. Tiene sentido, supongo, que la luz no
alcanzara ese infierno. El negro solía ser mi color favorito, pero
ahora espero no volver a verlo nunca más.
Durante la caída (si fue verdaderamente eso no lo sé, pero
es la mejor forma que se me ocurre de describirlo), tuve tiempo
de sobra para pensar. ¿Cómo llegue acá? ¿Qué está pasando?
¿Por qué me pasa esto? ¿Me voy a morir? ¿Es un castigo, un
juego, una prueba? Si es lo primero, ¿cuál fue mi pecado? Si es
lo tercero, ¿qué se supone que haga? Lamento decirles que
nunca encontré las respuestas a mis preguntas. Ni entonces, en
la caída, ni ahora que ya terminó todo. Creo que nunca podré
entenderlo, que la duda me va a atormentar por el resto de mi
existencia. Quizá a ustedes también, perdón si es así.
Interrumpiendo mis pensamientos, llegó el fin de la caída.
Me tomó unos instantes darme cuenta de que estaba bajo el
agua, ya que se sentía muy parecida a la previa oscuridad. Pero
mi desorientación no hizo nada por retrasar mi muerte. El
océano, una fuerza de la naturaleza despiadada e implacable,
reclamó mi vida en menos de un minuto. Morir ahogada, el peor
de mis miedos, se hizo realidad.

Si recibiste esto, sabés de quién estoy hablando. La


conocías. Te estarás preguntando si esto es una broma,
probablemente no lo creas. En el remoto caso de que lo hagas,
vas a tener otras preguntas. Cómo una muerta puede escribir su
historia. Cómo llegó esta carta a tus manos. Qué fue de ella post
mortem. Te voy a decir lo que sé.
Como algunos sabrán, no llegó nunca a la reunión. La
esperamos por más de media hora, pero después seguimos con
lo nuestro, suponiendo que se había quedado dormida, o algo
igual de inocente. Esa noche, sus padres empezaron a
preguntar por ella. Sus amigos nos empezamos a preocupar. Al
día siguiente llamaron a la policía. Nunca la encontraron, viva o
muerta.
Hoy, un año más tarde, un gatito negro apareció en mi
puerta, con una cartita atada al cuello. El contenido es la
historia que ves arriba. Pensarán que estoy loca, pero como su
mejor amiga les podría jurar que eso lo escribió ella: la letra, las
expresiones, todo coincide. Y sé que no jodería con una cosa así.
Ella pensó en escaparse, muchos piensan que eso hizo, pero
¿qué razón tendría entonces pata mandar esta carta?
Además, está el gatito. Esto puede zona todavía más
inverosímil, pero me hace acordar mucho a ella. Creo que me lo
voy a quedar.
Yo cumplí con mi parte, mandándote esto, porque me
parece que es lo que ella quería. Lo que hagas después de
leerlo está en vos.

También podría gustarte